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Hace como un mes, estuve con un amigo gringo y estábamos hablando del

Presidente Trump. Es que salió en las noticias algo despectivo que dijo en corto
sobre los soldados que han muerto en el combate. Los que apoyan a Trump son en
general muy pro-militares, entonces mi amigo me dijo ¿Cómo es posible que siguen
apoyándolo sabiendo eso? Lo que estaba implícito en la pregunta de mi amigo era
la noción marxista de ideología como falsa conciencia, la idea, como dice Zizek, de
que “la gente ‘no sabe lo que en realidad hace’, en que tiene una falsa representación
de la realidad social a la que pertenece”. Zizek hace referencia a una conocida frase
en Capital donde Marx dice: “Ellos no lo saben, pero lo hacen”. Y el punto de mi
amigo era que ahora que lo saben, ¿por qué siguen haciéndolo, (o sea,
apoyándolo)?”. Zizek le hubiera respondido “Porque son cínicos. Su conciencia no es
falsa o distorsionada, sino cínica”. Esto le permite cambiar la observación de Marx.
En vez de “Ellos no lo saben, pero lo hacen”, Zizek afirma “ellos saben muy bien lo
que hacen, pero aun así, lo hacen".
Zizek es sloveno y a menudo hace referencia a la política de su país cuando
formaba parte del estado comunista de Yugoslavia. La gente escuchaba a los líderes
del partido hablar de cómo estaban trabajando a favor del pueblo, pero no los creía,
sabía que eran mentiras. Entonces, no eran unos inocentes engañados. Sin
embargo, aunque sabía la verdad, continuaba apoyando al partido, actuando cómo si
no supiera la verdad, actuando, todos, como si nadie viera que el emperador estaba
desnudo. Esta conciencia ya no es ingenua, sino cínica, por lo que no tendría mucho
sentido una crítica ideológica porque lo que semejante crítica desenmascaría pues ya
lo sabe la gente. Por eso, Zizek pregunta si ya estamos en un mundo post-ideológico.
Obviamente, piensa que no. ¿Por qué? Pues, volvamos a esa frase de Marx:
Ellos no lo saben, pero lo hacen. Vimos que el giro que Zizek le dio fue cambiar el
“no” a un “sí”, decir que sí lo saben, pero lo hacen de todos modos. Si eso fuera todo,
entonces estaríamos en efecto en un mundo post-ideológico, porque no hay engaño.
Pero Zizek piensa que sí hay engaño, que la gente obra bajo una ilusión ideológica.
Justifica su sospecha al dar un giro más a la frase de Marx. Lo que cambia no es una
palabra, sino el nivel donde funciona la ideología. Opera no en el nivel del saber,
sino del hacer. En la concepción de ideología que Zizek critica, pensamos que la
realidad es lo que es y que a nivel del saber captamos esa realidad de forma
distorsionada gracias a la ideología. Lo que Zizek dice es que la ideología
distorsiona la propia realidad social en la que actuamos. Dice: “Lo que ellos no
saben es que su realidad social, su actividad, está guiada por una ilusión, por una
inversión fetichista. Lo que ellos dejan de lado, lo que reconocen falsamente, no es la
realidad, sino la ilusión que estructura su realidad, su actividad social real”.
Esta ilusión no es consciente, sino inconsciente, y por ello no funciona la crítica
ideológica desde el marxismo clásico. Esta ilusión inconsciente es, dice Zizek, lo que
puede llamarse una fantasia ideológica. Pero antes de pasar a ello, es importante
entender cómo esta fantasia estructura la dimensión del hacer, de nuestra actividad
social. Para ilustrarlo, Zizek acude al célebre concepto del fetichismo de las
mercancías de Marx. Lo hemos discutido en otros vídeos, pero nuevamente, la idea
es que en una economía capitalista, lo que vemos es el flujo y el intercambio de
mercancías. Pareciera que su valor fuera una propiedad intrínseca, cómo si fuera
natural. Sin embargo, para Marx, su valor no es natural, sino que es producto de
relaciones sociales. Lo importante en el análisis social no es la relación entre las
cosas sino las relaciones entre los sujetos humanos que las producen.
Pero, para Zizek, la gente ya sabe que las cosas y el dinero que usa para
comprarlas no tienen nada de magia, que son una expresión de relaciones sociales.
El problema, dice, “es que en su propia actividad social, en lo que hacen, las personas
actúan como si el dinero, en su realidad material, fuera la encarnación inmediata de la
riqueza en tanto tal. Son fetichistas en la práctica, no en teoría”. Fetichistas o, lo que
es lo mismo, ideológicos. Nosotros de hoy en día, cínicos, sofisticados y racionales,
nos consideramos superiores al pobre siervo medieval quien se relacionaba con el
mundo y con los demás por medio de una red de supersticiones y creencias
ideológicas tejida por la Iglesia. La Ilustración y la ciencia nos han liberado de esas
creencias. Nos relacionamos con el otro no mediante mandatos divinos, sino por el
interés propio. A pesar de ello, dice Zizek, “las cosas (mercancías) creen en lugar de
ellos, en vez de los sujetos: es como si todas las creencias, supersticiones y
mistificaciones metafísicas, supuestamente superadas por la personalidad racional y
utilitaria, se encarnaran en las ‘relaciones sociales entre las cosas’. Ellos ya no creen,
pero las cosas creen por ellos”.
Es muy importante entender que cuando Zizek habla de una creencia
ideológica, no se trata de una creencia en la cabeza, cómo algo interior, sino algo
exterior plasmado en la práctica. Comenta que es similar a las ruedas de plegaria
tibetanas. De hecho, tengo uno aquí. Uno escribe una plegaria en un papel, lo
enrolla dentro de la rueda y le da vueltas - así. De esta manera, la actividad de orar
no es subjetivo sino objetivo. La oración es accionada, por así decirlo, de forma
mecánica. Dice Zizek: “La belleza de todo esto es que en mi interioridad psicológica
puedo pensar acerca de lo que quiera, puedo acceder a las fantasías más sucias y
obscenas, y no importa porque, piense lo que piense, objetivamente estoy orando”.
Siempre he pensado que el catolicismo es la versión cristiana del budismo
tibetano por toda la cuestión de lo visual, lo teatral y lo ritual que los dos tienen. De
la misma manera, el catolicismo exterioriza la creencia en los ritos de los
sacramentos. Una vez leí que los católicos no tienen un inconsciente porque la
relación entre el individuo y lo divino está mediado por los sacramentos. Funcionan
como un amortiguador psíquico. Generalizando, el concepto cultural que se tiene
del catolicismo es que no importa tanto lo que uno piense en su cabeza sino que
haga bien los ritos, los sacramentos. El protestantismo, en cambio, es muy austero,
no tiene todos esos ritos, por lo que el contacto con lo divino es más directo y la
necesidad de un inconsciente para reprimir experiencias duras es más patente. Eso
al menos es lo que leí, pero Zizek diría que el inconsciente del protestante está
exteriorizado también, no en la dinámica de los sacramentos, sino, siguiendo a la
famosa obra de Max Weber – La ética protestante y el espíritu del capitalismo – en la
relación de las mercancías.
Marx entendía el fenómeno de la ideología sólo en términos de la conciencia.
O bien uno sabe, o está equivocado o engañado. Basándose en Lacan, Zizek
entiende el sujeto humano cómo dividido entre la conciencia y el inconsciente.
Gracias a ello, puede dar cuenta del conflicto entre lo que la gente dice que sabe y lo
que, expresado en sus acciones, creen inconscientemente. Entonces, lo que tenemos
hasta ahora es que la ideología funciona en el nivel no del saber sino del hacer, de las
acciones de la vida práctica. Y también que la ideología que esa práctica encarna se
asimila de forma inconsciente. Lo que hay que ver ahora es el mecanismo de esa
asimilación, el proceso en el que un individuo biológico, se convierte en un ser social,
en un sujeto. Para ello Zizek acude a un autor que ya hemos discutido – Louis
Althusser.
Como recordarás, esa subjetivización Althusser la llama interpelación.
Consiste en ser llamado por una autoridad, cómo el de una policia cuando grita
“¡Oiga!”. El efecto del llamado, o al menos lo que se espera, es que uno reconozca a
sí mismo en la imagen que el llamado presenta. En el caso del grito de la policía, esa
imagen es la de un ciudadano obediente. ¿Cuál es la finalidad de la interpelación?
Pues, por un lado, hay individuos biológicos y por el otro, relaciones económicas y
políticas. La ideología es el interfaz entre los dos, creando sujetos con una identidad
que favorezca los fines de esas relaciones: ciudadano obediente, trabajador dócil,
padre de familia, etc. Para Althusser, el papel de la ideología no estriba en decir
cómo es el mundo, sino en ubicar a los individuos en diversas funciones sociales. La
interpelación crea en el individuo una identificación con cierto papel funcional, y lo
hace de tal modo que el sujeto se siente autónomo y su papel en la sociedad
libremente escogido. Sin embargo, reconocerse de esta manera es, para Althusser,
ilusorio, un reconocimiento falso. Aquí vemos el doble sentido de “sujeto”. El
individuo se siente sujeto en el sentido de ser un amo que actúa sobre el mundo con
causalidad y libertad. Pero realmente, para Althusser, ese sujeto no es libre sino
determinado en el sentido de estar sujeto o sometido a una fuerza que lo determina.
Como último, Althusser rechaza una noción de ideología entendida como
ideas en la cabeza de uno. Las creencias ideológicas, como vimos en Zizek, se
manifiestan no en el saber sino en el hacer, en las prácticas sociales, en la
materialidad de nuestro entorno. A eso se refería con su noción de aparatos de
estado, instituciones como escuelas, la familia, negocios, el comicio, la burocracia,
etc. Si uno llega a enunciar conceptualmente cierta ideología, se debe a que éste
primero haya moldeado el entorno con el que la gente interactúa cotidianamente.
Althusser ilustra esta prioridad material o práctica citando a Blaise Pascal. Con
respecto a la creencia en Dios, dice Pascal: “Arrodíllate y reza, y creerás”.
Fíjense que me fastidia mucho y me desespera discutir el tema de la religión,
de la creencia religiosa, porque no tiene nada que ver con una discusión racional, ni
tampoco con una fé subjetiva, sino, al parecer, con la obediencia a ritos ceremoniales
– arrodíllate y reza! Según Althusser y Zizek, las creencias políticas también son de
esa naturaleza. Entonces, no me extraña nada que cuando voy de visita con mis
padres, está prohibido discutir religión y política!
Bueno, para resumir, lo que tenemos con Althusser son tres cosas: uno, la
interpelación donde uno se identifica con un papel funcional en la sociedad; dos, el
reconocimiento falso de esa identidad vista como resultado de una elección libre; y
tres, la materialidad de la ideología a diferencia de la idealidad, es decir, como
proposiciones en la cabeza. Como ya hemos comentado, Zizek acepta la
materialidad de la ideología, pero con respecto a la interpelación o subjetivización
de los individuos le da un giro importante desde su lectura de Lacan. En lo sucesivo,
hablaremos de dos temas para completar la noción de ideología en Zizek: 1. Su
interpretación de la interpelación de Althusser en términos de los registros de lo
Imaginario y lo Simbólico de Lacan, y 2. Su discusión de la relación entre lo Simbólico
y lo Real, lo cual concierne el papel de la fantasia y constituye su aporte original al
tema de la ideología.
Bueno, en el último vídeo hablamos del registro de lo Imaginario lo cual
concierne la formación del ego a través de la identificación con la imagen del otro. El
otro nos llama la atención por su look, su inteligencia, las cosas que tiene, los valores
por los que lucha. Formamos nuestra propia imagen en función del otro porque
deseamos ser cómo él. Ahora, con la identidad imaginaria aún no estamos en el nivel
ideológico, ya que la gran multitud de imágenes o elementos que uno puede
incorporar en su identidad no tienen en sí mismos un significado. Zizek los llama
elementos proto-ideológicos o significantes flotantes. Recuerda que “significante”
quiere decir palabra, idea, concepto. La idea o concepto de “luchador” es un
significante. ¿Qué significa? Pues, eso depende de su ubicación en la cadena
significante que vimos en el último vídeo. Como vimos, dado que el lenguaje es un
sistema de diferencias, el significado de las palabras o significantes es determinado
no por una relación que tuviera con el referente, sino por el contexto, y ningún
contexto es absoluto. Si aplicamos el concepto de “luchador” a Osama bin Laden,
para algunos significaría ‘terrorista’ y para otros ‘libertador’ dependiendo del
contexto, del punto de vista de unor. “Luchador”, entonces, es un significante flotante
porque flota entre diferentes posibilidades de interpretación. Para detener el
deslizamiento de los elementos y fijar su significado, hace falta la intervención, como
dice Zizek, de un “punto nodal” que los “acolcha”. En pocas palabras, lo que hace
falta es un significante-maestro.
Aquí pasamos de lo Imaginario a lo Simbólico. En lo Imaginario, uno tiene un
“yo ideal” que va formando con la imagen del otro, esos significantes flotantes. En lo
Simbólico, el significante-maestro no es una imagen más, sino un “ideal del yo”, es
decir, las expectativas y normas sociales las cuales moldean lo que deseamos en la
dimensión imaginaria. Esta identidad simbólica es mucho más profunda y además es
inconsciente. Cómo en Althusser, la identificación imaginaria del sujeto, es decir, tal y
como ve su ego, es falsa, se reconoce falsamente, ya que lo que realmente determina
su actividad en la vida social es la identidad simbólica con una norma social. El
significante-maestro es lo que acolcha eso. Es lo que Althusser llamaba la autoridad
y lo que Lacan y Zizek llaman el gran Otro (con “o” mayúscula), lo cual puede ser
diversas cosas cómo, por ejemplo, “Dios”, “el Pueblo”, “el Partido”, “el Fuhrer”, entre
otros. Éste es el nivel propiamente ideológico ya que este gran Otro es lo que
detiene el deslizamiento de la cadena significante, dando cierto sentido a sus
elementos, un sentido que alinea el sujeto con los valores del Partido o el Pueblo o lo
que sea.
Ahora bien, hasta aquí hay mucha sintonía entre Zizek y Althusser, pero hay
una diferencia clave, la cual consiste en el hecho de que, para Zizek, el proceso de
subjetivización o interpelación queda corto, su alcance no es completo. Para ver por
qué, y para dar paso al aporte principal de Zizek al estudio de la ideología, vamos a
fijarnos en la perspectiva del individuo y aquello que le motiva a actuar - el deseo.
Antes de ser un individuo independiente, uno se encuentra en el vientre de su
madre donde, propiamente, el deseo no existe ya que toda necesidad es respondida
por la madre de forma íntima e inmediata. Como el Jardín de Edén en el plano
mítico, se trata de un entorno de plenitud - un paraíso. Al nacer, el bebé experimenta
una ruptura, le falta ahora en este mundo lo que tenía plenamente en el anterior, y así
empieza a desear. ¿Qué es lo que desea? De acuerdo con la mercadotecnia,
pareciera que lo que uno desea son cosas – zapatos, celulares, coches – pero lo que
en el fondo deseamos, lo que realmente buscamos, es el Jardín de Edén, volver a
tener esa sensación de completitud, de sentirse entero. Dado que la satisfacción
inmediata del vientre de la madre no se da en este mundo, no nos queda más
remedio que buscarlo en algún objeto.
Hace muchos años cuando salió el primer iPhone le dije a una amigo que lo
iba a comprar y que estaba muy emocionado. Ese amigo es budista y me dijo que la
emoción duraría una semana y luego pasaría y buscaría otra cosa. Tenía toda la
razón. Cómo vimos en el registro de lo Imaginario, uno se identifica con ciertas
imágenes, con ese iPhone, con ese grado académico, o la cosa que sea, a lo mejor
porque piense que le llenará, sin embargo su deseo, dice Lacan, no es por el objeto
físico sino por el deseo del otro. Lo que realmente deseamos es que el otro nos
desee – los objetos no son más que un medio a ese fin. El problema es que uno no
sabe qué quiere el otro de sí. Uno tiene que adivinar o imaginar qué hacer para que
el otro le desee. Como vimos, el otro cuyo deseo deseamos no es sólo ese otro con
“o” minúscula, es decir, ésta o aquella persona, sino el gran Otro. Aun cuando
tuviéramos el deseo de otra persona, no vivimos en una burbuja de dos, sino en un
mundo social muy grande y complejo. Si queremos volver a tener esa sensación de
completitud, de ser entero, hay que buscar que el gran Otro nos desee, que nos dé
un lugar en el orden social, simbólico.
Sin embargo, ante ese Otro, el individuo sigue con la misma pregunta: “¿Qué
quiere de mí? ¿Qué tengo que hacer para que me desee?” En Althusser, esta
pregunta no surge. Ahí, da la sensación de que la ideología y sus aparatos de Estado
llevan a cabo como un lavado de cerebro a la gente, convirtiéndola en una especia
de autómata que ocupa su debido lugar en el sistema sociopolítico. Suena todo muy
orwelliano. Para Zizek, en cambio, la sujetivización es un proceso necesariamente
incompleto. ¿Por qué? Porque el vínculo entre el sujeto y ese gran Otro, sea Dios, la
Nación, o el Partido, no es directo y pleno, sino simbólico. Acuérdate de la pieza
musical que comentamos en el vídeo anterior. Su significado es el goce directo al
escucharla. Ninguna cantidad de conceptos y símbolos puede acercarse a esa
experiencia. Es lo mismo con el sistema de símbolos que constituye el orden
Simbólico de la sociedad. Es un sistema necesariamente incompleto. Zizek dice que
Kant abordó este tema en su crítica al argumento ontológico a favor de la existencia
de Dios cuando dice que el ser, o la existencia, no es un predicado. Lo que tenemos
es el concepto de Dios; ese concepto consta de varios predicados (es omnipotente,
omnisciente, etc). Dice Zizek: “si uno conoce todos los predicados de un ente, su ser
(su existencia) no se sigue, es decir, uno no puede concluir un ser a partir de un
concepto”. De este modo, el sujeto no está del todo sujetado o sometido
ideológicamente, y por tanto nunca sabe del todo lo que el Otro quiere. Quedan
brechas o vacíos en el conocimiento del sujeto, vacíos que tienen que llenarse.
Y aquí es donde llegamos al segundo punto que comenté hace rato. Ya
hemos visto lo Imaginario/Simbólico y su relación con la interpelación de Althusser, y
hemos visto el defecto de este último, el hecho de que la subjetivización es
incompleta. Ahora podemos pasar a lo Simbólico/Real.
Cómo vimos en el último vídeo, estos registros de lo Imaginario, lo Simbólico y
lo Real son los aspectos básicos en los que podemos dar cuenta de la experiencia
psíquica. Si el medio de lo Simbólico es conceptual, es decir, el significante o el
símbolo, el de lo Real es afectivo, específicamente lo que Lacan llama jouissance, que
se ha traducido cómo goce. El goce, en este sentido, no es el simple placer, cómo
comer un chocolate, sino un placer que sea resultado de una transgresión, un placer
excesivo e intenso, el goce, por ejemplo, que el masoquista siente en el dolor.
¿Qué tiene que ver el goce con la política y la ideología? En su libro El
malestar en la cultura, Freud plantea el conflicto entre el individuo y la sociedad. En
la medida posible, el individuo quisiera invertir su energía libidinal en la familia, con
amigos, en la playa, pero la sociedad exige que invierta cada vez mayor cantidad de
tiempo trabajando en la oficina, fortaleciendo la sociedad, obedeciendo las leyes,
posponiendo la satisfacción - en efecto sacrificándose por el bien social. Para Zizek,
este sacrificio está a la base de la subjetividad del hombre, de su carácter cómo
miembro civilizado de la sociedad. En alguna medida, tienen que renunciar el goce
por un bien mayor, el bien de la colectividad.
Esto, junto con el hecho de que, cómo vimos, nuestro deseo por el deseo del
Otro no es respondido de forma completa, pone al orden social en una posición
endeble. Para que las leyes sean efectivas, para que un regimen político cuente con
la lealtad de los sujetos bajo su dominio, el deseo tiene que recibir satisfacción, tiene
que haber goce. Tiene que haber, entonces, un quid pro quo - si el sujeto es leal al
regimen entonces puede recuperar el goce que sacrificó al ocupar su lugar en el
orden Simbólico de la sociedad. El detalle es que el gran Otro no tiene ese goce, sin
embargo es menester que el sujeto crea que sí lo tiene, que el Partido, la Nación o lo
que sea su gran Otro tenga acceso al objeto de deseo, ese jouissance. ¿La solución?
La fantasía. Lo que Zizek llama “la economía política del jouissance”, es decir, la
creencia de que el gran Otro tiene acceso al goce, tiene que ser sostenida y
estructurada por una fantasía, una fantasía ideológica.
No debe extrañar que la fantasía tiene que ver con el otro, con un otro que se
supone goce de lo que a nosotros nos corresponde, un goce que ha sido robado.
Dependiendo del contexto histórico, ese otro puede ser el judío, el musulmán, el
negro, los gays, etc. Seríamos ricos si no fuera por los judíos; gozaríamos de la
libertad si no fuera por los ataques de fundamentalistas islámicos; el matrimonio sería
sagrado si no fuera por los gays que lo amenazan, etc. Habrán oído que no hay nada
que une a una gente cómo un enemigo en común. Pues ésa es la idea. El enemigo,
el otro, posee el objeto de nuestro deseo. Pero lo curioso es que nosotros gozamos
al fantasear sobre el goce del otro. Irónicamente, la fantasía sobre el goce robado es
lo que realiza ese goce en un grupo determinado, uniendo a sus miembros de una
manera que el orden Simbólico no era capaz de hacer. Dice Zizek: “Una nación existe
sólo en la medida en que su goce específico continua materializándose en un
conjunto de prácticas sociales y transmitiéndose por medio de mitos nacionales o
fantasías que aseguran esas prácticas”.
Te acuerdas de mi amigo gringo que comenté al principio. No entendía cómo
los simpatizantes de Trump podían seguir apoyándolo con escándalo tras escándalo
que revelaba el total cinismo de su líder. Ahora entendemos por qué. La lema de su
presidencia es “Make America Great Again”. La palabra clave ahí es “again” - o sea,
otra vez o nuevamente, lo cual implica un origen idílico (aun cuando mítico), un
origen que fue robado por los negros que salieron de su lugar de sumisión, por los
feministas que sacaron a la mujer de la cocina, y por los gays que salieron del closet.
La ideología de los trumpistas no se articula en términos de una economía del
significante, es decir, una subjetivización basada en el ordenamiento de
proposiciones políticas en la cabeza, sino en términos de una economía del goce.
Las formaciones ideológicas funcionan como una economía del goce en el sentido
de dirigir y estructurar el deseo. La unidad y el sentido de identidad que esta fantasía
del otro da a los trumpistas se da también por el otro lado del espectro político. Para
la izquierda, ese otro es el sistema capitalista, un sistema que roba el valor o el goce
de la clase obrera. Incluso, los centristas neoliberales tiene el suyo. En los 90 en la
presidencia de Clinton, eran los “welfare moms” - las madres con muchos hijos que
recibían apoyos mensuales considerables. Yo trabajo duro y esas madres holgazanes
no ¡y reciben lo mismo que yo!
Esa rabia que provoca la fantasia del otro que goza lo que te corresponde es
una emoción excedente, un jouissance que sobrepasa el orden Simbólico porque no
puede simbolizarse, no cabe en el sistema significante. Es el sabor de lo Real y es,
cómo vimos en esa cita de Zizek, lo que permite que existe la Nación, o el Partido, o
Dios, o lo que sea el gran Otro. Esto es importante, porque el gran Otro no existe
como tal. El gran Otro es una ilusión, no óptica sino ideológica, producto de la
fantasía ideológica que lo postula cómo Aquella Cosa que es robada - la nación de
los EEUU, por ejemplo - cuya grandeza hay que recuperar al escupir veneno
despiadado a los que la han robado.
Cómo comentamos, esa Cosa (con C mayúscula), el gran Otro, no existe.
Nadie jamás ha visto a Dios y nadie ni siquiera podría enunciar simbólicamente en
qué consiste al pueblo norteamericano. Aunque sean ilusiones, ejercen un poder
muy real, y el hecho de que no son demostrables empíricamente, lejos de
desacreditar a los que creen en él, sólo fortalece su creencia. Estos objetos no son
empíricos, sino sublimes. Y aquí llegamos por fin al curioso título del libro - El
sublime objeto de la ideología.
Zizek toma la noción de ‘objeto sublime’ de Kant y la Crítica del juicio. Ahí Kant
habla de experiencias donde las facultades perceptuales del individuo son incapaces
de intuir una totalidad inmensa, como el inmenso abanico de estrellas en el cielo. No
hay un objeto definido que nuestras facultades pueden captar, y entonces fracasan
en su intento. Sin embargo, el fracaso del entendimiento de formar un juicio sobre
semejantes “objetos” es un fracaso sólo epistémicamente ya que la experiencia indica
una facultad suprasensible dentro de la persona, es decir, su Razón, una facultad
moral superior a cualquier poder meramente empírico. A pesar de la limitada finitud
de uno, moralmente, uno es autónomo y soberano. El último vídeo de mi serie sobre
lo bello y lo sublime en Kant habla de esto con mucho más detalle.
Pasando a Zizek, el hecho de que el gran Otro no sea susceptible de una
intuición empírica no constituye un fracaso desde el punto de vista de la persona que
cree en él. El hecho de que no puede explicar la naturaleza de sus creencias políticas
no es algo negativo, sino que más bien es testimonio de la Grandeza o Trascendencia
de Dios o de su Nación, elevado muy por encima del mundo vulgar y profano. Y así
lo desesperante que es discutir la política o la religión con gente que no cree cómo
tú, que no se arrodilla ante el mismo gran Otro que tú.
No sé si Zizek tiene razón en todo lo que dice sobre la ideología, sin embargo,
está claro que criticar posturas políticas desde la racionalidad científica con la
finalidad de desmitificarlas no va muy lejos. El punto de enganche de la ideología no
es en el saber sino en el hacer, en la materialidad de nuestra vida cotidiana; no es un
velo que tapa los ojos de la conciencia sino una fantasia que el inconsciente teje.
Entonces, si la crítica ideológica para Zizek no consiste en desmitificación, ¿en qué
consiste? Dado que la ideología tiene efecto en un nivel inconsciente, lo que hace
falta es algún tipo de psicoanálisis, específicamente lo que llama “atravesando la
fantasia”. En términos muy generales, un individuo en psicoanálisis tiene un trauma
que ha reprimido pero que sigue ahí expresándose en diferentes síntomas
neuróticos, psicóticos y también físicos. La idea es recorrer los elementos de la
fantasia que oculta el trauma para descubrir éste y revivirlo con el fin de resignificarlo
de una forma más sana o al menos menos dañino para la vida cotidiana del paciente.
En el contexto de Zizek y la ideología, descubrir el trauma significa “tocar lo
Real”, es decir, retar el orden simbólico de tu grupo al enfrentar aquello que excluye o
reprime, estableciendo así nuevas coordenadas para experimentar la realidad social.
Esto es un proceso bastante difícil porque significa cuestionar y desmantelar la
identidad de uno. Veo cómo puede llevarse a cabo a nivel individual, pero ¿a nivel
social? Se puede psicoanalizar una sociedad en el sentido de diagnosticar sus
patologías, pero el cambio tiene que suceder a nivel de los individuos.
Históricamente, está claro que estos cambios sociales se dan, pero la comprensión
de su mecanismo se nos escapa todavía.

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