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Testimonio de un esclavo

Narrativa del texto de Lucas 7,1-10

Ángel Manzo
Trabajo de hermenéutica narrativa

A punto de morir. Así estuve, y si no fuera por mi amo y aquel hombre llamado Jesús,
no podría contarles:

Fue una extraña enfermedad que a mis dieciséis años, y en plena salud, visitó mi
cuerpo como tratando de decirme: “Ha llegado tu hora”. Postrado en mi aposento, en
casa de mi amo solo esperaba el cumplimiento de su visita; generosa en su trato
conmigo, pues me permitía prepárame para partir de este mundo.

Mi amo es una persona temido por algunos y despreciado por otros; especialmente
aquellos grupos que se consideran los únicos “elegidos de Dios”, y desprecian a otros
que no pertenecen a su raza llamándolos “gentiles” o “perros”.

Como centurión del ejército romano, resulta muy extraño que un jefe militar tenga una
actitud de tanta benevolencia y compasión por un inferior; pues en nuestras relaciones
sociales, los esclavos representamos la última clase, los parias, los de abajo como para
subterráneo, acompañados de leprosos, extranjeros, mujeres y samaritanos. En una
ocasión escuché a mi amo eso que “el mayor es el que sirve, el primero es el último”.
Idea bastante extraña, y nada acorde con el funcionamiento de las cosas en nuestro
medio.

No sé si por el valor que represento en costo y beneficio, o por lo que he llegado a


significar para mi amo, lo que me ha dado su estima. Si valgo por lo que hago o por lo
que soy; lo cierto es que mi amo tuvo el mayor gesto de amor que alguien ha tenido
conmigo. Aunque después supe que su bondad no solo fue conmigo.

Llegó a sus oídos que Jesús había llegado a Cafarnaún, sin pensarlo dos veces envió a
unos representantes judíos, que intercedieran por él, pidiéndole que acudiera a sanarme,
¡a mí, un simple esclavo! Sin ofrecerles nada, y acogiendo el pedido de mi amo, los
enviados llegaron a Jesús e hicieron lo que mi amo les solicitaba.

Pero sin saberlo mi amo, estos judíos lo tenían en alta estima, y además le dijeron a
Jesús algo que mi amo nunca les mandó decir, sino que surgió de su iniciativa: “Este
hombre ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga”.

Ciertamente el sistema de patronazgo en nuestra cultura, demanda que quien ha hecho


una buena obra por alguien sea retribuido; pero mi amo no está como un “gran patrón”,
aunque lo es. No ejerce su autoridad para demandar retribución, aunque sí la usó para
algo… Cuando Jesús estaba cerca de su casa, envió algunos de sus amigos para decirle:

“Señor, no te molestes, no soy digno que entres bajo mi techo. Ni yo me


considero digno de venir a verte. Pero yo sé de autoridad: Pronuncia la
palabra y mi esclavo quedará sano. Porque también yo tengo un superior y
soldados a mis órdenes. Si le digo a uno ve, va; al otro que venga y viene, a
mi sirviente que haga esto y lo hace”.
Quienes presenciaron ese momento, vieron a Jesús tan admirado por el mensaje de mi
amo, que aunque Jesús nunca lo vio personalmente, pudo conocerlo por sus hechos y
palabras; y dijo a la gente: “Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel”.

Y fue en ese momento que quedé sano.

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