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Ángel Manzo
Trabajo de hermenéutica narrativa
A punto de morir. Así estuve, y si no fuera por mi amo y aquel hombre llamado Jesús,
no podría contarles:
Fue una extraña enfermedad que a mis dieciséis años, y en plena salud, visitó mi
cuerpo como tratando de decirme: “Ha llegado tu hora”. Postrado en mi aposento, en
casa de mi amo solo esperaba el cumplimiento de su visita; generosa en su trato
conmigo, pues me permitía prepárame para partir de este mundo.
Mi amo es una persona temido por algunos y despreciado por otros; especialmente
aquellos grupos que se consideran los únicos “elegidos de Dios”, y desprecian a otros
que no pertenecen a su raza llamándolos “gentiles” o “perros”.
Como centurión del ejército romano, resulta muy extraño que un jefe militar tenga una
actitud de tanta benevolencia y compasión por un inferior; pues en nuestras relaciones
sociales, los esclavos representamos la última clase, los parias, los de abajo como para
subterráneo, acompañados de leprosos, extranjeros, mujeres y samaritanos. En una
ocasión escuché a mi amo eso que “el mayor es el que sirve, el primero es el último”.
Idea bastante extraña, y nada acorde con el funcionamiento de las cosas en nuestro
medio.
Llegó a sus oídos que Jesús había llegado a Cafarnaún, sin pensarlo dos veces envió a
unos representantes judíos, que intercedieran por él, pidiéndole que acudiera a sanarme,
¡a mí, un simple esclavo! Sin ofrecerles nada, y acogiendo el pedido de mi amo, los
enviados llegaron a Jesús e hicieron lo que mi amo les solicitaba.
Pero sin saberlo mi amo, estos judíos lo tenían en alta estima, y además le dijeron a
Jesús algo que mi amo nunca les mandó decir, sino que surgió de su iniciativa: “Este
hombre ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga”.