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Director
CARMONA 2011
Serie: Historia y Geografía
Núm.: 228
PRESENTACIONES
CONFERENCIA DE APERTURA
LATIFUNDIOS EN ANDALUCÍA. UNA INTERPRETACIÓN
DESDE LA HISTORIA
Antonio M. Bernal Rodríguez............................................................... 19
SECCIÓN I: PREHISTORiA
Agricultores y ganaderos prehistóricos en
el ámbito de CARMONA
José Luis Escacena Carrasco y Beatriz Gavilán Ceballos..................... 25
DE LA ALDEA AL OPPIDUM: EL PAISAJE RURAL EN EL VALLE
DEL CORBONES DURANTE EL 1er MILENIO A.C.
Eduardo Ferrer Albelda, Francisco J. García Fernández
y Félix Sánchez Gómez ........................................................................ 75
CONFERENCIA DE clausura
CARMONA EN EL CONJUNTO DE LAS CIUDADES ANDALUZAS
Gabriel Cano García.............................................................................. 429
23
SECCIÓN I
PREHISTORIA
AGRICULTORES Y GANADEROS PREHISTÓRICOS EN EL ÁMBITO
DE CARMONA1
tancia más cercana, al valle inferior del Guadalquivir y a sus territorios aledaños,
es decir, a Andalucía occidental; en un segundo círculo más extenso, al menos
a todo el mediodía hispano. A su vez, y en relación sobre todo con los orígenes
del fenómeno en el Mediterráneo occidental, esta otra región más amplia hay
que verla tal vez como un fondo de saco en el que convergen al unísono dos ex-
pansiones neolitizadoras de procedencia oriental: desde el norte, la dispersión de
los grupos más occidentales de comunidades tribales que usaban la denominada
“cerámica cardial”, que bajan paulatinamente por las costas levantinas de la Pe-
nínsula Ibérica hasta rebasar Gibraltar y alcanzar el golfo de Cádiz; desde el sur,
la irradiación hasta Sierra Morena al menos del Neolítico magrebí, que a su vez
era deudor lejano de focos próximo-orientales y saharianos.
tros entre los diversos enfoques que hoy pretenden monopolizar la explicación de
las sociedades de la Prehistoria reciente, aquellas que comenzaron precisamente
con la incorporación a nuestra vida diaria de tareas antes escasamente practicadas
o desconocidas por completo.
el resultado último tendrá que ser a largo plazo positivo para el inversor de tanto
esfuerzo. La creación de “excedentes” en los sistemas económicos que denomi-
nados productores no es más, pues, que la consecuencia de haber invertido más
en el camino para su consecución. Y, como resultado, deviene en un mayor sen-
tido aún de la propiedad privada sobre lo conseguido; porque, a mayor energía
aplicada, más necesario se hace establecer con claridad a quién corresponde el
beneficio. Esta regla, que supone la explicación biológica de tantos códigos legis-
lativos que garantizan la propiedad para los individuos y/o grupos, es la misma
en el fondo que acaba rigiendo en los derechos sobre los medios de producción.
Si un cazador-recolector apenas manipula el ecosistema porque se limita en prin-
cipio a tomar de él “la cosecha”, y aún así defiende su “área de captación de
recursos” respecto de las apetencias de otros grupos, más aún la protegerán aque-
llas poblaciones que hayan invertido previamente mucha energía en conseguir
que el ecosistema produzca. Esto es, a mayor cantidad de trabajo añadido en la
fabricación del propio nicho ecológico, mayor será el interés por salvaguardarlo
de quienes no han llevado a cabo tanto riesgo inversor. La defensa del territorio y
su exclusión del campo de miras de los otros, se convierten así en otro montante
energético más que hay que poner en la balanza y por el que se espera la corres-
pondiente compensación. Con ello, el auge de los cuerpos de normas legales y
el aumento de la agresividad colectiva están servidos. Muchas características del
registro arqueológico originado por las sociedades humanas de la Prehistoria re-
ciente tienen una explicación relativamente fácil desde este prisma.
•
LABRANZA SIEMBRA ATENCIONES RECOLECCIÓN
• • • •
RECOLECTORES
AGRICULTORES
Cuadro 1. Relaciones teóricas de los humanos con la vegetación que explotan en su econicho.
Esta red mutualista, por la que hemos transformado en gran medida nuestra
conducta a cambio de una mayor garantía de seguridad, a largo plazo, en el último
eslabón, puede desmenuzarse en un sin fin de labores concretas bien conocidas
por toda la gente del campo y que no es cuestión ahora de detallar. Si acaso, irán
saliendo a lo largo de estos párrafos conforme nos preguntemos por las huellas
arqueológicas que dejaron en el ámbito de la Carmona prehistórica. De todas
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 29
Esas mismas palabras del literato pueden servir para ilustrar un problema
historiográfico que tiene su raíz en los enfoque teóricos promovidos por algunas
escuelas de historiadores. Se trata de la idea, extendida por gran parte del mundo
académico pero también fuera de él, de creer que una tierra buena para la agricul-
tura obligatoriamente debe estar ocupada por agricultores. Planteado este axioma
de forma aún más genérica, estaríamos ante la tesis, asumida sin demostración
y hasta sin datos, de que deberían estar poblados por humanos necesariamente
aquellos territorios con feracidad manifiesta. Aunque nuestro aludido poeta enfo-
ca bien la cuestión al advertir que las cosechan abundantes dependen directamen-
te de que los años vengan buenos –se sobreentiende que en el aspecto meteoroló-
gico dado que el suelo siempre es el mismo o experimenta leves variaciones-, los
prehistoriadores han olvidado con frecuencia esta condición previa, y funcionan
muchas veces sólo con una regla de tres directa entre dos variables: fertilidad del
sustrato y población humana. Han olvidado además que, aparte de las cuestiones
relativas a la lluvia, a los vientos y a la temperatura, la agricultura prehistórica,
como la de cualquier otra época posterior, estuvo condicionada por la tecnología
disponible para roturar los suelos, conservar la semilla, transportar los exceden-
30 José Luis escacena carrasco y BEATRIZ GAVILÁN CEBALLOS
tes, controlar las plagas y toda una larga lista de factores que se convierten con
frecuencia en un quebradero de cabeza añadido para los labradores.
Lo que tan arraigada creencia asume sin atisbo de duda es, en última instan-
cia, la percepción de que los recursos son independientes de los factores geohis-
tóricos espaciales y temporales. De esta forma, se olvida, como ya hemos dicho,
la capacidad tecnológica con la que contaban los habitantes de un territorio dado
para conseguir su explotación, y hasta la necesidad o no que tenían de haberlo he-
cho. Indudablemente, las afamadas riquezas en metales de Andalucía occidental
no pueden intervenir en modo alguno a la hora de llevar a cabo un análisis de los
grupos paleolíticos y neolíticos de la región, simplemente porque ni la plata, ni el
2 . Para colmo de desdichas interpretativas, casi todos los silos eran de época árabe (Escacena 1983: 51), y
no eneolíticos como había sostenido el excavador.
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 31
Desde nuestro enfoque, no es la tierra sino las gentes que la habitan quienes
muestran derivas evolutivas e inclinaciones económicas. En este sentido, los te-
rritorios carecen de vocación. Por lo que al ámbito de la Carmona prehistórica
respecta, hay que señalar las dificultades para los grupos humanos prehistóricos a
la hora de labrar los suelos de la cuenca del Corbones, zona que, por puro presen-
tismo, solemos considerar la despensa cerealista de todas las fases históricas de la
ciudad y de otros enclaves ubicados en el otero alcoreño. En cambio, en contraste
con la feracidad edáfica de estas tierras para la agricultura actual, las terrazas
altas del Guadalquivir y la cornisa de Los Alcores se suelen catalogar como áreas
boscosas de la que se extraerían recursos de segundo orden. La realidad sigue
siendo hoy bastante desconocida, sobre todo porque los estudios arqueológicos
que hasta ahora se han llevado a cabo no obedecen en su mayor parte a proyectos
sistemáticos de investigación que incluyan tales preguntas. Casi todos son el pro-
ducto de intervenciones preventivas o de urgencia presididas por un concepto del
patrimonio, impuesto desde la administración autonómica y sus reglamentos, que
no incluye la necesidad de llevar a cabo análisis polínicos y faunísticos, estudios
traceológicos, identificaciones antracológicas y carpológicas, etc., que obliga a
guardar todo tiesto hallado, por muy yermo que sea en información histórica, y
que permite tirar todo lo demás.
azada en las labores agrícolas permite de hecho su uso para levantar el suelo,
pero también como pala para aporcar caballetes de tierra en los huertos, para la
escarda o para el manejo y distribución de las aguas de riego. En el Neolítico
andaluz, las hachas de piedra pulida están presentes desde sus momentos más
viejos, correspondientes al sexto milenio a.c. en fechas radiocarbónicas calibra-
das, sin que se observe a nivel local o regional una evolución desde artefactos
anteriores correspondientes a sociedades cazadoras-recolectoras. Ello supondría
que, acompañada de toda la tecnología campesina de la época, llegan de fuera
con los primeros neolíticos asentados en el territorio. En el área de carmona en
concreto, esos enclaves neolíticos más viejos corresponden a yacimientos de la
cuenca del corbones como las Barrancas, los Álamos y los cerros de San Pedro
(Fernández caro 1992: 51 ss.), que pertenecen a un mundo neolítico ajeno a las
tradiciones cerámicas cardiales pero fácilmente encuadrable en el Horizonte de
Zuheros (Gavilán y otros e.p.)3. En los tres sitios se han documentado hachas
pulimentadas (Fernández caro y Gavilán 1995: 30-53). Sin embargo, el que se
trate de hallazgos de superficie y la posibilidad de que algunos de esos puntos
continuaran habitados en épocas posteriores, deben hacernos cautos a la hora de
atribuir al Neolítico esos ejemplares.
Figura 1. Hacha pulimentada enmangada como azada (izquierda). Representación de azada en piedra
de época calcolítica, según Almagro Gorbea (1973).
A lo largo del resto de los tiempos prehistóricos, las hachas pulimentadas ex-
perimentaron cierta evolución tipológica, adaptándose formalmente a la función
de azada aquellas que iban a ser usadas exclusivamente para el trabajo de la tierra.
Tales presiones selectivas produjeron durante el calcolítico y la Edad del Bronce,
con una frecuencia cada vez mayor, hojas de tendencia curva y de sección rectan-
gular, y cuyo filo cortante acabó por trabajarse a veces con un solo bisel, el interno.
3 . La tradición cerámica del Neolítico más viejo del interior occidental andaluz no contaba mayoritaria-
mente con cerámicas cardiales, más vinculadas a fenómenos expansivos costeros, desde el Levante español, de
la agricultura y la ganadería. Sin embargo, esporádicamente podrían aparecer yacimientos alejados del litoral
en los que se ha registrado esta alfarería. No sería por tanto extraño el hallazgo de testimonios cardiales en el
ámbito de carmona, que a mediados del Holoceno estaba mucho más cerca del mar que hoy. Por la cuenca del
Guadaíra, Los Alcores conectaban directamente, y a una distancia máxima de un día de camino, con la antigua
desembocadura del Guadalquivir, que entonces se situaba en un tramo estuarino entre Sevilla y coria del Río.
34 José Luis escacena carrasco y BEATRIZ GAVILÁN CEBALLOS
Figura 2. Ubicación hipotética de granjas de la Edad del Bronce en Carmona a partir de la distribu-
ción de los enterramientos humanos de la época: Dolores Quintanilla 12 (1), Plazuela de Santiago 6-7
(2), Costanilla-Torre del Oro (3), General Freire 12 (4), Huerta de San Francisco (5) y el Picacho (6).
las conocemos, para la Edad del Bronce al menos, en ámbitos del cuadrante su-
roccidental de la Península Ibérica (Pavón 1998: 168), y para tiempos aún más
viejos en contextos arqueológicos andaluces más preservados de la erosión y de
la putrefacción, como son las cuevas (Peña-Chocarro 1999: 4). Los altos niveles
de humedad de los suelos de las cavidades cársticas y las escasas oscilaciones de
esos valores hídricos han sido, sin duda, un medio favorable para la preservación
de estos restos orgánicos, factores a los que hay que añadir el hecho de que esos
productos se tostaran a veces hasta su completa carbonización.
extraños fomentó las atenciones que se les debía prestar (Binford 1968: 330-333;
Flannery 1969: 80-81). Esos deberes para con los domesticados no habrían sido
tan necesarios en el caso de la explotación de los correspondientes agriotipos,
ya que dichos ascendientes silvestres crecían de forma espontánea en sus res-
pectivos hábitats prístinos y estaban bien adaptados a ellos. Fuera de esta forma
“asumida mentalmente”, o fuera de manera más inconsciente y más controlada
por procesos meramente atribuibles a la selección darwiniana, como propone D.
Rindos al analizar otros ejemplos que implican a diversos animales no humanos y
a distintas especies de plantas (Rindos 1990: 104-109), el amparo proveído a los
cultivos es la verdadera clave que acabaría definiendo a los procesos agrícolas.
De hecho, es en este plano donde históricamente se han ido incorporando más
y más lazos de dependencia mutualista entre el hombre y los domesticados de
los que vive, unas relaciones impulsadas por una presión evolutiva que implica
el aumento de la producción, que es en realidad el servicio prestado por la otra
parte, a cambio del incremento de la ayuda como contrapartida nuestra. En este
sentido, son tantos los esfuerzos posibles que podemos dedicar a la defensa de los
cultivos, que sólo entraremos a analizar algunos para los que pueden existir hue-
llas arqueológicas o en los que la investigación ha mostrado más interés por las
consecuencias políticas y sociales que acarrearon a las sociedades prehistóricas.
El principal de estos asuntos es, tal vez, el que tiene que ver con el suministro de
humedad a las plantaciones.
ble a medida que los cultivos se expanden por territorios en los que la humedad
disminuye en relación con los niveles a los que estaban habituados. Esta razón
ha sigo esgrimida para explicar, como ya hemos visto, el mismo origen del Neo-
lítico, hasta el punto de haber ocasionado teorías defensoras de que la agricultura
no brotó en los enclaves ecológicos originales de los agriotipos de los actuales
vegetales domésticos sino en zonas periféricas a ellos, donde las condiciones
empezaban a cambiar. Allí, las atenciones a las plantas por parte de los humanos
debían por tanto acrecentarse. Es más, toda una tradición historiográfica ve en
la gestión de los regadíos la causa última de los sistemas sociopolíticos huma-
nos más complejos conocidos. Se trataría del denominado “modelo hidráulico”
como génesis de las primeras formaciones estatales (Sanders y Price 1968: 177;
Wittfogel 1974).
5 . Más que de simples hogares domésticos, puede tratarse de fuegos sagrados, es decir, de verdaderos altares.
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 43
tuvo por cierto muy mala prensa en el mundo grecorromano, que lo creyó propio
de gente incivilizada (Heródoto I 66, 2)6.
Llegados a este punto, pues, el panel que sintetizaba las relaciones teóricas
que tanto los cazadores-recolectores como los agricultores y ganaderos estable-
cen con las plantas de las que viven (cuadro 1), se nos ha hecho más complejo
y difuso, y a la vez seguramente más correcto en tanto que la realidad no suele
nunca estar tan encasillada como nuestra tendencia mental a la compartimenta-
ción la imagina. Precisamente el reconocimiento de unos límites poco precisos
en nuestra clasificación de los seres vivos, cuestión planteada por Darwin al
comienzo de su obra sobre el origen de las especies, proporcionó el antiesen-
cialismo a su pensamiento (Gould 1993: 428-432; Buskes 2009: 44-46), conse-
cuencia del cual fue el descubrimiento del mecanismo selectivo que movía la
evolución. El mismo hecho de la siembra de vegetales, que hoy nos parece una
acción tan intencionada cuando nos referimos a las actividades agrícolas, fue
precedido de miles de años en que fue más el resultado de actuaciones incons-
cientes que de tareas voluntarias. Todavía hoy “plantamos” sin querer muchas
especies vegetales por dondequiera que nos movemos. Y si muchas de esas
especies a las que incidentalmente ayudamos a medrar en nuestros ecosistemas
no han entrado en relación agrícola con Homo sapiens, a pesar de nuestro in-
terés por ellas, se debe a que el papel que desempeñamos como propagadores
de sus semillas conoce serios competidores. Las plantas anemócoras, aquellas
que dispersa el viento, no han necesitado de relaciones con seres vivos para su
difusión. Sin embargo, nuestra tendencia a hacernos únicos pilares de la expan-
sión de los vegetales zoócoros que nos sustentan ha encontrado importantes
rivales en algunos casos. Tal vez por esta razón, la encina, el acebuche o el pino
piñonero, árboles tan típicos de los bosques prehistóricos holocénicos andalu-
ces, no alcanzaron nunca en este ámbito geográfico el estatus pleno de plantas
domésticas. Todos ellos disponían, y disponen aún, de otros animales no huma-
nos que difunden sus simientes. En cualquier caso, el Neolítico histórico real
llegado de fuera, aquel que en nuestra comarca de estudio conocemos asociado
a las cerámicas a la almagra, y que podemos denominar Cultura de Zuheros
por ser este sitio cordobés donde mejor se conoce, interfirió en los procesos de
domesticación que podrían haberse estado dando localmente. Por eso, el nuevo
cuadro que desde un enfoque evolutivo podemos proponer incluye la posibili-
dad de una incorporación paulatina y progresiva de faenas protodomesticadoras
también entre los cazadores-recolectores (cuadro 2). De todo ello habrán de dar
cuenta en mayor o mejor medida las investigaciones arqueológicas futuras, para
las que Carmona cuenta con un relativo buen plantel de yacimientos en los que
poner a prueba las hipótesis.
6 . “¿Arcadia me pides? Mucho me pides. No te la daré. En Arcadia hay muchos hombre que comen bellotas que
te detendrán”. Traducción de C. Schrader, quien indica este rasgo de primitivismo (Schrader 1983: nota 170).
44 JoSé LUIS EScAcENA cARRASco y BEATRIZ GAVILÁN cEBALLoS
RECOLECTORES
PLANTAS
• • • •
• • • •
SILVESTRES
PLANTAS
• • • •
SILVESTRES
AGRICULTORES
PLANTAS
DOMÉSTICAS
cuadro 2. Propuesta darwinista de las relaciones del hombre con las plantas que lo sustentan. como
los campesinos prehistóricos consumieron muchos vegetales que en la actualidad han perdido la
consideración de alimento, mantuvieron con esas especies vínculos similares a los que habían teni-
do con ellas cuando eran cazadores-recolectores.
La última faena que los campesinos llevan a cabo en los campos de culti-
vo es la recolección, la misma que en las sociedades depredadoras constituye la
principal, y única para la mayor parte de las escuelas historiográficas. De hecho,
la quema de rastrojos que a veces la sigue, tan típica de los campos de cereales
y de otros cultivos herbáceos tradicionales, puede considerarse en realidad una
primera preparación del sustrato para la temporada siguiente. Más aún si esto no
se hace de forma inmediata porque se aproveche la rastrojera para que pasten
directamente sobre ella los rebaños domésticos.
En relación con este trabajo, la principal diferencia entre las sociedades de-
predadoras y las productoras a la hora de dejar huella arqueológica radica en el
hecho ya señalado de la disminución de la diversidad que caracteriza a la agri-
cultura frente al acopio de alimento vegetal silvestre. Este último se caracteri-
zó durante cientos de miles de años por la escasa diferencia proporcional en la
cantidad recabada de cada especie, aunque hubiese contrastes lógicos motivados
por la heterogénea oferta estacional. Sin embargo, al intensificar el interés sólo
por unas pocas plantas, tan drástica reducción del número de especies explotadas
conllevó necesariamente un radical aumento del consumo de sus frutos. La ali-
mentación neolítica se empobreció en calidad respecto a la paleolítica, y originó
así una presión selectiva que promovía la especialización de ciertos útiles en
quehaceres muy concretos. La siega tiró primero de simples láminas de sílex que,
engarzadas diagonalmente al sentido longitudinal de un mago de madera, originó
las primeras hoces. En el ámbito de carmona, esas piezas líticas de hoz, carac-
terísticas de los sitios neolíticos más arcaicos, apenas se han documentado. Por
esta razón, puede sostenerse que las granjas y/o aldeas neolíticas más antiguas de
la zona pudieron explotar en gran medida todavía la rica vegetación silvestre que
caracterizaba al bosque de tipo mediterráneo de la vega del corbones, unas for-
maciones con más o menos frondosidad que proporcionaban además un abundan-
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de carmona 45
te y variado alimento a los rebaños (Fernández caro y Gavilán 1995: 54). Esto
hablaría tal vez de unos momentos viejos del Neolítico local más ganaderos –en
su modalidad pastoril- que agrícolas. Pero, tanto en esos mismos enclaves como
en los detectados en la cornisa de Los Alcores, son abundantes por el contrario los
dientes de hoz adjudicadles a los momentos finales del Neolítico y a la Edad del
cobre, ahora con una tipología distinta y con una forma de enmangarlos a la hoz
también diferente. Se trata de piezas denticuladas que se insertaban dentro de una
ranura practicada en la parte cóncava de la hoz en número relativamente abun-
dante. Su uso prolongado dejó en esos trozos de pedernal marcas evidentes, el
característico brillo de siega o lustre de cereal. Una buena representación de este
tipo de útiles se localizó en las prospecciones superficiales llevadas a cabo a fines
del siglo pasado en estaciones como Las Barrancas y Los Álamos (Fernández
caro y Gavilán 1995: 27-44), pero su hallazgo en la zona se remonta al menos a
los trabajos de G. Bonsor, quien encontró dientes de hoz de sílex en Acebuchal
(Bonsor 1899: 134). La agricultura local tiene aquí, por tanto, uno de sus reflejos
arqueológicos de más personalidad (fig. 4).
Figura 4. Dientes de hoz de sílex de Campo Real y reconstrucción de una hoz, según Bonsor (1899).
que ese cadáver infantil pudo cubrirse con una capa o manto vegetal (Belén y
otros 2000: 389). Y si esas hierbas se cortaron con las mismas hoces usadas para
la siega de la mies, lógicamente el instrumento de corte y sus engranajes líticos
habrían experimentado un desgaste similar, que en este caso nada tenía que ver
con la agricultura. El mismo resultado podría esperarse de la siega de pasto, hier-
ba verde u otros vegetales que se aportaran a herbívoros encerrados en apriscos.
De hecho, si no en la carmona prehistórica, la existencia de corrales u otros sitios
cerrados y protegidos a los que se arrimaba alimento para los animales está bien
constatada en otros yacimientos de la Península Ibérica, como luego veremos.
La relación entre los humanos y los animales domésticos puede ser sinteti-
zada también en una tabla sinóptica que muestre cada una de las facetas en que
puede dividirse (cuadro 3). De la misma forma, aquí existe una siembra, que se
manifiesta en la selección de los progenitores que van a dar lugar a la cabaña
y en su cruzamiento reproductivo, unos cuidados, que han ido aumentando en
cantidad y calidad a lo largo del proceso que conduce a la ganadería actual, y una
“cosecha”, que se revela en el matadero y en otras facetas de aprovechamiento
secundario. Como ocurre con la agricultura, este final no tiene por qué ser siem-
pre un destino alimenticio directo. Los animales fueron en la Prehistoria también
herramientas para el trabajo y fuente de otros recursos además de los cárnicos,
aunque su último destino fuese casi siempre la mesa después de pasar por la co-
cina. Al final de este apartado podremos resumir esas relaciones también en su
correspondiente cuadro después de ver cómo los cazadores recolectores incorpo-
raron paulatinamente algunos de los trabajos que hoy caracterizan a la ganadería.
Vayamos primero a los datos locales procedentes de Carmona y su entorno.
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 49
REPRODUCCIÓN “COSECHA”
CUIDADOS
•
SELECTIVA (carne y productos secundarios)
• • •
CAZADORES
GANADEROS
Cuadro 3. Relaciones teóricas de los humanos con las especies animales que le sirven de sustento.
Uno de los pocos contextos prehistóricos de los que se han analizado los res-
tos de fauna corresponde a la excavación de la finca nº 6 de C/ Dolores Quintani-
lla, dentro del casco antiguo de Carmona (Conlin 2003: 127-128). De este estudio
se ha publicado poco más que la identificación de especies y algunos detalles de
su hallazgo, suficientes al menos para llevar a cabo una serie de consideraciones
sobre los aspectos básicos en los que un trabajo como el que ahora firmamos pue-
de entrar por disponibilidad de espacio. En función de los materiales cerámicos
que los acompañaban, todos esos vestigios corresponderían a un momento final
del Neolítico Atlántico Tardío, si no ya a comienzos de la Edad del Cobre, que en
términos cronológicos tradicionales podríamos situar entre los últimos siglos del
cuarto milenio a.C. y los primeros del tercero.
dades primitivas actuales, que han llevado a cabo históricamente esta práctica,
unas veces cazando animales salvajes y otras apropiándose de forma violenta de
las reses de los vecinos, como era costumbre ancestral hasta hace poco entre los
masai y entre otros pastores de bóvidos (Lincoln 1991: 134-136). De este hábito,
que podríamos remontar al menos al final de la Prehistoria bajoandaluza, dieron
buena cuenta los propios mitos tartésicos al narrar el rapto de las vacadas de Ge-
rión. En tercer lugar, los herbívoros salvajes, que deambulan libremente por los
campos, son uno de los principales enemigos de una agricultura consolidada de
tipo herbáceo, por ejemplo de los cereales y de los cultivos hortícolas; de ahí que
eliminarlos suponga una tarea más de la lista ya tratada de cuidados y atenciones
que los campesinos dedican a las plantas domésticas de las que viven. Finalmen-
te, al suprimir la fauna salvaje vegetariana, los propios animales domésticos se
benefician de la falta de competencia por la comida, sea ésta el rastrojo de las
cosechas en las parcelas ya segadas sea el pastizal silvestre.
NR %1 %2
Vaca (Bos taurus) 317 13,06 22,53
Oveja (Ovis aries) 31 1,23 2,20
Caprinos (Ovis/Capra) 308 12,77 21,89
Cabra (Capra hircus) 7 0,28 0,49
Cerdo (Sus sp.) 224 9,22 15,92
Perro (Canis familiaris) 496 20,43 35,25
Total de restos de fauna doméstica 1.383 56,96 98,30
Uro (Bos primigenius) 4 0,16 0,28
Ciervo (Cervus elaphus) 14 0,57 0,99
Liebre (Lepus granatensis) 1 0,04 0,07
Conejo (Oryctolagus cuniculus) 4 0,16 0,28
Zorro (Vulpes vulpes) 1 0,04 0,07
Total de restos de fauna salvaje 24 0,98 1,70
NMI %1 %2
Vaca (Bos taurus) 9 15,78 17,65
Oveja (Ovis aries) 5 8,77 9,80
Caprinos (Ovis/Capra) 18 31,57 35,30
Cabra (Capra hircus) 5 5,26 5,89
Cerdo (Sus sp.) 11 19,29 21,56
Perro (Canis familiaris) 5 8,77 9,80
Total de cabezas del grupo de domésticos 51 89,47 100,00
Uro (Bos primigenius) 1 1,75 16,66
Ciervo (Cervus elaphus) 2 3,50 33,33
Liebre (Lepus granatensis) 1 1,75 16,66
Conejo (Oryctolagus cuniculus) 1 1,75 16,66
Zorro (Vulpes vulpes) 1 1,75 16,66
Total de ejemplares del grupo de salvajes 6 10,52 100,00
Total de individuos 57 100,00 100,00
Cuadro 5. Restos óseos de C/ Dolores Quintanilla 6. Selección de datos a partir de Conlin (2003). Nú-
mero mínimo de individuos (NMI), porcentajes sobre el total de cabezas (% 1) y sobre los totales de
sus correspondientes grupos (domésticos y salvajes). Frente a las 9 vacas, todos los caprinos suponen
un total de 28. Aunque la cantidad de carne suministrada por un bóvido es superior a la de cualquier
oveja o cabra, la relación de cabezas en la cabaña es aquí de 1 a 3 a favor de los segundos. Por tanto,
en el paisaje de la época predominaba la ganadería de pequeños rumiantes, que en cualquier caso
podían formar parte de los mismos rebaños que las vacas. Más difícil de mezclar con todos éstos son
los cerdos, tanto por su alimentación omnívora como por las exigencias de su distinto manejo.
Por lo pronto, de todos los restos hallados sólo los esqueletos de los perros
aparecieron en conexión anatómica. Que tales huesos no se hallaran descuarti-
zados o cortados de manera sistemática, al igual que los demás, revela que no
estamos ante restos de comida. No se trata pues, en principio, de basura orgánica
tal como hoy la entendemos. El perro fue uno de los primeros animales domesti-
cados por el hombre a partir de Canis lupus, el lobo. Su relación con los grupos
humanos prehistóricos se conoce desde el Paleolítico Superior al menos, y parece
que el interés por él por parte de nuestros ancestros no tuvo que ver en principio
con la idea de producir directamente carne, ya que se empleó más bien como
compañía y, tal vez, como ayuda en la caza. De esta forma, si proporcionaba
alimento era de forma indirecta, facilitando la captura de otros animales, con lo
que su aproximación al hombre incidió más en una intensificación de la economía
depredadora ya existente en el Paleolítico que en una transformación de la misma
hacia un sistema productor (Reichholf 2009: 153-157). Sin embargo, como sus
52 José Luis escacena carrasco y BEATRIZ GAVILÁN CEBALLOS
Parece que a los perros de C/ Dolores Quintanilla se les tuvo cierta conside-
ración, porque fueron sepultados en distintos niveles de una gran oquedad –tal
vez una cabaña previamente abandonada- y cubiertos por lo general con amonto-
namientos de rocas. Es más, uno de ellos apareció con sendas piedras de mediano
tamaño a los lados de la cabeza, como sujetándole el cráneo (Conlin 2003: 110).
Un gesto parecido se observó en 1986 en Lebrija. Aquí, en un estrato protohistóri-
co, se ocultó sólo el cráneo de un perro rodeado de un círculo de pequeñas piedras.
Pero se corresponden más en el tiempo con los hallazgos de Carmona los perros
sepultados del Egipto predinástico, que han sido interpretados normalmente como
actos rituales (Baumgartel 1955: 19-23; Arkell 1975: 32). En función, pues, de las
circunstancias que en Carmona rodean a estos testimonios de perros enterrados
en posición anatómica, la hipótesis más razonable podría verlos como animales
de compañía y como ayudas para el manejo de los rebaños de herbívoros o para
la caza. Sólo un examen más detallado de sus esqueletos, que permita el recono-
cimiento de la raza, podrá suministrarnos algún día información más concreta
sobre el papel económico y social que desempeñaron para los grupos humanos de
entonces, porque la selección de las variedades orientadas hacia la caza ha sido
normalmente incompatible con la que promovió su empleo como pastor.
De la Carmona del tránsito del cuarto al tercer milenio a.C. se conocen ade-
más huesos de caballo, animal en realidad poco frecuente en la Prehistoria recien-
te de Andalucía occidental si nos atenemos a las listas de fauna dadas a conocer
en la literatura especializada. De hecho, en las estratigrafías de Setefilla y de
Lebrija, por citar sólo dos sitios bien analizados que abarcan gran parte del Holo-
ceno, el caballo está ausente de los niveles anteriores al primer milenio a.C. Así,
la Mesa de Setefilla (Lora del Río), yacimiento relativamente cercano a Carmona,
sólo contenía huesos de Equus caballus en los niveles del Hierro Antiguo avan-
zado a pesar de que la secuencia se inicia más de un milenio antes (Estévez 1983:
163). En Lebrija, en una estratigrafía iniciada al menos en el Neolítico, aparece
por primera vez en los estratos VIII-X (Bernáldez y Bernáldez 2000: 139, tabla
1), que los excavadores fechan desde una fase protoibérica en adelante (Caro y
otros 1987: 169). Pero la presencia de caballo en la Carmona prehistórica puede
tener una clara correlación con la abundancia de esta especie por las mismas fe-
chas en Extremadura, donde sus restos óseos ocupan el segundo lugar después de
los bóvidos (Castaños 1998: 65-69). Aunque los referidos huesos de caballo de
Carmona no tenían señales de fuego como los de otros herbívoros de menor talla
aparecidos en el mismo contexto, presentaban señales de descarnamiento (Conlin
2003: 101). Por ello, hay que darlos en principio por basura originada en prácti-
cas alimenticias. Que, antes de convertirse en comida, esta especie se destinara
al trabajo agrícola y/o a la monta y el transporte está por averiguar. Carecer de
caballos en determinados momentos de la Prehistoria de la región puede explicar
que los esqueletos humanos hallados en una sepultura de la Edad del Bronce de la
Mesa de Setefilla presenten una notable hipertrofia en el lugar donde se insertan
los músculos crurales, porque esa característica es frecuente en quienes desarro-
llan un acusado hábito de marcha (Turbón 1983: 169). Si esta relación es cierta,
la hipótesis predice la posibilidad de que los esqueletos humanos prehistóricos de
Carmona, aún escasamente analizados desde el punto de vista paleopatológico,
muestren similares características que los de Setefilla en aquellas fases en las que
estuviera descartado para la monta el uso de caballos o de otros animales8.
8 . Por transferencia automática al pasado de lo que hoy hacemos en Occidente, casi ningún prehistoriador
ha pensado en la posibilidad de que los bóvidos se utilizaran para la monta en otras épocas. Esta costumbre está
constatada etnográficamente en diversas culturas actuales.
54 JoSé LUIS EScAcENA cARRASco y BEATRIZ GAVILÁN cEBALLoS
ambos grupos constituyen aún hoy la misma especie, puesto que pueden aparearse
entre sí y dar descendencia fértil9. En la Prehistoria, las dos variedades estaban aún
más cerca desde el punto de vista evolutivo, con lo que era más fácil su cruzamiento
y más parecido su aspecto físico. Por eso, las imágenes de suidos más antiguas que
conocemos posteriores a las de los jabalíes paleolíticos revelan especímenes más
estilizados que muchos de los cerdos domésticos criados en las granjas actuales. De
alguna forma, recuerdan a las castas más puras de nuestro cerdo ibérico de capa os-
cura. Así son por ejemplo los cerditos de marfil que formaron parte de algún atuendo
funerario del dolmen de Montelirio, en castilleja de Guzmán (fig. 7)10. Algo pare-
cido ocurre con los caprinos, término en el que englobamos ovejas y cabras porque
sus esqueletos son con demasiada frecuencia indistinguibles.
9 . éste es uno de los criterios más operativos para la diferenciación específica, pero existen otros muchos.
Se trata de un problema aún no resuelto por los biólogos sobre el que hay mucha literatura científica, entre ella
el trabajo para especialistas de R.L. Mayden (1997) o el más divulgativo de c. Zimmer (2008).
10 . Agradecemos a nuestros colegas Vicente Aycart Luengo, coordinador de los trabajos, y Álvaro Fernán-
dez Flores, director de la intervención, el permiso para citar este dato y para publicar las fotos correspondientes.
Montelirio es un hipogeo funerario del tercer milenio a.c. todavía en proceso de excavación cuando redactamos
estas líneas. Los autores del presente trabajo formamos parte del equipo de asesores científicos.
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 55
consumo de leche requiere hoy un apoyo más evidente, lo que suele hacerse con
análisis químicos de los restos de materia orgánica adheridos a las vasijas. Sin
embargo, para la fabricación de punzones, espátulas, alfileres para el pelo u otros
utensilios a partir de huesos de animales sí contamos con documentación directa
(fig. 8). Se han encontrado en diversos contextos prehistóricos, por ejemplo en
las excavaciones de C/ Dolores Quintanilla 6 (Conlin 2003: 123). De este mismo
sector proceden unas piezas de barro cocido, arqueadas y con sendas perforacio-
nes en sus dos extremos, que se tienen por pesas de telar. Este artefacto servía
para mantener tensos los hilos verticales de la trama textil mientras se elaboraban
los paños (fig. 9). En el registro de la Prehistoria reciente del mediodía ibérico,
para aceptar esta supuesta función tales piezas deberían aparecer a la vez que la
fusayolas, el útil que previamente se tendría que haber empleado para hilar. Y,
aunque en Carmona no disponemos aún de ese hallazgo paralelo en un mismo
contexto, sí está confirmado en otros sitios bajoandaluces. Esta circunstancia de-
mostraría la interpretación tradicional, además de apoyar el empleo de fibras ve-
getales y/o animales en la fabricación de los tejidos. De ser éstas de procedencia
animal, la lana de las ovejas representa la materia prima con más posibilidades
de ser la candidata idónea, lo que remontaría al menos en dos milenios la cría de
ovejas productoras de lana de relativa eficiencia en algunas áreas europeas. Este
fenómeno se había fechado hasta ahora en torno al 800 a.C. (Harrison y Moreno
1985: 71), pero ya M. Ruiz-Gálvez (1998: 321) ha señalado otras posibilidades
más viejas al recoger testimonios que demostrarían el incremento paulatino que
la explotación de la oveja productora de lana experimentó a lo largo casi toda la
Edad del Bronce.
Figura 8. Punzones, alfileres y espátulas de hueso de C/ Dolores Quintanilla 6, según Conlin (2003).
De los animales no sólo se explotaba la carne, sino también otros productos secundarios.
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de carmona 57
Figura 9. Pesas de telar elaboradas en cerámica. La fila superior, sin escala en el original, procede según
Bonsor (1899) de Campo Real. La hilera inferior es de C/ Dolores Quintanilla 6, según Conlin (2003).
Figura 10. Bellotita tallada en marfil del hipogeo funerario de Montelirio. Foto
Arqueología y Gestión S.L.L.
REPRODUCCIÓN “COSECHA”
• • •
CUIDADOS
SELECTIVA (carne y productos secundarios)
• • •
CAZADORES
GANADEROS
cuadro 6. Propuesta darwinista de las relaciones de los humanos con los animales que le sirven de
sustento. El registro etnográfico y los datos arqueozoológicos apoyan la existencia de pasos previos a la
situación que consideramos hoy ganadería plena. como hacen en la actualidad los lapones con el reno,
los rebaños “salvajes” de los que viven los cazadores-recolectores se explotaron de forma cada vez más
parecida a una gestión ganadera. como “cuidado” de las manadas hay que entender también su protec-
ción de los depredadores rivales, ya fueran animales carnívoros ya comunidades humanas distintas.
Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 59
Frente a estas ideas, la New Archeology americana promovió más tarde su “teo-
ría de la presión demográfica”, que incidía en la consideración del trabajo agrope-
cuario como algo no deseable por las comunidades humanas. De esta forma, si las
nuevas costumbres económicas se impusieron fue porque solucionaban un creciente
desequilibrio entre la oferta y la demanda de alimentos. Esta hipótesis, defendida
de hecho por el maestro de dicha corriente (Binford 1988: 223-229), tuvo tal vez
su máximo desarrollo en la obra de M.N. Cohen (1981), que tampoco proporcio-
naba en realidad demasiado detalle acerca de cómo el fenómeno se expandió una
vez puesto en marcha. De hecho, el propio mecanismo explicador se convertía en
una trampa a la hora de dar cuenta de la aceptación del neolítico en otros ámbitos
geográficos. Porque, si la ganadería y la agricultura eran actividades en principio no
apetecibles por suponer mucho más trabajo añadido que la mera caza y recolección,
y sólo una demografía por encima de la que podían soportar los ecosistemas silves-
tres obligaba a su adopción, se deducían de aquí dos posibles consecuencias lógicas:
la primera, que todos aquellos grupos humanos con una población numéricamente
adaptada a los recursos habrían desconocido procesos autónomos de neolitización;
la segunda, que tendrían que constatarse fenómenos de “regresión” desde situacio-
nes de producción a estadios depredadores en aquellos ámbitos en los que comuni-
dades neolíticas de nueva arribada hubiesen experimentado situaciones de oferta de
alimento silvestre por encima de la demanda global. Este último escenario nunca se
ha descrito, aunque se sepa de episodios de incremento puntual de las actividades
cinegéticas y recolectoras en situaciones como la reseñada. Al contrario, se conocen
núcleos neolíticos prístinos a nivel mundial en los que la demografía humana prece-
dente no conoció niveles tan altos como para originar las trasformaciones económi-
cas que conducirían hacia la producción controlada de alimentos.
grupos ya neolíticos venidos de fuera, que pusieron sus miras primero en las zo-
nas aledañas al Corbones. Esas comunidades pertenecieron al denominado ahora
Horizonte de Zuheros (Gavilán y otros e.p.) y hasta hace poco “Cultura de las
Cuevas” (Navarrete 1976). Con el tiempo, y tras dos milenios por lo menos, los
grupos de campesinos, con una agricultura y una ganadería ya más complejas,
ocuparían con sus aldeas y poblados también la cornisa de Los Alcores, donde
se asientan enclaves como Campo Real (Bonsor 1899: 35-40; Cruz-Auñón y Ji-
ménez 1985), la misma Carmona (Conlin 2008) y Vereda de Alconchel (Amo-
res 1982: 63-64). Esta segunda intensificación agroganadera perteneció ahora al
Neolítico Atlántico Tardío (Escacena y otros 1996: 243-265), un mundo que dio
paso en los primeros siglos del tercer milenio a.C. a la sociedad de la Edad del
Cobre. Será este nuevo horizonte calcolítico el que más desarrollará durante la
Prehistoria las actividades económicas relacionadas con el mundo del campo,
en un bucle retroalimentado de creciente demografía tanto de las comunidades
humanas como de las especies domésticas relacionadas con ellas.
Uno de esos pilares son los bóvidos, para cuya valoración usaremos un solo
dato pero de especial relevancia: los costillares depositados como ofrenda en una
tumba de la Edad del Bronce hallada bajo la plataforma de sillares que sirvió
de cimiento al teatro romano de Carmona (Belén y otros 2000: 388). Durante
las etapas históricas más recientes, el ganado vacuno ha sido seleccionado por
los ganaderos en diversas líneas. La que buscaba rendimiento cárnico potenció
individuos en los que los músculos aumentaran en lo posible más que el esque-
leto. Pero las sociedades antiguas toparon con importantes problemas para lograr
62 José Luis escacena carrasco y BEATRIZ GAVILÁN CEBALLOS
ese objetivo, entre ellos una fuerte presión sobre los rebaños que perseguía una
pronta reproducción de las hembras para aumentar la cabaña, ya que en ese cre-
cimiento numérico residía a veces el poder y el prestigio del propietario. Así las
cosas, las fuerzas evolutivas consiguieron imponer cada vez más una estrategia
reproductora “pesimista”, aquella que lleva a muchas especies –también en los
vegetales- a producir prole a escasa edad cuando la vida hasta el final de la etapa
de crecimiento corporal no se halla garantizada (Ruiz de Clavijo 2000: 36). Y,
aun cuando esta tendencia no estuviera alojada necesariamente en el genotipo de
los bóvidos, marcó de hecho una disminución fenotípica de la talla de las reses a
comienzos del proceso de domesticación, en el Neolítico, y en general en tiempos
de escasez y de cambios ecológicos, como sucedió en parte de Andalucía durante
la Edad del Bronce. Este fenómeno ha sido observado en contextos prehistóricos
del Guadalquivir inferior a raíz de los huesos de bóvidos rescatados en las exca-
vaciones arqueológicas de Lebrija llevadas a cabo por A. Caro y otros (1986).
Allí, el aumento de la presión antrópica sobre los rebaños a lo largo del segundo
milenio a.C. condujo a una edad de sacrificio menor en relación con las pautas de
matanza neolíticas y a una reducción paralela del tamaño de los animales (Ber-
náldez y Bernáldez 2000: 142).
Sin embargo, dichos bóvidos de poca talla no sólo pueden ser explicados
de este modo; también cabe la posibilidad de que sean razas con estas caracte-
rísticas, pues esas variedades se han constatado en el norte de África en época
prehistórica. Se trataría de un tipo conocido a veces en la literatura arqueológicas
por su denominación francesa (le petit boeuf) y que, de origen al parecer magre-
bí (Camps 1980: 60-61), pudo llegar a la Península Ibérica a finales del cuarto
milenio a.C. o a comienzos del tercero, cuando se instala en la vertiente oeste
hispana el Neolítico Atlántico Tardío. En la Europa occidental de fines del Neo-
lítico, le petit boeuf está presente en las culturas de Chassey, de Cortaillod y de
La Lagozza, entre otras. Todos esos mundos fueron protagonistas de cambios tan
radicales como los observados para esta época en parte de la Península Ibérica,
y que en Carmona hemos visto traducidos en un fuerte incremento de las acti-
vidades agropecuarias y en la ocupación de muchos nuevos hábitats, entre ellos
los situados en la cornisa del alcor. No hace mucho, los biólogos que estudian
la fase de ocupación más reciente del yacimiento de Atapuerca, en Burgos, han
encontrado homologías genéticas entre los bóvidos de este sitio y algunas razas
norteafricanas (Anderung y otros 2005).
Figura 11. Relación entre la producción agrícola y la demografía humana, según Rindos (1990). La
línea curva continua representa la capacidad sustentadora de las plantas domésticas. La línea recta
continua corresponde a la capacidad sustentadora efectiva mínima. La línea discontinua expresa la
población humana real. El segmento demográfico por encima de la capacidad sustentadora efectiva
mínima supone población sobrante a nivel local.
**
Puede resultar paradójico en fin, pero es ésta la realidad actual, que, después
de esta etapa tardoneolítica o del Cobre antiguo en que el solar que hoy ocupa
Carmona se puebla por vez primera, conozcamos mucho peor su agricultura y
su ganadería prehistóricas. De hecho, y en relación con los restos conservados y
estudiados de animales y plantas domésticos, nada más se ha señalado parte del
bóvido al que antes hemos aludido como ofrenda funeraria y algunas semillas de
especie no identificada (Belén y otros 2000: 388). Sólo el análisis de la época pro-
tohistórica supondrá un nuevo incremento de los datos y, por ende, de nuestros
conocimientos sobre el tema (Escacena 2007)11.
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Agricultores y ganaderos prehistóricos en el ámbito de Carmona 67
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72 José Luis escacena carrasco y BEATRIZ GAVILÁN CEBALLOS