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Tres Cuentos Bajo La Lluvia
Tres Cuentos Bajo La Lluvia
Los personajes que intervienen en los relatos que presento más adelante al lector,
son sacados de la realidad, existieron y varios de ellos o sus parientes, aún viven, por
lo cual he, por razones obvias, omitido nombres y/o referencias, ya que no quiero
herir sensibilidades más allá de lo humanamente permitido. Los hechos y
acontecimientos que detallo en las páginas siguientes, sucedieron; antes, durante y
después del golpe militar de septiembre de 1973, con todo lo que ello significo, tanto
en lo político, como en lo social. Lo he querido relatar a modo de cuentos,
tomándome algunas legitimas licencias literarias o imaginativas según mi
entendimiento.
El primer relato se trata de la historia de una niña, y su familia, de origen campesino
y trabajador, sus sueños, sus anhelos, sus logros, marcados por la adversidad, la
época en que les tocó vivir y su trágico final.
El segundo cuento, trata de un crimen horroroso, de una mujer profesional, hija
única de un padre amoroso y una madrastra impersonal, donde intervienen en el
relato, otros personajes, como testigos y sospechosos, de “hábiles interrogatorios”,
hechos por los investigadores de la época, que terminan muy dañados y un desenlace
inesperado.
El tercero cuenta la historia de un hombre, trabajador, que llega al suicidio,
empujado por el desengaño, la soledad, y la tradición, que lo sumen en el
alcoholismo, que lo lleva a hacer locuras y finalmente, la muerte, en provecho de
quien lo traicionara.
Espero que este pequeño libro, sea del gusto de nuestros lectores y también les sirva
para recordar o enterarse de algunos hechos que sucedieron en nuestro país décadas
atrás.
El autor
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MALA PATA
Una tarde en que me encontraba conversando con una vecina del negocio de al
lado, matando el tiempo, esperando tanto ella como yo, que apareciera un
cliente, entró la joven a mi negocio en forma intempestiva , cuando vio a mi
vecina, la saludo con familiaridad y le pidió que le diera algo de dinero para
comprar cigarrillos a lo que mi vecina le contesto que desgraciadamente en
ese momento no tenía ni un cinco, luego se acercó a mí y como una parte del
negocio era de fantasías y regalos, abrió una con sus manos y me ofreció en
venta unos aros de colgajos que al parecer hacía poco se los había sacado de
sus orejas, cuidando de no ofenderla ni herirla, ya que a primera vista me
pereció una persona medianamente educada y extremadamente sensible, le
conteste que no compraba artículos de uso personal, pero que podía facilitarle
unos pesos para que comprara sus cigarrillos, por primera vez desde que había
llegado y que yo había tenido el tiempo suficiente para observar su escuálida
vestimenta, su mórbida piel tostada, su pelo de color pajizo y su inquietante
cuerpo, me miró de lleno y pude ver más de cerca su cara de agraciadas
facciones y en ella unos grandes y hermosos ojos verdes, rodeados por unas
largas pestañas oscuras, sus ojos tenían una extraña mirada, como la de los
místicos o como de aquellos que miran y no ven el mundo exterior que los
rodea, tomando el dinero me contestó con un brillo fugaz en su mirada y una
voz gruesa pero aterciopelada, yo diría acariciante; que agradecía mi gesto
pero que de todas manera me dejaba los aros en prenda o para que los
vendiera y pudiera hacerme del pago por el dinero facilitado, aunque mi lado
mercantil me decía que los aros no tenían ningún valor comercial, tanto por su
naturaleza como por el uso sufrido, le contesté que no se preocupara que así lo
haría. Luego ella salió rauda del negocio, en la misma forma en que había
entrado.
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A Obras Públicas, entró a trabajar como peón de camino, al poco tiempo sus
jefes viendo su buen carácter, entusiasmo por el trabajo y ciertos rasgos de
liderazgo lo nombraron Capataz de Cuadrilla, destinándolo a operar en la
Provincia de Cautín. Al principio se sentía bien mandando y organizando las
labores pero luego empezó a sentir nostalgia de su tierra, del calor de la cocina
de la casa de sus padres, de las sabrosas comidas y la ropa limpia que le
preparaba su madre, estaba aburrido de comer y dormir en cualquier parte y de
las bromas de sus subordinados cuando firmaban el libro de asistencia, en las
tardes antes de dirigirse a sus hogares, donde los esperaban sus hijos y sus
mujeres con la comida caliente y dispuestas a satisfacerles todos sus deseos y
necesidades. Trató de superar el aburrimiento en algunas oportunidades,
yendo a algún cabaret o casa de remolienda de los pueblos cercanos, donde se
emborrachaba y luego se encamaba con cualquiera de las asiladas disponibles,
era sólo el momento, abecés solamente para dormir acompañado y de esta
forma matar su soledad.
Un día, al principio de la primavera, uno de los maestro, tal vez viendo su
abandono, lo invitó a su casa a celebrar el bautizo de uno de sus hijos, el
aceptó prometiendo llevar el vino, llegó como a las siete de la tarde, cuando el
sol había empezado a declinar en el horizonte y los dueños de casa, con los
familiares, habían vuelto de la iglesia con el bautizado y con las mujeres se
aprestaban a preparar el causeo, el pebre cuchareado, las ensaladas y las papas
para el asado de celebración del acontecimiento, mientras el dueño de casa,
con otros parientes y amigos preparaban en el patio trasero, en una rancha de
la modesta casa que habitaban, el fuego en el Pancho, para el asado de cordero
pascuero, sacrificado temprano en la mañana, del que habían saboreado el
tradicional ñachi, o sangre cuajada en limón con cilantro y regado con
abundante vino blanco. Cuando vio a su invitado que llegaba, lo salió a
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torno al tiempo, el bautizo, y las labores del campo, luego llegó el dueño de
casa y al entrar a la cocina y percatarse de que había un extraño, lo miró de pie
a cabeza, con esa mirada dura y desconfiada, que tiene el campesino cuando
se siente amenazado en sus pertenencias, mirada que cambió radicalmente,
cuando su hija se lo presentó como jefe de su tío, hermano de él. En el
intertanto, la madre, había dispuesto la mesa para servir, invitando a todos,
después de que se lavaran las manos, a sentarse a comer.
Durante la comida el padre inició, con esa brusquedad y franqueza del hombre
de campo, y las miradas de desaprobación de su mujer, una especie de
interrogatorio, que puso muy nervioso a nuestro visitante; Que, ¿de dónde
era?, ¿quiénes eran sus padres?, ¿desde cuándo trabajaba en Obras Públicas…
y si ahí se ganaba buena plata?, a lo que él, contestó sumisamente, que era de
Puerto Montt, que sus padres también eran de allá, que trabajaba en Obras
Públicas hacía varios años y de lo que ganaba no podía quejarse. Pero lo que
rebaso el vaso, he hizo ponerse roja como tomate a su hija, quien tuvo que
exclamar ¡pero papá!, fue cuando le preguntó, ¿Cuál era el motivo de su
visita? y que si era por su hija, tenía que tener muy buenas intenciones, pues
no iba a tolerar que ¡nadie le faltara el respeto! a lo que nuestro héroe, que ya
se encontraba con un nudo en el estómago y haciendo de tripas corazón, le
contestara, que lo respetaba mucho, que su intenciones eran buenas y que
aprovechaba la ocasión para pedirle permiso para cortejarla, lo que produjo
que el dueño de casa, callara un rato y que luego mirara a su mujer y le dijera;
vieja, tráete la botella que nos vamos a tomar un trago, con este gallito, pues
me está cayendo bien.
Cuando se despidieron, aquel anochecer, junto al portón bajo un cielo
estrellado, él se atrevió a besarla en la mejilla a lo que ella no opuso
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siguió siendo una buena alumna, y que un día muy especial para ella, se
levantó, floreciendo como mujer, lo que acentuó la sensualidad de su cuerpo,
la ensoñación de su mirada, y una cierta sinuosidad de sus movimientos;
muchos de sus compañeros, la pretendieron pololear, pero ella, sólo se dejaba
querer, brindándoles una que otra coqueta sonrisa, lo que exacerbaba más las
pretensiones de estos. Sus amigas la instaban a que pololeara, que era rico
abrazarse y besarse con los jóvenes a la salida de las clases, en los atardeceres
de primavera, bajo los árboles de la plaza, a lo que contestaba, que aún no
había conocido a la persona que le interesara y conquistara su corazón.
Un día, llego el padre, comentando que ese año, era año de elecciones
presidenciales, que había mucha agitación en el país, la radio y los diarios
informaban sobre tomas de campos, especialmente una, donde había muerto
un funcionario de la Corporación de la Reforma Agraria; huelgas y
enfrentamientos entre los partidarios de los diferentes candidatos, algunos
medios de comunicación escritos, aparecidos últimamente, también habían
tomado partido, por uno u otro candidato y en sus páginas, sólo destilaban
odio, hablando del viejo maricón, el loco de la pala o el comunista de mierda,
ya no se podía hablar con alguien sin tener que explicar su posición política,
por quién iba a votar o enredarse en una interminable discusión ideológica.
En el trabajo, unos compañeros, le habían dicho que tenía que votar por el
candidato del pueblo, pues, pertenecía a la clase trabajadora y que cuando el
saliera, en Chile todos iban a ser iguales que los jefes, los gerentes y todo el
mundo, tendrían que usar overol, para luchar contra el imperialismo yanqui,
les había dicho que bueno, para que lo dejaran trabajar tranquilo.
Las elecciones, fueron en un día de septiembre, ganó, con gran estupor de
todos, incluyendo sus partidarios, la presidencia, el candidato de los
compañeros, el resto de esa noche y madrugada los partidarios, especialmente
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mapuches, serían como las dos de la tarde y el sol se encontraba parado sobre
sus cabezas, al acercarse pudo distinguir a un hombre sentado en el umbral
dormitando y a una mujer cerca de la vertiente al parecer lavando algunos
utensilios, el ladrido de unos perros que merodeaban por el sector, hicieron
que el hombre levantara la cabeza y se pusiera de píe, la mujer en alerta y
unos niños semidesnudos, de caras sucias, se asomaran en el hueco que hacía
de puerta. Cuando estuvo cerca, frente a ellos, los niños lo miraron con los
ojos como huevos fritos, la mujer miró al hombre y el hombre lo escudriñó de
pie a cabeza, después de tomarse un tiempo en esta acción le preguntó con el
ceño fruncido y voz de poco amigo; qué quería y qué estaba haciendo por ahí,
él les dijo que era del pueblo, que hacia algunos días que andaba por esos
lados y que estaba muerto de hambre, el hombre miró a la mujer y después le
contestó, ya algo más calmado, que eran pobres pero que pan y un poco de
harina tostada le podían convidar; la mujer, acto seguido, tomó un tacho
enlozado donde puso varias cucharadas de harina y algo de azúcar y vació en
él, de un balde, agua del estero y se lo pasó, juntó con un pedazo de tortilla al
rescoldo, él agradeciendo el gesto se dispuso a engullir con fruición lo servido.
Después de saciar, en parte, su apetito, trató de entablar conversación con el
dueño de casa, preguntándole si sabía algo, con respecto a lo que estaba
sucediendo en el pueblo, él le contesto con cierta maliciosa suspicacia, que
después que los milicos habían andado en camionetas por los campos
buscando algunas personas, se fueron y la gente trataba de volver a sus labores
habituales, oyendo esto, nuestro amigo decidió que era hora de tratar de
acercarse a su casa y ver en qué condiciones estaba su familia, despidiéndose
y agradeciendo una vez más la acogida de aquellas gentes, se dirigió camino al
pueblo, llegó a éste al atardecer, algunas personas con las que topó por el
camino, lo miraron con curiosidad y desconfianza, no era para menos, andaba
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todo desarrapado, sucio y con una barba que le cubría gran parte del rostro,
llegado a su casa no se atrevió a entrar por la puerta de calle, sino que lo hizo
por el patio, por la que daba directamente a la cocina, en ella se encontraba su
mujer cocinando y sus hijos sentados a la mesa hojeando algunos cuadernos,
al darse vuelta, tanto su mujer como sus hijos, para ver quién era el que
entraba con tanto desparpajo, lo miró y un gran estupor se reflejó en su rostro,
sin saber quién era el que se encontraba delante de ellos, ¡soy yo!, dijo él, con
la voz temblorosa por la emoción, en un momento, que para él pareció eterno,
lo reconocieron y corrieron a abrazarlo, el tiempo que siguió fue de caricias y
besos, de alegrías y emociones, de preguntas y respuestas, de calor y
confianzas.
Esa noche se acostaron muy tarde, conversando y contándole al padre las
últimas novedades y acontecimientos que se habían producido en el pueblo; la
Intendencia Regional, en manos de un Militar, mandó como Alcalde un civil
que nadie conocía, pero que mandaba como un Militar, muchas personas ya no
estaban en el pueblo y se rumoreaba que los Chinoes y salmones del río,
estaban más gordos que nunca, después de los interrogatorios de los expertos
de Santiago, con los que no resistieron el apremio, los Militares, gracias a
Dios, ya no estaban en el pueblo, pero los Carabineros sí, y estaban cada día
más militarizados y prepotente, también se rumoreaba que varios de ellos se
quedaron con las propiedades de los futre que arrancaron al extranjero, y que
cada cierto tiempo aparecía una persona, preguntado por los familiares de
alguien, persona que después se supo que era de la CNI. Ellos ya no iban al
liceo, porque los compañeros los molestaban preguntándoles a cada rato por el
papá y el Inspector les dijo; que para evitar esto, mejor que no fueran, por un
tiempo.
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Los días que siguieron, los dedicaron a organizarse; la madre, con la ayuda de
la hija, nuevamente a hacer pan y empanadas para vender, el padre salió a ver
si encontraba algún pololito que hacer, para ganar algún dinero y el hijo; un
trabajo. El padre constató que el ambiente en el pueblo estaba un poco espeso,
los que no lo conocían muy bien, lo miraban con desconfianza. Los que lo
conocían bien, primero se sobresaltaron, luego se alegraron de que estuviera
vivo y le prometieron darles todos los trabajos o pololitos que se produjeran,
el hijo, por su preparación y antecedentes escolares, encontró trabajo en el
molino, como operador de máquina. Por todo lo anterior, en la casa empezó a
entrar un poco de tranquilidad y normalidad, después de tanta incertidumbre y
zozobra.
Pasó un año o dos años y las cosas iban muy bien para la familia, trabajo no
les faltaba y pudieron darse ciertas comodidades que antes no tenían, en el
pueblo había vuelto cierta tranquilidad y se podía actuar con, más o menos,
confianza.
Un día en que la madre se encontraba realizando sus menesteres, sintió un
agudo dolor de estómago, al principio no le dio mucha importancia, pero en
los días que siguieron, los dolores se hicieron cada vez más intensos y
frecuentes, no aguanto más y le comunicó a la familia lo que le estaba
pasando. La familia la llevó inmediatamente a la urgencia del Hospital del
pueblo, allí después de esperar un buen rato, la vio un Doctor que luego de
examinarla, les dijo que lo que tenía la señora era muy grave, que la mandaría
en la ambulancia al Hospital regional, porque ahí no tenían ni siquiera algodón
y menos los recursos necesarios para atenderla y que mientras tanto le daría
algo para los dolores. La ambulancia ya se encontraba en el recinto; la
pusieron en una camilla y la subieron al vehículo, con ella subió toda la
familia y partieron raudo a la capital regional.
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único lustrabotas del pueblo, hasta las señoras impiringotadas, les llevaban sus
zapatos y los de sus hijos, para que los lustrara.
Con el dinero que ganaba el padre y lo que ganaba el hijo, el presupuesto
familiar mejoró bastante, pudieron comprar algunas cosas que les faltaban y
tener algo de tranquilidad.
La hija, cada cierto tiempo, iba a la bomba de bencina del pueblo, que
quedaba a la orilla de la carretera, a buscar parafina para la estufa, un día le
sucedió algo inesperado, al irse con su bidón, unos de los camioneros que allí
aparcaban se acercó a ella y saludándola le dijo; perdone señorita, ¿podría
indicarme dónde puedo encontrar alojamiento?, ella lo miro detenidamente,
era un mocetón alto de muy buena figura, de unos veinticinco a treinta años,
de cara sonriente y pelo ondulado, y que imperaba confianza, por lo que se
atrevió a decirle que en la calle principal del pueblo había un hotel y ella podía
indicarle dónde era, pues tenía que pasar por ahí, para dirigirse a su casa,
caminaron junto varias cuadras, conversando del tiempo y de lo bonito que era
el pueblo, y otras cosas sin importancia, sin embargo, todo se produjo con
mucho entusiasmo, lo que quedó claro que simpatizaron al instante, al
despedirse, en la puerta del hotel, él le dijo, que se iba aquedar un par de días
y si podía verla otro vez, para seguir conversando, ya que allí no conocía a
nadie más que ella, lo que la alagó gratamente, diciéndole que mañana
después de terminar sus quehaceres pasaría por ahí como a las siete de la
tarde.
Al irse a acostar en su cuarto, se miró al espejo, se vio que era joven y nada de
fea, pensó en el joven que había conocido y sus mejillas se sonrojaron, tuvo
muchos compañeros y amigos, pero nunca sintió por ninguno de ellos, el
latido de mariposa, de su corazón que hoy sentía, se durmió pensando en el día
de mañana.
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Al otro día se levantó muy temprano, hizo sus quehaceres con premura, se dio
el tiempo para arreglarse un poco y como a las siete, se dispuso a pasar por el
hotel. Él ya la estaba esperando en la puerta, al verla se adelantó muy solícito
a saludarle, luego caminaron hacia la plaza, invitándola a la confitería que
existía, a tomar café con pasteles, ya que estaba empezando a hacer frio, al
principio se rehusó, pero ante la insistencia aceptó de muy buenas ganas. En
la conversación que tuvieron en dicha ocasión, él le contó que trabajaba como
chofer en una empresa de camiones que hacia fletes, entre Santiago y Puerto
Montt y hacía, a veces, hasta dos viajes por semana, que le gustaría, si fuera
posible, verla en dichos viajes, a lo que ella le contestó que aunque recién lo
estaba conociendo, no tendría inconveniente, se despidieron en la puerta de la
confitería, quedando de acuerdo que al atardecer de ese fin de semana, se
encontrarían en la Bomba de Bencina del pueblo.
Para ella, los días que siguieron fueron eterno, de anhelos, su corazón, le
palpitaba más fuerte, cuando se acordaba de aquel encuentro, se sonrojaba y
sus verdes ojos brillaban de emoción, su padre y hermano la miraban, al
servirles la comida, se extrañaban y al mismo tiempo, se alegraban de verla
tan animosa. El día del encuentro llegó, esa tarde, se puso su mejor vestido, se
pintó su boca, arregló sus largas pestañas, y se dirigió hacia la Bomba. Al
llegar, él ya la estaba esperando, la saludó con un beso en la mejilla,
caminaron un poco hasta la hostería que se encontraba a orillas de la carretera,
donde se sirvieron unos refrescos, luego la invitó a ir al camión, a escuchar
música, donde tenía unos casetes, muy buenos, ella al principio tuvo algo de
reticencia, pero al verlo tan solícito y caballeroso, le tuvo confianza y aceptó,
al llegar la ayudo a subir al lado del copiloto, el camión era moderno, tenía la
cabina muy alta y espaciosa, una vez dentro se dedicó a observar, los asientos
eran amplios y muy cómodos, detrás de ellos había una cortina floreada; él
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reclinar sobre el pasto, que la acariciara por todo el cuerpo, le subiera los
vestidos y le bajara las bregas, al principio, se resistió con toda sus fuerza,
pero los ruegos, la insistencia, las palabras enardecidas y las caricias, hicieron
que abriera sus piernas y que aferrado a sus muslo, la penetrara, al principio
sintió dolor, nunca había conocido hombre, luego que él terminara y se parara
a fumar un cigarrillo, se quedó acostada, mirando las estrella, que empezaban
a aparecer en el cielo y a sentir un dulce calorcillo, que embargaba y recorría
todo su cuerpo, llenándola de satisfacción.
El tiempo que siguió, fue igual que antes, sólo que más espaciado, se juntaban
en la Bomba una vez o cada dos semanas, escuchaban música en el camión,
hacían el amor en la litera, luego se servían algo en la hostería, donde
conversaban, ella le insistía de que era hora que conociera a su familia, porque
al fin y acabo, algún día tendrían que casarse, él le contestaba con evasivas,
que más adelante, que aún no estaba preparado para aquello; así transcurrieron
las semanas, hasta que un día no volvió más.
Al principio, pensó que algo grave le habría pasado, y empezó a preguntarles
por su amor, a los choferes de los camiones que allí paraban, estos les decían
que no sabían nada de él, le ofrecían cigarrillos, (ahí empezó a fumar) o la
invitaban a subir a la cabina, al principio rechazo estas invitaciones, pero con
el afán de seguir preguntando e inquiriendo y fumarse un cigarrillo acompaña-
da, abecé, aceptaba, en una de estas ocasiones, uno de ellos trató de
aprovecharse de la ocasión, pero ella indignada, le contestó que no era una
cualquiera, que era de un solo hombre, a lo que él, despechado, le contesto;
que era una tonta, porque el tal amor que buscaba, era casado, tenía hijos y se
había ido a trabajar al Norte, al principio quedó muda, fue como si le hubieran
dado un puñetazo en pleno rostro, luego se puso pálida y empezó a temblar, le
gritó, bajándose del camión, yéndose del lugar, que no era verdad, que le
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se acercó al grupo y al verla, (la conocía desde niña) dijo, con el ceño fruncido
y entre dientes; ¡qué mala pata tuvo esta chiquilla!... y se alejó del lugar,
moviendo la cabeza de un lado a otro.
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EL HACHA
Eran como las dos de la mañana, había terminado de llover sobre el pueblo, la
neblina, empezaba a envolverlo todo y las calles parecían boca de lobo, no se
podía distinguir nada a un metro de distancia, las luces de los pocos faroles
existentes, quedaban enredadas en la niebla de aquella noche, el gendarme,
hacía poco había subido al techo del frente de la cárcel, donde se encontraba la
pasarela y las dos garitas de vigilancia, ( la cárcel no era cárcel, era presidio,
donde iban a parar los reos rematados, a cumplir sus condenas) a hacer su
turno; de dos a seis de la madrugada. Una vez en ella, miro hacia adentro, el
presidio era un rectángulo, al frente daba a la calle, estaban las oficinas
administrativas, hacia atrás, separado por un portón de rejas de fierro, un patio
y alrededor de éste los calabozos, al fondo los talleres, donde algunos reos,
trabajaban en: carpintería, zapatería o talabartería y el recinto donde comían,
todo estaba tranquilo, todos dormían, no se escuchaba ningún ruido, ni el
vuelo de una mosca. Había egresado hacía poco, era nacido en el pueblo, fue
a la Escuela de Gendarmería, recomendado por un Alcaide, amigo de su
padre, obtuvo buenas notas y pidió que lo destinaran a servir a la prisión de su
pueblo, petición que le coincidieron, donde estaba muy contento, se había
casado con su polola de siempre y aún no tenían hijos, el día anterior tuvo
franco, durmió casi todo el día y su mujer lo regaloneó preparándole una
buena comida y esa tarde durmieron la siesta he hicieron el amor, se
encontraba feliz y muy satisfecho. Después de mirar hacia adentro y hacia
afuera, donde no se veía nada por la neblina o camanchaca, como le dicen por
aquí, se sentía o se presumía, que todo el mundo dormía y luego de pasearse
dos o tres veces por la pasarela, dejó el fusil en una de las garita y se dispuso a
disfrutar de un cigarrillo, sacó uno de la cajetilla y se lo llevó a la boca,
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nadie, sabía nada. Muy luego, la noticia corrió como reguero de pólvora, en el
pueblo, las comadres salían a la calle a comentar, nunca había sucedido un
acontecimiento tan extraordinario, desde que fusilaran en el paredón del
presidio a aquellos criminales que trajeron de afuera. De la muerte de la
maestra, cada uno tenía su propia teoría; que había sido un ladrón, un enemigo
de su padre, un apoderado iracundo, o un amante secreto despechado, etc.,
etc., etc.
Lo cierto es, que la profesora era hija única, de un matrimonio campesino, que
tenían gracias a su esfuerzo, un pequeño campito a las afuera del pueblo,
donde tenían una huerta, una quinta frutal y campo suficiente para sembrar
trigo para el consumo, criar y engordar animales, que luego sacaban a vender
a la feria, lo que ganaban en esta actividad, la mitad lo guardaba en una cuenta
anual, en el Banco, para cuando su hija estudiara en la Universidad, con el
resto vivían sin grandes apuros, incluso a su hija le pagaban una pensión, en
casa de unos amigos en el pueblo, para que estudiara las preparatorias y la
enseñanza media; de lunes a viernes estaba en el pueblo, los fines de semanas
se iba a regalonear con sus padres, al campo. Cuando llegó el momento de ir a
la Universidad, se instaló en una pensión de estudiante, cerca de la
universidad, donde aprobó con muy buenas notas los exámenes de admisión y
se inscribió en Pedagogía. Los fines de semana, igualmente se iba al campo,
pasó el tiempo y llegó el momento en que tenía que recibirse, lo que fue
distinguido con honores, era muy buena alumna; se tituló de Pedagoga en la
asignatura de Castellano, dado su currículo, no le costó mucho encontrar
trabajo en el Magisterio de Araucanía, perteneciente al Arzobispado.
Fue destinada a una escuela de Villarrica e igual viajaba todos los fines de
semana al campo, a estar con sus padres, en uno de esos días, encontró a su
madre muy enferma, la llevaron al Hospital, donde le diagnosticaron
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supo que estaba contratada y luego de conversar un poco con ella y ver como
atendía a su padre, quedó tranquila y contenta pues no estaría solo.
Con el tiempo, la empleada y el patrón se fueron acostumbrando a convivir,
ella hacía sus labores y él su trabajo; lo esperaba todos días, con buenas
comidas, le lavaba y planchaba sus ropas, la casa siempre estaba impecable, la
hija estaba muy contenta y satisfecha, al ver a su padre muy mejorado.
Un día, que la viuda fue al pueblo a hacer algunas compras, en la cena de esa
noche, le conto que en el pueblo andaban diciendo, que cómo era posible que
ella, viuda, viviera con un hombre solo, bajo el mismo techo, éste se quedó
pensando un rato, no quería perderla, estaba acostumbrado a ella y le servía
bastante, la miró y le dijo de sopetón; ¡casémonos!, ella hizo como que no
escuchaba, pero cuando repitió; ¡casémonos!, le brillaron los ojos, respondió
que bueno, al parecer era lo que estaba esperando y desde ese mismo día,
durmieron juntos.
El casamiento se hizo un fin de semana, la hija, al principio no estaba muy de
acuerdo, pero después de escuchar las razones de su padre y verlo contento, se
allanó a aceptarlo, la ceremonia se hizo en privado, hubo sólo dos personas,
los testigos; la hija, y un amigo del novio, luego se fueron todos al campo,
donde la vecina, amiga de la novia y su esposo, quienes habían preparado unas
cazuelas de aves y un asado al palo, destaparon unas botellas de sidra y vino
tinto, comieron, conversaron e hicieron salud por los novios, toda la tarde,
muy luego la flamante hijastra, se levantó y dijo que tenía que volver a
trabajar, los demás invitados, dijeron, medio en broma, de que era hora de
retirarse, para dejar solos a los novios y así lo hicieron.
El tiempo pasó, cada uno de los esposos hacían sus labores habituales, sin
problemas, la hija los visitaba casi todas las semanas, el padre siempre le
reclamaba de por qué no pedía el traslado y se venía a vivir con ellos, que la
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echaba mucho de menos, ella decía que era un poco complicado viajar del
campo al pueblo, que más adelante vería que hacer al respecto. La viuda no
veía con buenos ojos esta opción, celosa del amor, que sentía el padre por su
hija, lo regañaba y se lo hacía saber.
Un día, el padre le comentó que estaba cansado de tanto trabajar en el campo,
que había llegado el momento de descansar, que vendería todo, tramitaría su
jubilación, compraría una casa en el pueblo y vivirían en ella, los dos y su hija,
la esposa trató de disuadirlo, pero el hombre de campo, acostumbrado a
mandar y decidir, dijo que no había nada más que discutir.
La venta se efectuó a fines de noviembre, cuando ya había sacado los animales
a la feria y encontrado quien le compró el campo a puertas cerrada, con todo
lo que había en él; casa, muebles, herramientas, etc., sólo guardó los recuerdos
y objetos personales. Con el dinero de la venta, compro una casita en el
pueblo, frente a la cárcel, para la que compró muebles nuevos y todo lo
necesario para vivir cómodamente, el resto, que era bastante, lo puso en el
Banco, en una cuenta a plazo. Luego le comunicó a su hija, que estaba todo
listo para que pidiera el traslado y se viniera a vivir con ellos. Lo que la puso
muy contenta, pues estaba aburrida de estar en pensiones fuera de su pueblo.
Luego de pasar la Navidad con su padre y su madrasta, en la casa nueva,
solicitó su traslado.
El traslado se efectuó en marzo, cuando empezaban las clases, destinada al
liceo que el magisterio tenía en el pueblo; en la casa, se le destinó una
habitación especial para ella. Pasaron años de común convivencia; la hija
salía todos los días a trabajar, volvía a la hora de almuerzo y luego en la tarde,
el padre por otro lado, salía en la mañana a hacer alguna diligencia y la
madrastra se dedicaba a las labores de la casa.
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Una noche, el padre dijo que se sentía mal, que tenía un brazo sin poder
moverlo y le dolía el pecho, la hija se alarmó, llamó un taxi y lo llevaron de
urgencia al Hospital, después de examinarlo, les dijeron que estaba sufriendo
un infarto, que tratarían de reanimarlo y lo dejarían en observación, que
volvieran al otro día para saber más de él. Al despedirse, su padre les dijo,
que le parecía que de esa no se salvaba y a la hija, que por si acaso; la casa y
una cuenta que tenía en el Banco, estaban a nombre de ella.
Al otro día, al llegar a hospital, le dieron la triste noticia; su padre había
muerto durante la noche, sufrió varios infartos y en la madrugada falleció. La
hija, al saber la noticia, no lo podía creer, se volvió un mar de lágrimas, la
madrasta trataba de consolarla, pero no había caso, el dolor era demasiado
intensó.
Lo velaron en la Parroquia, el Cura, en compañía de familiares, amigos,
vecinos que los conocían, compañeros de la profesora, alumnos de ella y
curiosos que nunca faltan, le hecho el responso, luego, en caravana de a pie y
en vehículo, al cementerio, donde el sepulturero ya tenía preparada la fosa.
La vuelta, después de los saludos y abrazos de condolencia, fue muy triste, no
podían convencerse de lo que había pasado, todo fue tan inesperado, la hija,
especialmente, se sentía desolada, para ella, la casa sin su padre, estaba vacía.
Pero la vida continuaba, tenía con sus alumnos y una misión que cumplir, a
ello se abocó con toda el alma.
La rutina en la casa, siguió igual que antes; la hijastra salía todos los días,
volvía a almorzar y luego en la noche a cenar, cruzaban algunas palabras con
la madrasta, le dejaba el dinero para los gastos, luego se encerraba en su
cuarto a trabajar o estudiar. La viuda estaba cada día más taciturna y
silenciosa, a veces malhumorada, pero ella no se daba cuenta y un día pasó lo
que hemos relata anteriormente y que el gendarme vio horrorizado.
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tarde del tercer día, yendo a parar derecho al Hospital, donde permaneció una
semana, curándose del interrogatorio.
A todo esto, los jefes y autoridades superiores, se estaba poniendo nerviosos,
pues estaba pasando mucho tiempo, sin tener nada que presentar, desde arriba
los estaban presionando, para que solucionaran el crimen de una vez por todas,
porque ya se estaba poniendo en duda, la eficacia de la Institución.
Alguien, dijo que había interrogado a la madrastra y encontró muy inconexas
y perturbadas sus respuestas, el jefe a cargo de la investigación, ordenó que
llevaran a la señora al Cuartel para ser interrogada por el psicólogo de la
Institución, el informe emitido por el facultativo decía; que la señora sufría un
trastorno bipolar, producidos por años de humillación, de sentirse dejada de
lado, por su esposo y de incubar durante años, una aversión y odio visceral,
por su hijastra, que le había quitado el amor y la atención de su marido y luego
de la muerte de éste, se había quedado con todo. Concluía, lapidariamente, el
informe; que dado el estudio y lo manifestado por ella, era muy probable que,
en un arrebato delirante, la hubiese asesinado, olvidándose después de lo
sucedido.
Los funerales de la Profesora, fueron un acontecimiento, era muy querida en el
pueblo, fue un domingo, con misa y todo, a ella asistieron los feligreses
habituales, el liceo y profesores, en pleno y mucha gente que la conocía o
habían escuchado hablar de ella. También asistieron, desde Santiago, los
hermanastros, quienes lo días que siguieron, se alojaron, en la casa con su
madre, anduvieron haciendo algunas averiguaciones en el Banco, para luego
desaparecer misteriosamente. Cuando las autoridades fueron a confiscar los
bienes de la difunta, en la cuenta del Banco, no encontraron nada, ni un peso,
lo que determinó un sumario y la desvinculación de la Institución de varios
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funcionarios. La casa, quedó en manos del Estado, hasta que apareciese algún
pariente o Heredero.
El juez determinó, en el juicio que siguió, lo siguiente;
- Que, dado los antecedentes presentados, por la fiscalía, los principales
sospechosos, que hubo en las investigaciones, eran inocentones.
- Que, del informe presentado por el psicólogo y los interrogatorios
posteriores, se desprendía que la culpable, del asesinato de la Profesora
era la madrasta.
- Por lo tanto, se condenaba a ésta, dado su estado mental, a ser recluida,
de por vida, en el manicomio de Temuco.
Alguien, se estará preguntando, ¿y el hacha, con la cual, le partieron el cráneo
a la profesora?, (yo creo que el juez, en más de una ocasión, se debe haber
preguntado lo mismo) …bueno pues, esta… esta, nunca apareció.
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Hacía poco había entrado al pueblo, estaba por pasar frente a la plaza que daba
a la carretera, era como la una de la madrugada, venia de Puerto Montt,
manejando el camión, pensaba parar en la próxima estación de servicio y
dormir un poco, estaba muy cansado, frente al parabrisas, caía una verdadera
cortina de agua, estaba muy oscuro, los focos del camión, apenas dejaban ver
el camino, la lluvia intermitente formaba un verdadero río sobre él, en un
momento, creyó que alucinaba, vio frente al vidrio del parabrisas, unas manos
que aleteaban y un golpe seco en el parachoques, frenó de golpe, pensando lo
peor, se bajó a ver lo que había pasado, encendió la linterna que traía, como a
los cuatro metros, vio un bulto sobre la berma, se acercó para verlo, era un
hombre, flaco, alto, de uno cincuenta años, que ya no respiraba, estaba muerto.
Al principio, pensó huir, pero no quería cargar en la conciencia con la culpa,
nunca había atropellado a nadie, miró para todos lados, la plaza estaba
desierta, por una de las calles laterales, se acercaba un furgón de Carabineros,
que estaban de ronda, viendo el camión detenido en medio de la carretera y
pensando que estaba en pana, se acercaron para ver lo que pasaba, al llegar, el
chofer les contó lo sucedido, los Carabineros se acercaron al bulto, lo dieron
vuelta y exclamaron; ¡pero si es el periodista!, al fin, el pobre cumplió con su
deseo de morir, al ver la mirada de interrogación del chofer, le contaron, que
el que yacía muerto, borracho, muchas veces se había parado delante de los
camiones, diciendo que lo mataran y tantas veces había recibido una pateadura
de padre y señor mío, de parte de los choferes, pero no había escarmentado
nada el pobre desgraciado, luego, comunicaron al Juez de lo que había pasado,
éste les ordenó que levantaran el cadáver, lo llevaran a la morgue del Hospital,
le avisaran a los parientes más cercanos y que al otro día pasaran a buscar la
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que no había trabajado nunca, todo esto hizo que ella tratara de acercarse a él,
lo avistaba en las tardes, cuando llegaba, para saludarlo o preguntarle,
cualquier tontera, con respecto a los diarios y revistas, o se acercaba a la casa
para que le vendieran alguna verdura fresca, de la huerta. La madre del joven
periodista, al principio no veía con muy buenos ojos estas visitas, algo
sospechaba, pero la zalamería y las amables palabras que desplegaba la joven,
en algo la anduvo conquistado, el joven, preocupado de su trabajo, no se daba
cuenta de lo que estaba siendo objeto, su madre se lo hizo notar, el sólo se alzó
de hombros y siguió con su rutina. Un día en que llegaba del trabajo, ella se
las arregló para encontrase frente a frente, como casualmente, con él, se
saludaron como si nada, le preguntó; si le gustaba la música, él dijo que si y si
pololeaba, él dijo que no, después de esta gran conversación, se despidieron,
él, un poco molesto por el interrogatorio, ella, esperanzada, pues había visto
cierto brillo en los ojos del joven, total no era fea y tenía un buen físico, que la
hacía atractiva.
El tiempo pasó, el hijo en su trabajo, la madre haciendo las cosas de la casa,
cada vez le costaba más moverse, le dolían las piernas, cuando llegaba el
invierno sufría de los huesos, los dolores casi no los soportaba, una meica le
recetó unas hierbas, pero poco le sirvieron, decía que tenía noventa años, que,
si no fuera por el hijo, por no dejarlo solo, hacía tiempo habría dejado este
mundo. Un día en que el joven periodista, volvía a tomar desayuno con su
madre, no encontró la mesa puesta, como solía estar y a su madre lista para
servirle, esto le extraño mucho, buscó en la cocina, en el patio, en la huerta, no
estaba en ninguna parte, alarmado fue a verla al dormitorio, allí la encontró,
acostada de espalda, en la cama, aparentemente dormida, le habló, pero no le
contestó, se acercó, la movió para despertarla, le tomó el pulso, sólo en ese
momento, se dio cuenta que su madre, estaba muerta, la desesperación, lo
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embargó, que haría sin su madre, se arrodilló a su lado, la abrazó y lloró como
nunca había llorado, se sentía indefenso, perdido en este mundo, nunca había
sentido un dolor tan intenso, su cabeza era un torbellino, qué hacer, por dónde
empezar, en esas circunstancias, en eso estaba, cuando sintió que golpeaban a
la puerta, que con cualquier pretexto venia la vecina a verlo, le abrió la puerta,
con los ojos hinchados de tanto llorar, afligido le contó lo que le estaba
pasando, ella después de consolarlo, le dijo que no preocupara, que con su
madre, iban a hacer todo lo necesario para ayudarlo en el funeral, más
tranquilo fue a contratar la funeraria, allí le dijeron que ellos se preocupaban
de los certificados y de cobrar la cuota mortuoria, que dónde sería el velatorio,
les dijo que en la casa.
Llegaron como a las tres de la tarde, con todo, lo necesario; la urna, las luces,
los caballetes, para montar la escena, la vecina con su madre, despejaron el
living, pusieron las sillas contra la pared para los visitantes, vistieron a la
difunta y la pusieron en la urna, un lavatorio con agua bajo el féretro,
compraron dos corona y flores, que el hijo pago, una en nombre de ellas y la
otra de él, comprometieron al Cura, para el responso, al otro día, en la
mañana, antes de llevarla al cementerio. El periodista, comunicó a su patrón,
la triste noticia, quien le dio todo el tiempo que necesitara, incluso llevó una
corona al velatorio, en la noche, llegaron algunos vecinos, colegas, conocidos,
quienes llevaron flores y gente de la iglesia, para acompañarlo y rezar el
rosario, la vecina y su madre se encargaron de servir café, como es costumbre
en estos casos.
Al otro día, después del responso, los asistentes se dirigieron, en caravana, al
cementerio, el patrón prestó su coche, para que lo llevaran y trajeran, el cual
también aprovecharon, la vecina y su madre. De vuelta, la vecina le dijo, que
no se preocupara en adelante, por la casa y los animales, que ella se iba a
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para la vecina, la cual hacía un año que se preocupaba de su hogar, esa tarde y
parte de aquella noche; cenaron, brindando varias veces y estando medios
achispados, la invitó a sentarse en el sofá, cuando estuvieron ahí, ella le dio un
chocolate en la boca, rieron de buenas ganas, después otro y otro, en un
momento, la atrajo hacia él, tratando de besarla, al principio se resistió, luego
aceptó, diciendo que, ya era hora de irse. Las tardes y noches que siguieron,
fueron de igual manera, cenaban, luego se sentaban en el sofá, la besaba y la
acariciaba, sólo que éstas se hicieron cada vez más urgidas y candentes, una
de esas tardes, ella le dijo, que por qué mejor no se casaban y así podrían,
amarse sin restricciones.
La fecha del matrimonio, la fijaron un mes después, la madre de la vecina, se
ofreció, para prepararlo todo; pedir hora, con la sibila, el cura y comprar, las
cosas para la fiesta, el matrimonio por el civil se hizo un viernes en la mañana,
el sábado en la tarde, los casó el cura, ella de blanco, él con su mejor terno, a
esta ceremonia asistieron algunos amigos de él y muchos pariente y amistades
de ella, entre ellos, el ex novio, luego se fueron todos a la fiesta.
La Fiesta, se hizo en la casa del periodista, la madre de ella, había arreglado y
adornado el living, en la galería que daba para el patio, una mesa, donde puso,
el comestible, las bebidas, vino y licores, le había, con permiso del dueño,
retorcido el pescuezo a varias aves, para poner las presas cocidas, en una
bandeja sobre la mesa, donde también se encontraban; cecinas, queso, pan
amasado, sopaipillas y una torta de novia, comprada, todo costeado por el
novio. Cuando llegaron los recién casados, después de darse algunas vueltas,
en un taxi por el pueblo, la casa ya estaba, llena de gente; la madre y algunos
parientes, después de matar uno de los corderos, ya lo tenían ensartado en el
asador, dando vuelta sobre el juego. Cuando entraron al living, alguien
destapó unas botellas de sidra, para que los novios brindaran, con los brazos
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irse, cuando vio salir a su mujer, que miraba para todos lados, detrás de ella,
salía el “patas negras”, que no era ni más ni menos, que el amigo o ex pareja,
de su esposa, esto lo trastornó, no supo que hacer, si matar a los dos ahí
mismo, pedir explicaciones a ella, o quedarse callado, ahora entendía, todos
los dolores de cabeza y todo lo demás, parecía que el “patas negras” ya se
sentía habituado a estas visitas, decidió quedarse callado, por ahora, más
adelante le enrostraría su conducta, por otro lado, no quería quedarse solo otra
vez, ni tampoco tener nada que ver con la justicia. Esa noche llegó más
borracho que nunca.
Los días que siguieron ya no le recibía, desayuno a su mujer, tampoco llegaba
a almorzar, todo lo hacía en la cocinería y en la tarde, en vez de irse a la casa,
se iba a la cantina, ahí se emborracha, con sus amigos, llorando, entre copa y
copa, sus desgracias, estaba flaco como perro, su patrón le decía, con lástima,
que no tomara más, porque se iba a enfermar, le contestaba que ya no le
importaba nada, que lo único que quería, era morirse.
Una noche llegó a su casa, su mujer no lo esperaba, le dijo que le sirviera
comida, ella le contestó; que no le servía a ningún borracho, y el le contestó;
claro, seguramente ya le serviste a tu lacho, puta de mierda, contestó, rojo de
rabia; sí dijo ella, enardecida, dándole con un palo en la cabeza, le serví,
porque no es ningún borracho, bueno para nada, como tú y ándate de aquí,
porque no quiero verte más la cara. El salió, dando un portazo, enjugándose
con el pañuelo, la sangre que le brotaba de la cabeza, esa noche y varias más,
durmió en un banco de la plaza, trabajaba muy poco y lo poco que ganaba, se
lo tomaba, fuera de día o de noche, después que lo echaban de madrugaba, de
la cantina, en su delirio se iba a la carretera, a ponerse frente de los camiones,
para que lo mataran, muchas veces, fue pateado y dejado en la berma, donde
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se dormía hasta el otro día. Hasta que pasó lo que ya sabemos, ese día, el
periodista había cumplido su deseo.
Los Carabineros, cumplieron la orden del Juez, le avisaron a su esposa, que se
encontraba tomando desayuno con su amigo, que su esposo, había sufrido un
accidente, que se encontraba en la morgue, que tenía que sacar los papeles y
retirar el difunto; la esposa, al principio se sobresaltó un poco, luego les dio
las gracias, por avisarles, que luego iría hacer lo trámites, a retirar a su esposo,
su amigo la acompañó, por supuesto, sacó los papeles, cobró la cuota
mortuoria, contrató la funeraria, con el cajón más barato, lo velaron en el
velatorio de la Parroquia, a él, asistió la madre de ella, el patrón, quien llevó
una corona de flores, los vecinos y vecinas, que lo conocían desde chico,
(llevaron flores y le rezaron el rosario) quienes comentaban; lo desvergonza-
da, de la mujer, al estar con su amante en el funeral de su marido, el Cura le
dio el responso, luego lo llevaron al cementerio, después de los saludos y
pésames de rigor, volvieron a la casa, la hija y su madre se sentaron en el sofá,
el “patas negra” en un sillón, se echaron para atrás para descansar y la viuda
dijo, sin ocultar su satisfacción, ¡al fin se murió el infeliz!, y todo lo que hay;
la casa, la parcela, los animales y el montepío, son míos, la madre le agregó, te
felicito mi niña. El “patas negra” pensó para sí, medio atemorizado… putas
las minas, cara de raja, éstas.
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Fin