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Prologo

Los personajes que intervienen en los relatos que presento más adelante al lector,
son sacados de la realidad, existieron y varios de ellos o sus parientes, aún viven, por
lo cual he, por razones obvias, omitido nombres y/o referencias, ya que no quiero
herir sensibilidades más allá de lo humanamente permitido. Los hechos y
acontecimientos que detallo en las páginas siguientes, sucedieron; antes, durante y
después del golpe militar de septiembre de 1973, con todo lo que ello significo, tanto
en lo político, como en lo social. Lo he querido relatar a modo de cuentos,
tomándome algunas legitimas licencias literarias o imaginativas según mi
entendimiento.
El primer relato se trata de la historia de una niña, y su familia, de origen campesino
y trabajador, sus sueños, sus anhelos, sus logros, marcados por la adversidad, la
época en que les tocó vivir y su trágico final.
El segundo cuento, trata de un crimen horroroso, de una mujer profesional, hija
única de un padre amoroso y una madrastra impersonal, donde intervienen en el
relato, otros personajes, como testigos y sospechosos, de “hábiles interrogatorios”,
hechos por los investigadores de la época, que terminan muy dañados y un desenlace
inesperado.
El tercero cuenta la historia de un hombre, trabajador, que llega al suicidio,
empujado por el desengaño, la soledad, y la tradición, que lo sumen en el
alcoholismo, que lo lleva a hacer locuras y finalmente, la muerte, en provecho de
quien lo traicionara.
Espero que este pequeño libro, sea del gusto de nuestros lectores y también les sirva
para recordar o enterarse de algunos hechos que sucedieron en nuestro país décadas
atrás.
El autor
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MALA PATA

La conocí la mañana fría de un día de agosto, en que en los ciruelos de mi casa


empezaban a llenarse de copos rosados y en que la lluvia intermitente de
aquella noche sureña, había dejado de repiquetear en los tejados de las casas
del pueblo y los vecinos salían de sus hogares a hacer las compras o
diligencias del día.
Yo no hacía mucho que había llegado desde Santiago al pueblo con mi
familia, y esa mañana me encontraba apoyado en el mostrador del negocio,
que me vi obligado a abrir para subsistir. Me extraño y llenó de curiosidad ver
pasar por la vereda del frente, una mujer joven de unos 30 o 35 años, de
contextura más bien gruesa, de buen porte, que pese al frió que embargaba el
ambiente, vestía solamente una delgada y escotada blusa roja, chalas y una
falda corta que dejaba ver unos bien torneados muslos. En su mano derecha
un cigarrillo encendido que llevaba nerviosa y repetidamente, casi con
desesperación a su boca, caminaba con mucha prisa, como si fuera a algo muy
importante y tuviera miedo de llegar tarde. La gente que pasaba a su lado no
la miraba ni les extrañaba, pues parecía ser un personaje conocido en el
pueblo.
Pasaron los días, como siempre pasaban en estos lugares del sur años atrás;
tranquilos sin sobresalto ni grandes acontecimientos, salvo las noticias de los
diarios, la radio y en algunos casos, la televisión, más uno que otro cuento o
pelambre que hacía más cortó el tiempo para ir a tomar onces, un mate con
sopaipilla o un buen causeo con ají… sobre todo cuando llovía. Siempre veía
a la joven pasar a distintas horas del día y siempre, a diferencia de los demás
transeúntes, con mucha prisa y fumando contantemente.
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Una tarde en que me encontraba conversando con una vecina del negocio de al
lado, matando el tiempo, esperando tanto ella como yo, que apareciera un
cliente, entró la joven a mi negocio en forma intempestiva , cuando vio a mi
vecina, la saludo con familiaridad y le pidió que le diera algo de dinero para
comprar cigarrillos a lo que mi vecina le contesto que desgraciadamente en
ese momento no tenía ni un cinco, luego se acercó a mí y como una parte del
negocio era de fantasías y regalos, abrió una con sus manos y me ofreció en
venta unos aros de colgajos que al parecer hacía poco se los había sacado de
sus orejas, cuidando de no ofenderla ni herirla, ya que a primera vista me
pereció una persona medianamente educada y extremadamente sensible, le
conteste que no compraba artículos de uso personal, pero que podía facilitarle
unos pesos para que comprara sus cigarrillos, por primera vez desde que había
llegado y que yo había tenido el tiempo suficiente para observar su escuálida
vestimenta, su mórbida piel tostada, su pelo de color pajizo y su inquietante
cuerpo, me miró de lleno y pude ver más de cerca su cara de agraciadas
facciones y en ella unos grandes y hermosos ojos verdes, rodeados por unas
largas pestañas oscuras, sus ojos tenían una extraña mirada, como la de los
místicos o como de aquellos que miran y no ven el mundo exterior que los
rodea, tomando el dinero me contestó con un brillo fugaz en su mirada y una
voz gruesa pero aterciopelada, yo diría acariciante; que agradecía mi gesto
pero que de todas manera me dejaba los aros en prenda o para que los
vendiera y pudiera hacerme del pago por el dinero facilitado, aunque mi lado
mercantil me decía que los aros no tenían ningún valor comercial, tanto por su
naturaleza como por el uso sufrido, le contesté que no se preocupara que así lo
haría. Luego ella salió rauda del negocio, en la misma forma en que había
entrado.
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Mi vecina al ver mi extrañeza y curiosidad por lo sucedido, me informó que


esto no era ninguna novedad para ella ni para nadie del pueblo, pues la
conocían, y siempre hacía lo mismo, en su veloz paso por la calle principal,
siempre entraba a algún negocio a pedir cigarrillos, fuego para encenderlo o
dinero para comprarlo, era como un rito, como si mediante él, tratara de
comunicarse con los demás o derribar alguna barrera que le impedía hacerlo,
relajarse, pedir ayuda u olvidar lo que no podía ni quería olvidar. Algunos
habitantes del pueblo decían que estaba mal de la cabeza y otros, la mayoría,
que la conocían desde niña y que conocían su historia y la de su familia, la
trataban con cierta ternura y lástima por todo lo que le había tocado sufrir y le
tocaba vivir.
Su padre había trabajado en Obras Públicas, como capataz de una cuadrilla
destinada a reparar y mantener transitable la Carretera Longitudinal Sur, entre
Temuco y Loncoche, especialmente la cuesta de Lastarria, que en esa época
era paso obligado de todos los que se dirigían más al Sur y que por su trazado
soporte de tierra gredosa, era muy peligrosa y en ella se produjeron muchos
accidentes, especialmente en invierno. Nacido en los alrededores de Puerto
Montt, hijo de pescador, estaba acostumbrado a las inclemencias del tiempo,
el trabajo duro al aire libre, el sol, el viento y la lluvia habían moldeado su
cuerpo y su piel adquiriendo un color parecido al cochayuyo, que resaltaba su
origen étnico. La niñez y juventud la pasó en su tierra natal, yendo a la escuela
primaria y posteriormente ayudando a su padre en las labores de pesca, los
fines de semana, saliendo de parranda con sus amigos, se puede decir que la
había corrido lo suficiente como para saber lo que quería. Un día se le
presentó la oportunidad de trabajar en Obras Públicas y la tomó como una
posibilidad de acceder a un trabajo estable, mejorar su calidad de vida, salir
del nido y conocer nuevas gentes y nuevos horizontes.
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A Obras Públicas, entró a trabajar como peón de camino, al poco tiempo sus
jefes viendo su buen carácter, entusiasmo por el trabajo y ciertos rasgos de
liderazgo lo nombraron Capataz de Cuadrilla, destinándolo a operar en la
Provincia de Cautín. Al principio se sentía bien mandando y organizando las
labores pero luego empezó a sentir nostalgia de su tierra, del calor de la cocina
de la casa de sus padres, de las sabrosas comidas y la ropa limpia que le
preparaba su madre, estaba aburrido de comer y dormir en cualquier parte y de
las bromas de sus subordinados cuando firmaban el libro de asistencia, en las
tardes antes de dirigirse a sus hogares, donde los esperaban sus hijos y sus
mujeres con la comida caliente y dispuestas a satisfacerles todos sus deseos y
necesidades. Trató de superar el aburrimiento en algunas oportunidades,
yendo a algún cabaret o casa de remolienda de los pueblos cercanos, donde se
emborrachaba y luego se encamaba con cualquiera de las asiladas disponibles,
era sólo el momento, abecés solamente para dormir acompañado y de esta
forma matar su soledad.
Un día, al principio de la primavera, uno de los maestro, tal vez viendo su
abandono, lo invitó a su casa a celebrar el bautizo de uno de sus hijos, el
aceptó prometiendo llevar el vino, llegó como a las siete de la tarde, cuando el
sol había empezado a declinar en el horizonte y los dueños de casa, con los
familiares, habían vuelto de la iglesia con el bautizado y con las mujeres se
aprestaban a preparar el causeo, el pebre cuchareado, las ensaladas y las papas
para el asado de celebración del acontecimiento, mientras el dueño de casa,
con otros parientes y amigos preparaban en el patio trasero, en una rancha de
la modesta casa que habitaban, el fuego en el Pancho, para el asado de cordero
pascuero, sacrificado temprano en la mañana, del que habían saboreado el
tradicional ñachi, o sangre cuajada en limón con cilantro y regado con
abundante vino blanco. Cuando vio a su invitado que llegaba, lo salió a
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recibir entusiastamente, presentándoselos a sus parientes y amigos, aligerán-


dolo previamente, de la damajuana de vino que traía y llevándoselo para la
rancha, donde estaban los demás hombres, haciendo salud hacía rato, con el
pretexto de cuidar el asado. Al poco rato, llegó la dueña de casa con unos
platos de sopaipillas recién hechas y queso de cabeza con arto ají, para que no
les hiciera mal el trago, según dijo, mientras estaba lista la comida, lo que fue
recibido con mucha alegría, palabras y demostraciones de agradecimiento.
Media hora después, fueron llamados a la mesa, ubicada en una pieza que
hacía las veces de comedor, cubierta con un inmaculado mantel blanco, sobre
el cual se había dispuesto, perfectamente alineados: los servicios, las fuentes
con sopaipillas, ensaladas, el pebre cuchareado, los vasos y por supuesto las
infaltables botellas de vino tinto. Las mujeres, luego empezaron a servir los
platos humeantes y rebosantes de sustancioso caldo con papa y presas,
preparado con el espinazo y los interiores del fenecido animal, que la dueña de
casa disponía en la cocina. A medida que los comensales iban saboreando el
suculento alimento y regaban la comida, copiosamente, con abundante vino,
los rostros se encendían y la euforia empezaba a reinar en el ambiente, no faltó
el agradecido que pidió la presencia de las mujeres, especialmente de la dueña
de casa, en la mesa, para iniciar una serie de salud, brindis y alabanzas a las
manos milagrosas de quien había preparado lo servido, luego aparecieron las
pailas con las doradas y crujientes presas asadas del cordero, ya trozadas
generosamente por los dueños de casa. Así pasó el tiempo entre brindis,
alegrías y una que otra conversación o recuerdo de quienes no estaban, sin
faltar algún acontecimiento sucedido hacía algún tiempo, que en alguna forma
impresionara o quedara grabado en la memoria colectiva de los allí presentes.
Dentro del grupo de mujeres se destacaba por su alegría, espíritu de
cooperación y juventud, una niña de aproximadamente diecisiete a diecinueve
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años, morena, bien proporcionada, de vestido floreado, de moño trenzado en


la nuca y frente despejada, la típica hija de familia campesina, acostumbrada a
los quehaceres de la casa, el cuidado de sus hermanos y animales domésticos,
maestra, como son todas las mujeres del campo, en el conocimiento de la
huerta, las hierbas, y el misterio insoldable y cómplice de la madre tierra. En
cierto momento se le acercó a nuestro amigo, sentándosele al lado, para
preguntarle mirándolo de lleno con unos chispeantes ojos negro, si lo estaba
pasando bien, o necesitaba alguna cosa, a lo que él contestó que estaba bien,
que sólo se sentía un poco como en corral ajeno, por no conocer a la mayoría
de los presente, a lo que ella respondió con una abierta sonrisa y una picaresca
mirada de sus ojos, que no se preocupara, que luego los iría conociendo de a
poco, que ella era sobrina del dueño de casa, que vivía con sus padres y un
hermano menor en una hijuela a la salida del pueblo, que había asistido a la
escuela primaria, y que ahora se dedicaba a ayudar a su madre en las labores
de la casa y campo, todo esto se lo confidencio con un aire de inocencia y
candor, preocupada de hacerlo sentirse bien, que a él, acostumbrado al trabajo
duro y el ambiente de los burdeles, lo conmovió y sorprendió gratamente.
Mientras ellos conversaban, habían llegado unos retrasados amigos del dueño
de casa, con guitarra y acordeón, dispuestos a animar la fiesta; después de los
saludos de rigor y los consabidos salud por el bautizado, los dueño de casa, los
presentes, los ausente y de probar el asado o lo quedaba de él, se dispusieron,
con instrumentos en ristre a tocar e invitar a los presentes a bailar la obligada
cueca chilena, con la que nuestros músicos rurales, inician sus retahílas de
cumbias y llorados corridos mexicanos. En un momento, en que se escucharon
los sones de un corrido, salieron varias parejas a la improvisada pista, ella le
preguntó si le gustaría bailar, a lo que él contestó que sí, invitándola con un
gesto al ruedo, al tomarla por la cintura, para iniciar la danza y tomar su mano
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blanda y tibia, atrayéndola tímidamente hacia su pecho, sintió el olor y la


fragancia perturbadora de la hembra joven dispuesta para el amor.
Aquella noche, en la soledad y oscuridad de su cuarto, recordaba lo acontecido
esa tarde y la imagen de la niña con la que había bailado, le llenaban cuerpo y
alma con una gran ternura, recordaba que le había pedido si podía visitarla o
salir algún día juntos a tomar un refresco, a lo que ella contestó que sí, pero
que primero tendrían que conocerlo sus padres, esa noche, se quedó dormido,
pensando que sería bueno dar un nuevo giro a su vida, tener una casa, formar
una familia y que mejor que hacerlo con esa joven que tanto lo había
impresionado.
La visita prometida se produjo el fin de semana siguiente al del bautizo,
después de consultar con el tío la dirección exacta, de armarse de valor, dar
muchas vueltas antes de atreverse a llamar al portón, al fin lo hizo, al llamado
vio acercarse, como si estuvieran conectados, o lo estuviera esperando, a la
que venía a visitar, el corazón le dio un vuelco en el pecho, cuando la tuvo
delante, ella, con su cara ligeramente ruborizada y sus ojos brillantes de
ilusión, después los saludos de rigor, en los cuales él no atinaba como hacerlo,
al fin le dio la mano, y le preguntó que cómo estaba, ella le contestó que muy
bien y lo invitó a pasar, en el trayecto entre el portón y la casa le informó que
su papá en ese momento andaba en el potrero, buscando los animales, para
encerrarlos, pero que luego llegaría y su mamá estaba en la cocina preparando
la cena, su hermano, se había ido temprano al internado del pueblo donde
estudiaba. Al entrar a la cocina, lo primero que sintió y emocionó
visiblemente, fue al recuerdo de su hogar, su propia madre y el aroma del pan
recién orneado, la señora, que se encontraba en la cocina, lo saludo como si ya
lo conociera o comprendiera su estado de ánimo, invitándolo acogedoramente
a sentarse a la mesa; la conversación generalizada que siguió se desarrolló en
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torno al tiempo, el bautizo, y las labores del campo, luego llegó el dueño de
casa y al entrar a la cocina y percatarse de que había un extraño, lo miró de pie
a cabeza, con esa mirada dura y desconfiada, que tiene el campesino cuando
se siente amenazado en sus pertenencias, mirada que cambió radicalmente,
cuando su hija se lo presentó como jefe de su tío, hermano de él. En el
intertanto, la madre, había dispuesto la mesa para servir, invitando a todos,
después de que se lavaran las manos, a sentarse a comer.
Durante la comida el padre inició, con esa brusquedad y franqueza del hombre
de campo, y las miradas de desaprobación de su mujer, una especie de
interrogatorio, que puso muy nervioso a nuestro visitante; Que, ¿de dónde
era?, ¿quiénes eran sus padres?, ¿desde cuándo trabajaba en Obras Públicas…
y si ahí se ganaba buena plata?, a lo que él, contestó sumisamente, que era de
Puerto Montt, que sus padres también eran de allá, que trabajaba en Obras
Públicas hacía varios años y de lo que ganaba no podía quejarse. Pero lo que
rebaso el vaso, he hizo ponerse roja como tomate a su hija, quien tuvo que
exclamar ¡pero papá!, fue cuando le preguntó, ¿Cuál era el motivo de su
visita? y que si era por su hija, tenía que tener muy buenas intenciones, pues
no iba a tolerar que ¡nadie le faltara el respeto! a lo que nuestro héroe, que ya
se encontraba con un nudo en el estómago y haciendo de tripas corazón, le
contestara, que lo respetaba mucho, que su intenciones eran buenas y que
aprovechaba la ocasión para pedirle permiso para cortejarla, lo que produjo
que el dueño de casa, callara un rato y que luego mirara a su mujer y le dijera;
vieja, tráete la botella que nos vamos a tomar un trago, con este gallito, pues
me está cayendo bien.
Cuando se despidieron, aquel anochecer, junto al portón bajo un cielo
estrellado, él se atrevió a besarla en la mejilla a lo que ella no opuso
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resistencia, como si fuera lo natural y un sello de compromiso tácito de


promesa de amor.
Después de aquel día, fueron muchas las veces que la visitó y que salieron al
pueblo a pasear; cada día eran más las veces que la besaba y no ya
precisamente en la mejilla, a lo que ella respondía tiernamente, como también,
las noches en que se daba vueltas en la cama, sin poder pegar los ojos
pensando: en su pelo, sus ojos, la suavidad de su piel, su cuerpo y el ardor de
su boca, hasta que un día no aguanto más y le dijo que la quería y que tenía
que irse a vivir con él, porque ya no soportaba el no estar con ella, aunque
para esto tuvieran que casarse.
El matrimonio, se efectúo a fin del verano, cuando en el campo, se habían
preparados los silos, se habían vendidos algunos animales, cosechado algo de
trigo y guardado la harina para el invierno. Los caso la Sibila, (como se dice
por acá) y el cura del pueblo, la fiesta se hizo en el campo, donde el suegro
mató para la ocasión, una baquilla, y la suegra desplumó lo mejorcito de su
gallinero, el novio, se puso con el bebestible y la tía, con la torta de novia y los
queques, el hermano, acondiciono tarimas bajo el parrón, para los comensales,
y preparó el ponche en durazno, se invitó a los parientes y amigos más
cercano, los padres del novio, no pudieron venir, por no dejar sola su casa y
pertenencias, pero mandaron parabienes y un regalo al igual que los demás
invitados, los que no faltaron por ningún motivo fueron los amigos músicos
del tío, dispuestos a beber, comer y animar la fiesta hasta que la velas no
ardieran más.
La fiesta, fue un éxito, duro todo el fin de semana, había harto que beber y
comer, sin restricciones, como se usa por acá, echando la casa por la ventana,
cuando el motivo es el matrimonio de una hija o hijo querido. Los novios, se
retiraron el día del casorio de madrugada, después de partir la torta, la novia,
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con un trozo de ésta, el novio con las recomendaciones y bromas usuales en


estos casos, se fueron a una casita, que él había arrendado y amoblado
modestamente, dentro de sus posibilidades, con anterioridad en el pueblo, el
resto de la noche o madrugada, debido a la excitación y el cansancio se
quedaron dormidos, abrazados sobre la cama, al otro día, despertaron después
de las doce, se comieron el trozo de torta, se tomaron una botella de sidra que
él había guardado, se metieron en la cama y no salieron de la pieza del
dormitorio hasta el domingo al atardecer y nunca, nunca fueron más felices.
Los días, las semanas y los meses que siguieron fueron sin sobresaltos, como
las de todas las parejas, que deciden iniciar una vida junta; de adaptación y
conocimiento de sus individualidades. El en su trabajo y ella en las labores de
la casa, limpiando y ordenando, preparando la comida y arreglándose un poco
para cuando, el llegara en la tarde. Un día de inicio de primavera, cuando el
ciclo de la vida, pintaba de verde los campos y los árboles y las plantas se
llenaban de flores, sintió que algo en su vientre también germinaba, se lo
comunicó a su marido cuando llegó esa tarde, en la noche, en la cama,
conversaron hasta muy tarde, con los ojos brillando de alegría e ilusión, los
abrazos y besos se hicieron más tiernos aquella vez y se quedaron dormidos
pensando en el hijo o hija, que vendría a iluminar el centro de aquel hogar.
La hija, pues fue niña la que llegó un día de finales de otoño, cuando los
árboles del campo se habían despojado de sus vestidos de hojas, en el hospital
del pueblo, rodeada de los que serían sus familiares, con la asistencia
experimentada de su abuela. Pesó algo más de tres kilos, lo que más llamó la
atención de todos los que la vieron, fue sus grandes y hermosos ojos verdes, lo
que suscitó algunas bromas y maliciosos comentarios, con relación a la
paternidad de la guagua, comentarios que se encargó de disipar la abuela,
contando que dentro de la ascendencia de su marido, existió una monja
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alemana, que pertenecía a un grupo de misioneras, que venían en un barco que


se dirigía rumbo al Cabo de Hornos y que naufragó a la altura de Chol Chol en
la época en que, la frontera estaba en el Bío Bío y las tierras de la Araucanía,
eran de los araucanos o mapuches; misioneras que fueron repartidas, entre los
caciques más connotados de la región, y que el abuelo, era descendiente
directo de una de estas religiosas, que por la impericia y el desconocimiento
de la ruta, de un piloto de navegación, terminaran siendo esposas de los
naturales, de esta desconocida parte del mundo, razón por lo cual, su nieta
tuviera ojos de huinca.
El tiempo pasó para el matrimonio entre el trabajo, la crianza de la niña, las
alegrías que ésta les proporcionaba, con sus diabluras y adelantos en su
aprendizaje de caminar, chapucear en su lenguaje, comer sola y sentarse en la
pélela; alegrías que eran una novedad para ellos, que compartían con mucho
amor. Dos años después, llegó un varón a completar aquella alegría, que se
respiraba en el hogar. En las noches de verano, cuando habrían la ventana del
dormitorio, por el calor, de espaldas en la cama, miraban el cielo estrellado y
soñaban, soñaban con que cuando sus hijos crecieran, fueran a la escuela del
pueblo y después, ¿Por qué no?, a la Universidad.
Un día, en que los niños ya habían crecido lo suficiente, como para empezar a
estudiar, llegó el padre con la novedad, de que lo habían designado, para
trabajar, como encargado de la bodega, que tenía el servicio en el pueblo, que
estaba más al norte, junto al río Tolten, lo que significaba para él, mayor
responsabilidad, pero también mejores remuneraciones y la posibilidad de
ahorrar para comprar una casita y educar a sus hijos, ya que existían varias
escuelas públicas e incluso una de monja en dicho pueblo.
El traslado de la familia a su nuevo hogar, (arrendaron una vivienda en los
suburbios con compromiso de compra) fue en los primeros días de marzo y
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fue todo un acontecimiento y novedad para todos; el baño tenia ducha, la


cocina un lavaplatos, antejardín y detrás algo de terreno, para una huerta, los
días que siguieron, fueron de reconocimiento del barrio, los vecinos y de
matrícula para los niños.
Los niños, ingresaron como alumnos a la escuela de las monjas, donde
permanecieron durante toda su enseñanza básica y donde recibieron, si bien es
cierto, una no muy buena preparación científica, si una buena educación,
basada en los principios cristianos, tanto en lo personal como en lo
comunitario. La niña era muy buena alumna y al mismo tiempo muy social, le
gustaba participar en todas las actividades organizadas por la escuela, ya
fueran rifas, convivencias o conjuntos folclóricos, al niño, como todos los de
su edad, le cargaba estudiar, pero era muy bueno para los deportes, en lo que
se destacaba casi todos los años. especialmente en el fútbol.
La rueda del tiempo, pasó inexorablemente con su carga de penas y alegrías,
de triunfos y fracasos, la familia, consiguió consolidarse en el pueblo,
ganándose el respeto y el afecto de todos los que los conocieron o trataron.
Los padres, lograron ahorrar, (el haciendo pololos ocasionales y ella humitas o
empanadas los días domingos para vender a los vecinos) lo suficientes, para
comprar la casa en que habitaban. Los hijos, se convirtieron, la niña en una
hermosa señorita que llamaba la atención de todos, el niño, en un robusto
mocetón, que provocaba suspiros y comentarios subidos de tono, entre sus
compañeras más osadas. Luego también, llegó el momento de despedirse de
la enseñanza básica, con todo lo que esto significó, para entrar al liceo
dependiente del arzobispado, de reciente inauguración en el pueblo, paso
obligado de la escuela de las monjas, a estudiar la enseñanza media.
Los años de estudio en el liceo, fueron muy enriquecedores y de crecimiento,
tanto en lo corporal, como en lo espiritual, especialmente para la joven, que
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siguió siendo una buena alumna, y que un día muy especial para ella, se
levantó, floreciendo como mujer, lo que acentuó la sensualidad de su cuerpo,
la ensoñación de su mirada, y una cierta sinuosidad de sus movimientos;
muchos de sus compañeros, la pretendieron pololear, pero ella, sólo se dejaba
querer, brindándoles una que otra coqueta sonrisa, lo que exacerbaba más las
pretensiones de estos. Sus amigas la instaban a que pololeara, que era rico
abrazarse y besarse con los jóvenes a la salida de las clases, en los atardeceres
de primavera, bajo los árboles de la plaza, a lo que contestaba, que aún no
había conocido a la persona que le interesara y conquistara su corazón.
Un día, llego el padre, comentando que ese año, era año de elecciones
presidenciales, que había mucha agitación en el país, la radio y los diarios
informaban sobre tomas de campos, especialmente una, donde había muerto
un funcionario de la Corporación de la Reforma Agraria; huelgas y
enfrentamientos entre los partidarios de los diferentes candidatos, algunos
medios de comunicación escritos, aparecidos últimamente, también habían
tomado partido, por uno u otro candidato y en sus páginas, sólo destilaban
odio, hablando del viejo maricón, el loco de la pala o el comunista de mierda,
ya no se podía hablar con alguien sin tener que explicar su posición política,
por quién iba a votar o enredarse en una interminable discusión ideológica.
En el trabajo, unos compañeros, le habían dicho que tenía que votar por el
candidato del pueblo, pues, pertenecía a la clase trabajadora y que cuando el
saliera, en Chile todos iban a ser iguales que los jefes, los gerentes y todo el
mundo, tendrían que usar overol, para luchar contra el imperialismo yanqui,
les había dicho que bueno, para que lo dejaran trabajar tranquilo.
Las elecciones, fueron en un día de septiembre, ganó, con gran estupor de
todos, incluyendo sus partidarios, la presidencia, el candidato de los
compañeros, el resto de esa noche y madrugada los partidarios, especialmente
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de los suburbios y poblaciones aledañas se tomaron, desafiantes, la plaza del


pueblo, para celebrar el triunfo. La derecha política de esa época, había basado
en gran parte, su campaña en el terror, tratando de convencer a la gente, que
los comunistas, poco menos que se iban a comer a sus hijos. Muchos,
connotados, esa noche, se encerraron con sus familias en sus casas,
permaneciendo hasta altas hora, con las luces encendidas, con la cabeza entre
sus manos, esperando lo peor.
Los días, meses y años, que siguieron a la elección, fueron de caos y
confusión; muchas familias enteras, que tenían patrimonio, habían sido
opositores o enemigos del régimen a instaurarse, al día siguiente, de
madrugada, hacían fila, en forma desesperada, antes las oficinas del Servicio
de Identificación, con el fin de obtener sus pasaportes y largarse cuanto antes
del país. Los que no tuvieron los medios, para hacer lo mismo, trataban de
pasar lo más desapercibido posible. El candidato electo, como no había
obtenido la mayoría de votos necesarios, para ser absoluta su victoria, debía
ser confirmado o elegido por el Senado y como aquí tampoco tenía muchos
votos, se produjo un expectante tiempo de conciliábulos, acaloradas
discusiones y propuestas, terminando por elegir, de acuerdo con la tradición,
según se dijo, la presentada por el sector, al parecer más democrático de dicha
institución, se le exigió que para ser confirmado como Presidente de la
Republica debía, previamente, firmar un documento, compromiso de honor
que se tituló “Garantías Constitucionales”, compromiso, que también de
acuerdo con la tradición e idiosincrasia del país, nunca se cumplió.
La fuga de capitales que se produjo, conjuntamente con las familias más
pudientes del país, después de la toma del poder del nuevo gobierno, las
paralizaciones, intervenciones y posteriores tomas de las industria, por parte
de los partidarios de la estatización de los medios de producción, que
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participaban de él, produjo como consecuencia, que la economía del país se


fuera a las pailas y que pronto apareciera el mercado negro y el
desabastecimiento, incluso de los productos básicos, como son los alimentos.
Para paliar en parte lo anterior, se organizaron, con la venia de los que
gobernaban, tanto en los servicios públicos como en los diferentes sectores
comunales, unos micro organismos destinados a abastecer de alimentos a sus
partidarios, llamados JAP (junta de abastecimiento popular) los que en
algunos casos, estaban a cargo de un pelafustán que lo trasformaba en un
organismo de proselitismo partidario coercitivo o de negocio en provecho de
sus propios intereses particulares, a costa de las necesidades de la gente.
En Obras Publicas, donde trabajaba el padre, también formaron uno de estos
organismos y pusieron a cargo a uno de los mismos compañeros que le había
dicho que todos iban a ser iguales, vestidos de overol, overol que no se vio por
ninguna parte y la igualdad tampoco, puesto que muy luego le comunicó con
arrogancia que ahora mandaban ellos y si quería alimentos tenía que firmar los
registros del partido, so pena de ser discriminado o despedido. Firma que tuvo
que realizar muy a su pesar, para poder sustentar las necesidades mínimas de
su familia, ya que los alimentos se habían hecho tan escasos que ni siquiera en
el mercado negro se encontraban.
Tanto los abusos, prepotencia y sinverguensura de algunos personeros y
partidarios del mal llamado gobierno del pueblo, se produjo el
desabastecimiento de los artículos de primera necesidad en el comercio; las
tomas y el desmantelamientos de las pocas industrias operativas que quedaron,
el contrabando, el aumento del mercado negro y el quiebre definitivo de la
economía del país, por un lado, como el desconocimiento de las garantías
constitucionales por parte del gobierno o sus partidarios, el atropello a las
instituciones democráticas y la introducción de asesores extranjeros, la
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disposición a instaurar un régimen contrario a las tradiciones, costumbres y


cultura política del país y por otro lado la formación de una férrea y
mayoritaria oposición. Las manifestaciones y violentos enfrentamientos en las
calles, el sectarismo, la polarización de las voluntades, la negación del dialogo
y la exacerbación de las pasiones ideológicas; terminaron con el quiebre
definitivo de la institucionalidad y produjo el llamado, o golpes de puertas,
(ante la imposibilidad de una solución democrática) por parte de la oposición,
a los cuarteles de las fuerzas armadas, para que pusieran orden y racionalidad
en el país.
La intervención de las fuerzas armadas se produjo un día once de septiembre,
con el bombardeo del palacio de la moneda, el suicidio del presidente, la
formación de una Junta Militar de Gobierno y el decreto de Estado de Sitio
para todo el territorio nacional.
En el pueblo, la toma del poder por parte de la Junta Militar, en un principio,
no tuvo el dramatismo y consecuencias que tuvo después, en los días
posteriores sólo se sintió un cambio, debido al Estado de Sitio y la restricción
de las libertades individuales, los partidarios de la intervención militar, no
pudieron salir, como lo habían hecho los partidarios del gobierno depuesto, a
celebrar a la calle el acontecimiento, tuvieron que quedarse en sus casas
pegados a la radio o al televisor a escuchar las instrucciones y advertencias
que les daba, a través de Cadena Nacional, un General de lentes oscuro con
voz y cara de perro bravo. Las advertencias eran que no se podía salir a la
calle hasta nueva orden y que los subversivos debían entregar las armas o
serian aniquilados sin miramientos.
Los días posteriores a la toma del poder, por las fuerzas armadas, fueron una
verdadera cacería de miembros y simpatizantes del gobierno depuesto, por
parte de las nuevas autoridades y algunos connotados y otros no tan
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connotados, pero también dispuestos al igual que los primeros a congraciarse


servilmente y colaborar, prestando sus servicios, (he inclusive sus vehículos y
pertenencias) con las nuevas autoridades, en la delación y búsqueda de los
enemigos (según decían), del nuevo régimen.
En los servicios públicos, en las instituciones sociales, en los campos y
poblaciones urbanas del pueblo, se arrestaron a los cabecillas y autoridades
depuestas y a todos aquellos que fueran identificados como miembros o
simpatizantes y algunos que no lo eran, pero que tenían cuentas particulares o
pendientes con algunos de los colaboradores, que vieron que era la ocasión
propicia de cobrarlas, se les vejó, se les torturó y se les hizo desaparecer en el
río a aquellos que no resistieron; al gobernador se le paseó por las calles
semidesnudo con los brazos atados a la espalda y tirado por una cuerda
colgada al cuello. En esos días se desataron las más bajas y bestiales pasiones
que el ser humano puede mostrar en circunstancias de poder y en posesión de
los sentimientos de miedo y de odio.
Días después del Pronunciamiento, se autorizó a la gente a que reiniciara sus
actividades habituales, bajo Estado de Sitio, con restricción de todas las
libertades individuales y condicionadas a no salir o andar en la calle después
de las 18 horas. Nuestro amigo se presentó en su trabajo a la hora de entrada,
como lo había estado haciendo durante muchos años, varios compañeros no se
presentaron ese día, en el ambiente se notaba un estado de nerviosismo y se
podía palpar la desconfianza y el temor y la ansiedad entre los presentes, se
esperaba que algo pasara sólo que no se sabía que iba a ser aquello y que tan
malo sería.
Lo que se esperaba pasó como a media mañana, llego un camión del Ejército
con Efectivos vestidos de campaña, fuertemente armados, algunos
Carabineros de la Comisaría del pueblo y un civil, que luego reconoció como
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uno de los empleados de la Dirección Regional, al cual tiempo atrás le había


estado haciendo unos pololitos en su casa y que tiempo después, supo con
gran sorpresa, que pertenecía a la Inteligencia Militar y que había
permanecido sumido en el Servicio trabajando para dicha institución. Luego
que llegó el camión, bajaron rápidamente los efectivos y Carabineros, quienes
se introdujeron en el recinto, cerrando el paso a todas las salidas que daban al
exterior; al mando del contingente o Pelotón venia un Teniente de Infantería,
secundado por un Sargento y dos o tres Cabos, luego que estuvieron dentro el
Sargento ordenó, con voz de mando, que todos los funcionarios y trabajadores
se reunieran en un sector que el señaló y que escucharan lo que su Teniente les
iba a decir. El Teniente, un joven pálido con cara de niño, les comunicó con
voz amenazante, que el civil leería una lista y que a medida que los fueran
nombrando, se separaran del grupo voluntaria y ordenadamente para no tener
problemas. El civil empezó a leer lo nombres de varios compañeros,
incluyendo, con gran sorpresa, el suyo y se fueron separando del grupo muy
nerviosos, nervios que luego se convirtieron en pánico, cuando uno de ellos,
que los representaba ante el organismo gremial, trató de pedir explicación de
lo que allí estaba sucediendo y recibió por respuesta de parte del Sargento un
culatazo de su Carabina en pleno rostro, que le botó varios dientes y le llenó la
cara de sangre.
Leída la lista, a los nombrados, que eran la mayoría, los subieron a empujones
e insultos, al camión, que luego se dirigió a la Comisaría del pueblo.
Después de atravesar el pueblo, ante la mirada desconfiada y temerosa de
quienes los veían pasar y llegados al recinto policial, los introdujeron en los
diferentes calabozos que allí se encontraban, en espera, según les dijeron, de
los expertos para los interrogatorios correspondientes. Dichos expertos
llegaron en la tarde, pertenecían a las Fuerzas Armadas vestidos de civil y eran
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ayudados por los Carabineros, quienes iban sacando, de a uno, de los


calabozos, a los que en ellos se encontraban para ser interrogados.
El interrogatorio duró toda la tarde y parte de la noche, acompañado de
garabatos y golpes por parte de los interrogadores y quejas y gritos de dolor
por parte de los interrogados. Los que esperaban su turno estaban
aterrorizados sin saber lo que les esperaba. Nuestro amigo, en una ocasión
quedó solo en el calabozo, esperando que lo fueran a buscar, el miedo le hacía
transpirar gotas de sudor frió y la ansiedad le secaba la boca, quería olvidarse
de lo que estaba sucediendo y pensar que todo no era más que una pesadilla,
se sentía agotado, trataba de cerrar los ojos, pero los parpados no le obedecían
todo su cuerpo estaba en tensión y sus nervios a flor de piel esperando lo peor.
En la madrugada, cuando la oscuridad se preparaba para iniciar su retirada y la
espesa niebla empezaba a cubrir la vegetación, la puerta de su calabozo se
entreabrió y una voz, (que más tarde identifico como la del civil que leyó la
lista y al cual había servido en su casa) que le susurraba desde las tinieblas; sal
y ándate, en un primer momento quedó paralogizado, su mente no procesaba
lo que oía, pero cuando la voz le repitió; ¡sal y arranca huevón!, salió del
calabozo, en el corredor ya no había nadie, sólo oscuridad, en la sala de
interrogatorio se escuchaban ronquidos, atravesó el corredor y el patio de atrás
de la Comisaría, saltó la tapia del fondo y echó a correr entre los matorrales de
la orilla del río, como si el mismísimo demonio lo siguiera. Vago varios días
por los campos y los cerros del lugar hasta que viendo que nadie lo buscaba y
el hambre se le estaba haciendo intolerable, pues sólo había bebido agua de
algunos manantiales y comido frutos silvestres, se atrevió a acercarse a una
vivienda que distinguió a lo lejos, a pedir comida.
La vivienda resultó ser un rancho con apariencia de ruca, se encontraba en los
faldeos de una colina cerca de una vertiente, y al parecer los moradores eran
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mapuches, serían como las dos de la tarde y el sol se encontraba parado sobre
sus cabezas, al acercarse pudo distinguir a un hombre sentado en el umbral
dormitando y a una mujer cerca de la vertiente al parecer lavando algunos
utensilios, el ladrido de unos perros que merodeaban por el sector, hicieron
que el hombre levantara la cabeza y se pusiera de píe, la mujer en alerta y
unos niños semidesnudos, de caras sucias, se asomaran en el hueco que hacía
de puerta. Cuando estuvo cerca, frente a ellos, los niños lo miraron con los
ojos como huevos fritos, la mujer miró al hombre y el hombre lo escudriñó de
pie a cabeza, después de tomarse un tiempo en esta acción le preguntó con el
ceño fruncido y voz de poco amigo; qué quería y qué estaba haciendo por ahí,
él les dijo que era del pueblo, que hacia algunos días que andaba por esos
lados y que estaba muerto de hambre, el hombre miró a la mujer y después le
contestó, ya algo más calmado, que eran pobres pero que pan y un poco de
harina tostada le podían convidar; la mujer, acto seguido, tomó un tacho
enlozado donde puso varias cucharadas de harina y algo de azúcar y vació en
él, de un balde, agua del estero y se lo pasó, juntó con un pedazo de tortilla al
rescoldo, él agradeciendo el gesto se dispuso a engullir con fruición lo servido.
Después de saciar, en parte, su apetito, trató de entablar conversación con el
dueño de casa, preguntándole si sabía algo, con respecto a lo que estaba
sucediendo en el pueblo, él le contesto con cierta maliciosa suspicacia, que
después que los milicos habían andado en camionetas por los campos
buscando algunas personas, se fueron y la gente trataba de volver a sus labores
habituales, oyendo esto, nuestro amigo decidió que era hora de tratar de
acercarse a su casa y ver en qué condiciones estaba su familia, despidiéndose
y agradeciendo una vez más la acogida de aquellas gentes, se dirigió camino al
pueblo, llegó a éste al atardecer, algunas personas con las que topó por el
camino, lo miraron con curiosidad y desconfianza, no era para menos, andaba
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todo desarrapado, sucio y con una barba que le cubría gran parte del rostro,
llegado a su casa no se atrevió a entrar por la puerta de calle, sino que lo hizo
por el patio, por la que daba directamente a la cocina, en ella se encontraba su
mujer cocinando y sus hijos sentados a la mesa hojeando algunos cuadernos,
al darse vuelta, tanto su mujer como sus hijos, para ver quién era el que
entraba con tanto desparpajo, lo miró y un gran estupor se reflejó en su rostro,
sin saber quién era el que se encontraba delante de ellos, ¡soy yo!, dijo él, con
la voz temblorosa por la emoción, en un momento, que para él pareció eterno,
lo reconocieron y corrieron a abrazarlo, el tiempo que siguió fue de caricias y
besos, de alegrías y emociones, de preguntas y respuestas, de calor y
confianzas.
Esa noche se acostaron muy tarde, conversando y contándole al padre las
últimas novedades y acontecimientos que se habían producido en el pueblo; la
Intendencia Regional, en manos de un Militar, mandó como Alcalde un civil
que nadie conocía, pero que mandaba como un Militar, muchas personas ya no
estaban en el pueblo y se rumoreaba que los Chinoes y salmones del río,
estaban más gordos que nunca, después de los interrogatorios de los expertos
de Santiago, con los que no resistieron el apremio, los Militares, gracias a
Dios, ya no estaban en el pueblo, pero los Carabineros sí, y estaban cada día
más militarizados y prepotente, también se rumoreaba que varios de ellos se
quedaron con las propiedades de los futre que arrancaron al extranjero, y que
cada cierto tiempo aparecía una persona, preguntado por los familiares de
alguien, persona que después se supo que era de la CNI. Ellos ya no iban al
liceo, porque los compañeros los molestaban preguntándoles a cada rato por el
papá y el Inspector les dijo; que para evitar esto, mejor que no fueran, por un
tiempo.
24

Los días que siguieron, los dedicaron a organizarse; la madre, con la ayuda de
la hija, nuevamente a hacer pan y empanadas para vender, el padre salió a ver
si encontraba algún pololito que hacer, para ganar algún dinero y el hijo; un
trabajo. El padre constató que el ambiente en el pueblo estaba un poco espeso,
los que no lo conocían muy bien, lo miraban con desconfianza. Los que lo
conocían bien, primero se sobresaltaron, luego se alegraron de que estuviera
vivo y le prometieron darles todos los trabajos o pololitos que se produjeran,
el hijo, por su preparación y antecedentes escolares, encontró trabajo en el
molino, como operador de máquina. Por todo lo anterior, en la casa empezó a
entrar un poco de tranquilidad y normalidad, después de tanta incertidumbre y
zozobra.
Pasó un año o dos años y las cosas iban muy bien para la familia, trabajo no
les faltaba y pudieron darse ciertas comodidades que antes no tenían, en el
pueblo había vuelto cierta tranquilidad y se podía actuar con, más o menos,
confianza.
Un día en que la madre se encontraba realizando sus menesteres, sintió un
agudo dolor de estómago, al principio no le dio mucha importancia, pero en
los días que siguieron, los dolores se hicieron cada vez más intensos y
frecuentes, no aguanto más y le comunicó a la familia lo que le estaba
pasando. La familia la llevó inmediatamente a la urgencia del Hospital del
pueblo, allí después de esperar un buen rato, la vio un Doctor que luego de
examinarla, les dijo que lo que tenía la señora era muy grave, que la mandaría
en la ambulancia al Hospital regional, porque ahí no tenían ni siquiera algodón
y menos los recursos necesarios para atenderla y que mientras tanto le daría
algo para los dolores. La ambulancia ya se encontraba en el recinto; la
pusieron en una camilla y la subieron al vehículo, con ella subió toda la
familia y partieron raudo a la capital regional.
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Llegando al Hospital regional, la metieron a Urgencias, después de unos


minutos salió una persona y le dijo al padre que firmara unos papeles, que le
entregó, porque tenía que autorizar la operación que le iban a hacer, después
de firmar, el padre y los hijos, con mucha zozobra, angustia y lágrimas en los
ojos, se dispusieron a esperar el resultado, en la sala de espera.
La operación duró como dos hora, que para ellos fueron eternas, salió un
hombre vestido de blanco, con un gorro del mismo color, una mascarilla al
cuello y sacándose unos guantes de goma les dijo; la señora tiene Cáncer, y
este se ha ramificado por todos los órganos, ya no hay nada más que hacer, le
quedan pocos días de vida, la hemos abierto y cerrado inmediatamente, lo
siento, pero así es la realidad, la mandaremos sedada y con unos
medicamentos para los dolores, de vuelta en la ambulancia, a su casa y con un
ademán de saludo se entró por donde había salido.
El padre y los hijos después de lo escuchado, quedaron estupefactos, no
podían creer lo que les estaba pasando, no podía ser que fueran a perder a la
madre tan repentinamente, inconscientemente se abrasaron y rompieron a
llorar desconsoladamente.
La muerte de la madre se produjo a los tres días, de llegada, de vuelta en su
casa; la velaron en el living, vinieron algunos vecinos que los conocían y
vecinas que le rezaron el rosario, luego los acompañaron al cementerio, a dejar
los restos del ser querido.
Los días que siguieron fueron de desolación, de recuerdos, de llantos, de cómo
seguir viviendo sin la que les sustentaba sus vidas, la casa se sentía vacía,
hasta el perro de la casa gemía de vez en cuando y los miraba con signo de
interrogación.
Pasó un tiempo y la hija tuvo conciencia de que tenían que seguir viviendo y
de que de alguna manera iba a tener que remplazar a su madre en las labores
26

de la casa, se hizo cargo de las compras, de preparar la comida y de todo lo


que lo que había que hacer en el hogar. El hijo siguió trabajando regularmente
en el molino y con lo que ganaba contribuía en gran medida a los gastos de la
casa. El padre seguía haciendo diferentes trabajos esporádicos, la gente ya lo
conocía y se había hecho una buena clientela, lo que le permitía disponer de
una buena cantidad de dinero para los gastos de la casa.
Lo que el padre no pudo superar fue la pérdida de su mujer, tomó la costumbre
de pasar todas las tardes a una cantina, que quedaba al otro lado del pueblo, a
tomarse una cañita de vino, aquí hizo algunos amigos y la cañita ya no fue
una, sino que varias y muchas veces llego ebrio a la casa, cuando los hijos le
reprochaban este comportamiento, les decía que tomaba para olvidar.
Un día, el padre no llegó a comer ni tampoco a dormir, los hijos pasaron gran
parte de la noche pensando, dónde podría estar su padre y haciéndose miles de
conjeturas, la incógnita se las disipó, al otro día, un Carabinero, que llegó a la
casa a comunicarles; que su padre había sufrido un accidente, se había
quedado dormido sobre los rieles, que atravesaban el pueblo y en la
madrugada, el tren que se dirigía a Valdivia, le cortó las piernas a la altura de
la rodilla; lo encontraron unos trabajadores desangrándose y lo llevaron a la
urgencia del Hospital, donde lo operaron, en este momento lo tenían en la UTI
tratando de recuperarlo. Este escueto comunicado les vino como un mazazo
en la cabeza, era lo único que les faltaba para completar sus desgracias;
primero su madre y ahora su padre, se arreglaron y corrieron al Hospital a
saber de él, allí les dijeron que estaba fuera de riesgo de muerte, pero lo
estaban evaluando y haciéndole transfusión de sangre, pues perdió mucha en
el accidenté, que por ahora no lo podían ver, hasta que se recuperara del todo
y lo trasladaran a la sala común. Esto sucedió como a los cuatro o cinco días,
iban todos los días a preguntar por él, hasta que les dijeron que podían verlo,
27

el rencuentro fue muy triste, el padre estaba de espalda en la cama, mirando al


techo desolado, al verlos trató de levantarse, pero ellos se lo impidieron, lo
abrazaron, llorando amargamente y él, entre lágrimas, les pidió que lo
perdonaran y les prometió bajo juramento, que nunca más tomaría ni una gota
de licor.
Después de este encuentro, pasó poco tiempo y lo dieron de Alta en el
Hospital, siendo trasladado en ambulancia a su casa, los primeros días lo pasó
en cama, atendido por su hija, pero en cama pronto se aburrió y trató muchas
veces de bajarse de ella, hasta que con mucho esfuerzo lo logró, esto lo hizo
muchas veces, era un hombre fuerte y no estaba acostumbrado a no hacer
nada, el hijo, pronto le consiguió una silla de rueda de segunda mano y con
ella se atrevió a salir a la calle y recorrer el barrio, los vecinos lo acogieron
con mucho cariño y lo alentaban y animaban a seguir trabajando, un amigo
que tenía un taller de bicicletas, le agregó a la silla, una rueda delantera y un
mecanismo, con el cual él podía mover y dirigir a voluntad, mediante una
cadena y unos pedales, que accionaba con las manos, el móvil, esto fue una
gran alegría no sólo para él, sino que también para su hijos, que lo veían muy
alegre recorrer las calles del pueblo. Un día tuvo una idea; tomó una tabla,
serrucho, martillo y clavos e hizo un cajón de lustrabotas, al hijo le encargó las
pastas, tintas y escobillas, con todos estos elementos, se dispuso a salir todos
los días a trabajar. Llegaba como a las nueve de la mañana, se ubicaba al lado
de la puerta del Banco, se bajaba del móvil, ponía un cojín en suelo, se sentaba
sobre él y con el cajón entre lo que le quedaban de sus piernas, se disponía,
con una sonrisa, atender a sus posibles clientes. En las tardes hacía lo mismo
en las puertas del Club Social o en la plaza del pueblo, cuando el tiempo
estaba bueno. Muy pronto se hizo conocido y de una buena clientela, era el
28

único lustrabotas del pueblo, hasta las señoras impiringotadas, les llevaban sus
zapatos y los de sus hijos, para que los lustrara.
Con el dinero que ganaba el padre y lo que ganaba el hijo, el presupuesto
familiar mejoró bastante, pudieron comprar algunas cosas que les faltaban y
tener algo de tranquilidad.
La hija, cada cierto tiempo, iba a la bomba de bencina del pueblo, que
quedaba a la orilla de la carretera, a buscar parafina para la estufa, un día le
sucedió algo inesperado, al irse con su bidón, unos de los camioneros que allí
aparcaban se acercó a ella y saludándola le dijo; perdone señorita, ¿podría
indicarme dónde puedo encontrar alojamiento?, ella lo miro detenidamente,
era un mocetón alto de muy buena figura, de unos veinticinco a treinta años,
de cara sonriente y pelo ondulado, y que imperaba confianza, por lo que se
atrevió a decirle que en la calle principal del pueblo había un hotel y ella podía
indicarle dónde era, pues tenía que pasar por ahí, para dirigirse a su casa,
caminaron junto varias cuadras, conversando del tiempo y de lo bonito que era
el pueblo, y otras cosas sin importancia, sin embargo, todo se produjo con
mucho entusiasmo, lo que quedó claro que simpatizaron al instante, al
despedirse, en la puerta del hotel, él le dijo, que se iba aquedar un par de días
y si podía verla otro vez, para seguir conversando, ya que allí no conocía a
nadie más que ella, lo que la alagó gratamente, diciéndole que mañana
después de terminar sus quehaceres pasaría por ahí como a las siete de la
tarde.
Al irse a acostar en su cuarto, se miró al espejo, se vio que era joven y nada de
fea, pensó en el joven que había conocido y sus mejillas se sonrojaron, tuvo
muchos compañeros y amigos, pero nunca sintió por ninguno de ellos, el
latido de mariposa, de su corazón que hoy sentía, se durmió pensando en el día
de mañana.
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Al otro día se levantó muy temprano, hizo sus quehaceres con premura, se dio
el tiempo para arreglarse un poco y como a las siete, se dispuso a pasar por el
hotel. Él ya la estaba esperando en la puerta, al verla se adelantó muy solícito
a saludarle, luego caminaron hacia la plaza, invitándola a la confitería que
existía, a tomar café con pasteles, ya que estaba empezando a hacer frio, al
principio se rehusó, pero ante la insistencia aceptó de muy buenas ganas. En
la conversación que tuvieron en dicha ocasión, él le contó que trabajaba como
chofer en una empresa de camiones que hacia fletes, entre Santiago y Puerto
Montt y hacía, a veces, hasta dos viajes por semana, que le gustaría, si fuera
posible, verla en dichos viajes, a lo que ella le contestó que aunque recién lo
estaba conociendo, no tendría inconveniente, se despidieron en la puerta de la
confitería, quedando de acuerdo que al atardecer de ese fin de semana, se
encontrarían en la Bomba de Bencina del pueblo.
Para ella, los días que siguieron fueron eterno, de anhelos, su corazón, le
palpitaba más fuerte, cuando se acordaba de aquel encuentro, se sonrojaba y
sus verdes ojos brillaban de emoción, su padre y hermano la miraban, al
servirles la comida, se extrañaban y al mismo tiempo, se alegraban de verla
tan animosa. El día del encuentro llegó, esa tarde, se puso su mejor vestido, se
pintó su boca, arregló sus largas pestañas, y se dirigió hacia la Bomba. Al
llegar, él ya la estaba esperando, la saludó con un beso en la mejilla,
caminaron un poco hasta la hostería que se encontraba a orillas de la carretera,
donde se sirvieron unos refrescos, luego la invitó a ir al camión, a escuchar
música, donde tenía unos casetes, muy buenos, ella al principio tuvo algo de
reticencia, pero al verlo tan solícito y caballeroso, le tuvo confianza y aceptó,
al llegar la ayudo a subir al lado del copiloto, el camión era moderno, tenía la
cabina muy alta y espaciosa, una vez dentro se dedicó a observar, los asientos
eran amplios y muy cómodos, detrás de ellos había una cortina floreada; él
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encendió el tablero, y se dispuso a poner en la radio los casetes, al encender, el


tablero se llenó de luces de colores, en realidad la música y los parlantes eran
muy buenos, con todo aquello, dentro de la cabina, el ambiente se tornó muy
grato. Le preguntó ¿qué había detrás de la cortina?, le contestó que una litera,
que le servía para descansar o dormir, cuando el viaje era muy agobiante o la
noche lo pillaba en plena carretera, estuvieron unos momentos callados,
disfrutando de la música y el ambiente, en un momento, él se atrevió a tomarle
la mano y decirle si quería ser su polola, ella lo miro a los ojos y contestó que
sí, luego sellaron el acuerdo con un tierno beso de amor, en la boca, pronto se
apuró por irse, era muy tarde y tenía que volver a su casa.
Los días, semanas y meses, que siguieron, para ella, fueron de mucha
felicidad, nunca había sentido tanta ilusión, hacía los menesteres de la casa,
pero su pensamiento siempre estaba en otra parte, generalmente en el día que
se juntaría con su amado, esto sucedía hasta dos veces por semana, su corazón
era puro amor por él. Uno de estos días de verano, en que atardecía y el calor
sofocaba, la invitó a dar una vuelta por la orilla del río, bajaron cerca del
puente y caminaron por la orilla, río arriba, por la alfombra de pasto que allí se
encontraba y teniendo a la espalda unos árboles, que daban sombra al
ambiente, en un momento se pararon a ver, cómo los últimos rayos de sol se
reflejaba en la superficie del agua, él se sacó la casaca que llevaba, la puso
sobre el pasto y la invito a sentarse en ella, y se sentó a su lado, abrazándola
por los hombros, quedaron un tiempo callados, mirando y escuchando, como
escurrían las aguas entre las piedras, la atrajo, hacia sí y empezó a besarla,
primero, tiernamente, la frente, la cara y la boca, ella cerraba los ojos, muy
luego estos besos se hicieron más intensos, al principio le dio miedo, nunca la
había besado de esta manera, pero luego, confiando, pensando sólo en su
amor, empezó a responderle, pronto, la pasión se encendió en ambos, se dejó
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reclinar sobre el pasto, que la acariciara por todo el cuerpo, le subiera los
vestidos y le bajara las bregas, al principio, se resistió con toda sus fuerza,
pero los ruegos, la insistencia, las palabras enardecidas y las caricias, hicieron
que abriera sus piernas y que aferrado a sus muslo, la penetrara, al principio
sintió dolor, nunca había conocido hombre, luego que él terminara y se parara
a fumar un cigarrillo, se quedó acostada, mirando las estrella, que empezaban
a aparecer en el cielo y a sentir un dulce calorcillo, que embargaba y recorría
todo su cuerpo, llenándola de satisfacción.
El tiempo que siguió, fue igual que antes, sólo que más espaciado, se juntaban
en la Bomba una vez o cada dos semanas, escuchaban música en el camión,
hacían el amor en la litera, luego se servían algo en la hostería, donde
conversaban, ella le insistía de que era hora que conociera a su familia, porque
al fin y acabo, algún día tendrían que casarse, él le contestaba con evasivas,
que más adelante, que aún no estaba preparado para aquello; así transcurrieron
las semanas, hasta que un día no volvió más.
Al principio, pensó que algo grave le habría pasado, y empezó a preguntarles
por su amor, a los choferes de los camiones que allí paraban, estos les decían
que no sabían nada de él, le ofrecían cigarrillos, (ahí empezó a fumar) o la
invitaban a subir a la cabina, al principio rechazo estas invitaciones, pero con
el afán de seguir preguntando e inquiriendo y fumarse un cigarrillo acompaña-
da, abecé, aceptaba, en una de estas ocasiones, uno de ellos trató de
aprovecharse de la ocasión, pero ella indignada, le contestó que no era una
cualquiera, que era de un solo hombre, a lo que él, despechado, le contesto;
que era una tonta, porque el tal amor que buscaba, era casado, tenía hijos y se
había ido a trabajar al Norte, al principio quedó muda, fue como si le hubieran
dado un puñetazo en pleno rostro, luego se puso pálida y empezó a temblar, le
gritó, bajándose del camión, yéndose del lugar, que no era verdad, que le
32

estaba mintiendo, porque no aceptó sus requerimientos, en el camino a casa,


las palabras del chofer, les retumbaban una y otra vez en el celebro y la
sospecha empezó a invadir su corazón; ¿y si fuera cierto?, sus evasivas su
actitud, su negativas, su desapego y por último, su ausencia, todo encajaba;
sintió que las lágrimas le corrían por el rostro, que su cuerpo, su alma y su
vida, quedaban destrozadas en pedazos.
Un día le avisaron que a su hermano, en el molino, una máquina le había
cercenado un brazo, a la altura del codo y estaba operado en ese momento, en
la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital, recuperándose, esto fue un
golpe más para ella, eran muy unidos, lo fue a ver con su padre, estaba muy
huraño, no hablaba, trató de consolarlo, pero no la escuchó, a la semana lo
trajeron a casa, se lo pasaba acostado, a veces se levantaba, no quería comer ni
ver a nadie, una profunda depresión lo embargó. Una mañana al ir a buscar
leña, para preparar el desayuno, lo encontró, colgado de una viga de la leñera,
esto terminó por trastornarla completamente, ya no sabía lo que hacía, fue
como si se hubiera sumido en un profundo sueño, fumaba desesperadamente,
cuando no tenía cigarrillos, recorría el centro del pueblo, pidiéndoselo a sus
habitantes, en su mente sólo había una idea y un afán; ir todas las tardes a la
Bomba, a esperar a alguien.
Fue esta la época en que yo la conocí, la veía, casi todos los días, pasar de
prisa, frente a mi negocio, un día me extraño no verla pasar, luego me olvidé
del asunto; un cliente me contó que había desaparecido, que su padre, los
vecinos y los Carabineros, la andaban buscando, alguien dijom que la había
visto paseando por la orilla del río. La encontraron, (su cadáver), como un
kilómetro, río abajo, enredada en los matorrales de la orilla, la sacaron, al
pasto, quedó de espalda, semidesnuda, con sus grandes ojos verdes, mirando
al cielo, como pidiendo una explicación. Un aciano, que pasaba por el lugar,
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se acercó al grupo y al verla, (la conocía desde niña) dijo, con el ceño fruncido
y entre dientes; ¡qué mala pata tuvo esta chiquilla!... y se alejó del lugar,
moviendo la cabeza de un lado a otro.
34

EL HACHA

Eran como las dos de la mañana, había terminado de llover sobre el pueblo, la
neblina, empezaba a envolverlo todo y las calles parecían boca de lobo, no se
podía distinguir nada a un metro de distancia, las luces de los pocos faroles
existentes, quedaban enredadas en la niebla de aquella noche, el gendarme,
hacía poco había subido al techo del frente de la cárcel, donde se encontraba la
pasarela y las dos garitas de vigilancia, ( la cárcel no era cárcel, era presidio,
donde iban a parar los reos rematados, a cumplir sus condenas) a hacer su
turno; de dos a seis de la madrugada. Una vez en ella, miro hacia adentro, el
presidio era un rectángulo, al frente daba a la calle, estaban las oficinas
administrativas, hacia atrás, separado por un portón de rejas de fierro, un patio
y alrededor de éste los calabozos, al fondo los talleres, donde algunos reos,
trabajaban en: carpintería, zapatería o talabartería y el recinto donde comían,
todo estaba tranquilo, todos dormían, no se escuchaba ningún ruido, ni el
vuelo de una mosca. Había egresado hacía poco, era nacido en el pueblo, fue
a la Escuela de Gendarmería, recomendado por un Alcaide, amigo de su
padre, obtuvo buenas notas y pidió que lo destinaran a servir a la prisión de su
pueblo, petición que le coincidieron, donde estaba muy contento, se había
casado con su polola de siempre y aún no tenían hijos, el día anterior tuvo
franco, durmió casi todo el día y su mujer lo regaloneó preparándole una
buena comida y esa tarde durmieron la siesta he hicieron el amor, se
encontraba feliz y muy satisfecho. Después de mirar hacia adentro y hacia
afuera, donde no se veía nada por la neblina o camanchaca, como le dicen por
aquí, se sentía o se presumía, que todo el mundo dormía y luego de pasearse
dos o tres veces por la pasarela, dejó el fusil en una de las garita y se dispuso a
disfrutar de un cigarrillo, sacó uno de la cajetilla y se lo llevó a la boca,
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prendió un fósforo para encenderlo y en ese preciso momento, en el silencio


de la noche, sintió y escuchó un grito de terror, en un primer momento quedo
paralogizado, al quemarse los dedos con el fósforo volvió en sí, el grito era de
mujer y venía del frente de la calle, más precisamente de la casa de la
profesora, compañera suya en la escuela, tomó el fusil, bajo y atravesó la calle
corriendo, en el antejardín estaba la madrastra, aterrada, fuera de sí, tratando
de sacar el candado de la puerta, una vez que se abrió y el pasara, con los ojos
fuera de las órbitas, le indicó el dormitorio de la hija. La casa estaba
totalmente a oscuras, saco la linterna de servicio y se introdujo en la
habitación; lo que vio, después de disipar las tinieblas y dirigir el haz de luz
sobre la cama, le puso los pelos de punta y su cara se llenó de horror, no podía
creer lo que estaba viendo; acostada de espaldas estaba la profesora, con las
sábanas y frazadas normalmente puestas sobre su cuerpo, en la almohada, su
cara y su cráneo estaba partido en dos y los sesos se desparramaban sobre ella.
Al principio no supo que hacer, luego reaccionó y volvió a la cárcel, allí tomó
el teléfono y pidió a la telefonista, que también estaba de turno, lo comunicara
con la Comisaría, habló visiblemente alterado, con el único Carabinero que se
encontraba en ese momento, lo que había visto y estaba pasando, el
Carabinero le dijo que se calmara, que entendía, pero que en ese momento no
podía hacer nada, pues estaba solo, que en cuanto llegaran los demás
funcionarios, el Comisario vería y ordenaría lo que había que hacer.
Al otro día, cerca del mediodía, llegó el Comisario con dos Carabineros y el
Juez, quien dio la orden de levantar el cuerpo y que lo llevaran a la morgue del
Hospital, hasta cuando vinieran los investigadores de Temuco, que no tocaran
nada en la casa, a los Carabineros se les ordenó que indagaran en el vecindario
para ver si alguien sabía o había escuchado algo; un vecino dijo que de
madrugada lo había despertado algo, pero luego siguió durmiendo, los demás,
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nadie, sabía nada. Muy luego, la noticia corrió como reguero de pólvora, en el
pueblo, las comadres salían a la calle a comentar, nunca había sucedido un
acontecimiento tan extraordinario, desde que fusilaran en el paredón del
presidio a aquellos criminales que trajeron de afuera. De la muerte de la
maestra, cada uno tenía su propia teoría; que había sido un ladrón, un enemigo
de su padre, un apoderado iracundo, o un amante secreto despechado, etc.,
etc., etc.
Lo cierto es, que la profesora era hija única, de un matrimonio campesino, que
tenían gracias a su esfuerzo, un pequeño campito a las afuera del pueblo,
donde tenían una huerta, una quinta frutal y campo suficiente para sembrar
trigo para el consumo, criar y engordar animales, que luego sacaban a vender
a la feria, lo que ganaban en esta actividad, la mitad lo guardaba en una cuenta
anual, en el Banco, para cuando su hija estudiara en la Universidad, con el
resto vivían sin grandes apuros, incluso a su hija le pagaban una pensión, en
casa de unos amigos en el pueblo, para que estudiara las preparatorias y la
enseñanza media; de lunes a viernes estaba en el pueblo, los fines de semanas
se iba a regalonear con sus padres, al campo. Cuando llegó el momento de ir a
la Universidad, se instaló en una pensión de estudiante, cerca de la
universidad, donde aprobó con muy buenas notas los exámenes de admisión y
se inscribió en Pedagogía. Los fines de semana, igualmente se iba al campo,
pasó el tiempo y llegó el momento en que tenía que recibirse, lo que fue
distinguido con honores, era muy buena alumna; se tituló de Pedagoga en la
asignatura de Castellano, dado su currículo, no le costó mucho encontrar
trabajo en el Magisterio de Araucanía, perteneciente al Arzobispado.
Fue destinada a una escuela de Villarrica e igual viajaba todos los fines de
semana al campo, a estar con sus padres, en uno de esos días, encontró a su
madre muy enferma, la llevaron al Hospital, donde le diagnosticaron
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pulmonía, la mandaron a la casa, con remedios, estuvo cuidándola, pero tuvo


que irse a trabajar, durante la semana, su padre, le comunicó que su madre
había fallecido, esto fue un gran golpe para ella, pidió permiso y rápidamente
se dirigió al campo, a su padre lo encontró desecho y a su madre, con la ayuda
de algunas vecinas y vecinos, en un ataúd, en la sala de estar de la casa, donde
la estaban velando, como era tradicional antiguamente, en el campo. El velorio
duró tres días, para esperar a los parientes y amigos, como también era
tradicional, se mató una vaquilla, para atenderlos y que no salieran pelando,
como se decía, llamaron al Cura, para que le echará el responso y al tercer día,
en caravana, la fueron a dejar al cementerio del pueblo.
En el cementerio, después del entierro, los parientes y amigos se despidieron,
lamentando lo sucedido. El padre y la hija volvieron al campo, en solitario, no
paraban de llorar, la casa se encontraba solitaria y fría, la hija preparó mate y
algo de comer, se sentaron a la mesa, en silencio, en un momento, le dijo al
padre, que tenía volver al trabajo pues se le terminaba el permiso, que volvería
el fin de semana, el padre le contestó que no se preocupara, que se las
arreglaría de alguna manera, eso ocurrió cuando la vecina, le dijo que conocía
una señora que quería trabajar en labores de casa, él le contesto que se la
llevará, a ver si llegaban a algún arreglo. La tal señora, era una mujer de unos
cincuenta años, nada mal parecida, viuda, con hijos mayores de edad, que se
habían ido a trabajar a Santiago, quedando ella sola.
Después de conversar un poco, convinieron que por un sueldo determinado,
ella se comprometía a quedarse puertas adentro, hacer las labores de la casa,
cuidar la huerta, los animales menores (perros, gatos, gallinas, etc.) y habitar
en un cuarto que quedaba al fondo de la casa. Ese fin de semana, cuando vino
la hija y la encontró en la casa, al principio se extrañó un poco, pero cuando
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supo que estaba contratada y luego de conversar un poco con ella y ver como
atendía a su padre, quedó tranquila y contenta pues no estaría solo.
Con el tiempo, la empleada y el patrón se fueron acostumbrando a convivir,
ella hacía sus labores y él su trabajo; lo esperaba todos días, con buenas
comidas, le lavaba y planchaba sus ropas, la casa siempre estaba impecable, la
hija estaba muy contenta y satisfecha, al ver a su padre muy mejorado.
Un día, que la viuda fue al pueblo a hacer algunas compras, en la cena de esa
noche, le conto que en el pueblo andaban diciendo, que cómo era posible que
ella, viuda, viviera con un hombre solo, bajo el mismo techo, éste se quedó
pensando un rato, no quería perderla, estaba acostumbrado a ella y le servía
bastante, la miró y le dijo de sopetón; ¡casémonos!, ella hizo como que no
escuchaba, pero cuando repitió; ¡casémonos!, le brillaron los ojos, respondió
que bueno, al parecer era lo que estaba esperando y desde ese mismo día,
durmieron juntos.
El casamiento se hizo un fin de semana, la hija, al principio no estaba muy de
acuerdo, pero después de escuchar las razones de su padre y verlo contento, se
allanó a aceptarlo, la ceremonia se hizo en privado, hubo sólo dos personas,
los testigos; la hija, y un amigo del novio, luego se fueron todos al campo,
donde la vecina, amiga de la novia y su esposo, quienes habían preparado unas
cazuelas de aves y un asado al palo, destaparon unas botellas de sidra y vino
tinto, comieron, conversaron e hicieron salud por los novios, toda la tarde,
muy luego la flamante hijastra, se levantó y dijo que tenía que volver a
trabajar, los demás invitados, dijeron, medio en broma, de que era hora de
retirarse, para dejar solos a los novios y así lo hicieron.
El tiempo pasó, cada uno de los esposos hacían sus labores habituales, sin
problemas, la hija los visitaba casi todas las semanas, el padre siempre le
reclamaba de por qué no pedía el traslado y se venía a vivir con ellos, que la
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echaba mucho de menos, ella decía que era un poco complicado viajar del
campo al pueblo, que más adelante vería que hacer al respecto. La viuda no
veía con buenos ojos esta opción, celosa del amor, que sentía el padre por su
hija, lo regañaba y se lo hacía saber.
Un día, el padre le comentó que estaba cansado de tanto trabajar en el campo,
que había llegado el momento de descansar, que vendería todo, tramitaría su
jubilación, compraría una casa en el pueblo y vivirían en ella, los dos y su hija,
la esposa trató de disuadirlo, pero el hombre de campo, acostumbrado a
mandar y decidir, dijo que no había nada más que discutir.
La venta se efectuó a fines de noviembre, cuando ya había sacado los animales
a la feria y encontrado quien le compró el campo a puertas cerrada, con todo
lo que había en él; casa, muebles, herramientas, etc., sólo guardó los recuerdos
y objetos personales. Con el dinero de la venta, compro una casita en el
pueblo, frente a la cárcel, para la que compró muebles nuevos y todo lo
necesario para vivir cómodamente, el resto, que era bastante, lo puso en el
Banco, en una cuenta a plazo. Luego le comunicó a su hija, que estaba todo
listo para que pidiera el traslado y se viniera a vivir con ellos. Lo que la puso
muy contenta, pues estaba aburrida de estar en pensiones fuera de su pueblo.
Luego de pasar la Navidad con su padre y su madrasta, en la casa nueva,
solicitó su traslado.
El traslado se efectuó en marzo, cuando empezaban las clases, destinada al
liceo que el magisterio tenía en el pueblo; en la casa, se le destinó una
habitación especial para ella. Pasaron años de común convivencia; la hija
salía todos los días a trabajar, volvía a la hora de almuerzo y luego en la tarde,
el padre por otro lado, salía en la mañana a hacer alguna diligencia y la
madrastra se dedicaba a las labores de la casa.
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Una noche, el padre dijo que se sentía mal, que tenía un brazo sin poder
moverlo y le dolía el pecho, la hija se alarmó, llamó un taxi y lo llevaron de
urgencia al Hospital, después de examinarlo, les dijeron que estaba sufriendo
un infarto, que tratarían de reanimarlo y lo dejarían en observación, que
volvieran al otro día para saber más de él. Al despedirse, su padre les dijo,
que le parecía que de esa no se salvaba y a la hija, que por si acaso; la casa y
una cuenta que tenía en el Banco, estaban a nombre de ella.
Al otro día, al llegar a hospital, le dieron la triste noticia; su padre había
muerto durante la noche, sufrió varios infartos y en la madrugada falleció. La
hija, al saber la noticia, no lo podía creer, se volvió un mar de lágrimas, la
madrasta trataba de consolarla, pero no había caso, el dolor era demasiado
intensó.
Lo velaron en la Parroquia, el Cura, en compañía de familiares, amigos,
vecinos que los conocían, compañeros de la profesora, alumnos de ella y
curiosos que nunca faltan, le hecho el responso, luego, en caravana de a pie y
en vehículo, al cementerio, donde el sepulturero ya tenía preparada la fosa.
La vuelta, después de los saludos y abrazos de condolencia, fue muy triste, no
podían convencerse de lo que había pasado, todo fue tan inesperado, la hija,
especialmente, se sentía desolada, para ella, la casa sin su padre, estaba vacía.
Pero la vida continuaba, tenía con sus alumnos y una misión que cumplir, a
ello se abocó con toda el alma.
La rutina en la casa, siguió igual que antes; la hijastra salía todos los días,
volvía a almorzar y luego en la noche a cenar, cruzaban algunas palabras con
la madrasta, le dejaba el dinero para los gastos, luego se encerraba en su
cuarto a trabajar o estudiar. La viuda estaba cada día más taciturna y
silenciosa, a veces malhumorada, pero ella no se daba cuenta y un día pasó lo
que hemos relata anteriormente y que el gendarme vio horrorizado.
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Los Investigadores, de Temuco, llegaron unos días después, registraron,


tomaron fotos, estudiaron las huellas digitales, encontradas en el sitio del
suceso o las que aún quedaban, entre ellas encontraron las del Gendarme, a
quien sindicaron como primer sospechoso y se lo llevaron detenido para
interrogarlo, después de aplicar las técnicas en boga y de escuchar la versión
del detenido, llegaron a la conclusión, de que no podía ser él, el asesino, pues
la puerta del jardín, esa noche estaba con candado, que la madrasta abrió, claro
que el hábil interrogatorio, le significó al Gendarme severo daño neurológico,
que posteriormente fue la razón de su jubilación por incapacidad física,
terminando en silla de ruedas. Después, se dedicaron a interrogar a varias
personas en el pueblo, que tenían malos antecedentes, uno de ellos, mal
intencionado y para sacarse la sospecha de encima, dijo; que a la vuelta de la
esquina, de la casa de la difunta, vivía un primo de ella, con su madre, en una
propiedad, que colindaba en el fondo, con el sitio de la profesora, separada
sólo por una reja, que tenía un forado para comunicación y que con el primo,
se habían criado casi juntos, que no sería raro, que algún momento, hubiesen
tenido algún amorío o algo por el estilo. Para los detectives de esa época, éste
era, el sospechoso ideal de ¡un crimen pasional!
El primo, resultó un hombre de unos cuarenta o cuarenta y cinco, años, alto de
contextura gruesa, algo rústico, poco amigo de la conversación, que vivía con
su madre, de avanzada edad a quien cuidaba y mantenía haciendo pololitos,
trabajos esporádicos o estacionarios, lo detuvieron, un día que se encontraba
en la casa, para llevarlo al cuartel de Temuco, para el hábil interrogatorio de
rigor, donde, después de tres días de tira y afloja, además de aplicar las
técnicas que ya sabemos, lo único que pudieron sacarle fue, que la semana en
que sucedió el crimen, él se encontraba en un predio cerca de Villarrica,
haciendo leña, al comprobar esto, con el patrón del predio, lo soltaron en la
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tarde del tercer día, yendo a parar derecho al Hospital, donde permaneció una
semana, curándose del interrogatorio.
A todo esto, los jefes y autoridades superiores, se estaba poniendo nerviosos,
pues estaba pasando mucho tiempo, sin tener nada que presentar, desde arriba
los estaban presionando, para que solucionaran el crimen de una vez por todas,
porque ya se estaba poniendo en duda, la eficacia de la Institución.
Alguien, dijo que había interrogado a la madrastra y encontró muy inconexas
y perturbadas sus respuestas, el jefe a cargo de la investigación, ordenó que
llevaran a la señora al Cuartel para ser interrogada por el psicólogo de la
Institución, el informe emitido por el facultativo decía; que la señora sufría un
trastorno bipolar, producidos por años de humillación, de sentirse dejada de
lado, por su esposo y de incubar durante años, una aversión y odio visceral,
por su hijastra, que le había quitado el amor y la atención de su marido y luego
de la muerte de éste, se había quedado con todo. Concluía, lapidariamente, el
informe; que dado el estudio y lo manifestado por ella, era muy probable que,
en un arrebato delirante, la hubiese asesinado, olvidándose después de lo
sucedido.
Los funerales de la Profesora, fueron un acontecimiento, era muy querida en el
pueblo, fue un domingo, con misa y todo, a ella asistieron los feligreses
habituales, el liceo y profesores, en pleno y mucha gente que la conocía o
habían escuchado hablar de ella. También asistieron, desde Santiago, los
hermanastros, quienes lo días que siguieron, se alojaron, en la casa con su
madre, anduvieron haciendo algunas averiguaciones en el Banco, para luego
desaparecer misteriosamente. Cuando las autoridades fueron a confiscar los
bienes de la difunta, en la cuenta del Banco, no encontraron nada, ni un peso,
lo que determinó un sumario y la desvinculación de la Institución de varios
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funcionarios. La casa, quedó en manos del Estado, hasta que apareciese algún
pariente o Heredero.
El juez determinó, en el juicio que siguió, lo siguiente;
- Que, dado los antecedentes presentados, por la fiscalía, los principales
sospechosos, que hubo en las investigaciones, eran inocentones.
- Que, del informe presentado por el psicólogo y los interrogatorios
posteriores, se desprendía que la culpable, del asesinato de la Profesora
era la madrasta.
- Por lo tanto, se condenaba a ésta, dado su estado mental, a ser recluida,
de por vida, en el manicomio de Temuco.
Alguien, se estará preguntando, ¿y el hacha, con la cual, le partieron el cráneo
a la profesora?, (yo creo que el juez, en más de una ocasión, se debe haber
preguntado lo mismo) …bueno pues, esta… esta, nunca apareció.
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El PERIODISTA Y EL PATAS NEGRAS

Hacía poco había entrado al pueblo, estaba por pasar frente a la plaza que daba
a la carretera, era como la una de la madrugada, venia de Puerto Montt,
manejando el camión, pensaba parar en la próxima estación de servicio y
dormir un poco, estaba muy cansado, frente al parabrisas, caía una verdadera
cortina de agua, estaba muy oscuro, los focos del camión, apenas dejaban ver
el camino, la lluvia intermitente formaba un verdadero río sobre él, en un
momento, creyó que alucinaba, vio frente al vidrio del parabrisas, unas manos
que aleteaban y un golpe seco en el parachoques, frenó de golpe, pensando lo
peor, se bajó a ver lo que había pasado, encendió la linterna que traía, como a
los cuatro metros, vio un bulto sobre la berma, se acercó para verlo, era un
hombre, flaco, alto, de uno cincuenta años, que ya no respiraba, estaba muerto.
Al principio, pensó huir, pero no quería cargar en la conciencia con la culpa,
nunca había atropellado a nadie, miró para todos lados, la plaza estaba
desierta, por una de las calles laterales, se acercaba un furgón de Carabineros,
que estaban de ronda, viendo el camión detenido en medio de la carretera y
pensando que estaba en pana, se acercaron para ver lo que pasaba, al llegar, el
chofer les contó lo sucedido, los Carabineros se acercaron al bulto, lo dieron
vuelta y exclamaron; ¡pero si es el periodista!, al fin, el pobre cumplió con su
deseo de morir, al ver la mirada de interrogación del chofer, le contaron, que
el que yacía muerto, borracho, muchas veces se había parado delante de los
camiones, diciendo que lo mataran y tantas veces había recibido una pateadura
de padre y señor mío, de parte de los choferes, pero no había escarmentado
nada el pobre desgraciado, luego, comunicaron al Juez de lo que había pasado,
éste les ordenó que levantaran el cadáver, lo llevaran a la morgue del Hospital,
le avisaran a los parientes más cercanos y que al otro día pasaran a buscar la
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orden a su despacho y citaran al chofer, para su declaración la próxima


semana.
El periodista, era un hombre, de unos cincuenta años, alto y flaco, muy
conocido en el pueblo, lo llamaban así, pues era el encargado de recibir o
recoger de madrugada, las revista y periódicos, que los camiones repartidores,
dejaban caer, frente a la estación, en su raudo viaje hacia el Sur, para luego
llevarlas a la librería, que era la concesionaria, donde se compaginaban los
diarios, para luego repartirlos entre los muchos clientes que tenía en el pueblo.
El periodista, era hijo único, vivió muchos años con su madre, desde que
murió su padre, cuando era adolescente, quien les dejó una casita con una
hectárea de terreno, hacia afuera del pueblo y una pequeña pensión de viudez
a su madre. El joven, en esa época, estudiaba en la enseñanza media, tuvo que
dejar los estudios, para poder trabajar y hacerse cargo de los trabajo del
campito, donde se hacía huerta, se criaban algunas gallinas y animalitos
cabríos y lanares domésticos, también se sembraban algunos cereales;
encontró trabajo en la librería, donde hacía los mandados y esporádicamente
lo encargaban de vendedor, luego de recibir los periódicos se iba a tomar
desayuno con su madre, quien lo mimaba y regaloneaba, como hijo único que
era, después de esto se dedicaba a repartir los periódicos, entre los abonados y
clientes ocasionales; lo que ganaba no era mucho, pero le servía para sus
gastos y ayudar algo en los gastos de la casa, en las tardes y los fines de
semanas, se dedicaba a la huerta y ver los animales, que les servían para el
consumo y de vez en cuando, vender algunos y de esta forma incrementar el
presupuesto familiar.
En el vecindario, existía una muchacha, de unos veinte años, que aunque tenía
pareja, a instancia de su madre le había echado el ojo, ésta le decía que el valía
la pena, pues tenía casa, recursos y trabajaba, no como el vago de su pololo,
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que no había trabajado nunca, todo esto hizo que ella tratara de acercarse a él,
lo avistaba en las tardes, cuando llegaba, para saludarlo o preguntarle,
cualquier tontera, con respecto a los diarios y revistas, o se acercaba a la casa
para que le vendieran alguna verdura fresca, de la huerta. La madre del joven
periodista, al principio no veía con muy buenos ojos estas visitas, algo
sospechaba, pero la zalamería y las amables palabras que desplegaba la joven,
en algo la anduvo conquistado, el joven, preocupado de su trabajo, no se daba
cuenta de lo que estaba siendo objeto, su madre se lo hizo notar, el sólo se alzó
de hombros y siguió con su rutina. Un día en que llegaba del trabajo, ella se
las arregló para encontrase frente a frente, como casualmente, con él, se
saludaron como si nada, le preguntó; si le gustaba la música, él dijo que si y si
pololeaba, él dijo que no, después de esta gran conversación, se despidieron,
él, un poco molesto por el interrogatorio, ella, esperanzada, pues había visto
cierto brillo en los ojos del joven, total no era fea y tenía un buen físico, que la
hacía atractiva.
El tiempo pasó, el hijo en su trabajo, la madre haciendo las cosas de la casa,
cada vez le costaba más moverse, le dolían las piernas, cuando llegaba el
invierno sufría de los huesos, los dolores casi no los soportaba, una meica le
recetó unas hierbas, pero poco le sirvieron, decía que tenía noventa años, que,
si no fuera por el hijo, por no dejarlo solo, hacía tiempo habría dejado este
mundo. Un día en que el joven periodista, volvía a tomar desayuno con su
madre, no encontró la mesa puesta, como solía estar y a su madre lista para
servirle, esto le extraño mucho, buscó en la cocina, en el patio, en la huerta, no
estaba en ninguna parte, alarmado fue a verla al dormitorio, allí la encontró,
acostada de espalda, en la cama, aparentemente dormida, le habló, pero no le
contestó, se acercó, la movió para despertarla, le tomó el pulso, sólo en ese
momento, se dio cuenta que su madre, estaba muerta, la desesperación, lo
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embargó, que haría sin su madre, se arrodilló a su lado, la abrazó y lloró como
nunca había llorado, se sentía indefenso, perdido en este mundo, nunca había
sentido un dolor tan intenso, su cabeza era un torbellino, qué hacer, por dónde
empezar, en esas circunstancias, en eso estaba, cuando sintió que golpeaban a
la puerta, que con cualquier pretexto venia la vecina a verlo, le abrió la puerta,
con los ojos hinchados de tanto llorar, afligido le contó lo que le estaba
pasando, ella después de consolarlo, le dijo que no preocupara, que con su
madre, iban a hacer todo lo necesario para ayudarlo en el funeral, más
tranquilo fue a contratar la funeraria, allí le dijeron que ellos se preocupaban
de los certificados y de cobrar la cuota mortuoria, que dónde sería el velatorio,
les dijo que en la casa.
Llegaron como a las tres de la tarde, con todo, lo necesario; la urna, las luces,
los caballetes, para montar la escena, la vecina con su madre, despejaron el
living, pusieron las sillas contra la pared para los visitantes, vistieron a la
difunta y la pusieron en la urna, un lavatorio con agua bajo el féretro,
compraron dos corona y flores, que el hijo pago, una en nombre de ellas y la
otra de él, comprometieron al Cura, para el responso, al otro día, en la
mañana, antes de llevarla al cementerio. El periodista, comunicó a su patrón,
la triste noticia, quien le dio todo el tiempo que necesitara, incluso llevó una
corona al velatorio, en la noche, llegaron algunos vecinos, colegas, conocidos,
quienes llevaron flores y gente de la iglesia, para acompañarlo y rezar el
rosario, la vecina y su madre se encargaron de servir café, como es costumbre
en estos casos.
Al otro día, después del responso, los asistentes se dirigieron, en caravana, al
cementerio, el patrón prestó su coche, para que lo llevaran y trajeran, el cual
también aprovecharon, la vecina y su madre. De vuelta, la vecina le dijo, que
no se preocupara en adelante, por la casa y los animales, que ella se iba a
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hacer un tiempito, para atenderlos, que si necesitaba algo le dijera, él le


agradeció, pero que, en ese momento, no necesitaba nada, quería estar solo,
para sentir, la soledad, y el dolor de haber perdido a su madre.
En los días que siguieron, él se preparaba el desayuno, luego se iba a trabajar,
almorzaba, en una cocinería del pueblo, cuando volvía, la casa estaba
ordenada, limpia, los animales comidos, a veces, encontraba a la vecina,
esperándolo, para contarles, algunas novedades; que cuántos huevos pusieron
las gallinas o como estaban las ovejas, una de esas tarde, le dijo, que para qué
estaba gastando en pensión, cuando ella podía prepararle un plato de comida,
aunque le pagara muy poco, también podía lavarle la ropa, el periodista, quedó
pensando un rato, estaba cansado, de la cocinería y de andar buscando quién le
lavara la ropa, le dijo que bueno, dejándole una cantidad de dinero, para lo que
faltara. Cuando la vecina esa noche, llegó a su casa, le dijo a su madre, quien
se puso muy contenta; ya lo tengo.
Pasó el tiempo, sin sobresaltos, la vecina acudía todos los días, hacía las
labores de la casa, le preparaba, igual que su madre, las comidas que le
gustaban, lo atendía y lo regaloneaba, que daba gusto, el periodista se fue
acostumbrando a tenerla cerca, verla moverse por la casa, arreglada y
perfumada, cuando llegaba, en las tardes, comían y conversaban juntos,
empezó, a verla con otros ojos; era un poco mayor que él, no era fea, tenía
buen físico, simpática y lo mejor, era que se preocupa, de sus cosas, poco a
poco se fue enamorando de ella. Lo que no sabía, era que el ex novio, o
pareja, la había estado rondando, a veces la atajaba en la calle, para pedirle
explicaciones o urgirla para que se juntaran, le contestaba con evasivas, que
estaba trabajando, que no la molestara.
Una tarde, en que el periodista recién se había pagado, tomado unas cervezas
con unos amigos, llegó a la casa, con una botella de vino y unos chocolates,
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para la vecina, la cual hacía un año que se preocupaba de su hogar, esa tarde y
parte de aquella noche; cenaron, brindando varias veces y estando medios
achispados, la invitó a sentarse en el sofá, cuando estuvieron ahí, ella le dio un
chocolate en la boca, rieron de buenas ganas, después otro y otro, en un
momento, la atrajo hacia él, tratando de besarla, al principio se resistió, luego
aceptó, diciendo que, ya era hora de irse. Las tardes y noches que siguieron,
fueron de igual manera, cenaban, luego se sentaban en el sofá, la besaba y la
acariciaba, sólo que éstas se hicieron cada vez más urgidas y candentes, una
de esas tardes, ella le dijo, que por qué mejor no se casaban y así podrían,
amarse sin restricciones.
La fecha del matrimonio, la fijaron un mes después, la madre de la vecina, se
ofreció, para prepararlo todo; pedir hora, con la sibila, el cura y comprar, las
cosas para la fiesta, el matrimonio por el civil se hizo un viernes en la mañana,
el sábado en la tarde, los casó el cura, ella de blanco, él con su mejor terno, a
esta ceremonia asistieron algunos amigos de él y muchos pariente y amistades
de ella, entre ellos, el ex novio, luego se fueron todos a la fiesta.
La Fiesta, se hizo en la casa del periodista, la madre de ella, había arreglado y
adornado el living, en la galería que daba para el patio, una mesa, donde puso,
el comestible, las bebidas, vino y licores, le había, con permiso del dueño,
retorcido el pescuezo a varias aves, para poner las presas cocidas, en una
bandeja sobre la mesa, donde también se encontraban; cecinas, queso, pan
amasado, sopaipillas y una torta de novia, comprada, todo costeado por el
novio. Cuando llegaron los recién casados, después de darse algunas vueltas,
en un taxi por el pueblo, la casa ya estaba, llena de gente; la madre y algunos
parientes, después de matar uno de los corderos, ya lo tenían ensartado en el
asador, dando vuelta sobre el juego. Cuando entraron al living, alguien
destapó unas botellas de sidra, para que los novios brindaran, con los brazos
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cruzados, acompañados con los presentes, por la felicidad y el futuro del


matrimonio. Alguien trajo un equipo de música, los novios bailaron, la cueca,
tradicional en estos casos, luego que el cordero estuvo listo, llamaron a comer,
todos se abalanzaron sobre la mesa, incluido los novios, porque el apetito y la
sed, hacían estragos, entre los comensales. Luego de comer y saciarse,
pusieron la música, (cumbias, corridos, etc.) y la fiesta se armó. La novia,
luego de bailar, con su marido, bailó con todos los que querían bailar con ella,
inclusive, su ex pareja, lo que a su madre le hacía fruncir el ceño, la tarde y
noche pasaron entre brindis, por esto, por eso y aquello, todos querían,
zalameramente, brindar con el novio, éste por no ofender y porque estaba
contento, le echaba para adentro no más, cuando se dio cuenta de que estaba
embriagado, fue cuando no pudo caminar ni tenerse en pie, se acercó a uno de
los sillones, en el instante y allí mismo se quedó dormido, era de madrugada,
los invitados empezaron a irse, inclusive la madre, sólo quedó la ex pareja,
comiendo y tomando, lo último que quedó. La novia, se fue a cambiar ropa, le
dijo, que se esperara, para que le ayudara a llevar a su marido a la cama, así lo
hicieron, era un verdadero saco de papas, ni se movió, cuando lo dejaron en el
lecho nupcial, luego se fueron a la cocina a arreglar el desorden, a tomarse el
último trago y fumarse un cigarrillo, en un momento, él la tomó en sus brazos,
la estrechó contra su pecho y la besó apasionadamente, ella trato de resistirse,
luego se dejó llevar, él sabía hacerla feliz, la tomó por la cintura, la sentó,
sobre la mesa de la cocina, le subió los vestidos, ella abrió las piernas, se
aferró a él y éste la penetró, estuvieron un buen rato gozando de su cercanía,
hasta que ella le dijo que era hora de que se fuera.
Al otro día, domingo, el periodista amaneció con un dolor de cabeza, de padre
y señor mío y una sed que le secaba la garganta, buscó y encontró una bebida,
se la zampó de un trago, le preguntó a su mujer que había pasado después de
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la comilona, pues él no se acordaba de nada; ¡claro! le dijo su esposa, qué te


vas acordar, si estabas curado como penca, ¡qué vergüenza!.. después de esto,
fue a preparar un caldo para pasar la mona.
Lo que pasó después, fue la normalidad de todo matrimonio, ella preparaba
desayuno, luego el periodista salía a trabajar, volvía como a la una a almorzar,
solía descansar un rato, luego seguía con la repartición de los diarios y
revistas, en las tardes, después del trabajo, a veces, se pasaba a tomar una
cerveza con algún amigo, pero ahora que tenía mujer muy raramente lo hacía,
prefería estar regaloneando y tener relaciones sexuales, con ella, al principio le
permitió, alguna veces, luego empezó; con que le dolía, la cabeza, andaba con
la regla o estaba enferma de cualquier cosa, esto lo desesperaba, se sentía
frustrado, acaso ya no lo quería, o bien nunca lo había querido, o pensaba en
otro, todo esto lo tenía muy amargado, en las noches casi no dormía, empezó a
ir con más frecuencia a la cantina, ya no era una cerveza, si no que era una
caña de vino la que tomaba, luego se iba a su casa medio chispado, su mujer
junto con la comida, le daba una retahíla de advertencia y reclamos, por andar
tomando, que lo dejaba más amargado de lo que estaba. Empezó a ir todos los
días, a la cantina, ya no era una, sino que varias las copas que se tomaba, la
mujer, cuando llegaba tomado, lo echaba del dormitorio, para que durmiera en
el sofá o cualquier parte, menos con ella.
Un día, uno de sus amigos de cantina, le dijo que tuviera cuidado, porque
habían visto, al “patas negras”, que andaba rondando su hogar, al principio no
quiso creer, dijo que no podía ser, luego se quedó pensando, decidió verlo con
sus propios ojos, uno o dos día después, en que había tomado desayuno con su
esposa y llevado los diarios a la librería, volvió sigilosamente, cerca de su
casa, se escondió detrás de un árbol, desde ahí veía todo el frente de ella,
estuvo bastante rato, ya iba a ser la hora en que él llegaba, he iba a tener que
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irse, cuando vio salir a su mujer, que miraba para todos lados, detrás de ella,
salía el “patas negras”, que no era ni más ni menos, que el amigo o ex pareja,
de su esposa, esto lo trastornó, no supo que hacer, si matar a los dos ahí
mismo, pedir explicaciones a ella, o quedarse callado, ahora entendía, todos
los dolores de cabeza y todo lo demás, parecía que el “patas negras” ya se
sentía habituado a estas visitas, decidió quedarse callado, por ahora, más
adelante le enrostraría su conducta, por otro lado, no quería quedarse solo otra
vez, ni tampoco tener nada que ver con la justicia. Esa noche llegó más
borracho que nunca.
Los días que siguieron ya no le recibía, desayuno a su mujer, tampoco llegaba
a almorzar, todo lo hacía en la cocinería y en la tarde, en vez de irse a la casa,
se iba a la cantina, ahí se emborracha, con sus amigos, llorando, entre copa y
copa, sus desgracias, estaba flaco como perro, su patrón le decía, con lástima,
que no tomara más, porque se iba a enfermar, le contestaba que ya no le
importaba nada, que lo único que quería, era morirse.
Una noche llegó a su casa, su mujer no lo esperaba, le dijo que le sirviera
comida, ella le contestó; que no le servía a ningún borracho, y el le contestó;
claro, seguramente ya le serviste a tu lacho, puta de mierda, contestó, rojo de
rabia; sí dijo ella, enardecida, dándole con un palo en la cabeza, le serví,
porque no es ningún borracho, bueno para nada, como tú y ándate de aquí,
porque no quiero verte más la cara. El salió, dando un portazo, enjugándose
con el pañuelo, la sangre que le brotaba de la cabeza, esa noche y varias más,
durmió en un banco de la plaza, trabajaba muy poco y lo poco que ganaba, se
lo tomaba, fuera de día o de noche, después que lo echaban de madrugaba, de
la cantina, en su delirio se iba a la carretera, a ponerse frente de los camiones,
para que lo mataran, muchas veces, fue pateado y dejado en la berma, donde
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se dormía hasta el otro día. Hasta que pasó lo que ya sabemos, ese día, el
periodista había cumplido su deseo.
Los Carabineros, cumplieron la orden del Juez, le avisaron a su esposa, que se
encontraba tomando desayuno con su amigo, que su esposo, había sufrido un
accidente, que se encontraba en la morgue, que tenía que sacar los papeles y
retirar el difunto; la esposa, al principio se sobresaltó un poco, luego les dio
las gracias, por avisarles, que luego iría hacer lo trámites, a retirar a su esposo,
su amigo la acompañó, por supuesto, sacó los papeles, cobró la cuota
mortuoria, contrató la funeraria, con el cajón más barato, lo velaron en el
velatorio de la Parroquia, a él, asistió la madre de ella, el patrón, quien llevó
una corona de flores, los vecinos y vecinas, que lo conocían desde chico,
(llevaron flores y le rezaron el rosario) quienes comentaban; lo desvergonza-
da, de la mujer, al estar con su amante en el funeral de su marido, el Cura le
dio el responso, luego lo llevaron al cementerio, después de los saludos y
pésames de rigor, volvieron a la casa, la hija y su madre se sentaron en el sofá,
el “patas negra” en un sillón, se echaron para atrás para descansar y la viuda
dijo, sin ocultar su satisfacción, ¡al fin se murió el infeliz!, y todo lo que hay;
la casa, la parcela, los animales y el montepío, son míos, la madre le agregó, te
felicito mi niña. El “patas negra” pensó para sí, medio atemorizado… putas
las minas, cara de raja, éstas.
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Fin

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