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Descartes

Los principios de la filosofía

XIV. Puesto que la existencia necesaria está contenida en nuestro concepto de Dios se
puede concluir rectamente que Dios existe.

Considerando luego que, entre las diversas ideas que tiene, está la de un ser sumamente
inteligente, sumamente poderoso y sumamente perfecto, que es con mucho la más eminente
de todas, reconoce en ella la existencia, no sólo posible y contingente —como en las ideas
de todas las demás cosas que percibe con distinción— sino absolutamente necesaria y
eterna. Y así, por ejemplo, como percibe que en la idea de triángulo está necesariamente
contenido que sus tres ángulos son iguales a dos rectos, se convence plenamente de que el
triángulo tiene tres ángulos iguales a dos rectos: del mismo modo tan sólo porque percibe
que la existencia necesaria y eterna está contenida en la idea de un ser sumamente perfecto
debe concluir sin duda que existe un ser sumamente perfecto. […]

XVII. Cuanto mayor es la perfección objetiva de cualquiera de nuestras ideas, tanto


mayor debe ser su causa.

Pero avanzando en la consideración de las ideas que tenemos en nosotros realmente


vemos que, en cuanto son ciertos modos de pensar, no difieren mucho entre sí; pero que son
muy diferentes en cuanto una representa una cosa y otra representa otra; y que tanto más
perfecta debe ser su causa cuanto mayor perfección objetiva contienen. Pues lo mismo que
el que tiene la idea de una máquina muy complicada puede preguntarse con razón la causa
de que la tenga: ya sea haber visto una máquina semejante que otro fabricó, o bien haber
aprendido tan concienzudamente la ciencia de la mecánica o poseer un ingenio tan vigoroso
que haya podido inventarla por sí mismo, sin verla en ninguna parte. Pues toda la
complejidad que en aquella idea está contenida sólo objetivamente o como en imagen debe
estar contenida en su causa, sea la que fuere, no sólo objetiva o representativamente, sino
en realidad formal o eminentemente, al menos en la primera y principal.

XVIII. De aquí se concluye nuevamente que Dios existe.

Asimismo, puesto que tenemos en nosotros la idea de Dios o de un ser supremo,


podemos examinar justificadamente de qué causa la tenemos; y hallaremos en ella tanta
inmensidad que por eso tendremos la absoluta certeza de que sólo nos la pudo dar algo que
contenga en verdad la suma de todas las perfecciones, es decir, Dios realmente existente.
Pues es conocidísimo por la luz natural no sólo que nada se hace de la nada y que lo que es
más perfecto no es producido como causa eficiente y total, por lo que es menos perfecto,
sino que tampoco puede haber en nosotros idea o imagen de ninguna cosa, si en alguna
parte, ya en nosotros mismos o fuera de nosotros, no hay un Arquetipo que contenga
efectivamente (reipsa) todas sus perfecciones. Y como de ninguna manera hallamos en
nosotros aquellas sumas perfecciones de que tenemos idea, por eso mismo concluiremos
correctamente que están en alguien diferente de nosotros, justamente en Dios; o que por lo
menos alguna vez lo estuvieron; de lo que se sigue con toda evidencia que tales
perfecciones todavía están en él.

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