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DSI – UNIDAD 4 – LOS DDHH

A) LA CUESTIÓN SOCIAL: SITUACIÓN ACTUAL DE LOS DERECHOS HUMANOS-RECONOCIMIENTO DE CASOS –


PERSPECTIVAS –
Siguen existiendo en todo el mundo situaciones de injusticia y opresió n. En 1979, en Puebla, los obispos
latinoamericanos hacían ya está grave advertencia: “desde el seno de los diversos países del continente está
subiendo hasta el cielo un clamor cada vez má s tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y
demanda justicia, libertad, respeto de los derechos fundamentales del h’”. La conferencia de Medellín apuntaba a la
comprobació n de este hecho. A pesar de las palabras del Papa 20 añ os después, nuestro siglo está marcado todavía
por graves violaciones a los derechos fundamentales, hay aun en el mundo innumerables personas cuyos derechos
son despreciados cruelmente. Y algunas de estas violaciones má s comunes y graves son:
OPRESIÓN POLITICA: ejemplarizadas en formas de opresió n de grupos y sectores dominantes que se conservan
insensibles de la situació n de los sectores má s expuestos a la miseria y marginació n. Calificando de acció n
subversiva todo intento de cambiar un sistema social que favorece la permanencia de sus privilegios. Se observa en
el poder ejercido por estos sectores dominantes mediante el uso de la fuerza p/ reprimir todo intento de reacció n.
Nuestro país es uno de los tantos, que permanentemente incurre en la violació n de los derechos fundamentales, un
ejemplo fue la desaparició n forzada de personas y apropiació n de menores durante la ú ltima dictadura militar.
OPRESIÓN ECONÓMICA: Cuya expresió n es la exclusió n por las que sectores enteros de la població n pierden la
estabilidad laboral y los beneficios de la seguridad social (cobertura médica, indemnizaciones justas, régimen de
pensiones y jubilaciones, etc.) viendo así oscurecer su futuro y el de sus hijos, Las condiciones econó micas y
sociales cobran especial importancia por someter a las personas en una persistente situació n de pobreza extrema,
que a causa de la precariedad se convierten en víctimas que son severamente castigadas, y se encuentran
expuestas en mayor medida a otros problemas como la mortalidad infantil, desnutrició n, trabajo en condiciones de
esclavitud, delincuencia, drogadicció n, etc.
OPRESIÓN CULTURAL: Cada pueblo y nació n tienen una cultura, una forma propia de ser y vivir, producto de su
historia y su realidad geográ fica; esa cultura se traduce en una escala de valores, en un idioma, una religió n,
tradiciones, costumbres. Pero encontramos en el mundo situaciones en que un país, grupo social, ven sometida su
cultura a la dominació n de otros. Así, ocurre con los pueblos aborígenes, o con naciones que han perdido su
independencia siendo absorbidas por otras. En esos casos suelen imponerse un idioma, religió n, la marginació n de
valores que pertenecen a una tradició n. Otra manifestació n es la homogenizació n cultural, a través de los medios
de comunicació n social, se reemplazan costumbres, criterios y valores propios por otros provenientes de las
culturas de los países centrales, productores tanto de tecnologías como de contenidos.
RACISMO: que es una creencia que se basa en la superioridad de ciertas razas sobre otras. Esto ha llevado a
cometer atrocidades, como el exterminio del pueblo judío bajo el régimen nazi, o el sistema del apartheid en
Sudá frica. Se entiende por racismo a una forma de discriminación basada en el grupo étnico al que pertenece
la víctima. Ademá s, es una doctrina política cuyo fin es la de la persecució n a un grupo étnico al que se lo considera
inferior.
El racismo puede ser institucionalizado cuando es justificado por una ideología de superioridad de las personas
por su origen; la discriminación respecto a minorías religiosas, generalmente extranjeras, que son
consideradas como ciudadanos de segunda categoría, en cuanto a ds’ fundamentales como la educació n, salud,
trabajo, etc. Otra variante es el etnocentrismo, actitud segú n la cual un pueblo tiende a defender su identidad
denigrando la de otros. El racismo social, dentro de un mismo país y un mismo grupo étnico, por ejemplo la
situació n del campesinado respecto del citadino. La xenofobia, que es una forma de discriminació n contra los
inmigrantes, cuando estos se distinguen por su color de piel, rasgos físicos, religió n, etc. El antisemitismo, que en
su forma má s trá gica resulto en el genocidio de un pueblo por su origen judío.
B) EL FIN ÚLTIMO DEL HOMBRE - LA LEY EN GENERAL –
Como todo el resto de la creació n, Dios destinó al h’ para un fin, y recibe de É l la direcció n hacia ese fin. Esta
ordenació n es de un cará cter en armonía con su naturaleza inteligente libre. En virtud de su inteligencia y libre
albedrío, el hombre es amo de su conducta. A diferencia de las cosas del mero mundo material, él puede variar su
acció n, actuar, o abstenerse de actuar, como le plazca. Aun así él no es un ser sin ley en un universo ordenado. En la
misma constitució n de su naturaleza, él también tiene una ley establecida para él, que refleja esa ordenació n y
direcció n de todas las cosas, la cual es la ley eterna. Entonces, la regla que Dios ha prescrito para nuestra conducta
se haya en nuestra naturaleza misma. Esas acciones que se conforman con sus tendencias, nos llevan a nuestro fin
destinado, y son de ese modo, constituidas correctas y moralmente buenas; aquellas en desacuerdo con nuestra
naturaleza son erró neas e inmorales.
LA LEY ETERNA:
Es la ley que descansa en la propia razó n de Dios y de la cual derivan las demá s leyes. Sto. Tomas dice que es eterna
porque a Dios le corresponde la eternidad. Dios ordena todas las acciones, tanto hnas como no hnas, hacia su fin. A
diferencia de Aristó teles, Sto. Tomas pone su fundamento del bien en un ser trascendente: Dios.
Se entiende por ley eterna, la ordenació n de todo lo que existe en la naturaleza (se incluyen aquí todas la leyes, de
la naturaleza, científicas, de conductas, hnas). Es el gob’ de todas las criaturas existentes, tiene las siguientes
características:
Es común a todas las criaturas, es decir hay una ley eterna p/ el mundo, p/ los planetas, p/ la realidad
microscó pica; rige esta ú nica ley.
Es imborrable, indeleble, es decir no se puede prescindir de ella.
Es inmutable, no cambia.
LA LEY NATURAL:
El término ley natural se emplea a menudo como equivalente de leyes de la naturaleza, denotando el orden que
gobierna las actividades del universo material. Entre los juristas romanos la ley natural designaba aquellos
instintos y emociones comunes al h’ y a los animales inferiores, tales como el instinto de auto-preservació n y el
amor a la prole. En su aplicació n ética estricta, la ley natural es la regla de conducta prescrita por el Creador en la
constitució n de la naturaleza con la cual nos ha dotado.
Segú n Sto. Tomá s de Aquino, la ley natural es “nada má s que la participació n de la criatura racional en la ley
eterna”. La ley eterna es la sabiduría de Dios, puesto que ella es la norma directiva de todo movimiento y acció n.
Cuando Dios decidió darle existencia a las criaturas, deseó ordenarlas y dirigirlas a un fin. En el caso de las cosas
inanimadas, esta direcció n divina se le provee en la naturaleza que Dios le dio a cada una; en ellas reina el
determinismo.
La ley natural es universal, aplica a toda la raza hna, y es en sí misma igual para todos. Todo ser hno, porque
es ser hno, si ha de conformarse con el orden universal deseado por el Creador, está obligado a vivir conforme a su
propia naturaleza racional, y a ser guiado por la razó n. Sin embargo, los niñ os y las personas insanas, que no tienen
el uso efectivo de su razó n y por lo tanto no pueden conocer la ley, no son responsables por el fracaso en cumplir
con sus demandas.
La ley natural es inmutable en sí misma y también extrínsecamente. Puesto que está fundada en la misma
naturaleza del h’ y su destino hasta su fin---dos bases que descansan sobre el fundamento inmutable de la ley
eterna---se deduce que, asumiendo la existencia continua de la naturaleza hna, no puede cesar de existir. La ley
natural manda y prohíbe en el mismo tenor dondequiera y siempre.
ASPECTOS ONTOLÓGICO Y GNOSEOLÓGICO:
ELEMENTO ONTOLOGICO
Hay una naturaleza hna (o estructura ontoló gica) es la misma en todos los hs’. La persona es un ser dotado de
inteligencia y como tal comprende lo que hace. Constituye un centro de necesidades inteligibles. Tiene fines que
corresponden a esa constitució n esencial y son idénticos para todos. Tiene inteligencia y determina sus propios
fines. Por virtud de la naturaleza hna hay un orden que la razó n puede descubrir. La ley natural de todos los seres
existentes en la naturaleza es el modo adecuado por el cual, en razó n de su naturaleza específica y fines específicos
deberían alcanzar la plenitud del ser tanto en su crecimiento como en su conducta. La palabra debería tiene un
significado moral implica obligaciones morales en el nivel de los agentes libres. La LN para el hs’ es una Ley Moral
por que el h’ la obedece o desobedece libremente y no forzosamente
El D.Nat es un orden ideal relativo a las acciones humanas, una divisió n entre lo conveniente e inconveniente, lo
adecuado e inadecuado que depende de la naturaleza hna o esencia y de las necesidades inmutables en ella
arraigadas
ELEMENTO GNOSEOLÓGICO O EL CONOCIMIENTO DE LA LEY NATURAL
En el aspecto gnoseoló gico, es decir el D.Nat como conocimiento. La ley y el conocimiento de la ley son 2 cosas
distintas. El ú nico conocimiento prá ctico que todos los hs’ tienen en comú n de una materia natural e infalible, es
que debemos hacer el bien y evitar el mal. Lo cual es preámbulo y ppio del D.Nat, pero no es el D.Nat, que es el
conjunto de cosas que se deben hacer y que no se deben hacer, que hay que observar de una manera necesaria.
Los hs’ lo conocen en diversos grados y corren el riesgo de equivocarse. El D.Nat no es un có digo escrito y su
conocimiento por parte del h’ aumenta gradualmente a medida que su conciencia morral se fue desarrollando. La
razó n hna no distingue las reglas de conducta del D.Nat de manera teó rica, Sto. Tomá s dice que la razó n hna
conoce el D.Nat a través de las inclinaciones, sino que es un conocimiento oscuro y vital obtenido de un modo
connatural al cual la razó n percibe.
El conocimiento hno de ese derecho ha sido conformado progresivamente por las inclinaciones de la naturaleza
hna, comenzando por las má s elementales. Fueron inclinaciones genuinas que desde la inmensidad del pasado hno
guio a la razó n, hasta hacerla advertir poco a poco la existencia de normas definitivas y generalmente reconocidas
por la raza hna a partir de las má s remotas comunidades humanas. El conocimiento del D.Nat se halla encarnado
en la herencia má s antigua y general de la humanidad
LA LEY POSITIVA HUMANA Y LEY POSITIVA DIVINA
Son ejemplos de leyes positivas las constituciones de los Estados, los có digos de fondo (civil y comercial, penal, de
minería, etc.) Sto. Tomas a diferencia de otros, que tienden a fundamentar la legitimidad de la ley positiva en el
consenso democrá tico y la voluntad popular, consideró que la ley positiva debe ser expresió n de la ley natural, la
cual es a su vez expresió n de la ley eterna. Así, aquellas leyes positivas que sean contrarias a las leyes naturales
(que sean connaturales) no son leyes buenas y es justo que el ciudadano se niegue a cumplirlas, mientras que
aquellas que son conforme a la ley natural son justas y buenas y el ciudadano está obligado a cumplirlas. Dado que
la ley natural no establece con total claridad y precisió n cada conducta que el h’ debe realizar en su vida
comunitaria, legislador debe utilizar la razó n práctica p/ tratar de dar con la ley positiva acorde con los ppios
prá cticos grales insertos en la naturaleza hna.
La ley positiva divina es la ley de Dios tal y como real o positivamente ha sido revelada a todos los hs’; por ejemplo:
la llamada Ley Antigua, como los preceptos del Decá logo en el AT, o la Ley Nueva o Evangélica, resumida en el
mandamiento nuevo que nos deja Cristo “amanse los unos a los otros como yo los he amado”. El sentido de esta
revelació n es guiar a todos los hs’ p/ la realizació n de la conducta adecuada p/ su salvació n, y ha sido necesaria p/
compensar las limitaciones de la razó n hna en la interpretació n de la ley natural.
LA LEY ANTIGUA:
La ley en cuanto tal tiene la posibilidad de revelarnos el camino, es pedagoga. Así aparece la Ley antigua revela por
Dios a Moisés. Dice el Catecismo: “Dios nuestro creador y redentor, eligió a Israel como su pueblo y revelo su ley,
preparando así la venida de Cristo. La ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razó n.
Estas se encuentran declaradas y autenticadas en el interior de la Alianza de la salvació n”. La ley promulgada en el
monte Sinaí viene a despertar la ley natural que Dios grabó en nosotros cuando nos creó .
LA LEY NUEVA O EVANGÉLICA:
En el capítulo 5to del Evangelio segú n Sn Mateo, establece una progresió n en el crecimiento de la ley: “a ustedes se
les dijo…, pero yo les digo”. La ley antigua prepara a la ley nueva, a ley evangélica. Que es la perfecció n aquí en la
tierra de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa en el sermó n de la montañ a. Es también
obra del Espíritu Santo, y por el viene a ser ley interior de la caridad: “concertaré con la casa de Israel una alianza
nueva, pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y seré su Dios y ellos será n mi pueblo”.
Es el Espíritu el que grava en nuestros corazones a fuego la ley nueva dada por Cristo. La caridad es la que marca el
rumbo, y nos lleva por el camino de la ley nueva.
C) EL DEBER Y LA OBLIGACIÓN MORAL
La obligación moral se define como la presión que ejerce la razón sobre la voluntad, enfrente de un valor.
Está lejos de ser una presió n originada en la autoridad o en la soc’ o en el inconsciente, o en el miedo o el castigo.
No es una obligación que se sienta por la presión externa. Cuando la persona capta un valor con su
inteligencia, se ve solicitada por dicho valor, y entonces la inteligencia propone a la voluntad la realización
de tal valor. Pero la inteligencia presiona suavemente, sin suprimir el libre albedrio, simplemente ve una
necesidad objetiva y como tal propone a la voluntad p/ su realizació n. Se trata de una exigencia propia de la
razón, fundamentada en un valor objetivo, pero nacida en lo má s íntimo y elevado de cada h’. Su propia razó n.
La obligació n moral es autónoma y no compatible con el libre albedrio.
El deber moral, es la ley no escrita o dictada, pero que igualmente estas obligado a cumplir. Dependen del
concepto ético que posea la persona y exigen un comportamiento acorde a las leyes jcas y morales que se
establecen en una sociedad.
EL DERECHO Y EL FUNDAMENTO DEL DERECHO - POLÉMICA EN TORNO AL DERECHO NATURAL -
FUNDAMENTO DEL DERECHO
Derecho como sustantivo designa al objeto de la justicia. Cuando una persona declara que tiene D a una cosa,
quiere decir que tiene una especie de dominio sobre tal cosa, que los demá s está n obligados a reconocer. Por lo
tanto, derecho puede definirse como una autoridad moral o legal a poseer, reclamar y usar un cosa que es de uno. ,
el derecho es una autoridad moral o legal, y como tal es distinto de la superioridad meramente física o
preeminencia; el ladró n que roba algo sin ser detectado disfruta del control físico del objeto, pero no del derecho a
él; por el contrario, su acto es una injusticia, una violació n de derecho, y está obligado a devolver a su dueñ o el
objeto robado. El D es llamado una autoridad moral o legal porque emana de una ley que le asigna a uno el dominio
sobre la cosa e impone a otros la obligació n de respetar ese dominio. Al derecho de una persona le corresponde
una obligació n de parte de los demá s, de modo que el D y la obligació n se condicionan entre sí.
La clá usula “poseer, reclamar y usar algo como propio” define má s cercanamente el objeto del D. La justicia asigna
a cada persona lo suyo. Cuando alguien afirma que una cosa es suya, es su propiedad privada, él quiere decir que
este objeto tiene una relació n especial con él, que está destinado para su uso, y que puede disponer de él segú n su
voluntad, a pesar de los demá s. No denota meramente un objeto material, sino todo lo que puede ser ú til al h’,
incluyendo acciones, omisiones, etc.

D) CARACTERÍSTICAS DE LOS DERECHOS HUMANOS:

 Son innatos e inherentes: todas las personas nacemos con estos derechos que nos pertenecen por nuestra
condició n de hnos. Su origen no está en el Estado o las leyes, sino en la propia naturaleza o dignidad de la
persona hna.
 Son universales; todas las personas tenemos derechos. Sin distinció n de razas, sexo, cultura, religió n,
orientació n política, nacionalidad, etc. Cada persona tiene la misma dignidad y nadie puede estar excluido o
discriminado en el goce de sus derechos.
 Son inalienables e intransferibles; la persona no puede, sin afectar su dignidad, renunciar a sus derechos
o negociarlos. Tampoco el Estado puede disponer de los derechos de sus ciudadanos. Se entiende que en
situaciones extremas algunos derechos pueden ser limitados o suspendidos, pero nunca eliminados o
extinguidos.
 Son acumulativos, imprescriptibles o irreversibles; como la humanidad es cambiante, las necesidades
también, por ello a través del tiempo vamos conquistando nuevos derechos, que una vez alcanzados forman
parte del patrimonio de la dignidad hna. Una vez reconocidos formalmente los DDHH su vigencia no
caduca, aun superadas las situaciones coyunturales que llevaron a reivindicarlos.
 Son inviolables; nadie puede atentar o destruirlos. Las personas y los gobiernos deben regirse por el
respeto de los DDHH, las leyes dictadas no pueden ser contrarias a estos y las políticas econó micas y
sociales que se implementan tampoco.
 Son obligatorios; estos derechos imponen una obligació n concreta a las personas y al Estado de
respetarlos aun cuando no haya una legislació n al respecto.
 Trascienden las fronteras nacionales; se refiere a que la comunidad internacional puede y debe intervenir
cuando considere que un Estado está violando los DDHH de su població n. Y ningú n Estado puede invocar
una violació n a su soberanía cuando la comunidad internacional interviene p/ requerir la correcció n de
esas conductas violatorias.
 Son indivisibles, interdependientes y no jerarquizados; los DDHH está n relacionados entre sí, no puede
hacerse ninguna separació n ni pensar que unos son má s importantes que otros. La negació n de un derecho
en particular significa poner en peligro el conjunto de la dignidad de la persona, por lo que el disfrute de
algú n derecho no puede hacerse a costa de los demá s.

CLASIFICACIÓN, DERECHOS INDIVIDUALES SOCIALES Y EMERGENTES:


La realizació n de la persona se obtiene gracias al ejercicio de sus derechos fundamentales, eficazmente
reconocidos, tutelados y promovidos. Por eso la Igl’ tiene que ser voz de los que no tienen voz, correspondiéndole
una actividad de docencia, denuncia y servicio p/ la comunió n y la participació n. Frente a la situació n del pecado
surge por parte de la Igl’ el deber de denuncia, que tiene que ser objetiva, valiente y evangélica; que no trata de
condenar sino de salvar al culpable y a la víctima. El enunciado de los derechos fundamentales de la persona hoy y
en el futuro, es y será parte indispensable de su misió n evangélica. Entre otros, la Igl’ proclama la exigencia y
realizació n de los siguientes derechos:
 Individuales: a la vida (a nacer, a la procreació n responsable), a la integridad física y psíquica, a la
protecció n legal, la libertad religiosa, de opinió n, a la participació n de los bienes y servicios, a construir su
propio destino, al acceso a la propiedad y otras formas de dominio privado.
 Sociales; a la educació n, a la asociació n, al trabajo, a la vivienda digna, a la salud, a la recreació n, al
desarrollo, a un buen gobierno, a la libertad y justicia social, a la participació n en las decisiones que
conciernen a su pueblo.
 Emergentes; a la propia imagen, a la buena fama, a la privacidad, a la informació n y expresió n objetiva, a la
objeció n de conciencia, con tal de que no se violen las justas exigencias del orden pú blico.

Sin embargo, la Igl’ también enseñ a que el reconocimiento de estos derechos supone y exige siempre en el h’ que
los posee otros tantos deberes, unos y otros tienen en la ley natural que los confiere o los impone, su origen,
mantenimiento y vigor indestructibles.
E) MORAL PERSONAL:
La moral personal trata de los deberes para con Dios, de los deberes para consigo mismo, y de los deberes para con
el pró jimo.
Distinguiéndose de la moral social en que ésta tiene como fin resolver los problemas morales que conciernen a los
tres grados de la vida social, a saber: la sociedad doméstica, la sociedad civil y la sociedad internacional.
DEBERES DEL HOMBRE PARA CON DIOS, PARA CONSIGO MISMO, PARA CON EL PRÓJIMO, DEBERES PARA
CON LOS BIENES DEL PRÓJIMO: TRABAJO Y PROPIEDAD
LOS DEBERES PARA CON DIOS: Los deberes para con Dios se resumen en la Religió n, que se expresa por el culto y
la oració n.
LA RELIGIÓN
1. Noción de la religión: La palabra religió n puede entender en diversos sentidos:
Materialmente, la religió n es el conjunto de doctrinas que regulan las relaciones del h’ con Dios;
Subjetivamente, la religió n es la virtud que hace que demos a Dios todos los homenajes que le son
debidos.
Objetivamente, es el conjunto de los deberes del h’ p/ con Dios.
2. La religión es el primero de los deberes. – En efecto, el h’ está obligado a hacer el bien y evitar el mal: tal
la primera ley promulgada por su conciencia. Pues bien, un bien excelente entre todos es este orden moral
en virtud del cual toda criatura racional está sometida a su autor; reconoce su perfecció n suprema y le
imita segú n su naturaleza y su poder.
3. El amor supremo de Dios. – Todos los deberes de religió n convergen hacia el amor de Dios por sobre
todas las cosas. En efecto, subordinar todas las cosas al bien, y por consiguiente al mismo Dios; reconocer
su perfecció n infinita y confesar nuestra total dependencia para con él, tal es el fundamento de la religió n.
Má s también lo es el amor de Dios reinando sobre todos los otros amores. De manera que no solamente el
amor natural de Dios sobre todas las cosas es posible al h’, sino que también es obligatorio y es el má s
importante de los deberes.

EL CULTO
1. Noción.- La religió n implica el culto, porque debe traducirse en actos. El culto es, el conjunto de actos por
los cuales se manifiesta la religió n. Y estos actos pueden ser, ya internos (culto interno) ya externos (culto
exterior: particular y pú blico).
2. El culto es de derecho natural. – En efecto, la ley natural nos impone honrar a Dios, soberano señ or de
todas las cosas. Y esto debemos hacerlo:
Interiormente, por el homenaje de nuestra inteligencia y el amor de nuestro corazó n.
Exteriormente. Así lo exige la naturaleza del h’ compuesto de un cuerpo y un alma unidos en una misma
naturaleza, dotado a la vez de sensibilidad y razó n, y no pudiendo ejercitar ésta sin recurrir a los sentido y
sin apoyarse en una expresió n externa, el h’ debe dar a Dios un culto interior y exterior a la vez.
Socialmente. El culto pú blico es indispensable, puesto que la sociedad viene de Dios y le debe homenaje
como a su autor y supremo bienhechor. Por otra parte, ninguna cosa es tan eficaz para promover la religió n
como las manifestaciones pú blicas en que todos comulgan en un mismo sentimiento de amor y oració n.

LA ORACIÓN
1. Noción: La oració n es el acto por el cual la criatura racional testimonia a Dios su respeto y le pide su
auxilio. No hay cosa má s natural al h’ que reconocer su condició n de criatura, confesar su nada delante de la
omnipotencia divina y solicitar a Dios la ayuda de que tiene necesidad para obedecer a las leyes del deber.
2. Necesidad de la oración: La oració n no es un lujo del cual uno pueda prescindir. Es una obligació n natural
que deriva de nuestros deberes de justicia p/ con Dios. Si estamos obligados a reconocer los beneficios que
recibimos de la mano de los hombres, con mucha mayor razó n debemos proclamar nuestra total
dependencia para con Dios y darle gracias por todos los beneficios que nos hace su divina Providencia.

DEBERES DEL HOMBRE PARA CONSIGO MISMO: Entre los deberes del h’ para consigo mismo, los unos se
refieren al cuerpo y los otros al alma.
DEBERES PARA CON EL CUERPO
El h’ está obligado a proveer al mantenimiento y a la conservación de la vida, a fin de poder cumplir
convenientemente sus deberes. Este deber encierra obligaciones positivas y negativas.
1. Obligaciones positivas.- Estas se resumen en el empleo de los medios ordinarios para conservar la salud
corporal. Má s el deber de mantener y proteger la vida no es tal que no esté uno absolutamente obligado (a
no ser en casos excepcionales) a recurrir a medios extraordinarios.
2. Obligaciones negativas.- Estas obligaciones son de dos clases: templanza y prohibición del suicidio.
La templanza (mesura en el beber y comer, castidad) preserva de los exceso de la sensualidad, que
arruinan la salud aú n má s que las privaciones.
Prohibición del suicidio. El suicidio viola el D.Nat, porque el h’ no se pertenece a sí mismo; no es él el
autor de su vida y por tanto no puede renunciar a ella a su arbitrio. Al darse la muerte, el h’ peca, pues,
gravemente contra Dios. También peca contra sí mismo, al privarse del mayor de los bienes de este
mundo; que es la vida. Sin duda que este bien puede ser una carga para un individuo; pero esta vida es la
preparació n para otra que traerá la necesaria compensació n. Desde el punto de vista moral, no hay cosa tan
hermosa como la virtud frente al infortunio, y es también una manera de vencer conservar la vida a pesar
del sufrimiento, cuando humanamente parece carecer de utilidad y objeto. En fin, el que se da la muerte
peca contra la sociedad, primero privá ndola de uno de sus miembros, y en segundo lugar negá ndole el
ejemplo de la vida y de la paciencia en la adversidad.

DEBERES PARA CON EL ALMA.


Estos deberes tienen una gran importancia, ya que el h’ es h’ por la inteligencia y la voluntad, que son facultades
espirituales. Estas facultades deben, pues, ejercitarlas y desarrollarlas, hasta donde sea posible.
1. El h’ debe instruirse en todas las verdades metafísicas y morales que le son necesarias y ú tiles p/
conseguir su fin ú ltimo. Tiene obligació n de adquirir los conocimientos que le son necesarios p/ cumplir
adecuadamente sus deberes de estado. De todas maneras, el h’ no puede elevarse sino en la medida en que
conoce, y todo el progreso moral depende en cierto modo del de la inteligencia.
2. El h’ debe elevarse moralmente. - El fin del conocimiento es la prá ctica del bien. Instruido sobre su
naturaleza, su origen, su destino y su papel en la sociedad, no tendrá el h’ má s que poner toda su
inteligencia al servicio de una buena voluntad. Adquirir la virtud., tal es el deber del h’ y el deber de toda su
vida.

LOS DEBERES PARA CON EL PRÓJIMO: Los deberes para con el pró jimo pertenecen al orden de la caridad y al
orden de la justicia. Estos deberes conciernen a la persona física, a la persona moral, a la propiedad y al trabajo
ajeno.
DEBERES PARA CON LA PERSONA FÍSICA DE LOS DEMAS.
El respeto que se ha de tener para con la vida del pró jimo excluye el homicidio y la violencia, la mutilació n y el
duelo.
1. El homicidio y la violencia.
“No matarás”. El homicidio es quitar la vida a un inocente. Evidentemente se opone al deber que incumbe a
todos los hs’ de respetar la vida del pró jimo. Má s la prohibició n del homicidio no está limitada a la muerte
propiamente dicha; extiéndase también a todo lo que puede atentar contra la vida y la salud del pró jimo, es
decir, a toda injusta violencia que oprima al pró jimo en su persona o en su libertad física.
La legítima defensa. La prohibició n del homicidio y de la violencia no tiene que ver ni con la pena de
muerte ni con los castigos corporales impuestos por el poder judicial, en nombre del bien superior de la
sociedad como castigo de un crimen; ni con el caso de legítima defensa. El que se ve injustamente atacado
tiene derecho a defenderse con todos los medios que estén en su poder; mas esta defensa, para ser
legítima, no se ha de ejercer sino dentro de los límites del perjuicio que se quiere evitar.
La mutilación. Llamase mutilació n cortarse un miembro o cualquier otra parte del cuerpo hno. La
mutilació n es legítima y está permitida cuando se trata de una operació n quirú rgica, destinada a procurar
un bien físico. Má s es criminal cuando se realiza con violencia injusta, es decir fuera del caso de legítima
defensa, y cuando se la prá ctica bajo pretexto de eugenismo, es decir con la finalidad (supuesta) de
asegurar la pureza de la raza humana. De hecho, las mutilaciones operadas por eugenismo no só lo
constituyen una criminal violencia contra la integridad de un ser hno, sino que está n muy lejos de
conseguir el fin que se proponen: tienen, por el contrario, física, moral y socialmente, desastrosas
consecuencias. El consentimiento del sujeto no puede tampoco legitimar los procedimientos de eugenismo,
porque, el h’ no es dueñ o absoluto de su cuerpo como no lo es de su vida.
2. El duelo. O combate singular, es soberanamente injusto e irracional. Injusto, porque nadie tiene derecho a
atentar contra su vida o contra la del pró jimo, y el duelo reviste la doble malicia del homicidio y del
suicidio; irracional, porque es absurdo apelar al azar, o lo que no es mejor, a la fuerza bruta, para liquidar
un asunto de derecho.

DEBERES PARA CON LA PERSONA MORAL DE LOS DEMAS.


Por “persona moral” entendemos aquí todos los bienes espirituales que constituyen la dignidad propia de la
persona hna y funda su derecho a la verdad, su derecho a la libertad y su derecho al honor.
1. El respeto a la verdad.
a) Fundamento del derecho de veracidad. El objeto de la palabra, hablada, o escrita, es permitir a los hs’
comunicarse entre sí en sus diversas necesidades. La primera condició n p/ que la palabra consiga su fin es
que exprese la verdad. No sería posible la vida en comú n si no pudiéramos contar con la veracidad de los
demá s. Por eso la mentira encierra una triple malicia: viola el respeto debido al prójimo, abusando de
su confianza; perturba el orden social, poniendo en peligro la mutua concordia entre los hs’; y
degrada moralmente al mentiroso, que priva a la palabra de su fin natural, que es la expresión de la
verdad.
b) Naturaleza de la mentira. Se puede definir la mentira como el acto de hablar contra lo que se piensa, ya se
trate de signos como de palabras propiamente dichas. El hecho de engañ ar involuntariamente al pró jimo,
por ignorancia o error, y sin hablar contra el propio pensamiento, no es una mentira. P/ que haya mentira
propiamente dicha, es preciso y basta que la palabra expresada esté voluntariamente en contradicció n con
lo que se sabe o se piensa. Es intrínsecamente mala y por tanto ilícita. Su gravedad se mide por la gravedad
de las consecuencias que puede acarrear al pró jimo o, cualesquiera que sean, en razó n de la intenció n
gravemente perniciosa que la dictó .
c) Especies de mentira. Puede ser, segú n la divisió n corriente, ya jocosa (por broma o juego), ya oficiosa es
proferida por interés (interés del que habla o interés de un tercero), o ya perniciosa, que expresamente
busca hacer mal al pró jimo (calumnia). Hay que admitir que ciertas maneras de expresarse por pura
educació n (“No está la señ ora”), o, en el caso en que hay que guardar un secreto, las respuestas evasivas,
inexactas o falsas, no son mentiras. En efecto en el primer caso, todos saben a qué atenerse; y en el segundo
só lo se trata de no querer responder.
2. El respeto a la libertad ajena. – Se trata de la libertad exterior, que es la ú nica a la que la violencia puede
llegar directamente. Esta libertad consiste en ejercer sin imposició n alguna y con toda independencia las
actividades externas, sean corporales (libertad física), sean espirituales (libertad de conciencia). Esta
libertad es un derecho fundamental del h’ que, siendo racional y estando dotado de libre albedrío, debe
poder obrar en toda independencia, mientras queden a salvo los derechos corporales y espirituales del
pró jimo.
a) El respeto a la libertad física: La libertad física del pró jimo queda suprimida o disminuida por la
esclavitud o la servidumbre. La esclavitud es el estado de una persona poseída por otra como una
cosa o un animal y dependiendo en todo de su propietario. Este estado es contrario a la ley natural,
porque transforma a la persona hna en un puro medio, es decir en cosa, al servicio de sus semejantes. La
servidumbre. Es un estado intermedio entre la esclavitud y la libertad. El siervo está “atado a la gleba”
(a la tierra de su señ or), pero es dueñ o de su trabajo y su persona. La servidumbre no es, pues,
absolutamente contraria a la ley natural, pero constituye un estado inferior p/ el h’, por ser poco a
propó sito para su desenvolvimiento intelectual y moral.
b) El respeto a la libertad de conciencia: Se entiende por libertad de conciencia la libertad de comunicar su
pensamiento, oralmente o por escrito (libertad de pensar) o de obrar conforma a sus convicciones
(libertad de conciencia propiamente dicha). Es evidente que respetar la libertad de conciencia de los
demá s es un deber, ya que por la conciencia es por donde se afirma el h’ como ser moral. Sin embargo
ninguna conciencia hna es un absoluto. La conciencia es falible, sujeta a la ignorancia, al error y a
diversas perversiones. Por eso debe haber límites, no en la libertad de conciencia propiamente dicha, sino
en las manifestaciones exteriores del pensamiento y de las convicciones personales, que deben a su
vez respetar la verdad, la justicia y las buenas costumbres.
3. El respeto del honor del prójimo.- Hay dos maneras, una interior (juicio temerario), y la otra exterior
(maledicencia o calumnia), de violar el respeto que se debe al honor del pró jimo.
a) El juicio temerario: Llamase así al acto de pensar mal del pró jimo sin razó n suficiente. Se puede distinguir
el juicio temerario de la simple sospecha no plenamente deliberada.
b) Maledicencia y calumnia. La maledicencia consiste en revelar, sin razón seria, las faltas o los defectos
ocultos del prójimo. La calumnia (o mentira perniciosa) consiste en atribuir al prójimo faltas que no
ha cometido o malas intenciones que no ha tenido. En ambos casos hay injusticia para con el pró jimo; y
esta injusticia puede ser grave tanto bajo la forma de la maledicencia, cuando la materia es grave y capaz de
destruir el honor del pró jimo, como bajo la forma de calumnia.

DEBERES RELATIVOS A LA PROPIEDAD AJENA.


El respeto debido a la propiedad ajena prohíbe a la vez el robo y el daño injusto hecho al bien del pró jimo; y
supone la obligación de reparar el perjuicio que se le ha causado injustamente.
1. El robo: consiste en apoderarse del bien ajeno, contra la voluntad, expresa o presunta, de su dueño.
Se puede reducir al robo como la detención injusta, que consiste en guardar sin D y contra la voluntad
de su dueño el bien que le pertenece, y el daño injusto, que consiste en causar perjuicio al bien del
prójimo.

De estas tres diferentes maneras se atenta, no só lo, contra los ds’ del pró jimo, sino también contra la sociedad,
cuyo orden y tranquilidad exigen el respeto de cada uno. La gravedad de la falta se ha de apreciar segú n el perjuicio
causado, contemplado desde el doble punto de vista social e individual.
2. El deber de restitución. – La restitució n es el acto por el cual un daño o una injusticia quedan
reparados, sea devolviendo el objeto robado, o bien, que es lo má s comú n, entregando un valor
equivalente (compensació n). Las reglas relativas a la restitució n se aplican proporcionalmente a
cualquier dañ o injusto causado en los bienes materiales o espirituales del pró jimo. La justicia exige que el
D violado sea reparado: esta reparación es obligatoria durante todo el tiempo que sea posible. La
gravedad del deber de reparación se mide según la gravedad del daño causado al prójimo. Pero,
ciertas razones pueden eximir de la restitució n: tales son los casos de imposibilidad absoluta (o
física), la imposibilidad moral (cuando la restitució n supone graves dificultades), los casos de extinción
de la obligación por condonación (o perdó n de la deuda) o por sentencia del juez.

DEBERES RELATIVOS AL TRABAJO AJENO.


El contrato de trabajo crea particulares obligaciones de justicia, en razó n de los bienes morales que entran en
juego. Por eso conviene estudiar aparte estas obligaciones.
1. El trabajo hno: El trabajo hno no es una mercancía ordinaria. El h’ no es una má quina. Es una persona
racional y libre que alquila su trabajo, que es una cosa en sí misma, p/ asegurar su subsistencia y la de los
suyos. El contrato que estipula con aquel a quien alquila su trabajo encierra condiciones especiales que
tienden a salvaguardar la dignidad moral del trabajador al mismo tiempo que su inalienable derecho a
vivir, y hacer vivir a los suyos del fruto de su trabajo.
2. La retribución del trabajo: La dignidad del trabajo hno, que tiene un valor cualitativo y personal, y no,
como lo estimaba el liberalismo, un valor puramente cuantitativo, hace que el “mercado de trabajo” no
deba estar sometido a la ley de la oferta y la demanda, y que la retribució n del trabajo no pueda estar
regulada como un simple contrato de cambio. El contrato de trabajo depende en realidad de la justicia
distributiva, cuyo oficio es repartir equitativamente un bien comú n entre los miembros de la soc’.
a) Inaplicabilidad de la ley de la oferta y la demanda: La “ley de la oferta y la demanda” (segú n la cual los
precios bajan cuando las mercancías sobreabundan, y suben cuando las mercancías escasean) no es otra
cosa que un hecho económico, del que nunca podremos hacer una ley moral. Nunca se podrá , en
particular, crear la ley del trabajo hno tratando a éste como una mercancía ordinaria y por consiguiente
menospreciando totalmente su naturaleza así como también la dignidad y las responsabilidades del
trabajador.
b) Elementos del justo salario. Son los siguientes:
 Mínimum vital: El trabajador debe recibir primero lo que se llama mínimum vital, es decir, todo lo
necesario p/ poder vivir decorosamente él y su familia y permitirle mediante el ahorro, asegurarse a
sí mismo y a los suyos contra los riesgos má s importantes (enfermedad, vejez). Este mínimum vital
deberá ., pues, aumentar en justicia a medida que vayan aumentando las cargas de familia (sobre
salario familiar).
 Calidad y cantidad: El valor del trabajo se ha de apreciar igualmente por su calidad, segú n las
capacidades profesionales que exige, como también por su cantidad.
 Condiciones especiales del trabajo: Hay que tener en cuenta, con una causa de variació n,
determinada que: ciertos trabajos suponen peligros físicos especiales: fatiga sobre lo normal,
riesgos de paros perió dicos, etc.
c) Contratos colectivos de trabajo: Llamase así a los contratos establecidos por arreglo, no entre patró n
y obrero individuales, sino entre patrón o sindicato patronal y sindicato obrero. Este sistema de
contrato representa para los trabajadores una garantía a favor del respeto de sus derechos y de su
dignidad.
3. Las condiciones materiales y morales del trabajo: La dignidad del trabajador exige evidentemente
que se tomen precauciones p/ asegurar la higiene física y moral de los talleres, de los astilleros, de las
oficinas, etc., p/ limitar el trabajo a lo que las fuerzas físicas medias pueden soportar, y p/ no exigir
una duració n excesiva de trabajo, tal que el trabajador no tenga el descanso necesario ni el tiempo para
vivir la vida de familia.
4. Las asociaciones profesionales: Se refiere a la asociación de los trabajadores entre sí, bajo las
diversas formas que pueden adoptar (sindicatos, corporaciones, mutualidades, cooperativas, etc.) es de
D.Nat y representa un bien seguro para el obrero, cuando estas asociaciones está n organizadas segú n los
ppios conformes con las exigencias de la moral y la justicia social.
5. Los deberes de los trabajadores.- El trabajador no tiene solamente ds’. Tiene también, hacia quien lo
emplea, deberes de justicia que cumplir, mediante el exacto cumplimiento, en calidad y en cantidad, de
las tareas que le son encomendadas, y por un espíritu de cariñ o y sacrificio por la prosperidad de la
empresa que le da trabajo.
F) DERECHOS HUMANOS DE PRIMERA, SEGUNDA Y TERCERA GENERACIÓN
EL DERECHO Y LA JUSTICIA EN EL NUEVO SIGLO XXI. LOS DERECHOS HUMANOS EN LOS NUEVOS
CONTEXTOS DE LA GLOBALIZACIÓN, DESIGUALDAD Y EXCLUSIÓN. IDEAS Y CRITERIOS DEL HOMBRE POST-
MODERNO DE FRENTE A LOS DESAFÍOS CRISTIANOS.
G) ENFOQUE DESDE LA BIOÉTICA:
El término “bioética”, que hasta no hace muchos añ os debía ser explicado al utilizarlo, ha adquirido una creciente
popularidad. Donde mucho tuvo que ver con la aparició n del documento Donum Vitae (1987), de la congregació n
p/ la doctrina de la fe, sobre las técnicas de reproducció n hna asistida. Fue calificado como el documento de
bioética, aunque ú nicamente abordaba uno de los temas má s candentes de esta disciplina.
Este término es nuevo, pero la preocupació n ética por los problemas suscitados por la praxis médica es mucho má s
antigua y se remonta hasta el “Juramento de Hipócrates”. Desde el siglo 19, los términos de “moral” o “ética
médica”, unidos al de deontología médica, son ya frecuentes y surgen las primeras publicaciones dedicadas
monográ ficamente al estudio de estos problemas. Hasta entonces, el interés por estos temas estuvo marcadamente
presente en la moral cató lica, en su afirmació n del valor de la vida hna, que le llevó a tratar varios temas de la
actual bioética.
Deriva del griego bios que significa vida y ethos, ética; es un nombre nuevo, utilizado por primera vez por el
canceró logo estadounidense Van Rensselaer Potter en su libro Bioética un puente hacia el futuro (1971), en el
que propone la siguiente definició n de su neologismo: “puede definirse como el estudio sistemático de la
conducta hna en el área de las ciencias hnas y de la atención sanitaria, en cuanto se examina esta conducta
a la luz de los valores y ppios morales”. Como ha afirmado C.E. Taylor, ninguna profesió n ha sido tan consciente
como la medicina de las dimensiones morales implicadas en su ejercicio.
El Juramento de Hipócrates tiene 2 partes fundamentales; en la 1era aborda las obligaciones éticas del médico
hacia sus maestros y familiares, y la 2da trata de sus relaciones con el enfermo. Este documento, será recogido por
la tradició n occidental, quitá ndole su inicial invocació n a los dioses del Olimpo, constituirá así en un documento
venerable en el que se condensan las obligaciones éticas bá sicas que el medico deberá observar en el ejercicio de
su profesió n.
Otras culturas también poseen documentos similares, con importantes puntos de contactos con el contenido del
Juramento, por ejemplo: el Juramento de Iniciació n, Caraka Samhita del siglo 1 a.C (India), el Juramento de
Asaph, del mundo judío, del siglo 3-4 d. C., y el Consejo de un médico, del siglo 10 del mundo á rabe. En China, Los
5 mandamientos y 10 exigencias, de Chen Shih-Kung, medico chino del siglo 17, que constituye la mejor síntesis
de la ética médica. Todos esos documentos tienen 4 puntos coincidentes:
 El primum non nocere, “ante todo, no hacer dañ o”
 La necesidad de que el medico alivie el sufrimiento
 La santidad de la vida hna
 La santidad de la relació n entre el médico y el enfermo.

La preocupació n por los aspectos éticos de la medicina fue objeto de atenció n por parte de la moral cató lica que, en
torno al 5to mandamiento, abordó temas específicos referidos al inicio y final de la vida.
Durante el siglo 19 comienzan a constituirse las 1ras asociaciones o colegios médicos en distintos países en que se
subraya el interés por los aspectos éticos de la medicina, surgen igualmente los 1ros có digos deontoló gicos, que
sintetizan, desde los valores inspirados en la ética hipocrá tica, las obligaciones que los médicos deben observar.
Precisamente, una de las funciones de los colegios será la de evaluar la ética de los profesionales colegiados en ella.
Un punto crítico en esta historia será la época nazi, que llevó a que 23 médicos alemanes se sienten en el banquillo
de los acusados del tribunal de Núremberg, de los que 16 fueron declarados culpables y 7 condenados a muerte.
Una consecuencia importante de la crisis de la 2da Guerra Mundial será también la Declaración de Ginebra
(1948) en la 1r Asamblea de la Asoc Medica Mundial, que significo una actualizació n de la ética hipocrá tica después
de las brutalidades de la guerra. En la 2da Asamblea de 1949 se adoptó un Có digo Internacional de É tica Médica.
Otro antecedente de esta nueva disciplina es el estudio realizado por el estadounidense Albert Jonsen, de la
historia de la bioética, desde la perspectiva de su país, la que se centra en los siguientes hitos:
 El desarrollo de la bioética se retrasa hasta finales de 1962, cuando la revista Life Magazine publica un
artículo sobre los criterios de selecció n de los candidatos a los aparatos de hemodiá lisis renal recientemente
descubiertos. Surge así el Kidney Center’s Admission and Policy en Seattle p/ responder a la pregunta sobre
la forma de distribuir ese recurso sanitario, la decisió n fue dirigirse a un pequeñ o grupo de personas, en su
mayoría no médicos, p/ revisar los dossier de los posibles candidatos. Se tuvo la conciencia de que la justicia
en la selecció n no era una destreza médica y que personas ajenas lo podían hacer, mejor o peor, por los
intereses de los propios pacientes.
 La publicació n en el New England Journal of Medicine (1966) de un trabajo, firmado por Beecher, en el que
recogía 22 artículos publicados en revistas científicas y que eran objetables desde el punto de vista ético. La
historia de los experimentos hnos realizados sin cumplir las má s elementales exigencias éticas, los
experimentos nazis en los campos de concentración alemanes. Lo que indicaba el estudio de Beecher era
que se podían llegar a abusos similares, no por la maldad como los nazis, sino por la misma naturaleza de la
ciencia biomédica, que exige constantemente a los científicos, eficacia, productividad y originalidad.
 4 añ os má s tarde, el senador Edward Kennedy sacaba a la luz el brutal experimento de Tuskegee,
Alabama, en que se negó tratamiento con antibió ticos a individuos de raza negra afectados por la sífilis, p/
poder estudiar el curso de esta enfermedad. La opinió n pú blica que profundamente afectada por estos
hechos y se abrió paso a la llamada Comisió n Nacional (1974-1978), que marco directrices que deben
presidir la experimentació n en seres hnos, con un grupo vulnerable, conocido como Informe Belmont.
 Un añ o má s tarde, el 3 de diciembre de 1967, el Dr. Christian Barnard realizaba en la ciudad del Cabo el 1er
trasplante cardiaco, hecho que causo un enorme impacto mundial, el trasplante no solo suscitó la
degradació n a mero musculo cardiaco de un ó rgano al que se le había dado una gran importancia cultural,
sino que suscitaba también enormes interrogantes éticos acerca del consentimiento del donante, y acerca de
la determinació n de la muerte.
 Otro paso fue dado en 1975 en torno al caso de Karen A. Quinlan, la joven norteamericana en estado de
coma, como resultado de la ingesta de alcohol y barbitú ricos, y cuyos padres adoptivos, cató licos practicantes
asesorados por su pá rroco, ante el pronó stico de irreversibilidad de su hija p/ una vida consciente, pidieron
a la direcció n del hospital que se la desconectase del respirador que la mantenía con vida. Esto dio origen a
un polémico proceso legal, en el que finalmente el Tribunal Supremo del Estado de Nueva Jersey, en una
histó rica sentencia de 1976, reconoció a la joven el “D a morir en paz y con dignidad”. Este caso suscito una
gran discusió n en torno al final de la vida y comenzaron a difundirse los testamentos vitales, las llamadas
órdenes de no resucitar, como 1ras legislaciones sobre directivas anticipadas.

Todo ello hizo que comenzase a penetrar con fuerza en el discurso bioético el concepto de “calidad de vida”. Poco
después, en 1981, surge el gran debate en torno a Baby Doe, un neonato afectado por síndrome de Down y que
padecía una atresia esofá gica que exigía una urgente intervenció n quirú rgica que fue denegada en un hospital de
Indiana. Surgen así las llamadas “Regulaciones Baby Doe”, que exigen que ante un caso similar, la necesidad de
hacer la operació n al niñ o.
El excelente estudio de Jonsen repercute en el desarrollo y aprobació n en EEUU, de un documento importante
tanto p/ la bioética como en la praxis sanitaria: la “Carta de los Ds’ de los Enfermos”, diseñ ó un marco de relació n
entre los profesionales de la salud y los enfermos, que modifica de manera importante la ética hipocrá tica. Esta
Carta afirma, 4 Ds’ fundamentales del enfermo: a la vida, a la asistencia sanitaria, a la informació n y a una muerte
digna.
PPIOS DE LA BIOÉTICA:
 NO MALEFICENCIA: Que empalma con el ppio ético del Juramento de Hipó crates, “mum non nocere”, “ante
todo, no hacer dañ o”, es decir que no se debe infligir dañ os a otro. es la exigencia de que el médico no
utilice sus conocimientos o su situació n privilegiada en relació n con el enfermo p/ infringirle dañ o. De este
ppio se derivan p/ el medico normas como “no matar”, “no causar dolor”, “no incapacitar”.
 BENEFICENCIA: Significa “hacer el bien”, la salud del paciente como 1ra prioridad, extremando los posibles
beneficios y minimizando los posibles riesgos.
 AUTONOMIA: Como la capacidad de decisió n del paciente, se subraya el respeto a la persona, a sus propias
convicciones, opciones y elecciones, que deben ser protegidas, incluso de forma especial, por el hecho de
estar enfermo.
 JUSTICIA: P/ definir este ppio se ha acudido a la definició n romana de Ulpiano, “dar c/u lo suyo”, se la ha
definido como: “casos iguales requieren tratamientos iguales”, sin que se puedan justificar
discriminaciones, en el ámbito de la asistencia sanitaria, basadas en criterios econó micos, sociales, raciales,
religiosos, etc.

H) LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS. FUENTES DE LA MORALIDAD, LOS ACTOS BUENOS Y LOS
ACTOS MALOS
El h’ participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de
gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al h’
discernir mediante la razó n lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira.
La ley natural está escrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hs’. Y al estar inscripta en el corazó n del
h’ por ser h’, cada uno puede distinguir claramente desde dentro de sí mismo, lo que está bien y lo que no. Pero esta
ley natural es la que a veces se pierde o debilita en la convivencia social, porque la cultura comienza a establecer
nuevos có digos de relació n desdibujando lo que está bien y lo que no.
I) LA ENCÍCLICA PACEM IN TERRIS: (Se emplea el método de la DSI: VER; JUZGAR; ACTUAR p/ su estudio)
La Encíclica fue escrita por Juan 23, se dio a conocer el 11 de abril de 1963, su tema principal es la Paz. Esta
encíclica habla de los derechos del h’. Su Santidad nos recuerda y nos explica có mo debe ser la convivencia (en todo
sentido) para lograr la paz en los tiempos que nos toca vivir. Juan XXIII insiste que la paz se logra tan solo con
justicia, amor, libertad y solidaridad. Ya que son pilares fundamentales, pero la paz no se logra infundiendo temor,
miedo ni equipá ndose con armas (carrera armamentista, década del 60), con esto solo se logra que entre los
pueblos hay egoísmo, odio, divisió n, etc. No está dirigida ú nicamente a los cató licos sino a “todas las personas de
buena voluntad”.
CONTEXTO HISTORICO o DATOS DE OBSERVACIÓN:
En las décadas del 50 y parte del 60, el mundo estaba dividido en capitalismo y comunismo; estos sistemas solos
lograban entre otras cosas que el h’ tenga odio y un fanatismo a dichos ideales, con lo cual al hombre lo hacía sordo
y ciego con sus otros hermanos que no fueran del mismo sistema.
Luego de finalizar la 2ª Guerra Mundial, se pensó que luego de vencer al enemigo, los pueblos podrían empezar a
vivir dignamente, libres y en paz. Pero esto no llegaba a ser realidad. Debido a que en el mundo se dividió en lo que
se llamó Bloque Oriental y Bloque Occidental, donde cada sistema tenía su propia ideología, objetivos
(especialmente el vencer y dominar a su enemigo).
El Bloque Oriental estaba gobernada por la Unió n de Repú blicas Socialistas Soviéticas (URSS), el sistema era un
Colectivismo Marxista, ademá s de no respetar los derechos humanos. Aparece el concepto de eurocomunismo,
dicho por Gramsci él proponía que mediante él poder militar se puede llegar al poder político, pero esto en países
de Europa o EE.UU que tenían estabilidad en lo econó mico y político, se transformó entonces en el objetivo de
actuar (atacar) sobre los medios de comunicació n, cultura, educació n, lugares de trabajo, etc. Cada uno de estos
sitios sería un lugar donde se buscara la toma del poder. Se crea una mentalidad que se opone a los valores
cristianos.
El Bloque Occidental gobernado por EE.UU. Existían dos forma de relacionarse, una es con los países europeos
(con riquezas) era de igual a igual, pero la otra relació n con Á frica, Asia y Latinoamérica era de dominio y
explotació n. El imperialismo americano tenía sus propios proyectos, con la idea de que el comunismo se instale en
Latinoamérica, EE.UU, ayudo para que en muchos de esos países se produzcan la mayoría de los golpe de estados
(los gobierno de turno al servicio del imperialismo), ademá s se usaba los medios de comunicació n para dar a
conocer, expandir y convencer que las ideología liberal capitalista era la solució n y que el modelo a seguir eran los
EE.UU.
Con esta divisió n ambos bloques crearon sus propios centros, Bloque Oriental (Pacto de Varsovia), Bloque
Occidental (OTAN Organismo del tratado Atlá ntico Norte), de ellos aparece la definició n de Guerra Fría. No hubo
un enfrentamiento armado total pero cada uno se equipaba en armamento nuclear, químico. Pero siempre se
desafiaban uno a otro.
Durante el pontificado de Juan 23, la tranquilidad mundial fue alterada por diferentes sucesos como la creació n del
programa Sputnik, el apogeo de la Guerra Fría y la subsecuente construcció n del Muro de Berlín, la Crisis de los
misiles de Cuba, la Guerra de Vietnam y la posibilidad de que todo esto desembocara en una guerra nuclear; es en
ese contexto que surge la encíclica Pacem in terris.
VERDADES DE FE – SAGRADAS ESCRITURAS:
La paz en la tierra, suprema aspiració n de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede
establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios. El progreso científico y los
adelantos técnicos enseñ an claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden
maravilloso y que, al mismo tiempo, el h’ posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese
orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñ arse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio. Pero el
progreso científico y los adelantos técnicos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del
universo y del propio h’. Dios hizo de la nada el universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su
bondad: “¡Oh Yahvé, Señ or nuestro, cuá n admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,1), “¡Cuá ntas son tus
obras, oh Señ or, cuá n sabiamente ordenadas!” (Sal 104). De igual manera, Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, dotá ndole de inteligencia y libertad, y le constituyó señ or del universo, “Has hecho al h’ poco menor que
los á ngeles, le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señ orío sobre las obras de tus manos. Todo lo has
puesto debajo de sus pies” (Rom 2,15).
Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona hna a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de
valorar en mayor grado aú n esta dignidad, ya que los hs’ han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos
hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna.
PPIOS DEL D. NATURAL:
Resulta, sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre
los individuos y entre los pueblos. Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse má s
que por la fuerza. Sin embargo, en lo má s íntimo del ser hno, el Creador ha impreso un orden que la conciencia
hna descubre y manda observar estrictamente. Los hs’ muestran que los preceptos de la ley está n escritos en sus
corazones, siendo testigo su conciencia.
Pero una opinió n equivocada induce con frecuencia a muchos al error de pensar que las relaciones de los
individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas
y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas
solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del h’. Son, estas leyes las que
enseñ an claramente a los hs’, primero, có mo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia hna; segundo,
có mo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades pú blicas de cada Estado; tercero, có mo
deben relacionarse entre sí los Estados; finalmente, có mo deben coordinarse, de una parte, los individuos y los
Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los pueblos, cuya constitució n es una exigencia urgente del bien
comú n universal.
En toda convivencia hna bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que
todo h’ es persona, es decir, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el h’ tiene por sí
mismo ds’ y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos ds’ y deberes
son, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningú n concepto.
La encíclica hace una enumeració n de los ds’ del h’, tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los
medios necesarios para un decoroso nivel de vida, (el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia
médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado). De lo cual se sigue que el
h’ posee también el D a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por ú ltimo,
cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento.
El h’ exige, ademá s, por D.Nat el debido respeto a su persona, la buena reputació n social, la posibilidad de buscar la
verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien comú n, manifestar y difundir sus opiniones y
ejercer una profesió n cualquiera, y, finalmente, disponer de una informació n objetiva de los sucesos pú blicos.
También es un D.Nat del h’ el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una
instrucció n fundamental comú n y una formació n técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en
su propio país. También el de poder venerar a Dios, segú n la recta norma de su conciencia, y profesar la religió n en
privado y en pú blico. Porque, como enseñ a Lactancio, p/ esto nacemos, p/ ofrecer a Dios, que nos crea, el justo y
debido homenaje; p/ buscarle a É l solo, p/ seguirle. Este es el vínculo de piedad que a É l nos somete y nos liga, y del
cual deriva el nombre mismo de religió n.
Ademá s tienen los hs’ pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una
familia, en cuya creació n el varó n y la mujer tengan iguales derechos y deberes, o seguir la vocació n del sacerdocio
o de la vida religiosa.
En lo relativo al campo de la economía, es evidente que el h’ tiene D.Nat a que se le facilite la posibilidad de trabajar
y a la libre iniciativa en el desempeñ o del trabajo. También surge de la naturaleza hna el derecho a la propiedad
privada de los bienes, incluidos los de producció n, derecho que, constituye un medio eficiente para garantizar la
dignidad de la persona hna y el ejercicio libre de la propia misió n en todos los campos de la actividad econó mica, y
es, finalmente, un elemento de tranquilidad y de consolidació n para la vida familiar, con el consiguiente aumento
de paz y prosperidad en el Estado. Por ú ltimo, y es ésta una advertencia necesaria, el D de propiedad privada
entrañ a una funció n social. Los D.Nat está n unidos en el h’ que los poseen con otros tantos deberes, y unos y otros
tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible.
CONCLUSIONES:
En primer lugar contemplamos el avance progresivo realizado por las clases trabajadoras en lo econó mico y en lo
social. Inició el mundo del trabajo su elevació n con la reivindicació n de sus derechos, principalmente en el orden
econó mico y social. Extendieron después los trabajadores sus reivindicaciones a la esfera política. Finalmente, se
orientaron al logro de las ventajas propias de una cultura má s refinada. Por ello, en la actualidad, los trabajadores
de todo el mundo reclaman con energía que no se les considere nunca simples objetos carentes de razó n y libertad,
sometidos al uso arbitrario de los demá s, sino como hs’ en todos los sectores de la soc’, en el orden econó mico y
social, en el político y en el campo de la cultura.
En segundo lugar, es un hecho evidente la presencia de la mujer en la vida pú blica. La mujer ha adquirido una
conciencia cada día má s clara de su propia dignidad hna. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada
o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el á mbito de la vida doméstica y la vida pú blica, se le
reconozcan los ds’ y obligaciones propios de la persona hna.
Observamos, por ú ltimo, que, en la actualidad, la convivencia hna ha sufrido una total transformació n en lo social y
en lo político. Todos los pueblos, en efecto, han adquirido ya su libertad o está n a punto de adquirirla. Por ello, en
breve plazo no habrá pueblos dominadores ni pueblos dominados.
JUICIOS:
Es necesario:
Una soc’ bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las
instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho comú n del país. La
autoridad, sin embargo, no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior. Má s aú n, la autoridad
consiste en la facultad de mandar segú n la recta razó n. Por ello, se sigue evidentemente que su fuerza obligatoria
procede del orden moral, que tiene a Dios como primer ppio y ú ltimo fin.
DIRECTRICES:
Exhorta a participar activamente en la vida pú blica y colaborar en el progreso del bien comú n de todo el género
hno y de su propia nació n. Iluminados por la luz de la fe cristiana y guiados por la caridad, deben procurar con
esfuerzo que las instituciones de carácter econó mico, social, cultural o político, lejos de crear a los hs’ obstá culos,
les presten ayuda positiva para su personal perfeccionamiento, así en el orden natural como en el sobrenatural.
Para imbuir la vida pú blica de un país con rectas normas y ppios cristianos, se requiere, ademá s, que estos
penetren en las instituciones de la misma vida pú blica y actú en con eficacia desde dentro de ellas. Esta
participació n requiere competencia científica, capacidades técnicas y experiencia profesional, es decir no basta el
impulso, el deseo de promover el bien. En las instituciones debe existir la motivació n e inspiració n cristiana. Si se
busca un cambio no debe hacerse paso por paso, no en la revolució n sino en la evolució n bien planeada se
encuentra la salvació n y la justicia. La violencia nunca ha hecho otra cosa que destruir y acumular el odio.
J) LA ENCÍCLICA LAUDATO SÍI
VER UNIDAD 8 – INTEGRIDAD DE LA CREACIÓ N
K) COOPERACIÓN DE LA IGLESIA A LOS CAMBIOS POSITIVOS DE LA SOCIEDAD, DE LA FAMILIA Y AL
DESARROLLO INTEGRAL DE LA PERSONA HUMANA – EXPERIENCIAS PASTORALES A NIVEL NACIONAL,
DIOCESANO Y/O PARROQUIAL-
El movimiento hacia la identificació n y la proclamació n de los ds’ del h’ es uno de los esfuerzos má s relevantes para
responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad hna. La Igl’ ve en estos ds’ la extraordinaria
ocasió n que nuestro tiempo ofrece p/ que, mediante su consolidació n, la dignidad hna sea reconocida eficazmente
y promovida universalmente como característica impresa por Dios Creador en su criatura. El Mag de la Igl’ no ha
dejado de evaluar positivamente la Declaració n Universal de los Derechos del H’, proclamada por las Naciones
Unidas el 10 de diciembre de 1948, que Juan Pablo II ha definido “una piedra miliar en el camino del progreso
moral de la humanidad “.
La raíz de los ds’ del h’ se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser hno. Esta dignidad, connatural a la
vida hna se igual en toda persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razó n. El fundamento natural de
los ds’ aparece aú n má s só lido si, a la luz de la fe, se considera que la dignidad hna, después de haber sido otorgada
por Dios y herida profundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristo mediante su encarnació n,
muerte y resurrecció n.
La fuente ú ltima de los DDHH no se encuentra en la mera voluntad de los seres hnos, en la realidad del Estado o en
los poderes pú blicos, sino en el h’ mismo y en Dios su Creador. Estos derechos son “universales e inviolables y no
pueden renunciarse por ningú n concepto”. Universales, porque está n presentes en todos los seres hnos, sin
excepció n alguna de tiempo, de lugar o de sujeto. Inviolables, en cuanto “inherentes a la persona hna y a su
dignidad” y porque “sería vano proclamar los ds’, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea
debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea”. Inalienables,
porque “nadie puede privar legítimamente de estos ds’ a uno só lo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir
contra su propia naturaleza”
Los ds’ del h’ exigen ser tutelados no só lo singularmente, sino en su conjunto: una protecció n parcial de ellos
equivaldría a una especie de falta de reconocimiento. Estos ds’ corresponden a las exigencias de la dignidad hna y
comportan, la satisfacció n de las necesidades esenciales (materiales y espirituales) de la persona: “Tales ds’ se
refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto político, social, econó mico o cultural. Son un conjunto
unitario, orientado decididamente a la promoció n de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la soc’. La
promoció n integral de todas las categorías de los DDHH es la verdadera garantía del pleno respeto por cada uno de
los ds”. Universalidad e indivisibilidad son las líneas distintivas de los DDHH: “Son dos ppios guía que exigen
siempre la necesidad de arraigar los DDHH en las diversas culturas, así como de profundizar en su dimensió n jca
con el fin de asegurar su pleno respeto”.
Las enseñ anzas de Juan 23, del Concilio Vaticano II, de Pablo 6, han ofrecido amplias indicaciones acerca de la
concepció n de los DDHH delineada por el Mag. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la encíclica
“Centesimus annus”: “El D a la vida, del que forma parte integrante el D del hijo a crecer bajo el corazó n de la
madre después de haber sido concebido; a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al
desarrollo de la propia personalidad; a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la bú squeda y
el conocimiento de la verdad; a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el
sustento propio y de los seres queridos; a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso
responsable de la propia sexualidad. Fuente y síntesis de estos ds’ es, en cierto sentido, la libertad religiosa,
entendida como D a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia
persona”
El primer D enunciado en este elenco es el D a la vida, desde su concepció n hasta su conclusió n natural, que
condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto
provocado y de eutanasia. Se subraya el valor eminente del D a la libertad religiosa: “Todos los hs’ deben estar
inmunes de coacció n, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad
hna, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida
que actú e conforme a ella en privado y en pú blico, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos “. El
respeto de este D es un signo emblemá tico “del auténtico progreso del h’ en todo régimen, en toda soc’, sistema o
ambiente”.
Inseparablemente unido al tema de los ds’ se encuentra el relativo a los deberes del h’, que halla en las
intervenciones del Magisterio una acentuació n adecuada. Frecuentemente se recuerda la recíproca
complementariedad entre ds’ y deberes, indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona hna que es su
sujeto titular. Este vínculo presenta también una dimensió n social: “En la soc’ hna, a un determinado D.Nat de cada
h’ corresponde en los demá s el deber de reconocerlo y respetarlo”. El Mag subraya la contradicció n existente en
una afirmació n de los derechos que no prevea una correlativa responsabilidad: “Por tanto, quienes, al reivindicar
sus ds’, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con
una mano lo que con la otra construyen”
El campo de los ds’ del h’ se ha extendido a los ds’ de los pueblos y de las Naciones, pues “lo que es verdad para
el h’ lo es también para los pueblos”. El Mag recuerda que el D internacional “se basa sobre el ppio del igual
respeto, por parte de los Estados, del D a la autodeterminació n de cada pueblo y de su libre cooperació n en vista
del bien comú n superior de la humanidad”. La paz se funda no só lo en el respeto de los ds’ del h’, sino también en el
de los ds’ de los pueblos, particularmente el D a la independencia.
Los ds’ de las Naciones son los “DDHH” considerados a este específico nivel de la vida comunitaria. La Nació n tiene
un D fundamental a la existencia; a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve
su “soberanía” espiritual; a modelar su vida segú n las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda
violació n de los derechos DDHH a las generaciones má s jó venes una educació n adecuada. El orden internacional
exige un equilibrio entre particularidad y universalidad, a cuya realizació n está n llamadas todas las Naciones, p/
las cuales el primer deber sigue siendo el de vivir en paz, respeto y solidaridad con las demá s Naciones.
La Igl’, consciente de que su misió n, esencialmente religiosa, incluye la defensa y la promoció n de los ds’
fundamentales del h’, estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes
tales ds’. La Igl’ advierte profundamente la exigencia de respetar en su interno mismo la justicia y los derechos del
h’.
El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los ds’
del h’ y de denuncia de las violaciones de estos ds’. En todo caso, el anuncio es siempre má s importante que la
denuncia, y esta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivació n
má s alta. Para ser má s eficaz, este esfuerzo debe abrirse a la colaboració n ecuménica, al diá logo con las demá s
religiones, a los contactos oportunos con los organismos, gubernativos y no gubernativos, a nivel nacional e
internacional. La Igl’ confía sobre todo en la ayuda del Señ or y de su Espíritu que, derramado en los corazones, es la
garantía má s segura p/ el respeto de la justicia y de los DDHH y, por tanto, para contribuir a la paz: promover la
justicia y la paz, hacer penetrar la luz y el fermento evangélico en todos los campos de la vida social; a ello se ha
dedicado constantemente la Igl’ siguiendo el mandato de su Señ or.

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