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Son innatos e inherentes: todas las personas nacemos con estos derechos que nos pertenecen por nuestra
condició n de hnos. Su origen no está en el Estado o las leyes, sino en la propia naturaleza o dignidad de la
persona hna.
Son universales; todas las personas tenemos derechos. Sin distinció n de razas, sexo, cultura, religió n,
orientació n política, nacionalidad, etc. Cada persona tiene la misma dignidad y nadie puede estar excluido o
discriminado en el goce de sus derechos.
Son inalienables e intransferibles; la persona no puede, sin afectar su dignidad, renunciar a sus derechos
o negociarlos. Tampoco el Estado puede disponer de los derechos de sus ciudadanos. Se entiende que en
situaciones extremas algunos derechos pueden ser limitados o suspendidos, pero nunca eliminados o
extinguidos.
Son acumulativos, imprescriptibles o irreversibles; como la humanidad es cambiante, las necesidades
también, por ello a través del tiempo vamos conquistando nuevos derechos, que una vez alcanzados forman
parte del patrimonio de la dignidad hna. Una vez reconocidos formalmente los DDHH su vigencia no
caduca, aun superadas las situaciones coyunturales que llevaron a reivindicarlos.
Son inviolables; nadie puede atentar o destruirlos. Las personas y los gobiernos deben regirse por el
respeto de los DDHH, las leyes dictadas no pueden ser contrarias a estos y las políticas econó micas y
sociales que se implementan tampoco.
Son obligatorios; estos derechos imponen una obligació n concreta a las personas y al Estado de
respetarlos aun cuando no haya una legislació n al respecto.
Trascienden las fronteras nacionales; se refiere a que la comunidad internacional puede y debe intervenir
cuando considere que un Estado está violando los DDHH de su població n. Y ningú n Estado puede invocar
una violació n a su soberanía cuando la comunidad internacional interviene p/ requerir la correcció n de
esas conductas violatorias.
Son indivisibles, interdependientes y no jerarquizados; los DDHH está n relacionados entre sí, no puede
hacerse ninguna separació n ni pensar que unos son má s importantes que otros. La negació n de un derecho
en particular significa poner en peligro el conjunto de la dignidad de la persona, por lo que el disfrute de
algú n derecho no puede hacerse a costa de los demá s.
Sin embargo, la Igl’ también enseñ a que el reconocimiento de estos derechos supone y exige siempre en el h’ que
los posee otros tantos deberes, unos y otros tienen en la ley natural que los confiere o los impone, su origen,
mantenimiento y vigor indestructibles.
E) MORAL PERSONAL:
La moral personal trata de los deberes para con Dios, de los deberes para consigo mismo, y de los deberes para con
el pró jimo.
Distinguiéndose de la moral social en que ésta tiene como fin resolver los problemas morales que conciernen a los
tres grados de la vida social, a saber: la sociedad doméstica, la sociedad civil y la sociedad internacional.
DEBERES DEL HOMBRE PARA CON DIOS, PARA CONSIGO MISMO, PARA CON EL PRÓJIMO, DEBERES PARA
CON LOS BIENES DEL PRÓJIMO: TRABAJO Y PROPIEDAD
LOS DEBERES PARA CON DIOS: Los deberes para con Dios se resumen en la Religió n, que se expresa por el culto y
la oració n.
LA RELIGIÓN
1. Noción de la religión: La palabra religió n puede entender en diversos sentidos:
Materialmente, la religió n es el conjunto de doctrinas que regulan las relaciones del h’ con Dios;
Subjetivamente, la religió n es la virtud que hace que demos a Dios todos los homenajes que le son
debidos.
Objetivamente, es el conjunto de los deberes del h’ p/ con Dios.
2. La religión es el primero de los deberes. – En efecto, el h’ está obligado a hacer el bien y evitar el mal: tal
la primera ley promulgada por su conciencia. Pues bien, un bien excelente entre todos es este orden moral
en virtud del cual toda criatura racional está sometida a su autor; reconoce su perfecció n suprema y le
imita segú n su naturaleza y su poder.
3. El amor supremo de Dios. – Todos los deberes de religió n convergen hacia el amor de Dios por sobre
todas las cosas. En efecto, subordinar todas las cosas al bien, y por consiguiente al mismo Dios; reconocer
su perfecció n infinita y confesar nuestra total dependencia para con él, tal es el fundamento de la religió n.
Má s también lo es el amor de Dios reinando sobre todos los otros amores. De manera que no solamente el
amor natural de Dios sobre todas las cosas es posible al h’, sino que también es obligatorio y es el má s
importante de los deberes.
EL CULTO
1. Noción.- La religió n implica el culto, porque debe traducirse en actos. El culto es, el conjunto de actos por
los cuales se manifiesta la religió n. Y estos actos pueden ser, ya internos (culto interno) ya externos (culto
exterior: particular y pú blico).
2. El culto es de derecho natural. – En efecto, la ley natural nos impone honrar a Dios, soberano señ or de
todas las cosas. Y esto debemos hacerlo:
Interiormente, por el homenaje de nuestra inteligencia y el amor de nuestro corazó n.
Exteriormente. Así lo exige la naturaleza del h’ compuesto de un cuerpo y un alma unidos en una misma
naturaleza, dotado a la vez de sensibilidad y razó n, y no pudiendo ejercitar ésta sin recurrir a los sentido y
sin apoyarse en una expresió n externa, el h’ debe dar a Dios un culto interior y exterior a la vez.
Socialmente. El culto pú blico es indispensable, puesto que la sociedad viene de Dios y le debe homenaje
como a su autor y supremo bienhechor. Por otra parte, ninguna cosa es tan eficaz para promover la religió n
como las manifestaciones pú blicas en que todos comulgan en un mismo sentimiento de amor y oració n.
LA ORACIÓN
1. Noción: La oració n es el acto por el cual la criatura racional testimonia a Dios su respeto y le pide su
auxilio. No hay cosa má s natural al h’ que reconocer su condició n de criatura, confesar su nada delante de la
omnipotencia divina y solicitar a Dios la ayuda de que tiene necesidad para obedecer a las leyes del deber.
2. Necesidad de la oración: La oració n no es un lujo del cual uno pueda prescindir. Es una obligació n natural
que deriva de nuestros deberes de justicia p/ con Dios. Si estamos obligados a reconocer los beneficios que
recibimos de la mano de los hombres, con mucha mayor razó n debemos proclamar nuestra total
dependencia para con Dios y darle gracias por todos los beneficios que nos hace su divina Providencia.
DEBERES DEL HOMBRE PARA CONSIGO MISMO: Entre los deberes del h’ para consigo mismo, los unos se
refieren al cuerpo y los otros al alma.
DEBERES PARA CON EL CUERPO
El h’ está obligado a proveer al mantenimiento y a la conservación de la vida, a fin de poder cumplir
convenientemente sus deberes. Este deber encierra obligaciones positivas y negativas.
1. Obligaciones positivas.- Estas se resumen en el empleo de los medios ordinarios para conservar la salud
corporal. Má s el deber de mantener y proteger la vida no es tal que no esté uno absolutamente obligado (a
no ser en casos excepcionales) a recurrir a medios extraordinarios.
2. Obligaciones negativas.- Estas obligaciones son de dos clases: templanza y prohibición del suicidio.
La templanza (mesura en el beber y comer, castidad) preserva de los exceso de la sensualidad, que
arruinan la salud aú n má s que las privaciones.
Prohibición del suicidio. El suicidio viola el D.Nat, porque el h’ no se pertenece a sí mismo; no es él el
autor de su vida y por tanto no puede renunciar a ella a su arbitrio. Al darse la muerte, el h’ peca, pues,
gravemente contra Dios. También peca contra sí mismo, al privarse del mayor de los bienes de este
mundo; que es la vida. Sin duda que este bien puede ser una carga para un individuo; pero esta vida es la
preparació n para otra que traerá la necesaria compensació n. Desde el punto de vista moral, no hay cosa tan
hermosa como la virtud frente al infortunio, y es también una manera de vencer conservar la vida a pesar
del sufrimiento, cuando humanamente parece carecer de utilidad y objeto. En fin, el que se da la muerte
peca contra la sociedad, primero privá ndola de uno de sus miembros, y en segundo lugar negá ndole el
ejemplo de la vida y de la paciencia en la adversidad.
LOS DEBERES PARA CON EL PRÓJIMO: Los deberes para con el pró jimo pertenecen al orden de la caridad y al
orden de la justicia. Estos deberes conciernen a la persona física, a la persona moral, a la propiedad y al trabajo
ajeno.
DEBERES PARA CON LA PERSONA FÍSICA DE LOS DEMAS.
El respeto que se ha de tener para con la vida del pró jimo excluye el homicidio y la violencia, la mutilació n y el
duelo.
1. El homicidio y la violencia.
“No matarás”. El homicidio es quitar la vida a un inocente. Evidentemente se opone al deber que incumbe a
todos los hs’ de respetar la vida del pró jimo. Má s la prohibició n del homicidio no está limitada a la muerte
propiamente dicha; extiéndase también a todo lo que puede atentar contra la vida y la salud del pró jimo, es
decir, a toda injusta violencia que oprima al pró jimo en su persona o en su libertad física.
La legítima defensa. La prohibició n del homicidio y de la violencia no tiene que ver ni con la pena de
muerte ni con los castigos corporales impuestos por el poder judicial, en nombre del bien superior de la
sociedad como castigo de un crimen; ni con el caso de legítima defensa. El que se ve injustamente atacado
tiene derecho a defenderse con todos los medios que estén en su poder; mas esta defensa, para ser
legítima, no se ha de ejercer sino dentro de los límites del perjuicio que se quiere evitar.
La mutilación. Llamase mutilació n cortarse un miembro o cualquier otra parte del cuerpo hno. La
mutilació n es legítima y está permitida cuando se trata de una operació n quirú rgica, destinada a procurar
un bien físico. Má s es criminal cuando se realiza con violencia injusta, es decir fuera del caso de legítima
defensa, y cuando se la prá ctica bajo pretexto de eugenismo, es decir con la finalidad (supuesta) de
asegurar la pureza de la raza humana. De hecho, las mutilaciones operadas por eugenismo no só lo
constituyen una criminal violencia contra la integridad de un ser hno, sino que está n muy lejos de
conseguir el fin que se proponen: tienen, por el contrario, física, moral y socialmente, desastrosas
consecuencias. El consentimiento del sujeto no puede tampoco legitimar los procedimientos de eugenismo,
porque, el h’ no es dueñ o absoluto de su cuerpo como no lo es de su vida.
2. El duelo. O combate singular, es soberanamente injusto e irracional. Injusto, porque nadie tiene derecho a
atentar contra su vida o contra la del pró jimo, y el duelo reviste la doble malicia del homicidio y del
suicidio; irracional, porque es absurdo apelar al azar, o lo que no es mejor, a la fuerza bruta, para liquidar
un asunto de derecho.
De estas tres diferentes maneras se atenta, no só lo, contra los ds’ del pró jimo, sino también contra la sociedad,
cuyo orden y tranquilidad exigen el respeto de cada uno. La gravedad de la falta se ha de apreciar segú n el perjuicio
causado, contemplado desde el doble punto de vista social e individual.
2. El deber de restitución. – La restitució n es el acto por el cual un daño o una injusticia quedan
reparados, sea devolviendo el objeto robado, o bien, que es lo má s comú n, entregando un valor
equivalente (compensació n). Las reglas relativas a la restitució n se aplican proporcionalmente a
cualquier dañ o injusto causado en los bienes materiales o espirituales del pró jimo. La justicia exige que el
D violado sea reparado: esta reparación es obligatoria durante todo el tiempo que sea posible. La
gravedad del deber de reparación se mide según la gravedad del daño causado al prójimo. Pero,
ciertas razones pueden eximir de la restitució n: tales son los casos de imposibilidad absoluta (o
física), la imposibilidad moral (cuando la restitució n supone graves dificultades), los casos de extinción
de la obligación por condonación (o perdó n de la deuda) o por sentencia del juez.
La preocupació n por los aspectos éticos de la medicina fue objeto de atenció n por parte de la moral cató lica que, en
torno al 5to mandamiento, abordó temas específicos referidos al inicio y final de la vida.
Durante el siglo 19 comienzan a constituirse las 1ras asociaciones o colegios médicos en distintos países en que se
subraya el interés por los aspectos éticos de la medicina, surgen igualmente los 1ros có digos deontoló gicos, que
sintetizan, desde los valores inspirados en la ética hipocrá tica, las obligaciones que los médicos deben observar.
Precisamente, una de las funciones de los colegios será la de evaluar la ética de los profesionales colegiados en ella.
Un punto crítico en esta historia será la época nazi, que llevó a que 23 médicos alemanes se sienten en el banquillo
de los acusados del tribunal de Núremberg, de los que 16 fueron declarados culpables y 7 condenados a muerte.
Una consecuencia importante de la crisis de la 2da Guerra Mundial será también la Declaración de Ginebra
(1948) en la 1r Asamblea de la Asoc Medica Mundial, que significo una actualizació n de la ética hipocrá tica después
de las brutalidades de la guerra. En la 2da Asamblea de 1949 se adoptó un Có digo Internacional de É tica Médica.
Otro antecedente de esta nueva disciplina es el estudio realizado por el estadounidense Albert Jonsen, de la
historia de la bioética, desde la perspectiva de su país, la que se centra en los siguientes hitos:
El desarrollo de la bioética se retrasa hasta finales de 1962, cuando la revista Life Magazine publica un
artículo sobre los criterios de selecció n de los candidatos a los aparatos de hemodiá lisis renal recientemente
descubiertos. Surge así el Kidney Center’s Admission and Policy en Seattle p/ responder a la pregunta sobre
la forma de distribuir ese recurso sanitario, la decisió n fue dirigirse a un pequeñ o grupo de personas, en su
mayoría no médicos, p/ revisar los dossier de los posibles candidatos. Se tuvo la conciencia de que la justicia
en la selecció n no era una destreza médica y que personas ajenas lo podían hacer, mejor o peor, por los
intereses de los propios pacientes.
La publicació n en el New England Journal of Medicine (1966) de un trabajo, firmado por Beecher, en el que
recogía 22 artículos publicados en revistas científicas y que eran objetables desde el punto de vista ético. La
historia de los experimentos hnos realizados sin cumplir las má s elementales exigencias éticas, los
experimentos nazis en los campos de concentración alemanes. Lo que indicaba el estudio de Beecher era
que se podían llegar a abusos similares, no por la maldad como los nazis, sino por la misma naturaleza de la
ciencia biomédica, que exige constantemente a los científicos, eficacia, productividad y originalidad.
4 añ os má s tarde, el senador Edward Kennedy sacaba a la luz el brutal experimento de Tuskegee,
Alabama, en que se negó tratamiento con antibió ticos a individuos de raza negra afectados por la sífilis, p/
poder estudiar el curso de esta enfermedad. La opinió n pú blica que profundamente afectada por estos
hechos y se abrió paso a la llamada Comisió n Nacional (1974-1978), que marco directrices que deben
presidir la experimentació n en seres hnos, con un grupo vulnerable, conocido como Informe Belmont.
Un añ o má s tarde, el 3 de diciembre de 1967, el Dr. Christian Barnard realizaba en la ciudad del Cabo el 1er
trasplante cardiaco, hecho que causo un enorme impacto mundial, el trasplante no solo suscitó la
degradació n a mero musculo cardiaco de un ó rgano al que se le había dado una gran importancia cultural,
sino que suscitaba también enormes interrogantes éticos acerca del consentimiento del donante, y acerca de
la determinació n de la muerte.
Otro paso fue dado en 1975 en torno al caso de Karen A. Quinlan, la joven norteamericana en estado de
coma, como resultado de la ingesta de alcohol y barbitú ricos, y cuyos padres adoptivos, cató licos practicantes
asesorados por su pá rroco, ante el pronó stico de irreversibilidad de su hija p/ una vida consciente, pidieron
a la direcció n del hospital que se la desconectase del respirador que la mantenía con vida. Esto dio origen a
un polémico proceso legal, en el que finalmente el Tribunal Supremo del Estado de Nueva Jersey, en una
histó rica sentencia de 1976, reconoció a la joven el “D a morir en paz y con dignidad”. Este caso suscito una
gran discusió n en torno al final de la vida y comenzaron a difundirse los testamentos vitales, las llamadas
órdenes de no resucitar, como 1ras legislaciones sobre directivas anticipadas.
Todo ello hizo que comenzase a penetrar con fuerza en el discurso bioético el concepto de “calidad de vida”. Poco
después, en 1981, surge el gran debate en torno a Baby Doe, un neonato afectado por síndrome de Down y que
padecía una atresia esofá gica que exigía una urgente intervenció n quirú rgica que fue denegada en un hospital de
Indiana. Surgen así las llamadas “Regulaciones Baby Doe”, que exigen que ante un caso similar, la necesidad de
hacer la operació n al niñ o.
El excelente estudio de Jonsen repercute en el desarrollo y aprobació n en EEUU, de un documento importante
tanto p/ la bioética como en la praxis sanitaria: la “Carta de los Ds’ de los Enfermos”, diseñ ó un marco de relació n
entre los profesionales de la salud y los enfermos, que modifica de manera importante la ética hipocrá tica. Esta
Carta afirma, 4 Ds’ fundamentales del enfermo: a la vida, a la asistencia sanitaria, a la informació n y a una muerte
digna.
PPIOS DE LA BIOÉTICA:
NO MALEFICENCIA: Que empalma con el ppio ético del Juramento de Hipó crates, “mum non nocere”, “ante
todo, no hacer dañ o”, es decir que no se debe infligir dañ os a otro. es la exigencia de que el médico no
utilice sus conocimientos o su situació n privilegiada en relació n con el enfermo p/ infringirle dañ o. De este
ppio se derivan p/ el medico normas como “no matar”, “no causar dolor”, “no incapacitar”.
BENEFICENCIA: Significa “hacer el bien”, la salud del paciente como 1ra prioridad, extremando los posibles
beneficios y minimizando los posibles riesgos.
AUTONOMIA: Como la capacidad de decisió n del paciente, se subraya el respeto a la persona, a sus propias
convicciones, opciones y elecciones, que deben ser protegidas, incluso de forma especial, por el hecho de
estar enfermo.
JUSTICIA: P/ definir este ppio se ha acudido a la definició n romana de Ulpiano, “dar c/u lo suyo”, se la ha
definido como: “casos iguales requieren tratamientos iguales”, sin que se puedan justificar
discriminaciones, en el ámbito de la asistencia sanitaria, basadas en criterios econó micos, sociales, raciales,
religiosos, etc.
H) LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS. FUENTES DE LA MORALIDAD, LOS ACTOS BUENOS Y LOS
ACTOS MALOS
El h’ participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de
gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al h’
discernir mediante la razó n lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira.
La ley natural está escrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hs’. Y al estar inscripta en el corazó n del
h’ por ser h’, cada uno puede distinguir claramente desde dentro de sí mismo, lo que está bien y lo que no. Pero esta
ley natural es la que a veces se pierde o debilita en la convivencia social, porque la cultura comienza a establecer
nuevos có digos de relació n desdibujando lo que está bien y lo que no.
I) LA ENCÍCLICA PACEM IN TERRIS: (Se emplea el método de la DSI: VER; JUZGAR; ACTUAR p/ su estudio)
La Encíclica fue escrita por Juan 23, se dio a conocer el 11 de abril de 1963, su tema principal es la Paz. Esta
encíclica habla de los derechos del h’. Su Santidad nos recuerda y nos explica có mo debe ser la convivencia (en todo
sentido) para lograr la paz en los tiempos que nos toca vivir. Juan XXIII insiste que la paz se logra tan solo con
justicia, amor, libertad y solidaridad. Ya que son pilares fundamentales, pero la paz no se logra infundiendo temor,
miedo ni equipá ndose con armas (carrera armamentista, década del 60), con esto solo se logra que entre los
pueblos hay egoísmo, odio, divisió n, etc. No está dirigida ú nicamente a los cató licos sino a “todas las personas de
buena voluntad”.
CONTEXTO HISTORICO o DATOS DE OBSERVACIÓN:
En las décadas del 50 y parte del 60, el mundo estaba dividido en capitalismo y comunismo; estos sistemas solos
lograban entre otras cosas que el h’ tenga odio y un fanatismo a dichos ideales, con lo cual al hombre lo hacía sordo
y ciego con sus otros hermanos que no fueran del mismo sistema.
Luego de finalizar la 2ª Guerra Mundial, se pensó que luego de vencer al enemigo, los pueblos podrían empezar a
vivir dignamente, libres y en paz. Pero esto no llegaba a ser realidad. Debido a que en el mundo se dividió en lo que
se llamó Bloque Oriental y Bloque Occidental, donde cada sistema tenía su propia ideología, objetivos
(especialmente el vencer y dominar a su enemigo).
El Bloque Oriental estaba gobernada por la Unió n de Repú blicas Socialistas Soviéticas (URSS), el sistema era un
Colectivismo Marxista, ademá s de no respetar los derechos humanos. Aparece el concepto de eurocomunismo,
dicho por Gramsci él proponía que mediante él poder militar se puede llegar al poder político, pero esto en países
de Europa o EE.UU que tenían estabilidad en lo econó mico y político, se transformó entonces en el objetivo de
actuar (atacar) sobre los medios de comunicació n, cultura, educació n, lugares de trabajo, etc. Cada uno de estos
sitios sería un lugar donde se buscara la toma del poder. Se crea una mentalidad que se opone a los valores
cristianos.
El Bloque Occidental gobernado por EE.UU. Existían dos forma de relacionarse, una es con los países europeos
(con riquezas) era de igual a igual, pero la otra relació n con Á frica, Asia y Latinoamérica era de dominio y
explotació n. El imperialismo americano tenía sus propios proyectos, con la idea de que el comunismo se instale en
Latinoamérica, EE.UU, ayudo para que en muchos de esos países se produzcan la mayoría de los golpe de estados
(los gobierno de turno al servicio del imperialismo), ademá s se usaba los medios de comunicació n para dar a
conocer, expandir y convencer que las ideología liberal capitalista era la solució n y que el modelo a seguir eran los
EE.UU.
Con esta divisió n ambos bloques crearon sus propios centros, Bloque Oriental (Pacto de Varsovia), Bloque
Occidental (OTAN Organismo del tratado Atlá ntico Norte), de ellos aparece la definició n de Guerra Fría. No hubo
un enfrentamiento armado total pero cada uno se equipaba en armamento nuclear, químico. Pero siempre se
desafiaban uno a otro.
Durante el pontificado de Juan 23, la tranquilidad mundial fue alterada por diferentes sucesos como la creació n del
programa Sputnik, el apogeo de la Guerra Fría y la subsecuente construcció n del Muro de Berlín, la Crisis de los
misiles de Cuba, la Guerra de Vietnam y la posibilidad de que todo esto desembocara en una guerra nuclear; es en
ese contexto que surge la encíclica Pacem in terris.
VERDADES DE FE – SAGRADAS ESCRITURAS:
La paz en la tierra, suprema aspiració n de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede
establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios. El progreso científico y los
adelantos técnicos enseñ an claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden
maravilloso y que, al mismo tiempo, el h’ posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese
orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñ arse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio. Pero el
progreso científico y los adelantos técnicos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del
universo y del propio h’. Dios hizo de la nada el universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su
bondad: “¡Oh Yahvé, Señ or nuestro, cuá n admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,1), “¡Cuá ntas son tus
obras, oh Señ or, cuá n sabiamente ordenadas!” (Sal 104). De igual manera, Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, dotá ndole de inteligencia y libertad, y le constituyó señ or del universo, “Has hecho al h’ poco menor que
los á ngeles, le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señ orío sobre las obras de tus manos. Todo lo has
puesto debajo de sus pies” (Rom 2,15).
Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona hna a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de
valorar en mayor grado aú n esta dignidad, ya que los hs’ han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos
hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna.
PPIOS DEL D. NATURAL:
Resulta, sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre
los individuos y entre los pueblos. Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse má s
que por la fuerza. Sin embargo, en lo má s íntimo del ser hno, el Creador ha impreso un orden que la conciencia
hna descubre y manda observar estrictamente. Los hs’ muestran que los preceptos de la ley está n escritos en sus
corazones, siendo testigo su conciencia.
Pero una opinió n equivocada induce con frecuencia a muchos al error de pensar que las relaciones de los
individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas
y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas
solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del h’. Son, estas leyes las que
enseñ an claramente a los hs’, primero, có mo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia hna; segundo,
có mo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades pú blicas de cada Estado; tercero, có mo
deben relacionarse entre sí los Estados; finalmente, có mo deben coordinarse, de una parte, los individuos y los
Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los pueblos, cuya constitució n es una exigencia urgente del bien
comú n universal.
En toda convivencia hna bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que
todo h’ es persona, es decir, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el h’ tiene por sí
mismo ds’ y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos ds’ y deberes
son, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningú n concepto.
La encíclica hace una enumeració n de los ds’ del h’, tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los
medios necesarios para un decoroso nivel de vida, (el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia
médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado). De lo cual se sigue que el
h’ posee también el D a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por ú ltimo,
cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento.
El h’ exige, ademá s, por D.Nat el debido respeto a su persona, la buena reputació n social, la posibilidad de buscar la
verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien comú n, manifestar y difundir sus opiniones y
ejercer una profesió n cualquiera, y, finalmente, disponer de una informació n objetiva de los sucesos pú blicos.
También es un D.Nat del h’ el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una
instrucció n fundamental comú n y una formació n técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en
su propio país. También el de poder venerar a Dios, segú n la recta norma de su conciencia, y profesar la religió n en
privado y en pú blico. Porque, como enseñ a Lactancio, p/ esto nacemos, p/ ofrecer a Dios, que nos crea, el justo y
debido homenaje; p/ buscarle a É l solo, p/ seguirle. Este es el vínculo de piedad que a É l nos somete y nos liga, y del
cual deriva el nombre mismo de religió n.
Ademá s tienen los hs’ pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una
familia, en cuya creació n el varó n y la mujer tengan iguales derechos y deberes, o seguir la vocació n del sacerdocio
o de la vida religiosa.
En lo relativo al campo de la economía, es evidente que el h’ tiene D.Nat a que se le facilite la posibilidad de trabajar
y a la libre iniciativa en el desempeñ o del trabajo. También surge de la naturaleza hna el derecho a la propiedad
privada de los bienes, incluidos los de producció n, derecho que, constituye un medio eficiente para garantizar la
dignidad de la persona hna y el ejercicio libre de la propia misió n en todos los campos de la actividad econó mica, y
es, finalmente, un elemento de tranquilidad y de consolidació n para la vida familiar, con el consiguiente aumento
de paz y prosperidad en el Estado. Por ú ltimo, y es ésta una advertencia necesaria, el D de propiedad privada
entrañ a una funció n social. Los D.Nat está n unidos en el h’ que los poseen con otros tantos deberes, y unos y otros
tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible.
CONCLUSIONES:
En primer lugar contemplamos el avance progresivo realizado por las clases trabajadoras en lo econó mico y en lo
social. Inició el mundo del trabajo su elevació n con la reivindicació n de sus derechos, principalmente en el orden
econó mico y social. Extendieron después los trabajadores sus reivindicaciones a la esfera política. Finalmente, se
orientaron al logro de las ventajas propias de una cultura má s refinada. Por ello, en la actualidad, los trabajadores
de todo el mundo reclaman con energía que no se les considere nunca simples objetos carentes de razó n y libertad,
sometidos al uso arbitrario de los demá s, sino como hs’ en todos los sectores de la soc’, en el orden econó mico y
social, en el político y en el campo de la cultura.
En segundo lugar, es un hecho evidente la presencia de la mujer en la vida pú blica. La mujer ha adquirido una
conciencia cada día má s clara de su propia dignidad hna. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada
o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el á mbito de la vida doméstica y la vida pú blica, se le
reconozcan los ds’ y obligaciones propios de la persona hna.
Observamos, por ú ltimo, que, en la actualidad, la convivencia hna ha sufrido una total transformació n en lo social y
en lo político. Todos los pueblos, en efecto, han adquirido ya su libertad o está n a punto de adquirirla. Por ello, en
breve plazo no habrá pueblos dominadores ni pueblos dominados.
JUICIOS:
Es necesario:
Una soc’ bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las
instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho comú n del país. La
autoridad, sin embargo, no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior. Má s aú n, la autoridad
consiste en la facultad de mandar segú n la recta razó n. Por ello, se sigue evidentemente que su fuerza obligatoria
procede del orden moral, que tiene a Dios como primer ppio y ú ltimo fin.
DIRECTRICES:
Exhorta a participar activamente en la vida pú blica y colaborar en el progreso del bien comú n de todo el género
hno y de su propia nació n. Iluminados por la luz de la fe cristiana y guiados por la caridad, deben procurar con
esfuerzo que las instituciones de carácter econó mico, social, cultural o político, lejos de crear a los hs’ obstá culos,
les presten ayuda positiva para su personal perfeccionamiento, así en el orden natural como en el sobrenatural.
Para imbuir la vida pú blica de un país con rectas normas y ppios cristianos, se requiere, ademá s, que estos
penetren en las instituciones de la misma vida pú blica y actú en con eficacia desde dentro de ellas. Esta
participació n requiere competencia científica, capacidades técnicas y experiencia profesional, es decir no basta el
impulso, el deseo de promover el bien. En las instituciones debe existir la motivació n e inspiració n cristiana. Si se
busca un cambio no debe hacerse paso por paso, no en la revolució n sino en la evolució n bien planeada se
encuentra la salvació n y la justicia. La violencia nunca ha hecho otra cosa que destruir y acumular el odio.
J) LA ENCÍCLICA LAUDATO SÍI
VER UNIDAD 8 – INTEGRIDAD DE LA CREACIÓ N
K) COOPERACIÓN DE LA IGLESIA A LOS CAMBIOS POSITIVOS DE LA SOCIEDAD, DE LA FAMILIA Y AL
DESARROLLO INTEGRAL DE LA PERSONA HUMANA – EXPERIENCIAS PASTORALES A NIVEL NACIONAL,
DIOCESANO Y/O PARROQUIAL-
El movimiento hacia la identificació n y la proclamació n de los ds’ del h’ es uno de los esfuerzos má s relevantes para
responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad hna. La Igl’ ve en estos ds’ la extraordinaria
ocasió n que nuestro tiempo ofrece p/ que, mediante su consolidació n, la dignidad hna sea reconocida eficazmente
y promovida universalmente como característica impresa por Dios Creador en su criatura. El Mag de la Igl’ no ha
dejado de evaluar positivamente la Declaració n Universal de los Derechos del H’, proclamada por las Naciones
Unidas el 10 de diciembre de 1948, que Juan Pablo II ha definido “una piedra miliar en el camino del progreso
moral de la humanidad “.
La raíz de los ds’ del h’ se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser hno. Esta dignidad, connatural a la
vida hna se igual en toda persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razó n. El fundamento natural de
los ds’ aparece aú n má s só lido si, a la luz de la fe, se considera que la dignidad hna, después de haber sido otorgada
por Dios y herida profundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristo mediante su encarnació n,
muerte y resurrecció n.
La fuente ú ltima de los DDHH no se encuentra en la mera voluntad de los seres hnos, en la realidad del Estado o en
los poderes pú blicos, sino en el h’ mismo y en Dios su Creador. Estos derechos son “universales e inviolables y no
pueden renunciarse por ningú n concepto”. Universales, porque está n presentes en todos los seres hnos, sin
excepció n alguna de tiempo, de lugar o de sujeto. Inviolables, en cuanto “inherentes a la persona hna y a su
dignidad” y porque “sería vano proclamar los ds’, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea
debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea”. Inalienables,
porque “nadie puede privar legítimamente de estos ds’ a uno só lo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir
contra su propia naturaleza”
Los ds’ del h’ exigen ser tutelados no só lo singularmente, sino en su conjunto: una protecció n parcial de ellos
equivaldría a una especie de falta de reconocimiento. Estos ds’ corresponden a las exigencias de la dignidad hna y
comportan, la satisfacció n de las necesidades esenciales (materiales y espirituales) de la persona: “Tales ds’ se
refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto político, social, econó mico o cultural. Son un conjunto
unitario, orientado decididamente a la promoció n de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la soc’. La
promoció n integral de todas las categorías de los DDHH es la verdadera garantía del pleno respeto por cada uno de
los ds”. Universalidad e indivisibilidad son las líneas distintivas de los DDHH: “Son dos ppios guía que exigen
siempre la necesidad de arraigar los DDHH en las diversas culturas, así como de profundizar en su dimensió n jca
con el fin de asegurar su pleno respeto”.
Las enseñ anzas de Juan 23, del Concilio Vaticano II, de Pablo 6, han ofrecido amplias indicaciones acerca de la
concepció n de los DDHH delineada por el Mag. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la encíclica
“Centesimus annus”: “El D a la vida, del que forma parte integrante el D del hijo a crecer bajo el corazó n de la
madre después de haber sido concebido; a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al
desarrollo de la propia personalidad; a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la bú squeda y
el conocimiento de la verdad; a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el
sustento propio y de los seres queridos; a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso
responsable de la propia sexualidad. Fuente y síntesis de estos ds’ es, en cierto sentido, la libertad religiosa,
entendida como D a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia
persona”
El primer D enunciado en este elenco es el D a la vida, desde su concepció n hasta su conclusió n natural, que
condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto
provocado y de eutanasia. Se subraya el valor eminente del D a la libertad religiosa: “Todos los hs’ deben estar
inmunes de coacció n, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad
hna, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida
que actú e conforme a ella en privado y en pú blico, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos “. El
respeto de este D es un signo emblemá tico “del auténtico progreso del h’ en todo régimen, en toda soc’, sistema o
ambiente”.
Inseparablemente unido al tema de los ds’ se encuentra el relativo a los deberes del h’, que halla en las
intervenciones del Magisterio una acentuació n adecuada. Frecuentemente se recuerda la recíproca
complementariedad entre ds’ y deberes, indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona hna que es su
sujeto titular. Este vínculo presenta también una dimensió n social: “En la soc’ hna, a un determinado D.Nat de cada
h’ corresponde en los demá s el deber de reconocerlo y respetarlo”. El Mag subraya la contradicció n existente en
una afirmació n de los derechos que no prevea una correlativa responsabilidad: “Por tanto, quienes, al reivindicar
sus ds’, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con
una mano lo que con la otra construyen”
El campo de los ds’ del h’ se ha extendido a los ds’ de los pueblos y de las Naciones, pues “lo que es verdad para
el h’ lo es también para los pueblos”. El Mag recuerda que el D internacional “se basa sobre el ppio del igual
respeto, por parte de los Estados, del D a la autodeterminació n de cada pueblo y de su libre cooperació n en vista
del bien comú n superior de la humanidad”. La paz se funda no só lo en el respeto de los ds’ del h’, sino también en el
de los ds’ de los pueblos, particularmente el D a la independencia.
Los ds’ de las Naciones son los “DDHH” considerados a este específico nivel de la vida comunitaria. La Nació n tiene
un D fundamental a la existencia; a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve
su “soberanía” espiritual; a modelar su vida segú n las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda
violació n de los derechos DDHH a las generaciones má s jó venes una educació n adecuada. El orden internacional
exige un equilibrio entre particularidad y universalidad, a cuya realizació n está n llamadas todas las Naciones, p/
las cuales el primer deber sigue siendo el de vivir en paz, respeto y solidaridad con las demá s Naciones.
La Igl’, consciente de que su misió n, esencialmente religiosa, incluye la defensa y la promoció n de los ds’
fundamentales del h’, estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes
tales ds’. La Igl’ advierte profundamente la exigencia de respetar en su interno mismo la justicia y los derechos del
h’.
El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los ds’
del h’ y de denuncia de las violaciones de estos ds’. En todo caso, el anuncio es siempre má s importante que la
denuncia, y esta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivació n
má s alta. Para ser má s eficaz, este esfuerzo debe abrirse a la colaboració n ecuménica, al diá logo con las demá s
religiones, a los contactos oportunos con los organismos, gubernativos y no gubernativos, a nivel nacional e
internacional. La Igl’ confía sobre todo en la ayuda del Señ or y de su Espíritu que, derramado en los corazones, es la
garantía má s segura p/ el respeto de la justicia y de los DDHH y, por tanto, para contribuir a la paz: promover la
justicia y la paz, hacer penetrar la luz y el fermento evangélico en todos los campos de la vida social; a ello se ha
dedicado constantemente la Igl’ siguiendo el mandato de su Señ or.