Está en la página 1de 2

Moscas que comen te amos

«Si lo piensas bien, yo soy mejor que ella. Tal vez Evelyn sea más alta,

delgada y se maquille con más frecuencia, pero ya no somos un par de

jovencitas. Además, yo te entregué mis mejores años, eso cuenta ¿no crees?

Ten, bebe tu sopa. Es tu favorita. Te conozco de extremo a extremo, ¿lo

ves? ¿Recuerdas por qué te casaste conmigo? ¿Los sueños que

compartíamos? Sí, ya sé que nunca pude darte un hijo, lo intenté, no es

necesario que me lo eches en cara. Por favor, no hablemos de cosas tristes,

mejor termina tu sopa, ella llegará pronto. Así es, la he citado hoy, pero no

para que se acueste contigo, sino para demostrarte que no es rival para mí.

¿Evelyn? Claro que no… ¡Esa puta de mierda! ¡Mi mejor amiga! Así la llamé

durante años, y tú… ¡Desgraciado! ¡Revolcándote con ella mientras yo me

hacía cargo de las cuentas! Pero ahora yo… ¡No!, es que nosotros…, yo

sólo…, yo nunca…, tú…, tú ya sabes que te amo…, te amo demasiado…, y

yo…, tú…, tú me amas, ¿verdad? ¿Me sigues amando?».

Su esposo no contestó. Estaba recostado en la cama, con la muerte fumando

a su lado. Su pulso se había fugado la noche anterior, su rostro pálido aún

conservaba restos de su última expresión. Sus manos ya no la tocaban, sus

labios ya no le mentían.

Su piel se había vuelto un refugio donde las moscas podían descansar. Las

cortinas cerradas no dejaron que el sol se enterara de lo que había pasado

dentro del cuarto.

Sonó el timbre. Desde luego, era Evelyn.

La mujer colocó el plato de sopa en el buró y recogió un cinturón que

reposaba en el suelo, el mismo cinturón que había dejado una marca pintada

en el cuello de su esposo muerto.


Sonrió, y bajó a abrir la puerta…

También podría gustarte