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En este proceso que deberá desarrollar la Justicia, hasta ahora se abrieron dos grandes
caminos. Uno pone la lupa en el Poder Judicial. El otro, en las empresas.
En el primer caso, las causas parecen estar buscando no sólo a quienes estuvieron a la
par de los represores, ejercieron torturas, interrogatorios o visitaron centros clandestinos
sino también a quienes omitieron las investigaciones sobre las miles de denuncias de
hábeas corpus que llevaban los familiares de las víctimas o abogados, muchos de los
cuales terminaron desaparecidos. Uno de los casos paradigmáticos es Mendoza. El
equipo de la fiscalía de Omar Palermo analizó unos 400 expedientes de la dictadura,
entre ellos 150 hábeas corpus entre los cuales sólo uno fue aceptado por un juez y recién
en 1982, con la dictadura debilitada. Esa investigación coronó un largo reclamo de
justicia de sobrevivientes y familiares contra los camaristas Otilio Romano y Luis
Francisco Miret, este último destituido este año por el Consejo de la Magistratura. El
viernes pasado, el juez federal de Mendoza Walter Bento procesó a Romano por 72
hechos y como “partícipe secundario” por haber omitido investigar y haber
garantizando la impunidad de los responsables a través del tiempo; procesó a Miret por
19 hechos, entre ellos no investigar denuncias de personas que hasta hoy continúan
desaparecidas, pero además por robo y violación de domicilio; lo mismo hizo con el
magistrado jubilado Guillermo Petra Recabarren y al ex juez Rolando Evaristo Carrizo
lo procesó por 19 hechos.
Las causas sobre la Justicia parecen multiplicarse en todo el país. Al lado de casos más
históricos, como los fiscales de la causa de Margarita Belén –Roberto Domingo
Mazzoni y Carlos Flores Leyes– acusados de participar en interrogatorios ilegales,
amenazar a detenidos y encubrir crímenes de lesa humanidad o el del ex juez Ricardo
Lona, en Salta, por la masacre de Palomitas, parece haber una búsqueda sobre los
responsables de garantizar la impunidad. No investigar. Archivar las causas de hábeas
corpus. Desecharlas. A partir de la búsqueda de los hijos apropiados, se cuestiona a los
jueces que blanquearon o intervinieron en la apropiación extendiendo ad etermun la
desaparición de esos niños. Hace dos días, Hijos organizó un escrache al camarista
Gustavo Mitchell: “Fue una pieza fundamental en el engranaje del robo sistemático de
bebés, denunciado por haber entregado un bebé de 20 días apropiado en julio de 1976 al
subcomisario Osvaldo Parodi, uno de los que participaron del secuestro de Sara
Méndez, la madre de Simón Riquelo”, explicaron.
El otro campo, el intento con las empresas, es más difícil. De momento, la grieta
judicial se abre de la mano de las querellas que están obligadas a buscar –para llegar a
juicio– datos fácticos para juzgar a los responsables. El caso del Ingenio Ledesma en
Jujuy, la Ford y Mercedes-Benz son algunos de los históricos. Pero hay otros. En el
distrito de San Martín se elevó a juicio la primera parte de una causa por un grupo de
obreros del astillero Astarsa. Pese a que los trabajadores denuncian que muchos de ellos
fueron secuestrados directamente desde el interior de la planta, sólo se va a juzgar a
responsables militares y no a los todavía supuestos responsables civiles.
En ese espacio también se incluye una investigación promovida por la Liga Argentina
por los Derechos del Hombre sobre José Alfredo Martínez de Hoz, que antes de asumir
el Ministerio de Economía fue integrante del directorio de Acindar.
Nueva mirada
Hace dos días se conoció el fallo completo de la sentencia por los crímenes del circuito
ABO (Atlético-Banco Olimpo). Durante las largas jornadas del debate, la acusación, en
manos de la fiscalía de Alejandro Alagia, intentó producir quiebres en la monótona
lógica del sistema penal. Convocó entre los testigos a sociólogos y expertos para poder
plantear una mirada distinta. Introdujo la discusión sobre el eje del genocidio. Presentó
a las víctimas como militantes políticos. Ahora bien, cuando hacía las preguntas a los
testigos, la fiscalía solía usar además la expresión “dictadura cívico-militar”, un modo
que en más de una ocasión provocó la mirada perpleja e incómoda de acusadores y
defensores. ¿Por qué hablar de dictadura cívico-militar?
Ana María Careaga es sobreviviente del circuito ABO y querellante además en ESMA,
donde estuvo secuestrada su madre. “Si bien es un avance incluir la participación civil
en la dictadura para no reducir solamente todo a las Fuerzas Armadas –dice–, hay que
darle una vuelta más: no sólo hay que hablar de algunos procesos y de las denuncias de
quienes estuvieron involucrados en la represión, sino de los grandes empresarios y es
necesario profundizar esa veta, incluirlos en un marco del proceso saludable de
juzgamiento.”
El fiscal Félix Crous dice que la insistencia por abrir esa perspectiva existe desde hace
tiempo. Que en los ochenta aparecieron los primeros señalamientos, por ejemplo, al rol
de la prensa. O que el Nunca Más habla de persecución a los obreros. Pero admite que
su potencial no se capitalizó por la suerte que corrieron los juicios. “El tema reverdeció,
creció y se desarrolló con el tiempo –aclara–, con el trabajo por ejemplo del juez
Leopoldo Schiffrin, que fue un pionero marcando rumbos.” Hay rastros desde 1998, con
el comienzo de los juicios por la verdad, que abrieron caminos cuando las leyes de
impunidad bloquearon a la Justicia. Entre esos hitos también estuvo el trabajo del juez
Carlos Rozanski. El año pasado, Crous habló de “dictadura cívico-militar” en el juicio a
los jefes de Area, una postura que le generó un incidente con un defensor del represor
Olivera Rovere. Ahora dice que anda un paso más adelante: como fiscal del juicio por
los crímenes de El Vesubio, no hablará de dictadura militar ni de cívico-militar en los
alegatos sino de “dictadura” a secas o de “tiranía” porque así englobaría todas las
categorías.
Una de las razones que parecen estar por detrás de estas nuevas búsquedas es el avance
en las causas de primera generación: los juicios a los responsables directos y a los
ejecutores militares y de las fuerzas de seguridad. Pablo Parenti es coordinador de la
Unidad de Investigación fiscal de los juicios de lesa humanidad. Dice que encaminado
el primer proceso de justicia –demorado durante más de treinta años–, es posible pensar
que las demandas empiezan a ser otras. “Los procesos expanden sus miradas producto
del avance y es lógico: no podíamos dejar de juzgar a Astiz, al Tigre Acosta, a
Guglielminetti; no podés no juzgar ESMA, ABO. Ahora que eso avanzó, y mientras la
prueba se enriquece a través de los nuevos testimonios, empiezan a aparecer sectores no
iluminados judicialmente, como el papel de los civiles.” Habrá que ver, ahora, aclara,
¿qué es participación civil? O si eso es material de juicio penal. Ahora bien, ¿para qué
sirven estos reclamos? El sociólogo Daniel Feierstein, que está pensando hace tiempo el
genocidio, hace unos días dio una pista durante un debate en la Facultad de Derecho.
¿Cuál es la importancia de los juicios?, se preguntó. ¿Qué importa que a este grupo de
ancianos les den diez o quince años más de prisión? O volviendo al comienzo: para qué
hablar de dictadura cívico-militar. Lo que pasa dentro de la Justicia no sólo tiene que
ver con la justicia sino con la producción de la idea de verdad. Si los fallos replantean
definiciones, entonces la verdad histórica de este presente podría pensarse distinta. Y la
apuesta es no a un cambio en el pasado, entonces, sino el mismo presente