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Tercera Generación
Módulo 1. Evolución
de la Terapia y
Habilidades de
Intervención en el
Ámbito Clínico
Evolución de la terapia
cognitivo-conductual
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Psicológicas de Tercera Generación
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
BIBLIOGRAFÍA................................................................................................................................................... 109
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Tema 1
1.1. Introducción
La activación, la tensión, el nerviosismo, la ansiedad, el estrés, la depresión, la anhedonia, la
frustración, la ira, etc. son estados cognitivo-afectivo-emocionales, que constituyen por sí mismos,
una de las mayores fuentes de malestar y sufrimiento humano y, además, son importantes factores
en la predisposición, generación o exacerbación de muchísimos trastornos de la salud.
Por ello, son importantes objetivos de la Psicología Clínica y de las técnicas de intervención y
tratamiento psicológico para el control o modificación de los mismos.
Los efectos generales de estas técnicas son muy positivos, incluyendo, a nivel fisiológico,
desactivación límbico-córtico-hipotalámico-simpática/incremento del tono parasimpático a
músculos y vísceras (esto es, menos tasa cardíaca, menos tono y tensión muscular, más
vasodilatación, menos secreción adrenérgica, inmunocompetencia, etc., etc.)
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Otros importantes problemas humanos son las carencias de habilidades para el funcionamiento
cotidiano, para la comunicación y relación con los demás, etc., que también forman una
importante dimensión del quehacer de los psicólogos clínicos y de los objetivos de las
intervenciones psicológicas.
Este apartado se destina a cómo los psicólogos clínicos han desarrollado tratamientos eficaces,
especialmente cognitivo-conductuales, para el control o modificación de estos estados negativos
y/o defectuales.
Entre ellas, las terapias cognitivo-conductuales surgieron, como complemento de las ya existentes
(psicoanálisis, guestaltistas, humanistas, etc.) basadas en modelos teóricos con un fuerte
componente de corte experimental y del aprendizaje. Este origen teórico y la constante evaluación
de su eficacia las ha convertido, en su conjunto, en las terapias psicológicas más eficaces y
eficientes como demuestran inequívocamente los estudios de metaanálisis (p.e. Gooding y Tarrier,
2009; Haby, et al., 2006; Jarry e Ip, 2005; Jónsson y Hougaard, 2009; Pilling, et al., 2002; Van Etten y
Taylor, 1998; Westen y Morrison, 2001) y las propuestas de las asociaciones profesionales de
psicología (COP, APA, etc.) de tratamientos psicológicos eficaces.
Esta parte está dedicada a las principales estrategias cognitivo-conductuales, presentando para
cada una de ellas su naturaleza y objetivos y, para una mejor ayuda al lector, sus metodologías de
aplicación, metodologías que describiremos tal y como nosotros las aplicamos en nuestra práctica
clínica. Por razones de espacio, este material está muy sintetizado. Más detalles sobre estas u otras
técnicas pueden encontrarse en los manuales recomentados (Godoy-Izquierdo, 1999; Olivares y
Méndez, 1999; Vila y Fernández-Santaella, 2004).
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En esta primera parte presentaremos de entre ellas, por razones de espacio, las destinadas al
control emocional y a los entrenamientos en habilidades complejas (habilidades sociales y solución
de problemas, ya que habrá en este material otras partes específicas para las técnicas de
autocontrol, autorregulación y biofeedback/neurofeedback (Prof. José A. Carrobles), para las nuevas
terapias o “tercera ola” de tratamientos psicológicos (Prof. Antonio del Pino) y para los
entrenamientos destinados a la promoción de la salud, del bienestar y de la calidad de vida (Profa.
Débora Godoy).
Aunque hay muchas estrategias para mejorar la respiración, la principal estrategia de respiración y
la más utilizada en la práctica clínica es el entrenamiento en respiración diafragmática por ser tanto
una técnica útil en sí misma como un buen complemento en las terapias de relajación.
Por su importancia para la vida, el control de la respiración está automatizado, siendo sus
principales mecanismos de control neurales (formación reticular troncoencefálica y nervios frénico
(al diafragma) e intercostales (a la musculatura intercostal) y químicos (análisis del contenido en
O2/CO2 de la sangre realizado por los quimiorreceptores del cuerpo carotídeo). Además de este
control automático, existe un segundo control, ahora voluntario, de la misma, que permitirá un
fácil aprendizaje de hábitos respiratorios adecuados cuando la respiración natural, la
principalmente diafragmática que acabamos de describir, se ha perdido, como una respuesta al
estrés y la ansiedad, pasando a ser una respiración fundamentalmente dominada por la acción de
la musculatura intercostal (respiración torácica) y, por ello, más superficial, más breve y menos
eficiente, al ventilar sólo la parte alta de los pulmones, necesitándose como mecanismo de
compensación el aumento de la tasa respiratoria para la adecuada ventilación.
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potencia de la contracción (menor output cardíaco) y siendo sus efectos a nivel vascular, una
generalizada vasodilatación periférica; patrones superficiales y rápidos (o respiración torácica)
producen incrementos en la tasa y output cardíaco y vasoconstricción periférica. Estos efectos
cardiovasculares de la respiración profunda explican su importantísimo valor para la salud
cardiovascular y, además de los propios efectos sobre la ventilación, deben ser los mediadores del
potente efecto de este tipo de respiración en el control de los estados de activación, estrés y
ansiedad.
En la posición de cuerpo tumbado, o sentado en el sillón, observar qué parte del cuerpo (pecho o
abdomen) se eleva y desciende durante la inspiración y espiración utilizando el feedback de las
manos extendidas y unidas sobre el abdomen y pecho.
- Cerrar los ojos y colocar una mano extendida sobre el pecho y la otra sobre el
abdomen.
- Observar si la ropa es cómoda, al menos en la cintura.
- Expulsar todo el aire (espiración forzada).
- Inspirar por la nariz, lenta y profundamente mientras, mentalmente, se cuenta hasta
cuatro lentamente, al ritmo de un número por segundo, intentando que se eleve la
mano del abdomen, mientras que el tórax debe moverse poco, siguiendo los
movimientos del abdomen: debe intentarse llenar, primero, la parte más baja de la
cavidad torácica, elevando el abdomen, luego, la parte media, expandiendo
ligeramente la parte inferior del tórax, y, por último, la superior, elevando ligeramente
los hombros y las clavículas.
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A otras posiciones (sentado, de pie, etc.) y lugares o situaciones (calle, trabajo, etc.).
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Información al paciente de que la tensión muscular es consecuencia del estrés-ansiedad y que las
personas no se relajan porque no saben discriminar su tensión. Así mismo, que es fácil de aprender
y sus efectos dependerán de su motivación y práctica. Es muy conveniente enfatizar la
conveniencia de discriminar adecuadamente niveles mínimos de tensión muscular. Además, si
vamos a utilizar, como es lo adecuado, autorregistros, debemos entrenar al paciente en su uso.
Acomodar al paciente tumbado o en un sillón confortable, en un ambiente con poca luz y ruido, y
pedirle que cierre los ojos, se desconecte de cualquier preocupación y se concentre en las
sensaciones corporales de tensión/distensión y se deje llevar por nuestras instrucciones.
3. Tensar y relajar los diferentes grupos musculares. En la forma descrita anteriormente por tres veces
cada grupo. Para facilitar el aprendizaje y la posterior ejecución en casa del paciente suele llevarse
un orden fijo. Cualquier orden es adecuado. El que utilizamos nosotros es: frente (arrugar, juntar
cejas), ojos (cerrar, elevar globo ocular), nariz (arrugar), boca-mejillas (abocinar, forzar sonrisa,
lengua-paladar, apretar mandíbula), cuello (cabeza adelante, cabeza atrás, tensar cabeza erguida,
cabeza hacia la izquierda, cabeza hacia la derecha (hombros-brazos-manos (tensar), tórax (tensar-
constreñir), abdomen (tensar), espalda (tirar brazos hacia atrás), piernas-pies (tensar).
5. Procedimentos abreviados.
Una vez que el paciente sabe relajar cada grupo muscular por separado, es conveniente, para
acortar el tiempo necesario para la relajación, entrenar con varios grupos musculares al mismo
tiempo, hasta que sepa relajarse en pocos minutos. También, una vez que sabe relajarse desde la
tensión, relajarse sin tensión.
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El procedimiento estándar incluye, para cada estiramiento, dos fases (Anderson, 1984):
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el fin de debilitar y eliminar la relación existente entre estímulo y respuesta, eliminando, así, la
ansiedad condicionada.
Aunque puede haber, y de hecho se han utilizado, muchas clases de respuestas antagónicas-
incompatibles con la ansiedad, la más utilizada en la DS es la de relajación.
Además del componente conductual de estado incompatible con la ansiedad, la DS, qué duda
cabe, es una técnica de exposición que tiene importantes componentes cognitivos y afectivos,
debidos a la convicción de que el enfrentamiento con la situación ansiógena tiene efectos más
deseables que la evitación de la misma, ya que es sabido que la evitación de las situaciones
temidas garantiza la persistencia (y, a veces, el aumento) de los temores. La diferencia entre la DS y
otras técnicas de exposición masiva, como la inundación, es la superación del miedo, confusión u
otros sentimientos desagradables mediante una exposición graduada y progresiva a las situaciones
temidas.
1. Entrenamiento en relajación.
Entrenamiento en relajación progresiva.
2. Elaboración de la jerarquía.
La jerarquía debe elaborarse conjuntamente con el paciente. Suele hacerse pidiendo al mismo que
describa ítems ansiógenos relacionados con su problema y los puntúe en una escala de 0-10 (ó 0-
100), de forma que el listado final incluya entre 15 y 20 ítems ordenados en forma progresiva de
menos a más ansiógenos.
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sin ansiedad. Si el paciente siente ansiedad, se le pide que deje de imaginarlo, se relaje y se vuelve
al ítem anterior.
La inundación tuvo un origen doble: por una parte los trabajos de Masserman en neurosis
experimentales, observando que los animales eliminaban la ansiedad inducida al permanecer
duraderamente en la situación temida, y, por otra, los de Solomon, sobre el aprendizaje de
evitación, observando el alto valor terapéutico de la exposición obligada al estímulo ansiógeno.
La implosión fue desarrollada a partir de los trabajos de Stampfl y Lewis (1967, 1975), la implosión
es muy similar a la inundación, sólo que ahora, se le pide al paciente que imagine las consecuencias
más terroríficas posibles en la exposición al estímulo, en la intención de provocar la máxima
respuesta emocional posible. Cada escena se mantiene hasta que el paciente experimente algún
nivel de reducción de la ansiedad (extinción), repitiéndose la exposición hasta que la ansiedad
disminuya notablemente. Posteriormente, se van introduciendo variaciones para aumentar la
respuesta de ansiedad y, así, conseguir una extinción más completa.
Las técnicas de exposición son muy diversas, según el tipo de problema (fobia, obsesión,
compulsión), el formato terapéutico (con el terapeuta, autoexposición), la modalidad (imaginación,
en vivo) o el plan terapéutico (exposición masiva, gradual). En general, se prefiere la
autoexposición en vivo, con la mayor frecuencia posible y en la máxima intensidad que se pueda
tolerar.
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1.8. Reforzamiento
Llamamos técnicas de reforzamiento (TR) a las estrategias basadas en el manejo de las
contingencias de reforzamiento. Su característica general será la presentación de refuerzo
contingente a la emisión de la conducta deseada con el fin de aumentar la probabilidad de su
emisión en el futuro. Son, pues, técnicas operantes para el desarrollo de nuevas conductas.
En este tipo de programas existen una serie de principios o reglas que deben respetarse para
mejorar la efectividad terapéutica de los mismos. Las principales reglas de reforzamiento son las
siguientes:
1. Los reforzadores, de cualquier tipo, deben ser definidos como tales en términos
de cómo afectan a la persona, ya que lo que es reforzante para unas personas no
es necesariamente reforzante para otras. Es útil, para hacer el listado de posibles
reforzadores, acudir a los cuestionarios de reforzadores.
2. Es totalmente necesario que las consecuencias sean contingentes, lo más
próximas posible a la emisión de la conducta. La demora en el reforzamiento no
sólo disminuye la efectividad del mismo sino que nos hace correr el riesgo de
estar reforzando otro tipo de conducta.
3. Hay que estar totalmente seguros de cuál es la conducta-objetivo, a fin de
reforzar únicamente dicha conducta o cualquier aproximación a la conducta
final.
4. Para que el reforzamiento tenga la máxima efectividad posible debe aplicarse de
modo consistente, de acuerdo con un plan previamente establecido. El plan
debe seguir el nivel óptimo de reforzamiento: al principio del programa reforzar
más frecuentemente y con reforzadores más potentes; después, especialmente
en los programas largos, hay que disminuir la frecuencia con el fin de economizar
reforzadores, evitar la saciación y hacer más difícil la extinción.
5. Debe utilizarse la más amplia variedad posible de reforzadores con el fin de
aumentar la motivación del sujeto y evitar la saciación.
6. También debería utilizarse, para aumentar el poder reforzante, la deprivación,
siempre de forma cautelosa con el fin de no convertirla en aversiva.
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1. Moldeamiento.
Se caracteriza por utilizar un tipo de reforzador generalizado (ficha) que puede posteriormente
canjearse por la más amplia variedad de reforzadores para el paciente. Las principales ventajas de
la economía de fichas son dos: una, que por su flexibilidad permite individualizar mucho los
programas, y, dos, que favorece el aumento de motivación por parte del paciente, quien lucha por
conseguir cada vez reforzadores más potentes.
Se caracteriza por utilizar un tipo de reforzador generalizado (ficha) que puede posteriormente
canjearse por la más amplia variedad de reforzadores para el paciente. Las principales ventajas de
la economía de fichas son dos: una, que por su flexibilidad permite individualizar mucho los
programas, y, dos, que favorece el aumento de motivación por parte del paciente, quien lucha por
conseguir cada vez reforzadores más potentes.
2. Definir adecuadamente la ganancia de fichas por respuesta, facilitando a los participantes tablas
de ganancia.
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3. Definir adecuadamente el sistema de canjeo por los reforzadores de apoyo, facilitando también a
los participantes tablas de canjeo.
1.9. Castigo
Las terapias basadas en el castigo, o métodos aversivos, se basan en la utilización, para el control o
modificación de la conducta, de las contingencias de castigo, siendo, como es sabido, la estrategia
de control conductual más utilizada en nuestra cultura. Consisten tanto en la presentación
contingente a la conducta indeseable de estimulación aversiva (castigo positivo) como en la
retirada contingente a la emisión de conducta no deseada de reforzadores positivos (castigo
negativo) con el fin de disminuir su probabilidad de emisión en el futuro. Son, pues, técnicas
operantes para la reducción de conductas.
El fundamento teórico de los métodos aversivos radica en los conocidos efectos supresores del
castigo sobre la conducta indeseable. Por ello, los métodos aversivos son muy efectivos. Sin
embargo, se sabe que el castigo tiene importantes efectos negativos colaterales que desaconsejan
su utilización, como son, fundamentalmente, la generación de subproductos emocionales del tipo
agresividad, inhibición, frustración, etc., la evidencia de que solemos acostumbrarnos al castigo y,
por último, el hecho de que su efectividad está ligada a la presencia de la instancia castigadora,
emitiéndose la conducta indeseable en ausencia del agente punitivo.
Por estos efectos negativos, sólo debemos utilizar el castigo cuando no tengamos disponible otra
terapia basada en el refuerzo o en la extinción.
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Los principios generales básicos en la aplicación de estas estrategias son los cuatro siguientes:
En resumen, para su mayor efectividad, un estímulo aversivo debe ser de la intensidad máxima
desde el principio, debe ser de la mayor intensidad posible, debe seguir inmediatamente a la
conducta indeseable y debe seguir a cada ocurrencia de la misma.
1. Costo de respuesta.
Consiste en la retirada de reforzador por la emisión de una respuesta. El ejemplo típico es la multa:
se sanciona pecuniariamente una transgresión de una norma.
Aunque es una terapia que suele incluirse en el grupo de castigo negativo, es bueno tener
presente que podría considerársele también como una terapia de extinción. Consiste en someter al
sujeto a cualquier tipo de circunstancias en las que se haga imposible la posibilidad de refuerzo. El
ejemplo típico es la cárcel.
1.10. Extinción
Las terapias de extinción están basadas, como se deduce por su nombre, en el principio de la
extinción, por lo que su fundamento teórico será la debilitación y cese de la conducta al perderse la
relación de contingencia entre la misma y el reforzamiento que la mantiene. Como consecuencia
de esa ruptura obtendremos la disminución de la frecuencia de la conducta y su posterior
eliminación del repertorio del sujeto.
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Esta estrategia se basará en eliminar el refuerzo con finalidad de extinción en aquellas conductas
mantenidas con base en el reforzamiento. Así, ahora, la emisión de conducta indeseable no
conllevará ningún tipo de reforzamiento. Un ejemplo típico de la aplicación de esta técnica será no
prestar ninguna atención a la emisión de un síntoma depresivo por parte de la pareja, por ejemplo.
Basadas en esta metodología cabe destacar dos tipos de técnicas, inundación e implosión, que
vimos como técnicas de exposición.
Así, en la RET, se entiende que el pensamiento, diálogo interno o autoverbalizaciones del paciente
no están ajustados a la realidad y determinan emociones y conductas inadaptadas por lo que la
terapia persigue la detección de las ideas irracionales (necesidad imperiosa de cariño y aprobación
de los demás, exigencia de absoluta competencia y perfección en lo que se hace, exigencia de que
las cosas vayan por donde uno desea, etc.) y su modificación por formas más realistas y adaptativas
de procesar la realidad, lo que queda esquematizado en el modelo A-B-C-D-E, en donde:
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Explicación al paciente del papel que juegan los pensamientos en la determinación de las
emociones y conductas y de las bases de la RET.
Detectar y llamar la atención del paciente de los pensamientos, ideas y autoverbalizaciones ilógicas
e irreales suscitadas ante A.
Estas ideas son propias de nuestra cultura, aprendidas, siendo las principales:
1. Es una imprescindible necesidad para el adulto ser querido y aprobado por sus
semejantes, familia y amigos.
2. Ciertas personas son malas, viles y perversas y deberían ser severamente
castigadas.
3. Es terrible, horroroso y catastrófico que las cosas no sean tal y como a uno le
gustaría que fueran.
4. Mucha infelicidad humana es causada externamente y le es impuesta a uno por
gente y acontecimientos externos.
5. Se debe sentir miedo, ansiedad y preocupación ante cualquier cosa desconocida,
incierta o potencialmente peligrosa.
6. Es más fácil evitar las dificultades y responsabilidades de la vida que hacerles
frente.
7. Necesitamos contar con algo más grande y más fuerte que nosotros mismos.
8. Deberíamos ser absolutamente competentes, apropiados, inteligentes y eficaces
en todo lo que hagamos.
9. El pasado tiene gran influencia en la determinación del presente.
10. Es vitalmente importante para nosotros lo que hacen los demás y deberíamos
hacer grandes esfuerzos por cambiarlos en la dirección que nos gustaría que
siguieran.
11. La felicidad aumenta con la inactividad, la pasividad y el ocio indefinido.
12. No poseemos control sobre nuestras emociones y no podemos evitar sentir
determinadas cosas.
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Mostrar al paciente que sus autoverbalizaciones no sólo han sido sino que son el origen de sus
perturbaciones emocionales demostrando exactamente el vínculo entre pensamiento y emoción.
Enseñar al paciente a pensar de una forma más ajustada a la realidad, flexible y racional y a que se
diga cosas más razonables y menos autodestructivas.
Las creencias racionales en relación a las doce ideas irracionales listadas más arriba son:
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1. Evaluación de refuerzos.
2. Entrenamiento en imaginación.
Se pide al paciente que realice varias veces al día la siguiente secuencia: a) Imaginarse realizando
las actividades deseadas (Vívidamente el paciente visualiza y disfruta la actividad); b) Anticipación
próxima del refuerzo (Imaginar las cosas agradables que puede hacer mañana. Ídem los demás días
de esta semana), c) Contemplación retrospectiva (Volver ahora hacia atrás y analizar la semana que
ha vivido: ha estado activo y disfrutando de lo que le gusta: fue agradable) y d) Anticipación
remota del refuerzo (Lo mismo que esta semana ha sido agradable, lo puede ser la otra. Y la otra. Y
el mes que viene. Y el otro. Y el año que viene. Y el otro).
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Por varias veces, se le pide que detenga, elimine o borre de su mente los pensamientos a nuestra
orden (stop!, basta!, fuera!...) o señal (chasquido, timbrazo, pellizco…) y se concentren en otro
pensamiento, preferentemente un pensamiento positivo alternativo al problemático.
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Formación del paciente en el papel de los componentes cognitivos y motivacionales ante las
situaciones estresantes y de la conveniencia de modificar sus pensamientos relacionados con ellas.
Puesta en práctica de las habilidades adquiridas ante los problemas cotidianos del paciente,
primero en la imaginación, después en vivo; primero ante los estresores más moderados, después
ante más potentes.
Así, el EHS persigue dos objetivos: a) enseñar una forma directa y honesta de expresión de
pensamientos, opiniones, sentimientos y deseos y b) dotar al paciente de la capacidad de defender
convenientemente sus derechos sin, por ello, conculcar los ajenos.
La metodología básica consiste en entrenar al paciente en muchas habilidades, tales como, entre
otras, escuchar y reproducir correctamente, iniciar, mantener y finalizar conversaciones,
introducirse en conversaciones y conllevar silencios, dar y aceptar cumplidos y felicitaciones, pedir
favores, rechazar peticiones poco razonables, manejar críticas, expresar eficazmente lo que gusta o
disgusta, ganar y mantener amigos y relaciones íntimas o reclamar derechos.
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1. Fase de formación.
2. Fase de entrenamiento.
2.1. Instrucciones sobre los componentes de las habilidades a entrenar, para enseñar al paciente los
aspectos más relevantes de la habilidad.
2.2. Modelado, o representación por los terapeutas de la habilidad para la observación de la misma
por parte de los pacientes.
2.3. Ensayo conductual o representación por parte de los pacientes de lo escenificado procurando
ajustarse a lo observado.
2.4. Feedback de la ejecución y refuerzo de los aspectos positivos de la misma, así como
sugerencias para la mejora de la actuación.
2.5. Asignación de tareas para la realización en el ambiente natural de las habilidades entrenadas.
En efecto, la vida es una continua fuente de problemas cotidianos, siendo las diferencias entre los
humanos no tanto la mayor o menor presencia de problemas sino las diferencias interindividuales
en las habilidades para resolverlos, habiendo, así, personas (y situaciones personales) más
competentes que otras para resolver sus problemas por lo que aquellas personas que carezcan de
estas habilidades las podrán adquirir mediante el entrenamiento adecuado.
En general, las habilidades para resolver los problemas se refieren a tres niveles de actuación:
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Por ello, la metodología general de los programas de ESP está diseñada para que el paciente
aprenda una cadena conductual sistemática que le permita abordar y resolver adecuadamente los
problemas en un proceso triple: a) capacidad para percibir y formular convenientemente los
problemas, b) disponibilidad de alternativas de respuesta potencialmente eficaces y c) capacidad
para seleccionar, entre las posible alternativas, la más adecuada a corto, medio y largo plazo.
Fase de educación, en la que se dan al paciente las bases conceptuales sobre la solución de
problemas y de la técnica y del tratamiento a seguir.
Destinada a que el paciente entienda que los problemas son connaturales a la vida y que se
resuelven eficazmente si (en lugar de responder a ellos impulsivamente, estereotipadamente o
negativamente) se perciben adecuadamente, si se hacen atribuciones causales adecuadas, si se
valora convenientemente la capacidad para resolverlo y si se está dispuesto a dedicarle el tiempo y
el esfuerzo necesario para su solución.
Destinada a enseñar al paciente a formular los problemas en términos objetivos y definir los
objetivos o metas que se persiguen en la resolución de los mismos.
En función de los objetivos a conseguir, siendo la norma general en esta fase que cuantas más se
generen y más variadas y creativas sean, mejor.
4. Toma de decisiones.
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Destinada a elegir, entre las posibles, la respuesta más adecuada, capaz de resolver a corto y largo
plazo los objetivos perseguidos y a programar su puesta en práctica.
Los efectos fisiológicos del ejercicio físico son muchos y están bien conocidos y documentados
siendo los más importantes los de tipo cardiovascular, respiratorio, musculoesquelético y
metabólico.
Los efectos cardiovasculares del ejercicio físico son amplios y potentes debidos a la necesidad de
bombear y hacer llegar al sistema muscular sangre rica en oxígeno y nutrientes, para ser utilizados
en el metabolismo muscular. Obviamente, los ajustes cardiovasculares al ejercicio dependen de la
intensidad (y las exigencias metabólicas) del mismo, siendo, fundamentalmente, cardíacos (tales
como aumento del volumen minuto cardíaco (por incrementos en la tasa y la potencia de
contracción)) y de la presión arterial (vasodilatación en las regiones activas). Resumiendo, el
ejercicio físico regular fortalece el corazón, mejora la elasticidad de los vasos, mejora la utilización
de O2, baja la tasa y presión en reposo, aumenta la velocidad de recuperación y reduce niveles de
triglicéridos y colesterol en sangre.
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Por último, el principal efecto metabólico del ejercicio será el aumento del metabolismo necesario
para dotar la energía que va a ser gastada en el trabajo muscular. Esta energía la conseguirá el
músculo metabolizando su glucógeno y grasas, así como la glucosa y ácidos grasos libres
transportados por el torrente sanguíneo, lo que supondrá un aumento de la energía disponible
para el ejercicio y, en reposo, del metabolismo basal.
Los efectos psicológicos del ejercicio son también importantes. Sin embargo, así como sus efectos
fisiológicos son bastante bien conocidos, no pasa lo mismo con los efectos psicológicos, que,
actualmente, a pesar de los miles de referencias existentes sobre el área y ciertas evidencias
empíricas y clínicas, son bastante menos conocidos que los fisiológicos. Los más sistemáticamente
informados por los practicantes son los relacionados con cambios en el estado de humor,
relacionado con una cierta euforia tras la realización de ejercicio (la conocida “euforia atlética”).
Otros cambios afectivos y emocionales son a veces informados, como un estado de bienestar y
relajación, efectos considerados como responsables de la “adicción” al ejercicio de los atletas. El
listado de los principales efectos psicológicos de los programas de entrenamiento físico incluye,
entre otros, bienestar, estabilidad emocional, relajación, euforia, aumento en la autoestima, mejora
en las tareas psicomotoras, mejora en procesos cognitivos y mayor creatividad, lo que supone a
nivel clínico disminución en niveles de depresión, disminución en niveles de ansiedad, mayor
tolerancia al estrés, distracción de las rutinas diarias y aumento en la interacción social.
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entrenar previamente a los practicantes en las habilidades requeridas por el programa de ejercicio:
autorregistros, tomarse la tasa cardíaca, etc.
Resueltos estos aspectos, las estrategias para el diseño de los programas las dividiremos en dos
grandes grupos: estrategias para iniciar el programa y estrategias para seguirlo.
Con respecto a las primeras, habrá que tener en cuenta para asegurar el inicio de los programas
dos importantes aspectos: la motivación de la persona y las posibles ideas negativas sobre el
ejercicio. La motivación hace referencia a la comúnmente previa necesidad de motivar y convencer
a los futuros practicantes de que el ejercicio les reportará grandes beneficios, siendo muy
conveniente que el listado de estos beneficios sea realista, a fin de que no pierdan pronto la
motivación. En cuanto a las ideas negativas previas sobre el ejercicio habrá que combatir aquellas
que se convierten en problemas comunes a la hora de empezar un programa. Algunas de estas
son: falta de tiempo, sentimientos de incomodidad, incapacidad o de ridículo, miedos a los riesgos,
miedos a los cambios corporales, etc.
Resuelto este aspecto, los objetivos del programa de entrenamiento podemos dividirlos en dos
grandes grupos: a) desarrollo de capacidad física, medida como fuerza/resistencia muscular,
composición corporal, flexibilidad y resistencia cardiorrespiratoria, y b) desarrollo de capacidad
motora, medida como fuerza/potencia muscular, agilidad, coordinación, percepción cinética,
poder, tiempo de reacción y velocidad. Normalmente los objetivos del primer tipo son los más
adecuados para los programas que persiguen la promoción de la salud y la prevención,
tratamiento y rehabilitación de la enfermedad, mientras que los del segundo tipo son más propios
de programas diseñados para el entrenamiento de deportistas y atletas.
Los programas que podemos diseñar para cubrir estos objetivos se pueden reducir a tres grupos: 1)
resistencia aeróbica, 2) fuerza/potencia y, 3) resistencia anaeróbica.
El programa debe planificarse incluyendo tres fases (inicio, desarrollo y mantenimiento), que
deben estar organizadas y estructuradas siguiendo una serie de principios básicos, generales de
cualquier programa de entrenamiento o acondicionamiento físico. Estos principios generales del
entrenanimiento físico son 5: sobrecarga, progresión, especificidad, espaciamiento e
individualización. El principio de la sobrecarga se refiere a que para que se consiga algún efecto de
interés se exige que el organismo sea sometido a una carga mayor de la que normalmente está
acostumbrado, de forma que la intensidad del ejercicio siempre provoque una activación
importante del metabolismo y fisiología corporal. Así, al principio del programa, un pequeño
aumento en el trabajo significa una importante carga. Conforme los practicantes van adquiriendo
un mayor nivel de capacidad física, serán necesarios mayores aumentos en la carga. Llegado al
nivel de carga deseado, se empieza un período de mantenimiento. El principio de la progresión se
refiere a que la sobrecarga se aplique de una forma gradual, progresiva. La progresión estará en
función de las características de la persona, por lo que no será igual para todos: un hombre sano
llevará una progresión más rápida que una mujer, un hombre con problemas cardíacos o un
anciano. Es importante, de cara a mantener una buena actitud de la persona al programa, que el
ritmo de aumento no sea de forma que el programa sea aversivo, especialmente en las primeras
fases, no sólo por sus efectos sobre la motivación sino, también, para evitar daños o
complicaciones en personas de poca aptitud física. Por ello, el programa debe dividirse en tres
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
fases: 1) fase de iniciación, con bajo nivel de actividad y poco aumento, destinada a preparar
músculos, tendones, huesos y articulaciones a las exigencias del nuevo programa, 2) fase de
sobrecarga, en la que la velocidad de la progresión dependerá de cada persona, siendo más rápida
para las personas sanas y en mejores condiciones físicas y 3) fase de mantenimiento, para
mantener el nivel alcanzado en la 2. El principio de la especificidad se basa en que las ganancias
corporales corresponderán al tipo de entrenamiento (aeróbico/aneróbico) y a la musculatura
envuelta en el ejercicio, dado que no hay transferencia desde un tipo de entrenamiento a otro ni
desde unos grupos musculares a otros: un programa aeróbico no se transfiere a mayor beneficio en
fuerza muscular y un entrenamiento en natación no mejora (o si lo hace es insignificante) la
velocidad de la carrera en pista. El principio del espaciamiento está referido a la necesidad de
encontrar una adecuada relación entre carga/tiempo de esfuerzo y tiempo de descanso a fin de
evitar el agotamiento y favorecer la restauración corporal. Esta relación ideal, dependerá, como
veremos más adelante, con cada tipo de programas. Por último, el principio de la individualización
se refiere a la necesidad, ya comentada, de adaptar el programa a las características de cada
practicante.
Diseñado el programa, habrá que considerar que un problema general en los programas de
ejercicio físico, al igual que en muchos otros programas preventivos o terapéuticos es el de la poca
adherencia de los practicantes: un altísimo porcentaje de las personas que inician un programa, a
pesar de que entiendan que éste mejorará su salud, lo deja antes de que éste deba finalizar. Los
datos que disponemos indican que los porcentajes de adherencia a los programas de ejercicio
físico son realmente bajos: en general, más de un 50% de las personas que inician un programa, lo
abandonan prematuramente. La revisión de la abundante literatura sobre adherencia en
programas de actividad física nos informa que, en general, la tasa de adherencia está entre 50-60%
a los 6 meses de iniciado el programa, cayendo al 35-40% después de dos años o más.
Por último, con bastante frecuencia los programas de ejercicio pueden generar daños potenciales,
que han de considerarse como posibles efectos negativos o riesgos (que pueden llegar incluso a
ser de muerte súbita). Estos riesgos o daños suelen ser la consecuencia de dos errores básicos, tales
como mal diseño de los programas y no tener en cuenta las precauciones adecuadas.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Tema 2
2.1. Introducción
Los tres términos sobre los que versa este apartado: Autocontrol, Autorregulación y Biofeedback, se
solapan entre sí en gran manera, en el sentido de que los mismos refieren a una determinada
forma de ejercer el dominio o el control de los organismos vivos sobre sí mismos o sobre su
conducta en el proceso de su adaptación al medio en el que se hayan inmersos. Sin embargo, los
tres términos también tienen entre sí abundantes diferencias relacionadas con el modo específico
en que operan o ejercen su función en ese proceso de adaptación y sobre qué aspectos o
características del individuo lo ejercen: su biología o su conducta.
Aunque en este apartado serán considerados estos tres conceptos o procesos, no lo serán en la
misma proporción, dada la diferente importancia que los mismos tienen para la Psicología en el
principal tema objeto de atención de nuestro estudio y que no es otro que la actualización o
puesta al día de las técnicas de control o regulación de los diferentes procesos orgánicos o
biológicos de los organismos humanos y sus aplicaciones prácticas clínicas para la resolución o el
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
De este modo, solo describiremos brevemente la definición y las características del concepto y de
las diferentes acepciones del término Autocontrol, dado que el mismo constituye un proceso
relativamente bien estudiado en Psicología y sobre el cual no se han dado recientemente
importantes avances o modificaciones. Algo más de atención será dedicada al concepto de
Autorregulación, referido especialmente a la aplicación del mismo a los organismos biológicos y, en
especial, a los sujetos humanos, por constituir la base del apartado principal de nuestro trabajo que
estará dedicado fundamentalmente a los procesos y a las técnicas de Biofeedback y a la
importancia de sus aplicaciones prácticas para la resolución de una considerable multitud de
trastornos clínicos psicofisiológicos o psicosomáticos, y dentro de estas técnicas dedicaremos una
atención especial y una mayor extensión a las técnicas de Neurofeedback, por ser el campo de
mayor desarrollo en la actualidad dentro de las mismas.
2.2. Autocontrol
El término Autocontrol refiere en términos generales a la emisión por parte de una persona de la
respuesta o de la conducta más apropiada en una determinada situación, tomando en
consideración tanto la solución del problema enfrentado como los costes y beneficios, tanto físicos
como psicológicos, derivados de la misma, en términos de una mejor adaptación al entorno y de la
supervivencia del individuo.
El término autocontrol tiene por su parte varias acepciones, referidas principalmente a la conducta
meta o final elegida por la persona y al proceso de supervisión o monitorización de la propia
secuencia de la acción que el mismo sujeto lleva a cabo en esa situación.
La primera de estas acepciones tiene que ver con la elección por parte del individuo de una
determinada acción o conducta en una situación dada, y en este sentido, decimos que una persona
ejerce autocontrol o que su actividad está auto-controlada, cuando la conducta emitida o elegida
no ha estado determinada por las consecuencias inmediatas de la misma, positivas o negativas,
sino por las consecuencias beneficiosas demoradas u obtenidas a largo plazo por la emisión de una
conducta más adaptativa o adecuada.
En el sentido que acabamos de describir el autocontrol, como se verá, el concepto guarda una
estrecha relación con el significado que desde la filosofía se atribuye al concepto de libertad, en el
sentido de la elección libre (sin coacción) y consciente de una determinada actividad o conducta
por parte de una persona en una situación determinada. Aunque no vamos a entrar aquí a debatir
en profundidad el concepto de libertad, sí que merece la pena recordar las tres características
fundamentales que caracterizan la misma: la disponibilidad de información o el nivel de
conocimiento o consciencia apropiado sobre la situación; la posibilidad de elección entre varias
alternativas de respuesta; y la elección libre y sin coacción de una determinada respuesta. Si
tomamos al pie de la letra estas características y exigimos su cumplimiento para determinar si una
conducta es libre o auto-controlada, veremos de inmediato que la mayoría de nuestras acciones no
son libres, sino que están en una mayor o menor proporción determinadas por las propias
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
contingencias o características del entorno en el que las mismas se realizan. A estos determinantes
del entorno es preciso añadir los determinantes derivados de nuestra propia biografía o historia
previa de aprendizaje en relación con el contexto actual en el que nos desempeñamos.
Una forma práctica de enseñar autocontrol a una persona puede ser vista en la aplicación de lo que
yo he denominado en otra ocasión (Carrobles, 2000) la Técnica del crucigrama de las consecuencias,
consistente en exponer a una persona, niño o adulto, a una determinada experiencia o situación,
digamos, por ejemplo, la visión de un puesto de helados en un día especialmente caluroso propio
de nuestro verano. En esta situación, la persona puede tomarse un helado, que es la conducta más
previsible y más probable que realice, o puede no tomárselo al pensar anticipadamente que no le
conviene tomar helados por su sobrepeso y su propensión a engordar con facilidad. En el primer
caso diremos que el sujeto no ha ejercido el autocontrol, pero que sí lo ha hecho en el segundo.
Las consecuencias de una u otra acción son claramente diferentes. Así, mientras que en el caso de
tomarse el helado el refuerzo o la consecuencia reforzante es inmediata y altamente probable, en
el segundo las consecuencias no son ni tan evidentes ni tan probables, además de ser a largo plazo
o demoradas. Por esta razón, la mayoría de las personas tienden a emitir conductas no auto-
controladas en situaciones similares a la comentada y para lograr el objetivo contrario es preciso
enseñar al sujeto a anticipar y a tomar en consideración todas las consecuencias posibles de su
acción antes de realizarla, tanto las positivas como las negativas y las obtenidas de forma
inmediata o demorada. La descripción del proceso de autocontrol que estamos describiendo
puede ser representado de forma sintética del modo expuesto en el Tabla 1, incluida a
continuación.
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CONSECUENCIAS
SITUACIÓN O CONSECUENCIAS CONSECUENCIAS
INMEDIATAS Y
EXPERIENCIA POSITIVAS NEGATIVAS
DEMORADAS
- Me refresca.
Inmediatas o -Me quita la sed.
a corto plazo -Me produce placer.
-Si no lo tomo me voy a
COMER frustrar y a sentir mal.
UN HELADO -Me quedaré sin dinero para
otras cosas.
Demoradas o -Voy a engordar.
a largo plazo - Estaré menos atractivo/a.
- No me va a valer la ropa que
tengo.
-Me alivia la ansiedad.
- Me calma el ansia de
Nicotina.
-Me relaja fumarme un
Inmediatas o cigarrillo con los amigos.
a corto plazo -Me ayuda a
concentrarme.
-Qué gusto fumar
FUMAR UN tomando un café o una
CIGARRILLO copa.
- Me supone un gasto de
dinero.
-En los sitios en que no
puedo fumar me siento mal.
- Puedo tener un problema
Demoradas o
de salud.
a largo plazo
-Se me ponen los dedos y los
dientes amarillos.
-Cada vez tengo más
problemas en las relaciones
con los no fumadores.
-Me pongo moreno/a.
-Moreno/a estoy más
atractivo/a.
Inmediatas o
- Soy la envidia de los
a corto plazo
demás.
TOMAR EL - Si no utilizo crema
SOL SIN protectora me pongo más
PROTECCIÓN moreno/a y antes.
- Me puedo quemar la piel
- Puedo llegar a tener cáncer
de piel, pero
Demoradas o
es poco probable.
a largo plazo
-La toma de sol tiene un
efecto acumulativo que
puede llegar a ser peligroso.
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CONSECUENCIAS
SITUACIÓN O CONSECUENCIAS CONSECUENCIAS
INMEDIATAS Y
EXPERIENCIA POSITIVAS NEGATIVAS
DEMORADAS
-Si salgo a la calle me
siento realmente mal y
con mucha ansiedad.
-Si evito salir de casa me
siento bien
-No hay necesidad de
pasar miedo si puedo
evitarlo.
-Pienso que en la calle hay
Inmediatas o
muchos peligros.
a corto plazo
-En casa me siento
tranquila/o y sin
ansiedad, ¿porqué tengo
que salir?.
-No soy capaz de resistir la
ansiedad que me produce
CONDUCTA salir sola/o a la calle, si lo
AGORAFÓBICA intento creo que puedo
morirme.
En laTabla1 puede observarse claramente cómo las consecuencias de las actividades que ilustran
los ejemplos: tomar un helado, fumar, tomar el sol sin protección y hasta la conducta agorafóbica,
tienen en todos los casos distintos tipos de consecuencias, tanto positivas como negativas y de
efectos inmediatos o demorados, pero lo más destacable de las mismas es que los efectos o las
consecuencias inmediatas son casi siempre gratificantes o reforzantes y de una probabilidad de
ocurrencia de casi el cien por cien, mientras que las consecuencias negativas son en la mayoría de
los casos demoradas y solo de una cierta probabilidad de que sucedan, pero nunca totalmente
probable como en el caso de las positivas. En consecuencia, el objetivo primordial de toda terapia
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de auto-control ha de ser el de invertir esta relación, haciendo que el sujeto anticipe y tenga
conciencia de todas las consecuencias posibles de su acción antes de emprenderla, las inmediatas
y las demoradas y tanto las de signo positivo como negativo.
2.3. Autorregulación
El término Autorregulación alude genéricamente al funcionamiento armónico y equilibrado de un
organismo o un sistema de forma autónoma a través de una serie de mecanismos y procesos de
control que constituyen su propia estructura y naturaleza. El término, por otra parte, suele aplicarse
de una forma bastante generalizada a distintos entes o sujetos, pertenecientes a muy diversos
campos o contextos. De este modo, es frecuente hablar de la existencia de un hipotético
mecanismo de autorregulación del sistema económico (nada parecido, por cierto, a la realidad, si
tomamos en consideración la profunda crisis económica que estamos viviendo en la actualidad).
También se aplica el concepto de autorregulación al funcionamiento automático o autónomo de
una máquina o de un sistema mecánico, y hasta de una fábrica, de una comunidad, de la propia
sociedad, y hasta del mismo universo y de nuestro propio planeta Tierra, al que algunos autores,
como los proponentes de la Teoría Gaia (Lovelock, 1979) suponen un planeta vivo provisto de
ciertos mecanismos de autorregulación, con sus propias leyes, a través de los cuales tendería
siempre al equilibrio entre las diferentes especies y los variados fenómenos geofísicos que la
componen. Pero, sobre todo, el concepto de autorregulación se aplica de forma particularmente
genuina al ámbito de la biología y de los organismos vivos y entre ellos, de forma especial, al caso
del hombre.
Centrándonos en el caso del hombre, que es el objetivo del presente trabajo, se observa
claramente como éste tiende constantemente al equilibrio después de alterarse su funcionamiento
a través de los procesos de adaptación al medio. Este proceso de re-equilibrado constante se da en
todos los sistemas y estructuras orgánicas que lo componen y se denomina en este contexto
homeostasis, pero su significado es básicamente el mismo que el de auto-regulación.
Los diferentes sistemas orgánicos que constituyen un organismo vivo como el hombre realizan
este proceso de homeostasis o re-equilibrado a través de sistemas o mecanismos de feedback
negativos que hacen que cuando el funcionamiento de un sistema biológico se altera o se aleja de
su funcionamiento equilibrado o ideal al interaccionar con el medio vuelva después a sus límites
normales o ideales de funcionamiento que vienen fijados por unos parámetros ideales
denominados constantes vitales de funcionamiento. Ejemplos de estos parámetros o constantes
vitales lo constituyen, por solo mencionar algunos de ellos: la temperatura corporal, la presión
arterial, la cantidad y el grado de acidez del jugo gástrico de nuestro estómago, la tasa cardíaca, o
la cantidad de azúcar o glucosa y de sal presente en nuestra sangre. Todos estos sistemas
orgánicos funcionan, como decimos, de una forma automática y por ello no tenemos consciencia o
información consciente sobre su funcionamiento, por la simple razón de que no es necesaria esta
consciencia e, incluso, puede afirmarse que sería hasta perjudicial la participación de la misma.
En este sentido, cabe llamar la atención sobre un hecho de suma importancia para el contenido de
este apartado, y que tiene que ver con la no consciencia o información que tenemos sobre el
funcionamiento de la mayoría de los órganos o sistemas orgánicos que nos caracterizan por no ser
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necesaria la misma para el normal funcionamiento del sistema, pero que esta consciencia o
información solo aparece cuando se altera el normal funcionamiento de esos sistemas orgánicos y
en estos casos de forma indirecta a través del dolor o del malestar que ese mal funcionamiento del
sistema nos puede provocar. Este es el caso, por ejemplo, del exceso o del déficit de glucosa en
sangre y las molestias asociadas a los síntomas de la diabetes; o del malestar que puede
producirnos un estado de hipotensión o de hipertensión arterial; o el dolor que acompaña a una
hipersecreción de jugo gástrico por parte de nuestro estómago. En estos casos, y gracias a la
información o la consciencia que entonces tenemos de la desregulación o mal funcionamiento del
sistema, podemos poner en marcha el mecanismo denominado homeokinesis, o, lo que es lo
mismo, la realización de determinadas acciones o conductas externas intencionales o voluntarias
para reparar o ayudar al re-equilibrado del funcionamiento del sistema alterado: tomando un
antiácido estomacal; ajustando el nivel de azúcar en sangre con insulina o glucosa, según el caso; o
tomando el fármaco pertinente para re-equilibrar la presión arterial alterada.
Uno de estos posibles recursos o técnicas de regulación del funcionamiento anómalo de estos
sistemas biológicos alterados son, precisamente, las denominadas técnicas de biofeedback,
consistentes en hacer consciente a una persona del funcionamiento del sistema biológico alterado
(bio) a través del registro del mismo por medio de unos aparatos electrónicos especiales y la
facilitación de esa información al sujeto (feedback) para que a través de ella pueda reaprender a
equilibrar el funcionamiento del sistema y a recobrar la capacidad o la habilidad de auto-
regulación normal que había perdido debido a algún proceso previo de anormalidad o de
enfermedad.
2.4. Biofeedback
El Biofeedback, como su nombre indica, refiere a la facilitación de información (feedback) a un
sujeto sobre el funcionamiento de un sistema biológico (bio) del que normalmente no tiene
información, con la finalidad de que a través de ella pueda llegar a controlar el funcionamiento del
mismo. En términos coloquiales, yo suelo equiparar el procedimiento que tiene lugar en la
aplicación de esta técnica a un espejo, en este caso un espejo biológico, donde el sujeto puede
observar reflejado el funcionamiento de un órgano o sistema biológico y utilizar esa información
para controlar o corregir el funcionamiento del mismo.
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“El Biofeedback es un proceso que permite a una persona aprender a modificar la actividad
fisiológica con la finalidad de mejorar la salud y la actividad de la misma. Por medio del empleo
de instrumentos de gran precisión se logra medir distintas respuestas o actividades fisiológicas,
como las ondas cerebrales, la función cardíaca, la respiración, la actividad muscular o la
temperatura de la piel. Estos instrumentos facilitan (feed-back) de forma rápida y precisa esta
información al sujeto. La facilitación de esta información (con frecuencia conjuntamente con los
cambios producidos en el pensamiento, en las emociones y en el comportamiento) produce los
cambios fisiológicos deseados. Estos cambios pueden mantenerse posteriormente sin la
utilización continuada de ningún instrumento”
(AAPB, 2008).
Tomando como base para la descripción de la técnica del biofeedback nuestro trabajo previo
mucho más extenso en forma de libro (Carrobles y Godoy, 1987), podemos decir que el principio
básico sobre el que se apoya el biofeedback consiste en la posibilidad de control y modificación
voluntaria por parte de una persona de distintas funciones o procesos biológicos cuando se facilita
al mismo información sobre esas funciones. La aportación fundamental del biofeedback ha
consistido precisamente en demostrar que cuando se facilita información al organismo sobre
funciones fisiológicas sobre las cuales no recibe conscientemente ninguna señal, es posible
controlar o modificar voluntariamente funciones biológicas hasta ahora consideradas autónomas o
involuntarias, como el latido cardíaco, la presión arterial o las propias ondas cerebrales. En este
sentido, puede definirse técnicamente el biofeedback como el empleo de instrumentos monitores,
generalmente electrónicos, para detectar y registrar procesos fisiológicos internos, con objeto de
poner a disposición del sujeto esta información ordinariamente fuera de su alcance, haciendo
posible de este modo su control o modificación.
El biofeedback, en síntesis, no constituye otra cosa que un espejo que refleja algún proceso
fisiológico de un individuo, pero no debemos olvidar que ni el aparato ni el feedback facilitado por
éste son los responsables últimos del control o de la modificación del proceso fisiológico alterado,
sino que este cambio es efectuado activamente por el propio sujeto utilizando la información
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facilitada por el aparato. En este sentido, dentro del biofeedback se concede una importancia
especial a los conceptos de “control”, “auto-control” y “sistemas de control”, asumiéndose, en
definitiva, que el biofeedback puede enseñar a una persona a utilizar un sistema fisiológico más
eficazmente. Es decir, puede enseñarle a controlar o a auto-controlar el sistema una vez alterado su
funcionamiento por causa de alguna anomalía o proceso patológico.
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diez y veinte sesiones de entrenamiento de unos treinta minutos de duración, el aprendizaje del
control de las respuestas electroencefalográficas (EEG) puede alargarse hasta un total de entre
veinte y cuarenta sesiones de unos cincuenta minutos de duración cada una.
Las sesiones de entrenamiento, por su parte, guardan entre sí una cierta similitud por lo que a
estructura de las mismas se refiere, especialmente las sesiones intermedias o centrales, dándose
una mayor variedad entre las sesiones iniciales, centradas principalmente en la evaluación del
problema, y las sesiones finales, dedicadas a la generalización y el mantenimiento de los resultados
obtenidos. Con estas salvedades en mente vamos a tratar de analizar la estructura más o menos
típica de una sesión de entrenamiento en biofeedback, anotando esquemáticamente los distintos
momentos o contenidos en que básicamente podemos considerar dividida una sesión dentro de
un tratamiento de este tipo. La estructura de una sesión típica de biofeedback puede verse en
laTabla 3, donde de forma bastante detallada se expresa no sólo la secuencia de los distintos
objetivos o contenidos de la misma, sino también los diversos cometidos o tareas específicas a
realizar dentro de cada contenido o momento de la sesión, y que dada la abundante información y
detalles incluidos en el cuadro no consideramos necesario abundar en más explicaciones respecto
al mismo.
COLOCACIÓN DE
Preparación de la piel y colocación de los electrodos de registro
ELECTRODOS DE
Verificación y controles del registro de la señal fisiológica.
REGISTRO Y PUESTA
Programación y puesta a punto del aparato.
A PUNTO DEL
Comprobación de la calidad final de la señal
APARATO
EVALUACIÓN
Registro de la respuesta en situación de reposo sin feedback.
PREVIA DEL NIVEL
Anotación de la respuesta obtenida en la ficha de registro o de
DE LA RESPUESTA
control de la sesión (línea-base).
FISIOLÓGICA
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Junto a este listado de las posibles aplicaciones clínicas o de los diferentes problemas clínicos y de
salud que han sido tratados con la terapia de biofeedback, presentamos conjuntamente la
calificación científica de las mismas en términos de su nivel de eficacia, especificidad y utilidad
clínica de acuerdo con los criterios actualmente consensuados sobre la misma por la Asociación de
Psicofisiología Aplicada y Biofeedback (AAPB: Association for Applied Psychophysiology and
Biofeedback) y la Sociedad de Regulación Neuronal (SNR: Society for Neuronal Regulation) para la
evaluación sistemática de la intervenciones a través de la creación del correspondiente Grupo de
Trabajo para la evaluación de la Eficacia (Efficacy Task Force; Moss y Gunkelman, 2002; LaVaque et
al., 2002). Estos criterios de eficacia, referidos al tratamiento con biofeedback, son los siguientes
(Tabla 6).
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Tabla 6. Nivel de eficacia actualmente consensuado de los tratamientos o aplicaciones del biofeedback.
En cuanto al nivel de eficacia real de las múltiples aplicaciones existentes en los diferentes
trastornos o problemas clínicos a los que la terapia de biofeedback se ha aplicado, los resultados de
las mismas son muy variados. En el intento de ofrecer una visión de conjunto, aunque simplificada,
del panorama actualmente existente en este campo, presentamos en la Tabla 7 un resumen de los
principales resultados disponibles, clasificando las aplicaciones de acuerdo con los diferentes
criterios de los niveles de eficacia expuestos anteriormente en la Tabla 6.
Para confeccionar esta tabla de resultados nos hemos basado principalmente en el trabajo de
Yucha y Montgomery (2008) realizado sobre una muestra de artículos publicados solo en inglés en
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revistas con revisores independientes en el periodo comprendido entre 2003 y 2007, siguiendo los
criterios previamente propuestos por el Grupo de Trabajo para la evaluación de la Eficacia” (Efficacy
Task Force; Moss y “Gunkelman, 2002; LaVaque et al., 2002) antes citado. Por ello, estos datos no
pueden considerarse como concluyentes sobre todas la publicaciones existentes, ni de todos los
trastornos clínicos a los que se ha aplicado el biofeedback, sino una simple muestra, aunque
bastante representativa, de la posible eficacia clínica de las aplicaciones del biofeedback, al menos
del reciente periodo comprendido entre 2003 y 2007. En nuestro trabajo previo de 1987 (Carrobles
y Godoy, 1987) también llevamos a cabo una valoración de la eficacia clínica de las aplicaciones del
biofeedback existentes hasta ese momento, aunque no con los mismos criterios, y a este trabajo
remitimos al lector interesado en ampliar los conocimientos sobre el tema. En cualquier caso, los
datos reflejan la preocupación creciente en el ámbito del biofeedback por validar empíricamente
los resultados de sus aplicaciones para superar con ello el escepticismo que con frecuencia ha
rodeado a estas aplicaciones en el pasado entre algunos profesionales.
- Trastornos Alimentarios.
- Problemas Inmunológicos.
Nivel 1
- Lesiones de columna vertebral.
- Síncope (neuro- cardiogénico).
- Asma.
- Autismo.
- Parálisis de Bell.
- Parálisis cerebral.
- Enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
- Enfermedad arterial coronaria.
- Fibrosis cística.
- Trastornos depresivos.
- Disfunción eréctil.
Nivel 2
- Fibromialgia y síndrome de fatiga crónica.
- Distonía de la mano.
- Síndrome del intestino irritable.
- Trastorno estrés postraumático.
- Lesiones musculares por tensión crónica.
- Problemas respiratorios (respiración asistida).
- Infartos (accidentes cardiovasculares).
- Tinnitus.
- Incontinencia urinaria en niños.
- Alcoholismo.
- Drogadicción.
- Artritis.
- Diabetes Mellitus.
- Trastornos fecales en niños.
Nivel 3
- Incontinencia fecal en adultos.
- Insomnio.
- Dolor de cabeza (en niños).
- Lesiones traumáticas cerebrales.
- Incontinencia urinaria en hombres.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
- Ansiedad.
- Trastorno por déficit.
- Atencional e hiperactividad (TDAH)
- Dolor crónico.
- Epilepsia.
Nivel 4 - Estreñimiento en adultos.
- Dolor de cabeza en adultos.
- Hipertensión.
- Problemas de movimiento.
- Enfermedad de Raynaud.
-Trastorno temporomandibular.
Nivel 5 - Incontinencia urinaria en mujeres.
Tabla 7. Principales aplicaciones clínicas y nivel de eficacia del tratamiento con biofeedback (BFB).
2.5. Neurofeedback
El campo denominado Neurofeedback (NFB) no es en realidad otra cosa que una mera aplicación de
la técnica del biofeedback mediante el uso del registro de determinadas ondas cerebrales a través
del empleo de un electroencefalógrafo (EEG), con la finalidad de aprender a controlar la actividad
cerebral o del Sistema Nervioso Central y, a través de este control, propiciar la modificación de
ciertos procesos o estados mentales o clínicos alterados. Por esta razón, el Neurofeedback es
también con frecuencia denominadoEEG Biofeedback o Neuro-biofeedback, para reflejar esta
realidad.
Al igual que las demás formas o aplicaciones del biofeedback, en el caso del Neurofeedback se
registra una señal fisiológica, en este caso cerebral, mediante la aplicación sobre la superficie del
cerebro de unos electrodos para el registro de la actividad EEG y se envía la misma al
correspondiente monitor electrónico EEG para el procesamiento de la misma y la facilitación al
sujeto (feedback) bajo entrenamiento de forma simplificada, continua e inmediata para que a
través de esa información pueda aprender a controlar o auto-regular la actividad fisiológica
cerebral que estemos intentando modificar.
Las ondas cerebrales que pueden ser registradas mediante un electroencefalógrafo en la superficie
cerebral pueden ser de distintos tipos y registradas en diferentes lugares de la misma. Estas ondas
cerebrales registradas superficialmente de forma no invasiva reflejan, en realidad, la actividad
sincronizada de millones de neuronas situadas dentro del cerebro y guardan una estrecha relación
con determinados estados mentales o actividades conductuales por parte del sujeto. Los
principales de estos registros EEG y su asociación con determinados estados mentales, clasificados
de una menor a mayor frecuencia, son los siguientes: ondas delta (0,5-4 hercios o ciclos por
segundo: cps) ondas lentas de gran amplitud, asociadas a la fase del sueño de ondas lentas; ondas
zeta (theta: 4-8 cps) relacionadas con estados de baja activación cortical y de relajación profunda o
de casi sueño; ondas alfa (8-12 cps) típicas de los estados de relajación; el Ritmo Sensoriomotor
(SMR: 12-16 cps) registrado en la corteza somato-sensorial cerebral y no en la zona occipital, cuyo
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El neurofeedback utiliza registros EEG captados en distintas zonas de la periferia cerebral a través de
electrodos de superficie y no emplea ningún tipo de técnicas invasivas ni de medicación, ni
tampoco utiliza ningún tipo de estimulación cerebral, como puede ser el caso de algunas
intervenciones como la Estimulación Repetitiva Magnética Transcraneal (ERMT) o el Entrenamiento
Audio-Visual (EAV), basados en la aplicación a un sujeto de un estímulo (auditivo, visual o
magnético) de un determinada frecuencia con la finalidad de suscitar o de provocar una respuesta
específica o un efecto de neuro-modulación o de sincronización automática cerebral.
Las aplicaciones clínicas del neurofeedback han sido muy considerables, tanto en número como en
variedad de las mismas, desde las aplicaciones iniciales y en ocasiones un tanto controvertidas de
los trabajos de Kamiya (1969) y Brown (1974) centrados en el entrenamiento de los sujetos para la
consecución de estados mentales placenteros o relajantes a través del control del ritmo alfa o zeta
registrados en la zona o lóbulo occipital y del descubrimiento por parte de Sterman (1972, 1973)
del poder de las ondas o del Ritmo Sensoriomotor (RSM: 12-16cps) registrado en la corteza sensorio-
motora y el efecto del incremento del mismo en el control de las crisis epilépticas. Estas
aplicaciones se han extendido desde entonces a un considerable número de problemas clínicos
distintos y utilizado también una importante variedad de registros fisiológicos EEG para ayudar al
control de los mismos. Entre estas aplicaciones, por solo mencionar las más relevantes, se
encuentran las siguientes: el Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH), los
trastornos epilépticos, los problemas de ansiedad y de depresión, el abuso de sustancias, los
trastornos obsesivo-compulsivos, los trastornos esquizofrénicos y bipolares, los trastornos
comportamentales y las dificultades de aprendizaje, los déficits cognitivos, distintos problemas de
dolor crónico, como los dolores de cabeza de tipo migrañoso y tensionales, problemas de sueño,
trastornos de estrés postraumático, traumatismo cerebral y hasta problemas relacionados con el
espectro autista.
Entre todos estos problemas a los que se ha aplicado el neurofeedback destacan los trastornos
epilépticos y los déficits de atención e hiperactividad (TDAH). En el caso de estos últimos, por
ejemplo, a través de diversos estudios recientes (Loo y Barkley, 2005; Arns, et al., 2009; Lofthouse et
al., 2011) se ha logrado aportar experiencia suficientemente validada empíricamente como para
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condiciones o problemas clínicos también supuestamente específicos o generales, como puede ser
el caso, por ejemplo, de la hipótesis específica aceptada generalmente de la tensión
electromiográfica excesiva en el músculo frontal como base de las cefaleas tensionales, o la
hipótesis general, en otros casos, de que los organismos funcionan normalmente activándose de
forma generalizada a través de diferentes respuestas fisiológicas, un ejemplo extremo de lo cual
sería el caso de la tensión o ansiedad generalizada. La consecuencia de cada uno de estos
supuestos, por lo que respecta a las intervenciones con biofeedback, es, asimismo, clara,
centrándose en el logro del control de la respuesta fisiológica supuestamente implicada en el caso
de la hipótesis de la especificidad de un determinado problema, mientras que bajo el supuesto de
la no especificidad o generalidad de la activación fisiológica y su supuesta implicación en las
distintas condiciones patológicas no sería tan importante la selección de una determinada
respuesta fisiológica específica para el entrenamiento en biofeedback, siendo, por el contrario,
preferible como terapia el entrenamiento en relajación general.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Tema 3
3.1. Introducción
La evolución de los tratamientos psicológicos, asumiendo la referencia de Krasner (1990), se ha
caracterizado por una primera ola en que predominan técnicas de condicionamiento y una
segunda ola en la que predominan técnicas o terapias cognitivas. Las terapias incluidas en estas
dos olas de desarrollo de los tratamientos psicológicos comparten un proceder clínico común,
orientarse al cambio directo de la conducta. La primera ola se caracterizaría por su carácter
empírico y experimental y por el cambio de la conducta a partir del manejo directo de los
antecedentes o consecuentes de la conducta. La segunda ola se centró en cambiar los procesos
cognitivos mediadores entre los estímulos o antecedentes de la conducta y la conducta misma.
Actualmente existe un cierto consenso respecto a que los tratamientos psicológicos están
inmersos en una tercera ola, y ciertas terapias se han dado en llamar, con cierta fortuna por el eco
que ha tenido su denominación, terapias de tercera generación.
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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Situamos el inicio de la tercera ola a finales de los años 80 y el desarrollo de la misma en la última
década del siglo pasado y en la primera del presente siglo. Su acta de nacimiento podrían ser los
trabajos de S. Hayes en 2004 (Hayes, 2004a y b). Este referente temporal no deja de ser una
convención, porque el desarrollo de los acontecimientos se produce en un continuo sin solución
de continuidad.
Presentar las terapias más relevantes de la tercera ola puede ser una tarea fácil, valorar el impacto
de las mismas y su relevancia resulta más complejo porque la evaluación de cualquier
acontecimiento necesita cierta perspectiva temporal y, como acabamos de decir, nos estamos
refiriendo prácticamente al hoy de la evolución de los tratamientos psicológicos.
La relación de parentesco de los tratamientos de la tercera ola con los modelos teóricos
dominantes en la primera y segunda ola, claramente contrapuestos entre sí, si aceptamos la tesis
de Erwin (1997), es difícil de establecer. Son las evoluciones de estos modelos y los avances
recientes en la teoría psicológica los que nos pueden arrojar cierta luz sobre los supuestos en que
se basan las terapias de tercera generación.
El marco en que se mueven estas innovaciones viene recogido ya en Baer, Wolf y Risley (1987) con
motivo del volumen 20 del Journal of Applied Behavior Analysis (JABA), en que revisan las notas
que 20 años antes ellos habían presentado como definitorias del Análisis de Conducta Aplicado. Al
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comentar las notas que hacen referencia a que el Análisis de Conducta Aplicado debe ser 'analítico
y conceptual' se hacen eco del contextualismo emergente en el análisis de conducta. Estiman los
autores que la idea contextualista de que no sólo estudiamos o manejamos un contexto, sino que
formamos parte de él y somos manejados por él se adapta bien a las notas de ‘analítico y
conceptual’ propias del Análisis de Conducta Aplicado.
El enfoque contextual en que, en general, se mueven las terapias de la tercera ola, especialmente la
PAF y la TAC, no es enteramente nuevo. Remite al conductismo radical de Skinner y a la metáfora
radical del contextualismo de las visiones filosóficas del mundo de Pepper (1942). El conductismo
radical, en líneas generales, es claro. Aceptaba los sucesos privados, pero no encontró una forma
adecuada de analizarlos hasta que llegaron las terapias de tercera generación. Esta forma adecuada
de analizarlos va a ser el análisis funcional de la conducta verbal. No es claro, sin embargo, qué
quiere decir Pepper con la metáfora del contextualismo como forma de ver el mundo. Erwin (1997)
cree que Pepper se refiere al suceso histórico, pero al suceso histórico tal como continúa en el
presente y concebido no aislado, sino en su contexto. Dada la oscuridad y el alto nivel de
abstracción del discurso de Pepper sobre el contextualismo, no es sorprendente que los psicólogos
que se dicen contextualistas tomen esta metáfora para significar cosas diferentes y no consistentes
entre sí. Hayes (1987) lo refiere al contexto del lenguaje. Se trata, en definitiva, del contexto social
verbal establecido por Skinner (1969) conforme a ciertas reglas.
La transposición, quizás más interesante en este modelo terapéutico, es que la situación clínica se
convierte en un contexto para la ocurrencia del problema y para la solución del mismo. Ello se
produce sin que se pierda el interés y relevancia de los contextos naturales para cambiar la
conducta. Esto es posible porque el objeto de análisis y modificación es el contexto verbal,
contexto que se analiza y modifica en la situación terapéutica.
Las críticas al paradigma en que se movía la terapia cognitiva tradicional (Mahoney, 1980), cuando
aún estaban en auge las terapias cognitivas, avisaban no sólo de ciertas limitaciones de la terapia
cognitiva, sino también de una forma distinta de entender lo cognitivo y la terapia. Mahoney
criticaba en la terapia cognitiva tradicional: 1) La tendencia a pasar por alto, desestimar e, incluso,
atacar la importancia de los procesos inconscientes. 2) La tendencia a considerar los sentimientos
de forma muy limitada, como artefactos fenoménicos que deben controlarse en lugar de
experimentarse. 3) La pobre integración de las terapias cognitivas con las teorías de la cognición de
su tiempo. 4) El énfasis excesivo en el isomorfismo entre las palabras y las creencias y en el papel
que juega la racionalidad en la adaptación. 5) La distinción, implícitamente atribuida, entre el
pensamiento del terapeuta y del cliente.
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Posteriormente, Mahoney (1988), analizando las divergencias dentro del modelo cognitivo, sugería
que los temas emergentes del constructivismo, las meta-teorías motóricas, los enfoques evolutivos
y de sistemas, así como los contextos sociales del yo reflejaban lo que muy bien podía ser la
primera revolución dentro del cognitivismo. Él distinguía entre teóricos y consejeros cognitivos
racionalistas que argumentaban la supremacía causal de las creencias y tendían a enfatizar el
contacto con la realidad, el pensar realista, y la racionalidad como la vía preferida hacia el desarrollo
psicológico individual. Frente a ellos, los proponentes de un enfoque evolutivo y constructivista
desafiaban los conceptos tradicionales de la realidad, del conocer y de la racionalidad, así como los
de trastorno, enfermedad y desarrollo. Como consecuencia de estas diferencias, Mahoney ha
venido proponiendo la división entre terapias cognitivas racionalistas y post-racionalistas, y, de
forma más concreta, constructivistas.
Esta posición nos permite entender la distinción que se hace entre la realidad de primer y la de
segundo orden (Watzlawick, 1990). La realidad de primer orden se refiere a una realidad objetiva,
mientras que la realidad de segundo orden se refiere a la que construimos al dar significado o valor a
la realidad de primer orden. El terapeuta constructivista trabaja con esta realidad de segundo
orden, trabaja con las consecuencias que para el cliente tiene su forma de ver el mundo, sus
pensamientos, sentimientos, acciones, etc., y no intenta dirigir al cliente para que logre un ajuste al
mundo de lo real entendido en el sentido de la realidad de primer orden.
Las ideas aportadas por los teóricos cognitivos no racionalistas consideramos abonaron el campo
para la aparición y desarrollo de una nueva ola de terapias.
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Otra nota característica de las terapias de la tercera ola (Hayes, 2004a,b) es la asunción explícita del
contextualismo funcional como una filosofía de la ciencia (Gifford y Hayes, 1999; Hayes, 1993). De
ahí se deriva ser particularmente sensible al contexto y a las condiciones que determinan los
problemas. En concreto se dirigen, analizan y modifican el contexto social verbal y tratan, no con
conductas concretas, sino con clases de conductas como es característico de la lógica conductista.
Los problemas que presentan los clientes, para el enfoque contextualista, no vienen definidos por
las conductas que se emiten, sino por la función que cumplen tales conductas, enfatizando el uso
de estrategias de cambio basadas en la experiencia y en el contexto, además, de otras más directas
y didácticas. Estos tratamientos tienden a buscar la construcción de repertorios amplios, flexibles y
efectivos en lugar de tender a la eliminación de los problemas claramente definidos y a centrarse
en la topografía de la conducta en términos del análisis funcional clásico. Resaltan cuestiones que
son relevantes, tanto para el clínico como para el cliente, aunque no estén implicadas
concretamente en el problema objeto de atención. Los acontecimientos se enfocan de forma
holística, como un todo, y se enfatiza el criterio de verdad pragmático, criterio bajo el cual se
especifican las metas u objetivos científicos (Hayes, 1993).
Las terapias de la tercera ola o tercera generación aparecieron expuestas, por primera vez, en un
texto editado por Jacobson (1987) y, de hecho, Kohlenberg y Tsai (1991) reconocen que su libro
tiene como punto de partida la contribución que hicieron a la obra de Jacobson. Hoy la PAF y la
TAC junto con la Terapia Dialéctica Conductual (TDC) de Linehan (1993) parecen constituir,
efectivamente, una nueva corriente en terapia con el nombre de Análisis de la conducta clínica
según se aprecia en una sección monográfica que le dedicaba la revista The Behavior Analyst
(Dougher, 1993). Esta afirmación no excluye, como dice Hayes (2004a) que otras terapias formen
parte de esta tercera ola de los tratamientos psicológicos. El problema que se puede plantear a la
hora de incluir terapias que no fueron nominadas en esta primera presentación es el del criterio de
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inclusión. ¿Se denominarán terapias pertenecientes a la tercera ola las que presenten
determinados componentes y notas características o simplemente se considerarán como tales
todas las terapias que se desarrollen en los últimos veinticinco años y no se ajusten a los modelos
representativos de la primera y segunda ola?. Nos inclinamos por considerar que una tercera ola de
tratamientos psicológicos debe ser tal cuando se distinga de las precedentes por algo más que el
determinante temporal. En coherencia con la posición anteriormente establecida, presentamos
aquí las psicoterapias que constituyen el núcleo de la tercera ola y una técnica, minfulness o
conciencia plena, que, además de compartir características propias de esta tercera generación de
terapias, forma parte importante de los procedimientos de la TAC y de la TDC. Al asumir esta
posición no se pretende limitar la extensión del constructo terapias de tercera generación sino
precisarlo.
La PAF está concebida para ser utilizada bien junto a técnicas conductuales más tradicionales o
bien sola. Esta última alternativa estaría más indicada cuando los problemas interpersonales que
presenta el cliente son de tal naturaleza que el problema central que necesita ser tratado es la
habilidad del cliente para relacionarse.
En la aplicación clínica de la PAF Kohlenberg y Tsai (1991) se centran en las conductas clínicamente
relevantes (CCR) de las que distinguen tres clases. La primera clase (CCR1) está compuesta por las
conductas problemáticas del cliente que ocurren durante la sesión de terapia. La segunda clase
(CCR2) comprende conductas o grupos de conductas del cliente mejoradas durante las sesiones
terapéuticas. Estas conductas necesitan definirse o perfilarse a lo largo del proceso terapéutico,
porque lógicamente no aparecen en los inicios del mismo, bien porque no tienen consistencia
suficiente en el repertorio conductual del sujeto, bien por la presencia dominante de las CCR1. La
tercera clase (CCR3) implica la adopción de un acuerdo sobre el repertorio verbal del cliente para
hablar de su propia conducta y de lo que parece la determina. Se incluyen en este acuerdo las
explicaciones que pueden darse cuando aparece la conducta y las interpretaciones que se hagan
de la misma.
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Kohlenberg y Tsai (1991) sugieren cinco reglas que comprenden la técnica terapéutica, aunque la
PAF no provee de guías específicas para el terapeuta sesión a sesión. Ofrece, más bien, un marco
de actuación conceptual y técnico en el que el terapeuta ha de mostrarse natural. Las guías
específicas irían contra un comportamiento natural y espontáneo. Los propios autores indican que
las reglas tienen que ser vistas más como algo que se debe procurar hacer y no tanto como algo
que debe hacerse.
La PAF se desarrolla mejor en el contexto de una relación terapéutica larga e intensa. Requiere un
compromiso significativo por parte del terapeuta y el cliente de estar deseosos de examinar aspectos
de su relación que puede, a veces, ser dolorosa y conflictiva. Una exposición de este acercamiento
terapéutico en forma de manual de tratamiento es la obra citada de Kohlenberg y Tsai (1991).
Kohlenberg y Tsai (1994) afirmaron que la PAF, además de un poderoso tratamiento por sí mismo,
es también una aproximación integradora que puede ser combinada con prácticamente cualquier
otro tipo de terapia con resultados sinérgicos.
La idea central de la TAC es que la relación entre sucesos privados tales como los pensamientos u
otros sucesos privados y la conducta abierta se establece y mantiene por el contexto. En
consecuencia, al intentar cambiar la conducta, más que centrarse en el contenido de los
antecedentes privados (por ejemplo, emociones y pensamientos), se debe atacar el contexto que
relaciona los antecedentes privados con una conducta abierta determinada.
El aspecto clave del enfoque contextual en terapia está en la identificación y desmantelamiento del
contexto social verbal en el que ocurren los problemas. Este contexto consta, en realidad, de cuatro
contextos, la explicación, el control, la literalidad y la evaluación.
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El contexto del control, en consonancia con el contexto explicativo, mantiene que cualquier
intento de modificar la conducta debe hacerse mediante el cambio de sus presuntas causas, los
pensamientos y sentimientos propios. Desde el punto de vista de la TAC los acontecimientos
privados sirven de variables controladoras no porque necesariamente controlen la conducta, sino
porque existen contextos verbales-sociales que establecen esta relación. El resultado final es que
las personas y algunas orientaciones terapéuticas, como las terapias de reestructuración cognitiva,
intentan evitar o manipular acontecimientos privados (emociones y pensamientos) en vez de
controlar y modificar el contexto que mantiene y hace posible esta conexión.
Puesto que el contexto verbal en que ocurren los problemas es envolvente, la ayuda terapéutica
pasa por alguna forma de desmantelamiento. Se trataría de desmantelar el contexto haciendo que
se produzca un distanciamiento que sitúe al sujeto en otra perspectiva respecto a sus problemas.
Se trataría de un distanciamiento comprensivo, no de una negación, evitación o reestructuración
cognitiva.
Formalmente, los autores delimitan seis fases en el desarrollo de esta terapia. Cada fase tendría sus
objetivos, estrategias e intervenciones propias (Hayes, Strosahly Wilson, 1999). Las fases podrían
resumirse así:
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No es una terapia fácil de poner en práctica y Luciano (1999) recomienda, no sólo la lectura directa
de los autores, sino algún tipo de intercambio de experiencias y supervisión.
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Linehan incorporó a las técnicas cognitivo-conductuales distintos principios dialécticos con el fin
de entender y describir el trastorno límite de la personalidad. En primer lugar, el principio de
interrelación y globalidad, porque el análisis de la realidad centrándose en sus partes es limitado.
En segundo lugar el principio de polaridad, pilar sobre el que se construye la filosofía dialéctica.
Esta filosofía postula que la realidad está compuesta por fuerzas opuestas (tesis-antítesis) que están
en tensión. Cada fuerza opuesta está incompleta en sí misma y se mueven hacia una síntesis que
termina por derivar en una tesis que no es otra cosa que el inicio de una nueva dialéctica. El
balance entre estrategias de cambio y de aceptación forma la dialéctica fundamental que da
nombre al tratamiento. El último principio es el de cambio continuo. La realidad es dinámica.
Desde la perspectiva de Linehan el trastorno límite de la personalidad es un fracaso dialéctico.
Estas personas se mueven manteniendo abiertamente tesis y antítesis al mismo tiempo y les falta
capacidad para evolucionar hasta el momento de síntesis.
Si tuviéramos que resumir el modelo podríamos decir que incluye elementos de la TCC, porque se
ocupa de las conductas, de la conciencia plena o mindfulness, que facilita la aceptación, la
compasión y el estar aquí y ahora, y de la filosofía dialéctica, que permite una fluidez en el balance
entre la aceptación y el cambio. Este componente es, quizás, la característica que diferencia
radicalmente a la TDC de las TCC.
Dialéctica significa evaluar e integrar ideas y hechos contradictorios en una visión que resuelve las
contradicciones. La dialéctica más importante para la TDC es la que ocurre entre cambio y
aceptación, siendo menos eficaces, según ellos, las que se centran sólo en el cambio o en la
aceptación. El terapeuta deberá entonces promover y practicar la filosofía dialéctica en el
transcurso de la terapia para balancear cambio y aceptación, dos fuerzas o estrategias
aparentemente contradictorias.
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Las habilidades de mindfulness, primeras en enseñarse, son las únicas que se trabajan durante todo
el año y se revisan al inicio de cada uno de los siguientes módulos (Linehan, 1993).
La consulta telefónica, que sigue un protocolo, tiene como objetivo ayudar a generalizar las
habilidades aprendidas en los grupos.
a. estrategias dialécticas,
b. estrategias centrales,
c. estrategias de comunicación (irreverencia y comunicación recíproca) y
d. estrategias de gestión de casos (consulta al paciente, intervención en el
ambiente natural del paciente y supervisión/consulta con otros terapeutas). Nos
centramos en las estrategias dialécticas que forman los componentes esenciales
de la TDC (Linehan, 1993) y en las estrategias centrales.
Las estrategias dialécticas tienen su raíz en la filosofía dialéctica. La tensión dialéctica más
importante en el proceso permanente de cambio es la de lograr el cambio en un contexto de
aceptación de la realidad tal cual es. El terapeuta debe estar alerta a las tensiones dialécticas que
puedan surgir en la relación con el cliente y procurará balancear la aceptación con el cambio, la
flexibilidad con la estabilidad y una postura de apoyo con una postura desafiante. Además, el
terapeuta funciona como modelo para enseñar comportamientos dialécticos. Para lograr esto
ofrecerá modos de pensar/actuar alternativos, procurando no tener una postura rígida y tomar el
cambio como algo inevitable. Linehan (1993) describe ocho estrategias dialécticas:
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La validación de los problemas como estrategia central consiste en reflejar de forma directa la
aceptación de los comportamientos, pensamientos y emociones del paciente, por contraposición a
las técnicas que se centran en el cambio. El énfasis en la aceptación surge de la integración de las
prácticas de mindfulness con las prácticas de la terapia de segunda ola centradas en el cambio
como son las TCC (Linehan, 1997). Mediante la validación se le comunica al paciente de una forma
clara que sus comportamientos tienen sentido y son entendidos por el terapeuta en el contexto en
que se producen (Linehan, 1993).
Con propósitos heurísticos la validación puede articularse en seis niveles (Reynolds y Linehan,
2000):
En la TDC, como hemos recogido más arriba, se postula la existencia de tres estados mentales
primarios: la mente racional, la mente emocional y la mente sabia. La mente racional es aquella que
se activa cuando la persona está pensando de forma intelectual y lógica, atendiendo a los hechos
empíricos. La mente emocional representa el estado opuesto. Los comportamientos y
pensamientos están guiados por las emociones. La mente sabia es una integración de la mente
emocional y la mente racional puesto que integra varios puntos de vista: la observación, el
razonamiento lógico, la experiencia sensorial, la intuición y el aprendizaje (Linehan,1993). Se busca
entonces que el paciente aprenda a reconocer e identificar estos tres estados mentales, y que
adquiera habilidades para poder actuar desde la ‘mente sabia’.
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Linehan (1993) postula varias razones por las que la TDC difiere de los enfoques cognitivo–
conductuales clásicos. En primer lugar, en la TDC el foco está puesto en la aceptación y validación
de la realidad tal cual es, enfatizando la importancia de balancear cambio y aceptación, mientras
que las TCC ponen su énfasis en el cambio (Linehan, 1993). En segundo lugar, en la TDC se pone
énfasis en el trabajo sobre las conductas que interfieren con la terapia. En tercer lugar, en la TDC la
relación terapéutica adquiere especial relevancia puesto que el área de las relaciones
interpersonales es un área seriamente afectada en pacientes con TLP y la relación terapéutica sirve
de modelo para el paciente (Linehan, 1993).
Aunque Linehan no concibe su modelo como perteneciente a la `tercera ola’, sino como un
modelo cognitivo–conductual que incluye estrategias de aceptación (Hofmann y Asmundson,
2008), autores como Hayes et al. (2006) han incluido a la TDC dentro de este grupo de terapias.
Recientemente, Crowell, Beauchaine y Linehan (2009) han propuesto una ampliación del modelo
de Linehan (1993).
Conciencia plena o mindfulness hace referencia a estar en contacto con la realidad del momento
presente y a tener conciencia de lo que se está haciendo. Tiene que ver con la calidad de la
conciencia con la que vivimos nuestras vidas y representa la situación de observación mínima y
necesaria para la auto-observación terapéutica. Esta auto-observación permite desarrollar el ‘yo
observador’ y facilitar el conocimiento del yo-mismo a través de la comprensión de la propia
experiencia.
Kabat-Zinn (1990, 2003) define mindfulness o conciencia plena como la conciencia que surge de
prestar atención, de forma intencional, a la experiencia tal y como es en el momento presente, sin
juzgarla, sin evaluarla y sin reaccionar a ella. Es la definición más utilizada en el campo de los
tratamientos psicológicos. Podemos extraer una idea de lo que es mindfulness a partir de la
experiencia que se produce cuando empezamos a hacernos conscientes de una imagen mental. En
un instante anterior a llegar a identificar esa imagen y poder llegar a decir ‘esto es a, b o c’ o ‘esto
sabe a naranja, pomelo o limón, existe un instante brevísimo en el que vemos la imagen o
degustamos algo tal y como es, en el presente, sin referente ninguno. Ese instante es mindfulness o
conciencia plena. Con el entrenamiento adecuado en meditación, se puede aprender a prolongar
este instante y beneficiarse de la riquísima información que contiene.
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Mindfulness es considerada desde diversas perspectivas como un fin en sí mismo, como una
filosofía de vida o modo de conducirse en ella. En esta óptica se considera mindfulness como un
tipo de meditación inserta en la cultura oriental y, en particular, en el budismo (Germer, 2005). El
ideal Zen de vivir el momento presente. Desde un punto de vista psicológico también se ha venido
a considerar como un constructo de personalidad visto bien como rasgo o como estado
susceptible de ser alcanzado. Finalmente se considera también como una técnica y como un
componente de las terapias desarrolladas en el marco del conductismo radical y contextual.
3.3.4.1. Características
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que hay personas que poseen conciencia plena sin haber practicado la meditación. Bishop et al.,
(2004) consensuan un modelo en que se incluyen dos componentes:
Los mecanismos de acción pueden ser entendidos como las variables que hacen posible que el
entrenamiento en conciencia plena produzca resultados pero también como resultados en sí
mismos. Mecanismos posiblemente presentes son:
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-Terapia Cognitiva para la Depresión Basada en la Conciencia Plena (Segal, Williams y Teasdale,
2002).
Significar las notas centrales de las terapias de tercera generación sería una vía para contribuir a
aclarar qué sean o cómo pueden definirse. Esta estrategia de definición sería una estrategia
descriptiva que registra y expone las notas características de las terapias incluidas dentro de lo que
se conoce como tercera ola de los tratamientos psicológicos. La diversidad de terapias a incluir y el
número de las mismas hace que la lista de características sea, por un lado, amplia y, por otro,
difícilmente exhaustiva. Por consiguiente, la vía descriptiva no va a lograr una delimitación clara del
ámbito propio de las terapias de tercera generación, pero esta estrategia es claro que pre-intuye el
constructo que pretendemos delimitar y, en cierta medida, se convierte en una estrategia
prescriptiva que se caracteriza por marcar unas características y no admitir en la definición las
terapias que no reúnan o posean estas características.
Nosotros partimos, al señalar las notas definitorias de las Terapias de la tercera ola, de las tres
terapias presentadas y de la técnica de conciencia plena o mindfulness, pero sabemos que las
terapias de la tercera ola no se reducen a ellas. Suelen incluirse, además, la Terapia Conductual
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Integrada de Pareja (Jacobson y Christensen, 1996; Jacobson et al., 2000), la Terapia de Activación
Conductual (Jacobson, Martell y Dimidjian, 2001), la Terapia Cognitiva con base en Mindfulness
(Segal, Williams, y Teasdale (2002), el Sistema de Psicoterapia de Análisis Cognitivo-Conductual
(McCullough, 2000) y otras variantes de la Terapia Cognitivo-Conductual como ya señalaba Hayes y
se repite habitualmente. Hacemos observar que se incluyen terapias de amplio espectro como
serían las PAF o la TAC y terapias diseñadas para problemas específicos como serían la TDC para
trastornos límite de personalidad, la Terapia Conductual Integrada de Pareja y la Terapia de
Activación Conductual y la Terapia Cognitiva con base en Mindfulness, diseñadas como
tratamientos para los estados depresivos.
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No es ésta una cuestión fácil de dirimir y, aunque en determinados momentos se observan claros
parentescos, también es cierto que en la teoría, pero más aún en la práctica clínica, se vuelven
difíciles de conjugar. Aun con la coincidencia de conceptos tales como el de la aceptación, el
énfasis en la persecución de valores vitales, la evitación de la literalidad del lenguaje o el
reforzamiento natural en el entorno clínico ¿resulta posible para un terapeuta trabajar
simultáneamente con PAF, TAC y TDC?. Podemos dejar establecido, sin embargo, como punto de
partida, que esta ola de terapias no se caracteriza por un eclecticismo, al menos por un
eclecticismo teórico. Es verdad que se sirven de técnicas del budismo Zen, de la Gestalt, de la
Logoterapia y de muchas más, pero tales técnicas se encajan en un análisis riguroso y global y se
articulan en un marco comprensivo coherente y derivado del modelo de tratamiento. En
determinados momentos, en ciertos hitos de la terapia, las conexiones son meridianas, y, en esos
casos, se aprecia la familiaridad entre ellas. Por ejemplo, cuando la PAF centra la terapia en las
CCR1, observar las conductas clínicamente relevantes que se manifiestan en las sesiones
terapéuticas, se está poniendo en práctica lo mismo que hace el clínico de la Terapia Integral de
Pareja cuando los miembros discuten en sesión; y, como segundo ejemplo, el hecho de reforzar
que los miembros de la pareja lleguen a un acuerdo o resuelvan de forma adecuada esa situación
muy probablemente supone cumplir con otra de las reglas de la PAF: reforzar durante la sesión las
mejoras que se aprecian en la conducta del cliente. Podríamos seguir poniendo ejemplos y
señalando notas de similaridad y diferencias entre las terapias de la tercera ola, pero no hay
espacio para ello y consideramos más útil remitir a la obra de Kanter, Tsai y Kohlenberg (2010) en
que se recogen en diversos capítulos las similitudes y diferencias de la PAF, sobre todo, con las
demás terapias de la tercera ola y al artículo de Chapman, Turner y Dixon-Gordon (2011) en que se
analizan las posibilidades de integrar la TDC con otros acercamientos terapéuticos.
En cuanto a la evidencia empírica disponible sobre la efectividad de estas terapias hay que decir
que relativamente pronto empezó a ser cuestionada por ir más allá en sus reclamaciones de
efectividad de lo que los datos permitían (Corrigan, 2001). Hayes et al. (2004) responden
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
A día de hoy sólo hemos encontrado el meta-análisis de Öst (2008) en que se valora la efectividad
de las terapias de la tercera ola. En la selección que hace de los ensayos controlados con
distribución al azar de los participantes incluye 13 estudios como pertenecientes a la TAC, otros 13
a la TDC y ninguno que se corresponda con los planteamientos de la PAF. Öst concluye que los
ensayos controlados con distribución al azar de los participantes de la tercera ola usan una
metodología significativamente menos rigurosa que los estudios de las TCC; que el tamaño del
efecto medio para la TAC y la TDC es moderado y que ninguna de las terapias de la tercera ola
cumple los criterios del Grupo de Trabajo de la división 12 de la APA (Task Force, 1995) y de
Chambless et al. (1998) para ser considerados tratamientos con apoyo empírico.
Más recientemente han aparecido algunos meta-análisis y valoraciones de las terapias de la tercera
ola por separado. Veehof et al., (2011) realizan un meta-análisis sobre estudios que han tratado
pacientes con dolor utilizando la TAC. Los resultados de este estudio concluyen que la TAC no es
superior a las TCC, pero es una buena alternativa. Terminan indicando que son necesarios estudios
de más calidad. Kohl, Rief y Glombiewski (2012) elaboran otro meta-análisis a partir de estudios que
comparan la TAC con terapias de regulación emocional. Concluyen que la TAC es superior en
conseguir tolerancia al dolor, pero no en la percepción de la intensidad del dolor y en el afecto
negativo (distrés, malestar o estado de ánimo negativo). Kliem, Kröger y Kosfelder (2010) presentan
un meta-análisis en que para la TDC se encuentra un tamaño del efecto global moderado para
conductas suicidas y auto-lesivas en personas con TLP. Este estudio insiste en la necesidad de
estudiar las variables de personalidad que pueden mejorar los resultados de fidelización al
tratamiento.
A la vista de estos resultados, la valoración que puede hacerse de la efectividad de las terapias de la
tercera ola no puede ser muy positiva, aunque podría argumentarse que debemos tener en cuenta
el desarrollo de la investigación de los resultados de nuevas forma de terapia, como hace Öst
(2008). La investigación, normalmente, comienza con una serie sistemática de estudios de casos;
continúa con pequeños ensayos controlados con distribución de los participantes al azar en que se
compara el nuevo tratamiento con un grupo de control en lista de espera o con un grupo de
control que recibe el tratamiento usual para ese problema; finalmente se desarrollan ensayos
controlados con distribución de los participantes al azar a gran escala en que la técnica a valorar se
compara con un tratamiento que previamente se ha mostrado eficaz para el problema en cuestión.
De acuerdo con este itinerario, una terapia joven, normalmente, no tiene tanta investigación,
especialmente de la más avanzada, que la que puede tener una forma de terapia practicada
durante más años. Esta situación queda reflejada en la cantidad de estudios de la tercera ola de las
terapias existente. Sin embargo, uno puede preguntarse durante cuánto tiempo una terapia puede
llamarse ‘joven y prometedora’. Si recordamos, las fechas de publicación de los manuales fueron:
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
PAF 1991, TDC 1993 y TAC 1999. La media por año de ensayos controlados con distribución de los
sujetos al azar publicados desde la publicación de sus respectivos manuales es: PAF 0, TDC 0.9 y
TAC 1.6. Es difícil comparar las terapias de la tercera ola y las TCC en base a esta variable, pero es
acertado concluir que la tasa de publicaciones no es particularmente alta.
Concluimos diciendo que efectivamente a finales del siglo XX y en los primeros años del siglo XXI
hay nuevas formas de concebir y desarrollar las terapias psicológicas; que éstas se asientan en una
aproximación empírica y se fundamentan en postulados básicos propios de una psicología que
aspira a la condición de ciencia, pero que ha llegado el momento de demostrar que cuentan con el
apoyo empírico necesario.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Tema 4
Los apartados que preceden han presentado las actuaciones de la Psicología Clínica y, más
concretamente de la Terapia Cognitivo-Conductual, destinadas a eliminar o reducir ciertos
problemas y trastornos psicopatológicos y el malestar, la incapacidad y el sufrimiento asociados a
los mismos. Como ha podido apreciarse, la eficacia, eficiencia y efectividad de las técnicas
cognitivo-conductuales para conseguir estos objetivos ha demostrado ser alta (Butler et al., 2006).
Sin perder de vista estos objetivos y este campo de aplicaciones, en las últimas décadas la
Psicología se ha orientado también a la investigación del papel del comportamiento y otras
variables psicológicas y psicosociales en la promoción de la salud, el bienestar y la calidad de vida,
así como al diseño e implementación de intervenciones destinadas al incremento de estos factores
y, de este modo, de la parte más positiva de la salud. Dicho de otra manera, estamos viviendo en la
actualidad un creciente interés de las disciplinas relacionadas con la salud por, más allá de
únicamente el tratamiento y la eliminación de las enfermedades o la reducción del riesgo de
padecerlas, incrementar las dimensiones más positivas de la salud y el bienestar así como los
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
recursos para las mismas. Esta área se denomina genéricamente Promoción de la Salud, y dentro de
la Psicología es la Psicología de la Salud la especialidad que se centra en estos objetivos de forma
primordial. Con respecto a otras áreas de la Psicología, la característica diferencial de la Promoción
de la Salud y la Psicología de la Salud es el énfasis, no tanto en los trastornos o en los factores de
riesgo para los mismos, sino, más bien, en las competencias, los recursos o los factores de
protección que los individuos tenemos para proteger e incrementar nuestra salud, bienestar y
calidad de vida. Así, la promoción de la salud es muy diferente, en sus objetivos, contenidos e
intervenciones, a la prevención, tratamiento y rehabilitación de la enfermedad.
El nacimiento de la Psicología de la Salud hay que situarlo en un contexto en el que, a pesar de los
espectaculares avances médicos, tecnológicos y farmacológicos, se ha llegado a reconocer que la
salud, y su protección y promoción, y la enfermedad, y su prevención y tratamiento o
rehabilitación, no sólo dependen de estos aspectos biomédicos y de la tecnología sanitaria.
Además de estos factores, la salud depende de factores personales y socioambientales de los
individuos, particularmente de su comportamiento. En este sentido, la salud depende no sólo de lo
que la persona tiene o no tiene, siente o no siente o cree o no cree, sino sobre todo de lo que hace
o deja de hacer. Por otra parte, las prácticas individuales y socioculturales que se adoptan para
proteger y potenciar la salud (y prevenir y curar la enfermedad) están estrechamente vinculadas al
modo de entenderla y explicarla.
En esta parte presentamos el concepto, los objetivos y estrategias, los contenidos y la estructura de
las intervenciones destinadas a la promoción de la salud. Pero antes, hemos de conocer qué es la
salud y qué es la enfermedad, así como qué factores psicológicos son relevantes para las mismas.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
términos tanto científicos como asistenciales y políticos, tanto a niveles nacionales como
supranacionales (Godoy, 1999; Godoy y Godoy-Izquierdo, 2005).
Pero ¿qué son exactamente la salud y la enfermedad? Aunque parece que todos, tanto expertos
como profanos, estamos de acuerdo en lo que decimos cuando decimos salud o enfermedad, lo
cierto es que, cuando tratamos de definirlas nos damos cuenta que dichos términos se refieren a
fenómenos bien complejos y, hasta muy recientemente, no adecuadamente definidos (Godoy,
1999; Godoy y Godoy-Izquierdo, 2005). A lo largo de la historia y particularmente de las últimas
décadas, se han llevado a cabo muchos intentos de definición de la salud, resultando muy difícil
llegar a un acuerdo sobre lo que es. Mucho más sencillo, comparativamente, ha sido llegar a
acuerdos sobre qué es la enfermedad (y cuáles son las distintas enfermedades, sus características y
síntomas y demás aspectos que las describen y diferencian de las demás enfermedades).
De entre todas estas concepciones nos interesa destacar dos: Las concepciones negativas y las
concepciones positivas de la salud. Las segundas sucedieron históricamente a las primeras
conforme los distintos autores intentaron hacer un planteamiento más apropiado, comprehensivo
e integral de la salud. Cada una de estas conceptualizaciones se apoya en un modelo de salud (y
enfermedad) diferente, desde el tradicional modelo biomédico al más reciente modelo
biopsicosocial.
Las concepciones negativas de salud definen la salud, sencillamente, como aquello que es lo
opuesto a la enfermedad, lo que no es enfermedad. Siguiendo a Godoy (1999), hasta muy
recientemente, la salud ha sido generalmente conceptualizada como la mera ausencia de
enfermedad, de forma que, convencionalmente, ha sido entendida de una forma negativa o por
exclusión: El estado caracterizado por la ausencia de anomalías o alteraciones y de la incapacidad,
invalidez, sufrimiento o malestar acompañantes.
Desde esta perspectiva, una persona (o una comunidad) estaría situada en algún lugar topográfico
de un continuo en el que uno de sus extremos correspondería a la salud y el otro a la enfermedad.
Así, según estas propuestas, se puede pasar de un estado de enfermedad a un estado de salud a
través de un proceso que va de enfermo a sano, o al contrario. En este continuo, el polo más claro
conceptual y operativamente ha sido siempre el relativo a la enfermedad, definida como la
anomalía o alteración, momentánea o duradera, del componente biofísico o psicológico del
organismo y acompañada del componente subjetivo de incapacidad, malestar o sufrimiento.
Aunque ésta es una visión de la salud y, sobre todo, de la enfermedad que ha resultado muy útil y
ha permitido un gran desarrollo en la comprensión, explicación, diagnóstico,
tratamiento/rehabilitación y prevención de la enfermedad (p.e. conocimiento de los factores de
riesgo, técnicas avanzadas de diagnóstico, farmacología, cirugía, vacunas, terapias genéticas,
biotecnología…), es, conceptualmente, inadecuada, básicamente porque la salud y la enfermedad
son cosas distintas que suponen cosas distintas, y no puede definirse la una por exclusión con
respecto a la otra.
Es bien cierto que la salud, como dimensión biofísica, psicológica y psicosocial, supone la ausencia
de enfermedad o invalidez y del malestar o sufrimiento derivado. Pero ello únicamente indica que
la enfermedad, cualquiera que sea, es la quiebra de la salud, siendo la salud mucho más que la
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
mera ausencia de enfermedad (Godoy, 1999). Por ello, más recientemente los expertos han tratado
de encontrar definiciones positivas de salud, es decir, definiciones que traten de dar cuenta de lo
que es la salud con referencia a sus propias dimensiones y sin necesidad de referirse para ello a la
enfermedad. Además de ausencia de enfermedad y de malestar y de sufrimiento asociados a la
enfermedad, la salud implica aspectos positivos, como muy diferentes dimensiones de bienestar
subjetivo, de felicidad, de ajuste psicosocial, de calidad de vida, de funcionamiento cotidiano, de
protección hacia posibles riesgos de enfermedad, de desarrollo personal, de autorrealización, etc.
Un buen ejemplo de esta nueva tendencia es la definición de salud propuesta por la Organización
Mundial de la Salud (OMS) como el estado de completo bienestar físico, mental y social y no
meramente la ausencia de afecciones o enfermedades (OMS, 1948, 1978). Esta definición supone
importantes avances y objetivos respecto a concepciones anteriores, como puede comprenderse
leyendo la Declaración Alma-Ata (1978).
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
La OMS, dentro del marco de la carta “Salud para todos en el año 2000” (1986), enfatiza los
componentes positivos de la salud, en vez de hacer énfasis en la enfermedad, al expresar sus
objetivos:
Además, es interesante y necesario que los nuevos conceptos de salud, desde nuestra área de
conocimiento, enfaticen las contribuciones de la Psicología, tanto como ciencia como profesión, de
forma que se ofrezcan nuevas propuestas conceptuales así como posibles actuaciones de la
Psicología sobre la salud, resaltando el papel que juegan los aspectos psicológicos en la salud (y la
enfermedad), lo que, obviamente, no implica necesariamente pasar a un segundo plano los
aspectos biomédicos o socioambientales (Godoy y Godoy-Izquierdo, 2005).
De esta forma, desde nuestra perspectiva, la salud queda definida como un proceso de relaciones
dinámicas y bidireccionales entre dimensiones y competencias individuales (biopsicosociales) y
ambientales (biofísicas, sanitarias, socio-económico-culturales) cuyo resultado es un estado
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
Esta definición de salud no sólo recoge las principales contribuciones de las propuestas positivas
de salud sino que permite superar sus deficiencias, además de ayudar operativamente en el diseño
de intervenciones con un objetivo de promoción de la salud. Además, tiene una serie de
implicaciones (Godoy, 1999), que aparecen recogidas en la Tabla 1.
IMPLICACIÓN COMENTARIOS
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
IMPLICACIÓN COMENTARIOS
Por las razones apuntadas, ni a nivel conceptual ni operativo se han
abordado hasta hoy en su debida dimensión los recursos y
competencias individuales y comunitarias para la protección y el
acrecentamiento de la salud, reduciéndose las actuaciones
prácticamente a la disminución de la morbilidad y mortalidad. Como
Abordaje de los recursos consecuencia, la práctica investigadora y aplicada se ha centrado hasta
de salud: Investigación y la actualidad en los factores de vulnerabilidad o predisponentes a la
pérdida de la salud (o, si se quiere, de riesgo de enfermedad),
manejo de las variables
ignorándose los factores de protección y promoción de la salud, o los
protectoras recursos y las competencias individuales y colectivas para el
acrecentamiento de la salud (y, con ello indirectamente, la prevención y
eliminación de la enfermedad), por lo que, en muchos casos, la
actuación en esta línea se ha hecho sin adecuados modelos
conceptuales que expliquen qué variables son relevantes en la salud y
cómo se pueden controlar o manipular dichas variables.
Como procesos y/o estados humanos, la distinción entre salud física y
mental es más histórica y didáctica que real, ya que el organismo es una
unidad funcional, y la salud (y la enfermedad) involucran importantes
variables orgánicas y psicosociales, estando la salud (y la enfermedad)
“física” y “mental” muy relacionadas, como lo demuestran de una forma
La salud es única inequívoca, los innumerables ejemplos del papel que los aspectos
comportamentales y psicológicos en general tienen en la promoción,
mantenimiento y acrecentamiento de la salud y en la predisposición,
generación, exacerbación o recuperación de la enfermedad (crónica y
aguda), o, en la otra dirección, las tremendas consecuencias cognitivas,
emocionales, motivacionales, conductuales y psicosociales que tienen
tanto la salud como la enfermedad física.
Un concepto amplio de salud no debe tener como única referencia al
Referencia individual y individuo, sino también a la comunidad, puesto que, en muchos
comunitaria aspectos, la salud individual es muy tributaria de los aspectos
ecológicos y comunitarios, y a la inversa.
Promoción de la salud y
prevención de la La política a seguir en salud debe incluir como urgentes prioridades de
actuación tanto la promoción de la salud como la prevención (primaria,
enfermedad como
secundaria y terciaria) de la enfermedad.
prioridades urgentes
Principales actuaciones:
Concienciación de Las principales actuaciones deben ir dirigidas a a) la concienciación de
responsabilidad los ciudadanos de que ellos son los máximos responsables de su propia
personal y participación salud (y enfermedad) y los principales agentes del acrecentamiento de
activa y aumento de la misma (y del cambio terapéutico) y b) al aumento de sus recursos o
habilidades y competencias para conseguir ambos objetivos.
competencias
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
IMPLICACIÓN COMENTARIOS
El concepto de salud que proponemos es, además de positivo y
holístico, operativizable y medible, siendo múltiples los posibles
Indicadores operativos indicadores de salud individual y comunitaria (p.e. esperanza de vida,
calidad de vida, estatus nutricional, salubridad ambiental, hábitos
de salud
saludables, índices de desarrollo físico y psicosocial, competencias
personales, legislación y políticas de salud, asistencia sanitaria,
educación sanitaria, etc.).
Además, nace de la Psicología, enfatizando las posibles aportaciones
conceptuales y aplicadas a la salud (y la enfermedad) desde esta
Aportaciones de la disciplina de la salud, aunque sin ignorar las contribuciones del resto de
las disciplinas de la salud, y señala las principales actuaciones en el
Psicología
desarrollo de modelos teóricos, investigaciones e intervenciones que
relacionen los factores psicológicos, y entre ellos especialmente el
comportamiento, con la salud (y la enfermedad).
Como objetivo de actuaciones encaminadas a mantenerla y
acrecentarla, la salud no debe ser entendida como un bien o fin en sí
mismo, sino como un medio para una vida plena, una mayor calidad de
Salud como recurso vida y para el incremento del bienestar y ajuste personal y social y
felicidad. La última, pero no menos importante, implicación del
concepto de salud formulado es la consideración de la salud como un
recurso para una vida larga, plena y satisfactoria.
Así pues, la salud debe ser entendida, de forma amplia, en sus dimensiones vitales de bienestar,
funcionamiento óptimo, disfrute, satisfacción y calidad de vida, dirigiéndose las actuaciones de los
individuos y las instituciones a su protección, mantenimiento y promoción, de forma que se
asegure tanto la longevidad sana como la calidad de vida y el bienestar en la vida, pues es un
recurso para éstas. La enfermedad sería la desregulación del equilibrio y la quiebra de la salud así
como las consecuencias que introduce dicha ruptura, en su dimensión de malestar, sufrimiento e
incapacidad, morbilidad, mortalidad y muerte prematura, siendo el objetivo de las actuaciones
individuales e institucionales la prevención, tratamiento y rehabilitación de la misma para evitar los
costes derivados personales y sociales a todos los niveles, pero especialmente en la enfermedad
crónica.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Cognitivas
Anatomofisiológicas (percepciones, Afectivo-
/ creencias, emocionales Motivacionales
bioquímicas valoraciones, juicios,
expectativas…)
Sistema Nervioso Compromiso
Sistema Endocrino Creencias pro-salud Percepción de
Sistema Valoración de la salud beneficios
Emociones positivas
Inmunológico Percepción de control Satisfacción
Amor/afecto/ amistad
Sistemas y órganos Percepción de eficacia Búsqueda de
específicos (p.e. personal seguridad en toma de
cardiovascular) decisiones
Personalidad Comportamentales Psicosociales Socio-ambientales
Salud ecológica y
Conductas, hábitos y
Autoeficacia medio-ambiental
estilos de vida Red y apoyo social
PCTB Políticas de salud
saludables (cantidad y calidad)
Humor Sistemas de atención
Autocontrol y Satisfacción social
Optimismo a la salud
autorregulación Ocio compartido
LC para la salud Recursos de salud
Eficacia
comunitarios
Un aspecto que nos interesa resaltar en este momento es lo que vamos a llamar la cadena
conductual. La cadena conductual hace referencia a la relación entre todas las variables
psicológicas que terminan en una acción o conducta concreta que el individuo implementa (o no
implementa), y que será la que en última instancia tendrá un efecto positivo o negativo sobre la
salud. Aunque en promoción de la salud (o en prevención de la enfermedad) se deben trabajar
todas las variables implicadas en el proceso del cambio conductual (es decir, la adquisición y
mantenimiento de conductas saludables, o la adquisición, mantenimiento, reducción y eliminación
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
86
6ETCS
de las conductas de riesgo), en última instancia lo que se pretende es que la persona adopte
conductas que protejan e incrementen su salud a corto, medio o largo plazo, y abandone o
reduzca conductas que la perjudican o la pueden perjudicar a corto, medio o largo plazo. Para ello,
ha de trabajarse toda la cadena conductual, pues el comportamiento es el resultado de la
influencia de múltiples factores y no sucede de forma aislada. En la Figura 1 aparece una
representación simplificada de la cadena conductual. Aunque se trata de una representación lineal,
por razones gráficas únicamente, el lector debe considerar que no se trata de un esquema de la
realidad conductual, que extrañamente sucede de forma lineal y exclusivamente unidireccional,
sino una representación de cómo la conducta final es el resultado de la influencia de múltiples
factores.
Sin embargo, debe quedar bien claro que, a nivel conceptual, ambos términos hacen referencia a
cosas bien distintas, porque sus objetivos y los factores sobre los que trabajan para conseguir
dichos objetivos son completamente diferentes. Así, Noack (1987) propuso que “prevención” es un
término relacionado con la enfermedad y su referente es la patogénesis, mientras que “promoción”
es un término relacionado con la salud y su referente es la salutogénesis. Ciertamente, como
avanzábamos más arriba, la promoción de la salud es bastante más que la evitación de la
enfermedad o del riesgo de la misma. La Figura 2 presenta estos conceptos.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Los beneficios asociados a la promoción de la salud son múltiples. Entre ellos destacan, ampliando
los propuestos por Taylor (2007), los siguientes:
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6ETCS
Por ello, cuando se habla de prevención de la enfermedad en realidad se habla de tres tipos de
actuaciones (Sarafino, 2008):
La prevención primaria tiene como objetivo reducir el riesgo de desarrollar una enfermedad, antes
de que ésta aparezca, reduciendo o eliminando los factores que la causan o aumentan el riesgo de
padecerla. Por tanto, se centra en reducir, eliminar o controlar los llamados factores de riesgo, que
están relacionados con la génesis de la enfermedad. Estos factores de riesgo pueden haber sido
constatados en una persona o colectivo, o pueden ser sospechados, o sencillamente pueden
suponerse presentes, aunque no existan realmente. Un ejemplo de actuación en prevención
primaria sería la eliminación de las grasas saturadas y de los dulces y bollería industrial de la dieta
infantil para reducir el riesgo de que los niños y adolescentes tengan sobrepeso u obesidad.
Algunos otros ejemplos de estas intervenciones son las campañas de vacunación, las actuaciones
para reducir el número de accidentes de tráfico en los períodos vacacionales o las campañas de
promoción del uso del preservativo.
Las estrategias a utilizar para desarrollar actuaciones de prevención primaria son similares a las que
presentaremos en el caso de la promoción de la salud, siendo la única diferencia el objetivo de las
mismas (en este caso, reducir el riesgo de padecer una enfermedad).
La prevención secundaria tiene como objetivo detectar y diagnosticar lo antes posible una
enfermedad (diagnóstico precoz), una vez que ésta aparece, y desarrollar actuaciones destinadas a
tratar y eliminar también lo antes posible dicha alteración (intervención temprana), de forma que
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
se reduzca el riesgo de que dicha enfermedad se mantenga y se agrave, con los costes asociados
en términos de salud, bienestar y calidad de vida para el paciente, entre otras consecuencias
negativas. En este sentido, muchos expertos hablan de tratamiento de la enfermedad como
sinónimo de prevención secundaria. Por tanto, se trata de reducir o eliminar lo antes posible la
enfermedad ya existente, para lo que se trabaja sobre todos los factores relacionados con la
enfermedad y el proceso de curación o eliminación de la enfermedad. Un ejemplo de actuación en
prevención secundaria sería la elaboración de una dieta planificada y la práctica de ejercicio físico
para controlar o reducir el peso de un adulto con sobrepeso, de forma que no se convierta en una
persona con obesidad. Los chequeos rutinarios, la realización de pruebas específicas o de tests
genéticos o los programas de estimulación cognitiva son otros ejemplos de prevención secundaria.
La prevención terciaria tiene como objetivo, una vez que ha sido establecida la enfermedad y que
ha pasado su estadío inicial, con lo que es más probable que conlleve un daño duradero o incluso
irreversible, de ayudar al paciente a manejar de la forma más adecuada su enfermedad y ajustarse
apropiadamente a la misma hasta su recuperación completa, de forma que se reduzca el riesgo de
que se convierta en una enfermedad crónica, con los costes asociados; en los casos en que no sea
posible dicha recuperación completa, se persigue que se reduzca el riesgo de que existan
complicaciones, limitaciones o inconvenientes o cualquier otro efecto negativo asociado a la
enfermedad, a cualquier nivel. Dicho de otra manera, la prevención terciaria persigue eliminar la
enfermedad y, paralelamente o en su defecto cuando ello no sea posible, contener o retardar dicho
daño, mantener la enfermedad en remisión el tiempo máximo posible, rehabilitar al paciente,
minimizar el impacto de la enfermedad, reduciendo al menor nivel posible las consecuencias de la
misma y la incapacidad asociada y ayudando al paciente a adaptarse a sus nuevas condiciones de
vida y a mantener el nivel mejor posible de funcionamiento y calidad de vida, así como a la
prevención de recaídas y recurrencia de la enfermedad. Dado que tiene como objetivo ayudar al
paciente a adaptarse a su estado y a manejar lo más apropiadamente la enfermedad, muchos
autores hablan de rehabilitación como sinónimo de la prevención terciaria. Por tanto, se trata de
reducir o eliminar tanto la enfermedad como los efectos asociados a la enfermedad cuando lo
anterior no sea posible, para lo que se trabaja sobre todos los factores relacionados con la
enfermedad y el proceso de curación o eliminación de la enfermedad así como los factores
relacionados con el ajuste a y manejo de la enfermedad por parte de la persona. Un ejemplo de
actuación en prevención terciaria sería la combinación de una dieta planificada y la práctica de
ejercicio físico en una persona obesa, de forma que se convierta en una persona con una buena
forma física o capacidad cardiorrespiratoria y metabólica y los riesgos y limitaciones asociados a su
obesidad sean menores y además no se traduzcan en un aumento del riesgo de padecer serios
problemas de salud, desde cardiovasculares a oncológicos. Otros ejemplos de prevención terciaria
son los programas de rehabilitación de personas infartadas o los programas de actuación en
pacientes renales, con cáncer o con dolor crónico.
Probablemente, es mucho más fácil para todos entender qué es la enfermedad y comprender
todos los procesos relacionados con ésta, así como sus consecuencias negativas en la salud,
desarrollo, funcionamiento y vida en general de las personas. Y ello porque, por un lado, la
enfermedad es uno de los males más indeseables que afectan a los seres vivos en general y a las
personas en particular, y todos sabemos, de alguna manera, lo negativo, doloroso e incapacitante
que puede ser estar enfermo; y, por otro lado, porque siendo esto así, las disciplinas relacionadas
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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6ETCS
con la salud (en realidad, con la enfermedad) han destinado sus esfuerzos de forma prioritaria al
loable y necesario objetivo de conocer las enfermedades, establecer qué lleva a ellas y comprender
cómo se desarrollan y eliminan para desarrollar, por ejemplo, vacunas, formas de diagnóstico,
terapias y curas. Sin embargo, muchas personas no están enfermas, y no sólo no desean caer
enfermas o curarse si lo llegan a estar, sino que desean mantenerse sanas y estar aún más sanas
(p.e. una persona sana como el lector puede desear tener y mantener una buena salud, bienestar y
calidad de vida y estar trabajando activamente sus dominios vitales de ocio y descanso y su
satisfacción con los mismos para conseguirlo). Incluso las personas enfermas o con riesgo de
enfermar pueden desear, con independencia de su enfermedad o su riesgo, estar más sanas,
sentirse mejor y tener mayor calidad de vida (p.e. una persona anciana o una mujer
postmenopáusica, o una persona enferma con cáncer o con miopía, puede desear tener y
mantener una buena salud, bienestar y calidad de vida y estar trabajando activamente sus
dominios vitales de ocio y descanso y su satisfacción con los mismos para conseguirlo).
La promoción de la salud, junto con la prevención de la enfermedad, sin duda reduciría las
elevadas inversiones que las instituciones o los ciudadanos realizan en relación con el tratamiento
y rehabilitación de la enfermedad, aunque a corto plazo pudieran suponer una gran inversión.
Quizás ésta es la razón principal por la que aún escasean, lamentablemente, las actuaciones
promotoras y, en menor medida pero también, preventivas. Aún así, algunos estudios señalan que
la promoción de la salud es, en términos de balance costes-beneficios de la inversión, más barata y
eficaz que la prevención (Kaplan, 2000), y ésta a su vez mucho más que la prevención secundaria y
la intervención terapéutica (Kaplan, 2000; Spoth et al., 2002).
Por ello, el resto de esta parte lo dedicaremos a la promoción de la salud de manera específica, de
forma que se presentará cómo podemos ayudar desde la Psicología (de la Salud) a las personas y
comunidades a proteger y aumentar su salud, bienestar y calidad de vida.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Por ello, todo ello debe estar englobado en una filosofía y una praxis de lo que se ha venido en
denominar educación para la salud, que genere en los individuos y las comunidades los oportunos
cambios en sus valores y prácticas de salud, de forma que ésta sea definitivamente percibida como
algo de sumo valor para el bienestar y la calidad de vida y, en coherencia, se modifiquen, en la
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6ETCS
dirección hacia la salubridad, sus conductas, hábitos y estilos de vida. Y ello enfatizando la
necesidad de concienciar a la población de su responsabilidad y papel activo en la protección y
acrecentamiento de su salud (como también ocurre en la prevención, instauración y evolución de
la enfermedad).
La educación para la salud (o de forma más amplia, las estrategias de promoción de la salud) puede
adoptar diversos formatos, como campañas informativas de salud (p.e. alimentación saludable),
programas de promoción de la salud (p.e. ejercicio físico en la postmenopausia), mejora de la
salubridad ambiental (p.e. acciones de plantación de árboles), etc. Sarafino (2008) revisa también
las intervenciones comunitarias, en la escuela o en el centro de trabajo, las campañas a través de
los medios de comunicación, el consejo médico, sistemas de recuerdo o el uso de páginas web. De
ellas, resultan más eficaces las que se desarrollan de forma individual y personalizada, así como las
combinadas: En este caso pueden generar el cambio esperado en la conducta de hasta el 80% de
los participantes, frente al 10-15% de las campañas comunitarias a través de los medios de
comunicación, por ejemplo. No obstante, desarrollar programas dirigidos a individuos es mucho
más costoso en todos los sentidos que realizar actuaciones de gran difusión, y éstas tienen la
ventaja de que, dado que llegan a muchas personas, aunque generen el cambio en un porcentaje
pequeño de los destinatarios, ello va a suponer un gran cambio en términos sociales. “Pequeños
efectos a nivel de la población pueden tener un gran impacto sobre la enfermedad” (Thompson et
al., 2003, p. 330-331).
Por esta razón, los programas de intervención educativo-comportamental, basados en los modelos
de competencias, esto es, estrategias de intervención destinadas a facilitar a las personas el
aprendizaje de habilidades o competencias que les capaciten para manejar todos los procesos
relacionados con su salud (Albee, 1980; Costa y López, 1986), han demostrado ser los más
prometedores, siendo los requisitos para que las estrategias sean efectivas (Godoy y Godoy-
Izquierdo, 2005):
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El contenido de estos programas podría ser muy variado. Sin embargo, se sabe bien que con la
implantación de pocos hábitos saludables se puede promocionar notablemente la salud (y
prevenir la enfermedad, por el carácter de prevención inespecífica que todas las actuaciones en
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promoción de la salud tienen, lo que no sucede a la inversa). Por ejemplo, para Belloc y Breslow
(1972), tras el estudio longitudinal realizado en Alameda (California) con 7000 personas, los hábitos
saludables, incluyendo tanto conductas de salud como preventivas, más importantes son los siete
siguientes: Dormir 7-8 horas al día, desayunar, no picar entre comidas, mantenerse cerca del peso
ideal, no fumar, no tomar alcohol o beber moderadamente y hacer ejercicio físico regularmente,
resultando de dicho estudio que las personas que practicaban diariamente estas actividades
aumentaron de forma importante su longevidad (11.5 años de promedio) (Wiley y Comacho, 1980).
Por ello, estos hábitos fueron formulados por Kass (1981) como “las siete reglas capitales para
mantenerse sano”. Hoy, derivado de toda la investigación al respecto, se considera que los
principales hábitos saludables se relacionan con la alimentación saludable, la práctica de ejercicio
físico regular y de actividad física cotidiana, el consumo moderado de alcohol y la abstinencia
respecto a otras sustancias, el correcto descanso y el ocio y recreo satisfactorios y las adecuadas
conductas de protección. Otros factores de protección psicosociales muy importantes son el apoyo
social y la existencia de relaciones interpersonales satisfactorias, la experimentación de estados
cognitivo-emocionales positivos como la felicidad o la satisfacción con la vida en general y un uso
adecuado de los recursos sanitarios.
Por ello, los principales contenidos que, desde nuestra perspectiva, deben incluir las actuaciones
en el área de la promoción y acrecentamiento de la salud son (Godoy, 1999; Godoy y Godoy-
Izquierdo, 2005):
Con respecto al primer bloque de contenidos, hay que subrayar el reconocimiento del papel
central de las variables cognitivas, actitudomotivacionales y afectivoemocionales (creencias,
valores, actitudes, emociones, motivos, decisiones…) para la salud, y la potenciación de aquéllas
con un impacto positivo en la misma como recursos protectores o de salud. Es realmente
lamentable la poca consideración que existe de este tipo de factores, siendo, como son, de tan
capital importancia para la salud, el bienestar y la calidad de vida, no sólo por el efecto que tienen
en la conducta final de las personas sino por el impacto que tienen también en sí mismas sobre la
salud.
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Con respecto a la promoción de conductas y hábitos saludables es muy conveniente resaltar que,
como decíamos, sabemos aún relativamente poco sobre cómo se adquieren los hábitos saludables.
Sin embargo, sí sabemos bien que los programas no deben diseñarse sin tener en cuenta que los
niveles de actuación no deben centrarse únicamente en la conducta final, al ser ésta la resultante
de valores, creencias, actitudes, normas, intenciones y decisiones. Olvidar los determinantes
cognitivos, actitudinales, emocionales y motivacionales del comportamiento puede ser la mejor
forma de que el programa fracase. Precisamente en los determinantes de la conducta se encuentra,
a nuestro juicio, la clave de la adopción y mantenimiento a largo plazo de las conductas, hábitos y
estilos de vida saludables. Por otra parte, la mejor manera de conseguir que el individuo adopte un
estilo de vida saludable es asegurando que sus competencias le permiten una forma de
funcionamiento en su vida cotidiana que potencie los factores de protección y acrecentamiento de
la salud y que incrementen sus actuaciones exitosas, tanto de cara a la protección y promoción de
su salud como de afrontamiento a las condiciones que suponen un riesgo para la misma. De ahí la
necesidad de empoderar a las personas, darles poder y capacidad de tomar decisiones e
implementarlas, a través de un enriquecimiento de sus fortalezas, habilidades, recursos y
competencias.
Para finalizar este apartado, es conveniente indicar que, aunque la promoción de la salud puede
realizarse en cualquier etapa de la vida, es claro que la mejor edad para actuar es la infancia, por la
falta de historia de comportamientos contrarios y porque las conductas se arraigan de forma más
duradera cuanto antes se han implantado (Taylor, 2007). En esta edad, los lugares de actuación
donde resulta más fácil y eficaz la implantación de estrategias para la promoción de la salud son la
familia y la escuela, donde los modelos adultos juegan un papel fundamental. Taylor (2007)
propone considerar el “mejor momento educativo” (teachable moment) y la llamada “ventana de
vulnerabilidad” (window of vulnerability) a la hora de implementar estas actuaciones. Este mejor
momento se refiere a que, a lo largo de la vida, por las oportunidades y recursos asociados a cada
momento y en relación con las etapas de mayor riesgo de desarrollar determinados
comportamientos y factores de riesgo, hay momentos que resultan particularmente ideales para
desarrollar nuevos comportamientos. Aunque estos momentos se dan a lo largo de toda la vida,
durante la infancia y la adolescencia suceden muchos de estos momentos en relación con las
conductas saludables y de riesgo. La investigación señala que las prácticas de riesgo y de salud que
se tienen en la infancia y la adolescencia pueden tener consecuencias sobre el riesgo de desarrollar
enfermedades en la adultez, incluso más potentes que las mantenidas durante la propia adultez
(Taylor, 2007). No obstante, esto no significa que no puedan o deban desarrollarse actuaciones de
promoción de la salud en cualquier otra etapa de la vida. De hecho, un número muy importante de
actuaciones se desarrollan en la juventud, en la adultez, en la mediana edad y en la vejez. Otros
momentos educativos óptimos son (Taylor, 2007) cuando se constata un riesgo para la salud, para
reducir el riesgo o permitir a la persona, en su defecto, manejar el impacto del mismo, o en la
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tercera edad, puesto que en estos momentos la práctica de hábitos saludables determina si la
persona mayor tendrá un envejecimiento saludable y activo o discapacitante y enfermo.
Por otra parte, también son múltiples los foros o lugares en que se pueden desarrollar las
estrategias de promoción de la salud (Taylor, 2007): Las consultas de los profesionales de la salud,
incluyendo los psicólogos de la salud, la familia, la escuela, los centros de trabajo, los centros de
salud, los grupos de autoayuda, o en general la comunidad, incluyendo los medios de
comunicación e internet así como la ingeniería social (o las medidas pasivas de modificación del
contexto para facilitar que las personas hagan/no hagan determinadas conductas, p.e. dispositivos
de seguridad en productos de limpieza o vehículos, aumentar la edad legal para la venta de alcohol
y tabaco, eliminación de las máquinas expendedoras de los colegios).
Con base en todo lo presentado hasta el momento y con los desarrollos actuales de la Psicología
de la Salud, la estructura más adecuada de un programa de promoción de la salud debe incluir dos
importantes componentes para conseguir la adopción y mantenimiento de las conductas
saludables que se persigue instaurar en el repertorio conductual del individuo (o de los miembros
de la comunidad), junto con un componente dirigido al incremento de la motivación para la
adherencia a la intervención y para el cambio de conducta, además de los componentes técnicos
relacionados con las características propias de las actuaciones y programas y su evaluación integral
(Godoy, 1999; Godoy y Godoy-Izquierdo, 2005). Todos estos componentes se describen
brevemente a continuación y se presentan de forma esquemática en la Figura 3.
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I. Componente educativo:
Además, los programas deben incluir toda la información relevante respecto a las características
(tipo) y parámetros (frecuencia, duración, intensidad, etc.) de las conductas a implantar (p.e.
información sobre en qué consiste la práctica de ejercicio físico saludable).
Este componente debe incluir también, además de conocimientos básicos e información necesaria
sobre la salud y las prácticas conductuales saludables a instaurar, información sobre el programa,
sus objetivos, sus contenidos, las estrategias de implantación y la conveniencia de la participación
en él (p.e. beneficios esperados).
El objetivo final de este componente es que las personas comprendan todos esos aspectos, de
forma que se pueda lograr el cambio en todos los antecedentes de la conducta englobados en la
cadena conductual. Este componente pretende, pues, generar los oportunos y necesarios cambios
a nivel de las creencias, valores, actitudes, expectativas, emociones, motivos, intenciones… de la
persona, de forma que su decisión respecto a cambiar su conducta se incremente y haga más
probable y fundamentado el cambio comportamental.
Para conseguir los objetivos de este primer componente es muy importante que a) la forma y el
lenguaje de la información estén adaptados a las características demográficas y socioculturales de
los destinatarios de los programas, y b) se utilicen estrategias y metodologías didácticas
favorecedoras del cambio perseguido a este nivel.
Además, es fundamental entender que la información no debería ser meramente una transmisión
de conocimientos sino que debería ser persuasiva, generadora de actitudes, motivaciones e
intenciones tendentes a la implantación de las nuevas conductas y hábitos propuestos. Por ello,
Taylor (2007) sugiere que esta información se ajuste a las recomendaciones generales para
optimizar la eficacia del mensaje: Que no sea demasiado técnica y estadística sino más bien
divertida y basada en experiencias personales, que sea aportada por un experto con prestigio y
credibilidad pero a la vez similar a la audiencia y valorado por ésta, con mensajes cortos, claros y
directos, con los contenidos principales al inicio y al final, rematando con las conclusiones al final, y
adaptada al nivel educativo e intelectual de las personas a las que se dirige.
Como resultado deseable de esta fase deberíamos conseguir que los destinatarios sepan
perfectamente qué deben hacer para proteger, mantener e incrementar su salud y, además,
tengan las actitudes, motivaciones e intenciones de hacer lo que les recomienda. Es decir, se
espera que la información genere el cambio de motivación necesario para el cambio de conducta
(Taylor, 2007). El objetivo final fundamental es conseguir que los individuos tomen, finalmente,
decisiones apropiadas (Taylor, 2007).
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
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Sin embargo, puesto que la información es necesaria pero no suficiente para generar el cambio
conductual, los programas deben incluir necesariamente un segundo componente conductual
destinado a la instauración, mantenimiento y generalización de conductas, hábitos y estilos de vida
saludables. Este componente está perfectamente incardinado al componente educativo.
Los estudios indican que las estrategias que pretenden generar un cambio en el comportamiento
mediante el cambio exclusivamente en el conocimiento de las personas tienen una adherencia de
en torno al 60% y son eficaces en el 50% de los casos aproximadamente, mientras que en las que
sólo incluyen el cambio conductual estas cifras de éxito aumentan notablemente. Sin embargo, las
que incluyen ambas estrategias incrementan la adherencia hasta el 90% y su eficacia al 75% (Burke
y Fair, 2003).
Por ello, este segundo componente estará destinado a conseguir la adopción y mantenimiento de
las conductas que lleguen a ser hábitos dentro de un estilo de vida saludable y permitan conseguir
los objetivos de la intervención propuestos. Para ello tenemos que tener muy en cuenta dos
aspectos:
Para garantizar el cambio de las conductas y hábitos saludables, la persona ha de saber cuáles son
las acciones que se pretende que adopte con la intervención y en qué consisten específicamente
tales acciones. Así pues, debe quedar muy claro para la persona qué hacer, cuándo, cómo, etc., de
forma que no quede ninguna duda para los destinatarios sobre los componentes, características y
parámetros de la conducta en cuestión y la forma de ponerla en práctica (p.e. características,
situación, momento).
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Además, debe considerarse que la adopción de conductas supone en realidad cuatro procesos
bien diferenciados: El aprendizaje de la acción, su implementación inicial en la vida cotidiana, el
mantenimiento a largo plazo de la misma o adherencia, incluyendo la prevención y manejo de
recaídas, y, cuando procede, la reducción y eliminación de conductas contrarias. El psicólogo de la
salud, al ser un profesional de la ciencia de la conducta, debe conocer perfectamente los principios
y procesos implicados en estos fenómenos, así como las estrategias de actuación derivadas de los
mismos, a la hora de diseñar su intervención para desarrollar la adopción de conductas saludables
(p.e. reforzamiento y autorreforzamiento, moldeado, modelado, reestructuración cognitiva,
autoinstrucciones, automonitorización y autocontrol y otras estrategias cognitivo-conductuales,
como el entrenamiento en relajación o habilidades sociales). El uso combinado y complementario
de estas estrategias, elegidas de forma estratégica y adaptada a los objetivos de la intervención, es
mucho más eficaz que el uso de cualquiera de ellas de forma aislada (Leventhal et al., 2008), puesto
que permite dar cuenta de todas las fases y procesos del cambio de conducta, el plan de actuación
puede ser individualizado y adaptado a las condiciones y necesidades de cada persona en
particular y puede permitir generar el cambio a la vez de muchas conductas (Taylor, 2007). Con
todos estos conocimientos y herramientas, debe programar la implantación de las conductas y
hábitos, asegurándose la satisfacción personal por parte del individuo. Además, como sugiere
Taylor (2007), es preferible establecer criterios moderados de acción que los valores máximos de la
conducta, al menos al inicio, porque ello hace más probable que la gente inicie el cambio.
El objetivo final de un programa de promoción de la salud no es otro que conseguir que las
conductas aprendidas y adoptadas a corto plazo se incorporen definitivamente en el repertorio
conductual de los individuos como un hábito resistente al cambio, lo que no siempre se consigue
con la mera adopción inicial de las mismas. Piénsese, por ejemplo, los frecuentísimos abandonos
que se producen en la práctica de ejercicio físico, aún en personas activas en el pasado, y que se
sitúan en torno al 50% de los que inician la conducta activa en sólo los seis primeros meses de
adherencia (Dishman, 1994; 2001), aunque en otros estudios se encuentran cifras de abandono
inicial aún más alarmantes, de hasta el 80% (Marcus et al., 1992); sólo el 30% continúan haciendo
ejercicio al cabo de 3 años y medio después de empezar. De hecho, el abandono y la recaída son
procesos comunes y un gran problema en las intervenciones de cambio conductual, y muchos
programas fracasan por ignorar que muchas personas, por muchas posibles razones, dejarán de
realizar o abandonarán las conductas que ya se han iniciado y por no incluir actuaciones específicas
para favorecer el mantenimiento del cambio y la prevención de recaídas.
Por ello, se debe prestar una atención especial al mantenimiento de la conducta y diseñar
adecuadas estrategias para ayudar a la persona a conseguirlo. La investigación señala que las
recaídas son más frecuentes en los 3 primeros meses tras el cambio, pero existe una gran
variabilidad interindividual en este período y en lo que le sigue después (mantenimiento de la
recaída o nuevo intento de cambio) (Taylor, 2007). Para ello, es muy útil enseñar a la persona a
distinguir entre desliz y recaída (Marlatt y Gordon, 1980) y a actuar convenientemente ante cada
uno de ellos (Sarafino, 2008; Taylor, 2007). Los deslices, o retornos transitorios y puntuales a la
conducta anterior, pese a no constituir necesariamente el inicio de una recaída son peligrosos por
cuanto minan la confianza de la persona respecto a poder continuar con la nueva conducta y, por
ello, generalmente sí precipitan la recaída, o el retorno mantenido a la conducta inicial ya sea al
mismo nivel, menor o superior. La persona percibe el desliz como una señal de fallo personal o
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debilidad y se siente mal y culpable, todo lo cual constituye el contexto perfecto para abandonar
de manera definitiva la nueva conducta y volver a la conducta indeseable anterior. A este
fenómeno se le conoce como el “efecto de violación de la abstinencia”. Por ello es muy importante
diseñar un plan de prevención de recaídas que se vaya implementando a lo largo de toda la
intervención, particularmente en su fase final. Dicho plan debe incluir habilidades para reconocer y
saber afrontar situaciones de riesgo, control estimular, mejora del apoyo social, aumento de la
capacidad de autocontrol y, de forma fundamental, el fomento de las creencias de autoeficacia.
Por otra parte, la planificación de la conducta, especificando qué hacer y cómo realizarlo, cuándo o
en qué contexto, cómo proceder al cambio de conducta y cómo monitorizarlo y evaluarlo,
realizada en colaboración con la persona, debe ser una herramienta fundamental en todo este
proceso de instauración y mantenimiento del cambio, fortaleciendo en todo momento las
creencias de autoeficacia de la persona respecto al cambio y a la instauración de la nueva
conducta. En el caso de la prevención de recaídas es muy importante abordar la planificación de la
recuperación, la autoeficacia de recuperación y mantenimiento y proporcionar a las personas
sesiones de mantenimiento así como desarrollar contactos regulares.
Un objetivo ideal de la intervención es que estos cambios incluso se generalicen a otras esferas de
la vida de la persona (p.e. una persona comienza a hacer ejercicio físico de forma regular y
mantiene una alimentación más saludable, y entonces decide quitarse de fumar). Marlatt y George
(1988) llamaron a este fenómeno “rebalance del estilo de vida” (lifestyle rebalancing) y
argumentaron que también podía ser una pieza clave en el mantenimiento a largo plazo de las
conductas recién instauradas (Taylor, 2007). Hacer nuevos cambios en el estilo de vida acordes con
las nuevas conductas dentro de un estilo de vida más saludable no sólo ayuda a prevenir recaídas
sino que es un objetivo ideal de la promoción de la salud.
Además de estos dos componentes básicos, los programas de salud deben incluir un componente
motivacional, es decir, el componente de que está específicamente diseñado para aumentar la
motivación de las personas con respecto al cambio de conducta y, para ello, la adherencia a la
intervención.
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Dicha motivación se debe conseguir haciendo ver a los destinatarios los importantes beneficios
que se obtendrán de la implantación de las conductas y hábitos en relación con la promoción de la
salud (así como de los perjuicios y riesgos para la salud que se derivarían de la no implantación de
las mismas, en la línea de la prevención de la enfermedad).
Una forma particular de mensajes de pérdida son los que apelan al miedo (Sarafino, 2008; Taylor,
2007). Estos mensajes tratan de conseguir el cambio de conducta generando en los individuos una
emoción de miedo a las futuras consecuencias negativas de su actual conducta. Sin embargo, su
efecto es pequeño y transitorio, y generalmente no se traducen en la adopción de la conducta
nueva (cuando no generan un aumento en la conducta de riesgo contraria) (Diefenbach, 2004). En
muchas ocasiones generan una respuesta defensiva (Millar y Millar, 1996). Estos mensajes son más
eficaces si se centran en las consecuencias de la enfermedad, no de la propia conducta, si incluyen
información sobre cómo implementar la conducta saludable y si incluyen mensajes para aumentar
la autoeficacia de la persona antes de proceder al cambio de conducta (Self y Rogers, 1990).
Además, Sarafino (2008) y Taylor (2007) enfatizan el papel de la entrevista motivacional (Miller y
Rollnick, 1991) como estrategia para el aumento de la motivación para el cambio. Con un estilo
centrado en la persona y de consejo/asesoramiento, la entrevista motivacional ayuda al individuo a
explorar, discutir y resolver sus dudas y dificultades para cambiar su conducta. Sus herramientas
principales son la formulación de preguntas que hagan a la persona reflexionar sobre su condición
y tomar sus propias decisiones, el balance decisional, es decir, la toma de decisiones considerando
beneficios y perjuicios/costes derivados de cada alternativa, y la búsqueda activa de soluciones.
Cada vez está siendo más ampliamente utilizada en el caso de las conductas de salud (Resnicow et
al., 2002, 2005).
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Los programas de salud, como cualquier intervención, deben incluir información sobre la propia
intervención, en concreto sobre sus objetivos, la población a la que se dirige y sus características
definitorias como población diana, la forma concreta como se llevará a cabo, incluyendo
información sobre la temporalización del mismo, los recursos que se requieren para su
implementación, etc.
V. Componente evaluativo:
Los programas de salud, como cualquier intervención, deben incluir también estrategias de
evaluación tanto de la calidad del programa en su estructura, componentes y contenidos como de
la eficacia, efectividad y eficiencia del mismo en relación a los objetivos perseguidos, así como de
proceso de implementación del mismo.
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1. Introducción: Información resumida sobre el programa, los objetivos que persigue, sus
contenidos, las conductas a implantar, los beneficios derivados esperados, algunos aspectos
técnicos a destacar, etc. Justificación breve del programa. Captación de participantes.
Este apartado pretende presentar resumidamente los aspectos principales del programa.
El programa se justifica en base a una circunstancia concreta que afecta a una persona o colectivo
de personas. Conviene presentar en detalle dicha problemática (p.e. políticas de salud y objetivos a
largo plazo, tasas de incidencia y prevalencia, consecuencias para la salud o la vida…) para,
entonces, presentar el programa como una alternativa de acción para resolver o mejorar dicha
condición.
Este apartado es una descripción detallada de cómo es el programa y cómo debe ser aplicado para
que sea eficaz. Contempla una descripción de las personas o colectivos a los que se destina, con
sus características principales, dónde, cómo y cuándo debe implementarse, cuánto tiempo dura y
en cuántas sesiones se estructura, con el contenido concreto y duración de cada sesión, y qué
recursos humanos, materiales, económicos, etc. se necesitan para su implementación.
En el caso de nuestro ejemplo, los destinatarios podrían ser todos los niños en edad escolar de las
escuelas y colegios de una ciudad de nuestro país. El programa de implementaría en el colegio, en
horario escolar, en las clases de Educación para la salud que contemplan los currícula académicos
de los centros de esa localidad, supongamos. Se implementaría durante todo un curso académico
(25 semanas), a razón de una sesión semanal de una hora de duración. Se incluiría la información
detallada del trabajo concreto a realizar en cada una de las sesiones del programa.
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En nuestro ejemplo, el objetivo general podría ser “Promocionar una alimentación saludable en
niños en edad escolar a través de un programa de educación para la salud implementado en los
centros escolares”, y algunos objetivos específicos podrían ser: 1) Proporcionar a los niños, de
forma adaptada a su edad y capacidades cognitivas, conocimientos básicos sobre alimentación
saludable, 2) Enseñar a los niños, de forma adaptada a su edad y capacidades cognitivas así como
autonomía en la alimentación, prácticas conductuales saludables en relación con la alimentación,
3) Implicar a los niños en la planificación de las comidas familiares y en la compra y preparación de
los menús familiares, 4) Conseguir que los niños hagan 5 comidas diarias, 5) Incrementar el
consumo diario de frutas y verduras crudas hasta 5 raciones diarias.
La mejor manera de motivar al colectivo diana al que se destina la intervención es presentar qué
conseguirían de adherirse convenientemente al programa y qué riesgos tiene no hacerlo. Conviene
en este sentido seguir las directrices respecto al marco de ganancia-pérdida de los mensajes de
salud comentadas.
En nuestro ejemplo, los beneficios tendrían que ver con las consecuencias positivas a corto, medio
y largo plazo derivadas de la adopción de los diversos comportamientos saludables que se
enseñarán en el programa, así como con la evitación de los riesgos asociados a una alimentación
no saludable desde la infancia.
Estos contenidos deben presentar todos los conceptos que los destinatarios deben conocer para
entender la relación entre su comportamiento y su salud, su papel activo y responsable, la
condición concreta de salud que les afecta así como sus consecuencias a corto, medio y largo
plazo. Además, se deben presentar las conductas concretas que se pretenden instaurar en el
repertorio conductual de los destinatarios, sus beneficios a corto, medio y largo plazo, y cómo
conseguir el cambio conductual. Además, se deben describir de manera detallada cómo se van a
presentar estos contenidos, así como elaborar e incluir los distintos materiales que se utilizarán
para su presentación a los destinatarios.
En nuestro ejemplo, sería ideal presentar a los niños los conceptos de salud, protección y
promoción de la salud, responsabilidad y rol activo en relación con la salud, la relación entre lo que
comen y cómo lo comen y su salud y los beneficios de llevar una alimentación saludable para el
crecimiento, funcionamiento y bienestar. Además, para entender lo anterior, deberían conocer qué
es la alimentación, qué tipo de alimentos y nutrientes existen, para qué sirven, cómo se pueden
preparar los distintos alimentos, cuándo y cómo se pueden comprar y conservar, cómo se planifica
un menú, etc. En el caso de niños, la forma más adecuada de presentación de estos contenidos
educativos es el juego y el divertimento, de forma que los cuentos, los teatros con marionetas, los
comics, los juegos de ordenador, los materiales con dibujos de colores llamativos y palabras
sencillas y grandes, los grupos de trabajo reducidos e interactivos, las visitas a cocinas, mercados o
tiendas, etc. pueden ser recursos muy útiles.
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Módulo 1. Evolución de la Terapia y Habilidades de Intervención en el Ámbito Clínico
Las conductas que se deben aprender e instaurar para poder conseguir los objetivos de la
intervención tienen que quedar claramente especificadas. Además, deben ser descritas
operativamente en términos de sus parámetros topográficos. Deben ser ordenadas de acuerdo a
diversos criterios (p.e. complejidad, prioridad, etc.), de forma que la intervención se programa en
base a esta jerarquización.
En nuestro ejemplo, algunas conductas serían: 1) Tomar dos piezas de fruta al día, una de ellas al
menos en el desayuno; 2) Beber al menos 2 litros de agua al día, tomando agua a lo largo de todo
el día y especialmente cuando se sienta sed, pero evitando que ésta aparezca; 3) Comer sentado,
sin TV ni otro entretenimiento, y tranquilo; 4) Masticar los alimentos en la boca hasta estar
completamente triturados; 5) Rechazar los ofrecimientos de golosinas de los demás niños; 6)
Participar una vez a la semana en la realización de una comida en casa.
Nótese la diferencia entre las conductas a instaurar y los objetivos del programa. Las conductas son
las acciones que permitirán conseguir los objetivos, pero nunca son éstos mismos. Además, estas
conductas son las acciones que deben convertirse en hábitos en el repertorio conductual de las
personas, incluso una vez terminado el programa, por lo que nunca tienen que ver con las acciones
que los participantes deben desarrollar para su correcta adherencia al programa.
Es claro que el aprendizaje de cada una de esas conductas se verá facilitado, u obstaculizado, por
diversas variables personales o contextuales. Las variables más importantes deben ser tenidas en
cuenta desde el principio, pues pueden favorecer o impedir el aprendizaje o instauración de la
conducta. Por ello, el programa incluye información sobre estas variables así como sobre cómo
utilizarlas como recursos en el caso de las primeras y cómo eliminarlas o minimizar su impacto en el
caso de las segundas.
Por ejemplo, una variable que ayudará a que el niño coma fruta diariamente será el carácter
divertido y versátil de este conjunto de alimentos, por sus colores, sabores, formas, disponibilidad
por temporadas o las diversas formas en que pueden ser consumidos. Por ello, estos aspectos
deben ser enfatizados al presentar esta conducta. Una variable que obstaculizará la instauración de
esta conducta es la disponibilidad de otro tipo de alimentos menos saludables como alternativa,
como la bollería industrial. Una forma de controlar esta variable es informar a los padres de que no
compren este tipo de alimentos de forma que no estén disponibles en casa.
El objetivo final del programa es conseguir el cambio conductual, es decir, que los destinatarios de
la intervención instauren las conductas abordadas en el mismo. El psicólogo es el profesional
experto en el cambio conductual, y por ello debe tener en cuenta los principios de aprendizaje de
conductas y los procedimientos derivados para favorecer el cambio conductual. La adecuada
planificación del cambio es clave.
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Todo el proceso de aprendizaje y puesta en marcha inicial de las conductas que progresivamente
se van enseñando a los participantes debe ser correctamente monitorizado para observar el
progreso del aprendizaje. De nuevo, como ya señalamos, el psicólogo es el experto en evaluación
conductual, y conoce multitud de herramientas que le pueden ayudar así como cómo utilizarlas
adecuadamente en función de la información que pretende recoger y las características del
instrumento.
En nuestro ejemplo, podríamos diseñar un atractivo y sencillo autorregistro para que el niño
indicara qué fruta ha comido en el desayuno y cómo fue preparada cada día así como qué otra
fruta ha comido ese día y cómo y cuándo fue consumida.
Recuérdese que el objetivo final no es que los destinatarios aprendan una nueva conducta, sino
que además la instauren en su repertorio conductual y se convierta en un hábito mantenido en el
tiempo que se practica regularmente. El psicólogo, experto en el cambio de conducta, conoce qué
principios de aprendizaje operan en el mantenimiento a largo plazo de las conductas recién
aprendidas, y debe utilizar los procedimientos y estrategias derivados para conseguir dicha
adherencia a largo plazo.
En nuestro ejemplo, no pretendemos solamente que el niño haga 5 comidas diarias mientras dura
el programa y luego abandone este hábito saludable, sino que a partir de la participación en el
programa, realice 5 comidas diarias todos los días de su vida como niño, adolescente, joven, adulto
y anciano, es decir, que se convierta en la práctica habitual en cuanto a número de comidas diarias
a realizar.
El mantenimiento a largo plazo de las conductas debe ser también monitorizado, al menos durante
el tiempo que estimemos, como expertos en el área, que es suficiente para entender que la
conducta se ha convertido en un hábito resistente al abandono. Por ello, se diseñan evaluaciones
de seguimiento a corto, medio y largo plazo periódicas, durante el tiempo que se estime
conveniente, así como estrategias para favorecer la participación de los participantes en estas
evaluaciones de seguimiento. De nuevo, el psicólogo experto elige y diseña las estrategias de
evaluación que utilizará para evaluar cuantos aspectos considere necesarios evaluar en estos
seguimientos.
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padres o tutores, en el que se explore, para cada una de las conductas abordadas en el programa,
el grado de adherencia. A modo de ejemplo, podríamos incluir una pregunta sobre cuántas
comidas al día realiza en niño, con las siguientes opciones de respuesta: 2, 3, 4, 5, más.
Absolutamente todos los materiales y recursos que se van a utilizar en relación al cambio
conductual y su evaluación deben diseñarse e incluirse entre los materiales del programa.
13. Evaluación de la calidad y eficacia del programa: Características del programa y consecución
de los objetivos propuestos.
Los programas deben ser evaluados para constatar su calidad y su eficacia. Por un lado, debe ser
apropiadamente evaluada la calidad de la intervención, referida a si el programa incluye todo lo
que debe incluir en su estructura, componentes y contenidos, si la implementación del mismo es la
adecuada tal y como está planificada, si los materiales y recursos son adecuados y suficientes, etc.
Los expertos externos suelen realizar esta labor. Por ello, antes de ser implementado por primera
vez, expertos externos revisan profundamente el programa, y también lo hacen cada vez que se
proponen modificaciones al mismo. Existen otros indicadores que también son valorados (p.e. uso
de materiales adecuados, utilización de referencias bibliográficas actuales, etc.).
En segundo lugar, la intervención debe ser evaluada en términos de su eficacia (grado en que
permite conseguir los objetivos que se había propuesto), eficiencia (grado en que se consiguen los
objetivos en relación los recursos y costes que supone) y efectividad (grado en que se consiguen
los objetivos en relación a otros posibles efectos de la intervención y en comparación con otras
intervenciones disponibles). Esta evaluación se realiza a través de distintos indicadores
relacionados con los contenidos concretos de los programas.
Por ejemplo, en nuestro ejemplo, si uno de los objetivos del mismo hubiera sido mantener el peso
de los niños participantes en un rango saludable indicado por el Índice de Masa Corporal,
podríamos evaluar la eficacia a través de la comparación del peso de los niños participantes con su
peso antes de empezar el programa y con un grupo de niños del mismo sexo y edad pero que no
han participado en el programa. La eficiencia la podríamos evaluar estableciendo si nuestra
intervención permite conseguir ese objetivo, con los recursos educativos y conductuales que
contempla, en un plazo de tiempo adecuado, supongamos, de 3 meses. La efectividad la
podríamos evaluar comparando nuestros resultados con los obtenidos por otras actuaciones, por
ejemplo los planes de control del peso del sistema nacional de salud.
Se deben detallar todos los recursos materiales, logísticos, humanos y económicos que se
necesitarán para implementar el programa, y que deben estar disponibles antes de empezar a
implementar el programa. Se suele incluir un presupuesto detallado de gastos asociados.
El programa debe ser dado a conocer a la comunidad, de forma que los posibles interesados, de
entre el colectivo al que se dirige la actuación, conozcan que esta intervención existe y las
características de la misma y puedan tomar decisiones respecto a implicarse en ella. Debe darse,
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Evolución de la terapia cognitivo-conductual
108
6ETCS
por tanto, información sobre no sólo la existencia del programa y las formas de contacto con los
responsables del mismo, sino también información abreviada sobre el mismo, sus objetivos, sus
componentes, los beneficios asociados, etc.
En nuestro ejemplo, el programa sería presentado primero a los responsables de los curricula
académicos y de los colegios concretos en los que se desarrollaría previsiblemente, de forma que
acepten que dicha intervención se implemente en los centros de la localidad. Sin embargo, no es
este colectivo de personas el que nos interesa motivar; éstos no son los destinatarios de la
intervención, las personas en las que queremos que se produzca el cambio conductual, que son las
personas que nos interesa que se adhieran a nuestro programa. En nuestro ejemplo, serían los
niños. Pero en este caso concreto, los niños recibirían la intervención en el colegio, dentro de una
materia escolar, y, por tanto, no necesitan conocer la existencia del programa para participar en él.
Sin embargo, sus padres sí deberían ser motivados convenientemente para que sus hijos se
adhieran a este programa. Por ello, en nuestro ejemplo, serían los padres y tutores de los niños los
que deberían recibir la información sobre la existencia del programa y la conveniencia de que sus
hijos se adhirieran al mismo apropiadamente.
Una nota. El punto primero de Introducción y presentación abreviada del programa sería suficiente
para ello.
Por ejemplo, en nuestro ejemplo podría incluirse información sobre los programas de promoción
de una alimentación saludable en la infancia de la Junta de Andalucía, las campañas y actuaciones
que a nivel nacional se han desarrollado en los últimos años, las asociaciones más relacionadas con
este ámbito, como la Sociedad Nacional de Alimentación y Nutrición Infantil, o la propia
Organización Mundial de la Salud.
Finalmente, el programa debe incluir información sobre las fuentes que se han utilizado para el
diseño y elaboración del mismo.
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Agradecimientos
Diseñadores
Dª Carmina Gabarda López
D. Jorge García Meneu
Dª Cristina Ruiz Jiménez
Dª Sara Segovia Martínez