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CUENTO PARA FIN DE SEMANA

Esteban Daguisè Becker

Llevaba algo así, como una hora o un poco más de viaje en medio de cerros
por una árida carretera fustigada a veces, por un cruel sol veraniego, aunque
hace pocos días había llovido, cuando el auxiliar con una voz maquinal deja
escapar mecánicamente una frase a la que intentaba darle un tono humano,
simpático, fresco, y cálido a la vez, como para llegar a los tímpanos de todos
con una cierta grata coquetería; sin embargo, se sabía muy bien que lo poco
de grato y familiarmente humano de esa voz, figura y persona, se había ido
gastando entre los cerros, con el viento, bajo el sol y dentro de una máquina
que a veces ronroneaba y otras, rugía. Se notaba el cansancio y el desgano,
pues los pasajeros y él también sabían que no había necesidad de hablar;
pero también le pagaban por eso, por hablar...

-Señores pasajeros, nos detendremos cinco minutos, los que deseen pueden
descender.

Los que estaban "muy apurados" se notó, pues en cosa de segundos


se perdieron tras unos arbustos; los que tenían dinero también, pues no
demoraron en paladear una gaseosa, una cerveza y algo más; y los que no,
también se notaba ¿y cómo?, dirán ustedes, pues simplemente quedándose
en la máquina: "dormidos".

En medio de la gente que bajaba se dejaba notar uno diferente, quien, pese al
calor y no andar arropado, parecía abrigado. Apenas hubo bajado del bus se
alejó de él y de la gente, retrocediendo por la carretera, pasó frente a mi, y
pude apreciar: su estatura media, piel morena-anémica, negra barba y no
muy poblado bigote, abundante cabellera azabache y con grandes ondas que
parecía querer disimular; manos y pies grandes; jeans azul aún sin lavar;
zapatillas de cuero blanco y polera celeste de paño-toalla con un descomunal
cuello en punta de los años 60-70. De paso: más bien largo.

Estaba como a sesenta metros del bus sentado en un escaño, enfocando con
su Cámara Zenit, parecía no estar contento con el paisaje y, de hecho, no
tomo fotografías. Cuando me acerqué a él comenzaba a guardar su cámara, y
del bolsillo de su polera sacaba un paquete de cigarrillos disponiéndose a
disfrutarlo.
-¡Hola, qué tal!...
-¡Hola!...-dijo él con desgano.
-Huff...¡qué forma de hacer calor!...
-Sí, un poco...¿quieres un cigarrillo?
-¡Claro!...¡gracias! -acepté-.

Ambos fumamos, que delicioso sentí el "Life Long", sabía grato el humo
mentolado recorrièndome por dentro, aportando su cuota de veneno.

No habló mucho, trató de ser simpático, pero, parecía en una actitud


reconcentrada. Fumaba con falso placer, más bien, dirìase con desencanto.
Se estiró en el escaño sin perder la posición: sentado, como para dormir lo
que durara el cigarrillo.

-¡Se va la máquina, abordar por favor!


-¿Vamos? -le dije-.
-Si, voy...

Con infinita calma se incorporó y dio la última chupada al cigarrillo para


luego, con furia tirarlo y con cierta ironía pisarlo, se sacudió el jeans y se
dirigió a la máquina. Sin antes mirar atrás como si estuviese alejándose o
dejando a alguien y a la vez acercándose. Todo esto sin perder la actitud
reconcentrada de su rostro y hasta, dirìase de su cuerpo.

Una hora había transcurrido ya desde que subió al bus, desde que se había
puesto cómodo con la cámara en los brazos, el saco en las rodillas y el bolso
en el portamaletas. Todo el viaje lo había hecho con los ojos cerrados para
ausentarse del medio, para pensar. Si no hubiese sido por una ventana
abierta habría sentido el fuerte calor, pero así, sintió hasta frío en ocasiones,
disfrutó enormemente el baño de viento y pensó: "cómo hacerlo más
seguido". No pudo ver como iban quemando camino, como devoraban
cerros; pero muy bien lo imaginaba.

Comenzaba ya a sentir largo el viaje cuando siente un brusco cambio en la


pendiente del camino. Aparentando cierta pereza, simulando a quien duerme
todo el viaje, comienza a remedar un ansiado despertar; mira lado a lado
observando el paisaje y recuerda: "Se parece a Tomé. Tanto tiempo que no
pasaba por Cartagena, pensar que en mi vida he venido una o dos veces;
pensar que le temo al mar. En fin, en todo caso, es linda mi tierra, estas
casas, qué especiales, ¿cómo será esta gente?, ¿de qué vivirá?, ¿cómo
vivirá?, ¿qué será de Cartagena en el invierno?".
Aún no terminaba de cavilar sobre el balneario cuando ya era parte del
pasado, suspiró profundo y le dolió haber dejado esas casas, esas subidas y
bajadas, árboles tristes, nubes que matizaban el cielo y hacían de ese lugar,
pese al fuerte sol, una grata avenida para los que van más allá, más allá...

Era poca la gente que quedaba en el bus y nuestro héroe comenzaba a


sentirse en su ambiente, dueño del bus. Se puso cómodo hacia la ventana
mirando el paisaje, viendo como la gente vestía la cami seta del verano. Leía
los letreros señalando donde estaban los mismos: Costa Azul, Isla Negra, El
Tabo, El Quisco...

Sintió un pequeño sobresalto cuando intuyó que llegaba y un pequeño gozo


al leer: "Bienvenidos a Algarrobo". ¡Muchas gracias!
-se dijo-.

El bus parecía volar dejando disfrutar muy escasamente del paisaje. No


había donde bajar exactamente, por lo que comenzó, a ritmo regular, a
arreglarse; lo que para él era un verdadero ritual. Se subió bien las calcetas
y, luego, las bajó para darle su justa medida; desamarró las zapatillas para
luego, anudar un poco más suelto; se puso de pie y arregló la polera dentro
del jeans; aseguró el cinturón, broche y cremallera: todo en forma.
Reubicó la cámara fotográfica sobre el cuello y bajo el brazo, inclinada hacia
la derecha. Encima se puso la larga y desgarbada campera; subió el cuello de
la misma, pisó seguro y comenzó a caminar por el pasillo como saliendo de
un dormitorio, con la prestancia y gallardía del torero que sale al ruedo.
Cuando hubo llegado adelante, el bus ya se detenía. Mientras sacaban el
bolso se colocaba un sombrero de ala caída, dándole, con no disimulada
maestría, la forma, inclinación y penetración perfecta.

-¡Chao, gracias!...
-¡Chao!...

Vio alejarse el bus y sintió sobre si los cálidos rayos solares


y una grata y traviesa brisa que amenazaba llevarse el sombrero,
al que cambió de forma para que cortase el viento. Puso el largo y negro
bolso colgando del hombro derecho, mientras el viento habría su largo saco,
híbrido de abrigo y campera; se llevó un cigarrillo a la boca y con no mucha
destreza, pero si con mucha suerte, encendido se vio al primer fósforo.
Después de haber dado la primera chupada, que siempre era la única que
disfrutaba con verdadero placer, introdujo la siniestra en su respectivo
bolsillo y, afirmando con la otra el bolso que le golpeaba el muslo: parecía
un vaquero que acaricia su arma en la funda a punto a disparar. Así
caminaba: con sombrero, campera, bolso y pucho en mano o boca, hacia
abajo, en dirección a la playa, todo habría estado bien si hubiese estado solo;
pero cada cinco pasos se topaba con alguien en zunga, bikini o tanga que lo
miraba de una forma muy especial y obvia, dadas las circunstancias. Pero, a
nuestro héroe no le molestaba, más bien le gustaba, como cuando subía a la
micro o bus y una mujer (su madre) le pagaba el pasaje y la gente le miraba
en la forma que ustedes han de imaginar. ¡Simpático, verdad!, ¿que no?...,
pues a mi si me lo parece.

No era un buen día para mi vendiendo helados, excepto cuando se aburrían


de mi los carabineros. Me había sentado detrás de un Quiosco aprovechando
su sombra, justo frente a una bocacalle que daba a la playa, cuando a una
cuadra veo a un tipo de sombrero, abrigo largo, bolso negro y un pucho,
caminando como vaquero contra el viento y cojeando al golpearlo el bolso
en el muslo derecho. Denotaba un andar cansino, pero no cansado, un rostro
adusto, una ceja alta y un amargo rictus que ni al chupar el cigarrillo
desdibujaba.

Caminaba con toda propiedad y con cierto donaire. Toda la gente le miraba
con cierto recelo y la que no lo hacía, antes de fijar su vista en él prefería
cederle el paso sin mayor consideración. Cuando se acercaba a la playa, tal
vez un poco impresionado, su andar se hizo un poco lento hasta detenerse
muy cerca de mi. Miró para todos lados con un rostro imperturbable, sereno.
Después de eso se sentó a mi lado, ignoràndome por completo, completó esa
acción con la de encender un cigarrillo, no fue sino hasta después de haber
dado la primera pitada que reparó en mi y ofreciéndome uno fue que
trabamos conocimiento. Era un rico Life Long mentolado. Sin saludo ni
presentación inicia una breve charla.

-¿Así que esto es Algarrobo? -preguntó-.


-Sí, este es Algarrobo -respondí-.
-Oye, ¿cuál es la playa más cercana al paradero de buses?
-Todas están cerca.
-¿Cuál es la principal?
-¡Esta!
-Humm.

Habían llegado mis "verdes amigos" y eran seis, que hacer, ¿correr?, ¡no!, ya
no, simplemente enfrentar la situación. Podría ser que hoy no estuviesen
muy enojados, tal vez hasta estuviesen simpáticos y por lo demás, no se
valía, pues me pillaron sentados y eso no vale, no es justo, no estaba
vendiendo, sólo conversaba. Mientras comenzaban con su saludo y
consabido interrogatorio público-amoroso, mi amigo se fue renqueando
como vaquero herido sin caballo. No pude verlo mas, pues el interrogatorio
entraba en tierra derecha y el círculo se cerraba.

Caminaba lento nuestro héroe contra el sol y el viento, por la playa, mirando
a veces con dificultad por el pícaro sol y algunas partículas de arena que
iban contra sus ojos. El sombrero, los ojos casi cerrados y las cejas agrias
con ese pucho en la boca dàbanle un aspecto Lee Von Cliefco.

-¡Joven!...¡joven!...¡joven!...

Había escuchado claramente el primer llamado, pero prefirió ha cerse


llamar, esperar, y siguió caminando, sólo cuando hubo escuchado al menos
el tercer llamado se volvió para ver quien le solicitaba con insistencia. Eran
"sus amigos", los amigos de su "amigo", o mejor dicho aún: los amigos de
todos..., inclusive.
-¿En qué anda joven?
-Paseando...
-¡Sus documentos!
-Hum..., hum... -y con mucha parsimonia- aquí están.
-¿A qué se dedica?
-Trabajo y estudio.
-Documentos.
-Aquí está mi carné de estudiante.
-¡Universidad de Concepción!
-Efectivamente, a toda honra.
-¡Ah?
-Hum..., hum.
-Está bien..., ¿qué lleva en el bolso?
-¡Revìselo!
-No, si es para saber no más.
-Humm...llevo toalla, útiles de aseo, implementos para la cámara, unos
libros, unos manuscritos, una camisa y otros cachureos..., etc.
-¿Y ahora que piensa hacer?
-Mire, ahora en otro plano, le contaré: yo primera vez que vengo a
Algarrobo. Vengo por una amiga a la que conocí hace poco, hoy está de
cumpleaños y me invitó. Se supone que está con unos amigos y amigas para
celebrar. Me esperan a partir de las veinte horas, se suponía que yo viajaba
calculando llegar a esa hora y ella me esperaría en el paradero más cercano a
la playa...¡pero me adelanté!
-¡Se ve difícil la cosa!
-Sí, pero en todo caso pienso conocer, tomar algunas fotografías, comer,
descansar y en la tarde preocuparme por hallarla o hallarlos. -En caso de
tener algún problema vuelva a la Comisaría y ahí vemos que se puede hacer.
-Perfecto..., ¡gracias!..., como puede ver, ando con bastante dinero así que no
tendré problemas, por último me quedaré en una hostería, residencial u
hotel; en fin, lo que sea; pero me quedo y pienso aprovechar mi viaje..., si no
es una, será otra, ¿verdad?, ja ja ja -de esta forma, aunque sin sentirlo quizo
poner un broche de oro al interrogatorio y mostrar que era un individuo
normal y no un sicópata-.
-Sí, ja ja ja -rieron-.

Después de éste, que pudo haber sido un muy desagradable himpase,


el cabo primero se vio solicitado por un veraneante de fin de semana y
nuestro héroe, acalorado héroe a estas alturas, se había embebido en muy
amena charla con el carabinero, un joven simpático, bastante lolo y con una
veta filosófica, amante de la naturaleza, devoto de la fuerza o poder oculto
del hombre y de las fuerzas magnéticas.

-Menos mal que son simpáticos ustedes, no son como los de Santiago.
-Si, es que aquí no pasa nada, y tenemos que seguir desempeñando una
buena labor preventiva, pidiendo identificación a los sospechosos, a los que
andan medios perdidos, en fin, de cien uno será de dudosos antecedentes,
pero, cómo lo sabríamos sino preguntáramos. De todas formas después del
saludo ya sabemos si la persona es decente o no, y los demás trámites de
identificación son de rutina y una vez que se comienza hay que terminar y
tratamos de hacerlo con el mayor tacto posible -explica el joven carabinero-.
-¡Si, tienes razón!
-Ojalá que encuentres a tu amiga, y, ¿vale la pena el viaje?
-Realmente no sé, la he visto muy pocas veces y la he tratado menos, hoy
sabría como es, y si vale la pena; para mi es la aventura de conocer gente
nueva y termine como termine será beneficioso.
-¿Qué piensas hacer?
-Mira, como dije antes, pienso aprovechar el día y luego como a las ocho
comenzar a caminar hacia la salida de Algarrobo. Acto seguido, con mucha
calma camino de vuelta y se supone que en algún paradero me estará
esperando..., ¡creo!...
-De cualquier manera si tienes algún problema yo estoy de guardia toda la
noche. Tenemos un libro de personas extraviadas y podrías inscribirte por si
te buscan.
-Sí, puede ser...Sabes, nunca pensé que Algarrobo fuera tan grande, más bien
pensé, según me lo indicaron, que sería un pueblito pequeño; pero es mucho
más.
-¡Uff! Aquí viene pura gente de plata. Tienen "las casas", como puedes ver
se gastan "los garajes", tienen tres y hasta cinco autos sin problema. Se dan
el lujo de tener más de una casa, porque yo conozco uno que tiene varias, y
yo digo si aquí tienen estas casas ¡que no tendrán en Santiago! Imagìnate
que hasta tienen sus playas "privadas". Aquí hay tres playas. Más allá hay
una donde entran los puros rubios de ojitos de color, aquí ellos mandan y
hacen de las suyas, Silo en la última playa se baña la gente de la zona.
Llegan humildes con sus toallitas chicas y sus trajes de baño-jeans-
recortados. En fin... la cosa es así y, aunque estos ricachones no sean dignos
o merecedores de gozar de esta bella naturaleza, tienen dinero y en este
mundo es lo que cuenta.
-¡Oye! ¿de dónde sacas tanto humanismo?
-¡Siempre he pensado así! No nací siendo paco. Además, aquí tengo muy
buenos amigos, unos tipos medios hippies de plata, muy dados a la
meditación, a la contemplación de la naturaleza y a disfrutar en forma
natural de sus bondades, y me han dicho que por aquí hay una playa con
mucho poder magnético. Ahí no sé mucho, pero ellos saben y con ellos he
aprendido bastante, hay uno que le hace a la marihuana, pero es buen
muchacho...¡Ojalá la encuentres!
-Ojalá pues..., bien, voy andando, a lo mejor nos vemos más tarde, o
mañana...¡hasta pronto!
-¡Hasta pronto!

No habían sido más de diez minutos de amena charla, sin embargo se notó
un cierto pesar al despedirse en un fuerte apretón de manos y repetir de
nombres que, con tal sinceridad se da solo hasta cierta edad, la de ellos,
justo al límite de los sueños con el desencanto, entrando a la realidad.

Nuestro héroe caminaba, como ustedes han de saber o bien imaginarse. Lo


cierto es que con esa "facha" cualquiera que no fuese él se habría asado y se
habría metido hasta con sombrero al agua. Sin embargo, él caminaba con
toda calma contra el viento y el sol, y con su diestra hacia el mar pasaba
frente al club de yates, cuando sale un poco de si para reparar en cabelleras
rubias, ojos cromáticos y diminutos trajes de baño, o mejor dicho, tiras de
baño, las que le parecían tan distantes como indiferentes. Y pensó: " vanidad
de vanidades".
Fueron muchas las miradas con las que se encontró, ojos de diferente color y
forma, ojos jóvenes y bien mayores, muchas miradas con muchos tonos y
telegráficas sentencias. Sin embargo, para todos tuvo respuesta, a ninguno
rehuyó, cada mirada que cruzó le pareció un instantáneo reto. Hubo empates,
pero no derrotas y eso le satisfizo y le hizo pensar que después de todo no
estaba tan viejo, que pese a lo mucho que le habían dañado, estaba herido,
pero no quebrado, que aún estaba en pie. Cosas como éstas sólo él
comprendía, pues nadie había podido penetrar en su fuero interno, ni podría
por más que lo intentase, y eso le hacía sonreír y hallar hermoso un día o un
temporal dolor, "Que sería del poeta sin su tristeza" -pensó- y esta frase
pareció mágica, pues como el ave fénix renace de las cenizas, él lo hizo
desde la arena y se vio erguir su figura, y uniformar su paso al imprimirle
ritmo, longitud y velocidad. No era superman; pero, evidentemente era
alguien, sino superior, al menos especial, de tal forma que más de un
binomio le llamó a su tema de conversación haciéndole blanco de toda clase
de suspicacias, que por detractoras habrían enorgullecido a nuestro héroe,
por ser un antihèroe precisamente.

Terminó de caminar por la playa y siguió un camino de tierra, sentía alejarse


de la muchedumbre y del bullicio y acercarse lenta y plàcidamente a la
gloria de la soledad, a la sombra de un pino y la libertad de hacer con su
ritmo cuanto quisiere y dar a su cuerpo la postura que más deseara. No
consideró el tiempo que demoró en llegar al final del camino, sólo los
automóviles que se deleitaron en empolvarlo. Llegó hasta donde él,
consideró sería el final del camino, pues ha decir verdad, el camino se
perdía; pero continuaba. El había decidido detenerse. Lo hizo. Y volviéndose
de cara al mar, estiró los brazos y dio un pequeño grito desperezador como
quien está en su cuerpo; y luego sube un poco el cerro hasta donde le pareció
que antes fue habitado. Miró para todos lados sintièndose en grata soledad,
descolgó el bolso, lo acomodó de cabecera y se recostó.

¡Qué rico!, -se dijo- pensar que ahora puedo hacer lo que quiera, voy a
relajarme, creo que ya lo estoy; tengo el azul del mar y el verde de los
árboles, un grato sol y una más deliciosa brisa marina, me recuerda Cerro
Verde, Penco, Lirquèn, Tomé, Coronel, Lota, Lebu, Temuco, Villarrica,
Licán-Ray, Panguipulli, Lanco..., que rico es el sur..., el sur que rico es...,
que riico es el...zzz.

Nuestro héroe se sumió en un sueño de goce casi celestial o paradisíaco. Fue


grato, tan bonito a decir de él, el dormirse hallado en tan fantástico lugar que
se durmió en tan tenue sueño, que más bien parecía traspuesto, que como
muy pocas veces se durmió sin fumar un cigarrillo. Como nunca se halló de
bien en el mundo de los sueños, nadando, flotando, caminando entre nubes y
como muy pocas veces este sueño lo recordaría, este sueño le perseguiría, le
haría sombra sobre su ánimo en más de una oportunidad.

Era una hembra hermosa: de grandes ojos, de carnosos labios carmesíes,


sonrojadas mejillas, cabello azabache, corto fino y ondulado. Orejitas de
helado y blando lóbulo, un cuello blanco y mimoso; redondos, albos y
sensuales hombros; brazos níveos, llenitos y sedientos, senos generosos y
estilizados, vientre cerrado; manos amantes, aunque torpes, pero tiernas
amantes, caderas amplias y muy bien forradas en aterciopelada luna;
dibujàbase perfecto el triángulo sexual, altar al amor, la locura y la lujuria.
Vírgenes muslos, jóvenes pantorrillas, casi infantiles rodillas y pieces por
mucho andar. Tal era la compañera de sus sueños. Tendida sobre su lecho
verde que daba vueltas a la tierra, de infinitos ángulos. El mar y el océano
decían de su anhelo, de su milenaria sed, olas que golpeaban la roca y la
hacían ceder, dispuesto a ahogarse en el placer, a sumergirse en las azules
aguas del deseo; pero en la ìndiga alfombra se habían abierto surco. ¡No!,
¡no es lo que esperaba!, ¡no es lo que espero!, ¡no es lo que quiero! -se dijo-.
Pero ya era hora, debía madurar, cambiar y por lo demás se engañaba, pues
descendía de un bello clavado a las dulces aguas de un calmo lago. Comenzó
a dar vueltas en el aire, no quería caer; sin embargo....

Sintió un duro golpe en la cabeza, había perdido el apoyo en el bolso y tenía


ahora por cabecera parte de lo que fuera un radier de concreto. Como si
alguien lo hubiese estado mirando, se acomodó disimuladamente y luego
abrió los ojos. Esta bastante alto el sol todavía -se dijo- . Respiró profundo y
con bastante torpeza urgueteò en los bolsillos del sobretodo hasta llegar al de
la polera que es donde se hallaban los cigarrillos, casi ebrio de placer por
encontrarse donde estaba, se puso a beber del infierno hasta saciarse y sin
que acabara, lo apagó cerca del suyo, miró el reloj y casi no había avanzado,
por lo que dispuso a dormir; pero ahora sí de veras. La buscó por diferentes
parajes, pero no pudo hallarla, era muy grande su lecho verde. Medio
cansado y medio frustrado por el intento, se durmió. Ahora sólo fue gaviota
y en una roca se quedó, muy adentro en el mar elevándose cada vez que las
olas eran muy altas y mal intencionadas.

En medio del sueño empezó a escuchar que el mar ahora rugía y una gaviota
titeaba. Tit tit tit. ¿Qué raro? -se dijo-. Poco a poco se fue acercando a la
realidad e identificó el ruido del motor de los vehículos que venían de
regreso y la gaviota de la alarma y el mensaje "es hora, es hora", que se
repetía en la pantalla del cuarzo de su reloj digital.

¡Increíble!, cuánto dormí -se dijo- y que bien. Como soñando aún, inhaló un
par de veces hasta estar bien despierto. La garganta le molestaba y tenía la
nariz congestionada, con cierta rapidez se incorporó y luego dijo con aire
resolutivo: "fuego con fuego", y encendió un cigarrillo.
Espantando la modorra comenzó a caminar y con una sonrisa dispersó una
gran bocanada de humo al tiempo que pensó -sí no dejo la alarma quizás
hasta qué hora me quede dormido; ahora me tostaré la mejilla izquierda por
lo visto, ¿cómo que en una hora no llegaré a la última playa?, bueno, en todo
caso en sesenta minutos lo sabremos-. Con ese buen ánimo y disposición
partió desafiando nuevamente al sol, la gente, el viento y la arena. Creyó ver
caras conocidas, y rostros familiares en el trayecto. ¡No puede ser! -se dijo-,
no me voy a engañar, aquí no conozco a nadie, así que esto de que se parece:
no son más que patrañas. Quedaba ya menos gente en la playa; pero nunca
poca. Aún quedaba un buen sol; pero la brisa se tornaba fría.

Ya se encontraba en la segunda playa, que es donde había llegado temprano,


a decir verdad demasiado temprano, pues no le esperaban , sino hasta mucho
más tarde. Era todo bonito; pero aquello hermoso que a él le llegaba no
podía ser fotografiado por lo que sabía que cuando llegara ese paisaje o esa
toma propicia tan anhelada, le vendría un acceso fotográfico.

Llegaba ya a la tercera playa y comenzó a sentirse grato, comenzó a ver


toallas pequeñas, cabellos y pieles oscuras, trajes de baño-pantalón corto,
etc...,esto le decía que se acercaba a los verdaderos sueños de esta
naturaleza. Para que decir cuando llegó a la cuarta playa, exactamente a una
hora de viaje. Era: hermosa, de una extensión de kilómetros, limpia,
solitaria, libre, con muy poca gente sobre ella y solo al comienzo. Buscó con
calma un lugar solitario, alto y apartado; se instaló y preparó su cámara, se
hallaba a gusto. Con mucha parsimonia y placer escudriñó el infinito mar y
un verde bosque que a lo lejos le cercaba. No cabía en sí de gozo. Cual niño,
se tendió de espalda y se relajó, queriendo sentir cada célula de su cuerpo en
contacto con la arena, ¡bendita arena! -se dijo- y enterró su nuca en ella sin
importar que se ensuciaría, sino, pensando en llevar esos granos como
prueba de una íntima y sensual aventura.
Cuando se hubo saciado, se sentó cruzàndose de piernas y se puso a enfocar
hasta que halló un cuadro singular: una gaviota posada en una roca que a
largos intervalos se elevaba para dejar pasar las pícaras olas; se repitió esto
por unos minutos y nuestro héroe, como si fuese un arma automática,
tomaba fotografías hasta que llega otra gaviota que da una vuelta sobre la
primera para luego emprender juntas el vuelo; situación que hizo arrancar el
velo que cubría el sueño que había tenido, el primero y el segundo. Esto le
trajo un cierto desasosiego y ya no disfrutó más del paisaje, por lo que
comenzó a sacudirse y a arreglarse, con cierto pesar y sombrío ánimo. Sintió
frío y desamparo. Muy rápidamente, como huyendo de algo inminente, se
apresuró en abandonar la playa para entrar a la avenida principal donde,
protegido del viento, pudo recuperar algo de calor.

Debo comer algo, -pensó- no he almorzado ni he tomado once, sino, como


empezaré a ver oscuras las cosas y fumando sin comer me dolerá la cabeza,
¡sí, comeré algo caliente!, un sandwich y un café, pero un sandwich rico,
humm...-inhaló saboreando el aire- si, aquí huele bien, aquí entraré.

Entró a un elegante restaurante a la orilla del mar. Con cierta grandeza,


separó dos sillas de la mesa, en una depositó el bolso y en la otra se sentó y
puso la cámara sobre la mesa. A estas alturas su aspecto era entre desliñado
y demacrado; estaba tostado más por la salobre brisa que por el sol; el
cabello con arena, qué decir de la colcha-campera y de los bolsillos del
jeans, que de hecho, llevaban arena. Se juntó la campera sobre el pecho y
sacó un cigarrillo, dudó unos segundos, pero luego pensó en que comería y
pese a que ya le dolía la cabeza, fumó. ¡Ya pasará! -se dijo-. El restaurante
estaba vacío y al percatarse de ello se sintió dueño de él y se puso cómodo,
levantó el cuello de la campera, cruzó los brazos sobre la mesa y escondió la
cabeza, como durmiendo, levantándola sólo para dar unas pitadas.
Estaba ocupado, atendiendo el ala izquierda del restaurante, cuando me
avisan que en el ala costera había un cliente. Creí que era un mendigo,
encorvado, dormido sobre la mesa con un sucio abrigo; pero con un jeans
muy azul y zapatillas muy blancas, ¡no puede ser! -dije-. En una mano le
humeaba trabajosamente un acabado pucho, de repente emite un leve ¡ay! y
se sobresalta, se había quemado, no le hizo mucho caso, ya que tomó la
colilla y la dejó en el cenicero para luego reír estrepitosamente. Soltó cada
carcajada, que dije -este Ñato está trastornado- pero qué le vamos a hacer,
¡bah?, y la camarita que se gasta, ¡ahaa! es de esos ñatos excéntricos...

-¡Buenas tardes, señor!...


-¡Buenas tardes..! -me respondió-.
-¿Qué se le ofrece?
-Quiero café, grande, caliente y..., ¿qué tiene de sandwich? ¿tiene
empanadas?
-No señor, las empanadas se acabaron; en sandwich tenemos Barros Jarpa
con agregado y...
-¿Con agregado?...-preguntó intrigado-.
-Sí, palta o tomate.
-¿Palta o tomate?..., humm...-pareció no gustarle la idea-.
-O bien podría servirse un sandwich de carne y queso, un Barros Luco.
-Carne y queso, sí, deme un Barros Luco.
-Enseguida, señor -me dio la impresión que no sabía mucho de sandwiches-.

Fui a hacer el pedido, pero, en todo caso, no le saqué la vista de encima,


parece que había despertado bien y se puso a sacar fotografías por la
ventana. Llegó una familia así que lo dejé tranquilo, además se ve que es
inofensivo, es buena gente, a lo más le hará a la marihuana, pero por lo
viejo, éste debe hacerle a la diosa blanca.

-Señor, su pedido -le serví-.


-Gracias, muy amable..., se ve rico -dijo conforme-.

Comió con hartas ganas y parece que tenía hambre, aunque parezca
paradojal, debo decir en honor a la verdad que comió lento, como queriendo
degustar lo que tragaba, comía con una aparente vulgaridad que más bien
parecía fingida, ya que se rompía cada vez que hacía uso de la servilleta, lo
que realizaba con ancestral y exquisita elegancia que también podría
atribuirse a un remedo innato, pero parecía ser lo primero.
-Ptss...ptss...ptss...
-¡Sí, señor! -yo siempre solícito-
-Oye m'ijo, sabes, quiero otro café y otro sandwich; pero, ¿te pido un
favor?... -me dijo muy familiarmente-.
-Por supuesto, para servirle -era mi especialidad-.
-El café me lo puedes traer bien caliente...
-Yata... -habíamos entrado en confianza-.
-¡Oye m'ijo¡ -insistió-.
-¿Si?
-¿Dónde está el servicio higiénico?
-Ahí donde terminan las mesas, subiendo al segundo piso.
-Ya, gracias.
-Para servirte viejo -me anduve pasando, pero se notaba que era buena onda
y se fue con toda la calma a donde ustedes ya saben-.

Cuando volvió se notaba de mejor ánimo, pero sereno, el cabello mojado y


peinado hacia atrás, la barba bien cepillada y el sombrero en las manos. Se
sentó y le traje el pedido, realmente parecía de buen ánimo hasta dirìase que
más joven. ¡Si hasta me ofreció un cigarrillo mentolado!
-Ptss...ptss...ptss, m'ijo...
-Si.
-La cuenta por favor.
El viento se hacía más recio y helado, hasta traía consigo algo de arena.
Nuestro héroe salía del restaurante con su sombrero en las manos, el que,
acto seguido, se calzó muy bien donde corresponde. Oscuro rostro, de ojos,
cejas, cabello y barba negra, jeans azul y gastado sobretodo. El negro bolso
parecía llevar el peso de muchas experiencias, sinsabores y oscuros
presagios. Mucho pesaban por lo visto, aunque muy poco espacio ocupaban,
pues parecía deshidratado el dantesco bolso negro. Miró para todos lados en
disimulado gesto; en cinco pasos alcanzó la playa y dominó el paisaje; el sol
se ponía y eso le recordó una cita que coincidía con la puesta de sol,
precisamente; con diestra , pero preocupada maniobra, captó con su "Zenit
calibre 35" el sol que ha esta hora también parecía tener cita. Ya nos
veremos maldito y me las pagarás -dijo para sí-. Soy friolento, pero nunca he
necesitado de ti -continuo-. Como quien estuvo a punto de acabar con su
enemigo natural, no enojado, sino conforme, da media vuelta y comienza a
gastar la avenida con el peso de sus años más pesados.

El caminar de esta avenida le pareció indiferente, ya no le miraban con


censura, pues a esta hora su atuendo se justificaba y se confundía con otros
que peleaban originalidad, cosa que no le molestó, sino que consideró como
leal competencia. Al sentir entrar el ya frío aire marino por sus fosas nasales,
pensó que podría subsanar esa situación con el humo de un cigarrillo. El
gélido viento y ese enésimo cigarrillo le acentuó el dolor de cabeza que bien
definía como un "hachazo en la frente". En todo caso, pasará -se dijo-, y con
esa confianza caminó dando pitada tras pitada, consciente de que aquel lo le
acercaba, a su decir: "decímetro a decímetro a la putrefacta horizontalidad"'.
No le temía, casi la anhelaba y se hacía morbosa esta idea al acariciarla
cuando se atravesaba por su mente, lo que sucedía era que el medio le
avergonzaba. En todo caso, fuera como fuera..., sería.

Había recorrido casi todo el trayecto y nada acontecía, de cualquier forma no


le preocupaba. pues le quedaba el trayecto de regreso; caminó..., caminó...y
caminó. Le pareció, al caminar, que ya había pasado por esos parajes, pero
no por lo poco desconocidos, sino más bien por el hecho de que en su mente
parecía que los paisajes que veía ahora por vez primera, ya estuviesen
grabados en su cerebro, lo que le decía de un agotamiento psíquico. ¡Qué
más sería si no hubiese comido! -pensó-.

A estas alturas ya había recobrado un paso seguro, ágil, regular, casi atlético;
pero de lado caído por el peso de su oscuro bolso. Ya llegaba al primer
paradero cuando comienza a demorar el paso para lograr una mejor visión
del panorama. Llegaba gente, otro tanto esperaba bus para marcharse y había
también un nutrido, ¡no tanto, no tanto!, pero sí bastante flujo vehicular y,
adivinen qué, pues que estaban los amigos de él y de todos. Eran dos,
nuestro héroe cuando los divisó, comenzó a agudizar la vista, sin
precupaciòn, para ver si era la pareja que él conocía, pero no. Tragó saliva y,
¡que sea lo que Dios quiera! -masculló-, afortunadamente para él la pareja no
reparó en su persona en lo más mínimo, así que llegó hasta esa esquina con
toda propiedad. Esa esquina le pareció muy ajena, como desencajada de la
situación que vivía; sin embargo, se encontró casi en plena esquina, con un
amistoso poste de alumbrado que le ofrecía apoyo, sin mucho pensarlo se
afirmó de lado, apoyando su hombro izquierdo, mirando al sur, cosa que le
hizo suspirar; sin separarse del poste descolgó el bolso que afirmaba en el
hombro derecho y lo dejó en el suelo, delante de sus pies cruzados en clásica
forma. Después de levantar el cuello de su chaqueta y juntarlo en el pecho
para cerrar el paso a la fría brisa, puso las manos en las carteras y hundió la
barbilla en el pecho como para anochecer un segundo, tres segundos en esa
posición le bastaron para pensar:
-¡Qué rico el viento!, creo que estaría, por lo visto, llegando al final de este
episodio, es cierto que debo retornar y en uno de los paraderos me estarán
esperando, ¡creo!. La verdad es que no creo que estén; pero puede ser. Ya es
hora de comenzar a bajar, pero estoy cómodo, voy a descansar otro minuto y
luego comenzaré mi descenso, una vez que llegue abajo si no los encuentro,
me tomaré un schop de los grandes y después veré lo que hago. Estoy
comenzando a sentir pesadas las piernas y un pequeño dolor en la espalda,
creo que estoy comenzando a sentir pesadas las piernas y un pequeño dolor
en la espalda, creo que estoy comenzando a sentir todo el cuerpo, me
pondría a dormir aquí mismo. ¿Me estaré haciendo viejo?..., quizás..., ¡ya
basta!..., ¡a caminar se ha dicho!

Abrió los ojos se desperezó, mira a todos lados sin mirar, y en violento y
elástico movimiento se inclina para coger el bolso, con una leve demora se
incorpora dirigiendo su mirada al sur como para despedirse. Y cual si
saliesen de su imaginación, distingue la silueta de dos mujeres bien
agraciadas que, sin poder distinguir por su somnoliente estado y ubicación
del sol, insiste en observar hasta que en uno de los recién tostados rostros y
graciosas siluetas descubre la de ella, medio atontado y sobresaltado, su
rostro atraviesa toda una gama de sensaciones e ideas para plasmarse en una
careta de asombro y recriminaciòn la que trató de disimular con un gesto de
grata indiferencia. Ella, menos diestra en el arte del disimulo, gritó a media
cuadra su asombro, casi rayando en el susto, y una chispeante gratitud
condimentaba con algo de incredulidad en sus timoratos ojos negros...
Caminaban los tres: ella al centro, la amiga de ella al lado izquierdo y él a la
derecha. El contraste había sido para ellos un tanto desconcertante, tanto que
no bastó el saludo, el beso en la mejilla ni siquiera las palabras que cruzaron
en el camino para lograr desentrañar la maraña de confusas emociones y
sentimientos que se arremolinaron en el casi seco pozo de las emociones
profundas de nuestro héroe y de su amiga. El contó la semi-aventura del día,
pues mucho se reservó, pero dijo, o al menos creyó decir lo suficiente como
para que se diesen cuenta de que había significado para él llegar hasta ahí.
Caminaba entre cansado, tostado por la brisa y la espera, deseoso de
sentarse, cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, con la seguridad de
haber llegado a puerto seguro, a puerto hermoso para luego despertar y
saciarse de aquello que un no sabía que. Ella caminaba un tanto ebria por la
emoción, charlaba sin saber qué, sonreía, miraba y su corazón se exaltaba
como esperando un grato porvenir, llegado a la vez. Eran como dos almas
eufóricas, conscientes de ello y sabedoras que en el momento en que estaba
escrito se verían confundidos en una beso, dulce embeleso que... Después de
caminar unos cuantos minutos, de avanzar unas cuadras y de casi
aventurarse en errados pasajes, logran llegar -pues fue una proeza- a la casa
donde se hospedaban.
La casa era sencilla, humilde, no pobre, muy amplia y acogedora. En ella
habitaba una muy agradable viuda y una hija con su respectiva familia en
otras dependencias del mismo inmueble. Acompañaban a la amiga de
nuestro héroe: su tía, una mujer soltera, no muy joven, buenamoza, atractiva
y de una personalidad muy festiva; su prima, una chica de unos 23 ò 24 años
de edad, de piel blanca, figura menuda, pero muy definida y de muy grata
personalidad y parecer; su amiga del alma, la que ya conocemos: y un par de
amigos, uno extrovertido y otro introvertido, ambos gratos, simpáticos y, al
decir femenino, de buen parecer. Al llegar ahí la algarabìa era ostensible, el
ánimo festivo y, como se vería después, los instintos lùdicos no estaban
ausentes. Había de todo para degustar, carnes, ensaladas, bebidas, tragos, y
salado para picar. Nuestro amigo fue muy bien recibido, las fórmulas de
protocolo fueron olvidadas y de inmediato se pasó a un familiar trato, por lo
que muy pronto se vio sin saco, charlando, ayudando, sirvièndose, pidiendo
le sirvieran, riendo de, y sirviendo para las risas de, etc. Entre comidas,
ocasionales tragos, cantos, llorar de guitarras y el calor de un horno de barro
en el patio, fue transcurriendo el tiempo hasta acabar el festejo nocturno, el
que concluyó con el "cumpleaños feliz" para la amiga de nuestro héroe...La
agonía era evidente, bien lo sabían los contertulios, no así las guitarras que
poco sabían del silencio; pero así y todo no faltaban los abundantes y
dicharacheros vivas junto con el tronar de copas llenas de un muy criollo
pisco sauer, a lo que la tía, sobresaliendo en medio de la algarabìa del grupo
que había aumentado, repetía un estribillo:

- ¡Bravo, bravo!...,pero no muerde..., ¡ja ja ja!

A estas alturas nuestro héroe embriagado ya por la multitud, la comida, la


conversación y el ambiente, había decidido no empaparse inconscientemente
de aquello que sucediera, sino que había decidido que nada le privaría de
estar consciente y disfrutar de cuanto sucediera, por lo que al verse copa en
mano y después de haberla degustado, se deshacía de su contenido
brindàndosela a aquella generosa tierra que pisaba bajo esa hermosa luna,
cálido ambiente de bullicioso transcurrir, aunque totalmente ajeno para él.
Había decidido conocerlo y degustarlo, y llegaría hasta el fin.
La noche había comenzado a ser vivida y había que continuarla. Todos los
presentes trabajaban, por tanto, un fin de semana era algo precioso, valioso,
algo que había que aprovechar, vivir tan intensamente como fuera posible
sin comprometerse, debía ser algo digno de recordarse y un verdadero oasis
antes de comenzar a lidiar nuevamente en la jungla de concreto, ya, para
pasado mañana.

-¿Vamos a la playa ahora?


-¡Vamos, ya es buena hora!
-¡Ya pues, vamos!
-Ya niÑitos, nos vamos todos a la playa y no se hable más.

¡Vamos, pues! dijeron todos y no se habló más. Hasta donde se pudo, con
ostensible apresuramiento y poca dirección se dejó todo en "condiciones":
aseo, lavado de loza, vajilla, etc. Y se aperaron para salir a libar los aires
nocturnos sin importar cuanto éstos depararen. La noche era joven a decir de
ellos.

Entre chistes y risas, todos, excepto la dueña de casa, hacen abandono de la


estancia. Cada dama se toma del brazo de un varón, nuestro héroe y su
damisela demoraron el uno en ofrecer su brazo como apoyo y el otro en dar
lugar a tal oferta y en aceptar; caminaban a veces de a dos por la vereda y
otras todos por la calle en una dispersa horizontal.

Muy animada se veía la tía Erika, que tenía ya la edad de una tía, aunque
muy fresco espíritu y una muy experimentada vida, de belleza madura y de
ojos claros que contrastaban con los oscuros ojos y negra barba, con
pequeños y recientes brotes albos de Víctor, "el muchacho" para los más
amigos. Quién contaba ya con treinta y siete años, un matrimonio, un
divorcio y una anulación de matrimo nio, con dos hijas por testigos, cuatro
carreras universitarias comenzadas y una recién terminada después de largos
años de duro bregar. Era el espíritu más jovial del grupo y rica personalidad,
pozo insondable de sabiduría que se hacía más profunda, rica y densa, al
expresarse en su grave y poética voz. De estatura y contextura media, pero
nunca delgada, velludo y de gruesas manos. Muy bien se veía con la grácil
figura de la tía Erika y me imagino que mucho mejor se veían esas manos
unidas, una de la mujer: blanca, muy cuidada al costo de las buenas cremas,
de largas uñas muy bien atendidas y prolijamente pintadas, fuertemente
unida a aquella siniestra de hombre hombre: tosca, gruesa, velluda, que en
nada ocultaban los duros oficios que ha debido realizar en procura del
sustento para una familia y luego para su formación profesional.

Entre ellos las risas iban y venían. Las siluetas en la noche recortadas por los
rayos lunares eran una oda a los sexos: a la feminidad y la masculinidad,
todo era sombras y leves sonidos, pero así y todo podía adivinarse una
hermosa nariz respingada, unos ojos verdes con unas largas y crespas
pestañas y unas "patas de gallo" en un blanco-bronceado fondo. Ni hablar de
esas formas entre tímidas y generosas; nada que decir de ese macho cabrío.

No eran niños, los que abrazados o tomados de la mano iban, por lo que fácil
y rápidamente podemos identificar y caracterizar; el orden nada querrá decir,
pero me inspira Isabel: una chica de estatura entre mediana y baja, muy
curvilínea, de cabello corto, nariz respingada y pómulos prominentes,
grandes ojos negros y hermosas pestañas, de un hablar claro, fluido y
dicharachero, de caderas, "derriere" y busto generoso, pero no grotesco.
Parvularia. Coqueta, muy simpática, arriesgada en el amor, pero infeliz,
producto de una superficialidad que se impone como careta para no dar a
conocer sus estados de ánimo y querer ocultar a todas voces un pasado no
grato, como el que todos relegamos al más apartado y oscuro Rincón de
nuestra psiques; y sin embargo, de vez en cuando acariciamos con
morbosidad, con masoquismo. Por eso, y en un afán evasivo, y porque
fomenta lo que es y en el fondo quiere ser, gusta muchísimo de los paseos y
salidas en grupo. En esta ocasión estaba muy consciente de ello tanto como
que ella nacionalmente, aunque no a disgusto de su instinto femenino, había
decidido compartir con Pedro pensando que con ayuda de él se centraría o
estabilizaría emocionalmente, como esperando encontrar un buen maestro en
él o al menos un discípulo aventajado de la vida o simplemente un buen y
responsable alumno de esta difícil escuela en la que ella no había podido
rendir y la que tan duramente le tratara en su travieso paso por las diferentes
aulas en escucha de las más diversas cátedras. ¿Quién era Pedro?, no mucho,
a decir verdad para las insospechadas alternativas de Isabel en este
muchacho: técnico en electrónica, un poco hippie de corazón, pero muy
formal en su vestimenta y trato, aunque nunca ha podido deshacerse de ese
modo especial de expresión oral que le delataría hace algunos años como
devoto seguidor de Silo. Es alto, blanco, de nariz aguileña, de cabello
castaño casi largo, peinado hacia el lado, pero que con pueril rebeldía le cae
en la frente, de caminar liviano casi gacelesco de no ser por un pequeño
encorvamiento de su cuello. Le caracteriza también su personalidad
simpática, lo que se llamaría entre damas muy "dije", muy livianito de
sangre, no deja notarse el titánico esfuerzo que hace por comunicarse debido
a que en su fuero interno se sabe muy tímido, en todo caso, el ser
introvertido no le es impedimento para comunicar esa simpatía exuberante
de la que no se sabe poseedor, pero que ya muy bien conocía Isabel pese a
las pocas horas de conocerse y los pocos minutos de llevar entrelazados sus
dedos y... Lo cierto de todo es que reían, secreteaban y parecían ebrios cual
si estuviesen empapados de sus gratas personas. Lo grato es que la noche
comenzaba y había reservado, para ellos, de sus más claros mantos y tibios
hálitos para guiarles en el camino...

Daniel era de los más dichosos: estatura media, estudiante de historia,


engreído, pedante, menospreciador, moreno, místico, arribista y pobretón,
desastrado para vestir, y más que nada por su pobreza a la que llamaba
excentricidad. Era uno de los más dichosos precisamente por ser un tipo
común y corriente, casi ordinario, pero muy astuto, ya que lograba pasar por
excéntrico, incluso en su personalidad: hecho por lo que era casi bien
recibido.

Muy bien recibida y querida era Claudia, que más que encariñada o
enamorada, como ella creía, estaba engañada por la fuerte personalidad de
Daniel y por su retórica, cosa que a ella le extasiaba en su sensible alma de
niña que quería ser mujer. Su figura ya lo era, alta, la más del grupo, morena
de cabello y blanca de piel, nariz oriental, turca, muy finos y elegantes
modales, esbelta figura, excelente dueña de casa, dotada de mucha clase y de
un muy generoso Corazón...., entre otras cosas. Estaba por terminar su
último año de enseñanza media. La mejor de tres hermanas, de muy buenas
relaciones, amante de la repostería y los niños...pequeños...Eran los que más
se alejaban, adelantándose o atrasàndose, para entre risas alcanzar o esperar
al grupo que seguía caminando hacia la playa, eran ya dos años y medio que
se conocían. ¡Bastante! -decían ellos-.

Había otro, de mediana estatura, de buen carácter. Un caballero, culto,


tímido, calculador, contador de profesión. Dentro de su mediana estatura se
distinguía una contextura agradable, amante del mar y excelente nadador, de
humilde origen, pero arribista. Amante de lo caro, "snob", en otras palabras,
con profundos conflictos sicológicos, poco experimentado en las lides del
amor. Antipático a primera vista, pero buen muchacho en el fondo. Llevaba
por pareja a Marlene, estudiante de cuarto año de Filosofía, buena alumna,
de familia de bajo abolengo, pero emprendedora, lo que le habría dado a la
fecha un buen status económico, pasando así a formar parte de la muy escasa
clase media. Hermosa, elegante, de bellísima voz, arribista, de cautivadora
simpatía para algunos, y de casi mortal antipatía para otros, u otras. Tal para
cual dirìase y la verdad es que así parecía.

Lo cierto es que la noche se hacía más joven a cada paso, risa, beso y abrazo.
Había tiempo, luna, brisa y estrellas..., y ellos bien lo sabían.

Aunque pudiera no parecerles, o al menos muy raro, nunca fue notorio, o


muy notorio, el aislamiento aparejado, en otras palabras el grupo no perdiz
su calidad de tal, hasta ese momento al menos.

Nuestro héroe, que sin exagerar, no conocía ni apellido ni segundo nombre


de nuestra damisela, esa noche sabría de ella: de su sinceridad, ternura,
humildad y sencillez de Corazón.

Habían alcanzado la playa, la luna les seguía, la brisa y el mar en sus olas
más blancas y sonoras les recibían, la noche ya había difamado de su
presencia. Y por más cuidado que pusiesen al pisar la arena, el rumor de sus
inquietudes y perspectivas les acusaban. Caminaban queriendo ser un
grupo... pero ya eran binomios. Ambos eran los últimos y no les importaba,
sabían que había playa y noche para ellos también. Todos quisieron
detenerse y uno de ellos, desnudo, entregarse al mar, en medio de risas,
vivas y aplausos. No estaban ajenos a esto, pero guardando una distancia
prudente decidieron por fin charlar. El muy bien sabía lo que quería saber y
lo que quería entregar; ella no sabía qué preguntar ni qué entregar, pero el
silencio en el silencio no lo conocía y prefería aprenderlo sola, pues ahora se
sentía acompañada, o al menos que esta noche se podía estarlo. Hoy amaría
el desvelo, deseaba el insomnio y acariciaba secretamente el compartirlo,
pero no el silencio, aún necesitaba de las palabras y las esperaba, aunque
temor le causaba el no saber en que combinación vendrían, por lo que
prefirió las de ella, aquellas interrogantes, anhelantes de razón, el por qué de
muchas cosas. Su brazo buscó calor, y su rostro también lo hubiera
encontrado, pero debía interrogar y en los ojos ver más que las palabras. Su
rostro con infinita ternura y con un hilito de voz, casi imperceptible que de
no ser por su diáfana claridad habría sido inaudible, comienza:

-¿Por qué viniste?...

El, con su acostumbrado letargo, se da un tiempo para responder, la


respuesta la sabía, pues la traía consigo y muchas más; sin embargo, prefirió
tomarse su tiempo para luego responder con otra voz que no era la suya, sino
que le prestaba la noche, el viento y el frío. Voz gruesa y raída.

-Porr..., que tú me invitaste, o más bien dicho, me invité. Sí, creo que me
hice el invitado.
-¡Nooo!, yo te invité.
-¿Ah, si?...gracias.
-Pero, ¿por qué viniste? -insiste ella-.
-Por lo que ya te dije...y para conocer y darme un descanso, por lo demás me
hacía falta salir.
-¡Sabes!, quiero decirte que estoy muy agradecida de que hayas venido, me
hace feliz..., te lo agradezco de corazón.
-El agradecido soy yo, y soy yo el que se siente bien por haber venido, y por
lo demás, aún te debo el abrazo y beso de happy birthday.
-¿Sabes qué? -dice ella-.
-¿Qué cosa? -dice él-
-Que..., yo no pensé que ibas a venir, yo quería, en el fondo esperaba que
vinieras; pero lo creía imposible, y las chiquillas me decían que no ibas a
venir y me hacían dudar.
-Me imagino; pero ya ves, he venido y aquí estoy contigo ahora.
-Sí, así veo, parece increíble y hace tan poco que nos conocemos.
-Hummm, hummm.

Y a decir verdad aún no se conocían, aunque las circunstancias se daban, ya


sólo quedaba tiempo para que uno de ellos fuese conocido por el otro,
porque, aunque muy joven fuera la noche y aunque no lo quisiesen, a la hora
que era debida decidirían que hasta esa hora solamente una señorita debía
estar fuera de casa por grato que fuere y por más que les pesare, sobretodo a
los varones, y en especial a nuestro héroe que lo mismo le era el día que la
noche, cada uno como extensión y principio del otro, hasta cuando los
furtivos descansos no eran suficientes para su cansado cuerpo.

-¿Te acuerdas cuando nos conocimos? -dijo ella con melodiosa voz-
-Sí... ¿qué pensaste tú?
-A mi me pareció tan raro que un tipo se acercara a mi, me prestara un libro,
no me dijera ni su nombre ni me preguntara el mío, ¡qué loco!, dije... y que
más encima me dijera todo lo que me dijo... era verdad y es verdad eso, pero
me molestó, aunque traté de disimular. Cuando recién me lo dijiste me
molestó, pero cuando me lo explicaste se me fue de a poco el enojo.
-¿Qué tal te pareció el libro?
-Bueno, me gustó.
-Te acuerdas cuando te pasé a buscar y tú me dijiste que tenías que irte
volando. Nos vamos volando, te dije -recuerda él-
-Sí, lo que pasa es que no quería irme contigo, por eso te dije eso -recuerda
ella-.
-Y nos fuimos volando, ja ja ja -dicen y ríen a dúo-.

Poco a poco se había ido perdiendo esa excesiva formalidad inicial tan
propia de nuestra dama, y de nuestro héroe con una dama como ella. Ya
reían, se acercaban, se distanciaban, se buscaban y esquivaban en muy sutil,
pero ya entablado diálogo corporal.

-¿Te acuerdas cuando volvimos a vernos? -pregunta él-.


-¡Nooo!, no me acuerdo.
-Yo sí.
-Anda, ¿dime cuándo fue? -pregunta ella-
-Te acuerdas cuando pasé cerca de donde estabas tú, te saludé de lejos y
seguí mi camino...Sucede que aquel día yo iba saliendo por donde tú estabas,
pero mi intención era salir por el otro lado y sin querer me perdí y tuve que
dar varias vueltas, al final igual volví donde estabas tú y más perdido que
antes.
-Ja ja ja, por eso traías esa cara -ríe ella-
-Si, ja ja ja.

El grupo reía y cantaba, se escuchaban vivas, aplausos, desafíos, etc. Todo


era risas, cánticos y alegría, parecían no advertir que a la noche sigue el día y
entre uno y otro debe dormirse, descansar. Entregarse en sagrado culto a
Morfeo.

En ese momento, viendo que llevaban mucho tiempo en ese lugar, deciden
caminar por la playa, y así lo hacen. Nuevamente emprenden caminata,
ahora por la orilla de la playa que, a esa hora recupe raba, como quisiese el
hombre para sí, su virgen suelo, suelo que nuestro amigo y demases se
disponían a gustar, siendo los primeros, y conscientes de ese íntimo
encuentro, disfrutaban cada paso sobre la húmeda alfombra bañada ahora
por el mar y por la luna que poco a poco había caminado por la bóveda
celeste de estrella en estrella.

Eran ya los únicos, en la noche y en la playa, bajo el cielo que parecía querer
abrazarles con su manto de estrellas más jóvenes.
Poco a poco fueron alcanzando cada una de las diferentes playas hasta
llegar a la última, aquella en que nuestro héroe estuvo durante el día.

De no verse resulta increíble tanta alegría, tanto jolgorio y pueril felicidad;


pero así era y sería, aunque ya no por mucho tiempo.

Era el paisaje, entre fantástico y fantasmagórico. Las olas antes de llegar a la


orilla se estrellaban en algunas prominentes rocas colocadas como boyas
para indicar a toda hora la altura de la marea, ese ruido resultaba
embriagador, como el derramarse de una botella de champaña recién
descorchada; casi podían sentir correr el afrodisiaco néctar por sus
gargantas. El viento, que era brisa, les refrescaba la caminata y a veces se
hacía Frío, como para recordarles la hora, pero poco caso le hacían. La luna
con sus claros y casi fluorescentes rayos producía ese efecto de luz y
sombra que se veía acentuado por las infinitas dunas, tras las cuales parecía
ocultarse cuanto espíritu de aventuras pretéritas que querían ser presente,
querían ser un ahora y para siempre, pero eso era mucho pedir. Para él, claro
está.

Llevados casi por magnetismo estelar, cada pareja se acomodó, unas a la


tenue luz y otras a la sombra de las dunas para iniciar en el tiempo de
nuestra atención: la última vuelta del puntero mayor.

-¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? -pregunta ella-.


-Mmmm..., -eso significa Mm-.

Precisamente cuando nuestro héroe decía mm, significaba eso y nada más
que eso. El estaba muy bien recostado apoyando su espalda en la arena, en
cambio nuestra dama estaba muy incómoda, cambiando de posición muy
seguido, a un metro de su compañero, quien se reía de la incomodidad de su
amiga y de la pregunta que así le parecía fuera de lugar; pero muy bien
comprendía su ternura y por eso también sonreía; sin embargo, notaba que
hace algunos minutos su ánimo ensombrecía y le molestaba el no poder
explicarse ese mal presentimiento que ya era angustia. Intentando quitarse
ese mal gusto, la invita a sentarse cerca de él compartiendo el apoyo, pero
sin abrazarla. Así un tanto aliviado, y grato de su cercanía y tibieza, y más
de su rostro luz sombrío, y su voz cascadezca. Sin mirarla responde:
-Nos vimos después, cuando fue a ver a un amigo y te dije que me esperaras,
que tenía algo que entregarte y no era nada, sino que compré unas pastillas,
me esperaste y te las regalé.
-¡Sìi...! -contesta ella- -Sì, y luego tú me convidaste y te fui a dejar...¿te
acuerdas?
-Sí, me acuerdo...

El con mucha dificultad, había terminado su relato, pues su pensamiento


estaba muy ocupado y contrito, recorriendo los intrincados laberintos de su
ser en busca del por qué de su ansiedad, angustia y algo más que no podía
definir...

-¿Qué piensas? -dijo ella-


-...Noo..., nada -mintió él-.
-Humm...

Se hizo más introvertido y más visible su desazón, situación que al advertir


ella, se fue incomodando sin saber tampoco muy bien por qué, pero
advirtiendo que algo flotaba en el ambiente.

En medio de una inquietud que ya era desesperada, se incorpora adoptando


la posición de loto e irguiendo su talle y cuello; observa el paisaje y se
percata que su estado de ánimo era una réplica de lo que había estado
sintiendo en la tarde. Sintiòse como flotando en una extraña atmósfera, se
inclina hacia ella para mirar su rostro que hacía visible su incomprensión;
pero él, endulzando su mirada, da tranquilidad a la de ella; sin embargo, un
segundo antes de hablar, en sus ojos ya estaba la pregunta y ella en los suyos
tenía la respuesta:

-¿Te has acostado alguna vez con un hombre?


-... -ella-.
-... -él-.
-Sí, hace tiempo, por amor, por un tiempo -por lo visto ella había leído más
allá de las palabras-.

Después del si, nuestro héroe, en los ojos de ella como un cinerama, vio el
sueño que había tenido en la tarde y ahí comprendió todo, y le dolió. Y más
le dolió ver en aquellos ojos cuando hubo ya pasado la película de su sueño,
una expresión que él ya conocía, que una vez había visto; pero, sin embargo,
esa agudeza de corazón fue comparativamente leve y breve, lo que le causó
asombro; no pudiendo dejar de esbozar esa expresión que ella interpretó a
burla o desprecio, sintièndose profundamente, por lo que bajó la vista para
terminar cerrando los ojos y apoyando su mentón en el pecho, a la vez que
decía con una voz que se quebraba, pasando de cascada a hilito apenas
audible:

-Me desprecias, pero fue amor. Una dolorosa historia de amor que ya pasó y
que la he superado sola. No podía mentirte y tú sabes lo que nadie y que por
años he guardado, y pensé que sería mi secreto de toda la vida. ¡Qué
tontería!, ¿verdad?...,¡qué tonta soy!...todo se acabó...¡te equivocaste
conmigo!, ¿verdad?...-dijo esto cuando levantaba la cabeza para fijar sus
ojos que estaban empañados con lágrimas a punto de rodar. Vio en ella tal
abatimiento y placidez como quien se quita de encima un peso después de
mucho caminar intentándolo cuesta arriba. Ese relajamiento, que parecía
dolorosa renuncia, le causó a la vez una anhelada y perdida paz-. ¡Te
equivocas! -dijo él-.
-¿Sabes?, -dijo ella- siento como si dos mundos se hubieran acercado
mucho, tanto como para conocerse y ser uno, pero habiendo estado a punto
de colisionarse, se hubiesen apartado, más y más a cada instante.
-Te equivocas, no me conoces -dijo él con sentida emoción-.

Su rostro se dulcificó, tanto que irradiaba infinita ternura. Inclinàndose,


depositó en sus labios los suyos. Y juntos se hicieron un beso, dulce
embeleso, y en sus oídos un mensaje:

-"Eres una buena chica..."

¿Qué había visto en los ojos de ella?, ya no un sueño, sino una realidad que
en la tarde había soñado. Ahora veía en ella aquella gaviota solitaria sobre la
roca, golpeada por las olas, que rescatada por un compañero, se eleva en
hermosos giros para luego en las alturas separarse; pero sólo después de
juntas volar. Eso no era un sueño, sino una realidad que podría ser y que fue.
Comenzando esa noche, casi sin saber por qué.

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