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Un Lugar en Tu Corazon - Amanda Lee
Un Lugar en Tu Corazon - Amanda Lee
Amanda Lee
Argumento:
Eran muy buenos amigos, así que fue normal que cuando el marido de Lisa
Patterson y la mujer de Jordan Callahan se mataron en un accidente, ella se
volviese a Jordan en busca de consuelo. Pero él ya había dejado Annapolis...
y a Lisa.
Cuando volvió, Lisa se dio cuenta de lo mucho que Jordan significaba para
ella. A pesar de su dolor y su resentimiento, no podía negar que la pasada
amistad se había convertido en una pasión ardiente. ¿Qué le impedía a
Jordan aceptar el amor que ella sabía que compartían?
Amanda Lee – Un lugar en tu corazón
Capítulo 1
La pequeña habitación revestida de madera había sido diseñada para ser una
biblioteca. Ahora albergaba el taller donde se hacían los muñecos de los que vivía
Lisa Patterson. Cada centímetro disponible de las mesas y estanterías estaba ocupado
por un auténtico zoológico de animales de felpa y peluche: una abuela osa con
delantal y cofia, varios corderillos con chalecos de lana, sonrientes hipopótamos
vestidos con delicados tutús, y un montón de criaturas igualmente fantásticas.
Lisa Patterson estaba sentada en su cómoda silla cosiendo unos adornos sobre
un reno cuando un movimiento llamó su atención. Levantó los ojos a tiempo para ver
un muñeco azul y blanco caer del alféizar de la ventana.
—Samantha —regañó la joven—, si estropeas ese muñeco, no podré venderlo. Y
entonces tendremos que reducir tu ración de hígado y atún.
Como si hubiera entendido, la gatita se bajó ágilmente del antepecho de la
ventana.
—Mira. Toma.
Lisa le tiró entre las patas una pelota de hilos inservibles y Samantha empezó a
jugar con ella sobre el suelo de madera.
Lisa sonrió mientras la miraba. Coser era un trabajo solitario y la gata era una
buena compañía… cuando se comportaba como era debido.
Satisfecha al ver a Samantha ocupada de nuevo. Lisa volvió a su trabajo. El
pequeño reno de juguete era parte del pedido especial para el escaparate de Navidad
de Thelma's, la juguetería a la que vendía la mayoría de sus manualidades. Las
formas básicas las hacía a máquina, pero eran los detalles bordados a mano los que
hacían de sus creaciones algo especial.
Después de terminar el reno y alcanzar otro, Lisa miró la habitación a su
alrededor con cierto sentimiento de orgullo. No había pasado mucho tiempo desde
que se pasaba las noches en vela pensando en cómo iba a pagar el entierro. Gracias a
Dios eso había terminado.
Había necesitado mucha confianza en sí misma y muchas horas de trabajo para
conseguir hacer de un agradable pasatiempo un negocio próspero. Pero lo había
hecho, y su hazaña la llenaba de orgullo. La Navidad era la época en la que ganaba
más dinero, pero compatibilizar el trabajo de los juguetes con su pequeña pensión
particular era mucho más duro en esas fechas.
El timbre de la puerta sonó. El sábado por la tarde era poco frecuente que
alguien se presentase buscando alojamiento, pensó Lisa. Y la mayoría de sus
huéspedes solían hacer las reservas por adelantado. Todavía con el reno en la mano,
bajó al vestíbulo y abrió la puerta principal.
—¿Es usted la señora que alquila habitaciones? —preguntó una grave voz de
barítono.
Lisa miró al alto individuo trajeado que esperaba en la puerta.
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—Así que has estado en Kingston —dijo Lisa mientras le precedía por el
vestíbulo hacia la cocina.
—Sí. Restaurando un retablo del siglo dieciocho en la zona del río Hudson. Me
hicieron una oferta que no pude rechazar.
«A menos que hubieras querido volver a casa», pensó Lisa sin atreverse a
decirlo. Sirvió dos tazas de café y automáticamente puso una cucharada de azúcar en
la de Jordan.
Se volvió y le sorprendió mirándola; dedujo que estaba estudiando los cambios
que se habían producido en ella igual que ella misma había hecho antes. La vanidad
la hizo desear haberse puesto un vestido esa mañana en vez de los vaqueros y el
jersey de algodón que llevaba.
—Parece… —empezó él dudando sobre las palabras a utilizar—, parece que las
cosas te van bien.
—Este año he recorrido un largo camino.
—Me alegro.
Lisa quería preguntarle cómo le iba. Pero cuando lo había hecho hacía un
momento no había tenido éxito. Pero también era cierto que Jordan Callaban siempre
había hecho las cosas a su manera y a su tiempo. Tendría que esperar hasta que él
sacara el tema.
Lisa empezó a cortarle un poco de bizcocho que había hecho esa misma
mañana.
—Gracias. Tiene muy buena pinta. Todavía haces los mejores postres de la
ciudad.
—Ya no cocino tanto como antes.
Lisa ya no pudo dominar más su curiosidad y preguntó.
—¿Has estado en Nueva York todo el tiempo?
—No. Antes de eso estuve trabajando en Louisiana, restaurando una casa de
estilo colonial. Te hubieras quedado de piedra: hasta probé la comida española.
—¿No me digas? Recuerdo que me costó semanas convencerte para que
probaras el cerdo agridulce en el restaurante chino que abrieron cerca del
embarcadero.
Él sonrió.
—Y nunca dejarás de recordarme lo mucho que me gustó.
Por un momento, habían vuelto a caer en la conversación informal y relajada
que siempre había sido tan normal entre ellos.
Jordan bebió un sorbo de café.
—A propósito, te he traído un libro de cocina. Recuerdo que te gustaba
experimentar con recetas nuevas.
Lisa estaba casi emocionada.
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cerrar la puerta del taller. Si la gata entra cuando yo no estoy no quiero ni pensar lo
que puede ocurrir.
Jordan sonrió.
—Tengo que ver tus trabajos —dijo levantándose.
Lisa le precedió hacia la antigua biblioteca. Cuando Jordan vio los animales de
peluche silbó admirado.
—Veo que has estado muy ocupada.
Se acercó a una mesa y levantó un canguro con gafas con un mandil cosido a su
marsupio. El cangurito que había dentro también llevaba galas. Jordan rio.
—Siempre has tenido un sentido del humor bastante original.
—Gracias.
Se dieron la vuelta para salir y Jordan miró la lámpara que colgaba del techo.
—¿Sabías que tienes dos bombillas fundidas?
—Sí. Pero no me decido a subir la escalera del sótano.
—Ve a buscar las bombillas y yo te las cambiaré.
—No es necesario.
—Si no lo haces, vas a acabar con gafas, como esos canguros.
Lisa se encogió de hombros y fue a cumplir su orden. La necesidad la había
forzado a cuidarse de sí misma. Pero había cosas que eran mucho más fáciles de
hacer sí se medía un metro noventa.
Cuando volvió, Jordan ya estaba subido a una silla desenroscando las bombillas
fundidas.
—Haces que parezca fácil —dijo ella cuando terminó de hacerlo.
—Lo es.
Al salir Lisa cogió una chaqueta ligera de la percha que había a la entrada.
Samantha, tumbada al sol que se metía por la ventana la miró medio dormida.
—Cuida de la casa por mí, cariño.
Jordan rio.
—¿Ha tenido Samantha alguna vez mayores oponentes que muñecos de
peluche?
—No. Pero sé que no hay intrusos cuando entro y está esperándome a la puerta.
Jordan se puso serio.
—Espero que seas más precavida que eso… dado que ahora vives sola.
Lisa le miró fijamente a los ojos.
—Es un poco tarde para que te preocupes por eso. Además, los fines de semana
suelo tener huéspedes.
Jordan se miró la punta de las botas.
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Situada en un punto con una vista espectacular sobre el río, en tiempos había
sido una mansión victoriana. Lisa siempre había admirado la torreta en la esquina
oeste y envidiado secretamente el gran porche que rodeaba tres partes del piso abajo.
Jordan había trabajado muy duro restaurando la vivienda para devolverle su
esplendor original. Pero un año de abandono y la ola de violentas tormentas que
había arrasado la bahía Chesapeake habían pasado la factura. A diferencia del Nido
del Águila, la propiedad llegaba hasta el río. Lisa siguió a Jordan a la parte de atrás y
encontraron que tanto el embarcadero como los cobertizos habían desaparecido: el
trabajo de dos veranos consumido en una sola tarde de naturaleza furiosa.
Jordan permaneció de pie sin moverse, mirando tranquilamente el curso del río
como si tratara de ver dónde habían ido a parar los frutos de su trabajo.
—Vamos dentro —dijo débilmente, dándose la vuelta.
Antes de alcanzar el porche se oyó un crujido de madera rompiéndose. Lisa
miró horrorizada cómo el segundo escalón cedía. Los segundos siguientes pasaron
en un flash de movimientos descoordinados.
Jordan perdió el equilibrio y cayó de espaldas mientras Lisa se apresuraba a
impedir su caída.
Le sujetó a tiempo, pero no pudo aguantar su peso. Cayeron al suelo juntos, con
Lisa sentada sobre un lecho de hojas secas y Jordan en su regazo.
—¿Estás bien? —la preguntó él con preocupación.
—Recuérdame que no vuelva a intentar ayudarte —dijo ella entre risas.
—Sí, señora.
De pronto Lisa fue consciente de la forma en que sus senos tocaban la espalda
de Jordan. No podía moverse porque sus piernas estaban debajo de las de Jordan.
Pero ella sentía más el calor de sus muslos que su peso. El inesperado
descubrimiento la dejó sin aliento, y ni siquiera pudo intentar deshacerse de él.
Por un momento él tampoco se movió. Lisa se preguntó si Jordan podría
advertir los alocados latidos de su corazón. Antes de que pudiera preocuparse por
ello, él estaba en pie y ayudándola a levantarse.
—Pareces una ninfa de los bosques —murmuró quitándole las hojas del pelo
con delicadeza.
Ella cerró los ojos y no se movió, terriblemente sensible al toque de los dedos de
Jordan sobre sus rizos.
—Ya está; como nueva —dijo él.
—¿Y tú? —preguntó Lisa abriendo los ojos—. ¿Te has hecho daño? —añadió
con una voz no excesivamente tranquila.
—Sólo en mi orgullo. Has sido una buena colchoneta para mí.
—Y tú un buen saco de ladrillos.
Ambos rieron. Lisa se sentía más a gusto con aquellas bromas que con la
tensión de momentos antes. O quizá sólo se había imaginado algo más que amistosa
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preocupación en sus caricias. Lisa encontró sus ojos y vio una desconcertante
emoción brillando bajo la risa, y rápidamente volvió a mirar el lugar del accidente.
—No sabía que la madera pudiera pudrirse tan deprisa.
Él sacudió la cabeza en un gesto de auto reproche.
—Y no puede. Sabía que los escalones necesitaban repararse el año pasado,
pero nunca encontraba el momento de hacerlo. Vamos dentro, ¿te parece?
Esa vez Jordan fue mucho más cuidadoso al subir. Lisa esperó mientras él
inspeccionaba y probaba cada tabla del porche. Satisfecho, se volvió hacia ella.
—Puedes subir con cuidado.
Lo primero que notó Lisa cuando él abrió la puerta principal fue un fuerte olor
a humedad.
—Ha entrado mucha agua —dijo Jordan tosiendo—. Esto necesita airearse.
Pulsó el interruptor de la luz varias veces pero no pasó nada.
—¿Has seguido pagando las facturas?
—Bob se ha encargado de eso.
—Entonces quizá sólo esté fundida —sugirió Lisa.
—Voy a echar un vistazo al contador.
Mientras Jordan buscaba unas velas. Lisa cruzó el salón y descorrió las cortinas.
Luego abrió los grandes ventanales. Cuando se dio la vuelta, Jordan llevaba un
candil en la mano.
—Volveré en un par de minutos —dijo.
Lisa le vio desaparecer por la puerta y luego miró a su alrededor. La habitación
estaba llena de antigüedades que Sandy conseguía en subastas y Jordan restauraba.
Ahora una gruesa capa de polvo cubría todos los muebles. Lisa vio consternada que
el terciopelo pardo del sofá se había convertido en un rosa polvoriento y que la cara
alfombra oriental estaba empapada bajo sus pies.
Lisa se fijó en más detalles. El agua había movido algunos muebles y un
revistero estaba volcado sobre un lado.
Esperaba que el seguro de Jordan pagara todos los desperfectos.
Sandy guardaba los documentos importantes en el secreter del despacho.
Jordan podría necesitar algunos de ellos.
Lisa entró en la pequeña habitación y abrió las ventanas. El escritorio no estaba
dañado pero algo no estaba bien. Le llevó un momento descubrir qué era. Sandy
siempre había sido meticulosamente ordenada con los documentos. Ahora los
papeles estaban desparramados sobre la mesa o metidos a toda prisa en los cajones.
¿Habría entrado alguien en la casa vacía?
Lisa se acercó más y entonces oyó pasos en el corredor.
—Jordan, ven y mira esto.
Su alta figura apareció en la puerta.
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Capítulo 2
Jordan apretó los puños.
—Lo siento. No quería gritarte —murmuró.
La ira había desaparecido dejando paso al dolor y la confusión. Era como si el
montón de papeles revueltos sobre el escritorio fueran un doloroso recuerdo de lo
que había sido su vida antes de dejar la ciudad hacía un año.
Lisa quería abrazarle y darle su apoyo. Pero sabía que Jordan no lo aceptaría.
—¿Crees que se han llevado algo importante? —preguntó amablemente.
—¿Llevado?
En sus ojos azules se reflejo la confusión, y luego sacudió la cabeza al
comprender.
—No ha entrado nadie. Tenía prisa por irme y no tuve tiempo de recoger bien.
Lisa reprimió el impulso de preguntarle lo que había estado buscando. Después
de todo, no era asunto suyo.
Jordan se acercó al mueble y bajó la tapa como para poner fin a la discusión. La
madera gimió desagradablemente en protesta y Lisa se estremeció al oír el sonido
chirriante.
Sin una palabra más, Jordan salió de la habitación y en la puerta espero a que
ella se reuniera con el.
Lisa vio que era imposible salir sin rozarle, pero el no se movió. En vez de eso,
se inclinó ligeramente y la miró con una extraña expresión en la cara. De pronto Lisa
no pudo evitar recordar la forma en que se había sentido cuando se cayeron juntos al
suelo. El corazón empezó a latirle con fuerza.
No le gustaba en absoluto que su cuerpo actuara por su cuenta. Levantó la
barbilla y paso por su lado sin detenerse en dirección a la puerta principal. Él la
siguió y no habló hasta que hubo cerrado la casa con llave.
—Perdona mi nerviosismo.
¿Cuál de los dos estaba más nervioso?, se preguntó Lisa.
—Algunas veces las cosas más pequeñas son las más duras de afrontar —
murmuró ella.
—¿Como qué?
Jordan no se movió ni la miró a la cara. Lisa no estaba muy segura de qué
estaban hablando. Pero era más fácil interpretar la pregunta como referente al pasado
y no al presente.
—Como encontrar un recibo de hace tres meses de la tintorería y tener que ir a
buscar el traje de Ted. Cuando me dijeron que se habían deshecho de él rompí a
llorar aunque yo probablemente lo hubiera dado a la beneficencia de todas formas.
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Después de eso, no fui capaz de desprenderme de nada de Ted. Lo metí todo en cajas
y lo guarde en un armario del desván.
Lisa se detuvo, esperando que su pequeña confesión le ayudara a hablar de sus
propios sentimientos.
En vez de aportar nada personal, Jordan cambió de tema.
—Descubrí qué era lo que pasaba con las luces —dijo con voz cansada.
—¿Está estropeado todo el sistema?
—Sí. Ha debido caer algún rayo y ha hecho saltar todo el sistema eléctrico.
—¿Lo puedes arreglar tú mismo?
—Probablemente. Pero no esta noche.
Jordan suspiró antes de continuar.
—Si mal no recuerdo, el supermercado cierra pronto los domingos. Supongo
que será mejor que me acerque y compre algo de comida.
Lisa se volvió a mirar la puerta cerrada, recordando el desorden que se
escondía dentro.
—No estarás pensando en quedarte aquí.
—No será tan terrible. Estoy habituado.
—Estarías mucho más cómodo en El Nido del Águila.
—Las sábanas limpias son una buena tentación, pero no me gustaría molestar.
—Jordan, tengo huéspedes toda la temporada.
Él la miró primero a ella y luego a la casa.
—Entonces no te ofenderás si insisto en pagar.
Lisa apretó los labios y pensó. No le gustaba la idea de aceptar dinero de un
amigo, pero estaba segura de que sería la única forma de que él aceptara su
hospitalidad.
—No si eso te hace abandonar la idea de quedarte en una casa oscura y malsana
que huele como una granja de champiñones.
Él se rio.
—¡Una granja de champiñones! Seguro que si vamos al sótano encontraremos
alguno.
—Entonces todo arreglado. Te vienes a mi casa.
—Solo hasta que encuentre un sitio habitable.
Una vez alcanzado el acuerdo, emprendieron la vuelta hacia casa de Lisa. El sol
había pintado el cielo de rosa y naranja pero el calor solo estaba en los colores. El aire
era fresco y ambos caminaban deprisa, con las manos en los bolsillos.
—Lo menos que puedo hacer el llevarte a cenar —dijo Jordan cuando llegaron a
la puerta de la cocina.
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Ella contuvo una exclamación. Suaves como las alas de una mariposa, sus labios
se movieron contra la palma de su mano. Pero aunque el toque fue ligero, Lisa pudo
sentir la caricia en lo más profundo de ella. Le era imposible resistirse a la atracción
sensual. Inconscientemente, trazó el contorno de sus labios con el pulgar como
invitándole a continuar.
Jordan murmuró algo que Lisa no pudo comprender. No estaba despierto, pero
su subconsciente debía haber sentido su respuesta. Sus palabras fueron seguidas de
un incremento de la presión en su mano.
Lisa casi cayó sobre sus piernas.
—¡Jordan, estás soñando!
Le pareció que sus párpados se abrían muy despacio, como si Jordan no
quisiera cambiar el placer por la realidad. Sus ojos azules se clavaron en los suyos y
si él se extrañó de que sus labios estuvieran en su mano, no lo demostró. En vez de
eso, la soltó y Lisa se dio la vuelta hacia la bandeja que había dejado sobre la mesa.
Todavía podía sentir el roce de sus labios. Como para ahuyentar la sensación
presionó su palma contra un lado de la taza.
—Está frío —anunció.
—Lo dudo.
Lisa instintivamente supo que no debía hacer caso a ese extraño comentario.
Jordan se incorporó en la silla y sacudió la cabeza.
—Todavía estoy medio atontado. Siento haberme dormido.
—No importa. Gracias por ayudarme.
Jordan ahogó un bostezo.
—Me alegro de haber podido reparar el perjuicio que te he ocasionado al
hacerte perder toda la larde.
—El descanso me vino muy bien.
Lisa dudó antes de continuar.
—No te preocupes por el cacao. Lo puedo meter en el frigorífico y calentarlo
mañana para el desayuno.
Jordan se levantó y se estiró.
—Es una buena idea. Mejor subiré las escaleras mientras aún pueda moverme.
—Hay toallas limpias en el armario del fondo del pasillo. Te veré por la
mañana.
Lisa le siguió con la mirada hasta que sus anchos hombros desaparecieron por
la puerta.
Samantha, que había estado acurrucada en un rincón, arqueó el lomo y luego se
acercó a restregarse contra la pierna de su ama.
Automáticamente, ella se agachó a acariciarla.
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Capítulo 3
Estaba demasiado cansada para darle vueltas a ese asunto, pensó Lisa mientras
cerraba las puertas, apagaba todas las luces excepto una en el vestíbulo, y empezaba
a subir las escaleras.
Hacia la mitad del tramo sus ojos estaban al nivel de la fina línea de luz que
salía por debajo de la puerta del baño de los huéspedes. En ese momento oyó el ruido
del agua en el lavabo. ¿Iría a lavarse los dientes? ¿Se estaría quitando la camisa para
lavarse la cara y el cuello?
Sacudió la cabeza tristemente. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo en mitad de
las escaleras imaginándose lo que haría Jordan Callahan en el cuarto de baño? ¿Y si él
abría la puerta y la sorprendía? Terminó de subir y se dirigió a su habitación.
Después de atrancar su puerta, empezó a hacer sus propios preparativos para
meterse en la cama. Pero mientras se echaba la crema limpiadora no pudo dejar de
analizar por qué estaba pensando en Jordan de esa desacostumbrada manera.
Hasta su partida después de la muerte de su mujer, ambos habían comprendido
muy bien cuál era su relación. Él había sido el mejor amigo de su marido. Ella la
mejor amiga de su mujer. Se gustaban y confiaban el uno en el otro.
Esos antecedentes muy difícilmente explicaban lo que había ocurrido entre ellos
cuando Lisa se había inclinado a despertarle. Lisa se echó agua fresca por su cansada
cara. Eso de «entre ellos», había sido una fanfarronada, se dijo. El roce de los labios
de Jordan contra su palma había sacudido todo su cuerpo, pero él ni siquiera había
sido consciente de quién estaba a su lado.
¿Qué la pasaba? ¿Sería simplemente la reacción normal de una mujer que
llevaba un año y medio sin hacer el amor?
Levantando la cabeza se encontró con su propia mirada preocupada en el
espejo. Desde que Ted había muerto no había buscado otra relación. Pero, ¿y antes?,
¿en los últimos meses turbulentos de su matrimonio? Nunca le había dicho a Sandy,
su mejor amiga, lo mucho que las cosas se habían deteriorado entre ellos.
Repentinamente cansada, Lisa se puso el camisón y se metió en la cama.
Después de poner el despertador a las seis y media para poder terminar el trabajo, se
arrebujó entre las mantas y trató de dormir. Pero no podía dejar de pensar en Jordan,
Sandy y Ted. Y los pensamientos de Ted siempre le producían un dolor especial. Su
marido y ella habían tenido una de sus peleas la tarde que él se marchaba en el que
sería su último viaje de negocios, de hecho, se había alegrado de tener la casa para
ella sola durante unos días. Lisa se mordió el labio inferior y escondió la cara en la
almohada, le había despedido furiosa y él nunca había vuelto. Eso era algo que se
reprocharía el resto de su vida.
Pasó mucho tiempo antes de que pudiera conciliar el sueño. Finalmente el
cansancio venció a sus remordimientos. Primero cayó en la inconsciencia, pero
inevitablemente el sueño profundo trajo las pesadillas, que siempre eran la medida
exacta de su ansiedad.
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Lisa puso dos rebanadas de pan en el tostador y bajó la palanca con un golpe
seco.
Desde su sitio en la mesa de la cocina. Jordan levantó la cabeza sobresaltado.
—¿Qué ocurre?
—Nada.
—¿Siempre te levantas de tan mal humor?
Lisa se volvió y le dirigió una mirada despectiva. Ahí estaba, relajado y
descansado y mirándola como si no tuviera un sólo problema en el mundo.
—Sólo cuando tengo un millón de cosas que hacer y veo que no tengo tiempo
suficiente —replicó.
Jordan la miró pensativamente con una ceja ligeramente levantada.
Lisa no se movió. Una parte de ella quería excusarse por su rudeza. Pero la otra
rápidamente vetó las palabras de perdón que ya estaban en la punta de su lengua.
Tenía toda la justificación del mundo para estar de ese talante. ¿Qué derecho tenía
Jordan Callahan a aparecer de nuevo en su vida después de un año sin siquiera una
postal? Un año antes ella había necesitado su ayuda para rehacer su vida, y él la
había dejado en la estacada. Y se había probado a sí misma que podía arreglárselas
muy bien sola, sin él y sin nadie.
¿Pensaba acaso que podía volver ahora y retomar su amistad como si nada
hubiera pasado?
Casi como si le hubiera leído los pensamientos. Jordan se aclaró la garganta y
retiró su silla.
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Durante el pasado año, el taller de Lisa había sido un santuario. Allí solía
encontrar el sosiego que necesitaba, pero incluso eso le era negado esa mañana. Al
abrir la puerta, sintió una oleada de confusas emociones mientras su mirada caía en
los dos sillones situados frente a la chimenea, donde Jordan y ella los habían dejado
la noche anterior. Se volvió para encender la luz antes de poner en orden la
habitación. Luego cogió la bolsa de renos que aún necesitaban algún toque.
El trabajo era pura rutina. Desafortunadamente eso dejaba su mente libre para
volver a los sentimientos que se habían despertado en ella con la vuelta de Jordan.
Una de las cosas que nunca le habían faltado durante los últimos meses
turbulentos con Ted, y en el año sin el, era su habilidad para controlar sus emociones.
No importaba cómo se sintiese, nunca lo demostraba.
Entonces, ¿qué le pasaba ahora? Esa mañana había estado muy desagradable
con Jordan. Si Jordan se parecía en algo a Ted, probablemente estaría achacando su
mal humor a la tensión premenstrual. Desde luego no podía alegar eso en su defensa,
y tampoco iba a usar la excusa de que no había dormido bien esa noche.
Se inclinó a acariciar el lazo de terciopelo que acababa de coser alrededor del
cuello de un reno. Era suave… suave como el roce de los labios de Jordan contra su
palma la pasada noche. Hacía mucho tiempo que no reaccionaba de esa forma ante el
contacto con un hombre.
En ese momento oyó cerrarse la puerta principal, Jordan se iba… sin decirle
adiós. Después de su comportamiento en el desayuno, difícilmente podía
reprochárselo. Con el trabajo en la mano olvidado. Lisa se quedó mirando las oscuras
cenizas en la chimenea. Luego se repuso. Ya había meditado suficiente durante los
meses siguientes a la muerte de Ted. Y había comprobado que no se llegaba a ningún
sitio, y ella tenía mucho trabajo que hacer esa mañana.
Para animarse un poco. Lisa puso una emisora de música pop. La hora
siguiente trabajó sin parar al ritmo del rock. Cuando terminó el último muñeco y se
levantó para colocarlo con los demás, se sentía satisfecha. Los osos, las muñecas y los
gansos de Navidad que había hecho la semana pasada ya estaban empaquetados y
listos para entregar.
Lisa cogió dos de sus creaciones y las giró para admirar la expresión traviesa en
sus caras. Había conseguido el efecto con hilo de bordar y botones negros redondos y
brillantes, dando a cada uno su propia personalidad. Estaban realmente bien, aunque
loa hubiera hecho ella misma. En Thelma's había visto a una niña muy pequeña
abrazar a uno de sus ositos como si nunca fuera a soltarle. El recuerdo le produjo un
nudo en la garganta. Ella había querido tener hijos, pero ése había sido uno de los
asuntos que Ted y ella no habían resuelto nunca. La primera vez que ella había
sacado el tema de formar una familia, él había dicho que era mejor esperar hasta que
tuvieran más dinero. Pero cuando la economía dejó de ser un problema, su actitud
hacia tener hijos no había cambiado.
Suspirando, Lisa cogió las cajas. Después de sacar a Samantha fuera del taller,
cerró la puerta y se dirigió hacia la cocina. Al dejar las cajas sobre la mesa para
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ponerse la chaqueta, una hoja de papel verde cayó al suelo. Tenía que ser de Jordan.
Usa la recogió y leyó:
Perdona por haberte obligado a quedarte hasta tan larde trabajando anoche. Estaré
comprando provisiones y trabajando en casa. Se que estas muy ocupada, así que no te
molestes con la cena, porque probablemente llegare tarde de todos modos. Espero que pronto te
sientas mejor.
Era corta y concisa, pero Lisa no tuvo dificultades en leer entre líneas. Le había
hecho sentir un intruso y un estorbo. Ahora Jordan estaba tratando de apartarse de
su camino prudentemente.
Lisa apretó los dientes. No era culpa de Jordan que su vuelta hubiera
despenado en ella todos esos sentimientos confusos. Y lo que era más, él no era sólo
un amigo; también era un huésped que pagaba su estancia en el Nido del Águila. Lo
menos que le debía era un comportamiento hospitalario… y una disculpa.
Una vez fuera. Lisa metió las cajas en el coche y durante un momento se detuvo
a aspirar el frío aire del otoño. Esa mañana el aire era mucho más vigorizante que
tres tazas de café.
Sólo tardó quince minutos en llegar a la tienda en la calle Duque de Gloucester.
Al ser lunes y muy temprano, la zona financiera no estaba muy llena, y Lisa pudo
encontrar un aparcamiento muy cerca. Se detuvo a la entrada y admiró sus
creaciones en el escaparate exterior.
De hecho, la familia de pingüinos del centro había sido un encargo especial de
Thelma para ser el punto clave de todo el escaparate.
Thelma le abrió la puerta.
—Déjame ayudarte con esas cajas —le dijo cogiendo un par de ellas.
Lisa siguió a la enérgica mujer de pelo gris dentro de la tienda y dejó su carga
sobre el viejo mostrador de roble. La tienda estaba decorada al estilo antiguo, y
Thelma tenía allí una colección de artesanía local digna de mejor suerte. Esa mañana
la tienda olía a canela y clavo.
Lisa aspiró apreciativamente y miró alrededor en busca de la fuente. Por fin
localizó una tetera sobre un infernillo cerca de la puerta de la trastienda.
—¿Sirviendo bebidas a estas horas? —preguntó Lisa.
Thelma se pasó una mano regordeta por el mandil y sonrió.
—Una infusión relajante. Hace que los clientes se queden más tiempo mirando.
Y cuanto más miran, más probabilidades hay de que encuentren algo que quieran
comprar.
—Es un buen negocio para mí.
—Sírvete una taza.
Lisa la obedeció.
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Thelma cogió uno de los osos que había traído en la última remesa para
inspeccionarlo.
—Estos son aún mejores que los anteriores —exclamó.
—Gracias. Me aburro de hacer siempre lo mismo y trato de variar los modelos.
—Tus muñecos siguen teniendo un éxito espectacular. Y es porque son siempre
nuevos. Creo que esta remesa me durará como mucho dos semanas. Pero el sábado
vino un autocar de jubilados de Baltimore y casi me dejaron sin nada. ¿Tendrías
tiempo de hacerme tres o cuatro docenas más de osos y patos antes del día de Acción
de Gracias?
Lisa bebió un sorbo mientras reflexionaba. Era agradable saber que su trabajo se
estaba vendiendo bien. Y además necesitaba ese dinero. Pero ya tenía unos encargos
que terminar, y se estaba quedando sin materiales.
—Creo que sí. Pero te lo diré con seguridad a finales de semana.
—¿Tienes muchos huéspedes en el Nido del Águila? —preguntó Thelma con
tono casual.
—Vaya.
Hubo una pausa mientras Lisa bebía de su taza y Thelma encontraba espacio en
las estanterías para los nuevos muñecos.
—Doris Fletcher ha estado aquí hace un rato con sus bordados. Me ha dicho
que le pareció ver la furgoneta de Jordan Callahan enfrente de tu casa anoche y otra
vez esta mañana —comentó Thelma.
A Lisa se le fue la infusión por mala parte y empezó a toser.
—¿Estás bien?
Lisa asintió y se pasó los nudillos por los ojos llorosos. Había olvidado lo
deprisa que las noticias corrían en la ciudad.
—Ha vuelto para ver los daños que ha causado la tormenta en su casa. Está
deteriorada para vivir allí.
—Ha tenido suerte de que tuvieras habitaciones libres.
—Sí —dijo Lisa lacónicamente.
—Me alegra que por fin alguien haya tenido noticias de ese chico. ¿Cómo está?
Si Lisa hubiera interpretado la pregunta como pura curiosidad, habría
improvisado una respuesta cortante aunque cortés. Pero Jordan le había dicho lo
mucho que se interesaba Thelma por él desde el colegio. Y Thelma le había
preguntado por él muchas veces durante el pasado año. Y además, su propia relación
con esa mujer se había hecho muy importante. Por todo eso, pensó su respuesta antes
de contestar.
—Este año le ha cambiado.
—También te ha cambiado a ti —dijo la otra mujer.
—Pero al quedarme aquí me forcé a enfrentarme a la parte desagradable y a
trabajar para salir adelante.
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—Ahora que los vecinos saben que he vuelto, supongo que debo quitar las
hojas y cortar el césped antes de la primera nevada —observó Jordan mientras
extendía la manta en la hierba.
Una ligera brisa del río la levantaba, y se arrodilló para sujetarla con su peso.
Lisa le imitó.
El sol de mediodía había calentado el frío aire de octubre. En el cielo, una
bandada de gansos volaba hacia el sur.
—Ha sido una idea muy buena. Muchas gracias —dijo Jordan sentándose y
cruzando sus largas piernas a la altura de los tobillos.
Lisa repartió la comida en dos platos de papel y le tendió a Jordan el más lleno.
—Tienes mucho trabajo en la casa. Quizá debieras contratar a alguien que te
limpie el jardín.
—Es una buena idea —dijo Jordan ocupado con uno de sus cangrejos—. Hace
tiempo que no como esta maravilla.
—¿Por ahí no comen marisco?
—No lo suficientemente bueno para alguien nacido y criado a un tiro de piedra
de la Bahía Chesapeake.
Lisa rio.
—Tienes razón.
—Veo que has recorrido un largo camino. Todavía puedo ver la expresión de
horror que pusiste cuando la camarera trajo aquella fuente de cangrejos.
—Tú me enseñaste todo lo que necesitaba saber.
Jordan se limitó a sonreír. Lisa se encontró sonriendo también. Con un suspiro,
se acomodó contra el tronco que utilizaba como respaldo. Antes de la tragedia que
había separado sus vidas, su relación con Jordan Callahan había sido como llevar un
par de cómodos mocasines. Desde su vuelta. Lisa se había sentido como si tuviera
que bailar con unos zapatos de tacón de quince centímetros de alto. Era un alivio
saber que al menos por unos minutos podía quitárselos.
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Capítulo 4
Cuando terminó de comer, Jordan se cruzó los brazos sobre el pecho con
expresión satisfecha.
—Ha sido cien veces mejor que el filete que yo tenía en la nevera de la
furgoneta.
—Era lo menos que podía hacer después de haber sido tan grosera contigo esta
mañana —dijo Lisa recogiendo los últimos restos y metiéndolos en la bolsa.
Levantó los ojos para mirarle, esperando algún tipo de respuesta. Jordan lo
único que hizo fue sostener su mirada.
—Estabas molesta por lo de anoche.
Debía estar refiriéndose a lo que había pasado cuando ella había vuelto con el
cacao.
—Pensé que estabas dormido.
Jordan arrancó una brizna de hierba. Lisa miró sus ágiles dedos de trabajador
mientras dejaba que el tallo se balanceara entre su índice y su pulgar.
—Anoche, eso era lo que yo quería que pensaras.
—¿Cómo?
—Ahora me doy cuenta de que sería mejor si pusiéramos las cosas en claro
entre nosotros.
—¿Qué cosas? —preguntó Lisa en un susurro.
—Esto… por ejemplo.
Jordan tiró la brizna de hierba, se inclinó hacia Lisa y la atrajo hacia sí anulando
el espacio que había entre ellos. Hubo un instante de sorpresa en el cual ella trató de
soltarse.
Él había sido su amigo. El marido de Sandy. El mejor amigo de Ted. De pronto,
Jordan lo había cambiado todo. Pero el primer contacto de los labios de Jordan contra
los suyos apartó cualquier pensamiento racional de su mente.
No había ninguna duda en aquel beso. Jordan no pidió permiso. Simplemente
la hizo darse cuenta de la fuerza de la atracción que había entre ellos desde que había
vuelto.
En vez de resistirse, los labios de Lisa se suavizaron bajo la apremiante presión
de su boca. Cuando sintió su lengua dentro, un delicioso temblor recorrió su cuerpo,
y Lisa se apretó contra su duro pecho, buscando instintivamente su calor.
Sintió, más que oyó, el ronco gemido de Jordan mientras la abrazaba con fuerza
y sus dedos empezaban a acariciar su espalda.
La noche anterior Lisa había querido tocarle también, pero se había contenido.
Ahora no podía resistirse a satisfacer esa necesidad. Con un dedo trazó la dura línea
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no iba a entrar en una discusión con ella sobre por qué era mejor mirar al futuro en
ese momento.
Lisa se aclaró la garganta.
—En vez de tirar todas esas cosas, ¿me dejas que me lo lleve a casa y lo guarde
hasta… por un tiempo?
Jordan se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras.
—De acuerdo.
Jordan no se movió ni dijo nada más.
—¿Te espero para cenar?
—No.
Lisa casi no vio a Jordan Callahan durante los días siguientes. Si no hubiera
sido por el olor de su loción en el cuarto de baño de los huéspedes y su taza fregada
sobre el mostrador todas las mañanas, no habría sabido que había alguien más aparte
de ella y Samantha en el Nido del Águila. Lisa nunca había sido una mujer de mucha
vida social, y como no tenía hijos, tampoco pertenecía al club del colegio ni
participaba en las actividades que ocupaban el tiempo de ocio de sus vecinos.
Después del funeral había recibido cierto número de invitaciones a cenar de las
parejas que había conocido a través de Ted. Aunque eran cordiales, no eran
realmente sus amigos, y no estaba de humor para hacer el esfuerzo.
Durante el año anterior había descubierto que su propia compañía era
suficiente cuando no había huéspedes, y su trabajo le daba suficiente
entretenimiento, Pero estaba sorprendida de lo deprisa que la serenidad podía
evaporarse. Ahora la misma soledad que solía agradarla, le hacía sentirse intranquila
y desasosegada.
Mientras trabajaba por las noches en el último pedido para Thelma, se
encontraba a sí misma esperando el más leve ruido de Jordan abriendo la puerta con
la llave que le había dado. Cuando oía sus pasos en el vestíbulo, se le aceleraba el
pulso. Pero nunca se paraba a saludarla como lo habría hecho en los viejos tiempos,
cuando eran amigos. En vez de eso, se iba directamente a la cama.
Las cosas habían cambiado entre ellos, y no para mejor precisamente. Aunque
le doliera, sabía que no tenía ningún derecho a quejarse porque él la ignorara. No
obstante, no podía evitar esperar algún gesto amistoso por su parte.
El miércoles por la noche Jordan llegó un poco antes de lo normal, alrededor de
las nueve. Lisa, que estaba inclinada sobre la máquina de coser, se sentó derecha en
la silla y escuchó el crujido de las viejas maderas bajo su peso. Jordan se dirigía a la
cocina. Lisa volvió a su trabajo pisando con fuerza el pedal de la máquina. En
protesta, la bobina de la máquina se atascó y la aguja quedó inmovilizada sobre el
tejido. Iba a tener que dedicar unos diez minutos a repararlo.
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Lisa decidió que sería mejor tomarse una taza de té antes de volver al trabajo.
Pero cuando iba por el vestíbulo estaba pensando que necesitaba la compañía tanto
como la infusión.
Jordan sólo había encendido la luz sobre el homo, y la habitación estaba en
sombras. Cuando Lisa apareció en la puerta, él levantó la vista con una taza de café
instantáneo en la mano.
—Perdona si te he interrumpido.
—No me has interrumpido —mintió ella—. Necesitaba un descanso.
Jordan se apoyó en la encimera.
—Llegas tarde para el café instantáneo.
—Voy a tomarme un té —repuso Lisa.
Deseaba encender la luz para disipar la repentinamente sobrecargada atmósfera
de la cocina. Pero no quería que él supiese que le molestaba el sentimiento de
intimidad. Al pasar a su lado hacia el armario, le miró de reojo. De cerca pudo
detectar cansancio en su rostro. Todas las mañanas antes de que ella se levantase,
Jordan ya estaba fuera, y no volvía hasta la noche. Debía estar trabajando catorce
horas diarias, y eso empezaba a notársele.
—No tienes que hacer el trabajo de dos meses en una semana —comentó con
sinceridad.
Jordan suspiró.
—El problema es que cada vez que arreglo algo descubro dos cosas que
necesitan atención inmediata. Cuando empecé a reparar las escaleras del porche,
¡encontré un termitero!
—¡Oh, las odio! —exclamó Lisa con repugnancia.
—Y luego está el tejado. No puedo reparar el daño del agua hasta que ponga las
tejas que faltan. La próxima vez que llueva, se me va a mojar todo otra vez.
—Pero si no te dosificas vas a acabar contigo.
Mientras hablaba. Lisa se dio cuenta de que era la clase de advertencia que
hubiera hecho una esposa a su marido.
La respuesta de Jordan, en cambio, estuvo muy lejos de ser la típica de un
marido.
—Pensé que cuanto más rápido tuviera mi casa reparada, antes dejaría de
agobiarte.
—No me agobias.
La tetera silbó y ambos fueron a quitarla del fuego. Cuando sus manos
coincidieron en el mango, los dos las retiraron a toda prisa, como si el contacto les
hubiera quemado.
—Creo que los dos estaremos mucho más a gusto cuando yo me haya ido —
observó él secamente.
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Lisa no supo qué responder, pero supuso que él había tomado su silencio como
una afirmación.
—Escúchame, Lisa. Lo siento. El otro día cometí un error. Lo último que
pretendo es presionar a una mujer que no está interesada.
Lisa retrocedió un paso al oír las claras palabras. Dolían mucho más porque a
pesar de lo que le hubiera dado a entender a Jordan en el río, ella estaba interesada.
Pero era muy duro confesarlo.
—Jordan, te dije que estaba confusa.
Él la dirigió una mirada valorativa.
—Bueno, yo no me estoy ofreciendo como sicoanalista.
Lisa sintió que se sonrojaba y espero que la oscuridad ocultase su rostro. En
silencio vio cómo Jordan se daba la vuelta y salía de la habitación.
Jordan había dicho que no quería molestarla, pero a la mañana siguiente hizo
mucho más ruido de lo usual mientras se preparaba para marcharse. Era como si
estuviera tratando de despertarla para poder continuar su agria discusión de la
noche anterior. Pero ella no iba a seguirle el juego.
Esperó hasta que oyó alejarse la furgoneta y luego se levantó. Por extraño que
pareciese, descubrió que encontraba placer en abrir el grifo tanto que sonaran las
cañerías y cerrar los cajones de golpe. El día anterior por la tarde estaba triste. Pero
en algún momento durante la noche, el sentimiento se había transformado en ira.
Samantha, que había estado tumbada en su cama, la miró disgustada con sus
ojos entornados y salió de la habitación.
—¿Huyendo de la quema? —le preguntó Lisa a la gata.
Samantha siguió andando sin mirar atrás… igual que había hecho Jordan un
año antes. Lisa se metió las manos en las mangas de su viejo jersey reconociendo en
silencio que era conveniente tener un foco para su malhumor. Su buen amigo Jordan
Callahan se había ido cuando más lo necesitaba. Y había vuelto esperando que
sencillamente podían seguir donde lo habían dejado. ¡No! Ni siquiera era así. Él no
quería retomar las cosas donde las había dejado. Quería cambiar por completo las
reglas entre ellos. Bueno, ella no podía hacer las cosas tan rápido, suponiendo que
fuera eso lo que ella quería hacer.
Toda la mañana se forzó a trabajar. Pero después de comer admitió por fin que
estaba demasiado nerviosa para sentarse y coser. Además, el parte meteorológico
había dicho que un frente frío llegaría al atardecer. Había comprado cuatro docenas
de bulbos de tulipán para los parterres del porche principal. Si quería que floreciese
la próxima primavera tenía que plantarlos ya.
Lisa se puso sus gruesos guantes de jardinera y una chaqueta y salió al exterior.
Supervisando su pequeño jardín, la invadió un sentimiento de orgullo por lo que
había conseguido. Aquellos terrenos habían sido una especie de campo de batalla
entre Ted y ella. Él quería una gran extensión de hierba pero no estaba dispuesto a
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renunciar a sus partidos del sábado por la tarde para cuidarlo. Lisa se había ocupado
de cortar la hierba, pero tardó poco en descubrir que era alérgica al heno; además,
ella prefería las flores. Gradualmente había dejado de quejarse y centímetro a
centímetro había extendido sus plantaciones de flores. El pasado verano, sin objeción
de ninguna clase por parte de Ted, había contratado a un muchacho para que cuidara
el césped y pusiera senderos de losas de piedra.
Mientras caminaba entre sus plantas se detuvo a cortar un ramillete de
margaritas. Su jardín había sufrido bastante con las tormentas. Eso le recordó que
debía preocuparse de cambiar de sitio el árbol de la entrada. Como había dicho
Jordan, parecía bastante debilitado.
Después de plantar dos docenas de bulbos, Lisa empezó a arrancar las malas
hierbas. En eso estaba cuando el sonido de neumáticos la hizo levantar la cabeza. Su
primer pensamiento fue que Jordan había vuelto por alguna razón. Para su sorpresa,
el vehículo que apareció fue un antiguo y cuidado Packard.
A las únicas personas que Lisa conocía con un coche así eran las hermanas
Featherman: Beatrice y Henrietta. Como su coche, ambas estaban muy bien
conservadas y eran poco corrientes. Profesoras retiradas, solían ir al Nido del Águila
cada pocos meses, a investigar datos de la Academia Naval para un libro que estaban
escribiendo. Pero según su lista de reservas, no las esperaba hasta el día siguiente.
Lisa se quitó los guantes y se los metió en el bolsillo trasero de los vaqueros.
Mientras se acercaba al coche, Henrietta bajó la ventanilla.
—Hola —saludó jovial.
—¿Vais por delante de vuestras previsiones o es que yo me he equivocado? —
preguntó Lisa.
—Lo primero, querida —admitió Henrietta—. Pero esperamos que tengas
disponible nuestra habitación.
Lisa se retiró un mechón de la frente. Había estado muy ocupada y no había
tenido tiempo de preparar su habitación e ir a la compra.
Al ver la indecisión en su cara, Beatrice intervino.
—Si todavía no está preparada, podemos volver más tarde esta noche… o
quedarnos en un hotel.
—No estoy dispuesta a que paguéis los precios de un hotel. Pero voy a tardar
un par de horas en tenerla a punto.
—Entonces iremos de compras y volveremos después de cenar —dijo Henrietta
—. Pero nos gustaría dejar el equipaje arriba, ¿podemos?
—Por supuesto. Dejadme ayudaros.
Lisa ayudó a las hermanas a llevar sus bolsas a la soleada habitación que habían
reservado.
—Oh, veo que tienes otro huésped —observó Henrietta al pasar delante de la
habitación de Jordan.
—Sí —dijo Lisa lacónicamente.
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Sin pensar, Lisa le cogió las manos y se las puso en la cintura bajo el borde de su
amplio jersey. Volvió a temblar cuando sintió los dedos de Jordan sobre su piel
desnuda, abarcando su cintura.
—Te estoy dando frío —se disculpó Jordan.
—No.
Y ésa era la pura verdad.
Jordan dudó un momento pero no retiró sus manos. Luego, como si se
movieran por propia voluntad, empezaron a subir centímetro a centímetro sobre la
piel de seda de su espalda. Lisa sintió un delicado escalofrío y se arqueó contra él
como un gato siendo acariciado.
La misma imagen debió representársele a él.
—Gatita —murmuró.
Bajo la prenda Lisa no se había molestado en ponerse sujetador.
Cuando las manos de Jordan alcanzaron el lugar donde debería haber estado el
broche, su respiración se alteró. En algún lugar del cerebro de Jordan, la racionalidad
todavía era capaz de emerger del océano de emociones. Debería detenerse en ese
instante. No presionarla. «No seas loco y no te expongas a otro rechazo», se dijo a sí
mismo.
Pero no fue capaz de obedecer a su propia voz interior. Sobrepasado por la
necesidad de tocarla, dejó que sus manos se deslizaran por el cuerpo de Lisa,
llegando a sus senos. El calor, la suavidad, su forma y su volumen le hacían perder la
cabeza.
Cuando oyó un ligero sollozo escapar de sus labios, se detuvo en seco. Pero en
seguida supo que no era una protesta.
Lisa presionó sus senos contra sus manos. La instantánea erección de sus
pezones excitó a Jordan inmediatamente.
Palabras incoherentes salían de labios de Lisa. O quizá el no era capaz de
descifrar su significado.
Una oleada de deseo abrasador inundó a Lisa. Estaba ardiendo. El simple
contacto de los pulgares de Jordan sobre sus senos era demasiado para poder
soportarlo. Había pasado tanto, tanto tiempo… No. Nunca había sido así. Nunca tan
rápido. Nunca con tanta urgencia.
Aunque su mente no pudiera saber lo que quería, su cuerpo sabía
perfectamente lo que necesitaba. Ahora no hubo ninguna vacilación en la forma en
que sus caderas empezaron a moverse contra él. Lisa notó que Jordan se agarraba a la
barandilla en busca de apoyo.
No se dio cuenta de que casi le había tirado por las escaleras ni que ahora estaba
atrapada entre la suave madera de la baranda y los tensos músculos del cuerpo de
Jordan. Sólo sentía un enorme placer físico y un deseo incontrolable.
Lo que hubiera ocurrido después fue interrumpido por un violento golpe en la
puerta principal.
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—¿Quién puede estar ahí fuera en una noche como esta? —preguntó Jordan.
—Las hermanas Featherman.
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Capítulo 5
—¿Las hermanas Featherman?
La voz de Jordan estaba todavía ronca por la excitación. Se enderezó y el tejido
de los pantalones mojado por la lluvia se le pegó al cuerpo. Se miró y luego miró a
Lisa.
—No importa. Sea quien sea, no creo que me gustase conocerle en estas
condiciones.
—Oh, Jordan, estoy…
Antes de que pudiera terminar, volvieron a aporrear la puerta y se oyó una voz
femenina.
—¡Lisa! ¿Estás ahí?
Lisa tuvo ganas de decir que no y correr detrás de Jordan que ya casi estaba al
final de las escaleras. ¿Cómo podía dejarla en esa situación? Pero cualquier reproche
que quisiera hacerle por dejarla enfrentándose sola con las Featherman no tenía
sentido: era ella la que se había metido en ese lío la primera.
Lisa tomó aliento.
—Un momento —dijo arreglándose el pelo con dedos temblorosos y tratando
de recuperar la compostura.
Cuando abrió la puerta había logrado recuperar algo el control sobre sí misma.
Beatrice y Henrietta estaban resguardadas juntas bajo el pequeño porche como dos
duendecillos bajo una seta.
—Siento mucho haberos hecho esperar. Daos prisa, entrad aquí al calor.
—Estuvimos sentadas en el coche hasta que la lluvia amainó un poco —explicó
Henrietta—. ¡Y ese árbol! Ya veo que has estado fuera viéndolo.
—No, yo…
Lisa se detuvo en mitad de la frase y siguió la mirada de las hermanas hacía su
jersey y sus vaqueros. Horrorizada, descubrió que estaban empapados por el
contacto con Jordan. Pero se dijo a sí misma que quizá para alguien que no estuviera
sobre aviso, podría parecer simplemente como si hubiera estado bajo la lluvia.
—Sí, ha sido terrible —se corrigió rápidamente—. Tendré que ocuparme de ello
cuanto antes. ¿Habéis cenado bien? —preguntó cambiando de tema.
—Oh, sí. Comimos en el restaurante Riordan. El escalope de la bahía es
magnífico —dijo Beatrice entusiástica.
—Bueno, pero os tomaréis una taza de té caliente antes de iros a la cama.
—Gracias, querida. Nos vendrá muy bien.
—Pero antes, si me perdonáis, me gustaría cambiarme —murmuró Lisa.
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mismos de la noche de la tormenta, y una camisa azul y blanca bajo una cazadora de
piel.
—No te vas a deshacer de mí tan fácilmente hoy.
Su tono era tan amable como lo había sido durante todo el fin de semana, pero
no por ello Lisa se sintió mejor. Incapaz, de mirarle a los ojos, se inclinó sobre su
tarea y empezó a asegurar el papel a la tela con alfileres. Sintió más que vio que
Jordan avanzaba unos pasos.
—Mejor será que guardes ese trabajo para mañana, porque va a haber
demasiado jaleo aquí hoy para trabajar nada.
No había forma de ignorar ese comentario.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Billy Durham va a venir con el camión y la grúa.
En ese mismo instante se oyó el ruido del motor de un camión acercándose y
los cristales empezaron a temblar.
En respuesta a la cara de sorpresa de Lisa, Jordan levantó la voz por encima del
ruido.
—Va a retirar ese árbol.
—Pero yo he avisado a varias empresas y nadie podía venir.
A Lisa le costó trabajo hablar por encima del rugido del motor y del sonido de
la sierra mecánica.
—No has acudido a la persona adecuada.
Mientras hablaba, Jordan la cogió del brazo y la sacó al pasillo.
Antes de que pudiera decir nada, la puso la chaqueta.
Lisa miró por encima del hombro al taller.
—Mis pedidos…
—Pueden esperar.
Fuera, el ruido era casi ensordecedor, haciendo toda conversación imposible.
Sujetándola firmemente del codo, Jordan condujo a Lisa hacia su furgoneta
deteniéndose sólo para decir adiós a los trabajadores.
No volvió a hablar hasta haberse alejado un poco de la casa.
—Billy Durham fue amigo mío en el instituto. Le reparé unos muebles hace un
par de años y me debía un favor. Ha estado encantado de alterar su calendario por
mí.
—¿Cuánto va a costar?
—Nada. Ya te he dicho que me debía un favor.
—Gracias —murmuró Lisa sin quitar los ojos de la carretera.
No estaba del todo a gusto con aquel arreglo. Pero era mejor aceptar su ayuda
con gratitud.
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Iban por la carretera hacia la costa. Lisa supo dónde se dirigían cuando Jordan
se metió por la carretera de acceso a la playa. Cuando llegaron, aparcó el coche cerca
de los pocos que había allí en esa época del año. La playa estaba desierta excepto por
un pescador solitario metido en el agua hasta las rodillas.
Cuando Jordan apagó el motor, Lisa abrió la puerta y salió. Se sentía atrapada
en la pequeña cabina, y agradeció poder salir al aire libre.
El panorama era en otoño aún más sobrecogedor. Después de admirarlo
brevemente, Lisa se metió las manos en los bolsillos. Llevaba recorriendo casi
doscientos metros cuando Jordan habló.
—Lisa, no puedes andar más deprisa que yo, así que paremos y hablemos.
Lisa no se detuvo. Cuando sintió la mano de Jordan en su hombro, las palabras
que le habían estado dando vueltas en la cabeza salieron de repente.
—Debería disculparme por haber estado a punto de tirarte por las escaleras la
otra noche.
—No tientes nada por qué disculparte. Solo me hubiera gustado que las
hermanas Featherman no hubieran aparecido en ese instante.
Lisa se detuvo bruscamente.
—Jordan, éramos buenos amigos. Lo hecho de menos. Quiero volver a tener
nuestra antigua relación.
Tomó aliento y luego continuó.
—El hecho de que tú seas un hombre y yo una mujer se está interponiendo
entre nosotros. Ambos estamos mezclando la atracción sexual y la soledad.
Jordan pateó ligeramente la arena y Lisa bajó la cabeza.
—No es solo soledad… o sexo —dijo él.
—Entonces, ¿qué es?
—¿Estás tratando de decirme que estás tan sola… o tan desesperada … que si
Billy Durham hubiera aparecido en la puerta el jueves por la noche en mi lugar, le
hubieras abrazado así también?'
—No seas ridículo —dijo Lisa tajante enrojeciendo de pronto.
Jordan la cogió por los hombros y la hizo enfrentarse a él.
—Lisa, todavía somos amigos. Somos todo lo que siempre hemos sido el uno
para el otro. Tú eres todavía la mujer que me llevó al hospital la vez que me clavé un
clavo en la planta del pie. Y yo soy todavía el hombre que sacó aquel mapache de tu
carbonera a escobazos.
A pesar de todo, el recuerdo la hizo sonreír ligeramente.
—Pero también somos dos adultos solteros que se atraen el uno al otro —
continuó Jordan—. ¿Qué hay de malo en eso?
—¿Por qué ahora? Nos conocemos desde hace años. ¿Por qué está ocurriendo
ahora?
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Los ojos de Jordan eran más profundos que el azul del mar. La miraron
fijamente, obligándola a comprender lo que tenía que decirle.
—No es sólo ahora. Sabes tan bien como yo que nos atraemos desde hace
tiempo. Pero estábamos casados con otras personas, de modo que no hicimos caso.
Lisa cerró los ojos como para negar la verdad de esas palabras.
—Lisa —siguió Jordan sacudiéndola ligeramente por los hombros—. Mi esposa
está muerta. Y tú marido también. No hay nada inmoral en que ahora nos volvamos
el uno al otro.
Cuando ella trató de irse, Jordan no la soltó.
—Lisa, ¿qué te pasa? Sé que amabas a Ted, pero no estamos en la India del siglo
pasado, cuando las mujeres se quemaban en la pira funeraria de sus maridos
muertos. Estás actuando como si una parte fundamental de tu vida estuviera…
muerta.
—Eso no es verdad.
Pero mientras Jordan hablaba, ella reconocía la verdad, incluso aunque él no
supiera las razones de su comportamiento.
—Y no quieres reconocer las emociones reales entre nosotros —dijo él
roncamente.
Lisa no tuvo oportunidad de protestar. Jordan la besó. Y fue un beso que
demandaba el reconocimiento del actual estado de cosas.
Su boca era salvaje y dura. Incluso había algo como desesperación en aquel
beso. De pronto. Lisa sintió miedo. Aunque pudo separar sus labios de los de Jordan,
él la sujetó con fuerza.
—No.
Jordan pronunció la negativa con fuerza, y para Lisa fue el sonido que
anunciaba lo inevitable. Sabía que no podía ganar, pero porque en el fondo no
quería. Estaba indefensa contra ese hombre que había entrado en su vida a bocajarro.
Lisa se rindió, dejando que su cuerpo se fundiera con el de Jordan. Cuando volvió a
besarla, sus labios eran suaves y dulces.
En el momento en que sintió su rendición, la actitud de Jordan cambió. La furia
se transformó en ternura.
Ella sintió más que oyó su respuesta.
—Sí, eso está bien. No luches contra mí —murmuro Jordan.
—No puedo.
El tono de su voz le hizo levantar la cabeza y mirar sus ojos pardos brillantes de
lágrimas.
—Lisa, ¿qué pasa? ¿Qué anda mal?
El sentimiento de culpa que albergaba Lisa en lo más profundo, salió a la luz.
—Crees que todo es muy fácil, pero no sabes nada de mí y de Ted.
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—Me decía a mí misma que sí. Pero supongo que lo hacía para mantenerte a
distancia.
—No vas a volver a hacerlo… mantenerme a distancia.
—No.
Lisa le acarició una mejilla.
—No hay nada que me retenga en Annápolis. Podría vender la casa, mudarme
a otro sitio —dijo Jordan.
Sus palabras desgarraron algo en el pecho de Lisa. Jordan vio el dolor reflejado
en sus ojos y se apresuró a continuar.
—Debería haber dicho que no hay nada que me retenga aquí salvo tú. Por eso
he vuelto… por ti.
—Oh, Jordan.
Lisa se apretó contra él y ambos permanecieron inmóviles, abrazados.
Finalmente, Lisa se aclaró la garganta.
—Quiero preguntarte algo… sobre Ted.
—Pregunta.
—Tú eras su amigo. ¿Te habló alguna vez de nuestros problemas?
—No.
—No he podido hablar con nadie de lo que nos pasaba. Una vez lo intenté con
Sandy… y tuve la sensación de que ella no quería oír hablar de eso. Era mi mejor
amiga, y no pude acudir a ella.
Jordan asintió, deseando por su propio bien que no dijera más, pero incapaz de
pararla. Si hablar le ayudaba a curar sus heridas, entonces él escucharía.
—Durante los primeros años pensé que Ted y yo éramos un matrimonio feliz. Y
luego poco a poco, me sentí como si le estuviera perdiendo. Él… ya no me hacía el
amor desde mucho antes de su último viaje.
—Y por la forma en que lo dices, supongo que él te hacía sentir como si fuera
culpa tuya.
—Decía que yo era fría.
Sus últimas palabras fueron casi un susurro inaudible.
—¡Maldito sea! Ambos sabemos que es mentira.
Lisa cerró los ojos y apoyo la cabeza en el pecho de Jordan.
—Pensé que Ted era tu amigo —murmuro por fin.
—Lo era. Y por eso me es tan duro oír esto.
—Lo siento.
—Pero había cosas de él que no me gustaban… cosas que trataba de ignorar
porque era mi mejor amigo. Era alegre y único cuando quería serlo. Habría sido
capaz de hacer cualquier cosa por mí. Eso lo sé.
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Capítulo 6
—No vas a poder meter todo esto en tu coche —observó Jordan mirando las
cajas apiladas en el taller de Lisa.
Lila asintió suspirando. Como Jordan sabía, había sido invitada a exponer sus
trabajos en la Feria Anual de Artesanía, evento que reunía a artesanos y comerciantes
de toda Maryland así como de los estados vecinos. Para asistir, Lisa había tenido que
pedir ayuda a varias muchachas del instituto sobre todo en las labores de cortar los
patrones básicos. Ella se había encargado del trabajo artesanal y juntas habían
logrado producir mercancía suficiente para abastecer una pequeña juguetería.
—La madre de Mary Sue iba a ayudarme en el transporte. Pero tiene el coche en
el garaje.
—Si no te importa llegar en una vieja camioneta de carpintero, puedo llevarlo
yo —se ofreció Jordan.
—Te agradezco el ofrecimiento, pero tendrías que pasar allí todo el día.
—He oído que hay una magnífica colección de artesanía en madera en el
museo. Llevo dos años pensando en ir, y nunca he tenido tiempo. Te llevaré y así
tendré la excusa perfecta.
—¿Y no te importa levantarte a las seis de la mañana para poder tenerlo todo
montado antes de que llegue la gente?
—Hombre, no es que me guste madrugar, pero por un día no importa.
—Entonces tenemos una cita.
Él sonrió.
—¿Una cita de verdad?
—Oh, sabes perfectamente lo que quiero decir.
—Bueno, lo que yo he entendido es que después nos vamos a ir a cenar.
—Es una buena idea.
Era sorprendente lo diferente que era la relación entre ellos después de su
charla en la playa. Por un lado, la tensión había desaparecido. Una vez que ella había
reconocido que no había nada malo en lo que sentían el uno por el otro. Jordan había
dejado de presionarla. Parecía satisfecho con dejar que las cosas se desarrollasen
entre ellos a su paso. Sus besos todavía la hacían perder el sentido, pero Jordan tenía
cuidado de que las cosas no fueran demasiado lejos.
Lisa atribuía su consideración a que era un caballero. Pero el resultado final era
que las ganas de estar en sus brazos no habían hecho sino crecer.
En ese momento él se acercó y pasándole un brazo por la cintura le dio un
rápido abrazo antes de dejarla.
—Hoy espero un pedido de madera, de modo que mejor será que me vaya a mí
casa.
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Lisa sonrió.
—Ella puede ser muy afectuosa en mitad de la noche.
—Sí. Pero no era lo que yo estaba esperando.
Lisa le acarició el brazo y viajaron en silencio durante unos minutos.
—Tengo la sensación de estar esperando a que vengas a mí —dijo Jordan
finalmente.
Si él era sincero, ella también podía serlo.
—No es fácil para mí. No estoy segura de saber cómo tomar la iniciativa con un
hombre.
—Bueno, entonces quizá yo tenga que tomar las riendas.
Por un momento presionó su rodilla más íntimamente. Luego volvió a poner
ambas manos sobre el volante.
—Pero ahora, si no pongo más atención en la conducción acabaremos en un
barranco.
La autopista que cruzaba los campos de Maryland era un espectáculo de color
Los robles rojo brillante y los arces naranjas contrastaban contra el cielo azul.
—Está precioso el campo —murmuró Lisa.
—Sí. Esta siempre ha sido una de mis estaciones favoritas.
A ambos lados de la carretera se extendían campos cultivados. Lisa se fijo en las
pacas de heno, los caballos y las vacas tumbadas rumiando.
—Había olvidado lo rural que es esto —dijo Jordan—. Mucha gente piensa que
desde Washington a Nueva York sólo hay casas una detrás de otra. Y es mentira.
El lugar de la exposición estaba en un valle cercano a Westminster. Aunque solo
eran las siete de la mañana, el aparcamiento estaba lleno de camiones y furgonetas
que los expositores habían usado para llevar sus mercancías.
Jordan dejó su vehículo lo más cerca que pudo del edificio. Luego ayudo a Lisa
a llevar las cajas dentro y montar el stand en el lugar que le habían asignado.
El ambiente era alegre y festivo y los participantes en la muestra se paraban a
ver el trabajo de los otros y a saludar a viejos amigos.
Cuando Lisa termino de montar su stand, se dieron una vuelta para ver el
trabajo de los demás. Había de todo: desde porcelana y bisutería hasta bordados y
cerámicas.
En un momento dado Jordan se paró a inspeccionar un grupo de juguetes de
madera. Lisa le miró mientras cogía un camión.
—Yo podría hacer esto si tuviera tiempo… o alguien a quien dárselo.
A Lisa no le pasó desapercibido el tono melancólico que usó.
—¿Te hubiera gustado tener hijos con Sandy?
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Su cabeza era un caos. Ese era su amigo, Jordan Callahan. Pero durante las
últimas semanas se había convertido en mucho más que un simple amigo. Había sido
sincero y honesto con ella. Poco a poco y sin presionarla, la había obligado a
enfrentarse con viejas heridas que la atormentaban. Y había liberado una pasión en
ella que nunca había sospechado que existiese.
Inconscientemente, había estado luchando contra ese sentimiento porque
rendirse a él significaba correr un gran riesgo. Quizá ya era el momento de reconocer
lo que quería.
Levantó los brazos y rodeó el cuello de Jordan. Al mismo tiempo, sus labios
buscaron su boca. El aliento que el había estado conteniendo se liberó sobre su
mejilla.
El contacto de sus bocas fue dulce e invitador. Pero Lisa sentía la tensión de
Jordan. No la abrazó ni movió un sólo músculo, excepto para levantar la cabeza.
—Cariño, no tengo mucha fuerza de voluntad. Esto va a convertirse en algo
más que un beso, a menos que pares ahora.
Ella respondió deslizando sus manos bajo su bata hasta su pecho desnudo.
Jordan gimió y la abrazo con fuerza. El beso que había sido dulce un momento
antes se hizo casi fiero. Cuando volvió a levantar la cabeza, ambos estaban
temblando.
Los temblores de Lisa aumentaron cuando las manos de Jordan desataron el
cinturón de su bata y la abrieron. Luego volvió a sujetarla contra él. La sensación de
su cuerpo desnudo contra el de Jordan, desnudo casi por completo, era lo más erótico
que había sentido jamás.
Sentía que las piernas no la sostenían y gimió débilmente.
—Es una tortura cunado te toco y te oigo hacer eso —dijo Jordan con dificultad.
Al momento siguiente la cogió en brazos y se dirigió a grandes zancadas a su
habitación.
Lisa apoyó la cara en el vello de su pecho, disfrutando con la libertad de tocarle
como tanto había deseado.
—He soñado muchas veces con esto —dijo en un susurro.
—Anoche te llevé a la cama —dijo Jordan—. Y me dijiste que me quedara
contigo.
Habían llegado a su habitación, y Jordan se detuvo junto a la cama. Lisa le miró.
No recordaba casi nada después de apoyar la cabeza en su hombro y quedarse
dormida en la furgoneta. Pero aparentemente había tomado una decisión
inconcientemente que se había visto corroborada por lo que había resuelto unos
pocos momentos antes en el corredor.
Ahora, mientras él la dejada con cuidado sobre la cama. Lisa tembló otra vez
con al misma sensualidad que la había sorprendido aquella mañana al despertarse.
—¿Por qué no te quedaste? —le preguntó.
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—Dios sabe lo que me costó no hacerlo —dijo Jordan con voz ronca—. Pensé en
desnudarte anoche, pero si lo hubiera hecho, no hubiera sido capaz de marcharme, y
necesitaba estar seguro de que sabias los que hacías.
—Ahora lo estoy —dijo Lisa abrazándole.
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Capítulo 7
Lisa sintió el peso del duro cuerpo de Jordan hundirla contra el colchón. Podía
sentir cada una de sus células respondiéndole, renovadas por la exquisita presión.
Acarició con su mejilla la de Jordan. Simplemente abrazarle así era un auténtico
placer. Como si él hubiera entendido su deseo no pronunciado, la abrazó durante un
largo rato. Luego la sonrió y empezó a besarla empezando por la frente y terminando
en sus labios. Cuando alcanzó su objetivo, la situación entre ellos había cambiado.
Para Lisa ya no era suficiente ser simplemente abrazada.
Jordan sonrió de nuevo al ver la pasión en sus ojos. Sus manos acariciaron sus
hombros desnudos excitándola aún más. Ansiaba sentirle sobre su piel desnuda, sin
barreras entre ellos. Pero ese deseo no impidió que cuando Jordan le quitó la bata
definitivamente, una cierta timidez se apoderase de ella. Jordan debió percatarse de
ello. Con los labios jugueteó con su oreja mientras murmuraba en voz baja palabras
deliciosamente excitantes. Lisa cerró los ojos y disfrutó de su voz grave y
tranquilizadora.
—Lisa, eres preciosa.
—Pensé que quizá te llevases una desilusión después de Sandy —dijo Lisa
despacio—. A los hombres les gustan las mujeres que llenan los jerseys… como ella
lo hacía.
Jordan la miró sorprendido. Era tan hermosa, tan delicada, que le hacía sentirse
como si estuviera desenvolviendo algo muy preciado y frágil. ¿Cómo podía dudar de
su atractivo? Pero en ese momento Jordan consideró más importante demostrarle lo
deseable que era en lugar de hablar del pasado.
Ella estaba esperando su respuesta, y Jordan eligió sus palabras con cuidado.
—Algunos hombres. Cuando están buscando una chica para un rato quizá.
Entonces bajó la mirada hasta sus senos y empezó a acariciar sus ya erectos
pezones.
—Pero lo que de verdad excita a un hombre es cuando una mujer responde a
sus caricias.
Se movió sobre ella y Lisa fue vívidamente consiente de su excitación.
—Y puedes sentir lo mucho que me gusta saber que mis caricias te excitan.
—Sí —dijo Lisa casi sin aliento.
—Además, si quieres que nos metamos en comparaciones, recuerdo que Ted
tenía más de lo que presumir que yo.
Lisa se sonrojó.
—Yo no diría que tú tienes de qué quejarte.
—Ya lo sé. Solo estoy tratando de hacerte ver lo estúpido que es entretenerse en
un análisis exhaustivo de las partes del cuerpo cuando hay cosas mucho mejores que
hacer.
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De modo que no dijo una palabra pero trató de demostrarle lo que sentía. Por
debajo de las mantas buscó su mano. Cuando Jordan sintió la mano de Lisa en la
suya, sonrió emocionado.
Lisa se estiró junto a él.
—Yo iba a la cocina a prepararte el desayuno —murmuró.
Cuando trató de moverse Jordan se lo impidió.
—¿No estas hambriento?
—No de comida —dijo Jordan besándola en el cuello.
Lisa notó que él se estaba excitando. Sólo unos pocos minutos antes ella había
creído estar saciada, pero para su sorpresa descubrió que estaba tan hambrienta
como él.
Una hora después, cuando por fin bajaron a preparar el desayuno fueron
recibidos por un indignado maullido de Samantha, que hacía horas que había
terminado su cena.
Jordan hizo el café mientras Lisa preparaba la masa. No se habían molestado en
vestirse y habían bajado con las batas. Aunque habían trabajado juntos en la cocina
muchas veces, ahora vivían una experiencia completamente nueva porque ninguno
de los dos deseaba abandonar la intimidad que habían descubierto.
Lisa estaba ocupada con la masa cuando sintió a Jordan acercarse por detrás.
—Pondré la mesa —se ofreció él—, si me dejas abrir el cajón.
Lisa se apartó para encontrarse de pronto atrapada entre el mostrador y Jordan.
En vez de abrir el cajón y sacar los platos. Lisa sintió que Jordan deslizaba una mano
bajo su bata y rodeaba sus caderas.
—No encontrarás los cubiertos ahí —le dijo Lisa, pero no pudo evitar arquearse
hacia él.
Pasaron unos minutos antes de que alguno de los dos recordara lo que se
suponía que estaban haciendo.
Los juegos continuaron hasta que se sentaron a hacer un opíparo desayuno.
Cuando Jordan iba por la décima tortita levantó los ojos y se encontró con la
mirada de Lisa. Durante unos instantes se miraron fijamente.
—Me siento tan feliz… —dijo Lisa.
—Yo también.
Jordan se detuvo un momento antes de seguir hablando.
—Sé que ambos tenemos mucho trabajo que recuperar, pero me encantaría
pasar la tarde contigo.
Lisa sonrió y Jordan también.
—No tiene que ser necesariamente en la cama… al menos no toda la tarde. ¿Por
qué no te traes una bolsa con trabajo a mi casa y me acompañas mientras trabajo?
—Suena muy tentador. Además, me apetece ver lo que has hecho allí.
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Cuarenta y cinco minutos más tarde iban en el coche hacía la casa de Jordan.
Lisa vio los resultados del trabajo de Jordan en el primer vistazo. La hierva había
sido cortada y las hojas secas amontonadas a un lado de la casa, y tanto las escaleras
como el tejado habían sido reparados.
—Has estado realmente atareado aquí —observó Lisa mientras Jordan abría la
puerta principal.
—Sí. Aun tengo que pintar, pero eso tendrá que esperar todavía.
Sostuvo la puerta para que pasara y luego la siguió. Esta vez cuando pulso el
interruptor las luces obedecieron.
—El electricista también ha estado muy ocupado.
Lisa dejo la bolsa cerca del sofá. La mayoría de los muebles habían sido
apilados contra la pared y cubiertos con plásticos.
Jordan se quitó la cazadora y la colgó en le perchero cerca de la ventana.
Por un momento Lisa permaneció inmóvil mirando sus anchos hombros
recortados contra la luz del exterior. Bruscamente le dio la espalda y se empezó a
quitar el abrigo.
Se le erizaron los pelos de la nuca cuando le sintió detrás de ella para ayudarla.
La quitó el abrigo de los hombros acariciando sus brazos al mismo tiempo. Lisa
tembló.
—¿Estas suficientemente abrigada?
Su voz grave fue un delicioso susurro en su oído.
—Si me caliento un poco más, yo soy capaz de hacer saltar la alarma contra
incendios.
—Entonces mejor será que deje de jugar con materia incandescente. No me
gustaría compartir contigo el departamento de quemados del hospital… ni con nadie
más.
—En este caso pongámonos a trabajar… a menos que quieras enseñarme lo que
has hecho aquí.
Jordan acepto encantado. Llevaba semanas trabajando catorce horas al día y sin
nadie que valorara sus avances.
Mientras iban de habitación en habitación Lisa estaba enormemente
sorprendida de los progresos que había hecho. Había tenido tiempo de poner suelo
nuevo de madera en el salón, quitar el papel y pintar todo el piso de abajo.
—Has hecho un trabajo increíble —dijo Lisa después del recorrido—. ¿Cuál es
el secreto para ser tan productivo?
—Creo que tú has tenido algo que ver en ello.
—¿Yo?
Jordan rio.
—Al principio estaba frustrado porque no nos comunicábamos. Luego, una vez
que empezaste a abrirte a mí, empecé a ver posible que hiciéramos el amor, pero
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sabía que no podría hasta que tú dieras el primer paso. Así que invertí todo ese
exceso de energía y frustración aquí, trabajando como un desesperado.
Lisa le miró divertida.
—En ese caso, entonces mejor será que nos abstengamos hasta que hayas
terminado todo el trabajo.
—No tiene gracia. Además, apuesto a que si lo piensas un poco, se le ocurriría
una forma de motivarme mucho más afectiva.
—Quizá.
Jordan retiró el plástico del sofá para que Lisa pudiera estar más cómoda en el
estudio. Él no hizo ningún comentario sobre la última vez que la había ordenado que
saliera de allí, y tampoco ella. Pero Lisa se alegró de ver que el buró había sido
ordenado, incluso cuando el resto de la habitación todavía estaba en obras.
Descubrió que le gustaba mucho ver trabajar a Jordan. Ella también estaba
ocupada cosiendo, pero no por eso dejaba de mirarle a veces. La misma mano que la
había acariciado tan delicadamente esa mañana ahora manejaba la sierra y el troquel
con igual seguridad. Se podía decir que Jordan disfrutaba con su trabajo por la
expresión concentrada en su rostro y la forma en que canturreaba al ritmo de la
música que salía de la radio portátil.
—Esto me recuerda las veces que Sandy y tú ayudasteis a preparar el Nido del
Águila —comentó Lisa levantándose a estirar las piernas al cabo de una hora.
Jordan siguió preparando el yeso.
—En algo. Pero Sandy y Ted se distraían tanto que tardamos el doble de lo
normal.
—Nunca se me ocurrió que te molestaba.
—No me molestaba —repuso Jordan demasiado deprisa—. Además, tengo la
impresión de que tú eres una mujer con la que es más fácil convivir. Un hombre
puede estar en la misma habitación contigo y concentrarse en lo que está haciendo.
—No estoy segura de que eso sea un cumplido.
Jordan levantó la cabeza y la miró fijamente.
—Créeme, lo es.
—Siempre envidié la personalidad abierta de Sandy. Hacía amigos muy
rápidamente y sabía como tratar a las personas.
Lisa esperó que Jordan le diese la razón. Pero en vez de eso él volvió a
concentrarse en su trabajo.
Jordan podría apreciar los silencios, pero Lisa esperaba una respuesta que no
llegaba y eso la puso un poco nerviosa.
—Me apetece una taza de café. ¿Tienes en la cocina? —preguntó por decir algo.
—Hay un bote de café instantáneo en el armario. Cariño, ¿te importaría traerme
a mí una?
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Capítulo 8
—Voy a ir a la tienda de Thelma esta mañana. ¿Quieres venir conmigo? —le
preguntó Lisa a Jordan el lunes mientras fregaba los platos del desayuno.
—Quizá debería. Si no voy a saludarla, me dará con la regla en los nudillos la
próxima vez que me la encuentre.
Se levantó y llevó su plato al fregadero.
—No tendrás miedo de una abuela de pelo canoso —se burló Lisa.
—Tú también se lo tendrías si la hubieras tenido de profesora.
—Lo único que tienes que hacer es disculparte y dirigirle una de tus irresistibles
sonrisas; apuesto a que olvidará que no te has acordado de ella durante todo el año.
—¿Eso vale para ti también? —preguntó Jordan empezando a sonreír.
—Yo estoy inmunizada —mintió Lisa.
Trabajaban el uno al lado del otro, Lisa lavando los platos y él colocándolos en
el escurridor.
—Ahora que has recuperado fuerzas con un buen desayuno, ¿te importaría
meter esas cajas en tu furgoneta? —le preguntó Lisa cuando terminaron.
—Ahora mismo.
Medía hora más tarde Jordan había descargado todas las cajas en la tienda de
juguetes. Antes de que la mujer pudiera abrir la boca, Jordan empezó a alabar el
trabajo que había hecho en la tienda sin escatimar cumplidos.
Thelma le miró fijamente con las manos en las caderas.
—Jordan Callahan, no vas a conseguir engañarme. ¿Por qué razón no te has
dignado a informar a las personas de que estás vivo?
—No estaba seguro de que si le interesaba a alguien.
—Oh, venga ya. Por supuesto que nos interesaba. Y lo sabes —protestó Thelma.
No obstante, cuando Jordan estaba delante, la buena mujer se dejaba embaucar
y no la importaba demostrar sus sentimientos.
—Un año es mucho tiempo. ¿Qué has estado haciendo?
Thelma escuchó con interés su relato y Lisa supo algunas cosas que Jordan no le
había dicho.
—Así que te fuiste a toda prisa sólo para coger una neumonía que te hizo
guardar cama durante un mes. Muy bien.
—Entonces estaba tan deshecho que una enfermedad más o menos no
representaba ninguna diferencia.
—Si hubiera sabido que estabas enfermo, yo misma hubiera ido a Louisiana a
buscarte y te hubiera traído de una oreja. Sí hubiera sabido dónde estabas, claro.
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La gata estaba furiosa y había arañado a uno de los niños. Cuando Jordan bajó,
la cena se había quemado y Lisa estaba de pie en medio de la habitación tratando de
controlar a los niños haciéndoles sentarse en sendas sillas en extremos opuestos de la
habitación. Pero los gemelos parecían creer que se trataba de un nuevo juego. Cada
vez que Lisa se daba la vuelta, se bajaban y empezaban a corretear de nuevo.
—Parece que necesitas que alguien te eche una mano —observo Jordan.
—Unos tortazos, es lo que necesitarían estos niños —murmuro Lisa.
Mientras Jordan se llevaba a los niños fuera a comprar unas hamburguesas para
cenar, Lisa pudo limpiar la cocina. Se preguntó que hubiera hecho sin él.
El lunes por la mañana ambos suspiraron aliviados al decir adiós a los Norton.
—Me alegro de que se haya terminado —dijo Jordan.
—Yo también —asintió Lisa—. Siempre pensé que sería una buena madre, pero
he comprobado que soy bastante inútil con los niños.
—Medir tus habilidades con una pareja de gemelos de cuatro años es un
comienzo un tanto ambicioso. Nadie les ha negado nunca nada a esos niños.
—Eso es cierto. Pero tú eras mucho más efectivo que yo.
—Yo mido un metro noventa y se como parecer aún más alto. No se atreverían
conmigo.
—No, te adoraban.
—Atractivo masculino. Tú no podrás tenerlo jamás. Gracia, a Dios.
Jordan le pasó un brazo por los hombros y la guió dentro de la casa.
—Estoy preparado para un buen desquite.
—¿Quieres desayunar y luego volver a la cama?
—No, prefiero prescindir de la comida e ir al grano directamente.
Como nombre de acción que era, procedió a demostrarle que el fin de semana
había sido tan frustrante para él como lo había sido para ella.
Cuando bajaron a desayunar era casi la hora de comer. Después de almorzar,
Jordan retiró su silla de la mesa.
—¿Puedes tomarte el resto del día libre?
—¿En qué estás pensando?
—Hace tiempo que no tengo oportunidad de ir a pasear al puerto. ¿Te
apetecería un paseo por el malecón?
Lisa pensó en todo el tiempo que había perdido ese fin de semana y en la
cantidad de trabajo que tenía atrasado. Pero al mirar a Jordan, se dio cuenta de que
no estaba preparada para prescindir del placer de su compañía por motivos
puramente prácticos.
—Me encantaría.
Entonces se miró el albornoz.
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—No, pero mi abuelo solía hablar con nostalgia de él. Aquí compró el surtido
de alcohol para su boda… sin que lo supiera la familia de la novia, por supuesto.
—Oh.
—Por lo que mi abuela contaba, se paso la noche de bodas en un estado
semicomatoso.
De pronto, sin importarle el hecho de que estuvieran en medio de la calle,
Jordan se volvió y la rodeo con sus brazos. Aquello no era habitual para ninguno de
los dos. Pero Lisa simplemente no podía luchar contra sí misma.
Levantó la cara y Jordan la besó rápidamente. Cuando se separaron, Lisa sonrió
descaradamente a la mujer madura que les miraba con desaprobación.
Luego continuaron paseando. Permitiéndose otro gesto espontáneo, Lisa le
metió la mano en el bolsillo trasero.
—¿Estás planeando birlarme la cartera? —le preguntó Jordan.
Lisa presionó su mano contra la carne dura.
—En absoluto.
Al pasar delante de una joyería, Jordan empezó otra historia.
—Esto fue en tiempos una floristería pero estuvo cerrada durante mucho
tiempo.
—¿Por qué?
—El propietario tuvo un lío con la mujer de un senador del estado. Cuando el
marido lo descubrió, esperó fuera hasta que la pareja bajó al sótano donde se veían
en secreto; entonces les siguió y disparó al floristero.
—Oh, Dios. Ya veo por qué nadie quería alquilar el local.
—Al cabo del tiempo todo se olvidó… gracias a otros nuevos escándalos.
—Como ocurre ahora. Solo que ahora aparecen en la primera pagina de los
periódicos… si los protagonistas son los suficientemente importantes.
—Sí.
Continuaron caminando y charlando relajadamente.
Lisa nunca supo lo que la hizo mirar por encima del hombro. Quizá la
sensación de una mirada clavándose en su espalda. Cuando se volvió, se encontró
mirando directamente a la cara de Jerry Knox, uno de los amigos de Ted. Knox era de
buena familia y había aumentado su fortuna especulando con tierras. Aunque Ted
siempre le había admirado por su estilo de vida, a Lisa nunca le había gustado ese
hombre… quizá porque él siempre la trataba como a una extranjera.
¿Cuánto tiempo llevaría siguiéndoles?, se preguntó Lisa. Por su expresión
reprobadora, sospechaba que lo suficiente para ver todo desde el beso que se habían
dado hasta su mano imprudente en el bolsillo de Jordan.
Palideció y se detuvo en seco, casi haciendo tropezar a Jordan.
—Lisa, ¿qué pasa?
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Incapaz de hablar, movió la cabeza hacia Jerry Knox advirtiendo por primera
vez que iba acompañado de su mujer, Priscilla, la vicepresidente del club de mujeres
de la iglesia.
Ahora que Lisa se había dado cuenta de la presencia de la pareja detrás de ellos,
no podía hacer nada salvo permanecer inmóvil con el corazón en la boca. Jordan
comprendió la situación de una rápida mirada y le apretó la mano para darle
seguridad.
Jerry se acercó y se dirigió a Jordan, ignorando a Lisa por el momento.
—Callahan, no sabía que hubieras vuelto.
Le tendió la mano y Jordan se vio obligado a soltar a Lisa para responder al
saludo.
—He vuelto hace un par de semanas… para ver el daño que la tormenta hizo a
mi casa.
—Siempre he admirado tu habilidad para trabajar con las manos.
Las palabras podían haber sido un cumplido si no hubiera sido porque la forma
en que Knox las dijo dejó muy claro que él no perdía su valioso tiempo en un trabajo
por el que podía pagar fácilmente.
Luego miró a Lisa.
—Fue una lástima que no pudieras venir a la fiesta que dimos en el club náutico
el verano pasado.
—Había pasado muy poco tiempo desde… desde lo de Ted —respondió Lisa
terriblemente incómoda.
Priscilla entró en la conversación mirando primero a Jordan y luego a Lisa.
—Bueno, parece que te has recuperado muy bien.
Lisa no supo qué decir. Jordan acudió en su ayuda.
—Ella ha hecho un trabajo admirable para salir adelante. Me he quedado
realmente impresionado de todo lo que ha conseguido en este año.
—Es una pena que no haya tenido tiempo para ayudarnos con la tómbola de la
iglesia este otoño —dijo Priscilla.
—Estaba muy ocupada ayudándome a mí misma —dijo Lisa en tono defensivo.
—Bueno, ahora que el mejor amigo de tu marido ha vuelto, quizá las cosas sean
un poco más fáciles para ti —observó Jerry secamente —¿Y que es exactamente lo
que quieres decir con eso? —saltó Jordan.
—Oh, nada en particular.
—Ha sido un placer veros de nuevo, pero tenemos prisa —murmuro Jordan.
Poniendo una mano firme sobre el brazo de Lisa, se volvió hacia la furgoneta.
No volvió a hablar hasta que hubieron cerrado las puertas de la cabina.
—No vas a dejar que gente como esa te influya, ¿no?
—No son sólo ellos. Es el espectáculo que hemos dado en la calle.
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Jordan suspiró.
—Supongo que nos pasamos un poco, pero es perfectamente comprensible.
La irritación se reflejó en los ojos de Lisa.
—No para la gente como Jerry y Priscilla.
—Oh, venga. Lisa.
—Pero ellos no son todo. Somos nosotros. Estamos actuando como dos
quinceañeros que no son capaces de controlarse.
—No me digas que estás enfadada conmigo.
Lisa no contestó. Exasperado, Jordan golpeó el volante con las manos. Sin mirar
a Lisa, encendió el contacto y salió del aparcamiento. Se oyó un frenazo tras ellos al
estar un coche a punto de golpearles por detrás.
Jordan murmuró una palabrota.
—Jordan, no me estabas escuchando.
—Sí, te he oído. Pero no estabas diciendo nada muy coherente. Nos
emocionamos un poco, ¿y qué?
—Annápolis no es exactamente una ciudad pequeña, pero se le parece mucho.
En nuestro paseo por el muelle me has contado un montón de escándalos que
ocurrieron hace cien años.
—¿Y?
—Y la gente tiene muy buena memoria. Si Jerry y Priscilla empiezan a hablar de
lo que nos han visto hacer en público, toda la gente se preguntará si tuvimos algo
antes de que Ted y Sandy murieran.
Lisa pronunció las últimas palabras casi una octava más alto de lo normal. Pero
pese a estar muy alterada, la reacción de Jordan la pilló de sorpresa.
Él dio un volantazo y aparcó en el arcén. Había una mirada peligrosa en sus
ojos. Lisa retrocedió unos centímetros hacia la ventanilla.
—¡No te atrevas a insinuar nada parecido!
Ella le miró fijamente.
—Ambos sabemos que no es verdad. Jordan, nunca…
—Entonces, ¿por qué lo dices? —gritó él.
Lisa se fijó en su cuello, donde eran visibles los latidos de su corazón.
—Yo… sólo…
Al ver la confusión y el dolor en su rostro, Jordan pareció controlarse.
—Si no hay ninguna razón para que la gente especule, ¿Por qué preocuparse?
—preguntó tratando de controlar el tono de su voz—. Y en nuestra relación no hay
nada malo; no estamos cometiendo adulterio, que yo sepa.
Jordan metió la primera y volvió a la carretera. Durante el resto del camino
ninguno de los dos habló. Lisa le miró de reojo. Sus labios eran una dura línea y sus
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nudillos estaban blancos mientras sostenía el volante. Una parte de ella quería
ponerle una mano sobre el brazo, pero la otra todavía se asombraba de su arranque
de fuña.
Le parecía imposible que ése fuera el mismo hombre que la había hecho el amor
tan apasionadamente esa misma mañana. En la habitación, habían estado tan unidos
como dos personas pueden llegar a estar, y también durante el paseo por el muelle.
Ahora, de pronto eran como dos extraños.
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Capítulo 9
Cuando llegaron, Lisa abrió la puerta y saltó fuera del vehículo.
Estaba ya a la mitad de las escaleras del porche cuando Jordan la alcanzo.
—¿No eres capaz de hablar racionalmente de esto? —le preguntó.
—Hace unos minutos hubiera jurado que tú no eras capaz de eso mismo —
respondió ella por encima del hombro.
—Ya me he calmado.
Lisa metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.
—Eso es fácil cuando no tienes que preocuparte por tu reputación. Si no me
equivoco, según el baremo de Jerry Knox, el llevarte a la cama a la viuda de tu mejor
amigo es simplemente otra muesca en tu revolver.
—Espera un momento…
Lisa estaba demasiado enfadada para dejarle hablar.
—Lo próximo que hará la gente será pasarse por delante de mi casa para ver si
tu furgoneta sigue aparcada aquí.
—Bueno, no lo estará —le prometió Jordan mirándola con furia y desilusión
mezcladas en sus ojos—. Durante semanas no sabía qué humor tendrías al instante
siguiente. He estado tratando de aguantarlo porque quería que las cosas fueran bien.
Pero supongo que ya no puedo soportarlo más. Tengo suficientes problemas con mis
propias inseguridades. No puedo soportar las tuyas también.
Se dio la vuelta y se dirigió a su furgoneta.
Mordiéndose el labio inferior. Lisa vio cómo se alejaba por el camino. Se apoyó
contra el quicio de la puerta y cerró los ojos. Jordan tenía razón sobre sus cambios de
humor. Y quizá se había pasado. En realidad sabía que no debía haberle hablado así.
Pero le mortificaba haber sido sorprendida actuando como una muchacha inmadura.
Lisa se pasó el resto de la tarde obligándose a trabajar. Pero su mente no estaba sobre
la máquina de coser, y no dejaba de acechar el sonido de la puerta de entrada.
Cuando el sol se puso, encendió la luz. Luego bajó a dar la cena a Samantha. Ella
también debería comer algo, pero no tenía hambre.
Era como la primera semana que Jordan había estado en su casa… cuando la
evitaba continuamente. Sólo que ahora su ausencia dolía más porque ya había
empezado a pensar en ambos como en una pareja. Bueno, eso sólo demostraba que
su relación no había funcionado. Necesitaban hablar, y Lisa deseaba que él se diera
cuenta de eso.
Había sido un largo y duro día, y hacia las once Lisa estaba demasiado cansada
para seguir trabajando. Después de echar a la gata del taller, subió escaleras arriba.
Por un momento se detuvo en la puerta de la habitación de Jordan, mirando la cama
deshecha donde habían hecho el amor. ¿Cómo reaccionaría si él llegara y la
encontrara en la cama esperándole? Pero tampoco quería dejar sus problemas a un
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lado por hacer el amor. Era una solución demasiado fácil. Y no estaba lo
suficientemente segura de sí misma para hacer eso en aquel momento. Arrastrando
los pies se dirigió a su habitación y se metió en la cama. Oyó a Jordan entrar muy
sigilosamente después de las doce.
Lisa se despertó mucho antes de que sonara el despertador. Después de pasarse
media hora mirando al techo en la oscuridad, reconoció que no tenía sentido seguir
en la cama. No podría volver a dormirse.
Se levantó, se vistió y bajó a la cocina.
Normalmente sólo hacía buenos desayunos cuando tenía huéspedes los fines de
semana. Pero ese día decidió hacer unas tortitas para Jordan. Quizá las aceptara
como una ofrenda de paz. Acababa de freír las primeras cuando le oyó en las
escaleras. En vez de ir a la cocina, dejó algo pesado en el suelo y volvió a su
habitación. Lisa se limpió las manos en los vaqueros. Cuando oyó a Jordan bajar por
segunda vez, salió al pasillo. Vestido con vaqueros y chaqueta, le vio llevando una
maleta. Dos más estaban en el suelo junto a la puerta de entrada.
Dejó la tercera junto a él.
Lisa miró al equipaje y luego a él.
—¿Te trasladas a tu casa?
—No. He tenido una buena oferta para trabajar en un estado cerca de
Williamsburg.
Lisa estaba desorientada.
—¿Por qué no me has dicho que te ibas?
—No estaba seguro de si la iba a aceptar.
—Y lo decidme ayer —concluyó Lisa en voz baja.
Él asintió.
Lisa de pronto sintió una gran presión en el pecho.
—El desayuno…
—Les he prometido que estaría allí esta mañana.
—Puedes llevarte las tortitas en un paquete y te prepararé un termo de café.
—No quiero causarte problemas.
Antes de poder evitarlo, Lisa cruzó el espacio que les separaba le abrazo y
apoyo la cara en su pecho. Por un momento Jordan no se movió. Luego la acarició los
hombros.
—¿Tienes que irte?
—Te he dicho que he aceptado el trabajo.
«Oh, Dios, Jordan. Te quiero. No te vayas así». Hasta ese momento no había
sabido lo que sentía en realidad. Ahora las palabras se quedaron dentro de ella. No
podía decírselo… no sin saber lo que el sentía al respecto.
—¿Por qué te vas?
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—Es una forma buena y rápida de ganar algo de dinero. Necesito un par de
miles más para arreglar la casa.
Eso era razonable. Pero Lisa sabía que Jordan no se lo había dicho todo.
—Cuando…
Lisa se interrumpió, tomó aliento, y cambió la pregunta.
—¿Volverás cuando hayas terminado?
—Lisa.
Jordan apoyó la cabeza sobre la de ella y la abrazó más fuerte.
Lisa hizo un esfuerzo para no llorar. Pero no se derrumbaría delante de el. No
lo haría.
—¿Quieres que vuelva?—le preguntó Jordan suavemente.
—¿Cómo puedes dudarlo?
—Ayer… yo…
Jordan suspiró y empezó de nuevo.
—No estaba seguro.
—Jordan, siento lo de ayer. No sabía lo que decía.
—No fue sólo culpa tuya.
Lisa no quería dejarle ir así. Tenían que hablar.
—¿Podemos hablar ahora? Por favor. Últimamente lo hemos estado evitando, lo
sabes.
Él asintió.
—Es cierto. Pero me quieren allí lo antes posible. De todas formas, un tiempo
para pensar sobre nosotros nos hará bien a los dos. El trabajo durará un par de
semanas. Te llamaré.
Lisa escondió su cara en su chaqueta y asintió contra su pecho, incapaz de
hablar.
—Puedo oler esas tortitas. ¿Me vas a dar algunas después de todo?
—Claro.
Empaquetó las tortitas y le preparó un termo de café.
—Llámame cuando hayas llegado.
—De acuerdo.
Jordan la dio un fuerte abrazo. Cuando la puerta se cerró tras él, Lisa dejó que
las ardientes lágrimas corrieran por sus mejillas.
***
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Después de todo era bueno que tuviese tanto trabajo atrasado, pensaba Lisa
sentada frente al fuego y cosiendo tan rápido como podía.
Sus ayudantes habían trabajado duro y parecía que las cosas no iban del todo
mal. Ahora estaba tratando de poner unas caras alegres a sus ositos. En sus
circunstancias, era algo difícil. Jordan llevaba ya una semana fuera y nunca se había
sentido tan sola… ni siquiera después de la muerte de Ted.
Jordan había cumplido su promesa y había llamado para decir que había
llegado a salvo. Al tener muchas cosas pendientes entre ellos, no había sido una
conversación satisfactoria, pero no podía quejarse.
Sandy solía decir que cuando Jordan salía a hacer algún trabajo, era como si
estuviese en otro planeta.
Lisa tomó la costumbre de quedarse a trabajar hasta tarde… para asegurarse de
caer rendida en cuanto se metiese en la cama. El dolor de echarle de menos ya
hubiera sido suficiente terrible por sí solo. Pero por si fuera poco, él había despertado
ciertos sentimientos en ella que jamás había sospechado que pudieran ser tan fuertes,
y su cuerpo le deseaba tremendamente.
Más de una vez durante sus solitarias tardes se había levantado al teléfono.
Pero no se atrevió a llamar. El tiempo durante el que había sido su amante, había
sido el más feliz de su vida. Pero se había dado cuenta de que ella no se sentía bien
teniendo una simple aventura.
Cuando le había advertido del riesgo de su reputación, Jordan había
solucionado el problema marchándose, en vez de tratar de arreglar las cosas. Aunque
no quisiera pensar sobre eso, podía recordar que Sandy decía que él utilizaba sus
viajes para evitar los conflictos, lo cual no era una forma muy madura de llevar una
relación!
Lisa había vivido con un hombre que no había puesto ningún interés en
arreglar sus diferencias. Y sabía que no quería vivirlo de nuevo.
Pero todas esas conclusiones se disipaban cuando recordaba el tiempo que
Jordan y ella habían pasado juntos. Él podía no haber expresado con palabras sus
sentimientos, pero había sido cariñoso, comprensivo, amable… todo lo que ella le
pedía a un hombre. Pero nadie podía ser así todo el tiempo. Quizá estaba pidiendo
demasiado.
Podía ser que ese hubiera sido el problema con su matrimonio. Quizá debería
conformarse con lo que le llegase.
El martes por la tarde, nada más despedir a sus ayudantes. Lisa entró en la
cocina a hacerse un té y oyó el teléfono.
—¿Hola?
—Lisa. Qué agradable oír tu voz.
La voz familiar de Jordan hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas.
—Igual te digo.
Él no habló inmediatamente.
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—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú?
—Estaría mucho mejor si estuviéramos hablando cara a cara. No me gusta
hablar por teléfono.
Eso no se le había ocurrido. Ahora se explicaba por qué le había notado tan
serio cuando había llamado la semana anterior.
—Te echo de menos —murmuró ella.
—Yo también.
—¿Cómo va el trabajo?
Jordan suspiró.
—Está durando más de lo que había previsto. Cuando estaba aquí, encontraron
más trabajo que hacer.
Lisa trató de ocultar su desilusión.
—Entonces, ¿no vas a venir pronto?
—Me temo que no.
Jordan se interrumpió.
—Me preguntaba si tenías algún plan para el fin de semana.
Lisa sintió que el corazón se le paraba por un instante. No tenía huéspedes ese
fin de semana, y para entonces habría terminado el trabajo.
—¿En qué estás pensando?
—¿Querrías pasar unos días conmigo en Williamsburg?
—Sí.
Lisa oyó a Jordan exhalar el aire que evidentemente había estado conteniendo.
—Me alegro. He visto una pequeña posada a las afueras de la ciudad que me ha
parecido deliciosa. ¿Quieres que haga las reservas?
—Muy bien.
—Te volveré a llamar para decirle si he conseguido habitación.
Jordan lo hizo unos minutos después.
—Se llama la Pensión del Rey Enrique, y pueden darnos una habitación para el
viernes —le dijo indicándole la dirección—. ¿Podrías venir pronto ese mismo día?
—¿No tienes que trabajar el viernes?
—Por la tarde no.
—Tienes un jefe muy magnánimo.
—No le queda otro remedio —dijo Jordan, y luego se puso serio—. ¿No tendrás
ningún problema en hacer ese viaje tan largo?
—No te preocupes.
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Lisa asintió.
—Y todavía lo quiero. Pero ahora quiero mucho más.
—Yo también.
Los labios de Jordan estaban sólo a unos milímetros de los de Lisa cuando
murmuró sus palabras. Lisa se puso de puntillas para eliminar la distancia. Durante
unos momentos gozaron de la sensación de comunicarse en silencio.
Jordan se separó un poco.
—¿Te he dicho que estás preciosa? —murmuró.
—No con tantas palabras.
—Bueno, estás magnífica. Y sabes de maravilla también —añadió besándola de
nuevo.
—Eso es porque hace mucho que no me pruebas —dijo Lisa en voz baja.
—Sí.
Jordan se puso serio.
—Lisa, no sabía que fuera posible echar tanto de menos a alguien. Estas
semanas han sido un infierno para mí.
Ella asintió y apoyó la mejilla contra su pecho. Luego, dándole la mano, le llevó
al dormitorio.
De pie junto a la cama se desnudaron despacio el uno al otro, disfrutando de
cada instante que pasaba. Con un suspiro, Lisa le sacó la camisa del pantalón y
empezó a desabrochar los botones. Sus dedos jugaron con el rizado vello de su
pecho. Cuando le tocó los pezones, Jordan se estremeció.
Jordan se inclinó para besar la sensible línea de su cuello. Ya le había quitado la
chaqueta y estaba empezando a hacer lo mismo con el jersey.
Lisa le ayudó y sacándoselo por encima de la cabeza lo dejó caer a un lado.
Jordan tomó aliento, maravillado una vez más por su belleza. Inclinándose
empezó a besar la piel de sus senos y la sintió arquearse contra él.
—Te gusta, ¿no? —le preguntó con voz ronca.
—Sí.
Sentía que la cordura pronto la abandonaría. Trató de hablar antes de que fuera
demasiado larde.
—Hay algo que debo decirte.
—¿Si?
—No tienes que preocuparte por protegerme esta vez. Me he ocupado de ello.
La mirada que se dirigieron provocó una tormenta de fuego en sus cuerpos.
Murmurando deliciosas palabras. Jordan volvió a inclinar la cabeza. A través de
la leve tela de su sujetador, besó sus pezones hasta que la oyó gemir. Luego le bajó
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las hombreras y siguió acariciándola hasta que Lisa creyó que no iba a poder
resistirlo más.
—¡Suficiente! —gimió desesperada.
Jordan le desabrochó el sujetador con dedos torpes y lo tiró al suelo. Las manos
de Lisa ya estaban en el botón de sus vaqueros, los dos estuvieron desnudos casi al
instante. Luego, en la cama, su deseo era tan grande que Jordan estuvo dentro de ella
antes de que sus hombros tocaran la colcha. Los preliminares habían bastado para
que en un par de movimientos Lisa sintiera los primeros temblores sacudirla.
Crecieron rápidamente, hasta que todo desapareció salvo la sensación de
gratificación.
Jordan gimió su nombre cuando alcanzó el clímax con ella.
El placer se convirtió en un apacible bienestar mientras Jordan seguía
abrazándola. Lisa le besó el pecho.
—No pensé que pudiera ser tan feliz —murmuró ella.
—Yo tampoco.
Pero en ese mismo instante también era consciente de lo frágil que era su
felicidad. Si no tenía cuidado podía desvanecerse, y él tenía la imperiosa necesidad
de sentir a Lisa a su lado por mucho más tiempo que un fin de semana.
—Pero aún sería más feliz si pudiera despertarme cada mañana a tu lado.
El corazón de Lisa empezó a latir a toda velocidad.
—Eso suena como una proposición.
—Sí.
Jordan se incorporó sobre un codo y la miró.
—¿Quieres casarte conmigo?
Esas eran las palabras que ella tanto había esperado oír y con las que no se
había atrevido a soñar.
—Si estás seguro de que es lo que quieres…
—¿Estás segura tú?
—Sí.
Lisa le echó los brazos al cuello y le besó. Durante unos momentos los únicos
ruidos en la habitación fueron el susurro de piel contra piel y suspiros de placer.
—Quería habértelo pedido mucho antes —dijo Jordan finalmente.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Porque temía que no estuvieses preparada para casarte otra vez.
Ella sacudió la cabeza tristemente.
—Supongo que te estaba dando señales erróneas. Creo que he cambiado de
opinión sin darme cuenta de que lo hacía.
—Me gustaría que me lo hubieras dicho.
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Capítulo 10
Era casi de noche cuando Jordan y Lisa salieron de la cama.
—¿Puedes mirar fuera y ver si todavía hace viento? —le preguntó Lisa a Jordan
mientras se cepillaba el pelo.
Él volvió de la ventana con una sonrisa en sus labios.
—Viento ya no hace.
—Entonces, ¿qué?
—Ven a verlo tú misma.
Lisa apartó la cortina y miró fuera. Mientras ellos habían estado en la cama, un
manto de blanca nieve había cubierto las colinas circundantes.
—¿Vamos a tener que posponer nuestro paseo? —preguntó Lisa mirando los
pesados copos que seguían cayendo.
—¿Estás bromeando? Mi furgoneta es casi como una quitanieves, y sólo hay
unos cuantos centímetros —le aseguró Jordan—. Trajiste tus botas, ¿no?
—Sí.
—Entonces póntelas y vayamos a ver la ciudad.
La nieve había hecho desaparecer a la gente y el aparcamiento no fue un
problema. En el invierno, aquella ciudad tenía el mismo aspecto que debió tener en el
siglo dieciocho.
—Es precioso —murmuró Lisa mirando a su alrededor.
Al pasar frente a una sombrerería se detuvieron.
—No puedes resistir sin entrar a ver los sombreros, ¿no? —dijo Jordan.
—¿Te importa?
—No, mientras no trates de hacerme probar uno.
—Lo que me interesa es la técnica —le informó Lisa cuando entraban en la
tienda.
Una mujer con traje colonial estaba sentada tras el mostrador decorando un
bonete.
Lisa miró su trabajo y le hizo varías preguntas.
—Parece usted saber bastante de esto —observó la mujer.
—Un poco. Yo también estoy en el negocio de los bordados.
Las dos mujeres estaban enzarzadas en una animada discusión sobre su trabajo,
cuando Lisa vio por el rabillo del ojo que Jordan miraba la hora. Debía estar
aburriéndose, pensó Lisa con sentimiento de culpa, mientras ella se lo estaba
pasando bien.
—Perdona Jordan, te estoy haciendo perder el tiempo —se disculpó.
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Jordan sonrió.
—No. Pero si no nos damos prisa llegaremos tarde a cenar.
—¿Tarde? No sabía que tuviéramos ningún plan.
Jordan no pudo suprimir una sonrisa satisfecha.
—Tenemos mesa reservada en el mejor restaurante de la ciudad. Y mejor será
que nos vayamos.
Dijeron adiós a la vendedora y salieron. Había dejado de nevar y era noche
cerrada.
Lisa sonrió a Jordan.
—¿Te he dicho cuánto me gusta la idea que has tenido de que pasemos el fin de
semana juntos aquí?
Jordan le apretó el brazo.
—Me alegro de que te lo estés pasando bien.
La nieve crujía bajo sus botas mientras caminaban hacia el restaurante. Una vez
Lisa resbaló y estuvo a punto de caer, pero Jordan estaba allí para sujetarla.
Lisa se apretó contra el sintiéndose absolutamente feliz. Era como si el año que
había estado fuera nunca hubiera existido, aunque había una nueva dimensión en su
relación.
Dentro del restaurante fueron acomodados en una mesa en un rincón tranquilo
junto al fuego. Mientras decidían lo que iban a tomar les sirvieron un ponche
caliente, especialidad de la casa, con pastas diversas.
—No comas mucho de eso —le previno Lisa—, o no tendrás sitio para la cena.
—¿No crees que he hecho ganas de comer esta tarde?
Lisa le miró. A la cálida luz de los candelabros, pudo ver una intensidad en sus
ojos azules que hizo que la subiese la temperatura.
—Creo que los dos nos merecemos una buena comida.
Jordan sostuvo su mirada. Sólo pensar cómo habían hecho el amor en la posada
hacía temblar a Lisa deliciosamente, y sabía por la expresión de Jordan que él se
había percatado de su reacción.
Lisa bajó la mirada e hizo como si estudiara el menú. Había creído que estaba
saciada físicamente, pero ahora comprobaba que de Jordan nunca podría hartarse.
Él levantó un brazo y le puso la palma sobre su mano. Cuando Lisa levantó las
ojos vio la enigmática expresión en su cara.
—Me alegro de que estés aquí —dijo él.
—Yo también.
—Y no sólo por la forma en que hacemos el amor. Es la forma en que te abres a
mí. Tu sinceridad. Sin secretos. Nada que ocultar. No puedo explicarte lo mucho que
eso significa para mí.
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Lisa entrelazó sus dedos con los de Jordan. Para bien o para mal se había
entregado a ese hombre en cuerpo y alma.
—Con Sandy —continuó él—, siempre tenía la sensación de que me escondía
algo, de que había una parte de ella que jamás compartiría conmigo.
Lisa asintió. Ella había tenido la misma sensación con Ted. En Jordan había una
integridad esencial en la que sabía que podía confiar.
Pero aún así, tenía la impresión de que todavía había cosas que él no había sido
capaz de compartir con ella.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Jordan.
—Yo…
—Recuerda, estaba alabando tu sinceridad —le dijo él seriamente.
—Estaba pensando en que a los hombres os cuesta más abrir la última puerta…
incluso con alguien en quien sabéis que podéis confiar.
—Es una forma muy complicada de expresarlo.
—Entonces, ¿no son imaginaciones mías?
Jordan la apretó la mano.
—Lisa, te amo. No podría soportar perderte.
—¿Hay algo en tu pasado, algo que piensas que yo no aprobaría?
—No tengo antecedentes penales, ni nada parecido.
Jordan se aclaró la garganta.
—Digamos que he llegado a la conclusión de que mi matrimonio no fue lo
bueno que debería haber sido… y me pregunto qué parte de culpa tuve yo en ese
fracaso. Esta semana me he dado cuenta de algo. Cuando Sandy y yo discutíamos, yo
siempre encontraba una excusa para dejar la ciudad.
Lisa lo miró fijamente.
—Y lo he vuelto a hacer contigo, ¿no?
—Sí.
—Bueno, he decidido que ése no es el mejor método para resolver los
problemas entre dos personas.
—Quizá Sandy y tú no estuvierais hechos el uno para el otro. Quizá había
problemas que simplemente no podíais resolver.
—¿Has pensando si a ti te pasó eso con Ted?
Lisa dudó. Eso era algo que no querría decir a nadie. Pero Jordan era diferente,
y él acababa de ser sincero con ella.
—Sí. Es duro para mí admitir que cometí un error.
—Eras muy joven entonces. Como Sandy y yo.
—A los diecinueve años todo el mundo piensa que lo sabe todo.
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Jordan rio.
—Estoy de acuerdo. ¿Te acuerdas de cuando conociste a Ted?
—Sí —dijo Lisa probando la sopa que el camarero había llevado.
—Supongo que no te acordarás que yo estaba fuera de la ciudad en ese
momento. Cuando volví, él ya te había cazado.
—Yo… bueno, es cierto.
—¿Qué hubiera ocurrido si nosotros nos hubiéramos conocido antes? ¿Si nos
hubiéramos casado tú y yo? —preguntó Jordan despacio, mirando el rostro de Lisa
mientras ella ponía una expresión soñadora.
Luego ella le miró directamente.
—No tiene sentido pensar eso… porque no ocurrió.
—Tienes razón. Quizá tenemos suerte después de todo. Tenemos la ventaja de
la madurez… y la experiencia.
Jordan dejó su cuchara en el plato.
—Dime, ¿no piensas que tenemos la posibilidad de hacer un matrimonio
perfecto?
—Ningún matrimonio es perfecto.
—Pero podemos estar muy cerca.
—Espero.
El lunes Lisa se despertó con una opresión en el pecho. Era su última mañana
con Jordan. Cuando se movió para abrazarle él no estaba en la cama. Las sábanas
estaban aún calientes, y dedujo que no hacía mucho que se había levantado.
Abrió los ojos despacio y miró a su alrededor en la pequeña habitación donde
había pasado el mejor fin de semana de su vida. No había esperado volver a
enamorarse otra vez. Y se había resistido a la idea. Pero una vez que Jordan hubo
roto sus defensas, le fue imposible imaginarse la vida de otra forma que no fuese con
él. E iba a ser duro volver a despedirse… aunque sólo fuera por el tiempo que él
tardase en terminar su trabajo. ¿Sentina él lo mismo? ¿Era por eso por lo que se había
levantado temprano y se había marchado? Quizá Jordan hubiera pensado que si le
encontraba vestido y preparado para marcharse sería más fácil decir adiós pronto.
Sus especulaciones fueron interrumpidas al entrar Jordan en la habitación.
Llevaba una bandeja con platos y una cafetera y cerró la puerta con el píe.
—Ya veo que estás despierta.
—Y yo que has estado ocupado.
—No tienen servicio de habitaciones aquí, pero no hay nada imposible.
Lisa le miró emocionada.
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Cuando volvió a casa eran más de las cinco. Colgó su traje en el armario,
envolvió los regalos de Jordan y se preparó una cena rápida.
Al comprar el traje había tomado conciencia de la realidad de la boda, y eso le
había recordado que aún tenía asuntos del pasado de los que ocuparse antes de
casarse con Jordan. A la muerte de Ted, no había sido capaz de pensar sobre lo que
debería hacer con sus efectos personales. Lo había empaquetado todo y lo había
metido en un enorme baúl. Ahora era el momento de ver lo que tenía que tirar y lo
que donaría a la beneficencia.
Estaba llena de energía, de modo que después de lavar los platos Lisa se dirigió
al desván donde guardaba los trastos.
Samantha la siguió curiosa y se sentó a ver cómo su ama separaba chaquetas,
pantalones y camisas en diferentes montones. Luego sacó las cajas llenas de papeles.
Después de la muerte de Ted había hecho una rápida inspección de sus documentos
personales para asegurarse de que no había facturas impagadas o alguna póliza de
seguros de la que ella no hubiera tenido noticias. El resto lo había guardado sin
mirarlo.
El contenido de los cajones del escritorio de Ted estaba repartido en dos cajas.
Lisa empezó a revolver entre abonos de fútbol y baloncesto, tarjetas de negocios y
facturas de restaurantes. Su marido solía entretener a sus clientes con largas comidas,
práctica que él creía indispensable en el mundo de los negocios. Lisa aceptaba la
explicación con reservas, porque sabía que a Ted le gustaba darse ciertos lujos.
Por eso no se sorprendió al ver la enorme cantidad de facturas de restaurantes.
Estaba a punto de tirarlas a la basura cuando algo llamó su atención. Allí también
había facturas de habitaciones de motel, cargadas a la tarjeta de crédito de negocios
de Ted.
Lisa levantó las cejas mientras leía. Eran de moteles cerca de Annápolis… a
menudo cerca de los restaurantes donde Ted le decía que llevaba a sus clientes.
¿Qué significaba aquello? Ella sabía que Ted trabajaba con clientes de agencias
de otras ciudades. ¿Les pagaba también los hoteles?
Ella no lo hubiera aprobado, y quizá fuera por eso que él se lo había ocultado.
Pero esa explicación era absurda. Ted no era generoso hasta ese punto.
Con un creciente sentimiento de intranquilidad. Lisa extendió las facturas sobre
la cama. Estaban ordenadas por fechas; solía haber tres o cuatro por mes. Luego, con
el pulso absurdamente acelerado, volvió a mirar las cuentas de los restaurantes.
Aunque había más de este tipo, había muchas que coincidían con las fechas de la
reserva de habitación.
Lisa trató de buscar una explicación racional para todos esos datos. Ted había
pagado por la habitación de un motel casi todas las semanas… pero en días
diferentes.
A menos que Ted estuviera en viaje de negocios, estaba en casa hacia las ocho
de la tarde. Entonces había alquilado las habitaciones por las tardes. ¿Qué
explicación podía haber para eso? Le temblaron las manos y las facturas cayeron
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sobre la cama. Sólo encontraba una explicación lógica: su marido había estado viendo
a otras mujeres… y con regularidad.
¿Cómo habría sido tan estúpido de guardar las pruebas?, se preguntó Lisa. Pero
podía imaginarse la respuesta. Las cuentas de los negocios de Ted nunca habían sido
de su incumbencia. Nunca hubiera esperado de Lisa que fisgara en sus cajones.
Una vez que asimiló la idea de la infidelidad de Ted, Lisa sintió como si le
hubieran dado un mazazo en medio del pecho. Repentinamente desorientada, cerró
los ojos y se apoyó en la pared. Sin darse cuenta de lo que hacía, se cruzó los brazos
agarrándose los hombros y trató desesperadamente de calmarse y recuperar el
aliento.
Pero por mucho que cerrara los ojos, escenas del pasado se representaban en su
mente.
Su matrimonio. Había habido tantas cosas desagradables… cosas que la habían
herido, haciéndola sentirse culpable por no poder llevar adelante su relación.
Lisa se clavó las uñas en los hombros. Pero no sentía el dolor. Pensaba en todas
las veces que había tratado de llegar a Ted y él la había dado la espalda. Las veces
que él había estado distante. O aquellas en que se enfurecía sin motivo. Veces en que
le había rogado que compartiese sus problemas con ella. Veces en que ella había
necesitado la seguridad de su amor y él se había negado a dársela.
Había tratado de hacer la vista gorda. Se había puesto excusas. Ahora eso ya no
era posible.
¿Qué había encontrado con esas otras mujeres?, se preguntó Lisa. Debía haber
ido buscando variedad en el sexo, o alguien que alimentara su ego. En vez de una
relación profunda y duradera con una mujer había preferido relaciones
superficialmente con varias mujeres.
De modo que no había estado ligado a Lisa en la forma en que un marido
debería estar ligado a su mujer. Eso era probablemente por lo que se había negado a
formar una familia… porque sospechaba que su matrimonio no iba a durar.
Lisa había creído que ya había sufrido lodo el dolor posible. Pero ahora veía
que no era así. Se sentía como si las vendas hubieran sido retiradas brutalmente de
una herida y todo el alcance del daño fuera visible de nuevo.
Tambaleándose salió de la habitación. Samantha, que había estado dormitando
sobre una silla, la miró y maulló. Lisa sacudió la cabeza y se dirigió a su dormitorio.
Estaba helada de frío. Pensó en encender la calefacción, pero era demasiado
esfuerzo bajar las escaleras. En vez de eso, se quitó los zapatos y los pantalones y se
metió en la cama. Llevaba varios minutos tumbada de costado con las rodillas junto a
la barbilla cuando sintió a Samantha subirse a la cama. Delicadamente la gatita
restregó la cabeza contra el hombro de Lisa y no paró hasta que su ama la acarició.
—Supongo que tú todavía me quieres, ¿no, Samantha?
La gala respondió tumbándose a su lado. Era relajante acariciar el sedoso lomo
y oír el ronroneo de placer del animal. Poco a poco se fue tranquilizando.
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—¿Qué?
—Hay algo que me preocupa —dijo Lisa suspirando—. Y creo que si me lo callo
voy a acabar discutiendo contigo.
—¿Qué quieres decirme? —preguntó Jordan cogiéndola de la mano.
Ahora Lisa se arrepentía de haber empezado. Pero tenía que terminar. Tomó
aliento y empezó lentamente.
—Ted se veía con otras mujeres.
—¿Otras mujeres?
—Sí. Me decidí por fin a revisar sus cosas y encontré un montón de facturas de
hotel. Fue un duro golpe. Pero cuando lo pensé seriamente, supongo que no fue una
absoluta sorpresa para mí.
—No sabía que se viera con varias mujeres.
—Jordan, sé que era tu amigo, pero no trates de disculparle.
—No lo estoy haciendo. Yo sólo sabía que se veía con otra mujer.
Jordan parecía nervioso.
Lisa soltó su mano.
—¿Ted compartió algo como eso contigo? —preguntó Lisa sin poder creer lo
que oía.
Jordan rio sarcásticamente.
—Ted y yo hemos compartido muchas cosas, pero no eso.
—Jordan, no hables en clave.
—¿Quieres la verdad?
Jordan se encogió de hombros.
—De acuerdo. Pero no te va a gustar.
—Dime la verdad.
—¿Te has preguntado alguna vez por qué Ted y Sandy estaban en el mismo
avión cuando se estrelló?
Lisa le miró sin comprender a qué venía esa pregunta.
—Porque se encontraron en Chicago.
—No. Porque habían pasado toda la semana juntos y volvían a casa ese día.
—¿Qué estás tratando de decirme?
—¿Tengo que hacerte un dibujo? Ted y Sandy tenían una aventura. Y ya
llevaban bastante tiempo.
Lisa le miró sin reaccionar. Ella había pensado en mujeres que no significaban
nada para Ted. Y para protegerse, había evitado imaginársele con ninguna en
particular. Ahora ya no podía hacerlo. Había habido alguien a quien había querido
más que a ella. Y ese alguien había sido su mejor amiga.
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Capítulo 11
La mano de Lisa temblaba cuando alcanzó la bala a los pies de la cama. De
pronto sintió el mismo frió que cuando descubrió las facturas del motel. Sólo que
ahora, con Jordan desnudo en su cama, no podía refugiarse bajo las mantas.
Él miró sin decir nada mientras se anudaba el cinturón alrededor de la cintura.
—Lisa, ¿vas a dejar que esto cambie las cosas entre nosotros?
Ella le miró suspicaz.
—Sospechabas que así ocurriera… ¿no? Por eso lo mantuviste en secreto.
Por la culpabilidad que vio en sus ojos Lisa supo que había tocado una fibra
sensible. Pero su propio dolor la obligó a seguir atacando.
—Fuiste tan comprensivo cuando hablamos en la playa. Pero entonces, ¿por
qué no entonces? Sabías lo que había pasado con Ted, y no fuiste capaz de decírmelo.
—Precisamente entonces no era el momento adecuado para decírtelo.
Lisa no podía evitar que su voz temblara al hablar.
—¿Y cuándo hubiera sido el momento?
—Cuando te sintieras más segura sobre nosotros.
—Oh, ya veo.
Sus ojos brillaron con ira y dolor.
—Todas esas palabras sobre ser mi amigo. Te aprovechaste. Te aprovechaste de
mí.
—Éramos amigos de verdad. Eso no cambia nada. Me estás haciendo parecer el
malo de la película, cuando en realidad yo he sido tan víctima como tú.
A Lisa le costó un enorme esfuerzo contener las lágrimas.
—Descubrir la infidelidad de Ted ya ha sido suficientemente horrible. Pero
saber que has estado jugando con mis emociones es más de lo que puedo afrontar
ahora —murmuró.
Con movimientos mecánicos Jordan salió de la cama y empezó a vestirse.
—Sé que ha sido un duro golpe para ti, y quizá yo no lo he hecho muy bien.
—Sí.
Lisa quería desesperadamente terminar la conversación, pero aún tenía algo
que decir.
—Jordan, tal y como me siento ahora, tengo que pensarme lo de la boda.
—¿Quieres retrasarla?
Ella asintió.
—¿Hasta cuándo?
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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón
Dos días después Lisa no estaba más animada… y no había llegado a ninguna
conclusión sobre su vida personal. Sentada en su taller acariciando a Samantha
reconoció que se había equivocado. No podía resolver esa situación sola. Sus
sentimientos implicaban a Jordan, y necesitaba hablar con él. Y no sólo eso, admitió
sintiéndose culpable, sino que no le había dejado hablar. ¿Querría hacerlo ahora?, se
preguntó. ¿O habría entendido que ella había querido romper con su relación?
Cuando recordaba la escena que había tenido lugar en su dormitorio veía que
su actitud había sido irracional y provocada por el dolor.
En realidad casi no recordaba lo que había dicho. Pero sí se acordaba de la cara
de Jordan cuando le había dicho que quería posponer la boda.
Se daba cuenta de que no había pensado en él; sólo se había preocupado de sus
propios sentimientos. Estaba dolida por la burla de Ted. Y había sido aún mas
terrible descubrir que se había liado con su mejor amiga. Pero, ¿cómo se habría
sentido Jordan? Sandy le había hecho lo mismo que Ted a ella. Y Jordan había vivido
sospechándolo durante mucho tiempo.
Jordan había tratado de explicárselo pero ella no había querido escucharle.
Pero, ¿y antes de todo eso? Lisa pensó en los primeros días siguientes a su vuelta. No
había regresado exactamente seguro de sí mismo. ¿Qué hombre lo hubiera hecho
después de esa traición? Pero había querido lo suficiente a Lisa para volver por ella.
Despacio, pacientemente, la había hecho ver lo que significaba el uno para el otro.
A pesar de su estado de ánimo, una sonrisa curvó sus labios al pensar en los
dos meses que habían pasado juntos. Las cosas habían ido muy bien entre ellos.
Mejor de lo que ella podía recordar… hasta que el golpe de la traición de Ted la había
sacudido. Había creído poder superarlo, pero se había equivocado.
Para empeorar las cosas había atacado al que menos culpa tenía.
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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón
El saber lo mucho que sus palabras le tenían que haber dolido, la ponía al borde
del llanto. Tenía que llamar a Jordan y decirle lo equivocada que había estado.
Pero él no respondió. Volvió a intentarlo varias veces más durante el día pero
sin éxito. ¿Habría vuelto a aceptar algún trabajo fuera de la ciudad?, se preguntó Lisa
tratando de luchar contra el pánico que la empezaba a invadir. ¿Habría hecho eso
estando Un cerca de la Navidad? ¿Y sin decírselo? Quizá ahora se hubiera ido para
siempre.
Pero al mismo tiempo no podía creer que él se hubiera marchado tan
bruscamente, por muy mal que ella lo hubiera hecho. O quizá estaba en casa… pero
no quería responder al teléfono.
A toda prisa Lisa envolvió unos pasteles en un papel, se puso el abrigo y salió al
exterior. Recordó el suave día de otoño que Jordan había elegido para volver, cuando
los dos habían paseado hasta su casa.
Hacía demasiado frío para ir andando ahora. Lisa se subió el cuello del abrigo,
agachó la cabeza contra el viento y abrió la puerta del coche.
Cinco minutos después paró frente a la casa de Jordan. Estaba tan preocupada
tratando de localizar su furgoneta que no vio el cartel en la verja hasta que estuvo
casi encima. Sintió que el corazón se le paraba.
El anuncio decía: «Se vende».
Saltó del coche y corrió hacia la puerta. No recibió respuesta al golpear con los
nudillos. No estaba en casa.
Luchando con la desesperación que le atenazaba la garganta se metió en el
coche y volvió a su casa. Quizá había un error, se dijo a sí misma. Quizá hubiera una
explicación. Bob Jefferies, el abogado que se había hecho cargo de los asuntos de
Jordan durante el año pasado tendría que saber qué estaba pasando.
Antes de quitarse el abrigo Lisa buscó el número del abogado y le llamó. Su
secretaria debió detectar el miedo en su voz, porque la mujer la pasó a su jefe
enseguida.
—Señora Patterson, ¿qué puedo hacer por usted?
—Tengo que hablar con Jordan Callahan.
—Lo siento. Eso es imposible en este momento.
—¿No sabe dónde está?
—Me temo que no puedo decírselo.
—¿Está fuera de la ciudad? —insistió Lisa.
El abogado dudó.
—Me temo…
—¿Sería posible hacerle llegar un mensaje?
—Es posible que no se ponga en contacto conmigo hasta después de Navidad.
Lisa sintió que el alma se le caía a los pies.
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—Si llama, ¿podría decirle que necesito hablar con él? —dijo en un hilo de voz.
—Lo haré.
Cuando colgó, el corazón le latía tan fuerte en las sienes que casi no podía
pensar. Había topado con un muro, pero no pensaba rendirse.
¿Quién más podría saber el paradero de Jordan? de pronto se acordó de la
conversación que había tenido con Thelma. La mujer le había reprochado que
hubiera desaparecido sin decir nada. Jordan había tenido que prometerla que no
volvería a hacerlo otra vez.
Thelma comunicaba, y Lisa todavía no se había quitado el abrigo.
Sin pensarlo dos veces volvió al coche y condujo a la ciudad.
Era casi hora de cerrar y ya no había clientes en la tienda cuando llegó. Thelma,
que estaba a punto de cerrar y marcharse, levantó la vista impaciente al oír el timbre
de la puerta. Pero su expresión se suavizó al ver a Lisa.
—Tenía la sensación de que te vería pronto —le dijo encendiendo las luces de la
trastienda—. Por cierto, tienes un aspecto horrible.
—Gracias, es lo que necesitaba.
—Probablemente te lo mereces si eres tan tonta como para echar a Jordan
Callahan.
Lisa parpadeó. Thelma nunca había utilizado ese tono de profesora de colegio
con ella.
—¿Qué te hace pensar que le he echado? ¿Sabes dónde está?
Lisa la siguió detrás de la caja registradora.
—Ese hombre está enamorado de ti. ¿Por que se habría marchado de la ciudad
si tú no le hubieses echado?
Lisa se dejó caer sobre una silla.
—¿Estás de su parte o de la mía?
—No tomo partido. Sólo quiero que los dos seáis felices.
—Ya lo sé. Oh, Thelma, lo he estropeado todo.
—¿Quieres hablar de ello?
—¿Qué es lo que sabes?
—Lo único que sé es que Jordan dijo que no podía soportar más vivir en su casa
y que se iba a Virginia a buscar trabajo. Pero no me dijo más. Eso sí, parecía como si
alguien le hubiera pasado por encima con una apisonadora.
Lisa dejó caer la cabeza. Ya no quedaba la esperanza de que el anuncio de venta
fuera un error.
Thelma fue a la trastienda y salió con una copa de coñac.
—Es algo fuerte para esta hora del día, pero te vendrá bien.
—Gracias.
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A la mañana siguiente Lisa hizo la maleta y escribió una nota a Jordan por si iba
al Nido del Águila. Luego metió a la irritada Samantha en una cesta y se puso en
camino.
En esa época del año la carretera hacia la playa estaba casi desierta. Cuando
Lisa cruzó el puente de la bahía miró al agua. Estaba de un color gris oscuro, perfecto
reflejo de su estado de ánimo.
La casita de Thelma estaba junto al mar y alejada del pueblo más próximo. Lisa
no había estado allí desde hacía tiempo. Abrió la puerta y metió su ligero equipaje.
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Después paseó por la casa y no pudo dejar de sonreír. Thelma había decorado el
lugar con los mejores artículos de su tienda, y no había olvidado poner aquí y allá
algunos de los muñecos de Lisa. Samantha pareció reconocer el trabajo de su ama y
después de recorrer toda la casa se tumbó junto a un oso azul y blanco.
Lisa emprendió la tarea de acomodarse. Finalmente la última toalla estuvo en
su sitio y la última lata de comida en su armario. Inquieta, se enfundó en un grueso
jersey y un impermeable y salió a dar un paseo.
Era media tarde y el cielo estaba cubierto. No había nadie en la playa y después
de unos minutos supo por qué. El frío viento que venía del mar la hizo meterse las
manos en los bolsillos. Por un momento pensó en volverse. Luego se inclinó y siguió
adelante. Luchando contra las fuerzas de la naturaleza se sentía mejor. No sabía si
aquel masoquismo era bueno pero al menos liberaba adrenalina.
Finalmente el viento helado empezó a penetrar a través de sus ropas. Se dio la
vuelta y la ventisca azotó su cara. Haciendo visera con la mano miró hacia donde se
suponía que estaba la casa. Con la cabeza agachada y mirando al suelo había
caminado más de lo que creía, e iba a ser un largo camino de vuelta.
Cerca de la casa de Thelma pudo ver otra figura encorvada por el viento.
Fugazmente Lisa se preguntó qué otro loco estaría fuera con ese tiempo. Luego la
siguiente ráfaga de viento la hizo concentrarse en su camino. La tormenta había
arrojado un tronco sobre la arena y Lisa se detuvo antes de rodearlo. El viento seguía
empujándola por detrás.
—¿Necesita ayuda, señorita?
—¡Jordan!
La impresión de verle casi la hizo tropezar, pero su fuerte brazo la sujetó del
codo.
Lisa le miró a la cara pero su expresión era indescifrable.
—¿Qué haces aquí?
El viento se llevó sus palabras hacia el mar.
—Hace demasiado frío aquí para hablar de eso.
Lisa asintió. Tenía razón, pero la necesidad de saber qué pensaba era casi
dolorosa. Deseaba poder cogerle de la mano, pero él las tenia en los bolsillos. Sin
esperar a ver si ella le seguía, Jordan se dio la vuelta y se dirigió a grandes zancadas
hacia la casa.
—Espera —dijo Lisa al ver que no podía seguir su paso.
—Lo siento.
Jordan redujo la marcha, pero cuando llegaron a la puerta Lisa estaba jadeando.
Mientras ella abría la puerta Jordan cogió una pila de maderos de los apilados
en el porche.
Desde un rincón del vestíbulo Samantha fijó los ojos en la puerta con los
músculos en tensión, dispuesta a saltar. Pero al ver que los intrusos eran conocidos
bostezó y cerró los ojos.
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Había tenido mucho frío en la playa. Pero al sentir las manos de Jordan en su
cuerpo y su húmeda boca en su cuello se sentía ardiendo.
—Jordan, por favor. Déjame darme la vuelta.
—No hasta que no puedas soportarlo más.
Sus manos recorrían sus costados, cada vez más cerca de sus senos. La
excitación era insoportable. Cuando finalmente los alcanzó Lisa gimió. Y cuando sus
pulgares presionaron sus pezones se apoyó contra él.
Las palabras que Jordan pronunciaba a su oído aumentaban su desesperación.
Lo único que hacía la tortura soportable era que sabía que él estaba tan excitado
como ella.
En una agonía de deseo. Lisa volvió la cabeza y le besó en la mejilla.
La mano de Jordan temblaba al trazar el borde de sus vaqueros. Luego, con un
movimiento rápido, le bajó la cremallera y le sacó los pantalones.
Lisa no pudo contener un pequeño sollozo al sentir su mano en el húmedo
corazón de su feminidad.
Era obvio que él tampoco podía contenerse ni un momento más. Cuando ella se
volvió Jordan no se lo impidió.
—Creo que he olvidado algo importante —dijo él con voz ronca—. Todavía
estoy vestido.
—Eso tiene fácil arreglo.
Lisa le bajó los pantalones mientras él se sacaba la camisa por encima de la
cabeza.
—¡Ahora! —susurró Lisa tomando la iniciativa para guiarle hacia su interior.
Entonces todo pensamiento racional se desvaneció cuando Jordan empezó a
moverse dentro de ella. Juntos hicieron que la pasión creciese hasta límites increíbles
y de pronto, Lisa pudo sentir que de nuevo habían alcanzado el éxtasis.
Durante largos momentos Jordan la sostuvo como si nunca fuera a soltarla.
Luego, suavemente, le retiró un mechón de pelo de la frente.
—Ha sido mejor que cualquier fantasía —murmuró ella.
—Para mí también.
Lisa suspiró.
—Sólo hay un problema.
—¿Cuál?
—Encontrar una forma de relajarse de pie, ¿Qué tal si subimos a la cama?
—Buena idea.
En la habitación Jordan apartó las mantas y ambos se metieron en la cama. Lisa
se apretó contra él.
—Hay tantas cosas que quiero decirte, que no sé por dónde empezar —dijo él.
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—Yo siento lo mismo. Aquella primera mañana quería decirte lo buen amante
que eres. Pero habértelo dicho hubiera significado admitir los problemas en mi
matrimonio.
—Estaba a punto de decirte que cada vez que sacabas alguna cualidad de Sandy
yo dudaba entre preservar tus ilusiones y revelarte la auténtica escoria que había
debajo.
Jordan suspiró.
—Supongo que eso tampoco es justo. Ella era una buena persona. Sólo que no
era capaz de decidir si me quería a mí o a Ted.
—¿Hubo algo entre ellos antes de que os casarais?
—Sí.
Jordan dudó.
—Y yo la obligué a elegir entre los dos… justo antes de que tú conocieras a Ted.
—Entonces por eso fue por lo que él me metió tanta prisa. Y yo era joven, y no
me costaba nada tomar decisiones. Pero luego, cuando me di cuenta de que nuestro
matrimonio no marchaba no podía admitir que había sido una imprudencia haber
dicho que sí tan rápido.
—No eres una cobarde. Esa es una de las cosas que más admiro en ti.
—Pero no tuve el sentido suficiente para adivinar que mi marido se había
casado conmigo de rebote.
—Lisa, no fue exactamente así. Él te quería. Pero más tarde no pudo resistir la
tentación de probarse a sí mismo que podía tener lo que había perdido una vez.
Ambos permanecieron en silencio durante unos momentos.
—Has pasado mucho tiempo pensando en todo esto, ¿no? —murmuró Lisa
finalmente.
—Eso era en todo lo que pensaba en los meses tras el accidente… antes de que
empezara a pensar en ti.
—Me alegro de que lo hicieras.
Lisa le cogió la cara entre las manos y le besó largamente.
—¿Te acuerdas del primer día que llegaste a mi casa y te grité cuando te
encontré mirando en el escritorio de Sandy?
—Sí.
—Después de Chicago miré en sus cajones y encontré su diario. Nunca lo había
leído antes, pero como estaba muerta pensé que ya no importaba. Pero había muchas
líneas sobre Ted y ella.
—Oh, Jordan, debió ser terrible para ti.
Él asintió.
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Me pareció muy triste dejarlos en Annápolis cuando yo iba a ir a la playa. Así que me
los traje.
—Estabas más seguro de mí de lo que demostrabas, ¿no?
—No. Sólo estaba seguro de lo que sentía por ti… de lo que siempre sentiré por
ti.
—Te amo, Jordan Callahan.
Lisa le besó de nuevo, resuelta a mostrarle que su amor era tan duradero como
el suyo.
Fin
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