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Nos sucede una cosa muy curiosa y sorprendente: cada uno busca cómo satisfacer este
anhelo de plenitud y felicidad en función de las heridas de no-amor que ha
experimentado y, a menudo, lo que encuentra es más frustración.
Todo este material anímico se convierte en una energía de un potencial enorme, que
tanto se puede convertir en constructivo como negativo, según el nivel de
consciencia en el que evolucionamos. Hemos de tener en cuenta que el nivel de
consciencia de las emociones negativas es destructivo, mientras que el nivel de
consciencia de las emociones positivas favorece la vida y la felicidad. Siempre que
reprimimos emociones negativas, nosotros somos la primera víctima. Toda energía
negativa reprimida, si no la liberamos, con el tiempo, se puede manifestar mediante
enfermedades.
Otra consecuencia del reprimir o no afrontar las emociones negativas es que toda
esta energía depositada en el inconsciente nos va separando de nuestro Ser
original, hasta que perdemos la consciencia de cuál es nuestra verdadera identidad.
Esto nos pasa porque nacemos con la inocencia y la confianza de que nuestros padres
nos aman y no nos engañan. De hecho, así es, pero no siempre, porque cuando es el
ego de los padres lo que gestiona sus estados emocionales (cosa que suele pasar),
es fácil que discutan y se enfaden, mientras que el niño no entiende qué es lo que
está pasando. Vive una situación de inseguridad que se le graba en el inconsciente
en forma de angustia. La experiencia enseña que, a pesar de haber aceptado el
modelo que se nos impone, hay momentos en los que las relaciones no funcionan como
suponíamos, los adultos se enfadan, nos tratan injustamente, nos hacen vivir
situaciones desagradables, algunas negativas, frustrantes y angustiosas. Un
adolescente de 19 años me decía: “Desde que tengo uso de razón, en casa, sólo he
oído gritos y discusiones entre mis padres, separados, por eso me he ido de casa”.
Si el niño escucha frases como “No te puedes fiar de nadie”, “La gente es mala”, lo
que se le queda grabado son creencias que condicionarán su vida. Son este tipo de
experiencia las que van modelando el modelo educativo del niño, creando capas y
capas de creencias que lo separan de su SER. Poco a poco, se amolda al modelo
educativo, lo que le programa para responder de una determinada forma, si quiere
sentirse emocionalmente seguro. A fuerza de practicar este ejercicio de modelación,
llega a crearse una idea distorsionada de sí mismo. Antonio Blay lo define como el
Yo-Idea, que nos hemos hecho de nosotros mismos, a fin de sobrevivir.
Al final, la persona que creemos que somos no es nuestra identidad original sino
que –dirá Hawkins- acabaremos girando alrededor de un eje, que no es otra cosa sino
un ego enamorado de sí mismo.
Toda esta dinámica la vivimos a través de la relación con los otros, donde buscamos
la plenitud que hemos perdido, y aquí comienzan los problema, cada vez que,
consciente o inconscientemente, pretendemos que el otro satisfaga el vacío afectivo
que el modelo educativo produjo dentro de nosotros, desconectándonos del potencial
de energía, de inteligencia, de amor-felicidad que somos.
Los problemas emocionales surgen a medida que pretendo vivir el Ser que soy a
través de la idea que me he tenido que hacer para sobrevivir (el ego-idea). Este
proceso, casi inconsciente, al final, es como si hubiéramos hecho un contrato con
el ego-idea, que se puede formular así: “Yo soy así a fin de que tú, madre, padre,
sociedad, me aceptes, me valores, me ames”.
Este contrato se convierte en un programa tan profundamente grabado que llega a ser
la hoja de ruta para el resto de nuestra vida.
Angustia a nivel mental: es la angustia de identidad. Lo que yo creía que era bueno
(el yo-idea) resulta ahora que tampoco le gusta a todos. Nos fabricamos el yo-
ideal: “trataré de ser cada vez mejor para asegurarme de que me acepten y me amen”.
Es el caso de las personas que se pasan la vida haciendo el papel de buenas
personas. Otras, hacen durante toda su vida el papel de malos. Este mecanismo
propicia la neurosis del “ser”.
Angustia a nivel afectivo: El niño se siente abandonado afectivamente, es la
angustia del abandono y de la soledad afectiva. De aquí surge la necesidad absoluta
de recibir amor, tener personas que me amen y me valoren. La cuestión es tener,
tener, tener. Comienza por querer tener amor y se generaliza hacia el tener todo lo
que “llene” momentáneamente el vació afectivo: tener prestigio, admiración, dinero,
placer. Tener lo que sea. Nos encontramos con la neurosis del “tener””.
Angustia a nivel energético. Es la angustia de no saber cómo salir de esta
situación. Es un estado de impotencia interior, total, sin fuerza para emprender
ningún intento de salida. Frente a la impotencia de no conseguir cambiar la
situación para que me dé afecto en lugar de rechazo, el ego se formula el propósito
reactivo de hacer. Hacer para sentirme fuerte, ya que, a medida de que hago (lo que
sea), este “hacer” me hace sentir fuerte. Nos encontramos con la neurosis del
“hacer”
La realidad es que esta misma angustia la podemos convertir en una oportunidad para
reconectarnos con nuestro Ser. Pero hay que tomar consciencia de la dinámica que
predomina en mi vida cuotidiana, la del hacer, la del tener o la del ser. En
definitiva, todos tenemos necesidad de recuperar la dinámica del Ser.