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Alfonso Aguiló

CARÁCTER Y
VALÍA PERSONAL
Mejorar el carácter, una sabia inversión

m
morgan editores
©2010 para la edición electrónica
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
PARTE PRIMERA ―A‖ PROTAGONISTAS DE LA PROPIA VIDA
Capítulo 1: NECESITAS REFLEXIONAR
Capítulo 2: TOMAR LAS RIENDAS DE LA VIDA
Capítulo 3: UN NUEVO MODO DE VER LAS COSAS
Capítulo 4: FORTALEZA Y CLARIDAD INTERIOR
PARTE SEGUNDA ―B‖: HACER RENDIR EL PROPIO TALENTO
Capítulo 5: HACER RENDIR EL TIEMPO
Capítulo 6: MEJORAR LA RELACIÓN CON LOS DEMÁS
Capítulo 7: BARRERAS A LA COMUNICACIÓN
PARTE TERCERA ―C‖: UNA CABEZA BIEN AMUEBLADA
Capítulo 8: CULTURA, RENOVACIÓN, FORMACIÓN
Capítulo 9:UNA PROGRESIVA COLONIZACIÓN DE NOSOTROS
MISMOS
GUÍA DE TRABAJO INDIVIDUAL

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Hacer rendir las propias capacidades


Mejorar la relación con los demás
Optimismo y estabilidad de ánimo
Carácter y acierto en el vivir

ALFONSO AGUILÓ PASTRANA ha tenido relación durante más de


quince años con la formación de gente joven en diversos trabajos de
carácter educativo y docente. Es autor de numerosas publicaciones,
entre las que se cuentan siete libros en esta Colección y más de un
centenar de artículos. Desde 1991 es Vicepresidente del Instituto
Europeo de Estudios de la Educación (IEEE).

Muchas personas jóvenes hacen grandes inversiones de tiempo,


energía y dinero para ampliar cada vez más sus conocimientos y
mejorar su propia preparación personal.
Sin embargo, la experiencia de los mejores especialistas en educación,
orientación familiar y recursos humanos, señala que la mayor parte de
las veces esas personas presentan luego serias carencias en lo que se
refiere a la formación básica de su propio carácter: pesimismo,
indecisión, desorden, inseguridad, dependencia de los estados de
ánimo, dificultad para trabajar en equipo y relacionarse con los demás,
u otros defectos en su modo de ser que suponen un lastre importante,
no sólo para su valía profesional sino también para su felicidad y su
realización como personas.
El carácter de una persona es, muy frecuentemente, lo que marca el
techo de sus posibilidades en lo profesional, o en sus relaciones
familiares o de amistad. Las más de las veces, lo que nos falta no son
más conocimientos, títulos o idiomas, sino una mejor relación con los
demás, dominar más los estados de ánimo, saber organizarnos mejor,
ser más cordiales y optimistas, comprender mejor los problemas
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

propios y ajenos, cultivar más los valores que dan luz y sentido a
nuestra vida.
Casi todo el mundo intuye que tendría que mejorar en muchos de esos
aspectos, pero pocos saben cómo lograrlo. El autor, con un método
claro y certero, sirviéndose de ejemplos y anécdotas de la vida
cotidiana, reflexiona sobre cómo desde la familia se puede acceder a
ese cambio: un cambio que pasa por cambiar nosotros mismos, y en
muchos casos por cambiar antes nuestra percepción de los problemas.

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INTRODUCCIÓN

Quien no arriesga nada,


arriesga aún más.
Erica Jong

¿Dónde está la felicidad: en ser joven, en tener mucho dinero,


en gozar de salud...? Durante más de diez años, un nutrido equipo de
investigadores norteamericanos dirigido por David Myers y Ed Diener
ha intentado arrojar alguna nueva luz sobre esta cuestión a través de
amplios estudios estadísticos.
Desde el principio se propusieron no fijarse sólo en las
sensaciones subjetivas de felicidad que tenían los encuestados, sino
también en el juicio que merecían ante los demás. Este enfoque les
facilitó una de sus primeras conclusiones: casi todos los que se sentían
felices también lo eran a los ojos de sus más íntimos amigos, de sus
familiares y de los propios psicólogos que les interrogaban.
También observaron que la impresión personal de felicidad está
distribuida de modo bastante homogéneo en casi todas las edades,
niveles de ingresos económicos o de titulación académica, y tampoco
se ve afectada de modo significativo por la raza o el sexo. Por
ejemplo, sólo encontraron una cierta relación entre ingresos
económicos y sensación de felicidad en algunos países muy pobres,
como la India o Bangladesh; en los demás casos, solía ser incluso
ligeramente más frecuente lo contrario.
La investigación concluía señalando una serie de rasgos de
carácter que parecen comunes a casi todas las personas que se sienten
felices: ―la persona feliz es cordial y optimista, tiene un elevado
control sobre ella misma, posee un profundo sentido ético y goza de
una alta autoestima‖.
Aunque es difícil saber en qué medida esos rasgos de carácter
contribuyen a la felicidad o son más bien parte de sus efectos, sí

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

podemos concluir con Myers y Diener en destacar la gran importancia


que para toda persona tiene la mejora de su carácter.
Es frecuente observar, por ejemplo, cómo muchas personas
jóvenes hacen grandes inversiones de tiempo, energía y dinero para
ampliar cada vez más sus conocimientos y mejorar su propia
preparación personal; y, sin embargo, a pesar de ese gran esfuerzo, se
encuentran luego con serias carencias en lo que se refiere a la
formación básica de su propio carácter: pesimismo, indecisión,
desorden, inseguridad, dependencia de los estados de ánimo,
dificultad para trabajar en equipo y relacionarse con los demás, u otros
defectos en su modo de ser que suponen un lastre importante, y no
sólo para su valía profesional sino también para su felicidad y su
realización como personas.
El carácter de una persona es, muy frecuentemente, lo que
marca el techo de sus posibilidades en lo profesional, o en sus
relaciones familiares o de amistad. Las más de las veces, lo que nos
falta no son más conocimientos, títulos o idiomas, sino una mejor
relación con los demás, dominar más los estados de ánimo, saber
organizarnos mejor, ser más cordiales y optimistas, comprender mejor
los problemas propios y ajenos, cultivar más los valores que dan luz y
sentido a nuestra vida.
Casi todo el mundo intuye que tendría que mejorar en muchos
de esos aspectos, pero pocos saben cómo lograrlo. El propósito de
estas páginas es reflexionar sobre cómo desde la familia se puede
acceder a ese cambio: un cambio que pasa por cambiar nosotros
mismos, y en muchos casos por cambiar antes nuestra percepción de
los problemas.
Este libro se presenta como un rato de conversación con un
interlocutor que plantea numerosas cuestiones. He procurado servirme
de abundantes ejemplos y anécdotas de la vida cotidiana. También, y
aunque he procurado señalar en cada caso las citas de los autores
correspondientes, quiero desde el principio dejar constancia explícita
de las deudas que tengo con algunas personas a cuyas ideas se deben
gran parte de los aciertos que pueda haber en este libro: indico sus

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datos en la bibliografía recomendada al final de cada una de las tres


partes del libro.

PARTE PRIMERA ―A‖ PROTAGONISTAS DE LA PROPIA


VIDA

Nadie tiene tanto poder para persuadirte a ti


como el que tienes tú mismo.
Epícteto
Capítulo 1: NECESITAS REFLEXIONAR
Una experiencia en los campos de concentración nazis
La puerta del cambio
Una opción decisiva en la vida
Inteligencia, voluntad, sentimientos

Pensar es el trabajo más difícil que existe.


Quizá sea esta la razón por la que haya
tan pocas personas que lo practiquen.
Henry Ford

Una experiencia en los campos de concentración nazis


Sus padres, un hermano y su mujer habían muerto en las
cámaras de gas. Él mismo había sido torturado y sometido a
innumerables humillaciones. Durante meses, nunca pudo estar seguro
de si al momento siguiente lo llevarían también a la cámara de gas, o
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se quedaría de nuevo entre los que se salvaban, o sea, entre aquellos


que luego tenían que llevar los cuerpos a los hornos crematorios, y
retirar después sus cenizas.
Víctor Frankl había nacido en Viena pero era de origen judío, y
eso precisamente le había conducido hasta aquellos campos de
concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial. Allí experimentó
en su propia carne la dura realidad de una tragedia que asombró y
asombra aún al mundo entero. Fue testigo y víctima de un gigantesco
desprecio por el hombre, de todo un cúmulo de vejaciones y hechos
repugnantes que, por su dimensión y su crueldad, constituyeron una
dolorosa novedad en la historia.
Frankl era un psiquiatra joven, formado en la tradición de la
escuela freudiana, y fiel a sus principios, era determinista de
convicción. Pensaba que aquello que nos sucede de niños marca
nuestro carácter y nuestra personalidad, de tal manera que nuestro
modo de entender las cosas y de reaccionar ante ellas queda ya
esencialmente fijado para el futuro, sin que podamos hacer mucho por
cambiarlo.
Sin embargo, aquel día, estando desnudo y solo en una pequeña
habitación, Frankl empezó a tomar conciencia de lo que denominó la
libertad última, un reducto de su libertad que jamás podrían quitarle.
Sus vigilantes podían controlar todo en torno a él. Podían hacer lo que
quisieran con su cuerpo. Podían incluso quitarle la vida. Pero su
identidad básica quedaría siempre a salvo, sólo a merced de él mismo.
Comprendió entonces con una nueva luz que él era un ser
autoconsciente, capaz de observar su propia vida, capaz de decidir en
qué modo podía afectarle todo aquello. Entre lo que estaba sucediendo
y lo que él hiciera, entre los estímulos y su respuesta, estaba por
medio su libertad, su poder para cambiar esa respuesta.
Fruto de estos pensamientos, Frankl se esforzó por ejercitar esa
parcela suya de libertad interior que, aunque sometida a tantas
tensiones, era decisivo mantener intacta. Sus carceleros tenían una
mayor libertad exterior, tenían más opciones entre las que elegir. Pero
él podía tener más libertad interior, más poder interno para decidir

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acertadamente entre las pocas opciones que se presentaban a su


elección.
Gracias a esa actitud mental, Frankl encontró fuerzas para
permanecer fiel a sí mismo. Y se convirtió así en un ejemplo para
quienes le rodeaban, incluso para algunos de los guardias. Ayudó a
otros a encontrar sentido a su sufrimiento. Les alentó para que
mantuvieran su dignidad de hombres dentro de aquella terrible vida de
los campos de exterminio. En aquel momento de tanto desprecio por
el hombre, de un desprecio como quizá no había conocido la historia,
cuando una vida humana parecía no valer nada, precisamente entonces
la vida de este hombre se hizo especialmente valiosa.
En las más degradantes circunstancias imaginables, Frankl supo
sacar partido de modo singular al privilegio humano de la
autoconciencia. Y le sirvió para comprender con mayor hondura un
principio fundamental de la naturaleza humana: entre el estímulo y la
respuesta, el ser humano tiene la libertad interior de elegir. Una
libertad que nos caracteriza como seres humanos. Ni siquiera los
animales más desarrollados tienen ese recurso: están programados por
el instinto o el adiestramiento, y no pueden modificar ese programa; es
más, ni siquiera tienen conciencia de que exista.
En cambio, los hombres, sean cuales fueren las circunstancias
en que vivamos, podemos formular nuestros propios programas,
proponernos proyectos en la vida y alcanzarlos. Podemos elevarnos
por encima de nuestros instintos, de nuestros condicionamientos
personales, familiares o sociales. No es que esos condicionamientos
no influyan, porque sí influyen, y mucho, pero nunca llegan a eliminar
nuestra libertad.
Entre el estímulo y la respuesta
está nuestra mayor fuerza:
la libertad interior de elegir.
Y son esas dotes específicamente humanas las que nos elevan
por encima del mundo animal: en la medida en que las ejercitamos y
desarrollamos, estamos ejercitando y desarrollando nuestro potencial
humano.
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La puerta del cambio


Aquel chico tenía catorce años y se puede decir que era un
auténtico desastre. Tenía un carácter muy difícil y una apatía
impresionante. Apenas atendía en clase, y luego en su casa estudiaba
menos aún. Parecía no tener ilusión por nada, suspendía habitualmente
un montón de asignaturas, y sus padres estaban desesperados.
Recuerdo que sus profesores comentábamos con preocupación
el caso, sin duda el más problemático del curso: apenas escuchaba los
consejos que se le daban, nadie sabía bien qué hacer con él. Todo
parecía indicar que aquel chico estaba destinado al más negro de los
futuros.
El caso es que acabó el curso, y las vueltas de la vida hicieron
que durante mucho tiempo apenas volviéramos a tener noticias el uno
del otro, hasta que siete años después coincidimos una lluviosa tarde
de septiembre en una cafetería.
Me alegró verle sonriente, con sus flamantes veintiún años
recién cumplidos y sus casi dos palmos más de estatura. Fue una
coincidencia casual y, como procuro hacer siempre con quienes fueron
mis alumnos en aquellos años que dediqué a la enseñanza, quedamos
después para charlar un rato. Cuando nos sentamos, le pregunté cómo
iba su vida.
Mi primera sorpresa fue que estaba en cuarto curso de una
carrera bastante difícil. Además, no sólo no había perdido ningún año,
sino que llevaba esos estudios con unos resultados brillantes. Mientras
me lo contaba, venían a mi memoria aquellas reuniones de profesores,
cuando analizábamos la marcha del curso, donde varias veces se llegó
a decir –quizá alguna vez yo mismo– que aquel chico, salvo un
milagro, no llegaría a terminar el bachillerato.
El caso es que el milagro se había producido. Su vida había
cambiado. No es que hubiera cambiado un poco, podía decirse que
había cambiado por completo y en casi todo. Es como si fuera otra
persona. Como si de aquellos viejos tiempos conservara poco más que
su nombre y sus apellidos.
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Yo estaba intrigado por el cambio. «Oye –le dije–, tienes que


explicarme qué ha pasado contigo para que hayas cambiado de esa
manera. Me tienes asombrado».
La pregunta le sorprendió un poco. Calló por unos instantes,
como queriendo ordenar sus ideas, se puso un poco más serio, y
finalmente empezó su relato, despacio, pero con soltura:
«Mira. Fue un día concreto. A lo mejor te parece un poco raro,
y quizá lo sea, pero fue un día concreto, un día por la mañana. Llevaba
unas semanas fatal. Mejor dicho, unos años. Llevaba años oyendo
siempre lo mismo. De mis padres, de mis profesores, de todos.
Siempre lo mismo. Que yo era un desastre, que estaba hipotecando mi
vida, que iba a ser un desgraciado si seguía por ese camino, que me
estaba buscando la ruina, que nunca sería un hombre de provecho, y
todo eso que dicen las personas mayores».
Le interrumpí un instante, con un poco de curiosidad, para
preguntarle qué pensaba él entonces, cuando escuchaba esas cosas.
«Bueno, no sé cómo decirte, todo aquello me entraba por un
oído y me salía inmediatamente por el otro. Me parecía que era el
rollo de siempre, y estaba cansado de escuchar todos los días los
mismos consejos.
»No es que no entendiera las razones que me daban, es que ni
siquiera les prestaba atención. Me habían dicho ya mil veces lo
mismo, y cuando veía que me venían con esas, desconectaba y ya está.
Tenía como echada una barrera mental sobre todas esas cosas, prefería
no pensar, y todos esos sabios consejos me resbalaban por completo.
»Bueno, lo que te decía, fue un día concreto, me acuerdo
perfectamente. Estaba en plena época de exámenes, y esos días no
teníamos clase, para poder estudiar. Pero estudiar no me apetecía
absolutamente nada. Estaba con la angustia de los exámenes, y al
tiempo con la angustia de que no había dado ni golpe y me iban a
suspender otra vez.
»Tenía un sueño tremendo, y estaba tentado de volverme sin
más de nuevo a dormir, pero llevaba mal el curso, como siempre. Si

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me volvía a la cama, iba a ser muy difícil que aprobara, y las cosas se
iban a poner más feas que de costumbre.
»Me había despertado temprano, y desde ese momento no había
parado de darle vueltas en la cabeza a una idea: Oye, tío..., ¿qué es
esto? ¿Voy a estar toda la vida así? ¿Cincuenta o sesenta años más
así? Esto no funciona. Algo tiene que cambiar. No puedo seguir así el
resto de mis días.
»Debí tener un momento de especial lucidez, supongo, porque
vi como algo angustioso continuar el resto de mi vida con el mismo
plan que llevaba hasta entonces. Y me aventuré a pensar en cosas
serias, en cosas que hasta entonces casi nunca me había planteado.
»No encontraba ilusión en casi nada. Me veía dominado por la
pereza de una forma terrible. Es algo bastante angustioso, de verdad.
No sabía a qué podía conducirme todo aquello. Era como estar
deslizándose por una pendiente oscura, cada vez más rápido y con más
descontrol, y te das cuenta de que no sabes dónde puedes acabar.
»Pensaba en el fracaso de mi vida, en todo eso que me había
dicho tantas veces tanta gente. Pero aquella vez fue distinto. No me
dijo nada nadie. Aquella vez me lo dije todo yo a mí mismo. Y
cambié. Eso es todo».
Levantó la mirada, como dudando si hacer o no una glosa
personal de todo aquello, y finalmente concluyó: «Desde entonces,
tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de
mejorar, pero nada más. Si no los asumes, si no te los propones
seriamente, como cosa tuya, no sirven de nada, por muy buenos que
sean. Es más, para lo único que sirven es para que cada vez los valores
menos, para que se produzca una especie de inflación de consejos que
recibes.
»Oír una cosa es muy distinto de hacerla propia. Y para mejorar
realmente, la única manera es ser capaz de decirse a uno mismo las
cosas, ser capaz de cantarte las cuarenta a ti mismo».
Mientras le escuchaba, me acordaba de otros casos en cierto
modo parecidos. Pensé en esos chicos y chicas jóvenes que a veces
vemos ir como arrastrándose por la vida, y les hablamos de tantas
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

cosas que deberían hacer, de tantas cosas que habrían de cumplir, y


nos desespera ver su apatía y su indolencia, y sin embargo quizá no
hemos advertido la raíz de su verdadero problema, que es algo mucho
más de fondo:
Aún no se han decidido a tomar realmente las riendas de su
vida.
Las causas de esa actitud pueden ser muy diversas: quizá han
recibido una educación muy pasiva, o hiperprotectora, que no les ha
ayudado a madurar; o tienen una fuerte tendencia a alejarse de la
realidad, consecuencia de una vida muy cómoda, o demasiado
sentimental; o no han aprendido a alzar un poco la mirada y aspirar a
valores e ideales más altos; o, por los motivos que sean, apenas
sienten responsabilidad sobre sí mismos, y olvidan, en la práctica, que
son sobre todo ellos quienes se están jugando –y no es poco– su
acierto en el vivir.
Aquel antiguo alumno mío había espabilado gracias a una sana
inquietud por su futuro. Me recordó algo que había leído tiempo antes
a Zubiri, que aseguraba con gran fuerza que la pregunta ¿Qué va a ser
de mí? resulta siempre decisiva en la vida ética de cualquier persona.
Me parecía muy interesante su relato, pero le interrumpí de
nuevo un momento. Quería preguntarle si le había costado mucho
cambiar después de aquella decisión de esa mañana tan provechosa.
«¿Que si me costó? Una barbaridad. Me costó muchísimo,
como es natural. Pero lo había visto bien claro, y eso es lo importante.
Ya estaba harto de seguir deslizándome por la cuesta abajo de la vida.
Y además, como estaba ya muy abajo, no podía perder ni un minuto
más. Así que acabé por cambiar. Y me costó muchísimo, pero aquello
fue como entrar en una nueva dimensión de la vida.
»Parece mentira, pero es tremendo lo que se puede sufrir
cuando uno opta por la vida fácil. Cuando estás en ella, lo otro te
parece insufrible, pero en realidad es al revés. Ahora veo con claridad
meridiana que aquella vida era un infierno. Lo que pasa es que
entonces no conocía otra, y no encontraba sentido a esforzarme más.
Tengo la impresión de que para encontrar sentido a las cosas, antes
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hay que luchar un poco por ellas. Pero, desde luego, lo peor es dejarse
llevar, porque vas como dando bandazos, pegándote golpes con todo,
como cuando pierdes el equilibrio y no sabes bien dónde puedes
acabar estrellándote».
Aquella narración, tan sincera y tan cargada de realidad, me
hizo pensar bastante en el fenómeno del cambio.
Hay decisiones que son
fundamentales en la vida,
y no siempre están unidas
a acontecimientos externos señalados,
sino que son fruto simplemente
de la lucidez de un pensamiento,
y a veces tienen día y hora concretos.
Salvando las distancias, me recordó aquella otra reflexión de
Víctor Frankl en el minúsculo calabozo del lager nazi: en nuestra vida
podemos realmente elevarnos bastante por encima de esos
condicionamientos en que estamos inmersos y que a veces parecen
marcarnos un destino inexorable.
Cada persona custodia
en su intimidad
una puerta del cambio,
una puerta que
sólo puede abrirse desde dentro.
Cambiar es algo asequible a todos. Lo decisivo es tratarlo
seriamente con uno mismo. El consejo viene de Epícteto:
Nadie tiene tanto poder
para persuadirte a ti
como el que tienes tú mismo.

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Una opción decisiva en la vida


Llega un momento en la vida del hombre, una vez superada la
niñez, en que tiene una clara percepción de su propia personalidad
moral. Aunque está claro que el bien o el mal está detrás de cada una
de las decisiones puntuales que toma muchas veces cada día, puede
decirse también que hay momentos de la vida en los que la persona
toma opciones de tipo mucho más global.
Muchas veces, esas decisiones no se toman explícitamente, o
son difíciles de situar con precisión en el tiempo, pero sin duda se
toman. Porque en una vida coherente no caben las rupturas continuas.
Una cosa es tener fallos, que son comprensibles aun en personas que
se esfuerzan seriamente por evitarlos, y otra bien distinta es que esos
fallos sean graves y habituales, y que los justifiquemos con cualquier
excusa.
Vivir con acierto exige una disposición de búsqueda solícita del
bien, un compromiso claro y firme de dirigirse hacia él.
La libertad se ensancha
cuando se compromete
con la verdad y el bien.
El ser humano necesita saber, sin trivializaciones, lo que es
bueno y lo que es malo. Cuando reflexiona con profundidad,
comprende que la vida fácil sólo proporciona satisfacciones fugaces
en medio de una insatisfacción general, descubre que su acierto en el
vivir está necesariamente ligado a su desarrollo moral.
—Sin embargo, la mayoría de las personas suelen dedicar poco
tiempo a reflexionar con profundidad, no se sabe bien por qué.
Quizá se deba a que la reflexión va muy unida a la conducta
diaria, y quizá advertimos que hemos de cambiar algo en nuestra vida,
y nos cuesta hacerlo, y por eso rehuimos un poco pensar en ello.
—Es muy humano, supongo.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Sin duda, errar es muy humano. Pero también es muy humano –


y quizá más– el empeño por superar esos errores. Por eso, si en
nuestra vida hay una ruptura, sobre la que casi ni nos atrevemos a
pensar, debemos alertarnos.
Si la vida va por delante
de nuestro pensamiento,
y nos encontramos actuando
sin habernos dado casi tiempo
a hacer elecciones razonadas,
precisamente entonces
resulta urgente decirnos,
o que alguien nos diga:
necesitas reflexionar.

Inteligencia, voluntad, sentimientos


Todos habremos oído alguna vez el clásico comentario de la
madre del adolescente perezoso que, apesadumbrada ante los
deficientes resultados académicos de su hijo, acaba por decir al
profesor: «Sabe usted, si el chico es muy inteligente, en los tests sacó
un coeficiente muy alto. Lo que pasa es que es un poco vago...».
Cuando oigo comentarios de ese estilo, siempre pienso que, en
el fondo, no es así. Que no puede decirse con propiedad que esos
chicos sean inteligentes.
Pienso, como Shakespeare, que ―fuertes razones hacen fuertes
acciones‖. Que ser inteligente, en el sentido más propio de la palabra,
proporciona una lucidez que siempre conduce a un refuerzo de la
voluntad.
No niego que esos chicos –como subrayan sus
bienintencionadas madres– puedan tener un alto coeficiente de
capacidad especulativa del tipo que sea. Pero ser inteligente es algo
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

más que multiplicar muy deprisa, gozar de una elevada capacidad de


abstracción o de una buena visión en el espacio, o de otras
capacidades semejantes que permiten obtener altos coeficientes en los
llamados tests de inteligencia.
Entre otras razones, porque si esos chicos fueran realmente tan
inteligentes como parece deducirse de esas pruebas, es seguro que se
habrían dado cuenta de que, así, con esa pereza y esa falta de
voluntad, no van a hacer nada en su vida. Habrían visto que si no se
esfuerzan decididamente por fortalecer su voluntad, toda su supuesta
inteligencia quedará lamentablemente improductiva, pues obtener una
puntuación elevada en un test, del tipo que sea, es algo que, por sí
solo, arregla muy pocas cosas en la vida. Habrían comprendido que
llevan camino de ser uno más de los muchos talentos malogrados por
usar poco la cabeza, y hace tiempo que se habrían ocupado de
cambiar.
De todas formas, aun admitiendo que ese tipo de personas
fueran inteligentes, debieran darse cuenta de que el valor real del
hombre no depende tanto de la fuerza de su entendimiento como de su
voluntad. Que la persona desprovista de voluntad no logra otra cosa
que amargarse ante la lamentable esterilidad en que quedan sumidas
sus dotes intelectuales.
Quizá las personas
más desgraciadas sean
las grandes inteligencias
huérfanas de voluntad,
porque esa gran inteligencia,
suponiendo que exista,
se pierde sin remedio.
Por eso se equivocan lamentablemente los padres que se
enorgullecen tanto del talento de sus hijos y en cambio apenas hacen
nada por que sean personas esforzadas y trabajadoras. Igual que esos
chicos vanidosos que tanto presumen de su coeficiente intelectual,
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

pero a los que su orgullo y su pereza acaban conduciendo a


situaciones personales lamentables. O como aquellos maestros que
sólo juzgan los conocimientos, como si la enseñanza no fuera más que
una gasolinera donde se suministran conocimientos a los alumnos y se
comprueba posteriormente el nivel de llenado.
—De todas formas, a veces tengo la impresión de que la gente
tiene fuerza de voluntad sólo para lo que de verdad le interesa.
También puede verse desde esa óptica: las personas aplican con
firmeza su voluntad en la búsqueda de los objetivos que su
entendimiento les presenta con un interés más vivo. En ese sentido,
podría decirse que muchas veces sus problemas están más
relacionados con el entendimiento que con la voluntad.
Más que fuerza de voluntad,
lo que les falta es
una luz más intensa de su inteligencia
sobre ese objetivo.
—Pero antes decías que era mayor el valor de la voluntad que
del entendimiento.
No pretendía dar una preponderancia a la voluntad, sólo resaltar
su valor. La aparente contradicción que señalas nos remite a una
cuestión más de fondo, muy interesante:
La educación no se refiere
a una parte de la persona:
ha de llegar por entero
a la inteligencia,
a la voluntad
y a los sentimientos.
—Antes hemos hablado sólo de inteligencia y voluntad. ¿En
qué sentido añades ahora lo de los sentimientos?

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Son los tres grandes ámbitos que ha de impregnar cualquier


tarea educativa o formativa (tanto si está dirigida hacia uno mismo
como hacia otros):
§ ha de iluminar la inteligencia con un conocimiento
profundo de la verdad sobre el qué, el cómo y el porqué de las cosas;
§ ha de consolidar la voluntad con toda una serie de
virtudes que impulsen a vivir conforme a esas convicciones;
§ ha de educar los sentimientos de manera que generen
adhesión y atractivo hacia la verdad presentada por la inteligencia y el
bien deseado por la voluntad.
Resultaría un error grave minusvalorar cualquiera de estos tres
ámbitos, pues la vida verdaderamente humana ha de desarrollar
armónicamente la inteligencia, la voluntad y los sentimientos.
Por ejemplo, contribuir al fortalecimiento de la voluntad es
decisivo, pero conviene no caer en el voluntarismo, pues hay muchos
errores en la vida que no proceden de la relajación de la voluntad, sino
de un incorrecto conocimiento del cómo y porqué de las cosas, o de
una incorrecta educación de los sentimientos.
Algo parecido sucedería si un proceso formativo diera una
preponderancia excesiva a los sentimientos –podríamos llamarlo
sentimentalismo–, pues los sentimientos no piensan, sólo sienten:
cuando van por el camino de la verdad y del bien, son una gran ayuda;
pero cuando surgen sentimientos innobles o equivocados, o que no se
han educado debidamente, pueden acabar extraviando al
entendimiento más recto o a la voluntad más firme.
Y lo mismo podría decirse si se cayera en un intelectualismo
que olvidara la necesidad de una educación de la voluntad y los
sentimientos, tan decisiva para superar el ensueño o la debilidad, para
saber afrontar el sacrificio que la vida conlleva, y para evitar que nos
desmoronemos ante la presencia inesperada del fracaso o el dolor.

Capítulo 2: TOMAR LAS RIENDAS DE LA VIDA

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Artífices de la propia vida


Proyecto de vida
Estilos de vida
Una vida sin disfraces

Las personas que intentan hacer algo y fracasan


están definitivamente mejor
que los que tratan de no hacer nada y lo consiguen.
Anónimo

Artífices de la propia vida


Mientras lees este libro, trata por un momento de tomar
distancia sobre ti mismo. ¿Puedes mirarte a ti mismo como si fueras
otra persona? ¿Puedes definir, por ejemplo, el estado de ánimo en que
te encuentras, tu carácter, tus principales defectos o cualidades?
Piensa ahora en cómo ha trabajado tu mente ante esas
preguntas. Su capacidad de hacer lo que acaba de hacer es
específicamente humana. Los animales no la poseen. Esa
autoconciencia nos permite evaluar y aprender de nuestros propios
procesos de pensamiento. Gracias a ella, también podemos crear,
reforzar o rechazar nuestros hábitos personales, cambiar nuestro modo
de reaccionar ante las cosas, modelar nuestro carácter.
Usar con acierto de este privilegio humano nos permite
examinar las claves de nuestra vida.
Conocerse a uno mismo permite
convertirse en el artífice de la propia vida,
ser fiel a lo mejor de uno mismo,

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

vivir la propia vida más como protagonista


y menos como un mero espectador.
Por eso la psicología y la filosofía han tratado con profusión
sobre el conocimiento propio, subrayando siempre la dificultad que
encierra profundizar en él. Si ya a veces es difícil incluso reconocer la
propia voz en una grabación, o la propia figura en una fotografía o un
vídeo en el que se nos ve de espaldas, resulta aún más difícil
reconocerse a uno mismo en las diversas facetas de la propia
personalidad.
El autoconocimiento supone siempre una labor ardua y
progresiva. Nunca acabaremos de conocernos del todo, porque el
hombre, cuando dirige su mirada hacia sí mismo, tiene que guiarse en
gran parte por intuiciones. Se pregunta con frecuencia por su propia
identidad, se hace cuestión de sí mismo, se vuelve a su interior en
busca de respuestas.
Se trata de reflexionar con hondura. También podemos –o
debemos– preguntar, y pedir consejo, pero al final nuestra vida debe
ser fruto de nuestras decisiones personales, todo lo contrastadas que se
quiera, pero la última palabra la debemos dar nosotros. Y esa última
palabra debe ser pensada con la seriedad que se merece.

Proyecto de vida
La vida de todo hombre precisa de un norte, de un itinerario, de
un argumento. La vida no puede limitarse a una simple sucesión
fragmentaria de días sin dirección y sin sentido. El hombre necesita
saber para qué vive. Ha de procurar conocerse cada vez mejor a sí
mismo y así encontrar sentido a su vida, proponerse proyectos y metas
a las que se siente llamado y que llenarán de contenido su existencia.
Toda persona tiene su propia misión
o vocación específica en la vida.
Y en esa misión no puede
ser reemplazada por nadie,
21
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

ni su vida puede repetirse.


Para que la vida tenga sentido y merezca la pena ser vivida, es
preciso esforzarse por ir eliminando en nosotros los detalles de
contradicción o de incoherencia que vayamos detectando, esos
obstáculos que nos descaminan del itinerario que nos hemos trazado.
Porque si nos falta coherencia, o si con demasiada frecuencia nos
proponemos una cosa y luego hacemos otra, es fácil que estén fallando
las pautas que conducen nuestra vida.
—A todos nos gustaría hacer todo lo que nos proponemos, pero
luego viene la realidad de la vida, con su rebaja...
Es verdad que nadie logra todo lo que se propone, y que a veces
la vida parece tan agitada que no nos da tiempo a pensar qué
queremos realmente, o por qué lo queremos, o cómo podemos
conseguirlo. Pero hay que pararse a pensar, sin achacar a la
complejidad de la vida –como si fuéramos sus víctimas impotentes– lo
que muchas veces no es más que una turbia complicidad con la
debilidad que hay en nosotros.
Somos cada uno de nosotros los más interesados en averiguar
cuál es el grado de complicidad con todo lo inauténtico que hay en
nuestra vida. Si apreciamos en nosotros mismos una cierta
inconstancia vital, como si anduviéramos por la vida un poco
desnortados, sin terminar de tomar las riendas de nuestra existencia,
parece claro que esa actitud está comprometiendo seriamente nuestro
acierto en el vivir.
Es verdad que las cosas no siempre son sencillas, y que en
ocasiones resulta realmente difícil mantenerse fiel al propio proyecto,
pues surgen dificultades serias, y el desánimo se hace presente con
toda su paralizante fuerza. Pero hay que mantener la confianza en uno
mismo, no decir «no puedo», porque no suele ser verdad, porque casi
siempre se puede. Además, la dispersión, el excesivo activismo, la
frivolidad, la renuncia a aquello que vimos con claridad que debíamos
hacer, todo eso, tarde o temprano, puede terminar arruinando nuestra
vida.

22
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Por ejemplo, muchas personas consumen su existencia luchando


por ganar más dinero, o por gozar de una mayor fama o
reconocimiento, o por disfrutar de más poder, y al cabo de unos años
descubren que su ansiedad por alcanzar esas metas les ha privado de
cosas que importaban realmente mucho más, y que ahora,
lamentablemente, han quedado ya fuera de sus posibilidades.
Es la trampa del exceso de actividad, del dejarse absorber por el
ajetreo y el torbellino de la vida. Es –como apunta Stephen Covey– el
afán de trabajar cada vez más, para trepar más rápido por la escalera
del éxito, para descubrir al final que... la escalera estaba apoyada en
una pared equivocada.
Si la escalera no está apoyada
en la pared correcta,
cada peldaño que subimos
es un paso más
hacia un lugar equivocado.
Si uno quiere construir un chalé, revisa antes con detalle los
planos, para asegurar que se adecúa a lo que desea para su familia. Si
lo que quiere es lanzar un proyecto empresarial, primero estudia con
detalle los mercados, la financiación, los equipos humanos, etc. Si uno
quiere educar bien a sus hijos, debe tener claro qué valores busca
comunicar cuando trata con ellos día a día. Si queremos dar una charla
o una conferencia, primero pensamos qué queremos transmitir a las
personas que nos van a escuchar, luego vemos cómo decirlo, y
finalmente hacemos un guión suficientemente detallado, o la
escribimos por entero. Si vamos a emprender un viaje profesional,
estudiamos el recorrido, vemos cómo resolver el alojamiento, y
programamos las entrevistas o reuniones que queremos mantener.
Si no hacemos eso mismo con el proyecto de nuestra vida, y no
nos paramos a pensar qué buscamos en cada una de sus facetas,
entonces iremos por la vida como de oídas, improvisando, y
acabaremos asumiendo irreflexivamente los modelos que el azar, la
moda o las circunstancias nos presenten. Entonces nos sucederá algo
23
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

parecido a lo que pasa a quien construye un chalé copiando los planos


de otro muy bonito, pero sin haber pensado bien lo que él necesitaba;
o a quien crea una empresa aplicando criterios que quizá eran muy
válidos, pero para otro tipo de negocios; o al que divaga
vaporosamente pronunciando una conferencia, y a los cinco minutos
del final advierte que se ha ido por las ramas y no ha logrado
transmitir lo que quería decir; o al que sale de viaje sin haber
concertado las entrevistas y reuniones, ni hecho las reservas
necesarias, y se encuentra con que al final no ha podido cumplir los
objetivos que lo motivaron.

Estilos de vida
Antes decíamos que, vistos retrospectivamente, muchos
pequeños objetivos que en un momento de nuestra vida nos parecieron
importantes y seductores, ahora, pasado el tiempo, los vemos como
algo insustancial y de poco valor.
La prueba del tiempo nos ha mostrado con nitidez ese contraste.
A lo mejor vemos ahora lo equivocado de aquella obsesión por ganar
aquel dinero más... ¿para qué sirvió al final? O aquel otro afán por
lograr neciamente ese poco de fama o de notoriedad... ¿en qué ha
quedado? O aquella otra tonta pasión por experimentar tal o cual
placer, que supuso aquellos atropellos... ¿qué nos aportó?, ¿en qué
quedó al final?
Cuando somos engañados y dejamos de lado otros valores
seguros para claudicar ante el espejismo del placer, o ante la inercia de
la comodidad y el egoísmo, al final siempre acabamos por advertir –si
somos sinceros con nosotros mismos– que aquello no nos condujo a
nada.
Son estilos de vida que, en sus comienzos, suelen presentarse
ante nosotros con gran esplendor, y son enormemente atractivos y
seductores. Pero sus consecuencias, los efectos que producen en el
interior de las personas, pocas veces se dan luego a conocer con la
crudeza que realmente tienen (a las víctimas de un engaño les suele
costar admitirlo).
24
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Las personas que centran su vida en el placer o el egoísmo


acaban por aburrirse de cada uno de los sucesivos niveles que van
alcanzando, pues constantemente piensan en uno mayor y más
excitante, en una cima más alta. Y esto es algo que sucede no sólo con
los placeres propiamente dichos, sino también con la tendencia a
rehuir el esfuerzo.
Cuando el hombre busca siempre
el camino de mayor comodidad
y menor exigencia, entonces
su vida se va erosionando gradualmente.
Sus capacidades se van adormeciendo, su talento no se
desarrolla, su espíritu se aletarga y su corazón se siente cada vez más
insatisfecho, desencantado por lo fugaces que finalmente resultan sus
efímeros logros.
—De todas formas, la mayoría de la gente procura vivir
conforme a unos principios, aunque estén algo difusos. Son pocos los
que se plantean formalmente vivir centrados en el placer.
Pero si esos principios son difusos, es fácil que esas personas
acaben un poco a merced de los estados de ánimo, acudiendo a
arreglos transitorios para las crisis que se presentan en sus vidas,
buscando evadirse mediante gratificaciones fugaces que les hagan
olvidar un poco que aquello no va bien. Pero cada vez que sube la
tensión en sus vidas, todo aquello que no funciona sale a la superficie,
y quizá entonces se muestran hipercríticos, malhumorados, pesimistas,
ensimismados, y la levedad de sus valores y principios acaba por
llevarles, casi inadvertidamente, a una vida muy centrada en la
comodidad y el egoísmo.
La realidad de la vida es muchas veces dura y dolorosa, y
cualquier esfuerzo nuestro por hacerla más habitable es siempre una
aportación importante, para nosotros y para los demás. Cada vez que
nos sacudimos la inercia e impulsamos los valores y principios que
nos inspiran, contribuimos –vayamos a favor o en contra de la
corriente– a nuestra felicidad y a la de los demás. Lo que no podemos
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

es abandonarnos en el regazo cálido y adormecedor de las inercias de


la vida y luego quejarnos de su amargura.

Una vida sin disfraces


Todos solemos contemplar con admiración a las personas,
familias o instituciones que están basadas en principios sólidos y
hacen bien las cosas. Nos admira su fuerza, su prestigio, su madurez.
Y nos preguntamos: ¿cómo lo logran?, ¿cómo podría yo aprender a
hacerlo así?
Lo malo es que muchas veces buscamos la clave en cuestiones
que no pertenecen a la sustancia del problema. A lo mejor queremos
un consejo que sea una solución rápida y milagrosa a nuestros
problemas, como si fuera todo cuestión de una sencilla cosmética de
los valores.
Al calor de ese afán por los remedios rápidos, ha surgido en los
últimos años una extensa literatura dedicada a la efectividad personal,
que a menudo parece ignorar el proceso natural de esfuerzo y
desarrollo que la hacen posible. Es el esquema del «hágase rico en una
semana», «aprenda inglés sin esfuerzo», «cómo ganar un montón de
amigos», «cómo causar buena impresión», etc. Lo habitual es que esos
libros proporcionen una serie de consejos más o menos eficaces para
solucionar problemas superficiales, pero suelen dejar de lado las
cuestiones de fondo.
Sin embargo, desde los filósofos griegos hasta nuestros días, los
autores que han estudiado seriamente la búsqueda de las claves del
vivir con acierto, se han centrado básicamente en los esfuerzos que el
hombre hace por asumir ciertos principios y valores como la
honestidad, la justicia, la generosidad, el esfuerzo, la paciencia, la
humildad, la sencillez, la fidelidad, el valor, la prudencia, la lealtad, la
veracidad, etc. Y no como una cuestión cosmética, sino profunda, que
busca cambiar por dentro a la persona, constituir hábitos y rasgos que
conformen con hondura el propio carácter.
Podría compararse a las labores del campo. Sería ridículo
olvidarse de sembrar en primavera, querer holgazanear luego durante
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

todo el verano, y pretender al final acudir afanosamente en otoño a


recoger la cosecha.
Tampoco se puede pretender
cosechar una vida lograda
sin haber puesto previamente
los medios necesarios.
En las labores del campo, como en la vida del hombre, lo
normal es –aunque siempre se está expuesto a incertidumbres–, que al
final se cosecha lo que se siembra. Y si no se siembra, si el campo no
se trabaja, lo normal es que no se recojan más que malas hierbas.
En la mayoría de las relaciones humanas ocasionales, se puede
salir del paso mediante técnicas superficiales que dan resultado a corto
plazo. En esas estrategias se centran los autores que antes hemos
mencionado. Y ciertamente se puede producir una impresión
favorable ante otras personas mediante el encanto y la habilidad
personales, o mediante cualquier técnica de persuasión, pero esos
rasgos secundarios no tienen ningún valor en relaciones personales
prolongadas.
Puedes producir de modo ficticio una buena imagen en un
encuentro o un trato más o menos ocasional, pero difícilmente podrás
mantener esa imagen en una convivencia de años con tus hijos, tu
cónyuge, tus compañeros o tus amigos (o contigo mismo).
Si no hay una integridad personal profunda
y un carácter bien formado,
tarde o temprano los desafíos de la vida
sacan a la superficie
los verdaderos motivos.
Hay personas que presentan una imagen exterior de cierta
categoría personal, e incluso logran un considerable reconocimiento
social de sus supuestos talentos, pero en su vida privada carecen de
una verdadera calidad humana. En esos casos, lo normal será que,
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

antes o después, esa mezquindad personal se acabe trasluciendo en su


vida social y en todas sus relaciones humanas prolongadas, echando
por tierra su efímero triunfo anterior.

Capítulo 3: UN NUEVO MODO DE VER LAS COSAS


La teoría de los gérmenes
Saber usar los propios recursos
Dos modos de plantear las cosas
Una nueva clave
La libertad interior de elegir
El riesgo del autoengaño

Muchos hombres no se equivocan jamás


porque nunca se proponen hacer nada.
J. W. Goethe

La teoría de los gérmenes


Hasta que se llegó a conocer con suficiente profundidad la
acción patógena de los microbios, allá por la segunda mitad del siglo
XIX, había entre los investigadores médicos una enorme preocupación
ante el serio problema planteado por las frecuentes infecciones
hospitalarias.
Las complicaciones sépticas tras cualquier tipo de intervención
quirúrgica eran casi inevitables y de consecuencias muy graves.
También era habitual que tras pequeñas heridas se produjeran
importantes supuraciones o septicemias, y un elevado porcentaje de
mujeres morían como consecuencia de infecciones originadas por la
asistencia al parto. Pero nadie entendía bien por qué sucedía todo
aquello.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Tras sus importantes descubrimientos bacteriológicos en el


campo de la fermentación, Louis Pasteur anuncia en 1859 su idea de
que los procesos infecciosos son consecuencia de la acción de un
germen. Pero, ¿de dónde vienen esos microorganismos? Hasta
entonces, quienes se habían planteado esa posibilidad pensaban que
surgían por generación espontánea. Sin embargo, Pasteur va hallando
microbios específicos de diferentes enfermedades, y observa que son
seres vivos que van pasando de un cuerpo a otro.
Poco después, el cirujano inglés Joseph Lister descubre que
aplicando enérgicas medidas antisépticas se frenan drásticamente las
infecciones: por ejemplo, en el caso de las fracturas abiertas, logra
reducir la mortalidad desde el 50% a cifras inferiores al 15%, gracias
al empleo de fenoles como producto antiséptico.
Más adelante, Pasteur descubre que esos gérmenes causantes de
la enfermedad pueden ser aislados y cultivados, y que si se amortiguan
y se inoculan en pequeñas dosis en cuerpos sanos –a ese hallazgo se le
puso el nombre de vacuna–, tienen un efecto inmunizador.
En cuanto se desarrolló la teoría microbiana, se implantó un
nuevo modo de entender la atención hospitalaria, y en general de toda
la medicina. Un pequeño cambio de enfoque hizo ver las cosas muy
distintas y generó poderosas transformaciones.
Comprender mejor lo que sucedía
hizo posible un avance extraordinario.
De manera análoga, muchas personas experimentan un notable
cambio en su pensamiento en determinados momentos de su vida.
Descubren una nueva faceta de la realidad, y esto provoca un cambio
en las claves con las que estaban interpretando esa realidad.
Un descubrimiento
nos hace sustituir viejas claves
por otras más acertadas.
Sucede, por ejemplo, cuando una persona sufre un accidente
grave, o afronta una crisis que amenaza cambiar seriamente su vida, o
29
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

pasa por la prueba de la enfermedad y del dolor, y de pronto ve sus


prioridades bajo una luz diferente. O cuando comienza a ejercer
determinadas responsabilidades, o asume un nuevo papel en su vida,
como el de esposo o esposa, padre o madre, y entonces se produce un
cambio de su modo de ver las cosas.
Si en nuestra vida queremos realizar pequeños cambios, puede
que nos baste con esforzarnos un poco más en mejorar nuestra
conducta y luchar contra nuestros defectos.
Pero si aspiramos
a un cambio importante,
es preciso cambiar
nuestro modo de ver las cosas.
Un ejemplo. Piensa por un momento –recomienda Stephen
Covey– en tus bodas de plata, o en tus bodas de oro. Piensa en la
despedida en tu trabajo cuando llegue tu jubilación. Visualízalo con
riqueza de detalles. Piensa en los sentimientos y emociones que te
embargarán en ese momento. ¿Cuál será tu balance de todos esos años
de matrimonio o de trabajo? ¿Cuál quieres ahora que sea el balance
que hagas entonces?
Otro ejemplo. Piensa en que te enteras ahora mismo de que te
quedan sólo tres meses de vida. Visualiza mentalmente qué harías. Es
probable que, de pronto, todo aparezca con una perspectiva diferente.
Es probable que afloren a la superficie ciertos valores que antes casi
no tenías en cuenta.
Quizá veas entonces de modo distinto la relación con tus padres
o con tus hijos, o plantees de modo distinto el matrimonio, o la
relación con tus compañeros de trabajo. Quizá te parezcan futiles
cosas que hace un momento considerabas muy importantes.
—Bien, pero la vida no puede plantearse cada día como si te
quedaran tres meses de vida.
Por supuesto. Pero ese ejercicio mental nos puede ayudar a
pensar en cosas en las que habitualmente no pensamos, a reflexionar
30
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

sobre los principios que rigen nuestra vida, a identificar mejor lo que
realmente importa.
La vida nos va cargando día a día de rutinas, de adherencias que
van entorpeciendo nuestra marcha. A veces hay que pararse y ver qué
es lo que queremos, no dar por bueno sin más nuestro status quo, no
seguir sumisamente la inercia de todo lo que hemos hecho hasta
entonces, sino repensar las cosas a fondo. No podemos olvidar que
esos valores y principios son la trama que da consistencia al tejido de
nuestra vida y, por tanto, son nuestro mayor tesoro (además, casi lo
único que tenemos a salvo de robos, incendios, quiebras o descensos
bursátiles).

Saber usar los propios recursos


Hay personas que achacan sus defectos a razones de tipo
genético. Son los que con un ―qué le vamos a hacer, he nacido así‖,
alejan rápidamente de su cabeza la posibilidad de esforzarse en serio
por erradicar un determinado defecto.
Algunos llegan incluso a hablar del mal genio de su abuelo (o
de toda una rama de la familia) para justificar, por ejemplo, que tienen
un carácter violento o imprevisible. Están convencidos de que su
herencia de irascibilidad viene inexorablemente determinada en su
carga genética y que, por tanto, nada pueden hacer por luchar contra
su propio ADN.
Otros parecen tranquilizarse echando las culpas a la educación
que recibieron de sus padres. Son los que con un cortés y lacónico
―me han educado así‖, dejan también de lado cualquier pensamiento
sobre su mejora personal.
Otros cifran casi todo en cuestiones del ambiente en que han
vivido, de su condición social, del modo de ser propio de su región o
su país de origen, del estilo educativo del lugar donde estudiaron, o de
lo que sea..., pero siempre hay algo o alguien fuera de él que es el
verdadero responsable de que él sea así.
Siempre piensan que el problema
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

está fuera de ellos,


y precisamente ese pensamiento
es su gran problema.
Este peligroso planteamiento de la vida admite, como es lógico,
diversos grados.
En algunos casos, por ejemplo, esas personas aceptan que quizá
la solución está en ellos mismos, y se muestran teóricamente
dispuestos a afrontarlo, pero luego no llegan a tomar la iniciativa o no
dan los pasos necesarios para llevar a la práctica esas soluciones.
Veamos unos ejemplos, tristemente frecuentes, tomados del ámbito
escolar:
§ «En casa no hay quien estudie. Tendría que ir a una
biblioteca, pero la de mi barrio está llena desde primera hora de la
mañana y no tengo ni la menor idea de dónde habrá otra...». (Ni se
plantea madrugar un poco más, ni espabilar un poco para enterarse de
dónde hay otra biblioteca).
§ «No sé qué carrera estudiar. Tendría que enterarme bien,
pero no sé a quién preguntar. Nadie quiere ayudarme». (No ha
preguntado a nadie, y ya piensa que nadie le quiere ayudar; desde
luego, será difícil que alguien se brinde espontáneamente a orientarle
sobre un problema que él no ha manifestado).
§ «Sé que no tengo un buen método de estudio. Intento
aprenderme todo de memoria, y veo que eso no es solución, pero no sé
hacerlo de otra manera». (Está claro que con un afán investigador
como el suyo, la ciencia estaría aún como en el neolítico).

Otros tienen un talante que queda bien retratado en aquellas


famosas 6 normas para no prosperar que se difundieron tanto hace
unos años:
1. Espere sentado su oportunidad.
2. Comente su mala suerte con los demás.
3. No se esfuerce por mejorar su preparación.
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

4. Laméntese de que los tiempos están muy difíciles.


5. Obstínese en que sin recomendaciones no se logra nada.
6. Confíe y aguarde a que vengan tiempos mejores.
Son personas pasivas, que siempre están como esperando a que
suceda algo exterior que les fuerce a cambiar; o a que alguien se haga
cargo de ellas y las empuje a decidirse a afrontar y resolver sus
problemas.
Su principal problema son ellas mismas:
no tienen una actitud ante la vida
que les lleve a usar
sus recursos y su iniciativa.
Tienen como entumecidos los músculos de la responsabilidad.
Pero esos músculos siguen siendo suyos y están ahí: lo que tienen que
hacer es ejercitarlos.

Dos modos de plantear las cosas


En este sentido, podríamos dividir nuestros pensamientos y
preocupaciones habituales en dos grandes grupos: los que están
centrados en cuestiones sobre las que no tenemos ninguna o casi
ninguna posibilidad de influencia, y los que, por el contrario, se
refieren a cuestiones sobre las que sí podemos influir.
Quienes centran su cabeza sobre ese primer conjunto de
pensamientos, es decir, sobre cuestiones que les vienen ya dadas y
sobre las que no pueden hacer nada o casi nada, suelen ser personas
pasivas, negativas e ineficaces. Dedican gran cantidad de tiempo y
energías a pensar en los defectos de los demás (casi nunca en los
propios, ni en ayudar a los demás a corregirse), y a lamentarse de las
injusticias que la sociedad tiene con ellos (nunca en cómo ellos
pueden contribuir a mejorar la sociedad). Se quejan continuamente de
los males que la salud, el clima o la situación política traen a su

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

desgraciada existencia. Piensan en muchas cosas, pero todas tienen en


común que ellos poco o nada pueden hacer por cambiarlas.
Por el contrario, las personas sensatas procuran centrarse en el
segundo conjunto de pensamientos a que nos referíamos. Es decir, se
dedican fundamentalmente a cuestiones con respecto a las cuales
pueden hacer algo, aunque no sea de modo inmediato. Y gracias a que
hacen algo, logran que con el tiempo ese conjunto de ocupaciones –
podríamos llamarlo círculo de influencia– vaya creciendo, pues cada
vez son más eficaces, avanzan más e influyen sobre más cosas.
—Pero reducirse a pensar solamente en lo que uno tiene al
alcance de su influencia, ¿no supone un cierto empequeñecimiento
mental?
Es cierto que hay muchas cosas –por ejemplo, la información
sobre la actualidad nacional e internacional, la historia, etc.– sobre las
que poco o nada podemos influir, y sin embargo resulta importante y
positivo conocerlas, e ir formando una opinión sobre ellas. Por eso,
cuando hablo de centrarse en el propio círculo de influencia me refiero
fundamentalmente a la actitud general que uno toma ante los
problemas que tiene: si los sitúa dentro de su alcance y los acomete, o
si, por el contrario, tiende a despejarlos fuera para luego lamentarse de
no poder resolverlos.
Lo sensato es saber centrar
nuestros esfuerzos en
lo que está a nuestro alcance,
no perder nuestras energías
en lamentaciones utópicas.
De lo contrario, caeríamos en una especie de absurda
autofrustración, un estilo de vida por el que las personas se
autocastigan al pesimismo, la queja y el enterramiento de sus propios
talentos.
Recordando aquella vieja sentencia, podríamos decir que se
trata de tener:
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

§ coraje para cambiar lo que se puede cambiar,


§ serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar,
§ y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.
Hay quizá demasiadas ocasiones en que ponemos tontamente en
cosas ajenas a nosotros la capacidad de decidir sobre nuestra vida. Por
ejemplo, si uno se lamenta de no tener una casa o un coche mejor, o
de no haber llegado a una determinada posición profesional, o de no
haber tenido una familia distinta a la que tiene, puede plantearlo
básicamente de dos maneras.
La primera es quejarse de que los condicionantes de su vida le
impiden lograrlo, y que sólo cuando cambien podrá salir de su triste
situación.
La segunda es radicalmente distinta: ver qué es lo que podría
cambiar en él mismo, en su actitud, en su conducta, para que esos
condicionantes externos a su vez cambien: cómo puede mejorar él,
cómo puede ser más ingenioso y más diligente para facilitar así que
las cosas vayan cambiando. La diferencia es sencilla:
Acometer resueltamente los problemas,
en vez de limitarse a protestar.
Como se cuenta de aquella multinacional del calzado que envió
un delegado comercial a un país subdesarrollado que aún vivía en
régimen tribal. Al poco de llegar, el delegado envió un telegrama a la
Dirección General de la empresa diciendo: «Negocio imposible, todos
van descalzos». Lo cesaron y enviaron a otro, más resolutivo, y a los
pocos días recibieron otro telegrama, bien diferente: «Negocio
redondo, todos van descalzos. Envíen una remesa de quince mil
pares».
Se trata de cambiar el enfoque con el que se ven los problemas.
Es algo que resulta de vital importancia para aquellas personas que se
han habituado a refugiarse en actitudes de continua queja, de culpar de
sus problemas siempre a otros, o de responsabilizar de sus
frustraciones a la sociedad.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Por ejemplo, si tu matrimonio no va bien, o no te llevas bien


con tu hijo, o con tu padre, o con tu jefe, poco puedes arreglar
repitiendo una vez y otra sus defectos, considerándote una víctima
impotente de su pésima actitud. Piensa en qué cosas son las que te
enfadan y examínalas con objetividad: seguro que bastantes responden
en buena parte a tu susceptibilidad, o a que te has obsesionado un
poco con una serie de detalles que valoras excesivamente; o quizá es
que eres bastante menos tolerante con los defectos de los demás que
con los tuyos; o a lo mejor estás dentro de una espiral de agravios
mutuos que difícilmente se romperá si tú no tomas la iniciativa.
Si de verdad quieres mejorar la situación,
debes empezar por actuar
sobre lo que tienes más control,
que eres tú mismo:
actúa primero sobre
tus propios defectos.
Has de centrarte en tu esfuerzo por ser un mejor esposo o
esposa, mejor hijo o mejor padre, mejor jefe o mejor empleado, mejor
amigo. De este modo, es más probable que la otra persona capte tu
buena disposición y te responda de la misma manera.
—¿Y si la otra persona no respondiera así, sino que siguiera con
su actitud negativa, como antes?
Puede suceder, claro está, y de hecho sucede. Pero en cualquier
caso, el modo de actuar más positivo que tienes (no el único) sigue
siendo ese. Actuando así, mejorarás como persona, y de la otra manera
sólo conseguirás reducir tu capacidad de recomponer la situación y
aumentar seriamente las posibilidades de amargarte la existencia.

Una nueva clave


Recuerdo el caso de otro alumno que desde el comienzo del
curso me produjo bastante mala impresión. Su actitud era
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

habitualmente negativa, incluso un tanto desafiante. Parecía como si a


cada momento tuviera que comprobar hasta dónde estaba dispuesto el
profesor a permitir sus pequeñas provocaciones. También tenía
dificultades con sus compañeros, entre los que era bastante impopular.
Su talante y su comportamiento en clase llegaron a producirme
cierta irritación. A los pocos días de curso, decidí variar el orden que
seguía en mis entrevistas con los alumnos nuevos para hablar con él
cuanto antes. A la primera ocasión, le llamé. Nos sentamos, y le
pregunté cómo se encontraba en su nueva clase.
Los primeros diez minutos fueron por su parte de un mutismo
completo, sólo interrumpido por algunos parcos monosílabos. Aunque
me esforcé por mostrar confianza, buscando el motivo de su desinterés
y sus dificultades de relación con sus compañeros, apenas encontraba
respuesta por su parte.
Pasé a preguntarle por cosas más personales, por sus padres, por
el ambiente de su casa. Poco a poco, dejaba notar que en realidad sí
quería hablar, pero encontraba dentro de sí una barrera. Finalmente, y
sin abandonar ese tono altivo que parecía tan propio suyo, me
contestó: «¿Que cómo van las cosas en mi casa? Pues eso. Fatal. Que
se te quitan las ganas de todo. Usted lo ve todo muy fácil, claro. ¿Pero
cómo estaría usted si su madre estuviera en cama desde hace dos años,
y su padre volviera a casa bebido la mitad de los días? Estaría muy
entero, supongo. Pero, lo siento, yo no lo consigo».
Siguió hablando, al principio con cierto temple, pero a las pocas
frases se vino abajo, se le quebró la voz y se echó a llorar.
Una vez roto el hielo, aquel chico abandonó esa actitud postiza
de orgullo y de distancia que solía usar como defensa, y se desahogó
por completo. Poco a poco fue contando el drama familiar en que
estaba inmerso y que le hacía vivir en ese estado de angustia y de
crispación. La enfermedad, el alcohol y las dificultades económicas
habían enrarecido el ambiente de su casa hasta extremos difíciles de
imaginar. A sus catorce años llevaba ya sobre sus espaldas una
desgraciada carga de experiencias personales enormemente
frustrantes.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

No es difícil imaginar lo que sentí en aquel momento. Mi visión


de ese chico había cambiado por completo en sólo unos segundos. De
pronto, vi las cosas de otra manera, pensé en él de otra manera, y en
adelante le traté de otra manera. No tuve que hacer ningún esfuerzo
para dar ese cambio, no tuve que forzar en lo más mínimo mi actitud
ni mi conducta: simplemente mi corazón se había visto invadido por
su dolor, y sin esfuerzo fluían sentimientos de simpatía y afecto. Todo
había cambiado en un instante.
Me recordó aquella frase de Graham Greene: Si conociéramos
el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las
estrellas. Y pensé que muchos de los problemas que tenemos a lo
largo de la vida, que suelen ser problemas de entendimiento y relación
con los demás, con frecuencia tienen su raíz en que no nos esforzamos
lo suficiente por comprenderles.
Cuando oigo decir que los jóvenes no tienen corazón, o que no
tienen ya el respeto que tenían antes, siempre pienso que –como ha
escrito Susanna Tamaro– el corazón sigue siendo el mismo de
siempre, sólo que quizá ahora hay un poco menos de hipocresía. Los
jóvenes no son egoístas por naturaleza, de la misma manera que los
viejos no son naturalmente sabios. Comprensión y superficialidad no
son cuestión simplemente de años, sino del camino que cada uno
recorre en su vida.
Hay un adagio indio que dice así: Antes de juzgar a una
persona, camina durante tres lunas en sus zapatos. Vistas desde fuera,
muchas existencias parecen equivocadas, irracionales, locas.
Mientras nos mantenemos fuera,
es fácil entender mal a las personas.
Solamente estando dentro, solamente caminando tres lunas en
sus zapatos pueden entenderse sus motivaciones, sus sentimientos,
aquello que hace que una persona actúe de una manera en vez de
hacerlo de otra. La comprensión nace de la humildad, no del orgullo
del saber.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

La libertad interior de elegir


«Trabajo como enfermera y llevaba unos meses atendiendo al
hombre más desagradable que puedas imaginarte. Nada de lo que
hacía podía satisfacerle. Nunca lo apreciaba, ni agradecía nada, ni
mostraba ningún reconocimiento. Se quejaba constantemente y sacaba
defectos a todo.
»El caso es que por culpa de aquel hombre llevaba un tiempo
sintiéndome de bastante mal humor, pues atenderle me suponía mucho
tiempo diario, y me enfadaba mucho, y esos berrinches me dejaban
alterada para el resto del día, y al final eran los demás enfermos, mis
compañeros y mi familia quienes más sufrían las consecuencias de mi
estado de ánimo.
»Y fue entonces cuando una compañera mía, con la que tengo
mucha confianza, tuvo el descaro de decirme que nadie podía herirme
sin mi consentimiento; me explicó que, en el fondo, era yo quien
elegía mi propio estilo de vida emocional que me llevaba a la
infelicidad.
»De entrada, me pareció que su consejo era teórico e
inaceptable. Pero estuve pensándolo unos días, hasta que me enfrenté
a mí misma con verdadera sinceridad, y empecé a preguntarme: ¿soy
en realidad capaz de influir en mi reacción ante las circunstancias que
se presentan en mi vida?
»Cuando por fin comprendí que sí podía hacerlo, o que al
menos podía hacerlo bastante más, entendí que el hecho de que yo me
sintiera tan desgraciada era básicamente culpa mía. Y fue entonces
cuando supe que podía elegir no serlo, que debía liberarme de esa
extraña dependencia del modo en que me estaba tratando ese paciente.
Aquello fue un descubrimiento que ha influido después mucho en mi
vida, ahora lo veo, varios años después. Desde entonces, atiendo a ese
tipo de personas de una forma distinta, ya no se me hacen odiosos,
como antes. Es más, estoy convencida de que tratar con ellos me hace
mucho bien».
El relato de esta enfermera nos muestra que las circunstancias
de dificultad, si se saben afrontar juiciosamente, suelen dar lugar a
39
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

cambios en el modo de entender la vida, nos abren marcos de


referencia nuevos, a través de los cuales las personas vemos al mundo,
a los demás y a nosotros mismos de modo distinto, y nos permiten
aumentar la perspectiva, madurar nuestros principios y alcanzar
nuevos valores.
Es verdad que nuestra vida está bastante condicionada por
muchas cosas que nos suceden y sobre las que apenas podemos actuar.
Pero todas pueden superarse si se saben asumir adecuadamente.
Todos hemos conocido, por ejemplo, individuos que
atravesaban circunstancias muy difíciles –una dolorosa enfermedad,
una deficiencia física grave, un duro revés económico o afectivo– y, a
pesar de ello, mantenían una extraordinaria fortaleza de ánimo.
Observar a esas personas, ver cómo afrontan el sufrimiento o superan
el embate de una desgracia o una fuerte contrariedad, deja siempre una
impresión y una admiración grandes. Son actitudes que dan vida a los
valores que les inspiran. En ese sentido, puede decirse que las
dificultades a las que nos vemos sometidos juegan, en cierta manera, a
nuestro favor:
Las dificultades
hacen lucir nuestra mediocridad,
y nos brindan una
espléndida ocasión de superarnos,
de dar lo mejor de nosotros mismos.
Y de la misma manera que en su infancia y juventud las
personas se curten y se superan a sí mismas con el esfuerzo ante la
dificultad, y, por el contrario, la vida fácil las convierte en criaturas
mimadas y endebles, de modo semejante, podría decirse que nuestra
valía profesional, nuestro amor o nuestra amistad, maduran ante un
ambiente difícil, arraigan con más fuerza y autenticidad en un entorno
en el que no todo viene dado.
La historia apenas conoce casos de grandeza, de esplendor, o de
verdadera creación, que hayan tenido su origen en la comodidad o la
vida fácil. El talento no fructifica sino en la fragua de la dificultad.
40
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Quizá por eso decía Horacio que en la adversa fortuna suele


descubrirse al genio, en la prosperidad se oculta.

El riesgo del autoengaño


Todo hombre sensato ha de tener una sana y equilibrada
preocupación por saber si actúa bien o no.
Una reflexión positiva
que nos haga estar prevenidos
contra el autoengaño.
Porque en las vueltas y revueltas de la vida aparecen muchas
ocasiones de obrar mal y apenas reparar en ello. Y aunque somos
libres de elegir nuestras acciones, no lo somos tanto para eludir luego
las consecuencias de esas acciones que hemos elegido.
Por ejemplo, podemos elegir tirarnos a la calle desde un quinto
piso, pero no podemos eludir lo que nos sucederá cuando nos
estampemos contra el suelo. De la misma manera, podemos optar por
ser deshonestos o corruptos en nuestro trabajo, con nuestros amigos o
con la sociedad, pero no podremos escapar de sus consecuencias.
—Bueno, hay bastante gente que sí escapa, puesto que, por
desgracia, no todos los corruptos son descubiertos ni acaban en la
cárcel.
Las consecuencias penales o sociales quizá puedan eludirse,
pues depende de que nos descubran o no.
Pero el daño personal que con
cualquier quebranto ético
se hace uno a sí mismo
es ineludible siempre.
Somos libres de elegir ante cualquier situación, pero nunca
podemos dejar de cargar con la otra cara de la moneda. Sin duda,
muchas veces nuestras decisiones tendrán consecuencias que
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

preferíamos no padecer, y hemos llegado a ellas por no saber bien qué


había en la otra cara de esa elección, y es entonces cuando nos damos
cuenta de que nos hemos equivocado.
Sin embargo,
no son nuestros errores
lo que más nos daña,
sino nuestra respuesta ante ellos.
Porque, como decía Cicerón, todos los hombres pueden caer en
un error, pero sólo los necios perseveran en él. Cuando una persona no
reconoce sus errores, no los corrige, o no aprende de ellos, se
introduce en una espiral de autoengaño y encubrimiento que potencia
esos errores y causa un daño mucho más profundo.
—Lo malo es que supongo que todos tendemos en cierta
manera hacia el autoengaño y el encubrimiento de nuestros errores.
Por eso la educación del carácter requiere un serio esfuerzo
personal en ese sentido: cuando cometas un error, no te escudes en tu
debilidad, no te lances a señalar defectos de otras personas, a culpar o
acusar a otros. Es verdad que también habrá culpa en otras personas,
pero hay que evitar que esa parte de culpa ajena te impida ver la tuya.
Cuando observes en ti un error, lo verdaderamente necesario es,
simplemente, que lo admitas, te corrijas y aprendas de él: de esta
manera, además, una experiencia negativa puede convertirse en algo
muy positivo.
Y si ves que tu pensamiento deriva enseguida hacia cuestiones
que están fuera de tu alcance –fuera del círculo de influencia de que
hablábamos antes–, frena en seco y vuelve a empezar. Hemos de tener
la valentía de descubrir y afrontar las áreas de error o de debilidad que
hay en nuestras vidas, para eliminarlas o reformarlas.
—También será positivo conocer nuestras áreas de talento, para
potenciarlas, supongo.
Sí, y en ambos casos el proceso de avance es muy parecido:
establecer una meta personal, hacer un propósito de mejora y
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

mantener un compromiso serio con uno mismo para cumplirlo (un


compromiso serio y firme, pero también cordial y deportivo).

Capítulo 4: FORTALEZA Y CLARIDAD INTERIOR


Independencia personal
Autoestima
Aprender a fracasar
Capacidad de ilusionarse
Capacidad de resolución
Dominio de uno mismo
Superar el egoísmo

Si de verdad vale la pena hacer algo,


vale la pena hacerlo a toda costa.
G. K. Chesterton

Independencia personal
Todos hemos venido al mundo como niños totalmente
dependientes de otros. Hemos sido dirigidos, educados y sustentados
por otros durante bastante tiempo, y está claro que si no hubiera sido
así no habríamos vivido más que unas pocas horas, o a lo sumo unos
pocos días. Después, nos fuimos haciendo cada vez más
independientes. Se podría decir que nos fuimos haciendo cargo
gradualmente de nosotros mismos.
Una persona con una dependencia física (un paralítico o un
enfermo de Alzheimer, por ejemplo), necesita ayuda de los demás.
Una persona que sea muy dependiente emocionalmente, tomará sus
decisiones y se sentirá segura muy en función de la opinión de los
demás, de lo que otros piensen de él. Una persona que sea muy
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

dependiente intelectualmente, cuenta con que otros piensen y decidan


por él ante los principales problemas de su vida.
En cambio, una persona independiente se desenvuelve por sus
propios medios, tiene su propia opinión sobre las cosas y sus propias
pautas para la construcción de su vida.
—Parece claro que la independencia es un logro importante en
la vida, pero debe tener también su justa medida, porque ser
absolutamente independiente no parece que tampoco sea el gran
paradigma de la existencia.
Naturalmente. Entre otras cosas, porque –como señala Stephen
Covey– los más altos logros de nuestra naturaleza tienen siempre que
ver con nuestra relación con los demás: la vida humana es de por sí
interdependiente, y por esa razón hay que encontrar un equilibrio
adecuado, una justa medida entre ambos extremos erróneos.
Podría decirse que la sensibilidad de nuestra época ha
entronizado a veces de modo exagerado la independencia, como si
fuera la más grande meta humana y una garantía segura de felicidad.
Sin embargo, un exagerado o mal entendido afán de independencia
puede en muchos casos acabar en dependencias mucho más amargas.
Por ejemplo, la que se ve en esas personas que abandonan su
matrimonio y sus hijos en nombre del amor y la independencia,
aunque en el fondo lo hacen por razones egoístas bastante fáciles de
suponer. O la de aquellos que desatienden a su familia, o traicionan a
sus amigos, o renuncian a sus principios, en razón de un desmedido
afán de afirmación personal en su trabajo, por ganar más dinero o
alcanzar mayores cotas de poder. O la que se ve en aquellos otros que
hablan de romper las cadenas, liberarse, vivir la propia vida..., y en
realidad están con ello sujetándose a otras cadenas que suponen
dependencias mucho más fuertes, porque son dependencias que están
en su interior: en una búsqueda egoísta de placer o comodidad, en una
renuncia a enfrentarse a la propia responsabilidad, o en echar la culpa
a los demás de todo lo que les resulta difícil en sus vidas.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

La independencia personal nos hace actuar por cuenta propia,


en vez de entregar a otros el control de nuestra vida, y eso es un logro
muy importante. Pero no es suficiente como meta final de una vida.
Hay que añadir siempre a la independencia
una buena dosis de sensatez y buen criterio,
para tampoco caer en la idiotez independiente,
que por ser independiente
no deja de ser idiota.
La vida, por naturaleza, es interdependiente. El hombre no
puede buscar la felicidad poniendo la independencia como valor
central de su vida. De entrada, porque cualquier logro en la vida
afectiva de una persona pasa necesariamente por depender en cierta
manera de su mujer, su marido, sus hijos, sus amigos, su proyecto
profesional, etc.; y todos también necesitamos depender de unos
principios, ideales y valores que dan sentido a nuestra vida.
En definitiva, se puede ser independiente y comprender que se
avanza más trabajando en equipo, que necesitamos enriquecer nuestro
pensamiento con el de otras personas, que hay que ser fiel a unos
valores acertados, o que todo hombre necesita dar y recibir afecto. La
vida ha de plantearse buscando compartirla profunda y
significativamente con otros, y esto supone siempre un contrapunto
ante un afán de independencia mal entendido.

Autoestima
Como ha señalado Miguel Ángel Martí, a veces parece como si
sólo existieran dos tipos de personas: unas que se sobrevaloran,
cayendo así en actitudes más o menos engreídas o prepotentes; y otras
que se infravaloran, que únicamente son capaces de ver en su
personalidad los aspectos negativos y las deficiencias, y con eso su
relación con ellos mismos es autodestructiva, se sienten culpables de
todos sus fracasos, aunque estos se deban a factores externos, y esto

45
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

les lleva a una cruel inseguridad, a valorar siempre más la opinión de


los otros que la suya propia.
La falta de autoestima, además, suele conducir a un círculo
vicioso de actitudes mentales negativas. Esa persona puede comenzar
pensando, por ejemplo, que no será capaz de alcanzar una meta que se
ha propuesto, porque tiene la impresión de que rara vez logra lo que se
propone. Con esa premisa, se encamina hacia esa meta con talante gris
y mortecino, tarde y sin entusiasmo, con más miedo al fracaso que
afán de lograr el éxito. Si luego las cosas no salen –y no suelen salir
cuando se acometen así–, la experiencia, una vez más, vuelve a
reforzar el juicio negativo anterior: de nuevo se ha demostrado que no
es posible, que no valgo, que he fallado y que las cosas seguirán igual
en el futuro.
En cambio, cuando alguien aprende a respetarse a sí mismo, y a
no compararse dañosa e inútilmente con los demás, tiene entonces
mayor facilidad para tomar conciencia de su propia singularidad y
dignidad. Es decisivo comprender que cada ser humano posee unas
virtualidades propias que sólo él mismo –con la ayuda que sea
necesaria– puede llegar a hacer rendir, proponiéndose proyectos y
metas a las que se siente llamado y que llenarán de contenido su
existencia.
—¿Y piensas que fomentar la autoestima puede llevar, de
alguna manera, a promover un modelo de personalidad narcisista?
Puede suceder si no se hace adecuadamente. Por eso hay que
plantear la autoestima como un sensato y equilibrado afecto por uno
mismo, que no tiene por qué conducir al egoísmo ni a la vanidad. La
autoestima es respeto a la propia persona, convicción de que cada uno
es portador de una alta dignidad como hombre, y comprensión
profunda de que cada ser humano es irrepetible y está llamado a
realizar en el mundo una tarea que dará sentido a su vida y que nadie
puede hacer por él.
Estimarse a sí mismo
es necesario para
el propio equilibrio interno,
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

y necesita encontrar su justa medida.


Quien se sobreestima, lo hace habitualmente a costa de
minusvalorar a quienes tiene a su alrededor, que suelen interesarle
básicamente como meros servidores o espectadores. También para
quien se subestima resulta difícil estimar a los demás, y esto provoca
con facilidad conflictos personales en el ámbito de la amistad, la
familia o el trabajo. Tanto en un caso como en otro, manifiestan un
amor propio destructivo y frustrante.
—¿Piensas entonces que son compatibles autoestima y
humildad?
Entendidas correctamente, no sólo son compatibles sino que se
exigen una a otra. Algunas personas consideran que son excluyentes
porque imaginan que la autoestima es una tonta y arrogante
sobrevaloración propia, o porque piensan que la humildad es algo tan
simple como tener una mala opinión acerca de los propios valores y
talentos. La verdadera humildad no es una absurda simulación de falta
de cualidades: la humildad no puede violentar la verdad, no está en
exaltarse ni en infravalorarse, sino que va unida al conocimiento
propio, a la sinceridad, a la sencillez y a la naturalidad.
—Pero las personas de mucho talento tienen más fácil caer en la
vanidad o la egolatría...
No estoy muy seguro de eso. A veces tengo la impresión de que
las actitudes vanidosas o ególatras no son cuestión de mucho o poco
talento, sino que son más bien un problema de falta de virtud,
educación y sentido común. Es más, podría incluso decirse que las
actitudes engreídas revelan, en cierta manera, poca cabeza: porque con
todo ese tórrido presumir suyo (casi siempre por talentos que han
recibido sin ningún mérito propio) hacen el ridículo y sólo logran
producir rechazo en los demás, lo que quizá viene más bien a mostrar
que todo ese supuesto talento es bastante escaso.

Aprender a fracasar

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

El conocido estadista británico Winston Churchill aseguraba


que el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse.
Nadie puede decir que no fracasa nunca, o que fracasa pocas
veces. El fracaso es algo que va ligado a la limitación de la condición
humana, y lo normal es que todos los hombres lo constaten con
frecuencia cada día.
Por eso, los que –por llamarlo de alguna manera– triunfan en la
vida, no es porque no fracasen nunca, o lo hagan muy pocas veces: si
triunfan es porque han aprendido a superar esos pequeños y constantes
fracasos que van surgiendo, se quiera o no, en la vida de todo hombre.
Por el contrario, los que –por seguir con el mismo lenguaje– fracasan
en la vida, son aquellos que con cada pequeño fracaso, en vez de sacar
experiencia, se van hundiendo un poco más.
Por eso quizá el aprendizaje más duro de la vida sea el de la
decepción: aceptar que las cosas no son como las queríamos, como las
pensábamos o como nos las habían contado. En cierta manera, triunfar
es aprender a fracasar:
El éxito en la vida
viene de saber afrontar
las inevitables faltas de éxito
del vivir de cada día.
De esta curiosa paradoja depende en mucho el acierto en el
vivir. Cada error, cada descalabro, cada contrariedad, cada desilusión,
lleva consigo el germen de una infinidad de capacidades humanas
desconocidas, sobre las que los espíritus pacientes y decididos han
sabido ir edificando lo mejor de sus vidas.
Por otra parte, es positivo –además de natural– que notemos con
intensidad el peso de nuestros errores: si no fuera así, quizá sería
mucho más difícil que nos corrigiéramos.
—Pero de los errores también hemos de aprender a ver cuáles
son nuestras limitaciones, para no estar dándonos golpes contra lo
mismo toda la vida...
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Sin duda, porque si nos empeñamos en pedirle a la vida lo que


ésta no puede dar, surgirá en nosotros un sentimiento de permanente y
continua frustración. Es positivo ser ambicioso en los deseos, si son
nobles, pues llenarán de luz nuestra existencia. Pero no podemos
perder de vista nuestra limitación: proponerse metas
desproporcionadas produce insatisfacción y desencanto.
A lo mejor, por ejemplo, habíamos idealizado nuestro trabajo,
nuestra vida familiar, o a nuestros amigos, casi sin darnos cuenta; y en
un momento dado, al encontrarnos ante la dura realidad, surge
irremediable en nosotros una profunda sensación de fracaso.
En esos casos, lo que a veces nos falta
es algo tan simple como
aprender a encontrar satisfacción en
las cosas ordinarias de la vida.
Algunos lo descubren demasiado tarde, cuando ya no queda casi
tiempo para vivir, y han consumido sus mejores años en un estado de
permanente ansiedad.

Capacidad de ilusionarse
La ilusión –vuelvo a glosar a Miguel Ángel Martí– constituye
una manera de vivir de unas personas determinadas:
Son esos hombres y mujeres que,
de una forma habitual,
encuentran diariamente
motivos para ilusionarse.
Se suele decir que son personas de temperamento alegre, tienen
capacidad para ilusionarse con las cosas. Es algo que responde a una
actitud básica de su modo de vivir. Son personas de refrescante y
perpetua juventud, que saben encontrar, en lo que otro ve tal vez la
monótona repetición de un acto, una ocasión para disfrutar de la vida.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

La ilusión está presente en los más variados ámbitos de nuestra


vida, iluminándola y llenándola de alegría. Todos quisiéramos hacer
de nuestra vida una existencia ilusionada, libre de planteamientos
tristes y ramplones, de cansancios y de desencantos. Todos deseamos
aprender de esas personas que han encontrado, a lo mejor casi sin
saberlo ellas mismas, el arte de vivir, y lo manifiestan en el lenguaje
vivo de sus ojos, en la frescura de su sonrisa o en los temas de sus
conversaciones, que no suelen centrarse en agravios, quejas,
ingratitudes o cosas semejantes.
La alegría es como una criatura frágil con la que todos
queremos vivir, pues todos quisiéramos ser alegres, pero es una
criatura huidiza. Hace falta energía, grandeza de ánimo y finura de
espíritu para poseerla, para hacer de la vida algo más que un producto
a granel envuelto en una triste monotonía. Nunca poseeremos la
alegría por entero, pero debemos apostar decididamente por ella,
porque es una exigencia de nuestra condición de hombres.
El temperamento alegre, como la capacidad de ilusionarse, o la
de sintonizar con las alegrías de los demás, son en buena parte
conquistas personales que hay que lograr con esfuerzo.
Debemos hacer todo lo posible para
adueñarnos de nuestro humor
y no dejarnos llevar a su merced,
acostumbrar los ojos a la luz que hay
en cada momento de nuestra vida.
—Pero hay temporadas en las que casi no hay nada de luz, y es
difícil evitar la tristeza.
Es natural que a veces nos invadan sentimientos de tristeza,
remordimiento o angustia. Pero todos contamos con la posibilidad de
reconducir en bastante grado esos sentimientos. Hemos de buscar
dónde está el origen, y según cuál sea, rectificar lo que haya que
rectificar, o aceptar serenamente lo que ya no tenga remedio. Así
combatiremos esa carcoma silenciosa e implacable que es la tristeza.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Volviendo al símil de la luz, piensa en las oscuras


profundidades del mar, donde no llega ni un rayo de sol y hay una
presión abrumadora, en ese ambiente lóbrego y asfixiante de esos
parajes abisales. Allí hay peces que viven sin dificultad. Son ellos los
que con su cuerpo luminoso hacen de linterna. El hombre debe saber
hacer, cuando sea preciso, como esas criaturas de los abismos:
procurar acomodar nuestra pupila a la luz que hay y, si es preciso,
hacer de linterna nosotros mismos, sabiendo sobreponernos a los
motivos de tristeza.

Capacidad de resolución
Las personalidades tímidas, vacilantes, inseguras, suspiran
siempre por tener a su lado dictadores, aunque a veces se revistan de
la modesta apariencia de consejeros. ¿Qué debo hacer?, preguntan
siempre, con la esperanza de que una receta les libre de cualquier
decisión personal. No quieren decidir, no quieren arriesgar, se les hace
insoportable la responsabilidad.
Otros son excesivamente razonadores y se ahogan en la
perplejidad. Tienen miedo a la realidad. Son individuos que retrasan
siempre sus decisiones, porque les paraliza su ansia de seguridad y su
terror a asumir riesgos. Siempre les parece que aún no han
reflexionado suficientemente.
Quizá son personas que fueron educadas con excesiva dureza, o
con excesiva blandura, que sufrirán mucho en su vida a consecuencia
de ese apocamiento de carácter. Es como si hubieran quedado heridas
en el núcleo de su personalidad, con unas heridas que sangrarán por
mucho tiempo, y que harán difícil asumir el riesgo de sus decisiones
personales y superar el desánimo de posibles frustraciones.
Una buena formación del carácter
ha de fomentar tanto
las decisiones rápidas como la reflexión,
la libertad como la responsabilidad,

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

la pasión como el juicio.


El verdadero consejero, el verdadero educador, jamás debe
dejarse seducir por esa especie de compasión que le llevaría a
limitarse a prescribir acciones, recetar criterios e imponer conductas.
Educar exige ayudar al perplejo a reconocer su verdadero problema,
dejándole luego la responsabilidad de tomar él mismo sus decisiones.
Para no quedarse habitualmente paralizados ante la duda, para
no tirar la toalla a la primera dificultad, para no cambiar
inmediatamente de objetivo en cuanto este se presenta costoso, para
todo eso, es preciso educar y educarse en un ambiente de cierta
resolución ante los habituales problemas de la vida.
Para lograrlo, es preciso fortalecer la voluntad, imponerse el
cumplimiento de actos que a uno le cuestan, obligarse a decidir a un
plazo determinado, no sustraerse a la realidad, por dura que sea. Así,
poco a poco, la voluntad indecisa se irá consolidando.
Se trata de una cuestión importante, porque la vida de cualquier
persona requiere ordinariamente una considerable capacidad de
decisión. No hay que olvidar que –como dice J. R. Ayllón–, el
gobierno más difícil es el gobierno de uno mismo, que supone colocar
y mantener la razón en el vértice de una pirámide donde se amontonan
libertades, deberes, responsabilidades, sentimientos, afinidades,
deseos, aficiones, e incluso manías y rarezas. Una especie de circo
nada fácil de gobernar, sobre todo para las personas indecisas.

Dominio de uno mismo


«Ayer comencé, por quinta vez en este año, un nuevo régimen
de comidas. Sé que tengo que perder peso, y estoy empeñado en
lograrlo. Me leo todo lo que encuentro sobre este tema. Me mentalizo.
Pienso que voy a lograrlo. Pero todas las veces me pasa igual. A las
pocas semanas me vengo abajo. Me parece imposible mantener mis
propósitos siquiera unos meses».
Ideas semejantes a estas atormentan con frecuencia la mente de
muchas personas, que sufren la angustia de comprobar que son muy
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

poco dueñas de sí mismas, que apenas logran tomar las riendas de su


existencia. Son personalidades un poco flojas, flácidas. Se encuentran
enganchadas a la televisión, pesan diez kilos de más, han intentado ya
quince veces dejar de fumar, les cuesta una barbaridad levantarse de la
cama o de su sillón, apenas prestan atención a nada que exija pensar
un poco y, junto a eso, sienten un aburrimiento que les abruma.
—¿Y cómo crees que puede combatirse esa situación?
Lo mejor es prevenirla, si es posible, llevando una vida de cierta
exigencia. Ya hemos hablado de los males que tienen su origen en la
vida fácil: mediocridad, pereza, falta de dominio sobre uno mismo.
Uno de los mayores riesgos del exceso de bienestar es que, como la
experiencia nos enseña, muchos terminan quedando bastante
dominados por ese bienestar. La seducción de una vida excesivamente
cómoda hace que los hombres perdamos a veces un poco esa libertad
interior, ese necesario señorío sobre nosotros mismos, convirtiéndonos
en esclavos de esas comodidades.
No quiere esto decir que la formación deba conducir a una
crispada lucha contra el bienestar. Pero las circunstancias reales en
que se mueve el hombre hacen necesario insistir en la necesidad de la
templanza, en el dominio de uno mismo, en saber poner límites a las
desmesuradas exigencias de nuestras apetencias personales. La
templanza es muy importante para evitar que el bienestar se revuelva
contra el hombre, apartándolo de los valores superiores que está
llamado a alcanzar.
La templanza es señorío sobre uno mismo. Con ella el hombre
aprende a prescindir de lo que le produce un daño, y con el tiempo
advierte que el sacrificio es sólo aparente, porque al vivir así, con
sacrificio, se libra de muchas esclavitudes. La lucha y el sufrimiento –
apunta Enrique Monasterio– son peajes inevitables en el camino de
nuestra vida, y para ser feliz es indispensable perderles un poco el
miedo. La felicidad, o el amor, no son simples fenómenos químicos de
escasa duración, sino que exigen siempre un compromiso y un
sacrificio mantenidos. Quien pretende ingenuamente eludirlos, sólo
logra alejarse de la felicidad, sólo encuentra pequeños placeres, cada

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

día menos intensos y más frustrantes, porque, queramos o no, el


paladar –y lo digo en sentido amplio– también se desgasta.
Como decía Ortega, mientras el tigre no puede dejar de ser
tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de
deshumanizarse. Y buena parte de ese riesgo de deshumanización
proviene de la pérdida de libertad interior, casi siempre más grave que
la privación de la libertad física.
—¿Por qué dices que es más grave?
Sobre todo por sus efectos, pero también por la facilidad con
que pasan inadvertidos. Los peligros que nos acechan para
desposeernos de la libertad interior suelen ser bastante solapados,
difíciles de descubrir.
Se producen –como ha señalado José Antonio Ibáñez-Martín–
cuando se impide que la acción pase por el tamiz de la deliberación,
de la reflexión, de manera que se insta a actuar de modo instintivo más
que racional; cuando una persona queda esclavizada por sus propias
pasiones, inmersa en el error o atenazada por la ignorancia.
Esto es lo que sucede cuando se busca conseguir en las personas
unas respuestas determinadas, manipulando para ello las diversas
pasiones humanas. Por ejemplo, cuando se busca exacerbar el impulso
sexual, o la pasión por el juego, la bebida o la droga, con objeto de
desencadenar de modo compulsivo esas fuerzas para provecho de
quien lo induce; o cuando se trata al hombre como una mera
afectividad a captar, y para ello se le engaña con un inexistente cariño,
o mediante la seducción o el miedo; o cuando se fomentan
sentimientos de egoísmo, odio, venganza, etc.
Es importante estar prevenidos ante esos posibles errores. El
inmoderado afán de placer y de satisfacción causa una angustiada
atención al yo, que destruye precisamente lo que anhela. Kierkegaard
decía que la puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que
retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más.

Superar el egoísmo
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Cualquier persona, cuando bucea en su interior y busca en lo


mejor de sí misma, encuentra bien nítida esa llamada humana a la
entrega desinteresada, a darse a los demás. Educar o educarse en ese
impulso generoso de servir a los demás sin esperar nada a cambio, es a
todas luces decisivo para llevar una vida verdaderamente humana.
Aunque por fortuna son pocos quienes reivindican el egoísmo
como elemento de la propia tabla de valores, no por eso sus efectos
dejan de estar presentes de modo constante en la vida de todo hombre.
Se trata de una pugna que durará toda la vida.
Quien no lucha decididamente
contra sus tendencias egoístas,
se encamina hacia una
auténtica quiebra personal.
Igual que una persona generosa encuentra la felicidad haciendo
felices a los demás, el egoísta pasa su vida quejándose de que el resto
del mundo no se consagra a hacerle feliz a él.
—Tengo la impresión de que la generosidad y el egoísmo
pugnan por lograr el dominio de cada persona, y parece como si esa
dominación cristalizara ya desde muy temprana edad.
Un niño o una niña con muy pocos años de edad ya distingue
bastante bien la generosidad del egoísmo, y hace opciones morales
bien concretas. Son decisiones en las que influye mucho el ejemplo
que reciben, pues en la educación de los hijos, como en cualquier
proceso de formación, los gestos son más importantes de lo que
parece. Las conductas o actitudes egoístas engendran a su vez otras
similares en quienes las observan, pues su capacidad de imitación es
grande y los modelos vivos son los que tienen mayor capacidad de
persuasión. Los comportamientos, las palabras, los gestos, los modos
de reaccionar ante sucesos concretos son imitados con rapidez y
trasladados a la vida, y así se crea una dinámica que luego no siempre
es fácil reconducir.
—Supongo que sucederá lo mismo en sentido positivo...

55
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Afortunadamente. Por eso es importante que las personas


descubran pronto la satisfacción personal que brota de la generosidad,
del servicio, del hecho de ayudar a otros. Incluso el trabajo nos
satisface verdaderamente sólo cuando vemos que aporta algo, que está
contribuyendo a hacer algo positivo para otros.
―La mejor forma de conseguir la realización personal –asegura
Víctor Frankl– es dedicarse a metas desinteresadas‖. La búsqueda
egoísta de la felicidad constituye una contradicción en sí misma,
puesto que el egoísmo obstruye el camino de la felicidad. Cuando el
placer o la comodidad se deben a intereses egoístas, se produce una
curiosa paradoja: cuanto más se buscan, tanto más se diluyen; cuanto
más se persiguen, tanto más se apartan de nosotros.
Querer a los otros
es el mejor regalo
que podemos hacernos
a nosotros mismos.
Porque ese cariño que damos a los demás revierte en nuestro
propio enriquecimiento haciéndonos mejores.
—¿Y ser generoso para alcanzar una satisfacción interior no es,
en el fondo, una forma solapada de egoísmo?
Existe ese riesgo, sin duda, aunque no me parece muy
peligroso, puesto que la propia dinámica de la generosidad va
mejorando a la persona y purificando su intención y sus intereses.

para recordar...
El carácter de una persona es,
muy frecuentemente,
lo que marca el techo de sus posibilidades
en lo profesional,
56
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

o en sus relaciones familiares o de amistad.

Casi todo el mundo intuye que


tendría que mejorar en muchos aspectos.
Es preciso elevarse
por encima de esos condicionamientos
en que estamos inmersos
y que a veces parecen
marcarnos un destino inexorable.
para pensar...
Cada persona custodia
en su intimidad
una puerta del cambio,
una puerta que
sólo puede abrirse desde dentro.

Conocerse a uno mismo permite


convertirse en el artífice de la propia vida,
ser fiel a lo mejor de uno mismo,
vivir la propia vida más como protagonista
y menos como un mero espectador.
para ver...
§ Bailar en la oscuridad (Lars Von Trier).
§ Descubriendo a Forrester (Gus van Sant).
§ Huracán Carter (Norman Jewison).

57
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

para leer...
§ Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido, Ed.
Herder.
§ Enrique Rojas, El hombre light: una vida sin valores, Ed.
Temas de hoy.
§ Alfonso Aguiló, Educar el carácter, Col. Hacer Familia nº
65, Ed. Palabra.
para hablar...
Mantener una conversación entre los padres sobre qué puntos
del carácter de cada hijo deberían mejorar.
Comentar en un rato de tertulia familiar algunos detalles del
modo de ser de todos que harían más grata la vida familiar.
para actuar...
SITUACIÓN:
Tomás es un gran empresario, hecho a sí mismo. Empezó con
muy poco, y ahora, con menos de cuarenta años, tiene ya un
patrimonio nada despreciable. Eso sí, le lleva un trabajo enorme. Viaja
mucho, come y cena casi siempre fuera de casa y, la verdad es que
apenas puede pasar tiempo con su mujer y sus dos hijos.
De vez en cuando piensa en que las cosas no deberían ser así,
pero casi nunca esas ideas le duran mucho. La urgencia de atender
miles de compromisos le hace olvidarlas pronto. Lo que sí advierte es
que se enfría cada vez más la relación con su mujer y sus hijos. Se
hablan poco, viven como indiferentes unos de otros. Se ha creado un
clima de individualismo, de mucho consumo y poca preocupación por
los demás, y los roces surgen de modo inevitable a la menor ocasión.
Un día, al volver a casa, palpa esa realidad de un modo muy
doloroso. Además, durante las últimas semanas ha sufrido varios
reveses importantes en sus negocios, a causa de unas operaciones
importantes que han fallado por la deslealtad de uno de sus socios.
Tomás siente una gran sensación de fracaso vital, una frustración que
jamás había imaginado que pudiera llegarle a él, tan acostumbrado
58
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

siempre a triunfar: ―He sacrificado casi todo por el trabajo, y ahora se


me hunde, y me encuentro sin ilusión por trabajar, y además veo que,
por mi culpa, estoy sin el cariño de mi mujer y de mis hijos‖.
OBJETIVO:
Recuperar el buen clima familiar.
MEDIOS:
Tener una clara jerarquía de valores.
MOTIVACIÓN:
Poner ilusión en las cosas de la casa y de la familia, para
manifestar con hechos el cariño y para que todos también se sientan
queridos.
HISTORIA:
Tomás estaba muy abatido. Por suerte, se encontró durante esos
días con un viejo amigo, al que confió todas sus preocupaciones.
Aquel desahogo le alivió de una forma sorprendente y clarificó mucho
las ideas en su cabeza.
En aquella conversación sacó varias conclusiones, pero la
primera y más clara es que debía empezar por reconocer su error, y así
lo hizo. Nada más volver a casa, habló largamente con su mujer y le
pidió perdón por las innumerables desconsideraciones que había
tenido con ella a causa de su excesiva dedicación al trabajo durante
todos esos años.
Su mujer no se lo esperaba, y lo acogió muy bien. Ella también
le pidió perdón, pues –decía– ―hemos sido todos los que nos hemos
deslizado por esa pendiente del egoísmo, de refugiarnos cada uno en
nuestro trabajo, de tener mucho de todo pero pensar poco en los
demás‖.
Aquella conversación con su mujer fue decisiva. Los dos
supieron estar a la altura de las circunstancias, y gracias a eso las
cosas cambiaron bastante en poco tiempo. Se dieron cuenta de que
aquel fracaso económico podía ser providencial, pues había facilitado
que cayeran en la cuenta de muchos de sus errores. Comprendieron la
59
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

necesidad de unirse más en la familia y de tener una clara jerarquía de


valores, tanto en sus intereses personales como en el empleo de su
tiempo.
Tomás comprendió que había caído en la trampa del exceso de
actividad, del dejarse absorber por el ajetreo y el torbellino de la vida,
en el afán de trabajar cada vez más, y trepar más rápido por la escalera
del éxito, para descubrir al final que... la escalera estaba apoyada en
una pared equivocada.
No fue fácil cambiar el ambiente de la casa, pues las inercias
siempre pesan mucho, y cuesta trabajo superar todo ese cúmulo de
pequeños egoísmos que se habían hecho habituales. Procuraron hablar
mucho, decirse las cosas con lealtad y cariño, y ser muy constantes en
su empeño por mejorar el clima familiar.
RESULTADO:
Las cosas cambiaron bastante en unos meses, y pocos años
después todos veían aquel revés económico como lo mejor que les
había sucedido en mucho tiempo. La familia estaba mucho más unida
–también era mayor, pues tuvieron dos hijos más–, y aunque los
ingresos no eran los de antes, disfrutaban mucho más lo que tenían.
Comprobaron que el éxito en la vida no está en ganar mucho
dinero, tener muchas cosas, o hacer muchas cosas, sino en hacer lo
que estamos llamados a hacer, y establecer una juiciosa distribución
de nuestro tiempo, en el que tenga cabida el trabajo, la familia, las
amistades, la propia formación, la atención de otras obligaciones, etc.

PARTE SEGUNDA ―B‖: HACER RENDIR EL PROPIO


TALENTO

No es que nos falte valor


para emprender las cosas

60
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

porque sean difíciles,


sino que son difíciles
precisamente porque nos falta
valor para emprenderlas.
Séneca

Capítulo 5: HACER RENDIR EL TIEMPO


No dejarse llevar por la corriente
Aprender a organizarse
Aprender a decir «no»
Equilibrio y flexibilidad
Aprender a contar con los demás
Basarse en la confianza
Orden y previsión
Dueños de la agenda

Tienes tal desorden en ti,


que crearás tu propio infierno.
Walter Starkie

No dejarse llevar por la corriente


E. M. Gray escribió hace unos años un ensayo bastante famoso,
que tituló The Common Denominator of Success: El común
denominador del éxito. Lo hizo después de dedicar mucho tiempo a
61
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

estudiar qué era lo común a las personas que tenían éxito en su trabajo
y, más en general, en el resultado global de su vida.
Curiosamente, su conclusión no situaba la clave en trabajar
mucho, ni en tener suerte, ni en saber relacionarse (aun siendo todas
estas cuestiones muy importantes), sino en otra cosa.
Las personas con éxito
han adquirido la costumbre
de hacer cosas
que a quienes fracasan
no les gusta hacer.
Hay muchas cosas que no les apetece en absoluto hacer, pero
subordinan ese disgusto a un propósito de mayor importancia. Saben
educar su carácter de modo que sus intereses y sus actos dependan de
los valores que guían su vida y no del impulso o el deseo del
momento.
Cualquier persona, sea un estudiante universitario o una
profesora de un instituto, un médico o una juez, un empleado de la
industria o una ejecutiva de una multinacional, en todo caso, en su
vida tiene planteado un reto importante en cuanto a su capacidad de
organizarse.
Para una persona con un mínimo de inquietudes en la vida (y
supongo que será tu caso si has tenido paciencia para llegar hasta este
punto del libro), el reto no es ocupar el tiempo, ni siquiera hacer
muchas cosas, sino hacer rendir con acierto el tiempo de que
disponemos.
No se trata simplemente de
lograr hacer muchas más cosas,
sino hacer las que pensamos
que estamos llamados a hacer.

62
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Se trata de establecer una juiciosa distribución de nuestro


tiempo que nos permita alcanzar una alta efectividad en el trabajo y, a
la vez, un uso equilibrado del resto del tiempo, en el que tenga cabida
la familia, las amistades, la propia formación, la atención de otras
obligaciones, etc.
Se trata de vivir a conciencia la vida, de manera que no
lleguemos a la muerte y descubramos entonces que apenas lo hemos
logrado. Salir de la monotonía o la mediocridad, sacar a la vida todo
su partido. Porque cuando se es joven, es fácil tener la impresión de
que la vida todavía no ha comenzado realmente, que la parte decisiva
de la vida, aquella que requiere un serio esfuerzo para encauzarla bien,
empezará quizá la semana que viene, o el mes que viene, o después de
las vacaciones, o el año que viene, pero siempre en otro momento. Lo
malo es que, si uno se descuida, un buen día te encuentras, de repente,
con que el tiempo se ha pasado y la vida no ha ido por donde debía.

Aprender a organizarse
Siguiendo el esquema propuesto por Stephen Covey, pueden
distinguirse cuatro fases o generaciones en cuanto al modo de
administrar el tiempo.
Una primera generación son aquellos que elaboran listas de
tareas pendientes. Con ellas toman conciencia de lo que les queda por
hacer, lo van abordando cuanto antes pueden, y van tachando, lo que
siempre proporciona una sensación gratificante. Esto, no cabe duda, es
ya bastante más de lo que son capaces de llegar a hacer muchos. Sin
embargo, es aún un esquema de organización muy pobre, puesto que
la mayoría de las veces la distribución del tiempo viene impuesta
externamente por la mera sucesión de los acontecimientos.
Pertenecen a la segunda generación aquellos que intentan mirar
un poco más adelante, y se programan mediante el uso de la agenda:
van anotando acontecimientos, compromisos y proyectos de actividad
futura, en la medida en que su tiempo les permite darles cabida. Su
anticipación les confiere una mejor organización, pero aún

63
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

rudimentaria, puesto que así no pueden valorar debidamente las


prioridades: son simples distribuidores de tiempo.
La tercera generación suma a las dos precedentes la idea básica
de establecer prioridades. Se centra en la necesidad de fijarse unos
objetivos, con sus correspondientes plazos, y de acuerdo con ellos se
prepara una planificación diaria que alcance la mayor eficiencia. Este
planteamiento supone un gran avance respecto a la segunda
generación.
La clave no es dar prioridad
a lo que está en la agenda,
sino ordenar la agenda
con arreglo a las prioridades.
Sin embargo, centrarse en la simple eficiencia en la
programación y el control del tiempo tiene a menudo efectos
contraproducentes. Por ejemplo, es frecuente que dificulte la necesaria
liberalidad y espontaneidad en el modo de organizarse, y que en
consecuencia se resienta el desarrollo de las relaciones humanas, que
son tan importantes y enriquecedoras. Por esa razón, cabe pensar en
una cuarta generación, que da aún un paso más: por decirlo de una
manera poco académica: en vez de organizar el tiempo, procurar
organizarse a uno mismo.
Hay tareas que, por su naturaleza, necesitan una atención
inmediata. Son urgentes. Actúan sobre nosotros de forma imperiosa.
El timbre del teléfono, por ejemplo, es urgente, reclama una atención
inmediata. Suelen ser tareas cercanas, que dan impresión de actividad,
entretenidas. Lo malo es que muchas veces carecen de importancia y
nos desorganizan.
Ante lo urgente, reaccionamos;
ante lo importante, no siempre.
Las cuestiones importantes pero no urgentes requieren más
iniciativa, más esfuerzo, más reflexión personal, y es fundamental
centrar en ellas la organización personal.
64
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Hemos de actuar creativamente,


no simplemente
reaccionar ante lo que ocurre.
De lo contrario, nuestra vida se verá desviada con mucha
frecuencia hacia lo urgente no importante, pues, curiosamente, las
tareas más entretenidas y que más nos reclaman son precisamente
esas, las urgentes pero no importantes.
—Pero habrá también muchas otras tareas que son urgentes e
importantes a la vez, supongo.
En efecto. Para mayor claridad, las tareas que una persona
puede hacer se podrían distribuir en cuatro cuadrantes, según su grado
de urgencia e importancia:

Más urgente -------> Menos urgente


Más importante
|
|
v
Menos importante
I.
Importantes y urgentes
II.
Importantes y no urgentes
III.
Urgentes pero no importantes

65
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

IV.
Ni urgentes ni importantes

Está claro que las tareas no se dividen de modo tajante en


importantes y no importantes, sino que hay una gradación, pero, para
entendernos, consideramos que todas pudieran clasificarse dentro de
estos cuatro cuadrantes.
En un día cualquiera de la mayoría de las personas, suele haber
bastantes tareas del cuadrante I, o sea, urgentes y que además tienen
importancia.
—Me imagino que las personas que tengan grandes
responsabilidades estarán todo el día atendiendo cosas urgentes e
importantes, y aún le quedarán muchas para el día siguiente.
Si lo analizamos con detalle, veremos que no debería ser así.
Precisamente por sus grandes responsabilidades es más importante
que se organicen de modo que esas tareas urgentes e importantes no
llenen su día por entero.
Si una persona dedica todo el día solamente a cosas del
cuadrante I (urgentes e importantes), nunca dedicará nada de tiempo al
II (a lo importante pero no urgente). Y funcionando así, será difícil
que organice su vida adecuadamente, porque irá a remolque de los mil
pequeños problemas urgentes e importantes que le surgirán cada día y
no dispondrá del sosiego necesario para acometer otras muchas
cuestiones también importantes pero menos acuciantes, que quedarán
habitualmente sin hacer.
Lo urgente e importante consume y agota la vida de muchas
personas: listas interminables de cosas pendientes, constantes crisis
menores que sólo ellos pueden atender, frecuentes interrupciones y
retrasos que le impiden atender debidamente sus obligaciones, etc.
Cuando uno centra su vida en el cuadrante I (en lo urgente e
importante), ese cuadrante va creciendo cada vez más, hasta que nos
domina por completo.
66
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Así se genera estrés, sensación de crisis continua, de estar


siempre apagando incendios. Es como hacer frente a un oleaje fuerte y
prolongado. Llega una ola, un problema importante y urgente, y lo
intentamos resolver, y quizá lo logramos, o quizá nos deja tendido en
la arena. Se pone uno de nuevo en pie, y llega otra ola, que vuelve a
golpearnos, y así una vez y otra, sin que podamos retirarnos un
momento para pensar qué queremos hacer, adónde queremos ir, o
cómo podemos hacer frente con eficacia a lo no inmediato (porque el
problema es que resulta difícil pensar en nada que no sea la siguiente
ola).
Además, otro inconveniente es que esos asiduos ocupantes del
cuadrante I, que son literalmente vapuleados por los continuos
problemas de cada día, con frecuencia buscan alivio huyendo hacia
actividades del cuadrante III (urgentes pero no importantes), o incluso
–con más facilidad de lo que parece– hacia el cálido y acogedor
cuadrante IV, refugiándose en tareas que no son ni urgentes ni
importantes. Por eso es necesario pensar en cómo nos organizamos.
Más que orientarse hacia los problemas,
es preciso tomar la iniciativa
y dirigirse hacia las oportunidades,
no dejarse organizar por los problemas.
De esta manera, se puede reducir el tamaño del cuadrante I, o
sea, disminuir el número de tareas urgentes e importantes de cada día,
de modo que éstas puedan atenderse bien, pero dedicando suficientes
energías al cuadrante II (el de lo importante no urgente), que ha de ser
el espacio más amplio en una persona debidamente organizada.
—Me parece que se trata de algo difícil de planificar, y también
difícil de llevar a la práctica.
Avanzar en el modo de organizar el tiempo es efectivamente un
reto tan difícil como importante. Y para muchas personas, un terreno
tan inexplorado que, sólo con tener una cierta preocupación por
avanzar en él y reflexionar de vez en cuando sobre qué camino tomar,
sólo con eso, podrían lograr mejoras sorprendentes.
67
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

De lo contrario, uno se puede pasar la vida corriendo de un lado


a otro, hablando por teléfono compulsivamente, debatiéndose entre
cientos de gestiones inaplazables y multitud de reuniones
interminables, intentando hacer más cosas de las que razonablemente
somos capaces, y, encima, después de tanta fatiga, fracasar
estrepitosamente. Y quizá entonces viéramos que podríamos haberlo
evitado con sólo hacernos unas cuantas consideraciones básicas sobre
el modo de organizarnos.
En resumen, corremos el grave peligro de dejar de hacer
muchas cosas, aun siendo muy importantes para nosotros, por el
sencillo hecho de que no reclaman de modo imperioso nuestra
atención.

Aprender a decir «no»


—Entonces, si uno está agobiado por cosas urgentes e
importantes (con el cuadrante I muy lleno, según esa terminología),
¿cómo puede sacar tiempo para esas cosas que no apremian tanto pero
que son también importantes (las del cuadrante II)?
Al principio habrá que seguir atendiendo las numerosas
actividades urgentes e importantes del cuadrante I, pues estamos
inmersos en ellas y no podemos dejarlas sin más. En esa situación, el
tiempo necesario para el cuadrante II se puede obtener sacándolo
fundamentalmente de los cuadrantes III y IV.
Luego, a medida que consigamos tiempo para trabajar en el
cuadrante II, estaremos mejor organizados y empezará a disminuir el
cuadrante I. Así irá aumentando el rendimiento del tiempo, pues le
daremos un uso más efectivo.
—¿Entonces, la clave está en identificar cuáles son esas tareas
no importantes (o sea, los cuadrantes III y IV), para sacar de ahí
tiempo?
Es una de las claves, sin duda. En las personas más perezosas,
será el cuadrante IV (aquello que no es ni urgente ni importante) la
principal fuente de pérdidas de tiempo. En las personas más activas
68
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

pero mal organizadas, será el cuadrante III (el de lo urgente no


importante) el que más llene sus vidas y en el que habrá que entrar con
decisión.
Hay que aprender a decir no
a esas actividades que
nos urgen frecuentemente
pero que no debemos acometer.
Hace algún tiempo, un antiguo compañero mío me contaba, sin
disimular su angustia, que en su empresa le habían encomendado una
nueva tarea de considerable responsabilidad. Viajaba muchísimo,
tenía un horario agotador y estaba bastante estresado, aunque, eso sí,
había aumentado sensiblemente sus ingresos.
«Lo malo –me decía– es que en realidad yo no deseaba ese
nombramiento. Sabía que me supondría unas obligaciones que
difícilmente podría atender con el tiempo de que dispongo. Además,
me está apartando de la línea de trabajo que me había marcado hace
años y, por si fuera poco, no me deja atender bien a mi familia. Cada
día tengo más problemas, pero ahora me resulta muy difícil dejarlo,
tenía que haberlo pensado antes.
»Y lo realmente triste es que sabía que esto me iba a pasar.
Cuando me lo propusieron, lo pensé, pero me sentía presionado. Puse
algunas excusas, me fueron convenciendo, intenté retrasarlo, puse
algunas condiciones que estaba seguro que no aceptarían, pero las
aceptaron, y al final ya me daba reparo echarme atrás.
»Lo mío ha sido tan sencillo y tan triste como esto: no supe
decir no. Después he sabido que también habían ofrecido este cargo a
otro compañero mío, y que en su caso la conversación no duró más
allá de un minuto. Les dijo que lo agradecía muchísimo, que se sentía
muy honrado por esa elección, pero que tenía serias razones para no
aceptarlo.
»Es curioso, no sabía yo los líos en que uno puede meterse por
no saber contestar en el momento oportuno con un atento y cortés ―lo
siento muchísimo, pero NO‖. Ha sido un auténtico calvario que podría
69
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

haber evitado con sólo superar una situación un poco violenta durante
unos minutos».
En realidad, toda persona está diciendo constantemente no a
algo. Lo malo es que si no lo dice a las cosas que nos acosan
invasivamente pero que no debemos hacer, probablemente lo esté
diciendo a cosas mucho más fundamentales pero que no reclaman su
atención.
—Pero habrá personas cuyo problema no sea que les cueste
decir no, sino al revés: siempre dicen que no, siempre llevan la
contraria, parece como si les costara sangre manifestar acuerdo o
asentir a algo.
Por supuesto, cada uno tiene que ver por qué lado va su
problema (y que en unos ámbitos de su vida puede ser distinto que en
otros). Cada día decimos sí o no a muchísimas cosas. La esencia de
una buena organización personal está precisamente en saber discernir
en cada caso si debemos decir sí o no, y nuestro error puede provenir
de establecer mal las prioridades, de prever mal su puesta en práctica o
de una falta de suficiente disciplina personal para atenernos a ellas.
La mayor parte de las personas piensan que su problema suele
estar en esa última razón, en que les falta constancia y disciplina para
llevar a cabo lo que repetidamente se han propuesto. Sin embargo, si
lo analizaran con más profundidad, es probable que advirtieran que su
principal problema no es de autodisciplina, sino que está antes, en que
no tienen unas prioridades suficientemente claras y desarrolladas. El
modo en que cada uno organiza su tiempo es consecuencia del modo
en que cada uno ve sus prioridades. Para decir no al reclamo del
entretenido cuadrante III, o al cálido y adormecedor cuadrante IV,
hace falta tener las ideas muy claras en la cabeza, no sólo una gran
fuerza de voluntad.

Equilibrio y flexibilidad
Aún recuerdo con tristeza el lamento de una persona que a sus
treinta y pocos años había logrado coronar una carrera profesional

70
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

muy brillante, pero que explicaba su difícil situación con una crudeza
y un dolor sorprendentes.
«Gozo de un prestigio y un éxito extraordinarios. Sin embargo,
veo con claridad que he sacrificado casi todo en la vida para lograr esa
meta. Veo que estoy fracasando en mi matrimonio, que apenas
disfruto del afecto de mis hijos, que me siento rodeado de personas
que simplemente me adulan y me tratan de forma interesada.
»Ha llegado un momento en el que no estoy seguro de tener
verdaderos amigos. Soy una persona muy ocupada, y apenas
encuentro tiempo para pensar con calma, pero no logro alejar una
duda que martillea mi cabeza desde hace años: no sé si todo lo que
estoy haciendo tendrá algún valor para alguien.
»A estas alturas casi no sé qué es lo que realmente me importa.
Me pregunto con frecuencia: todo esto que he hecho... ¿ha merecido la
pena?».
Casos como este, tristemente frecuentes, nos invitan a
reflexionar sobre nuestro modo de organizarnos, sobre el necesario
equilibrio personal entre todos los ámbitos de nuestra vida.
El éxito profesional
no puede compensar
el fracaso de un matrimonio roto,
la salud perdida,
el quebrantamiento ético
o la traición a los propios principios.
¿Cuáles son esos ámbitos? Está la atención a la familia: el
cónyuge, los hijos, los padres, etc. Está el propio trabajo, con sus
realizaciones, sus expectativas y su necesidad de atender a la
preparación profesional. Está la salud y el descanso, que no conviene
menospreciar. Es muy importante la cultura. No hay que olvidar
tampoco las prácticas personales que requiera la coherencia con
nuestras convicciones religiosas, que son un elemento muy importante
en la vida de cualquier persona.
71
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Para no equivocarse a la hora de diseñar el propio proyecto de


vida, es preciso, en primer lugar, identificar los diversos papeles que
cada uno tiene que simultanear en su vida. Por ejemplo, si nos fijamos
en el ámbito familiar, uno puede tener su papel como padre o madre,
como esposo o esposa, como hijo o hija, como suegro o suegra, como
abuelo o abuela, o nieto o nieta, como hermano, etc.
En cada uno de esos papeles (lo digo en plural porque uno
puede ser al tiempo esposa, madre, hermana e hija, por ejemplo),
hemos de ver qué meta queremos alcanzar, es decir, qué modelo de
familia buscamos, cómo ha de ser la relación entre los miembros de la
familia y a qué valores se da especial relevancia.
Y dentro de ese proyecto, hay que proponerse unos aspectos de
mejora personal, y procurar ponerlos en práctica mediante detalles
concretos: por ejemplo, ser más generoso en la dedicación de tiempo a
tu mujer o a tu marido, atender con más cariño a los hijos, ser más
paciente con tu suegro, actuar con mayor fortaleza o mayor
comprensión en determinados casos, etc.
Si nos fijamos en el ámbito laboral, los papeles que nos toque
representar pueden ser también muy diversos: como jefe de un equipo
de personas y, a la vez, como subordinado y compañero de otras;
como vendedor, como comprador o como competidor; como patrono o
como trabajador; como profesor o como alumno; etc. En cada caso
hemos de saber qué esperamos de nuestro trabajo. Por ejemplo, sería
muy pobre que lo viéramos sólo como un medio de obtener unos
ingresos económicos, o como una simple forma de autoafirmación
personal. Siendo objetivos legítimos, serían insuficientes si no van
unidos a otros más elevados, que nos hagan ver ese trabajo –entre
otras cosas– como un servicio a los demás y a la sociedad. A su vez,
hemos de procurar concretar esas ideas: crear un mejor ambiente con
los compañeros de oficina, fomentar el trabajo en equipo con
determinadas personas, ser más puntual, trabajar con más esmero,
cuidar más los detalles, adquirir una mayor cultura profesional, etc.
—Supongo que estas consideraciones de tipo familiar y laboral
se pueden extender a otros ámbitos de la vida, pero el papel más
importante será el que representamos simplemente como personas.
72
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

En ese ámbito podrían incluirse cuestiones más de fondo: ser


más sensible a las necesidades de quienes nos rodean, proponerse
mejorar seriamente nuestra coherencia ética y religiosa, ver el modo
de acrecentar nuestra formación y nuestra cultura, etc.
De todas formas, al final siempre se acaba por descubrir que
todos los ámbitos están muy relacionados, y que muchas veces se
mezclan y confunden. Es natural que sea así, por la unidad que posee
en sí la vida del hombre, y aunque los hayamos separado por razones
de mejor exposición, está claro que se intercomunican y no pueden
tratarse como compartimentos estancos.
Es decisivo encontrar un equilibrio en el que quepa la atención
a todas las áreas de nuestra vida. Un equilibrio alejado de la utopía del
que quiere abarcarlo todo ingenuamente y también lejano de la
simpleza de quien se polariza en un tema y no ve nada más. Si no
alcanzamos ese equilibrio, es fácil equivocarse en aspectos
importantes.
La forma más lamentable
de perder el tiempo
es equivocar el camino.
—De todas formas, dentro de tanta organización tendrá que
haber bastante flexibilidad.
Por supuesto. Nuestra planificación, nuestra agenda, nuestras
metas, han de ajustarse a nuestro estilo, nuestras necesidades y nuestra
forma de ser.
Es la organización para ti,
no tú para la organización.
Por más cuidado que uno ponga, siempre surgirán imprevistos
que obligarán a subordinar nuestro plan a una necesidad superior. Pero
eso no debe inquietarnos, puesto que la organización ha de basarse en
unos principios, no en sí misma. Por eso sería un grave error
identificar la constancia y la firmeza propias de una buena
organización personal con la idea de volverse rígidos e inflexibles.
73
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Además, suele ser más bien al revés, pues la flexibilidad necesita de


un recio fondo de firmeza, del mismo modo que la rigidez esconde
muchas veces una débil y mal disimulada inseguridad.

Aprender a contar con los demás


Lee Iacocca, aquel legendario primer ejecutivo de la Ford que
años después lograría un espectacular reflotamiento en la Chrysler,
explicaba así su experiencia de varias décadas al frente de grandes
multinacionales:
«Son muchos los individuos inteligentes y cualificados que han
desfilado ante mis ojos, pero que no sirven para el trabajo en equipo.
»Parecen reunir todas las condiciones. Son personas
emprendedoras, y trabajan con gran empeño, pero luego nunca llegan
muy lejos: se quedan donde estaban, o poco menos. Y lo que les
impide progresar es precisamente eso: que no logran trabajar y
compenetrarse con sus compañeros.
»Por eso hay una frase que detesto encontrar en la evaluación
de las capacidades de un ejecutivo, por mucho talento que posea, y es
la siguiente: ―tiene dificultades para llevarse bien con otras personas‖.
A mi modo de ver, esa frase equivale al beso de la muerte en su
carrera profesional. Si esa persona es incapaz de trabajar en equipo
con sus compañeros, ¿qué beneficio puede reportar su presencia en la
empresa?».
Son muchas las personas
que fracasan en su trabajo
por motivos que no son
estrictamente profesionales,
sino de carácter
y de relación con los demás.
Hay toda una serie de hábitos que son claves para nuestra
capacidad de relación con quienes nos rodean: saber trabajar en
74
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

equipo, contar más con lo que pueden aportar otros, aprender a


discrepar constructivamente y sin enconarse, conjugar exigencia y
cordialidad, procurar mandar sin humillar y obedecer sin sentirse
humillado, evitar tanto la terquedad con la excesiva influenciabilidad,
etc.
Es muy frecuente, por ejemplo –y tanto en el ámbito familiar
como en el laboral, o en otros–, que los repartos de tareas sean
tremendamente poco efectivos: unos pueden estar sobrecargados y
otros sin saber qué hacer, o bien haciendo tareas que corresponderían
más a otros, o para las que otros están mejor preparados.
Por eso, cuando unos padres delegan en sus hijos buena parte de
la organización de la limpieza de la casa o del cuidado del hermano
pequeño, o un profesor sabe organizar entre sus alumnos un reparto de
tareas de cuidado del aula y de preparación de actividades en beneficio
de todos, o un ejecutivo consigue formar equipos humanos que
funcionen coordinadamente bajo su dirección, lo habitual es que de
esa manera se logren resultados mucho mejores, pues se multiplica la
efectividad de su esfuerzo.
Hacer equipo, saber delegar, repartir juego, alentar la iniciativa
de los demás, generar confianza, descubrir cualidades en otras
personas..., son ejemplos de capacidades personales importantes en
muchos ámbitos de la vida. Hay personas que no saben resistir la
tentación de hacerlo todo personalmente, y eso les resta eficacia de
una forma dramática. Cuando, además, ocupan un puesto de cierta
responsabilidad, es lo que marca el límite de su valía. Así lo explicaba
Iacocca a uno de sus ejecutivos más brillantes: «Quieres hacerlo todo
tú. No sabes delegar. Eres quizá el mejor colaborador que he tenido.
Hasta es posible que tu trabajo valga por el de dos..., pero olvidas que
dependen de ti docenas de personas...».
Lograr un reparto de tareas realmente efectivo –en la familia, en
el trabajo, o donde sea– no es algo tan simple como repetir frases del
estilo de «ve a buscar esto y tráeme esto otro», «ve allí y dile eso»,
«hazme esto y avísame cuando acabes». No se trata de dar órdenes en
las que apenas cabe la iniciativa personal, sino de transmitir con

75
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

claridad lo que se desea conseguir y dejar un amplio margen a la


iniciativa y la creatividad de todos.
También es importante saber transmitir la propia experiencia,
de modo que los demás comiencen donde nosotros hemos acabado, y
no tengan que ―reinventar la rueda‖ a cada momento. Se trata, en
definitiva, de facilitar que cada uno pueda aprender de los errores de
los demás, no sólo de los que él mismo vaya a cometer (aunque de
esos también aprenderá mucho).

Basarse en la confianza
Muchas personas apenas logran trabajar en equipo (y por tanto
no se benefician de las consiguientes posibilidades de multiplicar su
tiempo), por algo muy sencillo: no se deciden a depositar confianza en
los demás.
Unos lo hacen porque viven bajo una desconfianza general en
las personas: no quieren correr riesgos. Otros, por simple desorden: no
hay manera de que se paren a pensar en cómo mejorar su rendimiento
personal. Otros, simplemente porque no son capaces de descubrir la
valía de quienes le rodean, o porque quizá no advierten los grandes
efectos que la confianza tiene en la motivación humana.
La confianza saca a la luz
lo mejor que
cada uno tiene dentro.
Otros, por último, no se deciden a depositar confianza en los
demás, y tienden a realizar por sí mismos la mayor parte de su trabajo,
simplemente por ahorrarse el esfuerzo que inicialmente supone
preparar a esas otras personas hasta que puedan ser eficaces.
Multiplicarían su eficacia
si comprendieran que
hay muchas tareas en las que
una dinámica de confianza y cooperación
76
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

puede resolver todo mejor,


en menos tiempo
y de modo más gratificante para todos.
Es sorprendente, por ejemplo, cómo algunas familias de pocos
miembros y elevados gastos en personal de servicio no logran alcanzar
el nivel de atención que tienen otras que son más numerosas y tienen
poca o ninguna ayuda doméstica, pero están mejor organizadas. Si se
saben distribuir las tareas, se puede estructurar el trabajo de modo que
se hagan más cosas, en menos tiempo y con más satisfacción para
todos los miembros de la familia.
—De todas formas, me parece que el problema de la mayoría de
las familias no es sólo de organización, sino de disciplina. Porque
pueden hacerse planes perfectos sobre el papel...; el problema es que
cada uno luego quiera cumplirlo.
Sí, pero quizá en muchos casos no será tanto cuestión de
disciplina –que algo siempre hace falta–, como de crear un clima
adecuado. Aquí habría que hablar de motivación, y de sinergias, que
son temas que trataremos más extensamente en los dos próximos
capítulos. De todas formas, mi impresión es que –si se plantean bien
las cosas– la gente está habitualmente más dispuesta a cooperar de lo
que parece: todo el mundo tiene dentro muchas cosas buenas, lo que
nos falta muchas veces es ingenio para saber sacarles brillo.
Por ejemplo, al principio tú puedes ordenar la habitación mejor
y más rápido que tu hijo de siete años. Pero es mucho mejor despertar
el interés del niño para que sea él quien lo haga. Eso lleva un mayor
tiempo y trabajo iniciales, porque hay que enseñarle a hacerlo, y hay
que motivarle, pero luego ese esfuerzo se recupera con creces, en
todos los sentidos.
Lo ideal al delegar o sugerir una tarea es lograr que el
encargado de hacerla sea su propio jefe. Con personas menos
maduras, hay que especificar más las directrices que han de seguir, y
estar más pendiente de cómo lo hacen, pero lo deseable es que todo
eso vaya disminuyendo, de forma que baste con que cada uno sepa lo

77
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

que debe hacer, esté motivado y sepa aplicar luego su ingenio y su


creatividad personal al modo de llevarlo a efecto.

Orden y previsión
La compañía Priority Management of Pittsburgh Inc. publicó
hace unos años unos estudios francamente originales, cargados de ese
pragmatismo tan típicamente norteamericano. Uno de los datos
estadísticos que aportaba ese estudio era que ―el ciudadano medio de
aquel país pasa aproximadamente un año de su vida buscando cosas
que no recordaba dónde había puesto‖.
He de confesar que cuando lo leí me pareció un poco
exagerado. Hice unos sencillos cálculos: supongamos que un año es
1/80 de la vida de una persona; como el día tiene 1440 minutos, perder
un año entre 80 es como perder 1440/80 = 18 minutos cada día.
Después de esto ya no me parecía tan exagerado. Y si en esos 18
minutos diarios se incluyera el tiempo que perdemos cada día como
consecuencias de olvidos, desorden y mala organización, me parece
que se queda bastante corto.
Pensándolo bien..., un año entero buscando cosas perdidas,
agobiado por olvidos imperdonables, lamentándonos de no habernos
acordado de cosas, o de no haberlas previsto, es algo tremendo.
Además, eso será la media, porque hay gente muy ordenada, a la que
corresponderá mucho menos de un año, pero hay otros que son un
caos, y pasarán en esa angustia durante dos, tres, diez años... ¡quién
sabe!
Francamente, resulta un poco frustrante imaginar tanto tiempo
pasado así. Al menos, es una buena razón para pensar un poco en
cómo ser algo más ordenados. ¿Cuánto tiempo perderemos cada día
por falta de previsión, por no organizarnos mejor, por no hacer lo que
tenemos que hacer...? Si te interesa, haz un cálculo estimativo en
minutos diarios, multiplica por 0.055 y tendrás la cifra de años de vida
perdidos en la vorágine del caos.
Cuando no hay orden en la cabeza, acabamos siempre por elegir
lo que más nos apetece, o lo que más reclama nuestra atención, y es
78
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

natural que en bastantes ocasiones no coincida con lo que debemos


hacer en ese momento.
Muchas veces hablamos de
agobios por falta de tiempo
que son más bien
agobios por falta de orden.
Para ganar en orden, puede resultarte útil revisar estos puntos:
§ si procuramos detectar los aspectos importantes,
concretarlos, y después establecer un orden de prioridades adecuado;
§ si lo que hacemos es lo que realmente tenemos que hacer
nosotros, no sea que dediquemos muchas horas a cuestiones que nos
gustan mucho pero que deberían hacer otros (o las hacemos nosotros
para evitarnos la molestia de hacer que las haga quien tiene que
hacerlas);
§ si sabemos cortar a tiempo con esas tareas, para las que
siempre falta tiempo, pero que quizá son menos importantes que otras
que solemos dejar sistemáticamente;
§ si podemos trasladar algunas ocupaciones menos
importantes a horas de menos agobio de tiempo (por ejemplo, a horas
que no sean las cruciales para atender a la familia, estudiar o trabajar
con serenidad); etc.

Dueños de la agenda
«No puedo menos que asombrarme –vuelvo a citar a Lee
Iacocca– ante el gran número de personas que, al parecer, no son
dueñas de su agenda. A lo largo de estos años, se me han acercado
muchas veces altos ejecutivos de la empresa para confesarme con un
mal disimulado orgullo: fíjese, el año pasado tuve tal acumulación de
trabajo que no pude ni tomarme unas vacaciones.
»Al escucharles, siempre pienso lo mismo. Pienso que no me
parece que eso deba ser en absoluto motivo de presunción. Tengo que
79
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

contenerme para no contestarles: ¿Serás idiota? Pretendes hacerme


creer que puedes asumir la responsabilidad de un proyecto de ochenta
millones de dólares si eres incapaz de encontrar dos semanas al año
para pasarlas con tu familia y descansar un poco?»
Hay muchos hombres y mujeres que se suponen bien
preparados profesionalmente, pero que no saben casi nada sobre cómo
organizar su tiempo: les falta reflexión y sosiego, y no son dueños de
su tiempo ni de su agenda. En algunos casos extremos, ese desorden
interior se manifiesta en un auténtico aceleramiento vital que les lleva
a lanzarse a hacer las cosas sin antes pararse siquiera un minuto a
pensar si deben hacerlas o no, o cómo deben hacerlas.
Es algo parecido a lo que cuenta aquel viejo chiste, en que
llaman por teléfono a un bar para dar recado a un tal Pepe de que su
mujer ha tenido un accidente y está grave, para que vaya urgentemente
al hospital. Uno de los hombres que está allí sale a toda prisa, se
monta en una bicicleta que había en la puerta, y a los cuatro metros, en
la misma acera, pierde el equilibrio y se estrella contra un árbol.
Cuando se levanta, dolorido y maltrecho, masculla en voz baja: «La
verdad es que me está bien empleado, porque... ni me llamo Pepe, ni
estoy casado, ni sé montar en bicicleta».
Si esas personas un poco hiperactivas, como ese Pepe del chiste,
se pararan un poco más a pensar las cosas, se evitarían muchos golpes
y lograrían hacer más con menos esfuerzo.
—De todas formas, también hay otras personas que necesitan
precisamente lo contrario: pasar más de la reflexión a la acción, o sea,
lanzarse un poco.
Sin duda: unos necesitan pararse a pensar, y otros necesitan
atreverse de una vez a poner en práctica lo que piensan. Cada uno
debe ver en cada caso. Tenemos delante muchos problemas, muchas
opciones, y nuestra disponibilidad de tiempo es escasa, y hay que
optar continuamente entre una cosa u otra, y hacer frente lo mejor
posible a esa complejidad que se nos presenta. Es un reto que hemos
de superar mediante un constante empeño personal, aunque siempre
de forma cordial, sin angustias ni crispación, con optimismo.

80
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Sin caer en extremos patológicos,


es preciso ser críticos con nosotros mismos
en lo que se refiere a
nuestra forma de trabajar
y de organizarnos.

Capítulo 6: MEJORAR LA RELACIÓN CON LOS DEMÁS


El símil de la cuenta bancaria
Claridad en las expectativas recíprocas
Lealtad, cercanía
No basta con pedir disculpas
Evitar antagonismos innecesarios
Conjugar lo que parece difícil de conjugar
Acuerdos yo-gano/tú-ganas
Descubrir y potenciar sinergias

No hay más que un modo


de ser felices:
vivir para los demás.
Leon Tolstoi

El símil de la cuenta bancaria


Es probable que la mayor parte de los problemas por los que
pasamos las personas, y quizá los que más dolorosamente nos marcan,
sean precisamente problemas de relación con otras personas.
81
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Algunos quizá poseen una gran capacidad de relación en su vida


profesional, y son altamente estimados y respetados en su trabajo, al
que dedican todo el tiempo del mundo, pero está muy deteriorada su
relación con su mujer o su marido, o con sus hijos.
En muchas empresas y organizaciones, cuando llegamos a
conocerlas de cerca, advertimos que los problemas más graves
también suelen provenir de dificultades de relación entre sus máximos
responsables, o de ellos con el resto de los integrantes de la entidad.
Lo malo es que, tanto en unos casos como en otros, cuando
comprueban que se ha deteriorado su relación con otra u otras
personas, muchas veces, en vez de esforzarse por mejorarla, buscan
refugio en otros ámbitos de su vida, o en otras relaciones, eludiendo
así la grave necesidad de reconstruirlas. De este modo, los problemas
se cronifican y son cada vez más difíciles de resolver.
Muchos expertos en relaciones humanas han recurrido, a la hora
de abordar estas cuestiones, al símil de la cuenta bancaria emocional.
En una cuenta bancaria ingresamos nuestro dinero, y con ello
creamos un depósito. Cuando sacamos el dinero de allí, o hacemos
cualquier pago a través de esa cuenta, reducimos parte de ese depósito.
Continuando con este símil, todos tenemos abierta una especie
de cuenta emocional con cada una de las personas que tratamos. En
esa cuenta efectuamos ingresos mediante la cordialidad, el trato
afable, la honestidad, la lealtad, el cariño, etc. A medida que hacemos
ingresos en esa cuenta, aquella persona irá acumulando un mayor
depósito en relación a nosotros. Cuando actuamos mal respecto a ella,
es como si efectuáramos una salida, y el depósito disminuye. Cuando
la cuenta de confianza es alta, la comunicación es buena y la relación
es grata (en esto sucede también como con los bancos).
Pero si adquirimos la mala costumbre de mostrarnos ingratos y
desagradables con esa persona, y traicionamos esa confianza, la cuenta
irá bajando hasta llegar a un nivel bajo, incluso hasta ponerse en
números rojos. Y si estamos continuamente haciendo equilibrios entre
los números negros y los rojos, la relación será tensa y difícil (aquí

82
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

también sucede como con los bancos); y si estamos habitualmente en


números rojos, ya no será simplemente difícil, sino muy difícil.
El problema de muchas empresas e instituciones de todo tipo es
que sus miembros funcionan entre ellos precisamente así, con su
cuenta emocional en números rojos, o al borde de estarlo. En lugar de
una buena comunicación, hay –como mucho– una difícil convivencia
entre estilos diferentes, o una crispada tolerancia. Y muchas familias,
muchos matrimonios, funcionan también ordinariamente así. Y entre
muchos compañeros, vecinos o conocidos, hay también una relación
de este género, fácilmente hostil, defensiva, susceptible.
Las buenas relaciones humanas, y sobre todo las más
prolongadas –familia, trabajo, amistad, etc.– exigen ingresos
continuos en eso que estamos llamando cuenta emocional, porque el
desgaste de la vida diaria ya supone siempre un goteo continuo de
salidas.
Apliquemos este símil a la relación de unos padres con su hijo.
Por ejemplo, si a pesar de que le quieres sinceramente, el trato con un
hijo tuyo adolescente se reduce en la práctica a periódicas
reconvenciones (ordena tu cuarto, has llegado tarde, vístete como una
persona normal, córtate el pelo, baja la basura, a ver si ayudas en casa,
baja el volumen de la radio, dónde vas con esas pintas, etc.), más
algunas conversaciones insustanciales, unos cuantos consejos (por
desgracia, frecuentemente inoportunos), y poco más, entonces, es muy
probable que la cuenta emocional con tu hijo esté en números rojos
desde hace tiempo.
En esas circunstancias, si tu hijo tiene que tomar una decisión
importante, la comunicación con él será tan difícil, y su receptividad
tan baja, que toda tu sabiduría, tu experiencia de padre o de madre y tu
afán de ayudarle te servirán en ese caso realmente para bien poco.
—¿Y cuál es la solución entonces?
Si es esa la situación, lo más práctico es salir cuanto antes de los
números rojos y llegar pronto a niveles de cierta solvencia emocional
en esa relación.

83
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Habrá que tener pequeñas atenciones, mostrar una mayor


capacidad de interesarse por él, de escucharle y comprenderle. Habrá
quizá que dedicarle más tiempo, y procurar ponerse más en su lugar.
Tendrás que hacerle sentir que se le acepta como es, que se le quiere
ayudar a mejorar respetando lo más posible sus ideas y su
personalidad.
Probablemente no logres mejoras rápidas ni espectaculares,
porque quizá hay muchos números rojos y no somos capaces de hacer
ingresos tan rápidamente: bien porque tenemos ingresos bajos (poco
hábito de preocupación efectiva por los demás); o porque tenemos
grandes y arraigados hábitos de gasto (por egoísmo, impaciencia,
irascibilidad, susceptibilidad, distancia emocional, etc.); o bien porque
somos de carácter cíclico o inestable, y hacemos grandes ingresos hoy
pero mañana lo despilfarramos todo tontamente.
—Lo malo es que a veces no sabes si estás acertando o no,
porque a lo mejor piensas que estás haciendo ingresos y resulta que
estás haciendo una auténtica sangría en esa famosa cuenta...
Efectivamente.
En las relaciones humanas
no basta con tratar a los demás
como quisieras que te trataran a ti.
Porque quizá hay cosas que a ti te agradan y a esa otra persona
no, o cosas que nosotros consideramos triviales pero que para ella son
muy importantes.
Hay que asegurar, por ejemplo, que nuestros intentos de
acercamiento no se produzcan en momentos inoportunos y generen
nuevos rechazos. Y comprobar que no hay una profunda falta de
comprensión mutua que haga que esa relación se esté construyendo
sobre cimientos minados.
Hacerse cargo de la realidad intelectual y emocional de los
demás –cómo piensan y qué sienten–, así como de su capacidad real
de superarse –muy relacionada con su fuerza de voluntad–, es decisivo

84
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

para construir una buena relación (dedicaremos a ese tema el próximo


capítulo).
—Otras veces, a lo mejor piensas que algo ha sido un error sin
más trascendencia, y resulta que él le da una importancia enorme...
Es verdad que hay multitud de pequeños detalles que, aun
siendo cosas objetivamente pequeñas, en la subjetividad emocional de
la otra persona pueden llegar a ser muy grandes.
Pero, por fortuna, ese efecto, que observamos que se produce en
sentido negativo ante pequeñas faltas de respeto o consideración,
breves enfados, sencillas promesas incumplidas, etc., puede
producirse igualmente en sentido positivo ante sencillas muestras de
afecto, de reconocimiento, de deferencia, de lealtad, etc.
Cada uno valora de modo especial algunas cosas, y es verdadera
muestra de buena convivencia esforzarse por conocerlas y mantenerlas
en la memoria para poder así hacerles la vida más agradable. Todo el
mundo valora en mucho los detalles, entre otras cosas porque por lo
general las personas suelen ser más sensibles de lo que aparentan.

Claridad en las expectativas recíprocas


Muchas relaciones personales se deterioran seriamente por algo
tan simple como no haber hablado las cosas en su momento con
normalidad, por falta de claridad en las expectativas recíprocas. Quizá
a veces nos enfadamos porque no se ha hecho lo que habíamos pedido
o deseado, y el problema es simplemente que no se había entendido lo
que queríamos. O resulta que molestamos a alguien sin querer, y el
problema se reduce a que no sabíamos que con nuestra actitud o
nuestra conducta estábamos perjudicando o molestando a esa persona.
Por eso es preciso actuar con la necesaria naturalidad y
sencillez.
Hemos de crear a nuestro alrededor
un clima de confianza
en el que sea fácil saber
85
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

qué es lo que cada uno


espera de los demás.
Otro ejemplo. A lo mejor un día nos sorprendemos de que
tenemos pocos amigos. Es algo que sucede a bastante gente en algún
momento de su vida: advierten que su círculo de relación es corto, que
hay poca gente que cuente con ellos de modo habitual.
Si eso nos sucede, es preciso recordar que tener verdaderos
amigos siempre supone esfuerzo y constancia. Aunque, como es
lógico, depende mucho de la forma de ser de cada uno, siempre es
preciso vencer inercias, superar pasividades y arrinconar timideces
(por cierto que es sorprendente el elevado porcentaje de personas que
se consideran tímidas: en nuestro país, del orden del 40% según
algunas estadísticas).
—¿Y no es un poco antinatural eso de esforzarse para tener
amigos, cuando la amistad debe entenderse como algo relajado y
natural?
La amistad debe ser, efectivamente, algo relajado, natural y
gratificante. Sin embargo, la amistad, como tantas otras cosas en la
vida que también son naturales y gratificantes, exige, para llegar a
ella, superar un cierto umbral de pereza personal, y por eso muchos se
quedan encallados en ese obstáculo. El tirón de la pereza puede
llevarnos a una vida de considerable aislamiento o pasividad, y eso
aunque sepamos bien que superándola nos iría mucho mejor y
disfrutaríamos mucho más.
De todas formas, tienes razón en que a veces la causa de las
pocas amistades está en algo más de fondo, y hemos de pensar si no
vivimos bajo una cierta capa de egoísmo, si no hay una buena dosis de
encerramiento en nuestros propios intereses, de refugio en una
perezosa soledad.
Quizá tenemos un carácter difícil (o al menos manifiestamente
mejorable) y somos de trato poco cordial, o hablamos sólo de lo que
nos gusta, o vamos sólo a lo que nos gusta, o nunca nos acordamos de
felicitar a nadie en su cumpleaños o en Navidad, ni nos interesamos

86
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

por su salud o la de su familia, ni hacemos casi nada por estar cerca de


ellos en los momentos difíciles.
O quizá ponemos poco empeño en todo lo que no nos reporte un
claro interés, y aunque quizá tengamos una conversación paciente y
educada, ponemos en esos casos un interés –exagerando un poco–
similar al que se pone al hablarle a un canario en su jaula.
O quizá manifestamos habitualmente una actitud rígida o
imperativa, que genera rechazo; o tendemos hacia una beligerancia
dialéctica que nos lleva a buscar siempre quedar victoriosos en
cualquier conversación, como si fuera una batalla, y encima queriendo
dejar claro que hemos ganado; o escuchamos poco y hablamos mucho,
y resultamos pesados; o somos demasiado premiosos, o prolijos (no
debe olvidarse que el secreto para aburrir es querer decirlo todo); o
nos pasamos de obsequiosos, y nuestro trato resulta un poco asediante,
o untuoso; o tratamos a los demás con excesiva vehemencia, o con
aires de superioridad, como dando lecciones.
Podríamos enumerar muchos otros defectos, pero quizá la clave
para contrarrestarlos podría resumirse en algo muy sencillo: esforzarse
por ser personas que saben escuchar y que buscan servir a los demás.

Lealtad, cercanía
La lealtad, y en primer lugar con los ausentes, es otra cuestión
clave en las relaciones humanas. Cuando una persona habla mal de
otra a sus espaldas, o revela detalles que alguien le ha manifestado de
modo confidencial, además de actuar injustamente en la mayoría de
los casos, destruye su propia capacidad para generar confianza. Quizá
esa persona busca ganarse la confianza de la otra gracias a esa
indiscreción o ese desahogo, pero esa falta de integridad personal está
minando en sus cimientos aquella confianza.
Ante los errores o defectos de nuestros amigos o conocidos, la
lealtad exige que procuremos –en la medida en que eso sea posible–
ayudarles a corregirse. Como es obvio, esto será más fácil cuanto
mayor sea nuestra confianza con ellos.

87
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Si no nos resulta posible decirles nada, o se lo hemos dicho y


aparentemente no ha habido ningún cambio, no por eso la
murmuración y el chismorreo dejan de ser una deslealtad. Sólo cuando
lo exija la justicia o el bien de los demás, será legítimo advertir a otros
–y siempre extremando la prudencia– de aspectos negativos que
hemos observado en una persona.
Cuando hay una buena relación personal, los errores de quienes
nos rodean son, si sabemos aprovecharlos, ocasiones excelentes para
ayudar lealmente a esas personas a corregirse.
Muchas veces,
una advertencia sincera y prudente
hecha a tiempo
es la mejor forma de
mostrar el afecto por una persona.
En cualquier ambiente, una persona con capacidad de decir las
cosas a la gente sin herirla, se convierte pronto en una gran autoridad
moral ante todos.
—El problema es que muchas veces, cuando ves que habría que
hacer una advertencia a alguien, precisamente entonces tu relación con
esa persona está bajo mínimos, y no la aceptaría bien...
Por eso es importante que haya una buena relación general entre
las personas con las que uno trata (dentro de la familia, en el trabajo,
con los vecinos, etc.).
Por ejemplo, si en la familia hay unos lazos fuertes entre padres,
hijos, hermanos, abuelos, tíos, primos, etc., esa relación puede resultar
decisiva en situaciones de mayor dificultad. Sentir y saber que hay
muchos otros miembros de la familia que nos conocen y se preocupan
por nosotros, aunque quizá vivan lejos, puede suponer una ayuda
mutua importante para la convivencia familiar. Si uno de tus hijos, por
ejemplo, tiene dificultades para relacionarse contigo en un momento
determinado, quizá pueda ayudar a arreglarlo tu cónyuge, un hermano,
o una tía, o el abuelo. En una familia unida, cada uno de sus miembros
88
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

representa una referencia y una ayuda que pueden resultar de vital


importancia en el momento más insospechado.

No basta con pedir disculpas


Recuerdo ahora el relato de un padre de familia, hombre sensato
aunque quizá un poco impulsivo, que un buen día advirtió que la
bronca que acababa de echar a uno de sus hijos era desproporcionada
e injusta.
No habían pasado más que unos minutos cuando comprendió
que había interpretado la situación de un modo totalmente erróneo, y
que su reacción había sido impropia y exagerada.
Como era un hombre leal y de principios, se dirigió hacia la
habitación de su hijo para disculparse. En cuanto abrió la puerta, lo
primero que escuchó fue:
—No quiero perdonarte, papá.
—Lo siento, no me había dado cuenta de que tenías razón. ¿Por
qué no quieres perdonarme, hijo?
—Porque hiciste lo mismo la semana pasada.
En otras palabras, venía a decir: «Papá, no pienses que vas a
resolver este problema simplemente pidiendo disculpas. Tienes que
cambiar».
Aunque no sea este un ejemplo especialmente modélico en
cuanto al perdón, de este relato puede sacarse una enseñanza
importante:
No basta con pedir disculpas,
es preciso también corregirse
y procurar reparar el daño causado.
Sería un error pensar que pidiendo disculpas se arregla todo sin
más. El daño que se haya hecho, aunque se perdone, suele tener unas
consecuencias que no pueden ignorarse. Por eso la petición de

89
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

disculpas ha de ir siempre unida a un sincero y eficaz deseo de


corregir en ese punto nuestro carácter, rectificar nuestra conducta y
compensar de algún modo ese daño.

Evitar antagonismos innecesarios


Muchísimas personas tienen en su carácter una marcada
tendencia a plantear todo en términos de oposición y de dicotomía:
§ «si yo consigo lo que quiero es porque alguien se queda
sin ello»;
§ «si yo salgo ganando, si quedo más arriba, será
básicamente porque tú sales perdiendo, porque te quedas más abajo»;
§ «si a él le interesa eso, será por algo, y seguramente a mí
me conviene que suceda lo contrario»; etc.
Es lo que podría llamarse la filosofía del yo-gano/tú-pierdes.
Una forma de entender la vida en la cual parece que el éxito sólo
puede lograrse a expensas de otros, o excluyendo el éxito de otros, o a
costa del fracaso de otros.
Se trata de una mentalidad que acaba conduciendo a continuas
situaciones de angustia y frustración. Tanto es así que en toda la
literatura mundial en torno a la efectividad humana que se ha escrito
en los últimos decenios se ha impuesto con rotundidad un estilo muy
distinto, que podríamos llamar del yo-gano/tú-ganas. No es una simple
técnica para mejorar las relaciones humanas, sino todo un modo de
sentir y de entender las cosas, que busca el beneficio mutuo en todas
las relaciones e interacciones humanas. La filosofía del yo-gano/tú-
ganas busca que los acuerdos o soluciones sean mutuamente benéficos
y satisfactorios.
Hay que buscar alternativas,
no se trata de luchar
entre tu éxito o el mío,
sino de buscar un éxito mejor,
90
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

y que sea de los dos.


—Pero eso no siempre será fácil. Por ejemplo, en un partido de
fútbol no pueden ganar los dos equipos al tiempo; o en unas
elecciones no pueden salir elegidos a la vez los dos principales
candidatos a la presidencia del gobierno...
Es cierto que en la vida hay bastantes cuestiones que se
plantean en clave yo-gano/tú-pierdes, y ciertamente esa
competitividad es positiva en muchas ocasiones, o al menos es
inevitable. Pero hay otros muchos casos en los que surgen
planteamientos de competitividad agresiva que no tienen sentido
alguno.
Por ejemplo, en la familia: ¿tiene sentido hablar de quién de los
dos está ganando en tu matrimonio?; ¿o de quién gana en la relación
con tu hijo, o con tu padre, o con tu hermana?
Son casos en los que parece obvio que, si no ganan ambos, esa
relación está mal planteada. No tenemos por qué vivir compitiendo
con nuestro cónyuge, con nuestros hijos, con nuestros padres, con
nuestros vecinos o nuestros amigos. En ese sentido, la filosofía del yo-
gano/tú-pierdes es una nociva mentalidad que muchas personas tienen
profundamente inculcada, consecuencia quizá de muchos años de
vivir bajo planteamientos de ese estilo.
Además, incluso en las relaciones más competitivas, siempre
debe haber un nivel al que esas relaciones sean del tipo yo-gano/tú-
ganas. Por ejemplo, en un partido de fútbol los dos equipos salen
ganando si se considera que están participando con deportividad en un
campeonato cuyo desarrollo beneficia a ambos; varios candidatos a la
presidencia de una nación pueden estar ganando si se consideran las
cosas desde el punto de vista del servicio que ambos con su campaña
electoral prestan al sistema democrático de esa nación; etc. El hecho
de que cada uno compita leal y honestamente, respetando las reglas
del juego, es algo que beneficia a todos y que por tanto cabe dentro de
la filosofía del yo-gano/tú-ganas.
Otro error de enfoque en la relación personal puede venir de
una mentalidad parecida, aunque opuesta: la del yo-pierdo/tú-ganas.
91
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Se da, por ejemplo, en frases como: «haz lo que te dé la gana, nunca


me haces ningún caso»; «sigue perjudicándome, siempre harás lo que
a ti más te convenga»; «eso me pasa por haber querido ser honrado»;
etc. Son actitudes que generan conformismo, resentimiento,
victimismo o excesiva indulgencia.
Por último, y para completar todas las variantes de este tipo de
errores, cabe también la mentalidad del yo-pierdo/tú-pierdes, propia
de conflictos entre personas envidiosas y vengativas que, en su afán de
ver perder a su competidor, logran amargarse mutuamente la
existencia.

Conjugar lo que parece difícil de conjugar


—A ver, contésteme con rapidez, ¿cuánto suman dos más dos?
—Cinco.
—No, hombre, no: dos y dos son cuatro.
—Pero bueno..., ¿usted qué quería, precisión o rapidez?
Muchas personas son como el interrogado en este viejo chiste,
tienen una gran tendencia a los planteamientos dicotómicos. Son gente
que todo lo quiere establecer en términos de dicotomías: esto o lo otro,
blanco o negro, así o nada, y punto.
Sin embargo, sabemos que la mayoría de las realidades de la
vida son complejas y resulta un error plantearlas forzadamente así. Es
más, muchas veces la clave está precisamente en hacer una cosa sin
dejar de hacer la otra: no queremos lo uno o lo otro, sino las dos cosas,
lo uno y lo otro (o sea, precisión y rapidez, si volvemos a lo del
chiste).
Por ejemplo, la madurez exige un equilibrio entre defender con
energía las propias convicciones e intereses y, al tiempo, saber tratar
con consideración a los demás. En cambio, los personajes dicotómicos
creen que si uno es amable no puede ser exigente; que si uno trata con
consideración a los demás no puede ser audaz; que si uno tiene
confianza en sí mismo no puede confiar en los demás; que si uno
92
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

quiere triunfar en la vida tiene que prepararse para pisotear a quienes


le rodean. Y como actitud vital es un gran error, pues la vida no puede
basarse en el radicalismo o la confrontación.
Esos planteamientos dicotómicos pueden llegar a extremos
bastante sorprendentes, si se miran las cosas con un poco de
objetividad. Un ejemplo muy claro es la envidia. Hay personas que se
sienten verdaderamente mal si tienen que compartir el éxito o el
reconocimiento con otras personas. La envidia les corroe. Les duele en
el alma que otros triunfen más que ellos, o incluso que se aproximen a
su nivel de triunfo. Les molesta que otros tengan suerte, habilidades o
méritos que ellos no tienen, en especial si se trata de personas
cercanas a él.
El envidioso basa su propia valía
en la comparación negativa
con quienes le rodean:
necesitan del fracaso ajeno
para aliviar su amargura vital.
Para esas personas, parece que la felicidad es una realidad tan
terriblemente escasa que los demás se la arrebatan cuando disfrutan de
ella.
—Estoy de acuerdo, pero aunque digas esas cosas tan fuertes
sobre la envidia, parece claro que es una mala inclinación que todos
tenemos dentro, en mayor o menor medida.
Por supuesto. Quizá por eso puede decirse que la filosofía del
yo-gano/tú-pierdes hunde sus raíces en inclinaciones humanas torcidas
contra las que todos tenemos que luchar.
Normalmente la envidia no nos hará desear que otros sufran
grandes desgracias (no somos tan perversos), pero sí puede incitarnos
a una secreta e íntima satisfacción al ver que a otros no les va tan
bien..., porque sentimos que eso nos sitúa de alguna manera mejor
respecto a ellos.

93
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Cuando se produce de un modo espontáneo ese sentimiento, es


preciso esforzarse personalmente por superarlo, buscando nuestra
seguridad y nuestra satisfacción dentro del propio proyecto personal
de vida. Un proyecto, además, que si está bien diseñado se sustentará
en buena parte sobre un firme propósito de hacer y desear el bien a
quienes nos rodean.
Acuerdos yo-gano/tú-ganas
En todas las clases hay alumnos que destacan y otros que suelen
quedarse atrás. Recuerdo el caso de un profesor de enseñanza media
que utilizaba un ingenioso sistema de motivación para recuperar a los
alumnos más retrasados.
El sistema consistía en hacer un acuerdo con toda la clase. Todo
alumno que hubiera aprobado el examen parcial de la evaluación
podía ofrecerse a ayudar a otro que hubiera suspendido, y preparar
juntos el siguiente examen. Si lo hacían, ese alumno anotaba al
comienzo de su examen el nombre del que le había ayudado. Si
después aprobaba, el profesor recompensaba con una subida de un
punto al que con sus explicaciones había logrado sacar al otro de las
tinieblas del suspenso.
Así lograba que los más inteligentes ayudaran a los que iban
más retrasados, y esto cubría dos objetivos a cual más interesante: que
unos aprendieran la asignatura y que otros aprendieran a ser más
generosos y preocuparse de los demás (además, enseñando es como
mejor se aprende).
Cuando lo oí contar, me dispuse a experimentar ese método con
mis alumnos, que por entonces tenían catorce o quince años. Aunque
comencé con un cierto escepticismo, pronto comprobé sus buenos
resultados. Los más aventajados ayudaban a los que iban peor, y las
calificaciones medias subieron bastante.
—Pero eso no sería propiamente generosidad, puesto que no lo
hacían de modo desinteresado, sino por ganar ese punto más en sus
calificaciones.
Inicialmente quizá hubiera más de interés personal que de deseo
de ayudar. Pero enseguida se vio que para ellos el punto que podían
94
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

ganar era casi lo de menos: al final estaban casi más orgullosos del
aprobado de su compañero que del suyo propio.
El mayor éxito era que quizá con esto algunos redescubrían la
alegría que siempre acompaña a la preocupación por los demás. Una
prueba de cómo generosidad y felicidad están indefectiblemente
ligadas, tanto como el egoísmo y la amargura.
Aquella experiencia docente propiciaba un beneficio mutuo en
todas las direcciones, tanto entre el profesor y los alumnos como de
ellos entre sí: se trata, pues, de un caso del tipo yo-gano/tú-ganas. Con
esto no quiero abominar de otras fórmulas más competitivas, que
también pueden ser útiles, sino simplemente resaltar la eficacia de
crear un clima de cooperación.
—Entre otras cosas, porque supongo que la tendencia de
algunos educadores a la excesiva competitividad lesionará fácilmente
la autoestima de los menos dotados.
Es preciso encontrar un equilibrio. No es malo inducir un sano
deseo de emulación ante los que son mejores, o presentar como
estímulo el modelo que encarnan otras personas. Lo que no puede
olvidarse es que los frutos que cada persona puede obtener de la
ejercitación de sus facultades son enormemente variados, y nadie debe
sentirse menospreciado por no conseguir los resultados que obtienen
otros.
—Además, cada persona está más dotada para unas cosas y
menos para otras, así que siempre habrá otros aspectos de su vida en
los que podrá ser ayudada por los demás.
Cualquier relación humana bien planteada supone siempre un
beneficio mutuo, pues toda persona siempre tiene cosas que aportar a
cualquier otra. Por eso toda persona debiera sentirse necesitada de la
ayuda de los demás, y una generosidad que fuera ostentosa o
paternalista sería ridícula e injusta: lo ideal es que quien está siendo
ayudado casi no se dé cuenta de ello, por la elegancia y delicadeza de
quien le ayuda.
—¿Y cómo piensas que puede crearse ese clima de
cooperación?
95
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Para que un profesor (o el gerente de una empresa, o un padre o


una madre de familia, etc.) logre ese clima de colaboración con sus
alumnos (o empleados, hijos, etc.), han de estar bien claros los valores
y objetivos que presiden esa relación, así como los modos en que se
evalúan los resultados. Naturalmente, esto será más formal en la clase
o la empresa, y menos en la familia, pero también en ella ha de existir.
Estando esto claro previamente, a partir de ahí el deseo del
profesor ha de ser que todos saquen las mejores notas posibles, el del
gerente que todos sus empleados cumplan su misión de forma
excelente, y el del padre de familia que todos sus hijos se eduquen
libremente de acuerdo con esas metas y valores. En la mayoría de los
casos, ese sistema de cooperación suele resultar mucho más efectivo
que el del autoritarismo o la simple confrontación, pues disminuye la
necesidad de control, incrementa la motivación, y revela cómo en
muchas ocasiones los problemas no estaban en las personas sino en el
sistema de relación adoptado.

Descubrir y potenciar sinergias


Probablemente todos tenemos en la memoria experiencias
personales en las que hemos llegado a una relación de entendimiento y
complementariedad grandes con otra u otras personas. Quizá fue
practicando un deporte, o trabajando con un equipo de personas con
las que nos compenetramos extraordinariamente, o con ocasión de
tener que acometer alguna cuestión grave y urgente que facilitó aunar
esfuerzos para resolverla. Son ejemplos de situaciones de sinergia.
La sinergia es un efecto que se produce entre dos o más
personas y que les hace sincronizar y complementar sus esfuerzos e
intereses de tal manera que logran alcanzar un resultado notablemente
superior al que saldría de la simple suma aritmética de sus
aportaciones individuales. En ese sentido, podría decirse que la
sintonía humana y la armonía propias de la amistad o el amor son
buenos ejemplos de situaciones de sinergia.
Para algunos, esas situaciones se reducen a su relación con muy
pocas personas, o sólo a algunos ámbitos de una vida que, por lo
96
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

demás, discurre teñida de experiencias negativas en la relación con los


demás.
Sin embargo, otras personas han aprendido a descubrir y
estimular lo positivo de quienes le rodean, y saben establecer sinergias
con casi todo el mundo: son como los buenos escaladores, que logran
encontrar pequeños puntos de apoyo donde otros no ven más que una
pared totalmente lisa e impracticable.
Cuando alguien aprende a descubrir y potenciar sinergias en su
relación con los demás, abre su vida a una infinidad de nuevas
posibilidades y alternativas.
—Pero a muchas personas, por la educación que han recibido,
les será muy difícil incorporar a su vida esa actitud, supongo.
Les costará más, sin duda, pero –como cualquier otro rasgo del
carácter– puede incorporarse regular y sistemáticamente a sus modos
de plantear la vida cada día. Es cuestión de poner el necesario esfuerzo
personal y, también, cierto espíritu de aventura.
—¿En qué sentido hablas de aventura?
Me refiero a que exige un talante mínimamente activo, pues
cualquier esfuerzo creador precisa de algo de arrojo e imaginación, y
siempre se asumen algunos riesgos. El que no hace nada no se
equivoca, pero el que hace algo a veces se equivoca, y precisa por
tanto de una mínima resistencia a la frustración: debe abandonar la
triste paz de la apatía y el apocamiento para adentrarse en la alegre
satisfacción de una relación humana plena.
Por ejemplo, muchas personas no logran un mayor
entendimiento entre ellas simplemente porque no hablan las cosas. Por
eso, un recurso clásico de comunicación sinérgica es el brainstorming,
la tormenta de ideas, que consiste en provocar un profuso y abundante
intercambio de ideas y puntos de vista a lo largo de una reunión de un
grupo de personas.
—Supongo que te refieres a una reunión de trabajo.
Se puede aplicar a cualquier relación humana, también a una
reunión familiar informal o a una tertulia entre amigos. Una tormenta
97
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

de ideas puede aportar un torrente de imaginación y creatividad que


desbloquee una situación de rutina o estancamiento. Desde luego,
muchas de las ideas que surjan serán inútiles; pero otras serán
interesantes, y puede que incluso alguna, en medio de tantas otras,
llegue a tener rasgos de espontánea y auténtica genialidad.
En general, lograr que pueda darse un intercambio natural y
fluido de impresiones entre dos o más personas siempre resulta
estimulante y permite superar las barreras de algunas inhibiciones
negativas, o visualizar errores que de otra manera no habríamos
advertido.
Cuando se logra esa comunicación sinérgica, se puede unir de
un modo extraordinario a un grupo de amigos, una familia, un equipo
de investigadores o un consejo de administración.
—Y cuando se lanza uno y no se logra ese ambiente, puede
caerse en el caos más absoluto...
Sucede de vez en cuando, a veces incluso justo después de
haber estado en un momento de buena sintonía, pero que por alguna
razón se pierde y el curso de la conversación se desvía hasta
descarrilar por completo y precipitarse en el caos. Por eso decía antes
lo de tener cierto espíritu de aventura, pues en esa situación podemos
pensar que habría sido mejor no arriesgarse a llegar a esos
desencuentros.
—Y puede ser cierto, porque habrá veces en que será
imprudente tratar determinados temas en determinados momentos y
circunstancias.
Por supuesto. Unas veces comprenderemos que no era un modo
acertado de tratar esas cuestiones, y hemos sido efectivamente
imprudentes, pero en otros casos el error procederá del modo de
conducir la conversación, y entonces debemos sacar experiencia para
posteriores ocasiones y no refugiarnos en la incomunicación, porque
en la incomunicación el desencuentro es permanente.
—Supongo que el éxito dependerá más de las personas que del
método que se siga, porque hay gente con la que no hay forma de
entenderse en ningún sitio.
98
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Para lograr una buena comunicación no es suficiente el método,


ni el simple respeto, ni la cortesía o la diplomacia. Lo deseable es que
la consideración de cada uno por los demás sea tan alta que, si surge
un desacuerdo, en lugar de oponerse inmediatamente y procurar
rebatir al otro, se inicie un esfuerzo personal de comprensión hacia la
postura de esa otra persona.
Es decir, que ante una diferencia de opinión con otro, se parta
de una actitud que sea como decir: si una persona de tu valía disiente
de mí, debe haber algo en tu desacuerdo que no entiendo, una nueva
perspectiva que me interesa mucho percibir.
La esencia de la sinergia
está en valorar la diferencia
y saber respetarla
y complementarla.
De esta manera, evitando las actitudes innecesariamente
defensivas y autoprotectoras, se produce un sano deseo de mejorar
nuestras ideas con lo que piensan los demás. Quizá nos sobran
evidencias, y se trata, en definitiva, de no defender como cuestión de
principios lo que no son más que unos puntos de vista que
probablemente nos interese enriquecer.
Otras veces, cuando una situación parece enfrentar sin remedio
dos alternativas (y quizá pensamos que podrían calificarse como la
nuestra y la errónea), casi siempre podremos buscar una salida más a
gusto de los dos: lo que podríamos llamar una tercera alternativa
sinérgica. La clave está en reemplazar la mentalidad dicotómica de o
esto o aquello por una nueva solución que, sin ser quizá perfecta
(sobre todo porque los problemas complejos no suelen tener
soluciones perfectas), deje satisfechos a ambos.
—¿Te refieres a aquello de que «a veces lo mejor es enemigo de
lo bueno»?
Sí, si se entiende bien ese dicho. Porque si la solución que a
nosotros nos parece mejor va a provocar un conflicto que no guarda

99
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

proporción con la ventaja que aporta esa solución, entonces esa


solución deja de ser mejor, y será preferible que cedamos un poco.
Esto no quiere decir que ceder sea bueno de por sí, puesto que
otras veces lo sensato será demostrar firmeza, y tan equivocado sería
ceder por sistema como encastillarse en la obstinación.
En cualquier caso, la excesiva rivalidad, los conflictos y
agravios permanentes, la continua preocupación por proteger la propia
retaguardia, la desconfianza, la lucha por el dominio, la crítica
destructiva... son siempre actitudes y planteamientos que consumen
una energía enorme en cualquier relación personal. Son como
conducir un coche con un pie en el acelerador y otro en el freno: la
solución no es apretar más el acelerador –más elocuencia, más
presión, más argumentos para fortalecer la propia posición–, sino
levantar un poco el pie del freno y saber usar armónicamente ambos
pedales.

Capítulo 7: BARRERAS A LA COMUNICACIÓN


Una visita al oculista
Escuchar, pero escuchar para comprender
Detectar y eliminar barreras
Un buen empleo del lenguaje
Errores de interpretación
Capacidad de guardar secreto
Superar las diferencias generacionales
Credibilidad personal
La oportunidad de explayarse
Operaciones de cirugía

El ojo que ves

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

no es ojo porque tú lo veas,


es ojo porque te ve.
Antonio Machado
Una visita al oculista
Imagínate –sugiere Stephen Covey– que padeces un serio
problema de visión y decides acudir a la consulta del oculista.
El médico, después de escuchar brevemente tu explicación del
problema, saca del bolsillo sus gafas y te las entrega mientras dice con
gesto solemne: ―Póngase usted estas gafas. Yo las he usado durante
diez años y me han ido estupendamente.‖
Tú pones una cara de asombro mayúsculo, y el oculista, sin
pestañear, añade: ―No se preocupe, tengo otras en casa, puede usted
quedarse con estas‖.
Con un escepticismo difícil de superar, te pruebas esas gafas y,
como era de prever, ves aún peor que antes, y te quejas: ―Por favor,
¿cómo me van a servir sus gafas a mí? Veo todo borroso‖.
―Oiga, haga el favor de poner más empeño‖, responde con
gravedad el oculista. ―Ya lo pongo, pero no veo nada‖, contestas ya al
borde de la ira.
El oculista insiste: ―Sea usted más paciente y colabore, por
favor. Tienen que servirle. A mí me han ido muy bien todos estos
años‖.
Finalmente te vas de allí, escandalizado ante semejante
ineptitud, y el oculista –por llamarle de alguna manera– se queda
pensando: ―Hay que ver, qué hombre más ingrato. No he logrado que
me comprenda. Yo sólo pretendía ayudarle y... ¡cómo se ha puesto!‖.

Lo que este ejemplo pretende resaltar es que muchas veces,


cuando damos un consejo a alguien, nos está pasando algo bastante
parecido a lo que sucedía a ese oculista. Nos sentimos frustrados
porque una determinada persona no nos comprende, o porque rechaza
nuestros consejos, y quizá nos quejamos de que no pone interés en
101
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

escucharnos. Y en realidad el problema no es que a esa persona le


falte interés, o le falten entendederas, sino que nosotros estamos
equivocando el planteamiento, y esa persona no entiende lo que le
decimos porque no hemos logrado antes comprender nosotros cuál es
su verdadero problema: le estamos recomendando con vehemencia
usar unas gafas que a nosotros nos van bien, pero a él probablemente
no. Tenemos que diagnosticar antes qué gafas necesita.
Es preciso
primero comprender bien,
para luego poder diagnosticar bien,
y finalmente aconsejar bien.
Pongamos otro ejemplo (este quizá bastante más real y posible
que esa esperpéntica conversación con el oculista):
—Venga, Carlos, hijo mío, ¿por qué estás así?
—Mamá, no puedes entenderlo.
—De verdad que sí, cuéntame.
—Que no, mamá.
—Sí que te entiendo, hijo mío. ¿Qué te pasa?
—No lo sé, mamá.
—Venga, Carlos, ¿por qué estás tan triste?
—Bueno..., en fin, es que el colegio no hay quien lo aguante.
Quiero dejar de estudiar.
—Pero..., ¿estás loco? ¿A los quince años ponerte a trabajar?
¿Después de los sacrificios que tu padre y yo hemos hecho tantos años
para que puedas ir a un buen colegio? Ni hablar. La educación es la
base de tu futuro. Tienes que hacer una carrera. Lo que pasa es que
hay que estudiar más, y ya verás cómo termina por gustarte. Venga,
hijo mío, que podrías sacar muy buenas notas si no fueras tan
perezoso y tan soñador.
—Déjalo, mamá, no lo entiendes...
102
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Se podrían poner otros muchos ejemplos como este, que


revelan una considerable falta de comunicación. En este caso, es muy
probable que Carlos esté pasando por algunas dificultades en el
colegio, dificultades que, al menos para él, son importantes y le hacen
sentirse muy triste. Para poder ayudarle, parece importante saber
cuáles son esas causas. Pero si cuando el chico abre una puerta de su
intimidad, y empieza a contar lo que le inquieta..., si entonces, sin
dejarle terminar, descargamos sobre él una retahíla de sesudos
consejos y sabias advertencias, antes de hacernos cargo de qué le
sucede; entonces, lo más probable es que la confianza sea muy difícil,
y que la conversación acabe en un amargo ―Déjalo, mamá, no lo
entiendes...‖, o algo parecido.
Hay una cuestión clave
en cualquier relación personal:
procura primero entenderle tú,
y sólo después,
procura que te comprenda él.
Si pretendes ayudar en algo a otra persona –sea tu hijo, tu
cónyuge, tu padre, tu jefe, tu subordinado, tu colaborador, tu amigo, o
quien sea–, lo primero que necesitas es comprenderle. A medida que
lo vayas logrando, te será mucho más fácil que comprenda lo que tú
querías decir o hacer (e incluso, quizá, después de haberle
comprendido mejor, lo que quieres hacer o decir es ya distinto de lo
que al principio pensabas).

Escuchar, pero escuchar para comprender


Cada persona está permanentemente dándose a conocer,
irradiando mensajes, comunicando. A través de esos mensajes –la
mayoría de ellos no directamente conscientes–, cada persona se gana
la confianza o desconfianza de quienes le rodean.
Si tienes un carácter irascible, o voluble, o inmoderado, es
difícil que llegues a crear confianza a tu alrededor. Si no coinciden tus
103
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

hechos con tus palabras, tampoco. Si eres demasiado distante o


mordaz, o escuchas poco, menos aún.
Es preciso escuchar,
pero escuchar
con verdadera intención de comprender.
Hay personas que quizá escuchan bastante, pero no escuchan
para comprender, sino que escuchan para contestar, para colocar sus
ideas o sus aventuras en cuanto tengan el más mínimo resquicio.
Mientras escuchan, sólo prestan atención a las ocasiones que su
interlocutor les brinda para hablar entonces ellos de sí mismos.
Apenas les interesa lo que oyen y, en cuanto pueden, interrumpen con
su consejo vehemente, con su historieta aburrida, con su opinión
reiterativa y no solicitada, con su verborrea agotadora. No se
esfuerzan en dar consejos útiles, se limitan a recomendar lo que
piensan que a ellos le ha ido bien. Como el oculista de que
hablábamos antes: ofrecen sus gafas al paciente sin reparar en si son
adecuadas para él o no.
Para acertar con cualquier consejo –parece bastante obvio, pero
quizá no esté de más decirlo–, hay primero que dedicar atención al
problema y hacerse cargo bien de qué le pasa a la persona a quien se
lo vamos a dar. Mi experiencia en conversaciones de orientación
personal, sobre todo en los casos más delicados y complejos, es que
casi siempre, después de un buen rato de escuchar con atención,
acabas sacando conclusiones sensiblemente diferentes a las que venías
predispuesto al comenzar la conversación.
Hay padres, por ejemplo, que se quejan amargamente diciendo
cosas como ―No entiendo a mi hijo. Está en una edad muy difícil. Es
tremendo, es que... ¡ni me escucha!‖. Y quizá en la propia formulación
de la queja está la raíz del problema: parecen decir que no entienden a
su hijo porque no les escucha, cuando para entenderle lo que deben
hacer es sobre todo escucharle ellos, no que les escuche él. Muchos de
estos casos se habrían resuelto –o pueden aún resolverse– con una
adecuada actitud de escucha.
Hay que escuchar con verdadera intención
104
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

de comprender a la otra persona,


y no sólo en el plano intelectual,
sino también en el emocional.
Esto es importante porque no basta con entender lo que piensa,
también hay que entender lo que siente. Porque la vida no es sólo
lógica, ni sólo emocional, sino las dos cosas.

Detectar y eliminar barreras


Cuando hablamos, hay modos nuestros de expresarnos que
facilitan la conversación y contribuyen a crear un clima de distensión
y confianza. Y hay otros que, por el contrario, merman en gran manera
nuestra capacidad de entendernos: son afirmaciones, preguntas,
comentarios o rasgos de nuestro carácter que entorpecen el diálogo, y
si prestamos atención descubriremos que son auténticas barreras; y
cada uno tiene las suyas.
—Y supongo que además esas barreras son mucho más fáciles
de advertir en los demás que en uno mismo.
Pienso que de ordinario es así. Si uno tiene un mínimo de
capacidad de observación, le resulta bastante sencillo detectar las
causas por las que otra persona es de difícil relación. Sin embargo,
cuando se trata de buscarlas en uno mismo, las cosas son mucho más
complejas.
Nadie es buen juez
en causa propia.
Sin embargo, es importante descubrir esas barreras, que tanto
limitan nuestras posibilidades de comunicación. Se trata de un
ejercicio de autoconocimiento sumamente eficaz, y es una pena que,
como parece, sean tan pocos los que llegan a conocerse lo suficiente
como para detectar cuáles son sus defectos o sus errores dominantes y
así poder mejorar su carácter.
—¿Por qué piensas que son tan pocos?
105
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Quizá porque en esa labor de conocimiento propio es bastante


fácil caer en un círculo vicioso. Para descubrir esas barreras es preciso
conocerse a uno mismo; para conocerse, es importante estar muy
abierto a las observaciones o advertencias que los demás puedan
hacernos; a su vez, para llegar a recibir esos comentarios es preciso no
haber levantado antes personalmente barreras a la comunicación con
esas personas que pueden ayudarnos.
—¿Cuál es la solución entonces?
Lo mejor es no haber entrado en ese círculo vicioso, gracias a
una educación centrada en la confianza y en la buena comunicación,
desde muy niño. Si uno no ha tenido esa suerte, ha de hacer un serio
esfuerzo personal para salir de ese ciclo cerrado de incomunicación.
—¿Y qué tipo de barreras piensas que son las más importantes?
De algunas ya hemos hablado. Por ejemplo, levantamos una
barrera si prodigamos demasiado nuestros consejos, sobre todo si los
formulamos dentro de nuestra propia experiencia y sin esfuerzo por
hacernos cargo de las circunstancias de la otra persona. Es lo que
sucedía en el ejemplo del oculista; o en el de la madre que descarga
una batería de sabios consejos cuando el chico está tratando de
expresar sus sentimientos; o en esas personas que interrumpen
continuamente a los demás con su verborrea impenitente; o en los que
se dan a opinar de todo inmoderadamente, o miran a los demás por
encima del hombro. Todas son excelentes maneras de ganarse la
antipatía de los demás y hacer el más soberano de los ridículos.
Otra gran barrera es lo que podríamos denominar la pregunta
compulsiva. Es un defecto que algunas personas tienen en grado muy
considerable y que les lleva a hacer auténticas baterías de preguntas de
sondeo, formuladas habitualmente sin salir de su propio marco de
referencia, y con las que irrumpen invasivamente en la intimidad
ajena.

Un buen empleo del lenguaje

106
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Hay otras barreras a la comunicación que proceden


directamente del torpe empleo del lenguaje. En esos casos, lo que hay
que hacer es esforzarse seriamente por aprender a expresarse. A veces,
como apunta Mario Clavel, se dice de algunas personas que son
buenos comunicadores, porque saben transmitir sus ideas y sus
proyectos con una simpatía que provoca adhesión; y sin embargo, lo
que aportan, más que simpatía, es sobre todo claridad en la
exposición: una idea, y después otra, bien relacionadas entre sí;
sabiendo ejemplificar lo necesario, siguiendo un orden lógico,
empleando expresiones claras, destacando los mensajes que se quieren
transmitir, etc.
Para comunicarse bien es preciso proponerse mejorar la calidad
de nuestra conversación, empezando por el vocabulario: un
vocabulario rico suele corresponder a una interioridad rica, pues cada
acto de habla refleja un acto mental y es una ventana de la propia
psicología. También hay que aprender a manejar el registro adecuado
a cada ocasión: con el anciano, emplear el lenguaje de la paciencia;
con el niño, ponerse a su nivel, pero sin mostrarse tontamente infantil;
tratar al poderoso con deferencia, pero sin adulación; expresarse con
precisión sobre cuestiones profesionales, pero sin pedantería; en casa
y con los amigos, mostrarse distendido y usar términos más
coloquiales, pero sin caer en la vulgaridad; etc.
También es importante la cordialidad, no ser personas
quisquillosas ni susceptibles. Ni de esos que marchan por la vida con
tan poca fijeza y tan poco tacto que van pisando callos continuamente.
Ni ser como esos pelmazos cuya incontinencia verbal parece
incapacitarles para escuchar, y van enhebrando un tema a partir del
anterior, conduciendo siempre la conversación hacia un terreno que
les permita hablar sin respiro. Ni voceras, de esos que llenan todo el
espacio donde se encuentran, aunque estén hablando sólo a una
persona y haya otras muchas presentes. Ni personas de conversación
confusa o prolija, o demasiado lenta y premiosa. Ni del tipo
metomentodo o sabelotodo, o de esas que pretenden siempre agotar
los temas y consiguen sobre todo agotar a quienes le escuchan
(tampoco hay que pasarse por el otro lado, el del silencioso y
taciturno).
107
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Hay que buscar ese punto de equilibrio que lleva a hablar con
sencillez, sin afectación, sin autoencumbrarse, refiriéndose poco a uno
mismo, siendo buen escuchador, buen razonador y poco discutidor.

Errores de interpretación
Podríamos hablar de otro bloque de barreras a la comunicación,
que consiste básicamente en hacer frecuentes interpretaciones
personales en las que tratamos de descifrar a alguien, o explicar sus
motivos, o su conducta, sobre la base de nuestros propios motivos o
nuestra propia conducta, sin hacernos cargo de su situación personal.
Volvamos a un ejemplo –inspirado en otro de Stephen Covey–
de un chico que se siente frustrado en el colegio a consecuencia de un
serio fracaso. Lo pongo como ejemplo típico de conversación sorda
entre un padre y su hijo adolescente:
—Papá, estudiar no sirve para nada.
—¿Por qué dices eso, hijo?
—En el colegio no se aprende nada que sea útil realmente...
—Lo que te pasa es que aún eres joven para entender la
importancia de los estudios. Yo, a tu edad, pensaba lo mismo. Ya lo
entenderás.
—Llevo ya un montón de años estudiando y sé que no es lo
mío.
—Entonces... ¿qué es lo tuyo?
—Lo mío es ser futbolista. Soy muy bueno. Hice una prueba la
semana pasada y para la próxima temporada es posible que me fichen
en un equipo.
—Como diversión me parece muy bien, pero no vas a vivir de
eso.
—A un amigo mío que empezó hace dos años, ahora le pagan
una ficha muy alta, y ha dejado los estudios.

108
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

—Pero son muy pocos los que a la larga llegan a vivir del
fútbol. Lo más probable es que dentro de unos años ese chico esté
lamentándose de no haber hecho una carrera. ¿Qué te pasa? ¿Es que
quieres arruinar tu vida?
—Vale, papá, déjalo.
Está claro que el padre de este chico ha actuado con excelente
intención, y que inicialmente se muestra dispuesto a escuchar, pero se
ve que no llega a facilitar de modo eficaz que su hijo exprese sus
verdaderos sentimientos.
El muchacho empieza a explicarse y su padre le interrumpe con
una rápida interpretación de lo que le sucede, cuando el chico aún no
había podido terminar su segunda frase. Es entonces cuando se
equivoca, como suele suceder cuando uno juzga antes de escuchar:
trata de descifrar la situación de su hijo sobre la base de su propia
situación personal, y sólo logra cortar el flujo de la confianza que
débilmente se había iniciado.
También abusa de frases como lo que te pasa es que..., o aún
eres joven para entender..., o yo, a tu edad..., u otras semejantes, que
suenan a un paternalismo un poco desagradable. Usar ese tipo de
entradillas es una buena forma de ganarse una rápida descalificación.
Repasemos de nuevo el diálogo, prestando atención a los
posibles sentimientos del chico (se señalan junto a cada frase en
cursiva y entre paréntesis):
—Papá, estudiar no sirve para nada. (Papá, quiero hablar
contigo).
—¿Por qué dices eso, hijo? (¡Bien!, parece que hoy papá está
dispuesto a escuchar).
—En el colegio no se aprende nada que sea útil realmente...
(Tengo problemas serios en el colegio y me encuentro fatal).
—Lo que te pasa es que aún eres joven para entender la
importancia de los estudios. Yo, a tu edad, pensaba lo mismo. Ya lo
entenderás. (¡Horror!, otra vez está papá con que soy un niño que no

109
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

entiende nada de la vida. ¿Pero no te das cuenta de que estoy hecho


polvo, que necesito desahogarme?).
—Llevo ya un montón de años estudiando y sé que no es lo
mío. (Papá, ¿cómo quieres que te diga que tengo problemas serios en
el colegio y no quiero ni volver a pisarlo?).
—Entonces... ¿qué es lo tuyo? (¿No te das cuenta de que voy a
acabar repitiendo curso si siguen las cosas como van, y quizá me
echen del colegio, y que para eso prefiero irme yo mismo?).
—Lo mío es ser futbolista. Soy muy bueno. Hice una prueba la
semana pasada y para la próxima temporada es posible que me fichen
en un equipo. (Casi no sé ni por qué digo esto...).
—Como diversión me parece muy bien, pero no vas a vivir de
eso (Ya estamos con lo de siempre. No sé por qué habré sacado el
tema, es inútil con este hombre...).
—A un amigo mío que empezó hace dos años, ahora le pagan
una ficha muy alta, y ha dejado los estudios. (Si no sé si quiero ser
futbolista, pero no pienses que voy a replegarme tan fácilmente...; me
estás sacando de quicio).
—Pero son muy pocos los que a la larga llegan a vivir del
fútbol. Lo más probable es que dentro de unos años ese chico esté
lamentándose de no haber hecho una carrera... (En fin, encima,
profeta). ¿Qué te pasa? ¿Es que quieres arruinar tu vida?
—Vale, papá, déjalo. (Sencillamente, no comprendes).
Como se ve, padre e hijo hablan en distinto plano. No logran
alcanzar un mínimo de sintonía que haga productiva la conversación.
No brota la confianza, porque desde el inicio el chico comprueba que
su padre no capta sus sentimientos.
La conversación ganaría en eficacia si ambos interlocutores
lograran ponerse del mismo lado del mostrador –o sea, no
enfrentados–, y cada uno se hiciera cargo de los sentimientos del otro.
Esto no siempre es fácil, pero se puede avanzar mucho si uno se fija
en qué tipo de preguntas facilitan la confianza y cuáles la desbaratan
(no son las mismas para todas las personas). Con un poco de agudeza,
110
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

se pueden intuir cuáles son, aunque sólo sea por el sistema


ensayo/error.
No conviene reducir estos problemas a cuestiones de método,
pero hay muchos modos más o menos prácticos de facilitar la
confianza. El más simple, pensando en una conversación como la de
este ejemplo, es hacer preguntas sencillas en las que –quizá
empezando por parafrasear lo que se ha escuchado– se aventura con
delicadeza el sentimiento que se intuye que late en el interlocutor, de
modo que se sienta comprendido y así se le facilite explayarse.
Analicemos de nuevo cómo sería ese diálogo siguiendo este
método, para ver cómo podría mejorarse la comunicación entre padre
e hijo. También señalamos entre paréntesis los posibles sentimientos
del chico.
—Papá, estudiar no sirve para nada. (Papá, quiero hablar
contigo).
—¿Por qué dices eso, hijo? (¡Bien!, parece que hoy papá está
dispuesto a escuchar).
—En el colegio no se aprende nada que sea útil realmente...
(Tengo problemas serios en el colegio y me encuentro fatal).
—¿Te sientes decepcionado por lo que se estudia allí? (Menos
mal, parece que no me suelta un sermón para empezar).
—Sí. Me parece que no saco nada en limpio.
—¿Piensas que no es lo mejor para ti? (Bueno, en fin, tampoco
quería decir eso).
—Cada vez me va peor. Acabamos de terminar los exámenes
y... (¿Lo digo..., o no lo digo? ¿Qué puede pasarme?).
—¿Y te han ido mal, ¿verdad? (Hombre, menos mal que se ha
dado cuenta y no me lo hace decir a mí).
—Pues..., bueno..., sí, eso parece. He tenido muy mala suerte.
Me ha ido peor que nunca. Se me quitan las ganas de seguir con esto...
(¿Te das cuenta de que estoy en crisis completa con los estudios y
necesito que me animen?).
111
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

—¿Y por qué crees que te ha ido peor esta vez? (En fin..., para
ser sincero, he hecho bastante el vago, no sé cómo decirte...).
—Me parece que este año me he organizado fatal... (¿Soy
suficientemente claro?).
—¿Y crees que tiene remedio?
—Hombre, remedio siempre hay... (Bueno..., en fin, tonto
tampoco soy; si me lo propusiera...).
—Me parece que si te lo propones seriamente este último
trimestre, y haces un buen plan de estudio, puedes recuperar el tiempo
perdido y sacar bien el curso (Por fin, alguien que cree en mí, creía
que ya no quedaba nadie en el mundo capaz de semejante cosa).
—¿Tú crees? (Necesito escucharlo otra vez).
—Estoy seguro. Si quieres, descansa hoy un poco, te despejas, y
mañana por la tarde vamos a hacer deporte, charlamos con más calma
y hacemos juntos ese plan. ¿Te parece? (Estoy seguro de que me
vendrá bien, estoy –estaba– en plena crisis).
—Vale, de acuerdo (¡qué fácil ha salido todo, menos mal, vaya
alivio!).
En este caso, el padre ha logrado ir superando una a una las
barreras que había en la comunicación con su hijo, hasta llegar al
problema real.
Al principio, el chico está muy afectado, y sus afirmaciones y
respuestas no destacan por su rigor lógico. No sigue un discurso
lógico, sino más bien emocional, y abre su intimidad buscando
desahogo y comprensión. Su padre lo percibe, le deja hablar sin
apabullarle con consejos, facilitándole decir lo que más le avergüenza
–evitándole las palabras más difíciles–, y al final, cuando se ha
desahogado y aflora a un discurso más lógico, aprovecha para
aconsejar, y entonces resulta eficaz.
Hay momentos para enseñar
y momentos para escuchar.

112
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

El intento de enseñar, cuando la relación es aún tensa o el


ambiente está cargado emocionalmente, se recibe fácilmente como
una forma de rechazo.
Hay otro aspecto interesante en este ejemplo. El padre no suelta
su consejo de sopetón, con aire paternalista o de superioridad. No hace
innecesarias manifestaciones de aprobación o desaprobación. Procura
sobre todo conducir al chico de modo que se enfrente con su propia
responsabilidad.
Siempre son más eficaces
los consejos no impositivos,
aquellos que hacen que sea uno mismo
quien llegue a la solución
con su propio ritmo, sin forzar.
Capacidad de guardar secreto
Otra peligrosa barrera a la comunicación es la falta de
capacidad para guardar secreto. Por eso una cualidad que todos
valoramos mucho a la hora de hablar confiadamente con alguien es
encontrar en él la necesaria lealtad.
Bien sabemos que no todas las personas son capaces de dejar de
comunicar a otros las cosas que saben, sobre todo cuando vienen a
colación en un momento dado, y quizá les parece que quedarían muy
bien contándolo y así poder dárselas de enterados. En este punto, la
vanidad de que los demás sepan que ellos conocen cuestiones
confidenciales suele ser la principal causa por la que los desvelan. Son
personas inmaduras e indiscretas, que se sienten obligadas a alardear
de todo lo que saben, aun sabiendo que no deberían decirlo, y carecen
de ese elemental sentido de la prudencia tan necesario en el mundo de
la confianza.
Generalmente, cualquier padre o madre, cualquier educador,
cualquier persona, conoce mucha más información de la que es
conveniente comunicar a otros en un momento dado. Es algo que

113
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

sucede en el ámbito profesional, en el de la amistad, en la familia, en


todo.
Por ejemplo, los hijos suelen tener con sus padres determinadas
confidencias o desahogos, que, aunque no les hayan solicitado
formalmente que no las difundan, se entiende que no deben sacar esa
información de su ámbito y darla a conocer a terceros. Hay que
pensar, además, que los niños, por pequeños e infantiles que puedan
parecernos, no suelen considerar que esos pensamientos, inquietudes,
sentimientos, zozobras grandes o pequeñas, sean cosas triviales o
insignificantes; y si no lo son para ellos, no deben serlo tampoco para
quienes puedan escucharlas.
En cualquier confidencia
hay una persona que hace
partícipe de su intimidad a otra,
y eso es siempre algo muy serio.
Otra posible barrera a la comunicación puede provenir de la
falta de oportunidad o de discernimiento al decir las cosas. No
tenemos por qué saberlo todo, pero sí debemos ser prudentes.
Prudentes, por ejemplo, en la suposición, sobre todo cuando se trata de
hablar sobre personas: a veces hablamos demasiado deprisa, o
hacemos un uso algo ligero de la poca información que tenemos, y nos
vemos obligados a suponer lo que no sabemos, y nos equivocamos
con facilidad. Los rumores, los bulos, el se dice, no siempre tienen la
garantía suficiente para darles crédito, y si son asuntos graves, será
necesario, antes de repetirlos, confirmar que esas informaciones son
verdaderas, y aún así considerar después si es conveniente su difusión.
Hay momentos para hablar y momentos para callar, igual que
hay momentos para el valor y momentos para la prudencia. Y una
persona inteligente debe aprender a distinguirlos.

Superar las diferencias generacionales

114
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

A veces se ha dicho que lo ideal sería poder vivir la vida dos


veces, para en la segunda acertar; pero lo malo es que esto no es
posible.
Sin embargo, aun en la hipótesis de que se nos brindara esa
imposible oportunidad, es muy probable que acabáramos advirtiendo
que de una vida a la siguiente han cambiado muchas cosas, y que
nuestra experiencia, unas cuantas décadas después, ya no es tan eficaz
como creíamos.
Algo parecido ocurre en la falta de entendimiento que a veces
se da entre diferentes generaciones, tanto en un sentido como en otro:
si uno se instala en su propia situación sin poner esfuerzo en asomarse
un poco a la del otro, está en un claro riesgo de encerrarse en actitudes
de seria incomunicación, y a veces incluso de intolerancia (en ambos
sentidos).
Ante las diferencias generacionales, hay que procurar hablar y
entenderse, dejar un poco de lado las posturas viscerales, y los
argumentos de autoridad (también por ambas partes), entre otras cosas
porque muchas veces esos cambios lo que cuestionan es precisamente
la autoridad que da los argumentos. Es preciso actuar con sensibilidad
e inteligencia para remontar esos años de distancia, que siempre dan
de la vida una visión distinta.
Hay personas (y este es un defecto más propio de los mayores)
que, por sistema, se enfrentan a todo lo nuevo, a todo lo que sea
distinto de lo que ellos han vivido siempre. Identifican novedad con
perdición, desconfían de todo lo que ven nacer, como si sólo los siglos
pudieran conferir bondad a las cosas, o como si toda variación en el
rumbo que lleva la sociedad fuera absurda o temeraria.
Hay un regusto rancio de pesimismo y de acritud en esos
planteamientos. Cuando repiten tanto que hoy día es una vergüenza
cómo están las cosas, que la juventud de ahora no sabe lo que es la
vida, que se ha perdido la idea de nosequé, que estamos en una
sociedad sin valores, o cosas semejantes, incurren en un quejismo que
–además de ser normalmente poco objetivo– les hace volver las

115
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

espaldas al presente y al futuro, y que, sobre todo, dificulta la


comunicación con las nuevas generaciones.
Lógicamente, igual de injusta sería la actitud opuesta, de
considerar equivocado o ridículo todo lo que no sea nuevo, o llamar
anticuado a todo lo que sea distinto a lo que ellos están viviendo.
Y aunque esa actitud sea más frecuente en los más jóvenes,
como la otra en los más mayores, la causa de fondo no está en la edad,
pues hay abundantísimos ejemplos de personas mayores, e incluso
ancianas, que están enormemente abiertas hacia lo nuevo, igual que
hay multitud de jóvenes vivamente interesados por aprender de lo
antiguo.
Me parece que quienes manifiestan ese prejuicio obsesivo, tanto
por lo viejo como por lo nuevo, suelen haber caído en él por culpa de
su talante nada receptivo.
Hay que superar la pereza
para entender lo diferente,
lo que a lo mejor al principio
se resiste a ser comprendido.
Quizá su prejuicio proviene de que ven todo bajo el prisma de
sus propias frustraciones, y no se dan cuenta de que es un error
plantear las cosas como si la anterior o la siguiente generación tuviera
las mismas percepciones de las cosas que ellos.
Pienso que son personas que están como un poco condenadas a
perder, porque la vida no puede dejar ni de ir hacia delante ni de
aprender del pasado, así que les conviene ser más receptivas ante lo
viejo y ante lo nuevo, aunque sólo sea para no acabar viendo la vida
con la misma trivialidad de que acusan a los otros.
Hemos de amar el tiempo
que nos ha tocado vivir,
porque un hombre feliz
ha de ser un hombre
116
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

enamorado de su tiempo.
Las situaciones ideales sólo existen en la imaginación, o en una
mala memoria, y una mente abierta siempre sabe descubrir –sin
ingenuidades– los valores positivos de la sociedad en que vive, y en
particular de la juventud; y sabe encontrar esos valores emergentes,
esos rasgos y esas sensibilidades que siempre hay, y que llenan de
optimismo el futuro de cada nueva generación.

Credibilidad personal
Para ganarse –mereciéndola– la confianza de los demás, resulta
muy útil pensar cuáles son los rasgos de la persona a la que primero
acudiríamos para confiar una preocupación seria, para desahogarnos
de una inquietud que nos agobia.
Se trata de preguntarse cuáles son las condiciones que tendría
esa persona, para así examinar nuestro propio caso y avanzar un poco.
Es muy probable que ese perfil de confianza sea el de una
persona afable y serena, cercana, asequible, que sabe escuchar, leal.
Ahora pensemos si nosotros tenemos esos rasgos, si reunimos
esas condiciones de credibilidad personal que estimulan la confianza
de otras personas, y veamos cómo procurar adquirirlas.
—Pero la confianza exige sintonía entre dos personas. La culpa
no tiene por qué estar siempre en uno mismo.
Es verdad, pero si de modo habitual no logramos ganarnos la
confianza de las personas, es bastante probable que el problema esté
básicamente en nosotros. Además, aunque estuviera sobre todo en el
otro, nosotros sólo podemos remover esa barrera del otro en la medida
en que actuemos sobre nosotros mismos para superarla entre los dos.
La comparación no es muy buena, porque son cosas muy
distintas, pero lo normal es que cuando un vendedor no vende, al que
hay que mandar a hacer un curso de reciclaje es al vendedor, no a los
posibles compradores. Si no valoran nuestros consejos, si no
generamos confianza, es probable que el principal problema esté en
117
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

nosotros, en nuestro modo de ser, en que quizá nos falta comprender y


escuchar mejor a los demás. En ese sentido, echar demasiado la culpa
a los demás es como si el vendedor que no vende culpara siempre a
los clientes cuando el problema es su propia incompetencia, puesto
que hay otros vendedores que están vendiendo con éxito ese mismo
producto a clientes similares.
—Pero en la vida no vamos vendiendo nada, y tampoco hay que
buscar que todo el mundo tenga mucha confianza con nosotros, como
si eso fuera un fin en sí mismo.
Tienes razón, y por eso decía que traigo esa comparación sólo
para fijarnos en que no se puede culpar siempre a los demás de que no
sientan confianza en nosotros.
Respecto a lo segundo, efectivamente, cuando buscamos
mejorar nuestra credibilidad personal, procurando incorporar esos
rasgos de carácter que hemos ido comentando, no lo hacemos como
fin en sí mismo, ni como estrategia para generar morbosamente
confidencias ajenas o repartir consejos de modo paternalista. Lo que
buscamos es nuestro desarrollo humano pleno y el de los demás, una
confianza mutua que será siempre origen de un enriquecimiento
mutuo, porque ayudaremos y porque también aprenderemos mucho de
los demás.
Por esa razón hemos de escuchar con una disposición que no
sea de curiosidad, ni de afán de dominar la situación o de mostrar
superioridad, ni de un paternalismo mal entendido, o un mezquino
deseo de enterarse de todo.
Ganarse la confianza de una persona
no se parece en nada
a un deseo malsano de curiosear
en la intimidad ajena.
La confianza brota cuando
se escucha para comprender.

118
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Glosando ideas de Miguel Ángel Martí, podríamos decir que la


actitud correcta es la de quien escucha con verdadero deseo de hacerse
cargo, con el deseo de comprender y, si puede, aconsejar, consolar,
animar o alegrarse con la otra persona. No nos interesa sobre todo lo
que nos cuentan, sino más bien la repercusión que eso ha tenido en
quien nos está hablando: nos debe interesar más la persona que las
cosas que hayan podido sucederle, pues estas son siempre pasajeras, lo
definitivo son las personas.
Por otra parte, la credibilidad que infundimos en otros está
bastante unida a la que nosotros les damos. Creer en los demás tiene
efectos que muchas veces son sorprendentemente positivos. Todos
hemos pasado alguna vez por pequeñas crisis, por momentos en los
que nos faltaba un poco de fe en nosotros mismos, y quizá entonces
encontramos a alguien que creyó en nosotros, que apostó por nosotros,
y eso nos hizo crecernos y superar aquella situación. Goethe escribió:
Trata a un hombre tal como es,
y seguirá siendo lo que es;
trátalo como puede y debe ser,
y se convertirá en
lo que puede y debe ser.

La oportunidad de explayarse
Cuando las personas están dolidas, o pasan por cualquier
dificultad, y se les escucha con verdadero deseo de comprender,
dejándolas explayarse, sin querer contestar o precisar cada una de sus
afirmaciones, es sorprendente lo rápido que manifiestan sus
inquietudes. Desean hacerlo. En realidad, todos lo necesitamos –en
algún momento incluso desesperadamente–, pero sólo lo hacemos si
encontramos suficiente comprensión; y si no la encontramos,
tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, nos vamos
transformando en personas que se amargan, se enrarecen y acaban
saliendo por los registros más imprevisibles y menos lógicos.

119
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Cuando las personas tienen


la oportunidad de abrirse,
cuando tienen la suerte de encontrar
alguien sensato que les escuche,
es frecuente que, sólo con contarlos,
desenmarañen sus problemas.
Y esto sucede muchas veces por el mismo proceso de
explicación –de verbalización– de sus problemas. Porque, sólo con
contarlos, perciben con claridad la solución, cosa que difícilmente
habrían logrado rumiándolos a solas.
—Pero en muchos otros casos más complejos no será suficiente
con explayarse para resolver los problemas.
Por supuesto, y entonces harán falta consejos claros y bien
ponderados que le ayuden a desliar la maraña. Son casos que suelen
llevar más tiempo, entre otras cosas porque su complejidad hace que
esas personas necesiten recorrer un camino más largo antes de abrir
suficientemente su intimidad. Necesitan una preparación previa, un
tiempo de conocimiento que les facilite mostrarse con confianza.
Hacerse cargo de la situación es no caer en el consejo rápido y
ligero después de una confidencia atropellada, no actuar como un
médico insensato que dijera ―mire, no tengo tiempo para hacerle un
diagnóstico, pero pruebe con este tratamiento, que es muy bueno‖.
—Pero habrá veces en que no tendremos modo de dar solución
a sus problemas.
Es cierto, pero al menos esa confianza mutua hará posible
compartirlos, y eso siempre es ya un alivio grande. Quizá esas
personas necesitan simplemente hablar, y en algunas ocasiones
incluso que no se tenga demasiado en cuenta lo que dicen.
—Pero tener poco en cuenta lo que dice una persona es tratarla
como si fuera un poco tonta, y eso sería indigno.

120
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Me refiero a que hay veces en que no es momento de entrar al


trapo de lo que una persona dice, sino que sobre todo hay que dejar
que termine, que se desahogue.
En esos casos, ha llegado la hora de escuchar. En la vida de
bastantes personas, las situaciones de incomprensión, cansancio,
aburrimiento, cambios de estado de ánimo, etc., a veces forman una
madeja de inquietudes que rompe en un largo discurso en donde habla
más el corazón que la cabeza, y donde el estrépito y la fuerza iniciales
suelen acabar –si se les deja tiempo hasta desahogarse– en un final
más sensato y moderado.
En esos momentos, si el que escucha no se ha percatado de qué
es lo que le pasa a quien habla, puede con sus intervenciones provocar
una verdadera catástrofe, tomando excesivamente en serio lo que está
oyendo, o adoptando en la conversación la misma actitud que el otro.
Actuando así, no sólo no deslía la madeja de quien habla, sino que con
ella se enreda también quien le contesta. La persona que se siente
agobiada, no necesita un interlocutor que le conteste y discuta, pues
con eso sólo consigue sobrecargar sus ya maltratados nervios. Lo que
necesita es una actitud de escucha, de interés, de comprensión.
Esa actitud nos llevará a dejar hablar, a omitir comentarios
innecesarios sobre cuestiones parecidas a las que estamos oyendo, que
quizá vendrían a cuento pero romperían el hilo de su desahogo. Hay
que dejar espacio por delante a quien siente la necesidad de hablar, y
no interrumpirle, a no ser que nos lo pida, y comprender que en ese
momento él es el protagonista, no nosotros.
Y saber demostrar nuestra atención con el silencio, con la
mirada, quizá con un pequeño movimiento de cabeza, a lo sumo con
una sencilla pregunta si hay alguna cuestión que no entendemos, o en
esos momentos en los que –se ven muy claros– es preciso preguntar
para reabrir el cauce de una confidencia que amenaza con extinguirse
prematuramente.
Hay personas que digieren con facilidad las contrariedades y
dificultades que cada jornada lleva consigo. Pero hay otras, en
cambio, cuyos sufrimientos parecen ir amontonándose en su interior

121
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

hasta que llega un momento que tanto dolor parece superior a sus
fuerzas. Es entonces cuando la presencia de otro puede ayudar a
eliminar eso que no se ha sabido digerir en el día a día. Necesitan a
alguien que les ayude con su actitud humanitaria a hacer humo de
todas esas astillas que se les han ido clavando, y que no han podido
arrancar por sí solas.
—¿Y por qué crees que alivia tanto?
Fundamentalmente porque ayuda a aclararse sobre lo que a uno
le está ocurriendo, y facilita caer en la cuenta de la mayor o menor
importancia de cada una de las cosas que se están verbalizando. No
hay que olvidar que, como decía Ortega, muchas veces lo peor que
nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa.
Exteriorizar lo que a uno le pasa
produce siempre un desahogo afectivo.
De esta manera, al hilo de la propia exposición, se van
encontrando soluciones, o sencillamente se comprende una vez más
que a la vida quizá no se le puede pedir más de lo que en ese momento
nos da.
Si la persona que escucha es capaz además de esbozar
brevemente algún comentario inteligente y oportuno, es probable que
el otro, aunque a veces en ese momento quizá no lo valore demasiado,
al menos sí lo guarde en su memoria y le sirva de ayuda más adelante,
cuando reflexione sobre aquello, que lo hará.
—Pero a mucha gente le cuesta bastante depositar su confianza
en otros. Cuesta, por ejemplo, ganarse la confianza de los hijos a
determinadas edades, o de nuestros compañeros, o de nuestros
vecinos.
Si uno se esfuerza realmente en escuchar, y escuchar con deseo
de comprender, es fácil que se sorprenda al comprobar la confianza
con que se acaban manifestando las personas.
—O sea, que tiene su técnica y hay que aprenderla.
Sí, pero no es cuestión de técnica (aunque la hay).
122
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Ganarse la confianza
de una persona
ha de ser consecuencia
de un deseo sincero de ayuda.
De lo contrario, si buscáramos la confidencia de una persona sin
sinceridad, sin aprecio, sin importarnos realmente su dolor, esa
confidencia, si es que llegara a producirse, sería más bien una invasión
inmoral de la intimidad ajena, que dejaríamos expuesta y herida.
Ganarse la confianza requiere ser grandes escuchadores,
personas que saben mostrar una aceptación y comprensión tales que
quien habla no sienta reparo en ir descubriendo su intimidad, capa tras
capa, hasta llegar al lugar donde está supurando el problema, para
prestarle entonces nuestra ayuda desinteresada.
Desde el momento en que una persona adquiere confianza con
otra, se abre hacia el futuro un camino de mutua satisfacción. Cuando
una persona –por decirlo así– deja abierto el interruptor del circuito
comunicativo con otra, pocas veces desaprovechará la oportunidad de
hablar de sí misma, de sus inquietudes y de sus sentimientos. Y eso
ayuda mucho a hacer la vida verdaderamente humana.

Operaciones de cirugía
Hemos dicho que consolidar una relación de confianza –con un
amigo, con un compañero, con tu cónyuge, con uno de tus hijos–
requiere una buena dosis de paciencia, y que de ordinario no conviene
empujar ni presionar nada.
Sin embargo, hay situaciones más extraordinarias en las que las
cosas pueden ser algo distintas.
Por ejemplo, imagínate que has sabido a través de terceros que
una persona te oculta algo de importantes consecuencias y que, por su
bien y por el tuyo, es preciso aclararlo. Esto puede suceder en el
ámbito familiar con uno de tus hijos, porque descubres quizá unas
mentiras en cuestiones escolares, o pequeños robos, o que bebe más
123
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

de la cuenta cuando sale con sus amigos, o incluso que ha hecho sus
primeras incursiones en el mundo de la droga, blanda o dura (y
sabemos bien que no se trata de posibilidades tan lejanas hoy para el
ciudadano medio). O puede sucederte en el ámbito laboral, porque
descubres una deslealtad de un compañero, o un atropello de tu jefe, o
una camarilla de críticas entre unos subordinados, o lo que sea. O
puede tratarse de una dificultad de entendimiento con tu cónyuge, tu
hijo o tu suegra. O a lo mejor eres un adolescente que por una serie de
detalles has visto ir deteriorándose la relación con tu padre o tu madre,
hasta hacerse muy desagradable. O estás pasando un momento difícil
en el noviazgo, o ves cómo una serie de agravios y malentendidos han
llegado a enfriar una relación de amistad antes muy gratificante.
Son todas ocasiones que pueden presentarse y se presentan con
cierta frecuencia. Es difícil dar reglas generales, pero en muchas de
ellas sería un error –a veces un daño grave– dejar pasar las cosas y
perder torpemente la oportunidad de tener una amplia conversación
clarificadora con la persona en cuestión. Las situaciones pueden ser
muy diversas, y es fácil que puedan en su comienzo resultarnos
costosas, e incluso algo violentas, y exijan por nuestra parte un cierto
ejercicio de fortaleza personal.
Lo que nunca conviene es
ignorar neciamente la realidad:
los problemas no desaparecen
por ignorarlos.
Las cosas que no se aclaran a su debido tiempo van formando
como un muro de escoria entre las personas, una barrera que se va
endureciendo poco a poco a base de inercias y cobardías, produciendo
incomprensiones y agravios cada vez más lacerantes, y es una lástima
dejar que ese muro crezca hasta hacerse inderribable.
Si vemos, por ejemplo, que alguien quizá no está siendo sincero
con nosotros, y hay motivos que reclaman una solución a esa situación
anómala, conviene afrontar el problema con decisión y lealtad. Será
preciso comprobar las cosas que parece que no cuadran, atar cabos,
contrastar, aclararse, hablar. Y no con una necia o dolida
124
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

desconfianza, sino con un diligente y respetuoso deseo de arrojar luz y


aire fresco sobre una relación que vemos –porque se nota– que se está
enrareciendo.
Son conversaciones muchas veces difíciles, pero es preciso
afrontarlas. A veces será necesario pasar por momentos de cierta
tensión, porque serán verdaderas operaciones quirúrgicas, en las que
quizá haya que causar dolor, porque es preciso abrir hasta dejar a la
vista el tumor, y así poder curar.
Hay que pensar bien la conversación,
y acometerla con valentía,
ofreciendo nuestra sinceridad
y nuestra franqueza
al tiempo que solicitamos la suya.
Y procurar dejarle una salida fácil, sin poner su amor propio en
contra de la sinceridad, sino a favor. Y plantear las cosas dejando fácil
que se desahogue por completo, ayudándole con preguntas sencillas,
quizá incluso aventurando delicada y prudentemente lo que
suponemos que está en su mente y no termina de salir a la luz; y lo
hacemos incluso pasándonos un poco, para que simplemente tenga
que asentir, o matizar a la baja lo que nosotros hemos dicho y quizá a
él le costaría decir por sí mismo.
Quizá, además del dolor propio, causemos también en el otro un
dolor inicial, pero es preciso hacerlo, con la delicadeza necesaria,
porque muchas veces será la única forma eficaz de ayudar, y otra cosa
sería engañarnos, algo así como querer curar un cáncer a base de
esparadrapo y mercromina. La cirugía de la sinceridad, si se hace bien,
desatasca el cauce de la confianza y hace brotar ese agradecimiento
grande que nace del desahogo.
—Supongo que en los casos en que, después de una cirugía
profunda, haya salido a la luz un problema serio, de los que humillan,
el postoperatorio puede ser largo...

125
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Sí, y entonces hay que saber profundizar en la psicología de


esas personas en esos momentos, saber hacerse cargo del temporal que
puede haberse desatado en su interior, de su posible desesperanza, de
su tentación de dar un desplante y tirarlo todo por la borda si no
encuentra en nosotros la acogida que él esperaba a su sinceridad. La
clave está en saber valorar la dificultad que el otro puede tener para
asimilar la humillación que subjetivamente le haya podido suponer.
—De todas formas, supongo que lo ideal sería que raramente
hiciera falta esa cirugía porque haya suficiente confianza.
Por supuesto. Si uno procura ser asequible, y se ocupa de ser
receptivo a los problemas que surgen, pocas veces se presentarán
problemas serios, porque se detectarán cuando son aún pequeños y
pueden resolverse de forma sencilla.
Hay que saber aprovechar los momentos favorables, esas
ocasiones en que se percibe una mayor confianza, cuando se distingue
en la mirada un matiz que invita a la confidencia, una especie de
receptividad especial por parte de la otra persona. Es una pena dejar
escapar esos momentos en que resulta mucho más fácil hablar de una
forma lúcida y relativamente serena acerca de esos temas delicados
que necesitábamos tratar, sobre todo en aquellas relaciones personales
en las que esos momentos no son frecuentes.
También hay que procurar llegar a tiempo. En esto sucede como
en la medicina: se adelanta mucho si se detecta el mal en sus
comienzos, cuando los síntomas son menos notorios. Es verdad que
entonces es más difícil hacer el diagnóstico, y deducir cuál es el mal,
pero también se cura mucho más fácilmente. En cambio, después,
aunque el diagnóstico fuera perfecto, ya no es tan fácil curar. Y
siguiendo esa comparación, podría decirse que hay que apostar
decididamente por la medicina preventiva: favorecer estilos de vida
sanos, diagnosticar a tiempo y dar tratamientos que curen pronto y sin
secuelas: ahí se demostrará la calidad de nuestras relaciones humanas.
Se trata, por ejemplo, de crear a nuestro alrededor un clima que
inspire confianza, que fomente la sinceridad y lealtad mutuas; de ser
personas de talante positivo, animante, abierto, alentador: que la

126
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

gente, después de hablar con nosotros, después de escucharnos, se


sienta optimista, alegre, ilusionada (y eso aunque alguna vez hayamos
tenido que decirles –por su bien– cosas fuertes); de ser personas que
no se atrincheran en sus propias afirmaciones, como un retórico
grandilocuente que se encastilla en sus excesivas seguridades; de ser
personas que escuchan, que desean sinceramente enriquecer su mente
con la aportación de los demás.
Cuanto más profundamente comprendemos
los problemas de los demás,
más apreciamos a esas personas, y
más respeto sentimos por ellas.

para recordar...
El éxito en la vida
viene de saber afrontar
las inevitables faltas de éxito
del vivir de cada día.

Hay una cuestión clave


en cualquier relación personal:
procura primero entenderle tú,
y sólo después,
procura que te comprenda él.
para pensar...
El tiempo es limitado;
no se puede comprar;
no espera a nadie;

127
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

no se almacena ni se ahorra;
pasa lenta pero inexorablemente;
es lo mejor repartido:
todo el mundo tiene
la misma cantidad cada día.
para ver...
§ La viuda de San Pierre (Patrice Leconte).
§ El patriota (Roland Emmerich).
§ Prueba de vida (Taylor Hackford).
para leer...
§ Stephen R. Covey, Los siete hábitos de la gente altamente
efectiva, Ed. Paidós.
§ Mario Clavel, Saber hablar, Ed. Rialp.
§ Carlos Ros, Los estudios y el desarrollo intelectual, Col.
Hacer Familia nº 17, Ed. Palabra.
para hablar...
Mantener una conversación entre los padres sobre cómo ayudar
a cada uno de sus hijos a sacar un mayor rendimiento de su tiempo y
de sus talentos personales.
Comentar en un rato de tertulia familiar algunas de las posibles
barreras a la comunicación que hay en la convivencia de la familia.
para actuar...
SITUACIÓN:
Natalia tiene 18 años y acaba de empezar su carrera
universitaria. Es una chica muy activa. Todo le atrae y le interesa. El
problema es que no sabe medir bien sus posibilidades y se ilusiona
con muchas cosas que nunca consigue terminar. Llega tarde a todo, se

128
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

le olvidan las cosas, y se siente agobiada por no poder cumplir lo que


se ha comprometido a hacer.
El curso avanza y el susto de los primeros exámenes es
tremendo. Ha suspendido todas las asignaturas menos una. Está
estresada y hundida.
OBJETIVO:
Hacer rendir el tiempo.
MEDIOS:
Aprender a organizarse.
MOTIVACIÓN:
Podrá hacer más cosas, con menos tiempo, y cansándose menos.
HISTORIA:
Sus padres, al saber los resultados de los exámenes, se
enfadaron muchísimo. Luego, al ver que su hija estaba tan hundida, se
dieron cuenta de que el enfado no era la mejor solución, y menos
estando su hija como estaba.
Pensaron que había que hablar con ella y cambiar de actitud.
Era mejor ayudarle de manera práctica y positiva, en vez de querer
resolver las cosas a base de broncas o castigos. Quedaron en que sería
la madre quien hablaría con ella.
La madre de Natalia buscó un momento adecuado para charlar
con calma. Primero dejó tiempo a que su hija se desahogara por
completo, cosa que ella agradeció muchísimo, pues –como le dijo
después– ―la verdad, mamá, es que no estaba para sermones...; me
habría puesto como una fiera‖.
Cuando la chica estaba ya más serena y animada, empezaron a
hablar del futuro. ―Mira, Natalia –le dijo su madre con un tono
tranquilo y animoso–, un pequeño batacazo en los estudios no tiene
más importancia. Lo malo es dejar que el desorden nos gane terreno,
porque eso sí que es peor. Además, lo que más cansa es el desorden.
Trabajar..., cansa mucho menos. Estamos todo el día haciendo cosas, y
129
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

nos cansamos, es verdad, pero tampoco tanto. En cambio, nos


sentimos mucho peor, mucho más cansados, cuando, por desorden,
hemos atropellado las cosas: esto que se nos ha olvidado, aquello que
no habíamos previsto y nos ha llevado el doble de esfuerzo, esa cita a
la que hemos llegado tarde, ese detalle de desconsideración que hemos
tenido simplemente por ir tan acelerados, eso otro que hemos dejado
mal por comprometernos sin haberlo pensado bien, o por no saber
decir que no...‖. Natalia escuchaba con atención. Se sentía retratada en
esa descripción sobre el desorden.
Su madre había hablado de todos esos defectos en plural, como
incluyéndose ella, y, gracias a eso, lo que decía no resultaba hiriente.
―Si lo pensamos bien –prosiguió–, el desorden es agotador. En
cambio, con un poco de orden, podemos hacer muchas más cosas, con
menos tiempo, y cansándonos menos. Tú, Natalia, tienes ilusión por
hacer muchas cosas –ahora se dirigía a ella en singular, para
estimular–, porque veo que eres una mujer activa, con muchas
ilusiones y proyectos en la vida. Si consigues ser una persona
ordenada, llegarás muy lejos‖.
Hablaron bastante más, y la eficacia de aquella conversación
fue sorprendente. Su madre supo activar sus ilusiones, que eran
muchas, en vez de pretender solucionar el asunto a base de controles y
restricciones, que era lo que Natalia se temía que sucediera. Quedaron
en charlar con frecuencia sobre detalles de organización, con toda
confianza. Las dos leyeron un libro sobre gestión del tiempo, y lo iban
comentando, haciéndose bromas, con gracia.
Natalia se compró una agenda electrónica y se propuso
seriamente llevarla siempre encima, apuntar todo, y mirar con mucha
frecuencia lo apuntado. Se dio cuenta de su gran eficacia como
instrumento de planificación, como almacén de datos, e incluso como
memoria auxiliar. Anotaba en la agenda todo lo que se le ocurría, sin
interrumpir el trabajo que estaba haciendo. Cada día dedicaba un
tiempo a organizarse: temas pendientes, llamadas, correo electrónico,
etc.
También se propuso tener bien ordenada su mesa, el armario,
las estanterías, sus apuntes, etc. Se dio cuenta de que ganaba mucho
130
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

tiempo ordenando las cosas en el momento, y que además así luego


las encontraba enseguida.
Otro gran descubrimiento fue darse cuenta de que caía con
frecuencia en la llamada ―pereza activa‖. Es muy fácil estar siempre
ocupado, pero hay muchas ocupaciones que son pura y simple evasión
de las cosas que nos cuestan más, y nos autoengañamos. Natalia se
propuso esforzarse en ese punto, llamando a las cosas por su nombre,
y en pocos meses dio grandes pasos. Aprendió a decir que no a cosas
que le apetecían pero no debía comprometerse, y a establecer unas
prioridades en la organización del tiempo.
RESULTADO:
Pronto comprobó lo cierto que era eso de que con un poco de
orden el tiempo se multiplica, y se multiplican también las
satisfacciones, en la misma medida en que se ahorran disgustos y
ansiedades.

PARTE TERCERA ―C‖: UNA CABEZA BIEN


AMUEBLADA

Hay mucho que saber,


y es poco el vivir,
y no se vive si no se sabe.
Baltasar Gracián
Capítulo 8: CULTURA, RENOVACIÓN, FORMACIÓN
No tengo tiempo
Preparación personal
Cultura
Cabezas bien hechas, no bien llenas

131
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

La historia no es útil
tanto por lo que nos dice del pasado
como porque en ella se lee el futuro.
J. B. Say

No tengo tiempo
Un hombre trabaja serrando árboles en un bosque. Pone mucho
empeño y, sin embargo, está angustiado por el bajo rendimiento que
obtiene de su prolongado esfuerzo. Cada día le lleva más tiempo
acabar su tarea, de modo que le sorprende la noche cuando aún le
quedan bastantes troncos por serrar.
En su afán por trabajar cada día más, no se da cuenta de que esa
lentitud se debe a que tiene muy gastado el filo de la sierra. Un buen
día se le acerca un compañero y le pregunta:
—Oye, ¿cuánto tiempo llevas con este árbol?
—Más de dos horas.
—Es raro que lleves tanto tiempo si trabajas a ese ritmo..., ¿por
qué no descansas un momento y afilas la sierra?
—No puedo parar, llevo mucho retraso.
—Pero luego irás más deprisa y pronto recuperarás los pocos
minutos que supone afilar la sierra.
—Lo siento, pero tengo mucho trabajo pendiente y no puedo
perder ni un minuto.
Y así concluyó aquella conversación.
Algo muy parecido a este diálogo se repite con frecuencia en el
interior de muchas personas preocupadas por problemas que afectan
seriamente a sus vidas. Se plantean que quizá deben mejorar su
132
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

preparación profesional, que deben aumentar su cultura, que tienen


que formarse, que necesitan una renovación personal que les saque de
su fatigosa y rutinaria monotonía...; pero al final concluyen que no
tienen tiempo, que tienen tanto trabajo que no pueden perder ni un
minuto en teorías.
—Me parece que en muchos casos la culpa está en que la
formación es efectivamente muy teórica y no resuelve los problemas
que tiene la gente.
De acuerdo, pero la solución entonces es procurarse una
formación que no sea tan teórica y se adapte a las propias necesidades,
pero no renunciar a la formación.
El riesgo de caer en agotadoras disquisiciones teóricas no debe
hacernos desdeñar la buena y sana teoría de las cosas. Es preciso
encontrar un equilibrio, porque muchas veces, cuando alguien dice
que la teoría no le interesa, que ya se la sabe, lo que probablemente le
suceda es que esté confundiendo la teoría con una vaga y soporífera
verborrea, puesto que no hay nada más práctico que una buena teoría.
Y a bastantes que aseguran no querer ni oír hablar de teorías lo que
quizá les falle es precisamente la teoría (en el buen sentido del
término). O, visto de otra manera, lo que les pierde es una teoría de
segundo grado:
Lo que les pierde es
la teoría del
desprecio por la teoría.
Atender con esmero a la propia formación es decisivo para la
mejora del carácter y, en general, para alcanzar una vida lograda. El
problema es que casi todas las actividades encaminadas a mejorar
nuestra formación son de esas actividades importantes pero no
urgentes (aquel famoso cuadrante II) que, por no apremiarnos en el día
a día, muchas personas suelen dejarlas para un hipotético momento
futuro que luego nunca llega.

Preparación personal
133
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Si consideramos los diversos ámbitos de la propia preparación


personal, podríamos hablar en primer lugar de un nivel referido a lo
estrictamente corporal: atender al cuidado de la salud, llevar una
alimentación sana y equilibrada, hacer el necesario ejercicio físico,
etc.
Estas exigencias pueden resultar bastante costosas para algunas
personas. Y si uno no está acostumbrado a ellas, al comenzar a
tomarlas más en serio, es fácil que el cuerpo proteste contra el cambio,
y quiera seguir en su cómoda cuesta abajo de la vida: comer y beber lo
que nos venga en gana, desdeñar el ejercicio físico, ser negligentes en
el cuidado de la salud, etc. Se necesita un tiempo para acostumbrar al
cuerpo a esa disciplina, pero a medida que se logra, uno se encuentra
con más energía y mejor humor, las actividades normales van
resultando menos costosas y aumenta la capacidad para hacer cosas
más exigentes.
Si pasamos a analizar otro nivel más alto de nuestra preparación
personal, referido por ejemplo a nuestras capacidades intelectuales, es
probable que advirtamos que nuestras circunstancias de vida quizá no
nos empujan a usar mucho de ellas. Depende mucho del tipo de
ocupaciones de cada uno, pero sucede con frecuencia a quien ha
dejado ya la disciplina exterior de sus obligaciones de estudiante, y su
trabajo tampoco le obliga a ejercer con exigencia su capacidad de leer,
o de pensar analíticamente, o de expresarse por escrito con un mínimo
de riqueza y corrección.
—Lo malo es que, si el trabajo no nos lo exige, luego, en el
poco tiempo libre que uno tiene, tampoco está uno para demasiadas
florituras intelectuales...
Tampoco se trata de caer en un obsesivo afán de ejercer las
capacidades mentales, de la misma manera que hacer periódicamente
un poco de ejercicio físico no es pasarse las tardes en un gimnasio
dedicado al culturismo. Pero si nos detenemos a pensar en cómo
empleamos nuestro tiempo libre, quizá advirtamos que pasamos
bastante tiempo con distracciones demasiado pasivas y que nos
aportan muy poco, y que podríamos dedicarnos más a otras que nos
aportarían más, y que también descansan más.
134
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Un ejemplo típico es la televisión. Ser capaz de autorregularse


en su uso con sensatez y equilibrio es un hábito que puede tener unas
importantes consecuencias para el futuro de una persona.
—¿No exageras un poco?
Me refiero a que un consumo excesivo e indiscriminado de
televisión supone perder la ocasión de hacer muchas cosas en la vida.
Basta pensar que si una persona dedica tres horas diarias a ver
televisión –y aún estaría por debajo de la media del mundo
occidental–, ese tiempo supone casi la quinta parte del que se pasa
cada día levantado de la cama. O sea, que es como dedicar quince
años de la vida a ver la televisión quince horas diarias. Y en ese
tiempo realmente se pueden hacer muchas cosas.
—Es cierto, pero supongo que viendo la televisión también se
pueden aprender cosas.
Hay programas que efectivamente tienen una alta calidad, bien
por su contenido formativo o informativo, o incluso de
entretenimiento y de descanso, y es verdad que pueden enriquecernos
y ayudarnos mucho. Pero también es cierto que muchos otros
sencillamente nos hacen perder el tiempo (y eso sin contar con los que
puedan influirnos negativamente, que también los hay).
Además, si resulta que vemos la televisión a granel, sin que
medie una selección y búsqueda de los espacios que de verdad nos
interesan, tragándonos todo, de un canal a otro, todas las tardes, todas
las noches, lo que haya... eso habría que calificarlo de adicción, y sus
efectos no pueden ser positivos. La televisión es un buen siervo pero
un mal amo, y no debemos dejar que su uso nos domine, sino ser
capaces de emplearla con moderación y sensatez.
—¿Y cómo es que, hablando de la preparación personal, has
casi empezado hablando de la televisión, y con tanta insistencia?
Quizá porque es la ocupación –quitando el trabajo y el sueño– a
la que dedica más tiempo cada día el ciudadano occidental de tipo
medio. Y parece claro que de ahí es de donde más tiempo puede sacar
para su preparación personal en todos los ámbitos.

135
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Cultura
La vida de un hombre sin cultura es como una llanura desértica.
La cultura nos facilita interpretar la realidad del mundo que nos rodea.
Con la cultura podemos despejar un poco de ese misterio que somos
cada hombre. La cultura enriquece al hombre, le lleva a profundizar en
sus raíces y en su historia. La cultura nos pone sobre la pista de
nuestro pasado, nos hace valorar lo que ha sido nuestra andadura sobre
la tierra –la nuestra personal y la de toda la historia del hombre–, y
nos empuja –si es verdadera cultura– hacia la verdad y, por ella, hacia
la libertad.
—Pero supongo que la cultura de un hombre no se improvisa.
Para llegar a tener un pensamiento y unas valoraciones profundas y
acertadas, será preciso dedicar mucho tiempo y esfuerzo.
Tiempo y esfuerzo, y también acierto, puesto que ser culto no es
tanto saber muchas cosas como tener una explicación coherente, y en
clave de verdad, de lo que es el hombre y el mundo que le rodea.
Lo importante no es tener muchos conocimientos, sino que esos
conocimientos nos ayuden a dar una respuesta acertada a los
problemas nuestros y de quienes nos rodean. Porque, de lo contrario,
¿de qué nos sirve tener muchos conocimientos, si luego resultan
fragmentarios y contradictorios, si no sabemos la verdad que pueda
haber en ellos? Sin un criterio de verdad, la multiplicidad de
conocimientos desemboca en una erudición simple y ramplona, pero
no en una verdadera cultura. Cultura es todo y sólo aquello que ayuda
al ser humano a ser plenamente hombre.
El término cultura viene del latín, del verbo colere: cultivar. Su
empleo era metafórico, y es Cicerón quien insiste en que al igual que
una tierra sin cultivar, por buena que sea, sólo produce abrojos, el
espíritu del hombre necesita ser ejercitado para producir los frutos que
le son propios.
Y para cultivarse cada día un poco más, el hombre ha de tener
un proyecto mínimamente definido. Cada uno ha de buscar una
síntesis personal de sus intereses y necesidades culturales, y de este
136
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

modo contribuir a forjar conscientemente su propia personalidad y su


actitud ante la vida. Sólo así podrá superar la seductora mediocridad
de esas subculturas superficiales y masificadas que a veces parece que
se nos quieren imponer, con una sutil y terca persistencia, y contra las
que es preciso oponer una auténtica búsqueda que nos sirva para
aprehender la realidad, vivir en ella y saber a qué atenernos.
La verdadera cultura
ha de servir para
interpretar correctamente la vida.
La verdadera cultura ha de hacer la vida más humana, ha de
hacernos descubrir sus posibilidades más genuinas y apuntar a sus más
auténticas aspiraciones. El hombre no se agota en su biología, sino
que tiene todo un mundo interior: puede ser sabio o ignorante,
cultivado o tosco, lleno de luces o cubierto de sombras, ordenado o
caótico, coherente o ilógico, puede buscar la verdad o intentar de
algún modo sobrevivir en el sórdido mundo del error, la ignorancia o
la mentira.
Cultivar el propio mundo interior tiene siempre su consiguiente
reflejo en el exterior de cada persona. Y no sólo en su carácter, sino
hasta en lo aparentemente más inmotivado del porte externo: la
mirada, los gestos, el rostro, el mismo tono de la voz; todo eso es
matizado, vivificado y mediatizado por el propio talante personal, por
la propia forma de ser, que nace de lo más profundo del hombre: allí
es donde al hombre se le presenta la apasionante oportunidad de
cultivarse, de proyectarse, de hacerse a sí mismo.
Por eso, un buen camino para mejorar el propio carácter es
enriquecer el propio mundo interior. Así, lo que de ese mundo interior
salga luego al exterior se parecerá lo más posible a lo que uno anda
buscando.
—Pero a veces parece que la cultura se promociona demasiado
a golpe de marketing, y que los medios de comunicación imponen
mucho las modas y hacen como de filtro del gusto mayoritario.

137
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Precisamente por eso conviene presentar una cierta resistencia a


esos embates del marketing cultural. Y como no sirve de mucho
añorar tiempos mejores (que además quizá nunca existieron), lo mejor
es –como sugiere Ignacio Aréchaga– resistir a esa uniformización con
métodos más plurales de selección: en vez de guiarse sólo por la lista
de best-sellers, perder tiempo hojeando libros en las librerías y
compartiendo los hallazgos con gente cuya opinión valoramos; no
sentirse raro por elegir una película recomendada de boca a oreja, en
vez de aquella otra promocionada al alimón en todos los dominicales;
o descubrir ese programa de televisión que aporta algo, aunque esté
permanentemente expulsado del prime time.

Cabezas bien hechas, no bien llenas


Con el saber, entendido como un serio compromiso de
búsqueda de la verdad, vienen siempre al hombre grandes bienes.
La ignorancia, por el contrario, está casi siempre en el origen de
los comportamientos autoritarios, de los conflictos absurdos, de las
descalificaciones necias, de los insultos y las agresiones. La
ignorancia es simplificadora, drástica en sus afirmaciones, amiga de
trivializar y poco aficionada a matices o aclaraciones.
Sócrates decía que
lo peor del ignorante
no es que no sepa,
sino que no sepa que no sabe.
Por eso, ganar terreno a la ignorancia –sobre todo a la no
reconocida, que es la más peligrosa– es uno de los grandes retos para
la vida de cualquier sociedad, de cualquier institución, de cualquier
familia, de cualquier persona.
—Para ganar terreno a la ignorancia será preciso mejorar la
formación, pero habría que precisar primero cómo debe ser una buena
formación.

138
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Una buena formación –apunta José Antonio Ibáñez-Martín– no


puede reducirse a un simple enciclopedismo, a almacenar datos en la
cabeza.
Educar es formar
cabezas bien hechas,
no bien llenas.
Una buena formación exige en primer lugar un conjunto de
conocimientos que permita mejorar cualitativamente nuestra
existencia. No se trata de almacenar datos, sino de lograr un conjunto
de saberes bien estructurado: unos amplios conocimientos de la propia
especialidad profesional, junto a un deseo universal de tener un
mínimo de iniciación a otros saberes.
En segundo lugar, es preciso buscar la formación del juicio: de
ese juicio que en ciencia significa espíritu crítico y método, que en
arte se llama gusto, y que en la vida práctica se traduce en
discernimiento y lucidez.
Junto a esa formación en los conocimientos y en el juicio, es
preciso añadir, en tercer lugar, el ejercicio de las virtudes individuales
y sociales, así como el cultivo de otras dimensiones humanas, porque
bien sabemos que para vivir con acierto no basta con el conocimiento.
Los hombres de bien
no se identifican simplemente
con los que saben ética,
ya que luego
hay que ponerla en práctica.
La formación debe despertar en lo más profundo del corazón
del hombre una atracción hacia los valores. Debe descubrir la vida
como un proyecto que parte de una plataforma que no hemos
escogido, pero que discurrirá por los cauces que nos marquemos.
Como afirmaba Ortega,

139
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

la vida nos ha sido dada,


pero no nos ha sido dada hecha.
Platón, por ejemplo, aseguraba que el objetivo de la educación
es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano, e insistía
en que no puede calificarse de educativa una tarea orientada a
transmitir conocimientos que no vayan acompañados de la razón o la
justicia. Séneca también señalaba que una buena educación ha de
dotar a la persona de una sólida contextura moral, que le haga avanzar
en la adquisición de la ciencia del bien y del mal.
La formación ha de ayudar a orientar rectamente el uso de la
libertad. Y esto exige primero la enseñanza del bien y después el
aliento para ponerlo por obra mediante un responsable compromiso
personal:
Lucidez para ver lo que debemos hacer
y fuerza para querer hacerlo,
pues los hombres no somos
como unas máquinas
que basta con programar.
Junto al desarrollo de la inteligencia debe estar la consolidación
de la voluntad y la educación de los sentimientos.
—Y supongo que gran parte de ese aliento al que te refieres
debe estar en el buen ejemplo que se recibe.
El ejemplo es, sin duda, muy importante. Pero lo
verdaderamente decisivo es que ese buen ejemplo nos lleve a un
compromiso personal por avanzar en ese camino. Un camino que
requiere esfuerzo, sentido del deber, disciplina personal y sacrificio.
—Pero deber, disciplina y sacrificio suenan un poco a antiguos
estilos voluntaristas...
No se puede negar la necesidad de purificar alguno de estos
conceptos para descontaminarlos de ciertos resabios negativos que les
han dado un aire frío, rígido y pasivo. Son términos que se han
140
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

empleado muchas veces en un contexto muy poco educativo, es


verdad, pero eso no puede llevarnos a minusvalorar la importancia del
esfuerzo, pues sin él casi nada valioso puede lograrse, ni en la vida
intelectual ni en la moral.

Capítulo 9:UNA PROGRESIVA COLONIZACIÓN DE


NOSOTROS MISMOS
Independencia y formación
Apertura y receptividad
Cuidado del espíritu
El peligro de la trivialidad
Forjar el carácter: el león y la gacela

Quienes viven en armonía con su conciencia


muestran siempre un semblante atractivo.
Aleksander Solzenytsin

Independencia y formación
—De todas formas, hay gente que piensa que formar a otros en
unos valores supone una imposición de esos valores. Dicen que
debería ser cada uno quien reconozca los que le interesen; que formar
a otros en unos valores determinados es forzar a las personas,
ahormarlas, someterlas a una influencia más o menos autoritaria y, en
esa medida, destructora de la originalidad personal.
Sin embargo, parece claro que toda nuestra existencia está tejida
con aportaciones de los demás, y que sería ridículo querer eludir de
modo absoluto su influencia. Basta pensar en el proceso que sigue
141
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

cualquier persona desde su nacimiento: el hombre viene al mundo


como el más desvalido de los vivientes, incapacitado para casi todo
durante largos años; y así como su desarrollo corporal no se produce
sin una alimentación proporcionada por otros, algo parecido ocurre
con su inteligencia, cuya potencialidad se desarrolla mediante la
influencia de los demás, una influencia que –al menos durante los
primeros años– resulta totalmente imprescindible. De hecho, los
escasos ejemplos conocidos de niños que se criaron de modo salvaje,
al margen de la civilización, muestran a las claras esa realidad.
Los más recientes estudios acerca de los factores que influyen
en el desarrollo de la inteligencia –vuelvo a glosar al profesor Ibáñez-
Martín–, coinciden en otorgar un considerable valor, al menos
estadísticamente hablando, al medio cultural en que se ha vivido. El
hombre apenas puede progresar en su propia vida, intelectual o moral,
sin ser auxiliado por la experiencia colectiva que han acumulado y
conservado las generaciones pasadas. Podría decirse que la sociedad
atesora el pasado, y que gracias a ella en el hombre hay progreso e
historia.
La pretensión de que todas nuestras acciones fueran realizadas
de modo absolutamente autónomo y personal, significa desconocer la
limitación del hombre. La búsqueda de la absoluta autonomía personal
llevaría a una existencia empobrecida y agobiante, e incluso irracional
en la medida en que sólo admitiría soluciones originales, renunciando
sistemáticamente a todas las comprobadas y claras realidades que la
humanidad ha ido acumulando a lo largo de los siglos.

Apertura y receptividad
Es un triste error pensar que cualquier cosa que hagamos, para
que sea verdaderamente personal, debe hacerse de modo totalmente
original y solitario, ajeno a toda influencia o colaboración.
Como si cualquier influencia
atentara de inmediato
contra nuestra personalidad.
142
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Eso supondría confundir el hecho de tener personalidad con


adoptar una actitud de autosuficiencia y absolutez, que es un desatino
de los más frustrantes en que se puede caer.
—Pero en esto puede haber grados, y siempre será bueno dejar
un margen amplio a la creatividad personal...
Por supuesto, aunque cuidando cada uno de procurar no
confundir la creatividad con esa vanidad pseudoinfantil que a algunos
les hace pensar que están llamados a introducir novedades geniales en
todo lo que hacen, y que además lo lograrán partiendo únicamente de
sí mismos, sin contar con aportaciones ajenas.
—Desde luego, eso sería confundir la espontaneidad con la
sabiduría.
La verdadera creatividad precisa siempre de un equilibrio: no es
ni el originalismo necio de quien busca llevar la contraria a todo lo
establecido; ni la producción serializada y gris de quien es incapaz de
introducir una aportación personal en nada de lo que hace; ni tampoco
el originalismo mimético de esa gran oleada de mediocres que suele
seguir a los verdaderos creadores, imitando ingenuamente su estilo sin
llegar a captar su sustancia.
—Entonces, volviendo a lo de la influencia de los demás en
nuestro desarrollo personal, ¿qué crees que corresponde a uno mismo
en esa tarea?
Ninguno nos hemos dado a nosotros mismos la vida, ni hemos
determinado las características de nuestra personalidad. Sin embargo,
a nosotros corresponde desarrollarla.
La plena realización de nuestra
personalidad es como
una progresiva colonización
de nosotros mismos.
Y para lograrlo, no tiene por qué ser obstáculo el hecho de ser
ayudado por otros, es decir, recibir estímulo, consejo, ánimo, ejemplo.

143
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

—Bien, pero también existe el peligro de que ese consejo acabe


transformándose en una cierta dominación por parte de otra persona...
Naturalmente, y por eso una cosa es recibir ayuda, hacer uso de
esa segunda mano que se nos ofrece, y otra muy distinta es convertir
nuestra vida en una existencia de segunda mano. Son cosas bien
distintas, y de una no hay por qué pasar a la otra.
Podríamos compararlo a lo que sucede con otros fenómenos
humanos como, por ejemplo, el lenguaje. El lenguaje puede parecer
que coarta la libertad porque obliga a usar un repertorio estereotipado.
Sin embargo, hay una enormidad de posibilidades de expresarse: basta
ver, por ejemplo, la diferencia que hay entre un buen orador y quien
habla torpemente.
De la misma manera, recibir de otros una buena formación es
muy distinto a ser dominado y manipulado por ellos. Es evidente que
el hombre puede abdicar de su personalidad allí donde debía
mantenerla, de modo que esa ayuda deje de ser una colaboración para
transformarse en una dictadura, pero eso sería una perversión –o al
menos una trivialización– del recto sentido que tiene el hecho de
formarse.
—¿Y dónde está el límite entre una influencia realmente
formadora y legítima, y otra que fuera autoritaria e invasora?
Para que esa influencia sea legítima, es preciso que busque
formar una auténtica interioridad en aquellos a quienes se dirige. Una
interioridad que, entre otras cosas, pueda resistir a las tendencias
superficializadoras y dispersoras de cada época. Un sólido núcleo
personal que no deje a la persona a merced de los vaivenes de la moda
del mundo del pensamiento.
Por otra parte, tener una notable autonomía personal no está
reñido en absoluto con mostrar una conveniente receptividad, es decir,
una apertura de mente que busque un constante enriquecimiento
personal gracias a las aportaciones de los demás. Una receptividad
que, como es natural, debe mostrarse solamente ante quien merezca
esa actitud, y que no ha de ser pasiva sino activa, tanto en la búsqueda
de las opiniones que nos merecen autoridad como en el esfuerzo por
144
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

mantener después una actitud despierta ante ellas. Para lograrlo resulta
preciso superar el orgullo y la pereza, mantener la necesaria frescura
de imaginación y proceder con una cabal aceptación de las exigencias
de la verdad que vayamos percibiendo.
Y quien asume la tarea de formar, ha de procurar siempre hacer
pensar, pues formar no es modelar desde fuera el espíritu del otro a
nuestra imagen y semejanza.
Formar es
despertar en su interior
al artista latente que esculpirá
desde dentro su obra.
Y eso aunque el resultado sea una obra imprevisible para
nosotros, e incluso extraña a nuestros deseos. Mediante la formación
no tratamos de conseguir la realización de unos actos determinados, ni
buscamos simplemente transmitir unos criterios de conducta, por
acertados que estos fueran. Se trata de buscar en cada persona el
desarrollo más plenamente humano de sus capacidades, de modo que
de ahí fluya con naturalidad un modo de ser y de actuar acorde con la
formación que se ha ido asimilando.
Cuidado del espíritu
Todos tenemos un conjunto de verdades y de valores que nos
inspiran, unas creencias que dan sentido a nuestra vida; y la gran
mayoría de las personas tienen, además, una fe que llena de luz su
existencia. En todo caso, siempre hay un espíritu que cultivar, y cuya
renovación y cuidado exige una dedicación de tiempo.
—Supongo que se trata de otra de esas muchas ocupaciones del
famoso cuadrante II, que no apremian con urgencia pero son
realmente importantes.
En efecto, aunque en este caso habría que decir que son algo
más, puesto que no son simplemente ocupaciones –aunque las
supongan–, sino sobre todo algo que ha de impregnar por completo
nuestra vida.
145
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Ese cuidado del espíritu requiere –para que no quede en algo


vago y genérico– una dedicación periódica de tiempo lo más concreta
posible. Un tiempo en el que trabajamos por renovarnos, por
refrescarnos, por revisar nuestro compromiso con las verdades que nos
inspiran (en el caso de la fe, además, una exigencia de trato personal
con quien nos ha creado y a quien debemos todo).
Cultivar nuestro espíritu
requiere tiempo,
y es un tiempo importante,
pues las más grandes batallas
de nuestra vida se libran cada día
en el silencio del alma.
Si ganamos esas batallas, si resolvemos bien esos conflictos
interiores, obtendremos esa paz y esa satisfacción interior que tanto
necesitamos.
—¿Recomiendas entonces algún tipo de preparación
psicológica para alcanzar la paz con uno mismo?
Diría más bien que tendremos esa paz cuando nuestra vida esté
en armonía con los principios y valores que la rigen, y cuando esos
valores sean acertados.
—O sea, cuando tengamos tranquila la conciencia.
Ya que lo dices, sí. La conciencia percibe la congruencia o
incongruencia de nuestra conducta, y nos invita –si está bien formada–
a elevarnos hacia la verdad moral, por la senda de la libertad y la
sabiduría. Por eso la formación de la conciencia es tan decisiva para
cualquier persona.
Formar bien la conciencia exige un deseo eficaz de hacerlo –
leyendo, pensando, comentando con otras personas–, y exige, sobre
todo, esforzarse por vivir en armonía con ella. Porque así como el
exceso de comida o la falta de ejercicio pueden estropear la buena
forma de un atleta, el hecho de actuar en contra de la verdad moral
146
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

llena de oscuridad nuestra sensibilidad interior y embota nuestra


conciencia.
—Me parece que hay mucha gente que no se preocupa por
formarse porque no tiene mayores aspiraciones. Se conforma con su
nivel, y le parece que es suficiente para los problemas que se le
plantean.
Sin duda, pero esas actitudes tan conformistas encierran serios
peligros. No luchar por la propia superación equivale a entregarse en
brazos de la pasividad, renunciar a muchas realidades a las que
estamos llamados y, en consecuencia, arriesgarse a hipotecar
seriamente la vida.
Hay que pensar, además, que algún día, quizá dentro de muchos
años, o quizá dentro de pocos, nos encontraremos con dificultades
mayores que las actuales, o nos sentiremos angustiados ante
decisiones, reveses o tentaciones verdaderamente duras. Pero la lucha
real por superar esa situación futura está en buena parte aquí y ahora.
Con nuestra vida de ahora estamos condicionando en buena parte si el
día que lleguen esas dificultades extraordinarias, fracasaremos
miserablemente o las superaremos.
Es preciso prepararse
mediante un proceso constante
de mejora personal.
El peligro de la trivialidad
Las cosas son, con frecuencia, bastante más complejas de lo que
a primera vista parecen. Es preciso tener en cuenta matices y detalles
que, si no se valoran, muchas veces desfiguran la realidad.
La trivialización
es un peligro constante.
Y podría decirse, como ha escrito Messori, que la verdadera
cultura consiste precisamente en adquirir el sentido de la complejidad
de las cosas, en rehuir las simplificaciones, en respetar el misterio que
hay detrás de toda apariencia.
147
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Sin problematicismos patológicos,


hemos de procurar
ser lo suficientemente lúcidos
para profundizar en la realidad
sin empobrecerla.
Para lograrlo, es importante –entre otras cosas– leer mucho y
con acierto: es ese uno de los mejores modos de abrirse a lo que han
expuesto con brillantez los más grandes pensadores, de poder entrar
en las mejores cabezas del presente y del pasado.
Siempre está la excusa de la falta de tiempo, pero si uno sabe
organizarse, siempre se puede quitar tiempo a otras cosas menos
productivas. Y empezar quizá por un libro al mes, para procurar pasar
luego a dos –no es tan difícil como parece–, o incluso a más.
—También en esto, creo que si muchos no leen más es,
simplemente, porque no tienen mayores inquietudes.
Por eso, fomentar el deseo de saber es lo que puede
introducirnos de una vez por todas en el mundo de la lectura, tan
necesaria para no ir por la vida a tientas. Una lectura atenta y
reflexiva, puesto que la sabiduría no surge ordinariamente por
generación espontánea.
—Pero supongo que no todos los libros han de exigir una
lectura analítica y reflexiva.
Todos no. Como decía Francis Bacon, hay libros para probar,
libros para tragar, y otros, muy pocos, para masticar y digerir. Lo que
sería una pena es reducirse sólo a los de evasión o entretenimiento.
—De todas formas, también la lectura se puede convertir en una
adicción, y es bien conocido que el exceso de información nubla la
inteligencia y favorece la pedantería.
Si la lectura es indiscriminada y errática, existe ese peligro. Por
eso decíamos antes que no se trata de un simple acopio de lecturas,

148
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

sino de buscar el modo de comprender mejor el mundo, a los demás y


a uno mismo.
Por último, cabe añadir que otra actividad que contribuye a
mejorar nuestra claridad mental es la escritura. Escribir ayuda a tender
puentes con algunas zonas menos exploradas de nuestra mente, destila
y cristaliza el pensamiento, nos facilita expresarnos con más precisión,
glosar nuestras ideas con un poco más de método y de contexto,
razonar con más rigor y hacernos comprender mejor.

Forjar el carácter: el león y la gacela


«Imaginen ustedes la escena...», decía pausadamente Fred
Smith, al inicio de una conferencia en Tennessee (USA) hace unos
años.
»Sitúense en la sabana africana, a orillas del lago Victoria, por
ejemplo.
»Una gacela se despierta por la mañana, con la salida del sol, y
piensa: "Hoy tengo que correr más que el más rápido de los leones, si
no quiero acabar devorada por uno de ellos".
»A pocos kilómetros de allí, se despierta también un león, e
inicia su día pensando: "Si no quiero morir de hambre, hoy tengo que
correr al menos un poco más que la más lenta de las gacelas".
Smith hace una pausa más larga, y, dirigiéndose al auditorio,
concluye:
»No sé si el papel de cada uno de ustedes en su vida es ahora el
de león o de gacela. Pero, en cualquier caso, por favor, ¡corran!».
Aunque en aquel momento Smith se refería al fenómeno de la
competencia en los mercados financieros, podemos aplicar esa imagen
al esfuerzo por la mejora personal del carácter. En la vida de cualquier
persona sucede algo semejante. Nos puede parecer que las
circunstancias en que vivimos son duras, incluso crueles, como esa
sabana africana en la que hay que estar siempre corriendo para lograr
comer y no ser comido.
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

Ante esa coyuntura, tan real como la vida misma, podemos


dedicarnos a pensar en el porqué de nuestra situación, o en la causa de
todo lo que nos sucede, o en lo que sea...; y seguramente serán
reflexiones positivas, pero lo que no podemos hacer, mientras, es dejar
de correr.
—¿Y eso no se contradice un poco con todo lo que has dicho
antes sobre las sinergias y sobre la necesidad de superar los
planteamientos innecesariamente competitivos?
Es preciso buscar sinergias, y superar los planteamientos
innecesariamente competitivos, ciertamente, pero eso no quita que la
vida suponga un reto permanente, que exige un esfuerzo y una
exigencia constantes.
De hecho, la mayor parte de los fracasos humanos son causados
por una precipitada cancelación del esfuerzo, porque uno admite
demasiado pronto que no es capaz de resolver un problema, o que el
problema no tiene solución.
En estas páginas hemos tratado muchas cuestiones sobre las que
quizá conviene reflexionar con hondura, porque son cosas
importantes, necesarias, incluso decisivas. Pero lo que no podemos
hacer es dedicarnos plácidamente a pensar en ellas y dejar de correr: o
sea, no podemos dejar de poner esfuerzo en las cosas.
Hay que esforzarse, espabilar, correr...; tanto si pensamos estar
en el papel del león (peleando por alcanzar un objetivo), como si nos
vemos más bien en el puesto de la gacela (intentando evitar un
desastre). La vida es así, qué le vamos a hacer.
—Pero tampoco el león y la gacela pasan el día en una carrera
continua...
En efecto, y por eso tampoco sería exacto decir que la vida es
una simple y extenuante carrera, puesto que lo que importa no es
simplemente ir más rápido o ganar más tiempo.
Lo que importa es
nuestra capacidad

150
Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

de acertar en la diana.
Y es verdad que hay muchos periodos más tranquilos, de cierto
respiro, de mayor calma, pero también hay otros momentos de largas
carreras, en los que todo parece muy difícil, y podemos llegar a estar
cansadísimos, y desanimarnos.
Son ocasiones en las que notamos el desgaste de un esfuerzo
continuado en determinada dirección, y la tentación que nos acecha es
muy sencilla: dejar de correr.
Cuando esto sucede, hemos de pensar que, como el león o como
la gacela, es preciso seguir corriendo si es que queremos sobrevivir.
En eso la vida no va a cambiar. Bueno, mejor dicho: cambiará si nos
paramos, porque ese será el principio del fin.
Forjar con acierto el propio carácter no es una tarea fácil ni
rápida. Sin embargo, es posible y asequible a cualquiera, y, sobre
todo, es decisiva para el resultado de nuestra existencia.
Es preciso centrar nuestra vida en principios y valores
acertados, pero después hay que cultivar con paciencia esa buena
simiente, sin desfallecer.
Hay que irrumpir con decisión
en esas zonas cómodas y oscuras
de nuestra vida, donde buscan cobijo
nuestros errores y debilidades,
para arrancar de allí la maleza
y lograr que no gane terreno en nuestra vida.
Si acometemos esa tarea con empeño, constancia y
deportividad, en poco tiempo nos sorprenderemos del resultado.

para recordar...
Forjar con acierto el propio carácter

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

es decisivo para el resultado de la vida.


No es una tarea fácil ni rápida,
pero trae muchas satisfacciones.
Es preciso cultivarse,
renovar un deseo permanente de aprender,
prepararse mediante un proceso constante
de mejora personal.
para pensar...
Nada como el intento inmoderado
de escapar de la dureza de la vida
hace dura la vida.

La pereza es un enemigo formidable.


Es como una droga,
que te adormece,
te calma el rechazo al esfuerzo,
pero te despiertas mucho peor.
Con el tiempo, estás peor siempre.
para ver...
§ Titanes (Boaz Yakin).
§ El camino a casa (Zhang Yimou).
§ Trece días (Roger Donaldson).
para leer...
§ José Antonio Ibáñez-Martín, Hacia una formación
humanística, Ed. Herder.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

§ Miguel Ángel Martí, La intimidad, Ed. Eunsa.


§ Antonio Jiménez Guerrero, Enseñar a pensar, Col. Hacer
Familia nº 69, Ed. Palabra.
para hablar...
Mantener una conversación entre los padres, o con otro
matrimonio, sobre cómo lograr en la casa un mayor ambiente cultural
y de interés por las humanidades.
Comentar en un rato de tertulia familiar las películas que se ven,
lo libros que se leen, los eventos culturales a los que se asiste, etc.
para actuar...
SITUACIÓN:
Los padres de Luis están preocupados. Advierten en su hijo una
cierta insustancialidad de fondo que les inquieta. Ven que su cabeza
está ocupada casi siempre por la música, el fútbol, las modas de cada
momento... y poco más. Es cierto que siempre ha sido buen estudiante,
pero ahora parece que está dejando de serlo. Dice que no se concentra,
que le aburren todas las asignaturas, que este año ha tenido muy mala
suerte con los profesores, que son todos insoportables.

OBJETIVO:
Superar esa insustancialidad.
MEDIOS:
Fomentar intereses y aficiones de mayor nivel.
MOTIVACIÓN:
Hacerle ver el atractivo de ser una persona cultivada, y del
mismo hecho de cultivarse.
HISTORIA:
Los padres de Luis ven que su hijo apenas lee, que no le
preocupa la actualidad, ni la historia, ni el pensamiento. Comprenden

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

que una persona así tendrá serios problemas a medio o largo plazo, si
no cambia.
Es la madre quien más insiste en que no pueden permanecer
pasivos: ―Hemos de hacer algo para que se ilusione con cosas un poco
más altas, con más contenido. Tiene 16 años, y no podemos dejar que
esto siga así, porque va a más‖.
Su marido es bastante escéptico respecto a ese empeño: ―Si no
le interesan esas cosas, poco podemos hacer. La gente joven de hoy es
así. Ya madurará‖. Pero ella no está de acuerdo: ―No podemos
quedarnos tranquilos pensando que la culpa es suya por no interesarse
por esas cosas: nuestro reto es interesarle por esas cosas‖.
Finalmente estuvieron de acuerdo en hacer algo. Pensaron que,
para ser sinceros, los primeros culpables eran ellos, pues llegaban los
dos muy cansados de trabajar, y el poco tiempo libre que tenían lo
dedicaban a ver la televisión. Tuvieron la honradez de reconocer que
ellos mismos ponían poco empeño en cultivarse y, en el fondo, vivían
de las rentas.
Además, pensaron que no basta con decir a los hijos que lean,
que se organicen, que se dejen de tonterías... Tenían que ir ellos por
delante, porque de otra manera sería difícil cambiar las cosas.
Se propusieron hacer que en la casa hubiera un tono más alto,
que se trataran más cuestiones de tipo cultural, temas de cierta
envergadura, que dieran una mayor amplitud de miras.
Empezaron por encender la televisión sólo para programas
concretos de interés, y apagarla luego enseguida.
Compraron libros, pero poco a poco, y asegurándose de que
fueran interesantes y asequibles a un tiempo, pues no querían limitarse
a recomendar genéricamente la lectura, sino recomendar títulos
concretos; y veían que si fallaban en los primeros consejos
bibliográficos perderían su prestigio como promotores de la lectura.
Procuraron poner imaginación para hacer planes culturales.
Querían hacerlos con sus hijos, y organizarlos con ellos, pero sin
dárselos hechos. Al principio parecía difícil encontrar ideas del gusto
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

de todos, pero con un poco de observación, y gracias a las


conversaciones que empezaron a surgir desde que la televisión estaba
más callada, fueron saliendo a la luz algunas aficiones e intereses de
los hijos, que estaban latentes pero tenían fuerza. Tirando de esas
inclinaciones, poco a poco, salieron planes muy diversos: viajes
culturales, visitas a exposiciones, hobbies constructivos, etc. De esos
planes, así como de las lecturas de todos, y de las tertulias que
formaban para comentar cada película después de verla, salían
siempre conversaciones e ideas interesantes.
Todos se dieron cuenta –y quizá los padres fueron los más
sorprendidos– de que eran buenos modos de descansar, de mejorar la
cultura y de preocuparse de los demás.
RESULTADO:
En algún momento pensaron si estaban exagerando, pero pronto
se dieron cuenta de que era difícil que ese fuera el problema. El nivel
tiende a bajar solo, y el problema suele ser la constancia en mantener
la línea emprendida.
Al cabo de unos meses había mejorado mucho el ambiente de la
familia, con un resultado palpable en los resultados académicos de los
hijos y en el enriquecimiento mutuo de todos.

GUÍA DE TRABAJO INDIVIDUAL


Una vez concluida la lectura del libro y obtenida una idea
global de su contenido, es quizá momento adecuado para profundizar
personalmente en aspectos concretos que puedan llevarnos a un mejor
conocimiento propio y una mayor superación personal.
Una primera sugerencia es ir releyendo cada capítulo con la
idea previa de tener luego que explicarlo de modo resumido a otra
persona. Cuando se lee pensando en comentar luego con otro, la
lectura suele ser muy distinta, pues se desarrolla más la motivación, la
comprensión se hace más profunda y se recuerda mejor lo que se lee.
Mantener una conversación sobre la mejora del carácter,
compartir con otras personas esa preocupación por reflexionar con
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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

hondura sobre estas cuestiones, buscando un intercambio de razones y


de respuestas, resultará habitualmente enriquecedor para todos: se
aportan nuevos matices y puntos de vista, se diluyen o desaparecen
percepciones negativas que a veces se tienen de esas u otras personas
(que tantas veces responden a un insuficiente conocimiento de ellas),
y se demuestra ante los demás la propia voluntad de cambio.
Es recomendable ir haciendo un esquema, y anotar también
quizá los puntos de especial acuerdo o desacuerdo personal con el
texto (el autor agradecerá mucho recibir cualquier observación,
dirigiéndose a la editorial o a aaguilo@edicionespalabra.es).
Se propone, como guía para desarrollar un trabajo individual a
partir de este libro, plantear una serie de conversaciones en el seno de
la familia, o de un grupo de amigos o conocidos, sobre algunos de los
puntos que consideren de más interés entre los tratados a lo largo del
libro, como por ejemplo:
§ Definir con cierto detalle el propio proyecto personal de
vida, detallando los valores y principios fundamentales y evaluando
hasta qué punto ahora mismo ese proyecto está a merced del azar, la
moda o las circunstancias.
§ Imagínate en tus bodas de oro, o en la despedida en tu
trabajo cuando llegue tu jubilación. Piensa en los sentimientos y
emociones que te embargarán en ese momento, en cuál será tu balance
de todos esos años de matrimonio o de trabajo, y cuál quieres ahora
que sea.
§ Piensa cuáles son los rasgos principales de tu carácter –o
de tu cónyuge, o tus hijos–, y cómo corregir sus defectos y potenciar
sus cualidades. Repasa, por ejemplo, los siguientes puntos:

—Dominio propio. Constancia. Capacidad de resolución.


Generosidad.
—Estabilidad de ánimo. Capacidad de superar los propios
errores.

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Alfonso Aguiló CARÁCTER Y VALÍA PERSONAL

—Orden, previsión y capacidad de organizarse. Saber decir que


no.
—Capacidad de contar con los demás y de trabajar o actuar en
equipo.
—Equilibrio y flexibilidad. Cordialidad. Afabilidad.
—Confianza y capacidad de relación con los demás.
—Descubrir y potenciar sinergias en la relación personal.
—Capacidad de escuchar y de comprender. Lealtad. Sinceridad.
—Determinar posibles barreras a la comunicación.
—Afán de cultivarse y mejorar la propia formación.
—Acierto y constancia en el esfuerzo por mejorar el carácter.
De esta manera, haciéndose preguntas que nos lleven a una
comprensión más profunda de lo que supone mejorar el carácter, todas
esas ideas se irán contrastando hasta llegar a una síntesis personal de
los puntos que cada uno considere más decisivos. Puede ser
interesante, con el fin de ayudar a fijar y madurar las ideas, poner por
escrito la línea argumental básica de cada respuesta. Para
cumplimentar la guía de trabajo individual, deben elegirse al menos la
mitad de esos temas.

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