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En El Árbol Del Dios Doliente
En El Árbol Del Dios Doliente
1
...disonante niebla de las aves...
2
3
POEMAS 2001--2004
4
Adonis
I
tu deseo
él sólo ha querido besarte y se adelanta a mi deseo
¡Adonis
¡Adonis — la primavera llama
con el furor de gritos agudos, sangra
por tu cuerpo y a través tus
labios inmóviles
¡Adonis! el sagrado animal se acerca
a calentarte con sus silenciosas voces
—su aliento sobre ti abre más
tus heridas
su boca, su boca se acerca y
besa tus labios tan blancos,
inmóviles, en la soledad en la
que derramas tu sangre,
agonía del silencio
5
año tras año?
la primavera rodea tu sangre y
en ella se abre, en tus ojos son
luz que quiere manifestarse — sangre,
sangre que en las piedras, árboles
y pájaros canta y se desliza.
6
¡Adonis!
¡Adonis! — la primavera es negra
de sangre y en ti se baña, anhelante
de tu boca, la sangre de tu
boca que ya no puede conseguir y en ella es un beso inerte,
agitado por un dulce
viento que a los dos mece
¡Adonis!
¡Adonis!
quizá podría besar el cerdo
7
II
tus llagas
¡Adonis! ¡Adonis!
8
ahora, ahora, sin cesar
se abren tus heridas
y tu sangre le cubre como
un vestido de lana, de caliente lana
9
III
10
IV
11
V
piedras
cantan junto con los altos árboles de
12
semejantes a vértebras del bosque,
nubes que, en forma de redondos animales,
cierran los cielos y oscurecen el bosque:
en ellas pareces descansar en tu camino
¿qué día encontrarás el que abrirá el camino ?
13
VI
!está ahí!
¡Adonis! ¡Adonis!
muerde esta carne también de piedra
ábrete paso, intenta tallar este órgano
maravilloso
su canto será más hermoso si entras en
— más — su interior — más — sangre
de color sagrado: resplendente rojo muy oscuro:
multitudes podrían
incensarlo alabando su grandeza y
el poder de su bondad
¡muerde, muerde!
¡Adonis! tu cuerpo se destruye, cae
en extraños trozos, música de silenciosos
sonidos! ¡Adonis!
agoniza entre mi cuerpo caliente, de
hirsuto pelambre, tan miedoso y asustado
que, queriendo lamer la sangre, sólo sabe
retroceder, alejarse de aquel que lo llama: gime una canción sin
sentido, eco del grandioso canto del bosque,
las aguas y nubes y vientos: en ellos
resuenas y en ellos cantas sin melodía
pero inmenso ¡feroz en tus mordeduras¡
14
VII
15
VIII
en ti está tañendo ?
¿no puedes oír la tristeza de sus melodías
ni los acordes con que tu carne y tus
miembros se mezclan y resuenan en el bosque?
¿Tanto silencio hay en ti?
16
IX
17
viviendo, inmortal, petrificado e inmóvil
en mis cantos y en mi deseo insaciado,
¡Adonis, Adonis!
¡cómo ansío tu agonía! ¡cómo deseo que
cumplas el rito de despedazar tu carne y tu
rostro, agua y sangre en la tierra dorada por el dios
18
X
ante él te inmolaste y a él
ibas dando los trozos de tu cuerpo
que tu mismo arrancaste de sus dientes...
19
¿porqué le arrastraste con tu sombrío anhelo al bosque?
20
XI
cadáver insensato
¿te acogerá la tierra y en ella acabarás de destruirte
21
en tu sangre ya no hay cantos
y en tus heridas no anida ser alguno,
22
XII
23
XIII
24
XIV
el final
25
la nieve está helada de sangre, oscuro y vago vïoleta
que encierra esta inmensa, inacabable pared del bosque olvidado
26
es evidente la influencia de Frühlingsfeier , hermosísimo poema de
Heinrich Heine al que puso música Richard Strauss en 1906 (Op. 56 nº 5);
recordamos haberlo oído, en versión para piano, en la voz de Gundula
Janowitz: la violenta e insistente repetición del nombre de Adonis (once
veces en la partitura de Strauss, seis en el poema), cantado por la voz,
metálica y dulce a la vez, de una soprano excepcional persiste aún,
ahora, muchos años después y la estamos oyendo, viviente en nuestro
recuerdo, evocando la imagen del joven muerto... tornando rojas todas
pero, qué juventud es la que plañe, qué ...aire está pleno con
sonidos de lamentos..., qué bosques se iluminan con antorchas
nocturnas y qué tristeza es la de una primavera, evocadora de deseos...,
esto se halla sólo en los símbolos del poema; en él se esconde aquello
que se manifiesta y lo que surge está velado por las mismas palabras que
lo dicen...
julio de 2001
27
Poemas Sagrados
Oro!
entra en mí, en esta barca doliente,
en el mar sin reflejos;
barca que me lleva dorando las aguas sin fondo
¿no hay oleajes en esta travesía?
Samos, Naxos, sombras entre la luz que ciega
¡oro! ¡oro!
pequeña barca?
28
manto de púrpura, arrastras tu cólera
cubriendo un cuerpo sangrante de espinas
29
furtivo es el color de tus ojos
he caminado por jardines
y en mis pasos, olor de sus árboles
tan oscuros, ceniza es mi voz
y en avenidas simétricas y radiales
caminos hacia otros caminos
30
dioses que agonizáis en islas
exilados de los hombres que ya no os adoran
desprecio es vuestro caminar huyendo de país en país
en noches tristes
¡habéis perdido a los hombres, ya no sois dioses!
llenos de serpientes en los cuellos
31
santuario, pleno de gracia,
es el olor del silencio
hay un recuerdo del sueño
¿o es la muerte un recuerdo del sueño
que cada día más y más se acerca?
32
tundra, tristes espacios de marrones y oscuros
amarillos, agua, lagos y bosques plenos de tristeza
bosques helados,
en ellos cantas
y en ellos se derrama tu perfume
¡oh dios desmembrado!
33
nubes, bosques y hielo: temerosa es esta tundra
de piedras que canta
y en su llanto, como petrificado en el santo horror
santo y sagrado de tus voces,
resuena, siempre, como eterno, el canto de tu voz,
34
¿gotea agua en el sepulcro nuevo?
como si el silencio tuviera lágrimas
y alrededor de los paños blancos
mostraran como un halo de oraciones y esperanzas
gotean lágrimas en esta espera y un murmullo
de voces inaudibles, tan süaves, rodean
35
¿hay cantos escondidos en las piedras?
¿hay voces en las vendas?
¿o son los pájaros imaginarios que cantan
esta primavera que se acerca?
y su canto, como un nimbo dorado y
fulgente envuelve los restos muertos y vivos
de Aquel que ahora es viviente entre los muertos
36
lento, inseguro, sostenido por estas manos hechas
de luz
ellos te entregarán al mundo:
caminarás sobre la piedra y avanzas
hacia los vivos que de Ti esperan la
vida y en ellos depositarás tu muerte
y en ellos será vida.
37
han ido recogiendo la sangre, guardan todos los trozos
del cuerpo divino perdidos entre las piedras y lodo de caballos
y los apartan de esta multitud que mira ansiosa y con temor
porque no han visto entre las piedras este tesoro magnificente
pero escuchan una lejana canción que parece surgir dentro las
losas
está allí
38
lo que de ellos quedó perdido por la destrucción humana
ahora es substancia rara y maravillosa que
recubre los mundos y es conservada por los ángeles
y ya no puede saberse qué es de Dios y qué es de los hombres
39
vanamente
la hermosura nos acecha
pero Tu vista es siempre dolorosa
no puedo contenerte
40
se ha encarnado: paloma que surge de Tu boca
41
geometría, imagen eterna e intemporal
por la que Dios es eternamente Dios
de entre los que
42
miradas de niño
blancos son los bosques de Tus manos que se abren
y ella adora sus palabras:
espera
descienden nubes, rosas, fríos, sombras de
cosas sin nombre:
son los que preparan Tu llegada:
son los que duermen y sueñan Tu presencia:
43
nos abrazamos como dos pájaros que agita el viento
y así comenzamos una vida que también
es comienzo de muerte:
ahora el viento no deja oír mi llanto
44
sigue mis pasos y su miedo, el terror
por lo que ve la hace enmudecer y le obliga sin
voluntad a mirar sólo pequeñas cosas,
ha perdido la consciencia de lo que ahora sucede y
si la interrogas no sabrá decirte qué es lo que
ha sucedido ni quién es el que sube hacia la
montaña que llaman Calavera
el sudor
se acerca y ha limpiado
45
ha intentado limpiar la sangre con este
pequeño lienzo
sangre en el sudor que mancha el lienzo
46
Uno: Tú sólo
¿puedo decirte creado por Ti mismo?:
toda palabra a Ti entregada la tornas sin sentido
y en el templo de tu oscuridad hundes raíces
que a Ti vuelven, rosal que entre espinas
surges para perfumar los dos mundos
sin comienzo, sólo puedes conocerte a Ti mismo
sin final, tu dolor sólo es comparable a Ti mismo
y en Ti hallas tu alimento
47
¿quién podrá cantarte si las músicas en Ti se disuelven
y en Ti pierden su sentido
faltadas de la luz del tiempo?
48
números: eres el padre de su tejido
en ellos Te manifiestas y en ellos te conviertes
en medida y orden
y en su rara estructura muestras que eres
el padre del don supremo
49
y Orfeo al que la furia de las mujeres religiosas
destruyó y depositó en viento árboles y
nubes canta en el agua del río
y canta mientras llega a los valles del Olvido:
pero sólo él sabrá cómo no olvidar
pues sólo los poetas dicen que no olvidan
y por ello caminan incesantes alocados
de tierra en tierra cantando aquello
50
¡dulce ave que con tu voz harás olvidar
hasta el olvido de aquellos a quienes
en un tiempo amaste y que por su odio ahora debes olvidar!
51
como guirnalda que ensombreces mi noche Tú,
celestial corona del tiempo
Tú único sólo Tú entras en mí tal como
Te atravieso con mis palabras
y con ellas entro en Tu cuerpo
mi poema es como una lanza que te abre y
en Ti entra: agua y sangre, bendición sobre los mundos
52
han velado tu rostro
53
cae en esta habitación, que voces llantos y olvidos
ya son una misma y única cosa
y con ellos Te olvidamos aún más y más
54
sonríe y en su mirada parece como si huyesen los dos mundos
en ella, en su mirada Tú puedes destruirte
cae la carne divina como si la lanza ahora
fuese más que una y mil inmensos ejércitos te
atreves a mirarte?
55
los mundos puede haber algo inocente?
pero estos ojos que he visto Te acusan y Te acusan
a Ti: hay inocencia y hay
en ellos una pregunta
y esta pregunta es inocente
y esta inocencia es acusadora
56
¿y qué podrías decirle?
las palabras se hielan en tus labios cansados
la boca está reseca y envejecida
siglos de miles de siglos has hablado a todos
57
triunfales, en veranos ya casi olvidados,
triunfan sobre las aguas, plenas de delfines azulados y músicos al
sol resplandecientes, ves el inmenso
lago que nunca podrás llenar con tus lágrimas,
58
con Tus lágrimas cerrarás sus ojos
y él, con su sangre, cerrará los tuyos
59
Lacrimosa
60
II
61
III
62
mortal destructor, asesino de ti mismo
deja que suene esta música de mi
presencia: tú no podrás ensuciarla
y ella, ella quizá algún día
podrá volverte humano
63
IV
y en sus palabras
resuenan cantos que debemos temer
cantos que nadie entiende
y palabras que nadie escucha
64
Das Marien-Leben
65
este bosque silencioso donde no se oyen cantos de
pájaros ocultos ni animal alguno asoma inquieto
este bosque acompaña con su silencio
una afirmación de algo que
66
bendita entre todas las mujeres: un niño
estará en tu vientre y cada nueva vida es una
natividad que se repite: todas las mujeres son
benditas entre todas las mujeres y bendito es el
fruto de este vientre que cada día nace entre
nosotros
67
II
68
erupción espantosa del dolor
que de su cuerpo que tú con tanto y tanto cuidado
entregaste a la luz y a la vida de los mundos
69
III
70
pero en años y años estoy sola y
estéril
todo es noche
71
IV
72
un hijo es sólo dolor de futuro
y en él piensa sin esperanza
y en él se doblega y desfallece
73
V
74
pronto comenzará el alba
75
VI
76
sudor de frío que a mi y a él nos envuelve
siempre eternos ya sin tiempo
77
siglos y siglos ensucian de negro el mundo y en su negrura nos
engullen sin que mis manos
tengan tiempo de calentarse
pero ¿y el calor del Dios lejano?
78
VII
79
ya no cesará eternamente de rodearme como
si fuese una inmensa y helada corona de
vértebras:
80
VIII
81
le podrían golpear: ha escupido en el fango
y con él moja estos ojos que ya no oyen ni
ven el viento en los cielos y las aguas
82
IX
83
quizá los mensajeros, los hombres
todos, aquellos con los que dialogas por
la noche, el mismo Dios podrá hablar
84
oí también tus primeros gemidos
de furor y de odio: no sé a quién
parecías agredir pero en mis
pechos Tu boca aspiraba la
leche que ha sido vida para Ti
como si ansiaras beber la vida y
en mí viviste tu comienzo y yo
ahora, durante tantos años, yo
muero, moriré con dulzura con lentitud
la misma vida que me quitaste y
que yo te entregaba
con ansia
día tras día
con el ansia que sólo las madres tenemos
de poder dar pues sino, deteniendo un instante,
si pudiese esperar un sólo instante
¿dónde hallarías fuerzas para
85
X
86
entre hermanos y hermanas y padres
87
entre éstos estoy yo
pero si en tu boca hay alabanzas para ellos
en tu corazón parece haber deseo de
sangre
y del fuego que no se apaga con
sangre
parece como si estos dos deseos partieran tu
corazón y el mío
y en ellos habitaran
88
mi falda y allí, de nuevo vuelvas a ser un niño
y esta luz sin mensajeros
sólo podrá serme ayuda para ver mejor
lo que de Ti podré enterrar
89
XI
90
y el perfume sagrado del incienso le rodea siempre por la piedad
91
XII
92
los hijos de todas las mujeres del mundo,
pero ahora no está junto a mí y también ellas lo han perdido
no siento el calor de sus manos ni el olor agrio
93
se pueden decir: confusión de dos muertes
que allí se hacen una sola cosa
94
Paisajes
95
silencioso contemplo esta multitud, los que transitan hacia
este camino y veo su dolor y nada hay
semejante a su dolor que es el mío:
96
II
tierra de huesos
he ido caminando entre las oscuridades de estos
grandes huesos, gigantes para mis pasos, ciudades construïdas
sólo en la noche: murallas incandescentes de huesos
todos esperan
sangre:
es el señor del último horror: habitante de todas
las tierras: es el hombre
97
III
98
IV
99
V
100
el Uno pronunciando su Voluntad sin palabras
y el otro, sin palabras, actuando esta Voluntad
101
VI
102
VII
103
se cierra en su silencio y su
ámbito es su misma voz que decrece
y es más inaudible
104
poema
y los poemas se olvidaron de
sí mismos en silencios que
los iban engullendo, silencio
del mismo silencio:
y ahora Uno y otro ya han
105
VIII
106
música del silencio
que en el mar de la primavera,
sereno, deslumbrante de la serenidad solar,
encuentra un espejo
107
Incipit Vita Nova
y no sé si es Tu boca la que
se cierra sobre mí
o soy, sombra ya olvidada,
108
quien cae, como en un torrente
que fuese eterno, en los Dientes
que como puertas de metal divino
109
II
110
al mismo tiempo,
como huyendo entre nieblas estelares
y nosotros, despojados de aquellas
111
III
112
la espera de que surja la forma que nos atemoriza
esta luna que parece nos hace amar la tristeza
y con el amarillo de su luz ensucia nuestro rostro
¿oirán los hombres cómo esta nueva vida parece intentar moverse
en mi vientre para poder llegar a extender el fuego por
los dos mundos?
¿oirán los hombres nuestra pregunta?:
el que ha sido enviado: para que cese su
fecundación
113
y en el fin de todas las cosas quizá encontremos
admirados, acallado ya el canto de los hombres,
nuestro principio y nuestro comienzo
114
IV
115
como fluyentes medusa te deslizas en tu propio horror
y te precipitas de un pozo a otro:
¡todo es abismo!
116
V
117
VI
¡lecho de primavera!
auroras de sol como de glacial nocturno
que hacia mí venís nadando entre espumas
celestiales, alegres en este sueño de la primavera
sostenido sobre las aguas, en un mar de oro
por manos de dulces escamas
118
ahora celebro estas extrañas bodas que nunca acaban:
119
VII
120
VIII
121
¿porqué los árboles son luminosos?
quizá sus raíces se hunden y nutren de algo vivo y
maravilloso
122
IX
123
X
es cierto, lo afirmo,
conoces el paso de una hormiga negra
sobre oscura piedra
¿pero, Te conoce la hormiga a Ti?
¿y la piedra, acaso no merece Tu amor?
pues también forma parte de tu cuerpo divino
Dime entonces
¿dónde está la pregunta verdadera?
¿quién es el que conoce y quién es
el que debe ser conocido?
¿son ambos la misma cosa?
124
XI
a vivir
125
XII
di: soy
y en tu palabra o en la mía hay un saber
di: es
y en tu palabra o en la mía se esconde un saber
pero ¿cómo podré decir soy si tampoco sé
si Él es?
¿cómo podré decir es si ignoro qué es lo
que soy y dónde digo soy?
126
XIII
127
XIV
música y espinas
128
desesperado: ahora, ¡oh Tú, vida para mí!
¡soy tu muerte!
en mi te sepultas y de mí te
arrancas triunfante en tu victoria ¡eres luz!
129
XV
¿Siembras el dolor?
la tela ha sido rota y alguien es ya prisionero
Tú, araña, siempre atento,
siempre sientes esta espera: te precipitarás a su búsqueda
como si, liberado por tu horrible festín
pudieses calmar tu dolor
130
XVI
131
XVII
132
y ahora,
en los siglos que restan de una eternidad que nunca comienza,
ahora, ahítos de carne que no se reproduce
133
¡regalo, presente, que sólo los hombres pueden hacer!
¡hasta Dios retrocede y gime en su infinito horror!
¡hasta Él se arrepiente de concebir a éstos que así conciben!
134
XVIII
135
¡gruesa serpiente de la indiferencia!
¿tanto es tu miedo?
136
XIX
137
nuevos poemas
138
y en las voces hay palabras que sólo
resuenan en la noche de destrucción
139
II
140
y aquí florecen un momento
hallas tu consuelo y apagas tu sed?
141
III
142
si no puedes huir de mí
¿por qué, siempre escondido
143
y en este engaño engañas tu
extraña mentira de la que pareces huir
¡escondida y lejana mentira!
144
y los hombres te buscan y en su larga
búsqueda de siglos y siglos sólo dicen tu nombre:
y en la pronunciación de Tu nombre
mueren dándote vida
y el Nombre por encima de las estrellas
que te coronan y de las que pareces estar maravillado
deberían increparte y asustarse huyendo
de Tu figura desesperada:
Dios ¿cuándo serás sólo piedad y
olvidarás el miedo que de Ti tienes?
y en Tu ser somos,
somos, soy, una sola cosa
145
IV
en mares de carnes
hay este bosque donde las voces de los hombres
nunca han podido sonar
y la estatua del dios a quien nadie implora
allí se yergue y allí nadie suplica
porque nadie sabe su nombre y qué debe
decirse a quien no tiene nombre
teñían de un rosado
que lo desfiguraba
y sIn darle vida le helaba su cuerpo:
146
inmolado a sí mismo en su derruïdo altar
quizá debe estar ya muerto y sobre estas
piedras del moho, como el canto de un oboe grave,
147
TEXTOS Y POEMAS 2003--2004
148
El Jardín de las Delicias no es el “Paraíso, el Jardín del Rey de Reyes”, no
es el que evoca Oscar Wilde en Salome, “...el jardín de las Rosas de la
reina de Arabia...”; no hay en él los Dos árboles que siempre, desde
siempre, seguirán tentando al hombre...; sólo, abstraído, aunque su
Madre le contemple casi con descuido, para disimular su dolor y
aunque los ángeles traten de distraer su simplicidad,
maravillosamente pintado por los artistas medievales, en él estará
Jesús Niño jugando con los mensajeros sobre las flores verdes y
azules, rojizas por la premonición de la sangre, que cubre el suelo
mientras uno de los ángeles enseña al Niño cómo pulsar una cítara...
feroz, perverso, quizá, asoma entre las hojas del libro dorado:
de la vida se desliza la muerte y del tañedor del arpa saldrá la
sangre que siempre sigue corriendo en la Montaña de la
149
Calavera...: aunque el oro y las esmeraldas de sus diamantes
refulgen en la obscuridad de su noche, ángeles, Madre y el
ingenuo y débil Niño que trata, con delicada torpeza, de tocar su
música, siguen, con inocencia, humildes, su camino hacia el
final que es esperado con miedo y temblor y del que la Madre es
muy consciente... ¿por qué los hombres sólo imaginan los
jardines plenos de delicias en sus sueños y nunca tratan de que
sus hijos jueguen, de verdad, en ellos y por qué no esperan que
sean mensajeros, con instrumentos no humanos, lo que les
enseñen a cantar y tocar...? ¿por qué son tan ciegos...?
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****
“... Entrà l´Amic en l´hort d ´amor, i véu-hi un bell liri i alegrà´s, per quant
aquell lliri li representava l´Amat ”; ... eren les mateixes flors las
que hi florien, els mateixos papallons els qui volaven i els
150
mateixos aucells els que hi cantaven a l´alba ...: esto es lo que
escribe Verdaguer en el prólogo a sus Perles del “Llibre d´Amic
e d´Amat ” d´en Ramon Llull (1896 ). “...Entró el Amigo en el
huerto del amor y allí vio la hermosura de un lirio y se alegró, por
cuanto aquel lirio le representaba a su Amado”; ...eran las
mismas flores las que allí florecían, las mismas mariposas las
que allí volaban y los mismos pájaros los que, al alba, allí
cantaban...
1
Escribimos, en 1996, una obra para instrumentos solos con el título de El Jardí de les Delícies y, de
ésta, poco a poco, surgió una ópera del mismo título (2000); los textos proceden todos ellos de J.
Verdaguer o de la paráfrasis (maravillosas) de Ramon Llull que éste hizo con el título de Perles del
“Llibre d’Amic e d’Amat”.
151
su Alma, volando hacia Aquel que la “dejó vestida de su
hermosura”, la que cante, por vez postrera, su deseo por sentir
de nuevo, y ahora ya eternamente, los Labios del Amado sobre
los suyos...
152
“...les senyals de les amors que l´Amic fa a son Amat són en lo començament
plors, en lo mig tribulacions, e en la fi la mort...”
“... los signos que el Amigo hace a su Amado son, al comienzo, lágrimas,
tribulaciones en medio (de la vida), y en el final, la muerte...”
... lágrimas, tribulaciones y muerte: esto es lo que aprende en la vida para poder
acabarla con la muerte; ...surge el enigma pero no le es lícito,
casi no le es lícito, a la poesía el desvelarlo...
...para el que esto escribe, Llull y Verdaguer son los poetas de Catalunya: en
153
dolor sangramos la pasión lejana de sus silencios o de los
esplendentes colores de sus escritos...: en ellos, desde muchos
años ha, hemos sentido y arrancado aquello que, junto con unos
otros, muy pocos, ha venido a ser palabra y verbo de nuestra
artesanía y de nuestro trabajo...
ahora, el paso del tiempo que ensombrece el brillo de la sangre e ilumina los
horribles colores con los que la vida nos envuelve, ambos
poetas, de rara violencia erótica, sagrada o profana
—seguramente ambas cosas a la vez— tal como nos viene a
encuentro en la voces de Rumi, Hafiz, Attar, Ruzbehan,
19 de febrero de 2003
17 de agosto de 2004
15 de enero de 2005
18 de enero de 2008
154
TEXTOS
Limitarse con lo más pequeño, saber centrarse en lo ínfimo, es esto una vida,
una operación.
cada día el ámbito es más pequeño, reducido por la mirada que casi nada puede
ver: más mira hacia afuera menos puede ver
y la obra que tratamos de hacer se contiene en sí misma, vientre que parece
reducirla a lo más ínfimo; cuanto más trata ella de surgir y nacer,
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******
155
sonidos que no tienen ya sentido si es que algo hubo en ellos de humano
para los humanos: es de noche, muy tarde, pero si siento que no
tienen sentido ¿lo tuvieron antes? ¿pudieron tenerlo? antes de
la noche ¿qué sentido tenían?
Decía: la música tiene sentido pero ¿y antes del día? ¿antes el día de este
día?
quizá es ahora cuando tienen sentido en verdad; quizá ahora, sonidos uno
tras otro, todos de la misma intensidad, del mismo color; quizá
ahora, ya muy tarde en esta noche inacabable que no parece
llegar a día alguno, ahora, ahora quizá tienen aún más sentido:
ya no enuncian nada que sea comprensible ni incomprensible:
son grupos de objetos que fueron sonidos y ahora se suceden y
se deslizan tal como corre la sangre por venas desconocidas y
allí también alguien, quizá escucha su paso inconsciente
y algún sonido debe ser recogido por manos no humanas o manos que
fueron humanas, llevado a oídos que siempre han estado
cerrados, y hacia ojos que jamás han visto nada y en su silencio,
en el paisaje de su absoluta soledad y sin fuerzas para preguntar
qué son y qué representan o qué pretenden, allí se diluye en
colores para sus músicas y cánticos para sus ojos; y el rojo de
156
infinitas de Aquel que es Nada y que, dicen, quiso conocer qué
es la muerte hace ya siglos...
y les dijo: “ dejad que los muertos entierren a sus muertos”. Sus muertos;
los de ellos ¿cómo son los muertos de los muertos?
¿Son los que ellos han muerto?
¿o son los que ellos estiman y reciben alegres, de entre los que llegan a su
reino?
Jesús insiste al joven que le pregunta sobre los muertos: deja que
Quizá muerte y vida son sólo los miedos y los cantos, los olores y los
amaneceres tan suavemente coloreados que nos acompañan
157
siempre y son sólo una única casa para su descanso y templo
para sus pasos
vivos atraemos a los muertos y ellos depositan en nosotros la suavidad de
su aliento y la dulzura de su fruto: la obra que así florece
esta locura que a todos nos arrebata y nos lleva hacia Ti desde
siglos y siglos y Tú, Tú vives sólo en nuestros pensamientos y
nuestras imaginaciones? ¿hemos inventado a los dioses porque
158
necesitamos cubrir de azul el canto de los niños aunque están
muriendo en la obscuridad de las guerras que nosotros también
hemos inventado? ¿Te necesitamos porque sin Ti, el cielo no es
lo suficiente de rosa y azul y en Él no se refleja el sonido de los
cantos y las voces, coloreadas de pájaros, que a Ti se elevan?
¿Es por esto que vives: eres nuestro y nosotros te hemos creado? ¿O es
que nos has creado, nos has arrancado de tu Substancia divina y
sólo deseamos retornar al vientre primero, el que nos arrojó al
mundo del viento y las aguas, al mundo de las campanas y el
llanto y las risas de la mañana; al mundo que en Ti pierde sentido
poder besar
159
y en tus Dientes divinos sus cuerpos abren paso a otros hombres a los que
ansías antes de haberlos visto; antes de que existan ya los deseas y en
ellos consumas tu cólera y el incesante océano de estrellas que en Ti se
precipita, por el ardor del deseo que Te está siempre quemando, en Ti se
disuelve, portador de vida que, para Ti, será más dolor y más angustia y
esta nunca podrá saciarte;
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com una paret; com una paret de pedra, davant la qual, transcorre la meva
vida. I a sobre el sol crema, i a sota hi ha el gel que, com un estrany
instrument, calla els sons del seu gebre i esquinça el foc que tot gel porta
dintre seu...
Qui pot demanar-te res? qui pot fer-ho si Tu no pots escoltar? si Tu no
pots contestar res?
Et crido i és a mi a qui crido perquè sols dintre de mi puc sentir les meves
veus. Et crido i a mi em crido.
160
Tu i jo. Però jo no sé, no veig el paisatge obscur, la tenebra del teu interior;
estic dintre de Tu? O és l’alè del gel i el temor, la viola de la
tristesa que a Tu t’envolta...?
Qui pot entendre aquest misteri?
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Tot són preguntes i les respostes no ens poden mai arribar: a les tenebres
exteriors sols hi ha silenci o oblit
o potser sols hi ha l’oblit que porta el silenci i el silenci d’un oblit que no
parla mai?
sols poden viure allà, a l’exterior, on el fred glaça la vida que ja no tenim?
161
Déu, Tu ets el mal, Tu ets el responsable de tot el mal perquè Tu l’has
pensat abans que totes les coses fossin: Tu ets Tu i el teu
pensament i el teu pensament també ha sigut el mal, això que,
els homes, sempre, des de sempre, en diuen el mal
162
gelada vermellor d’un dia que comença, el fred d’una matinada
de cels verds i lilencs, siguin la d’un dia de pau i oblit
però això mai arriba. Només Tu estàs alerta i et precipites sobre els homes
per a devorar-los. En les teves Dents moren dolçament
Quan podran acceptar que bé i mal són una mateixa cosa i que tot ve de Tu
i tot retorna a Tu? Per això, tot és sagrat i en tot, en totes les
coses, Tu t’hi trobes. Així, en tot et tenim i en tot t’hi podem
trobar.
I en acariciant una pedra, mirant el blau del cel, tan vermell, acariciem Allò
que no té figura ni veu ni rostre. Com podria parar d’escriure si
eternament hauria de cantar les teves lloances a les teves
figures?
Però el cel blau es trenca i s’enfosqueix i sobre d’ell vénen altres colors:
també es torna roig, negre, verd brillant amb els blaus lilosos de
la matinada: surt el sol sobre els uns i els altres i en ells
descansa la seva llum.
què podré dir? per a tots ets bo i en tots resplendeixes. Bé i mal són llum
d’aquest sol.
Tu així ets i brilles en les teves aigües i t’escampes, plovent, sobre tots els
homes. En ells floreixes i et manifestes i en llur horror també hi
163
Però Tu, sense figura, sense rostre ni imatge, Tu, sense els ulls que
podrien trobar-se amb els meus, Tu camines a cap lloc; tot és
camí, lloc i descans. Immòbil, tot ho recorres. Fugaç, impossible
de copsar i d’agafar, sempre estàs en el mateix lloc i sempre
estàs dintre de mi. Dels meus ulls surts a l’ombra del dia i en el
meu cor t’amagues espaordit: qui podrà acariciar-te si sempre
estàs fugint?
Per això és tan difícil trobar-te perquè, com puc buscar-te dintre de mi
mateix? Pregunto i respons en la veu de la pregunta. Com puc
Però en la veu dels altres homes també tracto de trobar-te i de poder oir-te.
Són tan diferents i tan estranyes les unes de les altres! I totes
són les teves veus i tracto d’escoltar-les junt amb el so del vent i
la llum del sol del matí i la dels estels quan ja és de nit. Però
aquest murmuri de músiques dissonants em parla quasi sense
paraules que pugui comprendre i no sé què vols dir: tan sols la
bellesa del sons em pot parlar i només en ells puc trobar alguna
resposta; però en la música del teu murmuri sols hi ha la
ressonància del teu temor, com si la por fes tocar a les teves
mans uns instruments de cordes vives, encara palpitant
d’aquells a qui els hi has arrancat...
I les respostes són com preguntes que encara obren més portes que ja no
es tancaran.
164
On et perds entre fulles d’arbres i cants d’aucells celestials? Com podré
oir una veu clara si és tot el món qui parla i canta?
He vist incendis i plors de gent que fuig. També en llurs llàgrimes hi ha els
teus cants. Però cada dia és més difícil de poder comprendre
perquè també et dissols en el foc i els plors.
En els teus focs hi ha perfums que mai es dissolen; no podràs cremar mai
els seus records? I en llurs flames, veus de joia o de angoixa,
respiren els records que s’han amagat en els colors d’aquells
perfums, flors que ja mai podran tornar a florir i que ja, gelades
pel temps de les flames s’enfonsen en les teves Mans i, entre els
aspres tocs de la teva Pell, allà vénen a ésser pols i tan sols
potser record d’algú, d’un de sol, potser de ningú...
Entre serps escolto el teu pas i de les boques dels morts surten càntics
d’alegria. Són cants, sense orgues ni violes, que celebren la teva
possible mort o són cants de joia, violents, ferotges amb les
seves veus, celebrant que Tu mai oblides el temps passat ni
esperes res del futur? ...ets i en el teu misteri ja no saps escoltar
aquelles veus que podrien consolar-te... per a Tu, sense temps,
tot és silenci i tot es so; qui podrà escoltar aquesta música?
Qui pot entendre el teu misteri? Tu pots entrar dintre de qui estimes, dintre
de tots, pots viure dintre d’ells, la seves vides i llurs morts; però
nosaltres no podem entrar, no ja dintre de tots el homes, de tots
165
I la malenconia d’una nit sense lluna, d’una muntanya gris i fosca, d’un
ésser humà a qui no devem parlar, a un ésser que no escolta, qui
podrà suportar-la? qui pot resignar-se a que ens acompanyi
cada dia?
Volem llum i resos de càntics i només el gris inert del fred se’ns acosta.
Véns com un petit rierol de verí però, de les teves boques
immenses sembla que s’empassen torrents d’éssers engolits per
la teva set, qui podrà copsar el teu horror? Qui podrà cantar les
teves hores si per a Tu el temps és sols un menjar de morts?
De la teva Boca ragen flors d’estiu: i la calor de llurs colors, el tacte, com
d’oli, molt suau, com perfumat de llàgrimes que tan sols Tu
coneixes, vénen a les meves mans i en els meus ulls puc veure
l’esplendor de la teva presència: flors sobre tombes ja oblidades
o flors que em diuen: el temps ja no és teu! Fuig, no vulguis
aturar allò que sols els morts poden aturar!: i en la Ciutat de la
Pols, en els perfums, ja no hi ha llàgrimes...
dels teus llavis hi ha cançons que envolten les muntanyes i les neus de la
vall: en les petjades del animals atemorits Tu olores la calor dels
seus peus i així els pots seguir, potser per a tocar-los, potser per
a acariciar-los amb les teves Dents, celestials diamants que amb
la seva duresa trenquen tots els ossos dels teus fills...: allà hi ets
i a tot arreu hi ets però, nosaltres, nosaltres, on som? no hi ha
cançons que acompanyin els nostres joves: només el fred i la
por. La por, la por que mai ens deixa.
A la nit sentim passos de gent que mai arriba. Sentim veus que parlen i mai
ens diuen res: com no tenir por?
166
Tot són cerimònies del temor i tot ens parla d’allò que no és. D’allò que
fuig sense forma i d’aquelles formes fugitives que s’acosten
sense que puguem veure-les i se’n volin, rapinyaires nocturns,
sense que, ni tan sols, hagin menjat dels cadàvers.
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(como una pared; como una pared de piedra, delante de la cual, transcurre
mi vida. Y encima el sol quema, y debajo está el hielo que, extraño
instrumento, calla los sonidos de su escarcha y desguinza el fuego que
todo hielo lleva dentro…
167
Te llamo y es a mí a quien llamo porque sólo dentro de mí puedo oír mis
voces. Te llamo y a mí me llamo.
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168
Todo son preguntas y las respuestas no nos pueden nunca llegar: en las
tinieblas exteriores sólo hay silencio y olvido
¿o tal vez sólo hay el olvido que trae el silencio y el silencio de un olvido
que no habla nunca?
¿solamente podemos vivir allá, en el exterior, donde el frío congela la vida
que ya no tenemos?
169
Te decimos: ¡Ven!: y viene el aliento, dulce, de una mañana que se abre al
mundo: es el rocío que moja los árboles. Y es la aurora de un
mundo que no puede comprenderte
pero eso nunca llega. Sólo Tú estás alerta y te precipitas sobre los
hombres para devorarlos. En tus Dientes mueren dulcemente
¿Cuándo podrán aceptar que bien y mal son una misma cosa y que todo
viene de Ti y todo vuelve a Ti? Por eso, todo es sagrado y en
todo, en todas las cosas, Tú te encuentras. Así, en todo te
tenemos y te podemos encontrar.
Y acariciando una piedra, mirando el azul del cielo, tan rojo, acariciamos
Aquello que no tiene figura ni voz ni rostro. ¿Cómo podría cesar
de escribir si eternamente tendría que cantar las alabanzas a tus
figuras?
170
Pero el cielo azul se rompe y se obscurece o sobre él vienen otros colores:
también se torna rojo, negro, verde brillante con los azules
liliáceos del amanecer: sale el sol sobre unos y otros y en ellos
descansa su luz.
¿qué podré decir? Para todos eres bueno y en todos resplandeces. Bien y
mal son luz de este sol.
Tú así eres y brillas en tus aguas y te esparces, lloviendo, sobre todos los
hombres. En ellos floreces y te manifiestas y en su horror
Pero Tú, sin figura, sin rostro ni imagen, Tú, sin los ojos que podrían
encontrarse con los míos, Tú caminas a ningún lugar; todo es
camino, lugar y descanso. Inmóvil, todo lo recorres. Fugaz,
imposible de comprender y sujetar, siempre estás en el mismo
lugar y siempre estás dentro de mí. De mis ojos sales a la
sombra del día y en mi corazón te escondes despavorido: ¿quién
podrá acariciarte si siempre estás huyendo?
Por eso es tan difícil encontrarte porque ¿cómo puedo buscarte dentro de
mí mismo? Pregunto y respondes en la voz de la pregunta.
¿Cómo puedo entender la respuesta? Miro y en mi mirada ya me
ciego con la luz que sale de mis ojos; ¿cómo podrás verme?
171
Pero en la voz de los otros hombres también trato de encontrarte y de
poder oírte. ¡Son tan diferentes y tan extrañas unas de otras! Y
todas son tus voces y trato de escucharlas junto con el sonido
del viento y la luz del sol de la mañana y la de las estrellas
cuando ya es de noche. Pero este murmullo de músicas
disonantes me habla casi sin palabras que pueda comprender y
no sé qué quieres decir: tan sólo la belleza de los sonidos me
puede hablar y solamente en ellos puedo encontrar alguna
respuesta; pero en la música de tu murmullo sólo hay la
resonancia de tu temor, como si el miedo hiciera tañer a tus
manos unos instrumentos de cuerdas vivas, aún palpitando, de
Y las respuestas son como preguntas que aún abren más puertas que ya
no se cerrarán.
En tus fuegos hay perfumes que nunca se disuelven; ¿no podrás quemar
nunca sus recuerdos? Y en sus llamas, voces de gozo o de
angustia, respiran los recuerdos que se han escondido en los
172
vienen a ser polvo y tan sólo quizá recuerdo de alguien, de uno
solo, tal vez de nadie…
Queremos luz y rezos de cánticos y sólo el gris inerte del frío se nos
acerca. Vienes como un pequeño riachuelo de veneno pero, de
tus bocas inmensas parece que se traguen torrentes de seres
engullidos por tu sed, ¿quién podrá entender tu horror? ¿Quién
173
De tu Boca brotan flores de verano: y el calor de sus colores, el tacto,
como de aceite, muy süave, como perfumado de lágrimas que
tan sólo Tú conoces, vienen a mis manos y en mis ojos puedo
ver el esplendor de tu presencia: flores sobre tumbas ya
olvidadas o flores que me dicen: ¡el tiempo ya no es tuyo! ¡Huye,
no quieras detener aquello que sólo los muertos pueden
detener!: y en la Ciudad del Polvo, en los perfumes, ya no hay
lágrimas…
de tus labios hay canciones que rodean las montañas y las nieves del
valle: en las huellas de los animales atemorizados Tú hueles el
calor de sus pies y así los puedes seguir, tal vez para tocarlos,
tal vez para acariciarlos con tus Dientes, celestiales diamantes
que con su dureza rompen todos los huesos de tus hijos…: allá
estás y en todas partes estás pero, nosotros, nosotros, ¿dónde
estamos? No hay canciones que acompañen nuestros jóvenes:
solamente el frío y el miedo. El miedo, el miedo que nunca nos
deja y que nos persigue.
En la noche oímos pasos de gente que nunca llega. Oímos voces que
hablan y nunca nos dicen nada: ¿cómo no tener miedo?
Todo son ceremonias del temor y todo nos habla de lo que no es. De
aquello que huye sin forma y de aquellas formas fugitivas que se
acercan sin que podamos verlas y se vuelen, carroñeros
nocturnos, sin que, ni tan sólo, hayan comido de los cadáveres
174
Porque todo ha sido tomado, todo ha sido arrancado de mi corazón y
aquéllos que amaba, poco a poco, se han marchado.
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hay signos en los cielos y voces que cantan al anochecer; lejos se oyen
arpas sin cuerdas y sonidos que no han sido tocados en
instrumentos humanos. ¿Cómo debo dibujarlos?
175
¿debería esperar un final de sus líneas y sus manos? pero las hojas de
estas raras flores se mezclan con nubes de garras extrañas,
surgidas de inciensos elevándose sin fin, con lejanos graznidos
de aves que nunca puedo ver y jamás sabré qué nombre tienen
si es que tienen alguno
Pero el miedo viene a ser aire que se respira con ansia y el temor es
comida que cada día, día a día, devoráis con ansia. Y ellos no os
dejarán nunca: ¿acaso podríais vivir sin respirar? ¿acaso podéis
vivir sin la comida de cada día?
176
¿puedo deciros todo aquello que siente mi deseo sin palabras? sólo la
música dice aquello que sólo ella puede decir. Schoenberg tenía
razón al escribir esto: un músico lo sabe. Sólo la música lo dice
y lo dice de una manera que es inútil intentar decirlo, hablarlo,
traducirlo a las palabras: tornaría a salir música si lo intentaran
177
cuatro caballos y en ellos como si la niebla y los gritos del mundo los
sostuvieran cuatro caballeros sentados en sus tronos de sangre
cuatro caballeros que entre sí se ignoran: hay una boca extraña por su
dificultad en hablar. Pero de sus labios salen rocas ásperas,
plenas de raros mohos y nieblas que no han conocido noches
que puedan acabar ni días que nunca encuentran atardeceres:
rezan y lloran y en sus rezos y en sus iglesias hay el hedor de
sangrantes fantasmas: campos de huesos y cadáveres son
178
¿quién podrá preguntarles cuál es su camino, de dónde proceden, cuántas
serpientes hollaron las pezuñas de sus caballos y cuántos
murieron para poder así ensangrentar los pies de sus caballos?
hay sangre en las patas de los caballos y sangre en las piernas de los
caballeros: en su camino a través del mundo sólo hallan
consuelo mojándose con sangre, sangre de serpientes de
diademas brillantes por sus resplandores y tan horribles como
ellos y sangre de hombres menos horribles pero más
desgraciados que los ensucian con sus muertos
¡la guerra!: el caballero de la riqueza: es el más alegre y canta con una voz
que no es humana ni es de animal alguno un eterno himno: es el
canto de los demonios que surgen de entre las piedras y lloran
de alegría por la carne que podrán comer y por los huesos,
cadáveres y palabras ya detenidas, corona roja que, inmensa, es
como un horizonte por encima de su gloria.
De un espejo a otro espejo sólo hay imágenes que se repiten, dicen que
hasta un lejano, inaccesible infinito: así son los hombres
179
¿puedo mirar en mis ojos, hacia mis ojos?
extraño ser el hombre, extraños son todos aquellos que tienen consciencia y pueden
pensar sobre su pensar pero no pueden ver su vista, no pueden ver a
quién están viendo y cómo están viendo
180
sangre coagulada: el sol brilla en sus estrías bermejas
es el frío de las manos de los hombres, de todos aquellos que han perdido
a quienes amaban, unos y otros todos son el amor de alguien y
este frío ha helado la sangre en las paredes, en los suelos de los
palacios y templos, en los sagrados lugares que sirven de paseo
para los dueños del mundo pero que perecen —siempre
acaban— por las conveniencias o los odios de unos pocos: ha
181
Resurrección
I
I
182
pero ¿y con ellos, con que voces hablaste y con qué palabras pudiste
sonreír a sus ansias? ¿es que sólo querían abrazarte y ver las
llagas ahora ya resplandecientes o es que ansiaban ser también
llamados y traspasar aquellas puertas, vacías de maderos, sin
que pudieran nunca cerrarse para que nunca pudieran imaginar
que estaban abiertas?
183
II
pero este vaciarse mis manos, el hálito de viento que corre por mi cuerpo,
el sentimiento que la carne está vacía, sin las fuerzas y olores
que siempre la acompañaban, es algo que está fuera de mí, han
vaciado lo poco que de mi interior quedaba: quizá quisiera no
morir para no exponerme, para que no fuercen mi cuerpo y mi
alma a ser resucitado:
pero, y aquellos que he amado, que han sido míos de alguna manera y a
los que, también de alguna forma más o menos humana, he
pertenecido desde que surgí del vientre que me guardó unos
meses, estos ¿dónde se hallarán?
si no están allí ¿qué sentido puede tener otra vida? ¿o es que esta nueva
vida ya no tendrá sentido o el que pueda tener no es humano ni
es lógico, humano para los humanos?
184
¿es que nos cegarás, nos volverás sordos y sin tacto, mudos, borrarás de
nuestra consciencia, de la frágil memoria de los humanos, todo
aquello que ha sido nuestro y siempre será nuestro a pesar de lo
extraño y difícil que es ser humano?
¿Y Tus remordimientos?
185
III
todo es negro, fugitivo en paisajes sin hombres y sin animales que los
acompañen?
186
soy un cadáver pleno de temor: aún no sé qué cantos envolverán mi
retorno y si mi vida se abrirá en cielos azules y mares de verde
serenidad o si descenderá a aquellas montañas, a la muralla
helada de paisajes que no existen y sólo esperan mi nueva vida
para poder cubrirse de raras flores, esmeraldas de rojo para mis
pies
Soy, y con mi nueva vida les daré forma y vida: ellos son mi entorno y son
mi entorno porque los hago míos con mi vida
Descanso y música para mis ojos es el süave gotear del agua entre unas
piedras que se fundirán por la luz que ahora se acerca: ¡está
frente a Mí! y hacia mi se precipita como un río de noches
estrelladas: sus manos parecen nubes de garras doradas y
sobre mis manos se posan: sus ojos han entrado en los míos y
siento como su corazón parece palpitar dentro del mío: me
arrastra en su levantarse: sale de la cueva llevándose mi cuerpo
y arrastrando sangre y llagas, brazos perforados y pies y agua
que en ellos cayó desde la cruz: ¡estoy vivo! ¡entra en mi boca y
sólo puedo cantar y soy poeta! ¡entra en mis manos y sólo sé
pulsar las infinitas cuerdas del deseo en los infinitos mundos
que en ellas vibran ¡soy músico en el universo! soy cantor del
Rey en las noches y en los días, en los inmensos recorridos en
que los planetas y soles, estrellas y raros lagos de extraños
fuegos surgen de Su Cuerpo: ¡estoy vivo!
187
¡ya soy un hombre! ¡y entre los hombres ya vuelvo a sentir miedo!
188
IV
Y nada esta fuera de Ti: aún si en los lugares del eterno horror que los
aliviarlos
189
V
y Tú, llevado a través de los universos por los serafines que te sostienen
¡Oh Tú el enorme en Voluntad ! ¿quién podrá medir tu dolor y el
sufrimiento que infliges a tus criaturas? ¿y también a Ti mismo
porque ellos, cielos y Tú sois, somos, una sola cosa!
190
VI
191
tus garras: en ellos vives tu inmensa llaga y gimes de miedo por
su dolor: negro entre negros, árabe entre árabes, cristiano entre
la suciedad de todos ellos, entre la inocencia que también en
ellos está, tus heridas nunca cerrarán; desde la tumba de Tu
Cuerpo en el que desde siempre estás encerrado, desde el
principio sin comienzo y el final sin fin, tu dolor nunca cesará:
¡oh inmenso! ¿cómo podría consolarte si en mí ha desparecido
lo que es el consuelo y sus palabras que, dicen, son tranquilas y
süaves?
sin ser nada estás entre los muertos y entre los vivos: al mismo tiempo
en los hombres has encontrado más miseria que en Ti ¿es esto posible?
¿puedes Tú, oh Inmenso entre todos los universos, rozar el ala
de un pájaro o hacer que la risa de un niño sea más inocente que
Tú?
¿cuándo nos dejarás ser?
192
VII
pero Tú, oh Inmenso, eres un objeto horrible, sangrante, dolido como sólo
Tú puedes ser, un Ser dolido y como sólo Tú puedes venir a ser
un objeto, desprecio para los hombres y horror imposible de
imaginar, para todas las criaturas
193
quemas los universos? ¿está helada la sangre que de Ti procede
y a Ti vuelve de nuevo? ¿eres sólo un trozo de carne dolida,
trastornada?
194
VIII
Dulces son tus labios como océanos que a mi boca se precipitasen. En tus
aguas relucen los brillos solares de todos los mundos. Y en tus
labios los resplandores de las estrellas que en ellos habitan
iluminan mi rostro cuando hacia ellos me inclino: hay luces
nocturnas entre los árboles y fugitivas figuras huyen de mis ojos
¿son tus acompañantes? ¿son raros ángeles que te transportan
y te acarician en su agitarse entre las estrellas?
¿son como amantes fugitivos que pueden robarte un beso y a los que Tú
arrancas quizá sus corazones?
¿Pero son consuelo para ellos o para Ti?
Dios, Tú estás solo porque el miedo de mis ojos y el temor de mis labios Te
rodea y ante Ti construye murallas
Sabré darte lo poco que tenemos los hombres: lo poco que tenemos de
temor pero el sabrá guardarte con el amor con el que le
envolvemos: nuestra miseria es nuestro regalo real, corona que
resplandece más que todas las estrellas porque no es más que la
195
¡Larga noche nupcial, avenidas de rosas y flores obscuras y pálidas,
arbustos que abren avenidas de jardines en los que podrás
soñar y quizá dormir en una noche, quizá una sola, en la que
descansarás en mis brazos y en ellos podré mecerte: larga
noche nupcial que nunca acaba porque nunca, nunca acaba
nuestra miseria!
196
IX
¿podrá Él soportarlo?
197
X
198
pero en el frío aire de mi victoria, en el amanecer, rosado por las manchas
de sangre que aún lo ensucian, parecidas a auroras
maravillosas, en este amanecer de mi victoria, Yo estoy a
vuestro lado
y en el suyo también estaré hasta el fin de los siglos que nunca acaban
199
XI
200
XII
¿son bocas que parecen besar el tacto con que tus manos me acarician?
201
XIII
sin mi, desapareces en tus tinieblas: soy el grito de las aves que,
y el sufrimiento de esperar:
soy este canto que de Ti procede y de Tus labios viene a mis ojos:
y así lo quisiste...
202
Dios, Tú eres mi sufrimiento y yo soy el tuyo:
o las espinas están enrojecidas por la sangre de los rubís que trenzan
sus ramajes?
203
XIV
el infierno se vacía
204
y en todos los demás seres que Tú has creado,
Su tacto no es agradable:
el infierno se vacía
205
y nunca hablan aunque el huracán lo arrastre lejos de nosotros
ya se ha perdido?
donde nada puede cantar y nada puede ser recibido: pero los
¡escúchalos!
206
y dulce es su canto:
17 de agosto de 2004
la Biblioteca de Catalunya. ]
207
208
De Las mil y Una Noches
UN POEMA EN PROSA
2006--2008
209
El Rey
La Reina
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210
El Negro al que cortarán el cuello......... No habla
211
Escena I ...................... En el Palacio, la alfombra, el lebrel, los criados que vigilan ( Doce
etíopes sanguinarios...)...
Escena II ...................... En la llanura desolada, de noche, la casa con los Siete Negros...
(y sigue la)
212
Escena I
(En el Palacio...)
La Reina
¿Entra la sal en sus ojos... aunque ya estén cerrados y sin brillo?... con mis manos atadas, aunque la
sangre cierre mis dedos por el dolor de dejar caer trozos de sal entre sus ojos y la boca, ahora ya
nunca cerrada aunque parece que una extraña saliva salga de sus dientes, aún blancos, aún tan
blancos... con mis manos quisiera acariciar la sal que podrá entrar en tu boca o en tus ojos y allí se irá
fundiendo; quisiera también allí descansar y dormir entre heridas ya ennegrecidas por los días y los
años... heridas que ya no están mojadas por leves hilillos de sangre y no huelen perfume ni olor
alguno: son trozos de algo que fue hombre y ahora ya ni tan sólo es recuerdo de lo que fue un
hombre
...parece que la sal quema en mis dedos pero me esfuerzo en dejar la sal, también tan blanca, como
de pequeños cristales, entre sus labios, tu rostro ennegrecido y estas miradas sin expresión, sin
213
párpados que poder abrir pero que intento imaginar y cada día son más extraños y como de piedra
inmóvil sin rostro al que adornar: tus ojos son como dos arañas venidas a ser piedra de lava de un
ni el llanto ni mi orgullo pueden saciar mis ansias: ni las miradas del Rey, que siento sobre mí,
aunque nunca nuestros ojos han vuelto a contemplarse, nunca han vuelto a decir aquello que sólo
los ojos pueden decir, los secretos extraños que únicamente una mirada, delgada, fría como el
horno en el que nos quemamos, puede entregar, uno a otro y del otro a uno... nada se ha entregado
del Rey para mí, ni mis ojos han dicho, nunca, nunca, nada a lo que debe... nada de lo que debería
haber, a lo que aún resta de los suyos... ¿o es que los velos con los que oculta su rostro cubren
también sus ojos aunque Él no sepa, ya no pueda saber, si están tapados o es que nada puede salir
de ellos...?
¿es ciego?
¿ya es ciego o tendré aún que esperar algún tiempo para que ya nada pueda ver y nada pueda
imaginar aunque sea con el tacto de una manos que tampoco posee...? entonces podré mirarlo, allí
donde deberían estar sus ojos y quizá podré sonreír: el amanecer podrá ser rojo, celestial de azules,
pero para Él nada significará y, para mí, ya hace meses, quizá años, que no tiene posibilidad de tener
sentimiento alguno, significado o color alguno: ningún color ni perfume posee ya algo que pueda
han pasado los años... despiertan los pájaros siempre anhelantes de cantos en amaneceres que ya
nunca contemplo y ya nunca puedo sentir emoción alguna —ya no sé qué es algo, alguna cosa, que
sea la angustia del deseo, que así, dicen, llamamos a la emoción—, ya no se abren mis cantos ante
los rugientes resplandores del sol que va tiñendo las tierras con sus verdes azulados y sus olores
bermejos de amanecer... pero si aún el recuerdo intenta acercarse, tras los velos que parecen
214
esconder alas de seres sobrenaturales que quisieran esconderse ante mis miradas que, ya sé, nunca
podrán alcanzarlos... si tras estos turbios y humeantes sonidos que mueven sus raros plumajes se
esconden, aún, aún se esconden, fugitivos, rápidos recuerdos que sólo con acercarme a ellos ya se
mueven y cambian a otras figuras, si tras estas voces, el recuerdo y los recuerdos, semejan extraños
roedores que acechan, moviendo rápidos su dientecillos, pequeños pero muy afilados, sé muy bien
que el recuerdo es sólo un poema de silencios y olvidos y, en los mismos olvidos anida, también un
recuerdo y sé muy bien que mi esfuerzo es sólo el espejo de una mirada que entre espejos se
multiplica sin final, sin límites pero siempre expresando la misma imagen...
hay tantas cosas que hemos callado y ya no podremos decir nunca, tantos ya no están a nuestro lado
y aquel que está, aquel que siempre espera, al mediodía, para observar mi comida y el banquete real
de su amado perro, éste es silencioso como el súbito vacío que tantas veces encontramos, sentimos
presente, sin imagen, se desliza a nuestro alrededor y nos priva, ya para siempre de algo que
ansiábamos recordar, tener por unos instantes pero que ahora ya sabemos, nunca podrá surgir de
nuevo: en la Ciudad del Olvido consumaremos esta rara liturgia de los dioses que nos atraen a sus
Bocas y nos repelen y nos hacen olvidar los humanos a los que hemos amado o temido...
¡Mira! ¿crees que esta cabeza es ahora más bella y su boca más deseable...? cuando llego a la
alfombra, arrastrada con prisas, llevada por el deseo que, a pesar de tus castigos, está dentro de mí,
la miro, la voy viendo desde lejos, desde las puertas de estos salones, la miro cada día y trato de
descubrir qué es lo que se ha destruido desde el día antes y qué es lo que ha podido conservarse,
entre mis rosas y mis perlas que, alguna vez, al caerse de mis labios y de mis ojos llegan a rozar sus
restos...y, al tocarlos, aunque tú no puedas evitarlo, pienso que siente algo de mis manos y mis ansias
y que sus carnes, ya tan estropeadas, todavía pueden encontrar algún alivio a sus males y a su dolor,
si es que aún puede sentirlo... es sólo un trozo de imagen que, tiempo atrás, hace ya mucho tiempo,
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fue sagrada para su altar...
¿pero crees que se puede amar aún más que cuando él estaba vivo? No podría dejar de besarla
aunque ya casi nada quedase de ella, aunque la sal solo fuese cobijo de hormigas hambrientas...
...nunca cesaría de besar sus labios, ya agrietados por los meses y meses que la sal logra entrar en
ellos sin que la dulzura de sus besos pueda perderse entre los silencios de sus ansias y sin la saliva
que sobre mí dejaba caer tal como la fruta muy madura se desliza en mis manos, parecida al mar
que, dicen, es siempre cambiante y siempre se agita con la dulzura de sus oleajes; ...cada día, cada
día acaricio, y es lo primero que contemplo con el ansia que nunca he podido —ni tú, ¡oh rey! lo has
conseguido— extirpar de mí, los ojos que ya casi no pueden aparentar que me contemplan y esto
no pueden evitarlo estos horribles guardianes que me rodean y nunca llegan a tocarme—... y cada
día miro estos ojos y cómo los cubren unos cabellos que ya casi no existen: él los arrancó con su
rabia y la furia con la que iba cortando su cuello: ¡tanto le costó hacerlo!
...pero arrastraba su cuerpo atado al caballo, rompiendo sus huesos mientras las piedras parecían
rodearlo de canciones: esto es lo que podía oír mientras él apretaba mi cintura y nunca llegaba a
mirarme... sólo apretaba y apretaba... y así cabalgaste hasta el Castillo que ahora tanto te admira y
en el que vives silencioso y solo, oscuro en tus palabras y esperando cada día este festín que nunca
debe cesar
¡el deseo corre dentro de mí como una especie de serpiente agotadora en su retorcerse y en el ansia
con la que muerde mi seno y mis carnes!: tanto lo quisiera abrazar, vegetal que a un árbol asciende,
que mi ansia y mi sed queda colmada al ver cómo su carne, sus mejillas, sus oídos, van
despareciendo y en ellos también muero poco a poco: en sus ojos ya no brilla ninguna luz y sus
labios son polvo sucio que no me había atrevido a besar cuando estaba vivo: pero sus compañeros sí
que me poseían y me detenían en sus brazos... todos eran hermanos, o así lo creo y ¡cómo deseaba
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que mirasen mis carnes y mis pechos cuando a ellos me entregaba! y quería que viesen uno a uno
cómo sus hermanos me iban tocando, rápidos, con estas negras manos que parecen de mármol
helado, relumbrantes de sudor como manchado de un raro perfume: y muy a menudo sus manos no
se dirigían a mí...
ahora, esta ceniza que se derrama por los mármoles de tu Palacio, o que el viento —el poco viento
que corre alguna vez por estos salones— parece agitar con dulzura, es manjar para mis ojos y en
cada uno de sus granos, o en la levedad de ellos, se detiene mi deseo y en sus restos, velos que el
tiempo se lleva y derrama por los hermosos suelos de tu Palacio, en ellos también parece que me
destruyo y se disgrega mi cuerpo, como si, con él, me hubiese, también, descompuesto...
...viviente era algo que se deslizaba de mis dedos como agua que nunca saciaba mi sed... pero ahora,
ahora ya está detenido en la muerte del tiempo y en él, en este espacio vacío que sólo nos pueden
dar los muertos, aquellos que ya no pueden huir, ahora, es mío en verdad, ahora ya no chorrea entre
mis manos ni el viento se lleva sus gemidos que no comprendo ni sus palabras que nunca llegaron a
decirme nada...; al destruir su cuerpo poco has hecho, pero conservando esta maravillosa imagen en
ella puedo descansar y en ella puedo conseguir lo que no obtuve en vida: ¡mira! no puede huir ni
puede entregarme a otro de sus Hermanos, es mío y en sus restos, en aquel que aún contiene su
boca y algo de sus ojos, aquí es donde pudo detenerme: de sus manos habría podido escapar pero
del reflejo de unos ojos ya medio desvanecidos en las nieblas del tiempo, aún en ellos, sin temor
¿Qué hiciste con los cuerpos de sus otros Hermanos? ¿Acaso los guardas para ti? Éste era mi
hermano más fiel, tal como tu Lebrel te es fiel, pero si uno se escapó de tus golpes y ahora sigue
huyendo hacia su destino —¡y qué destino!—, los otros cinco yacían agonizantes o muertos en los
suelos de la cabaña: pude verlos cuando tu me arrastrabas hacia el caballo ¿qué hiciste de ellos?
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¿O los hiciste cegar a todos y encerrar para siempre en tus otras habitaciones sin salida pero con una
¿Están en otros salones de tu Alcázar? ¿Están allí también recubiertos de sal, sus cabezas, sus manos
o los restos de sus cuerpos, están allí para que tú puedas contemplarlos cada día, como preludio a
tus oraciones o como descanso a tus comidas: y de tus ojos y de tu boca? ¿acaso son perlas las que se
amontonan en el Alcázar, o son rosas las que tiñen de rojos y violetas maravillosos los atardeceres de
¿O son raras serpientes que en ti se enroscan y de ti nacen para volver de nuevo a introducirse en tus
vientres: son extraños insectos que en tu cuerpo han hecho guarida y en él habitan y lo corroen con
sus venenos, salidos, muy poco a poco, de minúsculas garras, muy pequeñas, similares a agujas de
Pero en mi recuerdo aún están vivos y son imágenes que se mueven y agitan llevadas por vientos de
otros mundos y caminan, ahora ya más lentos y serenos, junto con otros muertos de formas no
imaginables por los humanos: aunque los tengas cerrados, secreto que quizá no te atreves a
confesar a ti mismo, aún siguen, en algún u otro sitio, aún siguen moviéndose y aún siguen
¿Podrás tú ¡oh Rey! si es que lo deseas, con sólo la ayuda de este Lebrel que te contempla sin amor
ni odio y que te salvó —en mal momento para ti— cuando ibas a destruir a tus amantes, lo que tú
querías en verdad, y, pérdida, la peor de todas, el recuerdo (y esto es lo que te hizo más sufrir en
aquellos momentos), podrás olvidar el recuerdo de los días primeros, días de cantos y apariencias,
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cuando yo creía que te cubrías la cara sólo por un rito extraño o por no ofender a una diosa celoso
...pero tus velos ocultaban aquello que también ocultan en todos los demás hombres: cantos de
terror y angustia, angustia de perder aquello que ya sabemos, que siempre hemos sabido, estaba
perdido desde el primer día..., cantos de ruegos no escuchados, cantos en voz baja y también cantos
de horribles gritos sin que, por ello, hubiese jamás respuesta..., todo esto lo ocultan las máscaras
delicadas, o de grotesca fealdad con las que nos cubrimos nuestros rostros, siempre, siempre,
¡Mira!: sus cuerpos son llamas que en mí entran y en mí hablan a unos oídos que no pueden
escuchar: son frutas que no pueden ser comidas: las arañas y los pequeños gusanos los han atrapado
en sus círculos y en ellos se disuelven: pero aún son míos y nada puedo olvidar: sentada entre mis
risas y mis perlas, llantos que vienen a ser rosas... ansío cada vez más el deseo de su cuerpo y la
sangre que, como sudor rojo, corría por sus dedos: en mis hombros se hundían, y en mi lengua siento
como el grueso aliento de un raro animal, lento y pesante pero fluyendo como agua encharcada,
llena de alimañas que en mí se abrazarán, y en mi locura, podré ver sus pequeños dientes, fríos como
estas tierras áridas que de noche, tan veloz como puedo, recorro a caballo, en busca de la cabaña
Pero sus manos recorrían mi cuerpo aunque sus labios y sus ojos buscaban los de sus hermanos y en
ellos se detenían. Sólo uno, sólo uno, el que tu Lebrel consiguió vencer, me miraba anhelante y en la
nieve de sus ojos y la extraña y rojiza oscuridad de sus ojos encontraba algún recuerdo de lo que
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Y tú ¿no quieres, ahora, ahora que nada puede detenerse, ni el tiempo de tu odio ni la esperanza de
mi deseo, ahora que ya no deseas volver a tenerme a tu costado, cálida en las noches y ya nunca más
con las manos tan frías —¿recuerdas?— ni con los pies helados por mis caminatas por la llanura
desolada, donde la casa, baja de techo —¿recuerdas?— y con adobe fabricada, vivían mis lejanos
amantes, descalza y sin mis joyas ni las ropas de sedas olvidadas que nunca podré ya más volver a
llevar con orgullo de Reina... ahora, ahora que ya nada puede detenerse, no quieres recordar el
calor que te daba en tus sombrías y largas noches de oscuros insomnios, cuando tu Lebrel, el único
que parece quererte, también dormía, lejano en su rincón donde puede oírte pero sin que tu puedas
El perro ya es viejo, pronto morirá y entonces, ¡oh rey! ¿quién podrá comer sobre esta alfombra
maravillosa? ¿qué sobras podré convertir en perlas y rosas...? ¿acaso serás tú el que comas de estos
manjares? ¿o serás tú el que, al fin, puedas devorar los restos despreciados de comida que dejaré y
así seguirás mirando la cabeza cortada del perro, cubierta de sal, el perro que fue tu amante,
descubridor de mis correrías de noche? Y en él encontrarás descanso ¿y yo, en qué noche, en qué
oscuridad, podré depositar las perlas maravillosas que al fin, te aplastarán y las rosas que con sus
¡Mira! la Alimentadora de Buitres, la que les concede presas diarias, días tras días, espesa lluvia de
agonizantes, para que ellos puedan disfrutar del festín recién preparado, la Alimentadora de Buitres
que tú tanto quieres, también a ti te esperará y también te llevará a Aquellos que siempre esperan:
¡Rey! Te quería, te quería cuando me desposaste y me hiciste entrar en tu Alcázar, a mí, hija de
Genios, aire casi imposible de oír, música silenciosa que en tus noches a ti se acercaba y en ti dejaba
caer su cabeza, sobre tu hombro; hecha de tranquilos fuegos que reptaban a tu alrededor y en ellos
¡Rey, te quería!
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¡te quería!
Pero en tu cuarto oscuro nunca quisiste responder a mis preguntas, pues mis besos eran preguntas
que tú ignorabas y en mis labios el tiempo huía pues no había eternidad en ellos y en tus silencios,
en tu oscuridad, mi amor se disolvía como los sonidos del viento que alguna vez sabe llevarse sus
resonancias y otras, silencioso, rojo de presagios, se detiene en sus raros movimientos y en ellos, él
Te interrogaba, te pedía que contestaras mis voces y mis llamadas pero cada día era más oscura la
sala en la que decías me esperabas: enorme araña de sigilosos pasos, de suaves remolinos de pelos
tan sutiles y frágiles que parecen acariciarme como plumas de aves que podrían estar agonizando y
eran, son, sólo los tentáculos delicados con los que van tanteando su presa y en la que al fin caeré,
devorada por tus abrazos: y cada día te quería menos porque en la noche de tus habitaciones cada
día me mirabas menos y sólo parecías tener ansia por este animal indiferente que te seguía cuando
yo iba a caballo, galopando tan rápida como podía porque allí, en la cabaña, en el valle, me
Y así comencé a desear los abrazos de otros hombres y en los abrazos de estos hombres, en los
suyos, cuando entre ellos se amaban y se besaban y se deseaban y en sus duras manos, que han
trabajado la tierra y llevado los arados con los que la van abriendo tal como abren las joyas y
vestidos para poder llegar a mis ansias, en ellas podía encontrar descanso y saciar mi deseo, pero a
más me acercaba a ellos más sus rostros eran insoportables y repugnantes para mí: en la noche
podía olvidar tus manos difíciles de mover y no mirar el velo que te cubre el rostro pero descubrí
que podía huir, hasta el amanecer, allí donde estaban los Hermanos Negros y, en sus brazos, de
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violencia incesante, allí podía contemplar trozos, también trozos, de sus rostros, y fugaces
momentos en sus caras en las que reconocía algo humano... y en uno de ellos creí que podía haberlo
¡Rey! ¿qué esperas de mí? ¿Manos y susurros, como los de un juguete maravilloso, que te
¿cómo puedo huir de las voces y los fugaces llamamientos de cada día, huir de tus cortesanos y tu
inmensa presencia, si frente a todos vosotros sólo deseaba gritar mi angustia y aquellas preguntas
que, por la noche, ya en el silencio aún más terrible que el de tus salones oscuros, recogidos los dos,
abandonados de tus cortesanos y las miradas fugaces que siempre están a tu alrededor, trato
siempre de presentarte, como un regalo, como una muestra de un afecto que ya ha desaparecido,
vencido por el temor y las dudas que no cesan de morder, incesantes, estas preguntas que nunca
llegan a tus oídos, si es que los tienes...; sí —estoy segura—, sólo por hacerlas, ya mi voz ha perdido
sus músicas y los sonidos que podrían envolverte...: es fácil hablar a una estatua, a un ídolo celestial,
sagrado por las plegarias de los fieles, inmóvil, sin posibilidad ni tan sólo, quizá, de hacer el mal,
aplastado por las creencias y la fuerza de los sacerdotes, pero a un hombre que casi es mudo y
ciegas son sus manos —así lo dicen— y velado el rostro por la enfermedad que debes tener y
soportar (pues nunca hablas de ella) con esta feroz serenidad que sólo puede conceder la
¿qué puedo suplicar si mis palabras son para ti sólo un lejano murmullo sin melodía que pueda
apreciar y sin que el color de sus rosas o el resbalar de las perlas sobre tus Alcázares sean consuelo
para tus dolores ni bálsamo que te hagan olvidar, si es posible, si es que tú quieres, unos dolores a
los que, quizá, ya estás tan abrazado a ellos, que nunca, de forma alguna, querrás abandonar...
...pero la carne es triste como triste es nuestra vida y es duro sólo hablar con ella y escuchar el aceite
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de los sudores que de sus cuerpos yo podía oler... y en ti sólo estaba la voz que resuena, difícil, en tu
pero en tu rostro sólo puedo ver la palidez y la blancura de aquellos que ya han muerto... tu negrura
es sólo la oscuridad con la que sabes vestirte: no necesitas coronas reales ni vistosas sedas que te
envuelvan: es la luz de la noche sin luz alguna la que cubre tu desnudez: no hay sudor ni deseo en tus
manos... también hay frío en ellas... y están tus pies helados, no por caminatas en los pasillos reales
...sueñas olvidos de reyes que ya duermen insensibles en sus cálidas moradas en las que no esperas,
loca esperanza, entrar nunca, nunca, aunque allí, pudieras recuperar tu rostro y tu juventud,
sanguinaria por la vida que sobre ti ha transcurrido y de la que ya nunca, nunca podrás
desprenderte; ...quizá en las moradas silenciosas, los muertos recuperan sus juventudes y sus alegrías
inútiles: pero ya nada podrá compensarte de que tus manos no necesiten estas pieles que las
recubren... tu rostro podrá brillar en las horribles oscuridades sin nombre pero ¿para qué estas rojas
recuerdo insensible, sin sentido ya para ti —porque el tiempo ya es acabado— y sólo en el tiempo y
frente a mí podías encontrar algún sentido: ahora tu cuerpo se derrite como la sal en la boca de
aquel que me deseaba o como las lavas se deslizan ardientes en su paso y ardientes en las bocas de
aquellas profundidades que, como a ti, no quisieron guardarlas: hasta la Ciudad Silenciosa te
despreciará, hasta en sus avenidas sin final alguno nadie, ninguna sombra que silenciosa, ligera,
pase por lo que antes era tu lado, sabrá hablarte o se atreverá a mirar tu rostro, si es que aún queda
algo en él...
hay frío en tu silencio y en tus palabras que no llego a entender, que nunca puedo escuchar,
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también hay frío: cuando quieres hablarme sólo murmullas el odio de tus temores y el deseo que no
puede consumarse... en tus altares sólo deben permanecer vigilantes los dioses atemorizados que
nunca quisiste adorar y ellos, ellos, siempre esperaban tus oraciones: ¿acaso no sabes que los dioses
esperan nuestras palabras por el temor de que su soledad los pueda engullir sin que la carne de los
hombres, la que moldearon y tanto deseaban, les sirva de consuelo y aliento?... dura es su carga y de
sus esfuerzos nada esperes: atienden sin esperanza y alguna vez, desesperados, arrancan los cuerpos
de sus fieles y con la sangre que de sus carnes se desliza suave, con ella se colman sus rostros, tan
semejantes al tuyo, tan semejantes al tuyo, ¡oh rey! que de poderlos ver ¡oh rey! si los pudieses ver,
¿o es que viven dentro de tu cuerpo, yerto, glacial, silenciosos alacranes que, inmóviles, sacian su
Rey, todos me poseyeron y tú ¿qué deseabas al verlo? ¿querías que también a ti te rodearan y te
Y en mí expresaban su odio: ellos quieren estar solos y nadie debe molestar su soledad y el deseo
que entre ellos consuman: en ti esperaba no tener que volver a mi cabalgada nocturna presa de un
delirio que me obligaba a perfumarme con nardo y antimonio y a derramar sobre mi cuerpo esencia
de rosas que como un halo de santidad me envolvía, ebria del deseo de olvidar... pero ahora mi vida
ya acaba en estos trozos de cabeza que aún me sirven de manjar y que cada día son menos, más
pequeños, enrojecidos por la sal que quiere conservarlos y la horrible destrucción de los días y los
días que nunca, en su incesante canción, la pueden abandonar ni quieren dejármela para que algo
En ellos, en las voces de los Hermanos Negros, en sus palabras que nunca entendí y que nunca me
hablaron, aún puedo sentirme viva aunque no esperen mi presencia más que para escarnecerme y
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humillarme más y más y para así darse cuenta de cómo es inútil mi presencia y necesaria la de todos
ellos, solos, siempre solos en su cabaña..., pero frente a ti, frente a tu diaria y glacial indiferencia, me
sentía aún más aborrecible a mis ojos...: nada veía en ti y tú nada podías ver en mis palabras porque
contigo, en esta sala en la que eres rey, sin luces que la iluminen ni amaneceres o noches que en ella
entren, no había lámparas de raros aceites que abrieran mis pasos ni te iluminaran con sus sombras a
ti, en tu caminar y en tu silencio; ya no puedo encontrar nada, ni en tus abrazos que tanto me eran
¡qué silencio más extraño, como de músicas lejanas, es el que ahora, cuando ya no hablas, siento a
mi alrededor!: has detenido el tiempo y ya no puedo oír aquellas músicas coloreadas de rojos,
morados y lilas, azules oscuros, evanescentes en sus reflejos verdosos y amarillentos, siempre
dorados, que dulcemente cantabas en los lejanos días de la alegría; nada puedo oír más que este
grave zumbido silencioso que es el paso de los días y las horas entre nosotros...
¿no escuchabas la música del tiempo cuando éste iba derramando sus semillas entre nosotros?:
somos sus oyentes y en nosotros debe incubar sus raros frutos y en la extraña y tan suntuosa
vestimenta que va tejiendo entre nosotros nos perdemos, envueltos en las pedrerías de
esplendentes centellas de raros diamantes y piedras que a ti no te dejan oír mis llantos y envuelven
las noches que a mí me ciegan y no permiten que pueda oír los colores que veía en los ojos de
aquellos hombres, en el reflejo del fuego que, casi apagado, aún calentaba en el hogar: mudos nos
acercamos a sus cantos y ciegos escuchamos la melodía de aquella música que nunca debió ser
dicha:
y a veces, de noche, quizá dormidos tus guardas, cuando en el palacio sus piedras parecen respirar,
oigo el paso suave, dulce por el extremo cuidado con el que camina, de tu lebrel... camina hacia la
habitación donde, entre lámparas de aceites malolientes y rojizas llamas que la iluminan sólo por
instantes, guardas la cabeza de aquel que tanto dices odiar y quizá tanto deseabas: ...y el perro se
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acerca dulce y anhelante, como si buscase sus caricias o el paso de los labios sobre su cabeza... y allí
sólo oímos la música en el crepitar de las lámparas amarillentas reflejadas en paredes que sus ojos
no pueden ver y nada verían porque, quizá sin saberlo, quitaste todos sus adornos y le privaste de su
curiosidad... ¿es que los muertos tienen ansias de ver aquello que no existe?
ellos tampoco existen y son sólo sombras vanas en el recuerdo que cada día las va destruyendo y las
atemoriza con su inconsciente desprecio y las asusta aún más cuando dicen ver u oír el olvido que
nosotros llamamos recuerdo y que, para ellos, es la misma cosa: rey, si pudieses ver el Perro Real
husmeando con infinito cuidado la Cabeza de aquel que amabas... algunas veces me escondo tras
las columnas pero no puedo ver bien entre velos que nada ocultan pero ensucian el aire... y él, él
sabe que estoy allí y nada dice, calla y respira con dificultad: ni las piedras son tan agrias en
suspirar... y yo, desearía que viniera a lamer mis manos pues su boca ha podido tocar la carne del
que amaba y tanto deseaba, quisiera acariciar sus dientes y en ellos clavar la ferocidad de mis ojos
que, enrojecidos, quizá lo asustarían... pero se mantiene intacto, sin moverse y mis manos están cada
vez más heladas y mi deseo quisiera correr a los abrazos del Perro: pero éste huye de mi presencia
tal como yo no me atrevo a acercarme a los restos que aún puedo ver en los grandes vasos... y esta
extraña ceremonia nos une en el odio y en el amor, que ahora ya es una misma cosa... pero sólo mis
¡Rey! ¿nunca podrás tocar de nuevo mis manos?... ahora ya no están heladas...
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Escena II
El Rey
¡Soy leproso!
y en esta noche en la que todo debe consumarse mis carnes siguen cayendo, siempre poco a poco, a
trozos, sin forma, sombra que nunca puedo distinguir de aquello que aún queda en mi rostro...; no
he hallado remedio alguno a mi destrucción, no quiero remedio alguno y mi alma, ahora llevada por
este caballo que parece incapaz de detenerse, mi alma está aún más enferma y rugiente... bermeja
de temor y odio, más enferma que mi cuerpo... ¿es que en el desierto sólo hay sombras de piedras,
frágiles, que el roce de Su cuerpo ya las conmueve hasta el llanto y voces de animales que jamás
podremos ver y que jamás podremos conocer qué es lo que gemían con sus lágrimas? Así es su paso
por mis reinos: sus huellas son sólo tierras removidas que los perros husmean y después huyen
asustados y el viento lleva extraños aromas que deberían ser maravillosos pero que también insinúan
hedores de gente que murió hace ya siglos y que Él guarda celosamente en su Aliento: y con él, con
su Aliento, insaciable, sigue creando vidas y sigue exhalando su soplo creador: ¿qué clase de Señor
es éste que derrama la vida en los Mundos mientras guarda en las semillas del tiempo el recuerdo
de los muertos y lo convierte, aroma refinado, en Palabra para los que deben comenzar su vida?
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...viviente, todavía viviente, veo cómo las horas y los días consuman mis caminos y lo sagrado de mis
males me aleja de los hombres y aún más del que debería estar dentro de mí: pero Él nada pregunta
y nunca, nunca, nada responde... y cada día los recuerdos se disuelven en colores de nubes sonoras:
parecen resonar como brilla el centelleo de los diamantes o el mar en oleajes de verano, pero con
sus extraños cantos y sus silencios se alejan y nada, casi nada queda de ellos... debe ser una de las
formas de morir, olvidar las resonancias de las palabras que tanto nos amaron y que tan cerca
estaban de nosotros... y ahora cada día es un gris nuevo y una oscuridad sin sol... nunca puedo ver el
sol aunque esté allí, aunque sobre mí haya brillado, sus calores hielan mis manos y su rostro se hunde
cabalgo esta noche, silencioso, sin palabra alguna, pero cerca de mí siempre está la fidelidad de mi
perro. Pero ¿sabe que podrá salvarme o sólo quiere ser testigo indiferente, aunque con lamentos, de
mi final? ¿quiere saber, saber con seguridad, que ya no volveré nunca a mis Alcázares?
Es testigo de los desprecios de éstos que ahora encontraré y quiere ver cómo me ignoran y cómo
ninguno de ellos se acerca a mí y mi deseo... desprecia mi rostro y nunca contesta mi voz cuando lo
llamo para acariciarlo y cuando lo llamo para que pueda darme algo del calor que su fuerza debe
guardar... su olfato es muy fino; debe oler mis llagas y le repugnan mis manos aun cubiertas de sedas
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también ella, esta loca, en su desespero, quiere poseerlos, —cada noche lo intenta— pero sólo
consigue su desprecio... uno, quizá hay uno que parece darse cuenta de su persona y de lo que
puede significar su llegada, cada noche, en la cabaña de la llanura inconsolable... (¿Y si viera mi
presencia, las manchas de mis manos y aquello, todo aquello, que falta en mi rostro?)
Aun así, podría quererme... hay sangre en el dintel de la puerta y también entre ellos saben
¿no acabará esta noche, no acabará nunca esta noche? mueven sus brazos, sus manos, como
extraños pulpos de Arabia, de mares profundos; intranquilos, se mueven con lentitud, cada vez más
lentos: el viento del mar ya no puede agitarlos, parecen irse convirtiendo en piedras que agonizan
en la llanura... y en la casa sólo se oyen sollozos y gritos de angustia, de un horror también sagrado:
como el mal, que sigue siempre avanzando en su camino, también sus llantos exigen su profundo
camino, una senda que se vaya abriendo con la lentitud con la que se abren ciertas heridas, ciertas
¿qué debe ser la Reina para ellos: es el espejo de su soledad o es el pozo en el que todos deberán,
Y los siete sólo saben palpar su soledad y su silencio y en ella quieren hallar voces, palabras y
músicas... pero al fin, al fin, la cabeza del que oía demasiado, de aquel que iba a preguntar
demasiado, su cabeza ya está sobre esta alfombra de maravillosos dibujos: ¡ya es mía! ¡ya es mía!
Tú la contemplas y ríes tus perlas y lloras tus rosas, pero sus trozos, lo que de ella queda, aquello que
aún es mío y lo puedo aplastar con la fuerza de mis etíopes o lo puedo recubrir de más sal y arena
para que vuelva al fin, al fin vuelva al vientre de la tierra..., esto me pertenece y tú sólo puedes llorar
y reír, y al escuchar tus llantos y al oír esta extraña alegría de tus risas siento como un
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agradecimiento a este despojo que se va perdiendo cada día, pues en él depositas las perlas que a
tener: pero así puedo saber que existen y puedo apreciar la blancura de estas perlas que nadie
podrá poseer y el rojo, sombrío, de las rosas, semejantes a la oscura púrpura que, por el peso de su
¡Oh Reina! ¡qué inútil ha sido tu adulterio, tanto como mis dolores y mis males que nunca cesan:
ellos son los ganadores en esta horrible batalla... nosotros nos odiamos y en tus ropas y en tus perlas
puedo ahogarme pero en la negrura, la violencia y el sudor de su carne ¿qué podré encontrar? Y tú
¿qué encontraste? ¿quién de entre ellos colmaba tu desdicha?: si había alguno, ahora es sólo una
cabeza casi inexistente entre frutos y manjares, entre rosas que tú lloras y perlas que, sin querer, sin
tú saberlo, dejas caer sobre los pocos restos que aún pueden conocerse como humanos...
¿por qué no esperabas un poco, sólo un poco más...? con los días y los años, todos los amores vienen
a ser, se convierten, en amores horribles, vaciados de aquellas palabras que los encubrían y los
hacen tan apetecibles... si hubieses esperado, nuestras palabras y nuestros gestos serían sólo reflejos
en láminas de bronce a las que nadie se acerca y a las que nadie se atreve a consultar: en ellas se
encuentran respuestas que todos aborrecen y avisos que nadie quiere recibir... pero tus ansias te
cerraban los ojos con esta venda de carne negra de unos brazos que ahora ya no pueden acogerte:
yo los destruí en mi carrera hacia el Palacio y sus dedos deben haber sido pasto de aquellas aves
enormes y negras que no sabían qué es lo que estaban devorando... pero tus perfumes aún estaban
¿esto es lo que deseabas? Y él ¿alguna vez pudo verte? ¿te reconocería si pudiese encontrarte en las
calles que nunca podrás ya pisar o en los mercados y en las caravanas que jamás podrás imaginar:
¿te conocería?
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Sé que era horrible para ti tenerme a tu lado, cubierta la cara con estos velos que nunca, nunca
dejan que nadie pueda saber cómo está su destrucción en aquel momento, cuál es su imagen, y si
aún se parece a alguna cosa que recordara años pasados y si aún es algo que pueda semejarse a una
cara: sólo un esclavo se acerca a mí y es ciego y jamás permitiré que palpe mi rostro y se atreva, si es
que llegase a tocarlo, a imaginar qué forma tiene y cómo, poco a poco, pierde su memoria y el
Me acercaba a ti y tú debías ver algo semejante a un fantasma, velado por el dolor incomprensible
de aquello que no es mío pero que debo soportar y cuando mis manos, enguantadas de sedas
rojizas, colores de oscuros rubíes que tanto me placen, se acercaban a ti, con la dulzura de aquellos
que ya no tienen esperanza alguna, y con la mayor suavidad, trataba de abrazarte, debías sentir
como una helado camino de hormigas en tus espaldas: es el odio que tanto nos conmueve ante el
dolor ajeno y nos incita, con amorosas palabras, a renovarlo aún más...
A mí, nunca pudiste verme pero tampoco a él, el Negro, el que tanto deseabas; la oscuridad de la
casa, los otros Hermanos que entre ellos se apretujaban a tu alrededor y buscaban su cuerpo unos a
otros, las pocas luces de estas antorchas amarillentas, de sanguinolentos reflejos..., todo evitaba que
llegases a verlo y conocerlo bien... y él, quizá tampoco hizo nada para ver con claridad tu imagen,
brillante como una luna de primavera, al anochecer, cuando está saliendo, brillante, pero lejana y
sólo imaginada... para ver con claridad, si esto es posible, tu rostro blanquecino, recubierto de
perfumes, alheña en tus párpados, falsos por el artificio y con raros afeites en tus mejillas: nunca
pudo verte y quizá nunca lo deseó pues no eras tú quién le movía a la feroz cacería nocturna entre
sus Hermanos —cacería que volvía ciego al que tú tanto deseabas y también aborrecías—... ¿cómo
debió ser —puedes aún recordarlo— la última vez que sus dedos se enroscaron entre tus brazos,
agotados por los golpes de sus Hermanos? ¿y cómo debía poseerte si casi ya no podías respirar por
el odio que también te cegaba y el deseo que debías tener, pero que ya no movía ni los labios que
ahora derraman perlas ni tus ojos que entonces aún no sabían llorar?...
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te recordaba, día a día y en mis sueños, cuando, despierto, miraba al sol y trataba de sostener sus
luces, cegándome con sus resplandores de arco iris aunque ya no me importaba pues ¿cómo puede
ser ciego otra vez aquel que carece de ojos?... cuando entre las luces de tornasolados resplandores
te imaginaba, creía que, al tenerte cerca, viviente entre mis brazos que tratarían de acogerte,
aunque con dificultad, podría decirte todas aquellas cosas que nunca ya podré contarte y nunca
llegarán a ser dichas y nunca sabrás qué eran... y ahora... ahora sé que al acercarme —como si la luz
solar me hubiese cegado ya totalmente, como su hubiese destruido aquello que aún quedaba de luz
en unas pupilas que mis médicos me dicen que son blancas como el mar de hielo que debe existir
más allá de mis montañas y ríos..., pero en el espejo nunca dejaban que mirara, nunca quisieron que
llegase a ver aquello que no podía ser visto: aunque era ciego no dejaban que me acercase a los
espejos... ¡tanto era su miedo de que algo de sus resplandores entrara en mí...!— ...ahora sé que, al
acercarme, cuanto más cerca de ti me encuentro, más olvido aquello que quisiera decirte, más lejos
están las palabras y más lejos estás cuando más cerca siento tu cuerpo que con su temblor mide las
y al anochecer cuando la soledad del día se apaga, cuando la luz azulada del crepúsculo se torna
rojiza antes de desaparecer y dejar que surja alguna estrella —pues dicen que es entonces cuando
pueden verse las estrellas— ya nada puedo ver de tu cuerpo y nada siento en mis labios que pueda
ser dicho: la noche es sólo espera de tu aparente sueño y la espera de que te levantes con sigilo, con
la astucia que sólo el deseo concede a los hombres y te alejes rápida, resplandeciente de joyas que
ya nunca volverán a Palacio y de fragancias de diamantes que pronto serán pisoteados y se volverán
repulsivos más que mis manos y el olor de mis llagas que tú pareces ignorar... ¿es que el sudor de tus
negros amantes es más profundo, más agrio que la sangre que surge entre mis dedos?
el dolor de los demás nos produce siempre una cierta alegría... y el odio ¿no es bálsamo para tu
deseo? al desear a sus Hermanos, siempre de noche, te olvidabas del odio al rey que, de día, nunca
232
puedes ver y, de noche, se acerca unos momentos a tu lecho y sólo conoces de él su Velo que
siempre le recubre y una voz que cada día está más quebrada... como la cabeza de este Negro que
Ahora debe estar cara a cara, dicen, con el Señor Bermejo, el Señor de las Llamas y a Él deberá
conocerlo, pero a ti, a ti ya nunca podrá conocerte ni podrá saber cómo era el rostro que lo arrastró
a su fin...
Y en la oscuridad de esta llanura, desolada por la presencia de los Siete Hermanos y también por
nuestra presencia, atemorizados por nuestra propia indiferencia y lo imposible que era detener a
aquella que ya había marcado, con su locura, su destino y el final de su deseo, sólo podíamos
admirarnos, espantados, temblando más de angustia por lo que debía suceder que por la maldad
que expresaban el odio de sus pasos y las palabras que, desde lejos, les advierte con ansia infantil,
alborozada, pues a ellos se dirige corriendo como si fuese una danza que debe seguir un ritmo
rápido, muy rápido, y hacia ellos avanzan sus necios movimientos suplicando a gritos y exagerando
sus voces, que nadie escucha, su excusa por el retraso, por lo difícil que fue, les dice y así debió ser,
conseguir que me durmiera y pudiese seguir con sus aderezos y sus perfumes: no hay bocas a su
alrededor, sólo las manos húmedas aún la acogen y la rodean casi sin interés alguno como si las
implorantes disculpas de su tardanza aún les desanimaran más en sus juegos: pero el furor de su
deseo danzaba entre ellos y sus abrazos y se engarzaba en sus labios como las joyas se derraman en
el oro que las mantiene unidas y las guirnaldas de trabajados zafiros que las rodean y les dan forma:
así su cuerpo se torcía, raro escarabajo que entre ellos corría y se doblaba, lento o en rápidas
palpitaciones para excitar un interés que no le dirigían aunque insistía en recorrer la estrecha
cabaña en pocos momentos o se detenía, casi como una agonizante, frente a un grupo de Hermanos
o en la espalda de uno de ellos que la ignoraba o aparentaba no verla; y esta danza, ritual sin dios y
ofrenda sin víctima, se prolongaba, tiempo y tiempo, entre el respirar rápido de los Siete,
semejantes a búfalos monteses y las barreras que sus brazos y la torsión de los sexos interponían a
233
sus pasos y dificultaban su bailar inacabable: pero entre ellos se abría paso y parecía seguir una
música lenta aunque la obligara a la violencia de sus movimientos, y en su acariciar el paso de los
Hermanos quizá sólo conseguía mover las manos en gestos delicados alrededor de sus sombras o en
los suspiros de aquellos raros fantasmas sin forma que se arrastraban y hundían sus ojos en el cielo,
esperando el amanecer que los librara del tormento de la noche y les permitiera regresar a sus
olvidadas tumbas; quizá nunca había conocido ninguno de ellos, uno por uno, ni sabe sus nombres
amante que cada noche a mí se acerca, su olor, su fuerza es semejante, difícil de distinguir y el
¡mira mi perro! ¡míralo! —es lo que le grito insistente y la obligo a contemplarlo— Él no habla y es
fiel porque no habla; en su silencio forzado guarda su virtud y mantiene su fidelidad: él me quiere
porque nunca podrá decirlo, nunca podrá hablar... y, al no hablar, perdida la palabra quizá también
pierde aquello que tan bien sabía en algún momento ya olvidado...: esto es la fidelidad...
234
Escena III
El Rey
Pero el sueño cierra mis ojos que siempre están abiertos; los párpados ya hace tiempo cayeron y
¿Qué canción es la que, lejana, en salas que nunca se han abierto, resuena? ¿a quién podría
cantarla?
Es para esta loca, ahora traerán su regalo diario, el que aún le permito gozar y, tanta es su tristeza y
tanta es su alegría que sólo sabe sonreír perlas y llorar rosas: todas están manchadas de sangres de
amaneceres radiantes o de crepúsculos, de rápidas y rojizas agonías, cuando el sol parece abrasarse
en sus mismos fuegos, en su misma pasión, que debe también quemarlo, si es que es tan grande en
sabiduría como dicen...; quizá canta para ella y recuerda, en su llanto, aquello que le decía, hace ya
tantos años, cuando aún podía mover mis labios, cuando el Rey de los Genios, aire incierto que en
oscuras y sedosas salas sabe esconderse, me concedió en propiedad lo que canta la voz del poeta y
ahora trato de recordar con tanta dificultad...; y es lo que quisiera haberle dicho en nuestras
primeras noches cuando su temor y su vergüenza eran tan grandes que no se atrevía a pedir me
descubriera el rostro...
235
...pero ella no sabía que mi rostro no existe y sólo mis manos y algo de mi voz puede llegar a sus
oídos y a su cuerpo; y esto no era suficiente para sus deseos que, poco a poco, se fueron abriendo... y
cuando, mirando la lejanía de unos mares imaginados, cuando le señalaba los castillos que surgen
rápidos entre las inmensas olas y en ellas se estrellan mientras los grandes Genios tratan de
protegerlos y con inmensas manos de nubes de tempestades también inmensas, quizá corroídas por
extrañas enfermedades, encorvadas, agitadas por los vientos que parecían retorcerlas como garras
de demonios escondidos en ellas, trataban de aplastarlos en los sueños de los poetas; y cuando allí
mirábamos asombrados, sólo pudiste ver un horrible Rey de la Oscuridad, el rey sin Rostro pero
lleno de odio, el odio que no reside en la cara de las personas sino que se agazapa en lo más
profundo de sus vientres; y en ellos se escondían mis miedos y, también, mis ansias y mi temblor;
pero tú sabías qué es lo que allí se encerraba y te atemorizabas y temías, también, que tratara de
poseerte, quizá ya sin posibilidad de hacerlo o con manos de guantes de sedas maravillosas o con
¡si hubieses querido! si no puedo poseerte, este Negro del que ahora sólo guardamos su cabeza ya
medio derruida, habría podido poseerte por mí y en él me habría alegrado y sería feliz con él; pero
tú engañaste mis deseos y sólo querías huir cuando debiste haberte acercado más y más y en mis
heridas esconderte para, así, de alguna extraña manera, poder ser libre y poder acercarme a ti
libremente, sin miedo alguno: en la oscuridad se esconde la luz y en mis cámaras cerradas, ocultas
para todos, se olvidan paisajes de alegría y flores que tú nunca podrás llorar: ¡si hubieses querido!...
¿Qué será de ellos: cinco están ya muertos y a todos yo los amaba; cinco están ya muertos y uno ha
huido y traerá terribles desdichas en tiempos aún lejanos: pero el otro, el que era tuyo y mío: éste, ya
está en manos del Dios Llameante y Él nunca, nunca lo dejará huir: sus celos son eternos porque Él es
rosados amaneceres y en estas rosas en que las sangres de los dioses, vivos o ya muertos, se han ido
236
irás destruyendo y, el Rey, el Rey del Alcázar también caerá, poco a poco, pero demasiado rápido
para mis deseos, en su trampa de enfermedad y miedo: ambos nos descompondremos... y quizá no
podremos llegar nunca, nunca, a ver la muerte de los demás, aprisionados en la nuestra...
verde es el cielo de los largos crepúsculos, y en ellos comienzan a lucir, de repente, sin saber cómo,
nunca puedes ver cómo se encienden, las fulgentes estrellas que pronto irán escondiéndose en la
noche que se acerca; pero hay unos instantes que su brillo, de plata amarillenta, surge, como un sol
triunfal, en el color esmeralda de los cielos: y entonces te miraba y tu sonrisa aún no derramaba
rosas sanguinolentas y en las lágrimas, tan fáciles, que de tus ojos se deslizaban, aún no se podían
recoger perlas: ¡los días y los días!: ya han pasado, ya desaparecieron en los mismos instantes que los
poseíamos; sólo el recuerdo que todo lo deforma y transfigura, sólo el recuerdo, nos lo puede traer
de nuevo...; y ¿cómo evocarlo si hasta las manos con las que podría tocarte se están vaciando...?
somos como dos estatuas, de granito áspero y rugoso... parece que hablamos y sólo imitamos el
gesto de hablar... nuestro diálogo es mudo tal como las inmensas montañas que rodean nuestros
océanos se contemplan, si pudiesen hacerlo, sin nada que decir y sin intentar alguna cosa que pueda
ser dicha..., lo hombres son silenciosos y sus ruidos, sus gritos, son sólo el gemido de su miedo
interior...
...el Perro Real, mi secreto amante, es ya viejo, esto ya lo advertiste y cinco de los Negros murieron
por mis manos; otro, el que es y era nuestro, se halla ante nosotros..., su cabeza, pues el resto se
derramó por la tierra de la llanura, en el valle de la desolación, destrozado por la rápida carrera de
mi caballo; y el último, el que traerá otras terribles desgracias, tendrá, esto lo sé, un final aún más
horrible...
237
¿Qué es lo que la vida nos dio y no pudimos conservar? ¿Qué es lo que podríamos llevarnos, si es que
algo puede marchar con nosotros en la soledad, oscura, siempre es oscura, de la tierra en la que nos
hundirán, si no son trozos humanos manchados de sangre ya ennegrecida, perlas inútiles en el Valle
Polvoriento y rosas, cuya hermosura no logrará, en modo alguno, embellecer aquello que es la
misma Maldad, venida a ser la enorme, inmensa, sin límites, Ciudad del Silencio, Ciudad de la Sed,
la Nuestra...?
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238
Fuentes de nuestro texto son las dos ediciones que conocemos de la Historia singular del Príncipe
Almás (Diamante) —Noches 872 a 885— de Las Mil y una Noches: en su integridad la encontramos
en la espléndida edición de las manos de este escritor y traductor único que fue Rafael Cansinos
Assens (Vol. III, Madrid 1959, págs. 1065 a 1107); de su texto sacamos varias de las expresiones que
Con todo, la historia y una versión prácticamente exacta (sin que se cite el traductor creemos que se
trata de la misma persona) aunque suavizada en la edición, ya la conocíamos y nos había fascinado
desde nuestra más lejana juventud, en otra edición, esta, físicamente, uno de los libros más bellos
que hemos visto o tenido nunca: Las Mil y Una Noches, cuentos ilustrados por José Segrelles
(Barcelona, Salvat Edits. 1932). Allí, nuestra historia, acortada en muchos de sus pasos y menos cruel
que en la versión de 1959 y que surgía ante mis ojos con un alto nivel erótico y sádico —a pesar de
El poema que hemos escrito, aunque en el original se explica, en cierta manera, delante del Príncipe
lo que acaeció entre el Rey Leproso, la Reina, el Lebrel y los Siete Hermanos Negros, es una parte,
un paréntesis, atroz si se quiere, pero en cierto aspecto accesorio, en el largo relato de La Historia
Singular del Príncipe Almás; la trama, sumamente complicada, del relato total que Schahrasad
sigue, infatigable, día tras día, contando al Sultán, el Monarca, el Afortunado, está llena de caminos
239
que se abren hacia diversos espacios y con la intervención de múltiples personajes que surgen, son
importantes por unos momentos pero después desaparecen y ya no vuelven a tener protagonismo
alguno; está llena de sugerencias de otros relatos accesorios, en apariencia, pero que en sí podrían
ser muy importantes: la historia del Rey, la Reina y los Siete negros es una de estas; todos ellos, al
fin, convergirán a un final determinado y preciso al que se tenía que llegar, por la voluntad de Aquel
para poder llegar a saber y conocer, con exactitud, cuál era la personalidad del Príncipe y porque
actuó de unas maneras y no de otras en momentos muy graves: pero en nuestra obra estos
Pero el Príncipe, asimismo, tampoco nos interesaba como protagonista (en realidad su historia,
curiosamente, a través de diversas y más o menos complejas versiones, vino a ser, mucho más
es uno de los tantos personajes de su larga historia que no aparece, personalmente, en nuestro
poema aunque, de modo y manera indirecta, es el causante de que, ante él, se desarrolle la extraña
ceremonia con la cabeza del Negro y que, por las explicaciones que con gran dificultad consigue
del Rey, podamos saber qué es lo que verdaderamente sucedió tiempo ha y, así, descubramos la
Son evidentes, asimismo, los cambios que hemos introducido en el desarrollo de la trama, con una
lectura, tan personal como se quiera, pero que no podía ser de otra manera ya que no intentábamos
escenificar un “cuento” de Las Mil y Una Noches sino que, a partir de la cruel anécdota que allí se
relata, tratamos de escribir nuestro poema y alumbrar con él ciertos momentos de nuestro sentir
que se avenían con la anécdota allí relatada y, si forzamos la relación entre texto y poeta, éste se
veía, de alguna manera, extraña e intemporal, inmerso dentro de la trama y en ella vivía y, quizá, a
240
Muchos detalles e indicaciones o gestos de los actores de nuestro poema proceden del relato
original: algunos pueden parecer innecesarios aunque los citemos en algún momento (los ... doce
intervengan— en la acción); otros son determinantes para nosotros aunque, insistimos, nos
parezcan extraños o cargados de un simbolismo muy particular: ... aquellos negros, que eran en
número de siete...
...la joven se echó a llorar y luego a reír y las lágrimas que caían de sus ojos en perlas se convertían y
las sonrisas de sus labios en rosas se volvían...: este texto reviste particular importancia para nuestro
poema y múltiples veces citamos y glosamos, de una u otra forma, esta circunstancia.
También la expresión ...la llanura desolada... pertenece al texto original de R. Cansinos Assens, así
como la descripción del Lebrel: ...muy hermoso... de color castaño claro...; y, asimismo, es de su
traducción: ...había una casa, baja de techo y con adobe fabricada, y en la que negros habitaban...
Otras alusiones, muy evidentes y conocidas aunque ahora ya las sentimos como nuestras,
tantos (Tagore, en especial y la alusión a El Rey del Salón Oscuro, obra hermosísima, de muy
diferentes resonancias pero que, años, muchos años atrás —y aún ahora— nos emocionó e
impresionó sobremanera) ¿Hay que justificar el que algunos versos maravillosos, precisamente por
serlo, entren en un texto (en el poema y en tantos otros poemas...) sea éste el que sea, y lo recubran
con su hermosura? Una de las funciones de la poesía es embellecer aquello que toca y así lo
sentimos cuando hemos incluido estos y otros recuerdos en el corazón de nuestro corazón.
241
La palabra solo (o sólo) aparece con excesiva frecuencia: el sonido de sus sílabas y lo que, de una u
otra forma, significan queremos sea algo incisivo en su repetición, algo que se advierte
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Pero que el Rey sea un leproso y que los Siete Negros sean Hermanos, esto es algo que hemos
añadido al poema por razones particulares que no deben interesar al lector ni al oyente: la acción
dramática es la que se ofrece ante el lector o el que asiste a una representación de esta obra (si es
que ello puede imaginarse) y a ella debe referirse en su manera y forma de recibir el poema, no a las
intenciones del autor o a los sentimientos del poeta, que éstos son propios de él y sólo en él se
consuman y hallan en su interior —así él lo cree— su exacto sentido si ello, de alguna manera, es
posible.
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Ahora, casi al finalizar el camino, al escribir esta obra, cruel y horrible, si se quiere, pero perfumada
con el recuerdo que nos ha perseguido, desde siempre, del Oriente soñado e imaginario de nuestra
infancia, pagamos, tratamos de pagar, una deuda que teníamos con los minaretes lejanos, los mares
embravecidos, plenos de Genios maravillosos y las cuevas, de azuladas púrpuras y violáceos colores,
conteniendo tesoros aún más maravillosos...; los personajes de nuestro poema son horribles, quizá,
¿pero, qué es lo que, ahora (y siempre), en estos largos momentos y años, no es horrible?
242
¿Acaso, hoy, un poema, por serlo, por intentar serlo —canto entre tinieblas y llantos—, no debe ser,
por necesidad, algo espantoso para nosotros que hemos intentado escribirlo y para los que, quizá,
hoy o en un improbable mañana, también intentarán leerlo? ¿Quién puede escribir poemas cuando
es toda la humanidad la que se va hundiendo en su propio horror, cuando todas las sociedades, de
una u otra forma, se autodestruyen en el suicidio colectivo más grande, el último, el único, el del fin
de toda la historia?
¿Y acaso los Negros Dueños mundiales, los que ignoran qué es lo bello, lo bondadoso, la vida, la
vida para todos los hombres, aquellos que aman la muerte y de ella viven; acaso el Más Grande de
Todos, el Más Horrible, el Dueño del Imperio y sus horribles Secuaces, de uno u otro lado, pueden
soportar un poema aunque siempre hablan de compasión y siempre citen, en vano, el nombre de
Dios? ¿Acaso saben Lo que es? ¿Acaso saben, intuyen, si es posible para ellos, Quién es...? No
sabrían escribir poema alguno pero sí saben firmar las muertes de tantos y tantos, ahora y para el
improbable futuro que ellos ni tan sólo imaginan o no quieren o ni tan sólo pueden imaginar...
Y en su ignorancia se sumergen en la muerte de todas las cosas, en aquello que les fascina más que
todas las cosas: matar, porque su fascinación está en aquello que no es poesía, matan porque
desprecian e ignoran qué es un poema, una sonrisa o el lejano perfume de flores quizá ya olvidadas
pero presentes para otros hombres...; sólo saben matar pero, por ello, ignoran y no pueden saber
qué es la imaginación, la conciencia de la vida: el Dueño del Imperio y los Otros, los que dicen ser
sus enemigos, se satisfacen signando sentencias de muerte: es su labor y en el horrible hedor que
hacia Él y Ellos asciende hallan su placer... y sobre cada sentencia imprimen el nombre de Dios
243
18 de julio de 2005
No todos, en nuestro país saben, en la actualidad, qué representa esta fecha en la que,
curiosamente y por casualidad, cerramos nuestro poema: a quienes sepan y recuerden qué es lo que
sucedió, años ha, les envolverá el frío de un recuerdo horrible; a aquellos que ya no recuerden o que
ignoren o no quieran saber qué es lo que sucedió y porqué, sepan que algo siniestro se iniciaba en
nuestro país hace ahora casi setenta años: y aquel horror, de muchas maneras y desde muchos
ángulos, aún pervive entre nosotros, por el recuerdo de los que fueron sus iniciadores, sus
verdaderos padres y por la acción incesante de aquellos que ahora, sin descanso, políticos
dominios que ya les parecen perdidos, hijos, todos ellos, de aquellos horribles padres, siguen
intentando proseguirlo de alguna manera y, si les fuese posible, iniciarlo otra vez...; también nuestra
historia, vieja ya de siglos, es una historia de muerte y recuerdos: ...y del esfuerzo, para sobrevivir y
reproducirse, del mal, que se perpetúa, inmortal, y que se esconde entre rosas y perlas...
244
La acción de la historia original:
El Príncipe Almás (Diamante) consigue llegar ante el Rey [—leproso, con las manos y el rostro
velados—] que puede desvelar un secreto, que, para él, es de la máxima importancia aunque no se
relaciona con nuestra historia; pero silenciosamente, sin aviso alguno, se desarrolla ante él una
extraña ceremonia: unos etíopes arrastran con cuidado una mujer, una Princesa por sus vestidos y
joyas, de rara hermosura, atada, imposible para ella escapar. Y, frente a ella, un Lebrel, ya viejo, en
Arrodillada en esta maravillosa alfombra, allí depositan, entre la mujer y el Lebrel la cabeza,
decapitada, de un Negro del que ha desaparecido el resto del cuerpo. Los criados traen comida y
frutos en abundancia.
El Lebrel come del banquete y los restos se ofrecen a la mujer, de la que después sabremos es la
Reina, esposa del Rey. La mujer sonríe y llora y de sus llantos y risas se derraman rosas y perlas.
Cabeza que también es retirada. Los etíopes, con el mayor cuidado, se llevan a la Reina de la escena.
Ante las insistentes preguntas del Príncipe Almás el Rey le explica su historia: ella es la Hija del Rey
de los Genios, delicada esposa con la que convive feliz hasta que descubre, con asombrado espanto,
sus escapadas nocturnas, galopando hasta la llanura desolada, donde en una choza viven Siete
Negros [—siete hermanos—] con los que mantiene, cada noche, una violenta relación; el Rey, con la
ayuda del Lebrel, la sigue en una de las noches y consigue entrar en la choza; mata a cinco de ellos,
uno puede huir y el otro, el Séptimo, está a punto de matar al Rey con su enorme fuerza hasta que
245
éste, con la ayuda del Lebrel, consigue dominarlo y salvar su vida; en su furor, lo arrastrará hasta su
caballo y atado a la cola, en una feroz carrera, retornando al Palacio, destrozará su cuerpo: la
Y cada día ofrecerá el banquete más suntuoso que pueda imaginarse al Lebrel mientras que las
sobras serán dadas a la Reina que deberá contemplar la Cabeza, ya muy estropeada, de su amante
nocturno mientras derrama sus lágrimas y sus sonrisas demenciales y, con ellas, sus perlas y sus
rosas...: este es el castigo para ella y, en cierta manera, también para él...: nunca se volverán a mirar
Ahora, a poco más de un año de haber escrito los textos anteriores, hemos ampliado y añadido
alguna otra línea; el poema, si cabe, se ha vuelto aún más agrio y desesperanzado
2 de noviembre de 2006
246
en marzo de 2007 hemos añadido algún breve fragmento al poema; aquello que comentamos en
noviembre del 2006, cinco meses más tarde lo seguimos pensando aunque un poco más agudizado
encontrar— respuesta alguna a la pregunta que ya se atrevió Hölderlin a formular: ¿ para qué poetas
en tiempos de penuria?
¿O es que siempre los tiempos, por su propia naturaleza, son tiempos de penuria?
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En junio, primero de junio de 2007 y, más tarde, en enero, febrero y marzo de 2008 (agradeciendo
la ayuda y las correcciones que Paloma Báscones, con extremo cuidado, ha realizado en su lectura y
revisión final del poema) hemos añadido algunas palabras al texto anterior ¿acaso podíamos
247
imaginar que su deslizar, desde las rosas a las lágrimas, seria aún más áspero y atemorizado...?
TEXTOS 2008--2012
248
el dolor de Dios: ¿cómo puede sentir dolor Aquel que llora sobre nosotros,
sobre sus mundos o sus más lejanas criaturas, Aquel que llora el amor y el odio, la tristeza
y también esparce su llanto sobre la impasible alegría de los hombres cuando, alguna
vez, creen que no son observados, que están solos, aquella alegría que desaparece sólo al
creer que podemos imaginar su llegada, aquella que desaparece cuando la Presencia es
sólo la brisa del viento que anunciaba alguna cosa y ante la pregunta que siempre le
entregamos, aunque intentemos, únicamente, estar en pie frente sus tempestades, con
la cabeza desnuda o siendo signos —lenguaje de dioses2— con frágil resistencia ante
2
¿deberemos citar nuestras fuentes? esta no es una obra de ensayo ni menos de erudición: lo poético ya
nos ha herido, tiempo ha, y de la llaga, siempre sangrante, emerge aquello que debe surgir, sin hacer
249
unos Ojos que con obstinación nos contemplan pero de los que nunca podemos fijar el
color de sus pupilas; aquella alegría que se esconde, se oculta, al creer nosotros que Él
se avecina para huir, temeroso, cuando intentamos mirarlo, imposible ya de tocar,
fugaz como líquido que de nuestros ojos se derrama o de nuestras manos fluye cuando a
Él nos acercamos en demasía?
y creía, pensaba, que, de estar solo, sin poder ser observado por nadie, allí
estaría mi alegría porque nadie podría preguntar sobre mis pensamientos o sobre qué
cosa sentía al oír según que músicas o al imaginar extrañas escenas de países inexistentes
o de violencias sangrantes en las que me complacía: intentaba huir de sus miradas y más
y más me hundía en la tiniebla de la que sentía surgir una voz que parecía oírme y unas
palabras en las que se depositaban, silenciosas, débiles imágenes que entraban en mi
como lentos animales que consiguieran penetrar mis carnes y allí dentro, entre los más
profundos pliegues de la carne, anidaran y reprodujeran sus delicados alacranes
de alguna manera: ahora ya sé que el dolor es suyo y en mi hay sólo una resonancia, el
aura de sus temores y su soledad desesperada que nos envuelve, que me envuelve, y de
la que no puedo ni quiero escapar: lentamente sigue devorando su creación y sus
lágrimas se mezclan a las de los hombres que gimen alocados, a las de animales
desconocidos o seres lejanos que nunca podré conocer ni podré ver pero de los que
puedo oír, muy lejanos, sus llantos y sus raros gruñidos: todos rodean mi rostro,
distinción alguna de su procedencia: eso es la vida; la fuente ya será investigada, si es preciso, por los otros,
por los que son ensueños de aquélla...
250
maravillado, con la luz de su santidad, mancillada por el odio y la desesperación, y en su
temor descanso con esta música que de Él resuena en mi... con la fuerza del deseo
quisiera abrazar aquello que de Él puedo sentir tan cercano —aunque sé que nunca
podrá ser acariciado por mis manos— corre por mis labios y en mis venas entra furioso tal
como las serpientes, en ríos llenos de lodo, entran en las aguas para atrapar sus presas
enemigos que jamás han conocido y nunca sabrán ni si existieron en verdad o eran sólo
nombres en largas listas, en cilindros cuneiformes o en pulcros escritos de ordenadores
de técnica casi inimaginable, su música es canto de muerte para los hombres y sus
dueños, guerreros y reyes, ministros, sacerdotes de la destrucción y el engaño: la
inocencia, dicen, cantaba su canción al alba del mundo en un Jardín entre los tres Ríos:
pero el conocimiento la destruyó para siempre: saber es perder la inocencia y quizá el
mal es la suprema sabiduría que el hombre puede poseer y lo que en verdad quería
cuando atendió con tanto cuidado y extrema atención la voz alerta y, en aquel entonces
ya cansada, de la Serpiente:
¿era Él mismo que abría las puertas a la pasión, dolorosa pasión, del conocer
y lo que esta imprime en los hombres y lo que esta presupone y exige de ellos? Sus
formas son tan extrañas y nos solicita desde tantos costados que, Serpiente o celestial
Paloma, no son sus escamas o sus cantos lo que le hacen santo o inocente sino el dolor y
la resignación con la que le acojamos y aceptemos lo que nos envía
251
dios de amor y de paz: pero ellos sólo llevaron muerte y robo de todo lo que se pudo
arrancar a los vencidos; y nosotros éramos unos vencidos débiles de espíritu y sin que la
carne supiera cómo resistir: no lo sabía entonces y quizá ahora tampoco lo sé demasiado:
el odio aún ciega mis manos y al oír los herederos de los vencedores, llenos de la
insensata vanidad de aquellos que han matado y saben contar sus muertos, cuando
escucho los vanos y vacíos discursos que los vencedores aún siguen proclamando sobre
aquellos que, de una u otra forma, han conseguido vencer, el miedo de llegar a tocarlos,
aunque fuere para aplastarlos con los escudos de años de espera, desarma mis manos: su
carne es aún más repugnante que mi deseo
y Él, ¿dónde se ocultaba cuando los soldados de sus ministros, los Guardianes
tus iglesias estaban quemándose ¿pero, eran tus iglesias, eran los dominios
de lo sagrado que Te envuelve lo que ardía? ¿o eran sólo las casas de aquellos que,
tenaces, con la constancia que sólo tienen los que persiguen esconder su odio y su miedo
252
con la horrible ansia del poder, sin amor ni caridad, que es, asimismo amor, ansían
acoger a los hombres en sus brazos de hierro y allí encadenarlos?
pero si el Reino de Dios ya estaba allí, ¿cómo podrán saberlo? de entre los
muertos saldrá tu voz y se lo explicará con la dulzura con la que debes hablar a los que ya
no conocen la vida o, muertos, sabrán ya que su fin era, es, sólo un principio, un mayor
comienzo
sólo Tu mismo podrías, si quisieras, consolarlo y cesar en tu dolor: pero esto jamás podrás
hacerlo porque ¿cómo consolarte si los hombres mueren sin conocer la sonrisa de un
niño o el abrazo o la boca de un amante que no puede o quizá no sabe a quién besar? el
miedo te envuelve como una enorme piel que se levanta y que sostiene nuestra
debilidad: mientras esperamos creemos que, aún débiles, podemos resistir; pero, ante la
prueba, el revés de esta piel se levanta, se hace muralla y ya nos vuelve silenciosos e
incapaces de resistencia alguna: dicen que la carne es fuerza pero, no hablamos, no
podemos hablar y sólo el balbuceo de una angustia sin razón mueve nuestros pasos:
esperamos tus respuestas y no sabemos, no podemos darnos cuenta que nunca supimos
expresar las preguntas ni pudimos decir, de alguna forma, qué es —qué era— lo que
podría consolarlo: así cerramos un espacio imposible de contestar e imposible de abrir
en puerta alguna
nadie podrá nunca describir qué sucedió a los hombres que la guerra, Tu
guerra, envolvió tal como un torrente imposible de contener arrasa los campos y las
casas que ante sí encuentra: sólo ha quedado el dolor de unos pocos, aquel que se
explicó en poemas o libros, en discursos o en las pocas posibilidades, muy pocas, que han
tenido para poder explicar el llanto que nunca cesa a sus hijos o a sus nietos que ya casi
nada entienden: pero el de la mayoría, el de casi todos, el llanto y el dolor de casi todos,
253
se guardó en los corazones que ahora ya han cesado de palpitar: ahora ya pertenecen a
cadáveres que nada pueden decir: y en ellos, en sus tumbas, los que las tienen, allí, ha
cesado de fluir su voz y ha cesado de resonar el calor de su angustia y las llamadas a una
misericordia que nunca llegó: y sí que llegaron los vencedores y la iglesia, plena de
vanidades y de pompas de horrible farsa: y ellos y sus hijos y sus nietos aún viven entre
nosotros y aún gozan de aquello que robaron y del fruto de aquello que mataron; y aún
se envanecen de sus obras y de la perversidad de su compasión, siempre con el nombre
de Dios en sus bocas y la maldad de su ignorancia pues invocan a Dios y a Él se remiten
para oprimir y seguir oprimiendo pero jamás piensan en Su dolor y en Su vergüenza: las
recubren de incienso y cantos de alabanza pero su corazón está muerto por el odio y el
deseo de vengarse de aquellos que se atrevieron a pedir más justicia y, aunque éstos
de ahora ¿es aceite que ilumina espacios vacíos como un lámina incandescente de voces
que se lamentan y a las que Él nunca contesta? o no puede, quizá no puede contestar ni
quiere hablar palabra alguna en respuesta a lo que nadie se atreve a decirle pues
tampoco puede, tampoco nadie puede, imaginar qué es lo que debe ser dicho ni cómo
debería ser dicho: sus respuestas quizá se encuentran en los vientos que cierran las
noches en los campos donde los hombres se han ido asesinando, o en las nubes que por
sobre ellos pasan, o en el sol que mueve las hojas de las plantas y hacia él las atrae
¿pueden gemir las plantas? ¿saben qué es lo que, frente a sus jardines o frente a los
254
zarzales de áridos campos, está sucediendo? Y la guerra, amada por los sacerdotes del
dios que dicen representar, por sus hijos, y por los que a ellos se sienten mas hermanos,
la guerra se derrama como esta catarata de ardientes líquidos que nada dejarán que
sobreviva: sea el odio de los vencedores o el miedo, el amor de los vencidos que entre
ellos se consuelan y se lamentan
pero la guerra debió abrir una nube de sonidos nunca antes escuchados: sus
canciones, las voces de sus gritos inútiles, seguían sonando en las calles y en mi
habitación, noche tras noche: eran músicas que se mezclaban con las de la radio, muchas
de ellas en francés, con esta peculiar manera de sonar las orquestas y sus cantantes, con
armonías que no sabía como definir pero que señalaban una lejanía imprecisa pero real
cada día: y en ellas debía estar escondida aquella otra voz casi desconocida en aquel
entonces pero que llamaba con un suspiro, tan leve y silencioso, que al mezclarse con el
viento de la rambla le daba un sentido determinado aunque nunca significara alguna
cosa para mi: era como una ligera mancha de color que sobre el cielo y la nubes, las
voces de la calle y las músicas de la radio, sabía deslizarse y en ellas adormecerse: estaba
viviente y avisaba, de alguna forma, que estaba acechando, pero aún no decía nada
horas y el miedo de que se callasen, el silencio de los himnos que según decían eran de
triunfo, me atormentaba aún más que su incesante repetición: las guerras nunca cesaban
y se confundían en resonancias casi musicales: las palabras se destruían en letras que
surgen del trozo iluminado que la puerta dejaba en la pared y pronto las olvidaba, las
olvidaba porque su sabor, el color del miedo era tan incisivo, tan penetrante que,
semejante a un perfume guardado desde años, esto creía, era aún más precioso y,
semejante al ungüento de aquella mujer que rompió su vasija para ungirle los pies, su
precio era inmenso, pero su necesidad era, asimismo aire para mis manos: trataba de asir
255
las sombras y sólo las palabras resonaban, coloreadas por las imágenes, suntuosas,
violetas en la brumas del sueño, de genios orientales y maravillosas lámparas que nunca
me atrevería a frotar, en los colores cada vez más obscuros, de la noche
pero los perfumes, con los años se vuelven agrios y duro es su sonido y el
canto que de ellos se escapa. Esto lo ignoraba y siempre pensamos que se mantendrán
intactos, siempre llevando consigo las mismas imágenes que, de otra manera, no
podemos recordar: como llamaradas de bronces negros aparece un Genio alado, no
siempre es el mismo, ahora puedo verlo con tiara de diamantes y esmeraldas y las
músicas de sus brazaletes sanguinolentos por los abrazos de aquellos que de él han
podido escapar aunque no siempre con vida, aparece ante mí, inmenso, sombrío frente a
salvífica, es llevado a través de todo el país; algún héroe que debió soportar grandes trabajos y
sufrimientos por todos nosotros, portador, asimismo, de ideales y futuros que ya nunca podrán
llegar, ha muerto o ha sido muerto: y su cadáver exhala el incienso que sólo los dioses
agonizantes o ya muertos pueden conceder a sus fieles
¿qué perfumes debían envolver el inmenso funeral, fúnebre marcha que, días y
días, atravesaba unos lugares que para mí eran paisaje para sus hombres y sus antorchas: sólo
recuerdo imágenes en la noche de este destino, con humaredas y cirios enormes y aquellos
256
hombres llevando una larga caja, negra y, decían, roja que debía encerrar en su sagrario algún
muerto santo y sagrado aunque su nombre, que a veces, muy a menudo me repetía no parecía
estar teñido de resonancias de lugares que no han existido nunca: Siegfried, portado por un
grupo de hombres envueltos por las humaredas de las antorchas, envueltos en la negrura que
sobresalía entre el blanco del humo, cuerpo ya sagrado por lo maravilloso de su entierro,
como arrastrado por gigantes que lo llevaban entre resplandecientes teas en noches que sólo
pueden ser conservadas por la memoria de los hombres que recuerdan aquello que no pudo
ser pero que debía ser mantenido, Siegfried sí que era un santo entre humos y llantos pero de
los himnos que oía cantar sólo las palabra estrellas, primavera, podían dar a la imagen un valor
de símbolo; pero el incesante caminar de esta inmensa comitiva que días y días marchaba
entre noches inacabables me incitaba a preguntas que nadie contestaba: el miedo o el no
querer saber eran mis únicas respuestas... y a ellas interrogaba con mis sueños
no eran estrellas: era luceros, pero el cambio de una a otra palabra —aunque,
seguramente, la alusión al lucero del alba no tenia demasiado sentido si es que tenía alguno y
en el resplandor con el que se envolvía mi ignorancia, estrellas y luceros quizá eran la misma
cosa— el cambio con el que el recuerdo quizá trata de embellecer lo horrible era tan
hermosos y terrible que en aquel entierro veía mi propio entierro y en él me admiraba de su
grandeza, nocturna, como escondiéndose, tal como se esconden los ladrones y bandidos, y
patente, solar en su resplandor, a pesar de su obscuridad, portador de luz para todos, para
todo el país que iban recorriendo, atravesándolo, tal como una larga flecha, una lanza
sagrada, atraviesa el cuerpo de alguien que deberá ser admirado y recordado como un héroe
y sus músicas eran como un lamento con voces de hombre que parecían impetrar al
sol mientras caminaban en noches, según ellos, plenas de luceros: pero el gran héroe,
asesinado por traición —quizá éste también lo fue— estaba acompañado sólo por la música
terrible en su presencia y por la violencia de sus metales o por los glissandi de las arpas, de un
genio musical del que, en aquel momento, sólo conocía, tocada en la pianola, la escena con
las niñas-flores de Parsifal; esto pensaba aunque casi no me atrevía a acabar las frases, a
257
mirarlas de frente, tanto era el miedo que estos pensamientos me producían y tanto era el
miedo de que alguien pudiese adivinarlos...; oía las campanas de la basílica, repetían las horas
y con ello pensaba que el tiempo había retrocedido o, quizá, de alguna forma, se detenía y así
volvía otra vez a sonar la misma hora y entonces me preguntaba cual era la verdadera, aquella
que era el aviso final, la que marcaba el tiempo que ya nunca más volvería y del que, sus
llamadas, sus avisos anteriores, eran sólo una advertencia
...mientras, el olor de las hojas resecas, agitadas, movidas cautelosamente por el viento
cansado del verano que imitaba con ellas los pasos asustadizos y desconocidos que
tanto me atemorizaban y que siempre sentía encima de mí, en la azotea, que imaginaba
llena, o recorrida, por lo menos, de algún extraño y amenazante personaje, subía hasta
mi cama y en los rosales, grandes rosas blancas, se abrían con una ternura suave
derramándose por la oscuridad cubierta de enredaderas: abajo, la esparraguera se
cubría de bolitas rojas y verdes y la opulencia de las rosas embriagaba el aire, dándoles
una serenidad semejante al encanto humilde de los geranios y la anémonas: el
murmullo susurrante del jardín en la noche subía hasta mi habitación
258
El viento movía los cortinajes mientras tamizaba la luz lunar que, ahora, ya
cae con una fría majestad sobre las baldosas, sin brillo, como cansada, sin fuerzas para
reflejarse, iluminando mis manos sobre la cama, temblorosas y ansiando acogerse a algo,
aunque fuese la luz amarillenta y siempre cambiante pues la noche era el silencio de los
pájaros y el adormecerse de las voces de los paseantes: poco a poco se iban perdiendo.
Y antes de dormir, siempre, cada día, venía, süave, tranquilo, con la serenidad
de lo cotidiano y lo que es como necesario y normal, el terror; cerraban la puerta y
una sola rendija, que proyectaba en la pared como un triángulo vertical, a lo largo de
esta y que llegaba hasta el techo, era la única luz que podía ver; pero arriba, muy
suavemente, como el paso de un temeroso fantasma, aún más asustado y estremecido
que aquel que dormía debajo, podía oír unas pisadas, el roce, casi insinuado, como sin
querer, de algo que se movía; y aterrorizado, temblando pero sin atreverme a llamar ni a
explicar nada, esperaba, batiendo el corazón, sin moverme, porque imaginaba que
estando muy quieto, quizá el visitante nocturno desaparecería; así restaba tiempo y
tiempo, horas me parecían, aunque quizá eran sólo instantes.
la noche acababa, y con ella, toda la ternura, el descanso de mis labios, que
ahora se posaban sobre la almohada, aún caliente, en un inconsciente anhelo de carne
—y, a medida que la luz entraba en la habitación, se perdía el encanto del lecho;
todos, todos los oscuros rincones pasaban a ser ropa, ropa que simulaba inmensas
montañas, y cuevas y escondites, esperando el momento que se abriría la puerta y
259
vendrían al lecho a despertarme. Porque, aunque ya estuviese despierto, simularía
dormir, para concederles la alegría de dejarme despertar y abrir los ojos a la nueva luz y
porque, aunque fuese la hora del despertar, podría decir que tenía sueño y, con la
mímica pueril de esta coquetería de la infancia que llamamos mimos y después, años más
tarde, vendrá a ser el miedo a resignarse a que ya nadie entre en ninguna mañana,
siempre actuaba con los mismos gestos y las mismas palabras, casi inarticuladas, y así
repetía cada día la misma salmodia, casi como un extraño oficio como si, de esta manera,
no pudiese quejarme tal como quizá deseaba, para que cerrasen mis labios con besos,
anunciándome una nueva sorpresa: era la hora del desayuno
en invierno, y esta era la estación más bella y más amada, me ponían una bata
de lana: por unos instantes tenía que salir de la cama y el frío añadía un nuevo encanto a
esta bata que, ahora, descansa dentro del lecho esperando el desayuno, la leche
caliente, el pan tostado, hasta que la cabeza sonriente, caía sobre otra almohada que
habían traído para poder estar sentado en la cama, casi gimiendo de felicidad
a través de los jardines de mi niñez, vistos con los ojos siempre engañosos de
la memoria, pienso con cuanta rapidez lo ilusorio de lo que creemos es nuestra felicidad
viene a ser, se convierte, en un camino hacia paisajes y tierras dolorosas y ásperas, duras
para nuestros pies y engañosas en sus comienzos: pero en aquellos comienzos estaba ya
la tierra en la que crecería una extraña raíz, un polvoriento matorral que vendría a ser,
sucio de las lluvias y de los animales que de él habrían comido, la carne de nuestra vida,
lo poco que de ella aún se podría conservar y lo aún viviente que de ella podría moverse:
de sus cenizazas nada renacía y de sus hojas llenas de polvo y rápidos insectos, nada, casi
nada sabe surgir y nada sabe abrir los ojos a la luz que con tanta fuerza la iba quemando
poco a poco iba aprendiendo a tocar los objetos que la tierra me ofrecía, las
plantas y flores que en el terrado se abren a mis asombrados ojos, la rugosidad de las
paredes, aun gastadas por los años y la desidia del tiempo de la guerra, el frío azul y
matinal del invierno y las nubes tan lentas que al principio creía que nunca se movían
260
durante el día y sólo la noche podía hacerles cambiar de forma, y también, temiendo
moverme, sin poder abrazarlas, veía el paso rápido que tanto me asustaba al principio
de las lagartijas que alguna vez corrían entre las macetas y dejaban refulgir el verde de
sus dorsos al sol del verano: y entre las pequeñas columnas de las barandillas, puedo ver
tejados y chimeneas y la torres de la Trinidad, aunque, más cerca y alto, el campanario de
la Iglesia y su ángel de anchas plumas era el que más llamaba mi atención: y en él soñaba
e imaginaba qué sucedería si el ángel escapara de su rara prisión, porque prisión es este
lugar del que no podía escaparse ni tan sólo moverse pues siempre veo el mismo lado y
el mismo gesto de sus manos y alas: ¿y si, llameante, volase hacia otro campanario o
alguna otra tierra que mejor le acogiera?
... y así, su robustez, la falta de simetría, hacía pesada la base, mientras que en
su mitad, la torre se empequeñecía y, de su extremo, como una llamarada exquisita,
261
inmaterial, surge la figura del arcángel, negro sobre este cielo casi blanco del invierno;
su base debía ser más alta de lo que imaginaba y, en la lejanía, surgía a través de las casas
y la nave de la basílica, dominador, dando al pueblo su aspecto tan característico: este
montón de piedras, grifos, ángeles, monstruos de unicornio, que parecían beber la
sangre y el agua de esta tierra tan negra y roja, parecía dormido en un tímido sueño: un
alarido celestial y la figura del ángel volaría, impetuosa, hacia las voces de los cielos,
nadando en este aire que chorrea entre sus plumas...
...y ahora, al volver a estas habitaciones, sentía la luz caer, pálida y gruesa,
como un pesado chorro de oro: doradas estaban las paredes, doradas estaban mis manos
en las que la luz parece disolverse ennegreciendo aún más este color hasta que adquirían
extraños matices, verdes, negros, azules, pero siempre de oro; dorados eran los dos
enormes cuadros, copias quizá de buena artesanía, de Rubens, mostrando en la
oscuridad que sólo alguna vez iluminaban mis presencias, las dos escenas violentas de la
subida al Gólgota con uno de los soldados que arrastra a Jesús por los cabellos mientras
que en el otro, el cuerpo del crucificado es descendido de la cruz; sobre esta pacífica
oscuridad parecía que el aire adquiriera vida como si gruesas vértebras le diesen cuerpo
y movimiento y la resplandeciente y escondida luz se derramase turbulenta y solemne
sobre los muebles y la piel de mis manos, sintiendo como si todo sucediese, vivo, pero
afuera de mi comprensión y sin que pudiera relacionar todos estos sucesos con mi
tiempo; parecía como si de todo lo que en esta habitación me era externo, de los
muebles, el reloj frente a un espejo muy alto, la puerta del fondo, siempre cerrada y que
nunca supe hacia donde conducía, los enormes cortinajes, las grandes sillas de maderas
muy trabajadas..., se desprendiese un tiempo propio, elipse que giraba sin interferirse,
mientras que mi ser y el color de mis manos permanece inmóvil sin conocer esta sucesión
mas que relacionándola con este movimiento oscilante que del pretérito iba al futuro sin
que, en apariencia, estuviese jamás en el presente; hundido en este dulce y para mí,
262
detendrán sobre él: la garra metálica del grifo arañaba con impasible furia las sedas
amarillas, bordadas de flores oscuras y moradas, de un verde negro, ocultando entre el
polvo y su color —como si, desaparecidas las flores que adornaban el salón, ahora su
recuerdo continuara exhalando la fragancia de la muerte, con un olor espectral y
turbador— el tiempo que lo iba destruyendo: estos sillones con dragones labrados, las
porcelanas y los jarros, esmaltados de un azul lívido y con ellos, su vida, van a
desaparecer como un puñado de rosas secas pulverizadas por una violenta presión...
...los muertos; ellos, todos, todos, todos nos llaman; ellos nos llaman aunque
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Mi primer amor fue un oso, pequeño, peludo; si se apretaba su vientre emitía
un dulce gemido, como una queja de su pequeñez... celos de quien pudiera tocarlo,
verlo, simplemente sostenerlo, o, como hacía en mis juegos, envolverlo en trapos para
que no tuviese frío o para que durmiese, ajeno, él, siempre, a mis otros amantes que supe
buscarme: porque el amor no se concretó en uno solo sino que necesitó otros a quien
amar: así, un perrito verde, triangular, cuyos ojos de cristal, lucían, aguantados con
dificultad, por un clip de hierro; podían mirarme con tristeza, suavemente, hasta que con
una salvaje explosión de celos los arrancaba, los dos ojos, para poder pedir, llorando,
temblando de amor, que los volvieran a clavar.
monita flaca, delgada, con un gorro rojo y una mano destrozada de la que salía un
gancho de hierro doblado, mostrando la paja, relleno que imitaba su carne, ligeramente
rasurada. Había pertenecido a una parienta cercana, ya muerta recientemente y el olor
de su procedencia hacía subir las lágrimas, algo extrañadas y sorprendidas, a mis ojos
esperando los tres una nueva llamada de amor que los librara de su encierro y lo llevase,
de nuevo, a mis manos.
264
A los tres supe darles una dicha, que ellos, pobres muñecos, ahora con vida,
por mi amor, jamás habrían podido sentir. Hieráticos, impasibles, seguían soportando,
con la estoicidad propia de un verdadero amor, el que los destrozara y, con sorpresa, le
abriera el vientre, extrayendo de aquellas momias sin misterio, puñados de paja, o serrín,
de un olor ligeramente desagradable pero exasperante por su procedencia: ...
...los hace siempre nuevos, sorprendentes y por ello, sin que entonces lo
supiera, deseables-----;------------ aquella constancia en su expresividad les concedía
misterio, un aire frío, que dejaba pasar a través de sus pelos un chorro de miedo ante su
hieratismo, de ídolo indiferente, como si ocultasen algo profundo y lejano en su
quietud...
quizá años más tarde volveré a encontrar estas tristes y grotescas figuras,
semejantes a milenarias y oscuras momias, envueltas en el polvo del tiempo pasado que
las iba recubriendo de recuerdos y quizá volveré a buscarlos, desgarrando sus vendajes
de oro, mientras que la madera, como carne petrificada, se quiebra bajo la caricia de mis
manos, como si la distancia que nos separa en el tiempo me concediera una especial
fuerza de destructiva: caerán estos suntuosos azules de maravillosos tejidos, crujientes al
tacto y son pulverizados bajo mi caricia, surgiendo del misterio de mi amor que vuelve a
su primera expresión después de la inútil experiencia en el tiempo intermedio, en la
distancia que separa la dureza de mis manos de estos bellos y secos animales, primer
265
la violencia de mi amor por los tres animales y que, para mí, era una inmensa
felicidad, fue decreciendo ante la repetición de su presencia; siempre tan iguales,
quietos, inertes a mi deseo, iban perdiendo la calidad humana que habrían poseído
como personas, calidad que sólo la tenían en figura pero que podía imaginar con vida a
mi costado y con el tacto de sus manos, aunque parecieran garfios imposibles de
articular, acariciándome
algún gesto que los acercara y los hiciera parte de mi vida: pero los extraños ídolos
yacían en los suelos, sobre mi cama y siempre esperaban, pero jamás concedían alguna
cosa; nunca daban nada: eran como dioses sin nombre que aún no había podido conocer
por las calles casi solitarias entre las que mi coche era un objeto de curiosidad para los
pocos, muy pocos viandantes, que buscaban otras sombras y otras resonancias: y se
acercaba, rápido, frente a mi aunque sin poder velar la perspectiva de la calle y sin que
cubriese con los trozos de su cuerpo, que cada día iba cayendo con una extraña
destrucción, la vista de qué es lo que sucedía en las calles aunque nunca pasaba, casi
nunca, pasaba nada: y me hablaba como me hablaban, asimismo, los guerreros muertos
por mi culpa y las feroces Hermanas sin Nombre y todos ellos realizaban una acción
también carente de nombre porque el mal, el horror de lo perverso carece de nombre,
266
tal es la maldad que los hombres sabemos depositar sobre lo que de divino aún hay y
queda entre nosotros
y las callejuelas oscuras, mal iluminadas, las sombras que alguna vez se
acercaban y hablaban con extraños acentos y listas de preguntas que nunca se podían
contestar iban diciéndome, asimismo, qué es lo que los muertos tratan de decir a los que
parece que aún vivimos y qué es lo que el Rey Viejo, el Rey Duncan, con sus virtudes,
pudo llevarse, para envolver sus heridas, a las Ciudades Polvorientas
ser: nadie podía llamarme hacia el mal porque éste ya era, ya estaba, dentro de mí: mis
amantes estaban dormidos y los tres animales que tanto quería seguían durmiendo en su
lecho de ropas revueltas en un silencioso, irrespirable armario, pero entre las sombras,
medio escondidas entre las calles plenas de niebla, acechaban los bosques que se iban
acercando y las otras fieras que, se decía, no habían nacido de ser alguno: quizá ellos
mismos se engendraron
camino incierto o alguna mirada que me contemplaba sin que en los ojos, como de
piedra helada por la noche, pudiese acertar algún aviso
que siempre las envuelve sabe agitar con cuidado: y dicen: ¡no te detengas! ¡Nunca
tendrás bastante de sangre y muertos, nunca podrás saciarte porque los órganos que
pueden saciar a alguien humano en ti no existen: ni tan sólo sabrás nunca qué es estar
267
saciado y qué cosa es el deseo! ¡Tu sólo buscas tu curación, ciego en Gaza, cuando el
profeta ya ha pasado y se aleja sin oír tus llantos: no regresará; buscas y te abres paso en
estas selvas de la niebla; y en ellas encuentras tus poemas y tus sonatas, tus escritos y tus
músicas! ¡Es cierto: pero ¿a ti, quién te encontrará?!
ahora siento que las voces de las Hermanas Fatídicas, tan lejanas, siguen
sonando como si estuviesen a mi lado y ya no sé si es en mi habitación, bajo la azotea
donde oigo los pasos furtivos donde ellas se alojan o bien se han deslizado en estos
momentos, cuando escribo esto y cuando el tiempo parece irse deteniendo aunque es
sólo el latir de mi corazón el que lo hace titubear hacia mi costado y allí esperan con
ansia indiferente; siempre esperan y el tiempo, su tiempo, es el tiempo de la espera: y las
voces siguen aullando con gran cuidado y casi en silencio: a ti ¿quién te encontrará?
parecía indestructible?
cielos siempre cubiertos y con las nieblas que nunca nos abandonaban, llegaban las
noticias de más y más destrucciones y muertes. Y si unos tenían muchos hijos, otros se
admiraban que el Dueño del Castillo no tuviese ninguno y se lamentaban de ello: ¿para
268
poder destruirlo en sus venganzas o porque él no podía imaginar qué cosa es perder un
hijo, por un accidente en la montaña, en los precipicios que rodeaban el Castillo,
jugando, peleando con otros niños o por el peligro que podía representar su vida en un
futuro incierto o por la razón del Estado?
sus raíces estaban arraigadas en las tierras de las Hermanas Fatídicas; en ellas
descansaba mi temor y mi seguridad y muy a menudo las llamaba aunque nunca acudían
a mis plegarias: pero cuando no las esperaba o el miedo de verlas era excesivo sí que
veía ante mi, reptando seguras aunque con titubeos en su caminar, las tres formas que
nunca cesaban en su Obra: y esta, siempre carecía de nombre: era lo siniestro, lo más
obscuro de Aquel que todo lo contiene en su interior y allí lo guardaba como una
perdían su fuerza y venían a ser objetos como teñidos de nieve sucia, plena de polvo
blanquecino: comenzaba a soñar y las extrañas polifonías de afuera se convertían en
lienzos enormes que envolvían mis sueños y en los que estos poco a poco se iban
diluyendo
269
respuesta debía darles si, inconsciente y como lleno del hielo de la inocencia, desde los
comienzos, desde el primer día, supe qué era lo que debía hacerse y supe, con el miedo
que sólo puede darnos la seguridad de que algo tiene que suceder, inevitable, carente
de cualquier discusión moral o de posibilidad de escoger, que aquellas Hermanas
Fatídicas se limitaban a decir lo que ya estaba dicho, aquello que ni tan sólo era
necesario, en forma alguna, avisar?
cavidades de los desiertos futuros que me esperaban y en los que tendría que residir—
sólo podían ser más agudos, sólo vendrían a ser más agudos, más fuertes en su horrible
sisear, un tiempo, un poco más tarde, más tarde cuando surgiera el silencio, el silencio
que es el grito más grande de todos: pero esto aún acechaba y estaba esperando, como
una larga procesión nocturna que raras figuras, sin forma ni casi contorno, pero
coloreadas algunas de ellas de hermosos colores con resonancias de bermellones que
parecían haber podido reflejarse en algún lejano espejo y quizá eran sólo restos de
sangre que en ellas podían encontrar algún reflejo, esto aún esperaba y tardaría tiempos
en llegar, años quizá, años en los que el murmullo susurrante, parecido al paso de las
aguas en ríos muy lejanos, vendría a ser feroz alegría de un aullido que ya nunca cesaría
en su silencio resonando, resonando siempre
sin saberlo, nadie podía haberlo dicho, nadie sabía que el silencio es el
sonido más atroz que puede oírse, más horrible cuanto más cerca se está del final de una
vida, aunque, asimismo, el silencio, cuando se despoja de su maldad, es el sonido más
sagrado y perfecto y el que esperaba —casi sin saberlo, casi sin que tuviera consciencia
270
referirse a mi sueño o la noche que ya me acompañaba: eran los reflejos en las baldosas,
las resonancias de las voces de la radio, las escasas sombras que del pequeño y estrecho
haz de luz que penetraba en mi habitación, y con sus movimientos, quizá sin quererlo,
me daban alguna compañía y algún consuelo
271
y así soñaba, mirando las sombras en la pared, a mi derecha, y los tenues
ruidos que las acompañaban mientras estaba atento, rígido, a aquello que iba resonando
como música sombría en mis ojos:
sus raíces
aparecen jinetes lentos, dibujados en su lejanía
pero en el rostro, las mandíbulas son como un vibrátil hueso que sube y baja
sin poder ser dominado, como si la carne más interna estuviese reseca, quemada, y la piel
no supiera acoplarse a sus rugosidades
mueve la cabeza y escupe
una solitaria aridez en el otoño triste mientras que la niebla se extiende
como un humo denso, frágil
este año, sobre la tierra, negra, roja de sol, ardiendo en su perpetua agonía,
se resquebraja; las grietas se abren, como si una inmensa lepra asolara este páramo
estéril que desea la fecundación vivificante que le es negada
se doblan mientras que las ruedas arpadas, giran sobre el dolor angustioso,
sobre este agobiante frío que arde en la oscuridad, en el silencio-
272
la rueda ha girado ------ se hunde en el lodo, en esta charca pantanosa,
mientras los juramentos del dueño que estrangula los caballos y en el
recemos pues, pedid, con intenso fervor, que jamás podáis conocer la guerra,
la peste, el hambre; no pequéis, porque estas calamidades son castigo de tan grandes
errores como son los que hacéis, pero tampoco llevéis una vida tranquila, porque es
necesario que seáis probados y paséis grandes pruebas y tribulaciones --
(en gruesos carros, camiones, triciclos, son recogidos los niños pobres,
tontos, escrofulosos ---y también, un inmenso grupo de retrasados mentales, idiotas,
273
epilépticos, paranoicos, que sólo incluye el tanto por ciento del total que la oficina de
recuentos recontó)
y así pasad, hijos míos, penas y trabajos interiores para que podáis gozar un
día de la gloria de Dios Padre que vive y reina por los siglos de los siglos----
ellos han rezado por el descanso de su alma, por sus padres, por los hijos aún
no nacidos, imagen que, como un espejo, existe en el Creador y en donde Él se
contempla, por sus casas, por las flores que zumban como insectos al amanecer, por su
dinero, para que mi hermano muera pronto, para que él pueda ser rico cuando consiga
robar, para las almas de los infieles sumergidos en el error—; por todo, han gemido en
una súplica incesante y perversa; como moscas frenéticas sus plegarias ascienden hasta
el olfato de la Divinidad que aparta sus eternos ojos, en un asco y un amor profundísimo;
como medusas, de cristal orgánico, líquido, pegajoso, varadas en la playa y
disolviéndose al sol, así sus ruegos, exigentes, sin la fe, que les daría la fuerza de las
montañas, se calcinan y se desintegran ante la mirada del Juez severo que, semejante a
un inmenso aparato de rayos roetgen, rayos que permiten ver el interior de todas las
cosas, así lo creía, analiza en la oscuridad, los más íntimos deseos e inclinaciones ------
con olor de sudor, sube, gimen por el perdón de sus pecados, que pesan con este liviano
peso de algo que es inevitable, mientras que la voz del ministro habla, invisible, desde el
púlpito:
274
---- pensad también, en los infinitos tormentos, desprecios, en la
repugnancia de Nuestro Señor, mientras vivió en este mundo, creado por las manos de
su Padre para él, que es su Inteligencia, que es la imagen reflejada en su cerebro —¿en
su conciencia— en su memoria?¿dónde?
imaginadlo, pequeño aún, como un montón de grasas y albúminas, creando
su cuerpo humano dentro del vientre virginal de su Madre amantísima que lo cuidó, que
lo amaba infinitamente...
contempladlo ahora como se desarrolla, cómo aparecen, sobre el frágil
cráneo, que años, pocos, ¡ay! más tarde, será coronado con la suprema corona de
espinos; los ojos, aún sin mirada, sin los nervios, que se forman, allí, cerca, en un montón
poros de su piel, mientras que las venas, delgadísimas, se extravasan, y oleadas de sangre
son mezcladas con el sudor, bajo una luna tranquila e inmensa
275
ved como se acercan las turbas, semejantes a una manada de bisontes, con
hachas encendidas, humeantes, tosiendo, mientras la saliva le corre por la cara; un ojo le
ha sido golpeado, las espinas le desgarran el tejido cerebral, el líquido medular se
derrama, espeso, como las babas de un monstruo, que esto es lo que ha venido a ser el
Hijo del Hombre, un trozo de carne, despreciado ante los ojos de estos judíos que son su
pueblo escogido --
desmayada, como muerta, caída sobre las piedras, y ved como después de haber gritado,
inclina la cabeza y expira mientras el sudor corre, súbitamente abiertos los ojos,
ensangrentados por última vez, mientras su cabeza se dobla, cae, y la lengua
sanguinolenta, resbala entre los dientes -- sus rodillas se encogen y sus pies giran
entorno del clavo mientras su alma huye hacia las tinieblas luminosas de la victoria --
inmundicia... (su sombra aparece ante mis ojos convertido en una inmundicia, sombra
sucia de todos los hombres que lo han poseído; lleva aún pelos negros en la boca y sus
276
ojos giran convulsos -- porque) ya que el texto del evangelio habla de que es preciso
vencer, al menos alguna vez, en nuestra existencia a Aquel que tan cerca de nosotros
Y así, ved como el cuerpo santísimo del Salvador cuelga, aún negro, reseco,
rígido, en la cruz -- mientras el polvo arrasa Jerusalén -- y ved como se han acercado los
soldados y rompen las piernas de los ladrones y les rompen las costillas y los huesos del
pecho y ved como uno de ellos clava la lanza en el costado del Señor y le atraviesa el
corazón, órgano grande, que ya no palpitaba y se rompen las arterias y un chorro de agua
y sangre corre lentamente por su costado, tranquilo ya, sobre el que las moscas no se
atreven a comer --
ved este silencio que ahora descansa sobre el Gólgota, como el que se
extendía, las noches lejanas, en el paseo, delante, envolviéndolo como una bolsa de
grasa, la habitación de................ mientras paseaba, veía los árboles secos ya por el
otoño, rodear la casa, agujereada de balcones, y allí, dentro de las innumerables
habitaciones que se comunican entre si por pasadizos, escaleras, puertas, teléfonos,
ventanas, allí dentro, guardado de las miradas de todos los que lo poseyeron, o que
pronto lo tendrán, caliente, ronco el vaho, yace durmiendo, mientras incesante
transcurre el zumbido sordo, oscuro, de la ciudad; con agudos silbidos, el tranvía pasa
dando grandes golpes a los coches que marchan presurosos a sus casas, a dormir, a
bailar, para asistir enfermos, borrachos, locos, criadas para servir las botellas de lejía, el
agua, los postres, el contrabando, coches negros, blanco el polvo que los cubre, coches
de muertos, de vivos, coches como los que arrastran bajo sus ruedas potentes un cadáver
como el del Señor que ahora es desclavado de la cruz golpeando sus discípulos con un
martillo la junta de los clavos que sobresale detrás del madero, y, así, inerte, rígido como
una inmensa costra, sin poder moverlo, dislocados los huesos, el santísimo cadáver es
bajado hasta los brazos de las mujeres que esperan para lavarlo, ungirlo, articular sus
miembros, sacarle su corona, ungirlo con mirra para ser puesto en un sepulcro nuevo, no
usado, y hacer correr la piedra mientras allí dentro, silencioso en su oscuridad, su Cuerpo
espera la orden divina para volver a latir, para doblar sus dedos, tranquilo ya, en su
277
último sacrificio, permaneciendo sin vida, oliendo a perfumes de mirra y áloe, a sangre, a
ropa nueva del sudario, sin oír música alguna más que el goteo de las aguas filtrándose a
través de las peñas, tranquilas, dulces, sin alterar su sueño --
en su primer pecado, sin que hubiese nadie con él; sin que pudiese decir: otros también
lo han hecho
gimen envueltas en el silencio abres un armario; colgado por perchas está allí, siempre,
leproso, caídos los hombros, torcida la cabeza, podrida la carne, esta figura crucificada,
como una bestia grande o una rata, enorme, ya muerta desde hace años
278
un mosquito zumba -- mientras lame mis ojos que se apartan -- el viento -- y
suplica -- como venas de hielo, buscando los nervios de mi carne, me invade su deseo
por última vez -- por última vez sentir el roce de estos cabellos que pronto serán ya
blancos en el sueño del tiempo
una aguja negra -- larga, como gelatina líquida
una sangrienta repugnancia ríe sobre esta soledad -- un silencio repentino
-- tres mil estandartes de tres mil países son izados, cubiertos de barro y llagas: la
multitud aclama y los micrófonos escondidos llevan información a los jefes de policía que
incita a la gente a eso y todo eso --
279
cien ojos en las manos y cien ojos en los pies y tubos fluorescentes con los que es
alumbrado el abismo --
también se esparcen rumores, voces, vaticinios que todos ignoran y son
consumados veinticinco adulterios --
gruesas mujeres y matronas llevando cirios, palmas y eso, se arrodillan
mientras pasan los aviones que anuncian la paz y una matanza de cien mil como recuerdo
y ejemplo
(se levanta -- masa inmensa de cristal, aluminio, hierro fluorescente ---- )
rumores entre dulcísimos saúcos, aguas goteando sus manos de hojas --
ven, ven en este silencio -- (el ruido de la luz, flotando sobre la noche, es
como un mágico temblor de círculos descendentes) mira, mira como corren en el interior
vive, vive en mí, si puedes, porque este sueño de la razón —que es la vida—
dicen que crea monstruos y ellos nos devoran y procrean; un escepticismo agrio quiero
se apodere de ti, y sobre este asfalto negro, humeante, quisiera fueses aplastado,
impresa tu imagen en la grava, apisonadoras de piedras rodantes sobre tu cuerpo,
derramando tus huesos, este huesecito tierno y menudo que siento huir a mi tacto,
pobrecito, no, no, no te haré daño, mis labios, mojados de luz, suaves por los aceites que
los (quitan las grietas) son como lana peluda sobre una herida.
¡Oh, tus manos, tus manos! recorren estas cenizas duras, hechas de escamas
rígidas que es mi vientre, ven, ven, dulce amor, mis cabellos te acarician como manos
mojadas de viento
280
adoración interior de mi alma ----
y si, destruidas, vuelven, otras, a despertar mi deseo, esta destrucción servirá
para alimentar la sensualidad del dolor, porque, como existe una sensualidad espiritual
que nos lleva a tener gustos escasos que iluminan nuestra noche interior, así existe un
placer en el dolor intenso, tanto más si es un dolor del pensamiento, de la razón, en el
que podemos detenernos, porque la mente gusta de pensar en cosas propias de su
esencia y repugna de gustar dolores físicos -- que se pueden aplacar con morfina o
cortando nervios -- pero de los que nos olvidamos cuando ya son pasados
Las sombras leprosas suben del abismo chorreando sangre; los vampiros
vuelan con las voces rotas -- M. sube, vestida de trapecista, grita, y un gallo le clava el
pico en el seso -- un largo nervio se agita entre sus patas y le hunde la garra en los ojos
Entra el gerente:
El gerente: Señores, tengo. --
281
el gusto de anunciar que los presupuestos y las ganancias,
deducidos gastos tienen la cabeza disecada y la nómina actual se refiere, tiene el
máximo número que porcentaje que puede soportar un trapecista .
La sombra: ¡Quieto! -- Le besa los ojos, las babas le corren por la cara, helada,
blanca en el cuello y las oscuras visiones se doblan desenfocadas -- sus ojos se separan en
un feroz estrabismo y la mano corre por mi espalda, hundiéndose en la carne, roja
como una arrasadora visión hunde los dientes, abierta la boca deja que los
labios resbalen sobre los cabellos
y el dolor de haber perdido a quien amé y colmé de felicidad tal como creía,
este gusto acre, me invade, mientras el frío de un helado amanecer, gira en un espasmo,
agitando las aspas de sus manos en el sueño
282
¡Y cómo sufren por haber perdido eternamente, para siempre, eternamente,
jamás, la Figura que nada en un mar de bronce! Él, como un cordero, seccionada la
yugular, los ha expulsado, implacable, como feroz Carnero que esto es lo que Él es en su
justicia, los aparta de su gloria, de su posesión, mientras que son arrastrados a lo más
profundo del abismo negro, sin poder verlo ya jamás -- y pensad también en la gloria
muerta que los rodea, porque ellos vieron a Dios y su Carnero pero ¿cuántos hombres
serán hundidos en el odio, en la infinita desesperación de haberlo perdido sin haber
podido beber del agua de la vida ni el torrente de la sangre que siempre, siempre mana
del divino Carnero, del dulce Cordero sangrante y ansioso de más sangre!
aparece un carro cubierto de ojos y cuchillos y, mientras las ruedas giran, se desgarran
los ojos, espumajeando sangre, mientras que los jinetes se preparan para arrebatar un
profeta como una ascensión en el fuego y los cielos son precipitados al abismo para
encadenar a la Bestia por miles de años
283
cabellos, por el desagüe y la he arrancado violentamente de la cañería, besando los ojos
rojos de luz apretando sus muslos, para seguir sobre sus labios, sobre la cubierta oscilante
de sus carnes, de los ojos torcidos como delgadas lilas rojas, al fin está en mi corazón,
rascando los pelos de mi cara con el vello de sus brazos, de su vientre, blanco, como
ebrio --
y he buscado su cuello, mientras ríe, ríe al fin, alegre, y mis dedos han
palpado esta oquedad que forman los tendones; cierra los ojos y cae sobre la ventana
con una risa agonizante y el cuello es ahora casi negro mientras los ojos se abren por
última vez mientras que su cuello, en mis manos que aprietan, aprietan, aprietan, es
como un delgado nervio estremecido -- caen las cintas y sus cabellos se abren, nadando
en la noche, como una gruesa planta submarina que empujo hacia abajo, donde los
raíles del tranvía son paralelas que contienen el cadáver que ya cae, rebota en la cornisa,
cae y cae sobre el asfalto como un súbito ulular del silencio que sube de sus manos frías
sombríos rumores llenan mis ojos, un agudo y lejano silbido
vendrán ahora; el miedo es una forma de sensualidad, de deseo que desgarra
como un azul alacrán maligno
los coches vienen ya
quiero tu cuerpo que caía allá abajo, sobre las piedras, sobre la noche tan
oscura; los lagartos comerán tus ojos, tu carne que me besaba en el coche se volverá
negra, tu boca, que babeaba sobre mi, hablará a las estrellas, tu carne se pudrirá,
cayéndose a pedazos como leprosa, tú, que eres bello como la noche llena de estrellas,
284
caerás sobre las aguas y los círculos verán mis ojos y el cielo hundido en sus aguas,
esperando que vengas a besarme
sube en esta estación fría, como estos gritos de perro que
los perros negros, con la lengua colgando entre los dientes, en la boca negra,
llena de gusanos
sube hacia mi, estos perros
¡Aquí ! y vienen
¡Y porqué grita?, y los aros que le deben golpear los (perros, los perros) ojos
-- ¡Aquí!
un alarido, no humano, de animal extraño, desafinado; está sobre las piedras
rojas con los de llevaba
Suben cansados, arrastrando sus alas, sus largos mantos de piel, los huesos
delgados, estos lentos vampiros; se reúnen, en círculos silenciosos, los ojillos se cierran y
de súbito, de lo más alto, cae un pájaro, el punto negro se hace más grande, gira, el
muerto, crece, crece; feroz, le clava los morros, le agujerea la camisa, el corazón, y tira
de una larga arteria, la lleva triunfante, en el pico; la reunión de bestias negras tiembla,
moscas verdes rascando con paroxismo sus élitros vienen a comer al corazón, viscoso --
silenciosos velan estos peludos vampiros y luego se envuelven con su piel,
pelado el cráneo (los perros no pueden detenerse ¡aquí! ¡aquí!
285
bestias, buscando tu imagen que se haya repetido, deseando, pidiendo a Dios, si esto
puede hacerse, que haya agotado su imaginación y repita tu cuerpo y tu imagen que
quiero, quiero tu cara, tú, vivo, tú hermoso, vuelve, vuelve a mi con mi estúpida e inútil
súplica con esta piel rugosa, suave bajo mi mano por los aceites que la corroen, quisiera
ponerte bajo
(es llevado al Monte Palomar y colocado bajo su gruesa lente: su piel se abre
en estrías, pozos profundos, negros, hediendo, y de su redondo abismo emergen pelos
gruesos que se agitan al viento como pitones irritados ; la miosina irrumpe súbitamente
en las esferas de sus ojos sin permitir ser cerrados y fija su mirada de idiota al infinito
estelar que es divisado en la obertura de la cúpula)
(ca. 1950)
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y así parece que cada día, al dormir, algo muere con nosotros y ya no
despierta por la mañana; y así, cada día, una parte de nuestros afectos y sentimientos
muere y se destruye y con él mueren las ciudades y las casas, los hombres que hemos
conocido y a los que hemos hablado y también amado y las músicas que les rodearon:
todo muere un poco cada día y en nuestra muerte también desaparece una parte de su
286
ser: el tiempo obra a través el sueño sin que sepamos cómo actúa pero de las voces y
recuerdos del pasado algo ha desparecido y ya no es posible recobrarlo......... y con este
olvido se han ido mil sensaciones y ansias que sabemos existieron pero que ahora ya se
han debilitado y deformado de tal manera que casi nada queda de ellas mas que un vago
recuerdo que la noche siguiente se encarga de borrar deformándolos aún más..... y así
los días son construcciones que soportamos con la lucha y la angustia del tiempo y que
las noches van destruyendo y llevándose en su misteriosa y dolorosa operación todo
aquello que fue nuestro que sólo por recordarlo ya está ensuciado y pleno de
deformidades
287
y así soñaba diciendo, con sumo cuidado, sin hablar pero sabiendo que lo
recibirían, aquello que imaginaba en mis pensamientos y deseaba aún sin saber qué cosa
es el deseo y cómo puede llegar a ser forma que devora sin que parece nada se haya
llevado de nosotros; y lo explicaba, con extremo detalle, a las sombras que habían en la
pared, al costado derecho de mi cama, sombras gruesas como si una voz de hombre
cantase alguna ópera que aún no se había escrito y que sabía algún día vendría y lo que
cantaría era algo que de mis manos ya comenzaba, muy poco a poco, a salir: allí se dirigía
mi voz y a estas raras sombras fugitivas les hablaba como si sólo ellas pudiesen entender
qué es lo que en mis palabras había del presente y lo que en ellas se adelantaba de un
futuro que no sé si entonces imaginaba cuando podría ocurrir pero sí que con absoluta
certeza y seguridad sabía que era muy lejano aunque, para mí, inevitable, seguro como
el paso de los días y el oleaje de los mares
así le decía sin palabra alguna pues pensando en las sombras y sus sombras
huidizas ya he comprendido que no tienen voz alguna aunque su sola presencia ya es una
advertencia; les hablaba siempre por las noches y mis palabras eran siempre las mismas
aunque mil veces cambiadas y desde muy diversos y complicados comienzos: me
despedía como si todos mis trabajos y ansias ya se hubiesen cumplido y ya todo estuviese
entregado y, con ello, acabada mi vida; en el envío de estas calladas palabras se
consumaba, antes del presente que ignoraba, un futuro que ni tan sólo podía imaginar ni
sabía que podría llegar a suceder como un algo semejante a aquello que con tanta
pero mi aviso a las piedras se parecía a como deben ser los poemas en las ciudades
soñadas del oriente, perdidas en desiertos ya nunca hollados o en imperios que sólo
pueden mostrar el polvo de sus ruinas:
288
¡Oh tierra, cielos, aguas que todo los habéis engendrado, nubes,
vientos que rodeáis el mundo: ved! ahora todo retorna a sus comienzos; he aquí que
aquello que un día empezó tan difícil y tan oscuramente, hace ya tantos años, ahora
voluntad de escaparnos!
¡Oh árboles! ¡Oh tú, luz de mi madre, mortaja de nubes posando sobre estas
miserias y remordimientos y recuerdos que nos están royendo con dientes tan süaves y
lentos que casi no notamos su trabajo aunque los huesos los vemos, al fin, rotos sobre la
tierra; aguas de los silenciosos abismos, fuentes, árboles moviendo sigilosamente la brisa
que se desliza entre tus manos, inútiles plegarias esperando que nada ocurra de todo
aquello que debe suceder! ¡escuchad! he aquí que todo acaba y todo acaba retornando
a sus comienzos; es preciso, pues, que vuelva a fundirme en mi tierra, dentro de mis
cielos y árboles y flores y frutos: es preciso que retorne a las silenciosas tumbas y sus
desolados acompañantes; silencio de una noche que ya jamás acabará porque es mi
noche y en su silencio debo descansar; silencio de unos deseos que ya no son míos ni de
mi voluntad!
esto es lo que dije al imaginar que hablaba y aún podía explicar todos,
cielos, hombres y voces de los lejanos, la escultura de la esperanza y la cruz que a ella se
abrazaba, el paso del viento entre los cipreses del cementerio, los pinos y rocas frente al
289
mar: al verde del azul del cielo, a los centelleantes brillos de las olas dirigía mis últimas
palabras: pero cada día las repetía iguales aunque algo diferentes en el tono y en ciertos
detalles que únicamente podía conocer en mi recuerdo y en las lejanas resonancias de
los cementerios que iba recordando y en la avenida sobre la que, muy alto vigila el ángel
sentado con al trompeta que debe tener ya preparada, había un eco muy parecido
aunque con ligeros sonidos desafinados: mi llanto era diferente en cada momento y mi
inconsciente, insensata alegría, también era diferente
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rosas que traían para complacer a sus dueños; cuevas de inmensas bóvedas donde
cuelgan los murciélagos que son sus guardianes y que muerden como alfanjes de metales
maravillosos, manchados de sangres no siempre humanas... esto soñaba!
290
Si pudiera recordar... perfumes azules, morados y lilas de rosas que se
disuelven entre manos de inmensos genios, horribles de ver, de brazos y piernas muy
delgadas pero con turbantes de sedas coloreadas y envueltos en inciensos incitando al
sueño... mares que sostienen castillos sobre sus inmensos oleajes y en ellos viven
aquellos que no deben nunca ser vistos: los portadores del sueño y la alucinación de los
poetas.... y el viento deposita colores en mis ojos y canciones que en mis manos son
también melodía.... el perfume de azúcar violeta de las rosas parecía amortajarme
mientras caminaba en los jardines soñados donde las rosas ocultaban las espinas de los
pero el viento de los océanos, las naves que en ellos surcan la búsqueda de
sus maravillosas mercancías, los relatos de alados jinetes y apasionados amantes que
descendían de entre los abrazos de negros genios, allí resonaba una melodía que en sí
misma parecía encerrarse: el mar era una extraña tierra de conchas y piedras y un
caballero, solo, parecía huir entre aquel horror, yermo desierto de rocas ya secas que,
días antes, quizá horas antes, fue un cielo azul y un resplandeciente crepitar de las aguas
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he visto lo que pensaba reflejado en las sombras de la pared: allí mis ojos se
vuelven respuestas y los lejanos ruidos del techo me dicen ¡espera! ¡espera!
Eran tan süaves los pasos en algún lugar tras la pared, o quizá encima de ella
o quizá detrás, que parecía oír sólo el deslizarse de la sombras al costado derecho de mi
cama: surgían de entre las músicas de la radio y en ellas desaparecían sin que pudiese
recordarlas mas que como manchas de colores extraños sobre mis ojos: poco a poco iba
292
escribí otros poemas y textos y comentarios a todo aquello que leía pero al silencio de las olas
que resonaban tan dulcemente en mi habitación, ventana sobre un mar lunar, contestaba con
largos poemas olvidados a la mañana: pero otros aún siguen resonando:
Extiende hacia mi tu cetro, llévalo hacia mi vientre, blanco como las palomas
que besan mis labios; que sus oros me den la vida; esta inocencia de no haberte visto --
los techos de tus palacios, los lagos sumergidos entre flores rojas --- en el amarillo de tus
sedas, en el azul de tus labios, pintados de negro tus ojos. Todo proclama tu gloria, señor,
ídolo pintado, deja reposar esta piedra roja en mi corazón -- aparta tu Ángel: ha clavado
en mi los ojos de sus plumas. ¡Su espada de fuego escribe en mi corazón palabras
horribles!.
293
Asuero
Ester, nada temas. El Ángel es mi gloria que estalla como un jarrón de
porcelana, roto en bellísimos pedazos: no es para ti la ley.
(Las doncellas la acercan al Rey. Asuero rompe el broche del manto. Cae.
Asuero
Ester, ¡qué bella eres! bella como la tierra esmaltada, temible como un toro
alado: los perfumes se derriten sobre tus ojos como la grasa sobre la cabeza de una
egipcia -- ¿por qué lloras tal como se derrama el vidrio fundido?
Ester, Yo soy Dios, y doy la alegría a quien me place: todos los pájaros del
mundo vendrán a despertarte con sus cantos al amanecer; no hay nada imposible para
mi y tu has hallado gracia delante de mis ojos.
Ester
Señor, deja que hable a las estrellas, que me embriague con el azul de tus
uñas, en las piedras de plata que te ahogan con su peso...
294
¡Ya vienen! ¿No oyes gemir el viento que llora sobre el jardín, dorado por la
niebla ? Son los pájaros que cantan en mi corazón, rojo como la sangre de una paloma
muerta --- ¡mira como llenan los árboles! ¡Invaden mis tiendas -- pájaros embriagados
por las músicas y los colores de la alegría -- la luz resplandece en sus plumas -- me
ahogan, azules, riendo, riendo en mi corazón -- ¡
Ester
Mi señor, un feroz océano ruge en mi vientre; sus manos acarician, leves
suspiros de brisa, esta dulce cavidad --estos dedos, como la lluvia de oro de tus ojos,
oprimen mi sangre y bebe tranquilo (como si el Ángel quedase prisionero en mi seno y
subiendo hasta mi boca, ríe, ahora, alegre ante la luz) constante, come de mi carne,
mientras yo quiero tenerlo siempre dentro de mi, hasta que, inmenso, rasgue la piel de su
prisión y sea tu imagen de nuevo nacida; entonces creeré que has salido de mi y eres yo
misma...: mi señor, tus ojos en esta delgada oscuridad brillan rojos como si el zumo de la
vid hubiese sido exprimido y ahora viniese hasta mi boca.
Ester
¡Asuero! Siento mi piel que crea, que es comida, mientras que abajo, donde
no hay luz, esta vida nueva aprende, como una redonda luna, a ser cerrada...
(Ester acaricia con la lenta distorsión de sus ojos al rey caído que besa sus
pies-- Asuero permanece sin moverse, goteando la azul saliva entre sus labios en el
oleaje de un mar sin fin; el viento agita -- como un suspiro de los dorados brocados que
295
los envuelven, este pesado, metálico manto que ahora se abre como una alfombra de
gloria ante la reina. El khool acentuará su estrabismo y el relucir de sus piedras son como
estrellas, deformados sus rayos por estos ojos, que aún se abren y se separan, crujientes
las delgadas estrías rojas, hasta caer, lenta, sin peso, como si la sostuviesen las manos de
los altivos arcángeles que la rodean, interrogante su mirada, acariciantes las heladas
plumas de sus manos, mojadas en el viento)
Asuero
Ester, Ester... ¿no sientes crujir las telas doradas en los corredores? El paso
veloz del viento, negro en su huída es como el murmullo de tu voz, rezando en la noche.
Ester... tus cabellos se abren: flotan en este incoloro azul; los espíritus ríen y en sus besos
hay como escondidas, las voces dulces de palomas ebrias,--- mañana, al amanecer,
subirás a la más alta torre y, sobre la ciudad, el sol naciente entre la lluvia y la noche --- y
te mostraré mi poder y todo esto será tuyo porque sólo tu te atreviste a entrar en mi
salón y sólo tu puedes soportar la angustia de mis ojos y su rojo deseo; ¡mira! ¡helados
arcángeles rozan el plumón de tus manos y el viento agita los cabellos y el mar que mana
de su boca!
296
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Ella se curva como una araña inmensa, difícil de articular -- cae entre estas
flores del estanque, rojas como miles de ojos que la observan en esta noche que ahora
entra en su boca
las sombras vienen dulcemente --- Ester reposa como un dios olvidado en su
destrucción y lo pájaros huyen, huraños, ante la lluvia que ya cae, como una ardiente
expresión de odio, sobre esta muerte --
297
dentro de las aguas, sus ojos se van derritiendo mientras la pintura corre por
sus mejillas, los dientes abiertos, hasta que los peces hayan comido de ella y pasen,
indiferentes, ante los huesos que se irán vaciando envueltos en estas vendas doradas que
sólo las tímidas palomas podrían acariciar
(ca. 1950)
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a las paredes hablaba, a los cipreses del cementerio o las rosas de los jardines
del verano también les hablaba pero al mar y al horizonte que cerraba sus aguas y del
que nada sabía les explicaba mis alegrías y trataba de escuchar alguna respuesta y
cuando ya había salido la luna, sentado en mi pupitre, frente a la pequeña ventana, sólo
el oleaje y el canto de la noche me acompañaban; allí intentaba escribir largos poemas
legendarios de héroes que acompañados de ejércitos de monos iban a rescatar,
peregrino en las ruinas de Angkor, a personajes maravillosos o expresaba la emoción,
después de los años, en descubrir, en reconocer a aquellos que nos habían sido robados o
de los que habíamos sido alejados y creíamos que para siempre: pero los pinos del jardín
frente al mar se agitaban con gran dulzura y en ellos sonaba la canción de los lamentos y
298
en sus músicas oía las voces, susurrantes y muy quedas de Tristán hablándole a Isolda de
sus heridas y de sus inútiles deseos tal como lo había leído, traducido a mi idioma, en el
gran libro de cubiertas verdes y letras de oro donde las podía leer y pensar en ellas con
gran atención y cuidado y, cuando parecían callar, también creía oír, a lo lejos, muy
lejos, entre los sonidos de la noche, como resonaban los coros lejanos y confusos,
mezclados con enormes campanas, con los que los Negros Caballeros del Grial rendían
homenaje al Cáliz sangrante...
puede ser imaginada y escuchada por sus escasos habitantes: Antonio, sufriente en su
desierto, y no puede oír voz humana alguna, pero de las rocas del polvo de las montañas
que le envuelven como cipreses áridos y ya resecos, surgen otros voces y otras palabras,
ya no humanas, ya no comprensibles y, algunas de ellas, demasiado comprensibles y de
las que recordaba muchas de sus advertencias: pero de otras ya había entonces perdido
el recuerdo y ahora no queda ni el deseo de poder hacerlas presentes; pero otras
imágenes, otros ámbitos surgían y me interrogaban: y así escribí: era un sueño y en él ya
caminaba por los senderos inhóspitos del final de todas las cosas; creía reconocer los
colores que iluminarían los cielos cuando llegase la consumación de los siglos, cuando
ya sabríamos que no habría mañana y aquellas extraños nieblas o el rojo de los cielos,
ennegrecido por raras palpitaciones de la tierra nos anunciarían lo que ya todos
conocíamos aunque fingíamos ignorarlo: pero los colores se fundían y los sonidos
húmedos y de una frágil gravedad, desaparecían. Algo se iniciaba de nuevo algo nos
advertía que quizá hay un final que no está en premoniciones de vuelos de aves
asustadas ni en vientos que de súbito nos atemorizan: quizá el final ya se había
consumado y ahora íbamos errantes, perdidos en nocturnas procesiones, de tierra en
tierra cada vez más árida y de senderos rocosos y duros en senderos aún más escarpados
y plenos de insectos y rocas aún más cortantes: éramos hombres, de una antigua raza
agotada en sus sufrimientos y sin agua para poder apagar una sed de siglos; pero ahora
299
y entonces nada sabíamos, nada podemos saber, del final de nuestra caminata: quizá
había algún dintel que cruzar o quizá allí se iniciaba otro camino ¿quién puede saberlo?
300
grandes escarabajos mientras que el vuelo de las grandes águilas planea sobre inmensos
mares de multitudes; miles de amorfos atraviesan, sin cuerpo ni esencia, sólo idea, su
carne.
¿A quién la victoria?
ANTONIO:
Ser, ser, ser, ser (--- repite el encantamiento de esta letanía, inmóvil durante
horas y días y días. Luego calla. Prosigue:---) El conocimiento es palabra de sueño y las
imágenes son piedra en el espíritu
nubecillas frágiles y porosas, estriadas, se dilatan, naciendo del resplandor lunar; los
mosquitos rojos, de escarlata negro, sin proyectar sombras, se precipitan, arrastrando
tras de si bandadas de pájaros, murciélagos y oleadas, ondas contráctiles, de arena.
Antonio se levanta, alza sus brazos intentando abrazar este zumbido de metal
y los sacramentos de los astros con alas y coronas sagradas de dioses desconocidos,
sombras ya sin cuerpo
301
alaridos roncos y lejanos; aumenta el resplandor lunar, lechoso y casi gris, con
metálicos reflejos azulados, levemente amarillos; noche tranquila, resplandeciente de
estrellas palpitando con extrañas formas sin color: zumbido de escorpiones y roces de
lagartos: es un estanque dentro del castillo de aguas profundas pero llenas de animales
inmundos
ANTONIO
brisa del viento de la tarde, Dios habla con la mayor claridad como si estuviese con
alguien que está verdaderamente solo... hablando como hablan dos amigos... ¿porqué no
puedo desear estar solo? abandonado hasta de Dios, abandonados de su soledad ¿Es Él
quien nos acompaña o es el miedo que Él tiene a estar solo?
302
Treinta años, treinta años y aún más años hablándome y aún no sé conocer su
voz. ¡Cuán fácil le sería engañarme! Pero Él sólo quiere crear una ilusión...
... sólo pueden ser perfectos aquellos que se olviden de serlo, los que no
buscan ni se esfuerzan; la perfecta humildad es no tener ninguna... hay en mí demasiado
conocimiento: sé de todos los caminos del Señor, conozco todas las penitencias precisas
para aplacarle, los sacrificios que deben ofrecerse en días concretos, las palabras
obligadas...
treinta años, y después vendrán treinta años más y luego treinta y treinta y
pasarán los siglos y las edades y siempre estaré esperando despertar del sueño de mis
sueños...
mis sueños: en ellos pienso y creo en la realidad de otros mundos en los que
también vivo. Otras lógicas. Otra sucesión del tiempo. Pero los sueños están vistos por
otros ojos que no son los míos. Y veo a través de ellos: somos varios en ver y uno solo en
sentir el miedo y el dolor que ocasionan estas visiones...; la desesperación de los muertos,
¿cómo es posible imaginarla...?
303
de un modo absoluto y total es, también, darnos un conocimiento total y absoluto, sin un
más allá de esperanza)
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... cierto, nada sabemos —¿por qué estoy aquí? no he pedido nada de todo
esto que me sucede: la gracia y el desorden, el pecado, el horror, la paz, todo se nos
entrega en oleadas inesperadas sin que estos dones estén sometidos a ninguna ley—; de
modo arbitrario nos los presentan y tenemos que aceptarlos y hacerlos nuestro
El camino de Damasco: he aquí que el jinete es derribado y la gracia
—inesperada e incomprensible— lo justifica. ¿Debo esperar el hallazgo de otro camino?
¡El mar, el mar! ante mí se abren los abismos, salen miríadas de monstruos
que me contemplan estúpidos: los ojos tranquilos, rugosos y malolientes. La tierra
tiembla y vuelve a cerrarse y las aguas se precipitan del espacio celeste —el jinete
cae—: los arcángeles negros, crucificados, silbantes, se desploman dentro de mis labios
-- el mar -- sentir sus corrientes llevarme por los siglos, disolviéndome -- ¡el mar!
augustas sombras melancólicas esparcen la espuma de la luz -- la luz -- la luz sobre las
aguas del abismo, el sol huyendo sobre las aguas para surgir -- la luz y la paz-- pacífico y
ardiente a miles de millones de grados -- sus ojos me contemplan y veo mi imagen en
cada uno de caer, caer, caer en la gracia y el error
304
delgados y solemnes, tan diminutos y frágiles que parecen sólo estar tranquilos en mi
boca
El pozo del mar -- allí caen las aguas del insondable, sucio y negro abismo --
Mira surgir, hacia los mares, disolverse en sus aguas, en todos los tiempos y edades, la
carne de todos los hombres, de todos los dolores, los odios, los deseos, las pequeñas
malignidades de cada día ¡mira! ¡allí! ¡allí! todo se convierte en sal y sangre, caer, caer,
y los pozos abiertos en la carne divina, clavada, transfigurada en nuestra ignorancia --
nada sabemos, nada, fuera de nuestra ignorancia ¿Por qué escribo? ni mis manos son
mías ni mis conocimientos son míos -- soy un instante de conciencia, fulgurando en un
mundo que no sé hacia donde gira ni hacia dónde camina. Ahora me despierto en otros
EL DEMONIO
Yo te contestaré. No estás en el camino del paraíso o del infierno. Estás en el
infierno.
Todo lo que vives y sufres es un castigo; bien puedes ver que tu alma está
ardiendo por un fuego mil veces peor que el imaginado por tus sacerdotes: esto es el
infierno -- no saberlo -- y ni tan sólo gritar de dolor; solamente mantener este dolor
siempre, para todos, sin sentido ni final, corroyendo poco a poco
ANTONIO
¿El infierno? Entonces ¿qué me espera después de la muerte?
EL DEMONIO
305
Nada. O quizá, otro infierno: todo son imágenes y símbolos pero más allá de
nuestra idea y de aquello que creemos imaginar sólo existe la nada: vosotros hacéis
existir el mundo. Fuera de vuestro conocimiento, nada existe.
ANTONIO
No puedo, no quiero dejarme tentar por tus palabras. ¿Qué pecados se
castigan con la vida si es que esta es un castigo?
EL DEMONIO
Ninguno. La vida es el infierno, pero el infierno no es un castigo. Tampoco es
un premio. Es el estado que os corresponde. Es vuestra condición. Pero no preguntes
ANTONIO
(Empieza a delirar)
Algo tiene que ser, algo tiene que existir -- palabras, palabras sobre las
palabras. ¡El Verbo ha inundado la tierra. Al principio y al fin existe el Verbo y todo
se ha hecho Verbo! ¡Palabras! Tiene que existir una bondad suprema...
EL DEMONIO
... que se complace en esta escogida tortura de sus hijos. Tu sabes bien lo que
vuestros teólogos definen como infierno; esta suprema bondad condena, predestina, de
una forma o de otra, a millones de seres a esta situación. Y es eterna. Sin tiempo, sin
comienzo, porque es sólo existencia.
Aunque fuesen pocos los condenados, aunque fuese uno sólo, tu no puedes
aceptar esta venganza que, en verdad, es digna de un Dios... y vosotros sabéis tan poco
306
de la verdad y de la responsabilidad. Sois juguetes de instintos que no habéis escogido ni
aceptado pero que os dominan...
ANTONIO
¿Cómo podemos estar allí, donde nada se puede comprender? no
comprendo nada, ni el infierno de Dios, ni el infierno en el que Él vive... o quizá ambos
son los mismos...
EL DEMONIO
Es cierto, sólo puedes comprender lo que es adecuado a tu estado; nada
puede ayudarte porque no existe ninguna ayuda: Yo mismo soy por tu deseo y en él
sobrevivo. Porque temes la verdad y porque quieres probar tus fuerzas, por esto existe mi
tentación.
ANTONIO
... nada resta en mis brazos... es el alma que muere cada día; ... cada día
siento morir un poco de su fuerza en mí... es difícil seguir viviendo porque pienso
que, así como el cuerpo necesita menos alimento cuando muere -- a los enfermos se les
da poca comida... --, al alma es preciso alimentarla con mayor grado cuanto más cerca
esté de la muerte: cada vez exige con mayor voracidad y, por este refinamiento de lo
inútil, exige también un refinamiento máximo de su alimento ya que quiere
307
Sueño, sueño durante días y días y días... el sueño de la vida y del
conocimiento: este sueño también me está devorando. Mira mi cuerpo, está dormido y
viviente -- sus alteraciones son mínimas y cada año tiene sólo una pequeña arruga o
quizá la piel se esté resecando, pero mi alma... mi alma es la que se está
descomponiendo con la podredumbre de su rapidez...
destruidos, como los huesos resecos de los que la carne ya ha desaparecido y ha entrado
en la corrupción, ¡mira mis brazos! hay moho en ellos y hay polvo entre las astillas de mis
huesos; están podridos, negros ¡sin un solo gusano!
EL DEMONIO
Eres tu mismo y eres los demás porque la comunión del sufrimiento y de
vuestro estado te liga a ellos. Estás en el infierno y todos formáis el mismo cuerpo y al
hablar, hablan contigo todos los hombres.
308
ANTONIO
(... el chirriar de lejanos y oscuros alaridos extremadamente agudos: es el
espectro del dolor: el revés de la trama de la vida que se abre, mostrando la ligazón del
sufrimiento; todo es un increíble, inimaginable océano de dolor. Una humareda
asciende desde los abismos hacia los abismos, incolora, sin olor...)
EL DEMONIO
¡Hermanos y semejantes! sois idénticos pero nada es igual para vosotros: os
habláis sin comprenderos; queréis salvaros y no conocéis a quien queréis salvar...: esta
es la duda y ésta es la verdad...
EL DEMONIO
(Coloca un pez cara a cara con el santo: es enorme y ya inofensivo: está
agonizando; su boca se abre y cierra asfixiándose, como si intentara, con su inútil
esfuerzo, expresar algo de lo que sabe)
Es una imagen: contempla cómo quiere hablarte y cree que, aunque pudiera
decirte sus pensamientos, nada diría: sólo se asfixia...
309
ANTONIO
Esto ya no es una tentación. Bien se que, a los ojos de Dios, nuestras bocas
nada dicen; quieren aspirar Su aire y se llenan de vacío. Si, nos asfixiamos: tenemos
conocimientos para igualarnos casi a Dios, pero nos falta la capacidad de
comprenderlos: es triste saber..., pero no poder comprender nada...
Silencio.
Silencio.
Todo existe fuera del santo; todo es extraño a su conocimiento; todo huye.
Ahora se sienta y contempla esta llanura gris que lo rodea y no puede apreciar su forma
ni su distancia o inmensidad. Las tierras son rojas, amoratadas por el atardecer y el disco
solar carece de luz.
310
Silencio.
Han callado las voces sin forma y las voces que quizá cantaban desde las
estrellas. Antonio siente palpitar su corazón a intervalos regulares, pulsación de otro
cuerpo interno, otra vida, que se desarrolla, desconocida, dentro de su corazón, debajo
su piel.
Silencio.
El soplo de los ángeles custodios atraviesa su carne como la luz las aguas: a
una cierta profundidad nada llega).
EL DEMONIO
¡Mira!
(Un alarido.
Antonio ve su alma. Una llaga inmensa la corroe y se extiende comiéndose su
imagen. Pequeños alacranes, viven en los pliegos de su carne, corren a refugiarse dentro
de lo más profundo. Antonio siente su paso, rápido y mecánico, quebradizo, sobre esta
¡Mira! ¡Éste eres tú ante los ojos de quien todo puede verlo!
311
ANTONIO
Sí, todo se pudre... cada día pierdo una parte de mi alma y pienso que la
corrupción del cuerpo es poco, es nada, ante esta corrupción del espíritu. Nadie puede
verla, nadie puede sentir el olor que despiden mis dudas, mis temores, todos los errores
que he ido acumulando año tras año... y las tentaciones son tantas... lo árido y lo vacío es
terrible. Pero también es terrible la tentación del conocimiento. Y también es terrible el
castigo de conocer demasiado, de ver demasiado.
EL DEMONIO
ANTONIO
¿Soy acaso el sueño de uno que duerme?
¿Y la lógica que tan ansiosamente enseñan los académicos? ¿Y las leyes que
verdad: todo depende de quien lo observa y así, una cosa puede ser o no ser en un mismo
instante.
312
Ve otros universos, otros sistemas, otros soles, otros sonidos, otras músicas
que sólo son aprehendidas por otros durmientes: el cosmos se desmorona bajo su
comprensión y sólo restan individualidades; nada es verdad y sólo existen aprehensiones
y su existencia viene condicionada por otra aprehensión que justifique aquello que
observa.
---- Aparecen sistemas de universos negativos, dos más dos suman otro valor
e incluso sumar carece de sentido porque lo que comprenden los que en ellos viven es
también otro sentido: todo valor moral es diferente ya que son diferentes sus habitantes:
puede existir un decálogo de miles de millones de preceptos, siempre diferentes,
contradictorios, opuestos y siempre emanando de una lejana e inaccesible sabiduría.
Ahora es el mugiente mar de oscuros oleajes, con una azul vibración, casi
negra, extendiéndose debajo del silencio de sus tormentas: silencio, silencio en los
corredores abiertos a través de las aguas de los abismos: los océanos invaden el universo:
todo es mar y el Espíritu de Dios flota sobre las aguas como un arca, inerte, sin salvación,
sin final ---- imágenes, imágenes sin forma --- otras lógicas, otras palabras expresando
cosas que ya no son ideas ni palabras)
EL DEMONIO
313
Apresurémonos; todos estamos ansiosos en traspasar las Puertas: la muerte y
más allá del dintel: la luz, la luz explotando a miles de millones de billones de grados... ¡y
es aún oscuridad!--; nos quemamos, nos quemamos en esta lepra divina; mira la
podredumbre del alma y de qué manera va desapareciendo, en violentas espirales arde
y se destruye. La corrosión del alma también toca al cuerpo y así, vamos agonizando de
dos maneras y por dos caminos: la muerte del alma es difícil y temible: en su caída,
arrastra también al cuerpo y su destrucción es increíblemente lenta de corroer: con los
días y los días y los días vamos añadiendo fuerza a las fuerzas que la destruyen; agudos y
feroces, pero inmensamente lentos, cooperan en su erosión: como estas vendas
milenarias, cubiertas de oro quebradizo, infinitamente delicado, estas fuerzas van
convirtiendo en polvo el espíritu de nuestro espíritu y a la fin, un débil soplo, la luz que
ANTONIO
Tú vencerás.
314
imagen y tu símbolo: somos Tu acto, que vive en todos nuestros actos: Tú eres nuestra
vida, pero, sin nosotros ¿ qué harías, qué manos podrían acariciarte?
¿A qué mar irías a buscar las lágrimas que corren de Tus ojos, a qué abismo la
sangre -- que es nuestra -- que vivifica Tus venas, a qué montaña, a qué estrella irías a
buscar nuestra fuerza -- la fuerza de los humildes y de los pobres -- y la luz de nuestro
dolor y que sólo a Ti puede iluminarte?
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315
leo este texto, si es que puedo entender las letras y los símbolos: las lágrimas
lo hacen difícil y la luz se obscurece por las palabras que consigo leer en estas páginas;
sobre sus letras el temor se convierte sólo en signos, rasgos retorcidos por la angustia,
negro sobre un blanco que habría podido llenarse de otras palabras y blanco que acoge
unos negros signos que algo deben significar porque el sonido blanco les da una forma...
¿qué es más difícil: leer las palabras o olvidar aquello que hemos leído?
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Me costaba mucho escribir y aquellas cosas que aún guardo y que han debido
de ser, con extremo cuidado, conservadas con discreción al copiarlas: quizá en los años
65 escribía algo, en las páginas de un libro, que se podría leer así: “... las grandes arañas,
no las veo pero están ahí —cierro los ojos— en un instante fugaz las he visto, negras,
inmóviles, sé que están bajo esta capa de ideas, malla y trama de impresiones, del
acaecer de mi existir: nada consuela —saber o no saber— ser o esperar —nada
consuela— ni escribir, ni hablar, ni trabajar; este año es triste y pienso que es una tristeza
fuera de todo límite, por lo menos, para mis límites
Estoy vivo entre muertos o muerto entre sombras y vivientes que viven su vida
sin saber porque es así y así debe suceder... algo se va muriendo dentro de mi, si es que
no estoy ya muerto y pienso que esta agonía es ya lejana, comenzó hace ya muchos años.
316
El cáncer del alma es horrible porque todo lo destruye dejándolo todo
intacto... sólo queda un poco de viento y cenizas/ ¡cuánta literatura! (4 h. y minutos de la
madrugada)...”
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no son las cosas lo que queremos recobrar con el recuerdo y lo que ansiamos
con tanto deseo: es la inocencia con la que las contemplábamos lo que nos falta y lo que
ya jamás podremos recobrar: esta angustia de descubrir que ya no somos inocentes y
que las cosas eran hermosas por nuestra inocencia que así las recubría y que ahora, ya
jamás podemos verlas de aquella manera, esto es lo que nos desespera y nos hace tan
que el drama se desarrollaba ante mis ojos, petrificado por la fotografía con las estampas
que, desde París editaron en 19113, son ahora figuras que configuran mi alma y mis ojos:
3
D. Mastroianni, Edit. A. Noyer (París, 1911)
317
a través de ellas veo a los hombres y a través de ellas, como cristal que aumenta y al
mismo tiempo diminuye las formas y sus imágenes, puedo observarlos y, de alguna
manera, considerarlas pero nunca puedo, nunca podré, llevarlas lejos de aquellos
paisajes, de barro y ceniza, hechos de extraños materiales que ahora y desde siempre
envuelven mi vida
Otras láminas, o figuras o imágenes vendrán a buscarme: será Doré con sus
resplandecientes grabados de oros sangrientos y atardeceres y crepúsculos marinos, con
apocalipsis centelleantes de estrellas caídas: todo es un color fulgurante en el que, al fin,
el único color verdadero es un blanco incandescente y unos grises negros,
amenazadores, funerarios como sólo la naturaleza podrá, luego con el paso de los años,
volver a mostrarme: las ruinas de Babilonia son las de los Imperios que cayeron y que
también ahora caerán, los mares en los que el Dragón Leviatán se desliza con la majestad
del Mal se abren dejando paso a otros monstruos aún más espantosos; y frente a ellos
profetas, hombres atemorizados y la misma figura de Yahveh, con la espada de su altivo
poder, que se apresta a cercar el Dragón que acecha: pero éste sigue viviente hasta las
violentas, inimaginables fantasías que Juan escribirá, quizá en Patmos: los lagos de fuego
y la destrucción del Cielo obscurecen las llegada de la Celestial Jerusalén y su paisaje
(tan parecido al de la silenciosa visión del las ruinas de Babilonia...), el que rodea la
Esposa que desciende hacia la Ciudad Celestial es, asimismo, negro y surcado de rayos,
que se proyectan desde los cielos tratando de iluminar una ciudad, silenciosa, sin
habitantes, asentada sobre las rocas y rodeada de obscuros y temerosos abismos; el
gesto del ángel es quizá de paz y quizá señalaba al vidente la postrera mansión para los
elegidos: pero el recinto no dejaba de ser atemorizante y algo parecía esconderse entre
las rocas sobre las que permanecía la ciudad y entre las tinieblas informes que la
rodeaban; era un gesto que señalaba sin dar nombre alguno pero sin conseguir iluminar
este último grabado con el que se cerraba el libro, oro, marfil y tela de seda que los
contenía:
318
he paseado sobre campos de huesos: ya casi no tenían forma y parecía que el
polvillo con el que se astillaban recubría la tierra como una delgada capa de un gris y
suntuoso velludo: los vivientes son sólo semilla de muertos y de ellos, de aquellos que
estuvieron junto a nosotros en nuestra vida, años y años ha, ahora sabemos que eran sólo
sombras de muertos que a nuestro alrededor se erguían y ahora, moldeados por el
tiempo, siguen siendo recuerdos vagos que surgen de figuras amadas o quizá odiadas,
moviéndose a nuestro alrededor, cambiando de formas, como nubes en una radiante
primavera para diluirse en cascadas de muertos que, incesantes, se depositan sobre las
tierras que los acogen y que siempre los han esperado... y desde allí nos llaman para que
los acompañemos sin que podamos consolarnos, los unos a los otros...
de Moisés sobre las aguas de un Nilo siniestro tal como lo era el mar en la batalla de
Yahveh con el Dragón o la caminata de Jesús sobre las aguas hacia la barca de sus
atemorizados discípulos
volver a sentir ni ver pues los olores son como un color de la memoria y del recuerdo,
sentado, cuidadosamente sentado, el gran volumen apoyado en el otro sillón frente a
mí, veía estos cielos y estas muertes y transfiguraciones en los maravillosos grabados que
319
Doré (con las láminas realizadas por el grabador H. Pisan, que recordaba de entre las
mejores..., este nombre casi siempre lo veía aunque, entonces no podía saber qué
significaba) había creado, quizá sólo para mí o, por lo menos, así lo imaginaba...; pero
las voces de aquellos que en unos tiempos, en unos momentos me acompañaron, ahora
eran silencios que ningún viento, ningún oleaje de un extraño mar podían cambiar: en los
solitarios océanos están sumergidos y en aquellos vientos que nunca regresaban se iban
perdiendo
después cerraba el libro; siempre miraba uno de los cuatro volúmenes y sólo
en ocasiones importantes. Pero en la habitación del costado, pasillo hacia una enorme y
maravillosa sala, cerrada —pero no con llave y a la que podía acceder con discreción—
estaba el piano, piano-pianola y el mueble que contenía los rollos de pianola que me
irían descubriendo los raros y extraños misterios de la música; los abría con el mismo
cuidado con que podría haber desenrollado un antiquísimo libro de otros siglos y, ya
colocado en la caja sobre el piano, comenzaba el oficio de aquel raro arcano,
sacramento que se introducía en mis manos y en el recuerdo absorto de mis ojos sin que
supiese demasiado —tampoco lo sé ahora— que clase de extraña eucaristía era la que
en aquel momento operaba y con la que, casi sin saberlo, daba las gracias por un regalo
del que no podía saber aún su alcance; era la epifanía, si puedo usar esta palabra, del
milagro que allí se me fue concediendo día tras día: la música
y la música, desde entonces, desde que tuve consciencia del olor de las lilas y
las violetas, desde que supe que unas nubes al atardecer pueden ser sangrantes como
bocas que nunca alcanzaremos o azules los cielos, increíblemente azules como un
paisaje soñado que Dalí había pintado y conocía —conozco— en un libro que, desde el
año 50, poseo entre mis tesoros, la música era el aire, la vida que se introducía en mi y ya
nunca iba a dejarme: y en él, en aquel maravilloso libro, ya aparecía el Aviso de Guerra
320
por la censura de la época y del que ignoraba, en aquel momento, que la música para el
ballet era la de Richard Wagner. En aquel entonces no conocía unos de los más bellos
decorados que he podido ver nunca: los del Tristán Loco también para el fascinante
misterio del Tristán e Isolda que poco después iba a conocer en la traducción de
Maragall y en los discos de piedra que repetía sin cansarme: la música era el sueño de
aquellas imágenes y la voz que me podía alcanzar, procedente de aquellos signos, como
los que me asombraban, asimismo, surgiendo de entre las paredes de la Capilla Sixtina:
era el idioma con el que, en aquellos momentos, me podía hablar y decirme aquello que
aún no era mío y que aún no había conseguido entrar, por completo, dentro de mí.
de horrible y fascinante podía tener durante la noche, cuando las luces de un amanecer
siempre sucio, plateado por el vacío de unas calles en las que sólo podían verse
trabajadores o mujeres de limpieza que nada podrían decirme y a los que, por su
presencia, quisiera haber agredido o despreciado, sin que ellos llegasen a saber porqué
provocaban mi temerosa ira o el furor, hundido en mi cobardía que no se atrevería nunca
a llamarlos y pedirles que marcharan, que salieran de mi camino, ahora pensaba, sin
interés en su presencia, en el recuerdo de las músicas que, al principio, se acercaron a
mí: en la Basílica, con su órgano, tan hermoso de color, y en el que pude escuchar
—tiempo más tarde supe su título— el octavo preludio de “El Clave...”, el enorme
órgano negro en su fachada y plateado en los inmensos tubos; pasaron años antes de
poder ver, e incluso tocar, sus teclados y el celestial color de sus músicas y en el süave
los olores del amanecer son diferentes, están lejos de la gruesa masa que los
llena y los deforma por las noches: están helados, blancos por el azul, frío, tan intenso de
la mañana: los colores pierden sus nombres y viene a ser sólo símbolos de mi despertar y
en él se descomponen
321
el cisne canta al morir, es su más bello canto, no por despedirse de la vida
sino por su entrada en la muerte, por la asunción de Aquel que debe recibirlo: eso dice el
filósofo: pero ¿y el canto diario que cierra la noche y la soledad de cada uno de nuestros
días , sin que nadie pueda llenarla y sin que voces algunas, palabra algunas puedan dar
vida a una agonía en la que el tiempo debe detenerse? ...es el nombre de un libro y la
cita de una obra de Shakespeare: pero para todos el tiempo debe detenerse y en él la
canción también se ha petrificado sin que alegría o dolor alguno pueda colorearla y
darle el perfume de sus jardines
he vuelto a caminar, como casi cada día, por las calles --no sé sus nombres--
de esta gran ciudad que tanto me asusta y de la que voy descubriendo raros detalles: en
una librería vieja y muy poco limpia he visto en el escaparate Santuario ...Faulkner...;
tenía dinero, lo poco que valía --mucho para mí-- para poderlo comprar... será muy
difícil su lectura casi no la entiendo... el gris, de un pálido resplandor de las calles y la
lluvia voy mirando las caras de la gente miro una por una esperando ver aquella cara que
quiero encontrar pero nunca podré --nunca pude encontrarla-- ... el gris obscuro de
Santuario ..., lo hice encuadernar con tapas negras, me dijeron que eran más “sufridas”
..., en aquel entonces encontrar un libro así en una librería, a la vista de la gente era, es
muy extraño y ¿por qué no veo esta cara -- dónde debe encontrarse? pero en la
universidad no tengo valor para ir, he estado algunos días, algún momento y es
insoportable, el edificio es de una fealdad sucia, sin que nada pueda decirnos que hay
algo bello en las palabras que los profesores, quizá, deben decir y quizá dicen
pero ellos dicen pero en mis caminos mientras camino no hablo nunca hablo
con nadie: dice el poeta: ...aquel que no habla es porque toda su persona es lenguaje...
¿pero, quién podrá entender y comprender este lenguaje y qué podrá contestar si quizá
también no habla...? ¿será el diálogo de dos personas que carecen de palabras y por ello,
322
el perfume de la muerte siempre, siempre está a mi alrededor y no me deja
soñar, no he matado el sueño, es este perfume el que no deja que sueñe con aquellos a
los que alguna vez amé ni con aquellos a los que he odiado y aún odio ¿por qué el odio es
tan insistente y el amor se desvanece con tanta suavidad, tan dulcemente que de sus
perfumes sólo nos resta el seguro recuerdo de que existieron pero nunca la posibilidad
de que vuelvan a entrar en nosotros: sólo este dulce y raro olor que la muerte, las
muertes de todos los que nos han acompañado hasta ahora, aquellos a quien amamos y
todos los que nos odian y los que sabemos que odiamos, sólo este perfume como un aura
de una santidad dolorosa y perversa, quizá sacralizada por la angustia que siempre nos
acompaña, sólo este perfume no sigue envolviendo, tal como las raíces envuelven la
tierra que substenta el árbol y este se mantiene erguido, por la tierra que le ampara y las
no podría danzar frente a Él, porque ¿es un Dios como algo que de mis manos
se escapa sin que puedan asirlo mis cantos y sin que de mis labio surjan alabanzas o
imprecaciones a las que Él pueda contestar aunque bien sé que su respuesta es siempre
el silencio? ¿es un Dios líquido?
aguas son un extraño remolino que engulle mis palabras y se enrosca como rosal de
primavera en mis cánticos sin que sus aguas puedan regar las palabras que de las bocas
humanas, secas y áridas por el temor, hacia Él se deslizan: cierto, su tiempo no es nuestro
323
tiempo pero sus dolor sí que es el suyo y el nuestro y en esto deberíamos, debería Él, ser
semejante y como en un acorde que en sí conduce y mantiene su armonía, dulce séptima
sin resolver, cuarta aumentada que en su acritud se dilata, allí podría unirse en única
armonía
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pero ¿por qué construir mansiones, inmensas torres, si ladrillo a ladrillo serán
destruidas? la vida es una construcción que apilamos, uno a uno, piedra a piedra, y nos
esforzamos en que pueda seguir pared tras pared, puerta tras puerta: pero después, en
un extraño momento que se fracciona, alguna veces, durante años , estas paredes caen y
la puertas no cierran o nunca se abren: y los fundamentos se derrumban: y de estas
torres, retorcidos zigurats que abren sus ojos a los cielos cubiertos de otras casas, otras
torres, otros ámbitos, resuena el tumulto de la destrucción y el destrozo de tantas y
tantas paredes y el precipitado desplome de inmensas salas que parecían inconmovibles
y ahora son polvo y lodo, pasto de aguas encharcadas
y la angustia de no tener angustia, el sentirse vacío, sólo, sin que uno mismo
324
sabía a qué casas habían pertenecido ni qué habitantes las encontrarían a faltar: y al
morir estos hombres o al destruirse estas piedras pensaba en los pensamientos que ya
nunca podrían decirse, los poemas que jamás se escribirían y las músicas que nunca
podrían llegar a sonar: ¿qué es lo que callan los muertos? ¿qué es lo que se han llevado
consigo y jamás podremos saber?
esperamos tanto de los vivos... pero nunca —casi nunca— pensamos qué es
lo que nos han hurtado los muertos y qué es lo que con ellos ha desaparecido: lo que
sobrevive de la raza humana es sólo un brevísimo suspiro de músicas y poemas, teoremas
maravillosos y artes que poco a poco se van disgregando, pero ¿ y lo que ocultaron las
bocas de los moribundos y las manos de aquellos que ya no podían cincelar o ya no
y ahora, frente al mar, de noche, acompañado de este viento tan suave que
no cubre el sonido de las olas, canto incesante tal como, incesante, se mece la cuna de la
humanidad: allí esperaba y quería escribir y decir lo que ahora escribo y puedo decir:
pero los años y la noches sin la canción de las olas y el viento han ido corroyendo el alma
tal como el agua o cierto ácidos destruyen los metales y sólo respetan algunas materias
que llaman preciosas... pero, si las joyas de oro o los diamantes que centellean con
maravillosos colores son indestructibles o de dureza sin igual, tampoco son ahora
inocentes y portadores de salvación: la malicia de los hombres los ha contaminado y de
sus brillos, de la belleza de sus metales, surge el odio y de sus cristales brilla al ansia de lo
perverso...
325
Había lugares, libros, pinturas y estatuas, libros que de ellos hablaban; había
tantas y tantas películas que, sea en el cine familiar, sea en los que frecuentaba en la
ciudad, podía ver, que fueron esenciales para mí y aún siguen siéndolo: sus escenas,
recuerdos, frases que surgen alguna vez en el recuerdo, maneras de actuar, que me
parecían extraordinarias —y seguramente lo fueron—; todo ello configuraba una
constelación de oscuras y también de brillantes estrellas y sonidos y colores: en ellos y en
el espacio que las envolvía quisiera seguir siempre, soñando y anhelando poseerlas y, de
alguna manera, hacerlas mías...
de perder sus prerrogativas, (paralelo de todo lo que iba siendo consciente dada la
situación de aquel momento): Clemens Brentano será el artesano copista que conservará
las “visiones” de Anna K. Emmerick, lejano, quizá, del impulso asimismo sangrante y
romántico de Bettina Brentano, su hermana. Más tarde, llegaremos a considerar a ésta
como una de las piezas claves de Alemania a mediados del siglo XIX: sus comentarios
326
los azules celestiales que imaginaba iban a ser constantes en mis búsquedas y que, poco
a poco, se iban oscureciendo...
muy pronto sabría encontrar la pianola y sus tesoros, escondidos y tan fáciles de
descubrir y, casi al unísono, los discos de piedra, otro regalo que abría un camino aún no
cerrado: pronto se abriría un camino real: Igor Strawinsky de Juan Eduardo Cirlot, La
Melodía de E: Toch (traducida por R. Gerhard), El Arte de Dirigir la Orquesta, vigente
como en el primer día por las manos de un director excepcional, H. Scherchen, Fuga de
S. Krehl...; sus caminos, montañas, valles y, también temibles oscuridades, estaban y aún
siguen abiertos. Señalan, con gran firmeza, quizá implacable, otros y aún más difíciles
pasos.
Sitges; allí, encima del mar: solos, cerca de la lejanía de la casa de Eugeni d´Ors, los
caminos desaparecían o iniciaban nuevos cursos y raros atajos que posiblemente nunca
podría recorrer
Y en las noches, siempre había luna llena...; lecturas de Maragall: la
traducción del Tristán, fragmento de Parsifal, las obras completas de Verdaguer...: frente
a la ventana, el mar, el sonido del mar, las olas. De noche. Luna o estrellas, siempre
relucientes entre mis ojos y el mar que las reflejaba; sus luces me parecían suficientes...;
Tres Narraciones maravillosas, La Cartuja de Parma, Sakuntala...
327
Pierre Loti: Peregrino de Angkor. El Desierto. Jerusalén. Galilea.
Rara relación con d´Ors. Los Ángeles, tutelares, custodios... Su tumba está
casi al lado del panteón familiar, aunque no es allí donde seré enterrado pero si está mi
madre y su familia
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328
es con Dios, no con el diablo, con quien debo hacer un pacto: sus
consecuencias son aún más terribles, si es que esto tiene algún sentido humano y si
puede hablarse de consecuencias y de lo terrible de ellas: escribo sobre estas cosas y me
parecen que pueden decirse y escribirse como si tuviesen alguna realidad de la que
llaman objetiva; pero olvido, aunque tengo presente siempre, que la realidad de las
cosas es algo que fluye de nuestras manos como el agua cae de la boca del enfermo:
nada es real después de que haya sucedido y mientras está sucediendo: lo llamamos real
porque el recuerdo, que todo lo deforma y todo lo trasluce por la ferocidad de los rayos
y así, puedo decir, en frase estúpida, ingenua, que sus consecuencias son aún
más terribles: pero en Sus Manos, lo terrible ya está allende cualquier sentido
retumban mareas de colores que invaden los universos: y en las manos, las escamas de
enormes reptiles sin forma se arrastran unos frente a otros y nos preguntan: ¿de Mí — o
de Mí — quien, quiénes podrán defenderte?
sólo el cielo rojo, rojo violento por las nubes bajas, parece que me habla; hay un silencio
que sólo los pájaros, los animales tan sensibles, pueden sentir y en su dolor pueden oírlo:
los hombres escuchan sólo el ruido de los caminos y carreteras llenos de coches que
329
avanzan como pueden, luces rojas, faros que señalan algún aviso, los camiones que
tratan de avanzar, las sirenas de algunos conductores que deben llevar enfermos, quizá
muertos: el cielo está rojo, humeante de resplandores como de bermellón en el
matadero: ¿ acaso es Su mano que se acerca para tapar mis ojos? le dice al profeta: ¡
Mira este lugar que está a mi costado! ¡De pié sobre la roca! ¡Y he aquí que mi Gloria
pasará frente a ti y Yo te empujaré, te esconderé, en este agujero de la roca y te cubriré
con la Palma de mi Mano hasta que haya pasado! Y después retiraré la Palma de mi
Mano y tu podrás ver mi Espalda... !pero mi Cara no será vista!
debo cegarme para ver aquello que no puede verse -- debo aceptar el dolor
único, el de todos, en mí solo, para que los demás puedan ser libres de este dolor ¿es
hasta temblores terribles pues pensaba si tras aquel que había sido evocado otros
pretenderían subir de los abismos del Seol y acercarse 4, inundando la tierra y los
mundos, pretextando el sonido de su voz que llamaba, si pudiésemos encararnos
suavemente y --- con la dulzura con la que los muertos deben hablarse, resignados por
4
¿Hay necesidad de citar la procedencia de la frase? Es de Rilke, como el lector habrá adivinado; otras citas
las dejamos en sus manos: y en otros textos ya avisamos que hay versos, momentos de otros autores que
son tan nuestros, tan cercanos, que los sentimos como escritos, en algún sitio, en algún tiempo, por nosotros
mismos y así los consideramos.
330
haber descubierto aquello que sólo ellos pueden haber descubierto --- le pudiésemos
contemplar y consolar, y aceptar sus dones y avisarle, advertirle que Él también debe
aceptar los nuestros, los dones y los lamentos que, para Él, deben ser también un don:
ambos dependemos el uno del Otro para poder ser y ser esto que llamamos existir y para
podernos hablar aunque sea en silencio: pero Él parece temer que lo que nosotros
llamamos y creemos es sólo, únicamente, amor y lo que a nosotros nos consuela y
apacigua y parece complacerse en aquello que a nosotros nos atemoriza y nos priva de
las palabras ¿ quién deberá ceder en esta lucha que nunca acaba? ¿quién cerrará la
última puerta?
pero el dolor llega a mi como algo süave, poco punzante, lejano como un
recuerdo que insisto en buscar en la memoria aunque, de no hacerlo, casi no sabrá que
existe; está allí, se que está allí pero es algo que en mí se introduce sin que sienta ningún
dolor, -- pues es sólo conocimiento -- aunque un lejano sonido de coros extraños parece
envolver como un punto rojizo, amarillento de sangre estelar, un lugar que no se puede
concebir pero del que emana un como recuerdo, o una presencia inasible pero siempre
insistente y se que, allá, en lugares que no puedo imaginar por su lejanía, existe como
algo que, para mí, es viviente y semejante a aquellas cosas que llamamos verdaderas:
existe, y con su ser exige su extraña eucaristía que allí se consuma con un dolor que
tampoco es imaginable ni concebible: allí Dios devora a quien haya tratado de pactar
con su palabra: su verbo es un viento que mueve los universos y en ellos se pierde mi
soledad; pero Él siempre está presente, mostrándome la espalda, como hizo con Moisés
en la montaña; siempre pasa frente a los que, por sus pactos, aborrece con un amor que
tampoco puedo imaginar: les cubre la vista con su Mano y deja que vean sus Espaldas,
pero nunca podrán beber de sus ojos ni del vino de sus cantos: la eternidad sin tiempo
será esta vista que no puede ver nada y en ella descansaré ya que acepté su invitación ¿
quién puede negarse a su ruego, a la insistencia de unas palabras tan süaves que ni el
llanto puede acompañarlas? ni las rosas, todas las rosas de los jardines del mundo
podrían perfumar su invitación, y en ella hay océanos de venenos donde se esconden
violentas cobras sin espera
331
¿quién podrá despreciarlas?
con Él, los infiernos se vacían pero quizá nunca nadie ha estado en ellos; pero
en sus manos, en el Aliento del Clemente, de Aquel que da vida, allí sé que arden unas
llamas que devoran con hielo incesante; no puedo verlo, está ahí, siempre está ahí y no es
en las grandes cosas cuando debo pedirle la contrapartida a nuestro pacto, cuando debe,
deben responderme: es en lo pequeño, en lo más ínfimo y minúsculo: ahí es cuando debo
estar a su lado pues Él, entonces, está al lado, al costado nuestro. Aún por el soplo del
viento en primavera, al atardecer, ligero como los pájaros al caer el sol sobre el río,
cuando todos se retiran, silenciosos, aún por este lejano soplo del viento debo pedirle su
ayuda y su consuelo si es que temo algo del viento del sur, el que corre por las aguas
ahora casi negras del Nilo y parece empujar a las estrellas que surgen de entre las
montañas por sobre las bandadas de pájaros; ambos parecen huir de alguna cosa: los
pájaros se escapan del crepúsculo y las estrellas se entremezclan entre ellos y de sus
rápidos giros se muestran y se esconden: pero mi temor también puede llamarlo y urgir
su ayuda aunque ¿es que Él puede ir a alguna parte si siempre está ahí, dentro de Sí
mismo , dentro de todas las cosas que son Él mismo y también dentro del hombre?
entonces, si lo llamo, debo llamarme a mí mismo y mis palabras resuenan en mi interior,
en algún sitio de mi silencio...
pero, si pareciese que huye de mis manos, como si ya no quisiera oír los
cantos que de ellas se escapan también debería esperar, también debo esperar, también
espero, pues si algo Él no puede hacer es huir de Sí mismo: en este temor, en esta
pregunta que ni Él puede responder podré escuchar el supremo, el último momento
el barco se mueve paralelo a los pájaros y gira tal como giran las estrellas que
cambian de posición tal como se sitúa este barco que parece cambiar de horizonte y de
camino: algún pájaro se escapa del grupo, parece querer ir solo pero siempre, al fin,
332
vuelve con los demás, todo intento de seguir un camino que no sea el suyo debe ser
imposible
cae la tarde y se disuelve entre los cantos, las llamadas a la oración desde los
minaretes y las estrellas que surgen de entre las voces de los hombres y el silencio, el
silencio eterno de Aquel a quién están cantando: pronto llegaremos a Edfu
surgirá de entre la aguas ¿Él es el Leviatán que incesante se agita entre las
aguas de los Dos Mundos? ¿ O es otra figura sin rostro al que poderme asomar y en el
que pueda absorberme?
pero del diablo -- si es que existe y bien sé que no es más que una imagen de
mí mismo y de los otros hombres que en él se reflejan --, del diablo puedo protegerme,
de él puedo escapar, siempre hay la protección de Aquel que observa y siempre me
observa: pero Él me dice: ¿de Mí, quién podrá protegerte?
333
contesta las preguntas ---o las respuestas--- que tratamos de enviarle. Con la sombra del
dios Negro habría podido tener alguna protección pero con Él estoy indefenso.
en mis descuidados oídos; quizá pude oír algo y era sólo el ruido de los coches y las
gentes o el chirriar horrible de los tranvías. ¿O era alguna obscura y resonante, grave voz
sin articular, tanto era de grave su palpitar, que ni oírla se puede aunque sé que algo se
insinuaba y algo llamaba en su agitación?
atroz, si puedo decir esta palabra y la tristeza, agotada ya mi resistencia era sólo un
vestido de delgados huesos que me envolvía como una malla de crujientes coronas: y de
sus espinas ya no puedo sentir el dolor...
del resplandor de mi respirar, difícil por el tiempo que he estado caminando, sólo puedo
sentir el tacto de unos dedos, semejantes a delgadas agujas que entran en mis costado,
en los ojos que recubren mi aliento, en las músicas que me acompañan y que,
334
semejantes al mar, me deslumbran con el centelleo de los diamantes de sus aguas y los
cristales punzantes de su tacto con su extrema delicadeza que parece acariciar
mientras en mí hunde los metálicos aguijones de su abrazo: hay odio en mis labios y
deseo nunca satisfecho en mis ojos; pero de mi boca salen alabanzas y cantos y en mis
miradas se asienta el ansia que me atrae aunque los más extraños venenos entren en mis
ojos y de sus manos, de las que siento un helado sudor, entren en mi carne como unos
chorros de delgada, pequeñísima inyección de lava
y mientras me acaricia con las gruesas uñas en las que puedo hallar descanso
recuerdo cómo entraba en la casa aun sucia por la huída de sus habitantes —la guerra
había acabado: esto decían— y las habitaciones cerradas, el olor de las humedades
¿eran armarios o restos de papeles que cubrían las paredes, o la pintura, que
debió ser muy hermosa pero que la desidia de los hombres y la suciedad del tiempo las
había estropeado de tal forma que ya nunca podrían servir y ni tan sólo podían guardarse
por la lástima que daba su estado y el miedo que llevaba su presencia: y en el piso alto,
en una habitación muy cerrada aunque sabía donde estaba la llave, habitación que
comunicaba con otra puerta que nunca se abrió, allí se amontonaban los extraños
objetos inservibles que escondían a otros que sí podrían haber sido útiles: allí, entre
raros y retorcidos hierros o maderos podría un día encontrar un hermoso marco para un
335
cuadro bello y siniestro a la vez, y en una caja descuidada se guardaban cartas y
documentos muy duros por todo lo que, escrito en letras ya medio borradas, allí se decía
y muy comprometidos para aquellos que ahora, recubiertos por el velo de la muerte ya
deben haber olvidado qué fue lo que debieron hacer y qué es lo que la avaricia y el
miedo le hizo fatalmente realizar:
seguía con mis lecturas en el salón de tapìces rojizos y en mis músicas con los
rollos que con tanto cuidado sacaba de sus cajas, largas y muy bien cubiertas, semejantes
a pequeñas cajas de momias como las que he visto en el museo de El Cairo y que guardan
antiguas, muy antiguas formas de niños quizá recién nacidos o, en una de ellas, el bucle
cortado con gran amor por personajes que después, mucho más tarde descubriré fueron
muy importantes en mi vida o en mis músicas; las obras que escuchaba e interpretaba
con gran afán y cuidado, marcando, a veces con mi voluntad, no siempre de acuerdo con
la del autor, los fortísimos o pianísimos, o los tempi más o menos lentos que siempre
eran los mismos, pero que cada vez los escuchaba con oídos diferentes, me envolvían con
y extrañas para mí ¿ o es que con sus sonidos, describía y explicaba al oyente, el que no
podía asistir a una de las maravillosas representaciones que en la gran ciudad se hacían,
336
aquello que el autor había dispuesto y preparado y, caso de no existir estas músicas, nada
se podría representar ni se podría imaginar de todos los hechos que allí se mostraban?...
una inmensa luna que se reflejaba sobre un mar sereno, de maravillosa calma con el
silencio de su tranquila agitación, con la palpitación de las olas que sin nunca detenerse
iban hasta la playa y siempre, siempre volvían: casi no había viento y las obscuras formas
de los árboles alguna vez tapaban unos instantes las luces de las barcas que salían a
pescar, esto es lo que creía: y, mientras, continuaba mi lectura de Tristán y su largo
diálogo con Isolda, en el jardín; pero antes, había tratado de comprender la discusión
entre Isolda y su acompañante que la avisaba no apagase la antorcha: no comprendía
muy bien qué es lo que había pasado, el porqué Isolda pedía que reinara la noche que
derrama el silencio en lejanos montes y paisajes... y también hablaba de mortales bebidas
y de una extraña Reina Nocturna, dueña de terrores en la noche que trastocaba el odio y
la muerte en amor... y me era incomprensible el porqué Isolda se precipitaba, anhelante,
sin miedo, a apagar los fuegos que los protegían: sólo podía ver el encuentro entre dos
personas que estaban ciegas porque el amor las había vuelto insensibles a los demás
hombres y a ellos mismos: otras causas, otros motivos no los sentía y estaban lejos para
mi de ser comprendidos. Años más tarde quizá comience a descubrir que todo lo que
sucedió en esta historia, de maravillosa música, habría exigido, en su representación,
como escena ante unos espectadores que no sabían muy bien qué cosas estaban
sucediendo, una música más agria y un dolor menos hermoso
337
y después, el monólogo de dos personas que hablándose sólo a sí mismas se
hablaban, en su maravilloso entremezclarse, sin nunca saber ni contestar lo que el uno
decía al otro, escribían, cantaban, decían el texto más hermoso del romanticismo de un
siglo que en él hallaba las palabras que, en el tercer acto, cerraría Tristán en sus únicas
palabras sobre el Reino de los Muertos a los que él evocaba y en el que ellos podrían
entrar y allí permanecer: en su propio reino, en el de él, sin sol, sin Isolda, quizá ya
perdida para un eterno siempre
y las olas seguían su especie de canto, irregular en sus ritmos, muy precisos,
pero no exactos, y en ellas me adormecía
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338
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poseído por la tristeza: Tristeza y Nostalgia de aquello que ya no podrá tener: nunca
sabré cuando comprenderá que “nunca” podrá tener aquello que le causa tanta tristeza:
¿son los hombres que Él ha creado y que no saben expresar aquello que deberían
decirle? ¿O es Su propia Tristeza, Su propia Nostalgia la que lo arrastra con una fuerza
que parece superior a la suya y que lo deja lleno de ansias allí donde deposite Su Mirada,
allí donde busque un refugio, en alguna mano de dulce tacto o en una mirada plena de
afecto, allí donde quizá no encuentra mas que acritud y la ignorancia del desprecio?
¿y “cuando” lo sepa, cuando sepa que tantas y tantas cosas ya no las podrá
tener, ¿qué hará, cómo sabrá moverse? ¿hundirá los universos en sus furias y beberá los
mares de inmensos lagos de sangres desconocidas arrancadas de las estrellas que habrá
Y sin miedo alguno, sin temor de su grandeza, sabrán decir una palabra de
amor y un Suspiro de Compasión, Suspiro que esté al unísono del Suspiro que siempre
339
alienta en Sus labios y en Sus cansados ojos: allí podrá descansar lo que, para Él, es una
eternidad de silencio porque en Él todo es eterno: un Suspiro de Compasión
hablar, porque ¿de qué otra cosa podemos hablar si en todas las cosas, en todos los aires
que respiramos o las luces que nos permiten ver, allí está Él escondido, siempre
acechando?
tiempo
340
cansado, lento en el caminar, con gestos en los que, a pesar de su casi inmovilidad, se
imaginaba su total desesperación y la indiferencia por el futuro que nada podía ya
concederle
violentas perversiones: quisiera escuchar voces de consuelo y sólo alcanza a oír los
lejanos alaridos, gruñidos bajo las ruinas, de animales que quizá nunca llegará a conocer:
y en su sagrada soledad, misterio incomprensible, ansía cantar con voces de niños y
alegrarse con las otras voces jóvenes de los que van a casarse: pero en las murallas
destrozadas nada resuena y en los caminos sin adobes ninguna voz le acompaña y
ninguna canción puede consolarlo: furtivo en la obscuridad que rodea su imagen, sin los
feroces, impíos guerreros que le sustentan y lo acompañan impasibles mientras tiende su
dedo al primero de entre sus criaturas, ahora es la sombra, como degollada, de su propia
desesperación: en su temor se envuelve acechando y en el lejano, lejanísimo ulular del
viento parecen oírse los coros que podrían haberle ensalzado y ahora son símbolos de
ruinas que le circundan y lo acompañan en su peregrinaje: Dios sufriente ¿quién podrá
consolarte?
341
pero en la miseria de los hombres y en su pequeñez quizá allí, y sólo allí,
podrás encontrar la fuerza de inmensas estatuas de mármoles de diamante que se
rompen, cada vez y cada día, por tener siempre, no sabemos por que, por tener siempre
unos pies, unas zarpas, de ligero y frágil barro ¿por qué en ellos confiaste?
navegamos con un silencio que sólo la tarde sobre el río puede conceder: así
escorpiones que ya nunca podrán clavar su aguijón en presa alguna: y sobre ellos
navegamos con la inconsciente serenidad que nos concede el ser turistas
desconocedores de la tragedia o músicos que atisbamos las aguas donde ya se reflejan
342
las estrellas o nos maravillamos de los crepúsculos violentamente coloreados que abren
paso al silencio expectante del atardecer; y las bandadas de pájaros surgen por doquier
y, siempre en grupo, aunque algunos se separan para añadirse rápidos a la manada,
siguen el camino que les marca su instinto para poder descansar y esperar el nuevo día
el temor de verse atacado por algún efrit del que no hay defensa posible porque, ¿qué
se le puede decir a un alado genio, quizá maligno, quizá benigno, pero que desconoce el
signo de Salomón y es posible que ya se haya olvidado del antiguo rey y de sus poderes?
pero Él se pasea indiferente a los temores de aquellos que quieren seguirle y temen por
los encuentros con sombras que se deslizan a Su alrededor
y las primeras notas del Sanctus siguen resonando, suaves, con insistencia,
desde varios días, desde que llegamos al sur, con una coloración muy particular y en ellas
sé que debo apoyarme para comenzar esta ópera que inicio ahora, flotando con extrema
calma sobre el mar de Nubia: pero ¿qué relación debe haber entre este fragmento de la
Missa Solemnis y el preludio de un Faust que ahora necesito (es preciso) escribir?
343
pero incesante, con la fuerza de un imperativo que no puedo, ni debo, ni
quiero desoír, siguen resonando las notas: si, do sostenido, la, re, con un ritmo, por
aumentación, diferente del de Beethoven y sin que recordara la indicación Adagio y
menos la nota del autor Mit Andacht: pero, con devoción, este otro imperativo, debería
escribirlo al comienzo de cada una de las páginas que han salido de mis manos
aún resuenan muy lejanas las voces en los minaretes que no podemos ver
pero deben estar en alguna de las lejanas orillas que, confusas, definimos por las luces
que, muy tenues, amarillentas, surgen poco a poco en las montañas: a Él cantan y a Él le
alaban y en sus voces y en el recitado de versículos, siempre los mismos, parece hallar
algo de un consuelo que en las mismas palabras se apaga y en ellas se diluye y resbala
como agua que ansía abrirse paso hacia la estrecha, tan estrecha línea de cultivo que la
atrae y sólo encuentra arena donde desvanecerse: ahora los pájaros ya han pasado todos
hacia el sur —esto es lo que me parece— aunque no sé, en realidad, hacia dónde ha
girado el barco que antes se dirigía hacia el Sudán y ahora se ha detenido como si las
montañas y el mar hubiesen girado a su alrededor y él, sólo él, definiera un centro
y en cada una de estas luces amarillas, una aquí, otra poco más lejos, nunca
formando racimos de luces occidentales, en cada una de estas luces, hay el signo de una
familia, de unos hombres, que viven la constancia y la incesante repetición de los actos
de su acaecer diario y en él descansan y en él sufren y esperan: lo humilde de sus pasos, la
alegría de sus sencillas alegrías y el dolor de sus sencillos dolores es la trama que teje el
vestido viviente que la divinidad lleva a través de los siglos y los mundos5: en cada uno de
ellos ha encontrado estas luces lejanas y amarillas y en cada uno de ellos ha oído sus
gritos de alegría y gozo y ha oído los lamentos de sus dolores, siempre los mismos y
siempre repetidos sin variación alguna
5
¿debo citar el autor de esta frase, mejor dicho, del inmenso poema de dónde procede?
344
éste es el hombre y de sus ansias Él arrastra su vestido ensuciándolo por el
barro de los campos de guerras y aguas encharcadas y lleno también de la opulencia de
las fiestas con las que los hombres celebran el nacer de sus hijos y sus casamientos y se
consuelan, celebrando, a su manera, la pérdida de sus compañeros y el entierro de sus
muertos
pueden conseguirlo: ¿sabrán algún día qué es, qué cosa es realmente, si es que existe
esta realidad como algo real, qué es la muerte de aquellos que hemos querido, de
aquellos que han crecido, vivido sus odios y su amor, a nuestro costado, de aquellos que
han ido acabando a nuestro lado y que han muerto, asimismo, a nuestro lado y que, algún
día pasado, en algún momento sintieron el calor de nuestro vientre en sus brazos, y la
fuerza con los que los rodeábamos y con la que, a nosotros también, nos ceñían?
¿sabremos, de alguna manera, qué es su muerte?
porque su vida es una pregunta que cada día interrogamos y cada día
tratamos, unos y otros, a nosotros, a ellos, de responder: pero la muerte es sólo una
pregunta y nada podemos responder porque sólo podemos preguntar: su muerte: es la
de ellos ¿pero, y la nuestra, la que vivimos cuando ellos mueren? Nosotros vivimos el
lento, inacabable suceder de sus muertes, pero de ella ¿qué sabemos? Y ¿qué sabemos
de nuestra vida, de esta extraña vida que su muerte nos concede?
odiamos porque nos abandonan y sin que podamos hacer nada para que no nos dejen,
sin que podamos detenerlos, como si su partida fuese, en algún aspecto, culpa suya, los
amamos con la desesperación con la que se ama aquello que se está perdiendo,
345
irremisible, pero, al unísono, los odiamos porque no saben —no han sabido— encontrar
la manera, la forma precisa, para poder seguir con nuestra compañía y para poder evitar
algo que a ninguno de nosotros nos agrada pero que, de alguna manera, parece que
tampoco ellos lo pueden evitar:
y cuando ya han pasado los años y los días su recuerdo, agrio, punzante
como las espinas que rodean las rosas y parecen protegerlas, al mismo tiempo nos
produce una cierta repugnancia, como un horror sagrado, como de algo que ya no es
nuestro y, en sus horribles transformaciones, nunca más lo será aunque quisiéramos, a
pesar de todo, sea cual sea su imagen o su forma, como de piedra o como líquido
dulcemente derramado sobre losas de mármoles funerarios y oscuros, quisiéramos,
siempre poderlos abrazar y estar siempre juntos con sus diseminados restos y los
recuerdos difusos que entre ellos podemos encontrar
pero no sé qué es lo que puedo saber: mis ojos ven luces e imágenes, mis
oídos pueden oír cánticos: pero Él ¿qué es lo que puede ver, si es que ve algo, qué es lo
que puede oír si es que oye algo, qué es lo que piensa si es que piensa algo? porque Le
346
vemos como si fuese algo parecido a nosotros, Le oímos como algo parecido a nosotros,
Le pensamos como algo pensado por nosotros: pero nada sabemos de cómo oye, o como
puede ver o cómo puede pensar y si esto tiene algún sentido para Él y si tener sentido es
algo que para Él tiene sentido: hechos a imagen y semejanza Suya ¿o es que Él es nuestra
imagen y se creó a Sí mismo mirando sus criaturas y doliéndose en ellas y en sus
angustias y temores y, al verlas, le cubrieron de sus tristezas y ya no puede desprenderse
de su imagen y ya ha venido a ser, Él mismo, como ellas, ellas mismas ?
¿canta junto a Sirio? ¿es por esto que la estrella brilla más que todas las que
puedo ver? pero hay estrellas inmensamente más grandes que ella y galaxias
inmensamente más brillantes: ¿es que Sirio brilla así sólo para nosotros, para mí? ¿soy su
brillo y en él puedo perderme? ¿soy su canto que en él puedo oírlo? Su paso puede
haberlo tocado con su hermosura y así haberlo trastocado, pero mis ojos que lo pueden
amar y en él pueden descansar también lo han maravillado y lo hacen brillar entre las
estrellas del inmenso remolino que la rodea: somos hermanos y amantes, ambos nos
queremos en sus brillos estelares y en sus cánticos inaudibles: pero en Su boca y en Su
tacto, allí puedo reposar
ahora mientras intento fijar la mirada en algún lugar del cielo no puedo
descansar en ninguno de él: el brillo de la estrella en tan grande que llega a cegarme y
debo apartar la vista hacia el lado, uno u otro, donde puedo ver la Vía Láctea; pero el
instinto me lleva a seguir el camino con los ojos y a perderme entre las grupos más o
menos blancos de los brazos: y al instante estoy mirando las estrellas, más cercanas, que
se distinguen solitarias, casi invisibles por la brillante luz de la Gran Estrella: ¿dónde debo
detenerme? ¿qué es lo que debo mirar? O es que sólo puedo vagar de un lugar a otro
fiándome de una impresión por sin que ningún detalle llegue nunca a ser mío y a entrar
dentro de mí realmente:
347
del cine puedo ver, realmente, de cerca, la criatura-símbolo que en la cuna se siente
mecida y, menos aún, puedo nunca llegar a ver la cara de la maravillosa actriz; en alguno
de los momentos en que aparece, la madre parece mirar, de alguna manera, al
espectador, pero es casi imposible ver su cara y reconocer las delicadas y hermosas
facciones de la actriz: uno de las más hermosos signos del arte del siglo pasado envuelve
una mujer de nombre muy conocido y que durante muchísimos años sería una de las
grandes actrices del cine pero sin que, a lo largo de las cerca de tres horas de duración
del film, jamás lleguemos a verle la cara y, sabiendo que de haberlo querido, la mujer
podría haber sido otra y nunca habríamos sabido que no era verdaderamente ella; y
tampoco sabremos si en la cuna había un niño o se supone que sí lo había aunque nunca
llegó a estar allí de verdad.
También nos interrogamos por las tres mujeres que, al fondo, a la izquierda,
siempre están hablando o, quizá, meditando —quizá tejiendo unos extraños hilos de
tristes o alegres momentos para aquel, aquellos, que la madre está meciendo en la
cuna—; ¿quiénes son, en realidad?
¿qué es lo que debemos mirar y qué es lo que vemos o creemos que vemos?
348
aún esto tampoco tiene sentido para Él ya que tener o no tener sentido es sólo una frase,
un sentimiento humano), abrió la boca por la que engendró el tiempo y su hermano y
acompañante el espacio que lo envuelve y juntos se dilatan y, asimismo, se abren y con
ellos arrastran el total de todas las cosas que Él quiso depositar en su universo ¿por qué
esto y por qué así lo pronunció?
muchos aspectos legal y correcta que ahora no quiero discutir) de los sacerdotes del
Templo, celosos del cumplimiento de la Ley que veían amenazada por la heterodoxa
intervención del galileo que llegaba a la blasfemia —castigada con terrible violencia por
la Ley de Moisés—, de declararse Hijo de Dios y Dios mismo, y, si en el actual Imperio
Americano, con toda evidencia sería asimismo ejecutado, también detrás de su violencia
y sus implacables leyes —siempre con la “confianza puesta en Dios”— están los judíos o,
por lo menos, determinados judíos...: extraño paralelismo entre ambas violencias,
siempre ansiando la muerte de aquellos que llaman disidentes (o los que amenazan sus
privilegios)...
¿nunca podrá exponerse la llegada del reino de Dios, reino que Él nos
advierte, está ya dentro de nosotros, sin que la vida del que lo advierte y nos lo avisa
corra un peligro inevitable y sin que, ya desde un principio, sepamos cual será su final ?
¿por qué los Imperio, los grandes imperios, —grandes en poder y grandes en
violencia económica— siempre matan y siempre desean, inexorables, la muerte de
aquellos que, según ellos, son sus inspiradores: “en Dios confiamos”: pero hasta a Él
Mismo llevarían a la silla eléctrica pues no podrían perdonarle todo lo que les avisaría y
6
La Vanguardia ( Barcelona, 9 de julio del 2004)
349
la mirada con la que los podría contemplar: sus Ojos son tan claros, tan límpida es su
advertencia que nunca podrían olvidarla y sólo el placer de Su muerte podría
compensarles ¿es por esto que tanto destruyen, tanta es su orgullosa fatuidad y tanto su
necio desprecio? ¿tanto es su miedo?
los errores de los hombres también son míos y en ellos debo atemorizarme y
de ellos tengo responsabilidad: he mirado a Sirio en el Mar de Nubia, brillando con su
extrema hermosura; pero los hombres mueren de hambre, la sed es una horrible sombra
por sobre la tierra y la ambición del poder —que siempre acaba y es sólo un fugaz
instante— no detiene a los que condenarán a Jesús o al que ahora sea su representante,
he mirado a Sirio, pero para llegar a Él debo estar ciego y muerto: es una
condición que pienso debe ser esencial: sus obras son maravillosas y en ellas me
asombro: pero su camino es muy árido, lleno de piedras en las que debo tropezar y
huesos que, desde siglos, nadie ha mirado, y sus obras, en la ruta de su desierto ya no
brillan en cielo alguno: está silencioso y sombrío como esta obscura noche que debe
encerrarme y poco a poco debo acostumbrarme a estar ciego para así, poder estar
muerto. Y este será el dintel de una grave puerta que deberá abrirse —y después
cerrarse— en el final, así lo creemos, en el final del camino
pero ¿y el odio que nunca abandona mis labios? ¿y la envidia que, dicen, es
una sierpe lenta y frágil, como de raro cristal quebradizo pero que sólo se rompe según
que ángulo la golpee? ¿no es algo que siempre barra mis pasos y siempre crea murallas
que ningún hombre ha sabido traspasar? También son mis ofrendas y también son parte
350
de mi carne: fragmentos de un algo, un ser que habla y quisiera llorar pero que sólo sabe
mirar ansioso: voces que anunciáis oscuros amaneceres: ¿quién podrá contestaros?
¿os contestará el futuro? pero los hombres no tiene futuro: su vida acaba al
abrir sus ojos al primer día y al abrir su boca para iniciar sus primeros cantos: lloran y ríen
al nacer y muchos hasta ríen al morir, pero sus horas son contadas y breves
extraño que veía una sierpe maravillosa de colores “... y tenía muchas cosas que
resplandecían como ojos...” y veía, asimismo, círculos trinitarios “... una visión esférica...”,
geométricas alucinaciones del deseo, mientras no dejaba nunca de llorar “... y cuándo
con lágrimas ...y no sin lágrimas...; y con un suave venir alguna agua a los ojos...; en la
misa con muchas lágrimas... sollozos y grandes efusiones de lágrimas...; o recordar de la
loqüela7 o música celeste...; 8”: ¿qué es lo que quiero?
cosa se le ha dicho y si es que hay alguna cosa escondida en estas músicas de las que
7
“...palabras en extremo suaves parecidas a “música celeste” que le producen un deleite singularísimo...”:
esto es lo que escribe en una nota el editor de la nueva versión de las obras completas de Ignacio de Loyola
(nota 320, pág. 413, Madrid, 1991) ¿ El sentido de las palabras es la música o la música concede sentido a
las palabras?
8
Vid.: Diario Espiritual de Ignacio de Loyola: tomando estas fechas por azar, léanse con detenimiento, a
pesar de lo complejo del texto, las anotaciones de los días 13 de abril, 11 de mayo de 1544 y ss. hasta el 10
de febrero del 1545. Con todo, el Diario espiritual es, en cierto aspecto, un diario de lágrimas; anotaciones,
día a día, del llanto de un “ebrio de Dios”... ¿Espinosa también lloraba?
351
tanta es su dulzura y suavidad que depositan en aquellos que las pueden oír o recibir que
hacen redoblar las lágrimas de los que las oyen y de aquellos, como Ignacio, que por
encima de sus sollozos y lágrimas puede escuchar este concierto, quizá celestial, que
hacia él se acerca
alguno ni miedo alguno: es el único ante el que no tengo miedo alguno pero de Sus ojos
han desaparecido los hermosos colores que podían maravillarme para dejar sólo una
inmensa pared gris y terrosa, surcada de oleadas extrañas como si un inmenso océano
vertical la recorriera y detrás de él tratara de esconderse y tratara de velarse el Rostro
asombrado por mi presencia: ¿es el temor lo que Le hace retroceder? ¿es lo que tiene de
materia temporal, por haber tocado el tiempo y su grácil aliento, lo que Le hace tan
delicado, como un cristal que sólo la mirada de alguien humano puede soportar?
352
A Él le pertenece la eternidad, lo que nosotros llamamos a esta especie de
tiempo detenido en su vertical; al hombre le pertenece lo que llamamos tiempo, aquello
que parece no detenerse nunca y que, siempre oscilante, es un engaño sin comienzo,
doliente sorpresa por un presente que no existe nunca y temeroso afán, siempre
agonizante por el miedo, por un futuro que siempre está lejano y cuyo final comienza al
nacer y al que nos precipitamos fingiendo ignorar qué es lo que sucederá cuando
sabemos, siempre sabemos, que su final es la carencia de futuro alguno
Pero ahora nos sentimos, simulando ignorarlo, plenos, dentro de una especie
de vida que es sólo expectación de la muerte: la muerte se halla, está presente, figura
negativa de la que no podemos intuir cómo debe ser su imagen exacta, clara, positiva,
en nuestras voces, en los paisajes que nos envuelven y en los ámbitos en los que
transcurrimos y de ella no queremos hablar; pero en cada uno de los días hablamos,
incesantes, de una u otra forma, de algo que tiene este nombre sin que lo mencionemos
apenas y siempre para hablar de los demás, de gentes lejanas y, si es posible, de países
lejanos y así, fingiendo desconocer qué es lo que decimos, hablamos unos con los otros
sin que podamos ya tratar de algo que no sea el final de las cosas y nuestra conversación
vienen a ser un horrible monólogo: el tiempo presupone la muerte o, quizá, la muerte es
necesidad para el tiempo y sólo en él puede existir o, sólo en la muerte, o con la muerte,
puede medirse el tiempo
Y en la música pensaba oír algún lejano lamento que quizá podría describir
qué cosa era esta pregunta que todos callamos: en sus evoluciones, en la trama amarga
de sus acordes y colores, en los coros que cantaban poemas que no sabía traducir o en lo
que sus voces decían y vivían con pasiones más que humanas o ya muertas hace siglos y
de las que no sabíamos que interpretar ni qué es lo que querían decirnos, de estas
músicas, abstracciones líquidas que transcurrían sin poderlas asir pero quemándonos con
el paso de sus deshielos o con la ebullición de sus perfumes, de estas músicas, trataba de
escuchar alguna respuesta aun cuando ya sabía, siempre lo he sabido, que en la música
hay sólo preguntas, palabras de idiomas todavía por crear y sin que persona alguna, ser
353
alguno, cosa alguna, sepa hablarlo y preguntar con él aunque, cuando esto llegue, ya
sabrán, también, que no es posible obtener respuesta alguna
acompañando el largo funeral caminante, a través de tierras y campos que nunca había
imaginado ni visto y que no podía saber dónde los podría hallar algún día si es que me
atreviese a recorrer la músicas que, por la noche, empujaban las antorchas que muchas
veces, con el grandioso viento y sus tempestades, recubrían la caja con su sagrado
cuerpo, transportado hacia algún lugar donde debían esperarle con ansia, inflexible la
rigidez de aquellos que, en la puerta de su tumba, lloraban su próxima llegada
354
la ascensión helada, cuando el dios nos atrae y nos rapta a sus mansiones en lo alto, en lo
más alto, de Olimpos imaginarios...
debe cerrar las heridas pero también debe abrirlas: algunas veces la obra de
arte se precipita sobre nosotros y, semejante a un cuchillo poco afilado, intenta herirnos,
se esfuerza en ello pero no siempre lo consigue; la herida, la llaga, es muy grande y
sangra con dificultad: ha intentado entrar dentro de nosotros y se detiene en el exterior
por la gran dificultad en avanzar hacia el interior. El cuchillo avisa: “!Soy tu laberinto!”. Y
la herida, que no puede cerrarse pero no acierta en abrirse, contesta: “!Minotauro de
duro metal, sigue horadando con celestiales cuernos; con ellos mi sangre podrá salir a la
luz aunque más tenebrosa que mi noche interior y con ellos hará brillar de hermoso rojo
tu deseo!”
¡esplendor en las músicas y desierto árido sin huesos en los que descansar
para los hombres que las escuchan: hay relámpagos que obscurecen los cielos,
semejantes a manos angélicas que quisiesen velar amaneceres demasiado rojos y
esconder noches que carecen de estrellas; la luz de sus rayos ha dejado los cielos sin las
nubes que antes los cubrían pero su noche es tan profunda que no puedo saber dónde
comienza el horizonte o dónde se esconden las figuras que lo ocultan: hay campanas
355
que silencian el extraño bosque al que se acercan las músicas de sus tormentas sin que
puedan surgir ahora pájaros o auroras que las ahuyenten: en el país del miedo y el ansia
de la sed el silencio es su música y sus estériles sones, música interior, son los que
acompañan estos caminos pedregosos, yermos, sin señal alguna que diga hacia dónde
pueden llevarme ni si, a mi llegada, encontraré otras músicas y otras figuras velando las
noches sin estrellas y sin las sombras fugitivas que las obscurecen
hay heridas que cierran pero otras deben abrirse: coronas de süaves estrellas
nimban su Rostro y, remotos, distantes como distante es el color del amanecer, los
oleajes de lejanos cánticos y sencillas melodías Te envuelven tal como, en las noches
lunares, rocas de verde esplendor derraman la espuma con que el mar les canta su deseo
y acaricia las plantas de Tus pies: y con mi música y la de todos los que antes y después
serán sombras en el sueño que Tu sueñas, te hablo a Ti sin saber qué es lo que debo decir:
ellos abren sus cantos y los instrumentos en el horizonte que en la noche resuenan, y
también ellos, mañana podrán tañer los antiguos clavicordios y los órganos que resuenan
en obscuros bosques y silenciosas mansiones... y en coros y en músicas de nuevos
instrumentos, en templos de paisajes vacíos y campos estelados, ellos, Tú, las dudosas y
frágiles sombras de los muertos, llevadas por el viento, las agudas voces de los niños aún
por nacer y hasta el poeta, cantan su dolor y, al mismo tiempo, su alegría... y Tu tiendes la
mano...
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hay heridas que se cierran pero en otras la violencia es tan extrema que el
costado herido se abre de nuevo y en ásperas voces que, con sus gritos, no pueden acallar las
músicas: se abre, y si del interior surge agua y sangre que sacraliza la herida, de la música se
abre un chorro, semejante a lava helada que no quema nuestra carne pero solidifica todo
356
aquello que toca: de la roca y de las piedras surgen lágrimas y estas siguen abriendo aquello
que ya nunca podrá cerrarse: los hombres lloran por aquello que no tienen y nunca podrán
poseer y se alegran, con lágrimas de piedra, por aquello que creen tener pero que tampoco
poseen aunque creerán siempre, ciegos engañados, que es suyo desde que el deseo de tener
les privó, cegados, hasta de la vista interior: y en la música que les miente, perdida ya la
dolorosa inocencia, pierden también sus sentidos, se enturbian en sus aguas y se quiebran en
sus vasos: poseyendo olvidan y olvidando se rodean de murallas que encierran castillos sin
puertas
Escribí, o se escribió, fue escrito, alguien escribió, ha escrito, unas líneas, versos,
palabras, poemas que parecían querer calmar unas ansias, una angustia, que no sabía, que aún
no sabia en aquel entonces de dónde podía proceder el dardo que iba recibiendo y que, por
su juventud, o por la convicción de que pronto dejaría de tener la escasa inocencia que aún
poseía, sólo por el hecho de tener la inconciencia que dan los pocos años, sentía clavarse en
algún recóndito interior como algo cruel y violento pero, al mismo tiempo, con la fascinación
de lo perverso que aún confía en le futuro: y así recordaba aquellas palabras que había leído en
Shakespeare: “...arrancándome de aquel suave camino en el que trascurría mi desesperación...!
” dice el poeta y, en aquellos días o años, el camino era —o así lo creía y me parecía sentirlo—
de una suave desesperación pues confiaba que, con el paso de los años podría alcanzar
aquella serenidad que, según dicen, trae, de manera inevitable, el paso del tiempo y el olvido,
que, asimismo decían, era necesario e inevitable de todas aquellas cosas horribles que no
hubiese querido olvidar y también de aquellas otras cosas, que me parecían hermosas y que
también hubiera querido detener y que, sin embargo, ambas, todas ellas, mezcladas y confusas
en un lugar donde el tiempo se mezclaba con un extraño paisaje sin espacio que pareciera
lógico, permanecían invulnerables, silenciosas con las soledades de sus gritos y las veloces
apariciones de sus más terribles momentos, en una especie de sagrario sin límites, humeante
9
Hay citas evidentes, de Nietzsche y otras, menos evidentes, de Rilke: pero la poesía es manjar que, entrado
en nosotros, ya es nuestro para siempre...
357
de inciensos perversos y nocturnos y de risas infantiles y maravillosas de azules celestiales ya
imposibles de volver a recobrar y de volver a ver y de mares solitarios y espumeantes donde las
manos se trasparentaban bajo el sol dentro las aguas y los aires era sal para mis ojos y cantos de
delfines imaginarios y sirenas nunca vistas
pero las marchas de antorchas cercando con fuego el cadáver de alguien que, según
decía la radio y los comentarios en voz baja que se apagaban cuando me acercaba, debía ser
un héroe, aunque, en aquel momento, ya podía compararlo con Siegfried y su grandiosa
procesión nocturna, no poseían más grandeza que la de las humaredas en la noche y el
resplandor de los hachones que le rodeaban sin que su vida, que desconocía, ni su imagen de
joven dador de su sangre por la patria pudiera impresionarme en modo alguno; pensaba en la
ignominiosa muerte de Siegfried que pronto, para mí, se haría objetiva con la lectura de la
tragedia de Hebbel y en las músicas maravillosas de Richard Wagner o en el hipnótico film de
Fritz Lang que vería una y tantas veces aunque hasta ahora, hace muy poco, no he podido verla
y tenerla completa; su grandeza no parecía asemejarse a la del muerto que atravesaba el país
portado por jóvenes admiradores, o por ilusos que pronto serian devorados por el nuevo poder
que se acercaba aunque también se decía que había dado su sangre por la patria pero sin que
dragones, reinas y dioses intervinieran en su asesinato y sólo a un general perjuro, helado en su
mediocridad, le había convenido que fuera fusilado: y mi alegría ingenua, que nunca se atrevía
a preguntar, cerraba puertas que escondían lugares donde no había mares de azul
maravillosos, y donde las estrellas no relucían en noches que ya no eran sagradas por sus
silencios: el horror era de los otros, pero para mis miradas, sólo había mi horror y este era mío y
¿eran grises, frías de la lluvia y el miedo que dicen las recubrían y las moldeaban tal
como una especie de corredor hacia las profundidades --que todos debíamos seguir y del que
no podíamos, en manera alguna, huir--, las calles que recorría diariamente? el cielo me
asombraba por el plateado de sus colores, sucios y áridos, lejos de todos aquellos colores que
tanto amaba de mis campos y jardines y de los mares en los que podía huir navegando hacia
volcanes maravillosos y extrañas islas repletas de perlas, corales rojizos y el brillo de la carne de
358
sus nativos: era gris y temeroso como eran temerosos sus habitantes, los que bajo él, presurosos
y esquivando las miradas, iban hacia adelante, hacia los abismos, renovados cada día, del
corredor que, incesante, sin prisas pero inevitable, se abría antes sus pasos: en primavera los
árboles y sus incipientes verdes teñían las calles de una inocencia falsa, pero que, para mi, era
verdadera y en la luz del sol que quemaba con la alegría de un cortejo mitológico, cohorte de
náyades, sátiros y bacantes siempre ebrias, alegres compañeros hacia el mar centelleante o
hacia campos de amapolas o perfumes de rosas y jazmines que sólo existían en mi imaginación
pero que, en ella, esparcían las espumas de sus pasos y los cantos sin armonía pero plenos de
alegría de sus alocados dioses y sus acompañantes, en la luz solar que los hacía
resplandecientes como bañados en líquidos de diamantes y esmeraldas, allí podía encontrar
compañía y consuelo: ¿quién podría ser portado en fúnebre cortejo en un espacio donde sólo
la luz del dios solar brillaba y daba vida cuidando que el olvido cubriera sus habitantes y a los
bacantes del cortejo sin que el recuerdo de lo que fue o la premonición de lo que se acercaba
estuviera presente en momento alguno?
Y en mis caminos, buscando incesante aquella mirada que me envolvía con nuestro
deseo, iba mirando uno por uno a los paseantes y en cada uno de ellos trataba de imaginar qué
sucedería si llegase a encontrar a quién ya era ido: pero en los ojos que se cruzaban —algunas
veces— con los míos casi nunca pude encontrar algo viviente y humano que asimismo me
interrogara: una indiferencia muerta en unas pupilas vacías o una tácita pregunta de por qué
miraba y por qué en mis ojos había una interrogación: y por debajo, obscuro por la suciedad
del aire y por el gris del invierno se anunciaba la llegada subterránea, como una explosión de
colores enterrados y de perfumes que de la tierra iban a surgir y de ella nacían, aquella
consagración que conocía en la música sin saber demasiado qué es lo que en ella se
consagraba y qué sangre era la que debía ser derramada, comenzaba ahora en una primavera
que se insinuaba en la luz de los árboles, en el color del cielo, mas azul que no lo podía
imaginar y que sólo había visto, en atardeceres en los recuerdos nocturnos de mis viajes casi
olvidados a las cuevas cerradas por montañas de oros rojizos y de sangrientos reflejos y
grandes azafates, inmensos platos, con diamantes y rubís, guardados por extraños y amables
genios alados, de suaves zarpas de raras pieles, con escamas que crujían al tacto de mis dedos y
359
a los abrazos de mi deseo: y con ellos, aspiraba el aires de las noches que se llenaban de
estrellas que algo debían anunciar y en las que, furtivos, veía pasar grandes sombras de seres
maravillosos, portadores de antorchas y constructores de palacios de coloreados mármoles: y
entre sus innumerables columnas veía el paso sigiloso y nocturno de una Reina en busca de su
amante nocturno, escondido en una lejana cabaña que solo ella conocía: y veía también un
silencioso y frágil perro que la seguía y que, al fin sería el arma mortal que destrozaría su
amado y los dejaría a ambos, él decapitado y ella petrificada en su resignación, derramando las
perlas maravillosas de su dolor frente a la cabeza, guardada en sal, de aquel que amó en vida y
que, viviente pudo quizá, en algún momento, olvidarlo pero que ahora, ya muerto y objeto de
una terrible liturgia, siempre sería su inmortal amado y siempre sería la causa de que su
lágrimas, incesantes, convirtieran el palacio en un río portador de perlas únicas y ya nunca más
vistas
y en aquellos palacios nunca era posible, a pesar de mis ruegos a los genios de ojos
como carbúnculos, poder atisbar, aunque fuera de lejos aquella sombra fugitiva que tanto
ansiaba poder contemplar: sus ojos miraban, cuando era el momento, como la violencia de un
cuchillo que no puede detener sus cortes y en los míos se detenían con la frialdad de un deseo
nunca saciado: siempre están mirando y la imagen que a su costado yacía sólo podía sugerir
que el deseo, para los humanos, únicamente puede consumarse, yaciendo en una urna de rara
serenidad y de oros siempre lucientes, rubís que en sus obscuridades lucían con la misma
ferocidad que en los radiantes días en los que podía detener la vista y cuando nos miraba me
parecía oír una música extraña: ¿sería el pedal de órgano con el que Strauss acompaña estas
palabras ?
l´as vu, ton Dieu, Iokanaan, mais moi, moi... tu ne m´as jamais vue... j´étais une vierge, tu m´as
déflorée...”: ahora el Profeta, ciego por la visión divina ya no podrá jamás ver la infantil
inocencia de la Princesa de Galilea, pero ¿y la violación que su presencia hizo en ella?
360
él no supo mirarla pero la música del órgano seguía sonando en mis oídos y aquella
“música extraña” no cesaría de oírla aunque los soldados me aplastasen sous leurs boucliers,
acompañados de una orquesta furiosa, con la violencia de los dos inmensos golpes (que
deberían oírse claramente y con extrema fuerza) del tamtam y la extraña escala cromática de
los cuatro timbales: “ta bouche, deinen Mund!”, son las últimas palabras que puede decir la
Princesa: “tu boca”: la Princesa pudo besar la boca de un muerto que en aquellos momentos,
mientras ella insistía en besarla, ya veía a su Dios...
¿acaso supo él recordar algo de la fugitiva visión de una niña a la que se le había
revelado el misterio de la muerte y a la que él, asimismo inocente, no supo qué responder?
¿estaban ya helados sus labios? ¿o los cerraban unos otros Labios que le harían olvidar los de
aquella niña en quién, momentos mas tarde, seguramente, también se depositarían sobre los
suyos y le restituirían, por la eternidad, la consumación de su deseo y su virginidad?
¿no es, no era —decían mis recuerdos y, así también lo decía, la voz del poeta—,
superior el amor al misterio de la muerte?
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Encuentro esta nota, que transcribo, como estructura, forma, idea de un conjunto, de una
extraña (quizá inmensa, quizá de centenares de volúmenes, quizá englobando toda la
literatura ya escrita y la que deberá aún escribirse...) una obra extraña, imposible de escribir,
así lo pensamos, sobre la historia del hombre, del proyecto del hombre, del sueño del hombre
con ánimo de cerrar heridas, sacralizar lo sucedido, justificar todo lo que él debió sufrir y
soportar por la voluntad que todo lo explica y para que en Él, todo venga a ser gracia...
362
¿los hombres sólo tienen un único acompañante en su tan áspero y difícil camino y con un tan
incierto y silencioso futuro sin que nunca podamos preguntar o saber, con nuestra pobre lógica
humana, el por qué...?]
Imaginamos este análisis del horror humano cerca del mar —casi solos— y pensábamos que
nuestro trabajo debía ser tan complejo, debía comprender tantas visiones y conceptos, que
una nota al pie de página podría representar la lectura, el texto completo, de toda la
Recherche...:
Julio de 1978:
Plan general
La Historia
<-------------------------------------------------------------------->
La nada La nada
------ = La Historia
Hominización del Hombre-------- =África: historia de Edipo en primera fase
--------- = Asia: Historia de Job (el despertar de la idea de
Dios)
--------- = Grecia; Historia de Edipo en segunda fase
363
------------------------------ = muerte
------------------------------------------------ = asunción, regreso
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La forma en muchas, quizá en todas las obras del compositor, quizá no es sólo musical, quizá es más
que musical o quizá es menos: hay un aspecto biológico, personal, viviente, en su forma; ésta
transmite la estructura, si así puede decirse, de su pensar y, como tal es biológica, (en toda su
amplitud y “forma”); no es sólo técnicamente y estrictamente —académicamente— “musical”: es
un monólogo que se manifiesta a través de la música y no es sólo música: es un fragmento de sangre
coagulada en carnes que se mueven o hablan y piensan y lo que piensan se transmuta en raras
figuras y formas que el artesano cree poder fijar en sus músicas y sus poemas..., voces del más allá de
su interior o del más allá, sin tiempo, de un pasado ya perdido o de un futuro del que nada
sabemos...
Y nada sabemos ni nada podemos imaginar de cómo oyen “los demás” aquello que nosotros oímos,
aquello que nosotros sentimos y aquello que nosotros transmitimos: una nube de velos envuelve las
palabras con las que tratamos de decir aquello que no puede ser dicho mas que con palabras: es
decir, con casi nada; aquello que no se puede oír más que con instrumentos y músicas, es decir, con
objetos manejados por otros ciegos y otros sordos...; y aquello que se nos dice y se nos entrega viene
a través de una consciencia, como la nuestra, ensordecida por sus propios ruidos, y endurecida por
los años de intentar comprender aquello que quizá no debe ni debió ser comprendido nunca; y de
esta manera lo entregamos y lo manifestamos a aquellos otros que sólo poseen sus conciencias,
sucias por la vida y enmohecidas por el paso de los días o los años.
Y de ellas, y en ellas, procede la imagen, el signo, la sonoridad que se les confía: ¿cuál debe ser su
repuesta y cómo es la imagen sonora —viviente en sus formas— que son capaces o tienen
posibilidades de poder poseer o aprehender?
Pero, si la forma es sólo la forma del pensar del artesano, la obra de arte viene a ser sólo materia de
estudio para los semiólogos del horror, de lo patológico, de lo aberrante en sus estructuras, pues
sólo el artista manifiesta sus formas como tales y sólo en ellas deposita una confianza ciega de que
en ellas está depositado algo que debe entregarse a los demás, algo que ya no es suyo: el “hombre”,
como tal, como esencialmente “hombre”, como no-necesariamente-artesano, sólo manifiesta en sus
365
obras y en la configuración de aquellas cosas que se le han entregado para que pueda darlas y las
transmita a los demás “hombres”, sus instintos, los más primarios, origen y raíz, fundamentos
—quizá— de todos los posibles, pero sólo asentamiento, carne que vendrá a ser comida del olvido
aunque de ella pueda surgir, amanecer de entre su descomposición, un nuevo grito de triunfo, un
vuelo hacia el alba de otro comienzo, un nuevo halcón que pueda planear entre los colores,
calidoscopio del horror y de lo hermoso, de las albas que esperan, quizá esperan, los demás
hombres, a los pocos hombres que sepan recibirlas y quererlas....
dices: sabes arrancar de mí lo mejor y lo peor..., pero, ¿acaso no es esto amar?... porque sólo la
indiferencia no consigue ni intenta sacar nada, ningún gesto ni odio o amor, nada pretende y nada
consigue ni entrega; y esto es lo que puede diferenciar, de alguna manera, aquello que
depositamos en los que hemos amado años o tiempos atrás, y aquellos que, ahora —en raro,
presente casi imaginario—, crepusculares, reptando con dificultad a su alrededor, son la resonancia
de nuestra vida y el eco de algo que aún no ha sucedido pero que será inevitable ...
y para espirar lo que está escondido (con temor y temiendo que les sea arrebatado aunque su
entrega les haría aún más dueños de sus secreto), oculto por sombras huidizas que, muy a menudo,
no queremos ni tan sólo escuchar, hablamos no siempre con las palabras que deberían ser las
adecuadas, o quizá lo son, pero sin que sepamos si es que deben o pueden serlo realmente o si
tienen la misma adecuación para unos y para otros...
y en nuestro caminar alrededor de lo humano nos sentimos escrutados, mirados desde “el otro
lado”—desde el otro lado de la vida y la muerte humana— pero jamás podemos ver qué, o qué
Cosa, es la que mira y, silenciosamente vigila el abismo de nuestro interior: está en la Vena Yugular
(y aún más cercano) pero no podemos verlo ni sentirlo ni mirar sus ojos y en ellos ser espejo —con
nuestros ojos o con cualquiera de las clases de ojos, aunque no sean humanos, que puedan
existir...—: está, pero no es visto, actúa, pero no afecta y no inicia ningún movimiento por el que
podamos sentirlo o recibir sus pasos: sólo nosotros nos movemos y así le damos, al unísono,
movimiento y una especie de vida: quizá somos nosotros quienes lo movemos, quien Le agita y
quien, sin verlo, lo ve.
Pero también hay paredes que ante nuestros ojos, ilimitadas, se abren; y su enorme altura, imposible
de medir ni de poder atisbar su final, cierra cualquier posibilidad de que podamos saber qué es lo
que detrás de ellas se esconde: son negras como noches carentes de estrellas y el cielo, que
intuimos detrás de ellas es, asimismo negro, ceniza de nubes grisáceas, sin colores que las iluminen
ni cantos que de ellas puedan surgir...
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hay voces en el silencio de tempestades aún no comenzadas y de la oscuridad de las paredes, de
esta pared que cierra paso alguno, surgen lágrimas que parecen teñidas de sangre... ¡tan falso es su
color...!
y hora sueño que estoy soñando pero sé que es real, real como las mieles que de mis manos están
surgiendo y las espinas que, en mis rodillas, en las carnes de mis ojos, penetran silenciosas y
tranquillas; lentas como es lenta la fruta que está madurando desde el invierno que la esconde en
los árboles y en las nubes y áridas nieblas que los recubren: el sueño de mis sueños es la vida que de
ellos se desploma y de ellos se abre: son voces que en el silencio de sus propios sueños quieran
hablar mis palabras y mis sueños y sólo saben acariciar el roce de sus cuerpos: está detrás de mí, alto,
debe ser joven porque la carne de sus manos aún no se ha dilatado por las amplias venas que las
deforman poco a poco: hay figuras furtivas que en ellas se deslizan y raras caricias que de ellas
surgen como flores que allí se han adormecido: cómo deben ser sus bocas, su boca, he sentido el
olor agrio de sus labios y se han posado sobre los míos; surgen cadenas de flores que allí están
cantando y en sus labios puedo hallar un descanso: la habitación es grande, parece que hay una
extraña repisa, una cama, una mesa muy grande y en ella estoy apoyado: he vuelto la cara y miro sus
labios: su rostro es una masa de hierros mal colocados, sin sentido para mí que pudiera entender;
hay trozos de carne entre el armazón que parece mantenerla y como un horrible, espantoso juguete,
se articula abrazándome, he gritado, espantado con un miedo, un silencio del horror quizá nunca
antes sentido; no era un monstruo, era un hombre al que las ratas, los otros, lo habían devorado y a
quien quisieron reconstruir aquello que ya nunca podría volver a ser viviente, a ser humano: lo que
depositó en mi boca no eran sus labios que no existían, sólo los hierros de un horrible andamio
interior, que sustentaba lo que aún de viviente había en él había rozado mi boca: ni la sangre podía
correr por su rostro: sólo los hierros que mantenían aquello, carente de ojos, que ya no existía ni
podría volver a existir...
y, ¿por qué debo recordar lo que ya es un recuerdo fugaz que, por serlo, cada vez está más
deformado y como recubierto por una indiferencia creciente (parece sólo la descripción de una rara
enfermedad en un manual ya muy antiguo: sus dibujos son torpes y su análisis está faltado de
fuerza...); y cuanto más quiero verlo y sentirlo presente, a pesar del temor que puede derramar
sobre mí, menos presente se halla y, ensuciado por mis intentos poco a poco él mismo se diluye en
una rara y oleosa agonía de imágenes, sobrepuestas las unas a las otra...?
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...una eternidad horizontal, ¿es esto la historia? ¿es el tiempo una manera de olvidar, de no saber?
acaso el dios trata de olvidar y por ello inventa el tiempo, aquello que avanza y, al adentrarse en lo
que llamamos futuro, olvida lo pasado pero asegura que, quizá, con esta operación, podrá no
recordar —apartar— todo lo que, temeroso, quiere olvidar y su eternidad le obliga a tenerlo
siempre frente a él?
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Puede haber una espera más terrible que aquella en nos hace atentos a algo que, de alguna manera,
nos es indiferente pero que no quisiéramos lo fuese...?
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a partir de una cierta edad el amor (si así lo queremos llamar) viene a ser, es, sólo una amarga
tristeza, es un silencio que quisiéramos llenar de palabras y signos que dijeran algo a alguien pero
que únicamente genera más silencio y más ansia de llenarlo: algo semejante a un diálogo con
nosotros mismo diciéndonos aquello que quisiéramos oír y tratando de olvidar el silencio de aquello
que nos parece escuchar: nada flota alrededor de este espacio de amargura y nada surge de él...
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hay hormigas sangrientas que se arrastran dejando sus olores de color púrpura: son las imágenes de
sueños que quisieron llegar hasta mí y no pudieron alcanzarme; lenta es su victoria pues sé muy bien
que algún día, en algún recuerdo de alguna noche, podrán alzarse, inmensas, sangrantes en sus
heladas patas, débiles por la delgadez de sus ojos que en ellas respiran y en ellas se multiplican y así
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podrán interrogarme con las preguntas que nunca han podido ser contestadas, pues, ¿quien podría
hablar de aquello que los colores de la noche tiñen de negro y en los días solares sus resplandores
deslumbran los universos que lo contienen...? ...pero quizá hay respuestas a preguntas nunca antes
realizadas, preguntas que nunca podrán hacerse... y, quizá, hay respuestas que impiden que se
hagan las preguntas ¡tan terrible es su interrogante...!
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Tú, música para mis ojos, olores de perfumes lejanos para mis oídos y mis labios; ¿es cierto que la
eternidad estaba en nuestras bocas y en nuestros ojos? Quizá estaba en el sonido retumbante, casi
inaudible con el que, a veces, creemos que nos hablas; pero en sus músicas no hay más que lo
inarticulado de un logaritmo o una ecuación sublime en sus expresiones y abstracta en los brazos de
los que surgen tus locuras —así lo decimos los humanos, atemorizados— y las garras de sus dientes
con las que (esta música y la locura que sabe cantarla y pulsar sus cuerdas...) se abre paso: hay
broncas voces en los números que huyen de nuestro contar y celestes aullidos de cantos sin que
nada en ellos converja...
pero sí que, de todos ellos, surge un cántico, en apariencia de horrible alabanza pero sucio por los
líquidos que de sus ojos sangran y manan y vienen a ser melodía sin crepúsculos o atardeceres,
amaneceres en lejanos cuerpos del mundo donde nada humano ha sido nunca visto y donde nada
humano podrá acercarse: son las voces de aquello que, sin ser visto, por no haber sido contemplado,
aun no puede ni podrá nunca existir: es niebla del silencio, canto de sombras fugitivas, en infinitas
lejanías, antes de que puedan iniciar una vida que jamás podrá ser mía pero, de Ti, de Ti, tampoco
podrá ser manjar para Tu deseo
¿quién es el que de Ti surge, tal como un horrible cáncer se desgaja de otros tumores aún no
abiertos y, desparramándose, viene a ser geometría de volúmenes sin ángulos o sonidos coloreados
sin que de ellos pueda medirse voz alguna...?
¿son hombres que Tú aún no has querido imaginar, a los que la vida y el tiempo que la devora y
derrite sus sangres les falta, sin ser ni música que los ampare y rodee, sueños de un dios que soñando
crea los mundos y, ya despierto de su eterno sueño, sigue soñando que los sigue creando y
devorando en su respiración: ¿Oh Tú, anhelante: eres el espejo de tus criaturas y de ellos arrancas
tus imágenes y los dibujos de tus designios o allí Te reflejas para, viéndote, aún Te horrorice más la
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eterna contemplación que es tu operar; de algún sitio no puede apartar Tus ojos..., terrible castigo,
por Ti mismos impuesto, que Te obliga a contemplarte eternamente...
he visto este mar grueso de blancos sucios, como disueltos en grasa: se mueve con extraña lentitud y
—nunca había podido contemplar algo parecido— como si desde lo alto, desde afuera, lo agitaran
y lo removiesen con extrema pausa: y encima de él, encima de sus movimientos retardados (como
de un epiléptico groseramente visto en un cine, alguien que quiso hacer una horrible gracia
mostrando una desgracia de los demás [aunque sólo, en realidad, mostró la suya propia]) encima de
sus aguas, grises de suciedad, hay un cielo de color pardo oscuro, como dorado por la misma
suciedad de las aguas; en el flotan dos objetos negros, pequeños, parecen redondos: me explican
que no son nada humano pero tampoco son nada que pueda llamarse extraordinario, son dos cosas
que se agitan entre las nubes de cenizas de oscuros marrones, van hacia un lado —van hacia otro
como deslizándose en los aceites que deben llover por entre las suciedades de los cielos— y nada
significan— aparecen, y quizá volverán, sin que ello pueda decirnos cosa alguna: su falta de
significado es, precisamente, aquello que expresan con su existencia...
queremos siempre saber, saber la verdad, ¿la verdad de qué? ...y si supiésemos esta verdad
tampoco podríamos saber qué es lo que crea esta verdad y hace que lo sea y hace que sea verdad
aquella cosa de la que decimos que ya sabemos es la verdad...: pero algo se escapa, agua que es el
río pero que nunca permanece en el río: siempre huye y siempre el río permanece: nunca es...
y la verdad, de aquellos que amamos, de aquellos de los que su voz siempre somos atentos, de lo
que esperamos de ellos, y de nuestra misma voz, de la que nunca queremos creer que nos engaña y,
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seguramente, es la que más nos engaña, nada podemos saber, nunca sabremos cosa alguna...;
cuanto más intentamos entrar en sus cuevas, seguir en los remolimos de aguas que avanzan por
amplios ríos, más nos engaña una súbita corriente, estrecha y oscura que retrocede y nos lleva, días,
meses, años más tarde, al comienzo de nuestro esfuerzo: preguntamos y la respuesta es otra
pregunta, contestamos y no podemos escuchar qué es lo que se nos pregunta y lo que se nos
responde: si amplias son las aguas, estrecha es la corriente y si esta es angosta y difícil, los cielos
abiertos, oscuros por el odio y el miedo, nos abren otras puertas y otras agonías: nada se cierra en sí
mismo y nada se abre para los demás: somos islas sin puertos que nos reciban y sin aguas que
permitan acercarse, barcas que son portadoras de objetos que se dicen pensantes y son sólo sonidos
de voces calladas, sin articular su pensar, si es que pensaron alguna vez...
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***
debería escribir más cosas: hoy es día nueve de marzo del 2010 pero, ¿qué es la verdad? La verdad
de qué, sobre qué y desde qué ángulo puedo juzgar la verdad de una pregunta que ni tan sólo sé si,
humanamente, puede contestarse ¿y desde un ángulo o desde una boca no humana..., si pudiera
hacerse ¿qué podría decirnos ésta?...
¿qué verdad podría descubrirnos si la angustia, la horrible —valga esta palabra— la horrible
angustia que nos lleva a hacer esta pregunta ya, por su misma naturaleza, por su misma manera de
ser y de sentir (de ser “sentida”por nosotros), ya nos prohibe saber una respuesta que nos puede
llegar y nos prohibe, caso de que esta pudiese, de alguna forma, ser manifestada a nosotros y
poderla conocer (atravesando el velo, sutil, delicado, pero resistente como acero líquido, de la
angustia)?
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***
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por mi edad ya no puedo “enamorarme”—: en algunos aspectos, buenos o malos ¿quién puede
saberlo? es o parece ser mucho peor, mucho más difícil de saberlo soportar o aceptar, que el juvenil
gesto —tantas veces inútil o indiferente— que ansiamos —ansiábamos— esté, o fuese, o hubiese
sido, o sea correspondido:
ante quién, muy poco a poco, o súbitamente, o no sabemos cuando, se enciende esta extraña llama
que, como una rara zarza, arde sin consumirse y, al unísono, desgarra sus raíces entre cenizas que no
se dispersan al viento y no sabe recoger las ramas que el fuego quema sin que hielo alguno pueda
apagar aquello que no queremos sea apagado, ni puede mantener aquello que no sabemos si, en
verdad, queremos o no sea mantenido —ante quien se consume sin que la zarza parezca arder—,
ante quién nos hundimos en un pozo que no está dentro de nosotros, que no está dentro de ti,
aunque sí que también lo está dentro de aquel que se nos enfrenta, evocado de sus abismos y, desde
lo más profundo de ellos, surge, intacto y leve, como si de sus obscuridades, nunca hubiese palpado
ni hubiese aspirado incienso alguno de sus perfumes:
intactos, como dos vasos comunicantes dentro de los que corren extraños líquidos (que los otros,
aquellos que ya duermen en los vasos del tiempo, o del tenaz olvido, han hecho madurar —o
ensuciar —o diluir) nos hundimos, el uno en el otro, y en esta extraña transubstanciación parece que
las imágenes se vuelven transparentes, como cristales que reflejan y se reflejan, los unos con los
otros: son dos vasos pero también son dos luces: iluminan los líquidos interiores que la zarza no
puede colorear con su luz —de oro sanguinolento o de rojo bermellón, dorado por las manos que
se abren, tal como se abre, dicen, el abanico inmenso de las cobras que debían proteger a aquel
antiguo santo que nunca supo, amando a todos los hombres, amar a uno solo— y estas luces, de los
ojos que buscan nuestros ojos (y en ellos, decía el poeta, como en nuestros labios, descansaba la
eternidad) los vasos derraman las aguas de sus deseos y los tactos que, devorados por el ansia de
posesión [—que nunca puede consumirse y completarse— pues, ¿qué poseemos y que es nuestro o
que es lo que ha sido nuestro si el tiempo lo arrastra fuera de nuestros brazos y el color de los cielos
se oscurece cada día, incesante: noche en los ojos y ansia de amanecer en las mañanas que, algunas
veces, retornan sin ser nunca las mismas y, tantas otras, por su mismo retorno, se alejan aun más...?]
se entrelazan, tal como las espinas entre las rosas maravillosas que no curan de sus heridas, y, el
ansia del deseo, destruye el mismo deseo y de él, nos resta sólo la imaginación de lo que pudo ser
—o de lo que fue— pero sin que hayamos, nunca, nunca, podido, retener en lo que era, intacto, el
tiempo que debería detenerse y, por nuestra misma ansia, es aún más fugaz y más parece como si lo
expulsáramos de nosotros y del que está frente a nosotros en esta extraña batalla de ángeles, que
no son portadores de mensaje alguno, o contienda de temores y dolorosos miedos que el fuego, que
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siempre arde, oculta con sus llamas y el agua, que siempre corre, arrastra con su paso:
y, quizá las llamas no arden y nunca prendieron entre los guijarros del desierto o la aguas dejaron de
correr hace ya años o —quizá— siglos...
todos somos ciegos en nuestros desiertos y caminamos ciegos en los lechos de ríos que nunca los
abrieron o que los secaron aún antes de que el deseo se instalara entre los hombres...
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el recuerdo recubre, como un velo que se desliza entre los pliegues del objeto que —súbitamente o
con premeditación— evocamos o hallamos ante nosotros: es una música, un perfume, el olor que un
objeto, un libro, una madera, una habitación que se abren ante nosotros y de ellos se arranca algo,
una angustia que repta a nuestro encuentro y de ellos se desliza: y todos, todos ellos, de alguna u
otra forma, están ya muertos, cadáveres vivientes que aún hablan y gesticulan, o trozos de huesos
que deben esparcirse entre las cajas, ya destruidas, que los encerraron aunque sus gestos, sus voces
titubeantes, los colores de sus rostros, la imagen que de ellos podíamos tener, se diluye, fluye hacia
un olvido que es el cansancio de la angustia, el dolor que nos produce el cansancio de vivir y seguir y
seguir viviendo...
y de estos despojos, el tiempo ha ido royendo sus figuras y formas, los perfumes de sus pétalos o de
sus líquidos, el tacto de sus pieles o las telas y vestidos, o los renards que los calentaron: algo está
roído en ellos y algo se desmenuza, día a día, mes tras mes y más y más días; y de las músicas que
tanto significado pudieron tener, de los perfumes, del maravilloso olor, que todos ellos nos
envolvían en el oleaje de sus colores, el tiempo sigue royendo, incansable, y deja únicamente huesos
secos que siguen astillándose “significando nada” aunque el áspero dolor de su contacto, frío por la
sequedad que tanto debería darnos calor y ayuda, les despoja hasta de su incandescente presencia:
están pero ya no ya no saben quemarnos y tampoco podemos conseguir que vuelvan a hacerlo...
nos da el recuerdo de que existió un recuerdo pero con su entrega se vacía y pierde, incesante, su
capacidad de podernos dar alguna cosa
373
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***
quien puede imaginar los infiernos que el ser humano ha imaginado sólo puede ser un ser humano:
pero éste es pensado, ha sido pensado, dicta sus pensamientos, porque ya fue pensado, antes del
tiempo, por el pensamiento de la Substancia: ¿quién es el que ha creado los infiernos?...
tres o cuatro mil años de historia —y en especial, los dos últimos dos mil— están modelados y
teñidos por este horror que las Iglesias, y en especial la Católica, tanto han usado y empleado: ellos
son la base de la angustia de tantos pueblos y gentes... ¿por qué la Substancia ha pensado esto...?
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***
recordamos recuerdos que ya no lo son porque han sido deformados, de tal manera están
deformados, que no tienen relación alguna ni parecido alguno con aquello, con aquellos sonidos,
perfumes sonidos o personas que pensamos nos amenazan o surgen con sus imágenes y que
quisiéramos guardar, intactos, sin cambios posibles, en un interior nuestro que, precisamente por
serlo, ya es algo cambiante, sin cesar fugaz, sombra de si mismo y que, al contemplarse, al intentar
mirarse, por su misma mirada, ya está deformado y pervertido por su mismo esfuerzo...; son sólo
espejos retorcidos de otros espejos que quizá, en sus momentos reflejaron cosas que ya han sido
olvidadas y, si están olvidadas ya están, quizá, perdidas o, caso de recobrarlas, ya tendrían otros
significado u otros sonidos para aquellos que pudieron recuperarlas y, para ellos, carecerán de
interés alguno
y, para nosotros, caso de recobrarlos, quizá tampoco podríamos reconocerlos y abrazarlos con la
mirada que sólo posee el recuerdo
374
la bondad, es tan peligrosa!... y, si intentamos adentrarnos en ella, siempre es posible encontrar algo
que, fugitivo, rehuye nuestra admiración; pero la maldad, siempre es pura, nunca tiene contornos
imprecisos: siempre, siempre puede perfeccionarse,
decía que era la obra de un esquizofrénico —de un histérico— [o, quizá. escribió, un paranoico]:
disociar ¿qué?; fijarse en una o unas ideas, detenerse, en ellas: ¿qué pueden hablarnos (decirnos,
quizá conmovernos) estos términos; qué es lo que describen o patentizan tales músicas, a través de
unas estructuras —u organizaciones, o figuras musicales determinadas— que, precisamente, por ser
ellas y sólo ellas, han inducido al crítico o al comentarista, a escribir tales palabras?
¿Siempre producirán estos efectos y sentimientos, o sólo lo hicieron en este hombre (no recuerdo su
nombre ni la fecha de tal comentario) y únicamente él, erróneamente o con gran acierto, dictaminó
(y pudo hacerlo) que aquel que escribió estas obras estaba poseído por tales afecciones o tal
singularidad?...
...es posible pero, ¿qué importa si parecía o era cierto —o no lo era— que el autor era un paciente
de estas circunstancias? ¿O es que las circunstancias le envolvían y en ellas encontraba descanso y
voces que parecían contestarle?
¿había estrellas, de noches nunca sucedidas, que en sus ojos se reflejaban o la eternidad estaba
—descansando, al acecho— en nuestros labios...?
Y éste —aquel que estaba poseído—, ahora sólo recuerda que la primera de las dos canciones se
abría y, así continuaba hasta su final, como un derrame de luz en un amanecer que nunca se detiene,
y siempre seguía abriéndose sin que pudiera resplandecer, nunca, el alba final de los fulgores del
sol...: las escalas descendentes de las cuerdas, las intervenciones del arpa, el piano, los incesantes
arpegios de la celesta... todo indicaba un mar de colores sonantes que envolvían el poema y en él se
disolvían pero no parecían concluirlo...: y por sobre, unas agitadas convulsiones del tapiz, tejido
como de carne humana, se abrían temblorosas y en sus estrías, sanguinolentas de violetas y rosas, se
mostraban caminos en bosques quizá nunca transitados...
¿a quién, a qué amante olvidado, nunca conocido o siempre en la espera de una llegada que el
tiempo cuidaba de evitar, iban dirigidas estas canciones o, en mejores palabras, esta canción, copia
fiel —por un resignado escriba— de un, quizá, sagrado paranoico...?
375
pero el texto, en su misma ambigüedad, que las mayúsculas del impreso hace aún más extraño y
difícil, hierático, en el sentido más griego de la palabra, cuidaba de cerrar puertas antes de que se
pudiesen abrir: las palabras flotaban en sí mismas y en sí mismas se consumían... ¿quién podrá
recogerlas y hacerlas suyas? O será una mano, sin forma ni tiempo, que arrasará los eones de la
espera y en ella podrá descansar el poeta ¿es el tiempo algo que debe florecer de sus áridas semillas
o en ellas debe morir para dar un nuevo fruto...?
¿o es que éste, envuelto en su piel recién arrancada de otros hombres o frutos o colores, sangrientos
o no, puede sobresalir de entre las incesantes cataratas de sonidos, de arpegios de celesta o
glissandi de arpas que le envolvían?
en su martillear, dulcemente árido y de una violencia que parecía dirigirse a sí misma, las palabras y
los sentimientos, dolores, preguntas que en ellas se escondían, parecía que se iban diluyendo, por lo
casi imposible de seguir el texto y su aparente significado —original alemán— la voz [que en
recuerdo de cierto momento maravilloso de Strauss en una de sus óperas, ascendía hasta el do#
sobreagudo], la portadora de ofrendas, se iba perdiendo entre el amplio río de sonidos hasta
derrumbarse con ellos en “...otros ámbitos y, quizá, otras voces...”;
Ich liebe Dich!: ¿en que dirección debe traducirse? ¿qué quiere decir, exactamente, si es que puede
haber alguna exactitud en el deseo?
Y el deseo no está en mis manos o en el tacto de un cuerpo que se aleja; el deseo es permanencia
del deseo, quietud que se detiene en el tiempo que no avanza y en él descansa, es una voz que entra
dentro de otra voz, unos ojos que se detienen mirando a través de unos otros ojos: “...la eternidad
estaba en nuestros ojos y labios...” dice el poeta: pero ¿qué labios deben ser los que tan a menudo se
cierran y ya no saben contestar aquello que no ha sido preguntado... tus perfumes, el olor de tus
ojos y la sonrisa de una lejana inocencia que, quizá, en ella misma se contempla y teme o no se deja,
no se atreve a surgir al mundo que debe estar a su alrededor —siempre hay un mundo de murallas
feroces que acechan—, en esta sonrisa descansa el ansia que nunca podrá ser colmada porque ni el
contacto de una carne que no puede ser mía —ni la carne mía puede ser tuya: [los buitres voraces,
algún día, comerán de dos cadáveres, no de uno; nunca encontraron amantes que fuesen o hubiesen
sido una sola cosa...] ni el pensar, que como guirnaldas envuelve tu rostro sin que sepa nunca qué
rara resonancia, qué dulces o ásperos armónicos puedan resonar y vibrar dentro de ti, pueden ser los
que, envolviéndonos como pieles de extraños animales o tejidos, hagan de dos pensamientos o dos
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tactos una sola llama que el deseo no pueda apagar ni consumir ni saciar...
nada de nuestra dualidad, fundida en el deseo pero disolviéndose en los telares que el tiempo y las
sedosas arañas, pausadas pero de cruel intensidad que éste teje, incesante, dentro y fuera de
nosotros, alrededor, antes y después de nuestras palabras y miradas, antes y después de los poemas
con los que quisiera hacer resonar los abismos en los que tú, tú o el poeta de estas músicas, vives y
vivimos, podrá mantenerse, helada o ardiendo por las palpitaciones del deseo en paisajes que no
podemos imaginar, colores que nunca existieron y sonidos que son bellos sólo porque tú los estás
escuchando..., paisajes sonidos y colores, lagos, todos ellos carentes de tiempo: lagos, infinitos
océanos de cielos inimaginables o lagos de arenas donde el viento se ha detenido...
y el deseo es permanencia y espera, siempre mirando el péndulo que hace palpitar nuestra angustia
y la vuelve, de alguna manera, sonora es decir, siempre esperamos el acorde final —que jamás
oiremos— que es el momento de dejar de vivir y la llegada, que nunca veremos ni conoceremos, de
las aves divinas que vendrán a saciarse de todas aquellas cosas que no supìmos entregar, o recibir, o
cantar o decir: de nuestros silencios y de nuestros errores y de nuestras vidas que sólo los muertos
saben expresar con su dejar de vivir y sólo los que vienen a cumplir su misión de limpieza sabrán
recibir y apreciar...
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***
Escrito, en Innsbruck, a finales del 1910 ¿es valedero sólo para este año...?
y nuestras músicas ¿en que año fueron escritas y en que paisaje se derramaron?; ¿se abrían ante las
rosas que florecen frente a las piedras de las que surgían, o, rasgándose por las espinas que
envolvían los colores del perfume de rosas quizá ya nunca más existentes, retornaban al sagrario de
las piedras que las vieron nacer y de las que obtuvieron la extraña, la siempre repetida indiferencia
377
que los animales y los hombres de larga vida tienen ante el dolor y la angustia de los demás... ante
los otros animales o ante los otros hombres, animales quizá aún más obtusos, también tienen y con
raro cuidado guardan, como si creyesen que es su mayor pertenencia y tesoro......
y nuestras músicas ¿para quién fueron escritas? ¿o es que no se escribieron más que para la Sombra
siempre lejana y siempre más próxima que la vena yugular y que siempre calla? ¿Calla para sí o
habla para las voces infantiles, las que ya son acabadas, las que se abren a la vida que es siempre
camino de muerte en el bosque que siempre está umbrío, o habla a aquellos que ya desaparecieron
porque no supimos conservarlos, acechando frente a nuestros miedos... o los apartamos o se
apartaron vencidos por el temor de ahogarse en el tejido de carne y sangre que siempre envuelve a
aquellos que creen amarse —así lo dicen— y quizá sólo están palpitando, ciegos, tentando las
tinieblas de caminos en bosques aún no sembrados?
¿quién puede responder —quién puede esforzarse en hacerlo— si la pregunta aún no ha sido
hecha?
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...ondulaban en movimientos horribles, en unos espacios nunca vacíos: están plenos de líquidos
como de aceite, el tiempo se disuelven ellos y allí, allí son como pulpos en el aire o como arañas en
las aguas...: son patas delgadas, parecen tener como unos pequeños grumos en sus extremos y se
agitan, lentos pero no rápidos, siguiendo como una especie de movimientos calculados, ya antes
medidos y especificados con rara exactitud; pero sólo ellos, sólo ellos, sabían cómo se iniciaba
aquello que nunca expresaba su final aunque siempre era principio...
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y ahora, todas las civilizaciones, todas las “culturas” ya han entregado todo aquello que podían dar:
ahora, China, Mesopotamia, —Grecia— Alemania, Japón, todos, —Sudamérica, ahora ya todos son
retratos deformados, distorsionados, de sus pasados, de lo que fueron y pensaron y de todo aquello
que ya nunca volverán a ser o a pensar...
...sólo quedan rescoldos de sus hogueras...
Italia, India, Israel —el Islam... el Cristianismo... ¿qué queda de ellos...? recuerdos de sombras sin
sentido alguno que los pueda justificar: todo está ya consumado
¿podrá iniciarse un camino —en el bosque, (pequeño sendero, quizá amplia avenida) o entre y sobre
las olas de mares silenciosos, turbulentos o serenos...?
¿hay ojos en el viento que abriendo caminos arrasa pueblos y aquello que llamamos culturas? ¿nos
miran en torbellinos que los hacen girar sin que puedan nunca fijar sus miradas en los que son
arrebatados...?
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Cultura, —saber, saber que uno sabe, aquello que [cree saber]— es conocimiento, es aprender
aquello que se debe o se puede o se consigue aprender, pero también es distancia de todas estas
fechas notas, frases, ideas, imágenes, sugerencias, impulsos...; : todo ello es nuestro pero hay que
dejar que “lo sea”, que entre dentro de nosotros y se haga carne y memoria, imagen y sangre de
nosotros mismos; hay que aceptarlo pero sin que aquello nos acepte y domine, sin que le
379
pertenezcamos y vengamos a ser sus voces y resonancias, no sus semejantes, herederos y
propietarios...
saber, muchas veces, es olvidar, olvidar aquello que debe ser olvidado y perdido para mejor guardar
y hacer nuestro aquello, aquellas cosas, que ya son y deben ser —serán siempre— nuestras...
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Dios, estas solo ¿por qué dejas que la gente esté llorando? ¿es su temor o es el tuyo el que inicia la
canción de sus llantos? ¿te acompañan, ignorantes y temerosos, o de sus lágrimas respiras el olor de
las aguas que parecen ahogarte? ¿estás solo? ¿o es tu misma presencia la que te estremece?
Señor, no tengas piedad de nosotros, pues somos débiles y ciegos aunque la eternidad esté en
nuestros ojos y creamos que en ellos brillan luces que desconocemos y no sabemos si es un extraña
obscuridad o una tiniebla aún más profunda... pero ten piedad de Ti mismo... no tengas piedad ya
que no puedes tenerla: todo es piedad y todo es todo en tus fauces siempre sangrantes y siempre
oliendo el resplandor Tuyo y nuestro del perfume de las rosas que has sabido marchitar con Tu
tacto...
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el vino, antes de ser consagrado es sangre que surge de los flancos de Dionisos y de las heridas que
Éste ha desgarrado en sus adoradores, alocados por el hálito hediondo del dios, pero después de las
palabras se descompone..............., ¡palabras!: han sido dichas las palabras: palabras cubiertas como
de oro, oro que no es de este mundo y el vino se descompone, se abre en sus raíces y viene a ser
sangre que corre por cauces de ríos no humanos: es vida, es vida que abre nuevas vidas en nuevos
universos: y los que a Él adoran beben estas sangres resonando las consagraciones, en incesante
transubstanciación, en todos los ámbitos del mundo y en ellas encuentran el terrible olor del miedo,
los sabores que de las fuerzas silenciosas de sus ríos se desprenden, las
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¿acaso el amor, lo que creemos y llamamos con este nombre, que sólo recubre nuestra ignorancia y
nuestros miedos y los deseos de aquello que nunca supimos ni tan sólo imaginar, acaso nos habla, de
alguna manera, para decir aquello que no puede ser dicho pues los hombres dicen pero jamás saben
qué es lo que dicen...? —por esto pueden ser perdonados—... ciegos por la ignorancia y sordos por
el miedo que cierra, asimismo, sus ojos y sus labios: palpan la obscuridad de sus paredes, las casas sin
puertas ni entradas de sus cuerpos como, si con ello, pudiesen saber algo, aunque los corredores sin
salida y las ruinas de sus lechos, de sus muebles, de aquello que pensaban eran sus casas son solo
polvo donde reptan negras figuras sin forma, y sin que puedan alimentarlos ni darles consuelo
—perdónalos porque no saben lo que hacen— y no saben qué es lo que piensan y dicen... ni tan
sólo saben qué es saber...
y el amor, que casi siempre es, asimismo, miedo ¿no cae de mis cuerpos, de mis ansias y deseos y
recuerdos y imaginaciones de cosas que nunca existirán, tal como las escamas de grandes saurios
caen de sus ruinosos cuerpos y de ellos se desprenden y vienen a ser sólo carne como petrificada...,
alimento de hormigas incesantes en su trabajo...?
somos herederos de serpientes, lentos lagartos inertes, sin, en apariencia, deseos que no sean vivir y
prolongar su especie...¿pero, es esto cierto? ¿sólo nuestros espíritu, nuestros deseos, son de reptil...?
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¿...es la muerte lo que nos mueve? ¿Es la obra de arte una forma de exorcizar su presencia y
hacernos menos vulnerables...; decía que lo que llamamos sexo mueve las gentes...; quizá es sólo el
temor, la presencia, lo inexorable de la muerte y sus angustias, la nuestra y la de todos, lo que nos
hace vivir —extraña paradoja— y lo que nos impulsa a tratar de sobre-vivir [por encima de ella,
como apoyo en la angustia o como substento, como fundamento que sostiene su presencia, con
nuestra carne, dolor, esfuerzo y sangre, por debajo de sus raíces...] en la obra de arte... pero bien
sabemos que las olas de estos mares que parecen rodearnos con sus perfumes y sus fragancias son
sólo imágenes que evocamos del miedo y la angustia de lo desconocido ¿quiénes retornan de los
abismos para consolarnos? ¿acaso Lázaro, resucitado, dice palabra alguna?... los judíos acuden a
381
verlo —pero el texto no dice que acudan a preguntarle ni a escucharle...—: sólo miran, los unos al
otro y de este otro ¿cómo es su mirada, como es su interrogación? ¿sabe hablar? ¿sabe pensar o es
sólo un objeto arrebatado a la tumba y motivo de observación y miedo de aquellos que pueden
acercarse a él y, quizá, tocarle? ¿sabe hablar...?
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No he tenido hijos, nunca los tendré pero en ellos habría intentado abrirme paso, insensato
esfuerzo y esfuerzo seguramente inútil y mezquino aunque nunca un instinto es reprobable, hacia la
más profundo de la carne: el incesto es algo que asusta socialmente pero, fue sagrado en
civilizaciones que irradiaron durante siglos; era sagrado porque, seguramente, en muchos casos, era
auténtico; había amor, deseo, por ambos lados; y a los hijos desearía poseerlos —si es que esta
palabra aún significa alguna cosa— en toda su carne y en todas sus formas y desearía morder sus
carnes, tal como había visto, mordían, con exquisito cuidado, los grandes reptiles que llevan consigo
a sus crías, las trasladan con vigilante precaución pero con los dientes hincados sin que la sangre
pueda nunca surgir ni el dolor les atemorice en modo alguno
El deseo, lo que se llamaba años y años atrás, amor y ahora es ya un palabra falta de sentido, de
significado, alguno, es como una náusea que invade el cuerpo, se abre en el estómago y nos hace
temblar las manos: el ansia puede enfermarnos pero el miedo a que los hijos nos sobrepasen,
invadan nuestros derechos y ocupen lugares que deseamos nos pertenezcan siempre, hace que los
miremos con malos ojos y, muy a menudo, tratemos, con la discreción del cobarde y la furia del
celoso, de hacerlos desaparecer de nuestro entorno y de alejarlos de lo que creemos es ambiente
nuestro: pero su carne y sus risas son también nuestras y si sabemos sobrepasar la afirmación tribal
del poder, su cuerpo es el mar en que podemos ahogarnos
También ellos se niegan a completar lo que, de toda evidencia, es inconcluso y, tantas y tantas
382
veces, no dejan que se mantenga lo que parecía ya completo: fue Séneca el que advirtió esto a un
hijo, Lucilio, que le permitió escribir las cartas más hermosas que podamos imaginar: pero Séneca,
acompañado, voluntariamente acompañado en sus postreros momentos, cosa extraña, por aquella
que compartió su vida, riquezas y honores, se suicidó. Le obligaron a ello (sin que él ofreciera
resistencia alguna; probablemente con un íntimo, muy interior, suspiro de alivio por el adelanto que
le exigían de llegar al momento final, aquel que el valiente vive una sola vez y el cobarde múltiples
veces —cosa que él también había ya escrito—) y, muerto él, sus hijos, en siglos siguientes,
avanzaron por caminos muy dispares.
Séneca, en primera persona, habla en uno de los poemas que hemos escrito y dos de sus tragedias,
atroces, inmensas en su visión pesimista y sin posibilidad de futuro de los hombres —o así nos los
parecía cuando las escribimos— intentamos llevarlas a la escena hace ya años, hace ya muchos años
y ya casi hemos olvidado qué es lo que escribimos y qué es lo que debería sonar caso de que
llegaran a interpretarse: casi lo hemos olvidado, es cierto, aunque aún resuena su aviso y su
presencia, que siempre pensamos y recordamos, de una u otra forma, en la pregunta que surge en
Agamemnon: ¿“hay algo más terrible10 que la muerte” ? y en su respuesta, que es como la definición
del vivir diario de los hombres, de miles de hombres, entonces y ahora: “ la vida, si deseas morir ”...
Séneca fue una guía paterna pero en los muertos que en sus escenas consuman la tragedia humana,
en las músicas que para ello escribimos, también su muerte se hace patente dejando libre a su hijo ;
su desaparición, que quisimos poetizar en su conversación ultima con su discípulo e hijo, el
Emperador, sólo abría una puerta, otra puerta, en la inmensa pared que guarda los lagos
inacabables de huesos corroídos11 de los que el mismo Séneca habla en el monólogo de Cassandra
(v. 765 y ss.; compases 661 y ss.) : la música que acompaña estas palabras, los dos pianos, el tamtam
PP, un pedal agudo de las cuerdas, el vibráfono, el órgano, etc. son como una música fúnebre que
rodea la muerte del padre y el (aparente) desconsuelo del hijo
¿aparente? O quizá muy real y sentido pero, no por ello, obscura alegría del que cree sentirse libre
aunque esta libertad, después podrá descubrirlo, es sólo el comienzo de un cautiverio más y más
rígido, más y más corrosivo hasta que, en una época determinada de la vida, sabrá añorar con la
desesperación de lo imposible, la vuelta a la antigua relación con el padre...
10
“... más allá de la muerte... ( mortem aliquid ultra est ? ...)
11
“... de cuerpos gigantescos, roídos por una lenta podredumbre, en el fondo de las
marismas fangosas...”. Así, en la traducción de Lorenzo Riber (1943) y que manejamos
desde una lejana juventud...
383
¿cómo podría esperar retorno alguno cuando no recuerdo que haya habido nunca presencia
alguna? Pero quizá sí que hubo sombras que se deslizaron a mi alrededor y en su mismo vagar
perdieron la fuerza que podían haber tenido y en su paso fugaz allí se perdieron: ¿o es que son sólo
recuerdos de sueños que en sí mismo se consumieron o el deseo inútil de aquello, que por no haber
sucedido ya debería saber, por ello mismo, que no tenía, que no debía acaecer, no debía suceder
los hombres raras veces hacen algo por amor; los mueve el odio, la ambición, la envidia y la
mediocridad que tanto los ocupa; pero el amor, pocos personan lo desean: le dan el nombre de
amor y es sólo comodidad, deseo de protección, deseo de vengarse ante otras personan aun menos
favorecidas, ansia de llamar la atención por lo extraordinario —así lo creen— de su estado: pero el
amor presupone una renuncia tan grande, un desaparecer ante el otro, ante aquel a quién amamos,
que muy pocas personas pueden soportarlo y ante él inclinarse durante días, meses, años...
nunca se ha hablado tanto de amor como en nuestros días y nunca ha habido menos amor mírese
donde se mire: pero los hombres no desean ser amados: lo temen y se desesperan de ello; algunos
quieren ser deseados, mirados con el ansia del deseo que en sí mismo se consuma; pero amados
pocos lo quieren y deben y prefieren refugiarse en raros y lejanos recuerdos
pero los hombres no desean ser amados: quieren ser odiados y despreciados y así pueden levantar
sus voces y así pueden gritar que son heridos y menospreciados consiguiendo que, unos y otros de
su alrededor, les observen con cuidado, aparenten que les compadezcan y, tratando de consolarles,
le aumenten el odio que les hace vivir y que, como brasas que nunca se consumen, les incita a más
odio y mas lamentos inútiles
si hubiésemos amado, amado de verdad ¿acaso la altura de una tumba, cavada con prisas, habría
podido contener nuestra desesperación? ¿ acaso no entraríamos allí, en el santuario bajo y allí nos
habríamos acurrucado, silenciosos y serenos, siempre esperando, esperando la primera pala de
tierra que comenzara a cubrirnos?
para amar algo humano, algo que esté fuera de nosotros y que de alguna manera nos pertenezca,
hay que ser valeroso y al mismos tiempo capaces de un desasimiento tan absoluto, que hasta del
mismo amor podamos desprendernos, porque, sino, ¿qué amor es el que sólo vive de posesión y
dominio y no admite su sacrificio, el sacrificio en su mismo altar al que él mismo sacrifica, para
dejarlo libre y virgen de nuestro tacto y de todo lo que de falta de amor nos empuja a poseerlo
384
como joya nuestra pero sin respeto ni libertad para su abrirse a las nubes de su propio cielo y su
propia vida?
Tanto deseaba la carne de los hijos que haría lo que fuese para no tenerla, para nunca poder
acercarme a ellos y al tacto de sus sonrisas pues en mis deseo ansiaba poseer el perfume que
colorea sus carnes y, dulce como las entrañas de grandes mamíferos que podrán predecir lejanos
futuros con la suavidad de sus pieles, el abrazo de unas manos que se deslizan por sobre mi cuerpo,
deseaba poseer estos colores perfumados pero me interrogaba sin respuesta ¿qué es lo que ellos
desearán? ¿hay ansia en su arrastrarse por sobre mi cuerpo o sólo ignorante indiferencia por las
diarias caricias que se convierten en juegos tanta es la constancia con los que les abrazo y a ellos me
acerco?
Y así observaba el odio que me rodeaba como si fuese una especie de muralla que mantiene y
envuelve siempre el amor, o como si el amor, fuese una delgada telaraña de heladas membranas
que contienen el odio y de él se alimentan: pero ¿y el deseo? ¿y el ansia de atravesar murallas de
carne, tan suaves y blandas al tacto como imposibles de sobrepasar en una realidad que sólo existe
en la imaginación? Poseer ¿qué significa esto si sólo se puede arañar aquello que está por encima de
mis manos pero es como un líquido de goma oleosa en el que dejo discurrir mis labios sin que jamás,
esto ya lo sé, pueda decir: “es mío, está dentro de mí” y, aunque estuviese dentro, aunque hubiese
crecido dentro de mí, como un nido de pequeños alacranes, tampoco sería mío: sólo pertenecería al
terror que encubre la pasividad de su carne: es mío porque está en el deseo, pero aquello que debe
sentir, lo que piensa en sus movimientos, esto ya no es nuestro, ni mío ni tampoco suyo: es un
espacio imaginario que debo repetir y sólo ansío volver a repetirlo otra vez y otra vez; pero siempre
será el recuerdo, como soñado, de una imaginación
Y ahora has marchado lejos, tan lejos —para mí es mucho— más allá del océano, que el amor que
pudo haber en algún momento, si estuvo, si es que pudo coexistir con el deseo, ha venido a ser odio,
odio reverente y sagaz, como lejana campana hecha de una raro cristal que nunca se golpea y
menos suena cuanto más dura es su percusión: sólo un tacto dulce, no con un martillo, no con las
baquetas de costumbre, sino con los dedos, muy suaves, deslizándose a lo largo de la inmensa pared
del cristal, pueden conseguir que resuene una extraña música, canto de algunas sirenas que ya no
existen o resonancias en océanos que sólo Oberón pudo difícilmente ver entre las estrellas que
caían y los dulces sonidos que le atemorizaban tanto como le maravillaban: el odio resuena tan
dulce en mis ojos como esta campana, de torres inmensas y enormes catedrales que nunca existirán
y que consigo hacer sonar con la percusión dulcísima de las yemas casi sin tacto en los cristales: es
una celesta con inmensos pedales de resonancia o un sonido grave de un vibráfono que no existe
385
pero que en mi interior canta su árida e insistente canción: “no volverá” “... ya no eres más que un
recuerdo de lecturas maravillosas en las que, al fin, vuestros labios se unieron y —es cierto— aquel
día ya no leísteis más...”
Pero: y las voces sobre el mar: estás sobre las olas del océano llevado por inmensos genios como los
que me acompañaban en mi juventud, como los que, envueltos en inciensos bermejos, y cánticos de
esclavas nunca entrevistas, se cernían sobre las losas del palacio y podían transportarme a otro
palacio, y a otro y a otro tras lejanos mares que sólo el Ave Roj conseguía atravesar, y entre sus
mármoles y entre los perfumes de sus colores maravillados, podría asistir a la decapitación de un
adúltero o la consagración de una nueva favorita que las sombras de los sultanes acariciaban casi
sin deseo: los genios me acompañaban y en las cuevas sobre el mar o en los castillos en los que los
oleajes violentos de mares siempre azules y nubes en forma de garras de efrits que nunca llegan a
rodearlo, allí, consumaba mi deseo y podía dejar que todas mis heridas se abriesen y se acercara mi
descanso: pero ahora la voz dice “no volverá” y el viento que recorre los mares y en ellos se esparce
repite “ no volverá... no volverá...” pero pienso debe volver, debe volver, porque sino ¿quién podrá
acariciar su carne tan delicada sin que el miedo le haga huir? ¿quién podría besar estos perfumes,
coloreados con el aura del amanecer, que son sus carnes y la delicadeza de su tacto si no pudiese, si
no quisiese volver ya nunca, nunca más?
espero la noche, espero quedarme solo para mirar hacia la derecha, hacia la pared que refleja las
inciertas sombras que deja pasar la rendija de la puerta, muy alta, que cierra mi habitación: allí, en
mi caverna, he podido ver una escena —aunque entonces no sabía qué es una escena— de alguna
de mis óperas, aunque entonces creía que sólo escribiría una, allí pude oír al grave barítono que
cantaba, dulce pero insistente, un solemne recitado de odio y desesperación: debía agonizar y en su
canto se despedía de todo aquello que fue suyo y que duramente consiguió asesinando y quemando
ciudades y destrozando los vencidos de ejércitos ya olvidados: era una sombra enorme que en la
pared seguía cantando y en ella me admiraba; pero ahora atisbo también otras sombras, el paso de
la vida, que es un horrible peregrinar de sombras frente a los fuegos del deseo y de la indiferencia o
—incluso— hasta del amor o de lo que creemos es amor: y, atado, lleno de cadenas que me impiden
mover, iba contemplando, en esta caverna del espanto, en el país del miedo y la sed, cómo las
augustas sombras transcurrían frente a mí y mostraban sus heridas y el hedor de la sangre ya
coagulada: son todos aquellos que me preceden en el camino hacia la Ciudad Doliente y son los que
me hablan sin voces y me atraen sin poder nunca llegar a tocarme: sus palabras son silencio y sus
voces aunque canten hermosas frases, son colores de largas guirnaldas de perfumes que me rodean
386
y entre mis ojos y cabellos se entrelazan pero jamás llegan a decir nada que no sea un balbuceo sin
expresión:
espero la noche y en sus crujidos, en el silencio de las voces muy lejanas que gritan, siempre a lo
lejos, en las ramblas ya vacías, o en el chirriar de los tranvías que me atemorizan con el extraño
aullar de sus ruedas metálicas sobre caminos de carnes que pienso deben estar encerradas en los
suelos, (pues, a menudo, en las piedras, en los extraños dibujos de los suelos, puedo ver caras que
me contemplan, caras horribles y deformadas o rostros que se burlas en risas de atroces angustias:
en ellas creo reconocer las caras de algunos que ya murieron y me avisan insistentes, mensajes sin
sentido alguno, o puedo ver las de otros que nunca he conocido pero que temo me digan algo que
no debo saber ) y sobre el transcurrir de estos caminos, empedrados de miles de rostros de extraños
condenados, me adormezco y en ella me refugio: pero el canto de la noche es un silencio
atemorizante de breves sonidos insignificantes y de voces que hablan antes de que las bocas
puedan articular aquello que nunca será dicho y antes de que las nubes coloreadas de las profundas
cuevas plenas de tesoros de inciensos violetas y de negros sirvientes de carnes heladas por el deseo
puedan tratar de descubrir a los reyes ya muertos qué sucedió, años o siglos atrás, con sus servidores
y las favoritas que a ellos se entregaban: pensaba en el Rey que, silencioso, solo, sólo acompañado
por su lebrel, siempre astuto y cauteloso, llegaba a la cabaña, bajo una luna estelada y allí podía
descubrir el adulterio de la Sultana con el negro feroz y siempre callado que la atormentaba y la
encerraba entre la violencia de sus manos: sería el fiel acompañante el que lograría salvar al Rey de
su persecución y éste, finalmente, puede cortar la cabeza del amante ahora ya caído, humeante del
ébano de su reluciente cuerpo y las arracadas que aún seguía portando : y la Reina, besaría sus
labios y la frialdad de su rostro cada día, cubierto con la sal que lo protegía y le hacía como un
objeto sagrado: y de sus lágrimas vendrían a surgir perlas y de sus llantos perfumes que, humeantes,
inundarían los mármoles solitarios del palacio: y ¿ con qué ojos miraría el lebrel a su trofeo? ¿desea
seguir mordiendo o, admirado de su belleza, ansiaría, palpitante, que la cabeza pudiera moverse
hacia él y hacia sus carnes moviera sus labios y lo acariciara lamiendo su rostro y su delgado cuerpo?
¡que áspera es la sal del deseo y cómo la angustia del poseer nos paraliza y nos deja inmóviles,
piedras que lloran o sendas que en sí misma se cierran y en sí mismas inician un nuevo camino¡
pero las aguas irán subiendo sobre las Babilonias del futuro: sus inmensas explanadas, sus brillantes
calles serán engullidas por los temblores y la agitación de una terrible noche y luego, vendrá otra
noche terrible y otra y otra: y en ellas irán despareciendo las obras de los astutos y orgullosos
arquitectos, las maravillas de las iluminaciones nocturnas y el orgullo infantil y repulsivo de las
mujeres que pueblan los barrios elegantes de la ciudad alta: serán engullidas con su seca expresión,
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frustrada ya cualquier posibilidad de que sus encantos, como ellas dicen , puedan proporcionarles
nuevos maridos y aventuras y nuevas sensaciones de superioridad, aburridas de sus maridos
inevitables y secretamente atemorizadas por lo reseco de su cuerpo y la fealdad de su piel ,
quemada por las modas y su inconsciencia: y ni los raros depredadores que aumentarán día a día y
que llenarán la ciudad que se creyó ser algo único y extraordinario, querrán comer de sus restos
llenos de fango y suciedad de cloacas que ahora ya se abren, se hunden sus grandes bóvedas y dejan
al descubierto los inmensos corredores de la suciedad que recubre sus habitantes y los muertos que
los acompañan: avalancha que substenta las casas y sus raros edificios que creen ser extraordinarios:
todos estas torres, hoteles, iglesias que nadie frecuenta, inútiles edificios culturales para gentes que
nada desean menos que cualquier cultura, están construidos, como si navegaran sobre sus
malolientes magmas, sobre ratas, ejércitos de furiosas y hambrientas ratas, mezcladas con las
líquidas porquerías que producen sus habitantes y que en ellas y sobre ellas saben mantenerse y
caminar como si quisieran imitar el raro milagro del profeta caminando sobre las aguas del Lago:
pero este lago, éste que ahora pronto los arrastrará a su fondo, los sostiene sólo con el grueso de su
hedor que envuelve sus risas de ciegos
escucho música ya como una despedida: oigo ciertas obras y sé que no volveré a oírlas: tengo que
despedirme de ellas, poder envolverme en su raros anillos y las guirnaldas de sus lágrimas, tal como
dulces serpientes que en mí pueden enroscarse: pero no volveré a acercarme a ellas
cada día debo abandonar algo tal como la cosas a mi me abandonan poco a poco, los sonidos se van
alejando y las voces de los hombres que quisiera tan cerca, aún lo son más pero debe esforzarme
para que así sea
también se alejarán porque ellos también deben pasar por este momento en que nos desnudamos
de los recuerdos y de todo lo que hemos querido tal como las serpientes se desnudan de sus pieles.
Pero ellas se recubren otra y otra vez. Nosotros nos podemos desnudar una sola vez
he paseado por el estanque —el lago lo llamaban entonces— aquí hace siempre frío y al atardecer
puedo oler, fuerte, penetrante como un extraño cuchillo mojado en perfume, el olor de las hojas y
medio estropeadas, el olor que se siente siempre cerca de las aguas estancadas; he visto una rana,
creo que era una rana ya muerta, era horrible porque era la primera vez que veía un animal muerto
y no sabía aún que los muertos, en su quietud, se vuelven blanquecinos y la piel parece se va
resecando, como si súbitamente hubiesen dejado de tener cabellos y pelos en su cuerpo. En las
montañas, tan cercanas, la nieve siempre resplandece por las mañana, pero la casa, los jardines y
estas avenidas que recuerdo siempre oscuras y vacías, no recuerdo nadie humano en ellas, siempre
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acechan mi recuerdo y en el lago imagino raros habitantes que surgen en mis sueños, extrañas,
enormes serpientes grises, de inexpresivos rostros, que nadan entre montones de hojas que allí se
disuelven
mira a tu alrededor: hay como un mar de bronce helado y en él tendrás que vivir ya desde ahora: has
visto mis ojos y mis brazos, de punzones temblorosos. Tu también dijiste soy todo tuyo y ahora ya has
vendido tu alma, si es que la tienes, si es que esto puede hacerse: la has vendido y es mía
pero ahora duermo seguro, confiado en mi propio horror: en la cueva mis tesoros están ocultos,
estoy salvo porque Siegfried ya ha muerto, murió hace años y años y nadie podrá venir a
despertarme; en mis escamas la sal de las roca brilla sucia del tiempo y el agua se desliza como si mi
cuerpo fuese, asimismo, una rara estalactita: pero el silencio de mis ronquidos es sólo escenario de
una avaricia que no cesa: nada puede consolarme y ningún otro tesoro podrá aumentar el que ya
guardo intacto: murió y en su muerte sólo los dos cuervos le acompañaron.
Ahora duermo ¿quién podrá venir a robar mi tesoro si ya nada puede consolarme y el tesoro jamás
he vuelto a mirarlo? Quizá ni tan sólo esté allí
¿Cómo puedo desear retener un tiempo que se escapa o recobrar aquellas lágrimas, aquellos
sentimientos que sólo el tiempo pasado, parece, pudo soportar? Observar los días y las horas que
sobre ellos se deslizan ya es un dolor que se desliza sobre mis escamas rugosas y en ellas se deposita.
¿cómo deben estar mis labios, no acostumbrados a besar otros labios? He besado tu boca,
atemorizado Yochanaan, y no había sabor de sangre en ellos, pero siento la piel reseca por mis
besos que, extraña en su agria dureza, me inquieta ¿por qué solo por haberte besado ya mis labios
están agrietados?
Son siete las Puertas que puedes abrir, te dije que había siete pero sólo una no debes, no puedes
abrirla: no diré cual es, si abres alguna si es que puedes ser tan atrevido para hacerlo nunca podrás
saber cual es la séptima; allí se cierra el mar y la isla está consumada: abriéndola ya nunca podrás
saber que conseguiste abrirla o sólo fue la ilusión de un vano sueño el que te hizo creer que la
habías abierto
Y al abrirla has cerrado todas las otras puertas: hay muchas —es un engaño el que te diga que hay
siete y sólo una estaba prohibida: la vida es una larga galería de puertas que no debemos abrir y
hacia allí corremos para ver qué cosa se oculta detrás de una puerta que quizá es transparente; y la
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vida es una larga galería de puertas que sí nos permiten abrir y nos llenan de ansias para que las
abramos: y allí, temerosos, no nos atrevemos a mover las manos y ni tan sólo a caminar, a acercarnos
a unos batientes de dulce presencia: pero un raro ronquido, muy suave, parece surgir de su interior y
nos hace retroceder ensimismados, plenos del miedo ante lo que, ya sabemos, nos es tan conocido.
Y las puertas quedan, casi siempre cerradas, con goznes casi imposibles de agitar: hacia las aguas
que en el despeñadero caen nos precipitamos y en los suaves llanuras de amplios y quizá floridos
desiertos, allí nos atemorizamos: ¿ cuál es la pregunta? ¿qué ansia debemos cerrar? quizá el deseo
de saber las preguntas —no las respuestas— de las puertas o el deseo de ignorar las respuestas
porque las preguntas ya fueron hechas hace siglos y nadie sabe cuales fueron y nadie se atreve a
interrogarlas otra vez
y al morir, al morir de verdad y aún cuando nos morimos poco a poco, día a día, el recuerdo de todas
las cosas, aquel que podemos aún evocar y aquellos que quizá podríamos llamar al recuerdo pero
que sólo surgen alguna vez, por un perfume, un sonido maravilloso o la presencia de una rosa, todo,
se pierde también poco a poco hasta que la última muerte finalmente lo hace desaparecer; así, del
mundo se han perdido todos los recuerdos, las vidas que se conservaban en el recuerdo de todos los
hombres y una de las funciones de la muerte es la de borrar, inutilizar aquello que era, en cierto
aspecto, el fundamento de millones y millones de vidas
¿por qué decimos millones y millones de vidas? ¿Es que el número tiene significado, importancia,
sentido alguno? Todo se ha perdido y, caso de haberlo escrito, caso de que estas vidas hubiesen
sabido escribir, sea en hojas de papiros antiquísimos, sea en cristales de ordenadores maravillosos
¿qué se habría conservado? ¿Qué es lo que en ellos, en estos recuerdos se guardaría si son, es, la
memoria vacilante, perdiéndose asimismo, de las hojas caídas por el otoño que siempre se renueva
o por el sonido de mares que siempre retumban con sus suaves oleajes o por la violenta furia de sus
tormentas? O por los gemidos de los hombres que a ellos antecedieron o por aquellos que después
de sus heladas muertes siguieron, asimismo, sus caminos
el recuerdo se pierde y quizá de él nos alejamos sabiendo que deberá perecer porque todo debe
perderse al paseo de los humanos por los jardines de este inmenso Edén que son las áridas tierras en
las que arrastra su miseria y los llantos de los hombres son el calor único que aún permanece entre
los Dos Mundos
el resto, lo demás, aquello que aún pervive, ya carece de calor alguno, sólo el llanto puede llenar de
vagas y pequeñas humaredas los fríos eternos, inaccesibles e inacabables de aquello que envuelve a
390
los hombres desde que nacen aullando quizá de triste alegría y mueren con los mismos gestos y las
mismas alegres tristezas pero sabiendo qué es lo que hacen aunque no sepan porqué
y en sus hablares, cuando se dicen entre ellos aquello que deben esconder y se callan aquello que
debería ser dicho, alguna vez, alguna vez sabes hacerlo, dices aquello que deberías haber callado
como si por su misma manera de ser dicho ya quedara recubierto de falsedad y de un indiferente
engaño: callas sólo una parte y recubres de una gris y turbia mentira llena de niebla, aquella otra
parte que, por su naturaleza, debería callarse pero que quieres, aunque a tientas, que se pueda
saber aunque sea sólo una parte de una verdad que, completa, nunca llegará a lugar alguno
y, sin saberlo, así, sigues manteniendo el deseo que se agota en sí mismo y que se abre en los
hombres como una puerta que atravesada ya deja de serlo para convertirse en lejana humareda
arrastrada por silenciosos vientos; sólo podemos mantener aquello que desconocemos y sólo son
nuestras aquellas cosas, aquello, de quien estamos seguros, convencidos, jamás han sido nuestro;
quizá hablando, babeando, sólo hemos sabido cerrar los sonidos de aquellas palabras que podrían
haber sido, ser, puertas y han sido, son, cerrojos malolientes en los que nos retorcemos y dentro los
que nos ahogamos
pero los hombres siguen respirando sin saberlo y nunca son conscientes de ello: y si lo son, con
saberlo, ya alteran su respirar ¿acaso saben qué aires podrán respirar, qué color de cielo podrán ver,
qué alimento comer, cuando salgan del vientre que los ha guardado y los ha mantenido a salvo
durante las semanas y meses en que, calientes y quizá también atemorizados —quién lo sabe— han
estado lejos del aire, del color, del alimento y de los otros peligros que acechan, como círculo de
raras gorgonas, a su alrededor?
Pero de los ojos de estas furias que rodean al inocente destila un horrible y espeso líquido ¿quién
podrá enjuagarlo? ¿quién podrá evitar que se derrame sobre el inocente?
Y ellas, que sólo por un momento, por unos años, hace siglos, vivieron a ser euménides, se recogen
ansiosas y anhelantes a tu alrededor, escuchan con oído presuroso el llanto que ya no cesa y
esperan, siempre esperan, porque su función es esperar aquello que saben que siempre, siempre,
llegará
Y cuando esté frente a ti, cuando ya no puedas apartarlo, sea cual fuere tu oración, ellas se
regocijarán, recogiendo tus llantos y tus ansiosa llamadas de ayuda y ya nada podrás hacer para que
no derramen sobre tus ojos, poco a poco, con la lentitud que quizá sólo tienen los muertos o sus
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vigilantes, aquel líquido que tanto temes, tú que aborreces los líquidos, aquel líquido negro y sucio
que sólo sus ojos pueden segregar, y en los tuyos lo irán depositando y cuidadosamente entregando,
casi como una canción fúnebre, perfumes viscosos que sólo los ciegos pueden visitar y apreciar y en
ellos, en la delicada y temerosa ansia de tus ojos se cierra y en ellos se consuma: ¡teme, huye de sus
llamadas! Huye de unas voces que en la lejanía suenan bellas y armoniosas pero al acercarse, cuanto
más cerca están, más discordantes y violentas se convierten; y en ellas se destroza lo bello que
pudiste ver y sentir en este mundo y en sus sabias modulaciones sólo permanece el horrible alarido
de unas garras sonoras que en ti se aferran mientras que tus ojos los van cerrando la hiel que los de
ellas, sus ojos, los de las negras Furias, destilan.
Hay raros sonidos en sus líquidos y sombras de colores radiantes en las manos de estas nubes que de
ti se desprenden: son los temores que a ti y a mí, a los dos, nos envuelven; y en ellos en nuestros
abrazos, nos escondemos, tal como tú escondes la cabeza, temeroso, en mi hombro, semejante a un
pequeño animalito: así lo dijiste: ¡si pudiese seguir cantando las manos que recorren tu cuerpo y la
sangre de tus ojos!; pero el silencio con el que sigo royendo tu carne y consumo la comunión de esta
rara eucaristía que son tus mejillas, tu cuello, tu cabeza que siempre escondes en mi hombro, este
silencio, resuena con silbantes voces, como de músicas lejanas pero existentes sólo en el recuerdo:
eres una sombra entre las sombras que en mi se apoyaron y en mi se disolvieron
No quiero que entres en las brumas del tiempo y en sus raras semillas: estás frente a mi y eres tú y mi
deseo, tú y mis ansias y aquello que de ti espero y en ti debe crecer y desarrollarse: eres delgado
reptil que frente a mi se retuerce y ya eres recuerdo que cada día añade el recuerdo y el ansia de
aquello que ya sucedió a la violencia del mañana; así , de ti sólo surge violencia y temor aunque en
mi hombro descanses y en tu rostro deje apoyada mi cara que en tus ojos y en tus labios fugaces
sabe encontrar un instante de serenidad para poder soportar la huída de tus manos y tu fugaz
mirada: pero siempre te vuelves al despedirte una, dos, tres o más veces y en tus ojos, en nuestros
ojos, debe relucir aquella eternidad de la que hablaba el poeta
Así sucedió la vez primera que te llevé, era ya de noche, a tu casa y me preguntaba si te volverías
para decir de nuevo aquello que ya decían tus ojos; y te volviste una y una y otra vez y tus ojos
callaban aquello que hechizan tus labios pero en ellos también sonaba esta extraña melodía que
algunas veces, muchas veces, dicen tus labios y que de ellos parece deslizarse hacia paredes de
inmensos palacios de extraños cristales que deberían encerrarte y donde negros mecánicos e
indiferentes te guardarían para poder atender tus llamadas cuando suplicaras mi presencia: y
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siempre estaría allí, como enroscado a un árbol turbio y difuso en la niebla del jardín, atendiendo tu
llamada y aún acudiría a tus voces antes de que pudieras ordenar mi presencia
Y ellos se avergonzarían de sus pasos pues ya iba como un pájaro que sobre las losas, herido por la
luz que le atemoriza, corría hacia tus ojos y no habían podido avisarme, ¡tantos son los jardines que
de ti me separan y tantos son los frutales de esmeraldas obscuras, casi negras, que cierran mis pasos:
en sus frutos, que giran por el viento y emiten raros acordes de gemidos temerosos, allí me detengo
y allí espero de nuevo tu llamada: y sólo los servidores, de plumas mecánicas y frías, o los pájaros
que envenenan con sus miradas aquello que, furtivos logran ver, podrían detenerme, o quizá aun
me animarían en mis carrera: lejos o cerca siempre fluyes de mis manos: violento en las uñas que
rasgan mi piel veo tus leves garras tan lejanas como los castillos en las nubes que flotan, plenos de
minaretes plateados, brillando por el oro solar en cielos de azules que ningún ser humano ha podido
ver: ¿son tus ojos? ¿o es el recuerdo que siempre me atemoriza y no me atrevo a presentar frente a
mi? ¿es el recuerdo que insisto en no recordar?
¿hay serpientes o dragones que observen, cansados, taciturnos en su grosor? ¿son los que me
observaban, sin expresión, sin ira pero sin afecto ni interés, ni deseo alguno, allí, en las resonantes
obscuridades de estas habitaciones donde nadie habla pero siempre se pueden oír las voces de las
máquinas que siempre deben hablar, siempre, siempre, nunca se detienen, siempre emiten sonidos
que nadie escucha pero que rodean y abrasan con sus aristas a aquellos que allí han conseguido
acercarse?
Siempre he esperado alguna muerte, temida o deseada, siempre está la espera y se desliza,
descansa, sobre mi vida, que también teme su muerte y en esta espera transcurren los días y los
días: así mi vida es sólo esperar aquello que cuando sucede deja ya de tener sentido alguno y borra
cualquier sentido que tuviese aquella espera
Recordaba aquella historia que fascinaba mi terror: la huída por el bosque, las garras de los árboles
tratando de apresar aquella criatura tan asustada... pero ¿y en el Castillo? allí nunca pude ver a
nadie, ningún servidor, criados, doncellas para la Reina... ; el Guardián finalmente murió de sed, con
la jarra llena de agua y desaparecida hacía años, a muy poca distancia de sus manos...; la única que
trabajaba —en aquellos momentos aún había palomas, cerca del pozo—, la que se afanaba en la
inmensa casa, era la Princesa que tanto odiaba su Madrastra: pero nadie más vivía allí, en el Castillo.
Sí que habían otros habitantes —lo descubrí años más tarde—, la araña, que salía espantada del
jarro roto, el cuervo, atemorizado por la creación del brebaje venenoso y, por encima de todos, el
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más importante, entonces no me di cuenta, el más importante, esencial para que sucediera lo que
sucedió, y el que debió quedar, a pesar de su poder mágico, quizá sobrenatural, finalmente
abandonado, solo, aprisionado en el espejo y sin que nadie osara o supiera llamarlo: el Ser en el
Espejo, Aquel que era evocado cada día para emitir —o mentir— su opinión sobre la belleza de la
Reina; pero, muerta esta y desaparecida la Princesa ¿adónde fue a parar el Espejo; quién pudo
seguir interrogándolo? ¿Y el Ser, a quién podría seguir engañando...?
Y ahora voy descubriendo que la búsqueda de un tiempo —un silencio12 — perdido es sólo una
resonancia del temor ante la búsqueda imposible y que nada nos permite instar del futuro:
quisiéramos saber y, si es que hay algo que saber, sólo nos lo dirá el doloroso silencio del mañana; y
este no podrá aparecer si no se ha cerrado el retumbar lejano, cada vez más lejano, del pasado hasta
que sólo pueda oírse el silencio temeroso de aquello que ya sucedió, de aquello que nunca podrá,
de forma alguna, regresar y volver a ser nuestro, o por lo menos, girar a nuestro alrededor: quizá
algún perfume, el roce de la piel de alguien a quién aún queremos, los llantos que envuelven la
tierra, son su sonido único, el que solamente puede oírse desde ...”las vagas estrellas que deben
acecharnos...” podrá hacernos imaginar qué es lo que pudo, quizá, suceder y con sus recuerdos, casi
impalpables, como las ropas de aquellas momias que se descubren en cuevas polvorientas o en
profundos hoyos vacíos ya de los habitantes furtivos que allí pudieron comer,
también se pierden en la vaciedad de sus adornos ya destruidos y en la seca polvareda de sus huesos
o en las cenizas que fueron violentos fuegos y dolorosas imágenes para otros seres años o siglos
atrás, con los recuerdos que de ellos tenemos, atrozmente aplastados por el tiempo de la memoria,
ya no saben qué es lo que debemos hacer o recordar y, a menudo, nos asalta más la presencia de un
edificio, la sombra de la imagen de un templo o un museo o una joya o unas lejanas voces que no el
rostro que quisiéramos hacer nuestro y presente y huye de nuestras manos y deseos y voluntad como
el agua no puede contenerse en las coronas de oros y diamantes, esplendentes de esmeraldas y
rubíes sangrientos, que los reyes se colocan insensatos sobre sus cabezas pero que nunca podrían
apagar su sed si sólo las tuvieses para recoger el agua esencial, el vino que es vida o el pan que cada
día debe alimentarlos...
olvidar, pero ¿qué debemos olvidar si ya no tenemos casi recuerdos? ¿o es que tenemos que olvidar
hasta el mismo olvido, hasta el color del miedo y los acres sonidos que de nuestras manos surgen y
se derraman sobre el papel en nuestro esfuerzo para seguir trabajando?
12
Esta imagen de la búsqueda del silencio perdido no es nuestra; pertenece a Diego Civilotti, poeta y
estudiante de Filosofía, que la escribe en uno de sus hermosos poemas.
394
Pero si olvidamos y ya nos es indiferente el recuerdo que permite este olvido, quizá deberíamos
agradecer a los recuerdos que, de alguna forma, están presentes, que nos permitan con nuestra
indiferencia abrir paso al olvido y borrar aquello que creíamos era nuestro para siempre; pero
también sabemos que esto no es cierto: olvidamos pero el mal, el daño que hicieron estos
recuerdos, sean los que sean , siempre permanece y en ellos también descansamos y en ellos
tratamos de encontrar algún consuelo aún sabiendo que nunca podremos consolarnos y que cuanto
más profundo sea el olvido, más hondos, aferrados con extrañas garras de tenues pero
indestructibles imágenes, permanecen, escondidos nuestros recuerdos
y estos surgen, de improviso, sin que podamos llamarlos y sin que, si es que alguna vez los llamamos,
se acerquen y nos hablen aunque sea con voz tan grave, tan baja, que nadie, ni nosotros mismos,
podamos oírlos
¿qué deben decir en sus murmullos, qué deben insinuar con voces tan profundas y lejanas que nadie
puede oír y ni tan sólo imaginar que haya oído nada alguna vez?
pero ellos siguen incesantes y la historia de los humanos es también la historia de estas voces,
silenciosas por lo ínfimas y atroces por lo profundo de sus advertencias, voces que siempre hablan
pero que los hombres nunca pueden oír y a las que, casi nunca, se han esforzado en escuchar
y así, a tientas, ciegos en tierra de resplandecientes visionarios que sólo puede ver la oscura luz de
su ceguera, avanzamos hacia delante, si es que avanzamos, y en el mañana tratamos de conseguir
más olvido, al mismo tiempo que a veces deseamos recordar aquello que, por lo que deseamos
olvidar, se escapa a nuestro deseo: y nuestra vida es el péndulo maléfico, atroz, que siempre se está
acercando, pero nunca cesa de oscilar y nunca marca un punto de inflexión que no sea la muerte: y
allí, si es que se le puede llamar “allí”, cesa cualquier inflexión y lo que se abre es ya un misterio
oscuro que no debemos atisbar, pero en aquella oscuridad cesa cualquier pregunta y cesan las voces
que recordaban que, en algún momento de la vida, hubo algunas otras preguntas y, quizá, alguna
respuesta: la muerte es ya una respuesta
pero, decía el poeta, morir, ir allí donde montañas de hielo encierran mares de extraños fuegos que
nunca pueden derretirlas, allí donde un silencio de alaridos blancos, informes, invade las tierras que
los hielos siempre van recubriendo y allí, allí estar encerrado entre los dos fuegos que entre sí se
alimentan y se dan vida, pero ¿es que, de alguna manera Él puede no estar dentro del hielo y de los
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fuegos, ¿es que puede abandonarnos, abandonarnos en verdad sin que podamos tocarle ni
imaginarlo con el deseo y sin que su presencia pueda ya no ser, no existir?
¿Es que Dios puede desaparecer de sus criaturas y no substentarlas, seguir dándoles la existencia
—a ellos y a Sí mismo—, sin que mantenga su presencia, sea esta la que sea o tenga la forma
inimaginable que sea?
¿Es esto el infierno que amenaza nuestras angustias: la desaparición de su oculta presencia, saber
que no está, que ya nunca podrá estar, porque, por un misterio inimaginable, ya no es el
fundamento de aquellos seres a los que se les ha despojado de su presencia?
Saber... ¿cómo podemos saber si ha desaparecido la fuente del saber? ¿Donde está el fundamento
si ya no está —qué significa ya no está?—el fundamento que fundamenta cualquier , todo, todos los
infinitos infinitos de los fundamentos?
Pero ¿cómo podría desaparecer de Sí mismo? ¿qué infierno puede crear si el único infierno posible
entre todos los posibles es su desaparición y ni Él mismo puede desaparecer, vaciarse, de Sí mismo?
Años atrás, días o quizá meses y meses atrás los olores, las músicas, las canciones eran cuchillos de
recuerdos que atravesaban la carne: ahora todo es hielo y su fuego o sus insoportable tacto es
también indiferencia y en esta indiferencia parece que vamos cayendo en un pozo que ya no
contiene serpientes, vaciado de las oscuridades y las temibles tinieblas que años atrás podía aún
atisbar aunque hay otra tiniebla aún más terrible: mientras voy cayendo también los recuerdos se
van perdiendo y parecen sepultarse en las paredes — que no puedo ver ni imaginar — y que, con
sus inmensas piedras, contienen el pozo; en ellas se mezclan y se disuelven: y al perder los recuerdos
es como voy, asimismo, perdiendo la vida
Y en el mar hallaba descanso y silencio pero olvidaba o no quería saber, no quería admitir en la
memoria y en el recuerdo, cada vez más vago y lejano, qué era aquello que bajo sus aguas se
agitaba: abajo, muy abajo surgían extrañas sombras que fugaces se alejaban cuanto más cerca las
tenía y en sus ojos que quizá brillaban al intuir mi presencia alguna cosa debía haber que los hacia
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esquivos y les prohibía devorar una presa tan fácil y cercana; todo era silencio y la misma obscuridad
envolvía a los vivientes que allí se deslizaban y a los muertos que, poco a poco, descendían a
profundidades aún mayores: ¿es en la más profunda e inerte profundidad dónde se halla la rara
verdad de esta criaturas que imaginaba rozando mis manos y de las que esperaba, allí abajo, en lo
más profundo, la llegada de sus huesos medio roídos y sus carnes desechas por la presión de unos
dientes inmensos y una podredumbre que ni las tinieblas podían ocultar?
Pero a mis costados se deslizaban enormes cuerpos medio destruidos o largos tentáculos rasgados
por dientes que debían ser agujas de metal que los habían ya arrancados de otras manos y otros
seres: todos descendían y todos parecían decir algo, el último descubrimiento antes de agonizar, en
su bajada a la extrema profundidad, cubierta de una espesa capa de cadáveres, desiertos de piedras
fósiles, pensaba, en mi desesperación, en los incesantes despojos que nunca, nunca, rozarían de
nuevo ya mis manos y nunca, ya nunca intentarían acariciarlas con extraña suavidad
¿La verdad de sus despojos estaba en lo profundo donde ellos nunca han conocido la luz solar que
deslumbra a los vivientes y nunca, nunca han podido oír el sonido grave de vientos sobre las llanuras
y cantos en lejanos pueblos que se escondían del invierno en laderas de montañas olvidadas y de las
que ya no podré nunca volver a recordar sus olores y la extraña palpitación de las hojas de sus
árboles, levemente agitadas por suaves atardeceres...?
¿Es allí dónde debo buscar, entre los muertos, a aquellos que siempre han estado vivientes? Pero no
debo despreciar a aquellos, o a quién busca, aún insistente, entre los muertos; entre los vivos es muy
difícil saber encontrar algo vivo, precisamente porque están vivientes, vivos de una vida que, por ser
viviente, está revestida de muerte...y así, si busco entre los vivientes encontraré, siempre encontraré
a aquellos que siempre han estado muertos...
pero, de entre los muertos ¿qué es lo que puedo hallar? voces sin rostro que surgen de entre las
piedras y lanzas que atraviesan mis costados sin que mano alguna las haya dirigido hacia mi: deben
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estar silentes en la obscuridad que dirige sus pasos y en las inmensas llanuras donde aquellos que ya
fueron no pueden esperar volver a ser: ya nada les puede evocar de sus trozos esparcidos entre más
y más trozos y nada puede esparcirse sobre sus débiles espíritus que ya no saben ni balbucear: acaso
en las Ciudades Polvorientas las Sombras sabían algo más y podrían decirse alguna cosa entre
ruinas que nunca fueron construcciones o entre paisajes que sólo existen para que sus pasos puedan
ser vistos u olidos por las demás sombras
Rosas en jardines ya destrozados, perfumes que aún alientan entre ropas nunca jamás tocadas, allí es
donde se guardan aquellos vagos recuerdos —que dependen de olores que jamás se volverán a
repetir— y del pequeño jardín que bajo mis ventanas se abría ante el mar, resplandeciente de lunas
entre el oleaje casi inmóvil y las lejanas estrellas entre luces de barcas de extrema lentitud, se
levantaba un suave clamor de hojas movidas como por una mano inmensa pero muy dulce, un leve
sonido como de pasos furtivos allí donde no debería haber habido ningún ser que pudiese moverse,
y de entre las furtivas sombras que allí discurrían, creía ver raros personajes, gruesos y encogidos,
como si Isolda se atreviese a mover entre el boscaje esperando la llegada de aquel a quién creía
amar y al que sólo una raro brebaje la inclinaba: pero también pensaba que algo parecido a una
augusta y real forma se atrevía a surgir de entre el resplandor lunar y al viento que allí iba a morir y
el miedo de la presencia de quién más podía sentirse ofendido—¿por qué, si aquellos dos amantes
de quienes leía sus diálogos en una traducción de aquel libro verde, piel y oro que tanto
apreciaba?— estaban cegados por un destino que nadie podía remediar y el recuerdo de antiguas
leyendas que los llevaba a ser fieles hasta el último momento aunque sólo un extraño veneno no
mortal los había ligado el uno al otro sin que su voluntad hubiese podido decir cosa alguna
el misterio de sus pasos discurría lento y con la majestad que sólo poseen aquellos que ya nada
esperan o que saben están condenados por una breve e irreparable enfermedad: todo era silencio y
ya todo está dicho, siempre estuvo dicho —quizá nunca se dijo nada porque ¿qué es lo que podía
decir el Rey Marke a su Tristán, al que encontró en la playa—o durmiendo a costado de una
fuente—? (hay un grabado maravilloso de Beardsley y su encuentro es ambiguo y sereno como una
noche calurosa de verano cuando, a veces, asoma la tormenta y el calor, sin estrellas, es aún
mayor)... ni Tristán ni la reina podían decir o decirse nada: sólo el filtro venenoso y las manos que lo
movieron podrían haber explicado alguna cosa, pero esto ya pertenecía al pasado que no hablaba y
carecía de sentido en un presente que podía leer en mi libro o escuchar en los fragmentos que
música que entonces conocía, pero, ¿y el futuro, y todo lo que debió explicarse y justificarse, y la
música que Wagner escribió para mi, esto creía, para adormecerme en su sueño y en el de mi deseo
que atravesaba el mar y las costas e iba a morir, cerca de allí donde vivía y cerca de quién podría
haber recibido mis palabras...?
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¿y quién podría olvidar aquello que todos sabemos desde los comienzos, desde que hemos sabido o
conseguido pensar algo y entender algo: sólo hay un final y éste es una puerta sin respuesta alguna
ni sonido, ni perfume o sonido alguno; no tan sólo es puerta. Y a ella debemos penetrar sin que
podamos hacer nada para retroceder frente a un dintel del que no se puede rehuir su oscuridad o
su luz pues allí nada tiene sentido ni la misma falta de sentido o un exceso de éste
y todos los hombres sienten estas ansias y el temor que, una vez descubierto ya nunca podrá
dejarlos: la vida es sólo ir muriendo poco a poco, de muchas maneras y con la inconsciencia que el
mismo temor nos da y nos protege para así poder tener aún más inconsciencias y así, poder soportar
más temores: todos han pensado lo mismo y todos han dicho o sentido lo mismo, pero ¿debemos
callar un temor que todos sentimos, tal como el deseo que a todos nos quema aunque muchos
aparentemos, aparenten, que les es indiferente y piensen que, con su indiferencia, engañarán a
aquellos que siguen el mismo camino y aparentan y repiten, asimismo, las mismas palabras y gestos
y supuestas renuncias?
Pero , a veces, la indiferencia o el no querer recordar aquello que ya , por el sólo hecho de vivir, es
un recuerdo presente, es también, con los días y los años, el resultado del esfuerzo, que no
imaginamos cómo es de grande, de recibir aquello que se nos envía, aquello que debemos trasladar
a nuestra poesía, a nuestras músicas, a nuestras pinturas o teoremas y que, con prisa, con una
urgencia que nos parece extraña ya que nuestra lógica nos dice que, con más cuidado, aquello que
nos es dicho, podría llegar con más claridad y exactitud y sin las obscuridades y deficiencias que lo
envuelven por su misma rapidez, se nos entrega y sin esperar el cuidado de la serena observación,
debemos guardar y entregar, objeto único en nuestra posibilidad.
Lo recibimos, quizá a fragmentos, o en forma de torso aún por pulir (o quizá sin que debamos
hacerlo: esto nunca lo lograremos saber) y es posible que, al cabo de los años, tratemos de aclarar,
si es posible, si nos es dado el hacerlo, aquellos detalles, aquellas palabras o signos que debieron
haber sido dichos, haber sido escritos y explicados con exactitud y paciencia, pero que, por la prisa
con la que se nos trasmitía y la urgencia con la que debíamos recibirlo, no pudimos recoger en su
totalidad y con aquella coloración particular que sólo los poemas, músicas o teorías profundamente
sentidas y organizadas con firme construcción, consiguen tener
Y el final ¿es sólo dejar de recibir...; saber —o dejar de saber— que ya hemos recogido y enviado
aquello que debía ser recibido y enviado y que nuestra acción, nuestro operar, es algo ya inútil e
inservible
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Siervos inútiles: esto es lo que somos; pero nuestra inutilidad es necesaria y a ella debemos
entregarnos sin preguntar y sin pretender saber cual podría ser la respuesta... quizá no hay repuesta;
han contado nuestros cabellos y ahora ya sólo debemos trabajar con el esfuerzo delos que han
perdido cualquier esperanza..., pero, si contaron tan cuidadosamente nuestros cabellos —los de
todos, los que ahora , desde eras anteriores y los de futuros siglos—, si los contaron con tanta cura,
¿qué es lo que debemos temer?¿ a quién dirigir nuestro miedo?
ahora pienso que estoy muriendo, más rápido que nunca lo he aceptado y sentido; siempre estamos
muriendo aunque creamos que vivimos: sólo caminamos hacia un final que siempre apartamos de
una u otra forma de nuestro presente y a esto lo llamamos vivir, incluso decimos, es una vida plena.
casi no tengo recuerdos y si me esfuerzo, si intento, quizá con un cierto éxito en recordar algún
momento, las imágenes son sólo figuras, escenas que ante mí se presentan; no son sentimientos que
las provocan y las llaman sino escenas que casi no me hacen recordar otras imágenes parecidas o
secundarias —o que de ellas deberían seguirse— sino que, ante mi están y de mí desaparecen; no
hay perfumes en mis recuerdos ni calor en mis labios. No hay –ya— colores que en ellas se
envuelvan y de ellas vengan a consolarme o a desesperarme aún más
¿cuál es este poder; cómo se manifiesta? ¿Podemos escucharlo, debemos sufrirlo, oler su perfume o
escuchar sus músicas...?
pero las músicas de las tinieblas son discordantes y horribles; carecen de sentido alguno y sólo
suenan en las manos y en los gestos epilépticos de aquellos que, con sus contorsiones, arrebatan a
miles, millones de indigentes que en ellos confían y en ellos depositan sus esperanzas y vienen a ser
el espejo en los que quieren mirarse: y aquellos que se reflejan y se pueden ver, se convierten en
imágenes sucias por los roncos sonidos sin música de sus necios instrumentos; allí, se consuma un
nuevo misterio del horror; allí es donde el poder de las tinieblas expresa, en atroces sinfonías, el
alcance ciego y obscuro de su perversidad
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...allí decía que nadie tiene un amor más grande que el que da su vida (su alma= animam suam) por
sus amigos pero, ¿y aquel que da su eternidad por salvar —por el bien y la vida de aquel, aquella,—
aquellos, a los que ama?...
De haberse incluido esta escena —y este “final”— en la obra de Goethe, su horror habría sido
insuperable; de hecho era un verdadero misterio de horror tal como Berlioz, ingenuamente, escribe
en unas líneas antes de iniciar su música: pero Goethe, con la serenidad y la fuerza inmensa de su
mirada por encima del arrebato humano y por el empuje de su “asombrarse” ante el misterio
—misterio supremo— del ser y sus manifestaciones, quería “salvar” a Fausto —y con él, a todo el
género humano— mientras que a Berlioz le interesaba, en su furor romántico, infantil en su
desmesura e inconsciente en sus medidas y niveles morales, condenar a su héroe
Pero, ¿debemos condenar asimismo a Dios, inquirir sobre sus silencios, sus palabras, si es que estas
existen, o su incapacidad o su imposibilidad de hablar o de callar? Aunque quizá deberíamos antes
preguntarnos qué es Dios, si habla, siente, piensa, condena o salva; o si Éste es sólo su Ser (si es
únicamente ser o está allende el ser), su modo de actuar —si es que actúa de alguna manera,—su
modo de mandar —si es que establece mandamientos— y su modo de administrar justicia— si es
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que la administra— y, asimismo, debemos, deberíamos, preguntarnos por su indiferencia ante
cualquier posibilidad y forma de actuar de los humanos, moral o inmoral, por lo menos tal como
nosotros lo consideramos
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¿y por qué quería recordar si por hacerlo, por recordar, el recuerdo ya se ha deformado, y ya
comienza el camino del olvido y, en él, por nuestro esfuerzo, ya no podremos recuperarlo nunca?
¿qué sentimientos puedo recuperar si mi memoria, mis recuerdos de aquel entonces, también
deformados, ya no está en mí y ya no pueden influir en el intento de recordar que es, ahora, el
edificio vacío de mi esfuerzo y mis ansias?
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el hombre se comunica con palabras o con ecuaciones y el extremo, el límite final de las
matemáticas, es la intuición...
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pero ahora tengo miedo, parece como si el miedo fuese el único y solo deseo o como si el deseo
fuese sólo miedo; quizá es el paso siguiente en el camino de la pérdida de valores, la caída del
deseo, de aquello que, de una u otra forma, nos han rodeado y mantenido en nuestro trabajo: la
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espera, el anhelo, los afanes, se van apagando, el futuro es sólo cifra en un calendario y los días
pierden sus colores y sus sonidos irisados por el ansia que en ellos parecía esconderse.
Ahora tengo miedo y este se halla en la Figura, la Sombra, en el lejano sonido de Aquel que parece
engullirlo todo: y tengo miedo de abismarme en algo que me hará olvidar todo lo que he
—hemos— sufrido y padecido incesantes, los hombres, los animales que en la tierra han sido, todos
mis hermanos, todos los seres y no quiero desprenderme de ellos ni de sus ansias terribles: los mares
infinitos de la beatitud no pueden hacerme olvidar el dolor de los hombres y, si es que lo hacen, si lo
consiguen, a pesar de mi voluntad y en contra de mis deseos, allí olvidaré obligado por una Fuerza
imposible de resistir pero sin que no haya sido violada mi voluntad: pero como hombre, quisiera
seguir resistiendo, no ya hasta el alba, sino hasta el fin de todos los crepúsculos o amaneceres,
siempre junto con todos los hombres, todos los seres (y los esplendentes minerales o las lejanas
galaxias que arrastran miles de estrellas y miles de otros horribles dolores) todos los que he odiado o
despreciado, aquellos a los que temo o me asustan o me atemorizan por sus violencias y sus
arrebatos de furia; pero siguen siendo mis hermanos y con ellos quiero seguir viviendo mi vida y, si
así puede decirse, seguir viviendo mi muerte, mis muertes de cada día
Llorar: Ignacio de Loyola, Richard Wagner; sus crisis de llantos incesantes: Ignacio los cuantifica y
señala los momentos mas agudos, más o menos intensos, en que horas y días, la serenidad de la
desesperación...
Del llanto Ignacio hace derivar su estructura del orden de los Ejercicios. Wagner extrae de él la
ansiedad que le obliga a componer sus poemas y sus dramas musicales: esta necesidad de llorar no
es sólo humana, es de todos los vivientes: nos hace hermanos y semejantes
Pero ¿y la incapacidad de poder llorar, con la serenidad maravillosa de aquellos que ya no tienen
esperanza? ¿es esto lo que vuelve piedra y amarga sal las obras de arte que no han sido lloradas, las
que no han sido ensuciadas por el llanto de un desesperado?
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Escribiré esto en los comienzos del 2009: he estado en la presentación de un libro en La Central del
Raval; cito lugar y día, 11 de marzo; a las seis llegamos allí. Estaba sentado en una pequeña mesa,
dos sillas, en el bar de la librería, escribía en un ordenador. ¡Qué raro fue su amable gesto en ceder
— “si, si, claro!— la otra silla de su mesa; su juventud se perdía en gestos naturales que parecían
estudiados aunque –quiero creer— eran inocentes; seguimos hablando en la mesa... seguimos
hablando, merendando, si así aún se llama comer algo por la tarde; vino alguien, mayor, mucho
mayor, a sentarse a la mesa del lado, pero los gestos extraños, de un ballet natural, repito, propio
de una naturaleza que quizá aun no conocía la farsa de la amabilidad, prosiguieron; seguimos
hablando, seguimos hablando y mis miradas iban observando aquello que ya , pensaba, pronto se
perdería: ¿podría tratar de iniciar una conversación? Pero seguíamos hablando y pronto nos
llamaron, se levantaron y agradecí la silla que puso una sonrisa en un rostro que quisiera imaginar
inocente: me levanté y fui hacia la puerta, pero antes de abrirla me volví, también levantó la cabeza
y volvió a sonreír, gesto personal, directo, ya con una especie de relación iniciada y seguramente
acabada. No supe reaccionar, quizá debí volverme y decir todo aquello que no debía ser dicho... las
palabras se pierden en la angustia de no saber, de ni tan sólo saber que las ignoramos...
Así trascurrimos nuestro tiempo y el momento de las iluminaciones... después se volvió a abrir el
vacío y se cerraron en las tinieblas usuales
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y éstas algunas veces se abren de nuevo: son los sonidos de ciertas palabras y voces, los colores de
perfumes que son cada día más evanescentes, en la dulce dificultad de cada día: en ellos nos
diluimos y en ellos perdemos hasta la posibilidad de recordar...
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No hay nada humano en las matemáticas: sus conjuntos de signos, grupos de signos que se
relacionan, que engendran otros signos y sus nuevas equivalencias y signos a su vez nuevos y
exigentes, todos ellos, de otras consecuencias...: todo ello no es humano; y su continuidad y
desarrollo lo exige, a su vez, el entramado de las operaciones y la lógica propia, irrefutable, de las
siguientes operaciones.
Es la mecánica que mueve los “números” la que pide y determina sus derivaciones y los caminos que
deben ser seguidos, sin posibilidad de rechazarlos y con la absoluta obligación de seguirlos; su
operación no es humana, ni depende de la voluntad, o de la “lógica” humana . Esta pertenece a otro
nivel y otro espacio, no al “nuestro”.
Pero cada día nos hundimos más en un extraño mar —extraño porque nadie puede haberlo visto
hasta que no te sumerges en él— y en este mar sólo el olvido se revuelve en sus aguas, nadie ni nada
más puede atravesarlas: poco a poco olvidamos aquello que nos parecía tan importante, tan propio
de nosotros que nada podría hacerlo desaparecer de nuestro lado; pero las aguas salobres —o
dulces— amargas si no son insípidas, de estas oscuras y en apariencia claras aguas, lo limpian, lo
arrancan todo de nuestros labios: hacen subir a nuestra boca antiguos y olvidados recuerdos y allí,
ante nuestros ojos que los contemplan de nuevo, ante el perfume que podemos oler por última vez,
el color que se disuelve en el asombro de nuestras miradas, lo hacen desaparecer y borran su
sentido y sus perfumes ¿qué más se puede desear para acabar una vida si no es este continuo borrar
de nuestra superficie y de nuestro más íntimo y profundo saber —o saber inconsciente o ya
olvidado— aquello que creíamos nuestro y propio y que pensábamos era nuestra vida: pero esta se
acaba y, con ella, se acaban los recuerdos
Cuando estos ya estén borrados en su totalidad también se borrará nuestra vida y, con ella, la
posibilidad de mantener, de alguna forma, estos recuerdos que ya nadie podrá recordar: así vivir es
guardar aquello que sabemos, siempre lo hemos sabido, tendrá que perderse sin que podamos
transmitirlo a persona alguna
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los jueces siguen hablándome pero ahora ya estoy solo; Él y mi consciencia estamos solos, podrán
borrar mis sentimientos y mi voluntad, esto debe ser fácil, pero entonces es Él el que estará
completamente solo, solo y conmigo en algo de Él mismo y algo de dentro de Él mismo
Y entonces serán los jueces los que deberán hablarle a Él y interrogarle sólo a Él mismo
¿es esto el diálogo de la vida; de lo que creemos es la vida?
Nos llaman, nos preguntan sobre esta llamada, sobre lo que nos llamó hace días o años y de o que ya
no recordamos ni tan sólo si es que hubo alguna llamada y nuestra respuesta, si es que hay alguna, si
podemos contestar alguna cosa que parezca una respuesta es una interrogación a esta Sombra
invisible, fugitiva, pero que se puede intuir en una rara lejanía, tan cerca que a veces nos llega a
cegar con su tenue resplandor y tan lejos que sólo los extraños y imaginarios horizontes del deseo y
el ansia parecen que pueden envolverla: nunca contesta pero siempre, siempre, hay como una
sugerencia de diálogo
Y este diálogo es un monólogo entre diversas sombras que no se reconocen y nunca saben entre
quienes, entre qué otras —si es que son otras— sombras o fugitivas visiones, están hablando o si es
que están diciendo alguna cosa que pueda resonar en el espacio del recuerdo o de la presencia o es
que sólo hacen resonar un silencio que en sí mismo se cierra: estamos dormidos entre palabras,
dichas o no, y soñamos, por entre recuerdos, imágenes o lugares, que nunca podrán ser vistos de
nuevo y ya nunca serán o significarán algo para nosotros
Y en las lejanías suenan los humos del odio, envuelto entre las llamadas al nombre de Dios, entre los
muertos que se deslizan de entre los fuegos y las llamas y el humo de las palabras inútiles: a Él lo
invocan y en su nombre matan incesantes, —los unos y los otros— y todos ellos sólo respiran los
perfumes de las agonías y en ellas se placen y de ellas saben arrastrar hacia sus bocas las esencias de
estos raros perfumes que sólo extraños y desconocidos esclavos saben exprimir...
Pero también la Presencia es agonía: vi un ser divino: olía de una manera extraña, transparente...
Y quisiera desnudarme no sólo de mis ropas sino de la piel que me recubre, de las venas que cruzan
mi cuerpo y de los huesos que me sostienen: sólo líquidos que me hacen flotar en el aire corrompido
que me envuelve, corroído por el dolor que nos habla cada día y sucio por las palabras de los
hombres que siempre hablan pero nunca dicen nada que deba ser dicho: iré, lento, caminando,
corriendo por entre estos campos de viñedos que tanto conozco y allí podré seguir gritando pues la
soledad de los desnudos es muerte para su alma y vida para los que los contemplan burlescos...
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quiero desnudarme de las carnes que me oprimen y las sangres que dicen dan vida aunque corran
rugiendo por su necesaria violencia y son, para mi, serpientes y para los otros los que está afuera, los
que no son míos, todos, como procesiones de grumos rojos y verdes... ruido de líquidos que se
pierden
¿por qué hablan de sentido, de lógica, de pensar si pensamos porque somos hombres y así nos
convencemos de que los somos y al serlo ya creemos que pensamos...? y decimos que tenemos
lógica, sentido común, y lo decimos nosotros, los que juzgamos que los tenemos y así, jueces y parte,
nos señalamos como jueces, nos decimos que lo somos y creemos que tenemos lógica y sentido
común... pero sólo hablamos al viento que se lleva nuestras palabras y a las hogueras que, en la
lejanía, queman, de guerras ya casi olvidadas o de bandidos que en oscuras callejuelas se hablan en
voz baja —ya Flaubert lo advirtió—, se confían signos que nada significan y entre ellos, poco a
poco, se van destruyendo...
nos convencemos de que somos algo pensante y sólo podemos pensar que somos algo pensante: los
espejos sólo reflejan miles, millones, infinitas imágenes repetidas, nunca reflejan algo desde
afuera...
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Pero los hombres inventan a los dioses y, si se atreven a ello, si los hallan, también deben hallar sus
infiernos porque ¿qué es un dios sin sus infiernos, sin sus castigos? Por esto los creamos, para que
nos hagan justicia— y lo que nosotros llamamos justicia es el infierno para los demás y una especie
de gloria, algo que nos tranquilice y que debe reservarse para los que no somos los otros: sólo para
mi, pues soy mi propia justicia y sigo la ley de mis caminos
no queremos las inmensas beatitudes que nos ofrecen las religiones de usos y utilidad públicas;
queremos respirar las brisas matinales y, quizá, olvidar, olvidar aquello que se debe olvidar de
nuestra vida que es casi todo aunque ansiemos el lejano sonido de los mares sobre las playas y los
cantos de pájaros que ahora ya no existen...
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Si olvidamos tendremos la paz de aquello que se ha pagado, de aquello que está en regla pero ¿qué
es lo que se puede pagar, si los hombres, por serlo, nunca pueden olvidar?
No pueden olvidar pero sí que el recuerdo se esparce, sus contornos se vuelven difusos, vacíos del
color y las resonancias que tenían en días, años, muchos años atrás... cuando hayan perdido toda su
capacidad de llamarse recuerdos y hayan perdido nuestra capacidad de evocarlos y de
reconocerlos, entonces en cuando morimos, cuando dejamos la vida, porque ella no hay nada que
nos ligue a un pasado que, para nosotros, ya no existe... es el abismo que se abre y en el que
debemos sumergirnos y este abismo, recordaba, en alemán, cuando leía a aquellos que ya voy
olvidando, se llama Ab—grund, falta, ausencia, carencia de fundamentos: y esto es la falta de vida:
la ausencia, el final que es el morir porque ya nada nos substenta y la fundación ya nada puede
sostener...ya no hay fundamentos
Recordaba ahora haber escrito, o pensado, o haber dicho —no dicho a nadie pues nada debo decir
de estas cosas— ...es un objeto horriblemente sangrante, doliente, es Dios que a Sí mismo se
contempla y sangra al mirarse... pero ¿lo es para nosotros o para Él? ¿Es acaso la misma cosa la que
se contempla y mira sus manos, sus miembros que se agitan inmensos, abanicos de zarzas que arden
en los universos que a Él convergen, que a Él se dirigen; es allí donde sangran sus manos, o en las de
los hombres que tratan de mirarlo y sólo ven montañas de sangre
¿pero? qué debe significar, qué es lo que oculta tras la pregunta sobre qué es el mar de sangre que
envuelve los mundos?
...las palabras se escriben en el aire y en él se disuelven; sus sonidos impulsan otros sonidos y en ellos
se resuelven y de ellos surgen nuevos sonidos... pero todos conforman una isla y en ella habitamos:
somos isla, islas sin fundamento y en horizontes sin nubes ni cielos: estamos solos pero de los lejanos
lugares de donde surge el sol de cada día no podemos oír los gritos de los dioses que en ellos
mueren y se deshacen: son sombras que cada día han surgido y en cada amanecer se disuelven: es la
vida que de ellos debió surgir y de ellos, de sus muertes, halla la capacidad de encontrar su propia
muerte... estamos solos... y los mares cercan unas tierras que no saben dónde acogerse... y los ciegos,
olvidado ya de los celestiales y rosados azules que anuncian el amanecer de los dioses ya muertos,
sin figura ni rostro, los ciegos que como hombres cubren la tierra de sus despojos, huesos al
comienzo y huesos resecos por las corrientes de lavas, ríos y mares que, en sus finales, los han hecho
rodar por los mares y playas, suavizadas sus aristas hasta volverlos brillantes y crujiendo como
animales de metálicos caparazones, estos ciegos, también han sabido olvidar y en el olvido han
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encontrado sus silencio, el de los comienzos, el que siempre han ido buscando sin saber que sólo al
olvidar qué es lo que buscaban, sólo en aquellos momentos lo encontrarían...
veía a veces a Dios como un objeto horrible, sangrante, doliente, pero ¿era todo esto para nosotros
o era su Imagen vista por Él mismo? ¿así se contemplaba y se juzgaba? ¿era esto para Él, para sus
ojos?
y con los años el recuerdo, todos los recuerdos iban perdiendo aquello que, precisamente, los hacía
y convertía en recuerdos, los recubría de algo personal, de colores y sonidos, de olores propios y
particulares; entonces, perdido ya esto o casi perdido, el recuerdo era ya una cosa indiferente y,
muchas veces, carente de interés pues lo importante no era el recuerdo sino aquello que detrás de
él lo había ido envolviéndolo o había surgido de él, se acercaba a nosotros y nos entregaba alguna
cosa aún viva de su existencia o de aquellos momentos que lo habían construido para nosotros; así
íbamos perdiendo el pasado y lo despojábamos de cualquier cosa que pusiese ser nuestra y pudiese
aún estar viva: sólo quedaba unos huesos áridos que casi no tenían sentido alguno si es que alguna
vez lo tuvieron... y alguna vez recordábamos pero ya no podíamos saber qué era aquello que parecía
ser tan importante mientras que otras sabíamos que con el recuerdo iba, junto a él, un olor, un
sentimiento, un temor, que fue muy hermoso pero que, al recordarlo, precisamente por ello, ya no
sabíamos cómo conectarlo y cómo establecer una relación con nosotros: sabíamos, pero no
sabíamos qué era aquello que debía ser recordado no porque habíamos recibido aquel recuerdo...
estás dentro de mí y Tu bien y mi mal son nuestros y son de ambos... ¿y cómo podrá ser bien mi mal
para Ti y cómo Tu mal podrá parecerme bien para mí si sólo puede escuchar mis ansias y el miedo
que envuelve las palabra que alguna vez creo oír susurradas en la oscuridad? Pero no es cierto, no
hay voces que me llamen, sólo deseos de que alguna cosa resuene entre el ruido que envuelve mis
silencios... hay silencio —siempre lo hay— y es aún más horrible que aquello que llamamos ruido
porque el silencio divino, si así podemos llamarlo, el callar siempre, por miedo odio o temor, es
constante, nunca cesa... ¿cómo debe de ser el Temor divino?
este silencio es aún más retumbante, más sonoro, que los choques de las grandes galaxias que te
envuelven y con las que pareces jugar y deslizarte con Tus dedos entre las estrellas... resbalan de Tus
labios y de Tus ojos las cataratas de azules celestiales se derraman por los espacios, pero Tu callar,
Tu silencio, Te estremece aún más que Tus sonidos, y quizá de él, proviene el pavor, el temeroso
horror que siempre acecha a Tu alrededor...
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¡...qué extraña mirada es la del querubím, o ángel, o serafín, que es portador de Tu cuerpo por los
obscuros y nubosos espacios por los que Te derramas: así Te pintó Miguel Ángel...así debía
imaginarte...!
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el hombre es aquel que interroga, pregunta, inquiere, observa..., es posible y así lo afirma el
antiguo filosofo pero quizá su labor más humana, la que lo distingue realmente de los animales
(que sí, y en verdad, interrogan, preguntan, inquieren y observan) es su capacidad innata,
insistente, constante, de destruir a aquellos que se le acercan, sea del costado que sea, desde
donde sea y en los momentos que sean.. y esta destrucción es sólo propia y connatural en él, es
su propia vida y su propia naturaleza, a él el pertenece y sólo él sabe realizarla; tanto los uno
como los otros, tanto los jóvenes como los ya cerca del final: todos destruimos y somos
destruidos y sólo esta labor nos complace y en ella encontramos la mayor satisfacción y
alegría...en las cenizas podemos oler nuestras delicias...
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Joan Pere Gil fue quién me pidió esta obra y a él le está dedicada; y en un escrito para un concierto
en la Biblioteca de Catalunya, en Barcelona, el pasado mes de diciembre, habla de muerte y
tristeza repitiendo unas palabras que, dice, me oyó, como asustados y temerosos comentarios a
difíciles situaciones que sabemos se producirán y de las que no sabemos cómo será nuestra
manera de hacerles frente y si sabremos tener el valor de aceptarlos con la dignidad que debe
poseer la llegada de aquello, que, en cierto aspecto, es el resumen y el sentido de toda una
vida : “...lo triste no es morir, lo triste es la manera y el estado con el que llegamos a la
muerte...”
...y estas músicas que ahora se guardan en este CD, aunque acabadas de escribir el 27 de enero de
1997 son, y ahora siguen siendo, comentarios organizados como una estructura, en apariencia,
sólo de sonidos, acordes, líneas melódicas, sugerencias de paisajes vagamente entrevistos
entre nieblas o de arenas áridas y resecadas por soles que nunca cesan de resplandecer pero
de la que han huido las figuras humanas y de la que no es posible imaginar si es que en ellos
hubo el paso de los hombres o las presencias huidizas de sombras que acechaban y de las que
nunca pudo saberse ni tan sólo si tenían nombre...; es una organización de sonidos pero
también éstos se hallan teñidos de resplandores rojizos...
pero de entre las rocas por las que gotean aún las sangres de quienes allí debieron vivir y morir, los
hombres, oscuros y callados que habitan la tierra, por entre sus piedras, se arrastran otros
seres, tornasolados por la luz incesante de una mañana que nunca acaba, escamas que hacen
resplandecer al moverse rápidas y furtivas mientras metálicos caparazones que, lentos y
desiguales en sus pasos, siguen siendo brillantes, centelleando de horribles visiones que en sus
silencios guardan aquello que, asimismo, carece de nombre: el acto más terrible que se pueda
imaginar: el ser hombre
y ser hombre, ahora y entonces, cuando se escribió este Concierto, es carecer de toda posibilidad de
poseer ningún nombre; es saber que, si por la súbita iluminación de alguna extraña
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inteligencia, en las rocas áridas, cubiertas tanto de huesos, pequeños y frágiles, como de
aquellas inmensas osamentas que evocaba Séneca en una de sus tragedias —aquella, la
primera, a la que rodeó con su música el compositor, ahora hace ya casi medio siglo— pudiera
llegar a preguntarse la pregunta que no puede ser hecha, aquélla que no tiene respuesta, el
silencio tampoco sería una respuesta: el silencio es solamente un fondo de horrible sonido, que
resuena lejano e insistente, gemido que no cesa en un horizonte casi inaudible, en las noches
de los que esperan: el silencio es como un aura, un halo de luces sonoras, vibrando sin color
alguno y en su palpitar en las noches de los hombres, de aquellos que esperan y las de aquellos
que no saben qué deben esperar, recubre sus esperanzas y no permite, horrible velo, que les
pueda llegar nunca respuesta alguna...
las músicas de este Concierto surgen suaves, dulces en sus plegarias para disolverse en las extremas
violencias del deseo: cuando se defiende una espera puede haber la furia de un zumbido,
ritmo que a sí mismo percute como sucede en las dos interrogaciones, fortísimo
desencadenante de la orquesta, demandas de ayuda al silencio que, como rara vibración,
nunca se detiene: las voces de las sirenas o el metálico grito del flexatón son formas de tratar
de objetivar el dolor de una pregunta...
pero cuando el deseo ha cesado, cuando la aridez de los campos de huesos sólo se agita por el
viento del silencio la música vuelve a hacerse suave y tranquila: la resignación es silenciosa
entre los humanos; en la orquesta se repiten las indicaciones dolcissimo, molto PP, molto
espress; pero sólo el larguísimo del último acorde, después de que la trompa exprese —molto
express— la última resignación que los humanos conocen tan bien, la música puede acabar y,
con ella, cerrar esta meditación: no es la eternidad que Mahler pide, una y tantas veces, en la
conclusión de su Canto a la Tierra; es, quizá, un ansia de que cese el silencio y que nos
atrevamos a oír los crujidos de los huesos, disolviéndose por nuestros pasos en el paisaje
sediento que nos envuelve, viniendo a ser tierra, nuevamente tierra y asentando unos pasos
que, quizá por esto, podrían escuchar algún otro sonido que envolviera la esperaza: debe
haber silencios que permitan oír aquello que se nos niega... ¿puede ser que existan bajo otras
lunas u otros aires que lleven otros silencios...?
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¿o todos son espejos que se reflejan los unos a los otros...?
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Salgo muy temprano y el frío es muy fuerte: lejos, como un cristal flotando pero inmóvil en
las brumas, brillantes como de paisajes celestiales de la mañana, limpia como ya nunca más he
podido volver a verla, podía distinguir a los lejos, muy lejos – no sabía a qué distancia pues oía decir
que algunos iban caminando hacia ella y así debía estar cerca mientras que la brisa helada de las
mañanas aunque el sol la hiciera brillar como una extraña joya, le daba un carácter de algo muy
apartado y casi inaccesible – lejos, podía distinguir la montaña sagrada, la que, para tantos y tantos
de nosotros, era una posesión única, algo que nos ennoblecía por su sola presencia y a la que
debíamos ir con la confianza, con la misma confianza con que entrábamos en casa y allí hablábamos
y reíamos con los que en ella se encontraban: allí estaba guardada, entronizada en silla de oro y
entre rocas cortadas por arcángeles con sierras también de oro, la imagen de una Virgen Negra,
hierática, refulgente en su majestad , que parecía inconmovible, con la belleza que sólo la
indiferencia ante el dolor del mundo o sólo la afable y lejana comprensión de unas miserias que ya
no podían afectarla podían concederle.
Allí, en su camerino, humeante del incienso que siempre iban quemando y envuelta por el
incesante murmullo de las voces, apagadas pero, al mismo tiempo muy presentes, de los fieles
sumisos, siempre suplicantes, esperaba que acudiesen los hombres plenos de llanto y temerosos de
no poder conseguir su benevolencia pero, asimismo, alegres por poder subir al santuario que la
protegía y guardaba y en el que, decían, desde siglos, estaba como adormecida, como bajo la
hipnosis de los rezos.
En sus manos, el hijo, helado por el poder que le esperaba en su temible futuro y, también,
por el inmenso dolor que algún día tendría que soportar, se erguía, rey celeste de un paisaje al que
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quisiéramos acceder pero al que su misma grandeza nos vetaba el paso; madre e hijo sólo esperaban
ser contemplados y adorados, temidos, quizá, pero no demasiado amados.
Cada día puedo ver la Montaña Lejana y sus extrañas rocas serradas por raros ángeles que,
para preparar el trono de la Reina de los cielos, Madre y Esposa de una Dios inaccesible —a mí me
lo parecía—, habían trastocado las leyes de una plácida naturaleza y la habían convertido en jardín
de enormes rocas y terribles abismos: en ellos parecía resplandecer su grandeza y en ellos debían
despeñarse las fuerzas malignas que, así lo contaban, iban reptando por aquel inmenso jardín.
Pero en sus violentas apariciones que creía eran súbitas e inevitables – no se podían prever
pero sí se debían ahuyentar con oraciones o, sencillamente huyendo de su representación,
imaginando que no existían y así desaparecerían – entre la furia de las nieblas que se esparcían
como devorando unas masas de rocas de las que sabía tenían nombre aunque ignorara cuales eran,
algo surgía del interior de las formas sin imagen que podía entrever a través el del frío y las curvas
de la carretera: ahora aparecen nuevos despeñaderos y nuevas cascadas de brumas, tan obscuras en
su interior – como si en ellas guardaran, cuidadosamente, algún animal sagrado, algún santo quizá
amenazante – que para defenderme del miedo, en mis temores, iba como dibujándolos, dándoles
imágenes que pudiera luego recordar y, así, en el recuerdo, que las sabría tranquilizar y suavizar en
su paso, quizá podría lograr disminuir la maldad de su aparición: pero sabía, aún sé ahora, que esto
no es cierto: el recuerdo es más amenazante que el momento que lo ha inspirado y, con el tiempo,
con el paso de unos años que lo irá deformando y destruyendo – y reconstruyendo — será todavía
más extraño y amorfo: el horror de las formas aumentarán por el horror del tiempo que las ha
conservado y mantenido y su ferocidad es aún mayor porque es mayor el miedo que tengo y la
angustia que a través de mí se acerca, acechando por unos caminos que entonces no conocía y que
ahora sé de dónde viene y también sé Quién es el que por mis venas y sangre derrama sus miedos y
su tristeza; el horror de las formas aumentará y se desliza – entonces y ahora — hacia el mundo,
hacia su reinado y emerge de entre las tinieblas de sus Manos para seguir siempre, siempre
llamándome, incesante, para que nunca deje de prestarme a ser su servidor
Aún no he podido hablar con Él, si es que esto es posible. Pero entonces, esta idea o esta
insinuación era lejana, turbia en el recuerdo o en la presencia de su posibilidad y era como algo que
insiste en presentarse, en surgir, cerrando el paso, pero que no sabia cómo contestar y ni tan sólo
qué es lo qué se debía responder a una pregunta aún no expresada: en una niebla, la imagen, como
devorada por las nubes, aparecía detrás de mi, sabía que allí estaba, pero no quería verla ni podía
oír su voz
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Hay formas como de reptil que undula y sigilosas figuras en la niebla que sugieren palabras y
gestos pero nada puedo entender y, ni tan sólo, en aquel momento podía imaginarlo. ¿Serán las
voces de coros que no comprendo y campanas que hacen temblar mis manos por la hermosa
pulsación de sus cánticos, mezclados lo unos con los otros, y surgiendo por entre el sonido del
órgano que parece destacarse, por momentos, del coro para volver luego a desaparecer con las
voces de los niños?
Suenan de nuevo las campanas; hay una, en especial que es enorme, o así me lo parece,
resuena por sobre las rocas y un horizonte de nubes y grises como de plata sucia que cierran el cielo
lejano: quizá también dicen algo, quizá todo a mi alrededor habla y llega a expresar alguna cosa,
pero ahora, entonces, ahora, sólo puedo oír el recuerdo vacío de sonidos de algo que el tiempo ha
deformado y el temor, hermano del tiempo, ha corroído y ha olvidado en unos contornos, como de
estructuras huecas y abstractas pero plenas de un silencio retumbante.
Son llamas de un hielo rojo y como si el fuego estuviese inmóvil: hay jardines en llamas que
acarician las rosas que llevaré a las procesiones y hay montañas de simas plenas de niebla que
tardarán años en poder hablarme: pero los jardines de fuego se abren a mis ojos atemorizados
mientras sigo oyendo unas campanas con sus señales que no puedo escrutar ni conocer
Pero la visita al dorado santuario que guarda la imagen, encerrada en una caja de cristal que
debe protegerla, es decepcionante: lo sagrado ya no está a su alrededor – sí quizá en el camarín,
recuerdo lejano de maravillosos decorados para el Parsifal wagneriano, que nos los podría evocar
— mientras que los cánticos, lejanos y muy dulces, que muestran y nos hacen presentes lo
profundo, lo largo y ancho del recinto santo, no parecen llegar ante esta imagen petrificada en su
lejanía: pero en su mano derecha sostiene un bola mientras que su hijo, en la izquierda, muestra
una piña, símbolo de fertilidad
¿Cómo debe ser lo fértil en manos de un niño que deberá morir lejos del amparo materno
aunque frente a su mirada? ¿O es que la bola que la Madre sustenta es un aviso, un recuerdo de que
llegará a ser la Emperatriz del imaginario mundo cristiano?
Y, por encima de ellos, girando con al suavidad que sólo podía dar el aliento de los rezos de
los suplicantes que a ellos acudían en procesión inacabable, flotaba la imagen metálica y obscura
de una Paloma: era el signo, la forma con al que nos atrevemos a representar a Aquel que no tiene
forma ni aspecto alguno, el más desconocido, pues al Padre su mismo nombre lo hacía, para muchos
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de nosotros, asequible y con posibilidad de acercarse a Él aunque con el más grande respeto y más
lo era el Hijo, dolido por sus tormentos y la carga incesante de su misión salvadora; pero el Espíritu
Santo, el Aliento Divino, brisa delicada y apacible, que alienta casi sin que podamos percibirla, a
esta divina Persona, es imposible de contemplar y menos de poderla amar: pues ¿cómo derramar
el deseo sobre lo que es abstracto hálito como de agonizante?
Permanece sobre la Imagen protegiendo tanto la Madre como al Hijo y sus símbolos:
también la Paloma puede representar el deseo que conduce a la fertilidad ¿qué relación debe haber
entre la Piña y la Paloma? ¿Acaso el lejano y maravilloso cuento, pleno de esmeraldas, rojizas y
azules por las extrañas luces de un oriente soñado, que envolvía la pregunta: ¿ qué relación hay entre
Piña y Ciprés? — tiene alguna cosa que ver con los raros símbolos que cobijan las Imagen?
Entonces no me preguntaba si esto podría ser así de alguna manera y ahora, que podría
hacerlo, ya he olvidado qué es lo que podrían haber representado, Madre e Hijo, en su extraña
aparición; los símbolos tienen sentido mientras aún podamos interrogarlos y queramos saber qué
hay detrás de ellos, pero entonces y ahora era el sentimiento de lo santo, el süave aliento de los
sagrado, lo que buscaba en aquellas mágicas figuras, escondidas en una única y lejana —y tan
próxima montaña— que podía ver cada mañana, al comenzar el día, como algo maravilloso y
sagrado y a la que, con cierta frecuencia podía acercarme, atónito, lleno de interrogantes: buscaba
lo santo o el misterio inefable de lo que en la santidad se escondía sin pensar si podía conseguirse o
si ello era posible y si tenía derecho alguno en intentarlo: lo santo era un cántico muy dulce y
obscuro, cerrado en un espacio silencioso, quizá con una lámpara roja, bermeja por el cristal que la
contenía. pero que no obligaba a realizar determinados actos ni condicionaba mi presencia frente al
paisaje que desplegaba en su entorno: lo santo era mis sentimiento y la hermosura con la que había
quedado teñido el ámbito que provocaba este sentimiento de misterio por el paso, sigiloso,
transparente en su invisible desnudez, de Alguien que lo había rozado con la levedad de sus dedos.
¿Podré escapar del sortilegio de este jardín sin coros de doncellas engañosas ni Magos que
estén al acecho en busca de inocencias que destruir? ¿Quién sabe la verdad?
Pero el recuerdo de las nubes que envolvían el monasterio y las leyendas que lo celebraban
iban acompañándome sin que sintiera, con urgente necesidad, ver o tocar determinados lugares:
decían que el Santo Grial había estado guardado en una capilla, en la planicie, bajo la Montaña,
pero nunca llegué a intentar entrar en ella y nunca imaginé que el santo Cáliz hubiese
resplandecido en su rara tiniebla, a salvo de invasiones de gentes extrañas o de la codicia de los
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hombres o de Aquel que vigilaba, tenebroso y con espanto, en el Castillo situado en “la España
Mora”; Parsifal aún no había llegado de sus largas peregrinaciones o quizá ya había destruido con su
presencia y la inocente presunción de su ignorancia el Castillo Tenebroso y las flores de su mágico
jardín sin saber muy bien qué es lo que hacía; quizá ya iba vagando, años y años por tierras ignotas
en un peregrinaje que sólo podría finalizar, un Viernes Santo, si es que era posible, y, en aquel día,
acercarse al Castillo de las Cuatro Campanas y sus oscuros Caballeros
Recordar es el engaño que a nosotros nos hacemos y que ofrecemos, regalamos, a aquellos
que con inocencia nos lo aceptan: ¿quién podrá sentir, revivir, de verdad, en toda su primera
verdad, aquellos sentimientos e imágenes, los inciertos y frágiles recuerdos que, precisamente, por
ser recuerdos, ya han huido de nosotros y ya han sido transformados en materia rara y nueva, coral
que recubre la memoria y la modifica como sólo el tiempo y aquello que sobre él se ha ido
superponiendo, pueden cambiar y modificar?
Así el recuerdo, aquello que pronto descubriría en mis lecturas, maravillado, años más tarde,
por sus textos y la extrema claridad y sutileza de sus análisis, exactos como sólo una máquina —así
lo parecía— podría realizar, son sólo indefensos restos petrificados de un pasado ya muerto como
únicamente puede morir aquello que ya no regresará jamás: la inocencia y la verdad de un
momento que nos deja, vírgenes sin esperanza, como una pisada, un roce, dibujado en la roca de
nuestra vida, tal como los antiguos animales que ya desaparecieron, lo dejaron asimismo olvidado,
sin que ellos lo supieran y sin que ellos fueran conscientes, sin que su voluntad y su deseo
interviniera en ello.
Pero ahora, que quisiera recordarlo y quizá sólo puedo evocar la imagen de una lejana
impresión, la angustia de intentar hacerlo recubre los vestigios lejanos, como de edades que no se
pueden imaginar pero sí que es posible sentir y sufrir; y cada noche el miedo de los pasos en las
paredes o en el techo de mi habitación es un comienzo del camino, es una de las partes de este
largo inicio de una peregrinación, la que es mía y que deberá concluir, ahora lo sé, en algún lugar
sin paredes ni puertas, sin ventanas que poder cerrar ni rocas o montañas, ríos o jardines en los que
guarnecerme o calentarme si es que Él intenta abrasarme con su calor o helarme con el hielo de sus
Manos: pero nada de esto es más que una intuición en aquel momento y ahora, ahora también lo es
aunque una voz lejana y gruesa, casi inaudible pero insistente, me asegura que ya nos hemos visto y
que ya hemos dicho —ya dijimos en aquel entonces— lo que tenía que decirse aunque de su Boca
no salió sonido alguno ni sus Manos, ásperas como de un inmenso reptil, llegaron a tocarme
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Dicen que su Forma Negra siempre desprende hielo y frío pero he leído que después del
huracán, después del viento fortísimo viene, poco a poco, una süave brisa, un leve aliento que Le
precede y que Le abre paso: allí es donde se esconde el Clemente, el que es Resplandeciente y
Misericordioso y allí es donde deberé esperarle: pero ahora, cuando aún faltan años y años para
poder, de alguna forma, encontrarnos, el viento siempre es como de un tranquilo aliento y su brisa
siempre es como la del atardecer cuando las aves pasan, en grandes manadas, en su camino hacia
algún sitio que debe ser bueno y seguro para ellas: aún no hay vientos fortísimos ni huracanes
movidos por el odio y el furor de Aquel que es el Señor del odio y el deseo: su violencia es y se
mantiene aún, para mí, como brisa que recorre un jardín sobre el mar y un tacto sereno de granate
obscuro por el terciopelo de su piel, semejante a la de un animal pacífico y hermosísimo a la vista
pero quizá peligroso si en él algo se mueve en una dirección que no es la debida
Pronto llegaremos, después de uno y otro recodos del camino, después de que, al fin,
creyera estar ya en la plaza, al lugar donde debemos detenernos y poder seguir ya caminando. Pero
al mirar hacia lo lejos, tan lejos como puedo, sólo veo nieblas y obscuras nubes que las van
engullendo como si de ellas se alimentasen: y al fondo de un horizonte sin formas que lo definan,
espacio que se va cerrando sobre el amenazante y frágil agitación de las nubes, debe abrirse el mar
que quizá es el mío, el que me acompaña en un diálogo en que la insistencia de mis preguntas sólo
tiene respuesta en el oleaje que cae sobre la arena, tan limpia y brillante, que podría contar los
reflejos, uno por uno, verdes y rojizos, esmeraldas pálidas entre las que el agua vuelve a entrar de
nuevo y las hace brillar aún más: alguna vez de entre la arena surge un cangrejo, parece una araña
pero sin la extraña maldad que de éstas se manifiesta: salen y se mueven rápidos pero muy pronto
vuelven a enterrarse en la arena ¿qué animal debe ser este que él mismo busca su lugar natural
entrando en la tierra y, envuelto en sal y agua, dentro de las arenas quizá camina y se mueve?
Las nubes no tienen sonidos, no hay cántico alguno en su paso ni en las tinieblas que entre
ellas parecen enmarañarse puedo oír voz alguna: pero en la arena que cerca el mar y recibe su
oleaje, allí puedo escuchar unas voces lejanas y el pálpito de algún ámbito inaccesible pero que vive
entre las olas o se esconde debajo de las aguas; no sólo hay cangrejos: veo unos pequeños animales,
algo vivo que se desprende de las piedrecitas del mar y que a ellas retorna, corren entre las raras
joyas que deben estar derramadas en la orilla y que a mí me parecen nuevos diamantes y perlas
olvidadas por algún genio que ya nunca podrá regresar a la orilla: pero al secarse, pierden una parte
de su riqueza y debo volver a mojarlas: en mis manos, al moverlas y hacerlas entrechocar cantan
asimismo una pulsación que es la de un mineral que a sí mismo se interroga: años más tarde se
convertirán en instrumento musical, difícil de obtener en la orquesta, por su precio excesivo y por lo
poco usual que es su empleo, o también vendrán a ser una incesante pulsión que invoca una
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presencia lejana que no se consigue acercar. Pero ahora, entre mis manos, tienen algo de ser
viviente, endurecido por el tacto de mis manos y la inocencia con que las contemplo: las dejo caer
en la arena y el agua las envuelve con la espuma que las hace brillar y las ennoblece con el
refulgente color de las joyas que deben estar guardadas en su interior
¿cuántas piedras deben estar escondidas entre el oleaje? aunque este es tan süave, tan dulce
que casi no puedo oí su canto que jamás cesa: hay llamadas lejanas que sólo advierten como un
sugerir de su presencia y una azul serenidad, envuelta por el verde del cielo y las aguas tras el que,
en aquellos momentos sólo podía palpar el comienzo de la vida y sentía como si un
estremecimiento lejano y débil tratara de enunciar alguna cosa sin que pareciese que podía ser
amenazadora aunque, una leve palpitación del agua o el paso de un pájaro en los cielos, eran como
un aviso, ahora solo insinuado de aquellas cosas que muy lentamente, con la suavidad de lo
inevitable, irían entrando dentro de mí hasta que todo llegara a ser sólo anuncio y anuncio de
furioso zumbido, agudo silbar de una Voz que iría exigiendo, cada vez más y más, aquello que
habíamos concertado
las nubes no tienen voz alguna pero siento nuevamente, por muy lejana que esté la Voz, una
llamada que es como la fuerza de una niebla que puede tocarme y visión de tristeza fugitiva a la que
no sé qué cosa debo contestar o si debo tratar de acariciar y tranquilizar con mis manos aunque
mojadas y sucias o plenas de arena ; he visto el cielo entre los árboles y sus azules: el resplandor con
que el sol plateado puede iluminarlos les envuelve con un sentimiento, premonición de una
angustia aún no definida, de que algo puede suceder o que algo sucederá aunque sea en un lejano
e incluso un inimaginable futuro: el color del azul celestial con el que el bosque se recubre sólo
podré volverlo a ver en algunas pinturas de Roger van der Weyden, en la Piedad del Prado o en la
Crucifixión de Viena o en algunos de los cielos que había pintado o pintaría, más tarde, Salvador
Dalí: en ellos podía admirar la inocencia de aquello que ya jamás tendría y que jamás podría volver a
poseer; también El Bosco ha pintado el color del cielo de forma semejante y en este color,
centelleando dulcemente contra el verde de los pinos siempre significaría el paisaje en el que una
pasión hierática, litúrgica en sus silencios , se desarrollaría en algunos momentos en los que me sería
dado poderlos contemplar: es el bosque que nunca tiene final y su horizonte no es posible, para mí,
creer que pueda existir y que, más allá de sus inmensas avenidas de arboledas sin forma pueda
haber algún otro camino: cada vez es más hondo en su color y más obscuro en lo intrincado de sus
árboles ; pero el Santo Cáliz debe estar allí guardado, en la capilla central de una construcción
circular —no muy grande aunque resplandeciente al brillo del sol que lo tiñe de azul— que debe
ser de mármol gótico, labrado con el esplendor que sólo pueden tener los edificios imaginarios
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¿podrán haber coros de niños o jóvenes que deben vivir en alguna parte o en algún edificio
cercano que no puedo ver? Cantan quizá durante la ostensión del Cáliz si es que esto se hace en
alguna circunstancia muy especial o en una fiesta o rememoración que debe ser hecha y tampoco
sé si una vez mostrado, colocándolo sobre un altar que debe haber en el centro, o dentro, en lo más
adentro del Templo, una vez que comience a resplandecer dulcemente (poco a poco como si sus
colores —de bermejos granates con el incierto centelleo, sin ritmo alguno, de una sangre que con
los siglos debe haberse vuelto más brillante, intemporal por la eternidad que dicen debe tener—,
como si la escala de los colores, en la sangre del Cáliz o en el resplandor que a su alrededor se forma
como un aliento de algo que en su interior respirara y estuviese palpitando, como si del Cáliz se
mostrara algún extraño prodigio) algún símbolo sagrado se posará en sus bordes o la luz tan gris y
azulada, como si estuviese lloviendo en el Templo, comenzará a engrandecerse con tonalidades
verdosas y amarillentas, blancas por el azul del cielo en el bosque y quizá entrará, como un algo
milagroso, en el interior del Templo.
O quizá el oficiante se atreverá a sacar el Cáliz afuera, bajará los tres peldaños del altar y
supongo que con solemnidad, quizá acompañado por el coro —o este se esconderá en lo alto de la
cúpula, escalonado en sus diversos grados— saldrá del templo, frente al bosque y lo mostrará a los
cielos, a las nubes sobre el mar lejano o al viento süave que allí siempre corre, porque puede que
nunca el Cáliz haya salido del lugar sagrado, cerrado en su silencio de siempre, en la soledad que
siempre, siempre lo acompaña y crea, en su inocencia de Servidor del Cáliz, que también debe
bendecir los pájaros en lo alto y los hombres que viven, lejos e ignorantes de lo que sucede, en la
tierra que siempre los acompaña y a la que retornan día tras día, ahora quizá confortados con la
mirada del Santo Cáliz
estoy en el teléfono aunque no puedo recordar a quién —la enfermera pasa corriendo, algo
debe suceder aunque no lo imagino— estoy llamando pero al colgar comprendo sus prisa y
comprendo qué es lo que ha pasado no pensé que fuera tan deprisa ¿o e que no ha sido deprisa?
Pero ahora el teléfono parece importante debe haber sido importante así no pude estar allí si no
hubiese sido por el teléfono habría estado allí ¿qué podría decir que podría hacer si es que debo
decir algo si quiero decir algo ¿por qué corría la enfermera? ¿se consigue algo corriendo? O es sólo
para aparentar que se intenta hacer alguna cosa aunque sabemos que ya no nadie ni ella ni ellos ni
nadie ni nadie puede hacer algo y el azul celeste sigue diciéndome que alguna cosa significa el
silencio que consigue su presencia y el ámbito en que los colores se tornan sonidos que puedo
distinguir de otros más usuales y de cada día,
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pero ahora la montaña, el bosque, está como mojado de sonidos que lo envuelven y en su
silencio los colores son un aviso; no sé qué cosa expresa ni si quiere decir algo que pueda entender
pero en las voces, en el ruido de los coches que vuelven y vuelven a mi alrededor, en las palabras
que no entiendo y que insisten en sus demandas o en sus demostraciones, en el coro de hombres y
cosas que cantan, si así puedo decirlo, una constante melodía sin sentido alguno, cada día, cada día
siempre la misma y siempre sin que pueda decir algo, en estas raras voces parece que encuentro
algún descanso: siempre pude verlo desde el otro lado de la carretera ya que nunca me atreví a
llegar hasta los árboles: veía su obscuridad y mi corazón deseaba entrar en ella pero jamás imaginé
poder caminar hasta el bosque y menos pude pensar en intentar entrar en él; aquel día —no , no fue
aquel día— un día crucé la carretera y caminé por el campo que estaba frente a las casa: caminé,
algo se movía o creí que algo reptaba entre las hierbas y las piedras del campo que estaba o había
estado trabajado: era un serpiente muy pequeña pero debí imaginar que se movía: estaba ya muerta
nunca vi otra y nunca oí que hubiesen serpientes en el pueblo ¿ o quizá habían grandes serpientes
que se escondían en el bosque del Grial y allí avisaban con sólo su presencia ? Pero jamás pude
saber, jamás sabré, si alguien vigilaba la espesura del bosque o el horizonte en el que se perdía la
posibilidad de ver algún camino. Nadie se movía y nunca, nunca, nunca pude ver alguno, persona o
animal alguno que entrara en el bosque y en él caminara.
Y su sagrada belleza seguía siempre frente a nosotros, frente a mí, que jamás me atrevía a
explicar lo que sentía ante su presencia y por aquello que en su interior guardaba: quise ser pintor,
muchas veces deseé saber pintar y si hubiese podido habría pintado tablas con cielos como el que
van der Weyden pintó para la Piedad del Prado o para el políptico de la Catedral de Granada,
azules casi metálicos por su brillantez y por la premonición de lo que decían con su color y por lo
que ocultaban con su silencio: y estos azules planeaban sobre la tierra, semejantes a un abrazo y
eran la cúpula que consagraba un bosque silencioso o una construcción sin figuras en su alrededor
aunque guardara en ella algún objeto maravilloso y santo
El silencio, corre por el largo pasillo hacia, no sé hacia donde ha podido ir pero ahora ya sé
que esto era sólo un gesto del instinto, corría porque le enseñaron que cuando sucedía algo
semejante debía hacerlo, no porque pudiese ser útil en alguna cosa y ahora nos encontramos juntos
pero separados ya —quizá ya— para siempre: debo decir todo lo que nunca fue dicho y que
siempre supe nunca diría debo callar ahora aquellas cosas que siempre callé y que ahora sé que
calladas o dichas, como una encantación mágica, ya no tendían sentido: ¿ por qué siempre callamos
cuando no debemos hablar y hablamos cundo deberíamos callar? siempre callamos y silencio es
nuestro idioma. Y cuando deberíamos hablar también callamos porque ¿cómo sabemos que
421
deberíamos decir alguna cosa y deberíamos mover los labios y articular un canto, una sonrisa o una
hermosa palabra o alguna observación dura y agria? Pero hemos callado y ahora, ahora ya es
imposible decir lo que hubo de ser dicho y tampoco puedo callar aquello que siempre tuve que
guardar, aunque fuese la alegría de un regalo de Navidad o las cajas de lápices, lápices de colores
con los que dibujaba los bordes de los trabajos para el colegio y las simétricas figuras que los
ornaban: en las paredes de los palacios de Teotihuacán he visto figuras de belleza semejante y de
geométrica hermosura y ahora ya nada puedo decir y quizá ya nunca —en el tiempo o fuera del
tiempo— podré decirlo: entre los vivos y entre los muertos solo hay silencio y en él debemos
descansar aún que ignoremos cómo podríamos acallar el horrible bramido de este silencio y el
fragor atónito con el que intentamos protegernos de él
tanta y tantas veces, cerca del Bosque, desde dos lugares diferentes, había visto una versión,
reducida, en especial la segunda parte, de la obra maestra, una de tantas, de Fritz Lang: la terrible
venganza de Kriemhild aparecía ante mis atemorizados ojos como la sugerencia de un camino que
realizar: ahora con el paso de los años puedo ver una versión completa de la obra y su bárbara
grandeza y para mí es aun mas atemorizadora por la conciencia que tengo de la geométrica
perfección en la estructura de su terror: tantas y tantas veces sólo la vertical imagen de un
personaje, una de las reinas, los pasillos del palacio del hermano de Kriemhild, la visión nocturna,
lunar, del palacio de la corte burgunda en Worms donde depositarán el cadáver de Siegfried, o
alguna habitación en el Palacio de Atila, la simétrica perfección de su verticalidad dan a las atroces
escenas y la lenta evolución del personaje de Kriemhild, de una dulce y triste princesa a la furiosa
vengadora que destruirá a todos sus familiares y a sí misma, una fuerza incomparable: y la geometría
de sus ángulos, exactos y precisos, los cubos de sus torres (que poco después, en Metrópolis,
vendrán a ser premonición, tal como Los Nibelungos, del final de todas las cosas), la dialéctica,
422
vertical y precisa del blanco y negro, las soberbias imágenes de Carl Hoffmann, confiere a esta
obra , desde la forja de sus inicios donde el joven Siegfried obtiene su espada –sin que jamás surja el
elemento trascendente como guía o condición, predestinación del futuro –, hasta la humeante
destrucción final, una fuerza, una angustia únicas en la historia del cine: sabemos todo lo que
sucederá (he visto el film, como Metrópolis, innumerables veces en la versión reducida y, después,
en su actual versión), creemos conocer los gestos de los protagonistas, pero siempre es diferente su
forma de surgir ante nosotros y la belleza amenazadora de sus imágenes en la pantalla: y el rostro de
Margarete Schön evoluciona, se ensombrece más y más, pierde cualquier calidad humana —aunque
no siempre— para venir a ser una especie de esfinge petrificada por el odio y la resignación:
Siegfried jamás retornará...
he intentado poder ver el Bosque del Grial desde otros ángulos, desde algún otro lugar,
desde el pueblo, desde la ventana de la casa, desde lo lejos de la carretera, pero siempre veo en él
la misma imagen y sea cual sea el costado al que me acerque su aspecto, su forma, las figuras de los
árboles son siempre los mismos; no es el bosque el que está frente a mí, quizá son mis ojos los que se
reflejan en sus árboles y ven en ellos siempre el mismo bosque y en él han consagrado la entrada,
para mi, imposible de cruzar, del camino que, mezclando el espacio de la espesura con el tiempo
con que los hombres saben pacientemente esperar, haciendo de ellos una sola cosa... Cuando los
Grandes Hombres eran Niños... Mozart se interesaba por las matemáticas... y los otros, todos ellos
¿sabían sufrir, con resignación o con desespero, el dolor, este consuelo que es el dolor —aunque
esto sólo he sabido y podido conocer años más tarde—?
entonces no sabía que el dolor es un consuelo cuyas virtudes, cuyo bálsamo, si usamos esta
palabra ya de otros tiempos— son superiores a cualquier otro consuelo: en la angustia de la espera
se halla la protección de una herida que pronto puede llegar y en el silencio de lo ya inevitable, de
aquello que no puede retrocederse, se oculta una mano triste y tranquila que nos habla con
suavidad y nos acaricia con la dulzura de aquellas cosas que ya están dentro de nosotros y que
siempre lo han estado pero esperaban poderse manifestar
están dentro de nosotros pero también estoy dentro de las cosas del mundo, me agito con
dificultad entre el barro, las piedras metálicas y la tierra dura de lo más profundo y asciendo por
laderas de volcanes de extraños nombres que tanto me llenaban de emoción en los años en que
todo era nuevo, por la violencia de las imágenes, la belleza de sus formas o por los perfumes que de
ellas sabía imaginar: entro en lo más profundo de ríos casi sin agua o soy llevado por la fuerza de
enormes cataratas, y en todo y en todos siento el abrazo de lo viviente que hay en todos los objetos
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y lo inacabable del mundo que en ellos reside: los grandes cetáceos son guaridas en las que
esconderme y en los tigres de hermosas garras y piel maravillosa me obligan a entrar en las selvas
que nunca me atrevería a recorrer; y en ellas se esconden raros animales que me observan con
mirada pasiva e inerte o estatuas de civilizaciones que ya desaparecieron y que mantienen, en las
raíces que las substentan, la forma de sus sonrisas y la beatitud helada de sus pagodas: en ellas me
divinizo y descanso en sus manos plegadas en eterna oración; no hay mares que no recorra y bocas
que no haya besado: no hay cuerpos que no llegue a descuartizar y descomponer o cantos de niños
en sus aldeas en los que no mezca mi cuerpo y no acompañe con mi voz silenciosa
¿por qué nunca contestan a mis preguntas si estoy dentro de sus labios, por qué sólo hablan
entre sí y nunca aparentan dirigirse hacia mí imitando la conversación en la que pueden dialogar
dos cadáveres que han recubierto algún ser que pudo ser vivo...; por qué en mis sueños nunca nadie
me habla y de sus ámbitos sólo creo poder oír el zumbido de amargos y peligrosos insectos ?
y de sus risas, que el alcohol aumenta y deforma, surge una figura fúnebre y serena, la de
todos los hombres que en ellos han sido y las de todos los seres que en ellos se dispersaron y en sus
vientres llegaron a morir: de la vida y su aliento emana un viento de muerte pero de los campos de
trigos que las nubes colorean de azules verdosos, nacen, atraídos de lo más profundo, otros
alimentos y otras eucaristías: en mi camino, del que no conozco comienzo ni imagino el final, se
abren puertas siempre nuevas que permiten descubrir otras puertas y estas avenidas, reflejo de los
espejos en los que soñamos, nunca nos dejan ver su final:
y recordaba, mientras miraba, casi sin poder ver nada por la deformación, distorsión que la
niebla del invierno derrama y difunde, como un líquido del que casi no nos damos cuenta de las
imágenes que el fijar sin punto alguno en el que descansar la vista produce, palabras de gentes que
creí habían llegado a hablarme y a decir algo que en mi corazón podría entrar pero que, un día, sólo
un día más tarde, ya perdían su sentido y se convertían en ruidos en los que, extrañado, intentaba
encontrar alguna cosa que fuese humana o que pudiese creer lo era
el diez y nueve de mayo de mil doscientos setenta, se hizo abrir las venas y murió en La
Meca, “por su deseo de unirse a Dios”. Ibn Sab´în, nacido en Murcia, a comienzos del siglo XIII
(614/1217-1218): pocos habrán tenido un deseo tan extremo de llegar hasta Aquel que nunca
contesta ¿no deberíamos todos hacer lo mismo? ¿Es un deseo extremo o debería ser un deseo
lógico? Buscamos, así lo dicen, siempre debemos buscar. Debemos buscar a Dios y el único camino
fácil y directo que tenemos nos produce terror y miedo; está detrás de la puerta, pero no nos
atrevemos a abrirla, a hacer todo aquello que tiene que ser hecho para que esta se abra; dicen que
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está prohibido--¿por quién?—pero somos nosotros quienes debemos, con nuestros actos y nuestra
voluntad declarar si es debido o no el hacerlo. Así lo pensaba, sin atreverme ni tan sólo a imaginar,
que algún día pudiese emprender el camino fácil.... quizá por esto Él dijo “... muchos son los que
siguen el camino fácil y la puerta ancha. Esforzaos en seguir el camino estrecho y la puerta
estrecha...”; pero este camino tampoco es fácil y la montaña negra, la inmensa pared sin límites en
su obscuridad, se levanta ante nosotros y nos impide el tránsito, hace difícil, muy difícil el inicio del
camino...
Pero el ansia de la espera, el sufrimiento del amante, que espera y en el dolor de la espera,
del no poder ver, ya encuentra una visión distinta, quizá trascendiendo la mirada de una vista a otra
vista, nos entrega esta ansia, que hace que, al fin, obliga casi, o quizá obliga del todo, a no desear, a
no querer la visión, la presencia del Amado, es la que debe evitar, debe prohibirnos este abrir las
venas que a Él nos llevarían: la sangre que de nosotros huye abre caminos intransitables y que quizá
no deben ser hollados. O quizá los abre pero su Voluntad está en la espera, no en el camino fácil a
través de amplias puertas
Su nombre es Tristeza: esta es la raíz de su Nombre, del primero de sus Nombres y los
hombres, algún hombre, unos por o menos, ha abierto sus venas, ha dejado que la sangre mane de
su cuerpo, para así poderse acercar, aún más, más y más, a Él; pero no me atrevo, nunca me atrevería
ni menos en aquellos momentos pensaba en poderlo hacer: el deseo se abría en tantos caminos, en
tantas miradas que en los cielos ansiaba la luz y su cambio siempre constante, en la lluvia deseaba
saber el camino que seguían las gotas, una por una tal como, en las olas que descansaban en la
playa, quería saber cuantas habían llegado aquella mañana, aquel día, aquella semana, y en los años
y siglos, cuantas veces venían a la orilla y regresaban sin mensaje alguno: en las flores buscaba los
colores que en ellas se abrían y en las voces de los hombres las manos que podrían acariciarme: pero
los hombres huían tan leves como la niebla que alguna vez se diluía y dejaba ver el paisaje que se
escondía bajo la tempestad y en sus ojos, huidizos y torpes, pocas veces podía ver alguna mirada
que fuese humana: en algunos de los animales que llegué a encontrar, sintiendo el calor de su
cuerpo junto a mi, sólo en alguno, pude ver la pasión de una mirada que calla lo que nos dice para
poder esconder, con más suavidad y dulzura, aquello que nos quiere entregar y confiar y aquello,
que, en lo más escondido de sus silencios, nos quiere conceder –colmado su dolor-- con el sonido
del canto de aquello que casi nunca llegamos a conocer en toda nuestra vida
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y sólo en alguna de aquellas personas que a mi alrededor vivían y en mi confiaban, pude
escuchar el canto de una vida, iniciada en eras que no sabía imaginar y que se agotaría, entonces no
sabía cuando, pero que llevaba, como maravilloso regalo, un inmenso ramo como de flores amplias,
coloreadas de hermosas tonalidades, que se abrían con el habla y se manifestaban con el pensar
que al hombre le es tan difícil y duro en su expresión y que, en él, casi siempre se pierde en su
tosquedad tal como rueda una piedra por la montaña, empujada por el viento si es que este es
fuerte, pero siempre cae y se mueve sin que su camino marque señal alguna y sin que sepa qué es lo
que la mueve y qué voluntad hay que la empuje
temía las montañas y en ellas sentía un extraño ahogo, por la opresión de sus sombras y el
temor de perderme en ellas; en los bosques abiertos al cielo azul de un verano inacabable podía
encontrar la Capilla maravillosa de un Cáliz que sólo a unos pocos es dado poder ver, pero en las
altas montañas, en los caminos que de ellas transcurren y de ellas descienden, el temor era glacial y
tenía que clavar mis dedos en las manos para poder intentar dominarme: casi no podía hablar o
quizá hablaba para tratar de esconder el miedo que sentía
el mar se abría como un camino celestial sin laderas ni horizontes: no temía sus oleajes y en
sus grandes tempestades, en aquel entonces, sólo podía ver e imaginar el choque del agua contra
las paredes de mágicos Castillos que en el mar estaban y allí acogían a los Genios alados que
transportaban diamantes y esmeraldas, joyas maravillosas de resplandecientes luces que en los
Castillos se escondían; el miedo era sólo admiración
los mares y sus Castillos, las joyas que resplandecían en obscuras habitaciones escondidas en
bosques inaccesibles y donde sólo se podía acceder con la ayuda de Genios de brazos recubiertos
de brazaletes labrados con arte extremo, eran unos de los lugares en los que podía esconderme,
tratando de ignorar aquello que era demasiado visible pero que mi inocencia hacía casi inexistente:
eran los ladrones que accedían a la Cueva, que se abría con mágicas palabras, o era el Jardín, que
será siempre un deseo jamás consumado, en el que Bella paseará con la Bestia, en apariencia no
muy atrayente pero refinada, elegante y serena en su tristeza o aquel otro Palacio, de diferente
arquitectura pero igualmente mágico, en el que los candelabros que lo iluminen serán portados por
426
brazos de seres encantados y del que, al anochecer, creía oír lejanos sones de clavicordios muy
dulces o portativos de sonoridad casi religiosa, incluso en lo profano de sus músicas en las que creía
reconocer las delicadas —y tan sabias, aunque esto sólo lo sabré años más tarde— piezas de
Couperin o incluso del severo Sebastián Bach
resonaban sus músicas lejanas en el corredor de mi imaginación, real como sólo puede serlo
aquello que es, en verdad, fruto del amor con el que lo contemplamos, tal como, asimismo, un
hecho horrible es inexistente, carece de forma, si lo contemplamos con el odio que nos produce y
por el desprecio con el que lo juzgamos
así algunas veces me atrevía, siempre acompañado y, años más tarde ya solo, a bajar a los
subterráneos, enormes y polvorientos de la casa: necesitaba una llave para abrir la puerta que
iniciaba el camino, por una estrecha escalerilla: a la derecha una ventana al pozo, que me parecía
enorme, sin fondo y al que nunca me atreví mirar directamente; podía seguir bajando y ante mi se
abría el sótano, lleno de telarañas y sucio de un extraño polvo que descubrí eran aún los restos del
paso de los ocupantes, los que allí estuvieron, invadiendo la casa y lo usaron para guardar horribles
documentos de asociaciones de la que no se debía hablar y, en la prisión, pues allí había aún la
prisión, debieron encerrar y sufrir quienes no eran de sus bandos o de sus simpatías. Había una
mirilla, con una reja y una malla de metal que hacía difícil mirar pero permitía, con dificultad, ver
qué ocurría en su interior; y al costado de la prisión, se abría otra puerta, siempre cerrada por una
reja, negra y atroz en su misterio pues pensaba que quizá allí estaba alguien enterrado o era un
camino para alguna ignota morada: era un túnel que jamás recorrí y al que nunca me atreví a pedir
las llaves si es que aún existían: nunca pude saber a dónde conducía y si es que, al otro costado, al
final de su camino, se abría alguna salida o si allí estaba alguien muerto, enterrado en la pared o
disuelto por la humedad y el tiempo, entre las losas o las piedras —nunca supe por quién habían
sido colocadas— que recubrían el pasadizo
427
acusador con sólo su presencia por lo que asentí, finalmente, a su destrucción aunque sabía que
hacíamos mal pues no se debe destruir una estatua antigua y así la imaginaba; seguramente lo
quemaron; había también los trozos de una jardinera, de un material, verde, como de mármol
verde, translúcido, con figuras de dragones en sus costados y que aún pude salvar custodiándolo
como si en una atroz excavación en los restos de una guerra particular, familiar, sólo se hubiese
podido conservar este raro jarrón: pero el extraño lugar se abría hacia distintos y raros caminos que
comunicaba entre sí por puertas medio cerradas, difíciles de abrir o sólo por marcos de madera y
rejillas agujereadas como si allí hubiesen vivido gatos vigilantes o algún otro animal más de temer;
me pierdo entre los corredores o las puertas que se abren hacia lugares que acabo de dejar y a los
que regreso sin saber cómo salir aunque bien sé que no es tan complicado y seguro que podré, con
la angustia de siempre, salir y subir las escaleras y pasar al costado de la ventana al pozo de aguas
que imaginaba sucias de polvo y quizá ratas, quizá arañas, muertas años ha y que hacían sus aguas
inútiles, imposibles de beber
bajaba los escalones muy poco a poco, tratando de escuchar cualquier sonido extraño y
pensando si, en el suelo, de losas ya muy gastadas, no estaría guardada la tumba de algún personaje
antiguo y muy importante y cuyo descubrimiento sería de un gran valor para la ciencia o el arte;
pero en el recinto, enorme y helado, se oía únicamente un lejano correr del agua y extraños crujidos
que no se podían atribuir a cosa alguna pero que no por ello dejaban de resonar con una temerosa
insistencia: podía haber ratones pero esto no me causaba miedo alguno porque sabía que no eran
ellos quienes se movían ni eran ellos los que de alguna manera podrían llegar a atacarme: nunca
llegué a saber quiénes eran o qué era lo que se agitaba, sinuoso, rápido, sin posibilidad de ser visto,
por detrás de los enormes montones de leña o de las conservas y potes de confituras, guardadas en
otro pequeño cuarto que se abría cerca del pozo
a menudo, en el piso bajo, en la especie de estrecho corredor donde estaba el piano, con su
pianola, el mueble con algunas partituras que casi no comprendía, y los rollos de la pianola, la
banqueta del piano, diversas sillas, el teléfono y los dos cuadros de finales de siglo (una niña
cantando y santa Cecilia frente a un teclado, cuadros como realizados en una especie de pasta de
color claro y con marcos de formas extrañas, como si expresaran con sus curvas y los arabescos de
sus imágenes el espíritu del Ver Sacrum o del Jugendstil), oía, lejano, como la vaga resonancia de
un rumor, el agua en el pozo, a través de una pequeña ventana, casi encima del piano: oía siempre
el agua pero desde abajo nunca me llegaba ruido alguno que hiciera recordar aquellos que tan
fácilmente —y con tanta suavidad— podía oír en los subterráneos: siempre que se hablaba de bajar
allí —no muy a menudo— se empleaba la palabra en singular pero ahora pienso que eran varios los
espacios que daban forma al sótano y que los lugares que venían determinados por lo que en ellos
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se guardaba le daban un carácter plural , muy diferenciado, distinto en cada una de sus habitaciones
o lugares: dormía arriba, dos pisos más arriba pero en lo más hondo de la casa, como fundamento de
todo lo que la substentaba y de la vida de sus habitantes, el subterráneo seguía presente y seguía,
incesante, su vida fugitiva: mis temores iban hacia lo alto, hacia las pisadas que por la noche furtivas
pasaban sobre mi lecho; pero no podía ignorar que abajo, creía que muy abajo, el subterráneo
negro, cerradas sus puertas y, en especial, la puerta con barrotes del túnel que no conducía a
ninguna parte, estaba como algo viviente, apertura hacia algo que nunca se debió ver y que en la
firmeza de su presencia estaba también moviéndose con una pulsación vaga y muy dulce, dulce en
su perversidad, como algo eréctil que nunca podrá agitarse y surgir de las losas que siempre lo
encerrarán y del que siempre estaré protegido por las llaves, puertas y escaleras que lo podrán
contener
y las aguas seguirán manando infiltrándose en aquellas tumbas antiguas que allí debían estar
y que ya jamás, ahora ya jamás, serán descubiertas
El jarro estaba, no a una gran distancia, muy cerca, muy cerca, pero no lo suficiente para que
pudiese alcanzarlo; hacían ya años que había muerto, lo intentó alargando la mano tanto como
pudo pero siempre el jarrón con el agua estaba demasiado lejos: y los barrotes de la prisión eran
fuertes, muy fuertes y nunca pudo doblegarlos: el agua estaba allí, a su vista, pero jamás pudo llegar
a tocarla. Y aunque hubiese llegado a tocar el vaso ¿cómo poder asirlo? ¿cómo acercarlo para que
pudiese beber en él sin derramar su contenido, si es que dentro había algo? ¿cómo asirlo con las
dos manos y traerlo cerca. lo suficientemente cerca para poder beber sin que se rompiera o cayera
el agua?
¿Cuántos años hacía que ya no había agua en el vaso? Pero también él había muerto hacía
muchos años y murió por tener piedad y ahora ya era indiferente que el jarrón estuviese lleno del
agua de alguna lluvia improbable o alguna extraña humedad que habría podido salvarlo... pero su
cuerpo eran sólo huesos y un cráneo con la boca que parecía abierta por una súplica inútil
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Recordaba como la reina preparaba su cambio, de mujer con aspecto odioso y real a una
maligna vieja, maligna por sus palabras e intenciones y vieja por el espíritu que en ella habitaba: y
esto lo conseguía en los sótanos del castillo: allí el vino de su ofrenda venía a ser un brebaje, mortal
para la Princesa inocente, pues con él podría cambiar su aspecto y engañarla con su nueva
presencia: en el gran Cáliz que ofrecía en horrible consagración a los relámpagos feroces de la
noche el líquido podría concederle aquello que ella quería: el cambio de su figura de apariencia
perversa pero enmascarada por la realeza de su cargo a una maldad evidente y ya decrépita,
imposible de sobrevivir a ella: sólo los buitres podrían consumirla...; a su paso, frente a los restos
del antiguo Cazador real, destruía el jarrón y de su interior salía, atemorizada, una rata, o una
araña. Su horrible risa resonaba aún en el río donde ya iba empujando el bote, lejos del Castillo... su
intención era terrible pero, a lo lejos, en lo alto de una lejana montaña tres buitres estaban
esperando con la paciencia que sólo el mal sabe tener...
Mientras tocaba el piano, la pianola, en realidad —aunque también trataba de buscar, con más o
menos intención o conciencia, algún sonido, alguna sucesión de algo melódico, que tuviera sentido
tecleando en el bello sonido que se conservaba casi intacto después de tantos y tantos sucesos—
iba imaginando cómo debía ser el camino, qué cosas debían saberse para llegar a escribir,
componer, tal como decían, músicas parecidas a aquellas que allí trataba de interpretar, Chopin,
Wagner, Dukas, Beethoven...; en una enorme y complicada enciclopedia pude ir tanteando, al saltar
de una palabra a otra, algo de las bases que se necesitaban, así lo suponía, para poder dominar la
escritura de aquella enorme cantidad de signos y notas precisas para poder componer algo con
algún sentido; pero no era fácil: de una palabra que no era muy clara en su significado saltaba a otra
aún peor por lo oscuro de sus intenciones y porque en muchas de ellas ya se daba por sentado que el
lector sabía, en realidad, aquello que estaba consultando; de unos signos a los que no veía la
utilidad iba camino de otros que me parecían aún más inútiles. El aprendizaje se hacía más duro
porque no podía comentar con nadie qué es lo que buscaba y que es lo que trataba de hacer mío
con la suma de unos raros conocimientos muchos de los cuales me parecían innecesarios y muchos
otros incomprensibles
¿Por qué la obra de Dukas se llamaba L´apprenti sorcier? Pero en aquel entonces no sabía de qué
aprendiz se trataba ni conocía aún a Goethe. Ya había leído algo sobre la ópera Parsifal y sobre la
escena, en el segundo acto, de las Niñas Flores. Pero a Goethe sólo lo encontraría algo más tarde al
saber de la leyenda de Fausto y unos versos maravillosos que aparecían en la página 3 de un libro
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que me regalaron como premio, supongo, a alguna buena nota —muy escasas, por cierto— en el
colegio:
Y debajo de los versos, como explicación decía al texto: “ El Genio del Universo, en el Fausto,
de Goethe ”. Y arriba, por sobre el poema, un dibujo, más o menos afortunado, reproducía el fresco
de la creación del sol y la luna en el techo de la Capilla Sixtina. Pero pasarían muchos años para que
escribiera música a esta escena y pusiera notas —me atreviera a ello— en la voz del Espíritu de la
Tierra, el Erdgeistes y menos, en aquellos momentos, no podía pararme a pensar porque Goethe lo
denomina Espíritu de la Tierra mientras que en mi libro su nombre era El Genio del Universo...; y el
libro continuaba: “ Una ojeada al infinito...” ¿cómo se puede echar una mirada —¿rápida o lenta?—
al infinito? ¿Se puede mirar al infinito?...; y en la cubierta del libro, publicado sin fecha de edición,
una pequeña lámina en color de Saturno, con sus anillos inclinados y un cometa, a la izquierda,
acompañándolo en su viaje “por el infinito”, me insinuaba que había algo más que mi casa, mi tierra,
aquello que podía ver o quizá, de alguna manera, tocar; ... y en el libro ya había comentarios y
fotografías de nebulosas en espiral y, en la página 562, llegaba a decirse: “ Así, pues, ¡el Universo
visible para nosotros se dilata con inconcebible velocidad de explosión! ...
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nuevos y siempre portadores de algún gesto que se repetía constante y que era como el anuncio de
que alguna cosa siempre estaría a mi lado y algo me acompañaría en un peregrinaje que ya sabía
era inacabable en el perpetuo golpear de su oleaje
Seguía haciendo sonar, tañendo con mi peculiar manera de hacer música, la pianola y
preguntándole, una y otra vez, qué cosa era ser aprendiz de brujo y qué debía ser brujo; ya he
podido ver a una bruja, vestida de capucha negra, desdentada y de horribles manos, garras afiladas
que no eran humanas, pero ¿esto era el modelo que el aprendiz trataba de copiar y comprender? ¿o
habían otros modelos?
pues la música de Dukas no parecía adecuada para ser el halo sonoro que envolvería la bruja
que está persiguiendo a la princesa inocente y consigue finalmente matarla —así lo pensaba el
primer día— con una manzana de hermosa apariencia: y si aquella experiencia de aprendizaje era
tan compleja —y la música tan violenta como en aquel entonces sonaba a mis oídos— sin duda el
aprendizaje debía ser cosa harto difícil y también camino harto duro de recorrer
iba muchos días a ver la Fábrica y, subiendo calle arriba, pasaba frente a una casa que debía
ser de gente importante, en la tribuna, muchas veces veía una figura de mujer ya mayor que, casi sin
moverse, observaba el paso, quizá de los hombres o simplemente de la tarde; pero poco más arriba,
a la derecha, a nivel de la calle, detrás de una puerta, en realidad una especie de ventana a la calle,
trabajaban dos mujeres en sus confecciones, la una frente a la otra a ambos lados de una amplia
mesa o aparador; hacían arreglos de ropas muy sencillas, remiendos o en labores que ignoraba cual
era su utilidad y aún no comprendo cómo los manejaban, siempre a mano, con las agujas y el dedal
puesto; ambas eran hermanas, solteras, solas y de miradas amables y discretas: siempre saludaban y
ante sus miradas me inclinaba con alegría: una era mucho mayor que la otra, quizá algo más gruesa
que la otra que, realmente, estaba muy delgada —con moño— pero las dos se complementaban
como algo natural que no debía ser separado ni dividido nunca; y la luz, el interior de la habitación,
era como amarillenta pero cuidadosa en su forma y lo poco intenso de su color no era desagradable
ni había miseria alguna en la dignidad, en la cauta y serena pausa, de sus movimientos en su trabajo
ni en cómo recibían a los clientes —siempre mujeres— que iban a llevarles ropas que arreglar
¿quién sabe qué es la santidad? ¿Dirigentes de inmensos imperios que sangran por la
crueldad de aquellos Enviados que los rigen y que con la espada abren caminos, humeantes de
avaricia y muerte, a lo que ellos denominan la obra de dios? ¿o el canto de cada día, viviendo una
vida que se agota en la bondad del quehacer de la mañana y la tarde y que jamás ha recubierto de
sangre ninguna ofrenda al dios de la resignada serenidad ante el mal de algunos hombres y la
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indiferencia de tantos otros: y una horrible guerra entre horribles hermanos se había cerrado, con
atroz final, hacia muy poco mientras que otra y otras proseguían lejos, muy lejos, aunque muy cerca
por el mal que nos mostraban y por aquello que anunciaban para un muy cercano futuro
sonaban himnos de discordes voces en las ramblas y banderas rojas y manchadas de sangre,
teñida en la tela aún antes de que los hombres las ensuciasen con sus crímenes, colgaban de tantos
y tantos balcones: eran los signos, que no cesan y aún ondean en vientos de orgullo y desprecio, que
anunciaban el paso de antiguos y horribles Caballeros, montados en caballos que aún cabalgan y
envueltos con cánticos de músicas que sólo la impotencia del mal y el odio sabe escribir: y las
grandes Custodias, deslumbrantes de oro y brillantes de joyas y esmaltes, bendecían (levantadas al
sol de cielos azules aunque los ojos de tantas personas y tantos prisioneros los vieran sucios de
sangres ya derramadas hacia años o sucios de barros y lodo en el que ellos gustaban mojar sus
manos) las procesiones de gentes atribuladas y asustadas o los horribles sermones expiatorios con
los que el terror —entonces aún muy sencillo en su expresión y manera de sembrar— se derramaba
sobre los súbitos
pero en un libro que fue y sigue siendo, a pesar de los años que no lo he vuelto a leer y que,
en tantas y tantas cosas surgió y actuó para mi como una especie de catecismo, había leído, en sus
últimas líneas”...un poeta, un pintor y uno que era excelso en todas las artes. ¿Acaso puede
igualarles un general o un estadista? No, tan sólo el arte es el exponente del florecimiento de los
pueblos.” Mi libro se refería, tal como lo situaba su título Miguel Ángel y su tiempo (1475—1564),
a un poeta, Dante, a un pintor, Rafael y a alguien que fue y es un referente tan fascinante (referente
natural y normal y que consideraba lógico y que no debía discutirse ni tan sólo nombrarse), tan
absoluto en su actuar como la cobra que, a pesar de su vejez y aunque quizá ya no pueda destilar
veneno, seguía amenazadora, años tras años, con su forma de operar y con sus ojos, quizá asimismo
cansados, seguía aquel imperativo que, no podía, de manera alguna, ser desoído pues todo lo que
debía suceder venía a ser con sólo su presencia; el libro, de oscuras cubiertas azuladas, se había
publicado en mil novecientos cuarenta y tres. Su autor era alemán: ¿es por esta razón que la censura
dejó pasar estas frases finales?
Porque nada más cruel podía decirse en aquellos momentos sobre los salvadores de la
cultura occidental y sus cruzadas: el arte, para ellos, no tenía sentido alguno y esto no lo sabía ni
podía entonces darme cuenta, pero sí que sabía que, para mi circunstancia y mi vida, la manera de
actuar de Miguel Ángel, sus sentimientos y convicciones, para el florecimiento de su pueblo, y, lo
que es más importante, para seguir los dictados de su conciencia —lo que en aquel momento no era
determinante pues no tenía conocimiento de ello— o el imperativo categórico que aún
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desconocía, esto era el modelo esencial y lo que debería seguir, de forma natural, biológica, física,
para llevar y construir mi vida, desde mis primeras lecturas del libro (lejos de mi pueblo, en un
rápido viaje, en una hermosa ciudad al norte, al costado del mar), fuese la que fuese y durara lo que
durara y hacerla consecuente con la idea y el ejemplo que él me daba con sus trabajos y sus
inevitables —y necesarios— sufrimientos
Su vida comenzaba y acababa con dolor, dolor muy evidente y del que, desde que se iniciaba
el texto hasta el final, no cesaba de manar, fúlgido de esplendorosos resultados y obras maravillosas
pero con las obscuras y opacas luces de la pregunta interior y el interrogante de por qué tenía que
suceder de aquella manera y no de otra más fácil y, en apariencia, más útil para los trabajos
resultantes: la segunda lámina del libro era una reproducción, muy sencilla en el grabado, de la
Pietà de San Pedro pero el grupo hermosísimo de Milán no aparece reproducido: la ultima lámina es
una fotografía de la cúpula de San Pedro... hay ciertas alusiones a que Miguel Ángel era poeta y esto
debía averiguarlo... pero ciertos aspectos de su obra (la dureza y abstracción maravillosas de sus
obras finales) e, incluso de su vida —cosa que, en aquel entonces, tampoco me parecía demasiado
importante—, estaban eliminados de mi libro; pero aunque no pude leer sus poesías —pasarían
años antes de que accediera a ellas— la manera de trabajar y aceptar su trabajo y lo que este
significaba para él, fue decisiva, aunque sin conciencia de lo que ante mi se estaba desarrollando y
sin poder imaginar o suponer lo que podría llegar a significar en los años siguientes
La lectura de lo que había sucedido años, algunos siglos atrás, marcaba unas sendas tan
sencillas y naturales que nunca se planteó la duda sobre si eran ciertas y reales (estas lecturas u otras
parecidas) o si es que podían existir otras posibilidades y mejores futuros: preguntaba a través de las
vidas de aquellos que creía eran y habían sido importantes y básicos en sus trabajos y en lo que nos
legaron, preguntaba y a través de ellos esperaba una respuesta; pero la pregunta ¿ qué es lo que
quiero? el silencio ya la contestaba sólo con la esperanza de las respuestas pues si inquiría e insistía
en mis preguntas es porque el camino que debían señalar las respuestas ya estaba casi descrito y
marcado, incluso con detalles mínimos: no supe entonces, aunque pronto llegué a descubrirlo, que
el silencio retumba ferozmente en los ángulos de la memoria, y emerge silbando atroz entre las
murallas que la espera de años y años, en tiempos de carencia, se levantan a nuestro alrededor y que
creemos son invencibles, imposible de superar sus torres, aunque el reptil sin forma alguna, sin
imagen alguna, las colorea de raros colores que tiñen el tiempo de la espera y nos hacen
preguntarnos aún con voz más queda qué es lo que parece gritar con raro aullido en lo más lejano
Preguntaba a las vidas de los hombres que ya fueron pero, a través de sus pasiones —
sangrientas y siempre de dolor extremos, resignado u orgulloso --- me iba acercando a Aquel que
434
iniciaba sus caminos, los de todos y, finalmente, recogía lo que había sembrado en campos de
huesos que huesos volvían a ser
Preguntaba pero ignoraba que Él nunca puede contestar porque nunca habla: todo son
bocas, todas las cosas son sus bocas. Pero esto era el final, final que es asimismo otro comienzo, de
un camino largo y pleno de sombras: y estas mismas sombras son las que reptan y se configuran por
el duro golpear del cincel en la Pietà de Milán: allí las dos figuras son una especie de andrógino de
mármol metalizado por la frialdad de las formas y las complejas----------------------------------------
Todas las cosas son sus bocas ¿cómo debía escucharlas? y, ahora pienso, ¿cómo situar el
lugar donde se abren estas bocas?
¿Hablan o sólo devoran? Y si hablan, ¿dicen algo que no sea una llamada para ser apresados
por esta Araña divina —paloma celestial, si se quiere— pero con el pico, las fauces infinitas,
arrancando de sí mismos a los hombres y atrayéndolos hacia allí de donde salieron, incontables evos
quizá?
Años más tarde aquella mujer contemplará a su hijo, uno de tantos, uno de tantos hijos que
son, será ahora y son ahora, son, están, contemplados por sus madres, hijos ya muertos y heridos
horriblemente, destruidos por la ambición y la malignidad de los hombres, de algunos hombres,
entonces un Imperio y ahora otros Imperios, otro Imperio: todos matan y llegando a sus brazos,
saliendo de entre las ruinas y escombros de todos los restos de sus Imperios, son cadáveres llorados
por madres atemorizadas y plenas de odio a aquellos que siguen matando, siempre en el nombre de
sus ambiciones que son siempre la extensión del nombre de Dios y la invocación del mismo Dios,
presente en sus muertes y asesinado, asimismo destrozado por su ferocidad
435
Pero su silencio también es atemorizante: una especie de abismo, lluvioso, de resplandores
en las baldosas que atravieso en mi camino, abismo que debe abrirse en algún sitio que está dentro
de mí y al que debo descender, al que ya he descendido, quizá, y en el que mirando, nada puedo ver
y emocionado por los colores de flores maravillosas, sólo, como un ciego, veo fugaces espejos de
desolación sin perfume y sonidos sin rojo alguno, sin verdes ni azules que los definan; es un silencio
que sólo podría sentir desde el otro lado, fuera de mí, pero que, precisamente por ello, jamás podré
atisbar; sigo caminando en estas mañanas de frío y lluvias, no muy fuertes, pero que hacen difícil
mirar en los lugares donde podrían haber libros, láminas y cuadros...
Y en este camino voy mirando a aquellos que frente a mi, a mi costado o incluso detrás mío,
también caminan, escondidos en sus paraguas o pareciendo indiferentes por la lluvia; y en ninguno
de ellos veo nada humano ni signo de afabilidad o aquella serenidad que parece debería tener
aquel que, mientras camina, piensa o recuerda lo que, para su vida y su trabajo, debió significar el
paso de los años, lo hombres que estuvieron a su alrededor y también, aquellos que ya
desaparecieron pero de alguna forma, aunque sea mate y difusa, permanecen en el recuerdo: todos
parecen haber estado solos en su vivir y solos deberán descender al extraño abismo que son ellos
mismos y en sus rostros ningún movimiento ni rictus endurecen su cara ni en el movimiento de sus
manos veo ansia alguna de intentar detener aquellos momentos que, seguramente, tampoco
supieron apreciar y de los que ya nunca sabrán que existieron
¿cuántos habrán borrado las imágenes de todos lo que en su cercanía vivieron y también
olvidaron? ¿la vida, la vida con los hombres es, pues, un ir olvidando? Olvidamos porque al mirar
atrás, muchos, muchos de nosotros, sólo vemos nuestras figuras y nos vemos como sombras camino
de otros olvidos y otros hombres que también nos dejarán: así nos devoramos mutuamente y entre
todos corroemos nuestras imágenes para que nadie pueda conseguir algo más que un leve resto; y
el olvido es una defensa, una inútil defensa que interponemos, sin ser conscientes de ello, entre un
pasado que son sólo sombras cada día más disueltas deformadas en las aguas del tiempo y un
temeroso presente que se disuelve en el incesante futuro que aún atemoriza más ya que se escapa a
nuestra invocación: “...¡detente, eres tan bello...¡” y nada nos dice de aquello que se acerca, atroz y
amenazante, sin palabras con las que podamos evitarlo...
y este corredor, obscuro y solemne en su silencio, que nos conduce, camino único y solitario,
a nuestra soledad final ¿era subterráneo al que poder descender y, asimismo, aunque con terrible
dificultad, retroceder, o los hombres, con sus ansias y sus temores, nos retendrían con sus garras
poco fuertes pero certeras y nos impedirían retornar? ¿o seríamos nosotros, somos nosotros, los que
no queremos retornar?
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Camino de otros olvidos y camino de un mar de abismos sin límites ni finales que podamos
ver; allí es donde nos llamas y desde allí nos atraes pero a menudo pensaba si no eres Tú quien se
hunde en el abismo de los hombres y allí es donde hallas tu naufragio en los mares de aquellos que
te llaman y a los que no sabes o no puedes, o no quieres, contestar
¿en qué abismo perderemos nuestras vidas, las vidas de nuestras conciencias y de nuestras
preguntas y en qué abismo perderás Tú tus Nombres, aquello que Tú eres para Ti mismo y en lo que
Tú a Ti mismo te hablas?
Leía en ciertos textos que, en lo más profundo, anida la Deidad, allí donde Dios pierde sus
Nombres y viene a ser no creador, no persona, no ser, tiniebla sin ser ni forma, trascendiendo
cualquier Nombre y cualquier denominación, inerte abismo más allá de cualquier abismo: ¿ allí es
dónde engulle a todas sus criaturas o allí es dónde quizá es engullido por éstas aunque su
trascendencia lo aleje infinitamente de cualquier contacto y aunque esté, por alguna inimaginable
razón, más allá de cualquier razón, más próximo a los seres, vivos o muertos (conscientes de su
consciencia o no) y a aquello que de Él ha surgido y de Él se ha creado que la sangre que corre
incesante por la vena yugular de los hombres?
El incienso; olor de incienso mezclado con la humedad de la iglesia. El olor de los cines
húmedos y sucios se asemeja al de las iglesias: pero el incienso concede a este olor una misteriosa
razón de ser que escapa a cualquier razonamiento; sólo en las oscuras y abandonadas iglesias
adquiere su sentido; hay olores extraños en hoteles y paradores; muchos parece que no hayan sido
usados desde meses y meses y sus olores de mohos y polvo mezclado con intentos de limpieza
emiten como un halo que los hace venir a ser incómodos y que nos empujan a marcharnos y los
convierte en lugar desagradable para comer o dormir; pero en otros, el olor de las maderas y las
resinas, quizá alteradas por el frío —o por los intentos, tantas veces inútiles, de calentar el gran
edificio— los convertían en casa de extraño interés y me empujaban a preguntarme qué debía
haber en ellos que olía de esta manera
Sé que no puedo pedirle nada, ninguna oración puede llegarle porque todo está ya
concedido, todo ya llegó a su Boca y a sus Labios desde toda eternidad; siempre, desde siempre lo
ha dado todo y ahora nada puede dar pues todas las oraciones, ruegos, todas las maldiciones que lo
increpaban y a las que Él debía contestar, ya fueron escuchadas y ya les dio respuesta desde siempre
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Pero en otros momentos, pedir o rogar, alzar la voz silenciosa de las plegarias de los hombres
exige un esfuerzo que no siempre —a menudo muy pocos hombres— pueden hacer: las voces se
tuercen y las oraciones caen de los labios y cualquier sentido que pudieran tener, aunque sólo
tuviese sentido para alguno de nosotros, ya no está ni parece que pueda volver a surgir: sólo la
horrible indiferencia y el hastío, aquella náusea que leía años, años atrás frente al horrible y feo
puerto que me aprisionaba: y el cansancio vacío, inerte, del hastío siempre aparece, como aura de la
tristeza y como acompañante, siempre inevitable, de mis pasos
Pensaba que si Él ya no dice nada a nuestras preguntas mientras que, de alguna manera,
siempre parece preguntarnos, siempre parece tratar de inquirir alguna cosa, es porque en su
silencio se esconde la mediocridad de nuestras preguntas y el odio que en ellas intentamos
disimular pero que se transparenta, frágil y sanguinolento tal como el reptil se puede admirar
dentro del huevo que lo contiene o tal como se agitaba, lento y perezoso, tal como pude verlo en la
ventana del hotel en El Cairo: allí el pequeño dragón transparentaba su cuerpo en el cristal de la
habitación y a través del sol que lo atravesaba podía ver los vasos de su sangre que en ellos discurría
y el interior que un cuerpo que carecía, en cierto aspecto, de exterior: el revés de su trama era otra
trama de sangre y venas y un como muy pequeño saco de frágil carne que debía ceñirlos: y allí se
escondía el odio y la envidia de los hombres y la miseria de nuestras oraciones: Él no sabe qué
contestar: todo lo ha proferido, desde todas las eternidades y sigue manifestando su eterno Verbo
que siempre es una misma palabra: y los hombres siguen escuchando unos largos silencios de años y
siglos en los que sólo podría tener alguna voz, alguna respuesta, algún sentido, la ondulación
incesante del mar o el paso del viento, entre los árboles maravillosos del cementerio o de las largas
carreteras paralelas de enormes árboles ahora ya inexistentes
Pero estas voces ahora ya casi están silenciadas: ¿quién escucha la suave pregunta de la brisa
al atardecer? ¿quién detiene sus pasos, súbitamente, y trata de oír, lejanos, muy lejanos, casi
inaudibles, los alegres cantos que de las montañas parecen llegar hasta nuestros ojos o intentar
acercarse a una mejilla ya seca como un beso anhelante?
y Él ¿qué voces debe tratar de escuchar? Todas le hablan de las mismas cosas o también
habrá quienes pidan o ansíen recobrar extrañas pertenencias o cuerpos de formas inimaginables: y
en los habitantes del mar hablará de sus sufrimientos tal como asimismo les hablará a aquellos que
viven o se desarrollan en las arenas de lejanos mundos sin formas precisas: en todos intentará
escuchar alguna cosa y puede que de todos una canción de süaves sonidos llegue a sus labios; y de
sus ojos fulgurará una estrella que hace resplandecer de bermejo rubí, extraña nova, los cielos
boreales
438
¿cómo hablar de belleza y hermosura si en Él nada hay de éstas: sus ángeles desgarran las
doradas túnicas que, con bordados de seda, les envuelven sus ansiosas uñas de maravillosos colores:
y viéndole tiemblan de desesperación por temor perderle: pero Él se acerca y parece hablarles
aunque nada puedo oír de sus palabras susurradas en estas obscuridades de infinitos colores; hay
niebla en sus voces y como un fluir del agua en sus respuestas: Él se acerca, ya lo he visto otras veces,
se acerca y me ciñe con brazos que parecen de un cristal tan süave que traspasa mi cuerpo y
atraviesa el corazón como un raro cuchillo, me atrae hacia Sí y inicia su Danza: y los ángeles
contemplan su lento movimiento como de universos que giran alrededor de sí mismos con
admiración y con la violencia del deseo: ¿cómo hablar de lo hermoso y cómo hablar de belleza si los
perfumes ahogan mis ojos y de mis labios surgen espumas coloreadas que se abren en mares
oceánicos y ríos que en los abismos se precipitan?: Él y su deseo son una misma cosa y su danza es la
palpitación de Él mismo y su mismo canto ¿quién podrá detenerlo? ¿cómo parar la agitación que
mueve las estrellas y hace derramar la dorada sangre de los soles que Él acaricia?
¿a quién hablar si ya ha hablado desde su infinita eternidad y ya ha contestado todas las preguntas
desde su infinita eternidad?
¿a quién hablar si ya ha escuchado todas las palabras y Él es palabra que, incesante y eterna,
repite, desde toda eternidad, desde la preeternidad, su misma palabra?
¿por qué es tan duro y pleno de obscuridad el camino de los hombres? ¿por qué éstos se
mueven siempre en dirección los unos contra los otros sin caminar paralelos a los abismos que les
envuelven en todos sus costados? Nunca miran qué les rodea desde arriba ni desde sus pies o
debajo de ellos: marchan con obsesión animal hacia sus otros semejantes y en ellos parecen querer
esconderse
439
pedían que su sangre cayera sobre ellos y sobre la cabeza de sus hijos... pero no era
necesario, ya se encargaron los hijos, desde entonces y los de ahora, de que la sangre deba seguir
cayendo, alguna vez parece que lentamente, con un extraño retraso, otras de manera terrible y con
atroz rapidez; pero ahora, día a día, ellos hacen lo posible para poder embadurnarse de la sangre
de sus víctimas y no saben, no quieren saber, que con ello, la sangre de su rostro entrará en su
interior
y, cayendo sobre ellos, penetrará en sus vientres y sus corazones: ¡extraña petición, que por
ser de ellos, debe ser verdadera, de que la sangre del justo caiga sobre ellos y sus hijos y los hijos de
sus hijos!
Su deseo ya fue concedido y ha seguido siéndolo, incesante, sin que el goteo haya cesado y
plenos de sangres están los templos del mundo
Ahora se asoma a una presencia, un lugar que no sé dónde se oculta y allí acecha, espera que
trate de contestarle y me esfuerce en iniciar un diálogo; pero sus palabras son solo signos sin
apariencias y en ellos se debe descifrar algo que siempre afirma y siempre niega: y en Él surge el
terror de lo incógnito, de lo desconocido aún más que de lo conocido porque ambas cosas, siendo
una misma, sólo hallan su diferencia en la intensidad de la llamada y la súbita aparición de un canto,
una nube que roza el límite del horizonte o el viento que, de improviso, parece modular palabras
que no pueden entenderse: y en ellas avisa y su voz, tan grave que sus latidos duran eternidades y
tan aguda que de ningún ser podría imaginar, poderosa en los abismos, repite incesante:
Y estas palabras no son una pregunta: son el aviso de un irrevocable abismo del que ya nada
podrá ascender; si hubiese hablado con el Señor Negro, Él podría haberme ayudado o protegido; de
sus manos podrían haber surgido perfumes o colores de un extraño metal que atemorizan al Dios
Negro: pero no quise saber nada de él, no quise ni tan sólo imaginarlo: y ahora he caído en un mar
helado de temor y violencia solar que me amenaza con lo infinito de sus deseos y la imposibilidad
de que nada ni nadie en mundo alguno pueda asistir en mi ayuda
Nadie puede protegerme de Él pero, alguna vez, es Él quién otorga alguna protección: y el
furor, el mismo que hace danzar a Elektra en la tragedia de Hofmannsthal, mientras expresa su
desesperación por la felicidad conseguida — Schweig, und tanze... Ich trage die Last des Glückes...,
¡Calla y danza... sobre mi llevo el peso de la felicidad ...! — ( la música de Strauss es demasiado
hermosa para este momento aunque su violencia, si se toca todo y exactamente lo que está escrito,
440
es única), el furor que le arrebata su único momento de felicidad, aplastada por su desesperación
ante lo enorme, lo atroz de la felicidad, es el mismo, o muy semejante al que debo sentir frente a su
protección, ante Aquel que cierra todos sus caminos aunque un pacto silencioso, sin palabra alguna
ni imagen alguna podría ser invocado: ¿ante quién puedo pedir ayuda si el Protector es Él mismo, el
dador de esta felicidad desesperada?
siento sus garras —¿debo emplear esta palabra?—: se han acercado y me envuelven con
extrema dulzura; pero siempre siento el deseo, siempre lo, imagino, de acercarme al Gólgota que
jamás ha cesado —siempre está allí esperando alguna compañía— y allí abrazar al cuerpo divino
que aún sigue pendiendo en aquel extraño árbol: puedo abrazarlo pero mis dedos, súbitamente
cubiertos de largas uñas como de metal, se arrastran feroces sobre la carne divina y allí voy
siguiendo su desesperación final, la soledad de su abandono y también mi desesperación antes de
que, muerto, me abandone, atemorizado de que algún día pueda dejarme y en la Montaña del
Cráneo sólo pueda hallar la horrible obscuridad de unos maderos abandonados y algún cráneo y
huesos de años atrás... y los horribles surcos que dejo cada día en su carne son los mismos con los
que Él, con infinita dulzura, abraza en todo mi cuerpo
y ¿qué temor puede producir una sombra macilenta, que camina a tientas, buscando restos
humanos en campos yermos desde siglos, si Él se precipita, aullando sus gritos de alegría,
apoyando sus garras en las nubes de estrellas y con ellas acaricia los humanos, los vivientes, que a Él
se han acercado?
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Electra, evocando su silencio y su danza, invitando a los presentes a que la sigan en la
victoria de su agonía, se desploma destruida por la felicidad conseguida, pero, a mí, ¿quién podrá
protegerme?
Pero no puedo evitar, en algún momento dejarme llevar por alguna danza que arrebata mi
espíritu: tal como Gabriel danza frente a Dios y en su frenesí destroza sus vestidos, así iba diciendo:
!No lo ha visto! ¡ No lo ha visto!
¡No lo ha visto! Pensaba: no debe verlo pero si lo ha visto ¿qué diré? ¿qué podré explicar?
Pero, al día siguiente algo ha dicho, ya no recuerdo, quizá no quiero recordarlo, pero sé que si lo
pregunta es porque no ha visto nada. Si lo pregunta es porque no vio nada y no puede imaginar qué
es lo que ocurrió
y en mi alegría puedo iniciar una danza que nunca debería cesar porque él era el único
testimonio y ahora ya no sabrá, nunca sabrá qué es lo que pasó
oigo las músicas, las oigo lejanas y al mismo tiempo presentes, dentro de mi, y sus furiosos
ritmos de extrema sencillez y delicadeza, como petrificados por las lavas de todos los volcanes de
los mundos resuenan frente a mi: y comienza mi danza: estoy danzando frente a Él, solo en la
Cámara de la Intimidad, en la Cámara más cerrada de su Castillo: y allí, solo, frente a Él, sigo mi
danza, imposible de detener, en el tiempo de la desesperación y el ansia, esperando, de extraña
manera, frente a su Gloria, que se acerque y siga conmigo esta danza de Furor sin medida, y quizá
deposite en mis labios, quizá en los siglos de los siglos de los tiempos que no existen, el primer beso
de amor
y me parece estar danzando, con alguna especie de extraña y serena y dulce furia,
acompañado con las músicas que están rodeando los vientos del mundo, como si mis canciones
pudiesen oírse en lo otros planetas, en las más altas montañas de Marte o en los huracanes del
inmenso Júpiter: allí, dentro de las flamas rutilantes de las estrellas, estoy danzando frente el trono
de Aquel ante quien Gabriel destrozaría sus vestimentas de sedas inimaginables y bordados que sólo
existen en la imaginación de los poetas: estoy danzando frente a Su trono y siento que Él me
contempla tal como una enorme fiera puede observar, cauteloso, con obscura y negra curiosidad,
su presa, aquella que no escapará, que nunca podrá escapar y que nunca querrá, nunca, escapar: las
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uñas de sus ojos, el color maravilloso de sus miradas caen sobre mi como esmeraldas que se deslizan
en los lagos de planetas que no existen y de allí se derraman en los universos que los rodean:
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¿Y si, de alguna manera, el Dios Negro pudiese construir una habitación, lugar cercado por
su horrible cuerpo, y allí, sólo allí, Él no estuviese? ¿Y si allí no pudiese entrar? ¿Cómo imaginarlo,
cómo decir: Él no está en este lugar?
¿Qué paredes podrían contenerlo, cómo podrían impedir su entrada, qué colores serían los
del aire que no lo podría rodear?: y el terror, aunque sepa que esto no puede suceder, el terror
¿quién puede imaginarlo? Pero aunque sea imaginables, es lo que decimos nosotros, sí que puede
ser imaginado, sí que podemos sentirlo, porque será humano, seré humano, si el Dios Negro puede
construir esta habitación, si Él, si Él accediera a retirarse, de alguna manera, de este sitio y lo vaciara
de Su presencia: pero aunque nada, ninguna cosa, nada, nada puede protegerme de Él, sé que Él es
todo y no puede desligarse, ni Él mismo puede desligarse, de sus criaturas, de todo lo que de Él se ha
desprendido y no puede vaciarse de Sí mismo, no puede librar ninguna cosa, ninguna habitación, de
Su presencia
y, a pesar del temor, aunque sé que no será posible, aunque sé que esto nunca sucederá,
temo, porque soy humano, y porque soy humano temo: pero prosigo mi danza y ya no acabaré,
nunca acabaré de envolverlo con mis noches y deslumbrarlo con las luces de mis días: de mis manos
se deslizan los fuegos del mundo y de mis ojos siguen sonando las melodías que en todos los
universos se han escrito y en ellas, en sus colores, en los enloquecidos perfumes de sus cantos y sus
risas soy ahora, soy el que a Él le obligo a olvidar Su Tristeza y Su Angustia y aunque me pregunte,
aunque eternamente me atemorice con su pregunta, también podré interrogarle con las rosas de
mis llantos y las sonrisas de mis lágrimas y también a Él le diré:
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y en su ferocidad olvida que los mundos se escapan de entre sus manos y los fuegos estelares
han encadenado el tiempo y en él se detienen:
¡mira!:
pobre país y pobre pueblo mío, bien veo que ya nunca podrás encontrar salida alguna: los
hombres han abierto tus heridas y jamás podrán cerrarlas porque en la sangre de los muertos
respiran y en el agua de sus costados saben abrevarse. Se hunden en infiernos que ellos mismos
saben crearse y no temen que raros demonios los acojan con sus garras y tiren de ellos a las
profundidades; o a las alturas del hielo y de los príncipes del aire
él puede taparse un ojo atemorizado pero no hace esfuerzo alguno para desligarse de aquel
que le empuja, parece que hacia abajo: y los fríos del cielo helado, petrificado por el odio de sus
extraños habitantes, surcando los aires más allá de la atmósfera y más ciegos que los odios que
siembran sus terrores. En ellos se aposentan y en ellos saben introducir aquellos que se les entregan:
no se detienen en las murallas de raros fuegos incandescentes del hielo de sus losas, en las
calles sanguinolentas encuentran sus placeres y en las bombas que destrozan a sus compañeros de
infierno se deleitan con agonías maravilladas: su alegría es imposible de detener y en los surcos que
los tanques abren en las carnes de la ciudad doliente parece adivinarse la madera enorme, gruesa y
ya vieja de la que Él sigue pendiendo, siempre, hasta el fin de todos los tiempos: infiernos de azules
sucios y bermellones de diamantes brutos por la miseria de los hombres: en vosotros se irá
depositando la horrible podredumbre de los hombres que hoy son los dueños de la tierra y de sus
cadáveres —que en un u otro momento lo serán— se arremolina el vaho de las rápidas hienas que
los sabrán limpiar de sus viejas carnes:
¡dueños del mundo! esperad un poco y otro poco y en el instante breve de un tiempo breve
vendréis a ser delicadas carroñas que ni las hienas más viejas, ya desdentadas, querrán saborear:
príncipes del mundo, presidentes y jefes de los imperios: sois fundamento para nuevos infiernos y
nuevas oscuridades:
¡dormid¡ vuestros sueños son el horrible camino para las ciudades de la planicie, ciudades
plenas de azufre, de rojizos oleajes hirviendo y hedor de sangres ya sin poder coagular: sois los
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nuevos dioses de las profundidades y de los horribles aires del cielo infernal: y de vosotros ¿quién
podrá protegerme?
tierra mía ¿dónde te hundes? Pero Él acecha y quiero creer que podrá protegernos a todos
los que en el dolor hemos vivido: cae nieve dorada sobre todos nosotros y de las profundidades
surgen llamadas de ansia ¿por qué no las oyes?
los mundos están cubiertos de inmensos huesos, animales ya desaparecidos, hombres y niños
que no pudieron serlo, raras formas que nunca podrá saberse que habrían llegado a ser, cráneos
vacíos, lanzas oxidadas: ¿son tus hijos? lloras por el recuerdo de todos los que pudiste crear y
hacerlos tuyos y aunque supiste desoír llamadas que te suplicaban por sus vidas ¿qué escuchaste
entonces? ¿O es que tu entonces es siempre ahora y tu negación, tu negativa, es siempre tu palabra?
Pero hay voces que aún pueden hablar y gemidos que aún siguen resonando: escúchalos, escúchalos
y mira si hay dolor semejante a Tu dolor viendo el suyo: mírate a Ti mismo y contempla tus ansias y
tu vergüenza al oír como resuenan estas campanas de sus derrotas: pero estos caminos polvorientos,
estos terribles calores que hacen morir animales y hombres, mujeres que nunca podrán llegar a dar a
luz y niños que ya no saben llorar, por estos caminos arrastras tus pesadas alas y tus gruesos
caparazones, animal inmenso y beatífico, horrible de ver y aún más horrible por no llegar nunca a
verte: estos sonidos que retumban en noches interminables y días que abrasan las estrellas, estos
caminos son las tuyos y en ellas te asientas y sobre ellas caminas de un mundo a otro y tu paso hace
caer las montañas y abres valles allí donde había inmensas cordilleras y oscuros cañones: pero las
tierras se abren, los valles ya hace siglos están hundidos en los mares que se están secando: todo son
yermos y rocas áridas: en ellos nos hundimos y desde ellos surgen estas extrañas figuras, cadáveres
que no consiguen descomponerse y que intentan arrastrarnos con pálidas manos y brazos aun más
débiles: a ellos nos debemos pero el miedo que nos llena el corazón al verlos está por encima de
cualquier recuerdo: son quizá lo seres, aquellos hombres a los que quisimos, son nuestros padres y
madres que nos mecieron, pero el terror está más allá de todo, quisiéramos abrazarlos y huimos,
quisiéramos besar sus ojos ya sin luz y sólo sabemos llorar ¿cómo les hablaremos? ¿y cómo nos
hablarás Tú si siempre estás llorando? y los gruñidos, sabios y bien cantados de los hombres que
creen ser sabios y creen ser los dueños de la tierra ¿ cómo los podrás escuchar? ¿ cómo su canto
podrá decirte alguna cosa si sus músicas son el explotar de sus armas y su melodía el rodar de las
monedas sobre las losas del Templo?
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y ningún sacerdote comprará campo de sangre alguno con estas monedas: ya hace siglos,
muchos siglos, que nadie compra campos de sangre: toda las tierra es sangre y los sacerdotes
misericordiosos de sus dioses sólo anhelan poder poseer más armas, más poder, para tener más
armas y en ellas dormir el sueño del poder y el horrible sueño de ir llenando la tierra, esta tierra, las
otras tierras, de más y más sangre: y con ella se cubren la cara
y Tú, ¿acaso eres diferente de estas materias, estas sangres y estos áridos huesos que enlosan
la tierra para tu pies?: ¿acaso son las estrellas campos de esmeraldas para tu caminar? Eres Tú mismo
pero también eres los demás y en ellos te consumes y en ellos debes llorar y gemir con sus
desesperaciones: abre los ojos: ¡escucha!
son voces que de los universos acceden hacia Ti y en Ti se consumen pero sólo Tú puedes
oírlas y podrías contestarlas si es que supieses hacerlo: pero ¿cómo puedes hablar contigo mismo si
destruyes aquello que conforma tu carne y los líquidos maravillosos que en Ti se contienen: ¡mira el
agua descendiendo de tu costado y la sangre que con ella se mezcla!
¿cómo podrías recogerlas y hacerlas tuyas de nuevo si todo es tuyo y en Ti todo está recluido:
vienes rápido, ahora puedo verte: con tenazas doradas traes a mi boca una brasa ardiente para
limpiarme: ¿pero, qué pretendes limpiar si Tú mismo deberías limpiar tus manos temblorosas por el
miedo y tus ojos doloridos, enrojecidos por el llanto de siglo y siglos, desde que iniciaste el tiempo y
supiste, nos diste a conocer, qué es la pregunta sobre el mañana: ¡escucha!
dios de muertos y restos de muertos que nadie recuerda pero que Tú, Tú sí que recuerdas y
pacientemente acechas: dios de vivientes que ya son insensibles al dolor, tanta es su ignorancia,
atentos sólo a que no aumente su daño y el temor que les inflige, vivientes que sobreviven a sus
dolores ansiando conservarlos y temiendo que , si Tú te acercas, aún se aumenten, dios de atroces
seres que a sí mismos van lamiendo la miel de sus heridas y en ella creen encontrar dulzura y
consuelo ¡atiende! ¡atiende¡
¡atiende! dicen que hubo un momento en que ya no había dioses y que aún no había llegado
el dios esperado: pero, si llegó, su presencia aún no ha sido observada ni menos los hombres han
sabido o saben conocerla: no hay dioses y nunca ha habido dioses: sólo ídolos que a Ti creen
asemejarse pero son sólo figuras de barro con láminas de oro recubriéndolas. Y Tú, Tú siempre estás
lejos y sólo los hombres que lo saben y pueden llorar asienten a tu presencia: esperan y creen que
hubo un momento silencioso en que los dioses antiguos ya habían muerto y el dios que debe venir
estaba ya llegando y en esta espera se recogían en sí mismos, callaban tantas y tantas cosas que
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debían haber dicho y ocultaban con sus lágrimas el temor y la vergüenza, el temblor asombrado
ante la perversidad de los otros hombres, de tantos y tantos hombres y el silencio que siempre te
rodea y siempre aparece nuevo y extraño aunque sea una parte tan importante de Ti mismo que se
podría decir que tu esencia es silencio: esperaban con aquella ansia que sólo conocen aquellos que
ya no esperan nada pues ya han olvidado y desconocen qué cosa puede ser lo que otros llaman
futuro; esperaban al dios que debe venir y su maravillosa teofanía entre furiosos arcángeles
vengadores y radiantes y alados seres que portaban entre todos El Trono, la Sede de tu presencia:
esperaban pero ante ellos sólo veían las llanuras de los muertos y la tierra reseca de los desiertos
junto a los Tres Ríos, plena de sangre, la tierra de los Lagos de donde surgieron, siglos y siglos ha, sus
primeros antepasados y los padres de sus padres: y de allí sólo surgen huesos áridos que nadie llama
a la vida: esperaban que el nuevo dios llegara:
pero no fue así: sólo llegaron y siguen llegando y llegan sacerdotes y religiones pero nunca
el dios de vivos y muertos y nunca los hombres se atreven a mirar si en su interior el Reino está ya
instaurado porque el miedo a verlo, a saber que en su corazón hay, está ya, el Reino Alegre y su
Mensaje, les atemoriza y Tú, Tú sigues silencioso: ahora nos atrevemos a esperar: no asistimos a
momentos que puedan torcer nuestra historia ni puedan ser de algún modo salvadores: solo
esperamos porque la esencia del hombre, la nuestra, es esperar y siempre ha esperado desde las
cuevas donde se guarnecía y procreaba hasta las maravillosas mansiones que también serán cuevas
futuras de hienas futuras: esperamos que atiendas nuestras súplicas aunque también sabemos que
nada atiendes porque no sabes hablar ni escuchar: eres nosotros mismos y todo, todas las cosas,
eres Tú que hacia nosotros se inclina y hacia nosotros se compadece: ¡atiende! ¡atiende y escucha!
porque tu silencio y tu rara sordera es ya una escucha y una respuesta: a nosotros nos hablamos y a
nosotros nos tenemos que escuchar: y en nuestras voces tiene que haber piedad y silencio de todo
los que nos hemos arrepentido: silencio y piedad ¡escucha! ¡escucha!
¿por qué me escoges o me llamas con tanta insistencia?: aquel hombre sólo sabía llorar y
quisiera ser como él y llorar cada día, en cada instante, en la celebración de las extrañas ceremonias
que abro ante mis pasos: veo Tu Boca a la que me llamas, pero es la mía también y en sus dientes de
feroz reptil siento una dulzura que sólo el amor puede conceder: es el perfume del corazón que
palpita de deseo y a Ella me quisiera precipitar ¡llámame pero antes, antes, los años y siglos y siglos
que sea, escúchalos atiende sus ruegos, déjame helado en la soledad del último momento del
cosmos pero no dejes de escuchar a ninguno de ellos!: escúchalos!
¡escúchales, ten algo de piedad, sólo un poco de misericordia: entre los dos abismos puede
haber puentes y una sola gota de agua que Tu quieras dar cambiará los universos ¡atiende! : si no
447
quieres escucharte a Ti mismo escúchanos a nosotros y quizá en el hombre encontrarás la
misericordia que en Ti pareces ignorar; es cierto: solo podías recoger las migajas que caían de una
mesa humana y a Tus manos llegaban únicamente trozos ya desechados de pan: es cierto: pero ¿y de
Tus manos? ¿acaso recibimos algo más que trozos de nuestros muertos, ya secos por los siglos que
los han ido desecando, algo más que el desprecio de los otros hombres y la indiferencia de unos
hacia los otros? ¿acaso Tú sabes dejar caer una sola, una sola gota de agua? y abrimos los ojos con el
llanto y la ingenua alegría de los primeros días del mundo pero Tu sombra se desliza sobre nuestros
cuerpos y nos hiela con el temor de la amenaza que ignoramos: descansar en Ti es duro para el
hombre y Tu cuerpo es metal incorruptible que no permite caricias: pero sí permite que las lágrimas
se deslicen sobre tus inmensas planicies y los desiertos de tu aliento: abrimos los ojos con llanto y
alegría y los cerramos con una silenciosa interrogación ¡atiende!
¡mira! a Ti nos acercamos y tratamos con difícil ansia de entrar en el mar de hielos de tu
desierto y en lo más hondo, si es que hay hondura, allí nos hundimos en otro mar y otro desierto y
nunca llegaremos al descanso de lo más profundo ¡atiende y espera!
sé que eternamente contemplas nuestras lágrimas y las dejas correr a la par de las Tuyas:
ambas son una misma cosa y todos nosotros, Tú y nosotros, lloramos por todo lo que no ha podido
ser y por el ansia del deseo ¡llora, pero atiende, llora pero escúchate a Ti mismo y escúchanos en el
país del miedo y la sed !:
¡tu voluntad! que se haga así en los cielos como se hace siempre, desde siempre en las
tierras, en todas las tierras de todos tus mundos: ¡pero es tan difícil, no aceptarla, sino soportarla!
bien sabes que la aceptamos con alegría, esta es la verdadera alegría, la de aceptar tu voluntad,
pero en soportarla el hombre es débil y hasta el espíritu, la voluntad nuestra, que también la
tenemos o creemos tenerla, es débil: somos obreros que no recibimos ni queremos paga alguna
aunque el miedo es aquello único que llega a nosotros
y Tú, Tú también tienes gestos humanos, también hay algo de humano en Ti: eres celoso, sé
que eres celoso y el deseo de los hombres y las cosas y los universos que en Ti se hunden te devora y
te agita con sus ansias: y en cada uno de los hombres, en ellos, en mí, te acercas anhelante y con la
angustia de este deseo que, por encima de Ti, planea como la Madre de las Cobras planeaba por
encima del Profeta y así lo protegía del calor: pero a Ti es imposible protegerte y nadie puede
hacerlo pues Tú mismo tampoco puedes hacerlo: el amor te devora, tal como los pájaros devoran los
aires que los mantiene y en ellos deslizan sus vidas: creador de estrellas: eres también devorador de
universos que no pueden colmar tu sed ni pueden saciar tus celos, inmensos como es inmensa Tu
448
Presencia: y en ella nos hundimos y en tus manos confiamos un espíritu que se aleja cada día de
nosotros y nos va arrebatando, nos vacía, del deseo de vivir y aún de buscar entre las tinieblas de
lejanas montañas, o de mares nunca imaginados, o de espacios donde deben acechar raras figuras, o
entre las otras montañas de basuras que los hombres damos como alimento a aquellos que no
pueden tener otra cosa o no han sabido tenerla o no se les ha dejado tenerla, y mientras nos
atemorizamos, absortos en el transcurrir de los tiempos, la vida se aleja y quisiéramos poder dejar
algo, aunque fuera un suspiro, el calor de un último gemido, en tus manos, en tu Boca, o en los
Labios que sobre los nuestros finalmente depositarás pues nuestra vida es sólo una carrera hacia la
muerte que es Tu boca y Tu Deseo y en sus radiantes amaneceres queremos hallar el canto de estas
últimas canciones, el silencioso sonido de músicas lejanas que acompañen nuestras muertes con el
resonar intacto del primer beso donde el amor sea inocente
pero es de ellos de quienes debes acordarte, no de mí que siempre espero y que ya sé qué es
lo que Tú también esperas y sé porque llamaste desde tu tiempo sin esperar respuesta alguna:
¡atiende! escucha sus voces pues la mía ya es antigua y lejana como lo son los ríos que nunca se
detienen y jamás pueden hablar con los hombres y cuando tratan de detener sus cursos vienen a ser
arenas y rocas áridas y piedras que ya no pueden llorar, refugios para las bestias de la noche
¡atiende! escucha los lamentos de los otros hombres: desde infinitos infinitos de lejanía mi
sufrimiento te llama pero es en ellos donde debes descansar: ellos te ruegan, sollozando en su
angustia que sólo los hombres pueden conocer y lentamente descienden a sus abismos, arrastrados
por los demonios que en sus pies retuercen sus garras, que son humanas, que son las de ellos
mismos, semejantes al hombre que cubre uno de sus ojos en su terror a la bajada de unos infiernos
que son él mismo —pues así lo pintó un poeta—
y mientras descienden hacia su miseria, allí, en su camino, es donde debes acogerlos, allí es
donde debes atender sus súplicas y Tus súplicas, que son una mismas cosa: sus penas son las tuyas,
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sus alegrías son las tuyas pero recuerda ¡atiende! sus pecados también son los tuyos y en ellos, en sus
errores, en sus crímenes, en la sangre que de sus manos ha corrido y que de Tu costado sigue aún
corriendo, allí está la consumación, el fin de todas las cosas: qué es este misterio Tu sabrás
reconocerlo y quizá en alguna eternidad de beatitud sabrás explicarlo y hacerlo nuestro
pero ahora, ¡atiende, atiende! olvida Tu eternidad, acoge el dolor del tiempo que Tu mismo has
depositado en los hombres ¡atiende!
sé que es terrible no poder pedir, no poder suplicar oración alguna pues nunca escuchas
lo que quisiéramos pedirte Tu sólo concedes aquello que, desde tu preeternidad ya concediste: ¡y
no siempre, quizá casi nunca, aquello que nos das es lo que esperábamos! Pero años y años y siglos
más tarde sabemos llegamos a saber que aquello era lo que debía ser y no debía ser aquello que
tanto ansiábamos ¡atiende! quizá podré torcer tu designio y tu eterna voluntad; Tu me llamaste
¡heme aquí!
hacia Tus manos, hacia Tus escamas brillantes por la sal de los universos que te envuelven
me precipito: ¡sea! Pero contesta a sus preguntas, no a las mías, contesta lo que ya debes haber
contestado: y entre tus dientes solares, entre los torrentes de sangrientas lavas de tu deseo recibiré
tu protección, recibiré la sagrada eucaristía de Tu sangre y Tu carne: debería comerla y beberla pero
sé que serás Tu quién se precipite sobre mi: ¡ven, pero espera y atiende!
de ellos, ten piedad de ellos, y antes de protegerme y antes de devorarme espera, espera el
tiempo de tu eternidad y los segundos que para mí transcurren lentos como sólo puede transcurrir
el tiempo de la espera de este tiempo tuyo que jamás retrocede pero jamás avanza:
¡mira! los juicios finales se celebran incesantes, sin que nunca acaben; no están frente, los
hombres, seres vivos o ya petrificados por los siglos, no se sitúan atentos frente a Ti, porque ¿cómo
podrías juzgar el chorro de inmensas cataratas de muertos que hacia Tu se precipitan? ¿cómo
podrías contestar a sus preguntas si antes no has podido, ahora, ni en tu preeterninad, ni jamás,
podrás ni has podido contestar a las tuyas?
450
el deseo que, a ellos, también a ellos, les está corroyendo: y mientras entren en Ella, mientras
esperen, aún ignorantes de su salvación, de la beatitud de tu ferocidad, ¡atiende sus ruegos!
atiende el sonido silencioso, profundo de las músicas que para Ti han escrito y los poemas
que, resonando como inmensos gongs en las islas donde reinaron reyes que ya han sido olvidados
con todas sus grandezas, siguen alabando Tu Misericordia, lejana y desconocida, y siguen pintando
pinturas maravillosas de sueños donde Tú apareces grandioso, esculpido en mármoles
sanguinolentos y en piedras de preciosos dibujos ¡atiende!
mira tu figura, portada por seres alados a través de los universos, derramando la luz de tus
estrellas y el cáliz, pleno de inmundicias, del deseo de los humanos: pero ellos también son tuyos:
son tus hijos y tus semejantes ¿no dices que los hiciste, los moldeaste a Tu imagen y Tu semejanza?
hoy he podido verte, no Tus espaldas, sino Tu caminar, Tus piernas dobladas y hinchadas, casi
no podías avanzar aunque te apoyases en un bastón que con dificultad manejabas: ¡tan lento era tu
caminar y no me he atrevido a ayudarte! ¿por qué no he podido acercarme? he vigilado creyendo
que podría llegar hasta Ti si no conseguías bajar la acera de estas calles tan difíciles de caminar:
nadie se acercaba a Ti y nadie parecía que quisiese ayudarte: Te detenías y mirabas hacia arriba con
dificultad pero al caminar ibas tan encorvado que no podías ver si algún coche, si alguien se
acercaba y ellos, ellos pasaban frente a Ti o, cuando has caminado, tan lentamente, algunas pasos,
pasaban a Tus espaldas y Tu ibas lento hacia arriba, calle arriba: he visto Tu rostro cuando has alzado
la Cara: ibas maquillado, Tus labios eran una gran mancha roja, roja más que la sangre que Tu has
dejado derramar durante siglos y tus manos se movían con dificultad buscando apoyo en alguna
coche mal aparcado o en alguna moto que podría caer si en ella Te apoyabas : y no me atrevía a
llegar hacia Ti: no me atreví a tocar Tu Cuerpo o las Manos que crearon el mundo y los universos en
los que danzas tus sagrados pasos: no me atreví y Tu seguías avanzando con terrible lentitud y el
dolor de mi cansancio era como niebla que borraba hasta Tu presencia: dejé de verte y aún debes
seguir avanzando en este camino de fealdad y horror con tu caminar desfigurado, y tu maquillaje
horrible: Dios de los Dos Mundos: ¿cuándo dejarás de caminar, enderezarás Tu figura y aquello que
nosotros llamamos bello se derramará por Tu Presencia y con ella iluminarás los Dos Mundos?
451
¿Cuándo tendrás o podrás tener misericordia de Ti mismo? ¿O es que ya no te atreves a tenerla,
tanto es el miedo que tienes de Ti mismo?
¡espera Tú también!: atiende el silencio de sus oraciones y las Tuyas, las que no sabes atender
o tanto temes escuchar ¡atiende! ¡atiende! —— ¡atiende!
452
Últimos Poemas 2011--2012
453
escondemos aquello que más queremos y mostramos aquello que es también algo escondido:
mostramos afuera aquello con que tratamos de esconder lo que es el fundamento —guardado,
inerte y como si acechara— de lo más profundo; pero aquello que entregamos a los demás es solo
un velo que envuelve algo informe, de trazo y tacto fugitivo; es un tejido falso, para cubrir lo oculto,
lo que —creemos— quizá sin saberlo o quizá engañados por nuestra creencia y afirmación, tantas
veces insensata creencia — es nuestro y a nosotros mismos nos engañamos y solo abrimos a la luz lo
que en él hay de falso y temible:
todo amor, todo arte, pensamiento, obra, pintura o sonido, todo odio, tiene algo de terrible y algo
con lo que cuidadosamente nos engañamos y así, a menudo, aumentamos el trozo de odio [—que
siempre existe, de una u otra forma—] que hay en nosotros, creando poesía, música, imágenes, y,
con ello, con nuestra artesanía y trabajo, odiamos o destruimos algo que aún era viviente, poseía la
rara virginidad de no haber conocido hombre alguno y, de alguna manera, sostenemos con nuestro
apoyo y nuestro incansable obrar, alguna cosa que aún estaba intacta en nuestro amor
En los ojos —algunos, muy pocos, casi ninguno, de los demás—, algunas veces, nos vemos, imagen
de espejo que nos sobrecoge y nos devuelve el deseo, quizá olvidado, quizá ya resignado, que dice
el poeta: “...la eternidad estaba en nuestros ojos...” “y en nuestros labios”, añadimos nosotros, pero,
¿la palabra que nos envuelve en esta eternidad, nos la entrega, aunque sea por unos instantes o nos
engaña con su lejano perfume?
O ¿son sus sonidos sólo músicas fúnebres o vacías con las que engañamos el deseo?
454
¿quién podrá recibirnos?: somos hombres, hablamos, deseamos, pero siempre tratamos de ahogar
alguna cosa. y ahogar es una función de muerte: solo los hombres lo entienden
un perfume es ahogo para el asombrado respirar pero en el recuerdo ya casi hemos olvidado si nos
revive, extraña expresión, alguna cosa, algún ser que nos fue cercano y ya no puede ser visto por
estas dulces garras que el recuerdo tiene para retener aquello que está perdido, o solo no avisa que
hubo algo, algo ya desaparecido y que no recordábamos y que quisiéramos recordar aunque solo
recordamos el olvido
28/V/2010
pero ahora todo es silencio. y las alegres voces de los perros resuenan como ásperas trompetas en
espacios vacíos de temores: todo es luz que se abre, con celestiales arpegios, en nuestros ojos
29/V
455
sueño, escribo el sueño del sueño: voces que no son mas que silencio: esto es un sueño: los sueños
siempre son silenciosos, como en la miradas y en tus, los, ojos, hay una inocencia que parece hecha
de sueño; es silenciosa, y en ello, en estos silencios miras y en estos sueños hablas: pero ¿qué debo
esperar, ver, sentir, esperar, de un sueño que sueña en silencio y en él se mira y en él contempla las
palabras sin sonido que a él se dirigen y con él habla con el movimiento de sus labios y en él esconde
sus sueños?
¿por qué la música del terror en la tierra del miedo, en la tierra del sueño, es también silencio?
sueño, música y silencio caen de tus ojos como una pesada y doliente pregunta. en ellos te escondes
y en ellos abres las puertas del silencio que allí se esconde
¿qué música podrá envolver los sueños que destilan unos silencios graves y serenos pero que deben
recibir oleajes de rojos resplandores?
si eres viviente, el silencio es tu sueño y también tu mirada y en tus agonías abrirás las puertas de
otros silencios y otros sueños
puertas que cierran lo que abren y abren silencios que todo lo encierran: así caminamos los
humanos, mesurados en el arado de campos silenciosos y silenciosos [y también con cansada
mesura] cuando avanzamos en la tierra inhóspita de la sed y el miedo
Y en ambas tareas somos artesanos del silencio y caminantes de sueños en ciudades que no existen
pero que abren heridas nunca cerradas: en las ciudades del sueño, carentes de sombras y en las
ciudades del silencio, heladas por sus áridos y blanquecinos huesos
las ciudades que flotan sobre estas aguas de rojizos resplandores, de oscuros granates, abren sus
avenidas que conducen a más silencios y el resbalar de las nieblas sobre el ardiente oro de sus
atardeceres está lleno del silencio que en todo reina. sólo los huesos que articulan sus ventanas y las
geometrías de sus calles, parecen agitarse sin que muevan piedra alguna: son las corrientes del
viento sangrante que las agita
Y nunca las puertas volverán a abrirse, nunca volverán las luces del amanecer, [—dicen que rosado
por los besos que ya no podré ni podremos dar a los silenciosos habitantes de las casas sin
puertas—] nunca volverán a deslumbrar tu mirada...
456
¡mira, pero una música silenciosa ya envuelve tu inocencia: teme el mañana!
30/V
En versos inmortales quisiera cantarte, pero ¿cómo entregar a los demás aquello que no es mío?
dicen que extraños pájaros cantan cada vez que los muertos se agitan y levantan sus cansados
brazos hacia el sol que inútilmente los ilumina; pero éste resplandece sobre muertos y vivos, para
insectos que profundizan la tierra y para los dulces cantos que, quisiera, te despìertan al amanecer
y en la mañana oigo tantas veces los cantos, agrios y feroces, de las grandes gaviotas que acuden al
despertar de sus presas, que en ellas, en sus sangres y ojos temerosos, quisiera deshacerme y
acercarme: ¿por qué las miras sin saber compadecerlas?
oyes sus músicas y el horrible olor de sus voces y permaneces indiferente
y en el sol, sus coronas, que no deben ser vistas, se abren a tu alrededor como una corona de
alacranes dorados, pulsátiles, mecánicos, que rodean como nimbos que huyen sólo con mirarlos
pero que en ti permanecen mientras que los vigilantes pájaros te interrogan con sus músicas
pero silencioso acoges mis llamadas y, en silencio —de sonrisa que se abre tal como los colores de
pintores persas dibujando el metálico abanico de sus paisajes, geometrías de la poesía— en silencio
acoges los cantos del despertar
¿habrá también sonrisas entre los dientes, máquinas incesantes, que tratan de roer aquello que
ahora está naciendo?
Vida y muerte es sólo un presagio de dolores, [un perfume del miedo] y de alegres indiferencias,
recubiertas por la inmundicia que sólo los humanos saben derramar
31/V
cada día me alejo más o el tiempo te aleja más y en este esfuerzo para detener lo incesante, estoy
más cerca y —quizá— estás más lejos
¿cómo soportarlo y resignarse?
457
el tiempo me lleva en su danza y de sus anillos no puedo detener su fuerza, pero mi alma, el deseo
que reside en jardines y bosques negros de las flores que allí lo alimentan, allí resiste el ansia que
habita allende todo tiempo
frente al tiempo y sus danzas mortales sólo puedo oponer el frío del deseo: en él, recubierto de
nueva juventud, como si las carnes de mi alma, caídas las escamas de antiguas pieles, se recubrieran
de huesos y nuevas líneas donde corren nuevas sangres, allí se construye la inmensa bóveda de la
angustia: allí habita el deseo, sin piel, sin sangre pero hirviente de líquidos rojizos, sangrantes; allí
puedo perpetuarme y allí contemplo lo que se acerca y lamento todo aquello que ya está más allá
de la lejanía o que allá también se acerca,
ciudades en la planicie: dicen que fuegos celestes las destruyeron, pero ¿y las ciudades que flotan
en mares sin oleaje, en aguas tan oscuras que la cabeza del raro animal que allí habita surge súbita,
sin signos que puedan anunciarla; no hay círculos que se cierren cuando la glacial mirada del dragón
ha desdeñado todas sus presas
¿para que acogerlas si ya son suyas?: todas, todas le pertenecen, y todas, inmensa y nunca detenida
lluvia de süaves cadáveres, caen en su garganta y a ella nos precipitamos...
1/VI
458
que entre ellas se destruyen y entre sus trozos
se desmoronan las polvorientas paredes
de ciudades sin puertas, sin ventanas que se abran
y sólo silenciosas sombras que amenazan
nuestro paso, atemorizado,
sin esperanza de poder llegar
allí donde ya sabemos que nada puede acogernos
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*****
2/VI
asciende y más los duros brazos del celeste, compasivo con aquellos que tendrán que permanecer
siempre, siempre, en la tierra, lo acogen y los aprietan contra sus pecho; asciende y será fuego lo
459
que el dios derrame en su boca o será la inconsciencia de su juventud, helada por la maravilla que
en él se cumple, lo que se introducirá en el seno del andrógino y, fecundándolo, le hará surgir, de
sus raras entrañas, otras figuras, otros niños, seres, o estrellas aladas, que hacia él asciendan y de él
bajen a la tierra, hacia sus hermanos y los consuelen, los cuiden y de ellos tengan misericordia?
¿qué líquido celeste, sólo bebido por el dios de los celestes, podrá lavar sus carnes, inmortalizar sus
palabras y, entre los abrazos del dios, podrá seguir intacto en su inocencia?
y en las noches sin comienzo ni final, iluminadas de oscuras lunas o resplandecientes soles que
oscurecen la mirada del dios, a él te abrazarás y en él podrás disolver lo que, aún de humano, reste
de ti...
y ¿qué cánticos podrá enviar a sus hermanos, qué colores de aires sonoros podrá confiarles y, así,
curar algunas de sus heridas y así curar alguno de sus llantos?: ¿sabrás tú hacerlo?
O, inundado por el dios, olvidarás eternamente el amor de tus hermanos, de tus enemigos, del odio
que te envolvió, humano, maravilloso en su hirviente celo y, disuelto entre estrellas y cantos
gemidos por la bonanza de los abrazos celestes, ya jamás recordarás aquellos que sufren, siempre
sufrirán, en las tierras que algún día caminaste o que, algún día, tenias que seguir, lento,
cansinamente, con el arado de los siglos?
2/VI
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¿estoy ya solo? Todos han podido subir las paredes de helados cristales, de oscuros fuegos,
imaginaciones de locos atemorizados que en el valle del miedo y la sed se han ido —se iban—
reuniendo en cámaras de lamentos, agazapados en sí mismos y sobre las carnes de sus espejos
—hombres espejos— los contemplaban y en los que podían mirarse sin compadecerse,
despreciándose a sí mismos, allí, en siglos petrificados, gemían su soledad y esperaban su olvido
nada nos consolaba porque no deseábamos, —¿qué podíamos desear de la región del olvido?— no
deseábamos consuelo alguno: lejanos dioses soñaban en sus mansiones [resplandecientes de
rosados amaneceres, de verdes azulados con los que el dios mostraba su belleza: era el tiempo de
460
las rosas, el tiempo del perfume de las lilas...] pero ¿qué podía importar si sus risas no nos llamaban y
su indiferencia era también indiferente para nosotros?
y no puedo llamarte ¿cómo podría atraerte al lago de azufre que, dicen, arde sin brasas ni fuegos
pero es sólo vidrio helado que destruye todo lo que ya está destrüido?
podrán acogerme en siglos venideros en celestiales corros pero les seguiré mirando dudoso y con
temor. Si los dioses olvidan tan fácilmente ¿qué podremos hacer los hombres, aunque estemos
cerrados en el país donde no existe entrada alguna y, así, no sea posible salir de él?
aunque nos liberen y resuenen las arpas de sus cantos ¿por esto dejaremos de temer?
el miedo nos devora y recorre, horrible acero de carne y nervios, el alma de nuestra alma y aún más
corrompe nuestras sangres el no saber el miedo de no saber de qué cosa tenemos miedo
3/VI
461
creía oír pasos furtivos, alientos
que respiraban allí donde nadie
pudo respirar ni arrastrar lo que
de ellos quedaba?
462
muertos
¿quién es más viviente?
3/VI
no es negra la noche:
mira los azules que entre ciertas estrellas
parecen resplandecer: hay oro en los
oleajes que hacia ti vienen y en los que
tú pareces complacerte
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el sueño eterno del olvido,
querrás evocar una sombra y sólo surgirá, de
lo profundo, un oscuro sonido de sangre
ya casi coagulada en la dulce resonancia de
huesos rompiéndose por la fragilidad de sus
delgados restos: ¡paisaje de pequeña destrucción!
4/VI
¿cómo, antes de olvidar puedo pensar en llamar a quien ya duerme, quizá, su propio olvido?
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Lejos, eres lejanía, soledad que no se atreve a preguntar:
cerca, eres una pregunta
que no puede responderse:
miras preguntando
y lo que recibe tu mirada quizá ya
hace días, siglos, años, dolorosos años,
que está ciego
5/VI
las simientes surgen de la oscuridad y de la luz se arrancan las sombras que protegen aquellas
simientes que deben abrir sus frutos
¡mira, mira como las rosas y la inmensidad de los frutos terrestres, las violetas y los geranios que
siempre me envuelven se abrazan y ayudan a que del barro sangriento de las tierras sembradas
puedan florecer las espigas y el pan que de ellas sabremos amasar,,,! ¡mira los lirios del campo
floridos: su riqueza está en su inocencia y, no poseyendo raros colores y perfumes,
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lejanos perfumes del silencio, son, tienen, la majestad de su pobreza: en ella son ricos y en su
pobreza sobrepasan las riquezas de aquellos que abrazan el oro de sus joyas y la despreciable
inmundicia de sus sepulturas: tan blancos en sus cubiertas y tan horribles en la obscuridad de sus
gusanos!
en el paso
se acerca, quizá una sola, la bailarina que, para los extranjeros, baila sus danzas como escarabajo
que, sagrado, se ofrece a un dios que no existió nunca ...--- a él se retuerce y se curva como flor que
ya agoniza si es que al espasmo de su ingenuidad se pueden decir estas palabras
¡extraña danza de una bailarina que en la araña se reproduce y extraña compañía que en el amarillo
de sus patas,
como agujas, parece imitar una danza
y quizá es sólo el aviso que debes atender:
delicada, tan frágil, teje telas y telarañas de extrema dureza!
6/VI
aún no conoces la medida del odio: los celos, dice el poeta, son monstruo de ojos verdes
pero el odio es una piedra de grasa sin color,
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quizá gris, quizá polvoriento reptil, inerte, caliente y de escondida fuerza que te envolverá tal como
la primavera envuelve a los niños y a los inocentes: sin prisas, ni llantos ni, tan sólo, un leve aviso o el
susurro de un gemido
y la extraña forma, criatura que parece faltada de vida pero es sólo portadora de destrucción y sólo
sabe ahogar respiraciones y aplastar huesos, se torna inmóvil, quieta aunque repta casi sigilosa, sin
dirección alguna: ¡tanta es la delicadeza en su labor!
Te llevará en sus brazos y en ellos hasta creerás tener reposo y colmar tus ansias; pero la pequeña
mano repleta de uñas, acariciará tus carnes
Y la palpitación de su respirar que, y poco a poco, se irá volviendo más lenta, entrará dentro de ti y
en esta rara dulzura te irás hundiendo en unas aguas que ya son tu mismo y ya se agitan y mueven
con tus mismos latidos: el que es odiado y el que odia vienen a ser una misma cosa: ¡tal es su amor!
7/VI
frágil es el amor,
duro y fuerte es el odio:
467
ambos se necesitan y se dan vida
y en ellos mueren y en ellos renacen
7/VI
¿duermes?
oyendo, podrás llegar al silencio que habla en oscuros bosques y sagradas fuentes, plenas de
misterio inefable, pues en lo recóndito de sus pasajes habla aquello que casi nadie escucha y recita,
susurra encantaciones para aquellas cosas que son, por su bajeza, como inexistentes...
oyendo, las oirás pero callando tu voz y cerrando tus palabras y pensamientos también vives otras
voces en otros paisajes y, quizá, no serán tan hermosos, plenos de miradas a ti mismo, miradas que
pueden ser temerosas, pálidas en su figura
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sonido horrible es el sonido del mundo: fuera de sus sonidos y del zumbido incesante de los
dementes que los celebran
pero en aquello que está cerrado y sombrío, allí está lo abierto; en lo dulce encontrarás amargura
y en el sabor del miedo, en la acidez extrema de la sangre puedes, con su eucaristía, encontrar el
don de mantener tu miedo sin llorara sus llantos y el de seguir —ahora ya sin final—
tu lamento por el dolor del mundo, pero sin que el miedo y la súbita angustia puedan detener tu
paso y tu camino
¡está atento! ¡no duermas! caminando puedes estar detenido ya sin redención
y sereno, calmo sobre la tierra, envuelto con sus raíces, allí, inmóvil, puedes avanzar, colmada ya tu
agonía, hacia los mundos
que serán, que deben ser, porque tú debes ser y allí serás
el hombre es semejante al dios porque piensa, no porque posea una imagen que se le asemeje
¡piensa!
y pensando, la sangre del dios entrará en ti
y su sangre y su pan serán tu comida
y él, ansioso, deseo transfigurado, será tu carne
y de la sangre que te recibe se ungirá y ya no cesará de beber
y ya nunca cesaréis en vuestro divino banquete: fuera del tiempo seréis masas de carne y sangre que
en el mar de infinitos mundos, sellaréis —en la eternidad de un instante sin tiempo— vuestros—
nuestros— labios
8/VI
469
y nada hay más allá de los dioses
pero sólo ellos creían que eran todo
pero sin ellos, ni nada son nada
¿con qué abrazos los besaremos?
¿con qué bocas buscaremos las salivas de
sus condescendencias y, con qué ojos
miraremos aquello que no debe verse?
y, en nuestra miseria, buscaremos a
otros dioses y otros señores...
pero todos han huido a las mismas
aguas: los océanos son, ahora,
montañas de dioses que, entre sí, se devoran
9/10/VI
ahora escribo —diez de junio— estas extrañas palabras: es un final y un final amargo y triste: ha
llovido
y en el fondo de los vasos quizá cantaba un
espíritu sereno y taciturno
¿acaso un final supuesto feliz, alegre —[¿con qué alegría?]— sería diferente? ahora, tristeza y
alegría es una misma cosa
y también parecían tristes, cansados y abrumados por el color de la lluvia y
el movimiento de pasos en corredores
y voces que siempre repiten su
470
repetición, siempre, en su camino
hacia sus finales: los suyos, los nuestros, el
tuyo, el mío que ya, casi, es el comienzo de aquello que no es comienzo ni puede tener final...
11/VI
¡teme! recata tu inocencia y teme las coronas que el tiempo, sembrador de estrellas y de muerte,
quiera entregarte
nada es inocente pero ¿quién podría señalar el culpable, aquel que es, en verdad, culpable?
11/VI
silencio, dices pero ¿cómo apagar las llamas del infierno con tu cuerpo si no es tu cuerpo ni el de
todos nosotros lo que el infierno ansía?
no son los demás el infierno; no es un sitio ni está en sitio alguno: somos nosotros el infierno
471
¿cómo apagarlo si nosotros lo mantenemos celosamente, con extremo cuidado y terrible amor, pues
de él depende que seamos humanos y podamos llamarnos hombres...y esto nos mantiene aún vivos...
12/13/VI
¡gran artesano!
¡señor del arte y de las ciencias,
en forma de Mono, inmenso, que cubres los
cielos!
¡señor inmutable, silencioso: tu compañía
son nubes que te rozan sin cubrir tu imagen, luz de los dioses que se mueven —o quietos
permanecen entre las nubes que por a su través pasan— siempre a Tu costado!
¡señor de las ciencias, de los grandes maestros, señor de las artes!
¿sólo una vez, una única vez, es permitido verte?
era la luna la que te acompañaba, gigantesco en los cielos, en silencio,
siempre hay silencio —o quizá, en otros sitios, una muy süave brisa— pero allí, entonces, allí todo
era silencio
—era la luna, pero otro Disco la acompañaba, de nácar, traslúcido, como
iluminado desde el interior,
como un inmenso animal fosforescente,
472
de dulces amarillos
¡señor de las artes, señor del silencio!
nada te rogamos y nada te pedimos,
Tú concedes aquello que debes dar y niegas
lo que debes negar
y Tu liturgia llena el firmamento, Señor del silencio ¡o Yaxal Chuen, ahora, en el katún 12-Ahau,
Gran Mono-Artífice, artífice de bondades!
artesanos, somos escribas, obreros que trabajamos
con el pensamiento de nuestras manos;
Tú nos envuelves con el Aliento de Tu silencio y, sin
palabras, mandatos ni obediencias, concedes tu
don
¡acéptalo y guárdalo con cuidado, con el mayor cuidado!:
no es un regalo,
es la Substancia del mismo dios que en ti
ha entrado y, dentro de ti, dará su fruto; antes o después de que tu comunión acabe de consumirse,
morirá en süave agonía, alegre, para poder revivir de nuevo, en la primavera del
arte que de ti podrá surgir
deja que en ti descomponga su Substancia en esta agonía que, eterna, incesante, es su propia
Persona;
deja que se arranque de la tierra que.
para él, son tus carnes y tus sangres:
473
¡ambos sois creadores de estrellas, sembradores de joyas que el dios, muriendo y renaciendo,
derrama en los universos!
¡eres dios!
¡eres dios y con él,
no cesas de dar!
13/14/VI
pero de esta destrucción, del líquido de sus restos, medio devorados por los raros animales que aún
ensucian más el universo que su propia boca, con estas bebidas, aún puede seguir la vida en el
planeta de la niebla y lo negro
13/14/VI
474
abandonado pero floreciente de lilas y rosas, silencioso, vacío de sombras humanas: sólo la brisa del
mar, el viento del mar, el azul que confunde los azules del cielo, del mar y de las flores, vela tu
silencio
fugitivos son los rumores de los habitantes de este jardín: pájaros que huyen llevando el eco de sus
cantos, agudo chillido, lejos o más cerca, nunca, temerosos, acercándose al poeta que quiera oír el
color de sus cantos o las sombras de resplandecientes plumajes que en ellos deben estar ocultos por
sus silencios: es el viento o el calor o el mismo silencio quienes los acercan y quienes los esconden a
los visitantes que nunca llegan, peregrinos o extraviados: todos son fugitivos
y en lo más oscuro y lejano del jardín también hay, sobre un altar de mármol ya casi destrüido, una
figura, dios, fauno o adorno casi humano, para que en el jardín hubiese alguna forma parecida a un
hombre
está aún sobre el altar; vigilante y de pie; no parece escuchar ni sonríe, pero no llora —los dioses
nunca escuchan y su sonrisa parece un gesto de desdén—
el tiempo y el abandono lo estropean y lo vuelven poco piadoso: no llora,
pero el llanto de los dioses —aún los más simples— es terrible:
poderosos, nada pueden a su destino,
humildes, su vanidad los empuja a la rabia
de su impotencia
como alacranes, sobre el altar clavan su aguijón en sus vientres y ellos —sublimes suicidas— saben
celebrar su muerte
la sangre, negra y ya muy antigua fue
corriendo sobre las piedras y, por entre sus
pies desnudos, cayó a una tierra que,
con lágrimas de sus sangres y sus inmensas desesperaciones,
ya estaba fecundada
475
que nadie podría comulgar y deberá ser
derramada de nuevo...
14/15/VI
pero los adagios de sus sinfonías [en manos de directores excepcionales, sea Klemperer, Haitink,
Skrowaczewski, Bernstein...] serán un prodigio de miradas en su “desesperación musical”; es —son—
música y nada más: hay desesperación en tantos momentos; hay odio y, —a veces— hay amor
y el amor surge, entre los humanos, en las brumas de raros momentos y, en apariencia, entre
personas o circunstancias o sentimientos muy distintos, aunque en ellos pueda manifestarse con
violencia extrema y extinguirse con la misma exaltación
476
dolor, angustia, resignación, quizá amor, todo ello en una estructura absoluta que mantiene el
edificio con una fuerza sobrehumana
¿a quién, para quién escribió ostas obras, esta novena sinfonía en particular?
¿para el dios austriaco y católico que, parece, presidía, su vida?
es posible, pero aún sí nada cambia: Dios, el que sea, está más allá y, trascendente hasta de Sí
mismo, nada tiene que ver con lo humano del deseo
se pueden escribir estas obras (como el músico escribió los Shakespeare-Lieder o los Mahler-Lieder
para nadie aunque la música, de una u otra forma, conciente o no, supone que alguien, algún día,
algún año—quizá siglo— sabrá recogerla y hacerla suya...), se pueden escribir y nadie sabe para
quién, si es que esto pudo existir en la mente del compositor: y así Bruckner puedo escribirlas, sus
misas, el Quinteto, los motetes...: bajo las apariencias está palpitando un objeto humano y éste
—estos — él— nosotros... todos, nos hundimos en la tierra del tiempo y en sus cavidades dejamos
morir nuestras semillas...
el grano también debe morir y, seguramente, nunca sabremos, con certeza —con intuición quizá—,
cual es, cual ha sido, el fruto que de él— de ellos— ha surgido; pero esta operación, por dura que
sea, es lo más hermoso que puede y debe realizar el artista, el artesano, el escriba...
16/17/VI
o una novela: ¿debe repetir sus primer capítulo? ¿o una parte de éste?
¿hay que “repetir” la forma de un trozo de cuadro, un dibujo, un grabado?
¿tenemos que tener, frente a nosotros, en un diálogo, maravillosas o no —por necesidad y por
absoluta obligación— dos preguntas, dos interrogantes o dos afirmaciones iguales, repetidas con
exactitud?
¿por qué esto es obligatorio en música y sólo en música?
véanse, como ejemplo asombroso por la destrucción del efecto dramático, las Suites para orquesta
de Bach y sus oberturas, con la repetición que incluye la fuga o el fugado que contienen...
477
17/18/VI
dicen que no expresa nada pero también lo expresa todo; se enrosca a tu alrededor —fácil es
decirlo, como una inmensa sierpe— y en ella descansas, y en sus anillos encontrarás este abrazo que
no saben hacer mis labios ni mis manos...
—y si los hacen, hay algo de siniestro y falso en los gestos, algo que no es nuestro: pero en los
sonidos de mis cantos, en las músicas de versos inmortales, como ya dijo el poeta, en el abrazo de
mis orquestas, u órganos, o cuartetos, allí, sí está mi voz; humano, no soy nada...
músico, a través de mis poemas, allí doy vida con el aliento de las palabras que de ellos surgen y se
abren a los paisajes de los —mis —tus— sueños: allí eres, somos algo más que humanos: el dardo del
dios te atraviesa y, dando vida, agonizas y, dando muerte, sigues viviendo una vida nueva, una vida
que está más allá de la vida
20/21/VI
con el recuerdo
el presente es sólo creador de pasados
y en ellos puedes —podemos— encontrarnos
y los pasados, son sólo, ahora, fragmentos de recuerdos, arena entre las manos de raros animales
que los contemplan, soplan sobre ellos, o indiferentes, los pierden sobre otras animales, aún más
diminutos o casi sumergidos en tierras sin luces, simientes siempre estériles:
¡ni los soles pueden, alguna vez, alumbrarlos, si es que esto pudiera darles sentido alguno...!
20/21/VI
¡el Simorg! los coros de perfumes lo envuelven —coros de luces sonoras, coros de colores que no
existen para los humanos, rodean sus inmensas alas y con ellas, con la cadencia de las músicas que
de sus movimientos surgen, con el canto de sus colores, envolviéndolo como sonidos líquidos que
478
deslumbran los mundos, tal como el sol resplandece en mil estrellas sobre el mar, cubren el
universo
¡Dios corrompido por el deseo y en él jamás saciado [pues ¿cómo podrías saciarte a Ti mismo,
infinito?]: tu comida es tu miseria y en ella resplandeces!
21/22/VI
cada día pierdo algo, sin que el vacío pueda llenarse: el olvido, la lejanía de tantas cosas que fueron
vivientes y que, quizá, me hablaron, ya es irremediable
aun hay grandes construcciones pero también hay capiteles destrozados, puertas y escalinatas rotas
o que no pueden ascender a lugar alguno... y de todas estas rüinas poco de humano hay en ellas
las músicas huyen de mis ojos y de mis labios y, en escucharlas, se vuelven y no siempre
conservan la grandeza que tuvieron años o meses atrás
pocos son los que me acompañan: será Séneca, y Webern, Bruckner y Rilke con Hölderlin y la obra
de Espinosa, Mahler, algún Beethoven y Mozart y la maravilla intacta de Bach y los “organistas” de
Notre Dame, Machaut, Antonio de Cabezón y Ockeghem..., pocos más: Debussy y las maravillas de
Richard Strauss o la inmensa delicadeza y fuerza de Wagner, aún me abrazan con sus músicas y el
lejano recuerdo de Falla o el —aún intacto presente— de Mussorgsky y Ravel y ciertos momentos
de Rimsky o Berlioz, aún se acercan para hablarme [el sonido de las obras de Chopin es
atemorizador y posee la dulzura de una agonía que no podemos explicar: es tan mío que siempre es
un terror presente]: Heidegger avisa, como poeta, del olvido que no deberíamos olvidar..., de aquel
Parménides y su poema, ya tan olvidado...
479
pero ¿qué decir si el silencio envuelve y reseca mis labios, el color de los sonidos descansa en mis
manos y el tacto desearía acariciar ciertas estatuas de Egipto, del país de los Mayas, de Miguel
Ángel, pero la piel cae de mis dedos y el perfume huye de mis recuerdos...
...poco a poco, todo es niebla...
22/23/VI
estamos —estoy— llegando al final: hoy hemos estado grabando y no siempre he escuchado o
mirado los —el— que tocaba: los resultados son más que buenos
pero estaba lejos —muy cerca— y sentía como el tiempo huía, feroz en apariencia, quizá, en
realidad, indiferente, en su inevitable suceder: de mis manos se escapaban las aguas del tiempo y de
mis ojos —de mis manos que la luz los cegaba— sólo veía la oscuridad, sin luz alguna, sin sol para
calentarla o hacerla más tolerable si esto es posible
después, las músicas se cerraron como alambres que estrangulaban a aquel que debió escribirlas:
las tres piezas para violoncelo sólo, atroz funeral para honrar a muertos desconocidos, siguió a las
piezas de piano: también estas eran piezas funerales pero si sus dedicatarios ya faltan desde hace
años —uno murió, como Alban Berg— el mismo año en que nací—, el sonido de sus músicas sólo
me decía que el tiempo perdido no puede recuperarse y que su voraz capacidad para morder, para
escribir lágrimas en las sangres de los recuerdos, esto se halla aún intacto y ahora, más de setenta
años más tarde —según el calendario; más [o menos] de setenta segundos según el recuerdo—, aún
está, asimismo, intacto
480
tentadora13 presencia, nos configura, con la fuerza de su operación, una imagen global, una nueva
síntesis, propia, personal, nuestra, pero basada, inducida, “ordenada” por los elementos del
compositor en su obra?
¿qué extraña relación existe entre obra y oyente? ¿entre obra, autor y receptor de su trabajo?
¿quién posee a quién?
¿quién es violado —corrompido— alegremente14 recibido por quién?
24/25/VI
perder a alguien
no saber
pero la muerte —entre todas las pérdidas— (quizá) es la más consoladora: es absoluta
pero hay pérdidas, en cierto aspecto, perores: es el no saber si algo está perdido; si está perdido o
no...
23/24/VI
rogar el silencio
¿por qué decimos “elevamos” la plegarias? Quizá deberíamos hacerlas descender, no sabemos a qué
lugar inferior, a qué lugar donde ya no se puede profundizar más: no allí donde diga “dejad toda
esperanza los que entráis”, pues la esperanza nunca, nunca nos deja: hasta esta inscripción miente
allí donde ya no puede profundizarse más, pues allende la carne, los huesos y el espíritu, nada existe
y el dolor presupone carne y huesos, espíritus leves sin carnes ni sangres pero articulados con raros
huesos y máquinas de carne para moverlos; allende la nada no existe nada ni tan sólo pensamiento
que pueda arrastrarla a ser algo pues la nada no es ya que, para todos, allende su ser, nada es: ni
imaginarla ni nombrarla se puede
¡sólo a través de los hombres o de cosas semejantes se la puede nombrar!
¡siempre hay esperanza y siempre hay algún silencio, aunque sea el silencio de la locura, flameante,
pero siempre esperando, esperando que nos empuje en las plegarias!
13
Difícil de transcribir el original manuscrito
481
29/30/31/VI
nada que decir—así lo intuimos y se nos aparece, cada día con más fuerza—, nada que sentir—y
esto parece que lo deseamos aunque la más mínima sugerencia de algo viviente, música, palabra,
gesto, sonido de alguien amable que nos surge al paso, lo desmiente—: paisajes, olores personas,
color de los cielos o de los jardines, colores y músicas que tuvieron sentido —si esta palabra significa
alguna cosa— o si alguna palabra significa alguna cosa— o significa— o es sólo sonido, aliento
perdido entre las nubes donde vuelas raros pájaros, quizá ciegos, quizá mudos...
choca, y ya nada parece que pueda entrar dentro de nosotros (¿qué quiere decir dentro y nosotros?)
pero envejecer es no sentir otro dolor que el de no tener dolor alguno; sólo el vacío, único, casi
imposible de imaginar, de no imaginar nada ya que no nos dolemos de nada, ya que lo contrario
—dicen—, del dolor— es el amor que aún es más dolor
y este vacío es doloroso aunque negativo: ya no es la verdad que arrancamos de lo oculto y
tenebroso y es nada; sólo es nada que, vacío, silencioso, hace daño y nos deja asustados y
sorprendidos pero incapaces de llorar, reaccionando ante el calor del olvido y la pérdida —que esto
sí que aún llegamos a recordar, aunque la niebla de los pájaros nocturnos, los, aquellos, que sólo
viven de carroña o de algo que vendrá muy pronto a serlo, cuidan de disolver en nieblas quizá
lejanas pero siempre presentes y más y más presentes— de lo que era, o creíamos era nuestro...
nos morimos y el vientre de nuestra alma queda dolorido e inerte pero el dolor es, son, sus paredes
vacías y sus cavidades sin líquidos ni carnes que puedan acariciarnos: sólo bolsas de grasa ensuciada
que ya nada contiene y ya nada, nunca, nunca, en nuestro tiempo que ya perdemos día a día, hora a
hora, nada podrá contener...
14
Difícil de transcribir el original manuscrito
482
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Thouëris dying
...maravillosa hipóstasis divina esta figura en imagen de hipopótamo, espalda de cocodrilo, con
pechos humanos, cuerpo de hipopótamo y pies de león...; pero con sentimientos benévolos: es la
patrona, en especial, del nacimiento de los niños...; su actuar, a semejanza del dios Bes, sexual en sus
protecciones y, por tanto, asimismo imprescindible para los nacimientos, es benéfica, plena de
bondad para las mujeres y sus niños, y, a pesar de su raro aspecto, ayuda a nacer a los nuevos
hombres que vienen a sustituir a los que van muriendo: también la diosa está “agonizando”: de la
destrucción extrae vida y orden y este orden la empuja, con sus nuevos nacimientos, a una nueva
destrucción y a la muerte...— y este operar no puede interrumpirse tal como lo viviente oscila
siempre entre vida y muerte: es las dos cosas al mismo tiempo.
¿qué es lo divino, lo que surge, chorreante, del dios hipopótamo —animal maligno— y se desliza
por sus espaldas de enorme y perverso saurio, el cocodrilo, reptil rápido en moverse y feroz
masticador de sus presas... o el gemido lejano del que surge de su enorme vientre, sacude su sangre
y, a pasos vacilantes, entra en la vida?
¿es menos sagrada la
eucaristía del cocodrilo de inmensos dientes
o la dulce bebida de la leche que,
maternal, la diosa también dispensa?
15/16/VII
483
Los dioses ya abandonaron la tierra y sus habitantes hace ya años, quizá siglos. Huyeron
aterrorizados por lo que habían construido. Y Prometeo, desde su roca, comprendió su error: el
fuego era ya un incendio y de la bondad surgía la miel del horror. Su sacrificio fue, era, es, inútil y el
horrible pájaro diario come, también, inútilmente
Y lejano, horizonte casi inimaginable, pálpito de un sonido inaudible, parece agitarse aún, aún
viviente, la sombra que vendrá a desclavarlo de su cruz y dará sentido y justificará su sacrificio:
lejana en siglos y siglos, eones de tiempos: nace y se renueva muriendo y naciendo de nuevo:
conseguirá su forma y su tacto salvador en siglos y siglos, pero vendrá, [.......] de una u otra forma; es
y en su ser que, líquido que se desliza y vuelve a15....., tiene y ha tenido infinitas formas sólo en
una alcanza, alcanzará, la que, por su esencia, por su ser, ya tuvo y tiene y tendrá desde antes de
todo tiempo y en el tiempo de todas las cosas: es
16/17/VII
15
Falta una palabra, incomprensible en el manuscrito
484
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¿qué nos queda de nuestra vida, ansias, recuerdos —los que existen o nos parece que existen—
ahora, ya en el tiempo final?
los unos, al morir, o al vivir, arrastramos a los otros, a los demás que siguen o contemplan o ansían
sobre nuestras vidas...
¿los recuerdos de aquellos a quienes odiamos o creemos que amamos —y ciertamente así fue pues
el dolor de sus heridas aun resuena en las tinieblas interiores, en algún sitio...— o en el odio,
siempre más fuerte que el amor, que todo los dulcifica mientras que el odio repta con los años y en
ellos se solidifica y se vuelve más piedra de fuego, lava que parece enfriarse pero que en el fuego
halla su alimento...?
y el amor, cuando sólo es recuerdo, sin esperanza alguna —muertos, lejanías olvidos, borran las
huellas en las que podríamos haber caminado...—, es, al mismo tiempo, sólo angustia y dolor: nada
nos consuela, aún sabiendo que nada puede, en modo alguno, consolarnos y nada justifica todo lo
que pudo ser un momento —unos momentos, días, años, de nuestra vida—; el recuerdo es lo único
que nos queda, visión fugitiva de una sombra que huye y el amor, en él, se disuelve
y quisiéramos olvidar, pero el olvido viene a ser recuerdo; se convierte en una especie de recuerdo
que desaparece junto con él y con él, en algún lugar quizá inaccesible, pervive, ya que el esfuerzo de
olvidar pone de nuevo el recuerdo como algo, en algún desierto lejano, aún presente
y si amamos a alguien —quienes sean— el dolor y la angustia son sólo sus acompañantes porque ya
sabemos cual será su final: el nuestro o el de aquellos que fueron y son ahora sombras que se agitan
como raros habitantes de paisajes desdibujados: y a todos ellos sólo el recuerdo los hace presentes:
y recordar es olvidar y en el olvido encuentran unas presencias que aún fuerzan más el recuerdo del
olvido o el olvido que acompaña todo recuerdo: ...todo es agonía...
16
Palabra que no puede entenderse en el mss.
485
20/21/VII
miedo
horrible es encontrar las Hermanas Fatídicas y sus predicaciones pero aún es más terrible encontrar
nada
el vacío, el silencio de un vacío que parece gritar más —las voces del silencio— que todos sus
intentos, incesantes, para llenar este vacío que tanto nos asusta
pero el diálogo con las Hermanas, [siempre y nunca cesan de realizar su obra sin nombre] este
diálogo puede ser parecido a una especie de liberación: establece en su horror y relación, de voces,
gestos, miradas silenciosas que dicen lo que no debe ser dicho con palabras... una relación de
opiniones que pueden ser fatídicas, y los son, pero también son alguna otra cosa quizá aún más
horrible por lo que sugiere y, también, por el silencio, oscuro de voces, vacío de imágenes, que lo
acompaña y en él se deposita y descansa
pero lo terrible es no poder dialogar (con las Hermanas o con aquellas sombras que deben
mantenerlas, solicitarlas y aún agradecerles sus trabajos, sus ardiente y enormes ollas donde hierven
los deseos humanos y las ansias, imposibles de recuperar o consumar, de aquellos que, también, se
llaman humanos......): el silencio —no de la serena o resignada contemplación ante un final o un
determinado “destruir”que por dentro de nosotros se abre paso y se corroe a sí mismo— sino el
silencio que es y se agita frente a nuestros ojos, ciegos por los sonidos de las luces que, coloreadas
por la desesperación, sólo aciertan a ver aún más oscuridad..., y por el silencio, con bermejas
resonancias, de las preguntas que nunca nos son contestadas, silencio de la espera y espera que,
creemos, será determinante y es sólo —para nosotros— el esfuerzo, nunca saciado, de más
preguntas y preguntas sin sonido posible...
vivir —y morir— es no recibir nunca respuesta alguna: a veces, ni tan sólo silencio, ni tan sólo algo
que pudiera parecer el gruñido de lo que no es...
¿y si fuese el “gemido indecible” del es...?
486
487
TEXTOS ANTIGUOS
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488
SANTA ANA DE TOLEDO
PERSONAJES
Ana
Don Enrique
una Doncella
un Doctor
el Gran Inquisidor
un Fraile de la Inquisición
la Voz Divina
489
ACTO ÚNICO
Escena I
LA VOZ DIVINA
¡Ana!
ANA
Por los siglos... vivir, es todo lo que podemos pedirte, vivir lejos de tus voces, el susurro
de tu presencia, en tranquila paz, sin profundidad, pero sin miedo ni ansias, sin la fuerza
de tu amor...
(Golpes en la puerta)
DON ENRIQUE
490
¡Ana, contesta, abre!
DON ENRIQUE
ANA
DON ENRIQUE
¿Temor?
ANA
¡Ay! ¡la soledad nos deja tan acompañados de voces y llamadas! sus ecos nos
DON ENRIQUE
491
Perdóname, Ana, la bondad no lo basta todo... también la indiferencia es un
consuelo y yo, sé tan poco de ti...
(Ana lo besa. Ha cerrado la puerta y vuelve a la oración )
DON ENRIQUE
Hija mía, tienes que vivir... rezar es un modo de vida al que se requiere estar
llamado, como un escogido... y puede ser un grave pecado querer perseverar en él sin
que sea tu verdadero lugar...; pueden quererte en otro sitio y tu obligación de hija o
incluso de esposa, cuando sea el momento, es oración más eficaz, más importante, que
no esta vida casi inerte, sin obras, en la que te obstinas en seguir...; el mundo vibra en la
armonía de su amor y tu, tu estás obligada, desde el lugar que en verdad te corresponde,
a unirte a él.
Ana, hija mía, mira las iglesias en la noche, dormidas, silenciosas sus voces,
parecen aguardar la presencia de Aquel a quien adoran;
(Se oye un gemido, como un grito de rabia y furia, pero muy dulce )
ANA
(Lejos, espectral)
De nuevo Tú, amor sin conocimiento, sin vista, sin figura, sin labios, pero con
manos como garras, Tú que no conozco ni siento, abandóname...nunca te he llamado
¿por qué te inclinas y cubres mi rostro con el silencio de tus oscuras voces...?
492
DON ENRIQUE
ANA
DON ENRIQUE
(Coge sus cara: los ojos, blancos, nada dicen; él retrocede espantado )
ANA
Era el miedo que me hacía hablar: retorna al lecho, el sueño nos hace olvidar
y nos consuela.
El mar que grita entre las tinieblas lleva a mis labios el gusto de la sal que
corroe a sus monstruos... mi oración es difícil... vuélvete al lecho...
493
(Don Enrique abandona la habitación lentamente, asustado por el tono de su
voz.
Ella ahora actúa sin prisas: cierra los batientes del retablo y comienza a
desnudarse. Por la puerta de la derecha entra la doncella. Silenciosamente pone los
vestidos dentro del arcón. Cierra la ventana.
Oscuridad casi completa; la doncella sale por la misma puerta por la que
marchó Don Enrique.
Ana enciende una vela y lee: larga pausa. Luego, como si la ahogasen estas
paredes y su silencio se levanta y abre la ventana: al fondo Toledo y la noche estrellada.
Tocan las campanas: las once; al tercer golpe se oye la Voz :)
LA VOZ
¡Ana!
ANA
¿Quién me llama?
LA VOZ
...ábreme, sabes que no puedo vivir sin ti; nada tuyo me es ajeno: el olor de
tus brazos, la vida que huye de Mi boca hacia tu aliento, todo es mío...
ANA
¿Es esto cierto? Pensaba que en Toledo sólo podía existir la oscuridad y este
extraño incienso que se respira en las tinieblas, entra en mis labios y los recubre de una
extraña sustancia, como de besos que nunca han llegado a darse... pero aún sigue
mojando mi boca...
494
LA VOZ
Tú eres tan mía que ahora, cuando me besarás crees estar amando a tus
propios labios: eres Yo mismo que a mí mismo me envuelvo con mis besos y con ellos
muerdo tus labios...
LA DONCELLA
DON ENRIQUE
(Sosteniendo a su hija)
¡Llamad a un médico!
¡Ana!, ¿qué sucede esta noche...?
¡Ana, óyeme...!
ANA
¡Estaba allí! Se acercaba hasta que sentí su carne sobre la mía... sus manos...
estas garras heladas como de cristal líquido, como derramado sobre mí, quemando por
495
su hielo..., padre, llévame al lecho, ponte junto a mí y caliéntame... protégeme de mi
soledad y de los que viven en ella...
DON ENRIQUE
Tranquilízate, hija mía, tranquilízate... ahora estoy junto a ti; ninguna voz
vendrá a turbarte, nadie puede hacerte daño ahora. Mi carne, que es humana, te
protegerá de las voces.
ANA
¡Cuánto te necesito! Esta carne, tan débil, que puede deshacerse o quemarse
en unos instantes, es mi defensa... el mar.... ¿no oyes la voz lejana de sus olas ?... las
tinieblas se hunden en sus aguas...
DON ENRIQUE
¡Silencio! !Silencio! Aparta los ojos de ti, no mires a tu interior. Esta noche tan
calurosa, que parece llevar en su interior el olor de los limones, cuando respira, trae una
ofrenda de paz... Ana, olvida tu dolor... ¡qué dulce es no saber, sentirse rodeado de
indiferencia, del recuerdo de los muertos, de la última y tranquila armonía del mundo...!
ANA
496
¡Pobre padre mío! ¡qué triste debe ser ir envejeciendo y saber que nada nos
acompaña en nuestro camino hacia la muerte; los hombres, los muebles, las piedras, todo
vive dentro de nosotros... todo lo que amamos tiene su vida en nuestra vida y muere
cuando nosotros morimos... el misterio de la caridad y la comunión es un misterio de
vivos...
DON ENRIQUE
¿Qué es esto?
(Golpean a la puerta.
Ana cae de nuevo exánime.
Entran la Doncella y el Doctor)
DON ENRIQUE
Ana... sus manos, hay heridas en sus manos... está agonizando. Doctor, ¿qué
es todo esto?
EL DOCTOR
497
EL DOCTOR
LA DONCELLA
¡Parece un crucificado!
EL DOCTOR
¡Esto no son heridas naturales! Hay algo falso en todo esto... nadie podría
vivir con estas llagas, pronto se desangraría... no pueden ser producidas por un cuchillo...
DON ENRIQUE
EL DOCTOR
Se dicen cosas extrañas de vuestra hija y, hoy día, es peligroso tener una
excesiva personalidad:... parece seguir un ritual propio, no el que ordena la santa Madre
Iglesia... dicen que muchos domingos no cumple con el precepto dominical de la Misa...
DON ENRIQUE
498
Ella se encuentra muy enferma, pocas veces puede salir de casa, aunque sea
para cumplir tan santa obligación
EL DOCTOR
Ved estas llagas, casi podría poner mis manos en su interior... y no sangran
continuamente...; ¿tiene algún cuchillo? ¿algo que pueda cortar?... no, no, es inútil, nadie
puede hacerse esto y vivir.
DON ENRIQUE
Así ¿debo pensar que las llagas y la sangre, que todo ello es algo
sobrenatural?
EL DOCTOR
DON ENRIQUE
499
LA DONCELLA
Yo la he visto estar así, con las manos sangrando, cuando reza; siempre
parece rechazar algo hasta que se pone a llorar: entonces su dolor es superior a sus
fuerzas y queda como incapaz de sentir nada...
EL DOCTOR
LA DONCELLA
Si, señor.
DON ENRIQUE
DON ENRIQUE
Muchas veces la he visto rezar ante el retablo, como si quisiera arañar las
imágenes, como negándose a recibir algún don... Doctor, la plegaria es algo tan íntimo,
es una conversación —o trata de serlo— con Dios... sus manifestaciones son tan
complejas que me parece muy imprudente discutir la manera con que Ana intenta
comunicarse con Él...
EL DOCTOR
500
Posiblemente... pero ahora lo más importante es curar estas heridas; os lo
ruego, traed agua, es necesario limpiarlas.
EL DOCTOR
(Levanta sus párpados; ella fija su mirada de idiota, pero la expresión de sus
ojos quiere decir algo: él la observa largamente)
¡Ana! ¡te quería tanto...! desde que me quedé solo, tu fuiste mi vida: aunque
no estuvieses delante de mi vista yo te sabía feliz y libre dentro de esta casa que nos vio
nacer y que pronto verá mi muerte... ¡y esto me consolaba!... en mi amor, sólo deseaba
que fueses feliz, que lo más bello del mundo, el olvido, la paz, todo, te fuese concedido y
por ello trabajé ¡Ana! qué doloroso es irse desvaneciendo, perder el amor de las
criaturas, porque ya no puedes amarlas porque, a mi edad, ya es inútil...; pronto moriré y
su amor ya no puede consolarme... la vejez ama sus recuerdos pero nada puede
entregar... y estamos tan celosos de quienes, como tú, aún pueden conocer el misterio de
la vida que empieza...; bien sabes que estoy condenado, mis días serán muy pocos. Es
terrible morir joven pero ahora, ya viejo, es más duro: todo es indiferente porque ya no
hay esperanza... me escuchas ¿verdad?
ANA
501
¡Llamadlo, llamadlo!
EL DOCTOR
¡Ana! ¡Olvídate de tus deseos! Piensa en tu estado, piensa que tendrás que justificarte y
explicar tu estado a la Iglesia... así, en tu situación , tendrás que enfrentarte a Ella y a la
Ciencia...y es una lucha difícil, por lo menos con la Iglesia... Todos podemos admitir que
existen llagas en tus manos porque la voluntad de Dios es incomprensible para nosotros
y sus movimientos son siempre absurdos y no tienen sentido, a veces hasta al cabo de
muchos años o siglos —o quizá, para nosotros, nunca— y, a veces, muchas veces, quizá
nunca, los comprenderemos... nunca sus caminos serán nuestros..., podemos admitir que
oigas voces, que quizá pueden ser divinas, pero es incomprensible tu resistencia a
dejarte llevar, a consolarte y hallar refugio en la ciencia de la Iglesia, la única ciencia...
todo es muy extraño y antes de enfrentarte con estas fuerzas tiene que pensar en ti
misma y qué es lo que te puede suceder.
ANA
¡Yo sólo le quería a Él!... y siempre me amó... sus labios son los que han
abierto estas heridas, sus dientes muerden como brasas ardientes... quieren despojarme
de mi vida pero yo, yo vivo, sigo viviente en su vida...!
EL DOCTOR
(Pausa)
502
(Ana se levanta del lecho, casi abrazándose al Doctor)
ANA
EL DOCTOR
¡Traed agua!
(Ha cogido las manos de Ana y las sumerge en la jofaina. La sangre parece
estar hirviendo hasta teñirla de negro: se oyen sus gemidos de dolor, muy apagados y
lejanos)
ANA
EL DOCTOR
¿Quién es Él?
503
ANA
Esto no tiene importancia. Os lo ruego, señor, las heridas que por desgracia
habéis visto son algo personal y privado, no tienen _ingún sentido para la ciencia ni para
la Iglesia.
EL DOCTOR
¿Qué decís? Es increíble que me llamen a medianoche para asistir a una niña que parece
estar agonizando o bien sufre de grandes fiebres y la encuentre cubierta de heridas
como si grandes clavos hubiesen atravesados sus carnes: y me decís que esto no tiene
importancia, que es algo personal. Hija mía, estos hechos son extraordinarios
DON ENRIQUE
504
conciencia de cada individuo... y en estos casos las leyes son de dudosa aplicación,
incluso, injustas e innecesarias.
EL DOCTOR
En vuestro caso, no es posible ni justo dejar sola a vuestra hija... todas estas
cosas son muy peligrosas; salir de la normalidad establecida por las leyes oficiales sólo
lleva al castigo o a la desconfianza, aunque sean los santos o los ángeles o alguien más
alto quienes intervengan en tan extraños negocios...; ...hoy no se hacen héroes sino los
que soportan la constancia y la rutina legal y oficial de cada día y, seguramente, por
algún raro motivo, vuestra hija no quiere seguirla: por ello debemos, por su bien,
entregarla a su castigo y a su purificación.
Este es el deber, que todos tenemos, de señalar a los que no siguen las
normas de la Iglesia y las costumbres establecidas por siglos de leyes y tradiciones; así
podremos conseguir que sean salvos.
DON ENRIQUE
Es duro oír lo que decís, pero bien sé que tenéis razón; mas, en este caso,
creo que no hay motivo para aplicar, por el momento, vuestras ideas, que son las mías,
debo insistir en ello.
Ana está enferma de algún mal desconocido; esto no quiere decir que haya
violado alguna ley; parece como si hubiese sido escogida para estas manifestaciones en
contra de su voluntad y se viese obligada a plegarse a ellas.
505
(Van saliendo; las últimas freses casi no se oyen.
Oscuridad absoluta).
ANA
¡Ay! Perdonadme, también, por unos instantes puedo amaros... hasta mi dolor
me conmueve y, al fin, tengo piedad de mi cuerpo, de esta carne que tanto parecéis
ansiar devorar y comer, tal, como dicen los que regresan de Nueva España, han visto
hacer a los dioses de aquellos pueblos: os envolvéis con nuestro dolor, como aquellos
míseros dioses se envuelven con las pieles desolladas de los hombres a los que ansiaban y
con tan horrible manto, se ensucian en su propio deseo..., las paredes de los templos
están negras de sangre ya vieja y el insoportable olor para los hombres es lo que alegra a
los dioses y les regocija...: quizá en vuestra boca lograría mi última paz y la comprensión
del saber que tanto se nos rehúsa... entonces me libraríais del deseo de saber, del
conocer, y de las tinieblas que se esconden detrás de cada conocimiento...
¡Tú, que no comprendo ni amo! ¡Tú, desconocido! ¡Sin vista! ¡Sin rostro! ¡Tú,
sin imágenes! ¡Eternidad, silencio del tiempo: ten piedad...!... silencio....
506
Escena II
¿Acaso necesitas ayuda? ¿No te basta tu orgullo para vencer? ¿Es que no
sientes amor mas que para el egoísmo de tu paz? ¿No puedes esperar en el dolor, en la
agonía de la Iglesia Romana que sufre por los siglos viendo los errores de sus hijos?
¿Porqué sólo buscas una paz conseguida sin pago alguno, sin dar nada a
cambio?
La justicia que se te debe tienes que conseguirla a buen precio; la Iglesia de
Roma sólo la concede si antes has dado tu esfuerzo y sufrimiento? La gloria hay que
ANA
507
(Muy débil)
¡Soledad! ¡Silencio!
¡Son tus palabras, las divinas palabras que Tú sabes pronunciar! ¡Las únicas!
¡Me sostienes con Tu fuerza, con la esperanza y el miedo de Tus voces!
No existes sola en el mundo; son miles los que deben ser alimentados cada
día y los que necesitan protección y consuelo.
Te encierras dentro de esta paz y esta bondad que tanto buscas pero ellas
sólo existen cuando alimentas a tus hermanos, cuando les das algo de lo que tan
escasamente tienes; todos estos dones que tu rechazas tienes que aceptarlos con alegría
y resignación, para el bien de tus hermanos pues así aumentarás la gracia con la que
comulgan y viven su vida espiritual: tu no trabajas, no puedes trabajar sólo para ti y tu
salvación, sino para la de ellos, la de todos: en la inmensa y misteriosa comunión de los
santos, toda la alegría, todos los bienes están repartidos y dados a cada uno de ellos.
Estás en el error porque buscas la comunión con Dios tu sola, sin la ayuda de
tus hermanos, y éstos, a pesar de ti, viven dentro de la gracia y la ley de la Iglesia de
Roma y te dan, aunque no quieras, aunque los rechaces, todos sus merecimientos y con
ellos el camino hasta el mismo Dios.
ANA
508
LA VOZ DEL INQUISIDOR
ANA
¿Odiar? Sólo quiero amar a Aquel a quien deseo. Nada existe para mi fuera
del amor.
exige, de ti y de tus hermanos, que cumpláis la obligación de estar cada uno en su sitio,
en la gloria o en el error, pero dentro de los límites que impone la jerarquía: sólo así se
puede realizar el último fin: la unidad en Dios y todas las cosas; ...y esta comunión que,
como corriente de sangre, corre por sus miembros —vivificadora pero matando las
células enfermas— será entonces conseguida en su plenitud y hasta los condenados
509
Compréndenos, hija mía: no tratamos de hacerte daño sino de salvar el
prestigio de la Iglesia: no podemos soportar ni tolerar un mal tan grande como que uno
de nuestros hijos se muestre rebelde a una gracia que tantos otros desean en vano; no
nos importa si has sido escogida en contra de tu voluntad: nadie es libre para escoger:
sólo somos libres para aceptar lo que nos ofrecen y soportarlo y prevalecer sobre ello.
¿Comprendes, hija mía?
Tu no eres la conciencia de ti misma, dependes del resto de la Iglesia y a ellos
debes rendir cuentas. Nada puedo hacer si tienes visiones y llagas y sangre, pero no
podemos tolerar que pretendas consumir este misterio lejos de toda comunión y
disciplina: cree y no preguntes, lo demás se te dará por añadidura.
ANA
...La luz si es demasiado fuerte quema los ojos y vuestra Justicia es ardiente
pero no hay resplandor en ella, no veo el color de las voces celestiales y su luz, que
deslumbra pero no hace daño...
Hija mía, hay demasiadas palabras en ti pero todo está resumido en lo más
simple: la obediencia. Nos es indiferente el precio que pueda costarte: la Iglesia concede
la beatitud en la eternidad pero no puede garantizarte que el precio pagado sea el más
bajo posible...
En ti hay una gran maldad rechazando los auxilios de la Iglesia; cuando
empezó esta lucha debiste ponerte bajo su custodia y ella habría vigilado tu secreto
dándote el camino recto y justo, el único que se debe seguir: el que ella señale.
ANA
510
Quizá sí, santísimo Padre, pero no comprendo este interés por mi vida
privada; ningún mal hago en soportar estas penas con dolor y resistencia: si al fin sólo
consigo mi destrucción el daño lo sufriré en mi persona, no en la sociedad ni en la
Iglesia... os ruego que me dejéis en mi larga agonía...
EL INQUISIDOR
(Gran pausa)
ANA
satisfacer al hombre: a los que vivimos sólo nos queda un camino de dudas y tinieblas sin
que sepamos nunca qué podrá consolarnos, qué, quién podrá llenar este vacío que es
nuestro corazón... y en él nos ahogamos sin que luz alguna ilumine sus palpitaciones...
EL INQUISIDOR
511
ANA
Sé que al fin de tanto dolor existe el morir y pocas esperanzas puedo tener
de que la muerte sea más benévola que la vida. Quizá después de este sueño venga otro
sueño menos doloroso... nada espero de vosotros y vuestras leyes...
Escena III
EL GRAN INQUISIDOR
quienquiera que sea en nombre de las leyes escritas y sólo para justificarlas... no tengo
vocación de asesino, imagino fácilmente, con demasiada facilidad, la injusticia de tantas
letras...
(Entra el Inquisidor)
512
EL INQUISIDOR
¿Qué puedo deciros? He sido testigo de hechos tan insólitos y extraños que
no se que posición debo adoptar... toda mi ciencia, todo lo que me enseñaron, claro,
lógico, ordenado por santos escritores, se destruye y deja de tener sentido frente a su
caso: en ella todo es oscuro, sin forma y con dificultad puedo ver la mano de Dios o la del
Maligno...
EL GRAN INQUISIDOR
Pero ¿intentáis hacerme creer que en este asunto están comprometidos estos
venerables personajes?... no os envié para que dierais una opinión teológica sino para
informarme y tomar medidas adecuadas; este caso debe cesar: para el pueblo y la Iglesia
es un escándalo que podría tener graves consecuencias...; habladme de su estado, de su
vida y sus reacciones ante los estigmas y las voces que pretende oír...
EL INQUISIDOR
Parece como si ella rechazase sus visiones, se agita y lamenta cuando oye las
voces pero de sus manos y pies la sangre corre abundante... creedme, pueden ser falsas
las voces que la llaman en sus desmayos pero las heridas no son naturales, nadie podría
tenerlas y vivir.
EL GRAN INQUISIDOR
Y vos ¿qué sentisteis mientras ella estaba en sus éxtasis?... cuando llegó a mis
oídos la noticia de que en Toledo había una loca que sangraba le di la importancia que
merecía tal información: nada. Es difícil conmoverse por sucesos tan extraordinarios,
estamos tan doloridos por la vida que cuando sucede algo fuera de lo natural, algo
513
inhumano y entra en nosotros, nos produce una extraña sensación de desagrado, quiero
decir que preferimos ignorar su existencia.
Soy fiel a la Iglesia que me ha dado mis cargos y mis obligaciones, pero ahora
ya me siento muy viejo y cansado... creedme, llega un momento en que todas las
instituciones quiebran, por falta de capital o, simplemente, porque un exceso impide la
producción... entendedme, no quiero insinuar —y, si lo creyese así, lo callaría por
interés— que un exceso de sabiduría y gloria puede ahogar a la Iglesia, pero sí que, en
ciertas circunstancias, las teorías se quiebran y queda sólo la duda...
El espíritu humano es tan complejo que parece imposible abarcarlo y
justificarlo con una sola Institución y una sola Ley...
EL INQUISIDOR
EL GRAN INQUISIDOR
No, no, no tiene importancia... hoy me siento viejo y, a menudo, los viejos
hablamos con exceso... decid, ¿qué es lo que ella ve en sus visiones? ¿Pretende revocar
alguna ley existente o dictar alguna de nueva?
EL INQUISIDOR
Nada, Señor. Sus visiones son puramente afectivas. Ella las rechaza porque
cree tener el derecho de defender la libertad de su amor y su vida interior.
514
EL GRAN INQUISIDOR
(Súbitamente interesado)
EL INQUISIDOR
EL GRAN INQUISIDOR
515
comunión y dentro de esta comunión de los santos —que es absolutamente necesaria—
¿creéis que se puede dejar olvidada un alma con tanta necesidad de nuestra ayuda?
Volvamos al principio.
¡Hablad!
EL INQUISIDOR
EL GRAN INQUISIDOR
Vos cumplís vuestra obligación tan bien como podéis y, en verdad, vuestro
oficio es el de salvarla. Ciertamente, esta mujer es peligrosa para todos; incluso para vos
y para mí... imaginad si no tuviésemos el poder y estos reyes que tiemblan ante nuestra
presencia fuesen como los de antaño, como aquellos que nos perseguían y querían
destruirnos: pero fueron ellos los que desaparecieron y fueron destruidos por nuestro
esfuerzo y nuestra tenacidad: la Iglesia no cesa nunca en su empeño de dominar las
almas y, el dominio de las almas, quiere decir el dominio de mundo... y éste es
perecedero y sin importancia aunque, a decir bien, es mejor que sus riquezas estén en
nuestras manos... nosotros sabremos qué hacer con ellas, aunque sea para salvar las
almas...
Esta niña, si he comprendido bien lo que decíais, pretende vivir su vida libre
de la autoridad establecida... esto es inaceptable: dentro del espíritu es donde se hace
más patente el poder de la Iglesia y donde resplandecen más sus fuerzas: allí es donde
deben actuar estas fuerzas misteriosas que rigen el cuerpo místico...
Bien sabéis el gran esfuerzo que hay que realizar para vivir y mantener una
intensa relación espiritual con la Iglesia, con Dios, que está dentro de ella, y, a menudo,
la gloria de algunos santos nos invita a la admiración pero también, muchas veces, es
516
mejor no intentar parecerse demasiado... somos en exceso débiles para ciertas
empresas... vos sabéis vuestra obligación ¿no es cierto?
¡Actuad pronto!
(Gran pausa)
...personas como vos son el sostén de las grandes Instituciones... pienso que
sólo al hombre le ha sido reservado el triste orgullo de poder amar más la ley que el
espíritu de Quién la dictó... y esto, a mi edad, es deprimente... pero esta Ley, para mi, no
“...todos los que creían, vivían unidos teniendo sus bienes en común, pues
vendían sus posesiones y haciendas, distribuyéndolas entre ellos según la necesidad de
cada uno...” ¡Dios mío! su ley era la obligación del amor... vuestra Iglesia ha descubierto
ahora que, para creer, es necesario vivir separados, teniendo, guardando y aumentando
los bienes para sí, no vendiéndolos —sin despojarse, no ya de una hacienda o una casa
sino, únicamente, de una túnica— guardándolo todo, sin distribuir lo que es justo,
porque es más fácil a nuestra Institución predicar la comunión de los bienes espirituales
—que no se compran y en los que casi nadie cree— que ordenar la comunión de los
bienes terrestres... incluso, si alguien lo hiciese, sería tenido por hereje y quemado
públicamente... yo mismo firmaría la sentencia amparado por la Ley...
Es difícil, ciertamente, vivir en el espíritu, nada hay más fácil de marchitar y el
tiempo, los compromisos, lo queman... arde con facilidad...
¡Ay! desde mi cargo y a mis años es duro pensar esto de la Madre que nos da
la vida y nos mantiene, pero la soledad nos empuja a ver las cosas desde una mirada que
creemos es la verdad... aunque nada sabemos...
517
“...todos los que creían vivían unidos...”, ¡todos! y ni uno más o menos;
¡todos!... hoy poseemos millones de afiliados a nuestra Iglesia pero muy pocos viven en la
comunión de los verdaderos santos y éstos, seguramente, ya no están dentro de la
Iglesia; la Ley oficial los ha expulsado hace ya mucho tiempo... si estos millones creyesen,
si creyesen como deben, vivirían unidos en un auténtico cuerpo místico, sin
convenciones, sin intolerancias. Sabrían vivir la comunión de los santos pero no temerían
la comunión de los bienes terrestres... ¡ay! para esto tendríamos que ser santos ya en la
tierra...
Esta niña que resiste el don de la santidad quedaría dentro del cuerpo de la Iglesia
porque, los que luchan, éstos son su sangre, no los que lo exigen todo sin tener algo que
dar... nada más sospechoso de ambición que un pobre mostrando su pobreza...
Ella morirá para salvar las apariencias ya que no quiere confesar su
incapacidad de luchar sola, no quiere abrir su espíritu a la ayuda de la Iglesia. La sagrada
penitencia fue instituida para lavar y hacer olvidar.
A veces, es duro para el sacerdote, aún el más perfecto, conceder el perdón a
gentes que son como ellos y que, como ellos, pecan con insistencia, según la ley de la
carne, sin freno, duramente, hasta el fondo del mal... es duro recordar que su ignorancia,
su humildad, los salva... ¡Luz, olvido de todas las cosas, de todas las dudas! ¿no podría
haber, pasados los siglos, un día, aunque fuese un solo día, para olvidar...?
Tanto dolor inútil... bien se que nuestras palabras nada significan ante la
majestad del hombre sufriendo durante siglos... Aunque algún día venga la luz, aunque
todos, absolutamente todos conozcamos la paz, no podremos olvidar que existió este
dolor... podremos encogernos de hombros, podremos mostrarnos indiferentes, felices
finalmente, pero perdonar, perdonar sólo puede hacerlo quien ha perdido el recuerdo o
518
Ciertamente es difícil ser honrado hasta el fin y la sinceridad destruirá esta
niña. Nada más doloroso que ser llamado por la gracia y no poder contestar, no saber,
porque el espíritu es estéril o porque no hay posibilidad de responder a esta llamada: no
hay con qué oír...
519
Escena IV
ANA
¿Este es el poder, estas son las promesas que nos disteis?... la gloria
prometida a tus hijos, la gloria que tienes para ti, se ha convertido en el miedo, en los
extraños y difíciles dolores de cada día y que hacen tan árida la soledad de nuestras
vidas: nuestro dolor y el de todos los que han existido no puede convertirse en el
homenaje y la corona de tu gloria, no puedes vivir tu inmenso gozo sobre tanta tortura y
tanta desesperación... sí, ante tu mirada todo lo transcurrido es nada, es como un abrir y
cerrar de ojos de la eternidad que Tú emanas: la alegría y el dolor suben ante tu
presencia y se justifican por tu deseo y tu voluntad... pero nosotros no comprendemos
esto, no sabemos ser imparciales... es imposible soportar años y siglos y siglos este
constante golpear...
Señor ¿es cierto que amáis lo arbitrario...? todo en Vos es tan difícil de
comprender... no puedo amaros aunque me forcéis con vuestros dones; aunque sangren
mis manos no por ello aumentaréis mi amor y mi resignación ante vuestra fuerza, ante
vuestra Voluntad: por ella hay sangre en mi cuerpo, sois libre para torturarme pero yo soy
libre para aceptar este dolor o para rechazarlo... sí, bien sé que estoy en vuestras manos y
al fin seré lo que Vos queráis... ¡sea! llevadme, arrastradme, pero siempre seré fiel al
orden que siento en mi. Quiero amaros por mi voluntad, no por vuestra violencia...
LA VOZ DIVINA
Unos instantes... ¿te atreverías a dejarte inmóvil, sin voz, prisionera en mis
manos? Queréis ser y obrar, ser vosotros, ser, y al obrar os esforzáis en ser en vuestra
obra pero os olvidáis la humildad... Hija mía, ya sé que eres humana y de carne está
hecho tu espíritu y Yo no puedo hablarte sin que tu cuerpo me conteste con su dolor. Ya
520
sé que estás luchando con tu sinceridad: árido es el camino de los que se apartan de Mí y
árido es el camino que conduce a mis brazos... eres la medida con la que debo juzgarte y
mi gloria no siempre arrastra a los hombres; su resplendente luz a menudo los ciega y los
asusta... es tan difícil tener humildad y vosotros, por miedo a perder lo poco que sentís
que existe de vuestro ser, o por ignorancia de la riqueza que se esconde en la humildad,
la rehusáis.
El orgullo es la última expresión del miedo y siempre os perdéis por orgullo:
humildad, esto es lo que os pido; abandónate en mis manos y olvida. Allí, en lo más
profundo de este país del miedo y del sufrimiento que es vuestro espíritu me
encontrarás, tú y tus hermanos y podréis comprenderme: mis manos se cerrarán como
una inmensa garra que nada deja escapar y dormiréis en el olvido... olvido, esta es la paz
ANA
521
Y nosotros, los que sentimos palpitar el paso de los hombres y sus dudas y su
angustia, ¿dónde encontraremos ayuda y consuelo cuando Tú callas? ¿acaso en unas
manos sangrientas o en visiones de tinieblas y sombras que amenazan en la oscuridad?
¿O vendrás en las voces del viento, en la süave brisa de la tarde, o en el
huracán, hablando desde tu inmenso orgullo y tu lejanía?
Vivimos y duramos unos instantes, unos breves instantes pero en ellos no se
nos evita ningún dolor, todo sucede por la voluntad que arrastra todas las cosas, pero
esta Voluntad es sangrienta...
¡Dame la comprensión y la humildad necesarias para olvidar y poder seguir
soportando! ¡Dame este sabor de frío en mis labios y, pequeña, sin valor, seguiré
sangrando bajo tus abrazos...! no es más allá de la muerte donde queremos hallar la
alegría: Tú eres un Dios de alegría y de paz, ¿es que tu alegría es sangrante y sombría tu
paz? ¿acaso reinas sobre las tinieblas y los negros crepúsculos? ¡no, no! ¡Tu ríes, alegre en
tu bondad, dormido y pacífico, entre las estrellas, Dios de espacios y luces, Dios del
fuego y del orden, Dios de los caminos innumerables, Dios de la verdad!
LA VOZ DIVINA
ANA
¡Dios del orden! ¡Dios lejano! ¿hasta cuando?... Tu conoces todos los
pensamientos y deseos, puedes ver a través de todas las envolturas con las que escondo
mi deseo... Vos sabéis que un amor demasiado humano me aparta de vuestros brazos...
522
no necesitaba estar marcada con llagas y sangre para creer o para dudar: todo habla de
Vos y también todo os niega; hasta vuestras voces podrían atestiguar en contra si creyese
de verdad que son ilusiones de mis deseos o de mis temores: nos vemos arrastrados no
sabemos cómo...
perdonadme que os odie, más por el dolor ajeno que por el mío pues pienso
que lo que en mí se consuma es tan íntimo que ninguna trascendencia puede tener para
los demás mientras que la destrucción y los infinitos siglos de terror que habéis llevado y
depositado sobre el mundo claman a mis ojos y es difícil amar a Quien ha hecho tanto
daño, a Quien descansa sobre este helado montón de pobres seres llamados hijos
vuestros, hechos, según decís, según dicen, a imagen y semejanza vuestra: y todo por
vuestro deseo, por este inmutable y pavoroso decreto infinito y eterno de que así tenía
que suceder, sin esperanzas de que dejéis de obrar pues bien sabemos que lo que sucede
está siempre en el pasado, en el presente sin tiempo, de vuestro deseo.
¿Creéis que podré, aunque me sumerja en vuestros goces, tener la perfecta
paz, la última beatitud, cuando una infinita cantidad de mis hermanos —aunque yo los
hubiese odiado, aunque asesinos— yace bajo la predestinación de vuestra cólera?
Y, consumados los siglos ¿creéis que podré descansar en la paz de una
posesión perfecta, hecha ya imagen y forma vuestra, si sé que, a muchos otros, les habéis
negado este descanso y permanecen, eternos, sin tiempo, torturados por el dolor sin
límites, de haberos perdido? Esta sangre, este dolor inimaginable claman un nuevo
comienzo, un nuevo olvido... pero yo, no puedo olvidar ni ser indiferente... quizá esto es
la última y mayor tentación: la falta de caridad cuando ya poseemos, cuando, juntos con
LA VOZ DIVINA
...Todo ríe, todo tiene que reír... alegría... al fin de todas las cosas
comprenderéis...
523
ANA
¡Ah! ¡Dejaos vencer, Señor de las tinieblas y de la muerte, dejaos vencer por
tanto dolor, Vos que también sois Señor de la verdad y de la vida!
LA VOZ DIVINA
terrores: destruidos subiréis a mis brazos y viviréis en mi vida: todo lo que habéis amado y
fue vuestro, la tierra, los crepúsculos de paz, los mares lejanos y el murmullo süave de sus
olas tranquilas acabando en las desiertas playas de rojos dorados, todo lo perderéis:
dentro de Mí, estoy Yo, solo, y allí estaréis vosotros, mas nada os será dado a cambio de
tanto dolor; y ahora, mientras aún estáis con vida, mientras vivís, podéis tener la
seguridad, debéis tenerla, de que nada es inútil ni arbitrario, de que la comunión de los
santos es la comunión de un inmenso dolor, del dolor de toda la creación gimiendo en la
espera de que acabe el sueño de la vida, y este dolor, es necesario.
¡Ana!... humildad... lo que espero de vosotros no es amor para mí, tampoco
espero ni deseo que me ames sin límites, como sólo los humanos saben hacerlo, con sus
sacrificios y sus renuncias que los dioses no sabemos hacer...: la humildad empieza con el
amor a los demás, hacia aquellos que nada pueden darte, empieza cuando el amor
pierde todo interés que no sea él mismo, cuando el amor es neutro, sin vida, pero
implacable, cuando al fin, viene a ser piedad y servidumbre: entonces existe humildad...;
a través del hombre me encontrarás, a través de este amor que tu crees te aparta de mi...
tanto como intentes alejarte, a través de tu mismo esfuerzo, Yo me acercaré a ti...
524
Escena V
(Como en la Escena I)
EL DOCTOR
525
¿Y bien? Poco hemos progresado en este asunto. Ella sigue como al principio,
con su cuerpo ensangrentado y el espíritu lleno de temor y dudas; Don Enrique, es
menester concluir y tomar el mejor camino aunque este sea muy duro y difícil para vos.
DON ENRIQUE
EL DOCTOR
DON ENRIQUE
EL DOCTOR
526
Poco podría decirnos..., creedme, aunque vuestra hija sanara, sería peligroso
dejar esta enfermedad en el olvido: es necesario que esté en observación, si luego se le
encuentran justificantes, será de una gran ayuda y consuelo para los dos, para todos
nosotros, creedme; podéis tener la seguridad de que se procederá con toda justicia...
debéis obrar así y pronto, antes de que se la lleven por la fuerza.
ANA
(Como en éxtasis)
¡Allí! ¡Allí! ¿por qué no puedo morir y finalmente la paz vendría sin voces ni
deseos? ¡Padre! os lo suplico, libradme de sus manos; no quiero sus consolaciones: quiero
vivir en esta tierra roja, bajo el sol, bajo la paz de los cielos, sin tiempo, sin dolor, sin
alegría, perdida en el olvido de lo inmenso, sin figura ni deseo: ¡nada queda en mi
recuerdo de las promesas ni de la bondad prometida!
EL DOCTOR
¡Debéis sujetarla!
EL DOCTOR
527
¡Esto es obra del demonio! ¡Ved la sangre! ¡Ved sus heridas: se abren como
bocas sin poderse saciar! Magia y muerte van unidas.
Es preciso actuar con rapidez.
DON ENRIQUE
¡Qué extraña es la condición humana! Nada más difícil que prevalecer sobre
lo que se ignora... pero aún más difícil es saber estar por encima de aquello que
conocemos y quizá incluso amamos...
EL DOCTOR
(Oscuridad total. Se van iluminando lentamente las manos de Ana que ella
eleva mientras las sangre corre por sus brazos perdiéndose en la oscuridad que los
rodea)
ANA
¿No conocéis el olvido? ¿No puede haber dentro de tu deseo un amor sin pruebas ni
llagas? ¡Ay de mi! Este año el invierno es infinitamente triste, más allá de todo límite...
cada día siento menos emociones, la soledad no es buena para según que espíritus; allí
528
dentro, cuando callamos, surgen las voces que nos llaman... ¡y es tan difícil obedecer o
disculparse de los errores cuando no hay igualdad!
DON ENRIQUE
ANA
¡Ven conmigo! Los dos, sin dolor, sin esperanza, sin paz, confiando sólo en la
duda, deseando el sueño de todos los deseos: ¡libres de toda ley en una eternidad de
oscuro silencio!
DON ENRIQUE
529
Tus voces no deben hablarte de esto: hija mía, tu eres desgraciada, pero te
consumes entre millones que viven como holocaustos vivos, sangrantes, para que se
manifieste el orden y la ley que rige, mas allá de toda lógica y razón, el destino de lo
existente... todo es orden y a ello debemos someternos.
¡Piensa en mí! En tu caída me llevarás, me arrastrarás contigo y el dolor no
puede comunicarse... existe la comunión de los santos en su bondad pero no existe la
comunión del dolor y del sufrimiento y esto es un gran error que nos hace dudar que
exista la perfecta piedad...
ANA
DON ENRIQUE
ANA
Dudar nos hace creer, siquiera creamos en nuestra duda. No, padre mío, no
puedo volverme atrás. Abandonaré estas tierras que deseo tanto, perderé lo que amo, te
perderé, pero no puedo ser infiel al orden que siento nacer en mí: he soportado todo
este dolor a mi pesar, ahora quiero ser libre aunque tenga que ser quemada y destruida.
530
Escena VI
(Una estancia)
DON ENRIQUE
... Toledo... ¡cómo debe odiarte mi pobre hija! ... es triste verse arrastrado por esta
fuerza sin razón, a la oscuridad de una noche desconocida, sin poder sentir jamás, ni en
el oscuro recuerdo, el dulce zumbido de estos campos y las voces de la tierra... el amor
divino nos llama con tanta fuerza a nuevos países, nos ofrece tanto sin que podamos
darle nada a cambio, que muchas veces desearíamos no haber oído su llamada —tan
inmensa, tan superior a nuestras fuerzas— para poder permanecer en nuestra humilde
mediocridad, sin grandeza pero sin pruebas.
531
EL INQUISIDOR
DON ENRIQUE
EL INQUISIDOR
Hay algo turbio en este asunto, ¿no creéis?... es difícil la existencia de dos
personas viviendo durante largo tiempo solas, encerradas en el mismo mundo, siempre
dentro de las mismas paredes, sin que se creen entre ellas unas atracciones que, por
oscuras y por no querer admitir su existencia, escapan a cualquier conocimiento o
cualquier responsabilidad... nadie sabe nada pero algo roza a las gentes, al instinto del
pueblo, furtivo como los pasos en los largos y oscuros corredores que casi nadie transita...
aunque existen...
532
DON ENRIQUE
EL INQUISIDOR
duele de la estéril desolación que siente en su espíritu, pero, sin duda, peca de un
excesivo amor a las criaturas y al mundo en el que viven... aunque su pecado más grave,
quizá el único, es el de no abrazar humildemente esta prueba que se le envía y
someterse con alegría; dentro del orden al que pretende escapar está la salvación y la
ley que siempre van juntas...
...pero ahora ya es tarde, se aparta de la Iglesia pues sólo en ella habría
encontrado los caminos y la obediencia que la habrían llevado por la senda recta y justa
y por ello será juzgada ya que este pequeño foco de corrupción, por muy pequeño que
sea, no debe precipitarse al torrente de la gracia que vivifica a todos los miembros de la
Iglesia: tiene que extirparse aunque sea doloroso; el mal de uno afecta también a los
demás y también los ensucia, aunque ellos no lo sepan y no puedan evitarlo...
(Larga pausa)
533
...ella quedará así suspendida en un punto central, sin gloria pero sin
conclusión: de esta forma podrá salvarse: por falta de justificantes en el fiscal de la
Iglesia...
ANA
posibilidad, no hay ocasión para poder hablar, hablar con alguien humano o Alguien al
que yo pudiera sentir como tal: ¡y quisiera tanto que vos fueseis esta ocasión!... Amar,
esto no es singular, necesita lo múltiple... creía que quien ama, por la fuerza de su mismo
amor, ya se asegura el amor de lo amado y ahora... todos amamos pero no hay puntos de
contacto.
Quisiera dormir, olvidar, y bien sé que vuestro amor no cesaría: aún carroña
seguiríais amándome pero exigís demasiado de mí al pedirme comprensión pues no
puedo amar lo desconocido, aquello que escapa de mi tacto y ante mis ojos, vuestras
voces y heridas son sólo la prueba de algo extraño pero no por ellas os comprendo más...
¡Señor! pienso que no debéis tener orgullo pues a los orgullosos les basta su
contemplación, no necesitan manifestarse a través del dolor ajeno, no necesitan
imprimir sus sufrimientos y su imagen en tan débil carne... y Vos, Vos tenéis una larga y
lenta eternidad para contemplaros...
quizá no sé lo que digo, sufro desde hace años estas heridas pero el bien
resultante de tanto dolor ni yo lo comprendo ni lo sabré nunca: quizá los mediocres, los
grandes Inquisidores, tienen razón, también en ellos existe esta fuerza oculta, esta
gangrena de la gracia y, en lo último, más allá de toda vida y toda pasión, nos
encontraremos unidos en un solo punto, en la unidad, unos por soportar esta miseria y
otros por su intolerancia, pero todos, doblegados, humanos, dolientes... quizá con haber
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sufrido ya bastará, quizá con levantar mis manos, mostrar mi costado rojo y sangriento,
sólo con mostrar la interrogación de mis heridas ya tendré mi gracia y mi salvación...
Ahora resta esperar: postrada entre las voces que me retienen; no sabiendo,
sin el amor que me daría la fuerza que todo lo soporta, esperaré la respuesta.
EL INQUISIDOR
¿Y si todo fuese falso?... pero esto es imposible... las grandes instituciones, los
santos, los iluminados, los pontífices que son como una imagen viviente de Dios en la
tierra, todos están en la verdad y este deseo y esta necesidad que tenemos de que
existan ya nos asegura que sus leyes son ciertas... no, no es necesario reconstruir lo que
destruimos con nuestra humana torpeza sabiendo que no es posible ordenar nada...
indagando, buscando, quizás sólo aseguramos la tranquila presencia de lo arbitrario...
Nada hay, nada existe fuera de mi conciencia. Surgimos de la oscuridad y nos
precipitamos a este caos sin luz y sin esperanza. Quisiera ser sincero por unos instantes:
todo quiebra a nuestro alrededor, aparentamos creer porque esto nos consuela y nos
engaña, pero estoy convencido de que lo más que puede existir es la duda.
Soy un pobre fraile, poco puedo opinar sobre estos graves asuntos... sé que
no basta con levantar una cruz ante los ojos de esta niña y conjurar al demonio en
nombre de tan santa figura... cada cual tiene su duda y el lugar secreto en el que la
guarda celosamente, con tranquilidad y persistencia, y la alimenta e impide su fuga...
Estás en mis manos para que te haga volver a la línea recta, al camino de los
demás fieles de la Iglesia, al callado silencio de la obediencia, ¿qué puedo hacer? ¿sé
acaso dónde ocultas tu debilidad y dónde se funda tu fuerza? ¿sé en verdad qué es lo que
crees?
535
... perdida en tu abismo, vertical como un pozo del que nunca verás el fondo
y deslumbrante de luces tan oscuras, hundiendo sus raíces en la lejanía total de Dios,
eres desconocida, imposible de alcanzar: todos estamos en un pozo con nuestra propia
luz, cegadora para quien no esté en el silencioso agujero dentro del que nos
consumimos...
(Pausa)
536
Escena VII
LA DONCELLA
Ana, ¿duermes?
ANA
¿Quién me llama?
LA DONCELLA
Ana, ¿sabes lo que va a ser de ti? Tu padre está llorando, está llorando como
el día en que murió tu madre.
ANA
LA DONCELLA
537
¿Cómo puedes decir tal cosa? Él la amaba como puede quererse el agua en el
desierto, como algo que no tiene interés pero es vital, necesario, absolutamente
necesario para vivir.
ANA
(Muy lentamente)
LA DONCELLA
ANA
parece que veo su rostro dentro de las llamas divinas, parece que siento sus ojos mirando
a través de las heridas, corriendo sus manos dentro de mi sangre...
538
LA DONCELLA
ANA
¡Su hija!
(Oscuridad)
539
Escena VIII
manos de la Iglesia, quizá hacer de ti una santa. ¿Es que nada en ti necesita ayuda?
ANA
¡Ay! nada deseo; postrada sobre el mundo, rodeada del dolor que durante
milenios y milenios reina con tan fría y lejana majestad sobre los humanos, hechos a
imagen de Dios, nada comprendo. ¿creéis que me siento orgullosa de ser una elegida?...
pero no puedo amar a Quienes obtienen su gloria a través de tanto dolor: bien los
quisiera amar pero no los comprendo ¡y el dolor es tan fácil de comprender!... no
necesita explicación, sólo un poco de respeto...
Quizá son tan incomprensibles porque están sumergidos en su alegre y riente
felicidad: pero nada es más extraño que esta obligada tortura de la raza humana que no
sabe comprender, que no puede querer, para conseguir su salvación, a amar a Quienes
no entiende y, para amarlos, se ve privada de la capacidad de comprender este amor...
... nos queda la compasión: también el tiempo cambia nuestros sentimientos;
pasan los años y lo que nos rodea va cambiando, se oscurecen los paisajes, los muebles,
el color del cielo, las caras de aquellos a quienes conocemos y amamos y surge esta
extraña deformación de las cosas, que sólo podemos aceptar con todo su angustia y su
miedo, únicamente cuando la vemos y la soportamos en nuestra propia carne, porque
540
antes, cuando éramos más jóvenes no podíamos imaginar que pudiese existir y ahora nos
deja un acre sabor desolado en los labios... ¡el amor necesita tanto del olvido!... ved cuán
poco nos es perdonado de los defectos que nos fueron impuestos y a los que fuimos
obligados...
Perdonadme, debo pareceros ofensiva, pero tampoco sé callar...
perdonadme.
EL INQUISIDOR
Y tus manos, ¿nada te dicen? Ellas son una clara muestra de tu impiedad.
ANA
EL INQUISIDOR
(Oscuridad casi completa. Luz sobre el fraile: se levanta una gran cruz sobre
la estigmatizada)
541
EL INQUISIDOR
¡Ana! ¡Contempla este signo del dolor! ¡Te ordeno por tan santa figura que
nos digas si hay demonio en ti!
ANA
¿Qué queréis oír? Nada espero sino mi paz y ahora ya sé que sólo hay un
camino para conseguirla.
¡Este signo de la muerte no puede conmoverme!
EL INQUISIDOR
ANA
¡No, no!: ¡Él no tiene rostro ni forma; no puedo llorar ante su cruz!
LA VOZ DIVINA
¡Ana, dulce hija mía! ¿es que no comprendes? ¿No te han bastado las heridas
de mi amor, tan desolador que en él se confunden lo violento y lo estéril?
Yo también quiero la paz, esta paz tan difícil: mi amor es un oleaje sin fin;
implacables, en mi, hay como torrentes que arrastran diques y muros de inmensa dureza
sin que se altere su paz y su serenidad: soy como un río impetuoso y en mi tranquila paz
542
avanzo como una furiosa y creciente marea: piensa en la majestad y magnificencia del
mar: sus tempestades son momentáneas, por pequeñas extensiones: así es mi corazón y
así será tu paz y el olvido de todas las cosas cuando llegues a mis manos y puedas
quemarte en ellas...
¡Ay! mi amor viene anunciado por estas aves, ángeles con garras, que hieren,
pero luego te vencerá con la dulzura de mi fuerza: la violencia se hace a los vivos: para
los muertos queda la paz y el amor: para ellos todo es gracia. Ellos son Yo mismo.
(Pausa)
quiero con mi amor único y terrible! No para mi gloria, ni como testigo en la tierra de mis
dones: te quiero para mi noche, para lo más profundo y hondo de mi gracia.
...quise ser hombre y conocí el miedo y el frío; abandonado de mis hermanos
supe qué era el tiempo, el cambio, y ahora sé que todo conocimiento y todo cambio es
aterrador para los hombres... pero en mi eternidad, ya he olvidado porque los dioses
olvidamos nuestro dolor aunque mantenemos el de los demás y en ello nos apiadamos y
sufrimos sin saber cómo detenerlo...
No preguntes, no quieras saber por qué te atormento con llagas en la carne y
en el espíritu: más allá del amor, existe la confianza. Deja que el verdugo destroce tu
cuerpo, deja que mi Iglesia te rechace: ¡Yo te llevaré a mi vida y ya no conocerás el
tiempo ni la duda!: ¡en Mí todo es olvido y paz!
(Oscuridad total. Luz sobre las manos de Ana, caída sobre el lecho )
ANA
543
Entonces, sin orgullo, sabremos olvidar y confiar: sabremos humillarnos con
dignidad, únicos.
Como un oleaje de paz suben a mis labios estas divinas palabras que me
salvan: confianza.
Aunque en mi no hay amor, ya no parece haber ni algo que esté vacío, espero
en tu bondad.
DON ENRIQUE
EL INQUISIDOR
¿Creéis esto cierto? ¿Acaso los actos más secretos e íntimos no pertenecen a
la Iglesia? No, Don Enrique, os equivocáis... en mi no hay maldad ni tengo ningún deseo
de entregar a vuestra hija al Santo Oficio, pero creed que esta es nuestra obligación: es
necesario que justifique todos estos extravíos y sea así liberada de sus errores...
ANA
544
EL INQUISIDOR
DON ENRIQUE
¿Entonces?
EL INQUISIDOR
DON ENRIQUE
EL INQUISIDOR
Y vos también sois carne de tan Santa Institución y esto os obliga a ser un
buen hijo. ¿Acaso también tenéis visiones y rechazáis las obediencia a la Madre Iglesia?
545
DON ENRIQUE
EL INQUISIDOR
vuestra respuesta!
EL INQUISIDOR
¡Vendrán ahora! ¡Ellos te salvarán! Serás juzgada de un modo severo y justo y condenada:
el perdón es sólo para los débiles y tu no conoces ni quieres la debilidad...
ANA
546
(Su última tentación; aún siente la fuerza y el instinto de la vida, el deseo de
un día más...)
¿Por qué la muerte? ¿Es que el dolor y el castigo que la justicia concede
justifican alguna cosa? ¿Quedará la Iglesia satisfecha con mi dolor o con mi salvación?
Decidme, ¿queréis mi paz o sólo la satisfacción de la Ley bien aplicada?
EL INQUISIDOR
como podemos y con la mayor urgencia! ¡Esto es lo único que nos importa: no es el amor
lo que nos mueve; es la necesidad de mantener la Ley! ¡La ley está por encima de todo!
ANA
¡Entonces dejadme vivir sin leyes! El tiempo y el espíritu serán mis leyes y mi
orden. A sus mandatos me remito.
EL INQUISIDOR
¡Piensa que tus palabras serán repetidas al Santo Oficio! ¡Nada escapará a sus
miradas!
ANA
547
santos, para comulgar con los goces de estos privilegios se necesita el dolor, se necesita
ignorar la misericordia, nada quiero saber de ellos...! ¡no quiero pertenecer a esta
comunión!
EL INQUISIDOR
ANA
EL INQUISIDOR
Entonces nada queda sino destruirte; serás como una brasa que los ángeles
reducirán a cenizas: ¡llevas la corrupción y es necesario librar a nuestro pueblo de tan
gran peligro!
¡Serás condenada sin conocer la gloria ni la paz!
ANA
¡Padre! ¡Ahora necesito tu amor y tu ayuda! ¡qué hombre hay que no haya
concedido alguna vez misericordia y compasión a un condenado?
EL INQUISIDOR
548
ANA
destruye es como la fuerza de sus manos que ya no atraviesan mi carne... ¡muerta viviré
en su misma voz, seré llevada ante el mar que se agita delante de sus ojos y ya no habrá
más leyes ni conoceré otra justicia! ¡Allí sólo hay olvido — sueño del tiempo!
(Oscuridad completa)
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549
Addenda
Jesuitas del colegio del SCJ de la calle Caspe, Barcelona, desde el septiembre de 1944 hasta
junio de 1953; fueron, en cierto aspecto, entre otros, quizá aún más terribles,
fundamentos del terror que mantenía desde siempre y nunca he dejado de
conservar y, a mi costado, compartir, como espejo a lo largo del camino;
espejo que, siempre, sólo refleja una misma imagen...:
Padre Doménech, era un buen hombre, estoy seguro y como tal se portó...; sobre la mesa de
su despacho había, tallada en madera, una calavera, pequeña, de rara
550
perfección —así me lo parecía—. No hablaba nunca del pasado...; cuando
murió recuerdo haber llorado, quizá por su olvido, por sentirme abandonado,
por el egoísmo de los que aún vivimos, o, quizá, porque intuía que era,
seguramente, el primero y que sería, seguro, el último en mirarme como una
persona, como alguien que aún tenia sentimientos, que confiaba en los que
debían tener los demás y por ello, de aquellos seres negros y lejanos, de
amplias faldas, alguna cosa esperaba...: no me equivoqué...
H. Rebull
H. Noguera
H. Climent; de estos tres es el mejor; prefiero no hablar de él
Padre Pastor –estuvo un tiempo en el colegio, un sádico extremo
P. Alfonso Thió –rector—:Indiferente a todo
P. Gumbel —prefecto—: una perversidad alemana del año 1945; su procedencia era terrible,
como su manera de hablar y sus gestos, sus labios tan delgados...; mostraba lo
peor de su país...
P. Mur, física
P. Vilajusana; ambos indiferentes, parecían, asimismo, indiferentes y ajenos a cualquier
valor, del tipo que fuese
P. Salvía
P. Almenar; ¿quién podría juzgarlos?
P. Rodero —un loco sádico (lo trasladaron a los pocos días de estar en el colegio por su
violencia en atacar y golpear —físicamente — a los alumnos)
P. Cursach
P. Jiménez; a pesar de todo eran, seguramente, buenas personas, por lo
menos en su ambiente
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Juzgar a los demás no puedo ni quiero (o, por lo menos, quisiera no poder y no querer), aunque no
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puedo evitar recordar cosas que definían ciertos personajes..., pero el odio, el miedo y el terror
siguen aún en mis ojos y en mis manos; quizá también en las suyas...
Falta uno, quizá el peor de todos, pero no recuerdo el nombre, quizá José María; se
llamaba el Padre Vigo...
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Ahora, con los años, sus imágenes y recuerdos se disuelven y se mezclan, horrible acaecer, unos con
otros: sus actos se repiten en otros escenarios y, quizá, en otros días o cursos y de la sequedad de sus
voces siempre está presente el hedor de sus sonidos y la amenaza del poder que, omnipresente,
tenían sobre sus alumnos: música para el odio y el temor, música para envolver lo amargo del
descubrimiento que, inocente en aquél entonces, aunque curas, religiosos, miembros importantes
de una Santa Madre Iglesia, sus actos eran sólo la expresión del vencedor, la alegría de que,
después de una guerra que ellos tanto ayudaron y animaron, habían sido los vencedores y, como
tales, tenían y debían manifestar y experimentar en sus vencidos la furia inhumana del que posee el
poder a través de la sangre derramada... ¡Ay de los vencidos...!
Y ahora, pasado mucho más de medio siglo, muchos, quizá todos, están ya muertos y el odio es sólo
odio a huesos ya rotos y carnes corroídas... pero, ¿quién puede detener el recuerdo? ¿lo horrible de
sus restos será muralla al rencor y los gusanos —sus hermanos como ya Job les había dicho aunque
nunca lo escucharon— serán ellos quienes les aconsejen y le consuelen pues también el horror
necesita consuelo y quizá no nos atreveríamos a evitar sus tardías advertencias y el canto
atemorizado de sus lamentos...
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Había rostros, de labios finos, muy delgados, ojos con anhelos de algo que no sabíamos qué era, que
no engañaban en cuanto al mal que sólo sabían ver en todas partes y que querían infligir: sólo eran
felices o satisfechos haciendo algún daño a los alumnos, cuanto más débiles o desvalidos, en el peor
sentido de la palabra, mejor para la satisfacción de sus frustraciones
Y, ¿por qué debíamos llamarlos “padre”...si, en teoría, ninguno de ellos lo era ni tenía que serlo en el
futuro y ninguno —quiero creer...— era mi padre ni pudo ni podía haberlo sido?
¿por qué este deseo de ser padres, por qué exhibir sus paternidades falsas, quizá nunca deseadas...?
¿y, por qué se llamaban y se hacían llamar hermanos si, casi nunca, llegaron a expresarse y a hablar
como algo parecido a lo que debe ser un hermano... o, incluso, un “ cristiano...”?
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Pero, esta lista ¿es un final, sugiere una conclusión o abre algún sendero para, quizá, establecer
otras listas, otras voces, otros ámbitos que evocar o, ya resignados, cerrar cualquier posibilidad de
“abrir paso”?
La angustia. en aquel largo final de una guerra, en aquella larga posguerra, era un terreno que
asumía las simientes, engullía sus raíces y sus carnes, y en ellas se fecundaba y de ellas, de su muerte
y sus agonías, extraía, lo que después debía venir: pero de esto, en aquel momento, nada sabía;
conservaba el dolor de una soledad que ya no ha cesado y, ciego sin que la ciudad lejana,
inalcanzable de Gaza pudiera ni tan sólo ser entrevista, en él me asentaba y de él arrancaba el
esfuerzo para proseguir su compañía y así poderlo conservar la posibilidad de que, sobre sus ruinas
—o sobre sus palacios y templos— pudiera construir lo que aún no imaginaba pero que, quizá sí,
intuía...
553
Años más tarde, pude leer un texto de un poeta que murió, precisamente, un diez y ocho de julio
[fecha que debe ser temible], a los treinta años: Joyce lo citará, más o menos incompleto, ya en Un
Retrato del Artista Adolescente, ya en Ulysse: ... un hombre no puede decir “Quiero escribir un
poema”, el más grande de los poetas no puede decirlo, pues el espíritu, en el momento de la
creación es semejante al carbón al momento de extinguirse y al que una influencia invisible, como
podría ser un viento inconstante, le pudiese conferir un efímero destello: esta potencia surge del
interior, como el color de una flor que cambia y pasa a medida que se desarrolla, y la parte
consciente de nuestra naturaleza no puede anunciar ni su llegada ni su desaparición [...] Cuando el
poeta (el músico) comienza a componer, la inspiración ya está en su declive... 17
Entonces no sabía, no había vivido esto ni menos podía saber que la inspiración, al inicio de
componer, músicas o poemas, está en el declive de los destellos de un fuego —que nunca se
extingue— porque, el artesano, al recibir, al avistar estos reflejos, celestiales o perversos, ya se ha
sumergido en ellos, y lo que le inspira, lo que de él se inspira no es un aire de otros planetas que él
debe aspirar, es el don que hacia él se encamina y en él se resguarda y en él se recoge; su declive es
ya su obra como artesanía, su esfuerzo; pero la obra, lo que debe ser dado, lo que es él mismo,
objetivado en carne y sangre de rara transubstanciación, está más allá de los resplandores
celestiales que le ciegan para así darle una mayor vista: ciego, puede ver aún más; deslumbrado,
puede definir con exactitud el contorno de lo inaprensible...
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...el cansancio de la imaginación colectiva, del inconsciente colectivo [cansancio de los símbolos, de
su supuesta verdad inmutable, con la angustia de necesitar otras imágenes y sentimientos, otras
nuevas angustias que colmen la pérdida de las antiguas formas y las dejen sólo como recuerdo y
17
Traducimos el texto de Shelley, escrito un año antes de su muerte, de la página 1738 de Joyce, J,:
Oeuvres, Vol I (...La Pléiade, París, 1982), nota 1 a un texto del Cap. V de la traducción del Portrait de l’
artiste en jeune homme. Las citas de Joyce en ambas obras son más breves y se ciñen a la imagen,
admirable, de la brasa a punto de extinguirse y su breve brillo final...
554
objeto histórico, pero ya sin vida propia, que nos pueda, asimismo, darnos vida: todo nacimiento
presupone unas muertes y unas semillas que, han germinado en las profundidades y, sin su muerte
no puede haber nueva vida y nueva consciencia], aquel que liga a todos los vivientes humanos, más
o menos humanos: es el fin de las imágenes, mitos, consolaciones que, de los dioses que hemos
hecho y formado a imagen nuestra, nos han obligado, coaccionado, acariciado...: es el fin de todas
las religiones: el hombre es alguien creado para el cansancio...
y el hombre, animal oscilante entre lo racional (o aquello que creemos racional) y lo irracional (o
aquello que creemos es irracional) se debate entre sus cansancios y el agotamiento, indiferente, de
sus ansias, que le envuelven desde múltiples ángulos (políticos, sociales, económicos, religiosos...): y
por encima de estos, abrazándolos a todos, está aquello que une a todos los hombres y que define,
implacable, a todo este género y clase de seres: su pulsión al suicidio; su capacidad para destruir a
los demás —aunque ello comporte destruirse a sí mismo— y su indiferencia, que creemos es
cansancio [de raza, de imágenes, de ideas, de religiones y órdenes, siempre las mismas, y siempre
imperativos que nos dicen son categóricos] y que le hacen indiferente, cansado, ante el anuncio,
que él sabe es inevitable y certero de lo que será su aniquilación final y la imposibilidad, ya
definitiva, de poder conseguir, mantener, guardar, transmitir, nada de lo que haya tratado,
encontrado, creado por su artesanía o por el maravilloso impulso de su instinto, en su vida y en la de
sus antepasados o ya inútiles descendientes, por muy sagrado que, para él, pueda considerarse...
Y así, sabemos muy bien que todo lo que ahora escribimos, música o textos, poesía o meditación,
filosofía... es, realmente, aprendizaje, conciencia del final, conciencia de una muerte segura: ahora,
en las actuales circunstancias; estos trabajos no son ya sólo una obligación para el que escribe estas
líneas, sino que él —pensante, doloroso receptor de estas aportaciones—, siente que reúne, total y
absolutamente, como en un único ser a todos sus semejantes y a ellos debe entregar el producto de
su artesanía y a ellos se debe: a todos los seres humanos, a todos los que, de alguna forma, quisiera
llamar hermanos.
Pensamos que en un próximo medio siglo, ya nada viviente, humano, se arrastrará o tratará de
pensar sobre la tierra, la que puedo ser madre y que, por nuestras manos, o por el cansancio de
nuestros odios o extraños amores, por la violencia insensible de políticos, presidentes y jefes
sociales o económicos, por los sacerdotes de religiones tribales, pervertidas ya desde casi sus
comienzos, todos ellos siempre con las manos manchadas de sangres inocentes o que, por sus
conveniencias, han querido convertir en culpables, por la insensibilidad, asimismo insensata del
rebaño humano, tan fácil de dominar y conducir, ha venido a ser sólo vertedero de huesos y desierto
con arenas y cenizas de aquellos que la habitaron, de aquellos para los que fue madre y en la que,
555
por su patológico egoísmo, sólo supieron ver un objeto, una posesión sin límite, algo que se podía
usar y después destrozar, ignorando, en su “ zumbido y furia, que nada significa”, su función
maternal sobre todos los hombres, incluso sobre los del costado negro que tratan, con su
inconsciencia, de destruirla...
Y, a pesar de ello, con la consciencia de lo que sucede y del final que vemos inevitable, seguimos
trabajando y escribiendo o componiendo [por el constante imperativo que nos llama y urge sin
cesar], es decir, como resumen, seguimos pensando; si el pensar es la peligrosa de las ocupaciones,
ahora también es la más dolorosa de las ocupaciones...: dolorosa, pero que no puede detenerse de
manera alguna.
Cansados, con una especie de sudor sangriento que mancha músicas y poemas, seguimos
—nosotros y tantos otros— trabajando, escribiendo y, repetimos, pensando: ¿qué otra cosa
podemos hacer para definirnos como seres humanos y para aprender, con la palabra filosofía como
lema y definición, a cumplir aquello para lo que, de una u otra forma, hemos venido a realizar:
entregar lo que se debía entregar y acabar todo aquello que se debía acabar...?
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Incluimos un breve texto, escrito a partir de comienzos de marzo del 2014, para incidir y, en cierto
aspecto, tratar de clarificar —por lo menos para nosotros— algunas ideas sobre este “mundo” en el
que nos ha tocado caminar:
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nuestra lógica es lógica humana (y sólo humana: no de otros seres, especies o “personas”, sean estas
las que sean...), sólo humana —sólo esto— y nada nos puede demostrar que es absoluta y
“verdadera” [aunque la “ciega intuición”, la iluminación —que “no es nuestra”18— quizá nos
permite elaborar una sugerencia o una especie de certitud de aquello que podemos saber aunque,
asimismo, semejante a los límites de la matemática, existe (debe existir, o creemos que debe existir)
también un límite a esta iluminación]
De Dios nada sabemos y preguntarnos sobre si existe o no existe no tiene sentido —el que
queramos darle— mas que para nuestra lógica particular y como tal, humana: Dios “está” más allá
del ser, no-ser, existir, no-existir, estar, no-estar [y ya bien sabemos como el Areopagita como
Eckhart nos lo han insistido: carece de bondad, maldad, pasiones instintos y afectos, amores u odios,
belleza u horror, del bien o del mal...]: los nombres divinos, humanamente, para nosotros, son
positivos [también lo afirma Dionisio] pero, adentrándose en sus “nombres”, “comprendemos”,
intuimos, y bien sabemos, éstos son sólo expresiones negativas —el mismo Areopagita y asimismo
Damascio, nos encarecen y nos afirman en este camino—; nada se le puede aplicar y nada
—humano, de idea o de pensamiento, de palabra o de escritura— nada se le puede aplicar y nada
Lo puede describir; nada podemos decir de Él y ni tan sólo se le puede aplicar esta misma “nada”
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Sabemos aquello que creemos saber y pensamos, y lo sabemos, apoyándonos en esta certitud por un
instinto humano que nos pertenece, pero, de este saber del que estamos convencidos ¿qué es lo
que es cierto? ¿o, qué es lo que sabemos absolutamente...?, nada nos garantiza, a nuestra certitud
—que afectaría asimismo a esta garantía— la verdad de lo “que es cierto”
18
La frase no es nuestra: procede de Brahms que, quizá haba leído a Bettina Brentano quien relata
una expresión muy parecida de Beethoven.
557
Y en este juego de espejos que a sí mismo se reflejan y a sí mismo preguntan lo que a ellos mismos
se responden, fundamos ciencias y lógicas y decimos: “es verdad”; pero sólo sabemos que “es
verdad” porque creemos (con nuestras lógicas y nuestras posibilidades siempre auto referenciales)
que es verdad...
Y, ¿qué sucedería, (si la palabra suceso tuviera o tiene, allí, el mismo sentido que ahora, aquí, le
atribuimos), qué sucedería con otras lógicas, otras conciencias, otras intuiciones 19, otros universos
[si estas palabras, acá y allá tienen el mismo sentido o si la palabra sentido tiene, en algún otro lugar
de universo, el mismo “sentido” o difiere en absoluto o, ni tan sólo acepta el concepto de diferir]?
La verdad ¿es sólo y únicamente, la Substancia Absoluta? Y esta: ¿”existe”, “no-existe”, está allende
—de los infinitos infinitos— del ser, del no-ser?; para los humanos ¿existe la posibilidad de
“convencernos” —con la seguridad que sólo posee al Substancia Absoluta— de que es o de que
no-es, de que es lo que llamamos existente o de que “es” lo que llamamos “no-existente”...?
De la Substancia Absoluta sólo podemos conocer dos atributos: Pensamiento y Extensión [Espinosa:
en la Ética (citamos de la edición —espléndida, con un prólogo extraordinario, con un sentido muy
asturiano del humor...-— de Vidal Peña, Madrid, 2006) nos dice (Parte II: Prop. I y Prop. II): Dios es
una cosa pensante/extensa y el Pensamiento y la Extensión son dos atributos de Dios ] y ambos los
conocemos, los podemos conocer con nuestras “posibilidades humanas”—en nuestra humanidad,
sumergida en el espacio-tiempo—, por participación en el atributo divino del Pensamiento, y la
Extensión. De los dos atributos, unos de sus infinitos atributos, en el escolio a la Parte I, Proposición
XV nos dice que: El pensamiento (y la extensión) es (son) uno de los atributos de Dios y es (son) Dios
ya que Éste es en todas las cosas; [y nosotros añadimos: todas las cosas son Dios —todo es Dios—
pues son acto eterno de su esencia eterna]
19
Intuiciones: ¿son todas semejantes [en todos los sitios partes, lugares, terrestres o no], receptoras
del objeto del Espacio-No-Local, o sólo recibimos aquellas que son “adecuadas” a nuestra manera
(humana) de pensar, ser u operar e incapaces de recibir otras Formas o Ideas...?
558
...lo mismo que decimos del Pensamiento lo podemos decir de la Extensión, del espacio-tiempo,
enmarañado con el pensamiento, ya que sólo puede existir, para los humanos, si lo pensamos y,
dentro de él, lo manifestamos en pensar, en expresar, en tener el sentimiento, la “natural” intuición
del espacio-tiempo y éste se evidencia al ser pensado, viviente sonido, tacto, indiferente
aceptación... por alguien humano o semejante
las dos substancias y sus infinitos modos nos son participados, concedidos, de la Substancia Eterna y
Absoluta por la capacidad, la posibilitad de horizontalizar, en el espacio-tiempo, el punto de
eternidad que poseen por su fuente primordial: somos humanos por que hemos sido proyectados,
eyectados, de la eternidad básica y esencial a un modo peculiar de expresarse éste al que llamamos
tiempo: pero en este peculiar concepto al que hemos sido sumergidos por algún motivo
inimaginable, nos permite, a nosotros, quizá solo a nosotros o a algunos de los innumerable [de 1 a
quasi infinito, si existe un vector que tienda a infinito pero sin poder nunca llegar a él...] seres que
puedan, de una u otra forma sentir, poseer o desarrollar el sentimiento de lo que llamamos
espacio-tiempo, expresar (de un modo determinado de hipostasiar, de participar, sagrados,
perversos, bondadosos, inconscientes de nuestros bienes y males) lo que somos y, muy en especial,
lo que no somos...: hablamos de Dios y con ello hablamos de nosotros mismos, de nuestra abyección
de, quizá, también, algo de nuestra bondad: hablamos de basuras morales y físicas y con ello
hablamos de la fuente divina de las que proceden: hablamos, poetizamos, musicamos, lloramos y
nos desesperamos de alegría o dolor y, con ello, sólo hablamos de Dios: Él es todo lo que
operamos...: poetas y músicos, pintores o constructores de pirámides o catedrales, raras
construcciones de arquitectos locos o buques y máquinas destructivas o insensatas o recubiertas de
flores desconocidas: todo es su imagen y subsestándolo todo se halla este aliento que es y no es al
unísono, que acaricia, creemos o lo imaginamos y destroza, lo creemos o los imaginamos, tan lejano
que está, con sus infinitud, dentro de nosotros y tan cercano que ningún universo puede
contenerlo...20
de la Substancia Absoluta podemos conocer —así nos ha sido dado— la extensión y el pensamiento;
pero ¿son éstos exactos, semejantes, parecidos... a los que Él posee o nos es difícil aceptar y
comprender que Él posee infinitos infinitos de espacios-tiempos, de “extensiones” y de
“pensamientos...? Pero la extensión y el pensamiento humano —o semejante al humano—,
“localizados”en sus atributos determinados tienen que poseer, asimismo, unas ecuaciones
determinadas que los expresen.
559
Toda la semiología matemática que deba —debería— usarse, que pueda inventarse, descubrirse,
imaginarse, emplearse en definitiva y desde el ángulo humano que nos es permitido, deberá
mezclarse con los signos y las sintaxis usuales; no deben espantar ni atemorizar al teórico: “Dios”
tiene sus propias ecuaciones que Le expresan en sus determinados atributos y modos: de entre los
infinitos infinitos de ellos debe haber algunos comprensibles y expresables para nosotros o para los
más semejantes y próximos a nuestro nivel de comprensión.
Su tiempo-espacio, es, en alguno de sus infinitos infinitos atributos y modos semejante, igual, al
nuestro.
Somos en “Dios” y somos “Dios” y de Él todo lo comunicamos, tiempo y eternidad; pero esto nos
hace, así pensamos, más temerosos y más ansiosos de su Mano; tememos dejar el tiempo pero,
seguramente, nunca lo dejaremos ya que éste es uno de sus Modos, pero también debemos
enfrentarnos, conscientemente, con la voluntad de nuestra propia y total voluntad, con la voluntad
del que Es, de nosotros mismos, a Su eternidad, que asimismo, es la nuestra: todo es en todo .
Conocer y (o) describir el “mundo” (nosotros, el todo) es conocer y (o) describir el Cuerpo Divino:
ambos son [somos] una sola cosa...
560
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Dice Espìnosa en la Ética (II, Proposición XLVIII): En el espíritu no hay ninguna voluntad absoluta o
libre; sino que el espíritu está determinado a querer esto o lo otro por una causa la cual, asimismo,
está determinada por otra y esta, asimismo, por otra, y así, hasta el infinito (insistimos en señalar el
uso de la palabra infinito por Espinosa y lo que presupone esta afirmación)
Pero la última causa se halla en el límite, el lugar último del infinito, uno de los infinitos de la
Substancia Divina: así la voluntad libre o absoluta, humanamente hablando, se halla depositada, es,
la Voluntad Absoluta de la Substancia Divina, que es, asimismo la causa de la voluntad humana y es,
asimismo, el ser humano quien manifiesta y quien substenta esta causa
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nuestra lógica es lógica humana —sólo esto— y nada nos puede demostrar, justificar, convencer
absolutamente, de que es absoluta y “verdadera”
de Dios nada sabemos y preguntarnos sobre si existe o no existe es interrogarnos sobre algo sin
sentido (humano): Dios “está” más allá de ser, no-ser, existir, no-existir, estar (en algún lugar del
tipo que sea...), no-estar; nada se le puede aplicar y nada podemos decir de Él..., ni tan sólo nada de
lo que acabamos de escribir en las líneas anteriores
sabemos aquello que creemos saber y pensamos, al saberlo, que es cierto, pero ¿qué es cierto? ¿lo
que sabemos...? ¿por el hecho de saberlo ya es cierto (o incierto, verdadero o falso? Pero nada,
dentro o fuera de nosotros, nos garantiza la verdad de lo que “es” cierto...
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561
El campo gravitatorio afecta y es afectado —distorsionado, curvado— por todas las masas (que lo
engendran y lo producen) que “flotan” en el espacio-tiempo: en éste y a su través se abren las ondas
gravitatorias
Los campos gravitatorios “frenan” esta dilatación que arrastra las masas en los X espacio-tiempos y
“direcciones” y que por la dilatación se van cerrando: insinuamos —o, quizá intuimos— que la
dilatación que “abre” y los campos gravitatorios que “cierran” son una misma fuerza (o, en el sentido
que señalaría Espinosa, una misma cosa) que actúa al unísono en la misma operación de arrastrar y
frenar...
Nuestro universo se abre y crea camino al dilatarse: es una creación que no cesa y su misma fuerza
que lo dilata se expresa en los campos gravitatorios que cruzan el mundo, lo frenan y se equilibran
(o desequilibran) entre si: son positivo y negativo al unísono: ambos desgarran, crean, dilatan y
contraen, el espacio-tiempo: dentro de él, las masas se crean, viven y mueren, se modifican y siguen
sus cursos “vitales”, pero el total de esta “experiencia” prosigue en la lucha, la tensión, del signo y
del final, el que sea, entre dos fuerzas que, en si, son una sola cosa.
Este doble y extraño combate debe, debería —intuimos— desembocar en una unidad, una fusión de
violencias, tal como se inició, al comenzar nuestro universo, parece que, para nosotros y nuestro
tiempo, cerca de catorce mil millones de años...
562
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Hoy, la renovación —el cambio, lo nuevo, quizá desconocido, quizá arrancado de tiempos ya muy
lejanos—, lo que debe surgir, lo que va saliendo de lo profundo, arrancado del abismo del miedo,
fuerza sangrienta arrastrada del tiempo del temor, desde el nivel más bajo y —quizá— con los
siglos, de lo más alto y humano del pensar lo posible [esto es lo que podrá ser, si es posible, si
llegamos a tiempo], viene a sustituir —quizá—, algo que ya agoniza y se derrama por entre los
dedos de las manos abiertas de millones de seres: su desaparición puede que sea la puerta para un
nuevo ciclo..., o quizá sea la puerta ante la que, al entrar, debamos dejar toda esperanza...
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Se han conservado dos páginas de un Diario Íntimo de Rainer Maria Rilke; en la segunda, del 17 de
abril del 1899, a las doce y media de la noche, escribe unas líneas que quisiéramos hacer nuestras y
que, de lectura quizá rara para el lector pero muy familiar para nosotros, casi como escritas por
nuestra mano, pudimos leer en la traducción francesa de La Pléiade (1997):
563
Pero ya antes, siglos antes, Platón había escrito en el Teeteto (150 c y ss.): “...un dios me obliga a
asistir a otros pero a mí me impide engendrar..., así es que no soy sabio en modo alguno, ni he
logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma..., y, sin embargo, los
que tienen trato conmigo, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si
el dios se lo concede...; y es evidente que no aprenden nunca nada de mí..., pues son ellos mismos
los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos...; y, no obstante, los responsables del
parto somos el dios y yo...
Así, el artífice es a sólo el recipìente del imperativo del dios y a él deben referirse sus obras y sus
enseñanzas: el escriba sólo escribe, al dictado, aquello que la señal demónica le indica debe
escribir. No le dice el cómo ni el arte con el que debe ser dicho y expresado y, no tan sólo si es que
algo debe ser callado: sólo indica signos, sin afirmar ni negar: es una semiología del temor....
Ahora, no ya a mitad del camino de la vida sino casi al final de ésta pensaba que lo difícil, lo duro,
para un escriba, no es lo bello o lo horrible que se le dicta y el esfuerzo, de uno u otro tipo que ello
representa, sino el temor, el miedo, de fuego glacial, de no saberlo recibir, no saber con exactitud
qué es lo que debe ser dicho o escrito y qué —algunas veces aún más importante—, qué es lo que
debe ser callado; así, callarse o hablar es siempre peligroso y (recordando a Teresa de Ávila y a Luis
Vives) bien sabemos que nuestros tiempos son recios pues tan peligroso es hablar como callar ...
El obediente silencio, el viento que repta en una sombría ensenada, algunas veces iluminada,
resplendente sobre las aguas por una luna maravillosa..., la suspensión de un juego, mortal,
sangriento, quizá benéfico, que espera una ley, un orden, una organización que le ordene su
conducta por la delicada fragilidad de mi violín..., caminar incesante, siempre esperando, en un
áspero y alguna vez engañosamente mullido camino hacia el mar donde comencé, lector de
Wagner y Goethe..., allí, dice, debo vivir siempre despierto para sentir, para oír la música quizá
callada, quizá resonante de coros sin voces o de lejanos clavicordios, la música de mi alma, alterada,
atemorizada por las pisadas cautelosas el dios que se pasea al atardecer y se abre, alma siempre en
la espera, a la süave agitación del viento entre jardines que sólo los poetas supieron soñar: en ellos
debe estar siempre esperando..., y, a lo lejos, siempre es a lo lejos, se agita el resonar delicado,
siempre con sordina, de un violín, grave en su tesitura, quizá tocando sólo en la cuerda más grave,
quizá con al sordina de estudio, incesante, nunca encontrando la frase que deba cerrar su tañer, la
línea que, conclusiva, cierre su canto..., y pienso que debo ser, con el acabar mi labor de copista,
quien deba acabar también su melodía y, así, el violín dejará, asimismo, de esperar. Lo imperativo
de la ley vendrá a ser, quizá en un lugar increíblemente lejano, quizá en otros mundos, el inicio de
otra espera , otra ley y otro violín que inicie un nuevo, delicado y, al fin, canto mortal...
564
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Antes de acabar estas líneas, recuerdo la imagen, la idea o sugerencia, o intuición, de que lo
enviado y la obra resultante (sea lo que se dice, una obra de arte o no lo sea) es algo que, aunado,
juntado por manos no humanas, aglomerado en gavillas de trigos sagrados o en hierbas malignas
que deben ser quemadas, todo ello, lo que hemos ido recibiendo y trabajando es, quizá, una parte
de alguna cosa que debe ser insistente e “importante”, inevitable en su existencia, —puede que, en
realidad, nuestra única actividad— para quien nos envía estos imperativos: debe recibirlos y debe,
asimismo, juntarlos conformando un cuerpo, una voluntad, una operación y, para él, parece que es
absolutamente necesario...
Pero, con un cierto paralelo, Pablo de Tarso, en una de sus cartas (Col. 1, 24 y ss.) llega a escribir,
texto asombroso, allende cualquier atrevimiento: Ahora, pues, estoy alegre por los sufrimientos que
padezco por vosotros, completando en mi carne lo que falta a los sufrimientos del Cristo para el
bien de su cuerpo que es la iglesia21... (es) el misterio que ha estado oculto desde todos lo siglos y
durante todas las generaciones...
sus sufrimientos pueden completar lo que aún faltaba al cuerpo del sangrante y oscuro profeta, en
sus palabras que desconocemos y en su vida del que casi tampoco nada sabemos, pero que, por lo
que él anuncia, fue quién y para quién se desveló lo que se ocultaba desde antes de la eternidad:
—y así, ¿qué es lo que no llegó a concluir el Enviado con su atroz y doliente vida— ¿qué es lo qué
21
Iglesia, en este caso, significa la reunión en algún lugar [no templos ni sitios sagrados que no
existían en aquellos momentos, a mitad del siglo I] de los santos, es decir, los adeptos de la doctrina
del Cristo y de su Buena Nueva, del Evangelio, del suyo en este caso, del que él, Pablo, difunde con
sus sufrimientos...
565
falta o faltaba, qué es lo que se encuentra de peculiar y especial en el sufrimiento de Pablo, y no en
el de otros seres, algunos pocos, uno sólo o millones?¿es acaso la doliente operación de las obras de
los artesanos con sus trabajos, aparentemente inútiles? ¿es esto lo que falta al cuerpo de los santos,
de los adeptos a tan extraña Buena Nueva? ¿es éste el misterio oculto desde la pre-eternidad y
ahora desvelado por los sufrimientos que Pablo, supremo artífice, ha ido envolviendo en su vida y su
operar para que así, aumente su alegría y se complete la suma del dolor y del sufrir que el Cristo no
supo o no pudo realizar...?
quizá en otro texto (del 1500/1000 a. J.C.) , que ya hemos citado otras veces, y con el queremos
concluir nuestro trabajo, encontremos alguna respuesta: quizá allí, en lo que se dice del Uno, el que
Inerte, el que alienta de Sí mismo, Pasivo en su Desierto pero Fundamento de todas la cosas, por
boca del iluminado poeta que le atribuye, nos atrevemos a decir, la más terrible descripción o
afirmación que se pueda imaginar sobre el comienzo de todas las cosas [y, puede que de Él mismo] y
del devenir de la creación —poesía despojada de toda alegría o dolor, absolutamente pasiva en su
indiferencia pero poseyendo algún “sentido” en su interrogación, o en la manera angustiosa de
expresar la duda que le sobrecoge—, quizá allí encontremos alguna respuesta, aunque sea la
ilusión, la sombra intuida, afirmada por el recelo de quién la escribió, artesano y poeta desconocido
y del que nos queda sólo la resignada música de sus palabras; quizá allí encontremos la silenciosa
voz que nos dice y nos habla con gesto titubeante y con voz amarga —dolorosa afirmación de sus
dudas—, de un camino posible [si es que “existe” alguno] que, cerrado por sus mismas palabras,
negando sus declaraciones e insistiendo en su testimonio, mal disimulado, quizá no conduce a parte
alguna...:
En el principio no había ni la nada, ni la existencia..., no había aire entonces ni los cielos por
encima..., no había ni muerte ni inmortalidad..., alentaba sin hálito este Uno, que existe, que alienta
sin aire, de Sí mismo substentado...; tinieblas envueltas en tinieblas..., en el principio, sobre Él
descendió el deseo, semilla primordial, nacida de su mente, pero, ¿quién sabe y puede decir de
dónde procede todo esto y cómo acaeció la creación? Los mismos dioses surgieron después de la
creación...; si Él la hizo como si no la hizo, Él lo sabe, Él, el que vigila, Él lo sabe...
O quizá tampoco lo sabe... (Rigveda X, 129)
566
7 de noviembre de 2014
5 de mayo de 2014
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Escribo esto el 29 de noviembre de 2010, setenta y dos años más tarde de mi primer recuerdo
y recuerdo de muerte y guerra
...mis raíces son los recuerdos, tumbas en las que voy encerrando aquello,
todos aquellas cosas, paisajes, voces, sonidos y perfumes que creo fueron
míos y ahora son sólo espejo en la niebla...
pero sobre este frágil terreno aún sigo manteniendo y arrastrando, de grado o
por la fuerza, la estructura de carne que debe recubrir la sangre que,
incesante, se abre paso y conforma la obra de arte, recuerdo objetivado, del
miedo, la angustia, el ansia de recibir y no saber o poder dar...; músicas,
imágenes de hombres en el mundo, poesía imaginada de aquello que nunca
veré ni se acercará a mí...—tumbas quizá vacías pero resonando de voces
que imploran sus llantos y cánticos casi olvidados...
¿y, qué perfumes —pues sólo ellos hacen presente lo ya pasado— jamás
volverán hacia mí? ¿qué rosas sangrarán sus recuerdos sin que a ellos pueda
acercarme...?
...los años han ido destruyendo lo que de físico había en mi alrededor, casas,
paisajes, sonidos que protegían envolventes, y ahora su recuerdo es como
un resonar de campanas que brillan con lejanos destellos sin que podamos
saber de dónde provienen y hacia dónde ya no resonarán...; y los muertos son
el silencio que aún parece arañar nuestras vidas sin que sepamos qué cosa
contestarles ni que aviso podríamos darles... o, quizá, sin que tampoco
podamos saber —oír— cuales son las silenciosas palabras —Cántico en las
Tinieblas— que en nosotros y con nosotros, asimismo, agonizan...
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568
ADDENDA
En 9 de septiembre de 2014
Textos que, de una u otra forma, han acudido a mis manos y que debo —así
lo pienso y así quisiera creerlo...— depositar en estas páginas:
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...los finales de muchas de sus [de nuestras] obras: en silencio, acordes casi
inaudibles en múltiples obras, como graves sonidos de campanas de
múltiples registros sonando lejanas..., la voz sola (Edipo y Yocasta, 1971/72)
(Passio Jesu Christi, 1968); una repetición incesante, en teoría, obra que
nunca acaba (Inferno, 1970); un sonido —las tres Máquinas de Viento, la
rouah, el “Aliento Divino”— que siguen, asimismo, incesantes, y que, en
teoría, tampoco nunca acaban: ...siempre están sonando...: en Jesús de
Nazaret, 1974/2009 y ss...)... el tritono sobre el si natural; la resonancia de la
sala —templo si cabe— después de tantos finales de múltiples obras para
órgano...; rarísimos ejemplos de obras que acaben en FF (la Primera
Sinfonía), pero en ninguna de sus óperas —que ahora, febrero del 2010—
podamos recordar... [parece que sucede lo mismo casi en todas las obras
posteriores —de hecho sólo recordamos Tango Sobre Ruinas (agosto del
2011) con resonancias de las percusiones, FF, que van extinguiéndose: la
obra acaba en el silencio absoluto...---
570
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571
se inicia con la afirmación del Ser en Parménides (—esencial inicio de la
explicación de porqué se despliega el ser22 en uno de su infinitos atributos y
en uno de sus infinitos modos, en el espacio-tiempo de los universos—) y su
paulatino dejar de lado, su olvido, por la metafísica posterior; su reencuentro
en Damascio (mil años más tarde que la apertura de la Academia!!), Eckhard
y por Husayn Mansûr Hallâj en Bagdad [muerto el 26 de marzo del 309/922] y
su reencuentro —ahora final, para mí— por las palabras proféticas, el aviso,
de Heidegger y la (—posible, probable, adecuada, discreta, indiscreta....etc.
escritura de los textos del que esto escribe —valga la redundancia !!! —): con
ellos se inicia esta curva y con ellos acaba para el compositor,
___________________________________________________________
...el Ser, la Verdad, el Tiempo son una sola cosa y será Espinosa quién les
dará otro nombre: la Substancia Absoluta (el Conjunto Absoluto de Cantor)
Ser es el único (Parménides), Ser es el recuerdo de que. lo fundamental que
debe ser pensado, es el Ser (Heidegger, profeta y poeta)
22
Escribirlo en mayúscula o minúscula casi nos parece indiferente: su esencia o “aquella
cosa” que por definición no es cosa alguna, que lo (o la) esencía carece de mayúsculas o
minúsculas...
572
Ser = Verdad = Tiempo = Conjunto y Substancia Absolutos; todo es la misma
cosa. Esta es la Tesis: la Unidad con la Substancia Absoluta (Atención a
Damascio, Eckhart y a Hallâj). La Unidad y la operación del escriba que
expresa esta Unidad.
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573
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23
Véase más adelante sobre Luz, los que la reciben, la odian, las Tinieblas (en 3, 19, 20 y
21; en 8,12: ; en 8,12: Yo soy la Luz del mundo), la Luz = a la Verdad; palabras que son
esenciales en este evangelio. Ser, Verdad, Luz, son lo mismo.
574
En 1, 14: “...un hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad...”
En 1,17: “...la gracia y la verdad han sido hechas (dadas) por Jesús el cristo...”
En 3, 21: “...el que hace [practica] la verdad...” (hace, practica = πoιών; ¿de
poiesis = creación, obra poética —obrar la verdad poéticamente—? )
En 4, 23, 24 y 25: “adorarán al Padre, en espíritu y verdad.../ el Espíritu es
Dios.../...y conviene que le adoren en espíritu y verdad...”
En 5, 33: “Él (Juan, el bautista) ha dado testimonio de la verdad...”
En 7, 18: “...el que busca la gloria de aquel (Dios) que lo ha enviado, éste dice
verdad...”
En 14, 6 y en 14, 17: “...Yo soy el camino, la verdad y la vida...” y: “...rogaré
para que os envíe el Paráclito (el abogado, el Espíritu Santo), el Espíritu de la
verdad...”
En 16, 13, 14 y 15: “ Cuando vendrá el Espíritu de la verdad, él os enseñará
toda la verdad pues no habla por sí mismo sino que dirá todo lo que oye.../ Él
me glorifica pues tomará de mí todo lo que Él os anunciará./ Todo lo que el
Padre pose es mío y es por esto que os anuncio que Él tomará de mí todo lo
que Él os anunciará.”
En 17, 17, 19: “Santifícalos por la verdad. Tu palabra es la Verdad./ Y yo me
santifico por ellos: para que sean en ellos mismos santificados en la verdad.”
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575
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24
En arameo HWH —en hebreo HYH—; en el Diccionario Enciclopédico de la Biblia,
página 1614 (Barcelona, Herder, 1993):”...en los textos semíticos del noroeste, redactados
en escritura alfabética consonántica, el teónimo aislado Yahveh se presenta, del siglo IX a
VI a.C., bajo la forma del tetragrama YHWH...”. Dejamos a los especialistas las
consideraciones filológicas sobre la afirmación de Jesús de ser el ser...
576
En la obra del compositor hallamos varias que llevan en su título la palabra
tiniebla (sobre si esta palabra es “positiva” o “negativa” habría mucho que
meditar: pero lo importante son las intenciones con las que se emplee; en el
caso particular de éste, las hay de “positivas” y otras en la que el elemento
personal ya es más complejo...:
577
Sin Sol (piano, 2000/2006) Título del ciclo de canciones de Mussorgsky
Nachtlied (clar. y guitarra,2004)
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[una consideración sobre Edipo, el texto de Séneca y la ópera del año 1970...
578
c) como un árbol prolifera, así la obra abraza al oyente; carnívora devora a
éste, lo engulle dentro de sí y lo convierte en esencia de su música.
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579
ciertos escritos de Schoenberg... el contrapunto, juego de voces, suma de dos
o más de ellas, sintetizando una unidad = diálogo de dos, tres, varias
“voces”...; influencia directa y total de las obras escritas desde el siglo IX
hasta llegar a la extrema perfección de Palestrina y Bach; su técnica es
heredera de los polifonistas medievales (Musica enchiriadis, Guido, organa
de Milán, etc., Notre Dame, Machaut, Ockeghem (maravilla absoluta de
libertad y rigor, al unísono, en la escritura de sus obras)... para proseguir, a
través de Antonio de Cabezón hacia Monteverdi y hasta Max Reger y la
Escuela de Viena: su armonía no es la suma de sus líneas melódicas sino que
un cuidado extremo rige los agregados sonoros resultantes de aquellas
líneas, sean provenientes del acorde de Tristan, del acorde místico de
Scriabin, sea de agregaciones de sonidos añadidos a estos acordes básicos:
pero siempre es un contrapunto (no una masa de sonidos asumidos y
reunidos como armonías, como suma de agregaciones, válidas verticalmente
y escuchándose como sucesiones de conglomerados), es, decimos, una
suma de líneas horizontales, melódicas —en el sentido más estricto de la
palabra horizontal, lineal o sucesivo: una nota después de la otra— y, si se
quiere, de colores, que afectan a estas cuando escribe para orquesta o un
grupo instrumental [y que las dejan teñidas, permeadas, conservando su
horizontalidad, su canto propio y los cantos resultantes de las sumas de todos
ellos: el tiempo de su acaecer es el paso de los “rostros de los dioses”(—vid.:
ideas mayas sobre el tiempo y su construcción, forma, relación íntima y de
esencia, si se quiere, con el espacio en el que transcurre, espacio personal o
espacial —del cosmos—) que son portadores de éste (del tiempo: vid: J.S.:
Musica enchiriadis... págs. 349 y 350, en especial); sus visiones, rápidas o
lentas dibujan la imagen que dejan en el recuerdo, el oído y la imaginación
creadora, la intuición, del oyente o del espectador...]; esto dificulta mucho la
comprensión de su música...
580
siglo XVII (no desde los comienzos escritos de la música de occidente; no
Musica enchiriadis, en Notre Dame, en Ockeghem o en Monteverdi pero sí
desde finales del XVII en adelante) la forma, concebida como una repetición
(ampliada, variada, adornada, lo que se quiera...) se apodera de los
conceptos organizadores de estas y viene a ser la dueña de todos los
caminos y arquitecturas con las que las obras se nos presentan o nos vienen
al paso: música es, casi siempre, oír, unas veces con incesante reiteración
más o menos disfrazada y, muchas otras, con farragosas y literales
repeticiones, aquello ya había sido dicho antes, aquello ya claramente
manifestado pero ahora —para recuerdo del oyente, para afianzar la
memoria, para alargar la música— trasportado a otra tonalidad, modulado
más o menos sabiamente, o repetido por el sencillo expediente de escribir
dos barras y puntos antes de estas dos barras al final del período25, parte,
trozo, etc,
25
Schönberg escribe: “...lo que puede hacer un copista [escribir una misma música dos o
581
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582
los antiguos textos dramáticos y litúrgicos; qué es lo que de ellos, con las más
complejas metamorfosis que se quiera, ha entrado y permeado
(condicionando, petrificando y, a la postre, codificando) nuestra música y sus
peculiares formas...etc.; qué es lo que está condicionado, quizá en extremo,
quizá, un calco puro, en nuestras músicas de occidente (hablamos siempre,
quede claro, de la música llamada, mal llamada, despectivamente y
vergonzosamente, clásica (de hecho, la única que existe como tal pues
dejamos a psicólogos, políticos o sociólogos, el análisis de otros conceptos,
características o circunstancias, por muy multitudinarias que sean o,
precisamente por ello, tan temibles desde el punto de vista artístico y tan
apetecibles desde el político...), qué es lo que entre música y texto y entre
texto y música viene a ser una sola cosa o un solo pensar...
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las repeticiones en sonatas, conciertos, etc.: ¿son sólo para recordar las
músicas a oyentes (cada dìa con mayores dificultades para oír, comprender y
sintetizar aquello que han oído) que las escuchan sólo como fondo para sus
conversaciones o sus pensamientos (si los tienen —o si es que les han
dejado, por la educación (?) que hoy en dìa se les imparte o, mejor dicho, por
la falta total de educación que se les impone y obliga—...)? ¿O son recuerdos,
ya convertidos en “presencias inamovibles”, —codificados y conscientemente
organizados— de las repeticiones litúrgicas y sus letanías?
583
“talea”, el “color”, los intercambios melódicos, los tropos, el canon, y los
motetes con diferentes textos y combinaciones, las complejas organizaciones
a que puede llegar un organum con la adición de cláusulas y motetes, etc...
Véase la grabación de un organum de Leoninus en la Norton Anthology of
Western Music 2 , Vol. I, CD 2 (New York, 1988)
27
Desde mediados el siglo pasado aparece el enorme y horrible auge de la música
llamada pop ¿por qué? ¿qué es este fenómeno, o que se pretende con esta inundación de
pan y circo (televisión, pop, fútbol, discotecas, ordenadores en las escuelas primarias [y
con la carencia de libros para leer y la obligación de escribir —a mano!!!]...)? ¿la más
absoluta y total incomunicación? ¿la aparición de hombres robot sin pensar ni posibilidad
de hacerlo y felices por no poderlo hacer dando a los políticos la suprema felicidad de
controlar y manejar rebaños inmensos de deficientes mentales, bien organizados y
preparados para ello, para su estado del más bajo nivel [que, en realidad, es el de la
mayoría de los políticos quienes, muchos de ellos. sólo contemplan sus entradas
económicas, la felicidad (según dicen) que da el poder y la situación de hermanos,
parientes y amigos en los más altos cargos...?
584
Olèrdola es su máximo ejemplo (y él cree, por cierto, que es una de sus
mejores obras)...] Incidir en este hecho; discutirlo... ¿por qué esta necesidad
de escribir de aquellas maneras y su indiferencia hacia la música que, en los
“círculos normales” y en escuelas y conservatorios se consideraba —y aún
hoy en día aún se sigue haciendo— música normal y natural (e incluso,
semejante y exacta, inmanente, a la de la “naturaleza!!)
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585
—----------------> estas convicciones, incluyen la más esencial de todas: el
pensar y el pensar sobre el pensar. Y pensamos sobre aquello ya sucedido,
aquello ahora nos está sucediendo y aquello que —creemos o deseamos o
tememos— nos suceda en un más o menos próximo futuro: y este último
pensar, sobre lo que llamamos futuro, descansa, se yergue como palabra e
intención, sólo tiene sentido, si en él incluimos el pensamiento básico [—y, al
fin, descubrimos que es el único—]: el morir, la muerte de los demás y la
nuestra propia; la que se puede observar y, quizá sentir, desear o temer, y
aquella que precisamente, por serlo, quizá no se puede observar y no
sabemos si temer o incluso, quizá, desear: la muerte es lo único que nos
mueve precisamente porque es el final de “lo que nos mueve”: nada hacemos
y nada nos agita en nuestras angustias que no tenga la muerte como telón
final, como circunstancia en la que desaparecen todas las otras
circunstancias, las nuestras y la de los demás con ellas
Iguales a todos nos hace diferentes y nos aparta de los hombres porque
pensamos, quisiéramos creer, que en nosotros no se realizará esta
circunstancia que (sabemos por experiencia, porque nos lo han dicho, por
instinto...) siempre se realiza; nos sentimos “otros” y con ello, tememos y
deseamos apartarnos de los demás hombres, de aquellos, que,
precisamente, no podrán realizar ni obtener esto que nosotros, de horma
oculta y casi como de pasada, como si no quisiéramos reconocerlo, siempre
tenemos presente: la vida es sólo una expectación de aquello que queremos y
pensamos que, quizá, no llegará a suceder; esperamos (siempre en una
espera anhelante) aquello que no deseamos...
586
epifanías, las manifestaciones, de las estructuras del recogerse en el interior
del interior del pensar, arquitecto de nuestra angustia........
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587
TEXTO DE EXTREMA IMPORTANCIA
588
encontrado, mejor sistema para controlar y dominar a las masas y a la
libre disposición del hombre para “asombrarse”, para ser amigos,
personales y propios, de la sabiduría, de la “filosofía, que esta manera
de explicar a Dios, únicamente como amo, dueño, rey, meditando sus
juicios, sus premios y sus terrible castigos...; la paternidad —y la
unidad con la esencia divina que ya está presente en algunos, quizá
muchos, textos de las escrituras judaicas, es la máxima —y tan olvidada
aportación del profeta de Galilea y de su máximo divulgador, Pablo de
Tarso—... ¿a ellos se lo debemos y en ellos se encuentra ya el virus del
poder que durante dos mil años ha ido corroyendo las civilizaciones
surgidas del pueblo judío, del Islam y del cristianismo en concreto?...
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589
el ser es diferente del ente en la apariencia humana que tenemos
nosotros y en nuestra visión humana, espacio-temporal, pero sólo en
esto...más allá de se aspecto humano, o el que fuere en los infinitos
infinitos de los espacios en los que Él se manifieste, se hipostasíe, se
objetivice, Él es siempre el mismo: una nada pura con la que confunde.
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590
SUGERENCIA [...a título personal y como opinión más que
discutible...] DE UNA POSIBLE PLANIFICACIÓN DE LA TESIS 28
1-- El ser en el mundo: ¿qué mundo, qué relación con él, qué o cuál debe de
ser lo que a él le entreguemos y lo que él debe darnos y, con ello,
envolvernos?
2-- Dar música: es lo que el compositor cree recibir y es lo que él piensa debe
retornar de nuevo (...se esperará mucho de quien mucho se le ha dado y a
quién mucho se ha confiado mucho más le será reclamado...Lc. XII, 48)
aunque también podría leerse en versión negativa: “...a quién poco se le ha
dado (quizá) poco más se le dará y poco se esperará de él y a quién poco se
le ha confiado (quizá) poco le será reclamado...”: con todo, pensamos que es
en la intención del escriba y su voluntad de respuesta donde se puede evaluar
o describir (o intentarlo) el poco o el mucho dado o confiado...)
3-- Escribir sobre esta música; es decir: escribir sobre el escriba que escribe
esta música; es decir: escribir poesía y análisis de su pensar; es decir: pensar
sobre su escribir y sobre el por qué de su escribir y el por qué de su música.
28
Nos referimos a la tesis de Diego Civilotti (2014) sobre el pensamiento del escritor de
estas líneas; es ésta una sugerencia para nosotros mismos y que en ningún aspecto
interfiere ni intervino, en forma alguna, en el texto que Diego Civilotti finalmente llegó a
redactar.
591
¿De dónde procede, o nos llega, la flecha de la música, su aparición, como
documento a finales del siglo III, en la región “sur europea” occidental (el
Egipto Copto), y ya no griega sino cristiana—, hasta el desarrollo que llega
hasta nuestros días?
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592
y en estos abismos que se abren, entre la carne del espíritu, entre lo que ya
no es nuestro, descansa algo que, por ser nuestro, precisamente por serlo, ya
no podrá entregarse y con nosotros se perderá y en nosotros agotará la
angustia del recuerdo: lo que damos está rodeado de una muralla de niebla
donde flotan aquellos recuerdos y aquellas visones que huyen fugitivas, casi
sin forma, y que nunca pueden ni podrán asirse y mantenerse íntegras: lo
dado es —está— siempre sucio —en cierto aspecto, quizá nunca ha sido
nuestro—...
¿de qué nos sirve poseer Dios, la Deidad, todos los poderes angélicos y de
todos los cosmos y mundos si, por tenerlos, debemos sacrificar y olvidar a
aquellos, a aquellas cosas —sean las que sean— que han sido nuestras y los
son siempre, y que siempre nos acompañan y significan nuestra posibilidad
de amar...? el amor a aquello que llamamos dios es amor a todas las cosas:
seguramente y como cierto, pensamos que todo es dios pues Él lo llena
mantiene y posee todo, pero alguno de sus infinitos atributos, concreto en
nuestra pequeñez, es, asimismo una forma divina, pero personal —así nos lo
parece y así los sentimos— y esto es lo que no queremos y tanto tememos
perder u olvidar: ¿acaso Dios nos incluye y nos hace regresar al lecho común
y para ello borra de nuestra memoria todo lo que hemos querido, amado y
quizá odiado pero que ha sido, de alguna manera, nuestro? ¿debemos
resignarnos a sus operaciones, debemos desearlas o debemos decir, de
alguna u otra manera, que no lo queremos ni lo deseamos?: el sufrimiento
también es parte nuestra y en él nos refugiamos y en él queremos
permanecer; Él ya nos acogerá [como vestido viviente..., lo envolvamos y nos
envuelva con sus extrañas garras...] cuando nos acoja... a todos en el todo...
593
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La Tristeza como Estructura: ¿podría ser esto un título para un capítulo, una
parte o el apartado de un libro o de un texto determinado (el que ahora nos
preocupa)..........?
No sería el análisis del dolor como estructura, visto desde la música de Bach,
sino el análisis de una estructura fundamentada, inicial de la tristeza... (y que
opera como imperativo, fuera de nuestra voluntad, categórico, sin que
podamos acercarnos a él o alejarnos de su actuar incesante, siempre
incesante...)
Pero, ¿cómo definir la tristeza? ¿es el sentimiento de una peculiar certeza de
cómo es nuestro ser-en-el-mundo? O es este ser-en-el-mundo el que nos
imprime, nos reviste, inexorable, imposible ya de huir de él, de este especial
sentimiento o ansia, o angustia, difusa, lejana y, a la vez, presente, que es la
tristeza...
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594
¿Por qué en el Evangelio de Juan surge varias veces la palabra aletheia: así,
en la pregunta casi esencial de Pilatos a una afirmación de Jesús en la que él
se define con esta palabra o se muestra portador de lo que ella significa—o
puede significar— (18, 37, 38... y, anteriormente, en 17, 17...) ¿Qué es la
verdad? y de la que no espera la respuesta; antes, tal como citamos, en textos
muy cercanos, surge asimismo en la despedida de Jesús a sus discípulos...
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595
sonidos, cambios en y con el tiempo y en la percepción de aquel que pretende
guardarla?
596
amargos que ignoramos donde desembocan o corrientes de lavas que nunca
sabremos qué vivos y que muertos habrán solidificado, que obras, casas,
seres, yacen bajo sus fuegos ahora ya apagados pero a los que tuvieron, en
su momento, el poder de convertir en ceniza o formas extrañas todo aquello
que surgió, o se hallaba o tuvo que estar, o estuvo obligado a estar, frente ---o
debajo--- de sus fuegos...!
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Hablar de las dos escenas del Boris Godunov en las que aparece El Idiota
—el simple, el doliente sencillo—, su diálogo con Boris, enfrente la catedral de
San Basilio y la escena final de la obra, solo en la escena, con el poblado
incendiado de fondo... supremo momento entre los más grandes escritos
jamás para el teatro de ópera....
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...en una célebre frase, Sartre nos dice que “el infierno son los demás”... pero
nosotros, mi persona, todos, también somos “demás” para los otros: y todos,
en cierto aspecto, somos infierno; pero, ¿sabemos serlo, somos conscientes
de ello? ¿queremos serlo o lo somos a pesar nuestro y es inevitable el que lo
seamos...? ¿qué es ser infierno...?
597
¿es infierno para los demás, el Idiota. el Simple, el Sencillo —en todos los
aspectos...--- del Boris Godunov...? ¿O el Zar lo es, en mayor medida, para
él...?
¿qué relación de infierno tuvo Mussorgsky con los demás y los demás con
él...; cómo se contaminaron...?
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...y ellos, los Antiguos (tenían) el total de la vida iluminada por el contraluz de
la muerte y su significado: ...todos los sucesos brillaban diferentes, pues un
dios resplandecía en ellos... todo se abría hacia el futuro... (así lo escribía
Nietzsche, en 1882):
¿los Antiguos? ¿Acaso no somos nosotros antiguos para los muertos y que
no pueden recordarnos y, asimismo, también los somos para los jóvenes que
no saben ni quieren atendernos?
598
transparentaba detrás de los muertos a su través y de entre sus carnes
traslucidos y el nacar de sus manos descarnadas, hacía resplandecer nuestra
vida o lo que de ella nos quedaba...
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599
que en mis pasos y en mis cantos resplandecía era y poseía el horror de lo
inevitable y lo posee, aún, cada día más mortecino y doliente; cada día más
me envuelve, más y más, con su raíz que se hunde en la tierra de las carnes
---profundas, casi carentes de sangre--- y estrangula, al mismo tiempo, las
ramas que podrían crecer en las superficies...; su envolvente espanto
acariciante [de serena alegría pero, al mismo tiempo, de amenaza que
sabemos acabará por devorarnos sigue, como el divino buitre que engullía y
despedazaba, en cada aparición, una presa que siempre, incesante, era
renovada, siempre presente], nunca, nunca cesa de estar presente...
600
quizá, puede que estén al acecho pero que, y eso los sé muy bien— nada
pueden ver entre las sombras de estas cortinas de sangre siempre lloviendo y
estas espinas, siempre más y más clavadas, ya pertenecientes a mi
substancia y ya venidas a ser voces y cantos, colores, de mis músicas...
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el ser es el Ser y no hay nada más que Ser: el Ser Es y esto ya lo había
enunciado, fundamento de todo el pensar de occidente —de todo el pensar,
en realidad— Parménides, siglos atrás, fundamento, asimismo del pensar de
Sócrates/Platón...
601
palabra puede usarse) ni de saber integrar en su pensar —si esto existe, por
lo menos en su caso— en sus escritos, poemas y músicas todo lo que el
poema de Attar [—como el de Parménides, los Sermones del Maestro Eckhart
y, poco más tarde, los textos de Espìnosa o Roger Penrose o el que cerró algo
que quería ser una especie de Templo de la Sabiduría, Damascio, último
heredero de Platón—] con el significado de aquella Peregrinación y las
palabras Del que los recibe y todo lo que, con el poema, músicas e
intuiciones, imponían y señalaban, presuponían y anunciaban, podía ser
carne de su propia carne y pensar de su pensar; pero el canto süave, agitado
sólo unos instantes por el temor que deben —debían entonces y ahora—
sentir los Pájaros ante la Forma Divina de La Substancia Suprema —allí
objetivada en la figura del Pájaro Simorg— aquella estructura, constelación
de sueños no del todo conscientes, fueron algo maravillosos —y lo son aún
ahora— para el escritor de aquellas músicas y el resonar de los versos del
místico y poeta...
...éramos una sola cosa: ¿pero la Cara que nos miraba era la misma que la
nuestra? Y si es así ¿cómo puedo mirarme, ante el horror de lo visible,
resplandeciente por el dios que lo penetra aunque no por ello lo hace
ocultarse y aunque no por ello su responsabilidad y mi responsabilidad, no por
su resplandor, desparece...: pero, si no es humano, y sólo lo es en una
mínima parte, ¿que valor moral tienen —tenemos— en sus y en mis —en
nuestros— actos?
602
ahora, en el planeta tierra o en cualquiera de sus innumerables lugares de
universos, podrá ser disculpado y justificado...?
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pero Husayn Mansur Hallaj osará decir, en voz baja, bajando los ojos: ...soy
la verdad Creadora [mi yo, es Dios] —Ana´l Haqq...
Soy. Ambas Caras son la misma Cosa; debo resignarme y, de alguna manera
aceptarlo, si es que al hombre se le permite aceptar alguna cosa...: pero, ¿y
aquello que está en mi interior, aquello que tiene la apariencia de ser mío?
quizá no deseo esta Unidad, el terror está más allá de la Suya: ¿acaso no me
pide que renuncie a todo, incluso al mismo Dios y que sólo me acompañe la
pobreza? Entonces no debería querer nada —no quiero nada ni el querer esta
603
nada—, ni tan sólo “querer” y, a pesar de todo, ahora, aún viviente en la tierra,
ligado de extraña manera a esta Cara, sin Forma ni Imagen, debo y estoy
obligado a poseer lo que se me da y se me confía para entregarlo, con mi
artesanía y mi trabajo como raro escriba, a los demás, a los otros, ahogados
en su propia pobreza o su desesperación, que lo quieran recibir.
Quizá cuando ya nada más se me entregue, todo será pobreza y, hecho esto,
ya nada será, ni tan sólo el final, y ni la nada queda...
¿acaso los políticos de todo el mundo, los banqueros de todo el mundo, los
guerreros de todo el mundo, los dirigentes de religiones de todo el mundo...
tienen o han tenido —y aún tienen— sentimientos de culpa ante el terror y la
sangre que corre y corrió y correrá por sus manos? ¿acaso las buenas
palabras y las intenciones [—y no los hechos, radicales en verdad,
604
verdaderos o aquellos que así pensamos lo son —y también ellos lo saben—
son verdaderos] no los justificarían y quizá podríamos creerlos e iniciar un
camino que —en el fondo de todos los corazones— sabemos está cerrado
con paredes de humanos excrementos que hablan y cantan y se quejan pero
tienden sus garras para recibir al auténtico dios de esta tierra: el Jano de dos
caras y solo dos: poder y dinero...: la suprema vanidad de la estupidez de los
hombres...?
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605
quererlo— es siempre de la misma forma, de la misma intensidad? Soñando
[y en la alocada insensatez del miedo que ciega, nos ciega a todos], el terror
es diferente, es de otra manera, tiene y posee otro resplandor y otros colores
[¿acaso un dios resplandece en él? ¿es que el dios también sueña? ¿no hay
en él algo, alguna cosa. que, humanamente, parezca racional?]... no
sabemos cuales son estos resplendentes colores, estas melodías de soles y
vientos, melodías de luces, auroras de rojas, rosadas estrellas y verdes
mares de planetas y espacios que el hombre nunca podrá ver ni imaginar...
pero, asimismo, en ciertos momentos, en tiempos que no se pueden casi
pensar ni concebir pero, de alguna manera, existentes para nosotros, vemos,
oímos, sentimos, algo, paisajes, recuerdos --o así lo creemos—, imágenes
que nos producen un terror que no es el mismo que el de los humanos que
[creen] viven su realidad.
606
seres, propiedades, futuros, de niños, jóvenes... que ya no podrán saber o
que morirán, ellos y sus padres, por enfermedades que podrían haberse
evitado pero que no conviene ni interesa a los que están entronizados sobre
guerras, productoras de riquezas y muertes cuyos cadáveres suministran los
perfumes que tanto ansían: los del dinero y los del poder..., invasión que
realizan con músicas horribles, deportes estúpidos y modas y costumbres
cuyas misiones es idiotizarlos totalmente y que ellos, los pocos Amos de un
mundo que, sin que ellos quieran saberlo o admitirlo, agoniza, camino hacia
su muerte total y absoluta, realizan sobre las juventudes para volver,
definitivamente alienadas, a las máximas mayorías, por completo
inconscientes y estúpidas...) quisiera acabar estas meditaciones
—intuiciones, sentimientos, que dan certezas humanas a mis deseos y
cierran las puertas a tantas y tantas relaciones humanas— quisiera acabar
esos llantos, quizá inútiles, con unas nuevas y otras palabras:]
607
¿podrá existir esta lejana esperanza...?
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608
Una nueva Addenda
610
...ahora, antes de cerrar definitivamente estas líneas, quisiera evocar el breve
texto de un poeta, quizá un profeta-poeta o uno que avisa (desde su lejanía,
más allá del pasado o a través de un oscuro y sombrío, humeante futuro); su
agonía, la locura de sus claridad poética y mental —él ha visto y ha
escuchado con demasiada claridad las voces de lo sucedido y de aquello que
tiene que suceder y esta organización del horror le ha cerrado las puerta a las
voces de sus seres cercanos...—: es Johann-Christian-Friedrich Hölderlin
quién en Hyperion (Primera Parte/Primer Libro 29 ): “Hablamos de nuestro
corazón, de nuestros planes, como si fuesen nuestros; pero hay una Potencia
extraña (lejana, desconocida = eine fremde Gewalt) que nos lleva (empuja),
(abate) que, según su voluntad, nos lleva (hecha, acuesta) a la tumba (en la
tumba) y sin que sepamos de dónde ésta viene ni a dónde ella va...”
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29
En “Hyperion, oder der Heremit in Griechenland”, Hölderlin: Sämtliche Werke; vol. 3,
págs. 40/41. (Stuttgart, 1958)
611
básicos, esenciales para él y, quizá, sugerencia para otros..., escrita por un
doxógrafo de sí mismo, escribí:
---”detrás”, substentando, esenciando a Dios para que Dios sea Dios (got)
“está” el Es sin nombre ni forma ni figura y, diríamos nosotros, “allende” el
mismo Ser: la gotheit, llamado o definido, si esta palabra puede usarse, por
Eckhart, el Desierto Inicial, lo Inerte, dador de esencias (carente de los
Infinitos-infinitos de Dios, allende todos ellos y, asimismo, carente de sus
Nombres...)...
612
!Suprema paradoja!
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Los teoremas de Gödel (señalo el año de escritura del tan famoso artículo de
11 teoremas (escrito en 1930 y publicado en 1931 con el título de Sobre
613
sentencias formalmente indecidibles...); el teorema VI es el tan (des)conocido
teorema de la incompletitud junto con el último de este grupo de teoremas: el
XI, al que cabe añadir, como complementando su texto y demostración, el
suplemento de 1963.
De las “divinas matemáticas”, construcciones no humanas y que a nosotros
se acercan y nos envuelven pero sin que hayamos colaborado, en manera
alguna a su organización o al sistema de expresarse y “justificarse”, podemos
afirmar que: “...siempre hay alguna sentencia de tal forma que ni ella ni su
negación es deducible en el sistema...”
Más tarde, el mismo Gödel o Roger Penrose serán consecuentes con las
implicaciones y deducciones meta-físicas que afirman e implican, de manera
irrefutable, estos teoremas: otros físicos y matemáticos incidirán en ello,
incluido el mismo Einstein (...la mayor grandeza del ser (ya trascendente)
individual es la de servir...), Max Planck (...la música y el arte son intentos de
expresar el misterio último de la naturaleza...), Schrödinger, Eddington,
Heisenberg (“...las Ideas platónicas (no humanas, allende cualquier
sistema...) etc. Sólo la intuición —luz súbita, iluminación que llega sin pedirlo y
ni sin poderlo exigir pero que se abre en nuestro interior— podrá abrir nuevos
caminos, caminos de bosque o caminos reales, pero avenidas, no humanas
aunque administradas por humanos que harán progresar, de alguna manera,
lo ya adquirido, aceptado y poseído por el grupo de los humanos que quieran
acceder a ellos...
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614
no hay fronteras para la dilatación del espacio-tiempo; todo son fronteras:
aquí, la frontera, en lo más profundo de lo más interno de la materia; allí se
abre y aún más y más...todo se abre en todas partes: todo es frontera para la
creación de otros espacios-tiempos que, a su vez reproducen, infinitamente,
la misma operación...
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..la Trinidad cristiana es uno de los dos atributos de los Nombres de Dios
(got): el Logos y el Pneuma Divino: uno de los infinitos atributos es la Materia
[vid.: el Dios Corpóreo de Hobbes (en Apéndice al Leviatán. Latin Works. Vol.
III, págs. 537/538, citado en Espinosa: Ética; edit. Vidal Peña; Madrid, 2006,
5. Pág. 62)
615
A Lo que el texto del poema llama Logos (la Palabra) lo aceptamos como la
expresión de la Materia en Dios: y de ésta dice el poema-prólogo al Evangelio
de Juan: “...por Él todo fue creado y nada de lo que existe no existe sin Él. / En
Él estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres. (1, 3-4) La Luz
verdadera (la Luz-Verdad) vino al mundo. / Estaba en el mundo y el mundo
existía por ella (por su operación) (1, 9-10)
30
Todas las palabras, pensamientos, afirmaciones o negaciones que antes hemos escrito
y, de alguna forma entregado al lector, deben, si es humanamente posible, aceptarse
como traducciones de algo que no es pensable ni admite afirmación o negación: las
616
Barcelona, 4 de enero del 2015
palabras son sólo símbolos de algo “inexistente” o que está más allá de cualquier concepto
o pensamiento humanos; pero no poseemos otra cosa, por ahora para definirnos o
explicarnos. Quizá la matemática o la música o la suprema musica de la filosofía —que
necesita de las palabras— podrán acercarnos a ese algo que está más allá de cualquier
modo de expresarse.
617
ÍNDICE
Poemas 2001--2003
Adonis ............................................................... 3
Poemas Sagrados............................................ 27
Lacrimosa......................................................... 59
Paisajes.............................................................. 94
618
Incipit Vita Nova................................................ 107
Nuevos poemas..................................................137
Textos......................................................................153
Resurrección...........................................................180
619
Textos Antiguos ca. 1950--1961
2006........................................... 526
Addenda
620
Una Nueva Addenda
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****
621