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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA

Año XXXIII, No. 66. Lima-Hanover, 2º Semestre de 2007, pp. 77-93

EL BANDIDAJE COMO EXPERIENCIA DE LOS LÍMITES


DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS

Juan Pablo Dabove


University of Colorado, Boulder

Soportar la verdad –se le ocurrió


de pronto– pero también la caren-
cia de cualquier verdad.
Gregorio, Los días terrenales.

I.

En “Paul Groussac”, Jorge Luis Borges habla de escritores cuyo


“estilo contagia a los lectores una sensible porción de la molestia
con que fue trabajado”. Acto seguido, los compara desfavorable-
mente con los happy few (Alfonso Reyes, Paul Groussac) que disfru-
tan de la “virtud de la continua legibilidad”, esto es, de una prosa in-
visible de tan eficaz (246). Probablemente Borges no leyó nunca a
José Revueltas (1914-1976). Podemos asegurar, sin embargo, que lo
hubiese ubicado con énfasis (y con un poco de irritación) en el pri-
mero de los dos grupos. La ardua prosa de Revueltas se hace noto-
ria, sobre todo, en las novelas que tratan de campesinos, como El
luto humano, de 1943, y Los días terrenales, de 1949 (y está ausente,
o llevada a otro nivel, en su espléndida novela corta El apando, de
1969). Monsiváis habla de la “prosa febril [de Revueltas], analógica
en exceso, cuyo primer fin es la creación de atmósferas verbales”
(178). Revueltas, en efecto, parece subordinar la eficacia general del
relato al propósito de que cada frase o cada párrafo provoquen una
emoción o una intuición aislada. Muchas veces eso se logra. Mu-
chas, muchas veces no. En todo caso, para quienes no necesaria-
mente leemos a Revueltas con “previo fervor y con una misteriosa
lealtad” (Borges, “Sobre los clásicos” 161), esto es, sólo como una
inexpugnable bandera consagrada en Tlatelolco, la lectura general
de El luto humano y Los días terrenales propone un dilema1. A la
primera lectura de El luto humano (y luego veremos cómo esta lectu-
78 JUAN PABLO DABOVE

ra no debe ser la última), es difícil no advertir que los campesinos


parecen tener más afinidades con Rodión Romanovich Raskolnikov
o con el “enlutado y epigramático” Hamlet que con Emiliano Zapata.
Cualquier gesto deviene un abismo de desesperación, de asombro,
de angustia; cada momento es una sutilísima trama de desencuen-
tros, de pasiones, de silenciosos desafíos, de múltiples repercusio-
nes y recuerdos. No podemos dejar de celebrar que Revueltas se
aparte decididamente de los estereotipos que impregnaban la repre-
sentación de los campesinos (por ejemplo, las diversas adaptacio-
nes cinematográficas de Los de debajo [de Chano Urueta o de Ser-
vando González, entre otras], donde el revolucionario es más bien un
borrachito glotón, ruidoso, amiguero, cínico y cruel). Revueltas dota
a “sus” campesinos de gravitas. Esa gravitas, sin embargo, propone
una nueva serie de dificultades a la lectura, a las que escapa, por
ejemplo, la brillante ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Rafael Muñoz, e
incluso El resplandor, de Mauricio Magdaleno.
En estas páginas, quisiera leer políticamente esa dificultad litera-
ria, y leerla a favor de Revueltas. Propongo que the sound and the
fury revueltianos no son un mero obstáculo salvado por la visión o la
integridad política de Revueltas (leer así implicaría borrar la dimen-
sión literaria como un mero vehículo imperfecto de una visión política
anterior y exterior). La “prosa laboriosa” de Revueltas es, creo, el
modo de acercarnos al problema político-epistemológico central de
El luto humano y Los días terrenales: la representación letrada del
campesino insurgente mexicano, y de su emblema, el bandido. A di-
ferencia de Jorge Amado y su exitoso esfuerzo de reterritorializar la
insurgencia campesina premoderna en una narrativa revolucionara
moderna (Amado es el epítome del escritor grato y legible, incluso en
sus obras más doctrinarias o estalinistas como Seara Vermelha
(1946), novela contemporánea de las de Revueltas)2 Revueltas esco-
ge el camino ética y políticamente inverso. El encuentro del letrado
(el militante, el artista, el sacerdote) con el campesino insurgente
destruye las certidumbres letradas (me refiero a dos escenas en par-
ticular: el encuentro de Gregorio y el Tuerto Ventura en Los días te-
rrenales, y el del sacerdote y Adán en El luto humano)3. Esta des-
trucción condena al letrado a la melancolía, a la abyección y al horror
(como veremos en el caso del sacerdote de Los días terrenales,
horror de sí mismo, que lo lleva al suicidio). La pérdida del privilegio
epistemológico acerca al letrado a la experiencia de la literatura, pero
agota su carrera como hombre de letras, como administrador de un
lenguaje de autoridad (político, estético, religioso). Esta pérdida no
es sólo un objeto de representación (un tema), sino que se convierte,
de manera autorreferencial, en el principio (necesariamente ruinoso)
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 79

de representación. Hacia esa ambigüedad indiscernible (éxito / fra-


caso) se orienta nuestra lectura. Para amonedar nuestra tesis en una
fórmula: Revueltas es un mal escritor. Pero es un mal escritor por
efecto de la exigencia desmesurada de su tema (como Roberto
Arlt)4, y no por mera negligencia, disfrazada de urgencia humanista
(como Gregorio López y Fuentes).
Revueltas recoge y prolonga la tradición de la narrativa de la re-
volución (sobre la que reflexionan los trabajos de este volumen), pero
la lleva a un punto de neutralidad y de incomprensión. Los campesi-
nos de sus novelas son rojos, revolucionarios o cristeros, pero Re-
vueltas percibe (como lo hacen los mejores escritores de la novela
de la Revolución) que todas esas reterritorializaciones son adventi-
cias y precarias. Pero si el campesino no es ninguna de esas defini-
ciones políticas transitorias, no es tampoco un “trascendental” más
allá de la historia (el Campesino), de signo positivo (el heroico pero
silencioso reservorio de los valores de la Patria o de la Revolución) o
negativo (el caníbal azteca, listo para volver del fondo del tiempo). El
campesino está siempre más acá o más allá de los lenguajes letra-
dos, y Revueltas busca capturar el momento fugitivo donde ese ex-
ceso adviene a la conciencia letrada. “Bandido” (ladrón, asesino,
traidor) es el nombre para ese devenir-otro del campesino, hacia el
que la prosa de Revueltas apunta, pero del que está, para siempre,
excluido.

II.

Quisiera primero ubicar la “dificultad” de Revueltas. Roger Bartra


nos proveerá la oportunidad de hacerlo, ya que la circunscribe de
modo impecable, aunque la interpreta de un modo que considero
erróneo. En La Jaula de la melancolía (1987), su anatomía de la
“identidad mexicana” hegemónica (el “canon del axolote”) Bartra
convoca una poderosa imagen de El luto humano. Me refiero a la es-
cena donde el cadáver de Adán aparece flotando a la deriva ante la
casa de Úrsulo –casa que es apenas un techo que sobresale del
agua del río furiosamente desbordado. En este techo Úrsulo, Cecilia,
Calixto y Marcela, los últimos campesinos que aún no abandonaron
la zona después del fracaso de la huelga campesina y del Sistema
de Riego, están aislados y muriendo de inanición. Adán aparece co-
mo una amonestación póstuma por el homicidio a traición del que
fuera víctima, y como un recordatorio del inminente destino que es-
pera a todos: ser alimento de los zopilotes. Adán desaparece de la
novela cuando un zopilote más audaz que los otros comienza a de-
vorarle los ojos (181)5.
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Bartra busca aislar las unidades del discurso hegemónico de la


mexicanidad, el “canon del axolote”. La escena antes referida es pa-
ra él un ejemplo –alegórico– del motivo del “luto primordial” por el
héroe campesino, habitante del “edén subvertido” premoderno. El
cadáver de Adán sería “el cadáver del campesino [que] flota durante
largo tiempo en la conciencia nacional” (45). Y añade:

Por eso, esta conciencia se presenta con frecuencia como una doble sen-
sación de nostalgia y de zozobra, tan característica del síndrome de la me-
lancolía. Se llega a creer firmemente que bajo el torbellino de la moderni-
dad yace un estrato mítico, un edén inundado con el que ya sólo podemos
tener una relación melancólica; sólo por vía de la nostalgia profunda po-
demos tener contacto con él y comunicarnos con los seres que lo pue-
blan: pues esos seres edénicos son también seres melancólicos, con
quienes es imposible relacionarse materialmente, y sin embargo son la ra-
zón de ser del mexicano. (44)

La lectura alegórica de Bartra parece justificada6. Pero esta lectu-


ra, que agudamente ubica a Adán como el eje de las preocupacio-
nes de la novela (y no a Natividad, el campesino adecuadamente re-
volucionario y éticamente intachable, ni a Úrsulo, su imperfecto su-
cesor), haría de Revueltas sólo un jalón más en la multisecular cons-
trucción del repertorio “orientalista” del que la intelectualidad mexi-
cana echó mano a la hora de pensar al campesinado. A pesar de
que Revueltas trabajó políticamente con campesinos (y ese trabajo
brindó los materiales para El luto humano y Los días terrenales –Los
días terrenales 180, n 18), su representación de los campesinos pa-
rece, en efecto, estereotipada. Úrsulo, para dar un ejemplo que está
lejos de ser único, es menos un individuo que un compendio de lu-
gares comunes. Úrsulo es nieto de rebeldes yaquis derrotados y de-
portados a Quintana Roo. No acarrea sin embargo su herencia de
derrota: su abuela prefiere morir y matar a su hijo que ser deportada,
y su madre opta por vagar por el monte huyendo antes que rendirse .
Úrsulo es un mestizo fruto de la violación de su madre india por el
hacendado blanco, hacendado ejecutado a su vez por la Revolución.
Úrsulo es el segundo líder de la fallida huelga campesina (luego de
que Adán y sus sicarios asesinaran a Natividad) que condenó a los
habitantes del sistema de Riego al éxodo o a la miseria tenaz. Úrsulo
es receloso de su honor masculino (no soporta que su esposa no
haya sido virgen cuando la tomó), es melancólico, es fatalista, es
desdeñoso de la muerte (porque parece vivir, como todos los cam-
pesinos de El luto humano, en una cierta intimidad con ella)7, es ren-
coroso sin término, está fatalmente a medio camino entre la atempo-
ralidad premoderna y la modernidad revolucionaria. Cristero o agra-
rista o comunista, es en realidad, y sin saberlo, fiel a las deidades
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prehispánicas de sus mayores (12) o es él mismo una deidad o un


soberano prehispánicos. Úrsulo es menos un individuo que la indivi-
sa metáfora de una raza (17). Todo esto se dice en El luto humano.
Así, podríamos leer a Revueltas como una confirmación de los mo-
dos según los cuales una cultura urbana, moderna, occidental (no
importa si de derecha o de izquierda) construyó a su Otro campesi-
no. Pero esta lectura sería parcial, y por ende injusta. Revueltas es
más complejo que eso. Una primera indicación de esa complejidad,
a la que luego retornaré, es que Adán no es el héroe muerto del edén
subvertido, como asegura Bartra, sino el bandido, el traidor, el sica-
rio enemigo del campesinado, que, si algo, hizo imposible la reden-
ción colectiva.
Monsiváis adelantó que “le corresponde a José Revueltas intro-
ducir como asunto literario la conciencia de clase” (178). Revueltas
explora los límites de esa conciencia de clase / letrada a partir de la
interpelación del campesino insurgente, en una sociedad a la vez
clasista y culturalmente heterogénea. Así, no articula de manera ino-
cente el repertorio de estereotipos en torno al campesino, sino que
los pone en escena (sin atribuirse ninguna exterioridad con respecto
a ellos). Intenta mostrar cómo la conciencia letrada queda excluida
del mundo de la insurgencia campesina (cómo el contacto se da ba-
jo la forma de la exclusión), y ominosamente transmutada por él. El
campesinado insurgente en estas novelas es menos un tema que el
punto de fuga o pérdida de la conciencia letrada, militante o no (lo
que Evodio Escalante llamó “los flujos de despersonalización” que
habitan la narrativa de Revueltas [Una literatura del "lado moridor"
15]). Ante el campesino, el letrado de Revueltas está en una posición
similar a la de Cervantes en Los de abajo: cuando Demetrio lo inter-
pela con “¿pos cuál causa defendemos nosotros?”, Cervantes, con-
fuso, no sabe qué contestar (19)8. Cervantes recupera más tarde su
elocuencia, por mor de su inveterado cinismo (renuncia a entender y
se resigna a manipular). Revueltas, por el contrario, sostiene su lite-
ratura en ese momento de silencio confuso (En Los días terrenales, el
predicado más notable de Gregorio ante el Tuerto Ventura es preci-
samente el silencio).
Las novelas de Revueltas, incluyendo Los muros de agua, son
novelas sin respuestas, novelas donde no hay la fácil comunicabili-
dad de una sabiduría preexistente. Por eso, son novelas incómodas
en tanto relatos. Contradiciendo aquello que debiera ser el credo
marxista, giran alrededor de algo que no es transmisible. En esa
pérdida, sin embargo, una manera de realismo se hace posible, el
realismo atento al “lado moridor” de la realidad. Esa experiencia de
los límites no es un acto de contemplación incomprensiva del cam-
82 JUAN PABLO DABOVE

pesino por el letrado, donde, más allá de la imposibilidad de cono-


cimiento, las posiciones de sujeto se mantienen incólumes. La inver-
sa es la interpelación activa del insurgente campesino al letrado, que
nos lleva del mero tropo del exceso a la experiencia del exceso, del
tropo de la no contemporaneidad que funciona como reaseguro de
la posición letrada (ver, por ejemplo, el uso del mismo en Octavio
Paz) a la experiencia de la no contemporaneidad. El bandido arrastra
al letrado hacia un lugar donde él mismo deviene otro de sí mismo,
como en el caso de Rulfo, donde Juan Preciado no llega a un pueblo
de fantasmas: él mismo deviene fantasma. En Revueltas, el letrado
no contempla al bandido. Se convierte en sujeto de una violencia
irreconocible: cómplice de bandido, asesino, traidor. Pero esa trans-
formación no es feliz, no es una ampliación identitaria. Es una expe-
riencia abyecta cuya marca es la gonorrea de Gregorio, cuyo epílogo
es el suicido del sacerdote cristero de El luto humano. Quisiera ahora
detenerme brevemente en cada uno de estos encuentros.

III.

Los días terrenales es, sabemos, una crítica al Partido Comunista


mexicano (que le costó a Revueltas su carrera en el mismo). Más en
particular, es una crítica al estalinismo que dominaba no solo la ideo-
logía sino el estilo político y la sociabilidad al seno del PC (Escalante,
“Circunstancia”; Koui; Crespi 93-94)9. Esa crítica no se lleva adelante
desde un lugar de privilegio epistemológico, donde el dogmatismo
necio del PC es reemplazado por una relación iluminada y producti-
va con una versión festiva del campesinado revolucionario. Al con-
trario. Las erróneas certidumbres del PC se contraponen a la pérdida
de toda certidumbre por el sujeto de esta crítica, Gregorio. Gregorio
es un militante, intelectual y artista afiliado al PC, pero que no com-
parte la ortodoxia partidaria a ultranza. Es la contraparte de Fidel, el
militante provisto de todas las seguridades. Ignoro si alguien ha no-
tado esto con anterioridad, pero podemos suponer que las niñas
muertas con las que se abren las novelas –Bandera en Los días te-
rrenales; Chonita en El luto humano– son crudas metáforas de esas
certidumbres extintas. Es precisamente por ello, quizás, que Fidel
obstinadamente ignora la muerte de Bandera, aunque se encuentre
en la misma habitación donde la niña está agonizando. Gregorio es
enviado por el Partido a trabajar con los campesinos en el interior del
estado de Veracruz. La realidad que encuentra es vastamente diver-
sa de la que él o el Partido imaginaban. La cifra de esa realidad es el
Tuerto Ventura, guerrillero-bandido, abigeo y líder comunal (13). La
novela comienza con Gregorio que contempla a Ventura dirigiendo la
pesca en el río propiedad de la comunidad y la subsecuente reparti-
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ción del pescado (de obvias resonancias evangélicas) (8-16). Grego-


rio admira al Tuerto Ventura, un líder nato y legítimo. Pero más allá
de eso, el Tuerto Ventura fascina a Gregorio. Recordemos que la
fascinación no excluye nunca el asco (Ventura es feo y tiene aliento a
maíz fermentado, lo que repugna un poco a Gregorio), pero sobre
todo no excluye el miedo: “Era imposible para Gregorio apartar la
vista de aquel hombre que representaba un pedazo tan vivo del
pueblo: burlón, taimado, sensual y cruel” (12). La fascinación se lo-
caliza en las marcas que el ejercicio de la violencia fuera de la ley ha
dejado en el cuerpo de Ventura: las cicatrices en el rostro, el ojo fal-
tante, el muñón de brazo donde la inescrutable energía de Ventura
parece concentrarse:

Al reparar en este hecho, Gregorio comenzó a comprender aquella parte


del misterio de Ventura que aún no se le había mostrado, la parte de mis-
terio que no fue posible descubrir siquiera en el aplastante segundo ante-
rior, cuando el ojo solitario de aquel hombre pareció bañarlo por dentro
como un líquido corrosivo. Aquel muñón era una especie de contrasenti-
do, pero al mismo tiempo como si el contrasentido, la negación, fuesen lo
único verdadero. Porque Ventura parecía obedecer, en efecto, desde su
misma esencia, desde los cimientos de su alma, a un congénito y espeso
sentido de la negación. De ahí ese vivo trozo de carne, inteligente también,
pequeño e infranatural, en que el antebrazo se interrumpía, aquel ojo ciego
y sucio. (14)

Gregorio intenta capturar la diferencia específica de Ventura, pero


reterritorializando a Ventura a partir de una serie de tropos que for-
man parte de su capital cultural. Primero, Gregorio “ve” a Ventura a
partir de una genealogía histórica:

A la luz de las hogueras el rostro del Tuerto Ventura era visible en toda su
inesperada y extraordinaria magnitud. Hombres con ese rostro habían go-
bernado al país desde tiempos inmemoriales, desde los tiempos de Te-
noch. Sus rasgos mostraban algo impersonal y al mismo tiempo muy pro-
pio y consciente. Primero como si fuesen heredados de todos los caudillos
y caciques anteriores, pero un poco más de las piedras y los árboles, co-
mo tal vez, de cerca, debió ser en los rostros de Acamapichtli o Maxtla, de
Morelos o de Juárez, que eran rostros no humanos del todo, no vivos del
todo, no del todo nacidos de mujer; como de cuero, como de tierra, como
de Historia. (12)

Tenoch, Acamapichtli, Maxtla, Morelos, Juárez. En esta serie (que


aúna insurgentes con fundadores de estados) hay un desplazamien-
to y una elisión que son cruciales. El desplazamiento inicia la serie
histórica (o mítica) con Tenoch, fundador de Tenochtitlán. Pero la
novela no ocurre en el valle de México, ni hay por qué suponer que
los pueblos de la zona tienen una memoria histórica vinculada direc-
84 JUAN PABLO DABOVE

tamente con el imperio azteca (a menos que esa memoria haya sido
impuesta por mediación de la mitología nacionalista postcolonial).
Gregorio está dándole a la violencia y al liderazgo de Ventura una
dimensión que no tienen, una dimensión mexicana (entendiendo
“mexicano” no como una identidad primordial, sino como el artefac-
to cultural necesario a la consolidación del estado poscolonial). Ven-
tura no necesita esa genealogía: nunca se reivindica como mexica-
no, nunca habla de México, que puede ser para él –pero nunca lo
sabremos– una entidad con la misma realidad o irrealidad que la Vir-
gen de Catemaco o Rosa Luxemburgo. Gregorio sí la necesita, y por
eso la propone. Notemos cómo la serie se interrumpe en Juárez y no
llega al presente: esa es la elisión de la que hablé antes. Debiéramos
agregar dos términos más a la serie: Madero (como líder de la revo-
lución burguesa)10 y el aún hipotético líder de la revolución campesi-
no-proletaria por venir: digamos, por comodidad, Gregorio (o alguien
que habita el mismo mundo de Gregorio). Esta es, con un mínimo
añadido (el marxismo), la vieja narrativa liberal. Gregorio necesita esa
serie para religar la violencia del bandido a una tradición inteligible
de violencia (convirtiéndolo en un “precursor”11, esto es, valioso pero
relegado al pasado)12, y para que esa tradición culmine en Gregorio
mismo. La serie, entonces, es un procedimiento orientado a cruzar
(al menos simbólicamente) el abismo sociocultural que separa los
dos (infinitos) “Méxicos”. Como veremos luego, ese cruce ocurre,
pero en una dirección opuesta a la que Gregorio hubiese querido.
Asimismo, Gregorio territorializa la escena que ve en el arte clási-
co, en su propio y exclusivo conocimiento del arte clásico, cuando
“lee” la escena del cadáver que aparece en el río como una cita de
El entierro del Conde de Orgaz, del Greco. Como veremos luego, la
escena abandona las resonancias bíblicas y se transforma en la ab-
yección de la violencia fuera de la ley, cuando el “Conde de Orgaz”
se convierte en el pútrido cadáver de Macario Mendoza, jefe de las
guardias blancas. Por el momento, apuntemos a otro rasgo: la inter-
dicción del saber artístico de Gregorio, por Ventura. Aunque Grego-
rio es el letrado y el artista, es Ventura quien habla, quien sabe
hablar. En dos sentidos. La primera frase de la novela es “En el prin-
cipio había sido el caos”. La frase evoca, desde luego, al Génesis. El
Verbo divino. La primera voz representada en la novela es la de uno
de los caciques. Pero esa voz es una respuesta (obediente) a la de
Ventura13. La voz de Ventura es, de alguna manera, la voz soberana,
equivalente a la de Dios o a la de un demiurgo gnóstico, dado que la
realidad que inaugura es “la atroz vida humana” (7). Ventura es,
además, el verdadero maestro de las palabras (ya no en el sentido
“religioso”, sino artístico), aquél que da, poética (pero nunca folklóri-
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 85

camente), con el mot juste. Lejos de ser Gregorio quien representa a


la comunidad, es el bandido quien tiene el privilegio de representar:

— ¡Ah, qué compañero…! –repitió súbitamente junto a él–. Tú sí que ni te


miras en la oscuridá, de tan silencito…!
Gregorio pudo percibir sin repugnancia, pues ya tenía la costumbre de
ello, el aliento agrio, de maíz en proceso de fermentación, que Ventura ex-
halaba. Sus palabras lo hicieron sonreír: el silencio y la quietud, el estar
“tan silencito”, lo hacían un ser invisible, una extraña suma corpórea de lo
visual y lo auditivo, un ser que “ni se mira” de tanto escucharse, esto es,
que no existe. “Quizá –se dijo– se trate, sin Ventura mismo proponérselo,
de una bonita definición de la Muerte”.
[...]
—Te miro triste, compañero Gregorio. ¿Qué te pasa? –gritó esa voz, quizá
irónica, burlona o sincera, no podría decirse, pues era una voz sin rostro.
Te miro triste.
Te miro. Nuevamente como un incesto de los sentidos. Nuevamente la
maldita, enrevesada y sincera forma de expresarse. Mirar en las tinieblas
tan sólo a través del silencio o de la falta de silencio de las gentes. (8-9)

La fascinación es la experiencia de lo que nos doblega (y así se


vincula con lo sublime). Eso ocurre para Gregorio en dos momentos.
Sin nunca violentar, sin nunca discutir, por la mera imposición de la
voluntad (como Zimmerman en “Guayaquil” de Borges), Ventura
fuerza a Gregorio a aceptar ciertas decisiones heterodoxas. El fruto
de la pesca se ofrece a la Virgen de Catemaco, verdadera dueña del
río según los campesinos (15). Las imágenes religiosas son fruto de
veneración por la comunidad afiliada al PC, al punto que Gregorio,
suspendiendo su autoridad como militante-administrador cultural,
acepta restaurarlas, sabiendo que no son objetos de arte, sino de
devoción (20). Las relaciones de género en la comunidad siguen un
patrón muy diferente de la norma partidaria, lo que da origen a con-
trastes chirriantes: la esposa de Ventura le habla a Gregorio de la lu-
cha por la reivindicación de los derechos de la mujer que las organi-
zaciones llevan adelante. Acto seguido, acude a la orden de Ventura
de arrancarle, con los dientes, la nigua que se le había metido entre
los dedos del pie (19).
La negatividad (el atributo que Gregorio identifica en Ventura) po-
dría ser la fuerza activa de una transculturación más o menos feliz,
donde el marxismo (como contraseña de la modernidad) y la tradi-
ción convivirían de manera más o menos armónica. El emblema de
esa armonía sería la repartición del pescado, que se lleva adelante a
partir de dos principios diversos. Éstos funcionan de manera sor-
prendentemente armónica, dado que suponen dos concepciones
diferentes de identidad y afiliación colectiva que en principio parece-
rían en conflicto. El pescado se reparte a los pueblos representados
86 JUAN PABLO DABOVE

por sus caciques (Sotoepan, Santa Rita, Comején, Jáltipan, Acayu-


can, Chinameca, Ixhuapan), y a las “organizaciones” (el Centro Rosa
Luxemburgo, la Juventud Comunista) (18).
Pero la transculturación feliz se convierte pronto en la amenazan-
te “transculturación inversa” (Beverley), cuya lógica es controlada
“desde abajo”, por el bandido. Ventura obliga a Gregorio (otra vez,
con el puro peso de su legitimidad como líder) a ser cómplice del
asesinato de Macario Mendoza, el jefe de las Guardias Blancas de la
zona. Esta situación implica una reversión completa del privilegio
epistemológico: Ventura hace que Epifania, la mísera prostituta local,
mate a Macario (Macario tenía a su vez la misión de matar a Grego-
rio). Ventura ejerce la violencia por fuera de la ley en beneficio de
Gregorio. Pero lo hace sin Gregorio, y contra aquello que Gregorio
creía y creía que era. Gregorio nunca será el mismo. La novela narra
eso: Gregorio apartado de las certidumbres del partido, por mor de
su experiencia de la violencia fuera de la ley. Esta experiencia arruina
para siempre toda posibilidad de territorialización de Ventura. Y da-
do que él resulta ser cómplice de Ventura esa posibilidad se arruinó
también para él mismo.
La entrega al mundo del bandido es consumada de manera irre-
versible en el acto con Epifania (el nombre no puede sernos indife-
rente, desde luego). Por gratitud, Gregorio tiene relaciones sexuales
con ella, y ella lo contagia de gonorrea, una enfermedad que en el
mundo anterior a los antibióticos viviría con él para siempre. Grego-
rio sabía que Epifania estaba enferma, y que a él se le pegaría la en-
fermedad. Esa relación fue, entonces,

Un acto de amor, de agradecimiento, de desesperación. Tal vez, sin em-


bargo, algo muy próximo al suicido también. […] Con ese contagio cons-
ciente y deliberado, Gregorio se limpiaba, hacía un sacrificio de su sexo,
un acto afirmativo de renuncia, con el cual reintegraba a su ser la noción
de pureza, de aislamiento, de soledad esenciales que le servirían para ad-
quirir el indicio, experimentando en cabeza propia, acerca del destino de
sus semejantes. (156)

Esa entrega lo hace capaz de “soportar la verdad pero también la


carencia de cualquier verdad” (170). Este no es un sacrificio enalte-
cedor al estilo de los de Fidel. Fidel sufre hambre, exceso de trabajo,
falta de sueño, falta de contactos humanos: sufrimientos de monje o
de asceta, de los que está secreta (o no tan secretamente) orgulloso.
Por el contrario, la gonorrea despoja a Gregorio todas las coartadas
imaginarias en las que sostenía un sentido de identidad (la larga es-
cena de Gregorio en el dispensario, donde él y otros infortunados
son diversamente humillados antes, durante y después del doloroso
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 87

drenaje de la uretra, es una de las más intensas de la novela, y qui-


zás su piedra de toque)
Ese devenir-otro es para Gregorio a la vez abyecto y de una pu-
reza inaudita: es el horror, pero el horror que lo pone, por primera
vez, cerca (nunca en contacto) con sus semejantes (152-154). El su-
frimiento de Gregorio lo ubica en un lugar intermedio entre lo abyec-
to y lo puro, en todo caso excesivo; a la vez Gregorio está absoluta-
mente solo y millonariamente acompañado14. La novela comienza de
noche (en el campo) y termina de noche (la noche de la cárcel). Co-
mienza con la melancolía ante lo perdido y termina con la aceptación
jubilosa de esa pérdida. Es el bandido quien guía a Gregorio por ese
camino sin camino, quien opera el paso de una a otra noche.

IV.

El luto humano es aún más extremo en este planteo. El letrado es


el sacerdote cristero que permanece en su misión pastoral en el in-
nominado pueblo norteño después que la rebelión cristera ha sido
derrotada y sus dirigentes asesinados15. Recordemos que sacerdote,
militante y artista son posiciones equivalentes en la narrativa de Re-
vueltas en tanto todos son, de una manera u otra, administradores
de la letra: el hombre del Libro (sacerdote), el hombre del informe,
del panfleto, del periódico, del análisis de coyuntura (el militante); el
hombre de la obra (el artista). (Gregorio es un militante y a la vez es
un artista; Fidel es un militante, pero es a la vez “un cura [. . .]. Un
cura rojo auxiliado por la utilería de cien mil frases” [26], y un artista
que pule infinitamente la obra16).
En Los días terrenales, El poder de fascinación del Tuerto Ventura
podía aún ser articulado, imperfectamente, en una alianza política
mundana, donde las relaciones han sido invertidas, y donde el ban-
dido es Cristo (que multiplica los peces), y el militante el humilde
apóstol (que sabe nada de los designios divinos). Gregorio sigue vivo
y militando después de su encuentro con Ventura, aunque su posi-
ción en el partido –y su apreciación del mismo– está arruinada. Mis-
teriosamente, Ventura y Epifania acompañan a Gregorio en la mar-
cha hacia el DF que la policía desbarata, y que terminará con Grego-
rio en la cárcel [167]. El Tuerto Ventura era un bandido social, de
modo tal que sus valores eran aún los valores de una comunidad,
habitaban un lenguaje y una historia comunitaria (que existe, aunque
excluye al letrado).
La relación entre el sacerdote cristero y Adán, por el contrario, no
tiene ninguna de las coartadas imaginarias de la alianza. Adán es un
bandido no-social, y habita en la soledad de Caín. Sus motivos son
intraducibles al lenguaje del letrado. Como en el caso de Fidel, el mi-
88 JUAN PABLO DABOVE

litante adversario de Gregorio, y del bandido social, su predicado es


la negación. Pero es una negación diferente, lo que Revueltas llama
una “negación fortalecedora” (154), porque, a diferencia de la nega-
ción de la transculturación, que apunta a una síntesis, la negación de
Adán no tiene síntesis, sino que se agota (como en el caso de la ne-
gación tal como la conceptualiza Ranajit Guha) en su efectuación. Es
una negación no sintética, cuyo emblema es la destrucción de los
sembrados, como un puro atentado al orden de la producción:

Esto era lo que Adán podía decir de su revolución. Porque era la suya una
revolución elemental y simple, con unas venas extrañas y una ansiedad.
Era correr por el monte sin sentido. Era pisotear un sembrado. Exactamen-
te pisotear un sembrado. Los surcos están ahí, paralelos, con su geome-
tría sabia y graciosa. Son rectos y obedecen a una disciplina profunda de
la tierra que les exige derechura, honradez, legitimidad. Míraseles su ex-
tensión como una malla sobre el humus y la vida que late, ordenando el
crecimiento. Obedecen a un designio, a una voz plena y poblada de mate-
rias, que desde abajo decreta el milagro de la comunión con las cosas del
aire, para que el pan se dé entonces como un hijo y encuentre casa la es-
piga y el sudor levante su estatua. Pero el odio demanda también su esta-
blecimiento y pisar un surco conviértese en una negación fortalecedora.
Entonces se desata el hombre como un animal oscuro cuyo goce simple
se compone de la desolación y el caos. Tiene el alma un poder furioso y
una impureza avasalladora que se desencadenan libres y sin freno. La
destrucción erige su voluntad y adelante no hay nada, pues la ceguera lo
ocupa todo y hay un insensato placer en que el sembrado se convierta en
pavesas y la semilla se calcine. La Revolución era eso: muerte y sangre.
Sangre y muerte estériles; lujo de no luchar por nada sino a lo más porque
las puertas subterráneas del alma se abriesen de par en par dejando salir,
como un alarido infinito, descorazonador, amargo, la tremenda soledad de
bestia que el hombre lleva consigo. (154)

Adán fascina al sacerdote. Pero esta fascinación cruza un límite


que no permite el retorno. Lo fascina como el ojo velado del negro
fascina al narrador de “El corazón delator” (los ojos de Adán, hechos
de “sombra helada”, se mencionan repetidamente en la novela, y
son lo primero que se come el zopilote). Como en el cuento de Poe,
Adán fascina como un objeto que debe ser destruido. Pero esa des-
trucción es una liberación ilusoria. El ojo velado, el bandido, ya han
atrapado en su mundo al sujeto de fascinación. (La fascinación no
asume nunca la forma de la objetividad en Poe: como el ojo de Ven-
tura, el ojo del anciano es a la vez ciego y omnividente. Por eso, es
sólo cuando el ojo está abierto que el horror conduce al narrador al
homicidio, no en las lentas noches previas). Al destruir el “objeto” de
fascinación, el narrador de Poe, el sacerdote, se destruyen también
a sí mismos. Al querer apartarse del objeto de horror, sólo se entre-
gan más enteramente a su dominio.
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 89

Adán es un traidor a su clase que había asegurado en la zona la


derrota final de los cristeros, había torturado y asesinado a sus líde-
res (la escena de la tortura y asesinato del cristero Valentín es una de
las más fuertes de la novela [173-175]), y luego a los líderes de la
huelga de los trabajadores y pequeños propietarios del Sistema de
Riego. El sacerdote, que conoce a Adán la noche que El luto huma-
no narra, mata a Adán para vengar esas injurias múltiples. Pero la
puñalada por la espalda (desde luego, no es casual que el asesinato
sea llevado adelante con un puñal porque en El luto humano el puñal
es la metáfora de la violencia mexicana por excelencia)17 lejos del
liberar al sacerdote, lo entrega por entero al mundo de Adán: el sa-
cerdote mata a traición18 (cuando Adán sólo intentaba ayudarlo a
cumplir su ministerio, cruzando el río en su barca), el sacerdote se
convierte en un traidor. El sacerdote comprende muy bien lo que ha
hecho y sus efectos. Ese crimen parece ser una venganza. Pero una
vez cumplida, no tiene, como una venganza debiera tener, un efecto
emancipador (liberando al vengador de su obligación para con los
muertos, o de su vergüenza para con los vivos) alejándolo de la eco-
nomía de violencia que define al vengador. Por el contrario: una vez
ejecutada la venganza, una vez que el cadáver de Adán es entrega-
do al río, el sacerdote deviene-Adán, y como él termina: a merced de
las aguas furiosas, que no le darán ni el olvido ni la redención:

La piedra se aproximaba al corazón y moríase el cuerpo. Un golpe de vien-


to lo hizo tragar agua en gran cantidad.
Era preciso gritar una palabra expiatoria, la misma que antes intentase gri-
tar junto a Úrsulo y sus compañeros.
“Adán”, pensó decir entonces.
Pero se recostó blandamente para desaparecer en el agua. (80)

Adán como “símbolo” mayor de la novela tiene un sentido irrepa-


rable y –deliberadamente– contradictorio o vacío, donde reside la
apuesta ético-política de El luto humano. Adán retorna fantasmáti-
camente a la memoria nacional (110), se niega a desaparecer en el
río del olvido. Pero retorna no como la memoria del “edén premo-
derno”, sino como la memoria de la violencia histórica, de la violen-
cia letrada, que a la vez necesita al campesino (porque es su razón
de ser, toda vez que en esa época, el campesino era aún el sujeto
alrededor del cual se definía la nacionalidad mexicana [Meyer]) y lo
aparta con horror y miedo. Así, la melancolía letrada es compleja: es
la melancolía de saber que somos responsables de la muerte del
campesino. Que esa muerte nos era culpablemente necesaria. Que
nuestro destino está oscuramente ligado al de ese cadáver. Que qui-
zá, seamos alguna vez ese cadáver que flota y que quizá, como una
muda interpelación, retorne.
90 JUAN PABLO DABOVE

Pero esa insistencia, lejos de ser la base de una idea de lo cam-


pesino (e indirectamente, de lo nacional) es refractaria a la interpre-
tación. El final de El luto humano da la clave para una lectura alegó-
rica, donde Natividad es el hombre nuevo, Calixto y Úrsulo la transi-
ción contradictoria hacia el hombre Nuevo, y Cecilia la tierra de
México que, por eso mismo, ama al hombre que la va a romper y fe-
cundar. Lo importante, lo interesante, creo, es la ausencia de un lu-
gar para Adán en ese esquema, siendo que, por otro lado, Adán es
el más importante de todos los personajes de la obra. El campesino
acosa la memoria mexicana: pero no el campesino edénico, sino el
bandido campesino, aquél cuya violencia es, para sus mejores exe-
getas, incomprensible, porque no es un objeto, sino que se confun-
de con lo incomprensible del mundo (110-111). A ese lugar nos con-
duce, por caminos tortuosos e incómodos (pero el bandido nunca
habita otros), José Revueltas.

NOTAS:
1. Revueltas es una bandera legítimamente consagrada en Tlatelolco, y en las
muchas prisiones que jalonaron su carrera política. Por lo mismo, creo que le
hacemos un pobre servicio al agotar la lectura de su obra en la celebración
de ese compromiso, o de su constante independencia intelectual. Esa inde-
pendencia es mejor comprendida en tanto efecto de su literatura, y no como
un postulado previo que guía (y por ello, hace innecesaria) la lectura.
2. Amado narra en clave de melodrama familiar el proceso de constitución de un
sujeto revolucionario moderno como superación dialéctica del campesinado
premoderno. La ardua migración de una familia de retirantes desde el nordes-
te al sur cafetero supone el agotamiento de las formas premodernas de resis-
tencia/acomodación campesina (el clientelismo, la cooptación, el bandidaje,
el milenarismo, el asesinato), la disolución del campesinado y el surgimiento
de una nueva clase (el proletariado rural) consciente de sí (comunista). A pe-
sar de la gravitación del realismo socialista, esta es una novela lograda en
término narrativos y políticos (el melodrama traduce narrativamente los avata-
res de la lucha de clases, pero sin perder efecto o densidad). Para un análisis
de la novela, ver Dabove, Bandidos y letrados.
3. En México, hacia los años cuarenta del siglo veinte, el problema del campesi-
nado y sus (in)capacidades revolucionarias era particularmente intratable para
la izquierda. Por un lado, fue siempre un desafío (sujeto a presiones y oscila-
ciones internas y externas [ver Carr]) caracterizar acabadamente la naturaleza
de la Revolución, la primera revolución campesina del siglo XX, y a partir de
allí, establecer una política coherente con el gobierno surgido de ella. Por
otro, nunca fue completamente posible establecer una relación políticamente
productiva con sectores amplios del campesinado, quien como clase parecía
oscilar entre la cooptación estatal y la feroz oposición cristera.
4. Debo la comparación entre Arlt y Revueltas a Journeys Through the Labyrinth,
de Gerald Martin.
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 91

5. La trama se ambienta en un pueblo dilapidado del Norte en los treinta. Ante la


muerte de Chonita, hija de Úrsulo y Cecilia, Úrsulo, feroz agrarista, consiente
en ir en busca del sacerdote, pidiendo ayuda a Adán, dueño de la única barca
disponible para cruzar el río. Adán, antiguo bandido-guerrillero, actual sicario
del gobierno y perseguidor imparcial de cristeros y comunistas, es enemigo
jurado de Úrsulo (asesinó a Natividad, el líder agrario). Resignadamente, el
sacerdote (antiguo cristero) acepta acompañarlos. Más tarde se sabrá que el
sacerdote asesina a Adán en el trayecto. El mísero velatorio debe ser inte-
rrumpido cuando las aguas suben irresistiblemente. Luego de horas penosas
para escapar del agua (donde pierden a Jerónimo y al sacerdote), notan que
han vuelto al punto de partida y suben al techo de la casa de Úrsulo a esperar
lo inevitable.
6. Proveo una cita entre otras que parece apoyarla: “Adán [reflexiona el narrador
de El luto humano] padre de Abel, padre de Caín, padre de los hombres. Re-
presentaba mucho aquel cuerpo habitado por la muerte. No era un cuerpo
ocasional, sino profundo; un proceso sombrío” (111).
7. La novela empieza precisamente con la Muerte, que asiste a la agonía de
Chonita: “La muerte estaba ahí, blanca, en la silla, con su rostro [. . .]. La
muerte estaba ahí en la silla” (11)
8. Al presentar sus (falsas) credenciales revolucionarias, Luis Cervantes, dice:
“—Yo he procurado hacerme entender, convencerlos de que soy un verdade-
ro correligionario.../ —¿Corre...que? –Inquirió Demetrio, tendiendo una oreja./
—Correligionario, mi jefe..., es decir, que persigo los mismos ideales y de-
fiendo la misma causa que ustedes defienden./ Demetrio sonrió:/ —¿Pos cuál
causa defendemos nosotros?.../ Luis Cervantes, desconcertado, no encontró
qué contestar.” (19).
9. Para una historia del estalinismo mexicano, ver Carr. Para una caracterización
del estalinismo dentro de la historia del marxismo latinoamericano, ver For-
net-Betancourt.
10. Esa es la caracterización de Revueltas de la Revolución Mexicana.
11. Piensa Gregorio (aunque su voz es muchas veces indiscernible de la del na-
rrador): “En esta forma no era difícil imaginar cuando en sus misteriosas es-
capatorias de quince y veinte días se dedicaba al robo de reses en los territo-
rios de Oaxaca y Chiapas, y verlo entonces como un rayo ecuestre, de un si-
tio a otro, la rienda de su caballo sujeta entre las mandíbulas mientras el bra-
zo viudo haría restallar en el aire la soga; ni difícil tampoco evocar su imagen
juvenil del años novecientos siete, cuando militó en las guerrillas de Hilario C.
Salas, una especie de centella sombría, una especie de negra ráfaga impla-
cable” (12-13). Este gesto de convertir al bandido en precursor, lo ensaya
también Azuela en Precursores, con Manuel Lozada.
12. Sobre este doble movimiento que hace del bandido el origen, pero establece
una solución de continuidad con respecto a ese origen, ver Dabove, Nightma-
res, parte III.
13. “—Han de ser por ahí de las cuatro –repuso la voz de uno de los caciques–;
nos queda tiempo de sobra…” (7).
14. Como en The Power and the Glory, donde no queda claro quién es realmente
un mártir, si José (el sacerdote apóstata), el whisky priest (que pobre y perse-
guido, sigue administrando los sacramentos) o Juan, el protagonista de la
92 JUAN PABLO DABOVE

historia piadosa que lee la anónima mujer (el más sencillo de los mártires, pa-
rece sugerir la novela).
15. Ignoro si Revueltas leyó a Graham Greene. Sin embargo, es imposible no no-
tar ciertas afinidades entre El luto humano, y The Power and the Glory (de
1940). Ambos sacerdotes cristeros son fieles a Roma pero perciben la dife-
rencia entre el catolicismo mexicano y el romano. Ambos permanecen firmes
en sus ministerios, pero abrumados por la conciencia de sus faltas persona-
les y políticas. Ambas figuras lindan con la abyección. Ambos eligen morir de
una manera que toca en un extremo el martirio, en otra el suicidio. Ambos
mueren con pecados mortales en su conciencia. Ambos son testigos del co-
lapso de sus comunidades. Ambos se muestras incapaces de redimir ese co-
lapso.
16. “Transcurrieron largos minutos silenciosos en que sólo se escuchaba el ruido
de la máquina donde escribía Fidel. Al terminar la hija sacó el escrito con mu-
cho cuidado, con la delicadeza de un artista que no quiere estropear su obra,
y luego, al darse cuenta de que el papel carbón estaba adherido entre dos
páginas, comenzó a desprenderlo cautelosamente, sin mirar a los demás,
magnífico y austero, como el sacerdote de una pavorosa religión escalofrian-
te” (45).
17. Al inicio de la novela misma se asocia al sacerdote con el puñal (no con nin-
guno en especial, sino con el Puñal, digamos). Piensa Úrsulo: “Siempre un
cura a la hora de la muerte. Un cura que extrae el corazón del pecho con ese
puñal de piedra de la penitencia, para ofrecerlo, como antes los viejos sacer-
dotes, en la piedra de los sacrificios, a Dios, a Dios en cuyo seno se pulveri-
zaron los ídolos esparciendo su tierra, impalpable ahora en el cuerpo blanco
de la divinidad” (12).
18. La mirada del sacerdote es la mirada del letrado. Es un sacerdote de Roma,
pero se da claramente cuenta que nada de lo que pasa en México tiene que
ver con lo que pasa en Roma. Pero esto no nos habla realmente de que el
campesino mexicano sea una especie de nuevo trascendental, sino de que la
percepción del sacerdote es un “efecto de diferencia”. Este carácter especu-
lar está acentuado por el hecho de que ocupa, en relación a Adán, la misma
posición: la del perseguido y encarcelado (175). La muerte es el horror.

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1940. Harlingen: Archivo Fílmico Agrasánchez, 1996.
94 JUAN PABLO DABOVE

1
Revuelt as es un a ban dera legítimamente consagrada en Tl atelol co, y en las mu ch as prision es qu e jalon aron su carrera política. Por lo mismo, creo qu e le hacemos un pobre servicio al agot ar la lectura de su obra en la cel ebración de ese compromiso, o de su
const ante independenci a int electu al. Esa in depen den ci a es mejor compren dida en t anto efecto de su literatura, y n o como un postul ado previo qu e guía (y por ello, h ace innecesaria) l a l ectura.
2
Amado narra en clave de melodrama familiar el proceso de constitución de un sujeto revolu cionario moderno como superación dial éctica del campesin ado premoderno. La ardua migración de una familia de retirant es desde el nordest e al sur cafet ero su pone el
agot ami ento de las formas premodern as de resist en cia/acomodación campesina (el cli entelismo, l a coopt ación , el ban didaj e, el mil enarismo, el asesinato), l a disolución del campesin ado y el surgi miento de un a nueva clase (el prol et ariado rural) con sci ente de sí (co-
munista). A pesar de la gravit ación del realismo socialist a, est a es una novela lograda en término narrativos y políticos (el melodrama tradu ce n arrativament e los avat ares de la luch a de clases, pero sin perder efecto o densidad). P ara un an álisis de l a novela, ver Da-
bove, Bandidos y l etrados.
3
En México, h acia los años cu arenta del siglo veinte, el probl ema del campesinado y sus (in)capacidades revolucion arias era particul arment e intratable para la izquierda. P or un l ado, fue siempre un desafío (sujet o a presion es y oscilacion es int ernas y externas [ver
Carr]) caract eriz ar acabadament e la naturalez a de la Revolu ción, la primera revolución campesin a del siglo XX, y a partir de allí, est abl ecer un a política coh erente con el gobi erno surgido de ella. Por otro, nunca fue complet ament e posibl e est ablecer una rel ación polí-
ticamente productiva con sectores amplios del campesin ado, quien como cl ase parecí a oscilar entre la coopt ación est atal y l a f eroz oposición crist era.
4
Debo l a comparación entre Arlt y Revu eltas a Journ eys Through th e L abyrinth, de Geral d Martin.
5
La trama se ambient a en un pu eblo dilapi dado del Nort e en los treinta. Ante l a mu ert e de Chonita, hija de Úrsulo y C ecilia, Úrsulo, feroz agrarist a, consi ente en ir en bu sca del sacerdote, pidi endo ayuda a Adán, dueño de l a única barca disponibl e para cruz ar el río.
Adán , antiguo ban dido-gu errillero, actu al si cario del gobierno y persegui dor imparci al de cristeros y comunistas, es enemigo jurado de Úrsulo (asesinó a N atividad, el líder agrario). Resignadamente, el sacerdot e (antiguo cristero) acept a acompañarlos. Más tarde se
sabrá que el sacerdot e asesin a a Adán en el trayecto. El mísero velatorio debe ser interrumpido cuan do las agu as suben irresistiblemente. Luego de horas penosas para escapar del agu a (don de pierden a Jerónimo y al sacerdot e), n otan que h an vu elto al punto de
partida y suben al t echo de la casa de Úrsulo a esperar lo inevitabl e.
6
Proveo una cita entre otras qu e parece apoyarla: “Adán [reflexion a el narrador de El luto humano] padre de Abel, padre de Caín, padre de los hombres. Representaba mucho aqu el cu erpo h abitado por la muert e. No era un cu erpo ocasional , sino profundo; un proceso
sombrío” (111).
7
La novel a empiez a precisamente con l a Mu erte, que asist e a l a agoní a de Chonita: “L a mu ert e est aba ahí, bl anca, en l a silla, con su rostro [. . .]. L a mu ert e est aba ahí en l a silla” (11)
8
Al presentar sus (falsas) credenci ales revolu cionarias, Luis Cervantes, dice:
—Yo h e procurado hacerme entender, conven cerlos de qu e soy un verdadero correligionario...
— ¿Corre...qu e? –Inquirió Demetrio, t endi endo una oreja.
— Correligion ario, mi j efe..., es decir, qu e persigo los mismos i deal es y defien do l a misma causa qu e ust edes defien den .
Demetrio sonrió:
— ¿Pos cuál causa def endemos n osotros?...
Luis Cervant es, descon certado, no en contró qu é cont est ar. (19).
9
Para un a histori a del estalinismo mexi cano, ver C arr. P ara un a caract erización del est alinismo dent ro de la historia del marxismo latinoameri can o, ver Fornet- Bet an court.
10
Esa es la caract eriz ación de Revu eltas de l a Revolución Mexican a.
11
Piensa Gregorio (aunqu e su voz es mu ch as veces indiscernibl e de l a del n arrador): “En est a forma no era difícil imaginar cu ando en sus mist eriosas escapatori as de quin ce y veint e dí as se dedi caba al robo de reses en los t erritorios de Oaxaca y Chi apas, y verlo
entonces como un rayo ecuestre, de un sitio a otro, l a rien da de su caballo suj eta entre las mandíbul as mientras el brazo viu do harí a rest allar en el aire la soga; ni difícil tampoco evocar su imagen juvenil del años novecientos siet e, cu ando militó en las gu errillas de
Hilario C. S alas, un a especi e de cent ella sombrí a, una especi e de n egra ráfaga implacable” (12-13). Est e gesto de convertir al bandi do en precursor, lo ensaya t ambi én Azu ela en Precursores , con Manu el Loz ada.
12
Sobre est e dobl e movi miento qu e h ace del ban dido el origen , pero est abl ece una solución de continuidad con respecto a ese origen, ver Dabove, Night mares , part e III.
13
“—H an de ser por ahí de las cuat ro –repuso la voz de uno de los caciqu es–; nos queda tiempo de sobra…” (7).
14
Como en The Power and th e Glory , donde no qu eda claro quién es real mente un mártir, si José (el sacerdot e apóst at a), el whisky pri est (qu e pobre y perseguido, sigue administrando los sacramentos) o Juan , el protagonista de l a historia piadosa que l ee l a anóni ma
mujer (el más sen cillo de los mártires, parece sugerir la novela).
15
Ignoro si Revuelt as leyó a Grah am Green e. Sin embargo, es i mposi ble no notar ciert as afinidades entre El luto humano, y Th e Power an d the Glory (de 1940). A mbos sacerdot es crist eros son fiel es a Roma pero perciben la diferen cia ent re el cat olicismo mexi can o y el
romano. A mbos perman ecen firmes en su s minist erios, pero abru mados por la con cien cia de sus falt as person al es y políticas. A mbas figuras lindan con la abyección. A mbos eligen morir de un a manera que toca en un extremo el martirio, en otra el sui cidio. A mbos
mueren con pecados mortal es en su con cien ci a. Ambos son t estigos del col apso de sus comunidades. A mbos se muest ras incapaces de redi mir ese col apso.
16
“Tran scurrieron largos minutos silen ciosos en qu e sólo se escu ch aba el ruido de la máquina don de escribía Fidel. Al terminar la hija sacó el escrito con mu cho cuidado, con la delicadeza de un artist a que no quiere estropear su obra, y luego, al darse cu enta de que el
papel carbón est aba adh erido entre dos páginas, comenz ó a desprenderlo caut elosamente, sin mirar a los demás, magnífico y aust ero, como el sacerdot e de un a pavorosa religión escalofri ante” (45).
17
Al inicio de la novel a misma se asoci a al sacerdote con el puñ al (no con ninguno en especi al, sino con el Puñal , digamos). Pien sa Úrsulo: “Siempre un cura a la hora de la mu ert e. Un cura que extrae el corazón del pecho con ese puñ al de pi edra de la peniten cia, para
ofrecerlo, como ant es los vi ejos sacerdotes, en la piedra de los sacrificios, a Dios, a Dios en cuyo seno se pulveriz aron los ídolos esparci endo su ti erra, impalpabl e ahora en el cu erpo blan co de la divinidad” (12).
18
La mirada del sacerdot e es la mirada del letrado. Es un sacerdot e de Roma, pero se da cl arament e cu enta qu e nada de lo que pasa en México tien e qu e ver con lo que pasa en Roma. Pero esto no nos habl a realment e de qu e el campesino mexi cano sea una especi e
de nuevo trascendental, sino de que la percepción del sacerdot e es un “ef ect o de diferen cia”. Est e carácter especular está acentuado por el hecho de que ocupa, en relación a Adán, la misma posición: la del perseguido y encarcelado (175). La mu ert e es el horror.

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