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I.
II.
Por eso, esta conciencia se presenta con frecuencia como una doble sen-
sación de nostalgia y de zozobra, tan característica del síndrome de la me-
lancolía. Se llega a creer firmemente que bajo el torbellino de la moderni-
dad yace un estrato mítico, un edén inundado con el que ya sólo podemos
tener una relación melancólica; sólo por vía de la nostalgia profunda po-
demos tener contacto con él y comunicarnos con los seres que lo pue-
blan: pues esos seres edénicos son también seres melancólicos, con
quienes es imposible relacionarse materialmente, y sin embargo son la ra-
zón de ser del mexicano. (44)
III.
A la luz de las hogueras el rostro del Tuerto Ventura era visible en toda su
inesperada y extraordinaria magnitud. Hombres con ese rostro habían go-
bernado al país desde tiempos inmemoriales, desde los tiempos de Te-
noch. Sus rasgos mostraban algo impersonal y al mismo tiempo muy pro-
pio y consciente. Primero como si fuesen heredados de todos los caudillos
y caciques anteriores, pero un poco más de las piedras y los árboles, co-
mo tal vez, de cerca, debió ser en los rostros de Acamapichtli o Maxtla, de
Morelos o de Juárez, que eran rostros no humanos del todo, no vivos del
todo, no del todo nacidos de mujer; como de cuero, como de tierra, como
de Historia. (12)
tamente con el imperio azteca (a menos que esa memoria haya sido
impuesta por mediación de la mitología nacionalista postcolonial).
Gregorio está dándole a la violencia y al liderazgo de Ventura una
dimensión que no tienen, una dimensión mexicana (entendiendo
“mexicano” no como una identidad primordial, sino como el artefac-
to cultural necesario a la consolidación del estado poscolonial). Ven-
tura no necesita esa genealogía: nunca se reivindica como mexica-
no, nunca habla de México, que puede ser para él –pero nunca lo
sabremos– una entidad con la misma realidad o irrealidad que la Vir-
gen de Catemaco o Rosa Luxemburgo. Gregorio sí la necesita, y por
eso la propone. Notemos cómo la serie se interrumpe en Juárez y no
llega al presente: esa es la elisión de la que hablé antes. Debiéramos
agregar dos términos más a la serie: Madero (como líder de la revo-
lución burguesa)10 y el aún hipotético líder de la revolución campesi-
no-proletaria por venir: digamos, por comodidad, Gregorio (o alguien
que habita el mismo mundo de Gregorio). Esta es, con un mínimo
añadido (el marxismo), la vieja narrativa liberal. Gregorio necesita esa
serie para religar la violencia del bandido a una tradición inteligible
de violencia (convirtiéndolo en un “precursor”11, esto es, valioso pero
relegado al pasado)12, y para que esa tradición culmine en Gregorio
mismo. La serie, entonces, es un procedimiento orientado a cruzar
(al menos simbólicamente) el abismo sociocultural que separa los
dos (infinitos) “Méxicos”. Como veremos luego, ese cruce ocurre,
pero en una dirección opuesta a la que Gregorio hubiese querido.
Asimismo, Gregorio territorializa la escena que ve en el arte clási-
co, en su propio y exclusivo conocimiento del arte clásico, cuando
“lee” la escena del cadáver que aparece en el río como una cita de
El entierro del Conde de Orgaz, del Greco. Como veremos luego, la
escena abandona las resonancias bíblicas y se transforma en la ab-
yección de la violencia fuera de la ley, cuando el “Conde de Orgaz”
se convierte en el pútrido cadáver de Macario Mendoza, jefe de las
guardias blancas. Por el momento, apuntemos a otro rasgo: la inter-
dicción del saber artístico de Gregorio, por Ventura. Aunque Grego-
rio es el letrado y el artista, es Ventura quien habla, quien sabe
hablar. En dos sentidos. La primera frase de la novela es “En el prin-
cipio había sido el caos”. La frase evoca, desde luego, al Génesis. El
Verbo divino. La primera voz representada en la novela es la de uno
de los caciques. Pero esa voz es una respuesta (obediente) a la de
Ventura13. La voz de Ventura es, de alguna manera, la voz soberana,
equivalente a la de Dios o a la de un demiurgo gnóstico, dado que la
realidad que inaugura es “la atroz vida humana” (7). Ventura es,
además, el verdadero maestro de las palabras (ya no en el sentido
“religioso”, sino artístico), aquél que da, poética (pero nunca folklóri-
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 85
IV.
Esto era lo que Adán podía decir de su revolución. Porque era la suya una
revolución elemental y simple, con unas venas extrañas y una ansiedad.
Era correr por el monte sin sentido. Era pisotear un sembrado. Exactamen-
te pisotear un sembrado. Los surcos están ahí, paralelos, con su geome-
tría sabia y graciosa. Son rectos y obedecen a una disciplina profunda de
la tierra que les exige derechura, honradez, legitimidad. Míraseles su ex-
tensión como una malla sobre el humus y la vida que late, ordenando el
crecimiento. Obedecen a un designio, a una voz plena y poblada de mate-
rias, que desde abajo decreta el milagro de la comunión con las cosas del
aire, para que el pan se dé entonces como un hijo y encuentre casa la es-
piga y el sudor levante su estatua. Pero el odio demanda también su esta-
blecimiento y pisar un surco conviértese en una negación fortalecedora.
Entonces se desata el hombre como un animal oscuro cuyo goce simple
se compone de la desolación y el caos. Tiene el alma un poder furioso y
una impureza avasalladora que se desencadenan libres y sin freno. La
destrucción erige su voluntad y adelante no hay nada, pues la ceguera lo
ocupa todo y hay un insensato placer en que el sembrado se convierta en
pavesas y la semilla se calcine. La Revolución era eso: muerte y sangre.
Sangre y muerte estériles; lujo de no luchar por nada sino a lo más porque
las puertas subterráneas del alma se abriesen de par en par dejando salir,
como un alarido infinito, descorazonador, amargo, la tremenda soledad de
bestia que el hombre lleva consigo. (154)
NOTAS:
1. Revueltas es una bandera legítimamente consagrada en Tlatelolco, y en las
muchas prisiones que jalonaron su carrera política. Por lo mismo, creo que le
hacemos un pobre servicio al agotar la lectura de su obra en la celebración
de ese compromiso, o de su constante independencia intelectual. Esa inde-
pendencia es mejor comprendida en tanto efecto de su literatura, y no como
un postulado previo que guía (y por ello, hace innecesaria) la lectura.
2. Amado narra en clave de melodrama familiar el proceso de constitución de un
sujeto revolucionario moderno como superación dialéctica del campesinado
premoderno. La ardua migración de una familia de retirantes desde el nordes-
te al sur cafetero supone el agotamiento de las formas premodernas de resis-
tencia/acomodación campesina (el clientelismo, la cooptación, el bandidaje,
el milenarismo, el asesinato), la disolución del campesinado y el surgimiento
de una nueva clase (el proletariado rural) consciente de sí (comunista). A pe-
sar de la gravitación del realismo socialista, esta es una novela lograda en
término narrativos y políticos (el melodrama traduce narrativamente los avata-
res de la lucha de clases, pero sin perder efecto o densidad). Para un análisis
de la novela, ver Dabove, Bandidos y letrados.
3. En México, hacia los años cuarenta del siglo veinte, el problema del campesi-
nado y sus (in)capacidades revolucionarias era particularmente intratable para
la izquierda. Por un lado, fue siempre un desafío (sujeto a presiones y oscila-
ciones internas y externas [ver Carr]) caracterizar acabadamente la naturaleza
de la Revolución, la primera revolución campesina del siglo XX, y a partir de
allí, establecer una política coherente con el gobierno surgido de ella. Por
otro, nunca fue completamente posible establecer una relación políticamente
productiva con sectores amplios del campesinado, quien como clase parecía
oscilar entre la cooptación estatal y la feroz oposición cristera.
4. Debo la comparación entre Arlt y Revueltas a Journeys Through the Labyrinth,
de Gerald Martin.
LÍMITES DE LA RAZÓN LETRADA EN JOSÉ REVUELTAS 91
historia piadosa que lee la anónima mujer (el más sencillo de los mártires, pa-
rece sugerir la novela).
15. Ignoro si Revueltas leyó a Graham Greene. Sin embargo, es imposible no no-
tar ciertas afinidades entre El luto humano, y The Power and the Glory (de
1940). Ambos sacerdotes cristeros son fieles a Roma pero perciben la dife-
rencia entre el catolicismo mexicano y el romano. Ambos permanecen firmes
en sus ministerios, pero abrumados por la conciencia de sus faltas persona-
les y políticas. Ambas figuras lindan con la abyección. Ambos eligen morir de
una manera que toca en un extremo el martirio, en otra el suicidio. Ambos
mueren con pecados mortales en su conciencia. Ambos son testigos del co-
lapso de sus comunidades. Ambos se muestras incapaces de redimir ese co-
lapso.
16. “Transcurrieron largos minutos silenciosos en que sólo se escuchaba el ruido
de la máquina donde escribía Fidel. Al terminar la hija sacó el escrito con mu-
cho cuidado, con la delicadeza de un artista que no quiere estropear su obra,
y luego, al darse cuenta de que el papel carbón estaba adherido entre dos
páginas, comenzó a desprenderlo cautelosamente, sin mirar a los demás,
magnífico y austero, como el sacerdote de una pavorosa religión escalofrian-
te” (45).
17. Al inicio de la novela misma se asocia al sacerdote con el puñal (no con nin-
guno en especial, sino con el Puñal, digamos). Piensa Úrsulo: “Siempre un
cura a la hora de la muerte. Un cura que extrae el corazón del pecho con ese
puñal de piedra de la penitencia, para ofrecerlo, como antes los viejos sacer-
dotes, en la piedra de los sacrificios, a Dios, a Dios en cuyo seno se pulveri-
zaron los ídolos esparciendo su tierra, impalpable ahora en el cuerpo blanco
de la divinidad” (12).
18. La mirada del sacerdote es la mirada del letrado. Es un sacerdote de Roma,
pero se da claramente cuenta que nada de lo que pasa en México tiene que
ver con lo que pasa en Roma. Pero esto no nos habla realmente de que el
campesino mexicano sea una especie de nuevo trascendental, sino de que la
percepción del sacerdote es un “efecto de diferencia”. Este carácter especu-
lar está acentuado por el hecho de que ocupa, en relación a Adán, la misma
posición: la del perseguido y encarcelado (175). La muerte es el horror.
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94 JUAN PABLO DABOVE
1
Revuelt as es un a ban dera legítimamente consagrada en Tl atelol co, y en las mu ch as prision es qu e jalon aron su carrera política. Por lo mismo, creo qu e le hacemos un pobre servicio al agot ar la lectura de su obra en la cel ebración de ese compromiso, o de su
const ante independenci a int electu al. Esa in depen den ci a es mejor compren dida en t anto efecto de su literatura, y n o como un postul ado previo qu e guía (y por ello, h ace innecesaria) l a l ectura.
2
Amado narra en clave de melodrama familiar el proceso de constitución de un sujeto revolu cionario moderno como superación dial éctica del campesin ado premoderno. La ardua migración de una familia de retirant es desde el nordest e al sur cafet ero su pone el
agot ami ento de las formas premodern as de resist en cia/acomodación campesina (el cli entelismo, l a coopt ación , el ban didaj e, el mil enarismo, el asesinato), l a disolución del campesin ado y el surgi miento de un a nueva clase (el prol et ariado rural) con sci ente de sí (co-
munista). A pesar de la gravit ación del realismo socialist a, est a es una novela lograda en término narrativos y políticos (el melodrama tradu ce n arrativament e los avat ares de la luch a de clases, pero sin perder efecto o densidad). P ara un an álisis de l a novela, ver Da-
bove, Bandidos y l etrados.
3
En México, h acia los años cu arenta del siglo veinte, el probl ema del campesinado y sus (in)capacidades revolucion arias era particul arment e intratable para la izquierda. P or un l ado, fue siempre un desafío (sujet o a presion es y oscilacion es int ernas y externas [ver
Carr]) caract eriz ar acabadament e la naturalez a de la Revolu ción, la primera revolución campesin a del siglo XX, y a partir de allí, est abl ecer un a política coh erente con el gobi erno surgido de ella. Por otro, nunca fue complet ament e posibl e est ablecer una rel ación polí-
ticamente productiva con sectores amplios del campesin ado, quien como cl ase parecí a oscilar entre la coopt ación est atal y l a f eroz oposición crist era.
4
Debo l a comparación entre Arlt y Revu eltas a Journ eys Through th e L abyrinth, de Geral d Martin.
5
La trama se ambient a en un pu eblo dilapi dado del Nort e en los treinta. Ante l a mu ert e de Chonita, hija de Úrsulo y C ecilia, Úrsulo, feroz agrarist a, consi ente en ir en bu sca del sacerdote, pidi endo ayuda a Adán, dueño de l a única barca disponibl e para cruz ar el río.
Adán , antiguo ban dido-gu errillero, actu al si cario del gobierno y persegui dor imparci al de cristeros y comunistas, es enemigo jurado de Úrsulo (asesinó a N atividad, el líder agrario). Resignadamente, el sacerdot e (antiguo cristero) acept a acompañarlos. Más tarde se
sabrá que el sacerdot e asesin a a Adán en el trayecto. El mísero velatorio debe ser interrumpido cuan do las agu as suben irresistiblemente. Luego de horas penosas para escapar del agu a (don de pierden a Jerónimo y al sacerdot e), n otan que h an vu elto al punto de
partida y suben al t echo de la casa de Úrsulo a esperar lo inevitabl e.
6
Proveo una cita entre otras qu e parece apoyarla: “Adán [reflexion a el narrador de El luto humano] padre de Abel, padre de Caín, padre de los hombres. Representaba mucho aqu el cu erpo h abitado por la muert e. No era un cu erpo ocasional , sino profundo; un proceso
sombrío” (111).
7
La novel a empiez a precisamente con l a Mu erte, que asist e a l a agoní a de Chonita: “L a mu ert e est aba ahí, bl anca, en l a silla, con su rostro [. . .]. L a mu ert e est aba ahí en l a silla” (11)
8
Al presentar sus (falsas) credenci ales revolu cionarias, Luis Cervantes, dice:
—Yo h e procurado hacerme entender, conven cerlos de qu e soy un verdadero correligionario...
— ¿Corre...qu e? –Inquirió Demetrio, t endi endo una oreja.
— Correligion ario, mi j efe..., es decir, qu e persigo los mismos i deal es y defien do l a misma causa qu e ust edes defien den .
Demetrio sonrió:
— ¿Pos cuál causa def endemos n osotros?...
Luis Cervant es, descon certado, no en contró qu é cont est ar. (19).
9
Para un a histori a del estalinismo mexi cano, ver C arr. P ara un a caract erización del est alinismo dent ro de la historia del marxismo latinoameri can o, ver Fornet- Bet an court.
10
Esa es la caract eriz ación de Revu eltas de l a Revolución Mexican a.
11
Piensa Gregorio (aunqu e su voz es mu ch as veces indiscernibl e de l a del n arrador): “En est a forma no era difícil imaginar cu ando en sus mist eriosas escapatori as de quin ce y veint e dí as se dedi caba al robo de reses en los t erritorios de Oaxaca y Chi apas, y verlo
entonces como un rayo ecuestre, de un sitio a otro, l a rien da de su caballo suj eta entre las mandíbul as mientras el brazo viu do harí a rest allar en el aire la soga; ni difícil tampoco evocar su imagen juvenil del años novecientos siet e, cu ando militó en las gu errillas de
Hilario C. S alas, un a especi e de cent ella sombrí a, una especi e de n egra ráfaga implacable” (12-13). Est e gesto de convertir al bandi do en precursor, lo ensaya t ambi én Azu ela en Precursores , con Manu el Loz ada.
12
Sobre est e dobl e movi miento qu e h ace del ban dido el origen , pero est abl ece una solución de continuidad con respecto a ese origen, ver Dabove, Night mares , part e III.
13
“—H an de ser por ahí de las cuat ro –repuso la voz de uno de los caciqu es–; nos queda tiempo de sobra…” (7).
14
Como en The Power and th e Glory , donde no qu eda claro quién es real mente un mártir, si José (el sacerdot e apóst at a), el whisky pri est (qu e pobre y perseguido, sigue administrando los sacramentos) o Juan , el protagonista de l a historia piadosa que l ee l a anóni ma
mujer (el más sen cillo de los mártires, parece sugerir la novela).
15
Ignoro si Revuelt as leyó a Grah am Green e. Sin embargo, es i mposi ble no notar ciert as afinidades entre El luto humano, y Th e Power an d the Glory (de 1940). A mbos sacerdot es crist eros son fiel es a Roma pero perciben la diferen cia ent re el cat olicismo mexi can o y el
romano. A mbos perman ecen firmes en su s minist erios, pero abru mados por la con cien cia de sus falt as person al es y políticas. A mbas figuras lindan con la abyección. A mbos eligen morir de un a manera que toca en un extremo el martirio, en otra el sui cidio. A mbos
mueren con pecados mortal es en su con cien ci a. Ambos son t estigos del col apso de sus comunidades. A mbos se muest ras incapaces de redi mir ese col apso.
16
“Tran scurrieron largos minutos silen ciosos en qu e sólo se escu ch aba el ruido de la máquina don de escribía Fidel. Al terminar la hija sacó el escrito con mu cho cuidado, con la delicadeza de un artist a que no quiere estropear su obra, y luego, al darse cu enta de que el
papel carbón est aba adh erido entre dos páginas, comenz ó a desprenderlo caut elosamente, sin mirar a los demás, magnífico y aust ero, como el sacerdot e de un a pavorosa religión escalofri ante” (45).
17
Al inicio de la novel a misma se asoci a al sacerdote con el puñ al (no con ninguno en especi al, sino con el Puñal , digamos). Pien sa Úrsulo: “Siempre un cura a la hora de la mu ert e. Un cura que extrae el corazón del pecho con ese puñ al de pi edra de la peniten cia, para
ofrecerlo, como ant es los vi ejos sacerdotes, en la piedra de los sacrificios, a Dios, a Dios en cuyo seno se pulveriz aron los ídolos esparci endo su ti erra, impalpabl e ahora en el cu erpo blan co de la divinidad” (12).
18
La mirada del sacerdot e es la mirada del letrado. Es un sacerdot e de Roma, pero se da cl arament e cu enta qu e nada de lo que pasa en México tien e qu e ver con lo que pasa en Roma. Pero esto no nos habl a realment e de qu e el campesino mexi cano sea una especi e
de nuevo trascendental, sino de que la percepción del sacerdot e es un “ef ect o de diferen cia”. Est e carácter especular está acentuado por el hecho de que ocupa, en relación a Adán, la misma posición: la del perseguido y encarcelado (175). La mu ert e es el horror.