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FTFL MT 3 FP 25
FTFL MT 3 FP 25
DESTINADO A :
OBSERVACIONES:
FECHA DE ENTREGA:
Lección 25
Santidad
Uno no necesita sino encender el televisor durante algunos minutos para sentir la
presión de la agobiante sexualidad de nuestros días. Y la mayor parte de la represión es
brutal. Un aburrido recorrido por los canales de televisión al mediodía muestra
invariablemente a una pareja envuelta bajo las sábanas de la cama y mucha monotonía
sensualista. Pero la presión se ha vuelto cada vez más ingeniosa, especialmente si su
propósito es vender.
Esto nos lleva a una conclusión ineludible: la iglesia evangélica contemporánea es, en
términos generales, "corintia" en esencia. Es una iglesia cocida a fuego lento en los
jugos derretidos de su propia sensualidad, y por eso:
• No es extraño que el mundo le reste importancia como algo que está fuera de lugar.
• No es extraño que haya perdido su poder en muchos hogares, y que el Islam y otras
falsas religiones estén logrando tantos convertidos.
Su insensibilización
David no sospechaba que algo insólito iba a ocurrir ese desgraciado día primaveral.
Aprendamos la lección que hay aquí. Precisamente cuando pensamos estar totalmente
a salvo, cuando sentimos que no hay ninguna necesidad de mantenernos alertas para
continuar ocupándonos de nuestra integridad interior y para disciplinarnos en la
santidad, ¡es cuando se presenta la tentación!
Su obsesión (2 S 11.1-3)
El rey se paseaba para mirar a su ciudad al final de la tarde. Mientras miraba, sus ojos
vieron la figura de una mujer extraordinariamente her-mosa que se bañaba sin ningún
pudor. En cuanto a lo hermoso que era, el hebreo es explícito: la mujer era "muy
hermosa" (v. 2). Era joven, estaba en la flor de la vida, y las sombras del crepúsculo la
hacían aun más seductora. El rey la miró ... y continuó mirándola. Después de la primera
mirada David debió haber dirigido la vista en la otra dirección y debió haberse retirado a
sus habitaciones, pero no lo hizo. Su mirada se convirtió en una mirada fija pecaminosa
y después en una mirada ardiente y libidinosa. En ese momento, David se convirtió en
un viejo verde y lujurioso, apoderándose de él una obsesión lasciva que tenía que
satisfacer.
Su racionalización
Cuando sus intenciones se hicieron evidentes a sus subalternos, uno de ellos trató de
disuadirlo, diciéndole: Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Pero David no
iba a permitir quedar desairado, de modo que una fuerte racionalización se produjo en
su mente.
Su degradación (adulterio, engaño, asesinato)
Un año después, David se arrepentiría tras la incisiva acusación del profeta Natán. Pero
las tristes consecuencias no podría deshacerse. Como se ha señalado con frecuencia:
Fue la violación del décimo mandamiento (codiciar la mujer de su prójimo) lo que llevó a
David a cometer adulterio, violando así el séptimo mandamiento.
Todo esto trajo deshonra a sus padres, violando así el quinto mandamiento.
De esta manera, David violó todos los mandamientos que se refieren a amar al prójimo
como a uno mismo (los mandamientos cinco al diez). Y al hacerlo, deshonró también a
Dios violando, en realidad, los primeros cuatro mandamientos.
Se le murió el bebé.
Amnón fue asesinado por Absalón, hermano de padre y madre de Tamar. Absalón llegó
a odiar tanto a su padre David por su bajeza moral que encabezó una rebelión contra él
con el apoyo de Ahitofel, el ofendido abuelo de Betsabé.
La historia de la catastrófica caída del rey David ha sido dada por Dios y debe tomarse
seriamente por la Iglesia en esta "época corintia" como una advertencia a la patología de
los factores humanos que conducen al derrumbamiento moral:
• Y la racionalización con la que tratan de justificarse los que están dominados por la
lujuria.
La voluntad de Dios:
Pureza sexual
A veces hay personas, que se consideran cristianas, que sencillamente no creen lo que
estoy diciendo en cuanto a la pureza sexual. Pablo nos hace un llamado a la pureza
sexual (1 Ts. 4.3-8).
El hombre que lleva a cabo un acto de impureza sexual no está únicamente violando un
código moral humano, ni siquiera pecando sólo contra el Dios que en algún momento del
pasado le dio el don del Espíritu Santo. Está pecando contra el Dios que está presente
en ese momento; contra Aquel que continuamente da el Espíritu. Todo acto de impureza
es un acto de aborrecimiento contra el don del Espíritu Santo dado por Dios desde el
mismo momento que ese don es brindado.... Este pecado sólo es visto como lo que
realmente es, cuando se ve como una preferencia por la impureza antes que por el
Espíritu que es santo.
La disciplina de la pureza
Eso exige que vivamos la afirmación de Pablo: "Ejercítate para la piedad." Es decir,
¡debemos esforzarnos por la santidad!
Nuestro entrenamiento comienza con algo tan importante como la disciplina de ser
responsable moralmente ante los demás. Esto se hará con cualquiera que regularmente
le pedirá a usted cuenta de su vida moral, haciéndole preguntas directas y francas.
La oración
Junto con esto, está la disciplina de la oración. Ore diaria y concretamente por su pureza
sexual personal. Ore por la pureza sexual de sus amigos también.
La memorización
La mente
La disciplina de la mente es, por supuesto, uno de los retos más formidables. Las
Escrituras presen-tan, por lo general, a la disciplina de la mente como la disciplina de los
ojos. Es imposible que usted mantenga una mente pura si todo el tiempo no discrimina lo
que ve en televisión. En una semana usted verá más asesinatos, adulterios y
perversiones que todo lo leído por nuestros abuelos a largo de toda su existencia.
Aquí es donde se hace necesaria la acción más radical (véase Mc 9.47). ¡Ningún
hombre que permita que la podredumbre de ciertos canales de televisión, de videos para
adultos y de las diversas revistas de pornografía inunden su hogar y su mente, escapará
de la concupiscencia!
Job nos ha dejado orientación para los días que vivimos: "Este compromiso establecí
con mis ojos: No mirar lujuriosamente a ninguna mujer" (Job 31.1, La Biblia al Día).
¿Cómo cree usted que viviría Job en nuestra cultura actual? Él entendió la sabiduría de
Proverbios 6.27: "¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan?" El
compromiso de Job prohibía una segunda mirada. Eso significa tratar a las mujeres con
dignidad, mirándolas con respeto. Si la forma de vestir o el comportamiento de una
mujer es perturbador, mírela a los ojos, no en ningún otro lugar; ¡y aléjese lo más
rápidamente que pueda!
La mente abarca también la lengua porque, con la "abundancia del corazón habla la
boca" (Mt 12.34). Pablo es más específico (Ef 5.3-4). Significa que no debe haber humor
sexual, ni chistes de mal gusto, ni vulgaridades, a los cuales están tan propensos
muchos cristianos para probar que no están "fuera de onda".
Los límites
Ponga límite alrededor de su vida, sobre todo si trabaja con mujeres. Evite la intimidad
verbal con las mujeres, a no ser con SU esposa. No le revele intimidades a otra mujer, ni
la inunde con sus problemas personales. La inti-midad es una gran necesidad en la vida
de la mayoría de las personas, y hablar de asuntos personales, especialmente de los
problemas propios, puede llenar la necesidad de intimidad que tiene la otra persona,
despertando su deseo de más intimidad. Muchas relaciones extramaritales comenzaron
de esa manera.
Hablando ahora a nivel práctico, no toque a las mujeres. No las trate con el afecto
informal con que trata a las mujeres de su familia. Son muchos los desastres que
comenzaron con un toque fraternal o paternal, que se convirtió después en un hombro
com-prensivo. Usted puede aun tener que correr el riesgo de ser erróneamente
considerado como "distante" o "frío" por algunas mujeres.
Siempre que usted coma o viaje con alguna mujer, hágase acom-pañar por una tercera
persona. Esto puede ser incómodo, pero brindará la oportunidad de explicar sus
razones, lo cual, en la mayoría de los casos le ganará respeto en vez de censura.
Muchas de sus colegas de trabajo se sentirán así más cómodas en su trato profesional
con usted.
Sea realista en cuanto a su sexualidad. ¡No sucumba a la vana prédica gnóstica de que
usted es un cristiano lleno del Espíritu Santo que "nunca haría cosa semejante".
Recuerdo muy bien a un hombre que con suma indignación tronaba que él estaba a
salvo del pecado sexual. ¡Pero cayó pocos meses después! Enfrente la verdad. ¡Así
como cayó el rey David usted también puede caer!
El temor a Dios
Por último, está la disciplina del temor a Dios. Esto fue lo que ayudó a José a rechazar
las tentaciones de la esposa de Potifar. ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y
pecaría contra Dios?" (Gn 39.9).
La presión de nuestra cultura nos oprime con sus obsesiones y sus racionalizaciones
sexuales, y muchos en la iglesia de Cristo han cedido bajo su peso, tal y como lo
demuestran las estadísticas. Para no ser parte de esas estadísticas hay que esforzarse
disciplinadamente. ¿Somos hombres de verdad? ¿Somos hombres de Dios? ¡Quiera
Dios que así sea!
Tenía en mis manos una durísima carta de un matrimonio que criticaba la situación del
grupo de jóvenes. El contenido era carnal y no demostraba verdadera comprensión de
todos los contenidos de la situación, pero aún no había hallado, como pastor, el tiempo
para encontrarme con ellos y escucharlos.
Cuando me puse de pie para predicar, el siguiente domingo, sentía una notable
ausencia de gracia en mi corazón. Pequeños destellos de resentimiento punzaban mi
espíritu. Hice algunos comentarios leves en la introducción que provocaron sonrisas en
todos los presentes todos, excepto el matrimonio que había enviado la carta. Mientras la
congregación se reía, ellos estaban sentados en una de las primeras filas, de brazos
cruzados y rostro duro, con los ojos llenos de reprobación. Cuando hube terminado el
sermón, me sentía físicamente deteriorado y espiritualmente desgastado. Mi falta de
perdón rápidamente se estaba convirtiendo en amargura y rencor.
La mayoría de las personas tiende a adquirir cierta sensibilidad cuando ha sido golpeada
varias veces. En este caso, la carta que recibí de esta familia era solamente una de las
muchas maneras en que me habían criticado. Su actitud en esta oportunidad, tan falta
de gracia, fue la gota que colmó el vaso. Sentía que ellos no tenían ningún interés en
demostrar siquiera una mínima cuota de comprensión hacia los demás.
Cuando leo sobre las vidas de personas que esconden en el saco una pistola para
vengarse de un jefe que fue injusto con ellos, o de alguien que coloca una bomba en un
edificio lleno de personas inocentes, a menudo me pregunto: "¿Cómo podría alguien
hacer semejante acción? Las personas normales no se comportan de esa manera." No
obstante, yo también he tenido toda clase de pensamientos malignos hacia las personas
que me han hecho mal. Creo que esto revela cuál es el próximo paso en el proceso de
perdón: reconocer que, si las circunstancias se dieran, yo podría ser el autor de un acto
de violenta retribución contra los que me han hecho mal. De hecho, si no perdono a una
persona comienzo a tener fantasías en mi mente con las maneras en que puedo
castigarla.
Luego de una devastadora confrontación con una familia de la iglesia, donde me habían
resistido en prácticamente todos los temas relacionados al ministerio, comencé a
pensar: "Si Dios no visita sobre ellos una pronta retribución, yo voy a acelerar los
tiempos." Pensé en la posibilidad de denunciarlos frente al organismo de recaudación
impositiva por prácticas deshonestas que conocía en ellos. Imaginaba que los
atormentaba pasando por las madrugadas por delante de su casa en mi carro, con la
radio a todo volumen, la mano sobre la bocina y los faros dirigidos hacia sus dormitorios.
Cuando compartí estos viles secretos con un amigo, me miró atónito y preguntó:
"¿Realmente te animarías a hacer esa clase de cosas?" "Seguro —le repliqué—, como
probablemente lo haría cualquier persona que cede frente a la tentación de vengarse, en
lugar de asumir el desafío de perdonar."
Me acuerdo de la observación que hizo Jaime Broderick del Papa Paulo VI: "Jamás
olvidaba una ofensa y esa era una de sus debilidades más agudas. Quizás lograba
enterrar, por un tiempo, la experiencia vivida. Uno siempre tenía la impresión, sin
embargo, de que había marcado cuidadosamente el lugar donde había realizado el
entierro."
La única manera con que evito este tipo de actitudes es frenando cualquier fantasía de
venganza que pueda cruzarse por mi mente.
Una vez utilicé una carta para ilustrar lo incorrecto que es criticar cuando uno no conoce
todos los detalles de un asunto. Durante el sermón leí porciones del texto, el cual
elevaba acusaciones y realizaba afirmaciones basadas en un informe incorrecto. Luego
aclaré a la congregación los verdaderos detalles de la situación y por supuesto, los
hechos demostraban claramente cómo los que me habían criticado estaban errados en
sus conclusiones.
En ese momento sentí que la congregación se ponía de mi lado, pues veían que el
crítico era solo una persona insensible y negativa. De un solo tiro había podido ilustrar
un principio bíblico y corregir a quien se me oponía.
A la semana siguiente recibí una segunda carta de este hombre, en la cual me
informaba de que él y su familia se retiraban de la congregación. Me pedía que no los
llamara, ni que tuviera contacto alguno con ellos. Aun cuando me había tomado todos
los recaudos para no revelar, durante el sermón, la identidad de la persona que me
había escrito la carta, ellos sabían a quien me refería. Yo, por mi parte, no les había
dejado ninguna otra opción que la salida de la congregación.
Ante todo esto, tengo ahora muy claro que no importa cuán profundamente me sienta
atacado, ni cuán tentado me sienta de enfrentar a mis oponentes, el púlpito no es el
lugar para hacerlo, pues me ofrece una desequilibrada ventaja, la cual con frecuencia
acaba en una presentación subjetiva de mi perspectiva de la realidad, sin darle la
oportunidad a los otros de expresar su respuesta a mis comentarios. Por tanto, he
encontrado que la mejor manera de resistirme a esta tentación es ofreciendo perdón en
privado.
El perdón es más como escribir un libro que una carta. Cuando escribo una carta, vuelco
mis pensamientos sobre una hoja, la coloco en un sobre, lo sello y lo envío. Escribir un
libro, en cambio, es más parecido a un interminable ciclo de escribir y volver a escribir.
Cuando los conflictos son menores, normalmente los puedo manejar según el espíritu de
1 Pedro 4.8: "Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el
amor cubre multitud de pecados." Cuando la ofensa es severa, sin embargo, el proceso
de perdón también puede ser igual de severo.
Una semanas más tarde, sin embargo, me topé con uno de mis opositores en un
restaurante de la ciudad. Luego de terminar el desayuno que compartía con un amigo,
nos acercamos a la mesa de esta persona para intercambiar un breve pero cálido
saludo. Cuando salimos del lugar, mi amigo me dijo: "Realmente te vi relajado al hablar
con Esteban. Supongo que has podido superar todo lo que viviste en la iglesia con él."
"¡Sí! —respondí confiado—. Todo aquello está superado. Es hora de avanzar hacia
cosas nuevas." Durante el resto del día, no obstante, a cada instante volvía a mi mente
el nombre, el rostro y las acciones de Esteban. No encontraba la forma de deshacerme
de estos pensamientos. El viejo resentimiento era tan fuerte y real como siempre, y esto
golpeó duramente mi sentido de equilibrio espiritual.
El proceso duró muchos meses. Cada vez que fantaseaba con alguna de las personas,
identificaba claramente mis sentimientos en mi mente hacia ella. Algunas veces requería
de varios días para identificar claramente los sentimientos en juego. Finalmente, sin
embargo, podía describir no solamente las impresiones sino también las razones por las
cuales las experimentaba. Descubrí que en el sencillo acto de orar por alguien, aun
cuando lo sentía vacío y artificial, se abría mi corazón hacia la otra persona.
En otra oportunidad, Dios fue creativo en la manera que utilizó para mostrarme la
próxima persona que debía perdonar. Estaba yo en un mercado, buscando pasta
dentífrica y crema de afeitar, cuando vi, de reojo, otra de las parejas que habían
participado en mi despido. Mi primera reacción fue a esconderme detrás de algunos
estantes. ¡No fui lo suficientemente veloz, sin embargo! Ya me habían visto y me
estaban saludando. Luego de un breve intercambio de palabras seguimos cada uno por
su camino.
De inmediato supe quiénes eran las próximas personas que necesitaba perdonar.
En ese proceso de perdonar, mucho me ayudó hablar con otros acerca de quienes me
agraviaron. Recuerdo cómo conversaba con un amigo sobre una persona que me había
resistido y de esta manera me veía obligado a hablar bien del otro.
El paso final que me ayudó a perdonar, fue reunir mis sentimientos y pensamientos para
presentarlos al Señor en oración. En ocasiones los escribía en un papel y luego se los
leía al Señor y en otras, le hablada directamente a Dios de lo que había identificado en
mi mente. En todo caso, confesar mis pensamientos y sentimientos negativos me
permitía pedirle al Señor que me perdonara por mi propio pecado. Luego, con su ayuda,
pude avanzar y extender ese perdón a otros.
Debo destacar que esta prolongada experiencia con el perdón me permitió entender
cuán profundamente afecta mi habilidad de perdonar a otros el que yo haya
experimentado el perdón de Dios.
Una historia cuenta de un viajante que, con la ayuda de un guía, atravesaba las junglas
de Malasia. Llegaron a un río ancho, pero no muy profundo. Se sumergieron en el agua
y lo atravesaron a pie. Cuando salieron del otro lado, el viajante descubrió que unas
cuantas sanguijuelas se había adherido a su cuerpo. Su primera reacción fue el de
arrancárselas pero el guía lo detuvo, advirtiéndole que solamente conseguiría dejar parte
de las sanguijuelas en su cuerpo y que casi con seguridad obtendría una infección. La
mejor manera de quitarlas, explicaba el guía, sería un baño de inmersión en un bálsamo
tibio. El líquido haría que las sanguijuelas soltaran solas el cuerpo del hombre.
6. Nuestro entrenamiento comienza con algo tan importante como la disciplina de ser
____________________ moralmente ante los demás.
7. Mencione los 7 elementos que hay que tener en cuenta en la disciplina de la pureza.
8. Mencione los pasos para restaurar su relación con Dios y sus ofensores.
9. Reconocer las ________________ propias permite controlar mejor el tipo de
respuesta frente a situaciones de injusticia.
12. La mejor manera de resistir la tentación de usar el púlpito para hacerle frente a los
que nos critican es ofreciendo ___________en privado.
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