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El mundo no quiere que nos convirtamos

¿Han escuchado hablar del síndrome de Estocolmo? Es una reacción psicológica en la que la víctima
de un secuestro desarrolla una relación de complicidad con su captor 1. Según datos del FBI2, de 4700
secuestros en su base de datos el 27% de personas experimentó este síndrome, que tiene dos
reacciones particulares: la víctima desarrolla afecto hacia sus secuestradores y un juicio contrario,
miedo e ira contra las autoridades policiales que tratan de reducir al secuestrador.

¿Qué tiene que ver con nosotros? Pareciera que los cristianos estamos secuestrados por el espíritu
secular. Secuestrados porque nos “toleran” en la sociedad, pero solamente si estamos callados o si
nos convertimos a sus criterios. Ante este “secuestro”, la realidad muestra que muchos cristianos
generan afecto por los criterios seculares. Como dice un profesor, desarrollan un “Síndrome de
Estocolmo Teológico” y, sin darse cuenta, ven con agrado ciertos criterios seculares. Este efecto
psicológico le parece muy útil al diablo y lo usa muchísimo con nosotros religiosos.

¿Por qué? Porque aprovecha para atacarnos con tentaciones muy comunes contra la obediencia
(murmuración, juicio propio, autonomía) y contra la caridad (orgullo, rencor, más murmuración). En
otras palabras, tentaciones contra los superiores y contra la vida comunitaria, tentaciones que buscan
poner escamas en nuestra inteligencia y escamas en nuestra voluntad. Que dicho sea de paso, es
todo lo que tenemos para conocer y amar a Dios; y para aprovechar dos medios espléndidos que
Dios nos ha obsequiado para salvarnos: la obediencia y la vida comunitaria.

Podemos recordar la 3° cautela contra el mundo de San Juan de la Cruz: “Si me ocupo de lo ajeno
siempre habrá algo que no entienda y que me parezca mal. Aunque viva entre ángeles. Y aunque viva
entre demonios no debo pensar en nada de lo que hacen, aunque tengas un buen fin en esto. Porque
en los conventos y comunidades nunca ha de faltar algo en qué tropezar”. También la 1° y 2° cautela
contra el demonio: No hacer nada fuera de la obediencia, aunque parezca buena y llena de caridad,
así se gana mérito y seguridad, porque Dios quiere más obediencia que sacrificios. Y no mirar al
superior con menos ojos que a Dios. “Si no, no podrás ser espiritual o guardar bien los votos”.

¿Qué hay que hacer contra estos principios mundanos que atentan directamente contra
nuestra vocación? Convertirnos. Convertirnos significa volvernos totalmente a Dios. “Totalmente”
quiere decir con todo lo más íntimo que tenemos: nuestra inteligencia y nuestra voluntad. San Pablo
lo dice en Ef 3,19: “conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para llenarse por
completo de toda la plenitud de Dios”. O en Gálatas 5,7, “obedecer a la verdad” 3 del conocimiento del
misterio de Cristo “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Cfr.
Col 2,2-3). Obediencia, amor, plenitud ¿Dónde se encuentra esto? ¿Cuál es el misterio de Cristo? La
Pasión, el anonadamiento.

Entonces, convertirte es tener una nueva visión de la realidad, sacarte esas escamas
Dice Pascal en sus Pensamientos: “La verdad está tan oscurecida en estos tiempos y la mentira tan
establecida, que solo si se ama la verdad se la puede reconocer”.4
¿Cuántas veces hemos visto, que en medio de las tentaciones, cuando esta todo oscuro, lo único que
te salvó, que te pudo guiar a la verdad, fue el poquito amor a Cristo que parecías tener?

1
https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_Estocolmo
2
https://web.archive.org/web/20121123150018/http://www.fbi.gov/stats-services/publications/law-
enforcement-bulletin/2007-pdfs/july07leb.pdf/at_download/file
3
Cfr. 1 Tim 2,4
4
Pensées, S. 618: La vérité est si obscurcie en ce temps, et le mensonge si établi, qu’à moins que d’aimer la vérité, on
ne saurait la connaître.
Solo que, para dejar caer esas escamas contra la obediencia y la caridad y conocer mejor el misterio
de Cristo, para convertirte, se requiere una purificación. Una iluminación de Dios, tan potente que te
permite ver con su luz un poco más tu miseria y la infinita misericordia de Dios. Una luz tan potente y,
a veces, una caída tan fuerte que te genera oscuridad y te tienes que dejar llevar de la mano como a
San Pablo.

Convertirte es siempre comparar tus juicios y tus afectos con “la medida de la plenitud de
Cristo” (Ef 4,13) y Cristo crucificado (1Cor 1,23).
Será una luz tan fuerte que veremos que solo Dios merece ser amado (voluntad)
Que las criaturas son un reflejo de esa bondad, un poco de agua barrosa que refleja mínimamente la
luz del Tabor o de Damasco.
Será una luz tan fuerte que veremos que solo Dios merece ser obedecido (inteligencia)
No tus juicios o criterios humanos por más buenos que parezcan.
Podemos decir entonces, que la conversión diaria de un religioso, se ve en la práctica más
fervorosa de la caridad y de la obediencia.

Son los distintivos de nuestra vida religiosa, hay que entregarnos a ello cada día. “Si no hay una
entrega totalmente a Dios, en toda dimensión de la vida, no es fe, es una mera opinión. Y por
opiniones, nadie dará la vida. Uno da la vida por verdades.”

¿Parece muy abstracto? ¿Muy teórico? A cinco minutos de aquí tenemos un ejemplo de lo que
decía Pemán: «El que no sabe morir mientras vive, es vano y loco; morir cada hora su poco es el
modo de vivir». 1 Cor 15,31: “Cada día estoy a punto de morir”. Viendo ese ejemplo, ¿nos vamos a
quedar con los brazos cruzados? ¿Cuánto más falta para que nos convirtamos? Dios te lo está
pidiendo allí crucificado.
Tal vez no se ha percatado, pero durante la Misa que celebramos a la hermana Gloria, mientras todos
en la habitación tienen la atención puesta sobre el pequeño altar en donde el sacerdote celebra el
sacrificio; los papás están vueltos al otro altar en donde se vive el sacrificio. Dos altares en un solo
lugar, un mismo sacrificio: obediencia que se muestra en el abandono total a Dios y caridad en
ofrecerlo por nosotros. Las dos razones por las que Cristo fue a la Pasión dice santo Tomás: caridad y
obediencia.

Convirtámonos desde hoy viviendo mejor el sacrificio de la obediencia y de la caridad. Eso es en


la práctica anonadarse con Cristo. Darnos cuenta que “tenemos un tesoro en vasos de barro, para
que se vea que la fuerza extraordinaria viene de Dios y no de nosotros” Cor 4,7.

Nada puede determinarnos exteriormente. Es nuestra voluntad la que nos hace libres en Dios, la que
hace que nos convirtamos, es decir, que lo elijamos y comparemos a cada instante.

Que la Santísima Virgen, quien durante toda su vida vivió la Pasión con caridad y obediencia, nos
ayude a morir un poco cada día, a sacarnos esos principios mundanos que no nos permiten vivir en
plenitud el misterio de Cristo y por consiguiente, no nos permiten morir a nosotros cada hora.
No nos desanimemos: recordemos lo de Baruc 4, 28-29: Como os inclinasteis a apartaros de Dios, así
convertidos lo buscaréis diez veces más, pues el que trajo sobre vosotros el castigo, os traerá con la
redención la eterna alegría.
María Santísima: libre porque era obediente y caritativa

El inmanentismo que respiramos sin mascarilla nos infecta. Nos hace olvidar que vivimos una
realidad trascendente
Cada día podemos convertirnos un poco más, practicando más conscientemente la obediencia y la
caridad.

ara amar a Dios por sobre todas las cosas y obedecer a nuestros superiores como al mismo Dios.
Produce libertad porque Dios está más presente en mi voluntad.

San Pablo ha iluminado al mundo entero. Cuando fue llamado se quedó ciego. Pero esta ceguera hizo
de él una antorcha para el mundo. Veía para hacer el mal. En su sabiduría, Dios le volvió ciego para
iluminarle para el bien.

Un resplandor que produce oscuridad,


Un momento de oscuridad que iluminó su vida, mostrándole qué es lo que debe saber (Cristo
crucificado) y lo que debe amar

"Che devo fare, Signore?"


¿Qué debo hacer, Señor?"

¿Qué es la conversión sino dar un vuelco en la vida que abarque todo nuestro ser?

https://books.openedition.org/psorbonne/18158?lang=it#ftn22
 La doble función del corazón en Pascal implica, por tanto, que la verdad no es una verdad
abstracta y teórica, sino que es necesariamente vivida y existencial. El hombre no solo debe
conocer la verdad, sino que debe afrontarla, para que su vida dé un vuelco.

El inmanentismo que respiramos sin mascarilla nos infecta. Nos hace olvidar que vivimos una
realidad trascendente. Nos oscurece los ojos, nos pone escamas en la inteligencia y en el corazón.
Convertirte es sacarte esas escamas y dejarte iluminar por la única verdad, y no poder amar sino a la
misma fuente de esa luz… no a reflejos oscuros y vanos.

El mundo expulsa a Dios de la historia, nosotros, sin darnos cuenta lo expulsamos de nuestra vida.
Inmanentismo. Pero Dios está, y están presente en nuestra historia, en los pasajes luminosos y en los
oscuros. No puede no estar presente con su verdad y su amor, esperando que lo involucremos en
nuestra vida.

Aceptamos la secularización, es como un “síndrome de Estocolmo teológico”. Terminamos pensando


como los que nos atacan o los que nos tienen presos. Terminamos asumiendo los principios
seculares para ordenar nuestra vida…religiosa. Hoy, Dios no es fundamento de nada (ni del orden en
la metafísica, epistemología, orden político) Nosotros todo lo debemos referir a Dios.
INMANENTE

Ponerlo al centro de nuestra vida es un movimiento racional.


No es el God of gaps, Dio dei vuoti

Mientras más presente está Dios, hay más libertad. En la obediencia Dios está presente.
Mientras más obedezcamos tendremos más libertad.
Dios es la causa primera, nosotros la segunda. Si nos aferramos a lo que él quiera, estaremos
haciendo su voluntad. Más libertad. (Actúa desde dentro, no desde fuera)

San Pablo - ¿Qué es la conversión?


(La conversión final es ver a Dios cara a cara, no poder no verlo porque es tan bueno que no puedes
sino elegir libremente amarlo para siempre)
Aquí hacemos anticipaciones de esa conversión, dándole la espalda a las criaturas, diciendo “tú no
eres Dios”.

Cegó sus ojos presentándole bienes que parecían resplandecer.

La táctica es presentarnos bajo apariencia de bien.


Nuestra conversión es darnos cuenta que no.

Todas estas dicotomías tienen solución en el Evangelio, en donde no hay contradicción (aunque Cristo
sea signo de contradicción) entre estas dos verdades. Allí la grandeza se pone en la naturaleza divina
y la debilidad en la naturaleza humana, y todo eso, en Cristo.
Acaso no las presenta así siempre Dios: en la eucaristía, en la encarnación, en la pasión, en la
resurrección. Tanto y tan poco. Todo y nada. Visión y oscuridad.

Un conocimiento y un amor. ES todo lo que somos. Inteligencia y voluntad, dos herramientas que nos
ha dado Dios para unirnos a Él. Fe y caridad (y la esperanza en la memoria según San Juan de la Cruz).

El diablo nos engaña mostrándonos lo que de Dios hay en las criaturas, porque sabe que es
irresistible. Sabe que somos seres humanos y que la voluntad se desvía. Entonces tenemos que
decirle que no y morir cada día. Pemán: “morir un poco cada día es la forma de vivir”.

Mover nuestra voluntad cada día más y más a Dios.

Usa retórica casi perfecta, porque va a la inteligencia, poniendo ideas y razones que parecen lógicas y
que pueden ser perfectamente verdaderas y al inicio; así va moviendo el corazón a hacer incluso las
cosas de Dios, sabiendo que luego puede desviarlo sin necesidad de mucho. Porque uno ya aceptó,
ya quiere y el dinamismo de la voluntad comenzó a moverse por sí solo.
Solo espera que uno diga “sí”.
Pero es la razón la que comanda. Nuestra espiritualidad es tomista, juan de la cruz y no escotista.

Tenemos que dar a nuestra voluntad más motivos para amar a Dios. Para volvernos completamente a
él, viendo su hermosura, su bondad, la plenitud que tiene él y no la tienen las criaturas.
La gracia puede hacerlo. Incluso usa el pecado, para que eso que parecía tan diáfano y bueno, era un
poco de agua barrosa en el piso que en medio de su suciedad refleja mínimamente a Dios.
San Juan de Ávila: “lo que a nosotros nos parece limpio, ante Dios es sucio”.

Otro converso fue Pascal: geómetra, filósofo, antropólogo, teólogo

Conocer nuestra miseria y la misericordia de Dios: en conjunto es Cristo. Hombre y Dios.


Es peligroso conocerlas por separado, debemos conocerlas juntas en Cristo.
Conversión de S. Pablo. Vio su miseria y la misericordia de Dios a quien perseguía.

Convertirte es poder ver.


Que Dios te haga sentir tu propia miseria y a la vez la misericordia infinita de Dios.
Estar entre dos infinitos, uno que parece que huye y otro que te encierra.

Convertirte es hacer una comparación.


Ver la bondad de Dios infinita y compararla con todo lo bueno que puedas conocer.
Compararlo y ver que ante lo infinito, todo lo finito, por más bueno que sea, es lo mismo.
“A la luz de estos infinitos, todos los finitos son iguales y no veo por qué fijar la propia imaginación en
uno más que en otro”.

Convertirte es hacer una elección.


Ver la bondad de Dios y ser incapaz de elegir a otra cosa que no sea Él.

San Pablo

Una etapa necesaria para nuestra conversión es sentirnos limitados, estar en el límite entre dos
extremos. ¿Nuestra nada? y el infinito.
L199 Nuestros sentidos no perciben nada extremo, demasiado ruido nos ensordece, demasiada luz
nos enceguece, demasiada distancia y demasiada proximidad nos impiden ver.
Las cosas extremas son para nosotros como si no fuesen, y nosotros no estamos en absoluto a su
medida, es como si ellas huyeran de nosotros y nosotros de ellas.

B. 233 Hay que darle todo lo que tenemos - nuestra debilidad - para recibir toda nuestra fortaleza de
Él.

San Pablo: Libertad. La voluntad que elige el bien más grande.


Nada puede determinarnos exteriormente. Es nuestra voluntad la que nos hace libres en Dios, la que
hace que lo elijamos a cada instante. A que lo comparemos.
Una línea puede ser dividida entre dos, y esa línea entre dos, y esa entre dos… así al infinito. Siempre
habrá algo más pequeño.

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