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Algunos fragmentos de :
Una revisión del significado adjudicado al lexema deseo o al verbo desear en diccionarios del
español clásico, ahora reunidos en CORDE, registra los matices que fue desarrollando en los
campos semánticos en los que funcionaba1. Mientras que Covarrubias daba como definición
de la forma verbal desear: «tener deseo de alguna cosa», deseado: «la cosa que se desea», un
siglo más tarde el Diccionario de Autoridades apuntó la siguiente para el sustantivo deseo:
«anhelo o apetencia del bien ausente o no poseído; del latín desiderium». Ilustra a
continuación la acepción citando unas frases pronunciadas por Sempronio en La
Celestina de Fernando de Rojas, que describen el deseo de su amo como excesivo y, por tanto,
irracional. Con este sentido se traduce deseo en diccionarios modernos del latín al inglés,
Lewis and Short, por ejemplo, donde leemos que desiderium es «a longing, ardent desire»
mientras se acotan una serie de sinónimos, o lexemas de acepción cercana, entre ellos los
sustantivos cupido,cupiditas, studium, appetitio, voluntas y, del mismo modo, según Gaffiot, el
sustantivo latino desiderium significa: «désir de quelque chose qu’on a eu, connu et qui fait
défaut». Por su parte, Corominas, en su DCELC, s. v. deseo, hace derivar el lexema del latín
vulgar desidium (‘deseo erótico’), con primera documentación en Berceo, lexema que, a su
vez, es «forma neutra correspondiente a la familiar clásica desidia (‘indolencia,pereza’)», que
ya en la Antigüedad «tomó el sentido de ‘libertinaje, voluptuosidad’» según la doctrina moral
de que «la ociosidad es el incentivo de la lujuria»; en cuanto al verbo desear sólo afirma que
éste imitó de su sinónimo, el latín desiderare, el significado de ‘echar de menos’.
El significado del lexema deseo en la obra de Fernando de Rojas ya aparecía resumido en uno
de los consejos que dio Sempronio a su amo para que superara su inaceptable impaciencia
ante la demora de la decisión de Melibea. Pero ya en páginas anteriores Rojas había
presentado a Pármeno y Sempronio burlándose de Calisto por haber «trobado» unos versos
en los que trataba de describir su deseo:
en mi muerte no ay tardança;
Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una
delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.
Fuente de placer y de dolor, es por ello comprensible que hiciera concluir la obra con el
famoso plancto del padre de Melibea, quien acusaba de su desgracia al mundo en el que le
había tocado vivir calificándolo, si recordamos, de auténtico «laberinto de errores» y
«morada de fieras», mientras increpaba a Eros por el poder que desplegaba para maltratar a
los amantes, «enemigo» como era «de toda razón».