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Cuanto mayor sea la volatilidad, mayores serán las oscilaciones de los precios de los
activos respecto a la media. Si la volatilidad es baja, el grado de dispersión será mucho
menor. Por ejemplo, para los productos de inversión que generen una rentabilidad fija todos los
años, como los depósitos, la volatilidad es del 0%.
En general, cuanto mayor sea la volatilidad, mayor será la fluctuación de la cartera, tanto al
alza como a la baja. Así, una cartera de renta variable tendrá una mayor volatilidad que una
cartera mixta que, a su vez, tendrá mayor volatilidad que otra de renta fija.
La volatilidad está presente en todos los mercados y activos que cotizan. Por eso, deberías
tenerla en cuenta a la hora de realizar la composición de tu cartera. De ella dependerán los
riesgos que quieras asumir y la rentabilidad que puedas obtener.
En este ejemplo, la inversión B tiene una volatilidad mayor pero, al mismo tiempo,
su rentabilidad anualizada es superior. Es decir, a largo plazo, aunque haya habido periodos
de caídas, la inversión B ha obtenido mejores resultados.
La volatilidad implica que los mercados puedan sufrir caídas importantes en la cotización de
sus valores. La propia CNMV, para calificar el riesgo de una inversión, utiliza una escala de 1
al 7 en función de la volatilidad del producto que se está valorando. Por eso en ocasiones
se utiliza como sinónimo de riesgo, aunque no siempre es una comparación acertada; este
último es un concepto mucho más amplio.
El riesgo de un activo no se mide únicamente por las rentabilidades pasadas, que al fin y al
cabo es la información que se utiliza para determinar su volatilidad, sino a través de otros
factores que son igualmente importantes, como la solvencia de una empresa, el riesgo de
divisa o la situación política de un país, entre otros.