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Huellas al cielo

Huellas
al cielo

Para ti, mi bebé, que eres el impulso de todos


mis logros.
Y para el mejor de todos: mi padre, que ahora
nos cuida desde el cielo.

©Juan Manuel Cano Espino, 2020

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Juan Manuel Cano E.

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Huellas al cielo

Se dice que cuando una persona muere, se va al cielo,


pero alguna vez te has preguntado: ¿qué pasa con los
animalitos? Ellos, ¿también se van al cielo?
¡Hola! Mi nombre es Allison, tengo veintidós años, tú
puedes llamarme Ali. ¡Sí! Así es como todos me dicen
de cariño.
La verdad es que llevo una vida muy agradable a
pesar de ser hija única; siempre quise tener un her-
mano o hermana, pero eso jamás sucedió. Aun así,
¡me siento genial!
Papá vive conmigo, se mudó hace poco y mi madre
vive en otra ciudad, pero siempre está al pendiente de
mí, hablamos todos los días. Vivo en un departamento
pequeño que renté en el centro de la ciudad y actual-
mente tengo el trabajo de mis sueños, más tarde te
contaré sobre este trabajo, por ahora quiero contarte
una historia que me sucedió, una historia increíble,
una historia que trata de cómo mi vida cambio por
completo, pues yo era la chica más odiosa y amargada
que puedas imaginar, odiaba a la gente, odiaba tener
que trabajar, ¡odiaba todo!
Me molestaba por todo y por nada, sí, era terrible.
Bueno, para que sepas como fue que tuve este cambio,
tengo que contarte desde el principio, desde que co-
menzó todo.

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Juan Manuel Cano E.

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Huellas al cielo

Primera huella

Ahí estaba… un día más, un día más sin saber de mis


padres, estaba harta de aquella situación, no podía
creer cómo es que se habían olvidado de mí, ni una
sola llamada recibía de ellos. Desde su separación, mi
vida había sido un desastre, pero ya estaba acostum-
brada.
Ese día, la luz de la calle entraba por mi ventana, era
como mi despertador personal, de esa manera sabía
que tenía que levantarme, era muy molesto, pero fun-
cionaba.
— ¡Ay! Odio esa horrible ventana —dije con fastidio.
Así era como iniciaba todos mis días, pero por alguna
extraña razón sentía que ese día sucedería algo dife-
rente. Trataba de abrir los ojos, pero los sentía muy
pesados.
—Ali… despierta, despierta—me dije repetidas veces
mientras hacía un enorme esfuerzo para abrirlos—
tienes que ir a trabajar--.
Aunque este día parecía que sería diferente, no cam-
biaría nada y como siempre haría lo mismo: me levan-
taría, desayunaría, me metería a bañar, iría a trabajar,
llegaría del trabajo, vería la televisión, cenaría y ¡vol-
vería a dormir!
Mi vida era ¡tan! aburrida y rutinaria.
¿De amigos?… Mejor ni hablamos. Yo era una persona
totalmente apartada de la sociedad y de alguna ma-
nera esa vida me gustaba, prefería la soledad, bueno
eso es lo que pensaba en aquel momento.
—Uno, dos, tres… ¡Arriba!

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Juan Manuel Cano E.

No podía quedarme dormida, tenía responsabilida-


des, así que me auto animaba para levantarme; era di-
fícil cuando no había algo que me motivara, pero aun
así lo pude lograr.
Caminé como sonámbula por toda la habitación pues
tenía un terrible sueño, no podía recordar dónde ha-
bía dejado mis sandalias; menos mal que el piso es-
taba alfombrado, cuando renté la habitación ya in-
cluía la alfombra, no era la mejor ni la más bonita,
pero era suave y con eso me bastaba pues mantenía
mis pies calientes por las mañanas.
Decidí buscar por todo el cuarto; fue difícil ya que es-
taba entre despierta y dormida, tropezaba con cuanta
cosa me encontraba al frente.
— ¿Dónde dejé esas horribles sandalias? —murmu-
raba entre dormida, mientras buscaba con la mirada.
Por fin después de un rato buscando, logré verlas de-
bajo de la cama metidas hasta el fondo.
—Ahí están, ¿cómo llegaron hasta ahí? ¡Sí que llegué
agotada ayer!
Había doblado turno el día anterior, por lo que me
sentía un poco cansada y desvelada. Me estiré lo más
que pude para tomar las sandalias, pero tenía tanto
sueño que, por unos segundos me quedé dormida de-
bajo de la cama. A pesar de lo incómodo de estar bajo
la cama, la oscuridad de ésta me reconfortaba, parecía
un lugar acogedor.
— ¡Vamos Allison, tú puedes! —me dije nuevamente.
Mis ojos se cerraban solos, aun así, con todo el sueño
que me mortificaba, tomé las sandalias y fui retroce-
diendo lentamente hasta salir de la cama, poco a poco
con gran esfuerzo me levanté.

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Huellas al cielo

—Esta vez me bañaré primero, tal vez así se me quite


este terrible sueño—dije, después de colocarme las
sandalias.
Entre bostezo y bostezo me dirigí a bañarme, siempre
desayunaba primero, pero esta vez no sería así, nece-
sitaba ese baño urgentemente. Así que caminé hacia
la ducha -parecía zombi- me tambaleaba de un lado a
otro, pero pude llegar a la regadera. Realmente ese
baño me sirvió de mucho, hizo que me despertara to-
talmente.
—Bien, Ali, ahora a desayunar.
Lo admito, no era la mejor cocinando, pero comiendo,
nadie me ganaba. Me hice un desayuno, al que llamo
“hue-vo-na-da” como la sincronizada, pero con huevo.
No era más que unos huevos estrellados encima de
una tortilla frita acompañada de un rico café dulce. No
sabía cómo lograba mantener mi peso sí comía tanto,
pero así era, tenía un buen metabolismo. Y entonces
estaba lista para ir a trabajar.
Salí del departamento y me dirigí a las escaleras del
edificio, vivía en el tercer piso; no era para nada có-
modo tener que bajar tantas escaleras ni subirlas to-
dos los días, pero lo compensaba el costo de la renta.
Entonces, me encontré con la Sra. Mina y pensé “Ahí
está otra vez esa señora, dándole de comer alpiste a
ese pájaro horrible. Ese pájaro lo único que hace es
hacer ruido todo el tiempo”.
La Sra. Mina era la dueña del edificio, una señora de
poco más de ochenta años, era la típica ancianita con
rebozo y que huele a viejito, aparte era una anciana
¡tan aburrida! y no solo aburrida, también era sorda,
así que tenían que gritarle para que me escuchara. To-
dos decían que terminaría peor que ella. No sé por qué

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Juan Manuel Cano E.

decían eso. Para empezar no me gustaban los anima-


les, no me imaginaba cuidando animales a esa edad, y
si no lo hacía en ese momento, menos lo haría cuando
fuera anciana, pensaba.
— ¡Buenos días Sra. Mina! ¡Buenos días Sra. Mina! —
Me detuve detrás de ella y le grité fuertemente repeti-
das veces, hasta que por fin contestó; me estresaba esa
mujer.
— Buenos días Alicia —dijo dirigiendo su mirada hacia
mí, mientras revisaba al pájaro dentro de la jaula con
sus manos.
Alicia, es como se refería a mí aquella anciana, desde
el primer momento que le dije como me llamaba, así
es como lo escuchó, desde entonces me llamó Alicia.
Ya me había acostumbrado, prefería no decirle nada e
ignorar esa situación.
— ¡¿Cómo amaneció hoy?!—Le dije solo por compro-
miso.
Como ya te había dicho, era la dueña del edificio, así
que no podía portarme grosera; era difícil encontrar
otro sitio donde me rentaran a buen precio y en esa
zona. Sinceramente no me caía bien, ni ella ni nadie
de los demás departamentos, pero siempre pensé “hay
que estar más cerca del enemigo”.
— Un poco preocupada Alicia —contestó con voz
triste.
— ¿Y eso, Sra. Mina? —pregunté.
—No veo bien a Tito, creo que estaría bien llevarlo al
veterinario para que lo revisen —dijo mientras acari-
ciaba la cabeza del tonto pájaro moribundo.
Tito era el nombre del pájaro que Paty, la hija de la
Sra. Mina le había regalado, y al parecer no se encon-
traba nada bien. Realmente no podía creer como ha-
bía gente que malgastaba su dinero en estos animales.

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Huellas al cielo

Era absurdo, aparte de quitar dinero, quitaban tiempo


y lo peor, la tranquilidad.
— Me parece bien Sra. Mina, espero que no sea nada
grave —le dije supuestamente preocupada.
— Dios te escuche hija. No te preocupes, apúrale que
se te hace tarde —se quedó callada y continuó acari-
ciando al pájaro mientras murmuraba “vas a estar
bien Tito”.
Ya era una anciana muy vieja y a veces también se le
iba la memoria, la verdad, me importaba poco lo que
pasara con Tito y pensé que sería mejor si no se recu-
peraba, así ya no tendría que escuchar el escándalo
que hacía ese animal. Sonreí amablemente a la an-
ciana y salí del edificio. Me había quitado valiosos mi-
nutos de mi tiempo.
Por fin estaba en la calle rumbo a mi trabajo, me de-
tuve un momento y tomé un respiro profundo, en ese
momento noté que el cielo, se veía muy tranquilo,
volví a tomar otro respiro y noté que la ciudad estaba
muy silenciosa.
Sí, yo no era tan mala como piensas, esas pequeñas
cosas eran las que me hacían sentir bien y hacían mis
días más satisfactorios. Por eso amaba las mañanas,
poco tráfico, poca gente, era tan agradable sentir esa
tranquilidad.
Es lo bueno de madrugar, me molestaba la gente que
se paraba tardísimo y salía corriendo a sus trabajos.
¡¿Qué les costaba levantarse temprano?! Evitarían
muchos problemas.
En fin, gracias a que era muy madrugadora, tenía bas-
tante tiempo para llegar al trabajo y como el trabajo
me quedaba cerca, siempre caminaba para llegar; así
podía disfrutar de esas lindas mañanas. Sí… sé lo que
piensas ¿En la ciudad? ¿Lindas mañanas? Bueno no

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podía exigir mucho, pero era agradable, era lo que te-


nía.
De mi trabajo no puedo decir lo mismo, te dije que te
contaría sobre mi trabajo, pero esta vez te hablaré de
mi trabajo anterior, ese trabajo era horrible, súper
aburrido y siempre me ponía de mal humor. Traba-
jaba en un call center. ¿No sabes qué es? Te diré, en
resumen un call center es donde hay un grupo de per-
sonas que reciben llamadas de otras personas, en éste
caso, nos llamaban para solicitar préstamos, claro, yo
no tenía la autoridad para otorgarlos, eso lo hacían los
jefes. La verdad no me importaba, solo recibía las lla-
madas y ya. Te dije que era un trabajo aburrido y muy
estresante.
Pero no te voy aburrir con eso mejor te seguiré con-
tando. Continué caminando y disfrutando de esa linda
mañana y de pronto…
— ¡Pero claro! Sabía que todo era muy perfecto para
ser verdad.
Un perro pug muy feo y sucio se paró frente a mí.
— ¿Qué es lo que quieres? ¡Arruinas mi día! —le dije
con desprecio.
El animal no dejaba de observarme, era tan molesto y
no solo eso, el muy tonto decidió restregar su sucia
lengua en mis zapatos nuevos. Me había costado todo
un mes de trabajo para comprarlos y ese tonto perro
los había arruinado en ese momento.
— ¡¿Pero, qué haces?! —grité llena de coraje.
No pude soportar más y en un arranque de ira, opté
por lanzar una patada que arrojó al perro lejos de mis
zapatos.
El horrible perro salió despavorido, es lo menos que
merecía, ¡¿Cómo se le ocurrió lamer mis zapatos?!

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Huellas al cielo

Saqué un pañuelo del bolso trasero de mi pantalón -


menos mal siempre llevaba uno conmigo-, y limpié
mis zapatos.
— ¡Qué asco! Tendré que lavarlos más tarde—estaba
furiosa— qué situación tan desagradable.
Decidí continuar caminando unas calles más, como ya
te había dicho, mi trabajo estaba literalmente cerca y
así era, estaba solo a ocho calles. Fue entonces cuando
casi al llegar, sucedió, es aquí donde mi vida daría un
giro por completo.
A un lado del edificio donde trabajaba, había un calle-
jón, era un callejón obscuro, siempre lo ignoraba ya
que era un lugar muy sucio y olía mal, además, ¿qué
es lo que yo haría en un callejón como ése? Ni de loca
entraría ahí.
Pero esta vez sería diferente, al pasar frente al calle-
jón, no pude ignorarlo, en el fondo se veía una pe-
queña silueta, no se distinguía bien solo se veía que
estaba ahí y por alguna una extraña razón, presentí
que me observaba, era algo que no podía explicar,
pero sentía como si me llamara, ¡incluso podía oírlo!
“Ven, ven”, volteé a todos lados, pensando que alguien
más lo escucharía, pero la poca gente que había, no lo
notaba, parecía que solo yo podía verlo y escucharlo,
así que no pude evitarlo y comencé a acercarme lenta-
mente.
Por un momento se me olvidaron mis zapatos nuevos
y éstos se ensuciaron con toda la basura y el agua sucia
que había en el piso. Mientras más me acercaba, la luz
de la calle se iba desvaneciendo más y más, hasta lle-
gar al punto de casi no ver nada, solo la silueta.
—¿Quién eres? —pregunté intrigada.
Pero solo seguía escuchando esa voz que me decía:
“ven, ven”, así que decidí acercarme más.

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Por fin llegué hasta donde estaba la silueta y pude no-


tar que era una silueta muy pequeña. Poco a poco mis
ojos se acostumbraron a la oscuridad de aquel callejón
y entonces pude verlo, era el pug que había lamido mi
zapato, estaba sentado y seguía viéndome fijamente.
— ¡Eres tú! —dije sorprendida.
Me incomodaba su mirada ya que no la despegaba ni
un momento de mí, ¡no parpadeaba! Quedé atrapada
en esta lucha de miradas y enseguida pude ver en sus
ojos algo extraño, sentía como si en cualquier mo-
mento diría algo. De pronto… pegó un ladrido muy
fuerte e hizo que me espantara. El perro comenzó a
correr adentrándose más al callejón.
— ¿Pero, qué está pasando? —me pregunté.
Estaba totalmente desconcertada, sentí que me inci-
taba a seguirlo; dicen que, “la curiosidad mato al
gato”, y… bueno yo no era un gato, pero si era muy cu-
riosa, así que decidí seguirlo.
Corrí detrás de él, era imposible alcanzarlo, cada que
me acercaba, él volvía a correr, alejándose más.
Lo perseguí por un callejón que parecía no tener fin,
hasta que pude ver una luz al final de éste. El perro
dejó de correr y se postró justo al final del callejón, me
detuve y caminé lentamente hacia él, tratando de no
ahuyentarlo nuevamente y así poder acercarme más.
Aún seguía confundida, pues no sabía lo que estaba
pasando.
La luz era tan intensa que cuando estaba ya muy cerca,
el perro la atravesó y este se desvaneció. En ese mo-
mento mi reacción fue correr y tratar de alcanzarlo,
pero mis ojos quedaron totalmente cegados por aquel
resplandor tan intenso. Cuando logré cruzar, quedé
desorientada porque no lograba ver la calle, me esfor-

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Huellas al cielo

zaba por tratar de ver algo y por un momento creí ha-


ber visto nuevamente al perro, así que corrí a esa di-
rección pensando que lo alcanzaría y entonces ahí su-
cedió, un fuerte ruido retumbaba en mi cabeza, era
como el ruido de un cohete explotando. Todo pasó en
una fracción de segundo, apenas pude voltear; siem-
pre odié esos camiones con pasajeros, pero jamás los
había visto tan de cerca.
Todo era confuso, la cabeza me daba vueltas, o tal vez
sí estaba girando. No lo sé, pero de un momento a otro
no podía escuchar nada, sentía mi cuerpo entumido y
mi vista se nublaba. De pronto caí en una obscuridad
total, todo había acabado.

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Huellas al cielo

Segunda huella

—Señorita, despierte. ¡Señorita! —decía una voz que


cada vez se hacía más fuerte en mi cabeza.
La voz no cesaba, la escuchaba una y otra vez, pero
aun sentía mi cuerpo pesado y seguía en esa oscuridad
tan densa. Pasados unos segundos, poco a poco fui
abriendo mis ojos.
— ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ¿Anotaron las placas? —
dije desconcertada.
Trataba de aclarar mi vista, pero ésta era borrosa, ade-
más no podía escuchar claramente de dónde provenía
aquella extraña voz.
Un fuerte pitido comenzó a sonar intensamente en mi
cabeza, la vista se me fue aclarando lentamente y mi
oído volvía a la normalidad, fue entonces cuando pude
ver claramente. ¡No podía dar crédito a lo que miraba!
¡Era increíble!
— ¡Oh! Pero, ¿qué es este lugar? —exclamé totalmente
admirada, pues era increíble lo que tenía al frente.
Interminables nubes por todos lados, no importaba
hacia donde mirara, todo estaba cubierto por nubes,
incluso el piso estaba formado por nubes, solo había
un camino y a lo lejos podía verse un reino que parecía
sacado de un cuento de hadas, realmente era muy be-
llo. Aunque no había un sol, podía verse claramente
todo y se sentía un calor muy reconfortante. Ense-
guida nuevamente escuché aquella voz…
—Señorita, señorita--.
Esta vez provenía de mi lado derecho y era más clara.
Dirigí mi mirada hacia donde se encontraba la voz y
un perro chihuahua de aspecto muy feo -horrible diría
yo-, era tan greñudo y se veía tan tonto, posaba frente
a mí.

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—¿Habrá sido él quien me habló? —me pregunté—eso


es imposible.
—Me estoy volviendo loca, ¿qué está pasando? Los pe-
rros no hablan—. Así que lo ignoré.
Me levanté del piso de nubes y caminé un poco, era
tan suave, parecía flotar. Me sentía como astronauta.
No podía pensar claramente, trataba de comprender
en qué lugar estaba.
—Allison tranquila, estás soñando nada de esto es
real—me repetía continuamente.
No sabía qué estaba sucediendo ni como había llegado
a ese lugar, pero de algo sí estaba segura y era que no
quería estar ahí. Tenía que averiguarlo, así que nueva-
mente mi curiosidad me empujaba a continuar, decidí
caminar o rebotar por la única ruta que había, no tenía
más opciones, tenía que hacerlo si quería salir de ahí.
Entonces, note que el perro chihuahua me seguía todo
el tiempo, era muy molesto, no dudé en tratar de es-
pantarlo dos o tres veces, le lanzaba patadas al aire
para intimidarlo y lograr que se alejara.
— ¡Vete de aquí, perro, no me sigas!—le decía, pero el
perro no hacía caso. Claro, era un perro.
No me quedó más remedio que ignorarlo nuevamente
y continuar caminando.
Pasó un largo tiempo hasta que llegué a…
— ¡Una puerta enorme de metal!--
Era hermosa, tenía un brillo dorado que deslumbraba
mis ojos. Estaba sorprendida por su belleza y perfec-
ción, pero eso solo quería decir una cosa, y de pronto
pude darme cuenta.
— ¡Estoy muerta!¡Colgué los tenis! Sí, seguro son las
puertas al cielo—pensé. Además todo se sentía tan
real. No parecía que fuera un sueño.

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Huellas al cielo

— Estoy segura… son las puertas al cielo—dije conven-


cida.
Así que, viendo la situación y que ese lugar era el cielo,
pues no lo vi tan mal, al menos no era el infierno.
Me acerqué esperando poder abrirla, pero la puerta
estaba cerrada, así que decidí esperar un poco, pero
parecía que nadie me abriría, entonces toqué la puerta
y aun así ¡nadie abría! Golpeé más fuerte y nada, co-
mencé a gritar y patear fuertemente para que me
abrieran, pero todos mis esfuerzos fueron en vano.
—¿Qué sucede? Al parecer no soy bienvenida en el
cielo o, ¿será que está en su descanso la persona que
tendría que abrir? ¡Sí! Seguro es eso—dije, pensando
que me abrirían en cualquier momento.
Y entonces ahí estaba otra vez la voz que decía…
— ¡Señorita!
Volteé hacia todos lados, pero no veía a nadie, en ese
momento, sentí un pequeño jalón en mi pantalón, di-
rigí mi mirada al piso y ahí estaba el chihuahua otra
vez.
— ¿Acaso me hablaste? —le pregunté en forma de
burla.
—¡Sí! —contestó.
¡Salté hacia atrás!, ¡Me había sorprendido! lo obser-
vaba incrédula, me daba miedo el tan solo verlo pues…
¡el perro me había hablado! Respiré profundamente y
traté de tranquilizarme.
—Bueno, estoy en el cielo, ¿a qué podría tenerle
miedo? —me dije, después tomé valor y le volví a pre-
guntar.
— ¿Acaso me hablaste? —pero esta vez no contestó.

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Juan Manuel Cano E.

No podía creer que hablara el perro, realmente era


raro, ¿qué hacía un perro en el cielo? Estaba conven-
cida que solo lo había imaginado, así que me acerqué
y le dije—Sí que me diste un gran susto--.
—Lamento haberle asustado —contestó.
Mi piel se erizó, sentí un calambre que recorrió todo
mi cuerpo y comencé a temblar. ¡El perro me estaba
hablando, no era mi imaginación!
Como ya te lo había dicho antes, éste sería un día di-
ferente. No tuve más remedio que armarme de valor y
preguntarle…
— ¡¿Quién… eres?! ¡¿Por qué puedes hablar?! —le dije
mientras aún temblaba de miedo.
—Hola mi nombre es Sparky —contestó.
¡Rayos! Ahora sí estaba convencida de que hablaba.
—Vengo siguiéndote desde hace horas y te aseguro
que nadie te abrirá la puerta. —dijo muy seguro y mo-
lesto a la vez.
¡No lo podía creer! Decidí ignorar el hecho de que el
animal me hablara, pues al parecer estaba en el cielo.
Pero en fin no podía estar segura de estar en el cielo,
si no averiguaba lo que sucedía, decidí seguirle el
juego. Así que, supuse que así era, sabía que no había
sido tan buena, pero por algo estaba ahí, así que tarde
o temprano abrirían la puerta y me recibirían con mu-
cho gusto, no sé por qué el perro decía que no me abri-
rían la puerta.
— ¿Por qué estás tan seguro de que no abrirán? —le
pregunte retóricamente.
—Porque yo tengo la llave--.
Así de simple me contestó, no pude decir nada. Era
demasiado raro, no podía entender cómo es que esta
misión tan importante, era encomendada a este horri-
ble perro que habla, y no solo eso, me sorprendió más

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Huellas al cielo

cuando se paró en dos patas y sacó una llave de su es-


palda. ¿Qué perro habla, camina como humano y
guarda una llave en su cuerpo? Ahora sentía que todo
podría ser un sueño, pero…
—Muy bien, a un lado, ¡abriré para ti! —dijo el perro
con orgullo.
Abrió la puerta y ahí estaba… ¡Parecía el cielo! Quedé
totalmente paralizada.
— ¿Sabes, perro? Siempre pensé que cuando muriera
llegaría aquí, después de todo siempre he sido una
chica responsable, trabajadora y jamás he dañado a
nadie, estoy segura que…
— ¡¿Pero, qué pasa, qué pasa?! ¡Esto no es el cielo! —
dije sorprendida.
Todo el lugar estaba habitado por animales de todos
los tipos, razas, tamaños y colores, claramente era un
paraíso, pero solamente había animales. No era el
cielo de humanos, era… ¡El cielo de animales!
Lo supe inmediatamente porque había un letrero
enorme que así decía. Parecía que todo era una equi-
vocación, ¿qué hacía en ese lugar?
— ¡Oye, greñudo! ¿Qué es lo que sucede? —desconcer-
tada pregunté.
Ahora estaba más convencida que era un sueño, de no
ser así ¿Qué hacía en el cielo de animales? Estaría en
el cielo con los humanos.
—Lo lamento mucho, parece que no es lo que espera-
bas, pero como dice el letrero, estás en el cielo de ani-
males—confirmó un poco molesto, -al parecer no le
agradó que le dijera greñudo-.
—Sí, ya lo leí, pero, ¿qué hago aquí? Debería estar en
el paraíso con los demás humanos. Estoy soñando,
¿verdad? —pregunté.

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Juan Manuel Cano E.

—Estás aquí porque eres la elegida, la profecía cuenta


que… “Algún día llegará un humano y salvará el reino
de la obscuridad. La obscuridad que es capaz de des-
truir ambos mundos. La tierra y el cielo de los anima-
les”.
No podía entender lo que trataba de explicarme pues
yo solo quería despertar, me pellizcaba y jalaba las
orejas, pero al parecer no era un sueño. Todo lo que
me decía era ridículo.
—Pero, ¿qué tonterías dices, greñudo? —le pregunté
enojada.
—Sparky, mi nombre es Sparky. —dijo molesto frun-
ciendo las cejas.
—Como te llames, eso no importa, solo quiero… ¡Salir
de aquí!
—No puedes, no es posible, tu misión es salvar ambos
mundos, existe un ser oscuro que quiere destruirlo
todo y tú eres la única que puede detenerlo.
Nuevamente comenzó con su discurso, solo podía ver
su boca moverse no entendía lo que me decía, así que
decidí seguirle el juego sin comprometerme. Tal vez
así el me diría como salir de ahí.
—Lo siento perro, pero no creo poder ayudar yo no soy
quien dices, así que dime ¿cómo es que regreso? —le
dije gentilmente.
— Pero, ¿qué estás diciendo? ¡Tú eres nuestra única
esperanza! —dijo desesperado. —No puedes abando-
narnos así nada más.
—No lo creo, pienso que te equivocas. La verdad, odio
a los animales, a todos, en especial a ti Espunky.
—Sparky, soy Sparky —dijo exaltado.
Sí había escuchado su nombre, pero quise molestarlo,
me caía mal.

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Huellas al cielo

—Parece que no acepta que esto es real señorita—me


miró fijamente y dijo—nadie que sea humano puede
entrar a este lugar, solo el humano de la leyenda lo
hará, de otro modo no estaría aquí.
No podía creer lo que me decía, ¿Yo, salvando anima-
les? Estaba segura que no era un sueño, pero tampoco
era quien él decía.
—Sí, cómo sea, la verdad es que no puedo ayudarles.
—le dije tratando de que entendiera que no era quien
esperaba. Después quise alejarme, pero él me respon-
dió — ¡Claro que es usted! Está aquí y esa es la mayor
prueba —me dijo desesperado, parándose frente a mí
tratando de detenerme.
—Te repito, no soy amiga de ningún animal y la ver-
dad no sé cómo ayudarte. —le contesté un poco mo-
lesta.
—Pues me temo que no tiene opción, tendrá que se-
guirme, aunque quisiera no sabría cómo sacarle de
aquí, pero hay alguien que tal vez pueda ayudarle, ha-
blaremos con Princesa ella sabrá que hacer y sabrá si
usted es la elegida. —dijo con mucha seguridad.
No pude hacer nada, después de todo él tenía razón,
no tenía ningún lado a donde ir, no sabía ni dónde es-
taba.
—Y esa tal Princesa, ¿crees que sabrá cómo sacarme
de aquí?
—Así es señorita.
Estaba decidido a llevarme con él. No tenía mucho qué
pensar así que acepté su invitación.
—Bien, lo haré solo porque quiero salir de aquí.
Cambió totalmente su expresión, ahora se veía muy
contento.
—Muy bien entonces dígame ¿Cómo se llama? Tengo
que presentarle ante la Princesa.

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Juan Manuel Cano E.

—Me llamo Allison.


—Guau, es un nombre muy bonito. —expresó y me
sonrió.
—Sí claro —le contesté déspota. — ¿Y qué tan lejos está
el lugar a dónde vamos?
—No se preocupe señorita Allison, llegaremos pronto
— Dijo muy contento.
—Ali, dime Ali y háblame de tú—. Me hacía sentir muy
vieja hablándome de usted.
— ¡Muy bien, Ali! —contestó gustoso.
No tuve opción, así que nos dirigimos hacia el reino de
la tal Princesa.

Durante el transcurso del camino, no podía negar que


todo lo que veía era hermoso, -me refería a los paisa-
jes, claro-. También las casas donde habitaban, ¡eran
geniales! Cada casa tenía su propio estilo, unas eran
grandes, otras pequeñas y solo un camino era el que
llevaba a un palacio que podía verse al final de éste.
Ah, y claro, había muchos animales, marinos y terres-
tres de todos los tipos, incluso unos que jamás había
visto en mi vida. Era raro porque todos convivían, los
marinos no necesitaban agua y los terrestres, nadaban
sin ahogarse, todo era una locura. Vaya que era un es-
pectáculo impresionante.

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Huellas al cielo

Tercera huella

Ir avanzando por aquel camino me parecía muy incó-


modo, todos los animales me miraban sorprendidos y
algunos se acercaban para darme las gracias… Yo me
preguntaba, ¿gracias, de qué? Tenían la seguridad que
yo era la humana que tanto esperaban, era tan gra-
cioso, qué ingenuos, pensaba. Apenas podía cuidarme
sola, una vez estuve a punto de morir, ahogándome
con mi propia saliva. Se habían equivocado de per-
sona.
Y así seguimos caminando hasta que por fin llegamos
al palacio y como era de esperarse, también era un lu-
gar hermoso, todo el castillo estaba hecho de cristal,
reflejaba los colores del arcoíris y las cúpulas de las
torres eran totalmente de oro. ¡Nunca había visto
tanto oro junto! En fin, era un lugar majestuoso.
Caminamos por el enorme castillo hasta donde se en-
contraba la Princesa, los guardias, que eran perros la-
bradores, nos abrieron paso hasta llegar con ella, que
por cierto, Princesa era su nombre- no era nada origi-
nal-.
En el camino, Sparky me contó que Princesa, era una
perrita chihuahua de ochocientos años, aunque no lo
parecía físicamente, se veía apenas de la edad de un
chihuahua de un año, decía que era realmente una ex-
celente gobernadora humilde y compasiva. Y bueno,
no se me hizo nada raro que fuera un chihuahua el que
gobernara en aquel mundo, cualquiera se imaginaria
un león o no sé, otro animal enorme. Pero de algo sí
estaba segura, al parecer los perros chihuahuas al
igual que en la tierra, tienen un gran poder, pues ella
gobernaba todo lo que existía en ese mundo. En fin,
estábamos frente a la Princesa.

23
Juan Manuel Cano E.

—Hola su majestad, debo informarle que he encon-


trado a la humana… ¡La salvadora! La encontré en la
entrada al cielo de animales. Al parecer es la elegida.
—dijo Sparky, mientras hacía una reverencia.
Y efectivamente, tal como lo había dicho Sparky, la
princesa era una chihuahua y muy pequeña. Ella se
acercó lentamente hacia mí, levantándose de su trono;
que por cierto también era hermoso, blanco como la
nieve. Me observó detenidamente y de pronto, dio un
grito tremendo que me espantó.
— ¡Por fin! Te esperábamos desde hace tiempo. —dijo
Princesa, viéndome fijamente emocionada y temblo-
rosa.
El temblar es un rasgo natural de los chihuahuas,
pero, ella sí se pasaba.
—Te equivocas, creo que te has confundido, porque no
soy yo a quien buscan. —me dirigí a ella.
— ¡Háblale con respeto! —dijo Sparky con voz firme.
—No te preocupes Sparky, está bien—contestó Prin-
cesa tranquilamente. — ¡Claro que sí! Eres la humana
de la leyenda, tú salvaras nuestro reino. ¡Eres la ele-
gida!
Por años hemos llevado una guerra con el ser obscuro,
pero ahora todo eso va a cambiar porque estás aquí y
por fin habrá paz. Si no actuamos, no solo este mundo
será destruido, también el mundo donde vives, tendrá
el mismo destino. Aun no estás lista, pero lo estarás.
—Sí, esa historia ya la había escuchado. Sabe, no estoy
segura de que pueda ayudarlos, así que por qué no me
muestran la salida y me iré enseguida. Pierden su
tiempo conmigo--.
—Lamento decirte esto, pero… aunque quisiera que te
fueras -que no es así-, no hay forma de que eso pase,
tu única opción es vencerle para que puedas regresar.

24
Huellas al cielo

— Pero, el greñudo me dijo que usted podría sacarme


de aquí.
— ¡Sparky, soy Sparky!
Me divertía mucho molestar a Sparky, además se lo
merecía por engañarme.
—Pues te mintió, la única manera de salir de aquí es
enfrentando al ser oscuro—dijo Princesa muy segura.
—Lo lamento mucho Ali, pero tenía que traerte con
Princesa—exclamo Sparky.
Lo volteé a ver con ganas de ahorcarlo.
—Bien, parece que no tengo otra opción— dije mo-
lesta— pero tengo una duda, he notado que en su reino
hay bastantes animales, grandes y feroces, ¿por qué
no los envían a ellos para enfrentarlo? ¿Qué podría
hacer yo, contra algo como eso?
—No es posible ya lo hemos intentado y solo perdemos
más de nosotros, la maldad los corrompe. Solo el hu-
mano de la leyenda es quien podrá vencerle. Y, ¡eres
tú! —comentó Princesa.
—Muy bien — dije resignada — Dice que si encuentro
al ser ese oscuro y lo venzo, ¿podría salir de aquí?
—Sí, así es—confirmó Princesa afirmando con la ca-
beza.
Al parecer jamás saldría de ahí, si no hacía lo que me
pedían, era la única opción que tenía.
—Pues, siendo así creo que no me queda de otra —con-
testé suspirando.
— ¡Sabía que eras tú! —Gritó emocionada, Princesa —
Date prisa Allison, no tienes mucho tiempo antes de
que el ser obscuro destruya todo a su paso—se expresó
aún más temblorosa. Supongo, porque estaba emocio-
nada.
—Bien, dígame dónde puedo encontrar al ser oscuro
para acabar con esto y por cierto, ¿qué animal es? Un

25
Juan Manuel Cano E.

león, oso, cocodrilo, no sé algún animal enorme su-


pongo. ¿Qué armas me darán?—era la pregunta obli-
gatoria, si no, ¿cómo es que lo enfrentaría?
—Nadie lo ha visto jamás, apareció de la nada, solo se
sabe que es un ser oscuro con mucha maldad, sabrás
cómo enfrentarlo cuando lo encuentres.
— ¿Apareció de la nada? ¿No hay armas? Eso no suena
para nada bien, pero qué más da, ya estoy muerta. No
podría matarme otra vez o, ¿sí?—pregunte sarcástica-
mente.
—Claro que puedes morir, ten cuidado. Al ser bidi-
mensional puedes desaparecer para siempre.
Ahora sí estaba convencida que no fue la mejor opción
tomar la misión, pero no tenía otra opción.
—Ve en busca de Copy, él es el único que puede ayu-
darte para acercarte al ser oscuro. —dijo Princesa. —
¡Sparky! Será tu deber acompañarla en todo mo-
mento.
—Muy bien no se preocupe Princesa, cumpliré con el
encargo con mucho gusto—contesto Sparky.
—No gracias, yo puedo ir sola--. No llevaría a ese tonto
perro, seguro solo me estorbaría, pensé.
—Sparky es un gran guía, es mejor que te acompañe--
dijo Princesa.
Aunque no era de mi agrado que me acompañara,
pensándolo bien, no tenía ni idea de dónde estaba, así
que, tuve que aceptar.
— ¿Y quién es Copy? —pregunté.
—Copy es un hogareño que vive en el bosque, encuén-
trenlo, él sabrá cómo ayudarles en su búsqueda —dijo
Princesa.
Después de mucha plática y poca probabilidad de so-
brevivir, el plan era viajar a los confines del reino en
busca de Copy. Princesa había pedido a Sparky que me

26
Huellas al cielo

acompañara en este largo viaje ya que él era el único


que se había aventurado a las afueras del reino y sería
de mucha ayuda en la búsqueda de Copy. Y yo, bueno,
como ya Princesa lo había dicho, no tenía opción, te-
nía que hacerlo si quería salir de ese lugar. Así que
nuestro viaje daría comienzo.

27
Juan Manuel Cano E.

28
Huellas al cielo

Cuarta huella

El camino fue un poco largo, nos encontrábamos en la


puerta de salida del reino.
—Estoy tan emocionado de al fin conocerte —se diri-
gió a mí Sparky.
—Pues yo no comparto tu sentimiento —le contesté. —
Dime, ¿qué hacías en las puertas al cielo de animales?-
-
—Todo este tiempo mi único propósito fue esperar tu
llegada. Así que, pedí ser el guardián de la puerta--.
—Pues creo debiste seguir esperando, yo no soy quien
dicen, créeme no puedo ser yo--.
—Sí eres, estoy seguro, ya lo verás--.
Se aferraba a la idea que sería yo quien los salvaría de
ese tal ser oscuro. No sería tan tonta para enfrentar tal
cosa, en cuanto tuviera oportunidad, saldría de ese lu-
gar; ese era mi plan.
—Oye Espartaco, ¿por qué tú no tiemblas? Eres un
chihuahua, ¿no? —sarcástica le dije.
—¡Sparky, soy Sparky! —contestó enojado.
—¡Sí lo sé, ja, ja! —me reí.
—No sé, siempre he sido así, desde que llegué aquí, de
semblante fuerte. —dijo tranquilamente.
Solo lo miré e hice una mueca dándole el avión.
Di unos pasos y crucé la salida. Entonces sucedió algo
que no esperaba.
En un instante mis manos comenzaron a iluminarse,
era una fuerte luz que poco a poco iba consumiendo
todo mi cuerpo.
— ¿Qué está sucediendo, Sparky?— Grité asustada.
Mi cuerpo continuó iluminándose hasta abarcarlo
todo, una fuerza me levantaba del piso, mientras la luz

29
Juan Manuel Cano E.

que me cubría totalmente se intensificaba. En un mo-


mento todo terminó y caí al piso.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué me ves así? —Aturdida y mo-
lesta me dirigí a Sparky, él me miraba con cara de
tonto — ¿Qué pasó? ¿Pero, si has crecido, perro!
Literalmente veía a Sparky más grande.
—No Ali, tú te has encogido—dijo.
En efecto mis manos eran muy pequeñas y en general
todo mi cuerpo había encogido, ¡ahora era una niña
de ocho años otra vez!
— Pero ¿qué es lo que pasó, perro? —pregunté mien-
tras observaba mi reflejo en un charquito de agua.
— ¡No lo sé! Estoy igual de sorprendido que tú, pero
todo aquí tiene una razón, así que no creo que sea algo
malo —dijo asombrado, pero tranquilo.
Después de ser una chica de veintidós años ahora vol-
vía a tener ocho. Viéndolo desde otro punto de vista,
no era tan malo, comenzaban a salirme unas arrugas
en la frente y estas habían desaparecido, además me
sentía más liviana. Solo que todo era… ¡Enorme!
—Continuemos Ali, no tenemos tiempo que perder,
más tarde averiguaremos qué pasó. — dijo apresurado
con la intención de que siguiéramos con el viaje lo más
pronto posible. Sparky era un perro muy desesperado,
así que decidí continuar, quería evitar discutir con él.
Caminamos por un par de horas, con mi cuerpo pe-
queño me era más difícil, pero tenía que encontrar a
ese tal Copy. Cruzamos por ríos y montañas, a pesar
de todo no sentía hambre, pero cansancio sí, decidi-
mos parar.
Nos encontrábamos en un bosque lleno de árboles
enormes, parecía que era primavera, había flores de
todos los colores y diferentes tamaños, la luz pene-
traba hacia el suelo y podía sentirse un calor en el

30
Huellas al cielo

cuerpo, se sentía muy reconfortante, el olor era como


si hubieran regado perfume de rosas, combinado con
ese olorcito cuando la tierra esta mojada por las ma-
ñanas. Pensé que tal vez ese sería un lugar excelente
para vivir.
—Muy bien perro, dime, ¿cuánto falta para que llegue-
mos? Había sido un viaje muy largo, ya quería llegar y
terminar con todo.
— Realmente no lo sé, es difícil encontrar a Copy, más
cuando no sabes quién es, creo que ya estamos cerca.
—dijo pensativo.
— ¿Cómo qué no sabes? — pregunté enfadada.
—Al igual que tú, jamás lo he visto. —dijo amable-
mente.
— ¡Ah, te odio!—Exploté de coraje, supuse que él lo
sabía y en el camino nunca se me ocurrió preguntarle.
—Está bien—suspiré y traté de controlar mi ira.
Sería capaz de matarlo, pero no serviría de nada, si lo
hacía no sabría cómo salir de ahí, además ya estaba
muerto, mejor cambié el tema.
—Sabes perro, tengo una duda, ¿cómo será Copy? Y si
él sabe cómo vencer al ser obscuro ese que dicen, ¿por
qué no lo llevan para que lo enfrente? Y fin, asunto
arreglado--.
—No es tan fácil, además la leyenda cuenta que solo el
humano de la tierra que llegara a nuestro mundo, se-
ría capaz de vencerlo. —enfatizó.
—Sí, sí, ya lo sé, lo repiten todo el tiempo. Vaya pues
qué leyendas—me estaba cansando de escucharla una
y otra vez.
—A veces dudo que seas tú la elegida, pero creo que
tenemos que conformarnos. —dijo Sparky un poco
molesto.

31
Juan Manuel Cano E.

Él también podía ser sarcástico o tal vez se estaba can-


sando de mi sarcasmo.
—Pues no creas que estoy aquí por gusto ¿eh?-- le dije
en tono de burla.
De un momento a otro el clima había cambiado, el
viento arrasaba con todas las flores, marchitándolas a
su paso y oscureciéndolas como si de una capa de pin-
tura negra se tratara, lo mismo pasaba con todo el en-
torno, árboles, hojas, tierra, rocas, etc. Todo era cu-
bierto por esta negra y espesa capa. El cielo se tornaba
color gris y podía sentirse un ambiente fúnebre que
hacía que todo mi cuerpo temblara.
— ¡Rápido! Ali escóndete. —Sparky me tomó de la
mano y nos escondimos tras unos arbustos.
Un pequeño ejército de animales, cubiertos por la
misma capa negra, pasaba frente a nosotros. Todos
iban armados, despedían un olor a putrefacción, solo
podía saber qué tipo de animales eran por sus siluetas,
ya que lo único que podía distinguirse de sus cuerpos,
eran esos terribles ojos que emanaban una luz blanca
y brillante. Estaban preparados para acabar con todo
a su paso, podía verse en su semblante.
Se alejaban lentamente de nosotros y con ellos se ale-
jaba ese ambiente tan pesado.
—Pero… ¿Quiénes son esos animales, Sparky? —susu-
rré, tratando que no me escucharan.
—Son soldados del ejército que tiene el ser oscuro. —
dijo Sparky en voz baja —cada vez están más cerca del
reino.
Podía notarse el miedo que Sparky les tenía ya que se
notaba su nerviosismo. Esta vez, su cuerpo sí tem-
blaba.

32
Huellas al cielo

No pude evitar retroceder por el miedo, no me di


cuenta y pisé una rama seca, el ruido alarmó a un par
de soldados lobo que iban rezagados hasta atrás.
— ¡Corre Ali, corre! —dijo Sparky al mismo tiempo
que jalaba de mi mano.
Comenzaron a perseguirnos y corríamos sin parar. No
podía sentir mis pisadas, sentía que volaba a cada
paso, ni siquiera podía mirar hacia atrás solo quería
continuar corriendo sin saber si los perderíamos o no.
¡Corrimos y corrimos! hasta llegar a un río, no había
forma de pasarlo, la corriente era tan fuerte que si nos
lanzábamos, tal vez no sobreviviríamos. Nos acorrala-
ron, no había a donde correr estábamos rodeados de
colinas y solo quedaba esperar lo inevitable. De
pronto…
— ¡Alto ahí!– Alguien gritaba desde la punta de una
colina. --No dejaré que les hagan daño--.
Era una silueta enorme, no se alcanzaba a distinguir
bien, la luz del cielo deslumbraba nuestros ojos. Pero
podía notarse que era un animal muy fuerte, y tal vez
medía más de tres metros.
Al ver lo imponente que era este ser extraño, los lobos
malignos decidieron mejor alejarse de inmediato. No
sabíamos quién era, pero nos había salvado.
— ¿Están bien amigos? —preguntó desde la cima de la
colina.
— ¡Sí, gracias! Nos salvaste de esas bestias—contestó
muy agradecido Sparky.
—¡Será mejor que nos alejemos lo más pronto posible,
seguro volverán! —con voz heroica dijo el ser extraño.
Saltó hacia nosotros y… ¡Oh, sorpresa! Quedamos to-
talmente sorprendidos, pues aquella figura tan impo-
nente no era más que un borrego muy pequeño, ape-
nas y era más grande que Sparky, no pude aguantar

33
Juan Manuel Cano E.

más y me solté a carcajadas. Era imposible no ver su


ojo chueco y su lengua larga que colgaba de su boca.
—¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? ¡Claro! Es porque la
salvé de esos temibles monstruos. ¡Ríes de felicidad!
—dijo muy inocente.
Pensé que era un borrego tonto, no se daba cuenta que
me reía de lo ridículo que se veía.
— ¡Basta Ali!—me gritó Sparky. —Gracias, amigo bo-
rrego, estamos en deuda contigo.
—Está bien, perro. —Le dije aún riendo —pero no pue-
des negar que es gracioso.
—No entiendo. —Dijo desconcertado el borrego —no
importa. Me presento, mi nombre es Copy, ¿quiénes
son ustedes?
Nos quedamos sorprendidos. ¿Cómo podría ser que
ese animal era Copy? ¿Realmente él nos ayudaría a
enfrentar al ser oscuro?
—Señor Copy —con mucho respeto le dijo Sparky—Lo
hemos estado buscando, necesitamos su ayuda para
vencer al ser obscuro.
—Pero, ¡cómo! ¿Estás diciendo que ella es la elegida?
Ummm… ya decía yo que era un animal muy extraño.
¿En serio? No sabía si era tonto o se hacía, pero qué
remedio.
—Así es señor Copy, ella es Ali, el humano de la le-
yenda. —dijo Sparky.
Copy me miraba detenidamente de arriba hacia abajo-
era muy incómodo-.
—Señor Copy, ¿es verdad que usted nos ayudará a
vencer al ser oscuro? —le pregunté sarcásticamente.
—Así es, eres el humano de la leyenda, así que es mi
deber ayudarte.
—¿Está seguro? Yo no creo que pueda ayudarnos.

34
Huellas al cielo

—Entiendo que estés nerviosa, pero soy un borrego


muy astuto y nadie me ha engañado jamás. Sé muy
bien lo qué hay qué hacer.
—Sí, y dígame, ¿cómo es que venceré a ese tal ser os-
curo?
—Todo a su tiempo pequeña--.
—Ja, dudo que nos ayudé este tonto borrego. —me di-
rigí a Sparky.
—Ali, silencio —dijo molesto Sparky—disculpe usted
señor Copy.
—Ja, ja, ja, no importa, los humanos son tan gracio-
sos. Síganme, los llevaré a mi casa, está cerca.
Seguimos al borrego, hasta su casa, todo lo contrario,
a su dueño, pues era grande la casa, se encontraba en
medio del bosque, parecía una choza de cuento, como
la de la abuelita de Caperucita roja.
Una vez dentro, nos acogió e invitó a descansar. La
cama de paja que me ofreció era muy cómoda, tanto,
que quedé dormida inmediatamente.

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Juan Manuel Cano E.

36
Huellas al cielo

Quinta huella

— ¡Vamos, levántense! —gritó con mucho entusiasmo


Copy.
¡Vaya grito!, nos despertó inminentemente.
—Hola, Copy —dijo Sparky mientras se tallaba los
ojos.
Todavía desperté pensando que todo había sido un
sueño, pero no era así, ahí estaba la cara de tonto de
Copy y el aburrido de Sparky.
—Vamos niña, tienes que levantarte, es hora de iniciar
este viaje. —insistía Copy.
— ¿Qué dices? ¿Viajar más? ¡ay no! —yo quería per-
manecer más tiempo en esa cama, era tan cómoda.
—Vamos Ali no desobedezcamos a Copy.
Parece que no evitaría que este viaje continuara, así
que no tuve más remedio que obedecer.
Otra vez el viaje era muy largo, habíamos caminado
bastante, y ya estaba desesperada por llegar, real-
mente no le veía fin.
—Y bien, ¿cómo es qué vas a ayudarnos? —pregunté a
Copy, incrédula.
—Sé paciente pequeña ya verás. ¿En serio tú eres la
elegida? —Preguntaba mientras me examinaba con su
ojo chueco.
—Eres demasiado pequeña—expresó sorprendido.
Creo que nunca se había visto en un espejo.
—Sí, yo también estoy sorprendida, me hice pequeña
al entrar en la puerta de los confines. Tu mundo es
muy raro al igual que tú.
—Ja, ja, ja, y aun tienes cosas que conocer. La rara eres
tú aquí —dijo sonriente, pero tenía razón.
—Sí, como digas. ¿Sabes? Siempre me pregunté a
dónde se iban los animales cuando morían. Y ahora…

37
Juan Manuel Cano E.

— ¡Alto! —de repente gritó Copy.


Nos detuvimos de inmediato, “ese borrego está loco”
pensé.
— ¿Qué pasa Copy? —dijo Sparky.
—Hemos llegado —dijo victorioso.
Frente a nuestros ojos bajo la colina se encontraba el
Pueblo Tortuga, mis ojos brillaban al ver aquel paisaje
tan bello… ¡Por fin habíamos llegado!
El Pueblo Tortuga, era un lugar muy bonito, en el ca-
minaban tortugas de todo tipo, grandes, pequeñas,
viejas y jóvenes. Había casas con techos en forma de
caparazón y al final del pueblo una playa hermosa con
agua totalmente cristalina…
—Ali, despierta —interrumpió Sparky mi pensa-
miento.
Por fin comenzaba a gustarme ese mundo y Sparky lo
arruinó.
—Veo que no eres tan mala después de todo, ja, ja —
susurró mientras me guiñaba un ojo.
— ¡Cállate! Vamos —caminé apresurada y detrás de
mí, Sparky y Copy.
Nos adentramos en el pueblo. Copy buscaba a un viejo
amigo, el Viejo Roy.
Copy nos había comentado que, en una travesía, el
Viejo Roy un día le contó que, si lograbas llegar a la
Isla Tortuga, encontrarías la tortuga más vieja de la
historia y su sabiduría era muy amplia, él sabría cómo
derrotar al ser oscuro. El problema es que no sabía-
mos dónde encontrar aquella isla, solo el Viejo Roy lo
sabía. Así que nos dimos a la tarea de buscarlo. No
perdimos tiempo y comenzamos a preguntar por él.
Una vieja tortuga que había trabajado con el Viejo Roy
en la construcción del puerto, nos dijo donde podría-
mos encontrarlo. En el trascurso del camino, todos

38
Huellas al cielo

nos saludaban y me llenaban de arreglos florales, era


muy popular, insisto, comenzaba a gustarme estar en
ese mundo. En fin… como era de esperarse, fue en el
puerto de aquel pueblo donde encontramos al Viejo
Roy.
— ¡Viejo amigo! ¿Cómo estás? Tanto tiempo sin ver-
nos—exclamó Copy muy contento.
— Así es, ya son como nueve años desde la última vez,
bueno es nada comparado con los mil que viví con los
humanos ja, ja.
¿Mil años? Vaya que sí era demasiado tiempo.
— ¡Ja! —Reí en tono de burla—
Estaba sorprendida, no pensé que las tortugas vivie-
ran tanto, y Copy, se veía muy joven, los borregos vi-
ven de diez a doce años según yo, le calculaba unos 7
años.
Sé lo que piensas, ¿cómo es qué sabe este dato? Bueno
el hecho que no me gusten los animales no quiere de-
cir que no sepa nada sobre ellos. Lo leí alguna vez en
un libro.
— En este mundo cuando llegas, te quedas en la edad
en que moriste. —dijo muy serio y murmurando
Sparky.
— ¿Entonces cuántos años tienes tú? —pregunté intri-
gada.
— ¿Yo? diecisiete en este mundo y uno en la tierra —
afirmo Sparky.
—Vaya que cada vez esto es más raro. —ahora enten-
día el por qué Princesa se veía tan joven teniendo
ochocientos años.
Sí, era muy raro, yo haciéndome pequeña, los anima-
les hablando y todo en general era rarísimo.
— Y, ¿qué les trae por aquí viejo amigo? —preguntó
Roy.

39
Juan Manuel Cano E.

— Es el momento, la hora de la profecía se ha cum-


plido. La humana está aquí. —expresó Copy de ma-
nera exagerada.
— ¿Pero, será posible? — también exagerado Roy,
eran igualitos, se entendían muy bien. —En el pueblo
no dejan de hablar de ello. Supongo que la niña que
les acompaña es la elegida. Ya veo que así es, bienve-
nida sea, señorita.
Me sentía apenada, no sabía si realmente era quien
aseguraban todos que era. La verdad es que seguro los
defraudaría y por alguna extraña razón sentía lástima
por ellos.
— Realmente no sé si sea yo la de la profecía…
— No se angustie, señorita —interrumpió Roy —eso lo
sabremos pronto, las pruebas que tendrá que pasar,
no serán nada fáciles —expresó con una voz sombría.
Era un absurdo intento por espantarme, pero Copy es-
taba convencido que lo había logrado.
— No espantes a la niña Roy —susurraba burlón en el
oído de éste.
— Supongo que vienes a preguntarme, sobre… ¡La Isla
Tortuga! — otra vez hacía esa voz tétrica.
Él pensaba que daba miedo, pero en verdad daba más
risa.
— Así es señor Roy, ¿qué información puede darnos?
Y no exagere—asentó Sparky.
— Y esta rata… ¿De dónde salió? —dijo Roy.
— No soy ninguna rata. —Contestó enojado Sparky —
Mi nombre es Sparky y, soy un perro.
— Bueno, jamás había visto un perro tan raro—dijo
Roy.

40
Huellas al cielo

— Lo sé, los chihuahuas tenemos menos de mil años


de historia y tú eres más viejo que eso, así que es pro-
bable que no hayas visto nunca un perro de mi raza. —
declaró Sparky.
—Eso explica porqué jamás había visto un perro como
tú —contestó Roy —una disculpa amigo greñudo.
— Sparky, soy Sparky —contestó fastidiado.
— Como les decía, será un camino muy difícil, tendrán
que soportar vientos fuertes y probarán la furia del
mar. Tendrán que luchar con enormes bestias mari-
nas no hay garantía de retorno. Es un viaje que no se
le desea a nadie—nuevamente volvía a exagerar Roy.
Por la forma en que lo decía parecía que sería nuestra
muerte garantizada, yo no me arriesgaría tanto, así
que hice la pregunta más inteligente.
— Y… ¿Hay alguna otra forma de llegar? —pregunté
irónicamente.
— Ummm, ¡claro! Por una cama de paja de las de
Copy, yo podría llevarlos por el camino seguro.
Ya decía yo que solo exageraba en todo, qué se podía
esperar de una tortuga anciana y amiga de un borrego
loco como Copy.
— Ja, ja, ja, no cambias amigo Roy, bien, te daré la
cama. —dijo Copy risueño.
Bueno, después de conocer al Viejo Roy, Copy ya no
me parecía tan loco.

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Juan Manuel Cano E.

42
Huellas al cielo

Sexta huella

Llegó el momento en que iniciaríamos el viaje, sería


una gran travesía por el mar. Sparky y yo estábamos
listos para zarpar a excepción del Viejo Roy que seguía
dormido y Copy, que trataba de despertarlo. El Viejo
Roy no había cerrado el ojo en toda la noche y todo
por festejar el viaje que emprenderíamos, acostum-
braba hacerlo antes de iniciar un viaje. Ese día el clima
no estaba de nuestro lado, el cielo se ponía gris y pa-
recía que una tormenta llegaría pronto.
Habíamos esperado tanto para iniciar el viaje que no
podíamos detenernos, además con el Viejo Roy de
nuestro guía, no había porque temer, bueno eso pen-
sábamos. Así que decidimos dejar descansar un poco
más al Viejo Roy y adelantarnos para abordar el barco.
— Copy avisa al Viejo Roy que ya estamos listos para
comenzar el viaje, ¡date prisa! —impaciente por ini-
ciar el viaje, decía Sparky.
— ¡Enseguida, querido amigo! —Dijo Copy entusias-
mado—Dudo que quiera levantarse, pero lo intentaré,
regreso en un momento —gritó mientras se alejaba.
Un presentimiento malo llenaba mi mente de angus-
tia, pero Sparky se notaba muy decidido en partir, así
que decidí continuar. No podía mostrarle que tenía
miedo.
— Vaya que el clima está empeorando, perro, debería-
mos de llevar paraguas —manifesté con sarcasmo,
mientras miraba el cielo preocupada
—Tal vez deberíamos esperar a que se aleje la tor-
menta. Trataba de no ser evidente, pero sentía mucho
miedo al mar, era una de mis fobias.

43
Juan Manuel Cano E.

— ¡No hay tiempo! Tenemos que zarpar ahora —ex-


presó muy decidido Sparky —No podemos detener-
nos, estamos tan cerca y además no podemos permitir
que el ser oscuro logre su objetivo —decía valeroso.
Sparky estaba muy decidido a continuar, y yo me pre-
guntaba, ¿valía la pena arriesgarme por ellos? No sa-
bía si yo era la elegida como ellos decían, pero era más
el impulso de salir de ese mundo, lo que me motivaba.
— Y ¿qué pasa si yo no soy la elegida? —pregunté in-
genua, pues el miedo me envolvía.
—Sé que lo eres, mi intuición canina no falla—Sparky
lo decía con tal seguridad que ya me lo estaba cre-
yendo.
Eran tantas las ocasiones que me habían dicho eso,
que tal vez no estaban equivocados, digo, tal vez te-
nían razón. Ahora solo me preguntaba… ¿Cuáles se-
rían esas pruebas que tendría que pasar? ¿Podría su-
perarlas? ¿Cómo vencería a ese tal ser oscuro? Y,
¿realmente saldría de ese lugar o tal vez todo era solo
un mal sueño?
De la nada el clima cambió inesperadamente, la luz se
desvanecía, mi presentimiento se estaba haciendo una
realidad, enormes nubes amenazantes se acercaban
rápidamente y de pronto cubrían el cielo hasta dejarlo
totalmente obscuro, en un momento comenzaron a
caer rayos, uno tras otro y sin más… una fuerte lluvia
comenzó a caer enmantando todo. Era la tormenta
más fuerte que había visto en mi vida, el barco se mo-
vía de un lado al otro, era imposible mantenerse en
pie, toda la estructura rechinaba al tambalearse.
—¡Copy! ¡Roy! —Gritaba desesperado Sparky, pero
era en vano.

44
Huellas al cielo

Yo me reclinaba tratando de mantener el equilibrio.


La marea comenzó a subir estrepitosamente y sin dar-
nos cuenta nos arrastraba hacia mar abierto.
Intentábamos, pero no podíamos contener el barco, la
tormenta era tan fuerte que nos alejábamos del puerto
sin poder hacer nada.
— ¡Resiste, Ali, resiste! Después de la tormenta viene
la calma —gritaba desesperado Sparky.
En un instante caí al piso, este era el fin aquí es donde
acabaría todo. Sparky luchaba tratando de sostener la
vela del barco, pues ésta se movía con furia inmensa.
Era una pesadilla, nunca había sentido tanto miedo en
mi vida. De un momento a otro no podía escuchar
nada, había quedado totalmente en shock. Entonces
ahí fue cuando sucedió. Por primera vez, un recuerdo
muy lúcido apareció.

Me encontraba corriendo en un parque, podía verme


como si de una película se tratara, ¡era mi yo de cinco
años!
Todo era lindo, las flores, el clima, podía sentir una
tranquilidad inmensa. Mamá y papá estaban ahí, me
observaban sentados desde una banca, pero… no se
veían contentos.
Jugaba a las atrapadas, pero no lograba ver con
quién. Se sentía todo tan real, me veía alegre y son-
riente, era feliz.
“Estarás siempre conmigo” decía mientras conti-
nuaba jugando.

Mi recuerdo se desvanecía y regresaba de nuevo ahí, a


la tormenta, me encontraba tirada en el piso del barco
y un poco desorientada, pensé que no era el momento

45
Juan Manuel Cano E.

de rendirme, el recuerdo de alguna manera me había


dado fuerzas para continuar. Y así fue, tomé valor y
me levanté del piso como pude, sosteniéndome fuer-
temente del timón. Eran tan feroces el viento y la llu-
via que el barco parecía voltearse, pero no dejaría que
todo terminara ahí. Me agarraba fuertemente al timón
y podía ver como Sparky se aferraba a la vela del
barco.
— ¡Sostente fuerte, no te sueltes, no te sueltes! —me
gritaba Sparky desesperado.
Se veía agotado, pero se empeñaba más fuerte a la
vela. Podía ver en sus ojos la angustia por querer pro-
tegerme, se aseguraba con uñas y dientes literal-
mente. Intentaba acercarse a mí, pero el viento y la
lluvia no se lo permitían. En ese momento una ola
enorme golpeaba con mucha furia el barco. El timón
del cual yo me sostenía se rompió y salí disparada por
la fuerza de la gigantesca ola arrastrándome hacia la
orilla del barco y justo cuando pensé que me saldría,
Sparky me sostuvo de la mano y me arrojó dentro del
barco.
— No dejaré que nada te pase —susurraba, se notaba
cansado pero firme.
Un rayo golpeó la vela, la destrozó por completo y caí-
mos juntos al piso. Nos sujetamos fuertemente de la
mano, parecía que todo estaba perdido. Sparky se sos-
tenía de lo que había quedado de la vela del barco.
Nos mirábamos fijamente, sabíamos que tal vez aquí
terminaría todo y yo me preguntaba: “¿Por qué hace
esto? Si no he hecho más que molestarlo”
Nuestras manos se tensaban cada vez más, si nos sol-
tábamos seguro saldría disparada fuera del barco,
Sparky hacía un enorme esfuerzo para no soltarse,

46
Huellas al cielo

pero solo sería cuestión de tiempo para que no resis-


tiera aquella presión.
De pronto, la tormenta comenzó a cesar, en un ins-
tante el cielo se había despejado y la luz volvió a ilu-
minarnos. Todo volvía a la normalidad, había pasado
el peligro. Estábamos exhaustos, pero felices porque
seguíamos ahí. Poco a poco nos fuimos alejando más
del puerto, hasta llegar al punto de que ya no había
nada, solo mar por todos lados, el ritmo de la marea
bajaba hasta quedar en total tranquilidad. El barco
había quedado casi destruido y estábamos a la deriva,
perdidos.

47
Juan Manuel Cano E.

48
Huellas al cielo

Séptima huella

Llevábamos días naufragando, estábamos totalmente


agotados y el calor era insoportable. No veíamos nada
alrededor, solo nos rodeaba una inmensa masa de
agua y un cielo azul que se perdía en el límite del mar.
La esperanza de encontrar tierra, era de cero, parecía
que no había más.
— Todo fue mi culpa. —dijo Sparky llorando.
Se lamentaba por lo sucedido, se sentía culpable ya
que él fue el que nos animó a zarpar pronto.
— Pero, ¿qué dices? ¡Claro que no! —le dije, tratando
de que se sintiera mejor, pero fue en vano.
— Sí, tendríamos que haber esperado a que la tor-
menta pasara. —insistió Sparky.
— Bueno, viéndolo de ese modo… Sí, la culpa fue
tuya—dije bromeando.
Ahí estaba nuevamente mi sarcasmo. Pensé que eso lo
animaría, pero no hice más que deprimirlo aún más.
—No te creas, no es así Sparky, entiendo que lo haces
por salvar tu mundo. Yo lo hago por salir de aquí—co-
menté apenada. Lo último que le dije fue lo que cam-
bió su semblante.
— ¡Estás equivocada Ali! Realmente no solamente es
mi mundo, también eres tú y tu mundo. No podrían
existir si alguno de los dos desaparece. ¿Lo entiendes?
Él tenía razón, no había pensado en eso, era total-
mente cierto, ninguno de los dos mundos funcionaría
si alguno desapareciera. Ahora él me estaba dando
una lección a mí.
—Sí, lo entiendo, no soy tonta, ja —Solté una pequeña
risa —Solo que no sé, ¿por qué yo sería la elegida?
¿Qué tengo de especial?—Aún no lograba asimilarlo.

49
Juan Manuel Cano E.

— Nada, eso es lo que te hace especial, todos lo somos,


cualquiera puede ser el héroe de su propia historia.
Solo acepta que estas aquí. Tienes que aceptar tu des-
tino y quién eres, cuando lo aceptes, te darás cuenta
del gran valor que tienes y lograrás lo que te propon-
gas—ahora él trataba de animarme a mí.
— Vaya, se oye fácil, ¿verdad? No sé quién soy real-
mente, jamás he realizado nada en mi vida, no tengo
amigos, no tengo a mis padres conmigo, siempre me
he refugiado bajo las sombras y la verdad es que odio
mi trabajo. Soy un desastre —era la primera vez que
abría un poco de mi a alguien, pero sentí la necesidad
de hacerlo y aparte Sparky me hacía sentir esa con-
fianza.
—No pierdas la esperanza, así como la tormenta pasó,
tarde o temprano el sol brillará nuevamente y tu vida
se volverá a llenar de luz—dijo Sparky tratando de
alentarme.
—Vaya que eres raro, hace un momento te habías
dado por vencido —le dije sorprendida.
—Sí, pero tú me has vuelto a dar la fuerza para conti-
nuar… eres mi luz.
— ¡Pero ahora estamos perdidos! No creo que llegue
ese momento que dices, mírame en medio de la nada
en un barco destruido, en un mundo que no conozco,
hablando con un perro; no te ofendas. No veo cómo
esto pueda mejorar—. No lograba entender ¿cómo
creía que algo bueno pasaría? Si nos encontrábamos
perdidos, ¿cómo saldríamos de ese lugar?
Pero Sparky mantuvo su mirada firme, estaba seguro
que algo bueno sucedería.

50
Huellas al cielo

— En estos momentos, Ali, es cuando hay que seguir


luchando, nunca pierdas la esperanza, mientras ten-
gas fe las cosas se solucionarán—. De alguna manera
me había convencido, tal vez no estaba todo perdido.
Tenía razón, pero, ¿cómo es que la fe nos salvaría en
una situación así? Solo un milagro lo haría y entonces
ese milagro sucedió…
En ese instante a lo lejos se escuchó un ruido muy te-
nue que poco a poco se acercaba cada vez más, ese
ruido me era familiar, apenas podía distinguirlo, pero
estaba segura que lo había escuchado en algún otro si-
tio.
— Pero, ¿qué es esto? —me pregunté — ¿oyes eso
Sparky?
— ¡Sí! Lo oigo —dijo Sparky con una sonrisa en su ros-
tro.
Era el ruido más molesto que había escuchado en mi
vida, pero nunca me sentí tan feliz de escucharlo. ¡Sí!
Era el ruido molesto del pájaro Tito, ese tonto pájaro
de la Sra. Mina.
En un momento sonreí, pero de pronto mi rostro se
llenó de tristeza, pues me preguntaba ¿Qué hacía en
ese sitio? Y de la nada comencé a sentir un fuerte dolor
en mi pecho, porque aquella situación solo quería de-
cir una cosa: Tito había muerto.
No sé si lloraba de alegría porque alguien nos había
encontrado o tristeza por saber que Tito había perdido
la vida, eran sentimientos encontrados. Poco a poco se
fue acercando.
— ¡Tenías razón Sparky! —con lágrimas en los ojos
dije.
— ¡Tito! ¡Tito! Eres tú—. Muy contenta le recibí, pues
sabía que él era un pájaro vencejo (alguna vez la Sra.

51
Juan Manuel Cano E.

Mina lo mencionó) y seguro podría ayudarnos a en-


contrar tierra.
— ¡Hola, Ali!— Saludó abordando el barco, o lo que
quedaba de él. Era raro escuchar su voz sin que me
molestara.
— ¡Hola Tito!--
No lo podía creer, ¿cómo es que sabía que estábamos
ahí? Sé que esta especie de pájaros tiene un gran sen-
tido de orientación.
Una vez me contó la Sra. Mina que había perdido a
Tito visitando a su hija y Tito supo cómo regresar a
casa, pero, ¿cómo me encontró?
— ¿Cómo supiste que estábamos aquí? —pregunté
emocionada.
— Poco después de que salieras del reino, llegué yo.
Princesa me contó todo y me dediqué a buscarlos, des-
pués un borrego loco y una vieja tortuga me mandaron
para acá. ¿Veo que están en problemas? Y no mentían
cuando dijeron que eras muy pequeña. No te preocu-
pes yo buscaré tierra por ti.
Después de todo Copy y el Viejo Roy no estaban tan
locos y tenían idea de dónde estábamos.
—Gracias Tito, me siento muy apenada contigo y muy
agradecida—no podía decirle que antes lo odiaba, o al
menos no en ese momento.
—Apenada, ¿por qué? Siempre fuiste muy amable con
mi dueña y eso es todo lo que necesito saber.
Tal vez algún día le contaría la verdad, pero en ese mo-
mento no pude con mi culpa y me solté en lágrimas,
nunca fui buena persona con la Sra. Mina, la verdad
solo fingía que me agradaba y menos lo fui con Tito,
incluso tal vez yo pude haberlo salvado si hubiera
puesto más atención.
— Gracias Tito—expresé muy agradecida.

52
Huellas al cielo

Sparky no entendía bien lo que pasaba, pero al igual


que yo, también le dio las gracias a Tito.
Estábamos salvados, Tito nos guió por días, navega-
mos sin parar en busca de la tan anhelada tierra. En el
camino platicamos muchas cosas, Sparky y Tito se hi-
cieron grandes amigos y por mi parte, estaba más
cerca de salir de ese lugar.

53
Juan Manuel Cano E.

54
Huellas al cielo

Octava huella

Después de que Tito nos ayudara, llegamos a Isla Tor-


tuga, como su nombre lo decía, era una isla cubierta
de una roca gigantesca en forma de caparazón de la
cual solo podían verse cuevas pequeñas en la parte de
abajo. En un principio dudé un poco ya que era tene-
brosa y oscura, pero nuevamente Sparky me inspiraba
confianza con el simple hecho de una mirada, estába-
mos dispuestos a enfrentar lo que viniera. No perdi-
mos tiempo y nos adentramos en la enorme roca.
Había túneles interminables de riachuelos, teníamos
que elegir bien, no sabíamos qué pasaría si nos equi-
vocáramos de camino. Solo contábamos con nuestra
intuición. Tito, esta vez no podía ayudarnos.
—Parece que estos túneles no tienen fin y hay bastan-
tes, no sabremos cuál es el indicado—exclamó Sparky.
— Tenemos que elegir, alguno nos llevará por el ca-
mino correcto—contesté.
Después de lo que habíamos pasado estaba más con-
vencida que nada podría detenernos, menos una in-
significancia como esa.
—Tienes razón —dijo Sparky con entusiasmo.
El semblante de Sparky cambió y al parecer el mío
también, estábamos decididos a llegar hasta el final.
Decidimos adéntranos por los túneles sin pensarlo
tanto, así que elegimos uno de ellos al azar, la co-
rriente era muy fuerte, nos jaló y arrastró. ¡Era increí-
ble! Pasábamos de uno a otro, no parecía tener fin, se
sentía miedo, pero a la vez una gran adrenalina lle-
naba mi cuerpo de emoción. Hasta que llegamos a una
especie de tobogán que terminaba en el centro de la
isla, dimos un giro y de pronto ya estábamos en el
piso.

55
Juan Manuel Cano E.

— ¡Guau!—Me sentía muy emocionada, alguna vez me


subí a un juego de feria, pero nada parecido a lo que
vivimos; aunque Sparky no opinaba lo mismo, tenía
los pelos de punta. Y Tito… para Tito era como un pa-
seo por el parque.
—Prométeme que no lo volveremos a hacer—dijo
Sparky mientras temblaba.
—Ja, ja. ¡Claro! Pensé que eras más valiente —Le dije
burlándome.
Descendimos de lo que quedaba del barco, el lugar es-
taba cubierto por aquella roca en forma de caparazón,
pero de alguna manera se veía claramente todo. De la
misma manera como cuando llegué a ese mundo, todo
se iluminaba como si hubiera un sol dentro, el centro
de la roca era hueco, era como un domo y dentro de
ella una especie de selva. No encontrábamos explica-
ción, como casi todo en ese mundo, pero decidimos
continuar.
— Parece que hemos llegado —dijo Sparky.
— ¡Gracias, Tito! desde aquí caminaremos, puedes re-
gresar e informar a Princesa y a los demás que esta-
mos bien — me dirigí a Tito.
— ¿Están seguros?—preguntó.
— Así es. Ya has ayudado mucho, no te preocupes, no-
sotros nos haremos cargo.
Pensé que Tito tal vez necesitaba un descanso. Des-
pués de haber buscado por largo tiempo y encontrar-
nos, lo tenía más que merecido.
— Muy bien, amigos, eso haré. Cuídense, nos veremos
pronto —manifestó Tito y se alejó perdiéndose entre
los túneles.
Tito se había ido y nosotros nos adentramos en aque-
lla selva. Teníamos que encontrar a esa tortuga sabia.

56
Huellas al cielo

— Y bien ¿Qué piensas de este ser que lo sabe todo,


Sparky?
— Bueno, la verdad no sé nada sobre él, pero al pare-
cer por lo que dijo el Viejo Roy, es muy sabio— con-
testó mientras seguíamos avanzando.
— Y tomando en cuenta que tuvo razón con lo de la
tormenta, dudo que se equivoque —me reí un poco.
— Eso no es gracioso, casi morimos; otra vez, pero tie-
nes razón. —dijo Sparky sonriente.
Algo no estaba bien, la selva se tornaba muy tranquila,
no había ruidos, ninguna señal de vida, era muy ex-
traño.
— No sé tú Ali, pero no creo que esto sea normal, está
todo demasiado tranquilo—Sparky olfateaba y cami-
naba cuidadosamente.
— Vamos, no creo que nos estén vigilando unos aborí-
genes y nos quieran tomar como ofrenda para su
dios— me sentía igual de nerviosa que él, pero quise
tranquilizar las cosas, sería lo último que hubiese que-
rido encontrar.
— ¡Caníbales!—gritó Sparky.
De la nada salieron por todos lados una especie de ca-
zadores enmascarados, nos rodearon y nos acorrala-
ron.
— Tienes voz de profeta Ali—dijo Sparky muy in-
quieto.
Nos apuntaban con sus filosas lanzas, era imposible
tratar de escapar; seguro no llegaríamos a ningún lado
y más, porque no sabíamos dónde estábamos. No tu-
vimos más opción que rendirnos.
Los enmascarados abrieron paso y de entre todos salió
uno que era mucho más grande que los demás.
— Seguro ese es el líder. —dijo Sparky asustado susu-
rrando.

57
Juan Manuel Cano E.

— Vaya, vaya, pero miren nada más que tenemos aquí.


¿Quiénes son y qué hacen aquí? —preguntó enfadado.
— Hola, señor, mi nombre es Sparky y ella es Ali, es-
tamos buscando al sabio de la isla, —temblando de
miedo, dijo Sparky mientras el jefe acercaba su horri-
ble máscara a nosotros.
Secreteaban entre ellos y nos miraban de una forma
extraña pero no dejaban de apuntarnos con sus lan-
zas.
— Aquí no se permite la entrada a extraños, ¡llevémos-
los! —exclamó el líder.
Nos tomaron y entre todos nos ataron, mientras grita-
ban y bailaban, nos llevaron prisioneros.
—Pero, ¿qué pasa Sparky?— le dije espantada.
—No sé, Ali, la verdad nunca había escuchado de estos
seres.
Llegamos a una especie de tribu indígena, era un lugar
enorme y había demasiados enmascarados por todos
lados. Parecía un grupo de caníbales o, mejor dicho
¡eso eran! Al parecer, hacían eso con todos los extra-
ños que llegaban a su isla ya que tenían todo prepa-
rado. Realizaban un tipo de ritual raro y estoy segura
que éramos los invitados de honor y no como lo ima-
ginas, me refiero al plato fuerte.
— Espero que no seamos de su agrado Sparky, ¿qué
tal sabes? —trataba de hacer la situación más amena.
— Ali, no creo que sea buen momento para hacer bro-
mas —Sparky hablaba en serio.
—Sí, claro, creo que no es el momento—contesté ape-
nada.
Las máscaras que usaban eran enormes y sucias, ta-
paban totalmente su rostro y llegaban casi hasta el
piso, se podía ver que eran animales de distintas razas,
ya que eran de distintos tamaños. Tenían grandes

58
Huellas al cielo

máscaras y a algunos de ellos se les lograba ver sus ex-


tremidades.
Los bailes y los gritos continuaron por horas, después
de largo tiempo nos amarraron en la punta de unos
polines enormes y bajo nosotros colocaron un cazo
con leña. Sí, ahí confirmé que éramos la cena, pensaba
que ahora sí, seríamos eliminados y devorados por es-
tos animales.
Una vez más nos encontrábamos en peligro y esta vez
no habría nadie para ayudarnos, nos tenían atados a
esos enormes polines, mientras los enmascarados se-
guían bailando haciendo una clase de ritual, nos con-
sideraban como una ofrenda o algo así.
— Creo que ya no habrá salida—dijo Sparky preocu-
pado.
— No digas tonterías —le dije regañándolo —si tú me
has enseñado a seguir adelante, no podemos rendir-
nos ahora, tenemos que encontrar la forma de liberar-
nos.
— Pero, ¿cómo lo haremos? Nos tienen rodeados y es-
tamos atados. —dijo Sparky, mientras los enmascara-
dos seguían bailando en círculo a nuestro alrededor.
— No sé por qué, pero estoy segura que algo sucederá
que nos liberará. —le dije muy positiva.
— ¡Sí, claro, tienes razón! Después de todo, ahora es-
toy convencido que eres tú la elegida. —expresó con
entusiasmo.
Aunque me sentía algo segura, muy en el fondo me
daba miedo la situación y me preguntaba: ¿es así
como voy a terminar? ¿Devorada por animales? Pero
no podía rendirme, Sparky había puesto toda su con-
fianza en mí, así que tenía que pensar cómo salir de
ahí.

59
Juan Manuel Cano E.

De pronto, las danzas y los gritos se detuvieron, todo


quedó en un instante en completo silencio y entonces,
sonidos de trompetas comenzaban a sonar. Anuncia-
ban la llegada de alguien muy importante y después,
nuevamente el silencio rodeaba el lugar.
— ¡Rey Tortuga, le hemos traído esta ofrenda!—gri-
taba el líder mientras hacía una reverencia hacia la es-
pesa selva.
El silencio total llenó aquel espacio, era un ambiente
tan pesado, todos observábamos con intriga espe-
rando que algo sucediera. Y de pronto sucedió, de en-
tre los árboles, una enorme sombra con la silueta de
una tortuga se descubría lentamente, era tan grande
que hacía que el piso temblara, todos le temían, ya que
su gran tamaño era imponente, pero no era una tor-
tuga ordinaria, aparte de su gran tamaño era una tor-
tuga tan vieja que parecía estar hecha de piedra, real-
mente daba mucho miedo.
—¡Vaya tortuga tan grande! —exclamó Sparky.
— Así es Sparky—le contesté. Sentía un gran miedo,
me quedé totalmente congelada.
—Rey Tortuga, le hemos traído esta ofrenda, ¡tómela!
—Gritó el jefe, levantando las manos ofreciéndonos
como su alimento.
El Rey Tortuga emitió un rugido muy poderoso, se po-
día escuchar hasta los límites de la isla, era tan fuerte
que los mismos enmascarados le temían y espantados
se ocultaban tras las rocas o lo que encontraran cerca.
El Rey Tortuga lentamente se fue acercando hacia no-
sotros, cada paso que daba hacía que el lugar tem-
blara. se abría paso aventando todo cuanto tocara. Rá-
pidamente aquellos enmascarados retrocedían aleján-
dose del peligro que reflejaba aquella bestia, dejándo-

60
Huellas al cielo

nos solos al frente del increíble e imponente mons-


truo. Sentíamos tanto miedo que no podíamos decir
nada, solamente observábamos sorprendidos que-
dando totalmente en shock.
La imponente bestia acercó su enorme rostro amena-
zante hacia nosotros, nos observaba detenidamente y
hacía pequeños gruñidos. Seguro pensaba la manera
en que nos comería o si tendríamos un buen sabor.
Todos aguardaban en silencio, esperando el momento
en que nos devoraría.
— Pero, ¡si eres tú!—dijo la enorme tortuga con una
voz muy grave.
Me quedé pasmada pues no sabía que contestar.
— Ummm… Ssssí—dije temblando— claro que soy yo.
Tenía que seguirle el juego, tal vez eso nos salvaría.
Además, pensé que él también sabría de la leyenda del
humano, así que fingí ser yo. Sparky se dio cuenta de
lo que trataba de hacer.
—Sí, sí es ella —dijo.
La gran bestia se alejó un poco, después nos cerró un
ojo y se quedó quieta por unos segundos, en ese mo-
mento su cráneo se levantó emanando una gran nube
de humo y dejando sorprendidos a todos.
— ¡No puedo creerlo, pero sí eres tú, Ali!—salió una
voz del cráneo.
Ahora, su voz era tan aguda como la de un niño. La
mitad de la cabeza de la enorme bestia cayó al piso. De
la nube de humo surgió una pequeña tortuga, ¡era mu-
cho más pequeña que Sparky! Nos quedamos total-
mente asombrados.
— ¿Nos conocemos?— pregunté a la pequeña tortuga.
Los enmascarados quedaron totalmente sorprendidos
al ver que El Rey Tortuga no era más que una pequeña

61
Juan Manuel Cano E.

tortuga, comenzaron a gritar y alborotarse, pues esta-


ban totalmente enfadados.
— Te lo diré más tarde, pero por ahora ¡tenemos que
salir de aquí! —dijo la tortuga pequeña mientras cor-
taba las sogas que nos ataban.
—¡Atrápenlos!—gritó enfadadísimo el jefe de la tribu.
Salimos corriendo de ese lugar, nos persiguieron por
largo tiempo, pero la pequeña tortuga era muy astuta
y conocía muy bien el lugar, así que logramos perder-
los.
Encontramos una pequeña cueva donde pudimos
ocultarnos y ahí esperamos por varias horas, hasta
que se alejaran lo más posible.
—Bien, parece que los hemos perdido, podemos salir
—dijo la pequeña tortuga.
Salimos de la obscura cueva.
—Muy bien ahora sí dime ¿Cómo es que sabes mi
nombre?—le pregunté confusa.
— En serio, ¿no me recuerdas?—preguntó angus-
tiado—. Soy yo, Raphael.
— ¿Raphael? No recuerdo a nadie con ese nombre —
trataba de recordar quién era.
—Jamás pensé que serías tú la elegida — dijo
— ¿De qué hablas? ¿Quién eres? —estaba perdiendo la
paciencia, me desesperaba el hecho de no poder recor-
darlo.
—Veo que sí, ya me olvidaste—exclamó agachando la
cabeza y frunciendo los hombros.
Así que lo observé detenidamente, me esforzaba por
acomodar mis ideas, ¿Cómo esta pequeña tortuga me
conocía? Y entonces ahí sucedió otra vez. Volvía nue-
vamente a mis recuerdos lúcidos. Pero esta vez era
más grande, como de seis años.

62
Huellas al cielo

Mi madre me llevaba de la mano, entrábamos a un


sitio lleno de pececitos, era el acuario más grande que
había visto en mi vida y entonces ahí estaba:
—Hola, tortuguita, eres muy bonita. —Dije mientras
acariciaba su pequeña cabeza con mi dedo— Te lla-
maré Raphael.
La sostuve en mis manos, era una tortuga muy pe-
queña, mi mano se veía enorme en comparación de
ella.
—Bueno parece que ya has elegido—me dijo mi ma-
dre.
—Sí, mamá, quiero ésta —le contesté deseando lle-
varla a casa. Volví a sentir esa sensación de felicidad.
—Pues no se diga más, adoptaremos la tortuga. —
confirmó mamá.
El recuerdo se desvanecía y regresaba con Raphael y
Sparky. Me encontraba nuevamente tirada en el piso.
— ¡Ali, Ali, despierta!—dijo Raphael sacudiéndome.
Aturdida me levanté, había pasado de nuevo otra vez,
esos recuerdos tan lúcidos. Inmediatamente reconocí
a Raphael, él era la tortuga que mi madre me había
regalado cuando yo tenía apenas seis años.
— ¡Raphael! Ya te recuerdo —me sentía emocionada
de volver a verle. Le abracé fuertemente.
— ¡Sí! Soy yo, nunca pensé que volvería a verte, Ali—
dijo Raphael con mucho sentimiento.
Aquel encuentro había hecho que recordara esa parte
de mi infancia, recordé a mis padres y a Raphael. Era
una de esas partes de mi vida que había olvidado to-
talmente.
—Dime, ¿qué hacías en el papel de esa enorme bestia?
—pregunté curiosa a Raphael.

63
Juan Manuel Cano E.

—Bueno, es una larga historia, después de lo suce-


dido,tú sabes, cuándo morí, hace dieciséis años. Lle-
gué a este lugar muy confundido, decidí explorarlo,
pero quedé atrapado en esta isla. Para protegerme de
la tribu, tuve que crear ese enorme traje de tortuga y
hacerles creer que era un ser poderoso. Después me
llegaron los rumores de la existencia de la humana
que salvaría el reino, así que decidí esperar aquí, era
más seguro ya que el ser obscuro jamás se acercaría a
este sitio. La verdad estoy muy sorprendido al verte,
jamás imaginé que serías tú la humana de la leyenda.
—Bueno, es una gran sorpresa, tampoco tenía idea de
que algún día estaría en este lugar. La verdad no sé si
sea yo quien dicen que soy, pero no importa, me alegra
haberte encontrado.
—Solo tengo una duda, ¿cómo es qué sigues tan pe-
queña? Sí ha pasado bastante tiempo Ali.
—Ja, ja, ja, ni yo lo sé, mi edad real es de veintidós
años, solo que cuando llegué sucedió algo extraño y
regresé a esta edad—realmente estaba totalmente
confundida.
—Bueno, lo que en verdad importa es que estas aquí.
Y a todo esto, ¿qué hacen por acá?
— ¡Se me olvidaba! Él es mi amigo Sparky—con todo
lo que había sucedido olvidé a Sparky.
—Hola, pensé que ya te habías olvidado de mí—dijo
Sparky, parecía que me leía la mente.
—Hola Sparky, pero que nombre tan raro —le dijo
Raphael, burlándose.
—Pues el tuyo no es muy común que digamos ¡eh! ade-
más yo no lo elegí, me lo puso mi amigo humano—
cruzando los brazos, y como siempre molesto, dijo
Sparky.

64
Huellas al cielo

¡Ja, ja, ja! Sentí felicidad en mi corazón, ¿Cómo pude


haber olvidado lo lindo que podía ser la compañía de
los animalitos?
—Basta de presentaciones, ¿sabes dónde podemos en-
contrar, al sabio de la isla? —preguntó Sparky.
— ¿Me hablas a mí? Lo estás viendo en persona —
afirmó Raphael
Nuevamente nos volvió a sorprender, no podíamos
creer lo que nos decía, él no podía ser ese ser tan sabio.
—Pero si nos dijeron que el sabio era un ser de ¡mil
años!—Intrigada, me dirigí a Raphael
—Bueno, eso fue algo que también tuve que inventar,
tenía que hacer que me creyeran y me temieran, así
que decidí correr el rumor del sabio de los mil años y
creé ese enorme disfraz.
—Entonces… ¡todo es una mentira! Estamos perdi-
dos— desesperado y jalándose los pelos de la cabeza,
decía Sparky.
—Lamento no ser lo que esperaban, pero no se angus-
tien amigos, creo que sí puedo ayudarlos —dijo Rap-
hael apenado.
— ¿En serio puedes hacerlo? ¿Cómo? —le pregunté.
—En el tiempo que estuve aquí, hubo un ser que fue
capturado por la tribu y al igual que ustedes me lo die-
ron en ofrenda. Yo, por supuesto, lo liberé. Pasamos
varios días platicando, me contó tantas historias y una
de ellas fue sobre una puerta que se encuentra debajo
del pueblo de los gatos.
La leyenda cuenta que, quien logré llegar a esa puerta,
podrá pasar al mundo de los humanos, Debo advertir-
les que ese lugar está custodiado por los seres oscuros.
— ¿Tú nos dirás como llegar ahí?—preguntó Sparky.
—La verdad… no —contestó Raphael

65
Juan Manuel Cano E.

—Pero, ¿qué dices? Entonces, ¿cómo nos ayudarás? —


Dijo exaltado Sparky
—Tranquilo amigo, no sé cómo llegar a ese lugar, pero
conozco a alguien que sí y no solo eso, él nos ayudará
a pelear y también nos dará armas.
—Entonces, ¿pelearás con nosotros?—pregunté emo-
cionada.
—Así es Allison, ahora que sé que tú eres la elegida, no
tengo miedo a enfrentar lo que sea y estoy seguro que
venceremos—dijo valeroso Raphael.
— Bien, entonces llévanos con él—dije con entu-
siasmo.
— ¿Dónde lo encontraremos?—preguntó Sparky.
—En la Villa del ratón —contestó Raphael.
—Entonces ahí es donde iremos—confirmó Sparky.
—Ahora solo falta ver cómo saldremos de aquí— dije
preocupada.
—No te preocupes Ali, soy un experto en construir co-
sas, eso déjenmelo a mí —confirmó Raphael.

Recordé que Raphael era una tortuga muy inteligente;


cuando vivía en su pecera él buscaba la manera de al-
canzar su comida y se ingeniaba para lograrlo arras-
trando las piedras para llegar a ella.
Estaba segura que todo saldría bien, con la compañía
de estos grandes amigos, nada podría salir mal.

66
Huellas al cielo

Novena huella

No podíamos esperar más, pusimos manos a la obra y


ayudamos a Raphael a construir un barco en el cual
viajaríamos a la Villa del ratón.
Fue un largo viaje el que hicimos, pero gracias a Rap-
hael, no fue nada complicado.
Por fin estábamos cerca de llegar al Pueblo de los ga-
tos y tal como lo planeamos, pasaríamos a la Villa del
ratón para hablar con el amigo de Raphael y así poder
prepararnos, no podíamos llegar desarmados. El ejér-
cito del ser oscuro nos estaría esperando, después de
todo él también sabía sobre la profecía.
El Viejo Roy no se equivocaba nuevamente, Raphael
era una tortuga muy lista y su conocimiento nos fue
muy útil.
Al llegar a la Villa del ratón pudimos notar que los roe-
dores ya preparaban sus tropas para enfrentar al ser
oscuro. Esta vez no tendríamos problema alguno,
Raphael era bienvenido. Así que llegamos hasta una
casa que se encontraba bajo tierra, donde Raphael en-
contraría a un viejo amigo.
—Buenos días, ¿cómo está usted, general? —dijo Rap-
hael, haciendo reverencia.
— ¡Raphael! Pero, qué sorpresa. ¿Qué haces por estos
rumbos? Por fin decidiste dejar esa vida en la isla ja,
ja. No me digas que te atraparon ja, ja—el general
Mous -a pesar de su físico grande y valeroso-, parecía
ser un ratón muy amigable.
— No me digas general, solo dime Mous.
—Ja, ja, ja, está bien, Mous. Decidí salir de ahí por mi
cuenta, con algunos problemillas, pero nada que no
pudiéramos solucionar.

67
Juan Manuel Cano E.

—Ja, ja, eres una tortuga muy astuta—dijo el General


Mous.
—Así es, por cierto, quiero presentarte a unos amigos,
él es Sparky y ella Ali la humana de la profecía—Mous
estaba feliz de verme.
—Ja, ja, ja. Pero mira nada más, ¡qué sorpresa tan
grande! Hoy estoy de suerte, vuelvo a ver a mi mejor
amigo y resulta que la humana de la profecía viene con
él—aun con más felicidad dijo el General Mous—con-
tigo a nuestro lado seguro venceremos al ser oscuro.
—Buenos días, general —saludó Sparky
—¿Quién es este amigo greñudo? —preguntó el Gene-
ral Mous.
—Sparky, me llamo Sparky—dijo alterado.
—Ja, ja, parece que es un poco temperamental este
amiguito—dijo el General Mous— guarda tus energías
para la batalla ja, ja. ¿Supongo que fuiste amigo de Alli
en vida?
—No, la verdad es que nos conocimos cuando ella
llegó a nuestro mundo —confirmó Sparky
—Vaya, pues parece que son amigos de muchos años
ja, ja—exclamó el General Mous.
Sonreí a Sparky y él hizo lo mismo.
—Muy bien, entonces, ahora son nuestros invitados de
honor, pónganse cómodos haremos una fiesta para
celebrar este encuentro —con mucho entusiasmo de-
cretó Mous.
La fiesta fue increíble, nos divertimos mucho, me sen-
tía como si fuera mi fiesta de cumpleaños, una fiesta
que ya hacía mucho tiempo no tenía. Todos cantaban
y bailaban, ¡era increíble! Pero había algo que no me
gustaba, Sparky estaba muy triste, no sabía la razón
del ¿por qué? Así que me propuse hablar con él.

68
Huellas al cielo

— ¿Qué pasa Sparky? Te noto muy serio, parece que


no te estás divirtiendo, sé que algo te pasa, puedes de-
círmelo —le pregunté muy preocupada.
—No pasa nada Ali, diviértete— dijo triste.
—Claro que no, sé que algo tienes, dímelo, por favor.
Sparky clavó su mirada al piso y su mirada se tornó
aún más triste.
—Está bien, es solo que, en todo este tiempo desde que
llegué, no supe de mi vida pasada, lo único que re-
cuerdo es que tuve un amigo humano, pero no lo re-
cuerdo.
—Eso es muy triste, pero… ¿Por qué? ¿Qué fue lo que
te pasó? —pregunté.
—No lo sé, solo lo olvide, es como ser huérfano, sé que
hubo alguien, pero no sé quién.
—Lamento escuchar eso. Tal vez hayas olvidado tu pa-
sado, pero no estás solo, ahora yo siempre seré tu
amiga —le dije tratando de consolarlo.
—Gracias Ali
De alguna manera lo que le dije calmó su ansiedad, se
recostó sobre mis piernas y ese día pasamos toda la
tarde observando el cielo hasta quedarnos dormidos.
Todo estaba listo, los ratones estaban armados hasta
los dientes, teníamos la seguridad de que vencería-
mos. Había llegado el día en que nos enfrentaríamos
al ejército del ser oscuro. Estábamos reunidos en las
afueras de la Villa del ratón. El General Mous se posó
frente a todos y dijo unas palabras.
—¡Atención todos! Hemos descubierto que el ser os-
curo ha tomado el pueblo de nuestros amigos los ga-
tos, tendremos que llegar a la puerta mágica y así po-
der enfrentarlo. Por un largo tiempo hemos estado
tras las sombras del ser oscuro, nos ha controlado y

69
Juan Manuel Cano E.

nos ha sometido, pero ahora ese tiempo se ha termi-


nado, lucharemos para traer paz a nuestro mundo y
salvar el de los humanos. hoy tenemos de nuestro lado
a la humana, la profecía será cumplida y venceremos
al mal. Llegó el momento de levantar la voz y luchar,
así que… ¿Quién está conmigo?
Toda la villa apoyaba aquel discurso de Mous, no cabe
duda que era un excelente líder. El plan ya estaba tra-
zado, rodearíamos el Pueblo de los gatos y atacaría-
mos. Rápidamente nos movilizamos para tomar nues-
tras posiciones. Había mucha confianza ya que yo es-
taba con ellos, pero nuevamente me preguntaba.
¿Será que realmente ayudaría? Y de ser así, ¿cómo lo
haría?
Link, el ratón más valiente del ejército del General
Mous, guiaba a todos los soldados, mientras nosotros
tomamos un rumbo diferente, el cual nos llevaría di-
rectamente al mundo de los humanos, por medio de
la puerta mágica, Raphael y Mous nos guiaban.
—Vamos, caminen, no se queden atrás—susurró Rap-
hael.
—Tengo una duda Raphael, ¿cómo es que conociste a
Mous? —preguntó Sparky, yo tenía la misma duda.
— ¿Recuerdan el ser que les conté que me dieron de
ofrenda? Ese era Mous, había naufragado en esa isla y
cuando los aborígenes me lo llevaron, lo oculté, des-
pués le revelé quien era yo y lo liberé.
—Ahora lo entiendo ja, ja…—dijo Sparky
—Yo tengo otra duda… —interrumpí a los dos.
—Dime Ali, ¿cuál es tu duda?—contestó Raphael.
—Bueno… ¿Quiénes eran esos aborígenes?
Sé que son animales, pero, ¿por qué están ahí y por
qué se comportan de esa manera?

70
Huellas al cielo

—Es muy triste, ellos son animales que fueron criados


para ser convertidos en objetos o comida en el mundo
de los humanos. No tuvieron una vida como la de
Sparky o la mía, que tuvimos la fortuna de ser amados
—dijo Raphael sin saber que Sparky no recordaba a su
amigo humano.
El semblante de Sparky cambiaba nuevamente, volteé
a verlo y le sonreí, tratando de animarlo.
—No te preocupes amigo, te ayudaré a recordar.
—Lo siento—dijo Raphael apenado—no sabía que lo
habías olvidado.
—No se preocupen, estoy bien—contestó Sparky.
Conociendo a Sparky, sabía que estaría bien, era
fuerte, pero como todos, a veces nos doblegamos un
poco.
—Sí, como les decía, a pesar de su comportamiento,
eran animales que solo buscaban algo o alguien a
quien seguir, realmente no son tan malos, solo están
perdidos. —confirmo Mous.
—Siento pena por ellos—dije, y realmente sentía pena.
Seguimos caminando y cada vez estábamos más cerca
de nuestro objetivo, me podía dar cuenta de ello por-
que el ambiente cambiaba y era horrible, como aquel
día en el bosque. Pero todos estábamos decididos a
continuar, no había marcha atrás.
— ¿Lo hueles Ali? Es ese olor horrible otra vez—decía
Sparky mientras olfateaba el suelo.
—Sí, es el mismo olor que en el bosque.
De un momento a otro todo se tornó oscuro, el olor
era insoportable y el silencio era amenazante. Todos
nos quedamos quietos y estábamos a la defensiva, algo
no estaba bien.
— ¡Quietos! Hay algo muy extraño —exclamó el Gene-
ral Mous y se detuvo.

71
Juan Manuel Cano E.

Olfateaba por todos lados, no se veía señal del


enemigo, pero se sentían muy cerca. Fue entonces
cuando la tierra comenzó a temblar y en solo segundos
estábamos rodeados por enormes topos que salían del
suelo.— ¡Es una trampa!—gritaba Mous.
Sacamos las armas y comenzamos a pelear. ¡Oh, no!
No teníamos oportunidad, estábamos acorralados.
Era aquella una masacre, capturaron a Sparky y pude
ver como sometían a Mous. Raphael peleaba y trataba
de llegar a Mous, pero no podía, eran bastantes los
enemigos que lo sostenían. Mous volteó su mirada ha-
cia mí y sonrió mientras susurraba: “perdimos la ba-
talla hoy, pero ganaremos la guerra”.
En un instante, una lanza atravesaba su pecho y ocu-
rriendo una implosión desaparecía para solo quedar
partículas de luz flotando en el aire.
— ¡Noooo! —gritó entre lágrimas Raphael al ver como
eliminaban a Mous.
¡Era terrible! Perdíamos a un gran amigo y habíamos
sido derrotados, no podíamos hacer nada.
— ¡Corre Ali! —gritaba Sparky mientras lo sostenían
dos grandes cerdos.
No podía dejar a mis amigos, pero era tanta la insis-
tencia de Sparky que decidí hacerlo. Corrí sin parar,
chocaba con arbustos, me tropecé varias veces tra-
tando de perder a mis perseguidores y de pronto pisé
unas hojas. Caía por un interminable agujero, estaba
totalmente obscuro no podía ver nada, más que la
poca luz que entraba de aquel agujero, esta vez me do-
lía todo el cuerpo, poco después me desmayé.

72
Huellas al cielo

Décima huella

Oscuridad, gritos, ruido, era lo que podía escuchar, no


sabía dónde estaba, podía sentir el lodo entre mis de-
dos y por todo mi cuerpo. Ahí estaba ese olor horrible
que aún se percibía.
Me arrastré como pude para intentar llegar a algún
lado, seguían escuchándose gritos y no llegaba a nin-
gún sitio, estaba en ese lugar frío y oscuro, ¿En qué
momento llegué hasta aquí? ¿Por qué hice caso de se-
guir? Quería salir de ahí, quería estar nuevamente en
mi casa, en mi trabajo. ¿Cuánto tiempo pasé ahí?
¿Cómo podría saberlo? De pronto, los gritos cesaron,
ya no había ruido, se escuchaba un silencio total. Me
volví a desmayar y los recuerdos lúcidos llegaban nue-
vamente.
--¿Papá, a dónde van los animalitos cuando se mue-
ren? —era yo en mi infancia hablándole a mi padre.
—Al cielo mi amor y ahí nos esperan —contestaba mi
padre, tenía su mirada triste.
—Entonces… Copy ¿está esperándome en el cielo? —
Le decía llorando— no quiero que este ahí, ¡dile que
regrese!--
Desperté, no entendía lo que estaba pasando, esas vi-
siones, sueños o recuerdos, no sé lo que eran, se repe-
tían cada vez más, todo era demasiado confuso. Me di
cuenta que seguía hundida en ese agujero, me aferré y
con las pocas fuerzas que aún me quedaban, seguí
arrastrándome tratando de encontrar una salida, no
podía quedarme ahí, tenía que salir de alguna manera.
—¡Aquí está! Sigan escarbando—decían voces que
apenas se escuchaban.
¡Trataban de sacarme de ese hoyo! Un alivio inmenso
recorría mi cuerpo, estaba a punto de ser rescatada, a

73
Juan Manuel Cano E.

lo mejor ya todo había acabado, tal vez habían derro-


tado al ejército oscuro. ¡Sí, eso era! Estaba segura de
que así era. Y lo creí más cuando escuché la voz de
Sparky, ¡no solo era su voz! También era la de Copy y
la de Raphael. ¡Ellos estaban ahí, habían ido por mí
para rescatarme!
—Muy, bien ya te tenemos —decía Sparky.
Aún estaba aturdida por el cansancio, además estaba
cegada por la luz que era tan fuerte, veía todo borroso,
pero poco a poco mi vista fue mejorando. Aun podía
sentir ese olor horrible, tal vez era por el tiempo que
pasé en ese agujero. Y luego…
— ¿Qué pasa niña? ¡Vamos, levántate!—dijo Sparky
con una voz poco amigable.
No creía lo que mis ojos veían, me llenaba de miedo y
tristeza. Sparky… ahora era uno de ellos al igual que
todos mis amigos, habían sido consumidos por la mal-
dad.
De pronto una sombra temible y silenciosa se acercó,
no podía distinguirse quién era, pero comencé a sentir
mucho miedo.
—Ser oscuro, aquí está la humana —dijo Sparky diri-
giéndose a aquella sombra.
El ser oscuro era un ser que tenía una presencia suma-
mente pesada, además del miedo que trasmitía, tam-
bién se sentía el odio que llevaba en su interior. Tan
solo tenerlo cerca, hacía que lágrimas de mis ojos bro-
taran porque también trasmitía una tristeza profunda.
—Muy bien, con la humana aquí, ya nada podrá dete-
ner mis planes, llévenla a la celda y después hablaré
con ella—con una voz grave, dijo aquella sombra.
Sparky y los demás me sujetaron y me llevaron con
ellos. Llegamos al sitio donde se resguardaba el ser os-
curo, ya no podía más, me sentía totalmente agotada,

74
Huellas al cielo

me arrastraron por varios pasillos, trataba de hablar-


les, pero no respondían nada. Era inútil ya no eran los
amigos que había conocido. Me encerraron en una
celda en el fondo de un calabozo.
Por varios días, pensé que todo estaba perdido, el frío
y la soledad era lo único que me rodeaba. Ahí donde
me encontraba, únicamente se respiraba humedad,
pues era un lugar muy sucio, todo estaba perdido ya
no tenía más a mis amigos y parecía que sería el final,
volví a desmayarme.
Desperté aún en esa oscura y sucia celda, escuchaba
un pequeño ruido que venía de una de las esquinas de
la celda, en ese momento una misteriosa y pequeña
criatura emergió de la oscuridad total. No podía dis-
tinguirlo bien, se acercó lentamente y con una voz te-
nue susurro…
—Hola, Ali
— ¿Quién eres tú? —le pregunté.
Se acercó más y entonces pude verlo claramente, era
un gato pequeño y muy tierno.
— Hola, me presento, mi nombre es Gato —dijo con
mucha amabilidad.
—Hola, Gato. ¿Cómo es que sabes mi nombre? —pre-
gunté desconcertada.
—Todo el tiempo lo han mencionado en este lugar…
desde que te trajeron.
—Sí, es verdad —contesté
— Además, eres la única humana en este mundo, eres
muy popular.
—Así es, pero creo que se equivocaron de persona.
— ¿Crees que no eres la humana de la profecía?
—La verdad… no creo, mírame aquí. No sé qué espe-
ran que haga, he fallado en todo.

75
Juan Manuel Cano E.

—¿En todo? ¿Qué es todo? Sabes, conozco una forma,


si logras pasar la prueba, seguro la duda saldrá de tu
cabeza.
— ¿Una prueba? ¿Cuál?
—Por largo tiempo hemos estado esperándote, tú tie-
nes la llave para unir ambos mundos, el de los huma-
nos y el nuestro. La pregunta es… ¿La tienes?
—La verdad, no sé de qué hablas, pero dime ¿cómo es
qué puedo saber si soy o no la elegida?
—Muy fácil. No te preocupes, he esperado tu llegada,
así que solo tienes que seguirme.
— ¿Crees que puedas sacarme de aquí?--
—Por eso es que estoy aquí--.
Levantó una pata y, una enorme uña larga y filosa apa-
reció, con ella abrió la celda y nos liberó.
—Vamos, sígueme —dijo mientras salía sigiloso.
Gato, era la única oportunidad que tenía para salir de
aquel lugar, así que decidí seguirlo.
—Gato, ¿sabes quién es el ser oscuro? — se detuvo al
instante, se notaba un poco incómodo.
— ¡Claro!—dijo sonriente y continuó caminando.
— ¿Quién es?—pregunté muy segura y nuevamente se
detuvo.
— ¿Quieres saber?—preguntó.
—Así es, cuéntame—contesté
—Muy bien, te contaré…—continuamos caminando
lentamente por los pasillos— hace cuarenta y dos
años, él llego al mundo de los animales, él era un ani-
mal normal como todos los demás, pero había algo
que lo hacía diferente.
Había sufrido mucho en el mundo de los humanos. El
día que nació fue abandonado por su madre, por largo
tiempo vivió en la calle. Peleaba con otros animales

76
Huellas al cielo

por comida por casa y a pesar de todo eso, logró so-


brevivir. Siempre fue un animal salvaje, la vida que
llevaba lo orilló a eso, pero un día conoció a una niña
que cambió su forma de ver el mundo, no todo parecía
tan malo después de todo. La niña lo recogió y le
brindó un hogar, él era feliz en ese momento, por fin
había encontrado ese amor que tanto le hacía falta,
pero su felicidad no duró tanto, los padres de aquella
niña no dejaron que se quedara en la familia, solo es-
tuvo una temporada con ellos así que lo abandonaron
en la calle.
Una vez más quedó solo, pero esta vez era más difícil
porque ya había conocido que era tener un hogar, una
familia.
Pasaron algunos meses, había sufrido tanto que su es-
tado físico era deplorable y cuando pensó que sería el
fin nuevamente fue recogido, esta vez por un niño que
a escondidas lo metía a su casa, pero las intenciones
de este niño no eran buenas. Su muerte no fue natural
o accidente, fue ¡asesinado! el niño lo metió a un bote
y después lo tapo, asfixiándolo hasta morir.
—¡Eso fue horrible! —contesté.
Gato volteo a verme con desagrado y continuo…
— Cuando llegó a este mundo quiso hacer entender a
todos, que los humanos solo nos utilizan para sus pro-
pios intereses y que no era justa la forma en que nos
trataban, que había que eliminar a todos los humanos,
pero nadie lo apoyó. Al no ser escuchado por nadie
permaneció aislado de todos y con el tiempo el odio
por los humanos creció, desde entonces juró vengarse
destruyendo su mundo.
Su historia me había conmovido, pero al parecer no
era muy diferente a lo que yo había vivido, yo también
odiaba a los humanos.

77
Juan Manuel Cano E.

—Parece que tuvo una vida muy triste, no muy dife-


rente a la mía. También estoy sola, mis padres se ale-
jaron de mí, desde muy pequeña, casi no tengo con-
tacto con ellos y viví con una tía, que no me trataba
nada bien. Cuando tuve la mayoría de edad me fui de
casa, desde entonces he estado sola y bueno aquí es-
toy. Y para colmo, morí atropellada por seguir a un
perro.
—Te equivocas, no moriste—dijo Gato—he investi-
gado mucho sobre la profecía de tu llegada, y ahora tú
te encuentras en un estado de hibernación o como lo
llaman, en coma.
—¡¿Coma?!—pregunté sorprendida.
—En medio del mundo de los humanos y su cielo, se
encuentra el cielo de los animales. Es el lugar donde
ahora estás. Nadie sería capaz de llegar a este lugar,
solo la humana de la profecía. Me sorprende que fue-
ras tú. Pareces muy débil y pequeña.
—Lo sé, es lo que siempre digo—contesté y Gato ron-
roneó.
—Como sea, estas aquí y es lo único que necesito sa-
ber—dijo Gato y continuó hablando—¿Entonces…
también odias a los humanos, como el ser oscuro?
—Antes de llegar aquí odiaba todo y a todos, pero
ahora me doy cuenta que siempre hay un amigo en
cual confiar. Y éste, puede ser un animalito, como tú
que me estas ayudando ahora.
—Sí, tal vez tengas razón, yo no suelo confiar mucho
en nadie—continuó caminando—Por ahora confía en
mí y acabemos de una vez por todas con esto.
—Pero dime, ¿cómo es que conoces tan bien al ser os-
curo? —pregunté intrigada.
Gato se detuvo totalmente, mirando al piso.

78
Huellas al cielo

—Estuve muy cerca del ser oscuro todo el tiempo y le


conozco muy bien…—Dejó de hablar.
—¿Él te hizo daño?—pregunté, pero no contestó.
No quise incomodarlo, además en ese momento mi
preocupación más grande era saber qué haría cuando
lo tuviera de frente nuevamente.
— ¿Crees que pueda vencer al ser obscuro? —le pre-
gunté.
—Bueno… solo hay una manera de averiguarlo.
— ¿Cómo?—le pregunté.
—Hay una puerta que conecta a los dos mundos y si tú
eres la elegida, sabrás cómo abrirla.
—Pero ya te dije que no tengo ninguna llave.
—Pues tendrás que pensar bien porque es la única
forma en que podrás salir de aquí —afirmó Gato
Gato había dicho algo que realmente me dejó pen-
sando, pues él tenía razón. Si la puerta era la única sa-
lida tenía que conseguir esa llave de alguna u otra ma-
nera.
— ¡Gracias! después de todo los gatos no son tan ma-
los —de nuevo estaba ahí mi sarcasmo, pero a Gato no
le dio gracia.
— ¡Vamos! Ya estamos cerca —dijo Gato, un poco mo-
lesto por mi comentario.
El no mentía, después de un rato de andar por aque-
llos pasillos oscuros estábamos frente a la puerta, era
mi oportunidad para salir de una vez de todo ese in-
fierno.
—He aquí la puerta Ali, ¿qué esperas? Ábrela, sé libre
—insistente decía Gato.
En medio de aquella cueva enorme se encontraba la
puerta, era una puerta común y corriente pero oxi-
dada, en ella a su alrededor había varias figuras de

79
Juan Manuel Cano E.

animales grabadas y en el centro de la puerta, huma-


nos igualmente grabados.
—Pero no tengo la llave, además ¿Qué pasará con
Sparky y los demás?
—Solo acércate, no te preocupes, la leyenda cuenta
que, si atraviesas la puerta, el ser oscuro ya no podrá
hacer nada y todo volverá a la normalidad.
Me parecía muy fácil pensar que al cruzar la puerta
todo se arreglaría, pero era mi boleto de salida, ade-
más Gato decía que Sparky y los demás estarían bien.
Así que me acerqué a la puerta. Cuando estiré mi
mano la puerta comenzó a iluminarse, era un resplan-
dor muy fuerte el que iluminaba aquella cueva, la
puerta se fue abriendo lentamente hasta quedar total-
mente abierta. ¡No podía creerlo!
Por fin regresaría a casa y de alguna manera había sal-
vado aquel mundo.
— ¡Lo sabía, tú eres la llave! —gritó Gato.
El ambiente otra vez cambiaba, el olor horrible regre-
saba y Gato se transformaba en el Ser Oscuro, Gato
sabía que yo podría abrir la puerta al mundo de los
humanos, necesitaba que el humano de la leyenda
abriera esa puerta, me había utilizado para cumplir su
propósito.
Sentí un golpe fuerte y salí disparada golpeándome en
unas rocas.
— ¡Eres una tonta! Gracias a ti, ahora podré viajar al
mundo de los humanos y con la ayuda de mi ejército
los destruiré a todos, por fin esos malditos humanos
pagarán por todo.
—Me has engañado, ¡tú eres el ser oscuro! —estaba
sorprendida, no esperaba que eso sucediera.

80
Huellas al cielo

—Así es Ali, gobernaré ambos mundos gracias a ti. Ja-


más tendrás la libertad que quieres, ya que tu mundo
será destruido.
Había caído en sus mentiras, jamás imaginé que en un
ser tan pequeño existiera tanta maldad.
El odio que guardaba Gato era inmenso, estaba dema-
siado dañado por todo lo que le habían hecho.
Parecía que todo estaba perdido, Gato había conse-
guido su propósito, la puerta que conectaba a ambos
mundos había sido abierta.
El ejército de Gato se mantenía oculto entre las som-
bras y al haber sido abierta la puerta, ya estaban pre-
parados para cruzarla.
— ¡Ejército! Llegó el momento, no dejen a ningún hu-
mano vivo, acaben con todo.
Gato dirigió su ejército a la puerta, sería el final de
todo, pero no contaban con que, al intentar cruzar la
puerta, ésta los rechazaba. Gato estaba sorprendido
porque no esperaba que sucediera tal cosa.
—Pero… ¿¡Qué pasa!?—desconcertado se preguntaba.
Fue entonces que me percaté.
La puerta era exclusivamente para humanos, ningún
animal podía cruzarla, los planes de Gato se habían
frustrado, el mundo humano estaba a salvo.
Gato comenzó a gritar desesperado y yo aproveché ese
momento para salir de ese lugar, no perdí tiempo y co-
rrí hacia la puerta, pero Gato alcanzó a darse cuenta.

— ¡Deténganla no dejen que se vaya!


Justo cuando iba a cruzar la puerta, alguien me tomó
del hombro y me giró, pude ver que era Sparky, el
guardia que intentaba detenerme. Me fui de espaldas

81
Juan Manuel Cano E.

y él alcanzó a tomar mi mano. De pronto, nuevamente


estaba en ese recuerdo raro…

Mis padres se encontraban en la banca del parque y


yo jugaba con alguien, pero no lograba distinguirlo.
—Pequeño cachorrito, ¡ven! —era mi yo, de cinco
años.
—Ali, Ali, no te alejes tanto —decía mi madre
Él era muy divertido, brincaba de un lado a otro y
entonces… la imagen se fue haciendo más clara, por
fin veía con quién jugaba… ¡Era Sparky!
Ahora lo recordaba todo, no sé cómo es que pude ol-
vidarlo, Sparky fue mi amigo cuando yo era una niña.
Era inevitable, ya no podía hacer nada al regresar del
recuerdo lúcido… Caía hacia la puerta y nuestras ma-
nos se soltaban, lo miré a los ojos. Sparky había
vuelto, noté que él también me recordaba.

82
Huellas al cielo

Onceava huella

Entre sonidos de aparatos y murmullos, abrí los ojos.


Estaba desconcertada, solo veía un cuarto con paredes
blancas. Después de unos segundos pude ver todo cla-
ramente, me di cuenta que me encontraba en un hos-
pital, al parecer todo había sido solo un sueño, pero se
había sentido tan real…
—Hola, Ali, ya despertaste —se dirigía a mí un señor
con bata blanca, claramente era un doctor, mientras
una enfermera se retiraba de la habitación.
— ¿Qué sucedió? No entiendo que está pasando
¿Dónde está Sparky?
— ¿Sparky? ¿Quién es Sparky? — Parece que el doctor
no entendía de que le hablaba.
—Tranquila, tuviste un accidente Ali. Un camión te
atropelló, estuviste dormida por unas horas, pero pa-
rece que ahora estás bien, afortunadamente eres joven
y tu cuerpo no lo resintió tanto.
—No me haga caso doctor, aún me siento un poco ma-
reada—le dije, al parecer solo había soñado todo.
Intenté levantarme, pero mi cuerpo estaba débil y
maltratado por el accidente.
—Tranquila, recuéstate, te recuperarás pronto.
Efectivamente mis manos y pies temblaban, sentía
mucha debilidad.
En cuanto te sientas mejor, te daremos de alta. Por
cierto, tienes una visita.
— ¿Una visita?—me preguntaba ¿Quién podría visi-
tarme? No había nadie en la ciudad cercano a mí.
Y entonces, lo vi. ¡Era mi padre! Tenía años que no
hablábamos ni siquiera por teléfono. Se acercó a mí.

83
Juan Manuel Cano E.

—Hola pequeña, ¿Cómo te sientes? —no podía


creerlo, me impresionaba mucho el hecho de que es-
tuviera ahí.
—Me retiro, los dejos solos—dijo el doctor y salió de la
habitación.
— ¡Papá! ¿Qué haces aquí? Después de tanto tiempo
y… ¿Ahora te apareces?
—Lo siento tanto hija, lamento haberte abandonado
todo este tiempo, pero eres mi hija Ali, no podría de-
jarte sola en estos momentos. En cuanto me enteré
vine inmediatamente. Sé que nuestra relación no ha
sido buena, pero te amo hija.
—No, papá. Tú no sabes todo lo que he pasado. Ahora
te apareces de la nada y quieres que todo se arregle,
¿así, nada más?
Había pasado tanto tiempo desde que no veía a mi pa-
dre, fueron los cuatro años más largos de mi vida.
—Tienes razón, pero dame la oportunidad de cambiar
las cosas. No quise dejarte sola, pero sabes lo lejos que
estoy y me es imposible venir a verte.
—Pero, ¿qué tan difícil puede ser hacer una llamada?
—le dije enojada.
—Tienes razón, lo lamento tanto, no tengo palabras
para defenderme—contestó, muy arrepentido.
Tal vez tenía que sentir odio por el tiempo que se ha-
bía alejado de mí, pero algo en ese sueño cambio mi
sentir.
— ¿Y, mamá? ¿También está aquí? —le pregunté, aún
con resentimiento.
— Sí, tu madre está en la sala de espera, le pedí que
me dejara verte primero. Ahorita la verás, en cuanto
te permitan salir.

84
Huellas al cielo

A pesar de su divorcio ellos nunca se alejaron del todo.


Mi madre ya tenía una pareja nueva y mi padre des-
pués de haber fracasado en otra relación, vivía solo.
—Bien, quiero ver a mamá. —le dije tratando de levan-
tarme de la camilla en la que me encontraba, aun me
dolían algunas partes del cuerpo, pero quería ver a mi
madre.
—Despacio hija, te ayudaré—se acercó mi padre y me
ayudó a levantarme, pude sentir su arrepentimiento
sincero, realmente estaba ahí para verme.
—Bien papá, llévame con mamá—le dije a mi padre.
El doctor me dio de alta y efectivamente ahí estaba mi
madre, nerviosa y ansiosa de verme, parecía muy
preocupada por lo que me había sucedido, se encon-
traba en la sala de espera. Fue un momento tan emo-
tivo, por alguna extraña razón no podía odiarlos, algo
dentro de mi había cambiado, tal vez era el hecho de
que no quería ser como Gato. Había olvidado el calor
y amor que te brinda una familia.
—Hola, mamá—le dije abrazándola fuertemente.
—¡Hola, mi amor! —dijo sorprendida —en cuanto nos
enteramos, inmediatamente venimos para acá. ¿Estás
bien?
Pude ver la preocupación de mi madre en sus ojos, con
sus manos tibias tocó mi rostro. Sentí una gran tran-
quilidad.
—Si mamá, no se preocupen, dice el doctor que solo
fueron unos pequeños golpes, nada grave.
—Me alegra mucho escuchar eso, pero ¿qué pasó?
¿Qué hacías saliendo de la calle así? —ya habían con-
tado a mis padres lo sucedido en el accidente.
—No sé, perseguía a un perro y luego… Saben, la ver-
dad quisiera llegar a casa. —me sentía muy aturdida
solo quería descansar.

85
Juan Manuel Cano E.

—Bien, no te esfuerces, tranquila te llevaremos a tu


casa— dijo mi padre acercándose a nosotras.
Todo parecía que regresaba a la normalidad, me lleva-
ron a casa, era una sensación increíble, me sentía tan
contenta, después de tanto tiempo volvía a ver a mis
padres unidos, tal vez no de la manera que yo hubiera
querido, pero se notaban muy contentos y platicaban
como dos grandes amigos.
Al llegar a mi casa, mis padres estaban sorprendidos
por lo bien que estaba acomodada siendo indepen-
diente.
—Cuéntanos, ¿cómo te ha ido hija? — dijo mi madre.
—Muy bien—los veía tan felices que no quería arrui-
nar ese momento con quejas absurdas.
—Ya llevo tiempo rentando aquí y las personas del edi-
ficio son muy amables, especialmente la Sra. Mina, la
dueña del edificio, encontré un trabajo aquí cerca.
—Me parece perfecto—dijo, feliz mi padre. Después su
rostro se tornó triste.
—Lamento mucho lo que tuviste que pasar, no debí
abandonarte. En ese momento no supe como sobre-
llevar nuestro divorcio. —dijo mi padre.
—No sabes lo terrible que fue para mí despertar día a
día y darme cuenta que ya no estabas con nosotras—
le conteste molesta.
—Nunca quisimos dejarte, tu padre se fue y yo hice lo
posible para sacarte adelante, pero tenía que trabajar.
No tuve otra opción que dejarte con tu tía. Ahora me
doy cuenta que fue un error—dijo mi madre.
—Sí, y fue muy difícil vivir con mi tía, eran solo rega-
ños y abusos en los quehaceres de la casa. Creo que
merecía una explicación, yo también era parte de esta
familia. Al paso del tiempo los olvide y llegué al punto

86
Huellas al cielo

de no querer verlos. Así que cuando cumplí la mayoría


de edad, solo me fui de casa y comencé una vida sola.
—Estamos arrepentidos por eso— lo decía mi padre
con mucha sinceridad al igual que mi madre— eras
muy pequeña para comprender que tu mamá y yo, ya
no nos queríamos. Y después cuando quisimos recu-
perarte ya eras más grande y parecías muy indepen-
diente.
— ¡Sí, y lo sigo siendo! —contesté orgullosa—pero,
¡Una llamada hubiera cambiado todo! No estuvieron
conmigo cuando más los necesité, pero los amo, no
puedo enojarme con ustedes, son mis padres.
—Realmente lo lamentamos tanto mi amor—dijo mi
madre, y me abrazó fuertemente—Ahora será dife-
rente, ya no te dejaremos, aunque estemos lejos esta-
remos contigo.
—Así es hija, si necesitas algo, solo dinos, ya no estás
sola—confirmó mi padre.
—Gracias, los quiero.
Comprendí que no cambiaría nada, jamás podría
cambiar algo que ya sucedió, el pasado es el pasado,
no podía vivir con el corazón lleno de rencores. Abracé
a mis padres y al fin sentí esa tranquilidad que siem-
pre busqué. Por varios años pensé que la vida era muy
injusta conmigo, pero en ese momento comprendí que
no tenía porque perjudicarme la decisión de mis pa-
dres, no lo entendí cuando era pequeña, yo solo quería
que ellos siguieran juntos. Por fin me liberé de esa pe-
sada piedra que cargué por varios años, tenía que en-
contrar mi propio camino.
¿Habrá sido ese sueño el que cambió mi forma de sen-
tir y pensar? Me preguntaba.

87
Juan Manuel Cano E.

Mi madre se despidió, ya que tenía que viajar y mi pa-


dre lo haría al día siguiente, así que decidió quedarse
esa noche conmigo.
Mientras cenábamos recordé mi sueño y no pude evi-
tar preguntarle a mi padre.
—Oye… Papá, ¿recuerdas si alguna vez tuve un perrito
que se llamaba Sparky?
—La verdad, no lo recuerdo… ¡No, espera! Ahora lo
recuerdo, sí, cuando tenías cinco años lo adoptamos.
Fue en ese tiempo cuando me divorcié de tu madre.
¿Por qué preguntas eso hija?
—Después del accidente tuve un sueño muy raro y
soñé con él— le respondí mientras me llevaba un bo-
cado de comida.
—¿Con quién? —preguntó mi padre.
—Con Sparky—contesté.
— ¡Oh, sí! Era un perro muy lindo, pasabas todo el día
con él.
—Pero… ¿Sabes? Lo sentí tan real. Bueno no importa.
Dime ¿Tú tuviste mascotas?
—¡Claro! Yo creo todos en algún momento hemos te-
nido una, no las recuerdo bien, fueron pocas las que
tuve. Pero, hay una en especial que no olvido.
—¿En serio? Cuéntame—quería escuchar a mi padre.
—¡Sí que me estas sorprendiendo! —muy contento ex-
clamó mi padre.
—Es una historia triste, no me gusta recordarla, pero,
te la contaré. Cuando era niño tus abuelos nunca me
dejaron tener mascotas, decían que era una responsa-
bilidad muy grande. Cada que les pedía una me la ne-
gaban. Pero yo era un niño muy travieso y entonces
logré conseguir una.
Ese día habíamos salido a pasear, yo era muy pe-
queño, pero aun lo puedo recordar bien.

88
Huellas al cielo

Tu abuelo acostumbraba llevarnos al rancho de su


hermano y yo siempre me acercaba al gallinero, pero
en esa ocasión había un pequeño intruso, era un gatito
desorientado y solitario, podía verse su tristeza en los
ojos, no dudé ni un momento y lo tomé. Sin que lo no-
taran lo subí al auto. Tus abuelos no se dieron cuenta.
Lo llevé a casa y por unos días lo mantuve escondido.
No podía pasar mucho tiempo para que tu abuela lo
notara y un día tu abuela me descubrió. No sabía qué
hacer, tenía que esconderlo para que tu abuela no me
lo quitara. Tomé una decisión errónea, claro era un
niño, no media las consecuencias. Así que lo metí den-
tro de un bote y lo tapé, me senté encima esperando
que mi abuela no lo notara. El plan funcionó, pero el
pobre gatito murió asfixiado.
—¡Eso fue horrible papá! —solté la cuchara con la que
comía—. --Espera… ¡No puedo creerlo! ¿Y ,cómo se
llamaba?--
—Sí, realmente fue una experiencia terrible.
—¿Cómo se llamaba tu mascota? —pregunté insis-
tente.
—Pues, nunca tuvo nombre, solo lo llamé Gato. ¿Por
qué la pregunta?
—Nada, nada, solo preguntaba, curiosidad.
¡Estaba sorprendida por lo que mi padre me había
contado! Me preguntaba si se refería a Gato, el que yo
conocí. En ese momento no parecía que todo hubiera
sido un sueño, me di cuenta que, en realidad, tal vez si
existía ese lugar: “El cielo de los animales”
No podía creerlo, pues el odio que tenía Gato a los hu-
manos… ¡Pudo haber sido causado por mi padre!
—Es por eso que no me gustaban las mascotas —con-
tinuó mi padre— yo no quería adoptar a ninguna,
cuando eras pequeña, no quería que sufrieras lo

89
Juan Manuel Cano E.

mismo que yo. Tu madre fue la que insistió y por eso


adoptamos a Sparky.
—Ahora lo entiendo todo—dije murmurando
—¿Qué dices hija?
—Nada, nada papá —contesté.
Estaba más segura que antes y sabía que no había so-
ñado. Esa noche lo disimulé, pero al día siguiente que
se marchó mi padre, solo pensaba en regresar a aquel
lugar, solo había un inconveniente y era que no sabía
cómo hacerlo. Me angustiaba el solo pensar que
Sparky y los demás estuvieran en problemas. Tenía
que confirmarlo aún más para estar segura y fue ahí
cuando recordé a ¡Tito! Si el ave de la Sra. Mina. No
perdí tiempo y me dirigí a su departamento.
—Señora Mina, señora Mina—gritaba desesperada.
—¿Qué sucede niña? —contestó la Sra. Mina desde su
ventana.
—Solo quería saber, ¿cómo sigue Tito?
Tenía que preguntar, eso ayudaría a confirmar si todo
fue un sueño o no.
— ¡Ay, hija! Lamentablemente murió antes de llegar
al veterinario…
—Siento mucho escuchar eso Sra. Mina—. Así fue, Tito
había pasado al cielo de los animales.
—Ahora está en un mejor lugar Alicia, no te preocu-
pes--. A pesar de todo, la Sra. Mina era muy positiva,
ella estaría bien.
—Hasta luego Sra. Mina.
—Si hija, no te preocupes—contestó.
Ahora estaba totalmente convencida, tenía que encon-
trar cómo volver a ese lugar, así que no perdí tiempo,
Sparky y los demás estaban en problemas, tenía que
llegar a ayudarlos.

90
Huellas al cielo

Doceava huella

Me dirigí a mi habitación, caminaba de un lado a otro


tratando de encontrar la manera de volver al cielo de
los animales, lo deseaba con toda mi alma, pero,
¿cómo lo haría? Entonces ahí sucedió…
Una pequeña luz apareció en medio de la habitación,
era una luz muy resplandeciente, como si de una es-
trella se tratara y con lo curiosa que soy, decidí acer-
carme, lo hice lentamente, cuando me paré frente a la
luz, parecía reaccionar al tocarla con mi dedo, era muy
extraña, me preguntaba, ¿qué será? Y en un instante,
de la nada comenzó a crecer, no se detenía y crecía
más y más, no pude evitar retroceder y caer de espal-
das, siguió creciendo hasta convertirse en la puerta
mágica, ¡la puerta al cielo de los animales!
Era algo maravilloso, de alguna manera la puerta ha-
bía aparecido frente a mí, ahora podría cruzarla e ir
ayudar a mis amigos. Por unos instantes me quedé en
el piso, pero comencé a escuchar una voz, no lograba
entenderla, del otro lado de la puerta alguien me lla-
maba, entonces pude distinguirla. Sí, ahí estaba, ¡era
la voz de Sparky!
—¡Ali, cruza la puerta, hazlo ahora!
No perdí tiempo, me levanté y me dirigí hacia la
puerta, sin pensarlo la crucé, mi cuerpo volvía a ha-
cerse pequeño, pasaba lo mismo que la vez que crucé
con Sparky la puerta a la salida del reino. Cuando por
fin la atravesé, volteé a todos lados esperando encon-
trarlo y efectivamente, ahí estaba. Me sentí muy con-
tenta por volver a verlo, después de creer que todo era
un sueño, estaba nuevamente ahí. Al igual que yo, él
también se veía muy contento de verme.
—¡Ali, pensé que ya no regresarías!

91
Juan Manuel Cano E.

—Jamás los abandonaría, Sparky.


—Ahora recuerdo todo—dijo Sparky.
—Sí, yo también— le contesté.
Lo abracé con mucha fuerza, pues él había sido mi pri-
mer amigo.
—También recuerdo el día que nos separamos, el día
que morí—mencionó Sparky.
— Yo no lo recuerdo ¿Qué fue lo qué pasó?
Había recordado a Sparky, pero el cómo lo perdí, eso
realmente no lo recordaba.
Un fuerte estruendo nos interrumpió y al mirar, pude
notar lo que estaba sucediendo en aquel lugar, una ba-
talla entre el ejército de Gato y los demás animales se
hacía presente, el mundo de los animales que conocí
ya no era el mismo, ahora todo se tornaba oscuro y el
ambiente era estremecedor, entendí que la guerra se
había desatado en ese mundo.
—Te contaré más tarde Ali, por ahora… ¡Tenemos que
detener al ser obscuro! Desde que cruzaste esa puerta,
todo ha sido caos, el ser oscuro ha consumido gran
parte de nuestro mundo, si no nos apresuramos él lle-
gará hasta el reino y será el fin de todo. —dijo muy
preocupado Sparky.
—Muy bien, no te preocupes Sparky, sé quién es el ser
obscuro.
—¡¿Sabes quién es?! —contestó sorprendido.
—Sí, su nombre es Gato y le conozco, sé porqué hace
todo esto. Yo lo detendré.
—¿Gato? ¡Quién lo diría!
—¿Lo conoces?—Pregunté intrigada.
—Si es el gato que imagino… Sí. Princesa me contó
que, hace muchos años, tuvo un gran amigo, pero se
fue y jamás volvió a saber de él.
—Y… ¿crees que sea él?

92
Huellas al cielo

—No lo sé, ya lo averiguaremos. Bien, Ali, no perda-


mos más tiempo.
Estaba decidida a pelear al lado de Sparky y no me de-
tendría, hasta terminar con esa guerra.
—Solo hay un problema Sparky.
—¿Cuál Ali?
—¿Cómo es que regresaremos al reino? Tardaremos
mucho y para cuando lleguemos, Gato habrá acabado
con todo.
Sería un largo viaje, sería imposible llegar antes que
Gato, él nos llevaba bastante ventaja.
—No te preocupes Ali —dijo tranquilamente Sparky —
Cuando te fuiste de este mundo, conocí a alguien y se-
guro podrá ayudarnos.
—¡En serio! Pues entonces… ¡Vamos! —le contesté
con mucho entusiasmo.
—Tenemos que bajar a los subterráneos, conozco la
ruta.
Sparky estaba muy decidido y se le notaba la con-
fianza, estábamos juntos en esto, por primera vez
desde que empecé el viaje pude sentir una conexión
enorme hacia Sparky y estoy segura que el sentía lo
mismo. No perdimos tiempo y nos dirigimos a ellos.
Llegamos a los subterráneos, como dijo Sparky, cono-
cía muy bien la ruta, el lugar estaba lleno de lodo, ha-
bía demasiada humedad, las paredes goteaban, era un
lugar oculto de todo lo que pasaba afuera, ni los pro-
pios gatos que habitaban ahí, sabían de la existencia
de estos subterráneos.
—¿Dónde encontraremos a quien nos ayudará
Sparky? —pregunté intrigada, mientras caminábamos
por aquellos obscuros y húmedos túneles.
—Ya verás, estamos cerca—contestó.
—Y… ¿cómo es que le conoces?

93
Juan Manuel Cano E.

—Te contaré. Cuando te fuiste por la puerta mágica,


pensé que todo estaba perdido, estaba rodeado de to-
dos esos animales malvados, así que corrí tratando de
escapar de ellos, sabía que tal vez no lo lograría ya que
eran bastantes, me acorralaron en una esquina y
pensé que ahí acabaría todo. De pronto, volteé a ver
mis pies, ¡estaban cubiertos de agua! Y entonces fui
succionado.
—¿Succionado? ¿Qué fue lo que te succionó?
Nos detuvimos ante una enorme fuente de agua. Era
la fuente más hermosa que haya visto en mi vida y
como era de esperarse, estaba hecha totalmente de
oro. El agua que contenía era cristalina, pero a la vez
podían verse reflejados todos los colores del arcoíris
en ella.
—Ali… te presento a Betty.
De la fuente, una hermosa pececita beta emergió, te-
nía una aleta muy larga, era muy brillante y reflejaba
miles de colores, todo el lugar se iluminaba dando un
gran espectáculo, era muy hermoso. Aquel sitio tan
frío oscuro y húmedo, ahora era un lugar muy colo-
rido.
—Hola Ali—dijo la hermosa pez beta dirigiéndose ha-
cia mí.
— ¡Hola, Betty!—contesté con admiración.
—Tenía tantas ganas de conocerte, veo que eres tal y
como imaginé que serías. Puedo ver que tienes un
enorme corazón —se dirigió hacia mí.
—Gracias, tú también eres increíble.
—Betty fue quien me rescató del ser oscuro, ella fue
quien me succionó y me trajo hasta aquí. —expresó
muy agradecido Sparky.
--¿Y, tú podrás ayudarnos a llegar al reino?—pre-
gunté.

94
Huellas al cielo

—Así es pequeña, los llevaré más rápido de lo que ima-


ginas.
—Betty conoce todos los subterráneos de este mundo,
ella puede llevarnos a cualquier sitio mucho más rápi-
damente. —dijo Sparky.
—¡Eso es increíble! Gracias —contesté.
—¡Sujétense de mi aleta y no se suelten!
No perdimos tiempo, nos tomamos de la aleta y nos
sumergió a la fuente de agua. Por un momento pensé
que nos ahogaríamos, trataba de sostener el aire y
aguantar la respiración.
—No te preocupes Ali, puedes respirar. —dijo muy re-
lajada Betty.
Después de todo lo que había vivido ahí, no tuve dudas
e hice caso, así que solo solté el aire y comencé a res-
pirar. ¡Tenía razón, podíamos respirar!
—Ahora, agárrense fuerte que viajaremos al reino.

95
Juan Manuel Cano E.

96
Huellas al cielo

Treceava huella

Viajábamos a una gran velocidad, la destreza de Betty


era increíble pasábamos de un túnel a otro, era muy
divertido.
Nos había ayudado mucho para llegar más rápido al
reino y así poder detener a Gato.
—Hasta aquí puedo dejarlos, quisiera acercarlos más,
pero no hay más caminos.
—Gracias, nos acercaste bastante no te preocupes
desde aquí continuaremos —dijo Sparky agradecido.
Estábamos muy cerca del reino, parecía que Gato aún
no había llegado hasta ese lugar, aun teníamos
tiempo.
—Los dejo, me dio gusto conocerte, Ali. Suerte, nos ve-
remos pronto —se despidió Betty y se fue.
Estábamos muy agradecidos con ella, era una amiga
más.
Teníamos que continuar, pues Gato no tardaría en lle-
gar a aquel lugar, rápidamente nos abrimos paso
hasta llegar al reino. Fue una sorpresa terrible,
cuando nos dimos cuenta que casi todo el lugar había
sido consumido por la oscuridad. Ya nada se parecía a
aquel hermoso lugar que había conocido, mirábamos
a todos lados, pero lo único que veíamos era destruc-
ción.
—Pero… ¿Qué pasó aquí? —preguntó Sparky —pensé
que todavía no habrían llegado hasta acá.
—Es horrible Sparky, parece que llegamos tarde.
—¡Ayuda, ayuda!
Se escuchaba la voz de alguien desde los escombros.
No perdimos tiempo y corrimos a auxiliar a aquel ani-
malito.

97
Juan Manuel Cano E.

Al retirar las piedras, notamos que era un león el que


yacía bajo esos escombros.
— ¿Que sucedió, amigo león? —preguntó Sparky.
—El ejército del Ser Oscuro nos atacó. No tuvimos
oportunidad, eran bastantes.
— ¿Y, Princesa? —pregunté intrigada.
—Ella está bien, la protegimos y por suerte, no la en-
contraron, ayúdenme a salir de aquí, los llevaré con
ella.
Ayudamos al león a salir de aquellos escombros y él
nos mostró el camino.
—¡Vaya! Aún estás con nosotros, los rumores decían
que nos habías abandonado--dijo el león
— ¡Pues no es así! Estoy aquí y no me iré hasta acabar
con esta guerra —contesté.
—Me alegra escuchar eso. Nuestras barreras son fuer-
tes pero el ejército de Gato está creciendo más, a me-
dida que avanza, varias de nuestras tropas han sido
derrotadas. La verdad no contábamos con muchas es-
peranzas. Bueno, no hasta ahora.
—Dinos ¿Dónde se encuentra Princesa? Necesitamos
hablar con ella pronto.
—La hemos ocultado bajo el reino, es el lugar más se-
guro por ahora.
El león nos llevó hasta donde se encontraba Princesa.
Era una pequeña habitación que se encontraba oculta,
debajo del reino.
—Llegamos, adelante —dijo el león mientras nos abría
una puerta que estaba en el piso, ahí era donde ocul-
taban a Princesa. Asentí con la cabeza, dándole las
gracias.
Entramos e inmediatamente pude ver a Princesa, se
encontraba ansiosa y temerosa.
— ¡Ali! Ahí estás—dijo muy angustiada.

98
Huellas al cielo

—Así es Princesa no los dejaré solos.


—¡Sabía que podía confiar en ti!
—No los abandonaré y estoy dispuesta a pelear, la-
mento haberlos preocupado.
De pronto, un fuerte estruendo sacudió aquella habi-
tación.
—¿Qué sucede? —preguntó Sparky.
Algo malo estaría por pasar: “Llegó la hora de la ver-
dad, demuestra de qué estas hecha Ali”, me susurraba.
Nuevamente se escuchaba ese fuerte estruendo y todo
se volvía a sacudir. El techo se venía abajo, cientos de
pedazos de piedra caían sobre nosotros.
— ¡Cuidado!—Gritó Sparky.
Una piedra cayó sobre la pierna de Sparky al empu-
jarme, evitando que ésta me cayera encima, pero de-
jándolo a él atrapado y herido.
—¡Sparky!
No podía ayudarle, los trozos de piedra seguían ca-
yendo mientras trataba de esquivarlos. Algo había
destrozado el techo y no sabíamos qué era. Por unos
segundos todo se calmó, solo quedó una inmensa
nube de polvo que cubría todo el lugar y un silencio
total se hacía presente. Si ponías atención, podía es-
cucharse el ruido de las batallas a lo lejos, muy a lo
lejos.
Dirigí mi mirada al techo ya desaparecido, podía verse
el cielo -aunque éste era oscuro-, pues estaba cubierto
por toda esa maldad que emanaban los seres oscuros.
Era un ambiente muy desalentador.
De pronto, una gigantesca sombra tapaba totalmente
el techo y el rostro de un Gato enorme se hacía pre-
sente. —Hola Princesa, por fin te encuentro. —con voz
grave dijo.
—¡¿Gato?!—exclamó Princesa.

99
Juan Manuel Cano E.

Princesa miraba totalmente sorprendida aquel rostro


enorme, al parecer Sparky había tenido razón, si era
el Gato que Princesa conocía.
—Pero… ¿Qué te ha pasado? El odio te ha consumido
por completo—dijo Princesa.
Todos mirábamos a aquel enorme Gato cubierto por
esa capa negra que olía espantosamente.
—¡Te equivocas! Ahora tendré lo que merezco, por lo
que he luchado todo este tiempo. Sin ti en el poder yo
gobernaré este mundo y después encontraré la forma
de eliminar a los humanos. ¡Yo, el Ser oscuro domi-
naré ambos mundos!
— ¡Tú eres el Ser oscuro! —murmuró Princesa.
En la mirada de Princesa, podía verse la tristeza, pues
al parecer le conocía de tiempo.
—Así es Princesa, Gato es el Ser oscuro —dijo Sparky.
Había llegado el momento de enfrentar al Ser oscuro
o Gato, así que posé frente a él.
—¡No lo permitiré!
Gato volteó a verme y quedó totalmente sorprendido,
pensó que no me vería más. Pues estaba seguro que ya
no regresaría después de haber cruzado la puerta a mi
mundo.
—Pero, ¿cómo? ¿Aún sigues aquí?
— ¡Así es, Gato! Regresé para acabar con esto.
— ¡Ja!— pronunció burlonamente— Y, ¿qué vas a ha-
cer para detenerme?
La verdad es que no tenía un plan, pensé que al estar
frente a frente sabría qué hacer, pero no fue así, sentía
una impotencia enorme.
Princesa pudo notarlo, se daba cuenta de la frustra-
ción que había en mí.
—¡Ríndete ante mí!—gritó Gato, dirigiendo su enorme
garra hacia mí.

100
Huellas al cielo

—¡Basta! ¿No te das cuenta que lo estás destruyendo


todo?—exclamó Princesa.
Gato se detuvo y ronroneo.
—¡Calla! Tú más que nadie merece ser destruida. Ja-
más creíste en mí.
—Lo que querías hacer no era lo correcto, Gato. Jamás
imagine que llegarías a esto—dijo Princesa.
— ¿Tú qué sabes lo que es correcto?—contestó Gato.
—Yo solo quería que ya no hubiera más animales su-
friendo.
—Lo sé, prometiste olvidar esa idea de vengarte del
humano, pero veo que no fue así, y tu odio ha crecido
demasiado. Te has convertido en algo peor que lo que
odias.
—Pensaste que lo olvidaría así de fácil, no lo entiendes
porque tú no sufriste lo que yo sufrí.
—Todavía estás a tiempo, Gato.
— ¡Noooo…!-- Gato arrojó un rayo que golpeó fuerte-
mente el pecho de Princesa, su cuerpo se estremecía,
trataba de luchar contra eso, pero la oscuridad fue cu-
briéndola poco a poco.
—Ahora todo está en tus manos, Ali—susurró Prin-
cesa.
Después quedó totalmente transformada en un ser de
obscuridad y cayó al piso desmayada.
Princesa había sido consumida por la maldad, Sparky
estaba herido y yo no sabía cómo enfrentar a Gato.
Sentía una gran impotencia, coraje, tristeza, frustra-
ción, no lo sé, eran sentimientos encontrados.
¿Qué debo hacer ahora? Me preguntaba, comencé a
escuchar un zumbido fuerte en mi cabeza y en un ins-
tante el recuerdo de todo lo que había pasado desde el
momento en el que me arrolló aquel camión, pasó por
mi mente. Tito, Sparky, Princesa, Copy, Raphael,

101
Juan Manuel Cano E.

Mous, Betty, todos. Ellos confiaban en mí, no podía


rendirme, fue entonces cuando comprendí que sería
yo la única que podría acabar con esto, así que respiré
profundo…
—Sé quién eres Gato.
—Tú no sabes nada de mí— contestó con gesto de
burla.
—Claro que sí, sé que sufriste mucho y sé porqué des-
precias a los humanos.
—¡Mentiras! Tú no sabes nada.
—Tienes que detenerte, Gato, los seres de este mundo
no tienen la culpa de nada.
—¡También son culpables! Ellos jamás apoyaron mi
causa a pesar del mal que los humanos nos han hecho
a lo largo de la historia.
¡Mi pelea es justa! Por miles de años los animales he-
mos servido como mascotas a los humanos y ellos se
deshacen de nosotros cuando quieren. Nada más nos
utilizan y después nos tiran, nos ofrecen como regalos,
nos exhiben como distracción, nos encierran, nos atan
para que no seamos libres y nos crían para ser vendi-
dos.
¿Crees que es justo?
—Tu causa es justa, pero no del todo, también hay hu-
manos que aman a sus mascotas y se preocupan por
ellas.
Y no por unos cuantos tienen que pagar todos. Mucho
menos los seres con los que compartes este mundo.
Mira todo el daño que has causado, eres tú el que se
está convirtiendo en un ser horrible y sé que muy en
el fondo guardas mucho amor en tu corazón.
¡Retráctate, Gato! Por favor, ya no te dañes más, ni
hagas daño a los demás.

102
Huellas al cielo

Sentí una gran impotencia, ¿Cómo podía hacer cam-


biar de opinión a Gato? En un instante entré en un es-
tado de tranquilidad y entonces, nuevamente regre-
saba al pasado…

Veía a mis padres en la banca de aquel parque, esta-


ban teniendo una discusión muy fuerte. Mamá llo-
raba y papá le gritaba desesperado. A unos metros
de ellos yo me encontraba jugando con Sparky, jugá-
bamos con una pelota, se la lanzaba y el corría para
traérmela de vuelta. Parecía que nos divertíamos
mucho. En uno de esos lanzamientos, pude aventarla
tan fuerte, que ésta rebotó en uno delos asientos del
sube y baja, dirigiéndola directamente a la avenida
que se encontraba enfrente del parque, Sparky corrió
hacia ella tratando de alcanzarla.
Fue entonces cuando lo recordé… Ahí fue cuando
perdí a Sparky, había sido atropellado por un auto.
— ¡Spaaarkyyyy…!
Regresé de aquel pasado trágico, volteé a ver a Sparky,
no podía evitar sentir un gran dolor y culpabilidad.
—Lo siento Sparky —susurré.
No lograba escucharlo bien, pero así era, oía a Sparky
hablándome. “No pidas disculpa pequeña, no fue tu
culpa”.
Me di cuenta de la culpa con la que vivió mi padre al
perder a Gato de aquella manera tan horrible.
Estaba decidida, ese era el momento de hacer entrar
en razón a Gato.
— ¡No puedes hacer esto, Gato! Él jamás tuvo la inten-
ción de dañarte.
—¿De qué hablas?—preguntó Gato, tratando de igno-
rar lo que le decía.

103
Juan Manuel Cano E.

—Hablo de tu amigo humano, sabes que él jamás te


quiso hacer daño
—¡Tú no sabes nada!
—Él te amo mucho y solo quería protegerte.
—¿Protegerme? Él fue quien me mató.
—Nunca fue su intención y lo sabes.
— ¡Calla!--Gato, estaba totalmente frustrado y tan
confundido que reaccionó lanzándome un rayo.
Cuando el rayo me alcanzó, sentí que todo mi cuerpo
se sacudía, una rabia inmensa crecía en mi interior,
quería apoderarse de mí y yo luchaba fuertemente
para que no me consumiera. Sparky suplicaba deses-
perado, él pedía que luchara contra aquel poder ma-
ligno, pero el poder del rayo era tan fuerte que parecía
que no lograría vencerlo.
Todo estaba perdido, Gato tenía mucho rencor y su
poder crecía cada vez más, mi cuerpo no resistiría
tanto, los recuerdos de todo venían a mí, la separación
de mis padres, la vez que me fui de casa, todas las ve-
ces que desprecie a los animales, el viaje que empecé
y que tal vez no terminaría. Les había fallado a todos,
depositaron toda su confianza en mí, yo era el humano
elegido y no podía hacer nada por ellos, todo termina-
ría ahí, cuando…
— ¡Gato, detente!-- De entre la oscuridad de los es-
combros, aparecía un niño pequeño como de 7 años.
Gato detuvo su ataque y yo caí al piso. Todos nos que-
damos sorprendidos.
—Por favor, Gato, ya no más —suplicaba el niño.
—Y tú, ¿quién eres?
—Ya no me recuerdas… soy yo. Yo te recogí aquella
vez, ¿lo recuerdas? Estabas tan indefenso en aquel ga-
llinero, temblabas, tenías miedo, hambre y frío. Mis

104
Huellas al cielo

padres no querían que te llevara a casa, pero aún así


lo hice.
Trate de ocultarte para que no te alejaran de mí, pero
entonces, pasó.
De uno de los ojos de Gato caía una lágrima, comenzó
a temblar y su poder se debilitaba. El gato enorme y
furioso, se hacía pequeño cada vez más. Toda la mal-
dad se disolvía. En un instante, no era más que un
gato, un gato pequeño que, arrodillado, quedaba ex-
hausto en el piso.
—Perdóname, Gato, jamás quise hacerte daño—dijo el
niño.
Todo volvía a la normalidad. El reino y todo el mundo
de los animales, volvía a ser el mismo de siempre. La
maldad que había llenado todo el ambiente se desva-
neció.
El niño corrió hacia Gato y lo abrazó fuertemente.
—Lamento mucho que hayas tenido que pasar por
todo esto, me sentí culpable toda mi vida por lo que te
sucedió, nunca fue mi intención hacerte daño, yo que-
ría que te quedaras conmigo, pero no fue posible,
quiero que sepas que te quiero, Gato.
—Lo sé…—dijo Gato arrepentido. —Sé que no fue tu
culpa, pero el rencor y el dolor me cegaron. Solo que-
ría desquitar mi coraje y no medí las consecuencias,
¿hasta dónde he llegado? Lo lamento tanto, pensé que
no te volvería a ver.
Todo había acabado, aquel niño había controlado la
furia de Gato.
—Ali, acércate—dijo el niño.
Dentro de mi sabía quién era, pero aún seguía descon-
certada. Lo observaba incrédula.
—Soy yo, papá, ¿no me reconoces?

105
Juan Manuel Cano E.

Con todo lo que sucedía no se me había ocurrido, él


era mi padre y Gato había sido su mascota de pe-
queño, pero no lo reconocí ya que era un niño, le pasó
lo mismo que a mí cuando llegué a ese mundo.
— ¡Papá, ven, únete a nosotros!
Corrí para abrazarlo y de pronto me llegó la duda…
—Espera… ¿Cómo llegaste aquí?
—¿Recuerdas cuando salí de casa? Pues… regresé por
unas cosas que se me olvidaron. Cuando entré a tu ha-
bitación, me espanté mucho pues estabas tirada en el
piso como desmayada y ahí estaba, una puerta en me-
dio de la habitación, me dio curiosidad y solo crucé. Al
principio todo era muy raro, pero encontré unos ani-
males en el camino que me explicaron todo y aquí es-
toy.
—Ahora lo entiendo, tú eras el humano de la leyenda.
Tú acabarías con la maldad que acechaba este
mundo—dijo Princesa mientras se dirigía a nosotros.
—¡Princesa! —dijo Gato y corrió a abrazarle —lamento
mucho lo que hice, perdóname.
—Ya todo acabó Gato, no eras tú. —contestó Princesa.
—¡Ayuda! —dijo Sparky—se nos olvidó por completo.
Corrimos a liberarlo de la piedra que presionaba su
pata. —Lo siento tanto Sparky—estaba muy apenada
con él. — ¿Estás bien?—le pregunté preocupada.
—Sí, no te preocupes Ali, estoy bien solo fue un pe-
queño rasguño, gracias.
—Lamento haber provocado todo esto, lo siento
Sparky—dijo Gato.
—No te culpes, Gato, lo importante es que todo se ha
arreglado—dijo Sparky sonriéndole.
—Gracias —contestó apenado Gato.
—Y… ¿Qué pasara ahora? ¿regresaran a su mundo?
¿No nos volveremos a ver? —preguntó triste Sparky.

106
Huellas al cielo

Todos estábamos tristes porque aquel sería solo un


encuentro casual y tendríamos que despedirnos de to-
dos.
—Se equivocan—dijo Gato—la leyenda cuenta que un
humano vendrá a salvar el reino, ¿cierto? Y ese hu-
mano es el padre de Ali. Pero también está la existen-
cia de la llave que abre la puerta a los dos mundos.
—Sí, pero nadie conoce esa llave—contesté.
—Te equivocas Ali, tú más que nadie sabe de la llave.
Todos nos llenamos de incógnitas y más yo. No sabía
de qué hablaba Gato.
—Sí, lo sabes por qué tú eres la llave —contestó Gato y
nuevamente estábamos sorprendidos —conozco bien
la leyenda y me di cuenta porque tu abriste la puerta
la vez que llegaste a este mundo. De alguna manera
deseabas llegar aquí y lo volviste a hacer en el mo-
mento que regresaste.
—Sí, pero… cuando llegué a este mundo por primera
vez, no lo hice por la puerta mágica.
—Es cierto, es muy raro, pero solo tal vez es cuando
realmente lo deseas y tus intenciones son puras. Me
parece que la puerta es solo simbólica —dijo Sparky
—Quieres decir que si yo deseo ¿puedo abrir la puerta
y volver las veces que quiera?
—¡Pues, solo hay una manera de averiguarlo! —con-
testó Gato.
Si Gato y Sparky tenían razón, volveríamos a ver a to-
dos nuestros amigos cuando quisiéramos.
Me posé frente a todos y deseé con todo mi ser que la
puerta se abriera. Como habían dicho, ¡sucedió! Real-
mente yo era la llave, con solo desearlo la puerta se
abría de ida y de vuelta.
— ¡Podremos vernos cuando queramos, greñudo! —le
dije a Sparky.

107
Juan Manuel Cano E.

—Sparky, soy Sparky —contestó.


Estábamos muy contentos, pues todo había acabado,
el mal se alejó para siempre del Mundo de los anima-
les. Papá se mudó conmigo, por mi parte dejé el tra-
bajo tan aburrido que tenía. La hija de la Sra. Mina
Paty, se mudó al edificio y tomó su lugar; se convirtió
en mi mejor amiga.
¿Recuerdas el grandioso trabajo que te comenté?
Pues, entre mi padre y mi amiga Paty, abrimos un re-
fugio para animales para ayudar a esos animalitos que
no tienen un hogar, y puedo presumirte que… ¡Nos va
de maravilla!
Y, claro, papá de vez en cuando visita a Gato y yo, a
Sparky y a todos mis amigos.
Y sí… le conté todo a Tito, al principio se molestó, pero
ya estamos bien.

FIN

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Huellas al cielo

© Huellas al cielo
Juan Manuel Cano Espino
2020

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Juan Manuel Cano E.

Juan Manuel Cano Espino


Nació en Nezahualcóyotl Estado de México, siempre tuvo
la fascinación por las historias, le daba mucha curiosidad
como es que éstas van evolucionando y te van sumer-
giendo en mundos nuevos, siempre ha pensado que "cada
historia es única y debe contarse." Viene de una familia
humilde y trabajadora, el sustento de vida siempre fue el
comercio, convirtiéndose en emprendedor, pero su verda-
dera pasión siempre fue crear historias. En el año 2012 ini-
cia la carrera de animación y arte digital la cual fue trun-
cada por problemas financieros, por lo cual decide dejarla,
continuándola 6 años después en el año 2018. En el año
2020 inicia su carrera como escritor, con la novela corta
"Huellas al cielo" la cual es la primera, pero promete más
grandes aventuras.

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