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EL CAPITAL?
UN BALANCE CONTEMPORÁNEO
DE LA OBRA PRINCIPAL DE CARLOS MARX
© 2021 (tercera edición): Partido del Trabajo, México
© 2016 (segunda edición): Boltxe Liburuak y los autores
© 2014 (primera edición): Editorial Trinchera y los autores
Introducción.......................................................................7
Chris Gilbert y Cira Pascual Marquina
Notas biográficas................................................................209
3
Nota preliminar
a la edición Mexicana
5
Nota preliminar a la edición Mexicana
Escuela de Cuadros
Caracas, septiembre 2021
6
Introducción
2
Ibid., pág. 8.
8
¿Para qué sirve El Capital?
con los ojos de otros y abrir los propios desde el lugar y el momento
en que uno se encuentra. Al plantearnos la lectura de El Capital,
partimos de algunas nociones básicas sobre la historia de la obra
y su interpretación. Si bien es cierto que El Capital se ha leído de
forma integral y sistemática, no cabe duda de que han sido escasas
las lecturas de este tipo. La muy citada afirmación de Lenin de 1914
–referida a que es imposible entender El Capital sin estudiar toda
la Ciencia de la Lógica de Hegel– es seguida por una conclusión
sorprendente: ¡ninguna generación anterior, del siglo pasado hasta
el presente, había entendido a Marx!3 Más adelante, en el siglo XX,
ni el marxismo occidental ni el marxismo soviético hegemónico se
detuvieron mucho en la lectura de El Capital. Éste último, por lo
general, se mantuvo en el terreno del marxismo vulgar de la Segunda
Internacional –el marxismo que planteó ser una cosmovisión de la
clase obrera4 y cuya crítica de la economía política se diferenciaba
poco de la economía clásica burguesa–, mientras que en gran medida
el marxismo occidental se preocupó por los temas filosóficos y
culturales más que por la crítica de la economía política5.
Por lo tanto, a principios del siglo XXI, leer El Capital es todavía
un viaje de descubrimiento, aunque por supuesto se encontrarán
algunos faros en la ruta, faros que sirven tanto para orientar como
para indicar líneas de fuga. Uno de ellos, posiblemente el esfuerzo
más sistemático por leer El Capital en las últimas décadas, es el
seminario que coordinaron Louis Althusser, Étienne Balibar, Jacques
Rancière y otros que culmina en Para leer El Capital (1965). Con todas
sus limitaciones, que son tremendas (nos referimos, por ejemplo, al
extraño pacto entre el determinismo y la libertad, condensado en
los conceptos de “sobredeterminación” y “determinación en última
instancia”, y a la división demasiado pragmática entre ciencia y lucha
ideológica), la obra constituye un hito que no ha sido superado en
términos de difusión y reconocimiento. Así lo consignamos en la
convocatoria y en el plan de trabajo del encuentro.
Con espíritu provocador, llamamos al encuentro ¿Para qué sirve El
Capital? Habíamos observado un interés renovado en el marxismo
3
Lenin escribe: “¡En consecuencia, medio siglo más tarde, ningún marxista
ha entendido a Marx!”. Cfr. Conspectus of Hegel’s book The Science of Logic
en Lenin’s Collected Works, Vol. 38, Progress Publishers, Moscú, 1976.
4
Heinrich, M.: An Introduction to Karl Marx’s Capital, Monthly Review Press,
Nueva York, 2004, págs. 24-25.
5
Anderson, P.: Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI,
Madrid, 1979, págs. 59-61, 64-67, 94-97.
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Introducción
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“Misil lanzado a la burguesía” es la exultante descripción que usa Marx
para describir su recién terminado libro. Carta de Karl Marx a Johann
Philipp Becker (17/IV/1867) en Karl Marx-Frederick Engels Collected Wor-
ks, vol. 42 (1864-1868), Lawrence & Wishart, Londres, 1975-2005, pág.
358.
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¿Para qué sirve El Capital?
7
Marx, K.: El Capital: crítica de la economía política (traducción y notas:
Pedro Scaron), Siglo XXI, México, 1975, Libro I/3, pág. 19.
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Introducción
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Orden / Énfasis en El Capital
¿Cómo leer El Capital, en qué orden, por dónde empezar? ¿Con qué
énfasis? ¿Cuáles son las secciones más relevantes hoy de El Capital?
¿Qué importancia tienen los manuscritos en la interpretación de la
obra.
Néstor Kohan
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Orden / Énfasis en El Capital
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¿Para qué sirve El Capital?
son las categorías de las que nos habla Marx en El Capital: valor,
dinero, capital, etc.? Son categorías que expresan relaciones sociales,
pero no en forma genérica e indeterminada, sino relaciones sociales
de fuerza, de poder y de enfrentamiento entre las clases sociales.
Recuerdo que a Michel Foucault, un pensador francés de mucho
prestigio en las academias, se le postula en reiteradas ocasiones
en la Universidad como el gran descubridor de que la política está
atravesada por relaciones y el poder no es una cosa, el poder son
relaciones, como se expresa Foucault en un libro famoso que se
publicó con el título Vigilar y castigar.
Muy bien, Karl Marx lo planteó bastante antes, mucho antes.
Entonces, esto de que la política y la economía están atravesadas
por relaciones no es un descubrimiento de Foucault; él lo adopta de
Marx (no quiero con esto abrir una discusión sobre Foucault que nos
llevaría mucho tiempo; simplemente menciono esto como una breve y
colateral nota al pie). Es Marx quien funda en las ciencias sociales una
mirada donde las categorías son relaciones sociales de producción,
pero también son relaciones sociales de enfrentamiento, de poder y
de fuerza entre las clases sociales. Esa es la columna vertebral de El
Capital de Marx, desde nuestro punto de vista y ángulo de lectura.
Por otra parte, nos surge la siguiente interrogación: ¿El Capital habla
de conceptos? Yo he visto muchas veces, tanto en viejas escuelas como
en derivados más actuales, incluso en algunos libros que han sido
publicados últimamente, la afirmación de que El Capital comienza
por un concepto; de este deduce otro concepto y de este último otro
más. Toda una gran teoría de conceptos, un bosque de conceptos,
una selva de conceptos. Entonces, ¿de qué nos hablaría Marx? ¡De
conceptos! El Capital empezaría por un concepto y de ahí seguirían
otros conceptos. Un juego encadenado de conceptos, dentro de una
red de puro juego lingüístico. El Capital sería puro lenguaje. Esta es
una opinión, muy a la moda, que circula por ahí…
Sin embargo, al final de su vida, ya viejito, con la barba blanca,
Marx polemiza con un profesor alemán, que nadie conocería si el
autor de El Capital no lo hubiera criticado, esa es la verdad. Este
profesor, “socialista de cátedra” y economista alemán, se llamaba
Adolph Wagner (1835-1917). Marx lo califica de ayudante de Johann
Karl Rodbertus (1805-1875), economista prusiano, partidario del
socialismo de Estado. En una carta a Karl Kautsky del 23/V/1884,
Engels caracteriza a Wagner como un defensor de Bismarck.
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Orden / Énfasis en El Capital
4
Marx, K.: Notas marginales al Tratado de economía política de Adolph Wag-
ner, Siglo XXI, México, 1982, págs. 48-49.
34
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5
Ibid, pág. 51.
6
Ibid, pág. 56.
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Iñaki Gil de San Vicente
1
Gil de San Vicente, I.: ¿Para qué sirve El Capital? en el blog de Escuela de
Cuadros: www.escuelacuadros.blogspot.com, 2013.
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Orden / Énfasis en El Capital
2
Jervis, G.: Manual crítico de antipsiquiatría, Anagrama, Barcelona, 1977,
pág. 155.
3
Gil de San Vicente, I.: ¿Para qué sirve El Capital?, ob. cit., pág. 103.
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Orden / Énfasis en El Capital
4
Gil de San Vicente, I.: ¿Para qué sirve El Capital?, ob. cit., págs. 2-27.
5
Zeleny, J.: La estructura lógica El Capital de Marx, Grijalbo, Barcelona,
1974, págs. 21-187.
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Rubén Zardoya Loureda
Adentrarse en El Capital
Escuela de Cuadros
Los organizadores del taller me han solicitado una suerte de balance de
las intervenciones que hemos escuchado hoy. Bajo ningún concepto
me atrevería a resumirlas. Tampoco diría sin más que coincido con lo
que en ellas se ha expresado, lo cual llevaría implícita la idea de que,
de alguna forma, yo domino su contenido o he meditado mucho sobre
él y se ha producido la feliz coincidencia de que los ponentes piensan
igual que yo. No es este el caso. Para mí, más que interesante, esta
jornada ha resultado estimulante; he tomado notas y he aprendido
de las intervenciones de Néstor Kohan, Iñaki Gil de San Vicente y
Vladimir Lazo, incluso en relación con aquellos puntos sobre los que,
con toda seguridad, me veré obligado a reflexionar con cuidado.
En lugar de valorar, coincidir o disentir, me gustaría utilizar este
espacio para hacer algunas observaciones, quizá complementarias a
las de mis colegas.
Antes, aprovecharé la oportunidad para felicitar a nuestros
anfitriones, en particular, a los compañeros Chris Gilbert y Cira
Pascual Marquina, gestores y realizadores de la idea de una Escuela
de Cuadros y, de conjunto con Thaís Rodríguez, de la Videoteca de
Pensamiento Marxista, de las que todos los presentes somos deudores.
Otro tanto merece cada uno de los integrantes del equipo: además
de Thaís, Carlos Rodríguez, Silvestre Montilla e Ireri Sanvicente.
Se trata, en mi opinión, de un empeño muy serio y poco usual en
nuestros días; y me refiero tanto a la proyección marxista amplia,
flexible, inclusiva, cuanto al vehículo escogido para la transmisión de
las ideas: la televisión.
Recuerdo la primera vez que Chris y Cira tuvieron la amabilidad de
invitarme a participar en un programa de la Escuela. “¿De qué vamos
a hablar?”, pregunté. “De marxismo”. “Si el medio para hablar de
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Método de Marx / Dialéctica
Recuerdo dos cosas de aquel seminario que estudié cuando era chico:
1) Al final del seminario la profesora, la que todos admirábamos, en
la última clase nos confesó “la verdad yo nunca entendí un carajo la
lógica dialéctica”, y nos sorprendió porque fue muy honesta y dijo “yo
no entiendo esto de las contradicciones, les soy sincera, chicos, no
lo entiendo, nunca entendí a Hegel”, y hasta nos dio cierta simpatía.
Porque se suponía que eran “los grandes especialistas”, “los grandes
expertos” que hablaban con un grado de erudición y escribían con
cierto estilo de juicios apodícticos, duros, taxativos, contundentes
que impactaban al lector, pero en realidad… entendían poco, y esta
profesora nos confesó. 2) Y también nos habló de un lógico matemático
brasileño que se llamaba si no recuerdo mal Newton Carneiro
Affonso da Costa, que había intentado formalizar la lógica dialéctica
en el lenguaje de la lógica matemática. Muchas veces, recuerdo
aquellos viejos seminarios a los que asistíamos muchos jóvenes
de la militancia marxista considerando –siguiendo las enseñanzas
de Marx en El Capital– que la dialéctica es nuestro instrumento de
estudio y nuestro método de análisis de la realidad. En aquellos
seminarios, los lógicos formales, los partidarios intelectuales de la
lógica formal, sea de la clásica de Aristóteles o de la lógica matemática
más moderna, terminaban asociando la dialéctica con las lógicas
difusas. Un ejemplo de la vida cotidiana: ¿a cuántos pelos caídos una
persona se transforma en pelado (pelón)? ¿Cuántos cabellos tiene
que perder para ser calvo? No se sabe, es una cosa muy difusa…
¿cuántas gotas de lluvia tienen que caer del cielo para que se pueda
decir “esto es una tormenta”? Son problemas de la vida cotidiana
donde cuesta mucho decidir el límite. Existe un límite difuso y los
lógicos matemáticos que aman la rigurosidad, la exactitud, porque
su modelo de saber es el de la matemática, terminaban asociando
–incluso profesores progresistas y de izquierda– a la lógica dialéctica
con las lógicas difusas, con algo indecidible, con algo demasiado
genérico, poco científico, poco riguroso.
Bueno, para ir aclarando los términos y estableciendo posiciones
claras y nítidas en el debate: nosotros no compartimos esa mirada.
Una mirada que tanto en el campo de la academia como en el campo
de la militancia tiende a asociar la dialéctica con algo difuso, con un
jueguito de lenguaje, con el malabarismo de las palabras, pero que
detrás de eso no hay nada. Consideramos que habría que abordarlo
de otra manera.
Comienzo por mi experiencia de cómo me introduje en estos debates
y en estas discusiones, cómo fui a buscar en los profesores de la
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La revolución permanente.
La corriente jacobina, heredera de Maximilian Robespierre, del siglo
XVIII.
La corriente babuvista, heredera de Graco Babeuf, comunista del
siglo XVIII.
La corriente blanquista, heredera de Augusto Blanqui, del siglo XIX.
¿En última instancia qué significa toda esta enumeración de
Bernstein? Expresémoslo en lenguaje sencillo. Bernstein nos
está hablando de las corrientes revolucionarias conspirativas que
conciben la revolución a partir de organizaciones combatientes, de
cuadros, de militantes que manejan todas las formas de lucha (no
sólo las legales e institucionales). Aquellas corrientes revolucionarias
distintas y diferenciadas de la cosa difusa del socialismo entendido
como una idea ingenua y bienintencionada de “buenos amigos”,
de “buenos muchachos”, de que somos todos “hermanos” y que se
puede llegar al socialismo y al comunismo sin que nadie se enoje
y abrazado con todo el mundo, incluyendo millonarios, banqueros
y empresarios. La corriente que plantea, por el contrario, que en la
revolución se necesita organización y una organización dispuesta a
combatir, dotada de una estrategia de confrontación a largo plazo.
Contra esa corriente combate el dirigente y pensador alemán enemigo
de la dialéctica.
Entonces todo eso lo descalificaba, en un mismo movimiento,
Bernstein. Al atacar la dialéctica e intentar expulsarla del socialismo,
él rechazaba la idea del marxismo “jacobino-blanquista”; en última
instancia “terrorista-proletario”, que apuesta a saltos disruptivos en
la historia. Bernstein se opone y lo rechaza. Para rechazarlo dice:
“lo mejor que tenemos que hacer es expulsar a Hegel de nuestro
campo teórico”. Impugnar y expulsar la lógica dialéctica, abrazarnos
con Kant, para quien el socialismo es solo un deber ser; la idea de
“portarnos bien”, vamos a decirlo en el lenguaje más popular: una
ética genérica donde la confrontación y la lucha de clases no son el
corazón del marxismo ni del socialismo, y menos que menos de la
revolución.
¿Eduardo Bernstein fue el único? ¿Quedó como un loco suelto en la
historia? Lamentablemente no. Esto tuvo una herencia muy posterior.
Muchas corrientes intelectuales y políticas dentro de nuestra
“familia ampliada”, digamos, la de quienes nos sentimos socialistas,
comunistas, aquellos y aquellas que queremos cambiar la sociedad,
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1
Las citas de esta entrevista son reproducidas en esta intervención oral de
memoria no son líneas textuales, pero expresan el reconocimiento explíci-
to de Althusser. Puede corroborarse la cita textual en el libro de Althusser.
L.: Filosofía y marxismo (entrevista de Fernanda Navarro), Siglo XXI, Mé-
xico, 1998.
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Carlos Fernández Liria
Marx y la dialéctica
Se nos han planteado las siguientes preguntas: ¿Qué importancia
tiene la dialéctica en Marx y en El Capital? ¿La dialéctica se da en la
realidad –constituyendo un conjunto de leyes generales del acontecer
histórico– o la dialéctica en manos de Marx es sólo un método de
exposición? ¿Existe el peligro de convertir la dialéctica en algo
metafísico, anticientífico?
Por mi parte, lo que he mantenido en mi libro El materialismo
y también –con Luis Alegre– en El orden de El Capital2, es que la
dialéctica siempre es un “algo metafísico” y “anticientífico”, tanto si
la concebimos como “una ley general del acontecer histórico” como si
la consideramos como un mero “método de exposición”.
Desde luego, no hemos sido los únicos en poner en duda la
pertinencia de la dialéctica en la obra de Marx. Fue Althusser quién
puso sobre la mesa esta cuestión, al distinguir entre una dialéctica
materialista y una dialéctica idealista3. Hasta entonces el marxismo
se había dejado llevar por la metáfora de la “extracción”: Marx habría
extraído el método dialéctico de la envoltura idealista que, en Hegel,
la mistificaba; habría, en suma, apartado el sistema y salvado
la dialéctica. Althusser y Balibar demostraron que esta sugerente
metáfora no funcionaba. El materialismo afectaba también a la
naturaleza misma de la dialéctica. La afectaba tanto que bastantes
lectores de Althusser entendimos muy pronto que una dialéctica
materialista, sencillamente, no tenía nada de “dialéctica”4. También
2
Cfr. Fernández Liria, C.: El materialismo, Síntesis, Madrid, 1998 / Fernán-
dez Liria, C. y Alegre Zahonero, L.: El orden de El Capital, Akal, Madrid,
2011.
3
A este respecto, la pieza clave de la obra clave de Althusser fue “Contra-
dicción y Sobredeterminación” en Pour Marx, Maspero, París, 1965 (La
revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México). También, por supuesto, el
seminario Lire le Capital, Maspero, París, 1965 (Para leer El Capital, Siglo
XXI, México, 1978).
4
En mi libro El materialismo, Síntesis, Madrid, 1998, me ocupo en detalle
de este problema, en concreto, de la distinción entre contradicción y opo-
sición real (cfr. capítulo 10), clave para entender lo que se esta jugando
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Método de Marx / Dialéctica
aquí.
5
En un artículo publicado en castellano, “El proceso de aprendizaje de
Marx”, Haug defiende –como también hemos hecho nosotros– la impor-
tancia que la edición francesa de El Capital tiene por sí misma; y ade-
más, en el sentido, para nosotros especialmente relevante, de que esa
importancia reside en que Marx se aleja progresivamente, cada vez más,
de Hegel y la dialéctica hegeliana. Nuestro acuerdo con Haug también
se extiende a la interpretación del texto de 1857 al que vamos aludir a
continuación: la afirmación de Marx “mi método se eleva de lo abstracto
a lo concreto”, no es una ocurrencia insólita, es, sencillamente, el punto
de partida de la ciencia normal. El artículo está publicado en: Marcello
Musto (coordinador): Tras la huella de un fantasma. La actualidad de Karl
Marx, Siglo XXI, México, 2011.
6
Galcerán Huguet, M.: La invención del marxismo (estudio sobre la forma-
ción del marxismo en la Socialdemocracia alemana de finales del S. XIX),
Iepala, Madrid, 1997.
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10
Hegel, G. W. F.: Wissenschaft der Logik, Werke, V, VI. Suhrkamp Verlag,
Francfort, 1969, pág. 52 / Ciencia de la Lógica, Solar-Hachette, Buenos
Aires, pág. 52.
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11
El texto clave para entender el concepto de práctica teórica es Althusser,
Pour Marx, capítulo 6 (“Sobre la dialéctica materialista”).
12
Althusser –en su primera intervención del seminario Lire le Capital– acer-
tó sin duda en la interpretación del texto, quizás por primera vez en la
historia de la tradición marxista. Pero el lío que monta para conseguirlo
(mediante la distinción entre el “concreto de pensamiento” y el “concreto
real”, etc.), no creo que sea hoy en día tan necesario como en aquellos
tiempos de auge del estructuralismo.
13
Hegel, G. W. F.: Phänomenologie des Geistes, Werke, III. Surkkamp Verlag.
Francfort, 1969, pág. 16.
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Método de Marx / Dialéctica
precisas. Pues bien: “he aquí por qué Hegel cayó en la ilusión de
concebir lo real como resultado del pensamiento que, partiendo de sí
mismo, se concentra en sí mismo, profundiza en sí mismo y se mueve
por sí mismo”15. Lo que Marx añade a continuación –tantas veces
repetido y tantas veces malinterpretado– es en principio algo bastante
sencillo: no, ese no es el proceso por el que se genera lo real, ese no
es otra cosa que el proceso por el que se gesta el conocimiento de lo
real. Lo que pasa es que, dicho así, desembocamos de nuevo en un
Hegel de paja, demasiado estúpido, casi surrealista, que pretendería
que el proceso cognoscitivo generaría las cosas que nos habríamos
propuesto conocer. Como vamos a ver, lo que se está jugando aquí es
algo muy distinto y en verdad bastante inesperado.
El pensamiento no se mueve por sí mismo, el pensamiento, añade
Marx, recibe un impulso completamente exterior y lo tiene que mover
una... “cabeza”16. Marx utiliza esa poco delicada expresión (algunas
traducciones ponen más dignamente “mente”): Kopf, cabeza. Pero
dejemos el tema por el momento. Eso de que “el pensamiento” se
mueva o no se mueva “por sí mismo” parece menos surrealista que
eso de que el pensamiento engendre la realidad... pero sólo porque se
entiende mucho menos.
Y el caso es que es bien difícil de entender. Es más, es tan difícil de
entender como el mismísimo Hegel, pues la única forma de afirmar
que el conocimiento se mueve por sí mismo es montar algo así como un
sistema hegeliano. Sin duda, entre todos los pensadores idealistas,
Hegel es quien resuelve el asunto de forma más airosa. No puedo
demostrar esto ahora, pero lo que yo defendería es que, en realidad,
desde el mismo momento en que se afirma que el pensamiento está
vivo, es decir, que hay una fertilidad cognoscitiva a la que Hegel llama,
precisamente, dialéctica, es ya inevitable afirmar algo así como que
“el pensamiento es el demiurgo de lo real”. Es decir, afirmar más o
menos lo que Hegel dice con toda exactitud: que lo que tenemos ahí es
“el principio de toda vitalidad espiritual... y natural”. La dialéctica no
se deja convertir en un mero método de investigación o de exposición.
Si hay una vitalidad dialéctica –es decir, si el pensamiento se mueve
por sí mismo hacia la verdad– es el principio de toda vitalidad, ya sea
espiritual o natural. Como digo, esto es imposible de demostrar aquí,
en unas pocas páginas, pero conviene retener que eso y no otra cosa
es precisamente lo que el sistema hegeliano consiste en demostrar,
y que se pueden hacer todas las piruetas que se quiera para ponerle
15
Ibid., pág. 51.
16
Ibid., pág. 52.
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17
He tratado de resumir esto mismo en el capítulo IX de ¿Para qué servimos
los filósofos?, La Catarata, Madrid, 2013.
18
“Aparentemente”, pues, al fin y al cabo, la lentitud de la naturaleza, a
través de millones de años de movimiento ciego y en apariencia estúpido y
sin sentido, acaba por alumbrar la Historia, acaba por alumbrar una cosa
temporal que piensa: el ser humano.
19
Mientras no se diga lo contrario (o se comprenda suficientemente por el
contexto) por Historia nos referimos, por supuesto, a la realidad histórica
y no a la disciplina que la estudia. El uso de la mayúscula tiene que ver
más bien con la correlación hegeliana Idea, Naturaleza, Historia.
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30
Cfr. “Avis au lecteur” (MEGA, II, 7, pág. 690).
31
Carta de Marx a Maurice La Châtre, 18 de marzo de 1872 (MEGA, II, 7,
pág. 9).
32
MEGA, II, 7, pág. 690.
33
Ibid.
34
Ibid.
117
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35
Fernández Liria, C. y Alegre Zahonero, L.: El orden de El Capial, ob. cit.,
págs. 421-422.
36
MEGA, II, 6, pág. 538.
118
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40
Balibar, E.: Lire le Capital, ob. cit., pág. 179. Cfr. también, El materialismo,
ob. cit., capítulo 7.
41
Martínez Marzoa, F.: De la revolución, Alberto Corazón, Madrid, 1976.
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Por su forma externa, esta visión recuerda el panta rei (todo fluye)
con el que Heráclito dejara pasmados a sus contemporáneos y se
ganara el epíteto de “el Oscuro”; si bien el pensador griego operaba
apenas con la fluidez de la percepción sensorial, en tanto el alemán,
transcurridos dos largos milenios de desarrollo de la “filosofía
primera”, se manejaba con “el automovimiento de los conceptos” y
sus determinaciones categoriales.
Hegel no renuncia a la añeja pretensión de ofrecer un cuadro
especulativo integral del “mundo como un todo” (el mundo natural,
histórico y espiritual); pero el universo que resulta de su empeño es
dinámico, metamórfico, contradictorio: el tiempo y todo lo que a él
se asocia –el tránsito de los opuestos: el ser y la nada, el nacer y el
perecer, el antes y el después, el movimiento infinito que sobrepuja
todo reposo– constituyen su determinación decisiva. Desde entonces,
sobre todo en la tradición marxista –por diversa que sea–, el término
dialéctica se utiliza para designar la “forma de ver las cosas” que
se articula a través de oposiciones categoriales de este género y no
admite “nada definitivo, absoluto, consagrado”, “en todo pone de
relieve lo que tiene de perecedero” o, para utilizar las célebres palabras
del epílogo de la segunda edición en alemán del primer tomo de El
Capital, “en la intelección positiva de lo existente incluye también, al
propio tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina”.
Incluso en los manuales que mencionamos se dice que hay
dialéctica donde “la realidad” se mira en movimiento, en constante
transformación y desde el punto de vista de la interconexión de sus
elementos constitutivos; como un proceso de negatividad permanente
e “insatisfacción” con cada peldaño alcanzado, como “lucha de
contrarios” y trueque de la cantidad en cualidad.
“Metafísica” sería lo opuesto: el modo de pensamiento que concibe
“la realidad” como algo estático, dado de una vez y por todas, y los
objetos y sus conceptos, como aislados, fijos, inmóviles, inconexos
entre sí y, sobre todo, libres del demonio de la metamorfosis y la
contradicción.
Una forma metafísica de dialéctica
Cuando los coordinadores del evento preguntan si es posible que
la dialéctica se convierta en “algo metafísico”, están indagando
por la posibilidad de que se convierta en su contrario. Precisemos
la respuesta que de alguna forma hemos anticipado: la dialéctica,
tanto en su versión hegeliana como marxista, ha sido convertida en
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Necesidad y contingencia
En este punto, se impone precisar el significado con el que Marx
utiliza los términos ley, tendencia, lo natural y lo histórico. Me permito,
sin embargo, una breve digresión acerca de un quinto término
que ronda entre aquellos como un fantasma, o más bien como un
espantajo: necesidad. En mi opinión, al negar o ablandar la idea
de la legalidad del proceso histórico, lo que se hace es desterrar la
necesidad del instrumental que procura aprehenderlo en conceptos.
Marx, sin embargo, habla de lo necesario con la misma naturalidad
con que lo hace de lo contingente (lo casual), conocedor del carácter
correlativo de ambas categorías y de que la una sin la otra constituye
un sinsentido redondo, el mismo sinsentido que supone pensar la
causa sin el efecto, la compra sin la venta o el hambre sin la saciedad.
Una relación es necesaria cuando nos abstraemos (cuando la propia
realidad se abstrae) de la contingencia, y viceversa.
En El Capital, por ejemplo, el valor de cambio se presenta como una
“expresión necesaria o forma obligada de manifestarse el valor”. Sobre
las mercancías se explica que “tienen necesariamente que realizarse
como valores antes de poder realizarse como valores de uso” y que,
“en ciertas y determinadas proporciones”, “representan siempre,
necesariamente, valores iguales”. Asimismo, la “cristalización del
dinero” se enfoca como “un producto necesario del proceso de cambio”,
y de la forma precio se nos dice que lleva implícita “la necesidad de su
enajenación”. “Al aumentar o disminuir la suma de los precios de las
mercancías, tiene necesariamente que aumentar o disminuir la masa
del dinero en circulación” y “al aumentar el número de rotaciones
de las monedas, disminuirá necesariamente la masa de monedas en
circulación”.
Aunque estas y otras relaciones análogas dimanan de la lógica
inmanente de los procesos analizados y expresan su trabazón interna,
no excluyen –sino, antes bien, presuponen– emergencias fortuitas
que las modifican en circunstancias diversas. Por necesidad, un
vaso producido en régimen capitalista ha de realizarse como valor
antes de hacerlo como valor de uso, pero, desde el punto de vista
de la lógica inmanente de este régimen de producción, tanto una
como otra modalidad de realización resulta siempre del todo fortuita.
Como valor puede realizarse en un bazar callejero o en una tienda
especializada de artículos para la casa, y puede hacerlo a través
del trueque o con arreglo a precios coyunturales muy diversos. En
su condición de valor de uso, como comentara Lenin en “Una vez
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porque hay muchas cosas que decir aquí. En primer lugar hay que
empezar a discutir si esa economía, y me refiero sobre todo a la
economía política burguesa, realmente es una ciencia. Si un rasgo
clave de las ciencias es que tienden a acertar, verdaderamente la
economía no es ninguna ciencia, porque falla todas las veces en sus
cálculos y predicciones y los economistas se la pasan prometiendo
cosas que van a pasar y meses o años después explicando por qué
no pasaron. Y las crisis siempre los sorprenden, como ha ocurrido
no sólo con las crisis anteriores sino con la más reciente, la que el
capitalismo vive en la actualidad. Así cualquiera es científico. De modo
que el valor de la economía (de la economía política burguesa) como
ciencia es un valor bien limitado, sobre todo porque esa economía,
por estar al servicio de los intereses de la burguesía, perdió hace
mucho su carácter crítico. Esa economía, que cierra el paso a toda
economía crítica (la cual se equivoca también a menudo, pero que
al menos intenta ser menos prepotente, atender a los intereses de
los pobres y desposeídos y mirar con mayor atención los problemas
que la afectan a ella misma como pretendida ciencia); esa economía
oficial, burguesa, repito, la encarnan fundamentalmente economistas
que son mercenarios del poder, que están al servicio de las clases
dominantes, lo que les permite ser los únicos que aparecen en los
grandes medios y los que dominan en las universidades; economistas
que no hacen otra cosa que no sea idealizar al capitalismo y que
por supuesto actúan mucho más como ideólogos de éste que como
verdaderos científicos sociales.
Y además está el hecho de que –sobre todo en este mundo actual tan
cambiante– la economía tiene una dificultad estructural para ser una
ciencia, porque su principal problema es que se trata de una ciencia
que depende siempre de circunstancias imprevistas e imprevisibles,
en especial del miedo y de las angustias de los capitalistas y de
los inversores, de su irracionalidad misma, lo que hace difícil que
pueda funcionar como una ciencia con una capacidad de predicción
aunque fuese aproximada. Y en un mundo globalizado y dominado
por medios de comunicación digitales como es el actual esa amenaza
de fracaso se acentúa. A menudo por su excesiva credulidad en la
infalibilidad del capitalismo, o del “mercado”, como sus mercenarios
intelectuales prefieren llamarlo, ellos nunca esperan una crisis que
de repente les estalla en la cara. El imprevisto rumor de que van
a bajar las ganancias en tal país y de que hay que salir corriendo
de él con el dinero, las empresas o los ahorros, para llevarlo todo a
otro país, rumores que pueden ser interesados, y que muchas veces
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los países vecinos para decidir cuáles serían los capitalistas que iban
a terminar dominando el planeta como vencedores en esa guerra.
Es a partir de ese contexto que surge y se impone entonces la teoría
leninista sobre la revolución socialista, la cual parte de la idea de
que aún hay posibilidad de necesarias revoluciones socialistas en
Europa, sobre todo en Alemania, pero plantea el hecho innovador de
que el proceso revolucionario se va desplazando hacia países menos
desarrollados como Rusia, en los que las contradicciones sociales y
las crisis políticas son más profundas que en la Europa dominada
por el reformismo porque el proletariado, aun sin ser en Rusia muy
numeroso, está impregnado en cambio de conciencia de clase ante
la explotación que sufre, y porque el campesinado, mayoritario,
explotado y miserable, lucha firmemente por la tierra. De allí la seria
posibilidad de que en un país como Rusia, que contaba además
con una fuerza de vanguardia revolucionaria como era el partido
bolchevique, estallase antes la revolución, algo que resultaba más
difícil en Europa occidental. Como dijera Lenin, la cadena capitalista-
imperialista podía romperse por su eslabón más débil. Éste era Rusia.
Y eso fue lo que pasó en 1917, en medio de la crisis provocada por la
Primera Guerra Mundial, en la que la Rusia zarista colapsó.
A partir de allí la revolución rusa marca el camino a lo largo de casi
todo el siglo XX. Esa revolución, definida como proletaria y que triunfó
en medio de la aguda crisis que le permitió alzarse con el poder en
un mundo como el ruso, mayoritariamente campesino y de desarrollo
industrial concentrado y escaso; que superó terribles situaciones
conflictivas tanto externas como internas; que debió apelar a medidas
represivas extremas; que superó también la derrota de la revolución
alemana, a la que Lenin veía con toda razón como necesaria para
que unidas la Rusia atrasada y la Alemania desarrollada pudieran
reconstruir el internacionalismo proletario y disponer de la base de
desarrollo y abundancia indispensable para iniciar la construcción
de una sociedad socialista; esa revolución, repito, que dado su
aislamiento, se vio obligada, para poder sobrevivir e industrializarse, a
plantearse como tarea la peculiar idea de construir el socialismo en un
solo país, marcó desde entonces el rumbo a seguir para revoluciones
socialistas como las de todo el resto del siglo XX. Revoluciones que,
salvo algunos casos de cierto desarrollo económico previo en el este
de Europa, se producen en países incluso menos desarrollados que la
propia Rusia de los zares, en países cada vez más atrasados, pobres
y campesinos. Así, más allá de las importantes particularidades
propias de cada caso, se producen, después de la Segunda Guerra
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¿Para qué sirve El Capital?
más grande que la que tuvo Marx ante sus ojos. Eso no quiere decir
que un día se decrete el socialismo y se realice en todos los países del
mundo ni que un país no pueda intentar iniciar por su cuenta la lucha
por construir el socialismo. No por favor, el capitalismo tampoco fue
decretado en un día: arrancó en Europa, creció en Europa, se proyectó
a Estados Unidos, luego al Japón, y luego en forma colonialista llegó
incluso a países dependientes. Y así fue dominando el mundo. El
socialismo no tendría por qué seguir ningún modelo previo, pero
no hay duda de que su triunfo en países desarrollados, grandes y
poderosos ayudaría a su expansión más que el triunfo limitado en
países pequeños, débiles o aislados. Es por ello que pese a tratarse
de una revolución con un liderazgo excepcional y un enorme apoyo
de su pueblo, el socialismo cubano ha vivido dificultades enormes
que han contribuido a su crisis actual. No se trata pues de que el
socialismo se convierta en sistema mundial de un día para otro, pero
lo que está claro es que difícilmente el socialismo puede darse en
un solo país, sobre todo cuando hay un capitalismo tan poderoso
y tan mundial, tan globalizado, como este capitalismo actual. Ese
es uno de los grandes problemas que confrontan las izquierdas hoy
en todo el mundo: cómo enfrentar esa dura realidad en medio de la
crisis, la confusión y la debilidad ideológica y programática que las
caracterizan.
El socialismo no puede construirse sin un desarrollo industrial previo,
es decir sin abundancia, sin que se pueda resolver la contradicción
central que Marx planteaba entre fuerzas productivas sociales
desarrolladas y apropiación privada. Pero repito también, no se
trata, como pedían los reformistas de hace cien años, de sentarse a
esperar hasta que el capitalismo se desarrollara, para entonces hacer
la revolución socialista contra él. Este argumento dogmáticamente
etapista que conducía al quietismo y que era ya erróneo hace un siglo
se ha hecho más inconsistente ahora porque en esos cien años el
capitalismo mismo ha cambiado lo suficiente como para convertirse
en un sistema que ha penetrado todo, que ha penetrado a todos
los países. Y hoy cualquier país de los que hace cien años podía
ser considerado como atrasado y que aún puede ser proporcional o
relativamente atrasado comparado con los países ricos dominantes,
no deja de ser un país capitalista que cuenta con cierto desarrollo de
fuerzas productivas, es decir con una implantación capitalista que
puede servir de base para cambios revolucionarios. No es lo mismo la
revolución socialista que se intentaba hacer hace cien años en algunos
países, prácticamente sin capitalismo, que la que puede hacerse hoy
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Iñaki Gil de San Vicente
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menos que en el ¿Qué hacer? y esa inventiva heurística fue uno de los
secretos de su portentosa mente.
El Capital, en realidad, exige una alta capacidad heurística porque una
de sus decisivas aportaciones, la de la lucha entre la caída tendencial
de la tasa media de ganancia y las contratendencias burguesas, nos
remite a la lucha de clases, es decir, a la incertidumbre abierta a
diversos futuros según el resultado del conflicto. Es por esto que El
Capital anuncia problemas, es decir, dado que su lógica interna está
basada en la lucha de contrarios, en su resultado, el llamado “sentido
común” y la lógica formal apenas sirven para algo una vez que la
complejidad del conflicto se muestra en sus diversas posibilidades
de salida.
Tenemos el ejemplo del debate sobre el capital ficticio, el capital
dinero, capítulos que solamente ahora empiezan a ser estudiados
con rigor profundo, porque ayudan sobremanera a comprender el
capitalismo contemporáneo. Como decía Rosa Luxemburgo: El Capital
va más adelante que nosotros. La obra fundamental de Marx plantea
problemas que nosotros ni siquiera todavía hemos llegado a imaginar
que existían hasta que estallaron bruscamente ante nuestras
narices. Las ideas de Bujarin sobre el capitalismo rentista, las tesis
de Rudolf Hilferding por ejemplo, sobre el capital financiero, brillante
autor que ha sido sistemáticamente silenciado, no por el marxismo,
porque Lenin le cita y le copia, sino por la socialdemocracia, porque
fue el único socialdemócrata ¡el único! capaz no solamente de leer a
Marx, sino de comprender su dialéctica. Tenemos el ejemplo de la
contundente afirmación marxista de que la tierra no pertenece más
que a las generaciones futuras, que nunca a las presentes y menos a
las clases dominantes.
Y hay que decirlo claramente, el análisis del capitalismo y el análisis
del imperialismo de Hilferding es superior al de Lenin, excepto en
una cuestión, la síntesis política. Y era tan superior, tan tremendo
que ahora se le empieza a comprender; era tan tremendo que para la
lógica burguesa de la socialdemocracia era incomprensible, por eso
lo han tirado por ahí como un perro viejo, como se tiró a Hegel en su
tiempo y ahora se le empieza a rescatar, pero partiendo de Marx y de
capítulos determinados de Marx, lo mismo con el resto de cuestiones.
Nos hemos alargado un poquito en el ejemplo del capital ficticio y del
imperialismo para comprender mejor el poder teórico y heurístico de
El Capital. La comprensión del por qué el capital ficticio se expande
hubiera sido imposible sin la teoría de la plusvalía y sin la intervención
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¿Para qué sirve El Capital?
política del Estado, y sin el empleo del método dialéctico, al igual que
sucede con el imperialismo. Del mismo modo, podemos citar otras
cuestiones problemáticas: una de ellas básica, el sistema patriarcal o
más específicamente el sistema patriárquico-burgués y su papel en la
reproducción ampliada del capitalismo. La mujer como instrumento
de producción de una fuerza de trabajo cualitativamente diferente
a todas las demás: la misma especie humana. Ahora bien, esta
visión es ininteligible para la ideología burguesa y si llegase a serlo
entonces sería inaceptable. Durante los cortos años de espumosa
euforia económica, el feminismo burgués divagó a sus anchas pero al
ir aumentando las crisis parciales y al unirse en una crisis sistémica
global desde 2007, el feminismo burgués está demostrando su
incapacidad absoluta para detener los feroces ataques del sistema
patriárquico-burgués a las mujeres trabajadoras, más aún a las de
las naciones oprimidas y en general al sexo-género femenino.
También nos enfrentamos a la desesperada mercantilización de la
naturaleza y al agotamiento de los recursos energéticos, que si bien
son dos problemas que exigen análisis específicos, sin embargo,
mantienen una unidad sustantiva que sólo la comprendemos en
su dramático alcance si aplicamos el método de El Capital en las
condiciones actuales. Más aún, sólo este método inacabable puede
explicarnos cómo y por qué lo que es un drama puede devenir en
una tragedia y, sobre todo, cómo evitarlo. El Capital nos explica por
qué existe la explotación, el agotamiento del primer y fundamental
recurso energético, la fuerza del trabajo humano, la especie humana
en sí misma. Lógica y necesariamente, tanto en El Capital como en el
conjunto de la obra de Marx y Engels existen lagunas en este y otros
problemas, pero es innegable que acertaron en lo básico y decisivo y
que en comparación al resto de autores de su época, estuvieron muy
por delante de todos ellos.
Un ejemplo inicial y aún no superado lo tenemos en la impactante
obra engelsiana La situación de la clase obrera en Inglaterra, de
1845, en la que se fusionan los más actuales métodos de la ecología
social, con la medicina social, con el urbanismo, con la economía,
con la historia y con la lucha de clases. Al cabo de muchos años,
en el capítulo XLVI del Libro III de El Capital, Marx profundiza en
el método ya iniciadpor Engels dos décadas antes, y sintetizándolo
en su quintaesencia afirma que: “Ni la sociedad en su conjunto, ni
la nación ni todas las sociedades que existen en un momento dado,
son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras,
sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias y
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Rubén Zardoya Loureda
El tiempo de El Capital
La pregunta
Hace unos minutos sostuve una interesante conversación con
una joven estudiante de Economía, presente en la sala, quien se
preguntaba si vale la pena empeñarse en la lectura –ardua, sin dudas–
de El Capital en pleno siglo XXI. Un profesor con títulos académicos
y científicos suscitó un debate en clase sobre este tema y lo condujo
hacia cuatro conclusiones concatenadas. Primera: Karl Marx fue, con
toda seguridad, el economista más importante de la segunda mitad
del siglo XIX; segunda: no es posible comprender el pensamiento
económico de nuestros días si no se conoce a fondo la obra de este
alemán de copiosa barba; tercera: su obra es un reflejo del nivel de
desarrollo de la ciencia económica de su época y de las peculiaridades
del capitalismo decimonónico: “la economía de mercado simple” (así
dijo); cuarta: al cambiar el “objeto reflejado” –y los cambios han sido
“colosales y vertiginosos”– ha de cambiar por necesidad el “reflejo
teórico” o, quizá con más precisión, el “espejo teórico” que refleja la
“realidad económica”.
Me disponía a explicar que Marx dista de ser “un economista” y a
ponderar, una a una, estas “conclusiones”, cuando mi interlocutora
lanzó y dejó en suspenso, por la premura, una interrogante
aparentemente ingenua: “Si El Capital fuera ese espejo del que habla
el profesor, ¿cuál sería la realidad reflejada en él?”.
Dos escenarios para una respuesta
¿Es la obra de Marx una teoría del capitalismo de la segunda mitad
del siglo XIX? ¿O quizá su objeto sea, de forma aún más específica,
el capitalismo inglés de la época que, como es conocido, proporcionó
los datos empíricos requeridos por el autor de El Capital para llevar a
buen puerto su empresa teórica?
No solo las preguntas; también las respuestas son hijas, en medida
considerable, de las circunstancias específicas en que son emitidas.
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Para caer de pie luego del triple salto desde la teoría a la historia
(y la práctica) concreta se requiere cultivar otro género de virtudes,
destrezas y disposiciones, nada acrobáticas: la modestia del espíritu
que alcanza un conocimiento profundo de aquella teoría y, sin embargo,
se aplica con paciencia infinita al estudio de la historia transcurrida
desde su exposición paradigmática; la aplicación de técnicas, en
ocasiones sofisticadas, para la recopilación e interpretación de datos
empíricos; la clasificación esmerada de estos datos con arreglo a
criterios y categorías que sólo una fina intuición puede adelantar,
o bien deslindar del arsenal clásico y adecuar a circunstancias
específicas; la identificación de lo nuevo, ¡la imprevisible novedad!:
las tendencias y contratendencias, fuerzas y vectores de fuerzas,
factores y agentes –racionales unos, irracionales otros–, que emergen
por lo general sin anunciarse y favorecen o contrarrestan, impulsan
o paralizan el accionar de las leyes inmanentes del capitalismo; la
síntesis orgánica y en extremo compleja de la esencia y la apariencia,
el atributo y el modo, la necesidad y la contingencia, el fundamento
y la forma, la forma y el contenido. La capacidad de leer el libro del
capitalismo vivo –aún vivo– con el instrumental lógico forjado por
Marx.
Lo verdaderamente importante será que no nos ocurra como a
Nicolái Bujarin, el gran revolucionario bolchevique, poco ducho en
cuestiones de dialéctica, quien en cierta ocasión intentó corregir
una línea política concreta trazada por Lenin apelando a una cita
de Marx que supuestamente la contravenía. Cuentan que el líder de
la Revolución de Octubre lo atajó de inmediato: “Camarada Bujarin,
una revolución no se hace con libros viejos”. En efecto, convertida en
dogma, la obra de Marx, cuyo tiempo es el tiempo del capitalismo, se
le había envejecido a Bujarin entre las manos.
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Notas Biográficas
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Notas Biográficas
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Impreso en los Talleres Gráficos del Partido del Trabajo.
Oriente 107 No. 3162, Col. Tablas de San Agustín,
Alcaldía Gustavo A. Madero, C.P. 07860,
Ciudad de México, México.