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M a n fr e d O s te n

La memoria robada
Los sistem as digitales
y la d e s tr u c c ió n de la c u ltu r a
del r e c u e r d o

Breve h is to ria del olvido

Traducción del alemán de


Miguel Ángel Vega

Biblioteca de Ensayo 63 (Serie Mayor) Ediciones Siruela


t

T o d o s los de re cho s reservados.


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T ítu lo original: Das g e ra u b te Ge dáchtnis. D ig ita le Systeme


und die Z er stór ung der Erinn erungskultur.
Eine kl ein e Gescb ic hte des Vergessens
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Staatliches M useum, Schwerin. © A r t o t h e k / A r c h i v i Alinari.
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© E d ic ion es Siruela, S. A ., 2008
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ISBN: 978-84-9841-221-5
D e p ó s i t o legal: M - 30 .557-2008
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índice

La memoria robada

Prefacio o la odisea del olvido 11

I 1803: N apoleón o el borrón y cuenta nueva


de la antigua m em oria 21

IIO d io al pasado. El Dr. Fausto, contem porán eo


de la M odernidad 25

III«Los legionarios del m om ento» o el auto de fe


de la m em oria 37

IV Vale la palabra rota o la sociedad sin m em oria 43

V E volución y renuncia a la m em oria 59

VI «Alm acenar datos supone olvidarlos» 73

VII La p íld ora del día después: acerca de la


n eu rotécn ica del olvidar 93

Notas 111
Bibliografía 119
Indice onomástico 125
La memoria robada
Prefacio o la odisea del olvido

Un gran vacío vendrá


A causa de una cabeza desvariada.
Un gran delirio se impondrá
al pueblo.
Nostradamus

«Quien probó la dulzura meliflua de los frutos del loto, ya no


pensó jamás ni en la exploración ni en la vuelta a casa.../ Pero de
nuevo los traje, entre gemidos y a la fuerza, a la orilla,/ Y, arroján­
dolos bajo los bancos de la nave, los até con cuerdas»1: Estos versos
lo ponen de relieve. La historia de la memoria robada es antigua. Se
remonta a la mismísima mitología. Homero lo ha captado en el can­
to IX de la Odisea. Allí encontramos a su héroe que, de vuelta de Tro­
ya a ítaca, ha perdido de nuevo la ruta. Toda su flota de doce naves
echa el ancla frente a una costa desconocida donde va a ser testigo
de una especie arcaica de amnesia inducida por las drogas: dos com­
pañeros elegidos y un heraldo que los acompaña, mandados en
avanzadilla para explorar la isla, son recibidos de manera inespera­
damente amable por los habitantes, que les obsequian hospitalaria­
mente. Sin embargo, si se observan más detenidamente, los amisto­
sos anfitriones se manifiestan como si fueran una prefiguración en
los tiempos antiguos de la actual sociedad de diversión y drogas:
son los lotófagos, que han puesto su droga de «estilo vital» total­
mente al servicio del olvido. Se trata de un fruto de grato sabor, tras

11
cuyo disfrute también los exploradores de Ulises emprenden inme­
diatamente el camino hacia un nirvana total que les hace olvidar to­
dos los objetivos y tareas: olvidar, tal es la meta del retorno de Ulises
a casa, olvidar es la tarea de la exploración. Si uno se entrega al pla­
cer de la droga y a la dulzura de un paraíso, sólo puede ser arranca­
do del mismo bajo protestas y graves manifestaciones de desha­
bituación. Sólo venciendo una gran resistencia consigue Ulises que
sus compañeros vuelvan entre gemidos a las naves, donde son atados
a los bancos de los remeros para que no vuelvan a la embriaguez del
olvido.
Hoy día, ¿se sometería Ulises a este esfuerzo? Difícilmente. In­
cluso cabría imaginarse a un héroe sin memoria, «un trapecista en
la cúpula del circo... que no supiera qué hacer» (Alexander Kluge)
y que tras la mera lectura del periódico de ayer se considerase un
historiador. A causa de su débil memoria, no notaría si la cosa pú­
blica a la que pertenece se iba a regir según el lema «Vale la pala­
bra rota». Ya habría cambiado ítaca por futuras metas en Marte o en
la investigación de las células madre. Ya habría hecho realidad el
poema del olvido de Nietzsche, «El sol se hunde» (Die Sonne sinkt,
del ciclo Ditirambos de Dionisos):

Rings nur Welle und Spiel.


Was je schwer war,
Sank in blaue Vergessenheit,
Müssig steht nun mein Kahn.
Sturm und Fahrt - wie verlemt er das!

[En derredor sólo olas y juego./ Lo que era pesado/ se hundió en


el olvido azul./ Laboriosa está mi barquilla./ Tormenta y travesía:
¿cómo las olvidará?]2

Son versos que vienen de lejos: del Leteo, la corriente del olvido

12
que, a más tardar desde el siglo XIX, se ha ido ampliando hasta con­
vertirse en un mar del olvido. Se trata de un olvido bajo el signo de
una modernización que abarca todos los ámbitos de la vida y que
viene acompañada de turbulencias producto de la aceleración,
quiebras de continuidad y ruinas de la tradición en una proporción
hasta ahora desconocida. Cuando Reinhart Koselleck constata la
aceleración de la experiencia com o criterio central de la Moderni­
dad, se está refiriendo sobre todo a la experiencia de amnesias ace­
leradas, la experiencia de una aceleración sin parangón del olvido.
Y en el contexto de esta experiencia resulta natural entender de
nuevo la interpretación de Paul Klee del Angelus Novus com o una
anticipación sismográfica de las irreversibles pérdidas de la memo­
ria en forma de paisajes en ruinas y de posmodernas formaciones
de desiertos. Es la imagen de una «única catástrofe», a saber, la de
la destrucción consecuente de la cultura de la anamnesis en favor
de una idolatría hipertrófica del futuro. Con ello se alude a la cul­
tura del recuerdo com o condición para la humanidad y para el en­
cuentro de una identidad. Es aquella cultura a la que se refería Kier-
kegaard cuando establecía que la vida debe ser vivida hacia delante
aunque sólo pueda entenderse hacia atrás.
Es decir, la descripción del «ángel de la historia» por parte de
Benjamin com o metáfora de esta pérdida de la comprensión
retrospectiva del ser humano y de la historia de sus errores en con­
tinua renovación. Retrospectivamente, el ángel benjaminiano re­
conoce la historia de la destrucción de la cultura anamnética al rit­
mo acelerado del progreso de «invenciones y disoluciones» (Durs
Grünbein): «Allí donde se nos presenta una cadena de aconteci­
mientos, allí (el ángel de la historia) ve sólo una única catástrofe,
que sin cesar acumula ruina sobre ruina y las arroja a sus pies. El
quisiera detenerse allí, despertar a los muertos y acumular lo de­
rribado. Pero del paraíso sopla una tormenta que se ha prendido
en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no las puede cerrar. Esta

13
tormenta lo empuja sin cesar hacia el futuro, al que vuelve la es­
palda, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta alcanzar el
cielo»3.
Todavía está por hacer una descripción minuciosa de la génesis
de este cúmulo de ruinas del olvido. Ya existen ensayos de una his­
toria cultural de la dialéctica entre recuerdo y olvido. Mencionemos
aquí sobre todo el ejemplar estudio orientado con criterios de lite­
ratura mundial de Harald Weinrich, Lethe: Kunst und Kritik des Ver-
gessens4, y las reflexiones sobre el tema «recuerdo y olvido» en la se­
rie «Poetik und Hermeneutik»5. Por eso no puede ser tarea de este
ensayo recapitular la historia del recordar y del olvidar desde el mi­
to de Mnemosyne hasta Auschwitz. Más bien debería ser la reflexión
fragmentaria de esa historia del recuerdo fracasado que, ya a fina­
les del siglo XIX, hizo surgir la sospecha de que el progreso podría
algún día despedir a sus hijos com o «bárbaros iluminados por la
electricidad» (Theodor Fontane).
En esta historia del olvido y del recuerdo, Weinrich distingue,
entre otras cosas, entre olvido privado y olvido público, entre olvi­
do ordenado (jurídicamente) y olvido prohibido (con referencia a
los entuertos y delitos cometidos contra los Derechos humanos).
Llega, sin embargo, a una síntesis inquietante que merece la pena
seguir en sus motivos ocultamente públicos. En efecto, Weinrich lle­
ga al resultado siguiente: «El pensamiento filosófico de Europa, tras
las huellas de los griegos, ha buscado la verdad durante muchos si­
glos en el lado del no-olvidar y sólo en la época moderna ha hecho
el intento, de manera más o menos vacilante, de admitir una cierta
verdad incluso en el olvidar»6.
Al olvido, al menos en la época moderna, se le puede reconocer
una peculiar verdad. Reducida a una fórmula breve, es la verdad de
la destrucción de la memoria. Es una verdad que se remonta al si­
glo XVIII. El odio al pasado que domina la Modernidad comienza
sobre todo en la Revolución Francesa, con la destrucción de la me-

14
moría del Antiguo Régimen. En el Fausto, Goethe ha trazado de
manera metafórica el protocolo de esta pérdida de memoria que
avanza a pasos agigantados bajo el signo del odio al pasado y de la
aniquilación napoleónica de la antigua memoria, hasta llegar a la li­
quidación, en el caso de Filemón y Baucis, de aquellos restos de la
Antigüedad en los que Goethe veía el último baluarte frente al
avance de la barbarie. Cuando en el Diván de Oriente y Occidente de­
cretaba para la posteridad de manera expeditiva: «Quien no sabe
darse cuenta de tres mil años, se queda desvalido en la oscuridad,
por más que viva el día a día», no hacía más que entender la for­
mación com o participación en la memoria de la humanidad.
En 1848, Grillparzer sacará de todo ello la consecuencia para la
ulterior marcha de la humanidad: «Del humanismo a la bestialidad
a través del nacionalismo». La secularización de todas las relaciones
de la vida comienza bajo el signo de una rápida aceleración y de la
leva de cualquier anclaje en una molesta memoria. Se trata pues de
arrojar por la borda supuestos lastres en favor de una exclusiva
orientación hacia el progreso. Al mismo tiempo se marca un cisma
temporal: por una parte, el romanticismo com o proyecto de una re­
cuperación forzada de la memoria cultural que, en trance de desa­
parición, apela a la Edad Media; por otra parte, com o ruptura con
una sociedad que progresivamente va perdiendo la memoria en
aras de grandes proyectos e ideologías para una optimización eco­
nómicamente orientada de la sociedad mundial. Un proceso que se
acompaña de ulteriores y radicales rupturas de continuidad de la
memoria en forma de guerras mundiales, quema de libros y revuel­
tas sesentayochistas. Pero sólo en la sociedad global de la informa­
ción del siglo XXI parece que este proceso ha conseguido una di­
mensión que amenaza con superar todos los estadios hasta ahora
alcanzados: tanto en el carácter ilusorio del supuesto alivio de la me­
moria mediante los sistemas digitales com o en la tendencia a la liqui­
dación de las instituciones tradicionales de la memoria (bibliotecas,

15
teatros, óperas, museos, etc.). Y todo ello favorecido, entre otras co­
sas, por la rápida pérdida de la memoria iconográfica de la tradi­
ción antigua, cristiana y clásica así com o por un sistema de educa­
ción orientado funcional y exclusivamente a la competencia del
futuro y por una carencia empírica por parte de los mundos virtua­
les de los medios y de la información.
Weinrich ha formulado de manera escueta que el pretendido ali­
vio que suponen para la memoria los sistemas digitales no es más
que un grandioso sistema de auto-engaño: «Almacenar datos supo­
ne olvidarlos»7. De hecho, por ejemplo, la BBC ha admitido ya la
pérdida de grandes cantidades de material de la primera época de
la televisión. Las grandes empresas se van viendo poco a poco obli­
gadas a realizar enormes gastos para ampliar su competencia IT y
reducir la fragilidad de sus datos. La esperanza de poder echar ma­
no de informaciones históricas más allá del horripilante corto espa­
cio de tiempo que ofrecen las posibilidades de almacenamiento di­
gital se une mientras tanto a la utopía de un Storage Area Networking
(SAN): una utopía, en efecto, ya que esta forma y posibilidad de su­
pervivencia de las informaciones supondría, entre otras cosas, la dis­
tribución de copias en diferentes lugares del mundo y el uso de ins­
trumentos de almacenamiento de todos los productores, cuyos
productos deberían corresponder por consiguiente al estándar
SAN. Es decir, la salvación de la torre digital de Babel mediante el
recurso a un único lenguaje estándar de todos los instrumentos de
almacenamiento.
Tanto a los apocalípticos com o a los evangelistas de la edad digi­
tal, con su memoria de corto plazo técnicamente limitada, ya Hans
Magnus Enzensberger les ha recordado el aspecto más importante
del tema, un aspecto que, sin embargo, hasta ahora se ha tenido po­
co en cuenta. No se han advertido las implicaciones culturales de es­
te hecho (el de la memoria a corto plazo). Al parecer, todo se orien­
ta a que podamos advertir «cada vez más cosas» a «corto plazo»8.

16
Así pues, ¿no serán los sistemas digitales la llegada definitiva de
Ulises a los lotófagos? Estos sistemas digitales, ¿no serán quizá la lle­
gada sin viaje de retorno, sin posibilidad de recurrir a las naves de
la tradición que él ha quemado tras de sí? En todo caso, constituyen
una situación de amenazadora amnesia colectiva para la que podría
valer el comentario irónico de Goethe en sus Xenia: «Con gusto me
libré de la tradición/ y me sentía totalmente original./ Sin embar­
go, la empresa es ardua/ y supone una gran tortura».
Sin embargo, de repente parece aproximarse la redención de la
«gran tortura» que supone la pérdida de memoria de los lotófagos
a través de ese órgano, el cerebro humano, que, al parecer, todavía
supera todos los rendimientos del ordenador. El presente ensayo se
cierra con la perspectiva puesta en promesas neuronales. Todavía
hoy sigue sin entenderse todo el proceso que va desde la percep­
ción hasta la recuperación del recuerdo. Sin embargo, los conoci­
mientos que se van adquiriendo en el campo de la neurobiología
ponen de manifiesto que el mundo del recuerdo del hombre po­
dría activarse o bloquearse desde fuera mediante elementos opera­
tivos. No es de extrañar que el consultor bioético del presidente
norteamericano George W. Bush, León Kass, en un documento con
el título Beyond Therapy (Mas allá de la terapia), haya aludido a las
posibilidades futuras de un «management» farmacéutico del re­
cuerdo con consecuencias definitivas para la sociedad humana.
Una sociedad en la que, según los cálculos estadísticos, a más tardar
en el año 2050, uno de cada seis habitantes del planeta será mayor
de cincuenta años y en la que la demanda de potenciadores de la
memoria podría hacer surgir gigantescos mercados de ventas. Con
ello se solucionaría de manera inesperada el problema de las am­
nesias colectivas provocadas por los procesos de envejecimiento y se
podría contradecir al bachiller de Goethe (en la segunda parte del
Fausto) cuando, con precipitado convencimiento, afirmaba: «¡Por
supuesto! La edad es una gélida fiebre/ En el hielo de una

17
necesidad llena de quimeras./ Cuando uno supera los treinta,/ Ya es­
tá casi m uerto./ Lo mejor sería aplastaros a tiempo».
Pero aun sin los potenciadores farmacéuticos de la memoria se
nos promete la esperanza. El fenóm eno de envejecimiento social
podría abrir también una nueva fase de la historia del recuerdo en
la medida en que el hombre esté dispuesto a definir el nuevo estado
antropológico del envejecimiento de manera positiva. En su libro
Das Methusalem Komplott (El complot de Matusalem), Frank Schirrma-
cher recomienda en todo caso a los gerontes que se defiendan con­
tra la discriminadora ideología de la juventud hoy día dominante y
que no elijan esa falsa salida de la trampa del envejecimiento que
en las culturas occidentales está de moda: «...la infantilización de los
medios, de los roles sociales y de la opinión pública. El hecho de
que precisamente en los países en los que ha habido un considera­
ble descenso de la natalidad libros com o Harry Potterestén desde ha­
ce años en lo más alto de las listas de ventas no deja ninguna duda
acerca de quiénes son los lectores propiamente dichos de esos li­
bros. Lo mismo puede decirse con referencia al culto de reviváis en
bebidas, alimentos, coches, películas y emisiones de televisión: to­
dos ellos constituyen los contenidos de recuerdo de una genera­
ción que no ha tenido ninguna otra experiencia histórica y que, co­
mo Peter Pan, pretende obviar la vejez jugando9.
»E1 envejecimiento se podría obviar a través de una modificación
del horizonte de expectativas. En efecto, la expectativa de que los
rendimientos de la memoria disminuyen a medida que avanza el
proceso de envejecimiento puede conducir, com o demuestran
algunos estudios, a una peor capacidad de recuerdo. Y esto, sólo
porque provoca un menor esfuerzo y una resignación prematura,
hace que el uso de estrategias adaptadoras parezca irracional y que
el reto se evite y no se acuda a la ayuda médica. No piense usted an­
te tales afirmaciones en una edad avanzada. Piense en los próximos
decenios que se le avecinan. El 95% de las discriminaciones que

18
nuestra autoconciencia sufre tienen que ver con el hecho de que al
ser humano se le presupone un descenso de su capacidad de ren­
dimiento. La ideología de los has beens, de los consumidos, sobre to­
do en las profesiones creativas, hace tiempo que ha pasado a los res­
tantes ámbitos sociales. En realidad, la representación del descenso
de capacidad mental no es otra cosa que un constructo mezcla de
miedo y prejuicio10.
»Sin embargo, el constructo de este prejuicio se vería contradicho
por pruebas científicas. Los resultados de algunos ensayos ponen
efectivamente en entredicho este prejuicio. En las personas que par­
ticiparon en los experimentos se constató una disminución del “nivel
de rendimiento del recuerdo”, pero no de la capacidad memorística.
Y Wolf Singer, director del Instituto Max Planck de Investigaciones
Cerebrales de Fráncfort, puede demostrar que la experiencia deja en
el cerebro estructuras que compensan la rapidez juvenil y que la per­
sona experimentada adopta atajos que el joven no conoce»11.
La revitalización de la vejez com o proyecto de política social de
futuro12podría abrir también nuevas perspectivas a la memoria. Sea
com o fuere, con ello tendríamos un nuevo argumento contra el
irrespetuoso bachiller que en la segunda parte del Fausto se enfren­
ta al Mefisto disfrazado de profesor con la afirmación: «¡Por su­
puesto! La edad es una gélida fiebre/ En el hielo de una necesidad
llena de quimeras./ Cuando uno supera los treinta,/ Ya está casi
m uerto./ Lo mejor sería aplastaros a tiempo.»

19
I
1803: Napoleón o el borrón
y cuenta nueva de la antigua memoria

Ya en época tardía, en 1820, y en un pasaje recóndito, Goethe ha


resumido en dos oraciones la génesis de la disminución colectiva de
la memoria en la Modernidad que entonces se anunciaba: en el en­
sayo Über Kunst und Altertum y bajo el epígrafe «Klassiker und Ro-
mantiker in Italien, sich heftig bekámpfend» («Clásicos y románti­
cos a la gresca en Italia») ha hecho el balance de la misma, la suma
de la pérdida de memoria provocada por la Revolución Francesa y
la Resolución Fundamental de la Diputación del Reich de 1803:
«Quien sólo se ocupa de lo pasado, corre finalmente el peligro de
encerrar en su corazón lo adormecido, lo que ya nos resulta momi­
ficado y seco. Sin embargo, precisamente ese atenerse a lo pasado
produce en cada época una transición revolucionaria en la que es
imposible contener o dominar lo nuevo que viene empujando, de
tal manera que se deshace de todo aquello cuyas preferencias no re­
conoce, cuyas ventajas no quiere utilizar más».
Ya en 1789, la Revolución Francesa se había deshecho de todo
aquello que hacía referencia a la religión, al declarar propiedad na­
cional, mediante decreto, todas las posesiones eclesiásticas en Fran­
cia. Sin embargo, no se ha contentado con ello. En efecto, la rup­
tura con el Anden régime y con la tradición cristiana debía realizarse
de manera aún más radical y desde una dimensión espiritual tan
profunda que hasta hoy sigue sin tener parangón. El poder de los
tiempos antiguos debía tocarse en su núcleo más íntimo y ser eli­
minado de raíz a través de una profunda reforma de la visión anti­
gua del tiempo. Bien es verdad que, ya en 1582, el poder de la Igle-

21
sia había conseguido hacer desaparecer del calendario juliano, que
hasta entonces servía de cómputo del tiempo, once días. El nuevo
amo del tiempo y simultáneamente del poder eclesiástico, el papa
Gregorio XIII, había conseguido que al 4 de octubre le siguiera el
15 del mismo mes. Pero los nuevos señores de la Revolución iban,
por el contrario, mucho más allá. Ellos querían sencillamente des­
cristianizar el tiempo. En la Asamblea Nacional de París se decidió
no sólo una aparatosa reforma del calendario tradicional, sino la
completa eliminación de la identidad de una cultura de aproxima­
damente mil ochocientos años dentro del cómputo cristiano del
tiempo. En efecto, a través de la decisión de la Asamblea Nacional,
el año 1792 se convirtió en el año uno. A partir de entonces los me­
ses dejaron de llamarse septiembre, octubre o noviembre, para pa­
sar a denominarse Vendémaire, Brumaire, Frimaire.
Nunca la razón ha vuelto a soltar amarras de manera tan radical,
a la luz de la Ilustración, de todos los anclajes de la memoria y de la
tradición. Pues no sólo se quedaba en el nuevo cómputo del tiempo
del año uno, se pretendía tratar el cómputo del tiempo de manera
tan racional com o el metro patrón que se guarda en el Archivo Es­
tatal de Francia. El calendario de la Revolución tenía efectivamen­
te doce meses, pero, para completar el radical ataque al sistema del
tiempo tradicional, se hizo decimal. El triunfo de la obediencia a la
razón durante la Revolución Francesa y los excesos de esta forma de
guillotina los ha ironizado Goethe mediante el reproche que Me-
fisto (en el «Prólogo en el cielo») dirige a Dios: «Un poco mejor
viviría (el hombre) / si no le hubieras dado el brillo de la luz celes­
te./ Él lo llama razón y sólo la usa/ para ser más animal que cual­
quier otro animal».
En Europa, a más tardar desde la Revolución Francesa, la metá­
fora de la erradicación y eliminación de la memoria y del recuerdo
está indisolublemente unida de manera inmediata con el concepto
del progreso com o un ordenamiento del tiempo orientado exclusi­

22
vamente hacia el futuro. No es casual que la tecla de borrado haya
llegado a constituirse en uno de los elementos más importantes del
ordenador. Napoleón anticipó este desarrollo hace ya tiempo. En
1806, en señal de su poder, eliminó de nuevo el calendario revolu­
cionario. Los rebeldes franceses de la Revolución de 1830 no pu­
dieron modificar nada a pesar de que, al parecer en recuerdo del
antiguo calendario de la Revolución Francesa de 1792, dispararan a
las torres de las iglesias.
Por lo demás, ya con anterioridad a 1806, Napoleón se había ma­
nifestado com o el ejecutor de todo aquello que la Revolución Fran­
cesa había introducido hacía catorce años. El 25 de febrero de 1803,
la Resolución Fundamental de la Diputación del Reich en Ratisbo-
na llevó a cabo, de una manera posrevolucionaria que superaba
confines y naciones, un borrón y cuenta nueva de la antigua me­
moria. Como un estratega de la guerra relámpago avant la lettre, en
Ratisbona dio el empujón definitivo a aquello que ya se estaba ca­
yendo. Allí comenzó una gran limpieza, un barrer las antiguas y me­
morables tradiciones del anquilosado Sacro Imperio Romano Ger­
mánico bajo la forma de una gigantesca medida de expropiación: la
partición de todos los territorios eclesiásticos (excepto Maguncia) y
la cesión de 45 de las 51 ciudades libres del Reich a los príncipes se­
culares com o resarcimiento por las posesiones de la orilla izquierda
del Rhin que habían pasado a formar parte de Francia. Constituyó
un proceso de amnesia político-educativa y cultural-teológica que,
en un abrir y cerrar de ojos, implicaba a cuatro antiguos arzobispa­
dos, 18 obispados y 300 abadías, colegiatas y conventos. Finalmente,
en el desarrollo de la secularización incluso se llegó a aniquilar la
antigua Iglesia imperial y la población católica fue reducida a una
posición de minoría.
Fue una ruptura de continuidad bajo la bandera de la Ilustra­
ción que ha tenido consecuencias paradigmáticas hasta la más re­
ciente actualidad, y cuyo diagnóstico ha realizado Thomas Hett-

23
I

che13 sucintamente con palabras que, con leves correcciones, tam­


bién pueden valer com o análisis del espíritu de época de después
de 1803: «Posiblemente, la dificultad de una descripción de las mo­
dificaciones sociales actuales resida en que la pérdida es su mo­
mento central. Pues la carencia a la que nos acostumbramos poco a
poco produce sus propios fantasmas y quimeras. Esto se manifiesta
con especial claridad en la esfera cultural. Bibliotecas y teatros, pe­
riódicos e imprentas, televisiones públicas y universidades, a través
de todos los palacios abiertos de nuestra cultura vagan todavía los
espíritus de un brillo pasado y las quimeras de la nueva opinión pú­
blica de oropel. Juntos se cubren de tal manera que no se trata ya
de sentimentalismos frente a tradiciones íntimas, sino que nuestra
sociedad se encuentra ante la cuestión de qué es lo que de sí misma
quiere y puede conservar. Pues preguntarse por las condiciones del
coleccionar, preguntarse por las modificaciones del conservar y ol­
vidar y, por consiguiente, por nuestra memoria es la pregunta por
nuestra propia auto-comprensión.

24
II
Odio al pasado. El Dr. Fausto,
contemporáneo de la Modernidad

Cuando, en 1820, Goethe, com o ya hemos mencionado y en rela­


ción con la génesis de la disminución de la memoria colectiva de una
Modernidad que ya se anunciaba, anotaba que «lo nuevo que viene
empujando [...] se deshace de todo aquello cuyas preferencias no re­
conoce, cuyas ventajas no quiere utilizar más»14, no estaba sino cons­
tatando aquello que él, el 22 de marzo de 1832, en conversación con
Eckermann, completaría más exhaustivamente con una lacónica de­
finición de barbarie: «Pues ¿en qué consiste la barbarie sino en no
reconocer lo excelente?»15. Una definición que está en relación in­
mediata con la suspicacia de Goethe frente a los románticos alema­
nes de Roma, de los cuales llegó a afirmar: «No parece que hayan ido
a Roma para aprender algo de los grandes maestros» . Es decir, de
nuevo estamos ante la desgraciada corriente romántica a la que en
otro pasaje Goethe ha calificado de enfermiza. Ahí aparece com o si­
nónimo de incapacidad de reconocer y, al mismo tiempo, de memo­
ria reducida. Como una memoria que, efectivamente, emprende de
nuevo el ensayo de recordarse pero que ya está marcada por la fra­
gilidad del recuerdo, en el sentido de aquella liquidación a largo pla­
zo de las cuentas de tres mil años de los que Goethe, al final de su vi­
da, hace balance con las palabras: «¿Qué soy? ¿Qué he hecho? Sólo
recogí y utilicé todo lo que me vino ante los ojos, los oídos, los senti­
dos... Todos vinieron y me aportaron sus pensamientos, su poder, sus
experiencias, su vida y su ser; así a menudo pude recoger lo que otros
habían sembrado; la obra de mi vida es un ser colectivo y esta obra
lleva el nombre de Goethe»17. Y las condiciones debidas a la memo-

25
ría de este ente colectivo las ha expresado Goethe, en fórmula rima­
da, en el poema Gott, Gemüt und Welt («Dios, alma y mundo»):

Ein holder Bom, in welchem ich bade,


Ist Uberlieferung, ist Gnade.

[Una deliciosa fuente en la que me baño, es tradición, es gracia.]

Y a la memoria de largo plazo de Goethe, en forma de una me­


moria «colectiva» de lo excelente de la tradición, la selectiva memo­
ria a corto plazo de los románticos le resulta un bastión insuficien­
te frente al avance de la barbarie. También en conversación con el
filólogo K. J. Sillig ha explicado, el 30 de julio de 1830, la necesidad
de otra memoria de largo plazo que incluya la Antigüedad con es­
tas palabras: «Nosotros viviríamos en la barbarie si de diferentes ma­
neras no se hubiera conservado ningún resto de la Antigüedad».
Hay que tener en cuenta esta frase para calibrar la cantidad de
futuros actos de barbarie en Europa que Goethe está anunciando
en el acto V de la segunda parte de la tragedia de Fausto de manera
metafórica. Goethe, que ha sellado preventivamente la segunda
parte com o la caja de Pandora, esboza aquí nada menos que el es­
cenario del m oderno odio al pasado, el odio a todos los restos de la
Antigüedad. Es Fausto quien, com o protagonista de este odio bár­
baro al pasado, ahora bajo el signo de una hipertrofiada orienta­
ción hacia el progreso y el futuro, hace liquidar los restos de la
Antigüedad que le molestan utilizando a sus tres voluntariosos esbi­
rros. Son las figuras mitológicas de Filemón y Baucis que, com o pa­
cífica pareja de la memoria clásica, viven asentados en la parcela de
Fausto, a quien, incapaz de ver otra cosa que no sea el futuro, su vie­
ja cabaña le resulta com o una china en el zapato. En un acto de bar­
barie, protagonizado por sus dispuestos ayudantes, perecen vícti­
mas de un incendio. Con ello Fausto elimina al mismo tiempo la

26
antigua cultura de la memoria. Pues el Zeus que, disfrazado de ca­
minante, ha sido recibido hospitalariamente por Filemón y Baucis
en su cabaña es igualmente liquidado por el esbirro de Fausto. Es
decir, Goethe demuestra aquí, en forma de bromas muy pesadas, las
consecuencias tardías de la liquidación religiosa de la Revolución
Francesa y de la Resolución Fundamental de la Diputación del
Reich de 1803, con lo que, no en último lugar, Goethe está desa­
probando también de manera provisional todas las ilusiones de una
restitución de la memoria religiosa mediante los santurrones ro­
mánticos.
Son esbirros de rasgos bárbaros los que Goethe hace actuar al
servicio de Fausto y que, com o dispuestos ejecutores y de manera
fantasmal, anticipan el futuro. En efecto, aquel futuro de barbarie
desmemoriada que el historiador inglés Ian Kershaw ha investigado
penetrantemente en su gran biografía de Hitler18: la interacción en­
tre el dictador, autor principal de la más bárbara guerra en la his­
toria de la humanidad, y la sociedad con rasgos bárbaros que lo pro­
dujo. Es el mismo odio al pasado que se manifiesta por doquier
com o el hondo hontanar de la barbarie y que entrega a las llamas
todo aquello que le parece sin valor.
Ya en época temprana, Goethe se ha dado cuenta de que este
proceso de disolución de la memoria en forma de quema de libros
era algo terrible. En su niñez ha descrito una quema pública de li­
bros con las siguientes palabras: «Resultaba terrible ver ejercer ac­
tos de violencia sobre seres sin vida. Los montones de papel estalla­
ban en el fuego y eran arrancados y puestos en contacto con las
llamas mediante los atizadores. No pasaba mucho tiempo y las ho­
jas quemadas volaban por el aire mientras las masas trataban de co­
gerlas...»19.
En la segunda parte del Fausto, Goethe ha machihembrado este
acto de eliminación de la memoria con el prototipo absoluto de
toda eliminación: la guerra. Es Mefisto el que, en el mencionado

27
acto V, revela el secreto de los dispuestos ayudantes y de manera iró­
nica lo señala con las palabras: «Guerra, comercio, piratería. Tres y
una misma cosa, inseparables, son». Y Goethe ha fijado con exacti­
tud, cosa que hasta ahora no se ha advertido suficientemente, el lu­
gar histórico de las futuras eliminaciones bélicas, el lugar en el que
surgirían los guiones de bárbaras guerras y radicales rupturas de
continuidad de la memoria bajo el signo de una militarización pau­
latina de todos los ámbitos de la vida: Berlín. Goethe, que se ha de­
signado a sí mismo com o un hijo de la paz, se ha convertido en un
consecuente negador de Berlín, después de que en mayo de 1778
tuviera que acompañar al duque de Weimar a la capital. A Charlot­
te von Stein le manifiesta sus sensaciones «en la fuente de la guerra
[...] en el momento en que comienza a borbotear con palabras de
implacable desilusión y profecía». Son frases que prevén la futura
barbarie que él formula con las siguientes palabras: «Cada vez más
se marchita la floración de la confianza en la apertura, del amor en­
tregado [...]. Y el brillo de la ciudad real (Berlín) [...], que no sería
nada sin los miles y miles de seres humanos que ya se han ofrecido
sacrificados por ella»20.
Y no es casualidad que Goethe acuñara, más de cuarenta años
después, en noviembre de 1825, en una carta dirigida a Berlín,
aquella fórmula de la Modernidad en la que él expresa de manera
certera estas tempranas previsiones: «Todo velociféricamente»21.
Tras esta fórmula se oculta no sólo la percepción sismográfica que
Goethe tiene de la precipitación y de las tendencias de aceleración
de su tiempo22. También puede entenderse com o la más profunda
fundamentación para las pérdidas de memoria de la Modernidad.
Sólo bajo este último aspecto debe considerarse y explicarse este
concepto de Goethe en lo que sigue, a saber: la eliminación de la
memoria del pasado y del presente a favor de un futuro de movili­
zación más acelerada y total. En este sentido actúa también la preo­
cupación. En el último acto del Fausto Goethe la ha caracterizado

28
com o la representante omnidominante de esta conciencia de la
orientación al futuro que posee el hombre m oderno con las pala­
bras: «Si alguna vez me poseo, de nada sirve el m u n d o/ Eterna os­
curidad baja/ El sol ni se hunde ni se levanta./ Sea placer, sea la­
m ento/ Él pospone para el otro día./ Sólo el futuro es presente/ Y
así nunca se acaba».
Goethe ha expresado la fórmula de las pérdidas de memoria de
la Modernidad en la posdata de su escrito de noviembre de 1825 (a
su sobrino nieto Nicolovius, en Berlín), posdata que no ha llegado
a enviar. La ha guardado com o la segunda parte del Fausto, porque
seguía su máxima de decir a los otros sólo lo que podían admitir. Y
en 1825 se habría entendido difícilmente, ya que precisamente lo
velociférico ha sido denominado por Goethe «com o la mayor des­
gracia de nuestra época que no deja madurar nada [...] y así sigue
viviendo al día».
Sin embargo, esta memoria «para vivir al día» de la moderna so­
ciedad de medios de información que él anticipa la ha entendido
Goethe no sólo com o un fenóm eno debido a las tendencias velo-
ciféricas de su tiempo (entre otras, de la Revolución Francesa, de
la aceleración de los medios de transporte). Él ha entendido tam­
bién la rápida pérdida de la cultura anamnética, del recordar lo ex­
celente com o un síndrome de impaciencia y de precipitación pro­
pio de la razón humana. En Máximas y reflexiones dice al respecto:
«Las teorías son normalmente precipitaciones de un
entendimiento impaciente, que gustosamente quisiera liberarse de
los fenómenos...»23. Ese defecto ontológico del «entendimiento im­
paciente» es el que Fausto representa de manera hipertrófica con
su decisión orientada al futuro: «Maldita sobre todo la paciencia».
A esta impaciencia es a la que él sacrificará la cultura anamnética,
la memoria y el recuerdo com o condición de la humanidad. Y
cuando Goethe compruebe que «la vida del hombre sólo tiene va­
lor en la medida en que tiene alguna consecuencia»24, entonces, im-

29
paciente, hará romper a Fausto con esta consecuencia garantizada
por la memoria.
Sin embargo, en el Fausto, Goethe no se ha conformado con
esto. En el segundo acto de la segunda parte y bajo la figura del
homunculus, Goethe ha configurado de manera irónica el mundo
opuesto a esas desmemoriadas rupturas con la tradición de su héroe
en la figura del homunculus. Mientras que la impaciencia de Fausto
rompe de manera consecuente con la memoria de toda tradición
y nada desea más ardientemente que ponerse en marcha hacia el
futuro y ser descargado de todo el tormento del saber, el homunculus
va por otros caminos. Homunculus, com o el nuevo hombre pretendi­
do por el biólogo molecular Wagner, es un producto de la impacien­
cia científica (pues Mefisto ayuda a Wagner de manera velociférica
en su acto de creación), encerrado en un frasco, aunque por des­
gracia sólo viene al mundo de manera parcial. Intenta ahora opti­
mizar su existencia a través del recurso consciente a la memoria: a
través del recuerdo de la más antigua tradición de la Antigüedad. Él
corrige el fracasado experimento de la segunda evolución científi­
ca de sus desmemoriados productores recurriendo a la sabiduría de
la filosofía presocrática. Pero ésta no le señala hacia delante, hacia
las expectativas salvíficas de los modernos, sino hacia atrás, hacia el
comienzo de la evolución, con la vista puesta en un nuevo hombre
no científico, más allá del fenotipo impaciente del hombre anti­
cuado. O formulado de otra manera y en un contexto del siglo XIX:
mientras que Franz Grillparzer, en marzo de 1849 (en el poema Der
Leopoldsritter), profetiza a la formación europea el camino hacia la
barbarie desmemoriada («El camino de la nueva formación pasa
del humanismo a la bestialidad a través del nacionalismo»25) , el ho~
munculus de Goethe emprende dialécticamente el camino de vuel­
ta a una cultura del recuerdo que la barbarie intenta evitar me­
diante el recuerdo de lo «excelente», mediante el juicio de una
formación llena de memoria.

30
Sin embargo, Fausto continúa en el camino hacia la bestialidad
de la desmemoriada autodestrucción que había profetizado Grill-
parzer. Es decir, Fausto obtiene aquí de manera inesperada una ac­
tualidad de política formativa en el contexto de las catástrofes de
tradición y memoria de los modernos. Y Goethe mismo estaría aquí
con su Xenion: «Quizás hayamos sido demasiado antiguos. Ahora
queremos leer más modernos».
¿En qué medida podemos leer en clave moderna a Fausto com o
prototipo de la fragilidad de la memoria y del odio al pasado? ¿No
habría llegado mucho tiempo antes que nosotros al siglo XXI? En to­
do caso, hace tiempo que Fausto ha dejado tras de sí las ciencias del
espíritu bajo el signo de la palabra entregada y memorizada y de
la cultura de la escritura desacreditándolas com o palabrería selecti­
va («no revuelvo más con palabras») y com o náusea del saber («me
da asco ese viejo saber»). De repente, com o último guardador ma­
licioso de la memoria ya no funciona Fausto, ex humanista olvida­
do de su deber, sino Mefisto. Un cambio de papeles lleno de con­
secuencias. Weinrich ha indicado al respecto que Mefisto lleva a su
víctima, Fausto, «de un olvido a otro hasta que, finalmente [...] se
olvida de sí mismo»26. El diablo cree en el arte del olvido, mientras
que él mismo conserva su única meta, el alma de Fausto, con una
memoria excepcional. La apuesta rubricada con sangre la comenta
Mefisto con estas palabras: «Considera bien que no lo olvidaremos».
Consiguientemente, Mefisto es el garante último de aquel anti­
guo arte de la memoria, la mnemotecnia, cuyo fundador pasa por
ser el poeta Simónides27, quien, sin esperarlo, es llamado por el por­
tero de la sala y después está en situación de identificar, basándose
en el orden de los asientos que va recordando, a los huéspedes que
estaban enterrados por el techo de cuyo derrumbamiento Simóni­
des había logrado salir indemne. Sin embargo, en el caso de Mefis­
to hay una mnemotécnica diabólica, unos rendimientos memorísti-
cos ex negativo, dado que están unidos con el objetivo de eliminar la

31
de Fausto. La estrategia de Mefisto para eliminar esta memoria es so­
bre todo de naturaleza velociférica. Pues él sirve ya a Fausto todos los
instrumentos de una aceleración orientada hacia el futuro y carente
de memoria. Mefisto, muy en la tónica de una sociedad moderna de
medios de información, utiliza el rápido abrigo, la rápida espada, el
rápido dinero y el rápido amor para escenificar ante Fausto un pan­
demonio de secuencias cada vez más aceleradas de eventos y sucesos
con el objeto de hacer aparecer aquella memoria com o molestia.
Mediante un rápido cambio de lugares y distracciones, Mefisto
sumerge a Fausto en una orgía de olvido. No repara en sensaciones
y distracciones desorientadoras según el lema: «A éste me lo arras­
tro por la vida salvaje/ por la superficial insignificancia». Y de esta
manera el registro de Mefisto para generar crisis de memoria en la
primera parte de la tragedia va desde el alcohol conjurado en la ta­
berna de Auerbach hasta la partición de la memoria de largo plazo
del ya casi sexagenario Fausto: aquí, al rejuvenecer a Fausto unos
treinta años en la cocina de la bruja, Mefisto consigue definitiva­
mente anticiparse a visiones de ciencia ficción propias del siglo XXL
Él se sirve ya de los conocimientos neurobiológicos de los últimos
decenios del siglo XX, com o el desciframiento de los mecanismos
moleculares de la memoria y la perspectiva de una píldora bloque-
adora de la memoria. Un bloqueador de memoria que León Kass,
el consejero bioético del presidente norteamericano, ha sospecha­
do com o futura posibilidad de corroer no sólo a una persona sino
también, a medio plazo, a toda la sociedad humana. En el caso del
doctor Fausto, Mefisto consigue ya la eliminación de toda una gene­
ración de experiencias con el ejemplo de su víctima a la que ha re­
juvenecido treinta años. Presenta a Fausto com o un fenóm eno tem­
prano de la sociedad posmoderna con intervalos generacionales
más pequeños al mismo tiempo que poseen una mayor imposibili­
dad de aceptación y transferencia de los contenidos de la memoria
y de la experiencia entre generaciones.

32
Con la eliminación de la memoria de largo plazo, Fausto consi­
gue el futuro a costa del pasado. Con ello, según los planes de Me-
fisto, no sólo se le prepara para la velociférica aventura amorosa con
Gretchen sino que también se le prepara la memoria para poder
desplazar el amor eterno prometido a Gretchen y todo sentimiento
de culpa. Así pues, la pérdida de la memoria a través del rejuvene­
cimiento de Fausto se presenta com o un sistema de detección pre­
coz de modernos mecanismos de desplazamiento de malas acciones
cometidas, en la tónica de ese trato con la historia y el pasado que
se ha hecho relevante desde el punto de vista histórico y sociopolí-
tico tras la Primera Guerra Mundial y nuevamente tras la Segunda,
hasta nuestro más reciente pasado.
En todo caso, Karl Heinz Bohrer ha analizado este estado de co­
sas en la época inmediatamente posterior a 1945 y ha destacado que
un gran grupo de alemanes en la posguerra ha eliminado toda re­
flexión acerca de la época anterior a la hora cero. Además, la his­
toria moderna, la historia social y la sociología han convertido la
historia alemana en una prehistoria del nacionalsocialismo: «Se tra­
ta, por así decirlo, de una doble reducción, una de derechas y otra
de izquierdas, del tiempo histórico. Bien a favor de un olvido que
actúa de manera terapéutica (la variante de derechas), bien a favor
de un aislamiento que actúa moralmente (la variante de izquier­
das). En ambos casos, ya no se da una memoria de largo plazo ca­
paz de proporcionar una identidad cultural»28.
Fausto mismo describe esa forma de olvido que disuelve la identi­
dad y que,'por obra y gracia de Mefisto, actúa terapéuticamente fren­
te a Gretchen con las palabras conjuradoras en la escena de la cárcel:
«Deja que lo pasado sea pasado, tú me matas», para más tarde, al
principio de la segunda parte de la tragedia, «en el lugar ameno», ce­
lebrar definitivamente los triunfos de un olvido sin problemas. Rara
vez una figura de la poesía ha presentado de manera tan profunda­
mente metafórica la modernidad de las curas de bebida, practicadas

33
cotidianamente, del antiguo río del submundo, el Leteo. Son aque­
llas aguas del Leteo que en la representación de los griegos bebían
las almas para, a través del olvido de su existencia anterior, preparar­
se al renacimiento en un nuevo cuerpo. Virgilio ha descrito en la
Eneida este proceso de manera lacónica con las palabras: «Las almas,
a las cuales el hado ha reservado otros cuerpos, beben de las ondas
del Leteo, líquido alegre, y así beben un largo olvido»29. «El largo ol­
vido», es decir, la exclamación de Fausto «Quede el pasado detrás de
nosotros», hace ya tiempo que ha granjeado al héroe de Goethe des­
de la perspectiva francesa el grave reproche de ser un carácter in­
constante30. Y el mismo Theodor W. Adorno ha sospechado que Faus­
to, al final de su apuesta, ha olvidado no sólo todas sus fechorías, sino
también a los que cometieron y permitieron los enredos31. Es la sos­
pecha de un olvido que, com o Karl Heinz Bohrer advierte, tiene lu­
gar notoriamente en Alemania desde 1945, al querer producir una
«identidad cultural [...] sobre la identificación del Holocausto como
mito fundacional de la República Federal. Se sustituyó el largo plazo
por la simbología temporal de corto plazo negativo; la sociología do­
minante de la época de posguerra ha eliminado la dimensión tem­
poral de manera metódica porque ella sigue estando interesada sólo
en la observación social relevante a corto plazo. A ella se ha adjunta­
do el historicismo germano occidental socio-histórico»32.
De un apunte de su Tag- undJahreshefte («Anuarios y dietarios»),
de 1804, podemos deducir cóm o frente a esto el mismo Goethe ha
ofrecido de manera consciente lemas para el trato con el pasado al
Mefisto potenciador del olvido velociférico: «Evocaba con tranqui­
lidad lo pasado para, a mi manera, probar en él el presente y sacar
de él el futuro o, al menos, preverlo». Por consiguiente, en la his­
toria de los alemanes, ¿es Goethe también en este aspecto lo que
Nietzsche ha sospechado, es decir, «un incidente sin consecuen­
cias»? Sin embargo, también en Goethe hay una prevención radical:
«Nosotros vivimos de lo pasado y perecemos en lo pasado»33.

34
De manera expresa ha señalado el presente com o «la única dio­
sa que yo adoro...»34. Aunque en todo caso, en el sentido de un pre­
sente que comprende el pasado y el futuro. No obstante, también
Goethe ha conocido el don de olvidar. Pero él dominaba sobre to­
do el ars memoriae, el arte del recuerdo. Sí, este arte de la actualiza­
ción de lo mejor del pasado se puede considerar com o uno de los
secretos de su productividad y de su falta de envidia. «Quien tiene
memoria, no debería envidiar a nadie», anota el 20 de octubre de
1775 en su diario de viaje. Cuando, en conversación con Zelter, re­
sume «las relaciones lo son todo. Es más, las relaciones son la vida
misma», está diciendo en definitiva que la memoria y el recuerdo
son los que fundan estas relaciones en un inconmensurable cosmos
de sus obras. Y son también la memoria y el recuerdo los que han
posibilitado lo que Goethe ha entendido com o vida en su más pro­
funda intimidad. «Suave pensar y dulce recordar/ Es vida en su más
profunda intimidad.»35

35
III
«Los legionarios del momento»
o el auto de fe de la memoria

La vida de Goethe, que en su más profunda intimidad se funda


en un vivo recuerdo, su formación com o participación en la memo­
ria de lo mejor de la humanidad se convierte medio siglo después
para Nietzsche en la línea maestra de su juicio sobre los «desme­
moriados legionarios del momento» de la era guillermina. Contra
el espíritu de la época ha defendido este criterio en 1873-1874 con
las siguientes palabras: «Hace poco, alguien ha pretendido ense­
ñarnos que Goethe a sus 82 años estaba agotado; y, sin embargo,
cambiaría un par de esos años del Goethe agotado por todas las ca­
rretadas llenas de currículos vitales frescos y modernísimos a cam­
bio de poder participar en conversaciones com o las que tuvieron
Eckermann y Goethe, para de esta manera permanecer libre de to­
dos los adoctrinamientos acordes con el tiempo que imparten los
legionarios del momento»36. Pocos años más tarde, Nietzsche, en
Humano, demasiado humano, identificará a estos legionarios del mo­
mento com o el comienzo de una barbarie desmemoriada. Y esto to­
talmente con el signo de las tendencias velociféricas del siglo que
Goethe había diagnosticado. Nietzsche entiende a los «legionarios
del momento» com o inquietos velociféricos. Y continúa describien­
do a continuación la penetrante visión de Goethe sobre «la mayor
desgracia de nuestro tiempo» con las siguientes palabras: «Desde la
carencia de tranquilidad nuestra civilización se precipita hacia una
nueva barbarie. En ningún otro tiempo han valido tanto los activos,
es decir, los intranquilos. Por consiguiente, una de las necesarias co­
rrecciones que se deben emprender en el carácter de la humanidad

37
consiste en fortalecer en gran medida el elemento contemplati­
vo»57. Las pérdidas de percepción y memoria unidas a la inquietud
las ha descrito Nietzsche con las palabras: «En la enorme acelera­
ción de la vida, el espíritu y el ojo se acostumbran a un medio ver y
a un medio juzgar»38.
Por ello, para prevenir las rápidas pérdidas de memoria de los
modernos, Nietzsche exige una desaceleración del tiempo, un per­
catarse del propio hacer mediante el fortalecimiento del elemento
contemplativo y el recurso a una formación rica en recuerdos.
Nietzsche menciona esta formación de Goethe cuando ya en 1881
anota resignado: «Cuando los alemanes empezaron a resultar inte­
resantes para los demás pueblos -y esto no hace mucho tiem po- su­
cedió gracias a una formación que ya no poseen, una formación
que incluso han tirado por la borda con un enorme celo ciego, co­
mo si hubiera sido una enfermedad y no supieran otra cosa mejor
que hacer que cambiarla por la locura política y nacional»59.
Fue aquella «locura política y nacional» a la que, en Berlín, se ha
anticipado Goethe en 1778 con los ojos puestos en esa «ciudad
real»40. Sin embargo, a esta ciudad real, que mientras tanto se había
convertido en capital del Imperio alemán, Nietzsche le profetiza, ya
en 1873, es decir, poco después de la victoria sobre Francia, «una de­
rrota total» desde el aspecto de una cultura y una humanidad fun­
dadas en la memoria. A los legionarios del momento les avisa con
las siguientes palabras: «Una gran victoria es un gran peligro. La na­
turaleza humana la tolera más difícilmente que una derrota; inclu­
so parece ser más fácil lograr semejante victoria que soportarla sin
que de ella surja una derrota más grave. Sin embargo, de todas las
consecuencias malignas que la guerra que hemos tenido con Fran­
cia arrastra consigo, quizá la peor sea un error ampliamente difun­
dido, incluso un error general: el error [...] de que también la cul­
tura alemana ha vencido en esa lucha [...]. Esta locura es altamente
perniciosa [...] porque está en situación de transformar nuestra vic-

38
toria en una completa derrota: en la derrota, yo diría incluso, en la
extirpación del espíritu alemán a favor del Imperio alemán»41.
Una «extirpación» también de la memoria que en 1886 Nietzs-
che ha comentado sarcásticamente en Más allá del bien y del mal
con el aforismo: «Bienaventurados los olvidadizos pues ellos aca­
ban con sus tonterías»42. Y también ha descrito los procesos de eli­
minación que acompañan a la locura política y nacional, inclusive
sus continuaciones en los siglos X X y XXI de manera clarividente:
«“Eso lo he hecho”, dice mi memoria. “Eso no puedo haberlo he­
cho”, dice mi orgullo, y se queda impasible. Finalmente mi me­
moria cede»43.
Weinrich nos ha advertido que la posición de Nietzsche entre el
recuerdo y el olvido no es fácil de determinar. La cuestión sería «si
él tenía un posicionamiento al respecto y si él, que en sus clases de
retórica en Basilea en el semestre de invierno 1872-1873 incluía el
ars memoriae (arte de la memoria), en general estaba informado so­
bre la idea contraria de un ars oblivionalis (arte del olvidar)»44. Es se­
guro que Nietzsche aboga en el sentido de la advertencia de Goethe:
«Todos nosotros vivimos del pasado y perecemos por el pasado»45, y
en su escrito De la utilidady desventajas de la historiapara la vida lo ha­
ce en favor del arte del olvidar que tan exitosamente practica Me-
fisto en el Fausto. Un golpe liberador, por consiguiente, frente a
cualquier especie de comercio y de ocupación envejecedora y para­
lizante con la historia en desventaja con la vida.

Pero -y también esto lo ha advertido Weinrich46- sería un gran


error interpretar el citado escrito de Nietzsche com o una apología
de la eliminación de la memoria cultural. Pues es Nietzsche quien,
en 1887, en su escrito Genealogía de la moral, explica detalladamente
la necesidad de la memoria en interés de una moral privada y pú­
blica. Sí, incluso ha contestado allí de manera rigurosa la cuestión
fundamental de la moral, a saber, cóm o se le hace al animal huma-

39
no una memoria, cuando indica: «Se marca algo al fuego para que
quede en la memoria. Sólo lo que no cesa de hacer daño se queda
en la memoria»47. Sin embargo, sobre todo las ya mencionadas ma­
nifestaciones acerca de la locura política y nacional de su época y
acerca de su lejanía respecto a Goethe hacen aparecer a Nietzsche
com o uno de los últimos apologetas de una cultura de la memoria
en una época que se definía paulatinamente com o el dominio de la
técnica avanzada unida a una ética de la edad de piedra.
Nietzsche ha acompañado esta erupción hacia el salvajismo eman­
cipado de la barbarie desmemoriada con la frase: «La demencia es
rara en el individuo... pero en el grupo, en el partido, en los pue­
blos y en las épocas son la regla»48. Él ha constatado cóm o el primer
paso hacia esta locura se ha realizado en la ruptura de la tradición
tras la victoria alemana sobre Francia.
Sin embargo, él ha previsto que nuevas rupturas de tradición y
de memoria seguirían bajo el signo de la locura nacional y política,
que finalmente debería alcanzar en la quema de libros de 1933 su
punto culminante propiamente dicho. Pues 1933 marca igualmente
el momento histórico en el que de manera definitiva se despide una
imagen del hombre ligada a la memoria. La historia del recuerdo
anidado en la escritura llega aquí metafóricamente a su fin. Ella se
despide, si bien ya su comienzo estaba unido a la reflexión. En efec­
to, Sócrates nos informa (al final del Fedro de Platón) cóm o el dios
Theuth presenta al rey Thamus la escritura com o descubrimiento
suyo, alabándola com o una ayuda para la memoria humana. Tha­
mus, sin embargo, habría respondido que este invento haría más ol­
vidadizos a los hombres, ya que con ello no ejercitarían más su me­
moria. En vez de recordar, se confiarían de signos extraños.
Lina respuesta cuya actualidad resulta inmediatamente obvia en
una época en la que la memoria está relegada a los bancos de da­
tos. En todo caso, para la evolución que desde hace más de qui­
nientos años está experimentando la Galaxia Gutenberg en cuanto

40
cosmos memorístico para la explicación del hombre comienza una
nueva época todavía más insegura. Pero ya antes la era de la cultu­
ra impresora que va quedando atrás había sido rica en pérdidas de
memoria. Estas van desde el incendio de la biblioteca de Alejandría
(,Ca. 50 a. C.) hasta el incendio de la biblioteca de Sarajevo en el año
1992. Pero, sobre todo, la quema de libros del año 1933 debería ser
de manera consciente más que una mera fecha en la historia de la
pérdida de este medio de almacenamiento de la memoria de la hu­
manidad. Wolfgang Frühwald ha advertido en este contexto que
aquel auto de fe de la memoria tuvo com o objetivo sobre todo la
«patria portativa» que Heinrich Heine ha descubierto en la Torá, es
decir, la cultura anamnética de los judíos dispersados en la diáspo-
ra. «El auto de fe pone de manifiesto el terror pánico que única­
mente deriva de la existencia de un continente del recuerdo y de la
memoria fijado en lo espiritual y que se dirige hacia una barbarie
carente de cultura y lenguaje.»49

41
IV
Vale la palabra rota
o la sociedad sin memoria

La meta de la educación nacionalsocialista era en todo caso eli­


minar la memoria, aniquilar el recuerdo de la humanidad y con ello
crear sobre una tabula rasa el hombre nuevo. «Se quería un hombre
que funcionase, un soldado de partido sin reflexión o, al menos, un
súbdito que, golpeado periódicamente, estuviera quebrantado en
su capacidad de auto-observación [...], una máquina de guerra que
no se preocupase de la propia vida»50.
En ese contexto, también Frühwald ha mencionado el ensayo de
Thomas Mann, Hermano Hitler (1939). En él, Thomas Mann mani­
fiesta la sospecha de que la ira con la que se practicó la marcha so­
bre Viena en el fondo sólo habría tenido com o meta al viejo psico­
analista Sigmund Freud, que allí tenía su domicilio, algo así com o
si éste hubiera sido su auténtico y único enemigo51. Thomas Mann
ha descrito esta enemistad con la indicación de que Freud ha sido
el gran «desvelador de la neurosis», «el gran despertador», «el que
se apercibe y avisa del genio». Cualidades, por consiguiente, que no
son pensables sin aquella capacidad que Freud ha constatado en sí
mismo, a saber, unos extraordinarios rendimientos memorísticos52.
Incluso, la praxis psicoanalítica está y acaba finalmente con la me­
moria. Ni el paciente ni el psicoanalista son pensables en la praxis
psicoanalítica sin el recurso a la memoria.
La marcha de Hitler contra Viena ¿es, por consiguiente, una
continuación del odio fáustico al pasado? ¿Es el Tercer Reich un in­
tento gigantesco del olvidar en el sentido de un lapsus o acto falli­
do freudiano? En efecto, el nacionalsocialismo culmina en el in-

43
tentó, entre otros, de condenar radicalmente al olvido los nombres
de los autores del atentado del 20 de julio en el sentido de aquella
antigua damnatio memoriae, es decir, la prohibición de recordar a
una persona que en el derecho romano se consideraba com o una
sanción mayor que la pena de muerte. En este sentido, Himmler hi­
zo desenterrar y quemar el 21 de julio de 1944 los cadáveres de los
autores del atentado, Stauffenberg, Beck, Mertz, Olbricht y Haef-
ten, y esparcir sus cenizas por los campos. Y, en un discurso ante los
Gauleitere1 31 de agosto, amenazó con la eliminación de la familia
Von Stauffenberg hasta sus últimos miembros. De Karl Valentín se
cuenta en este contexto que en cierta ocasión, durante la época na­
zi, habría lanzado un sarcasmo atrevido cuando, al abandonar la sa­
la en la que estaba, dejó caer la mano ya levantada para el saludo hi­
tleriano con el comentario: «Ya no me acuerdo del nombre».

Si se entiende la quema de libros del año 1933 com o un intento de


damnatio memoriae, este auto de fe fue algo más que la mera aniquila­
ción de la escritura en la medida en que ésta es la más importante
materialización de la memoria. Era un violento proceso de desplaza­
miento cuyo análisis detallado todavía está por hacer. Más en con­
creto, en el sentido de la distinción lijada por C. G. Jung entre in­
consciente personal e inconsciente colectivo. Un análisis que
también debería incluir los efectos a largo plazo de este proceso de
desplazamiento en los siglos XX y XXI. En esto se debería partir de la
consideración de Freud de que el así llamado inconsciente en defi­
nitiva se identifica con el olvido de un consciente anterior y que ese
preconsciente no perece sino que mantiene su presencia de manera
latente.
Esto supone que en la psique humana los contenidos de la me­
moria que se eliminan en realidad no se pierden, incluso aunque
los bárbaros que intervinieron en la quema de libros del año 1933
todavía no tuvieran noticia de la ofensa narcisista que Freud había

44
inferido a la ingenua fe en un supuesto ars oblivionalis, en un arte
del olvidar. Con Freud en todo caso, com o lo ha formulado Wein-
rich, «el olvidar perdió su inocencia. Desde ese momento, el que
tenga que olvidar o quiera olvidar tiene que estar preparado a jus­
tificarse y a una pregunta, quizá dolorosa, por el porqué...»53.
Un análisis de los procesos de preterición también debería, sin
embargo, perseguir las huellas de aquellos motivos de desagrado
que Freud ha considerado com o los motivos universales que se es­
conden detrás de todos los reflejos y pretericiones. Por consiguien­
te, la incómoda pregunta debería tener el siguiente tenor, en el sen­
tido de Freud: ¿Qué motivos de desagrado estuvieron actuando y
todavía pueden seguir actuando en los posmodernos mecanismos,
públicos y privados, del olvido y de la preterición? Y, finalmente,
¿qué mecanismos se activarían en el surgimiento de una sociedad
moderna sin memoria, una sociedad con una memoria del «boca a
boca» y del día a día com o presupuesto para sistemas políticos en
los que finalmente vale la palabra rota, ya que uno se puede fiar de
la memoria social a corto plazo, tendente a cero, sin mayores pro­
blemas? En definitiva, ¿es esta memoria de corto plazo la causa de
aquel fenóm eno que Weinrich ha definido com o «recuerdo orde­
nado»?54 Quizás este recuerdo «ordenado» sea la variante moderna
de aquello que Nietzsche en su Genealogía de la moral intentaba ex­
presar con la frase: «Se marca algo al fuego para que se quede en la
memoria»55.
Por otra parte, com o compensación al «olvido ordenado» y «pro­
hibido» existe una solución a la que frecuentemente ha aludido Mi-
chaeljeismann: la europeización de la memoria nacional. Jeismann
ha analizado este problema sobre los nuevos filmes acerca de la Se­
gunda Guerra Mundial con las palabras: «Mientras que la industria
del cine y la televisión deja consecuentemente de lado el decorado
y los contenidos de nuestra representación histórica del mundo,
bajo este espectáculo tiene lugar un proceso enormemente exci-

45
tante que incluye todas estas imágenes y las transforma en algo que
incluso está lleno de historia. Un nuevo sujeto para todos estos re­
cuerdos, un portador de recuerdos para el cual éstos no sean una
carga sino una necesidad. En efecto, muchas veces se olvida que el
recuerdo de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy está marcado
por una notable carencia de sujeto. Esto sucedió primeramente en
Alemania a causa de la división política, si bien este recuerdo, que
no tenía nada a lo que agarrarse y al que se le construían casas co­
mo cajas de radar, en los decenios pasados era un rasgo caracterís­
tico de todos los Estados europeos no menos que de Israel y del re­
cuerdo judío. Ni las naciones en solitario pueden soportar su
recuerdo ni éste, en cuanto recuerdo puramente nacional de gue­
rras y crímenes, es políticamente utilizable. De esta manera, muchas
cosas hablan a favor de que el recuerdo de la Segunda Guerra Mun­
dial sólo se hace políticamente efectivo cuando se hace europeo.
Pues no existe un recuerdo sin un portador relevante para el futu­
ro. La actualización fñmica del atentado contra Hitler demuestra, a
pesar de los muchos intentos de trabajarlo de manera histórica­
mente fiel, que en un primer momento todo el pasado se desposee
de su historicidad, después se universaliza y, finalmente, alguna vez
se europeiza»56.
Pero ¿se supera este pasado europeizándolo? Es más: ¿se puede
superar? Para el pasado del Tercer Reich y el intento de una dam-
natio memoriae vale posiblemente las que en los manuales de mne­
motecnia se denominan imagines agentes, imágenes de memoria de
actuación eficaz. Son aquellas imágenes que primero se graban a
fuego en la memoria. Weinrich ha recordado a Dante com o el ge­
nial maestro de este arte de la imagen: «En el infierno encuentra
[...] al trovador Bertrand de Born, condenado eternamente a llevar
balanceando su cabeza cogida por la coleta, portándola com o si fue­
ra una linterna [...]. Imágenes eficaces de esta especie, sobre todo
cuando son relevantes para la historia de la vida, no se pueden ex-

46
pulsar totalmente del alma ni siquiera a través del más fuerte desa­
grado y preterición y siguen actuando de manera patógena, porque
no son permitidas o bien por el yo o bien por el superyó»57.
Pero precisamente allí donde se había puesto de manera oficial
en el orden del día el intento de una europeización y globalización
de la memoria, de nuevo se cuestiona que las imágenes de la me­
moria de la Segunda Guerra Mundial sigan siendo realmente ope­
rantes de manera permanente. Nos referimos a la Conferencia In­
ternacional sobre el Holocausto de enero de 2000 en Estocolmo, en
la que participaron cincuenta Estados. Un suceso que apresurada­
mente fue celebrado com o el fortalecimiento oficial de un desarro­
llo que, en el sentido de una salvaguarda de la memoria, las elites
intelectuales de Europa habían exigido y fomentado desde hacía
años. En este contexto, justo es recordar que, mientras tanto, in­
cluso en el Japón hay dos monumentos al Holocausto: en Fukuya-
ma, cerca de Hiroshima, y en Tokio. Y que en una universidad de
Shanghai se imparte docencia sobre el genocidio de los judíos. Pe­
ro, sobre todo en Europa, se va marcando paulatinamente una ten­
dencia al deber de la memoria, al recuerdo ordenado y afirmativo.
En efecto, ya en octubre de 2000, en Cracovia, los ministros de edu­
cación de cuarenta y ocho países europeos decidieron la introduc­
ción en las escuelas de un día conmemorativo del Holocausto. Po­
cos meses después, en enero de 2001, en Gran Bretaña, Francia e
Italia se establecieron días de conmemoración del Holocausto. Y el
Secretario General del Consejo de Europa, Walter Schwimmer, en
relación con el asesinato de seis millones de judíos bajo el nacio­
nalsocialismo, ha hablado de un nuevo deber del recuerdo que de­
bería «grabarse a fuego» en la conciencia.
Se trata, pues, de una llamada al ejercicio de la memoria peda­
gógicamente afirmativo ante el fondo de un recuerdo del H olo­
causto. Y de su interpretación com o fenóm eno fundacional que da
identidad a la Unión Europea. Con los ejemplos de los Países Bajos

47
y de la gran conferencia organizada hace poco tiempo en Bruselas
por la Unión Europea (junto con dos organizaciones judías) contra
el antisemitismo, Thomas Schmid ha advertido de un ulterior fenó­
meno que se podría interpretar com o amenazador comienzo de
una selectiva represión o preterición, com o modificación de la
memoria del Holocausto: «El antiguo antisemitismo que había in­
cubado y echado raíces en Europa tenía en los judíos, en cuanto
apátridas, sin raíces y cosmopolitas, su imagen hostil. El nuevo anti­
semitismo ha retomado esta disposición en la medida en que con­
sidera a los judíos omnipresentes (y, con todo, inaprensibles); sin
embargo, se dirige de manera complementaria e incluso principal
contra judíos que han encontrado su lugar de destino y se han he­
cho fuertes en el mismo. Se dirige contra el Estado de Israel. Con la
historización inevitable del nacionalsocialismo, contra la que du­
rante largo tiempo se ha defendido la inteligencia liberal, el dere­
cho de Israel podría perder naturalidad a los ojos europeos. La ad­
misión del Estado de Israel, basado más en el sentimiento de culpa
que en la alegría por el exitoso experimento, se basa sobre débiles
fundamentos»58.

Pero sobre bases inseguras se asienta sobre todo la cultura de la


memoria de Europa, que en el proceso de unidad europea se ve
amenazada aparentemente cada vez más con perder al portador de
la memoria y del recuerdo: el sujeto. Razones para ello las sospecha
Konrad Adam; entre otras, el hecho de que en el impulso hacia la
Europa unida la economía vaya por delante de la política y que
«muy por detrás, bastante derrotado, siga el ciudadano [...]. La eco­
nomía necesita, quiere y conoce al ciudadano sólo com o cliente
[...]. La Europa tecnocrática es insensible a cualquier sentimiento,
nada despierta ni nada vivifica»59. Y en ese proceso la desautoriza­
ción de la memoria burguesa ha comenzado ya hace tiempo, en los
años sesenta del siglo anterior. Pues aquel colectivo de acción polí-

48
tica surgido en Alemania después de 1966, la Acción Extraparla-
rnen tari a (Aussenparlamentarische Organisation o APO), muy poco or­
ganizada y compuesta mayoritariamente de estudiantes yjóvenes, se
entendía sólo com o un movimiento anti-autoritario. Su protesta
contra el m oho que mil años habían acumulado bajo los talares se
dirigía también, de manera muy consciente, contra los portadores
de aquellos restos de una cultura de la memoria de formación bur­
guesa que, en opinión de la APO, se oponía a la realización de re­
formas y transformaciones políticas y sociales y tenía que hacerse
responsable de la barbarie del Tercer Reich. En todo esto se dejaba
de considerar que la sublevación del 20 de julio —en el caso de
Stauffenberg, por ejemplo, con su memoria cultural influida por el
círculo de Stefan G eorge- habría sido absolutamente impensable
sin esta cultura de la memoria de formación burguesa. Las conse­
cuencias tardías del odio al pasado de la APO frente a la memoria
de formación burguesa se pueden seguir hasta la catástrofe de for­
mación a la que periódicamente se apela, y están todavía operantes
en la desolación del lenguaje y la pérdida de elites y en los resulta­
dos del Informe PISA. Y no es ninguna casualidad que en los deba­
tes de política educativa ya no se hable de la formación en sentido
de una participación de la memoria de la humanidad y de la capa­
cidad de juicio que de ella resulta. Pues la relegación de la memo­
ria según los planes de estudios a los ordenadores y a las bases de
datos se realiza con éxito con el objetivo de desprenderse de la car­
ga del recuerdo a cambio de una acelerada obtención de compe­
tencias de futuro.
Cualquier exigencia de reflexión retrospectiva sobre una cultu­
ra del memorizar y del recuerdo se desacredita ante este trasfondo
por reaccionaria. Botho Strauss ha comentado esto con la frase: «El
reaccionario es el último fantástico en un mundo casi absoluto de
fantasía». Y la llamada a la reflexión retrospectiva parece, por con­
siguiente, sólo por eso inoperante y ridicula, «dado que la reflexión

49
retrospectiva ya se cuenta entre las virtudes que están fuera de vi­
gor»60. Lo que se quiere decir con estas virtudes fuera de vigor lo ex­
plica Strauss con un ejemplo moderno de la liquidación de los «es­
pacios de la memoria que alcanzan la profundidad». Ninguna fase
de la industrialización ha originado una destrucción más brutal del
paisaje que la de traspasarlo y cerrarlo con aspas. Es la extinción de
todas las miradas de poeta de la literatura alemana desde Hólderlin
hasta Bobrowski. «No se puede pensar una explotación menos res­
petuosa con la naturaleza: no sólo aniquila la vida de la naturaleza,
sino también espacios de la memoria que llegan a la profundidad.
En todo caso, esto se ve superado por el hecho de que para el pai­
saje cultural en general apenas hay todavía un sentimiento vivo. De
esta manera se une la barbarie sensible de los ecólogos de la ener­
gía a la del turismo de masas.»61
Recuerdo, tiempo y memoria poética aparecen ante este tras­
fondo com o los restos irracionales, a liquidar, de una teoría de la
economía y de la empresa que opera de manera puramente fun­
cional y de la idolatría del progreso de las ciencias naturales. Igual­
mente Durs Grünbein ve posibilidades de una salvación de la me­
moria poética por el camino de una evolución hacia la poesía
«inteligible», hacia una poesía «que sujete el impulso lúdico de una
vez por todas a la correa de la reflexión». Con el resultado de que
«la poesía del futuro sería fundamentalmente inteligible o dejaría
de ser poesía... Son las ciencias las que habrían ignorado que tam­
bién la poesía cae bajo la ley de la conservación de la energía...»62.
Grünbein alude en otro pasaje a que esa «ignorancia» de las cien­
cias naturales también podría incluir un día el olvido del nacimien­
to y de la concepción del hombre y finalmente podría eliminar el
recuerdo del fenotipo tradicional del hombre: «Dado que del úte­
ro se sigue la ley natural de que toda vida se define com o nacida y
con ella la familia y la sociedad, el peligro de una creación artificial
no tendría, en el sentido más literal, nombre. Sencillamente, no

50
sabemos lo que nos espera. Una vez que se ha tocado la naturaleza,
es difícil recomponerla. Una vez desposeída, ella nos crece por en­
cima de la cabeza. De esta manera la genética se convierte en el mo­
tor de la anomia. En cuanto criatura zoológica, el hombre sólo pue­
de sobrevivir en la medida en que se defina de nuevo y se actualice
según el último estándar de la evolución, com o enseña la antropo­
logía. Tan pronto com o cesa de transformarse está condenada a ex­
tinguirse [...]. La aceleración con la que la creación irrumpe en su
historia le sorprende finalmente a él incluso com o amenaza de
pronta eliminación [...]. No hay la menor duda: también después
de la extinción del hombre habrá humanoides. Sólo que ninguno
de aquellos que entonces habiten los lejanos planetas entenderán
por qué sus semejantes lloraron aquí. Una de las enseñanzas de la
evolución, quizá la más amarga, es que en efecto no hay ningún ór­
gano para las pérdidas absolutas»63.
Weinrich ha dedicado al final de su libro sobre el Leteo un ca­
pítulo propio al desarrollo regresivo del órgano para las pérdidas
de memoria de las ciencias naturales, un capítulo al arte del olvidar,
al «oblivionismo» de la ciencia. En el rechazo del memorialismo de
la ciencia antigua, la «memoria cultural de Europa habría sido al­
canzada y después superada paso a paso por la crítica moral e ilus­
trada de la memoria, con lo que también, paso a paso, iría per­
diendo en prestigio científico»64.
Sobre todo la historia del éxito de las ciencias naturales orienta­
das al progreso se manifiesta con ello com o marcapasos dominante
de aquella memoria cultural alcanzada y superada. El filósofo oxo-
niense de la cultura, George Steiner, ha explicado este fenómeno
aludiendo a que el progreso procesual de las modernas ciencias na­
turales es oceánico y lento. Y precisamente por eso es, además, im­
parable. Sobre todo sepultaría bajo las ondas del progreso el recuer­
do y la memoria. Es obvio que frente a este progreso desmemoriado
las ciencias del espíritu, en cuanto representantes de la memoria co-

51
lectiva que resisten con una orientación antropocéntrica, van per­
diendo paulatinamente suelo, dado que pueden cumplir menos
con tareas que cada vez les resultan más difíciles. Su tarea de des­
cribir y de recordar el conjunto en el sentido de la humanidad di­
fiere en todo caso de manera evidente de las tendencias a la espe-
cialización acelerada de las ciencias naturales. A ello se añade que
este antagonismo de las respectivas maneras de proceder de ambas
culturas científicas, por una parte un proceder que recuerda y une
y, por otra, un proceder que olvida y separa, se agudiza a través del
reflejo necesario que produce un olvido selectivo frente a la cre­
ciente y acelerada inundación de una superoferta de datos e infor­
mación. Es un reflejo de defensa que se ha unido con el difícil arte
del rechazo de informaciones que, visto a la luz, es un arte del olvi­
dar. Y este arte de la defensa de la información dirigida racional­
mente es la que Weinrich señala también com o peculiar oblivionis-
mo de la ciencia65. El basa esta técnica del olvidar en las cuatro
reglas de comportamiento de la investigación selectiva de las cien­
cias naturales. Es un método desilusionante cuyo significado y con­
secuencias para la calidad y verdad de la investigación científica
apenas se ha considerado y analizado hasta ahora.

«1. Lo que se publica en otra lengua que no sea el inglés... forget it.
2. Lo que se publica en otro tipo de texto que no sea el de un ar­
tículo de revista... forget it.
3. Lo que no se publica en las prestigiosas revistas X, Y o Z... for­
get it.
4. Lo que se ha publicado ya hace más de cinco años... forget it.»66

A estas cuatro reglas del «oblivionismo científico», Weinrich ha


añadido una quinta regla con variantes alternativas a la corriente
principal (mainstream) de la investigación. La primera variante viene
a decir: «Sigue la principal corriente de la investigación, todo lo de-

52
inás puedes olvidarlo». La segunda variante dice: «Puedes olvidar la
corriente principal de la investigación a la que todos siguen». Con
ello Weinrich expresa la sospecha abismal de que la corriente prin­
cipal de la ciencia quizá no es otra cosa que un afluente de la gran
corriente del Leteo que disuelve todo el recuerdo67.
Es evidente que frente a esta técnica del olvido de las ciencias
naturales, las ciencias sociales y del espíritu, orientadas a la cultu­
ra anamnética, están mal pertrechadas para el camino en las sel­
vas del futuro con sus corrientes, en constante crecimiento, de da­
tos y macroinformaciones. Un dilema que se agudizará si estas
disciplinas declararan un día el olvido mismo com o tema central
de la investigación. Weinrich recomienda a m odo de prevención:
«Estas disciplinas deberían por ello estar pertrechadas para casos
inesperados y no se pueden permitir, por muy provechoso que es­
to sea, avanzar con un pequeño equipaje memorístico y por con­
siguiente operar con pies ligeros [...]. Conforme a eso, deben pac­
tar, aunque sin caer en el memorialismo de la antigua ciencia, con
la memoria»68.
Refiriéndose a la guerra de Irak, Frühwald ha hecho notar, entre
otras cosas, que el equipamiento memorístico de las ciencias del es­
píritu se va limitando ya rápidamente desde el punto de vista me­
morístico69. Si para la memoria histórica vale el proverbio califor-
niano History is five days oíd, al menos durante la última guerra de
Irak se ha conseguido hacer desaparecer en un espacio de tiempo
más corto la memoria de milenios. El resultado de esta amnesia cul­
tural acelerada lo ha descrito Robert Fisk, corresponsal de The Inde-
pendent, en abril de 2003 con las palabras: «...para Irak es el año ce­
ro; con la destrucción de las antigüedades del Museo de Irak y la
quema de los archivos nacionales y después de la biblioteca coráni­
ca lo que ha desaparecido ha sido la identidad cultural de Irak. ¿Por
qué? ¿Quién ha puesto ese fuego? ¿Con qué loco objetivo se destru­
ye esa herencia?»70.

53
A esto se añade el aligeramiento físico del equipamiento memo-
rístico a nivel mundial gracias a la búsqueda, convertida ya en un fe­
nómeno de masas, de yacimientos antiguos, prehistóricos o históri­
cos: «Cuando legiones de solitarios organizados y buceadores de
afición perfectamente unidos en Internet, donde se informan acer­
ca de los más abundosos yacimientos, saquean, sin la menor con­
ciencia de estar cometiendo un delito, los suelos incluso de los bos­
ques, los lagos y los mares, quizá la llamada a la vigilancia y a las
prohibiciones sea una voz que predica en el desierto. Parece que ac­
tualmente a la arqueología le sucede lo mismo que a la pesca, ámbi­
to que la moderna técnica ha expoliado de tal manera que es prác­
ticamente imposible que prosperen nuevas generaciones de peces.
Supuestamente en la ciencia y en la política museal no se tratará de
conseguir nuevas prohibiciones a nivel mundial. Una única secreta­
ría para este ámbito de problemas a través de los ministerios de Jus­
ticia es, en efecto, ya una parte del problema. Se debería formar una
conciencia cultural, una memoria cultural para combatir de raíz el
robo de antigüedades, la degradación de la cultura a mera mercan­
cía. En primer lugar se trata de cóm o se puede evitar que los muse­
os y las ciencias de la cultura se conviertan en cómplices de una des­
considerada y bien programada liquidación de la cultura mundial»71.
A evitar el peligro creciente de una venta de la memoria cultural
de proporciones mundiales se dedica de todas maneras, ya desde
los años setenta del siglo X X , la Unesco, la cual, a principios de 1982,
en México, ha fijado un amplio concepto de cultura. Y esto con la
meta de considerar de esta manera todo el espectro de la herencia
cultural que abarca las diferentes topografías de la Tierra para el
mantenimiento de la memoria cultural. En este contexto, también
la Unesco promulgó en 1972, por primera vez, un acuerdo para la
protección tanto de la herencia cultural com o natural del mundo
para, de esta manera, aludir ya prematuramente a la integración de
cultura y naturaleza.

54
Lo que a este respecto mueve a la Unesco sólo desde los años se­
tenta lo ha tematizado, por supuesto en la primera mitad del siglo
XX y de manera esencialmente más penetrante aunque con otro
acento, Lévi-Strauss. Werner Spies ha aludido, con la mirada pues­
ta en la herencia de este etnólogo, a su chocante confesión acerca
del carácter quebrantable del ser humano en el ejemplo de la pér­
dida irreparable de la memoria cultural en las zonas extra-euro­
peas. Él cita a Lévi-Strauss, quien, al atravesar la selva brasileña en
1935 y 1939, formuló com o nadie lo haría la erosión de la memoria
de la humanidad com o la actitud espiritual propiamente dicha de
la época cuando decía: «Pues yo que estoy ansioso de sombra ¿no
estoy ahora inaccesible para el auténtico espectáculo que en este
momento toma cuerpo, para cuya observación, sin embargo, mi
grado de humanidad todavía me permite echar de menos el senti­
do necesario? Dentro de unos siglos, otro viajero en este lugar, tan
desanimado com o yo, se lamentará de la desaparición de lo que yo
habría podido ver y se me ha escapado. Víctima de una doble de­
bilidad, me hiere todo lo que veo y, sin cesar, me reprocho el no ver
suficientemente »72.
Lo que Lévi-Strauss lamentaba en el ámbito extra-europeo, hace
tiempo que tiene, en cuanto fenómeno de la memoria erosiva, efec­
tos regresivos en Europa: «Pues es la investigación de lo escaso, de
lo lábil, de lo perdido lo que artistas com o Boltanski, Sophie Calle,
Messager, Gerz [...] han descubierto con perplejidad por sí mismos.
Contra la desaparición en la historia anónima, contra el olvido, es­
tán en todos ellos, com o un bajo continuo natural que todo lo
acompaña, el inventario y la necesidad clasificatoria de la etnología
analizada. Ellos descubren la pérdida que Lévi-Strauss anotó en sus
viajes y en el estudio de su propio entorno europeo. Ésta parece de­
pender de la mirada coleccionadora y distanciadora. En el ámbito
de esta responsabilidad que Lévi-Strauss ha adoptado para lo ob­
servado y descrito, a menudo ellos encuentran en lo bajo y en lo de-

55
solado la “leyenda áurea” de su tiempo, un tiempo que ha renun­
ciado a la representación de sistemas y al desarrollo teleológico del
espíritu y del arte»73.
Ese balance que Lévi-Strauss hacía de las pérdidas lo había cons­
tatado ya Alexander von Humboldt durante su viaje de exploración
en el trópico iberoamericano (1799-1804). El descubrió aquel fenó­
meno temporal al que se le debe en Europa el desarrollo acelerado:
la impaciente preocupación y la orientación al futuro de la con­
ciencia. Humboldt, quien ya había lamentado la prisa imprudente
de los colonos europeos en la tala del bosque, ve de repente su pro­
pia conciencia de preocupación europea en el espejo retrovisor de
una conciencia muy distinta hacía tiempo perdida. Durante la tra­
vesía de Cuba a Cartagena de Indias, entre la desembocadura del
río Simú y Cartagena, anota en su diario en marzo de 1801: «El con­
traste entre la precipitación, el carácter de rueda de molino de los
europeos y la impasibilidad de los indios se me hizo patentísima en
el llano de Barcelona, cerca de Caris. Habíamos perdido el camino
después de un largo día de viaje, torturados por el sol y el polvo. El
indio que nos servía de guía nos informó de esto. Añadió que ha­
bíamos hecho en vano seis millas y que debíamos pernoctar a cielo
raso. Yo me puse muy impaciente, hice al indio (un caribe que ha­
blaba bien el español) mil preguntas sobre el camino del cual nos
habíamos desviado. Él no respondía ni palabra y tenía fija la mira­
da en un árbol y, cuando yo hube descargado mi enfado, me mos­
tró, com o si no hubiera pasado nada, una gorda iguana que saltaba
de rama en rama. ¿Qué le importa a un indio si duerme aquí en
plena sabana o a cuarenta millas, si puede dormir hoy en su caba­
ña o dentro de cuatro meses? Él vive fuera del tiempo y del espacio
y nosotros, los europeos, parecemos seres impacientes e intranqui­
los, naturalezas poseídas por el dem onio»74.
A las pérdidas de memoria, ya muy avanzadas, del siglo XIX, de
estos «seres poseídos por demonios», Humboldt ha pretendido

56
oponer resistencia de manera consciente. El proyecto de su obra
fíosmos, en seis tomos, amenazado ya por el fracaso a mediados del
siglo XIX, era no sólo el último intento de considerar de nuevo en
perspectiva todo el saber de su tiempo. Humboldt analiza aquí por
última vez la torre de Babel del conocimiento científico, que crece
cada vez con más rapidez y menos transparencia, con un juicio que,
en un lenguaje orientado al pensamiento objetual de Goethe, des­
de el punto de vista de las ciencias del espíritu se retrotrae mucho
más a una memoria que va más allá de Europa. Veinte años más tar­
de, Nietzsche diagnosticará que esta memoria será víctima de la «lo­
cura política y nacional». La prevención de Goethe respecto a un
concepto de desmemoriada tolerancia europea («La tolerancia de­
bería ser sólo un talante pasajero, pues debe llevar al reconoci­
miento. Tolerar supone ofender»75), Humboldt se la toma conse­
cuentemente en serio. En efecto, en Kosmos practica no sólo un
recuerdo histórico-cultural. El lector encontrará allí, por ejemplo,
en el capítulo sobre la historia de la cosmovisión física, afirmacio­
nes que hoy, a la luz del 11 de septiembre, posiblemente se podrían
hacer propias para una estrategia de diálogo europeo-islámico.
«Los árabes, una tribu semítica, espantan en parte la barbarie que
había cubierto desde hacía dos siglos la Europa conmovida por la
invasión de los bárbaros. Ellos son los que de nuevo conducen a las
fuentes eternas de la filosofía griega; no sólo contribuyen a mante­
ner la cultura científica, sino que amplían y abren a la investigación
natural nuevos caminos.»76

57
V
Evolución y renuncia a la memoria

Obviamente, Humboldt todavía no presentía que los nuevos ca­


minos de la investigación natural llevarían a las turbulencias de ace­
leración de un proceso de modernización radical con pérdidas de
memoria inimaginables, ruinas de memorias y rupturas de conti­
nuidad. Aún menos podía suponer que la desmitificación racional
de la naturaleza que entonces se anunciaba se uniría a una com­
prensión concreta del progreso al que la sociedad burguesa debe­
ría sacrificar el recuerdo y la memoria en favor de una explosión de
datos desteorizada propia de las modernas life-sciences y en favor del
olvido de todas las tradicionales daciones de sentido y de valor.
No es sólo resultado de un triunfo de la imagen del mundo evo­
lucionista sobre todas las normas tradicionales del actuar y pensar
humanos el hecho de que mientras tanto las modernas ciencias de
la vida hayan superado el discurso humano, fundado en la técnica
memorística, en el sentido de una dación de sentido y valores. Tie­
ne com o consecuencia que la memoria se ha desprendido de ma­
nera definitiva de este pensamiento en favor de un culto a la arbi­
trariedad. «A las modernas representaciones naturales les es común
el no conocer ni reconocer las diferencias con las que tiene que vér­
selas toda la cultura, incluso la más sencilla. Al zoólogo de Gotinga,
Christian Vogel, las diversas formas de comportamiento que se han
formado en la naturaleza y que, según el juicio humano, son de dis­
tinto valor, todas le resultan equivalentes, “igualmente adaptativas y,
por consiguiente, no cuantificables en categorías com o moral o
amoral” . Hay que extrapolar esto a los seres humanos para enten-

59
der a primera vista uno de los rasgos de la época, su inseguridad en
cuestiones de moral. Allí donde se interprete un comportamiento
determinado como adaptadvo y coherente con el desarrollo y con la
evolución biológica o cualquier otra, el juicio moral debe ceder.»77
La retirada del juicio moral, sin embargo, significa también la re­
tirada de la memoria. Con relación a las consideraciones de Nietzs-
che en la Genealogía de la moral, Weinrich ha indicado que la moral
tiene un «fundamento comunicativo» que a su vez se basa en la me­
moria: «En cualquier asunto de deudas se están comunicando al
menos dos personas, el deudor y el acreedor, y su base de comuni­
cación es la memoria [...]. Si, por consiguiente, la moral en su con­
junto es de la materia espiritual de la que están hechas las deudas y
la culpa, entonces, al igual que éstas, también es de naturaleza co­
municativa y supone en todas las personas que tienen que ver con
ellas una memoria que pueda funcionar y que realmente funcione.
De ello se deriva además que para aquel al que le importe la moral
privada y pública no hay ningún camino que pase por delante de la
necesidad de mantener el olvido en sus límites»78.
Dado que el juicio moral cede y la memoria deja sitio a una ar­
bitrariedad fundada en la ciencia de la evolución surge forzosa­
mente la cuestión de a quién, en el reino de la arbitrariedad, se le
reconocen en definitiva las competencias decisorias en cuestiones
de progreso y de futuro. Pues aunque ya la memoria haya roto to­
dos los puentes de retirada, sin embargo, se debe echar mano de un
criterio según el cual se pueda decidir sobre el único aspecto que
permite la época, el futuro: «Si, a pesar de semejantes provisionali-
dades y arbitrariedades, se debe seguir avanzando, alguien debe to­
mar la decisión. La cuestión a la que en último término se orienta
cualquier discusión de competencias también se pone aquí: quis in-
dicabit ?, ¿quién lee la sentencia? Y los naturalistas no dudan en afir­
mar: ¡Nosotros! Francis Crick, que, junto ajames Watson, recibió el
premio Nobel por sus investigaciones sobre la estructura de la sus-

60
tancia hereditaria, lo ha hecho con la inocencia de un niño grande
y rnimado. Aunque se quedaba dentro de lo tradicional cuando pro­
ponía que se instigara a seres humanos con propiedades deseadas
por nosotros a que se multiplicasen lo más numerosamente posible.
La mayoría de sus colegas del ramo ya hace tiempo que han aban­
donado las vías fijadas por la naturaleza y apuestan de manera con­
secuente por los recursos técnicos. Ya Hermann Muller, una gene­
ración antes de Crick, quiso ayudar a cualquier mujer que quisiera
acceder a la felicidad de tener descendencia de Lenin o de Darwin:
lo que no habría sido posible sin manipulación genética o fertiliza­
ción artificial»79.
Sin embargo, la memoria de sentido que se pierde con el enten­
dimiento evolucionista de la naturaleza deja la sospecha de que la
carencia de límites recientemente abierta podría encontrar un lí­
mite inesperado en el hombre mismo: «Allí donde no pudiera ha­
ber límites, la vida se haría insoportable, ha propuesto en cierta oca­
sión Daniel Bell frente a aquellos que se entregaban al sueño de un
desarrollo abierto sin limitación, hacia una sociedad abierta sin des­
canso. Para lo que en ello se pierda, la ciencia sólo puede ofrecerse
como sucedáneo. Ella se convierte entonces en una cuestión de fe
que exige adoración, no sólo saber. Representantes estrictos de la
teoría de la evolución se han percatado de ello y han defendido de
manera expresa la consecuencia, un entretejido de conocimiento
científico con pensamiento religioso. El pensamiento evolucionista,
escribió el biólogo friburgués Carsten Bresch, ya hace tiempo que
“apenas puede sortear este escollo”. Él fundamenta su maniobra en
la necesidad de encontrar apoyo en alguna parte: creyentes son am­
bas partes, piensa, tanto la ciencia com o la religión. Sólo el conte­
nido de la fe es distinto»80.
Una argumentación que de manera inesperada alude de nuevo
a la religión, exactamente a aquel fenómeno que en la antigua cul­
tura de la memoria había detentado el máximo rango. Un proceso

61
al menos paradójico, dado que aquí las ciencias naturales de mane­
ra inesperada recuerdan a aquella fuente de la que originariamen­
te agotan sus juicios para derramarlos después de camino a un fu­
turo carente de memoria com o religión, lengua, cultura y moral,
por mencionar sólo algunos parámetros del pasado en ruinas.
Pero incluso un sucedáneo de la religión, por muy moderado
que fuera, podría renunciar a través de la ciencia de la vida a la me­
moria y al recuerdo. Pues toda reflexión retrospectiva debe final­
mente renunciar a la vista de la exclusivista orientación al futuro de
las ciencias de la naturaleza y de su filosofía del progreso (fundado
por Francis Bacon) com o catecismo de la nueva época. Sin embar­
go, sólo el m odelo de evolución de las ciencias de la vida ha dejado
definitivamente obsoleta toda apelación a correctivos generados en
la memoria para dirección de un movimiento de progreso ultra­
potente. Hannah Arendt ha descrito este estado de cosas con las
siguientes palabras: «No avanzando, sino arrebatado en un futuro
imprevisible e infinito del que no se puede esperar un sentido su­
peditado al proceso y en el que más bien son arrebatados de mane­
ra incontenible todas las metas y fines»81.
Se trata de un sentimiento de impotencia frente a un movimien­
to que no conoce ni límites ni metas ni programas, con el resultado
de una partición de las reacciones humanas. Los que todavía re­
cuerdan acompañan el movimiento con pesimismo, escepticismo,
resignación o con temor. Los que todavía no recuerdan lo acompa­
ñan con optimismo y esperanzas eufóricas. Por ello, los optimistas se
podrían apoyar en los apuntes, abismalmente irónicos, de Nietzsche
{Obraspostumas 1869-1874): «El pesimismo no es práctico ni tiene po­
sibilidad de éxito. El no-ser no puede ser una meta. El pesimismo no
es posible en el reino de los conceptos. El existir sólo es soportable
con la fe en la necesidad del proceso mundial. Esta es la gran ilusión:
La voluntad nos mantiene fijos en la existencia y hace de cada con­
vencimiento una opinión que posibilita la existencia»82.

62
Pero aquellos que (todavía) recuerdan y cuyas orientaciones re­
cordadas no tienen sentido generan aquel gran miedo, la grande
peur, que ya era un concepto fundamental para el proceso de deca­
dencia de las sociedades burguesas a partir de la Primera Guerra
Mundial. Y, mientras tanto, el sentimiento de que el suelo recorda­
do no aguanta más se mantiene también com o reflejo de angustia
en la lista de fobias de Fred Culbertson con más de cuatrocientos
registros y temores nuevos que diariamente se añaden, que Cul­
bertson toma sobre todo de la literatura de la ciencia terapéutica.
Este fenómeno de una irracionalidad ocupada por el miedo lo ha
comentado Frank Schirrmacher bajo el signo de pérdidas de orien­
tación desmemoriadas con la indicación a Ernst Jünger: «Nosotros,
sin embargo -escribía Ernst Jünger hace setenta años-, estamos en
medio de un experimento, pues hacemos cosas que no están fun­
damentadas por ninguna experiencia. Ahora, para fundar expe­
riencias y poderlas transmitir, se las denomina. El que primero de­
terminó y denominó la nieve que provoca el alud o el que llamó por
su nombre al engañoso hielo que ya no lleva a nadie, fundó seme­
jantes experiencias en un mundo carente de experiencias. Lo que
nosotros queremos transmitir com o tradición, así parece, es extra­
ñamente nuestra experiencia con el m iedo»83.
Para la transmisión de la tradición del miedo, sin embargo,
cuenta com o experiencia fundamental también la conciencia de
pérdidas de memoria rápidamente crecientes en lo que respecta a
la definición del hombre y su dignidad. Son manifestaciones de ero­
sión de la memoria que mientras tanto también los fundamentos de
derecho constitucional de la sociedad han captado.
Esto se transparenta en la nueva elaboración del comentario de
la Ley Fundamental al artículo 1, apartado 1, referido a la garantía
de la dignidad humana. Emst-Wolfgang Bóckenfórde ha compara­
do la memoria de la dignidad humana (todavía determinada me­
diante retro-reflexión a la barbarie del Tercer Reich) de los padres

63
de la Ley Fundamental con la nueva interpretación orientada al fu­
turo de la dignidad humana.
Además ha descrito exhaustivamente las pérdidas de memoria
de esta interpretación con las siguientes palabras: «Sobre su propia
relativización, la protección de la dignidad del ser humano condu­
ce necesariamente también a la relativización de la inalienabilidad
de la dignidad humana; por más que se la haga aparente, ésta con­
tinúa existiendo. La justificación tiene lugar a través de una retro-
relación a la ya mencionada frase clave que, mientras tanto, ya no
representa más que una petitio principa: “Si la exigencia de la digni­
dad a juzgar por su amplitud se puede orientar según las circuns­
tancias concretas, esto debe valer de manera especial para los gra­
dos de desarrollo de la vida humana”. Finalmente se trata del
espacio libre para el mantenimiento y la deconstrucción de la pro­
tección de la dignidad según las representaciones de adecuación
del intérprete [...]. Incluso en los rasgos garantizadores de la digni­
dad humana que más detenidamente se tratan, se manifiesta una es­
cala deslizante y la ausente cognoscibilidad de un suelo sólido. Jun­
to a los ejemplos corrientes y reconocidos com o son la protección
de la esfera privada, la protección ante la humillación y la subyuga­
ción de la voluntad y semejantes aparecen nuevas posiciones que no
son compatibles entre sí. De la dignidad humana debe derivarse el
derecho de poner fin, en una auto-responsable decisión, a la propia
vida [...], lo que implica que el artículo 1 del apartado 1 supone el
derecho al suicidio. Para la producción de embriones con el objeto
de obtener células madre se apoya en la suposición de una ofensa a
la dignidad, pero, al mismo tiempo, semejante juicio de ofensa se
pone en duda en su evidencia remitiéndonos al hallazgo de dere­
cho comparado. Clonar reproductivamente aparece com o una
ofensa de la dignidad del donante clonado, ya que éste es duplica­
do genéticamente de manera orientada robándosele su identidad
genética, lo que tampoco es admisible. Por el contrario, la clona­

64
ción terapéutica no representa una ofensa a la dignidad, ya que la
protección de la dignidad se extiende al embrión producido in vi-
tro. Al igual que en el caso de la terapia germinal y en la eugenesia
positiva no se ve un conflicto con la dignidad humana, tampoco se
ve en el diagnóstico de pre-implantación; éste se ve troceado en di­
versos aspectos en un apartado más breve84».
La «escala deslizante y la deficiente cognoscibilidad de un suelo
sólido» que al respecto ha reconocido e identificado Bóckenfórde
se explica a partir de las numerosas referencias a las más modernas
prácticas de tecnología genética, sobre todo com o reverencia cien­
tífico^ urídica ex post frente al mundo de progreso en el recuerdo
neutral de las ciencias de la vida. Es una reverencia que renuncia al
recuerdo y a la memoria en interés de una arbitrariedad abierta
al futuro con el resultado siguiente: «El cambio en la comprensión
de las garantías de la dignidad humana constituye un fundamento
básico en el ordenamiento estatal nuevamente erigido, fundamen­
to que documenta su identidad para constituirse en norma consti­
tucional, en el mismo plano que otras, y que sólo debe interpretarse
a partir de sí misma com o de derecho estatal, es decir, de derecho
positivo. Con este cambio se hace prescindible el recurso a las bases
espirituales e históricas de este concepto que fue aceptado en la
Constitución por el Consejo Parlamentario de manera consciente
como concepto marcado de manera pre-positiva. Pero entonces,
¿qué es lo que permanece del contenido de ese concepto que, en
efecto, no es un concepto jurídico, fundado en las tradiciones del
derecho?»85.
Una cuestión cuya respuesta podría hacerse paulatinamente más
difícil. Pues la ulterior, incontenible y desmemoriada despedida de
todas las representaciones tradicionales de la dignidad humana la
ha explicado ya hace pocos años Bill Joy en su ensayo disfrazado de
ciencia ficción Warum die Zukunfl uns nicht braucht ?mApoyado en las
que él denomina tres columnas del futuro (la nanotecnología, la

65
tecnología genética y la tecnología de la computación), Joy llega a
la tesis de un potencial de desarrollo cuasi-humano del ordenador
para la evolución de una inteligencia artificial, global y digitalmen­
te orientada, para la que se podría manifestar com o completamen­
te absurdo cualquier intento de una generación de criterios de
orientación y juicio mediante el recurso a contenidos de memoria
tradicionales.
A ello viene a añadirse que la despedida de todas las represen­
taciones hasta ahora válidas de la dignidad humana podrían con­
tener un complementario potencial de aceleración a través de los
nuevos resultados de la investigación cerebral. Pues, mientras tan­
to, renombrados investigadores del cerebro han respondido a la
cuestión acerca de la naturaleza del ser humano con la tesis de que
ya no podrían mantenerse los tradicionales contenidos fundamen­
tales de la memoria. En efecto, conceptos com o libertad y respon­
sabilidad del ser humano supuestamente se revelan, a la luz de pro­
cesos neuronales, com o constructos de convenciones sociales,
com o pura fantasía. Pues cada pensamiento consciente tiene un
correlato neuronal inconsciente que le precede una milésima de
segundo. Estamos, pues, ante el pensamiento com o resultado de mo­
delos determinados por el estímulo de las células nerviosas que,
por su parte, hacen aparecer com o predeterminado el comporta­
miento humano.
Una tesis que, en efecto, ha encontrado un vivo rechazo por
parte de las ciencias del espíritu, sobre todo desde el punto de vis­
ta jurídico, filosófico y de la psicología del comportamiento, pero
que, al mismo tiempo, parece salir al encuentro de la exigencia de
Bill Joy, a saber, la necesidad de un concierto social totalmente
nuevo dictado por las ciencias para el siglo recién inaugurado,
marcado com o viene por las nuevas tecnologías. Un concierto so­
cial desde el punto de vista de la memoria neutral que posible­
mente también podría eliminar el recuerdo del cuerpo humano.

66
En todo caso, Wolfgang Frühwald ha mencionado en este contex­
to y con relación a los más recientes progresos de la plastinación
del cuerpo humano a Hans Joñas, quien ya en los años ochenta del
pasado siglo propuso la siguiente consideración: «En todo caso, la
idea de reelaborar la constitución humana o de esbozar nuestra
descendencia ya no resulta fantástica; ni está prohibida por un
tabú intocable. Si llegásemos a esta revolución, si el poder tecno­
lógico realmente comenzase a experimentar en las teclas más ele­
mentales en las que la vida tendrá que tocar su melodía [...] en­
tonces se impondrá con una urgencia inapelable una reflexión
sobre los valores humanamente deseables, sobre qué debe deter­
minar la libre elección; en pocas palabras, una reflexión sobre la
imagen del ser humano que jamás habríamos supuesto que se le
pudiera proponer al hom bre»87.
Mientras tanto, Frühwald ha descrito con las siguientes palabras
la manera en que la reflexión, es decir, el recuerdo retrospectivo de
los valores deseables humanamente, se ha despedido: «El cuerpo hu­
mano se adapta estéticamente, olvida su cuerpo, el plasünado le con­
vierte en un objeto de curiosidad, del ver estético, en objeto de mu­
seo anatómico. Especialmente el “hombre de cajones” o el hombre
representado en muchos afiches en pose de vencedor que lleva (al
mercado) su piel en el brazo derecho levantado, así como el plasti-
nado descrito por Ulrich Fischer, en el cual todas las partes indivi­
duales del cuerpo humano, colgadas de hilos de nailon, estaban re­
presentadas en un colgante móvil, caracterizan la disolución del
complejo cuerpo humano —que, en cuanto organismo viviente, siem­
pre es más que la suma de sus partes-, precisamente en esas sus par­
tes. No se trata de presentar precisamente al cuerpo humano todas
esas imágenes plegables, por lo demás de todos nosotros conocidas
(y explicativas), del lexicón del cuerpo humano; se trata de su posi­
ble configuración estética a través de la plastinación, en la que el re­
cuerdo del cuerpo (en cuanto sujeto de ese cuerpo) desaparece»88.

67
Por consiguiente, si un día tuviera que desaparecer incluso el re­
cuerdo del cuerpo, al cuerpo le seguiría quedando todavía, com o
Alexander Kluge supone, el recuerdo de los mares primigenios de
treinta y siete grados de calor. «La costilla de Adán era en efecto
una enorme nostalgia cuando vino el frío. Treinta y siete grados en
las aguas calientes de estos mares primigenios. No lo podíamos ol­
vidar y de ello nos acordábamos en el frío; en nuestro interior avi­
vábamos aquel pequeño fuego.»89
Sin embargo, sigue siendo cuestionable si el fin de la cultura del
recuerdo, a pesar de todos los indicios que se acumulan en grandes
cantidades, en efecto se puede considerar com o definitivo. En todo
caso, O do Marquard ha hecho notar a todos los «atletas del lamen­
to y a las casandras de servicio» con sus jeremíacos lamentos anti­
modernistas que ya existirían motivos para la esperanza90. En efec­
to, también Marquard nos recuerda de entrada, basándose en las
formas de representación de la liquidación de la memoria y del re­
cuerdo, el «envés de la moderna cultura de la innovación». Lamen­
ta totalmente la neutralización metódica del mundo de la tradición
en interés de las ciencias de la naturaleza y de la técnica, que sólo
de esta manera pueden sustituir de manera global y acelerada las
crecidas realidades de la tradición mediante «artificiales realidades
funcionales». A ello vendría a añadirse el que este mundo avanzado
de neutralización estaría necesariamente unido a mundos del olvi­
do y de desecho. Pues a la luz de un mundo de progreso neutral, en
su referencia a la tradición se reducen todas las formas de vida es­
pirituales, culturales y sociales del pasado, com o, por ejemplo, el ar­
te, la religión, la filosofía, la familia, la sociedad burguesa, la nación
y el Estado, en cuanto obsoletas formas primitivas que impiden es­
te progreso global. Con la obvia consecuencia de la eliminación de
esas formas primitivas y de esos impedimentos91.
Pero Marquard no deja el asunto en este balance negativo de la
cultura anamnética. Más bien alude a que esto aparentemente es só-

68
lo una verdad a medias, pues es com o si a espaldas del progreso sin
memoria se hubiera desarrollado un mundo del coleccionar y del
recuerdo, a saber, un mundo compensatorio y protector de la con­
tinuidad de una cultura del recuerdo museal, científico y conserva­
dor; una cultura del recuerdo que reúne y honra los memorabilia re­
chazados y desclasificados. Un fenómeno que ya se advierte en la
segunda mitad del siglo XVIII, pues después de 1750 y com o conse­
cuencia de la Ilustración no sólo surge el concepto de progreso. Al
mismo tiempo surgen ya, com o reflejo compensatorio, los primeros
museos. Es decir, surge una cultura del recuerdo, que procede dia­
lécticamente en la medida en que declara lo olvidado com o mo­
derno y lo rechazado com o destacable. Los procesos de disolución
y eliminación de la Modernidad generan una cultura de la conser­
vación y de la memoria institucionalizada que con tendencia cre­
ciente le va a la zaga y se manifiesta a escala mundial en archivos, en
museos etnográficos, de artes industriales, de la técnica e históricos
e incluso «en las residencias de ancianos de la vanguardia, los lla­
mados museos de arte moderno». De esta manera el Homo faber im­
plica al Homo conservatory «la formación auténticamente moderna
de la cultura del almacenamiento y de la conservación pasa a per­
tenecer a la moderna sociedad de desecho, a saber, en cuanto com ­
pensación necesaria»92.
Para los niños todavía pequeños, también el osito de peluche, en
cuanto traditional object ordenado al aseguramiento de la continui­
dad, pertenece a la cultura del almacenamiento y del recuerdo. El
familiar juguete es, por consiguiente, un objeto compensatorio del
recuerdo de una cultura de la lentitud en medio de un mundo de
aceleración vertiginosa. Con el resultado de que «la cultura del re­
cuerdo, desde las ciencias del espíritu hasta el museo pasando por
el sentido conservador y ecologista, es -cuanto más moderna, tanto
rnás necesaria- el equivalente funcional del osito de peluche para el
hombre adulto moderno en su mundo de progresos acelerados»93.

69
Karl Heinz Bohrer ha diferenciado y relativizado, al menos con
referencia al recuerdo de la época del nacionalsocialismo, esperan­
zas de esta especie. Él documenta totalmente la existencia de una
cultura del recuerdo a escala federal, aunque sólo en la forma de
una relación de proximidad histórica. Esto supone que desde hace
más de un decenio ya no se podría hablar de una preterición de la
historia del nacionalsocialismo. Al contrario, la intensidad de la per­
cepción historiográfica y político-intelectual de esta historia se com­
portaría de manera proporcionalmente inversa a la gran diferencia,
que se hace cada vez mayor, de los acontecimientos históricos. Sin
embargo, es decisiva la falta de una relación de «lejanía histórica».
Es discutible con todo que este dato también pueda exigir validez
con referencia a esa subcultura ya instalada bajo la conciencia his­
tórica pública y que se esfuerza por la ilustración instalada en la
conciencia histórica privada y de su modelo interpretativo de la his­
toria. Recientes resultados de 40 conversaciones familiares y 142 en­
trevistas parecen en todo caso constatar contenidos totalmente di­
ferentes: «Los abuelos nazis se transforman a los ojos de sus nietos
en encubiertos luchadores de la resistencia contra Hitler; en los re­
latos familiares, las actuaciones antisemitas se convierten en servi­
cios de ayuda y los propios parientes se perciben no com o delin­
cuentes sino com o víctimas. Si todo dependiera de la memoria
familiar, los alemanes serían un pueblo contestatario»94.
Frente a esto, Bohrer ha dado testimonio de la conciencia histó­
rica oficial de la República Federal: «La no existencia de una rela­
ción a la lejanía histórica, es decir, a la historia alemana más allá del
suceso de referencia, el nacionalsocialismo, se hace de inmediato
evidente; no es sólo el resultado de un acto de voluntad que maña­
na sería revisado, cuanto una especie de apriori mental, una segun­
da piel de la conciencia federal alemana». Bohrer define esta se­
gunda piel com o la pérdida total de todo recuerdo de un pasado
colectivo orientado a la nación. Esta carencia de recuerdo sería cu-

70
bierta por el término «memoria» que un ritual kitsch de la inteli­
gencia académica amenaza con perverdr95.
La memoria histórica de largo plazo que, según la apreciación
de Bohrer, está ausente, no es sustituida - o en el sentido de Mar-
quard, compensada- mediante la organización de eventos y sucesos
que sólo en apariencia pretenden proteger la continuidad del re­
cuerdo. «El interés aparecido desde los años ochenta entre amplios
sectores de la población por culturas anteriores -para Alemania Oc­
cidental fue ejemplar el éxito de las exposiciones de los Staufer y
Prusia- no puede tomarse en consideración con relación al recuer­
do de largo plazo aquí mencionado. Semejantes escenificaciones de
historia, que hoy corresponden a una práctica general en los gran­
des museos, se orientan a una nueva especie de legítimo voyeuris-
mo en el que unos consumidores agotados descansan de abstrac­
ciones: imágenes en vez de letras, o en su caso, argumentos. Con el
recuerdo histórico a largo plazo, en el sentido que aquí le damos,
todo esto tiene poco que ver. Aquí se manifiesta más bien ese fenó­
meno peculiar de un infinito presente que reduce tanto el pasado
como el futuro al eterno ahora del consumo cultural.»96En qué me­
dida, pues, la falta de un alto grado de reflexión histórica aparece
en Bohrer com o uno de los motivos fundamentales de la incapaci­
dad de los alemanes de la inmediata posguerra para lamentar el
Holocausto y de las dificultades a la hora de aceptar un monumen­
to al mismo en Berlín, queda expresada en las siguientes palabras:
«Pues incluso una memoria que sea consciente del Holocausto [...]
únicamente merecerá este nombre cuando sea consciente no sólo
de la época del Holocausto, sino también del tiempo y los tiempos
que le precedieron»97.
Finalmente, según la apreciación de Peter Kümmel, esas recien­
tes series de televisión alemanas que él entiende com o paquetes de
viajes al pasado nacionalsocialista, respetuosas con el recuerdo, ha­
cen echar de menos totalmente aquella protección del recuerdo y

71
de la continuidad: «“Se recuerda para olvidar”, reza una de las tesis
de Freud. Dado que semejante estrategia todavía no es permisible a
los alemanes, eligen una especie de recuerdo que se aproxima al ol­
vidar. Es el recuerdo com o distracción»98.
Se trata de una distracción que Bohrer ha caracterizado com o el
infinito presente del consumo cultural y que hace poco Wolfgang
Hagen ha analizado más exactamente bajo el concepto de «olvido
del presente». El «olvido del presente» lo entiende Hagen -alu­
diendo a Harold Adams Innis y a sus reflexiones sobre la época y los
medios culturalmente conservadores- básicamente com o el gran
mal de la democracia, «cuyo sacrificio del pasado y del futuro en
aras de intereses dados del presente fue subrayado mediante el do­
minio de los periódicos y su carácter de posesos por lo inmediato»99.
Hagen fundamenta este «carácter de posesos» olvidados del pasado
y del futuro aludiendo a la orientación exclusiva al ahora por parte
de la prensa, la radio y la televisión -desde el punto de vista tecno­
lógico y económ ico—que no tienen en consideración la permanen­
cia de un almacenamiento: «A esta estructura fenomenológica de
los medios de masas desde el punto de vista actual no se le ha apli­
cado ninguna corrección. El mecanismo de la expansión de los me­
dios de masas discurre hoy todavía a través de la oscilación entre no­
ticias y publicidad. Son los dos generadores fundamentales de un
mercado mientras tanto globalizado con el apoyo de los satélites,
cuya validez orientada comercialmente al infotainment100sólo queda
en el ahora de su mediación y, por consiguiente, constantemente
está exigiendo innovación. Noticias com o las que distribuyen los
medios de masas son una estructura según los informes del presen­
te y con ello estructuralmente equivalentes al curso de la bolsa.
Contienen sucesos del más reciente pasado e igualmente proyec­
ciones al futuro que, por consiguiente, son noticiosas ya que sus in­
formes suponen, sin mencionarlo, que, en cuanto sucesos, el día de
mañana ellas puedan ser dignas o no de nuevos informes»101.

72
VI
«Almacenar datos supone olvidarlos»

En su análisis del «carácter olvidadizo del presente», Wolfgang


Hagen acentúa que sobre todo la prensa, la radio y la televisión no
se orientan hacia la durabilidad del almacenamiento de datos. Con
ello llega a la siguiente consecuencia: «La orientación del presen­
te hacia una tecnología de la comunicación mecánica y electróni­
ca de la prensa, basada en la estimulación del consumo individual,
conlleva una indiferencia frente al pasado que nos hace ciegos
frente al futuro»102. Al mismo tiempo, Hagen admite «que no se
pueden pronosticar los ulteriores efectos de la convergencia de los
medios en el transcurso de la “digitalización”» y que paradójica­
mente «el futuro de la comunicación se hunde cada vez más en la
oscuridad»108.
Al mismo tiempo, con ello se está poniendo en cuestión si la me­
moria almacenada digitalmente no pudiera hundirse también en
semejante oscuridad. ¿No irá unida una nueva dimensión de dis­
persión de la memoria, superadora de todas las formas conocidas
de la amnesia, al almacenaje digital no orientado a la durabilidad?
Cabe recordar unas anotaciones de Sigmund Freud del año 1924 a
las que se ha dado poca relevancia y que llevan por título Notiz über
den Wunderblock (Informe sobre la pizarra mágica). A ellas se ha re­
ferido Weinrich. A una mirada retrospectiva, el Wunderblock o piza­
rra mágica de Freud se le manifiesta en todo caso com o una metá­
fora sorprendentemente perfilada, com o una anticipación de la
auténtica naturaleza del almacenamiento de los sistemas digitales, a
saber, su corto recorrido.

73
El informe de Freud acerca de la pizarra mágica lo ha descrito
Weinrich de la siguiente manera: «El tema de este informe es la me­
moria en su más importante materialización, a saber, com o escritu­
ra. Según Freud y sobre el criterio de la “perdurabilidad” de lo
escrito, hay que distinguir dos tipos de la memoria escrita. El papel
escrito con tinta adopta una huella de recuerdo permanente. Por el
contrario, lo escrito con punzón sobre una pizarra puede ser bo­
rrado fácilmente. El primer sistema de memoria favorece pues la
memoria orientada a largo plazo, mientras que el segundo, orien­
tado a corto plazo, está más próximo al olvido. Sin embargo, en
tiempos de Freud salió al mercado un nuevo sistema de instrumen­
tal de escritura y juego que, bajo el nombre de Wunderblock, unía
ambos sistemas de recuerdo. Según la descripción de Freud, se tra­
taba de una tabla encerada cuya superficie venía preparada con un
papel transparente y una capa de celuloide, de tal manera que se
podía escribir sobre ella con un estilete y lo escrito, grabado en ce­
ra, se podía borrar de nuevo fácilmente con el mero hecho de le­
vantar varias coberturas. Sin embargo, la huella de la escritura del
punzón sobre la capa de cera, incluso aunque el usuario la hubiera
alisado de nuevo de la manera que se ha descrito, seguía, bajo de­
terminadas condiciones, todavía visible. Esto sucedía, por ejemplo,
cuando la capa de cera se observaba a una luz determinada. Así
pues, el Wunderblock recibía en sus capas de cera una memoria al
mismo tiempo perecedera y permanente, a la que, en el reverso, se
correspondía también un olvido pasajero y permanente»104.
Mientras tanto, esta relación entre huella de recuerdo perece­
dero y huella de recuerdo permanente se ha situado en un primer
plano de actualidad hasta convertirse en un tema de naturaleza glo­
bal. Existe un programa de la Unesco, puesto en marcha ya a co­
mienzos de los años noventa del siglo anterior, bajo el título de «Me­
moria del mundo» que, orientado a la conservación de la memoria
colectiva del mundo, integra documentos significativos en soporte

74
de papel, audio y visual (imagen y cine) en un registro mundial con
el objeto de presentarlos en Internet (preservation and acces). Un pro­
grama, por consiguiente, que, por primera vez de manera global,
sometía a discusión la cuestión de la memoria permanente, más en
concreto con relación a los documentos que a escala mundial pue­
den ser declarados com o dignos de recuerdo, ante la situación pa­
radójica de que precisamente los memorabilia del recuerdo colectivo
a largo plazo deben ser confiados a un medio de almacenaje del
que se pueda disponer globalmente pero que sólo posee una me­
moria técnicamente limitada al corto plazo.
Joachim-Felix Leonhard ha descrito la situación con estas pala­
bras: «Casi en ningún otro ámbito de los que se ocupan de la he­
rencia cultural y de los valores ha aparecido de manera tan drástica
la cuestión de quién decide hoy -en la época de la comunicación di­
gital y de la todavía no resuelta archivación a largo plazo con el ob­
jeto de disponer de ellas en el futuro—acerca de aquello que ten­
dremos que recordar el día de mañana [...]. Es com o si tuviera lugar
una imaginaria invasión desde fuera de la galaxia y se nos propusie­
ra la cuestión de Robinson. Es decir, tal y com o en cierta ocasión se
preguntó a Noé, quién decide acerca de los valores y objetos que
serían dignos de meterse, en caso perentorio de limitación o, en su
caso, de selección, en un pequeño bote, en una especie de arca vir­
tual. Los que realizaran la pregunta nos dejarían, digamos, pocas
posibilidades de elección com o alternativa que, sin embargo, debe­
rían ser consideradas bastante bien. Lo cual no significa otra cosa
que emprender un paseo a través de la historia de los documentos,
de los documentos de la historia, que los valorase de manera estric­
ta y selectiva. En el programa “Memory o f the World” deberán digi-
talizarse los documentos básicos de todos los países y ponerse a dis­
posición en la red a través de un servidor de la Unesco. Con ello,
estos documentos se estarían difundiendo in arder to have preservation
(via digitalization) and better acces (via world wide web)»'m.

75
Pero con la particularidad de que de esta digitalización de la me­
moria colectiva sigue estando excluida aquella herencia memorísti-
ca inmaterial especialmente amenazada a la que Lévi-Strauss ha alu­
dido de manera penetrante: los cantos transmitidos, los relatos, los
rituales y las fiestas cuya realización va indisolublemente unida al
ejercicio y a la transmisión a través del ser humano. Pero es que in­
cluso con referencia a los documentos de la memoria digitalizados
en el programa «Memory o f the World», la definición de literatura
de Theodor W. Adorno puede ganar una nueva e inesperada signi­
ficación, a saber, la de que la literatura es la «memoria del sufri­
miento acumulado». Pues el camino del sufrimiento de esta me­
moria, hasta ahora materializada de manera permanente en libros
y bibliotecas, hasta cierto punto vendría hoy determinada por el
tempo de innovación, cada vez más acelerado, de los sistemas digi­
tales. Hans Magnus Enzensberger ha descrito este fantasma con las
siguientes palabras: «El acelerado tempo de innovación tiene com o
consecuencia que el valor medio temporal de los medios de alma­
cenamiento disminuya. Los National Archives en Washington ya no
están en situación de leer los escritos electrónicos de los años se­
senta y setenta. Los instrumentos que serían necesarios para ello ya
hace tiempo que han caducado. Son ya raros y caros los especialis­
tas que pudieran trasladar los datos a un formato actualizado, de tal
manera que la mayor parte del material puede darse por perdido.
Aparentemente, los nuevos medios sólo disponen de una memoria
técnicamente limitada al corto plazo. Hasta el presente no se han
dado cuenta de las implicaciones culturales de este hecho»106.
Así pues, ¿estamos ante el horror digitalis como cultura anamnéti-
ca? Enzensberger, previendo esta pregunta, por lo demás perfecta­
mente imaginable, ha tenido la precaución de identificar las dos fac­
ciones de la época digital: los apocalípticos por una parte, y los
evangelistas por otra. Como criterio de diferencia decisivo se mani­
fiesta de nuevo la memoria: en forma de pérdida de memoria por

76
parte de los evangelistas y de capacidad de recuerdo por parte de los
apocalípticos. En este sentido, Enzensberger interpreta a los evange­
listas digitales com o anunciadores de buenas nuevas de naturaleza
global, ya que profetizan, entre otras cosas, el surgimiento de una de­
mocracia directa de carácter electrónico, el desmontaje de jerarquías
y la permanente utilización de fuentes. Debido a la falta de memoria
que manifiestan, ellos le hacen recordar a Enzensberger la eufórica
fe que en la época de posguerra se tenía en la utilización pacífica de
la fisión nuclear como solución a los problemas de energía.
Los evangelistas digitales prometen además la solución de pro­
blemas totalmente diferentes: en vez de soluciones anuncian la re­
dención del hombre anticuado. Entre otras cosas, también la reden­
ción del ser humano de una memoria insegura y quebradiza gracias
a unos gigantescos instrumentos de almacenaje electrónico. «El cy-
borg, una quimera híbrida de hombre y máquina, sería entonces el
siguiente paso lógico para la autodestrucción del género. Al final,
autómatas progresistas que no estén manchados con la mácula de
la mortalidad deberán sustituir totalmente al débil género humano.
Estas máquinas también pondrán fin al caos de la sexualidad; ellas
estarían en disposición de propagarse de una manera totalmente
agenética. Ya desde la época de los pioneros más militantes de la in­
teligencia artificial, hace ya decenios, se viene anunciando esta me­
ta desinteresada. Los dineros de investigación enterrados en arena,
la testarudez de los mind-body problems, las muchas bancarrotas que
les estaban reservadas a sus promesas, todo esto no ha sido impedi­
mento para los intentos de estos creadores de proyectos. Los profe­
tas tienen inmunidad frente a los hechos. Eso es lo que constituye
su atractivo.»107
Pero, en opinión de Enzensberger, también los apocalípticos di­
gitales se manifiestan no menos dogmáticos que los evangelistas. Al
revés que éstos, los apocalípticos no pueden, sin embargo, esperar
subvenciones, ni medios de terceros ni apoyo industrial. Por eso tie-

77
nen que anunciar por iniciativa propia los horrores de un futuro de
«galopante quietud» en el sentido que expresó el filósofo de los me­
dios Paul Virilio o un mundo de fantasmas de virtualidad y simula­
ción medial en el sentido de Baudrillard108.
El mismo Enzensberger soluciona este antagonismo de manera
pragmática relativizando ambas facciones: hay muchas cosas que
hablan a favor de los que aconsejan evitar exageraciones: «Por nues­
tra parte deberíamos condenar al ridículo que se merecen a esos
profetas de los medios que se prometen y nos prometen o el apo­
calipsis o la redención de todo mal. La capacidad de distinguir una
pipa de la foto de una pipa está muy extendida. Quien confunda el
cibersex con el sexo está maduro para el psiquiatra. Se está seguro del
cansancio corporal y el dolor de muelas no es virtual. Quien tiene
hambre no se satisfará con simulaciones y la muerte propia no es un
suceso para los medios. Pero sí, hay una vida más allá del mundo di­
gital: la única que tenemos»109.
Pero ¿se exagera realmente en un mundo que mientras tanto es
globalmente gestionado de manera digital y virtual frente a la rea­
lidad del antiguo mundo de la memoria? También Enzensberger
admite que los medios juegan un papel central en la existencia hu­
mana; su rápido desarrollo conduciría de hecho a modificaciones
que realmente nadie puede menospreciar. Una cosa es segura: que
el desarrollo rápido lleva la memoria del libro, hasta ahora accesi­
ble de manera real, aunque amenazada en su perdurabilidad por
los daños que produjeran a largo plazo posibles ácidos, a un esta­
do de agregado totalmente nuevo. La palabra impresa com o me­
moria materializada muta en palabra electrónica. La biblioteca co­
mo lugar de reunión real de la memoria impresa se traslada al
espacio digital del disco duro. La memoria que san Agustín, en los
libros diez y once de sus Confesiones, había entendido com o el fin
propiamente dicho de la reunión de la comunidad se evapora y se
convierte en el spicarium, es decir, en el lugar donde originaria-

78
niente se conservaban las espigas (spicae), el trigo. El ordenador, sin
embargo, almacena, no memoriza. Es decir, la emigración de los
impresos a la serie de signos electrónicos escamotea a la memoria
la hasta ahora normal realidad táctil de los libros. Las piececitas de
tejido mental fijadas en el libro de una memoria que funda refe­
rencias asociativas deben poner a prueba su destreza ahora sobre
un nuevo suelo, a saber, en el terreno de fugaces series de signos
de digitalizados altamente disueltos. La memoria, hasta ahora ex­
perta en el trato con asociaciones auto-generadas y clarividencias
conexas, de repente se encuentra otra vez -y en cuanto usuaria ha­
bituada a capacidades de almacenaje- con conexiones formales
técnicamente determinadas y dependiente de las «máquinas de
búsqueda» digital.
En la medida en que los discos duros y servidores se llenan con
sus digitalizados, se vacían los estantes de libros de las antiguas bi­
bliotecas: «Es un atractivo juego de pensamiento futurístico: las
existencias de libros de las bibliotecas del mundo, desde los más in­
significantes folletos hasta la enciclopedia más maciza, se escanean
automáticamente. Escáneres de gran rendimiento ponen libro tras
libro sobre sus espaldas y escanean página a página el texto del li­
bro, en la medida en que son capaces de aspirar la página siguien­
te y pasarla automáticamente. Títulos de los capítulos y apartados se
reconocen sin el apoyo intelectual de un bibliotecario y se elaboran
de manera automática convirtiéndose en meta-datos accesibles de
manera real y configurantes de un texto. Un escenario fascinante
que en el presente resulta todavía un poco utópico, pero que, en
vista de los vertiginosos desarrollos de las tecnologías IT, presumi­
blemente pueda ser considerado a corto plazo com o realista»110.
Pero tranquilos: a pesar de estas perspectivas que apenas se pue­
den designar com o utópicas, por el momento el hecho es el si­
guiente: «Hasta que se haya digitalizado el último tomo de pom po­
sa lírica historicista, la que Heyse llamó Goldschnittlyrik, posiblemente

79
pasen, a la vista del ejército de millones de libros que deben ser es-
caneados, decenios. Hasta entonces, la sala de lectura, a la que fre­
cuentemente se le ha puesto ya el RIP, no será sustituible»111. Pero los
evangelistas digitales están firmemente decididos a poner el mundo
a disposición de los usuarios de bibliotecas virtuales. En el futuro, las
bibliotecas pondrán a disposición no sólo los memorabilia digitaliza­
dos de sus propias existencias, sino que será posible el acceso a in­
numerables textos digitales de los magazines acumulados de innu­
merables bibliotecas.
Con lo que finalmente se podría llegar a realizar aquella biblio­
teca de Babel que Jorge Luis Borges, durante largo tiempo director
de la Biblioteca de Buenos Aires, ha anticipado ya en su escrito en
prosa que, con el mismo título, está muy próximo al género fantás­
tico. Weinrich ha representado esta biblioteca de Babel ideada por
Borges de manera penetrante, con almacenes que datan de tiempos
inmemoriales y con una capacidad de almacenamiento de todos los
libros existentes y futuros. En un primer momento la existencia de
esta biblioteca universal provocaría en todos los bibliotecarios em­
pleados en ella un sentimiento de felicidad. «Y ellos buscan espe­
ranzadamente entre la masa de libros -igual que Mallarmé y Valéry-
un único libro que encierre toda la complejidad de los otros y que,
com o si fuera su cifrado y compendio, se asemeje a una divinidad.
Sin embargo, ese libro total no se encuentra. Cunde entre ellos la
decepción, se manifiesta un sentimiento de derrota y algunos bi­
bliotecarios enloquecen. En esta situación aparece una secta. Sus
adeptos son partidarios del olvido. Impulsados por un furor higiéni­
co, ascético, estos puritanos, que por supuesto también son biblio­
tecarios, ponen manos a la obra de eliminar de la biblioteca de Ba­
bel todos los libros inútiles. Millones de libros perecen a través de su
tarea de aniquilación. Sin embargo, esta violenta declaración de nu­
lidad no tiene consecuencias reconocibles para las existencias de la
biblioteca y sigue siendo infinitesimal en su efecto. Resistente al

80
olvido, com o se ha manifestado, la biblioteca de Babel sobrevivirá a
la decadencia de la humanidad.»112
Si se observa detenidamente, la esperanza de que en el futuro se
puedan encargar contenidos de memoria de los almacenes de li­
bros virtuales en el estilo de esta biblioteca de Babel, por lo menos
para clientes concretos, se manifiesta com o utópica. Pues ya senci­
llos cálculos ponen de manifiesto que apenas un futuro usuario dis­
pondrá de la capacidad financiera com o para poder llamar a pro­
pia cuenta todos los textos completos para él relevantes: sobre todo
los trabajos de investigación de carácter humanístico y de ciencias
sociales exigen a menudo decenas y centenas de escritos a consul­
tar. «Pero no sólo los científicos de la literatura quieren quitar el
polvo de los libros, perderse en lo escrito, buscar con meta o sin
ella, encontrar inspiraciones, descubrir lo lejano com o lo funda­
mental, y en concreto tanto de los anaqueles de libros de la sala de
lectura com o en el cosmos de las fuentes de la red. La oportunidad
de poder cargar cantidades de datos en el futuro de manera con­
fortable en el PC privado se hace esperar: por el contrario, la nece­
sidad de que, com o cliente individual, com o usuario final, uno ten­
ga que soportar horrendos costes, desaconseja la empresa.»113
Lo que, sin embargo, más intranquiliza a los apocalípticos no
son tanto los horrendos costes, sino mucho más el horror digitalis
de una pérdida colectiva de saber sobre la base de rápidos proce­
sos de envejecimiento de los sistemas digitales. Sobre todo después
de que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, la memoria
materializada en libros, que han utilizado papel que contenía áci­
dos, haya dado considerables muestras de disolución. Pues los con­
tenidos de la obra del disco duro transportable llevan ya las señas
de la decadencia sobre la frente. En los medios magnéticos se al­
macenan los info-bits en finísimas películas orgánicas o metálicas
que están adheridas al material soporte mediante un producto quí­
mico. Con el tiempo, sin embargo, se disuelve el material de unión

81
1

y al tocar el material de la película ensucia la cabeza de lectura. Con


el resultado de que expertos en medios magnéticos tales com o
bandas, cintas, floppies o zip-disk garantizan sólo una conservación
de los datos por un espacio de diez años aproximadamente. Los
productores de discos de memoria óptica prometen por el contra­
rio una durabilidad considerablemente más larga, por ejemplo,
para el CD-ROM. Pero con toda probabilidad también en este caso
flaqueará la memoria después de cien años. Pues, con el transcurso
del tiempo, la capa de metal que cubre el disco se irá haciendo opa­
ca. Entonces, el rayo láser ya no podrá reflejar de manera exacta.
Los rayos saltarán los pits o agujeritos de los bits marcados en el ma­
terial.
En efecto, esa promesa de una memoria de largo plazo con una
duración de cien años que nos hacen los productores de discos du­
ros ópticos es aceptable, pero no es verificable. La comprobabilidad
de las afirmaciones que acompañan al producto no tiene lugar. Pues
antes de que los datos de memoria digital sean víctimas del ordena­
miento de materiales, desaparecerán ya los instrumentos con los que
estos datos fueron elaborados originariamente. A ello viene a aña­
dirse el que también los programas, es decir, las series binarias de ce­
ros y unos que pueden convertirse en informaciones legibles, ya de­
jarán de estar presentes, a más tardar, en los ordenadores de la
subsiguiente generación. Lo que, por ejemplo, se almacenó en Com-
modore 64, en su tiempo un sistema celebérrimo, ya está perdido pa­
ra la memoria de la posteridad digital: un PC moderno ya no está en
situación de descifrar los contenidos del viejo Commodore.
En vista de este dilema de la memoria digital, los evangelistas alu­
den a un medio de salvación supuestamente probado: la copia re­
gular. Pero también aquí amenaza el peligro de importantes lagu­
nas de memoria. Pues en el almacenaje de copia de datos, la señal
eléctrica sensible a las interferencias se convierte en ceros y unos.
Para ello la curva de corriente constante debe dividirse en dos va-

82
¡ores: cada impulso superior a un nivel de umbral fijado se convier­
te en cero y por debajo del mismo en uno. Pero en este proceso la
señal de corriente está sometida ocasionalmente a alteraciones, con
el resultado de que en la cercanía del valor diferencial pudieran
surgir fallos. De esta manera de repente puede almacenarse un uno
en vez de un cero.
En general, cuando se copia no están triunfando los sistemas di­
gitales, sino los sistemas de fotocopia de documentos en papel, que
mientras tanto ya están trasnochados. Mientras que en las copias de
las copias, los signos de la escritura sólo van palideciendo paulati­
namente, en el duplicado digital ya una única modificación de un
único bit (de cero a uno o de uno a cero) puede conducir a la ma­
yor catástrofe de la memoria, al máximo accidente que se pueda su­
poner: todo el conjunto de datos se inutiliza de manera irreversible.
¿Es que con ello Ulises ha desembarcado de nuevo entre los lo-
tófagos? ¿Presentan los sistemas digitales, mientras tanto, peligros
semejantes a los de los frutos del loto que disuelven la memoria? Es­
tos sistemas ¿son capaces por sí mismos de desencadenar a largo
plazo aquella «gran fiesta del borrado» que Hugo Loetscher había
previsto a escala universal y que tendría lugar el 31 de diciembre de
1999, en la que a un solo comando de olvidar se borrarían todos los
datos almacenados electrónicamente?114 Pero incluso aquí los evan­
gelistas digitales hacen nuevas promesas esperanzadoras. Pues el si­
glo XXI no sólo ha integrado las capacidades de los primeros años
ochenta desarrolladas del PC en el teléfono móvil y en comunica­
ción a través de Internet. Mientras tanto, también en estos acceso­
rios del life-style digital la duración de vida y la resistencia contra las
pérdidas de memoria digital han aumentado de manera considera­
ble en comparación con los organizer o planificadores tradicionales.
En efecto, el llamado Palmtop Computer, asistente personal di­
gital que tiene cabida en la palma de la mano (PDA), no significa
ni mucho menos, aun en el caso de extravío o aniquilación del

83
PDA, la pérdida de la memoria digital en el usuario. Al adquirir un
nuevo asistente personal digital (PDA), podrá recuperar la memoria
perdida desde su ordenador de mesa en el que está a su disposición
la copia de todos los datos. Son datos que cotidiana o automá­
ticamente pueden ajustarse y sincronizarse a través de la denomina­
da función HotSync. A ello se añade que en vista de la cada vez me­
nor durabilidad del hardware, a los buenos clientes del PDA se les
oferta regularmente por seguridad un upgrade o acceso a nuevos ti­
pos de teléfono por parte de los comerciantes de teléfonos móviles.
No obstante, la durabilidad, paulatinamente decreciente, del
hardware sigue constituyendo, junto al simultáneo y diario y cada vez
más acelerado crecimiento de la cantidad de datos a archivar, un ar­
gumento decisivo que los apocalípticos digitales esgrimen contra
los evangelistas del sistema. Haciendo balance, Peter Cornwell ha
detallado brevemente algunas de las pérdidas digitales de la me­
moria brevemente: «El British Film Institute administra más de
200.000 horas de proyección de películas de vídeo que fueron al­
macenadas en medios analógicos que van envejeciendo rápida­
mente, com o por ejemplo el U-matic (un formato de casete de
vídeo desarrollado por Sony en 1969). La British Broadcasting Cor­
poration (BBC), que posee aproximadamente unas 600.000 horas
de vídeo, ya ha admitido la pérdida de una gran cantidad de mate­
rial de la primera época de la televisión. La unión entre las cintas
de vídeo abandonadas y la capacidad de subsistencia de informa­
ción digital no es quizás inmediatamente evidente, pero la digitali-
zación y almacenamiento mediante medios electrónicos ofrece con
toda probabilidad la única solución práctica para esta tarea de ca­
rácter gigantesco. La copia de material de vídeo en nuevas cintas no
tiene mucho sentido, dado que sería necesario un masivo empleo
de mano de obra. Además el proceso debería repetirse cada diez
años, es decir, cuando se hubiera alcanzado ya el fin de la vida de
duración de las nuevas cintas. Los retos son enormes. El equivalen-

84
te digital de una única hora de vídeo en calidad de emisión se cifra
en alrededor de unos 120 gigabytes. La suma de datos resultantes
tiene consecuencias que hoy todavía no podemos prever»116. Un in­
forme del horror digiíalis con la perspectiva de futuras pérdidas po­
sibles de memorabilia de implicaciones realmente intranquilizadoras,
cuyas proporciones y significación hasta ahora apenas se discuten.
Esto supone por una parte que de manera consciente se acepten
pérdidas de contenido de memoria no restituidas para futuras ge­
neraciones, y, por otra parte, que se deje exclusivamente al parecer
y criterio de las actuales elites de funcionarios el determinar qué
contenidos de memoria estarán disponibles en el futuro y cuáles de­
berán considerarse obsoletos.
Ejemplos para la visión de este futuro orwelliano de una me­
moria de la humanidad exclusivamente dirigida y seleccionada por
elites digitales se encuentran en Cornwell. Mencionemos aquí el li­
bro del Domesday, publicado electrónicamente en el año 1986 por
la BBC en conmemoración de los novecientos años del surgimien­
to del libro del mismo nombre que contenía los apuntes resultan­
tes de la sistemática investigación, ordenada en 1086 por Guillermo
el Conquistador, de las condiciones de posesión en Inglaterra.
Cornwell informa exhaustivamente sobre este ejemplo de una pri­
mitiva época de horror digitalis: «El nuevo banco de datos multime­
dia, un inventario de la actual Gran Bretaña, fue producido con
ayuda de millones de escolares y con la utilización de estadísticas y
material visual del gobierno. Un reproductor de discos láser y un
Micro BBC -qu e en esa época eran la competencia de los ordena­
dores de IBM- constituían el hardware necesario que posibilitaba al
usuario navegar a través de una colección de fotografías, películas,
gráficos y textos tan amplia que eran necesarios algunos años para
ver todo individualmente. Sin embargo, sólo quince años después,
el proyecto tuvo que ser salvado de una cuasi-catástrofe mediante
el esfuerzo conjunto de varias universidades: pues en este corto es­

85
pació de tiempo el entorno técnico se había transformado radical­
mente hasta el extremo de que los datos almacenados en discos
láser ya no podían ser leídos por el usuario normal. Al mismo tiem­
po, los mismos soportes, los discos láser, estaban amenazados agu­
damente por la desintegración. Esta com probación es especial­
mente impactante a la vista de las ediciones originales de papel,
muy bien conservadas, del libro histórico del Domesday, escrito no­
vecientos años antes por monjes normandos [...]. El problema de
la BBC no sólo consistía en tener que leer datos de discos obsole­
tos antes de que éstos desaparecieran por completo. El equipo de
restauración tenía que emular el Micro BBC, es decir, imitar sus
funciones en un nuevo ordenador para que el logicial para la na­
vegación de la información, que estaba almacenado sobre el disco
láser, se pudiera reproducir de nuevo».
Mientras tanto, la cada vez más breve vida del hardware exige nue­
vas estrategias de managements de personal para asegurar los conte­
nidos digitales. Eso supone sobre todo el desarrollo y manteni­
miento de competencias especiales por parte de los colaboradores
para la supervivencia de informaciones digitales en vista de los ins­
trumentos técnicos de diferentes generaciones, productores y mo­
dos de procesamiento. En este contexto Cornwell ha aludido a los
aspectos, obvios, de una explosión gigantesca de los costes de pro­
ducción. «El carácter problemático del archivo de vídeos de la BBC
no resultaba, a diferencia de la salvación del proyecto Domesday, de
los costes originados por la compra de nuevos medios de almace­
namiento, máquinas o infraestructura. Resultaba sobre todo del
problema del enorme coste, impagable, de la mano de obra huma­
na que sería necesaria para traspasar de las viejas cintas a las nuevas
el enorme volumen de material, un proceso que sólo con gran difi­
cultad puede acelerarse, dado que las máquinas de copiado corren
en tiempo real. Con una durabilidad de los medios de almace­
namiento, que sigue estando por debajo de los diez años, todo el

86
r

proceso, aparte de las cintas añadidas de los años transcurridos, de­


bería ser repetido tan pronto com o se hubiera finalizado. Además,
el material de vídeo se almacenaría en forma analógica, lo que ten­
dría com o consecuencia ulteriores pérdidas de calidad con cada
traslado.»116
Pero incluso la producción de un archivo para el almacena­
miento a largo plazo de contenidos de la memoria digital conten­
dría numerosas variables imprevisibles. Esto supone que no es posi­
ble, en definitiva, un amplio pronóstico de todos los sucesos que en
el transcurso del almacenamiento pudieran ocurrir. Para que toda­
vía en un futuro lejano se pudiera echar mano de almacenes de
datos deberían anticiparse, por ejemplo, no sólo los adelantos tec­
nológicos; también deberían tenerse en cuenta aspectos de finan­
ciación a largo plazo. Por no mencionar las modificaciones del cam­
bio climático y de medio ambiente. Por ello Cornwell llega a un
resultado esclarecedor: «No hay impedimentos fundamentales para
disponer a largo plazo de los datos y de los métodos para echar ma­
no de ellos. Sin embargo, al día de hoy no hay tecnologías prácticas
que permitan un almacenamiento a largo plazo, dado que las mis­
mas, tras un espacio de tiempo determinado, son incapaces de seguir
funcionando. Hasta el presente, esto lo han impedido las planifica­
ciones de los gobiernos para archivos administrados permanente­
mente que, en vistas de la necesidad rápidamente creciente de las
posibilidades de almacenamiento, son de la máxima urgencia»117.
Dada la imposibilidad de una memoria digital de largo plazo, la
mayor urgencia podría venir exigida también por aquella tecnolo­
gía clave con la que los evangelistas digitales profetizan una salida
del dilema de la fragilidad de sus memorabilia: el Storage Area Net­
Work (SAN). El sistema SAN, desarrollado por un grupo (Internet
Engineering Task-Force) de productores de ordenadores y com po­
nentes, aprovecha una significativa propiedad de la información di­
gital, a saber, la imposibilidad de distinguir entre copia y original.

87
Por consiguiente, la capacidad de supervivencia a largo plazo de los
memorabilia podría asegurarse, por lo menos potencialmente, a tra­
vés de la ubicuidad global de clones digitales de información. Esto
significa que la correspondiente información debería distribuirse a
través de un mirroringo imagen digital, a través de espejos dispues­
tos geográficamente por todo el mundo. Seguridad, por consi­
guiente, a través de espejos automáticos repetidos, una estrategia
implementada ya por el movimiento Open Software. Y esto con una
doble meta. Por una parte, el SAN posibilita potencialmente que
instrumentos de almacenamiento de datos con muy alta capacidad
de almacenamiento, instalados en un lugar concreto, puedan ser
utilizados a través de redes privadas o públicas de tal manera que ac­
túen com o usuarios en cuanto parte componencial de los ordena­
dores o de una red local. Por otra parte, el sistema SAN conduce al
aseguramiento a largo plazo de la actualización de información y
comprueba la consistencia de todas las copias reflejadas, es decir,
distribuidas. Con ello, el sistema SAN posibilita un almacenamien­
to de la información a precio asequible y a largo plazo a través de la
utilización de instrumentos de almacenamiento de todos los pro­
ductores posibles; sin embargo, en el supuesto de que los produc­
tos de estos productores coincidan con el estándar SAN. El resulta­
do es el siguiente: «Las estrategias de reflejo SAN posibilitan la
transmisión periódica, totalmente automática, de información de
un hardware de almacenamiento, que está al final de su durabilidad,
a otro nuevo que está unido a SAN»118.
¿Es entonces SAN la utopía de una torre de Babel digital pos­
moderna? En todo caso, estos fundamentos están inicialmente mar­
cados no sólo por la fragilidad de memoria de los medios de so­
porte, sino también por la dependencia de la energía y de la
adaptación, constantemente necesaria, al estándar actual técnico.
Todo esto sin mencionar que también los datos SAN a largo plazo
no están protegidos contra los desastres naturales, com o, por ejem-

88
pío, el impacto de un asteroide. Son fundamentos digitales que en
el siglo XXI, bajo nuevo signo, hacen efectiva la formulación de
Marx y Engels: «Todo lo estamental y todo lo estable se evapora»119.
Sobre estos fundamentos todos los datos individuales y colectivos de
la memoria pierden su aura de original, pues sobre el valor de los
digitalizados decide su disponibilidad. Lo que Walter Benjamin
anotó acerca de la obra de arte en la época de su reproducción téc­
nica, vale por consiguiente sin límites para el documento digital, a
saber: «la falta de duración material y de documentabilidad históri­
ca»120. Un fenómeno que se debe al peculiar carácter de los sistemas
digitales en cuanto tecnología de la comunicación y no de la con­
servación de la memoria.
Thomas Hettche ha criticado este carácter peculiar de los siste­
mas digitales: «Quien pretenda entender la digitalización de nuestra
cultura sólo como ganancia añadida en lo que a rapidez y asequibili-
dad se refiere, ignora que la pérdida del artefacto genera una cultu­
ra totalmente nueva del almacenamiento. Si todavía, según Hannah
Arendt, los artefactos consolaban al hombre perecedero en la natu­
raleza perecedera con un reflejo de la eternidad, a partir de ahora
desaparece con ellos también el consuelo que residía en su aparente
carácter de imperecederos [...]. Mientras en el antiguo orden algo
que se apartara podía encontrarse de nuevo, ahora todo se genera si­
guiendo un proceso e igualmente de nuevo se consume de manera
natural. Cada “dato” se consume como “sensación” y con ello aque­
llo que un día se llamó cultura [...]. Por doquier, la estadística apa­
rece en lugar del recuerdo, la recensión se sustituye por la lista de
ventas, el aficionado sustituye al experto, que ya ha dejado de existir.
Las listas norman el juicio personal, hacen la propia experiencia
compatible con los datos y reducen confrontaciones a los mantras
del éxito en Amazon: Hay lo que hay, pero nada permanece» 2.
Si ya Frangois Truffaut, en su película Farenheit 451, del año
1966, habla de una sociedad en la que está prohibido leer libros,

89
los sistemas digitales van mucho más allá de esta visión: en efecto,
éstos no prohíben los libros, pero disuelven su memoria material.
Incluso los disuelven, pues los memorabilia que desaparecen de la
red están perdidos. Dado que las máquinas buscadoras los han bo­
rrado de sus catálogos, corren el peligro de que nadie los vuelva a
echar de menos. Un proceso de disolución que en definitiva vale
también para los memorabilia digitales, pues, por regla general, las
publicaciones en la red, transcurrido un cierto plazo, son borra­
das del servidor. El disco duro lleno exige de manera implacable
este proceso de borrado y eliminación según criterios de selec­
ción, no del almacenamiento, que depende de su significación ac­
tual. Lo que hasta ahora prometía la publicación a través de los
medios de impresión, a saber, la permanencia a medio o largo pla­
zo de las huellas, se evapora en la red digital, incapaz de resisten­
cia. Lo que en la red no se vigile, lo que no se cuide no podrá, com o
en el libro, sobrevivir y estará condenado al olvido y a la elimi­
nación122.
De esta manera, los sistemas digitales inesperadamente provocan
aquel notable temor que a comienzos del sigo XIX fue expresado de
manera poética por Goethe (en Chinesisch-DeutscheJahres- und Tages-
zeiteri) . «A mí me atemoriza lo capcioso/ De la conversación adver­
sa,/ En la que nada permanece y todo fluye,/ En la que ya ha desa­
parecido lo que se v e./ Y con temor me siento c o g id o / En red tejida
de terror».
Con tanta mayor urgencia, los apocalípticos digitales deben exi­
gir que se fijen los criterios de selección, al menos para algunos con­
tenidos digitales de la memoria no condenados a la desaparición.
Por ejemplo, indicaciones digitalizadas para generaciones futuras
sobre los lugares de almacenamiento de residuos radiactivos, en
parte con una duración media de 20.000 años. Las más recientes in­
vestigaciones de los sistemas digitales muestran en todo caso que los
archivos realmente sólo se pueden borrar totalmente cuando han

90
w
sido sobrescritos varias veces con nuevos archivos. La Oficina Fede­
ral para la Seguridad en la Técnica de la Información (BSI) ofrece
por consiguiente el correspondiente programa de sobre-escritura123.
Hasta ahora sólo en la fantasía existe un botón para la amnesia to­
tal del ordenador.

91
VII
La píldora del día después:
acerca de la neurotécnica del olvidar

El mismo Goethe, para quien el «recuerdo era lo más profundo


de la vida», ha disfrutado sin cesar las aguas del olvido de la co­
rriente del Leteo y ha llegado a alabarlas en conversación con el
compositor Zelter con las siguientes palabras: «Debemos darnos
cuenta de que con cada respiración una corriente leteica penetra
todo nuestro ser, de tal manera que de las alegrías sólo nos acorda­
mos medianamente y de los sufrimientos apenas. Desde siempre he
sabido apreciar, utilizar y potenciar este alto don divino...»124. ¡Cuán­
to le habría sorprendido la visión de una corriente del Leteo que
descarga al hombre de todos los contenidos de la memoria al tras­
pasar todos estos datos a la memoria de un ordenador! Hubert
Markl ha explicado brevemente esta visión a la que por el momen­
to no concede mayor importancia: «Me refiero a la consideración
de que a través del escaneado de la arquitectura molecular en el
más fino disquete de cerebro humano triturado, en cuanto sustrato
físico de sus rendimientos intelectuales -si se me permite decirlo
así, en cuanto ghost in the machine-, se trasladara la individualidad es­
piritualmente determinada, la esencia más íntima de una persona­
lidad humana al igual que todos los contenidos de la memoria a la
memoria del ordenador en forma de datos que le diera una inmor­
talidad potencial, aunque sólo fuera virtual»125.
Entonces se propondría, en todo caso, el problema de qué pasa­
ría si descarrilara el desarrollo actual hacia pequeños robots auto-
dirigidos, «capaces de aprender y, sobre todo, de fuerte memoria
con capacidades crecientes para acciones autónomas independien-

93
tes, si escapara al control de sus creadores». Markl, en este contex­
to, propone la cuestión: ¿De qué se trata en definitiva en semejan­
tes reflexiones sobre el futuro compu-nano-robo-genético que se
nos predice? ¿Sería, en el sentido de Aldous Huxley, un bello nano-
mundo nuevo en el que el hombre estaría técnicamente optimiza­
do y re-equipado? En este contexto, Markl advierte también sobre
temores que «en absoluto deberían trivializarse con la indicación
de que todavía no hemos ido tan lejos. Pues cuando hayamos ido
tan lejos podría ser de hecho ya demasiado tarde para intervenir li­
mitando, por lo que deberíamos estar agradecidos a aquellos que
pretenden prevenir escenarios de horror, sobre todo en el caso de
que con ello tengamos la oportunidad de no dejarlas hacerse reali­
dad»126.
Mientras tanto, y al revés que los optimistas evangelistas de un
mundo de memoria basado en futuros ordenadores y robots nano-
génicos y computerizados, en la investigación cerebral se trata de una
cuestión totalmente distinta y fundamental: ¿Qué mecanismos del ce­
rebro humano influyen y determinan en general los procesos del
recuerdo y el olvido? Por supuesto que aquí se hacen perfectamente
reconocibles transiciones al mundo nanogénico y técnico-informáti­
co de fantasías de optimización. Sin embargo, los neuro-informáticos
se han puesto mientras tanto com o meta el cerebro humano con el
objetivo de poder reproducir también las funciones memorísticas.
Pues la cuestión fundamental de si un sistema artificial que imite el
cerebro puede también tener conciencia, va sobre todo unida a los
resultados de la investigación acerca de los procesos neuronales del
recuerdo y el olvido. Con lo que en el futuro la simulación de la ela­
boración neuronal de datos posiblemente también podría permitir
unir el sistema nervioso humano con una red neuronal artificial y así
crear un punto de intersección directo entre hombre y máquina, en­
tre procesos de memoria humanos e inteligencia artificial.
De todos modos los resultados obtenidos hasta ahora en la inves-

94
tigación del cerebro manifiestan que será precisamente la memoria,
previsiblemente, la primera actividad cognitiva que entendamos en
el plano molecular de manera integral. Ya se sabe con cierta seguri­
dad dónde se elaboran todos los datos asumidos conscientemente
por el cerebro: a saber, en una región cerebral que lleva el nombre
de hipocampo. También se conocen los ulteriores caminos. Pues, en
efecto, desde el hipocampo los datos son transportados a la corteza
cerebral, donde se almacenan. Esto supone que son almacenados
allí donde originariamente fueron percibidos como estímulo senso­
rial, aunque todavía sin ser conscientes de este estímulo, proceso es­
te, por consiguiente, que está reservado al hipocampo. De lo que se
deriva la distinción entre memoria implícita (es decir, la percepción
de los estímulos sensoriales, elaborados en el gran córtex, pero de
los que el ser humano no es consciente aunque, sin embargo, los re­
cuerda) y memoria consciente o memoria explícita.
Con ello también se ha llegado, aunque tardíamente, a una con­
firmación, neurológicamente constatable, de la suposición de Sig-
mund Freud de que, en efecto, numerosos procesos en el cerebro
tienen lugar de manera inconsciente, el hombre sabe muchas co­
sas de las que no es consciente. Los neurobiólogos dudan en todo
caso de la afirmación de Freud de que los sucesos de los primeros
años de vida sean almacenados en el subconsciente y de que de allí
sólo pueden ser sacados de nuevo a la luz mediante la utilización
de técnicas psicoanalíticas. Pues supuestamente el cerebro de un
bebé no estaría lo suficientemente desarrollado.
Con todo y mientras tanto, los resultados de ciertas investigacio­
nes neurobiológicas de la Universidad de Stanford han puesto por
primera vez de manifiesto cóm o el cerebro se adapta al futuro en el
caso de pretericiones al estilo Freud. El ser humano logra olvidar se­
lectivamente amortiguando la actividad de aquella instancia que es
responsable del proceso de concienciación, el hipocampo. Esta de­
seada preterición de recuerdos la consigue a través de un estado de

95
excitación extraordinaria de ambas partes del cerebro anterior, el
córtex prefrontal. ¿Es ésta una posible explicación neurológica que
quizá también podría ayudar a dilucidar aquel concepto del carác­
ter olvidadizo de la memoria que Karl Heinz Bohrer ha investigado
com o un déficit de la inteligencia crítico-social y de sus consecuen­
cias para una ausente memoria colectiva histórica?127
Pero mientras tanto también se han realizado investigaciones
neurológicas acerca de los mecanismos de la memoria de largo y
corto plazo y han perdido su carácter mágico. En efecto, ya se co­
noce la molécula que bloquea la transmisión de informaciones de
la memoria de corto y largo plazo. Al parecer, se trata de la molé­
cula que se esconde detrás de la ya mencionada etérea corriente le-
teica, que tanto ha sabido apreciar, utilizar y potenciar el olímpico
weimariano de la memoria. Según todos los indicios, en esta molé­
cula se trata de un descubrimiento de la evolución, que posibilita al
ser humano mantener la flexibilidad del pensamiento defendién­
dose de los excesos de información. Por consiguiente, se trata de
una auto-ayuda a través de la negación de información. Un proceso
neuronal que por lo menos resulta esperanzador en vista de la inun­
dación posmoderna de datos e informaciones. En todo caso, cabe
decir que, mientras tanto, también se ha identificado el envés dia­
léctico, la maldición de esta bendición molecular de la evolución:
que la posterior dirección de informaciones a la memoria de largo
plazo sólo tiene lugar si consigue reprimir el efecto de esa molécu­
la bloqueante.
Con lo que la puerta quedaría abierta de par en par hacia un nue­
vo mundo de esperanzas y tentaciones. En efecto, debería ser posible
influir en el interruptor de esta molécula bloqueadora de manera ar­
tificial. Sobre todo es bien conocido que el mecanismo funcional de
este interruptor empeora precisamente en el cerebro que envejece.
Pues resultados de pruebas nos proporcionan el hecho dilucidador
de que ya a partir de los veinticinco años aparecen signos de dismi-

96
nución de memoria. A mediados del quinto decenio de vida empe­
zaría el cerebro a disminuir de volumen con una pérdida de un 1 por
ciento anual. Y, al parecer, a los setenta años el 60 por ciento de to­
dos los seres humanos tienen ligeras molestias de memoria. Al me­
nos en los ratones de prueba se ha manifestado efectiva contra la pér­
dida de memoria una sustancia ya descubierta y, «en cinco años,
podría existir ya la píldora de la memoria»128, con lo que estaríamos
ante una demanda inconmensurable de un medio potenciador de la
memoria.
Con todo, con independencia de un management memorístico a
través de medicamentos, el ser humano puede echar mano con re­
sultados esperanzadores de otra especie de fortalecedores del cere­
bro. Así, por ejemplo, investigaciones de la clínica universitaria de
psiquiatría en Ulm han demostrado que el estado emocional en el
que se aprenden los hechos decide totalmente sobre el ámbito del
cerebro en el que se almacena lo aprendido. El resultado, chocan­
te, es el siguiente: Palabras que, por ejemplo, el ser humano apren­
de en un contexto emocionalmente positivo, se almacenan en el hi­
pocampo; las aprendidas de manera emocionalmente negativa se
almacenan en el núcleo del cerebro. El resultado es el siguiente: el
hipotálamo efectúa el almacenamiento a largo plazo de la informa­
ción en la corteza cerebral. Por el contrario, la función del núcleo
cerebral consiste, en caso de una llamada de material almacenado
asociativamente, en preparar el cuerpo y el espíritu para la batalla y
para la huida, una reacción sensata ante la vista del peligro. Los
efectos se refieren sin embargo no sólo al cuerpo, sino también al
espíritu. Si el león se acerca por la izquierda, se corre hacia la dere­
cha. Quien en esta situación titubea largo tiempo y pretende desa­
rrollar estrategias creativas de resolución de problemas no vive pa­
ra contarlo. Por consiguiente, el miedo produce un estilo cognitivo
que facilita la rápida realización de sencillas rutinas aprendidas y di­
ficulta la asociación expeditiva. Hace diez mil años esto resultaba

97
sensato; hoy, sin embargo, lleva a problemas cuando se aprende con
temor y bajo presión. Y no es que entonces no quedara nada: el pro­
blema sería más bien que a la hora de llamar a los recuerdos se es­
taría llamando también al temor129.
Además, también el sueño pasa por ser precursor de huellas de
memoria permanentes, pues durante la noche elabora de manera
constante las informaciones recibidas neuronalmente, hace madu­
rar importantes recuerdos y nivela impresiones sin importancia. En
la Universidad de Chicago, Kimberly Fenn -e n colaboración con
otros investigadores- ha podido demostrar un especial artificio me-
morístico del sueño: «Conforme a ello, los recuerdos que en el
transcurso del día anterior han ido palideciendo, pueden vivificar­
se de nuevo. Esta ventaja no se limita solamente a los pensamientos
mismos. Más bien, el recuerdo se puede seguir empleando en otras
situaciones de manera provechosa»130.
León Kass, el mencionado asesor de bioética del presidente de
Estados Unidos, se ha expresado de manera insistente acerca de la
siguiente cuestión: ¿en qué situaciones se puede utilizar el recuer­
do de manera provechosa? Su plaidoyerse refiere sobre todo al tema
de futuros memory enhancer, los potenciadores de memoria de ca­
rácter terapéutico. Christian Schwágerl ha explicado y comentado
los argumentos de León Kass con la indicación de que a mediados
del siglo XXI uno de cada seis habitantes de la tierra tendrá más de
sesenta y cinco años. El alzheimer y las depresiones anuladoras de la
memoria avanzarán hasta convertirse en una enfermedad global y
el aumento de la demanda de los potenciadores de la memoria se
puede calcular fríamente. Kass ha evaluado este fenóm eno de ma­
nera positiva, pues sólo los recuerdos forman al auténtico indivi­
duo. Recuerdos autónomamente reproducibles serían los que per­
filan el sentido de identidad y contribuirían de manera esencial a la
capacidad de ser feliz. Tanto más incisivo resultaría el juicio de Kass
sobre los antagonistas de los potenciadores de la memoria desarro-

98
liados para un grupo de pacientes especiales. «Personas afectadas
por cargas pos-traumáticas que no pueden quitarse de la cabeza el
terror vivido, un accidente o un acto de violencia. Los recuerdos
son en ellos tan fuertes que siguen viniendo una y otra vez a la me­
moria hasta convertirse en una especie de calambre memorístico. A
ellos hay que ayudarlos con psicoterapias en las que se les susciten
los recuerdos de manera específicamente prefijada para ellos, con
ayuda de medicamentos que los amortigüen o los disuelvan. Kass
cree que estas píldoras falsificarían nuestra percepción y nuestra
comprensión del mundo y que ellas harían aparecer más inocuos
procesos terribles. Por consiguiente, Kass postula un deber del re­
cuerdo que de manera no proporcional, casi se podría decir tram­
posa, le correspondiera a aquel que ha vivido determinados acon­
tecimientos de manera más directa. Para los afectados postula com o
terapia más adecuada el interés y la compasión.»131
Por consiguiente, se trataría de un recuerdo rigurosamente or­
denado cuya realización en todo caso podría chocar con importan­
tes dificultades. Igualmente y en general, parece seguir siendo un
objeto difícil de investigación neurológica la investigación del re­
cuerdo. Wolf Singer ha admitido al respecto que hasta ahora sólo
disponemos de concepciones fragmentarias de cóm o el saber y el re­
cuerdo se representan en el cerebro. Y el dato provisional no suena
precisamente muy tranquilizador: «La estructura de los engramas
(las huellas neuronales del recuerdo) no es especialmente adecua­
da para ser puesta en oraciones de un lenguaje racional. Percepcio­
nes y recuerdos tienen un carácter holístico; lo que se experimentó
en una secuencia temporal, queda mayoritariamente com o una im­
presión global arracimada, cuyos diferentes componentes están uni­
dos de la manera más íntima y asociativa unos con otros»132.
Especialmente intranquilizador para todos los defensores de la
objetividad de la verdad histórica resulta un conocimiento neuro-
científico que se puede interpretar com o una confirmación tardía

99
de una clarividente opinión de Goethe quien, en sus Máximas y refle­
xiones, ya había afirmado: «El colmo sería comprender que, según to­
dos los indicios, todo lo fáctico es teoría»133. Es decir, conocimientos
neurobiológicos sobre la organización de los sistemas humanos de
percepción hacen surgir la duda de si estos sistemas de la evolución
se optimizaron efectivamente para juzgar y recordar lo fáctico, es
decir, los fenómenos del mundo de la manera más objetiva posible:
«Nuestros órganos sensoriales sólo escogen, del amplio espectro de
señales en principio evaluables del entorno, algunas pocas. Y con
ello naturalmente aquellas que sirven de manera especial para
sobrevivir en un mundo complejo. Con estas pocas se construye y
memoriza una imagen coherente del mundo. Y nuestra percepción
primaria nos permite creer que esto sería todo lo que existe. No per­
cibimos ni nos acordamos de aquello para lo que no tenemos nin­
gún sensor y las lagunas las completamos mediante construccio­
nes»134. Esto viene a dificultarlo aún más el hecho de que también en
nuestra memoria los caminos de la realidad selectivamente percibi­
da estén confusos y en parte pavimentados con tropiezos de incons­
cientes rendimientos de conocimiento. Es decir, ellos no encuentran
el camino hacia el recuerdo: «Y de esta manera sucede que las per­
sonas, cuando son preguntadas por los motivos de ciertas acciones y
estos motivos reales descansan en aquellos procesos inconscientes,
de manera rápida y sin vacilar ofrecen motivos inventados sin perci­
bir que esa fundamentación no viene al caso»135.
A este sospechoso síndrome de causalidad, a la necesidad, al pa­
recer, irresistible de buscar relaciones causales o, en su caso, inven­
tarlas se unen, desde la perspectiva de los investigadores del cere­
bro, otros mecanismos de percepción altamente problemáticos
para la objetividad del recuerdo. Pues la selección de los sucesos so­
bre los que orientamos nuestra atención, y con ello el recuerdo, de­
pende de factores que no determinamos nosotros mismos: «Por
una parte, llamativos estímulos o sucesos ocasionales atraen la aten-

100
ción sin mayor intervención del observador sobre sí [...]. También
existe la opción de apartar la atención de sí mismo, con lo que ac­
tuarán tanto factores conscientes com o no intencionados e, inclu­
so, inconscientes, es decir, no dominables a voluntad»136. Con el re­
sultado de que, por ejemplo, contenidos esperados encontrarán
con preferencia el camino hacia el consciente y a la memoria de lar­
go plazo. Un mecanismo neuronal que, a la inversa, puede tener fa­
tales consecuencias para el «no-recuerdo»: «La mayoría de las veces
sólo percibimos aquello que esperamos [...]. El arte propiamente
dicho de la magia consiste en utilizar precisamente este mecanismo
de la orientación de la atención. No es necesario comentar qué fa­
tales consecuencias puede tener este mecanismo biológico sobre la
fiabilidad de informes de testigos oculares o de la época [...]. Para
la fiabilidad de fuentes históricas trasmitidas por los seres humanos
tiene consecuencias catastróficas»137.
Menos eufóricos suenan también los conocimientos de la inves­
tigación del cerebro sobre la capacidad de almacenamiento, al pa­
recer muy limitada, de la memoria. Pues en el almacén a corto pla­
zo del cerebro frontal conservamos contenidos por muy breve
tiempo, pero que son de gran relevancia para actividades inmedia­
tamente inminentes. Son estas funciones de la memoria de corto
plazo, que apenas puede mantener «más de siete contenidos apro­
ximadamente al mismo tiempo»138, aquellas funciones gracias a las
cuales nosotros estamos generalmente en situación de distinguir
entre «antes» y «ahora».
También los mecanismos neuronales de la memoria a largo pla­
zo dan poco motivo para la euforia. Pues la organización de los
procesos de almacenaje y descarga es, al respecto, especialmente
compleja y susceptible de errores. Sobre todo porque no sólo los me-
morabilia almacenados, los llamados engramas, son depositados en
la corteza del gran cerebro. Ellos también deben activarse median­
te actos de voluntad, después deben ser conducidos al consciente y,

101
finalmente, deben ser ensamblados. «Hay que notar [...] que la fi­
jación por escrito, la consolidación de las huellas en la memoria de
largo plazo, tiene lugar al parecer mucho más despacio, a lo largo
de meses, incluso de años»159.
La explicación evolucionista de la memoria de largo plazo ma­
nifiesta sobre todo que, primeramente, hay una memoria para lu­
gares y relaciones espaciales, idéntica a la correspondiente memo­
ria de los animales que les posibilita orientarse en su hábitat. Una
función de la memoria, por consiguiente, que aparentemente es de
especial importancia para la supervivencia. Esta memoria primaria
y, en cierta medida, arcaica para el espacio se ha mostrado también
hasta hoy com o un medio auxiliar probado del arte mnemotécnico
de la memoria: Se memoriza especialmente bien cuando se locali­
zan los contenidos topográficamente, es decir, en el espacio. Tam­
bién en la memoria de largo plazo la investigación cerebral parte
por lo demás de la hipótesis de que «el recuerdo, al igual que la per­
cepción, es un proceso creativo, constructivista, en el que el cerebro
intenta reconstruir una imagen coherente a partir de las huellas de
la memoria que pueden llegar al consciente, una imagen de la to­
talidad coherente»140.
En este contexto, Wolf Singer se ha referido también a los más
recientes descubrimientos neurobiológicos que, de manera inquie­
tante, aluden a una deficiente línea divisoria entre recuerdo y nue­
va percepción. Dado que el almacenamiento y consolidación de los
contenidos de la memoria son procesos a largo plazo, existe el peli­
gro de que puedan borrarse de nuevo memorabilia en caso de difi­
cultades durante este proceso de consolidación. Esto supone que al
parecer el «texto» antiguo aprendido primeramente y recordado
mediante nuevos estudios y recuerdos pueda transformarse hasta el
desconocimiento: «No se puede excluir que el viejo recuerdo se in­
tegre con ello en otros nuevos contextos y con ello se transforme ac­
tivamente»141.

102
Semejante recuerdo originario transformado a través de nuevas
experiencias en nuevas situaciones, mediante narraciones y nuevas
narraciones hasta que se hace irreconocible, podría hacernos llegar
a la conclusión de que los recuerdos humanos apenas pueden pre­
tender fiabilidad y autenticidad. Para la confianza en los primeros
recuerdos propios y auténticos del ser humano, esto supondría en
todo caso una ofensa narcisista difícil de superar. Y poco consuelo
aportaría en este caso la indicación de que incluso la propia identi­
dad se considera constante y auténtica, si bien en realidad está so­
metida a un proceso constante de modificación.
Sin embargo, al parecer tampoco está cerrado todavía el proceso
de investigaciones neurológicas acerca de la autenticidad de los re­
cuerdos: «Todavía no sabemos si esta labilidad de lo recordado a tra­
vés del recuerdo vale para todos los contenidos de la memoria o si,
por ejemplo, recuerdos muy antiguos están excluidos de ellos. Los
nuevos conocimientos apenas aportan algo a la hora de fortalecer la
confianza en la autenticidad de los recuerdos; más bien confirman
el lugar común de la psicología cotidiana de que cada uno cree sus
propias historias y que esta confianza se fortifica con cada nueva na­
rración, aun cuando la historia se aleje con el transcurso del tiempo
cada vez más de la originaria»142. En todo caso, esta distancia general
de la historia de sus orígenes podría sin embargo tener también con­
secuencias de amplio alcance para todos los procesos de la historio­
grafía y para la confianza en la autenticidad de la historia en gene­
ral. Evidentemente, con la investigación de los mecanismos del
recuerdo cabe esperar todavía resultados más esclarecedores. A ello
pertenece también, com o Singer supone, que en la base del lento
proceso de la amplia modificación de los primeros recuerdos posi­
blemente esté actuando un principio totalmente profano y econó­
mico de la naturaleza. A saber, la liberación de los antiguos memora-
bilia en interés de un trato más ahorrativo con los limitados lugares
de almacenamiento. Tanto más consoladora aparece por consi-

103
guíente la suposición de la ciencia neurológica de que lo que una
vez se ha almacenado, al menos bajo condiciones no patológicas, no
puede desaparecer totalmente: «Esto se debe a que los almacenes
neuronales están constituidos com o almacenes asociativos, en los
cuales los contenidos están definidos com o estados dinámicos de
conjuntos de células nerviosas muy dispersas y mutuamente entrela­
zadas y no ocupan, com o en los ordenadores, un sitio concreto de
almacenamiento al que puedan dirigirse»143.
Pero ya se abren nuevos abismos: la capacidad de recuerdo hu­
mano ¿está en general en situación de separar exactamente conte­
nidos? ¿No habrá quizá contenidos que se borran de manera defi­
nitiva? Cuestiones que surgen en la investigación cerebral del
hecho de que unas mismas células nerviosas participan en la repre­
sentación de muy diferentes contenidos. Pero la constelación en la
que ellos se activan se modifica. Esto, sin embargo, significa que
en la «representación» neuronal de una cantidad de contenidos en
constante crecimiento tienen que participar cada vez más células
nerviosas. Con el resultado de que la línea divisoria entre los con­
tenidos individuales lentamente se hace más débil e incluso la pre­
cisión y estabilidad de representaciones ya existentes cede. Una es­
pecie de sobrecarga neuronal, que tiene com o consecuencia el que
los recuerdos sólo puedan ser llamados todavía de manera frag­
mentaria e imprecisa. Un fenóm eno desagradable que, por ejem­
plo, en el aprendizaje y memorización consecutivos de lenguas ex­
tranjeras puede llevar a confusiones considerables, dado que el
nuevo idioma se sedimenta sobre el antiguo y que los nuevos y vie­
jos contenidos se mezclan.
Según Singer, de esto deriva incluso un problema fundamental
para la calidad de los almacenes neuronales de asociación y su capa­
cidad de completar informaciones parciales y combinarlas de nuevo.
Esta capacidad posibilita, en efecto, el reconocimiento de objetos,
incluso cuando éstos sólo se pueden percibir de manera fragmen-

104
tana. Semejantes tendencias de complemento y unión pueden te­
ner, sin embargo, la consecuencia fatal de que lo que una vez se ha
almacenado se vea afectado por cada ulterior proceso de almace­
naje, sobre todo si éste afecta a contenidos semejantes, en su estruc­
tura y en su organización contextual. En caso extremo esto puede
conducir a que el engrama en general no se active en su contexto
originario. Parecerá entonces com o olvidado, pero podrá ser acti­
vado de nuevo -para sorpresa de los participantes afectados- en un
contexto modificado a través de nuevas asociaciones. El recuerdo
revive de nuevo, aunque ahora en otro contexto narrativo144.
Por consiguiente, recuerdo y olvido ¿son sólo algoritmos de las
funciones del cerebro? ¿Cambia el concepto de la memoria, lenta
pero seguramente, del plano individual o colectivo al plano bioló­
gico? ¿Es la fragilidad de la memoria en definitiva deudora de la
evolución? Así com o ésta nos regala el recuerdo, ¿nos regala tam­
bién al parecer con el beso del olvido? Con un olvido que nosotros
mismos en todo caso fomentamos mientras tanto con vehemencia,
individual, colectiva y digitalmente. Quizá se podría definir en este
sentido la pos-modernidad com o una sociedad de riego anamnéti-
co, cuyo saber técnico-informativo entiende al hombre cada vez más
com o un agregado neuroquímico en tránsito hacia la inteligencia y
existencia artificial digitalmente dirigidas.
Mnemosyne, la hija de Urano y de Gea, que dio a Zeus, según la
saga en Persia, las nueve Musas; Mnemosyne, la representante del
arte del recuerdo, ya hace tiempo que de hecho se ha despedido. Y
esto a pesar de que ella era la única que estaba en situación de des­
cubrir de nuevo el recuerdo a ese hombre todavía antiguo que co­
rre el doble peligro de, o bien sólo mirar hacia delante sin recono­
cer las pérdidas anteriores, o bien de mirar hacia atrás rígidamente,
sin reconocer la necesidad actual. Quizá también nos podría ayudar
Pitágoras, al que Peter Handke ha recordado: «Todas las mañanas,
el pensador Pitágoras obligaba a sus discípulos a permanecer tran-

105
quilamente en cama para que recordaran el día anterior y no sólo
éste, sino también el día anterior, el de anteayer. Sólo después de es­
ta repetición tranquila e inmóvil tenían los discípulos el derecho de
levantarse y comenzar el día de hoy»145. Quizá Mnemosyne podría vi­
vir un renacimiento auténtico, si pudiera suceder lo que Botho
Strauss le ha profetizado hace poco con las siguientes palabras: «Un
día no muy lejano, ni las mejores cabezas querrán reconocer lo que
el ser humano todavía no haya reconocido antes. Ellos, picados más
bien por la curiosidad, querrán reconocer lo que en otro tiempo el
hombre reconocía»145.
La cuestión de cóm o un hoy que incluye el futuro debería em­
pezar de manera correcta, la ha contestado de manera lacónica
O do Marquard: «El futuro necesita el origen»147. El origen, sin em­
bargo, no es pensable sin cultura del recuerdo, sin una formación
que se entiende com o participación en la memoria. Sin embargo,
semejante participación en la memoria tiene un futuro que puede
conjeturarse difícil. Pues las grandes potencias orientadas al futuro
-ciencia y técnica- actúan de manera neutral frente a la tradición y
a la memoria. El futuro se desata del origen con sus indiscutibles be­
neficios vitales para el ser humano, desde los logros médicos y so­
ciales hasta la división de poderes, a los derechos humanos y a la
«garantía institucional de la igualdad de oportunidades para los in­
dividuos, o hasta el poder ser distinto para todos. En pocas palabras:
en el mundo moderno -indiscutiblemente- hay progreso»148.
Sin embargo, constituyen, también indiscutiblemente, la parte
de sombra de este progreso, la incomodidad del mismo y las ten­
dencias autodestructivas de la aceleración de todos los ámbitos de
la vida. Su «tempo de envejecimiento crece; cada vez más y cada vez
más rápidamente lo nuevo modifica el mundo: vivimos en un mun­
do de la aceleración de las modificaciones, aunque no vivimos de
manera cómoda en este mundo: existe el malestar en la aceleración
de la transformación»149.

106
Según Marquard, parecen resultar obvios dos diagnósticos com o
fundamento de este malestar. Por una parte, se argumenta que el
progreso acelerado no tiene aún lugar de manera lo suficiente­
mente rápida. El otro diagnóstico dice que el malestar surge porque
el progreso acelerado sucedería con una carencia absoluta de im­
pedimentos y ya hace tiempo que ha ido demasiado lejos.
La consecuencia de todo esto puede ser doble: acelerar o bajarse.
Para Marquard, esta alternativa está prohibida, pues negar el mundo
de transformaciones aceleradas significaría renunciar a medios de
supervivencia del ser humano. Y negar al hombre lento significaría
renunciar al hombre mismo. En vez de liberarse de la rapidez y la len­
titud de manera antimodernista, «se trata, por el contrario, de man­
tener precisamente la tensión entre lentitud y rapidez manteniendo
la posibilidad en el mundo moderno -en vista de la aceleración de su
transformación- de vivir com o hombre lento»150.
La fundamentación para la necesidad de este doble alegato a fa­
vor de la vida hacia atrás, a favor del progreso y al mismo tiempo a
favor de la memoria, lo suministran, según Marquard, las más re­
cientes tecnologías. Incluso los nuevos medios, por ejemplo, nece­
sitan antiguas competencias y hábitos: «Ellos nos ahorran esfuerzos
de información y superan las dificultades de conducta. Cuanto me­
jo r lo hacen, tanto más se protesta de ellos. Pero esto es totalmente
normal. Cuando mejor le va a los hombres, tanto peor encuentran
aquello gracias a lo cual viven mejor; pues tan pronto les va bien, se
hacen la princesa del guisante. Los logros reales no se disfrutan por­
que se dan por supuesto. Las desventajas que quedan atraen en­
tonces toda nuestra atención sobre ellas»151.
Son desventajas que, sobre todo, resultan de nuestras exageradas
expectativas y que, por consiguiente, no hablan contra los medios
electrónicos, sino contra nuestras exageradas expectativas. Según
Marquard, también el mal moderno de la superinformación se po­
dría superar si el futuro recurriera al origen del ser humano. Como

107
recurso al origen se ofrece, entre otras cosas, la oralidad, la comu­
nicación oral. Un recurso que ya se está practicando. En vista de la
cantidad de libros que crece de manera exponencial, de prescrip­
ciones de gestión y de órdenes legales, habría que sustituir cada vez
más la lectura por la oralidad. Esto no «sería en absoluto un anal­
fabetismo de nuevo cuño, sino el arte antiguo del hombre lento»152
que ya se empezó a practicar con la llegada de la imprenta, en la
medida en que la lectura sustituyó a la escucha de lo importante y
correcto en torno al pulpito. También en el futuro hay esperanza.
Se volvería la espalda al exceso de información de las pantallas y en
pequeños y grandes círculos de conversación se transmitiría aque­
llo que fuera importante y correcto. De esta manera, los acelerantes
medios de información serían domesticables y permanecerían en la
amplitud de onda del hombre lento.
Es esto, pues, un alegato, por consiguiente, a favor de la supera­
ción del futuro a través del origen que ya se había reflejado a co­
mienzos del siglo XIX. Más en concreto, fue Goethe quien, a pesar
de todos los prejuicios, ha intentado mantener los marcapasos de la
Modernidad en la amplitud de onda del hombre lento: cuanto más
rápidamente avanzaban los procesos de modernización a través de
la técnica y las ciencias naturales, tanto más importantes eran para
él. Pues mucho tiempo antes del mencionado alegato a favor de am­
bos, a favor del futuro y a favor de la memoria, en conversación con
el filólogo Friedrich Wilhelm Riemer ha reconocido: «Desde hace
ya un siglo, las humanidades no actúan sobre el ánimo de aquel que
las porta y es una auténtica suerte que las ciencias naturales se ha­
yan metido en medio, hayan atraído el interés sobre sí y por su par­
te nos hayan abierto el camino a las humanidades»153. Y en conver­
sación con Eckermann, Goethe ha acentuado: «Sin mis esfuerzos en
las ciencias naturales nunca habría podido conocer a los hombres
tal y com o son. No se puede satisfacer en todas las cosas la pura ob­
servación y el pensamiento, los errores tanto de los sentidos com o

108
del entendimiento, las debilidades y fortalezas de carácter [...]. La
naturaleza no entiende de bromas; ella siempre es verdad, siempre
es seria y estricta; siempre tiene razón y las faltas y errores son siem­
pre del hom bre»154.
Por consiguiente, los esfuerzos de Goethe en las ciencias natura­
les no son más que un intento temprano de resolver uno de los pro­
blemas más actuales de la Modernidad, a saber, el diálogo interdis­
ciplinar entre progreso y memoria, entre ciencias del espíritu y
ciencias de la naturaleza. A este intento iba unido la esperanza en
las posibilidades sintetizadoras de una formación apoyada en la me­
moria, el intento de trasladar información al saber vivo155.
Mientras la formación se entienda en este sentido com o vida vi­
vida, com o futuro en el espíritu del origen memorizado y no com o
ornamento, com o residual categoría burguesa, será inmune al re­
proche de Nietzsche que echaba de menos esta pragmaticidad de la
formación cuando formulaba: «El hombre moderno arrastra consi­
go finalmente una enorme cantidad de indigeribles piedras del sa­
ber, que en ocasiones también resuenan después de manera atro­
nadora en el cuerpo, tal y com o se dice en el cuento [...]. A través
de este trueno denuncia la propiedad más característica de este
hombre moderno: la notable oposición de una interioridad que no
se corresponde con lo exterior y de una exterioridad que no se co­
rresponde con lo interior [...]. El saber que se toma en superabun­
dancia, sin hambre, incluso contra la necesidad, ya ha dejado de ac­
tuar com o motivo transformador que impulsa hacia fuera y
permanece oculto en un cierto caótico mundo interior [...]. En
efecto, entonces se dice que se tiene contenido y que falta forma;
pero para todo ser viviente es ésta una oposición no pertinente. Pre­
cisamente por ello, nuestra moderna formación no es nada vivo, ya
que sin esa oposición no se puede entender, es decir, no es una for­
mación auténtica, sigue siendo un mero pensamiento de forma­
ción, un sentimiento de formación del que no se deriva ninguna de­

109
cisión formativa»156. La decisión formativa a la que se refiere Nietzs-
che ¿cómo sonaría hoy? ¿Cuánta memoria y qué tipo de memoria
debería acompañar a esta decisión? Se trata de una cuestión para la
que hay una respuesta sorpresivamente realista y pragmática: «Por
principio, la memoria debe posibilitar en el presente la orientación
hacia el futuro. Frente a esto, lo que de hecho ha sucedido es se­
cundario. El recurso al pasado depende del fin para el que se use...
Nosotros re-interpretamos el pasado, lo constituimos de nuevo, de­
pendiendo de aquello para lo que encontramos apoyo en las aso­
ciaciones de recuerdos sociales»157.

En el futuro, la comunidad de recuerdo deberá confiar previsi­


blemente todavía en su propia memoria, dado que la memoria, se­
gún la visión de Walter Benjamin, no es algo com o un instrumento
para la exploración del pasado. Es más bien un escenario. En el ca­
so ideal, esa comunidad de recuerdo comprenderá en el acto de re­
cordar el hoy, el futuro y el pasado. Aquella conciencia del tiempo
sobre la que Paul Celan, en los poemas aparecidos en 1952 bajo el
título de Mohn und Gedáchtnis, ha meditado de manera poética. Es
lo correcto, dado que la conciencia jánica mira hacia atrás y hacia
delante y se entiende com o superación del tiempo mediante el ol­
vido (en el signo de la amapola) y com o entrega al tiempo al que la
memoria concede duración:

Wir lieben einander wie Mohn und Gedáchtnis 158

[Nos amamos mutuamente como amapola y memoria].

110
Notas

1El autor cita a Homero en la versión clásica alemana de Johann Heinrich Voss,
Odysee, Múnich 1957 (según el texto de la primera edición, Hamburgo 1781), págs.
553-s.
2 Citado según Friedrich Nietzsche, Sámtliche Werke, edición crítica de Giorgio
Colliy Mazzino Montinari, Berlín/Nueva York 1988, tomo 6, págs. 396-ss.
3 Walter Benjamín, Über den B e g r iff der Geschichte, R. Tiedermann y R. Schwep-
penháuser (eds.), Fráncfort del Meno 1972-1985, tomo 12, págs. 697-s.
4 Múnich 1997.
5Tomo XV, M em oria, edición de Anselm Haverkamp y Renate Lachmann con la
colaboración de Reinhart Herzog, Múnich 1993.
6 Harald Weinrich, L ethe: K u n s t u n d K ritik des Vergessens, Múnich 1997, pág. 15
[L eteo. A rte y crítica del olvido, traducción de Carlos Fortea, Siruela, Madrid 1999].
7 Harald Weinrich, op. cit., pág. 257. Según Hans Magnus Enzensberger, Ge-
dankenflucht (i), en: Kiosk. Neue Gedichte, Fráncfort del Meno 1995, págs. 31-ss.
8Hans Magnus Enzensberger, N om aden im Regal, Fráncfort del Meno 2003, pág.
122.
9 Frank Schirrmacher, «Die Revolution der Hundertjáhrigen», en: D e r Spiegel,
núm. 12, 15.3.2004, pág. 83.
10 Op. cit., pág. 84.
11 Ibid.
12 Véase al respecto Paul B. Baltes, «Der Generationenkrieg kann ohne mich
stattfinden», en FA Z, núm. 110, 12.5.2004, pág. 39.
13Thomas Hettche, «Sammlung und Zerstreuung», en FA Z, 23.12.2003, pág. 6.
14Véase la cita del capítulo I, pág. 21.
15Johann Peter Eckermann, Gesprache m it Goethe in den L etzten Jahren seines L e-
bens, H. H. Houben (ed.), Wiesbaden 1959, pág. 369.
16 Op. cit., pág. 369.
17 17 de febrero, 1832; Frédéric Soret, Z ehn Jahre bei Goethe. E rin n eru n gen a n W ei-

111
mars Klassiche Zeit 1822-1832 («Diez años junto a Goethe. Recuerdos de la época clá­
sica de Weimar»), edición y notas de H. H. Houben, Leipzig 1929, pág. 630.
18 Ian Kershaw, Hitler, 2 tomos, Stuttgart/Munich 1998 y 2000.
19 Citado según Johann Wolfgang von Goethe, Werke, Artemis-Gedenkausgabe,
Zúrich y Stuttgart 1948, tomo 10, pág. 167: Dichtungund Wahrheit I.
20A Charlotte von Stein, 17 de mayo de 1778, en: J. W. von Goethe, Sámtliche Wer­
ke, Briefe, Frankfurter Ausgabe (FA), sección II, tomo 2, Fráncfort del Meno 1998,
pág. 131.
21 FA, apartado II, tomo 10, pág. 334. Que Goethe en este caso une la velocidad
se deduce del contexto aunque el origen de la palabra hay que buscarlo en la pa­
labra italiana velocifere. Con ella se designaba una especie de carro rápido que más
tarde, en los años veinte del siglo XIX, fue introducido en Prusia por el director ge­
neral de Correos, Negler.
22Véase al respecto Manfred Osten, Alies veloziferisch oder Goethes Entdeckung der
Langsamkeit, Fráncfort del Meno 2003.
23 Citado según Maximen und Reflexionen, Artemis-Gedáchtnisausgabe, Zú-
rich/Stuttgart 1948.
24 Citado según Die Sankt Rocchus-Fest zu Bingen, HA, tomo 10, pág. 146.
25 Franz Grillparzer, Sámtliche Werke, tomo 4, Leipzig 1903, pág. 186.
26Véase al respecto Weinrich, pág. 155.
27Véase al respecto Weinrich, págs. 21-ss.
28 Karl Heinz Bohrer, Ekstasen der Zeit, Múnich 2003, pág. 56.
29Virgilio, Eneida VI.
30 Germaine de Staél, De l’Allemagne (1813), capítulo II, citado según: líber
Deutschland, Monika Bosse (ed.), Fráncfort del Meno 1985, pág. 38.
31Theodor W. Adorno, «Zur Schlussszene der Faust» («Acerca de las escenas fi­
nales del Fausto»), en el mismo: Noten zur Literatur II, Fráncfort del Meno 1965,
págs. 7-ss. Véase también Weinrich, op. cit., pág. 160.
32 Karl Heinz Bohrer, op. cit., págs. 30-s.
33 Maximen und Reflexionen, pág. 167, Artemis-Gedenkausgabe, Zúrich/Stuttgart
1948, tomo 9, pág. 515.
34A Friederike Brun, 9.7.1975, Artemis-Gedenkausgabe, tomo 22, pág. 232.
35 Proverbio.
36 Vom Nutzen und Nachteil der Historiefür das Leben («De la utilidad y desventajas
de la historia para la vida»), KSA I, pág. 310.
37 Menschliches, Allzumenschliches («Humano, demasiado humano»), 285.
38 Menschliches, Allzumenschliches («Humano, demasiado humano»), 282.

112
59 Morgenróte («Amanecer»), KSA III, pág. 163.
40Véase nota 20.
41 David Friedrich Strauss, Der Bekenner und der Schriftsteller («El cognoscente y el
escritor»), KSA i, págs. 159-s.
a Jenseits von Gut und Bóse («Más allá del bien y del mal»), pág. 217.
45 Jenseits von Gut und Bóse, pág. 68.
44Weinrich, pág. 162.
45Véase al respecto el capítulo II.
46Weinrich, págs. 160-ss.
47Véase más exhaustivamente al respecto Weinrich, págs. 166-ss.
48Jenseits von Gut und Bóse, pág. 156.
49 Wolfgang Frühwald, «Über die Angst vor dem Buch und der Erinnerung...
Sie würden auch Goethe verbrennen» («Sobre el miedo al libro y al recuerdo...
Ellos quemarían incluso a Goethe»), en: Leviathan. Zeitschrift für Sozialwissenschafi,
época 30, 2002, núm. 3, págs. 303-ss.
50Wolfgang Frühwald, op. cit., págs. 303-s.
51 Frühwald, op. cit., pág. 308.
52 Con relación al tema «olvido satisfecho e insatisfecho en Freud», Weinrich,
op. cit., págs. 168-ss.
"Weinrich, op. cit., pág. 171.
54Weinrich, op. cit., págs. 8-s.
55Véase al respecto el capítulo III, pág. 37.
56 Michael Jeismann, en: FAZ, núm. 46, 24.2.2004, pág. 33.
57Weinrich, op. cit., pág. 172.
58Thomas Schmid, «Der neue Antisemitismus» («El nuevo antisemitismo»), en:
FAZ, núm. 49/9, 27.2.2004, pág. 1.
59 Konrad Adam, Die Republik dankt ah («La república abdica»), Berlín 1998,
págs. 201-s.
60 Botho Strauss, «Orpheus aus der Tiefgarage» («Orfeo desde el garage»), en:
Der Spiegel, núm. 9, 21.2.2004, pág. 165.
61 Ibid., pág. 165.
62 Durs Grünbein, Das erste Jahr («El primer año»), Fráncfort del Meno 2000,
pág. 328.
63 Durs Grünbein, op. cit., pág. 177.
64Weinrich, op. cit., pág. 264.
65Weinrich, op. cit., pág. 263.
66Weinrich, op. cit., pág. 267.

113
67Weinrich, op. cit., pág. 270.
68Weinrich, op. cit., pág. 270-s.
69 Wolfgang Frühwald, «Forschungsethik und Museumsethik oder von guter
wissenschafüicher Praxis («Etica de investigación y ética de museo o de la buena
praxis científica»), en: Jahrbuch Preussischer K ulturbesitz, 2002, págs. 175-ss.
70 Citado según Wolfgang Frühwald, pág. 182.
71 Wolfgang Frühwald, pág. 185.
72 Werner Spies, «Ein Blick, der heute móglich ist, wird morgen nicht mehr
sein» («Una mirada que hoy es posible no lo será mañana»), en: FA Z, núm. 284,
6.12.2003, pág. 41.
75 Werner Spies, op. cit., pág. 41.
74Alexander von Humboldt, Uber d ie F r á h e it des M en sch en («Acerca de la liber­
tad del ser humano»), Manfred Osten (ed.), Fráncfort del Meno 1999, pág. 136.
75M a x im en u n d R eflexion en («Máximas y reflexiones»), Artemis Goethe-Gedácht-
nisaugabe, Zúrich/Stuttgart 1948, tomo 9, pág. 614.
76 Alexander von Humboldt, Kosm os, edición crítica en 7 volúmenes («El Cos­
mos»), Darmstadt 1993, Hanno Beck (ed.), tomo 2, pág. 181.
77 Konrad Adam, D ie R epublik d an kt ah, Berlín 1998, pág. 146.
78Weinrich, op. cit., pág. 167.
79 Konrad Adam, op. cit., pág. 148.
80 Konrad Adam, op. cit., págs. 149-s.
81 Citado según Konrad Adam, op. cit., pág. 155.
82 Friedrich Nietzsche, KSA, pág. 86.
83 Frank Schirrmacher, «Die grosse Angst- Im Maschinenraum der Kultur. Zu
unserer Liste neuer Phobien» («El gran miedo. En el espacio mecánico de la cul­
tura. Acerca de nuestra lista de nuevas fobias»), en: FAZ, 7.1.2003, pág. 31.
84 Ernst-Wolfgang Bóckenfórde, «Die Würde des Menschen war unantastbar»
(«La dignidad del ser humano era intocable»), en: G lanzlichter des W issenschaft,
Saarbrücken 2003, págs. 20-s.
85 Ernst-Wolfgang Bóckenfórde, pág. 30.
86Bill Joy, «Warum die Zukunft uns nicht braucht», en: FA Z, núm. 135, 6.6.2000,
págs. 49 y 51.
87 Wolfgang Frühwald, «Leib sein und Kórper haben oder Kórperdiskurse in
Geschichte und Gegenwart» («Ser carne y tener cuerpo o los discursos de los cuer­
pos en la historia y en el presente»), discurso de despedida de la Ludwig Maximi-
lians-Universidad de Múnich el 8.7.2003, en: L itera tu r in B a yem , núm. 73, septiem­
bre 2003, pág. 7.

114
88Wolfgang Frühwald, op. cit., pág. 8.
89Alexander Kluge, D ie K u n st, Unterschiele z u m achen («El arte de hacer diferen­
cias»), Fráncfort del Meno 2003, pág. 10.
90 Odo Marquard, Ph ilosophie des Stattdessen («Filosofía del “en vez de”»), Stutt-
gart 2000.
91 Odo Marquard, op. cit., págs. 50-s.
92 Odo Marquard, op. cit., págs. 52-s.
93 Odo Marquard, op. cit., pág. 54.
94Martina Keller, «Das ganze Leben ist eine Erfindung» («Toda la vida es un in­
vento»), en: D ie Zeit, núm. 13, 18.3.2004, pág. 42 (con referencia a los correspon­
dientes estudios de Harald Welzer).
95Karl Heinz Bohrer, E kstasen d erZ eit («Éxtasis del tiempo»), Múnich 2003, págs.
10-s.
96 Karl Heinz Bohrer, op. cit., pág. 14.
97 Karl Heinz Bohrer, op. cit., pág. 51.
98 Peter Kümmel, «Ein Volk in der Zeitmaschine» («Un pueblo en la máquina
del tiempo»), en: D ie Zeit, núm. 10, 26.2.2004, pág. 41.
99 Wolfgang Hagen, Gegenwartsvergessenheit («El carácter olvidadizo del presen­
te»), Berlín 2003, pág. 119.
100 paiaijra compuesta de inform a tion y entertainm ent. (N . del T .)
101Wolfgang Hagen, op. cit., págs. 118-s.
102Wolfgang Hagen, op. cit., pág. 120.
ios Wolfgang Hagen, op. cit., págs. 120-s.
104Weinrich, op. cit., pág. 169.
105 Joachim-Felix Leonhard, «Kulturelles Erbe und Gedáchtnisbildung-Be-
trachtungen zur Vergangenheit in der Gegenwart und Zukunft» («Legado cultu­
ral y formación de la memoria. Consideraciones acerca del pasado en el presente
y en el futuro»), en: Sonderdruck F ü n fz ig ja h r e deutsche M ita rbeit in der Unesco, 2000,
pág. 131.
106 Hans Magnus Enzensberger, N om aden im R eg a l («Nómadas en el estante»),
Fráncfort del Meno 2003, pág. 122.
107 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 109-s.
108 Hans Magnus Enzensberger, op. c it , págs. 110-s.
109 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 128-s.
110 Barbara Schneider-Kempf y Martin Hollender, «Brauchen wir im digitalen
Zeitalter noch Lesesále?» («¿Necesitamos salas de lectura en la época digital?»), en:
Jahrbuch Preussischer K ulturbesitz, tomo XXXIX, 2003, págs. 104-s.

115
111 Barbara Schneider-Kempf y Martin Hollender, op. cit., pág. 106.
112Weinrich, op. cit., págs. 261-s.
113 Barbara Schneider-Kempf y Martin Hollender, op. cit., pág. 106.
114Véase Weinrich, op. cit., pág. 260.
115 Peter Cornwell, «Digitale Systeme und Nachhaltigkeit» («Sistemas digitales
y durabilidad»), en: T he ch ron ofiU sfrom tim e-based art to database, Múnich 2003, págs.
18-s.
116 Peter Cornwell, op. cit., pág. 23.
117 Peter Cornwell, op. cit., pág. 22.
118 Peter Cornwell, op. cit., págs. 30-s.
119 Karl Marx y Friedrich Engels, M a n ifes t cler K om m un istischen P a rtei («Manifies­
to del Partido Comunista»), en: Obras, tomo 4 (6.aed.), Berlín 1972, pág. 459.
120Walter Benjamín, D a s K un stw erk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit
(«La obra de arte en la época de su reproducción técnica»), Fráncfort del Meno
1973, pág. 15.
121 Thomas Hettche, «Sammlung und Zerstreuung» («Colección y distrac­
ción»), en: FAZ, 23.12.2003, pág. 6.
122 Véase al respecto Margit Rosen, «Ohne zu Vergessen-Digitale Artefakte ais
Akteure» («Artefactos digitales como actores»), en: T he ch rono-jilesfrom tim e based art
to database, Múnich 2003, págs. 6-ss.
125 Al respecto y con referencia al tema de la protección de datos, véase Hilmar
Schmundt, «Verráterische Magnetspuren» («Traidoras pistas magnéticas»), en: D er
Spiegel, núm. 52/2003, págs. 144-s.
124 Goethe a Zelter, 15.2.1830, en: Artemis-Gedenkausgabe, Zúrich y Stuttgart,
tomo 21, pág. 892.
125 Hubert Markl, «Ist der Mensch biotechnisch optimierbar?» («¿Es optimiza-
ble el ser humano por medios biotécnicos?»), en: Sinnstifter 2003 (publicación del
Stifterverbandes für die Deutsche Wissenschaft), Essen 2003, pág. 15.
126 Hubert Markl, op. cit., pág. 17.
127 Karl Heinz Bohrer, op. cit., págs. 10-s.
128 «Wissen, wie der Geist funktioniert» («Saber cómo funciona el espíritu»),
Eric Kandel en conversación con «Der Spiegel», en: D e r Spiegel, núm. 18/2003, págs.
150-ss.
129 Manfred Spitzer, «Medizin für die Pádagogik» («Medicina para la pedago­
gía»), en: D ie Zeit, 18.9.2003.
130 Reinhard Wandtner, «Gerettete Gedanken» («Pensamientos salvados»), en:
FAZ, núm. 236, 11.10.2003, pág. 36.

116
131 Christian Schwágerl, «Die Pille danach» («La píldora del día después»), en:
FAZ, núm. 296, 20.12.2003, pág. 35. Con referencia al tema de la «Píldora para olvi­
dar», véase también D er Spiegel, núm. 19/2004, págs. 208-ss., y Christian Geyer, «Ex
und hopp», en: FA Z, núm. 103, 4.5.2004, pág. 34.
Wolf Singer, «Wahrnehmen, Erinnern, Vergessen» («Percepción, recuerdo,
olvido»), conferencia inaugural del 43 Congreso de historiadores alemanes, en:
FAZ, núm. 226, 28.9.2000, pág. 10.
133 M a x im en u n d R eflexion en , op. cit., pág. 574.
«i Wolf Singer, op. cit.
i35 Wolf Singer, op. cit.
•seWolf Singer, op. cit.
137Wolf Singer, op. cit.
i’» Wolf Singer, op. cit.
«a Wolf Singer, op. cit.
«° Wolf Singer, op. cit.
141Wolf Singer, op. cit.
142Wolf Singer, op. cit.
143Wolf Singer, op. cit.
144Wolf Singer, op. cit.
145 Peter Handke, M ü n d lích es u n d Schriftliches («Verbal y escrito»), Fráncfort del
Meno 2002, pág. 34.
146 Botho Strauss, D er U ntenstehende a u f Zehenspitzen, Múnich 2004, pág. 8.
147 Odo Marquard, op. cit., Stuttgart 2000, págs. 66-ss.
148 Odo Marquard, op. cit., pág. 68.
149 Odo Marquard, op. cit., págs. 68-s.
150 Odo Marquard, op. cit., pág. 71.
151 Odo Marquard, op. cit., pág. 75.
152 Odo Marquard, op. cit., pág. 77.
153 Citado según Günther Bóhme, F lu m an ism u s zw ischen A u jk la r u n g u n d Postm o-
derne («Elumanismo entre Ilustración y Posmodernismo»), Idstein 1994, pág. 195.
154 Günter Bóhme, op. cit., pág. 198.
155Véase al respecto Wilhelm Vosskamp, «Bildung im Widerstreit» («Formación
en controversia»), en: Studien des In stitu ís f ü r die K u ltu r der deuschsparchigen Lánder,
núm. 18, Tokio 2000, págs. 5-ss.
156 Friedrich Nietzsche, Zweite unzeitgem asse B etra ch tu n g («Segunda considera­
ción intempestiva»), citado según Volker Steenblok, Theorie der K ultu rellen B ild un g,
Múnich 1990, pág. 186.

117
157 Harald Welzer, «Im Gedáchtniswohnzimmer» («En el salón de la memo­
ria»), entrevista en D ie Zeit de Elisabeth von Thadden a Elarald Welzer, Sonderbeila-
g e der Zeit, núm. 14, marzo 2004, págs. 44-s.
158Paul Celan, Gesammelte Werke (3 vols.), Gedichte, Prosa, R eden, Fráncfort del
Meno 2001, pág. 39.

118
Bibliografía

La siguiente bibliografía es sólo indicativa y debe servir para un estudio


más profundo de la temática tratada en el presente libro. Con el objeto de
conservar el carácter de ensayo del mismo, en las notas sólo se han indi­
cado los pasajes textuales con citas más largas.
Por las indicaciones, colaboraciones y ayuda prestada agradezco espe­
cialmente a Durs Grünbein, Heidi Bohnert y Dorothea Koch. Las correc­
ciones han sido leídas por mi esposa.

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124
ín d ice onom ástico

Los arábigos en cursiva remiten a las notas.

Adam, Konrad, 48, 113, 114 111


Adorno, Theodor W., 34, 76, 112 Engels,
I Friedrich, 89, 116
Agustín, 78 Enzensberger,
I Hans Magnus, 16, 76-78,
Alighieri, Dante, 46 111, 115

Arendt, Hannah, 62, 89 Fenn, Kimberly, 98


1
Bacon, Francis, 62 Fischer,
1 Ulrich, 67
Baltes, Paul B., 111 Fisk,
1 Robert, 53
Baudrillard, Jean, 78 Fontane, Theodor, 14
1
Beck, Ludwig, 44 Freud,
1 Sigmund, 43-45, 72-74, 95
Bell, Daniel, 61 Frühwald,
1 Wolfgang, 41, 43, 53, 67, 113,
Benjamín, Walter, 13, 89, 110, 111, 116 114

Bóckenfórde, Ernst-Wolfgang, 63, 65, Gerz, Jochen, 55


1
114
Goethe,
1 Johann Wolfgang, 15, 17, 21,

Bóhme, Günther, 117 22, 25-31, 34, 35, 37-40, 57, 90, 93,
Bohrer, Karl Heinz, 33, 34, 70-72, 96, 100, 108, 109, 112, 114, 116
112, 115, 116 Gregorio XIII, papa, 22
Boltanski, Christian, 55 Grillparzer, Franz, 15, 30, 31, 112
Borges, Jorge Luis, 80 Grünbein, Durs, 13, 50, 113
Born, Bertrand de, 46 Guillermo el Conquistador, 85
Bresch, Carsten, 61 Haeften, Werner von, 44
Calle, Sophie, 55 Hagen, Wolfgang, 72, 73, 115
Celan, Paul, 110, 117 Handke, Peter, 105, 117
Cornwell, Peter, 84-87, 116 Heine, Heinrich, 41
Crick, Francis, 60, 61 Hettche, Thomas, 23, 89, 111, 116
Culbertson, Fred, 63 Himmler, Heinrich, 44
Darwin, Charles, 61 Hitler, Adolf, 27, 43, 46, 70
Eckermann, Johann Peter, 25, 37, 108, Hollender, Martin, 115

125
Homero, 11, 111 Osten, Manfred, 112, 114
Humboldt, Alexander von, 56, 57, 59, Pitágoras, 105
114 Riemer, Friedrich Wilhelm, 108
Huxley, Aldous, 94 Rosen, Margit, 116
Innis, Harold Adams, 72 Schirrmacher, Frank, 18, 63, 111, 114
Jeismann, Michael, 45, 113 Schmid, Thomas, 48, 113
Joñas, Hans, 67 Schmundt, Hilmar, 116
Joy, Bill, 65, 66, 114 Schneider-Kempf, Barbara, 115
Jünger, Ernst, 63 Schwimmer, Walter, 47
Jung, Cari Gustav, 44 Schwágerl, Christian, 98, 116
Kandel, Eric, 116 Sillig, Karl Julius, 26
Kass, León, 17, 32, 98, 99 Simónides, 31
Keller, Martina, 115 Singer, Wolf, 19, 99, 102-104, 116, 117
Kershaw, Ian, 27, 112 Sócrates, 40
Kierkegaard, Soren, 13 Soret, Frédéric, 111
Klee, Paul, 13 Spies, Werner, 55, 114
Kluge, Alexander, 12, 68, 114 Spitzer, Manfred, 116
Kosellek, Reinhart, 13 Stael, Germaine de, 112
Kümmel, Peter, 71, 115 Stauffenberg, Claus Schenk Graf von,
Lenin, Wladimir Iljitsch, 61 44, 49
Leonhard, Joachim-Felix, 75, 115 Stein, Charlotte von, 28, 112
Lévi-Strauss, Claude, 55, 56, 76 Steiner, George, 51
Loetscher, Hugo, 83 Strauss, Botho, 49, 50, 106, 113, 117
Mann, Thomas, 43 Strauss, David Friedrich, 113
Markl, Hubert, 93, 94, 116 Thadden, Elisabeth von, 117
Marquard, Odo, 68, 71, 106, 107, 115, Truffaut, Frangois, 89
117 Valentín, Karl, 44
Marx, Karl, 89, 116 Virgilio, 34, 112
Mertz von Quirnheim, Albrecht Ritter, Virilio, Paul, 78 /
44 . Vogel, Christian, 59
Messager, Annette, 55 Vosskamp, Wilhelm, 117
Muller, Hermann, 61 Wandtner, Reinhard, 116
Napoleón, 21, 23 Watson, James, 60
Nicolovius, Georg Heinrich Ludwig, 29 Weinrich, Harald, 14, 16, 31, 39, 45, 46,
Nietzsche, Friedrich, 12, 34, 37-40, 45, 51-53, 60, 73, 74, 80, 111-115
57, 60, 62, 109, 111, 114, 117 Welzer, Harald, 117
Olbricht, Friedrich, 44 Zelter, Karl Friedrich, 35, 93, 116

126

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