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Liturgia Viva del Domingo 27º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

1. Llegan a Ser Uno


2. Que Nuestro Amor Perdure

Saludo
Demos toda alabanza y gloria a Dios nuestro Padre
por crear al hombre a su imagen y semejanza
y hacerle capaz de ser fiel
por medio del amor de donación de tu Hijo
y del poder unificador del Espíritu.
Que el Señor, con su amor, esté siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante

1. Llegan a Ser Uno


Las primeras páginas de la Biblia nos dicen que Dios creó
al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Eso
quiere decir que Dios, que es amor, quiso unirlos con el
vínculo del amor, y hacerles vivir por y con amor mutuo.
Así era al principio. Y así debería ser hasta ahora. –
Cuando Jesús vino, hizo el vínculo entre esposos y esposas
todavía más sagrado, asegurándoles la gracia de Dios-
¿Son los esposos fieles a su sí dado en la presencia de Dios
y en la Iglesia? Pidamos hoy al Señor fidelidad y profundo
amor para nuestros matrimonios – y también para todas
nuestras amistades.

2. Que Nuestro Amor Perdure


El deseo ardiente del esposo y la esposa en el día de su
matrimonio es: ¡Que nuestro amor no se marchite; que
dure! Esto no es solamente un deseo de Dios para ellos,
sino que es su mismísimo mandamiento.
Dios quiere que la unión de los esposos en amor sea como
su propio amor hacia su pueblo: fiel, fuerte, perenne, una
verdadera alianza de amor. Con todos los matrimonios,
con todos aquellos a quienes la amistad vincula juntos, con
todas nuestras comunidades cristianas, estamos hoy ante el
Señor y le pedimos: Que nuestro amor, de los unos a los
otros, sea fuerte, fiable, fiel.

Acto Penitencial

Pedimos al Señor perdón


porque nuestro amor no ha sido fuerte y duradero.
(Pausa)
Ten misericordia, Señor Jesús, de los hogares donde el
amor se está marchitando y muriendo donde el esposo y la
esposa se van distanciando hacia una separación el uno del
otro, roguemos al Señor. R/ Señor, ten piedad de
nosotros.
• Ten misericordia, Señor de las familias rotas por la
infidelidad, de las parejas que ya no pueden perdonarse
mutuamente. R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
• Ten misericordia, Señor, de los hogares donde hay ya
poco o nada de amor, de los esposos que no tienen tiempo
para sus hijos. R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Ten misericordia de todos nosotros, Señor,


y perdona nuestros pecados contra el amor.
Que nuestros hogares y comunidades
reflejen tu amor siempre fiel
y llévanos a la vida eterna.

Oración Colecta

Roguemos para que nuestro amor sea fuerte y fiel.


(Pausa)
Oh Dios, fuente y origen de todo amor,
bendito seas por tu ternura
inscrita en los corazones de los miembros de tu pueblo;
bendito seas por darnos a tu Hijo
como prueba y señal de tu fiel amor.
No permitas que separemos lo que tú has unido:
esposos y esposas, padres e hijos,
tu Hijo y la Iglesia,
amigos en sus penas y alegrías.
Que todos vivamos en tu amor, creativo y eterno.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Primera Lectura (Gen 2, 18-24): Creado para amar


El hombre y la mujer están destinados no para una soledad
egoísta, sino para construir comunidad en fidelidad y amor
que unifica.

Segunda Lectura (Heb 2,9-11): El amor es sacrificado


La fuente y modelo de todo amor es el de Cristo, que se
sacrifica a sí mismo por nosotros.

Evangelio (Mc 10,2-16 ó 10,2-12): El amor es fiel


En el plan de Dios el matrimonio es, más allá de
legalismos humanos, una unión inquebrantable de amor y
fidelidad. El amor del esposo y la esposa se perpetuará
vivo en sus hijos.

Oración de los Fieles

Pidamos a Dios nuestro Padre que complete en nosotros su


trabajo de amor y fidelidad, y digámosle:

R/ Señor, guárdanos en tu amor.


Por la Iglesia, Esposa de Cristo, para que sea siempre fiel
al mensaje del evangelio y del amor liberador del mismo
Cristo, roguemos al Señor.

R/ Señor, guárdanos en tu amor.

• Por los hogares construidos sobre un amor


desinteresado, para que a través de ellos podamos entender
mejor toda la profundidad del amor de Dios, roguemos al
Señor.

R/ Señor, guárdanos en tu amor.

• Por las familias rotas y por los cónyuges infieles, para


que la gente sea comprensiva con ellos y Dios les conceda
su misericordia, roguemos al Señor.

R/ Señor, guárdanos en tu amor.

• Por los jóvenes que se preparan para el matrimonio,


para que aprendan de la vida que la profundidad y belleza
del amor dependen de la mutua generosidad y del sincero
compartir, roguemos al Señor.

R/ Señor, guárdanos en tu amor.

• Por todos los que han renunciado al matrimonio a


causa del Reino de Dios, personas consagradas, para que
nunca se sientan nostálgicas y solitarias, sino que sus
corazones sean espaciosos y cálidos, acogedores y abiertos
a toda la gente y a todas las necesidades, roguemos al
Señor.
R/ Señor, guárdanos en tu amor.

Oh Dios y Padre nuestro, hazte presente con toda tu


fidelidad dondequiera la gente se junte para construir
comunidades de amor y amistad. Edifica nuestro amor
sobre el fundamento del tuyo, para que perdure, fuerte y
fiel, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las Ofrendas

Oh Dios y Padre nuestro:


Confirma tu Alianza con nosotros
por medio del pan y del vino que ahora te presentamos.
Que tu Hijo esté siempre con nosotros
y que nos haga guardianes de nuestro amor y felicidad.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Introducción a la Plegaria Eucarística


Con alegría y gratitud alabamos al Padre en el cielo por el
gran amor que nos ha mostrado. Él es la fuente y origen de
todo amor entre nosotros, y el Espíritu Santo guarda ese
amor vivo en nuestros hogares y en nuestras comunidades.

Prefacio del Matrimonio


Sugerimos usar uno de los prefacios del misal, del
matrimonio, p. ej. el tercero.

Introducción al Padre Nuestro


Tenemos un Padre amoroso en el cielo. A él nos dirigimos
en oración con las palabras del mismo Jesús.

Líbranos, Señor

Líbranos, Señor, de todos los males


y danos capacidad para amar
sin condiciones ni componendas.
Danos un amor que permanezca fiel
y crezca más profundo en los días de prueba y sufrimiento.
Líbranos siempre de todo temor
a entregarnos generosamente con amor
los unos a los otros,
mientras esperamos con alegría
la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo.

Invitación a la Comunión
Este es el Cordero de Dios cuyo amor fue fiel hasta el fin.
Se sacrificó a sí mismo para darnos el valor para amar sin
medida.
Felices nosotros, llamados a esta santa cena del Señor.

Acción de Gracias de los Esposos

Los esposos pueden rezar juntos la siguiente oración,


tomada del cuarto prefacio para matrimonios, en el misal
francés.
Oh Dios y Padre nuestro:
Es justo y bueno darte gloria
y ofrecerte nuestra alabanza.
Porque has hecho al hombre y a la mujer
a tu imagen y semejanza
y has puesto en sus corazones el amor
que los vincula íntimamente el uno al otro,
para que sean siempre uno.
Tú les dices que en las penas y alegrías de su vida,
en días de cansancio o de maravilla,
tú estás fielmente cerca de ellos.
Por medio de la comunión de su amor y destino
haz que tu misma vida crezca en ellos,
hasta el día en que colmes todas sus esperanzas
en tu amado Hijo Jesucristo. Amén.

Oración después de la Comunión

Oh Dios y Padre nuestro:


Nos has confiado tu amor
no como un producto acabado,
sino como una tarea de por vida.
Que el amor de tu Hijo
enriquezca nuestro amor
con inquebrantable fidelidad y generosidad,
para que pueda resistir todas las tormentas
y seguir creciendo en profundidad,
hasta que lo corones con tu alegría
que perdura para siempre,
por los siglos de los siglos.

Bendición
Hermanos: Dios es la fuente y la fuerza de todo amor.

• Que él bendiga nuestras familias cristianas con


felicidad y fidelidad.
R/ Amén.
• Que él bendiga nuestras comunidades con unidad y
paz, y nos ayude a ser una sola alma y un solo corazón.
R/ Amén
• Que él nos dé a todos un amor que haga brotar lo
mejor en cada uno de nosotros para construir todos juntos
una sólida comunidad.
R/ Amén.

Podemos ir en el amor del Señor.


RELIGIÓN

Acción de gracias

Bendito seas, Dios y Padre nuestro,


origen y destino de cuanto existe.
Te dirigimos esta sentida acción de gracias
por muchas buenas razones:
porque eres el Creador del insondable universo,
porque depositas en cada rincón la semilla de la Vida,
y porque vivimos en Ti y gracias a la energía que nos das,
aunque apenas seamos conscientes de esta maravilla,
Tenemos que agradecerte, además
que nuestra última meta sea vivir en tu compañía.
Quisiéramos tener un corazón sensible y agradecido
para responder mejor a tanto amor y cariño.
Pero reconociendo la pobreza de nuestra respuesta,
te dirigimos humildemente este himno a tu mayor gloria.

Memorial de la Cena del Señor

Gracias también y muy especiales, Padre bueno,


por el gran regalo que has hecho a la humanidad
en la persona de Jesús, tu hijo, el elegido,
a quien hemos de escuchar, conocer y seguir.
Nuestra historia se honra con sus hechos y sus palabras.
Pero nuestra mente se nos nubla con frecuencia
y creemos fundamental lo que solo es accesorio
y producto de nuestra imaginación.
Tenemos que volver una y otra vez
al mensaje original de Jesús, a su evangelio,
que no es nunca un rito
sino una propuesta de vida entregada al prójimo,
que no es mirar al cielo sino a la tierra,
a sus problemas y a su gente,
que no es siquiera predicar
sino ayudar con sencillez a los demás,
y hacer entre todos un mundo más humano.
Jesús volvió a insistir en ese encargo, en la misión,
en su última cena.

Invocación al Espíritu de Dios

Dios y Padre nuestro,


deberíamos saber a estas alturas cuál es nuestra misión
y en qué consiste tu Reino,
porque tu hijo Jesús nos lo ha contado claramente,
incluso utilizando comparaciones y parábolas,
y sobre todo ha ido personalmente, delante de nosotros,
recorriendo hasta el final el camino.
Pero nos hemos perdido en inútiles disquisiciones,
en ritos equivocados,
nos hemos creído que éramos tus elegidos,
tus hijos buenos,
y hemos mirado por encima del hombro a los otros,
considerándolos hijos pródigos.
Creemos, no obstante, Padre Dios,
que tu amor no tiene en cuenta tanta soberbia,
pero ya es hora de rectificar y reorientar nuestra marcha,
y esperamos de tu buen corazón
que nos inundes con tu Espíritu.
Brindamos en tu honor, Dios Padre, y te agradecemos
la presencia entre nosotros de tu hijo Jesús.

AMÉN.
27º domingo Tiempo ordinario (B)

EVANGELIO

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,2-16

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le


preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a
un hombre divorciarse de su mujer?”. Él les replicó: “Qué
os ha mandado Moisés?”.

Contestaron: “Moisés permitió divorciarse, dándole a la


mujer un acta de repudio”. Jesús les dijo: “Por vuestra
terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio
de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a
su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya
no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que
no lo separe el hombre”.

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo


mismo. Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer y se
casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella
se divorcia de su marido y se casa con otro, comete
adulterio”.

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos


les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad
que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los
que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el
que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en
él”. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las
manos.

Palabra de Dios.

CONTRA EL PODER DEL VARÓN

Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a


prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino
un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y
es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de
diversas escuelas rabínicas: "¿Le es lícito al varón
divorciarse de su mujer?".

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino


de la situación en que vivía la mujer judía dentro del
matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según
la ley de Moisés, el marido podía romper el contrato
matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por
el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo
mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las


discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto
original de Dios, que está por encima de leyes y normas.
Esta ley "machista", en concreto, se ha impuesto en el
pueblo judío por la "dureza de corazón" de los varones que
controlan a las mujeres y las someten a su voluntad.

Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios


"los creo varón y mujer". Los dos han sido creados en
igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la
mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre
varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de
nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece


una visión del matrimonio que va más allá de todo lo
establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para
"ser una sola carne" e iniciar una vida compartida en la
mutua entrega sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema


expresión del amor humano. El varón no tiene derecho
alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La
mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios
mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y
gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: "Lo que Dios
ha unido, que no lo separe el varón".

Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el


fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de
control, sometimiento e imposición del varón sobre la
mujer. No solo en el matrimonio sino en cualquier
institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible


abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar
activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo
reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra
tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer?
¿Cuándo defenderemos a la mujer de la "dureza de
corazón” de los varones?

ACOGER A LOS PEQUEÑOS

Dejad que los niños se acerquen a mí.


El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un
trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús.
Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a
Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único
que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar
para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al
parecer, era una creencia popular.

Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo.


Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen
el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y
quiénes no. Se interponen entre él y los más pequeños,
frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de
facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.

Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes,


ha puesto en el centro del grupo a un niño para que
aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el
centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han
olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos,
invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo
cariño.

Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos


es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: “Dejad que
los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis”. ¿Quién les
ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su
Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e
indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso
a Jesús.

La razón es muy profunda pues obedece a los designios del


Padre: “De los que son como ellos es el reino de Dios”. En
el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan
no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que
quieren dominar y ser los primeros.

El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por


personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás
desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y
mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir,
abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.

El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los


grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños.
Donde éstos se convierten en el centro de atención y
cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad
humana que quiere el Padre.

PARA HOMBRES

Dios los creó hombre y mujer.

Lo que más hacía sufrir a las mujeres en la Galilea de los


años treinta era su sometimiento total al varón dentro de la
familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar en
cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este
derecho se basaba, según la tradición judía, nada menos
que en la Ley de Dios.

Los maestros discutían sobre los motivos que podían


justificar la decisión del esposo. Según los seguidores de
Shammai, sólo se podía repudiar a la mujer en caso de
adulterio; según Hillel, bastaba que la mujer hiciera
cualquier cosa “desagradable” a los ojos de su marido.
Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no
podían alzar su voz para defender sus derechos.

En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús:


“¿Puede el hombre repudiar a su esposa?”. Su respuesta
desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer.
Según Jesús, si el repudio está en la Ley, es por la “dureza
de corazón” de los varones y su mentalidad machista, pero
el proyecto original de Dios no fue un matrimonio
“patriarcal” dominado por el varón.

Dios creó al varón y a la mujer para que fueran “una sola


carne”. Los dos están llamados a compartir su amor, su
intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en
comunión total. De ahí el grito de Jesús: “lo que ha unido
Dios, que no lo separe el varón”, con su actitud machista.

Dios quiere una vida más digna, segura y estable para esas
esposas sometidas y maltratadas por el varón en los
hogares de Galilea. No puede bendecir una estructura que
genere superioridad del varón y sometimiento de la mujer.
Después de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar con la
Biblia o el Evangelio nada que promueva discriminación,
exclusión o sumisión de la mujer.

En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida


exclusivamente a los varones para que renuncien a su
“dureza de corazón” y promuevan unas relaciones más
justas e igualitarias entre varón y mujer. ¿Dónde se
escucha hoy este mensaje?, ¿cuándo llama la Iglesia a los
varones a esta conversión?, ¿qué estamos haciendo los
seguidores de Jesús para revisar y cambiar
comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van
claramente en contra de la voluntad original de Dios al
crear al varón y a la mujer?

CRISTIANOS DIVORCIADOS

Lo que Dios ha unido…

En nuestras parroquias hay cada vez más personas que,


una vez fracasado su primer matrimonio, se han vuelto a
unir civilmente o han formado una pareja de hecho. La
realidad es compleja y delicada. Separación y divorcio son
experiencias que generan casi siempre lucha interior y
sufrimiento y, muchas veces, soledad e incomprensión.

Muchos de ellos no se sienten queridos ni comprendidos


por la comunidad cristiana, no obstante, las afirmaciones
en contra de los documentos oficiales del Magisterio. No
es sólo la disciplina canónica de la Iglesia la que les hace
sufrir. Es también la actitud que, a veces, perciben en su
entorno cristiano. ¿Qué decir?

Antes que nada, hemos de recordar que ser fieles a la


enseñanza de Jesús sobre el amor conyugal único, fiel e
indisoluble, no ha de significar nunca dejar de seguir su
actitud de comprensión y misericordia hacia todos y, de
manera particular, hacia los que más sufren. La primera
actitud del cristianismo ante estas parejas ha de ser de
respeto, cercanía y amistad. No hay razón alguna, ni
religiosa ni moral, para adoptar otra postura diferente,
contraria al amor.

La comunidad cristiana no los debe marginar ni excluir de


su seno. Al contrario, como dice Juan Pablo II, se les ha
de ayudar a “que no se consideren separados de la Iglesia
pues pueden y deben, en cuanto bautizados, participar en
su vida” (Familiaris Consortio, n. 84). No puede ser otra
la postura de una Iglesia que proclama y se sabe ella
misma aceptada por su Señor a pesar de sus errores y sus
pecados.

Hemos de comprender el desgarro interior de quienes se


sienten profundamente cristianos y no pueden salir ya de
manera razonable de la situación en que se encuentran. Les
resulta difícil sintonizar con una Iglesia que no aprueba
oficialmente su unión actual. Necesitan percibir en
nosotros actitudes y gestos que los hagan sentirse
acogidos.

Sobre todo, no olvidemos nunca lo más importante. En


esas parejas está Dios buscando siempre su bien. Nosotros
podemos encerrarnos en nuestros juicios y condenas;
podemos seguir sin comprender los errores y las culpas
que los han conducido hasta el divorcio. Una cosa es
segura. Dios sigue escribiendo su propia historia de amor
con ellos por caminos que a nosotros se nos escapan.

SEPARADOS, PERO PADRES

Lo que Dios ha unido…

Durante estos años he podido compartir de cerca el duro


camino de la separación de esposos que un día se quisieron
de verdad. Los he visto sufrir, dudar y también luchar por
un amor ya desaparecido. Los he visto soportar los
reproches, la incomprensión y el distanciamiento de
quienes parecían sus amigos. Junto a ellos he visto también
sufrir a sus hijos.

No es del todo cierto que la separación de los padres cause


un trauma irreversible a los hijos. Lo que les hace daño es
el desamor, la agresividad o el miedo que, a veces,
acompaña a una separación cuando se realiza de forma
poco humana.

Nunca se debería olvidar que los que se separan son los


padres, no los hijos. Estos tienen derecho a seguir
disfrutando de su padre y de su madre, juntos o separados,
y no tienen por qué sufrir su agresividad ni ser testigos de
sus disputas y litigios.

Por ello mismo, no han de ser coaccionados para que


tomen partido por uno u otro. Tienen derecho a que sus
padres mantengan ante ellos una postura digna y de mutuo
respeto sin denigrar nunca la imagen del otro; a que no los
instrumentalicen para obtener información sobre su
conducta; a que no los utilicen como “armas arrojadizas”
en sus combates.

Es mezquino, por otra parte, chantajear a los hijos para


ganarse su cariño con regalos o conductas permisivas. Al
contrario, quien busca realmente el bien del niño le facilita
el encuentro y la comunicación con el padre o la madre ya
que no vive con él.

Los hijos tienen, además, derecho a que sus padres se


reúnan para tratar de temas referentes a su educación y
salud, o para tomar decisiones sobre aspectos importantes
para su vida. La pareja no ha de olvidar que, aun estando
separados, siguen siendo padres de unos hijos que los
necesitan.

Conozco los esfuerzos que hacen no pocos separados para


que sus hijos sufran lo menos posible las consecuencias
dolorosas de la separación. No siempre es fácil ni para
quien se queda con la custodia de los hijos (qué agotador
ocuparse a solas de su cuidado), ni para quien ha de vivir
en adelante separado de ellos (qué duro sentir su vacío).
Estos padres necesitan, en más de una ocasión, un apoyo,
compañía o ayuda que no siempre encuentran en su
entorno, su familia, sus amigos o su Iglesia.

Curiosamente, en el texto evangélico de hoy, el redactor ha


unido dos episodios diferentes: la enseñanza de Jesús sobre
la indisolubilidad del matrimonio y su acogida a los niños
en contra de la reacción de sus discípulos.

ANTE LOS DIVORCIADOS

Lo que Dios ha unido…

Los cristianos no podemos cerrar los ojos ante un hecho


profundamente doloroso. Los divorciados no se sienten, en
general, comprendidos por la Iglesia ni por las
comunidades cristianas. La mayoría solo percibe una
dureza disciplinar que no llegan a entender. Abandonados
a sus problemas y sin la ayuda que necesitarían, no
encuentran en la Iglesia un lugar para ellos.

No se trata de poner en discusión la visión cristiana del


matrimonio, sino de ser fieles a ese Jesús que, al mismo
tiempo que defiende la indisolubilidad del matrimonio, se
hace presente a todo hombre o mujer ofreciendo su
comprensión y su gracia precisamente a quien más las
necesita. Este es el reto. ¿Cómo mostrar a los divorciados
la misericordia infinita de Dios a todo ser humano? ¿Cómo
estar junto a ellos de manera cristiana?

Antes que nada, hemos de recordar que los divorciados


que se han vuelto a casar civilmente siguen siendo
miembros de la Iglesia. No están excomulgados; no han
sido expulsados de la Iglesia. Aunque algunos de sus
derechos queden restringidos, forman parte de la
comunidad y han de encontrar en los cristianos la
solidaridad y comprensión que necesitan para vivir su
difícil situación de manera humana y cristiana.

Si la Iglesia les retira el derecho a recibir la comunión es


porque “su estado y condición de vida contradicen
objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia,
significada y actualizada en la Eucaristía” (Familiaris
consortio, n. 84). Pero esto no autoriza a nadie a
condenarlos como personas excluidas de la salvación ni a
adoptar una postura de desprecio o marginación.

Al contrario, el mismo Juan Pablo II exhorta a los


responsables de la comunidad cristiana “a que ayuden a los
divorciados cuidando, con caridad solícita, que no se
sientan separados de la Iglesia, pues pueden e incluso
deben, en cuanto bautizados, tomar parte en su vida”
(Familiaris consortio, n. 84). Como todos los demás
cristianos, también ellos tienen derecho a escuchar la
Palabra de Dios, tomar parte en la asamblea eucarística,
colaborar en diferentes obras e iniciativas de la comunidad,
y recibir la ayuda que necesitan para vivir su fe y para
educar cristianamente a sus hijos.
Es injusto que una comprensión estrecha de la disciplina
de la Iglesia y un rigorismo que tiene poco que ver con el
espíritu cristiano nos lleven a marginar y abandonar
incluso a personas que se esforzaron sinceramente por
salvar su primer matrimonio, que no tienen fuerzas para
enfrentarse solos a su futuro, que viven fielmente su
matrimonio civil, que no pueden rehacer en manera alguna
su matrimonio anterior o que tienen adquiridas nuevas
obligaciones morales en su actual situación.

En cualquier caso, a los divorciados que os sintáis


creyentes solo os quiero recordar una cosa: Dios es
infinitamente más grande, más comprensivo y más amigo
que todo lo que podáis ver en nosotros los cristianos, y los
hombres de Iglesia. Dios es Dios. Cuando nosotros no os
entendemos, él os entiende. Confiad siempre en él.

ANTES DE SEPARARSE

Lo que Dios ha unido…

Hoy se habla cada vez menos de fidelidad. Basta escuchar


ciertas conversaciones para constatar un clima muy
diferente. “Hemos pasado las vacaciones cada uno por su
cuenta”. “Mi marido tiene un ligue, me costó aceptarlo,
pero ¿qué podía hacer?”. “Es que sólo con mi marido me
aburro”.

Algunas parejas consideran que el amor es algo


espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se
enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable.
Entonces lo mejor es separarse “de manera civilizada”.
No todos reaccionan así. Hay parejas que se dan cuenta de
que ya no se aman, pero no por eso desean separarse, sin
que puedan explicarse exactamente por qué. Sólo se
preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación.

Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su


matrimonio y se sienten tan atraídos por esa nueva relación
que no quieren verse privados de ella. No quieren perderse
nada. Ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial.
Pero no saben cómo navegar entre ambos.

Las situaciones son muchas y, con frecuencia, muy


dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y
humillación. Esposos que se aburren en una relación
insoportable. Niños tristes que sufren el desamor de sus
padres.

Estas parejas no necesitan ahora una receta para salir de su


situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les
podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para
vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación. Sin
embargo, puede ser oportuno recordar algunos pasos
fundamentales que siempre es necesario dar.

Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay que esclarecer


la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive
cada uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese
malestar creciente. Descubrir lo que no funciona. Poner
nombre a tantos agravios mutuos que se han ido
acumulando sin ser nunca elucidados.

Pero el diálogo no basta. Estas situaciones no se resuelven


sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se
encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto
se agrava, los ánimos se crispan y lo que un día fue amor
se convierte en odio secreto y mutua destrucción.

Hay que recordar también que el amor se vive en la vida


ordinaria y repetida de lo cotidiano. Es pura ilusión querer
escapar de ello. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada
sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja,
dan consistencia real al amor.

La frase de Jesús: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el


hombre” tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la
ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en
la vida de cada día.

DIVORCIO

Lo que Dios ha unido...

Han pasado ya algunos años desde que se introdujo la ley


divorcista en nuestro país. Se acallaron las controversias
públicas y los debates en torno a su legalización. El
divorcio es ya práctica aceptada socialmente.

Pero es ahora tal vez cuando la experiencia de estos años


nos permite una reflexión más serena.

Sería poco honesto negar que el divorcio ha sido una


“solución”, sobre todo, para situaciones insostenibles que
venían de atrás y en las que estaban implicados con
frecuencia hombres y mujeres que no comparten la fe
cristiana.
Pero la ley divorcista no puede hacernos olvidar que el
divorcio sigue siendo un hecho lamentable tras el cual se
descubre siempre la existencia de un error, una
equivocación o una infidelidad.

Tal vez uno de nuestros mayores riesgos es el de ir


cambiando poco a poco la valoración de las cosas. Al
escuchar hoy a ciertas parejas jóvenes da la impresión de
que para ellos lo importante es tener la posibilidad de
divorciarse, cuando lo verdaderamente importante y
decisivo es que los esposos aspiren a quererse con plenitud
y autenticidad.

Incluso el que no comparte la visión evangélica del


matrimonio ha de reconocer que en todo amor verdadero
se encierra una nostalgia de permanencia y una exigencia
de fidelidad. El divorcio no podrá ser nunca meta o ideal
del matrimonio. Lo ideal será siempre que nada ni nadie
destruya el amor y la fidelidad de la pareja.

Es de suponer que nadie va al matrimonio con la ilusión de


poder constatar un día que aquel amor ha desaparecido y la
convivencia ya no es posible. Pero la legitimación social
del divorcio puede conducir a más de uno a entender el
amor conyugal como un compromiso pasajero que se
utiliza mientras sirve o interesa.

Corremos así el riesgo de que el divorcio se vaya


convirtiendo en una solución a la que se acude cada vez
con más facilidad y ligereza en cuanto aparece la menor
dificultad o cansancio, sin hacer esfuerzo alguno por lograr
una armonía mayor o la reconciliación.
Por otra parte, no hemos de olvidar que en la raíz de
bastantes divorcios hay sencillamente infidelidad. Una
curiosa moral progresista está inculcando hoy a los
ciudadanos que no deben engañar a Hacienda, pero pueden
engañar a su mujer. No se puede traicionar al partido, pero
se puede traicionar al cónyuge.

No es ése ciertamente el camino más acertado para


construir una convivencia más humana y feliz. Si el
divorcio ha podido “resolver” algunas situaciones difíciles,
no es menos cierto que ha provocado el sufrimiento de
muchos esposos y sobre todo, esposas que han sido
abandonadas por su cónyuge y han quedado destrozados
para siempre.

ANTE LOS MATRIMONIOS ROTOS

“Lo que Dios ha unido… “

Son cada vez más los creyentes que, de una manera o de


otra, se hacen hoy la pregunta: ¿Qué actitud adoptar ante
tantos hombres y mujeres, muchas veces amigos y
familiares nuestros, que han roto su primera unión
matrimonial y viven en la actualidad en una nueva
situación considerada por la Iglesia como irregular?

No se trata de rechazar ni de discutir la doctrina de la


Iglesia, sino de ver cuál ha de ser nuestra postura
verdaderamente cristiana ante estas parejas unidas por un
vínculo que la Iglesia no acepta.

Son muchos los cristianos que, por una parte, desean


defender honradamente la visión cristiana del matrimonio,
pero, por otra, intuyen que el evangelio les pide adoptar
ante estas parejas una actitud que no se puede reducir a una
condena fácil.

Antes que nada, tal vez hemos de entender con más


serenidad la posición de la Iglesia ante el divorcio y ver
con claridad que la defensa de la doctrina eclesiástica
sobre el matrimonio no ha de impedir nunca una postura
de comprensión, acogida y ayuda.

Cuando la Iglesia defiende la indisolubilidad del


matrimonio y prohíbe el divorcio, fundamentalmente
quiere decir que, aunque unos esposos hayan encontrado
en una segunda unión un amor estable, fiel y fecundo, este
nuevo amor no puede ser aceptado en la comunidad
cristiana como signo y sacramento del amor indefectible
de Cristo a los hombres.

Pero esto no significa que necesariamente hayamos de


considerar como negativo todo lo que los divorciados
viven en esa unión no sacramental, sin que podamos
encontrar nada positivo o evangélico en sus vidas.

Los cristianos no podemos rechazar ni marginar a esas


parejas, víctimas muchas veces de situaciones
enormemente dolorosas, que están sufriendo o han sufrido
una de las experiencias más amargas que pueden darse: la
destrucción de un amor que realmente existió.

¿Quiénes somos nosotros para considerarlos indignos de


nuestra acogida y nuestra comprensión? ¿Podemos adoptar
una postura de rechazo sobre todo hacia aquellos que,
después de una trayectoria difícil y compleja, se
encuentran hoy en una situación de la que difícilmente
pueden salir sin grave daño para otra persona y para unos
hijos?

Las palabras de Jesús: “Lo que Dios ha unido, no lo separe


el hombre” nos invitan a defender sin ambigüedad la
exigencia de fidelidad que se encierra en el matrimonio.
Pero esas mismas palabras, ¿no nos invitan también de
alguna manera a no introducir una separación y una
marginación de esos hermanos y hermanas que sufren las
consecuencias de un primer fracaso matrimonial?

DESPUES DEL DIVORCIO

No son dos, sino una sola carne.

Ya tenemos el divorcio. Ya contamos con una solución


jurídica para tantas situaciones de fracaso y ruptura
matrimonial. Y ahora, ¿qué?

La legalización del divorcio civil fue ocasión de


interminables polémicas y enfrentamientos. Desde quienes
lo defendían como un derecho radical de la persona hasta
quienes querían imponer la disciplina católica a toda la
sociedad.

Hoy las voces se han vuelto a callar. Da la impresión de


que a bastantes les interesaba más la defensa de una
determinada ideología que la realidad cotidiana y trágica
de tantos fracasos matrimoniales.

Porque es una ingenuidad pensar que con el divorcio


tenemos ya “la solución para el desamor”. El fracaso
matrimonial no es siempre ni solamente un problema
jurídico que se puede resolver con leyes. Es un problema
personal, emocional, síquico, de raíces y consecuencias
muy hondas.

Por eso, es precisamente ahora cuando nos tenemos que


preguntar qué podemos hacer para ayudar a los hombres y
mujeres de hoy a vivir su amor conyugal.

No basta defender teóricamente la indisolubilidad


matrimonial y predicar a los católicos que no pueden
acogerse a la ley del divorcio.

Tenemos que preguntarnos qué ayuda puede ofrecer la


comunidad creyente a tantos esposos que fracasan en su
matrimonio por una elección inadecuada de cónyuge, por
un deterioro de su comunicación o sencillamente por su
“pecado”.

Tenemos que plantearnos cómo estar más cerca de los


matrimonios rotos. Independientemente de soluciones
jurídicas, una ruptura que no vaya precedida y acompañada
de un análisis serio, de un replanteamiento de las actitudes
personales y de un redescubrimiento del proyecto
matrimonial, corre el riesgo de llevar a los esposos a
nuevos fracasos y frustraciones.

Pero, hay algo más. El amor es algo que hay que aprender
día a día. Un arte que requiere tiempo, paciencia, fe,
reflexión y conversión personal.

En una sociedad donde el interés egoísta se ha convertido


en principio orientador de las conductas, y donde la
satisfacción de todo deseo parece ser la meta de la vida,
¿dónde aprender a convivir desde el amor?
¿No pueden las comunidades cristianas ofrecer un marco
en el que los esposos cristianos puedan encontrarse para
descubrir juntos la luz, la fuerza y el aliento que necesitan
para alimentar y acrecentar su amor conyugal?

Lectura
a) Clave de lectura:

En el texto que la liturgia pone ante nosotros, Jesús da


consejos sobre la relación entre el hombre y la mujer y
sobre las madres y los niños. En aquel tiempo mucha gente
era excluida y marginada. Por ejemplo, en la relación entre
hombre y mujer existía el machismo. La mujer no podía
participar, no había igualdad de derecho entre los dos. En
la relación con los niños, los “pequeños”, existía un
“escándalo” que era la causa de la pérdida de la fe de
muchos de ellos (Mc 9,42). En la relación entre hombre y
mujer, Jesús pide el máximo de igualdad. En la relación
entre las madres y los niños, él pide la máxima acogida y
ternura.

b) Una división del texto para ayudar en la lectura:

Marcos 10,1: Indicación geográfica;


Marcos 10,2: La pregunta de los fariseos sobre el divorcio;
Marcos 10,3-9: Discusión entre Jesús y los fariseos sobre el
divorcio;
Marcos 10,10-12: Conversación entre Jesús y los discípulos
sobre el divorcio;
Marcos 10,13-16: Jesús pide ternura y acogida para con las
madres y los niños
Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
a) ¿Cuál es el punto que te gustó más o llamó más la
atención?
b) ¿Cuál es la situación de la mujer que aparece en el
texto?
c) ¿Cómo desea Jesús la relación entre el hombre y la
mujer?
d) ¿Cuál es la preocupación de las madres que traen a los
niños ante Jesús?
e) ¿Cuál es la reacción de Jesús?
f) ¿Qué enseñanza se saca para la vida sobre los niños?

Una clave de lectura


para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.

a) Comentario:

Marcos 10,1: Una indicación geográfica.


El autor del Evangelio de Marcos tiene la costumbre de
situar el acontecimiento con éstas y otras breves
informaciones geográficas, dentro del conjunto de la
narración. Después, para el que escucha una larga narración
sin tener el libro en las manos, tales informaciones
geográficas ayudan en la comprensión de la lectura. Son
como postes o hitos que sustentan el hilo de la narración.
Es muy común en Marcos dar información: “Jesús
enseñaba” (Mc 1,22.39; 2,2.13; 4,1; 6,2.6.34).

Marcos 10,1-2: La pregunta de los fariseos sobre el


divorcio.
La pregunta es maliciosa. Trata de poner a Jesús a prueba:
“¿Es lícito al marido repudiar a su mujer?” Señal de que
Jesús tenía una opinión diferente, pues de lo contrario los
fariseos no le preguntarían sobre este tema. No preguntan
si es lícito a la esposa repudiar al marido. Esto no pasaba
por su cabeza. Señal clara de una fuerte dominación
masculina y de marginación de la mujer en la convivencia
social de aquella época.

Marcos 10,3-9: La respuesta de Jesús: el hombre no puede


repudiar a la mujer.
En vez de responder, Jesús pregunta: “¿Qué dice la Ley de
Moisés?” La Ley permitía al hombre escribir una carta de
divorcio y repudiar a su mujer (Dt 24,1). Esta permisión
revela un machismo. El hombre podía repudiar a su mujer,
pero la mujer no tenía este mismo derecho. Jesús explica
que Moisés actuó así a causa de la dureza de corazón del
pueblo, pero la intención de Dios era otra cuando creó al
ser humano. Jesús vuelve al proyecto del Creador (Gén
21,27 y Gén 2,24) y niega al hombre el derecho de repudiar
a su mujer. Echa por tierra el derecho del hombre frente a la
mujer y pide el máximo de igualdad.

Marcos 10,10-12: Igualdad hombre y mujer.


En casa, los discípulos le hacen preguntas sobre este
mismo tema del divorcio. Jesús extrae conclusiones y
reafirma la igualdad de derechos y deberes entre el hombre
y la mujer. El evangelio de Mateo (cf. Mt 19,10-12) aclara
una pregunta de los discípulos sobre este tema.
Ellos dicen: “«Si tal es la condición del hombre respecto de
su mujer, no trae cuenta casarse”.
Prefieren no casarse, antes que casarse sin el privilegio de
continuar mandando sobre la mujer. Jesús va hasta el
fondo de la cuestión. Pone tres casos en los cuales una
persona no se puede casar: (1) impotencia, (2) castración y (3)
a causa del Reino. Sin embargo, no casarse porque alguien
no quiere perder el dominio sobre la mujer, esto
¡es inadmisible en la Nueva Ley del Amor! Tanto el
matrimonio como el celibato, deben estar al servicio del
Reino y no al servicio de intereses egoístas. Ninguno de
los dos puede ser un motivo para mantener el dominio
machista del hombre sobre la mujer. Jesús propone un
nuevo tipo de relación entre los dos. No permite el
matrimonio en el que el hombre pueda mandar sobre la
mujer, o viceversa.

Marcos 10,13: Los discípulos impiden acercarse a las


madres con sus niños.
Algunas personas trajeron a los niños para que Jesús los
tocase. Los discípulos tratan de impedírselo. ¿Por qué se lo
impiden? El texto no lo aclara. Según las costumbres
rituales de la época, los niños pequeños junto con sus
madres, vivían en un estado casi permanente de impureza
legal. ¡Jesús quedaría impuro si los tocaba! Probablemente,
los discípulos quieren impedir que los toque para que Jesús
no quede impuro.

Marcos 10,14-16: Jesús reprende a los discípulos y acoge a


los niños.
La reacción de Jesús enseña lo contrario: “¡Dejad que los
niños vengan a mí! ¡No se lo impidáis!” El abraza a los
niños, se los acerca y pone las manos sobre ellos. Cuando se
trata de acoger a personas y promover la fraternidad, a Jesús
no le importan las leyes de pureza legal, no tiene miedo de
transgredirlas. Su gesto nos trae una enseñanza: “Quien no
recibe el Reino de Dios como niño, ¡no puede entrar en
él!” ¿Qué significa esta frase? 1) Un niño recibe todo de
los padres. Él no merece lo que recibe, sino que vive del
amor gratuito. 2) Los padres reciben los hijos como un don
de Dios y cuidan de ellos con cariño. La preocupación de
los padres ¡no es dominar sobre los hijos, sino amarlos y
educarlos para que se realicen!
b) Ampliando las informaciones para poder entender
el texto

• Jesús acoge y defiende la vida de los pequeños


Jesús insiste varias veces en la acogida que se debe dar a
los pequeños, a los niños. “Quien acoge a uno de estos
pequeños en mi nombre, me acoge a mí” (Mc 9,37). Quien
dé un vaso de agua a una de estos pequeños, no perderá su
recompensa (Mt 10,42). Él pide no despreciar a los pequeños
(Mt 18,10). En el juicio final los justos serán recibidos
porque dieron de comer a “uno de estos más pequeños” (Mt
25,40).
En los evangelios, la expresión “pequeños” (en griego se
dice elachistoi, mikroi o nepioi), algunas veces indica
“niño”, otras, los sectores excluidos de la sociedad. No es
fácil discernir. Algunas veces, el que es “pequeño” en el
evangelio es el “niño”, y no otro. El niño pertenecía a la
categoría de los “pequeños”, de los excluidos. Dicho esto,
no siempre es fácil discernir lo que viene del tiempo de
Jesús y lo que viene del tiempo de las comunidades para
que fuera escrito en los evangelios. A pesar de esto, lo que
resulta claro es el contexto de exclusión que regía en la
época y la imagen que tenían de Jesús las primeras
comunidades: Jesús se coloca del lado de los pequeños, de
los excluidos, y asume su defensa. Impresiona cuando se
ve todo lo que Jesús hizo en defensa de la vida de los niños,
de los pequeños:
Acoger y no escandalizar. Es una de las palabras más
duras de Jesús contra aquéllos que causan escándalo a los
pequeños, o sea, que sean motivo para que los pequeños
dejen de creer en Dios. Para éstos, mejor les sería tener una
piedra de molino atada al cuello y ser arrojados a lo
profundo del mar (Mc 9,42; Lc 17,2; Mt 18,6) Acoger y tocar.
Las madres con sus niños en brazos se acercan a Jesús para
pedir una bendición. Los apóstoles tratan de apartarlas.
¡Tocar significaba contraer impureza! Jesús no se
incomoda como ellos. Corrige a los discípulos y acoge a
las madres y a los niños. Los toca y les da un abrazo.
“¡Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis!” (Mc
10,13- 16; Mt 19,13-15).
Identificarse con los pequeños. Jesús se identifica con los
niños. El que recibe a un niño, “a mí me recibe” (Mc 9,37).
“Todo lo que hiciéreis a uno de estos más pequeños,
conmigo lo hicísteis” (Mt 25,40).
Volverse como un niño. Jesús pide que los discípulos se
vuelvan como niños y acepten el Reino como un niño. Sin
esto, es imposible entrar en el Reino de Dios (Mc 10,15; Mt
18,3; Lc 9,46-48). ¡Hace que un niño sea el profesor de los
adultos! Lo que no era normal. Estamos acostumbrados a lo
contrario.
Defender el derecho del que grita. Cuando Jesús entró en el
templo y derribó las mesas de los cambistas, eran los niños
los que más gritaban. “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt
21,15).
Criticado por los jefes de los sacerdotes y por los escribas,
Jesús los defiende y en su defensa cita las Escrituras (Mt
21,16).
Agradecer por el Reino presente en los pequeños. La
alegría de Jesús es grande cuando percibe que los niños,
los pequeños, han comprendido las cosas del Reino que él
anunciaba al pueblo. “¡Te doy gracias, Padre!” (Mt 11,25-
26) ¡Jesús reconoce que los pequeños entienden mejor las
cosas del Reino que los doctores!
Acoger y curar. Son muchos los niños y jóvenes que Él
acoge, cura o resucita: la hija de Jairo de 12 años (Mc 5,41-
42), la hija de la mujer cananea (Mc 7,29-30), el hijo de la
viuda de Naím (Lc 7, 14-15), el pequeño epiléptico (Mc 9,25-
26), el hijo del Centurión (Lc 7,9-10), el hijo del funcionario
público (Jn 4,50), el pequeño de los cinco panes y de los
peces (Jn 6,9).

• El contexto en el que se encuentra nuestro texto dentro


del Evangelio de Marcos
Nuestro texto (Mc 10,1-16) forma parte de una larga
instrucción de Jesús a sus discípulos (Mc 8,27 a 10,45). Al
comienzo de esta instrucción, Marcos sitúa la curación del
ciego anónimo de Betsaida en Galilea (Mc 8,22-26); al final,
la curación del ciego Bartimeo de Jericó en Judea (Mc
10,46-52). Las dos curaciones son símbolo de lo que ocurría
entre Jesús y los discípulos. También estaban ciegos los
discípulos que “teniendo ojos, no veían” (Mc 8,18).
Necesitaban recuperar la vista; debían abandonar la
ideología que les impedía ver claro; debían aceptar a Jesús
tal como Él era y no como ellos querían que fuese. Esta
larga instrucción tiene como objetivo curar la ceguera de
los discípulos. Es como una pequeña cartilla, una especia
de catecismo, con frases del mismo Jesús. El siguiente
gráfico presenta el esquema de la instrucción:

Curación de un ciego 8,22-26


1° anuncio 8,27-38
Instrucciones a los discípulos sobre Mesías Siervo 9,1-29
2º anuncio 9,30-37
Instrucciones a los discípulos sobre la conversión 9,38 a
10,31
3º anuncio 10,32-45
Curación del ciego Bartimeo 10,46-52
Como se puede ver en el gráfico, la instrucción consta de
tres anuncios de la Pasión: Mc 8,27-38; 9,30-37; 10,32-45.
Entre el primero y el segundo hay una serie de
instrucciones para ayudar a comprender que Jesús es el
Mesías Siervo (Mc 9,1-29). Entre el segundo y el tercero,
una serie de instrucciones que aclaran la conversión que
debe darse en los distintos niveles de la vida de los que
aceptan a Jesús como Mesías Siervo (Mc 9,38 a 10,31). El
conjunto de la instrucción tiene como fondo la marcha
desde Galilea hasta Jerusalén. Desde el comienzo hasta el
final de esta larga instrucción, Marcos dice que Jesús está
en camino hacia Jerusalén (Mc 8,27; 9,30.33; 10,1.17.32), donde
encontrará la cruz.
Cada uno de los tres anuncios de la pasión está
acompañado de gestos y palabras de incomprensión por
parte de los discípulos (Mc 8,32; 9,32-34; 10,32-37), y de
palabras de orientación por parte de Jesús, que comentan la
falta de comprensión de los discípulos y enseñan cómo
deben comportarse (Mc 8,34-38; 9,35-37; 10,35-45). La
comprensión plena del seguimiento de Jesús no se obtiene
por la instrucción teórica, sino por un compromiso
práctico, caminando con Él por el camino del servicio,
desde la Galilea hasta Jerusalén. Aquel que desee mantener
la idea de Pedro, esto es, la de un Mesías glorioso sin cruz
(Mc 8,32-33), no entenderá nunca, jamás llegará a tener la
auténtica actitud del verdadero discípulo. Continuará
ciego, viendo a la gente como árboles (Mc 8,24). Sin cruz
es imposible comprender quién es Jesús y lo que significa
seguir a Jesús. El camino del seguimiento es un camino de
entrega, de abandono, de servicio, de disponibilidad, da
aceptación del conflicto, sabiendo que habrá una
resurrección. La cruz no es un accidente casual, sino una
parte de este camino. En un mundo organizado a partir del
egoísmo, ¡el amor y el servicio sólo pueden existir
crucificados!
El que hace de su vida un servicio a los otros, incomoda a
los que viven atados a los privilegios, y sufre.
ALESSANDRO PRONZATO
La pregunta de los fariseos es capciosa y sólo tiene el
objetivo de poner a Jesús a prueba. La trampa podía
consistir en obligarle a declararse a favor de una de las
escuelas rabínicas que estaban encontradas en esta materia,
o hacerle caer en desgracia ante Herodes Antipas -como le
había sucedido a Juan Bautista- por el episodio "candente"
del repudio de su mujer legítima.
El divorcio estaba generalmente admitido en el judaísmo.
La discusión quedaba abierta en los motivos que le podían
autorizar. La iniciativa, salvo rarísimas excepciones,
pertenecía siempre al marido. La gama de razones era
bastante amplia. Iba desde los casos más fútiles (la mujer
que dejaba quemar la comida), para pasar a través de los
que se consideraban como atentados a la moral del tiempo
(la mujer que salía sin el tradicional velo calado sobre la
cara, o que se entretenía en la calle a hablar con todos o
que se ponía a hilar en la vía pública), para llegar al caso
más grave, el adulterio. Solamente para esta última
situación no había prácticamente dudas acerca de la
posibilidad e incluso el deber del divorcio.
Para los demás casos, las posiciones eran muy distintas. El
texto fundamental era una disposición sancionada por el
Deuteronomio (24, 1-4). Especialmente la expresión -
"...porque descubre en ella algo vergonzoso" - daba origen
a la controversia. Se enfrentaban dos escuelas que tenían
por jefes a dos rabinos prestigiosos, Shammai (casi
rigorista, y esta línea severa tutelaba, sobre todo, la
dignidad de la mujer contra el arbitrio del marido) y Hillel
(que adoptaba una actitud más permisiva, que de hecho
desembocaba en la facilonería y legitimaba toda clase de
pretextos, incluso los caprichos del marido).
La única restricción para un divorcio rápido era establecida
por... el dinero. En efecto, el hombre, además de conceder
el libelo de repudio, estaba obligado a dar a la mujer una
suma establecida en el contrato matrimonial.
En el caso de que no tuviera esta posibilidad financiera,
para... resarcirlo del inconveniente de tener que soportar
una mujer desagradable, se le consentía llevar a casa otra
mujer. Así se verificaban no pocos casos de poligamia.
Jesús no se deja envolver en una casuística tediosa. En
relación a aquella "concesión" de Moisés, Jesús precisa
que aquella permisión que ellos interpretaban como una
conquista, como un signo de benevolencia divina para
ellos, en realidad sería un inquietante testimonio contra
ellos, porque se mostraban incapaces de vivir el amor en la
relación hombre-mujer como lo vive Dios en alianza
estrecha con su pueblo.
Por ello Jesús, saltando el legalismo de los fariseos, lleva
la cuestión "al principio del mundo" (v. 6) para encontrar
el proyecto de Dios en la relación hombre-mujer. De esta
forma les hace reflexionar sobre el hecho de que la
voluntad divina implica una unión muy estrecha entre los
sexos con la característica de indisolubilidad. "Luego lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (v. 9).
Parece que aquí el hombre no hay que entenderlo como
"legislador humano" o "autoridad judicial", sino que
indicaría al marido en su responsabilidad personal. "Detrás
de las imágenes Jesús se refiere a la relación personal. Es
una locura tratar este texto como una prescripción legal.
Sus palabras son espirituales y, por tanto, las más
vinculantes; pero su aplicación es dejada a la conciencia
cristiana iluminada" (V. Taylor).
Podemos sintetizar así la posición del Maestro:
1. Superación del legalismo. Tanto del permisivo como del
restrictivo. Jesús no ha venido ni para ampliar ni para
restringir la ley, sino para abrir horizontes. Saltando
decididamente el aspecto jurídico, lleva el debate a su
verdadero horizonte: la intención fundamental del Creador.
2. Jesús rechaza también el ponerse en un plano que
entienda el matrimonio fundamentalmente como un
contrato, donde todo es cuestión de obligaciones, dar y
recibir, propiedad, derechos, razones más o menos válidas.
Él se coloca en el plano de la dignidad de la persona y de
la seriedad del amor. No duda en definir como "adulterio"
la ruptura de una relación y de un "pacto", que no tienen
nada de contrato, sino que deben producir el esquema de
alianza de Dios con su pueblo, y constituir por ello una
comunidad estable, a pesar de las distintas contingencias.
3. Pero en todo el discurso de Jesús me parece poder captar
esencialmente una oferta. Moisés había ofrecido una
derogación, una concesión. El ofrece una posibilidad.
Precisamente él, que parece más exigente, en realidad es
más abierto. Abierto en dirección de las posibilidades del
hombre. La posibilidad que se ofrece es precisamente la de
volver al proyecto inicial de Dios, a pesar de la fragilidad y
debilidad humanas. La vuelta "al principio, a la fuente, no
es sencillamente una llamada para descubrir la voluntad
originaria de Dios, sino a encontrar en él aquella fuerza
que el hombre no puede obtener por sí mismo. (...)
La posición de Jesús, hoy sería definida "intransigente". En
realidad, él no pide prolongar una relación puramente
exterior, mantener en pie una fidelidad-como-soga-al-
cuello, vacía de contenido y de alegría. Exige un
compromiso que, al referirse a Dios, encuentra la luz y la
fuerza para superar todos los elementos disgregadores,
para soldar las roturas, para encontrar la frescura de un don
que representa un desafío a lo provisional.
Lo que pretende es una fidelidad creativa, no cansinamente
repetitiva. Una fidelidad que se inserte en la línea del
amor, no de la ley; en la línea de la alianza, no del
contrato-comercio.
Una fidelidad portadora de valores actuales, no de gestos
vacíos. Jesús, en el fondo, más que pedir continuar, pide
re-comenzar. La posibilidad que ofrece no es ciertamente
la de apuntalar un edificio en ruinas, sino la de
reconstruirlo. Sí, Jesús es intransigente. No puede no serlo.
Porque está de parte de la libertad.

Ciertamente los lazos se atenúan y se desgastan. Las


motivaciones iniciales "ya no valen". La costumbre hace
cansino el paso y nivela la realidad. Las dificultades son
reales. Nos cansamos. También Dios ha conocido
dificultades parecidas en su relación con el hombre. Ha
ocurrido algo grave. También Dios se ha cansado del
hombre. Y precisamente cuando no podía más, ha decidido
terminar. Y ha venido a buscar al hombre... Este es el
estilo de Dios.
Cuando la distancia es demasiada, cuando entre los dos no
hay ya nada en común, Dios decide abolir las distancias,
rompe su clausura divina y viene a plantar su tienda en
medio de nosotros.
¿Quién no ha dicho alguna vez "así no se puede seguir",
"en estas condiciones es imposible continuar"? Y nos
paramos. Dios, en cambio, precisamente entonces da el
paso decisivo con relación al hombre. Con la encarnación
Jesús no viene a traernos a domicilio el "libelo de
repudio", sino el "gozoso anuncio" de su amor incurable
por el hombre.

EL MATRIMONIO ES EL ÁMBITO IDEAL PARA


EL DESARROLLO HUMANO
Fray Marcos
Mc 10, 2-16
Sigue el evangelio en el contexto de la subida a Jerusalén y
la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos,
no es verosímil, ya que el divorcio estaba admitido por
todos. Lo que se discutía acaloradamente eran los motivos
que podían justificar un divorcio.

En el texto paralelo de Mateo dice: ¿Es lícito repudiar...


por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que
buscaban los fariseos es meter a Jesús en las discusiones
de escuela. Al simplificar la pregunta, Marcos está
preparando la respuesta, que no entra en las discusiones de
los rabinos, sino que da pautas para la comunidad en la que
se escribió.

EXPLICACIÓN

Los fariseos saben que la enseñanza de Jesús está en contra


de toda arbitrariedad que suponga opresión a la persona.
La permisividad de Moisés en esta materia, favorecía un
machismo que denigraba a la mujer, y conculcaba sus más
elementales derechos; por eso, podían sospechar que su
respuesta no iba a estar de acuerdo con él.

Marcos habla para un mundo romano, por eso se desmarca


del ambiente judío y al final, habla de la posibilidad de que
la mujer se divorcie de su marido, cosa impensable en el
ámbito judío.

Al remitir al "principio", Jesús está manifestando que la


Ley no tiene valor absoluto. Lo único absoluto es la
persona y su desarrollo como tal. Toda norma, todo
precepto, todo mandamiento, aunque se promulgue en
nombre de Dios, solo es un intento de hacer visible esa
voluntad de Dios.

Jesús va directamente a la esencia del problema, tratando


de descubrir las exigencias más profundas del ser humano
(voluntad de Dios). Dios manifiesta su "voluntad", al crear
cada cosa, no imponiendo después obligaciones o
restricciones.

En casa, La respuesta es para los cristianos, y manifiesta la


doctrina de la comunidad: Repudio, divorcio y adulterio
son la misma cosa. Esta doctrina está a años luz del
pensamiento judío y nos advierte a nosotros del verdadero
problema de las relaciones matrimoniales.

Jesús va más allá de toda ley y trata de descubrir la raíz


antropológica del matrimonio (el proyecto de Dios) para
potenciar lo verdaderamente humano. El ser humano solo
puede desplegar su humanidad en compañía, y una estable
relación de pareja alcanza el grado más profundo posible
de relación humana.

APLICACIÓN

No se puede hablar de matrimonio sin hablar de


sexualidad; y no se puede hablar de sexualidad sin hablar
del amor y de la familia. Tenemos así los fundamentos, los
cuatro pilares sobre los que se construye la verdadera
humanidad.

Es decepcionante que en las materias que más pueden


afectar a la plenitud humana, la doctrina oficial no haya
avanzado ni un milímetro en los últimos siglos. Seguimos
proponiendo como "evangelio" lo que no es más que pura
ideología farisaica. La inmensa mayoría no hace ya caso a
las enseñanzas oficiales, pero los que hacen caso, caen en
una esquizofrenia deshumanizadora.

Los evangelios no nos dan la oportunidad de hablar de la


sexualidad porque no hablan nunca de ella. Hoy sería un
tema de primera magnitud, porque debería ser uno de los
pilares del equilibrio psicológico de todo ser humano. No
tenemos más que recordar las torturas que hemos padecido
todos por causa de enseñanzas exclusivamente represivas
que se nos han inculcado.

Bien encauzada se convierte en instrumento de humanidad.


Pero como el agua, si nos limitamos a retenerla con un
dique, terminará sobrepasándolo y haciendo estragos.

El matrimonio es el estado natural de un ser humano


adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más
potente y envolvente de todo ser humano.

Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado.


Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más
profundo que unos atributos biológicos. Cuánto
sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar todavía
hoy si se tiene esto en cuenta. La sexualidad es una actitud
vital instintiva que lleva al individuo a sentirse hombre o
mujer, a veces en contradicción con los mismos órganos.

Para desenmascarar la ideología y mitología que sigue


condicionando todo discurso sobre el tema, el mejor
camino sería compararlo con otro de los instintos más
fuertes, el comer. Los instintos consiguieron asegurar sus
objetivos por medio de mecanismos biológicos que
producen placer o dolor. Tanto el placer como el dolor no
son los objetivos últimos del instinto sino los medios más
poderosos para garantizar el objetivo del instinto.

El ser humano tiene dos opciones: o pone toda su


capacidad cerebral al servicio de placer, deshumanizando
el instinto; o pone su capacidad intelectiva al servicio del
objetivo del instinto, humanizándolo y sublimándolo.

A quién se le ocurriría decir que cocinar un alimento para


que sea más agradable es pecado. Pues exactamente eso es
lo que hemos hecho con la sexualidad. Mientras más
agradable sea una comida, más a gusto se encontrarán los
comensales y más capacidad tendrá de potenciar la
relación humana.

Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible


de la sexualidad humanizándola al máximo. Esa
humanización solo es posible cuando en la relación los
seres humanos potencian la capacidad de darse al otro y
ayudarle a ser más humano.

En esta posibilidad de humanización no hay límites. Pero


tampoco lo hay en la capacidad de utilizar la sexualidad
para deshumanizar y deshumanizarse. La línea divisoria es
tan sutil que la inmensa mayoría de los seres humanos no
llegan a percibirla con claridad.

La diferencia está en la actitud de cada persona. Siempre


que se busca por encima de todo el bien del otro, la
relación es positiva. Siempre que se busca en primer lugar
el placer personal, incluso a costa del otro, la relación es
deshumanizadora.
El matrimonio no es una patente de corso, dentro del cual
todo está permitido. Yo he tenido que dejar de decir en las
bodas que había más abusos sexuales dentro del
matrimonio que fuera de él. Y sin embargo estoy
convencido de que es verdad.

Si no viviéramos en sociedad, bastaría con que dos


personas se amasen para desplegar su sexualidad. Pero
como vivimos en sociedad, es preciso acomodarse a las
normas que hacen posible una convivencia
verdaderamente humana.

Cuando dos jóvenes deciden ir a vivir juntos sin más


explicaciones y sin tener en cuenta su entorno, están
haciendo un verdadero disparate antropológico. Antes o
después la sociedad les negará la acogida indispensable
para poder desarrollar una vida social. Es contradictorio
que se salten a la torera las normas más elementales y
después exijan derechos que renunciaron de antemano.

El mayor enemigo del matrimonio es el hedonismo que


invade todas las parcelas de las relaciones humanas. Este
afán de buscar en todo lo agradable, lo que me apetece, lo
que me da más placer, lo que menos me cuesta, etc., es lo
que nos incapacita para unas relaciones verdaderamente
humanas. Esta búsqueda de placer a cualquier precio,
arruina toda posibilidad de una relación de pareja.

Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará


fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que
yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas se
mantienen mientras se consiga del otro lo que me beneficia
a mí.
Esta es la razón por la que más de la mitad de los
matrimonios se rompen, sin contar los que ni siquiera se
plantean la unión estable, sino que se conforman con sacar
en cada instante el mayor provecho de cualquier relación
personal.

Si una relación de pareja no está fundamentada en el


verdadero amor, no tiene nada de humana. Las primeras
comunidades cristianas supieron descubrir el riquísimo
contenido de una relación de pareja, por eso se le dio a esa
unión el rango de sacramento.

El sacramento añade al verdadero amor los signos externos


de la presencia de Dios que lo hace posible. Para que haya
sacramento, no basta con ser creyente, es imprescindible el
mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he
subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la
posibilidad real del sacramento.

Un verdadero amor es algo que no debemos dar por


supuesto. El amor solo surge en la persona desarrollada
como humana. No es puro instinto, no es pasión, no es
interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro
me quiera.

Todas esas realidades son positivas, pero no son


suficientes para el logro de más humanidad. Amar es la
capacidad de ir al otro y encontrarme con él como persona
para ayudarle a ser más humana, experimentando en el don
mi crecimiento en humanidad.

Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos


estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor
auténtico, que puede darse entre creyentes o entre no
creyentes. Creer que la indisolubilidad es exclusiva de la
Iglesia, es demostrar una supina ignorancia antropológica
o pensar en la magia de un rito. Puede haber verdadero
amor humano-divino, aunque no se crea explícitamente en
Dios, o no se pertenezca a una religión.

Es absolutamente impensable un auténtico amor


condicionado a un limitado espacio de tiempo. Fíjate bien
que hablamos de un amor auténtico, no de un amor
perfecto. Una de las cualidades más bonitas del amor, es
que puede estar creciendo toda la vida.

El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es


una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia
hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. Solo
si hay verdadero amor hay sacramento. Pero el verdadero
amor hemos dicho que es indestructible. La mejor prueba
de que no existió auténtico amor, es que en un momento
determinado se termina.

Después del rito del sacramento, la liturgia repite las


palabras que recuerda hoy el evangelio: "lo que Dios ha
unido, que no lo separe el hombre". Pero yo digo: la mejor
prueba de que Dios no ha tenido arte ni parte, es que se
separa. Es frecuente oír hablar de un amor que termina.
Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso
amor.

Dicho esto, hay que tener en cuenta que los seres humanos
nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante
como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que
había verdadero amor y en el fondo no había más que
egoísmo? Hay que reconocer, sin ambages, que no hubo
sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es
decir, una declaración de que no hubo verdadero
sacramento. Y no hace falta un proceso judicial para
demostrarlo.

Si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo


verdadero amor y no hubo sacramento. Si se trata solo de
un contrato entre dos seres humanos, debemos aplicar la
ley que regula los contratos; y todo contrato admite la
posibilidad de rescisión.

Es muy corriente que se confunda el sacramento con el


rito. Un sacramento es el resultado de la unión de un signo
con una realidad significada. En este sacramento, el signo
son las palabras que se dicen mutuamente los contrayentes
(a veces olvidamos que son ellos los ministros del
sacramento, no el sacerdote). Lo significado es el
verdadero amor. Un signo que no significa nada no es más
que un garabato sin sentido.

Puede haber verdadero amor sin sacramento. No puede


haber sacramento sin auténtico amor.

No tiene importancia decisiva el lugar donde el rito se


realice. Que una boda se realice en la Iglesia, o en el
ayuntamiento, no afecta a lo esencial. Durante siglos no
hubo ninguna ceremonia religiosa específica para el
matrimonio entre cristianos. Los trámites que había que
realizar ante las instancias civiles, eran la única forma
externa (signo) del sacramento para dos personas
creyentes.

También aquí existe una ignorancia supina cuando se dice:


"me caso por lo civil porque por la Iglesia tendría que ser
para toda la vida".
Esto no quiere decir que el rito del sacramento no tenga
importancia. Los sacramentos son una necesidad humana,
no una exigencia de Dios. La realidad material nos entra
por los sentidos, sea directamente sea a través de signos.
Las realidades trascendentes solo pueden llegar a la mente
a través de los signos.

Los sacramentos ni son magia ni son milagros. En el signo


del sacramento se hace presente la realidad significada,
que no es otra que el AMOR que es Dios. Al hacer
presente esa realidad, facilitamos el poder vivir esa
realidad trascendente que de otro modo se nos podría
escapar.

Meditación-contemplación

El matrimonio es la verdadera escuela del amor.


Pero es también la prueba de fuego para aquilatarlo.
Ninguna otra relación humana llega a tal grado de
profundidad.
En ningún otro ámbito se puede expresar mejor el don
total.
..................

Las ensoñaciones místicas pueden ser engañosas,


pero no hay nada más auténtico
que una relación verdaderamente humana de pareja,
donde se despliegue la capacidad de darse.
....................

La clave de un verdadero amor no es el equilibrio de


intereses,
Sino el descubrimiento del verdadero ser del hombre,
que consiste en darse sin límites al otro
y encontrar en ese don plenitud y felicidad total.
...............

NO ES BUENO ESTAR SOLO...

Por todo el ámbito asola,


de tan triste, de tan sola,
todo lo que va tocando.
Así es mi voz cuando digo
de tan solo, de tan triste
mi lamento, que persiste
bajo el cielo y sobre el trigo.
¿Qué es eso que va volando?
sólo soledad sonando.
Ángel González

El 16% de vecinos del área metropolitana de una de


nuestras grandes capitales sufrió "soledad relacional" en
2020. El 11,5% de los 5.000 encuestados no suele hablar
con nadie: ni con vecinos, ni familiares, ni amigos. Ni el
teléfono, ni las videollamadas, ni el contacto esporádico
con los vecinos resultan suficientes para cubrir las
necesidades relacionales que permiten los contactos
presenciales. Quienes más sufren de esta soledad son las
mujeres mayores de 75 años que viven en ciudades del
extrarradio, pero también el 18% de entre 44 y 65 años.
Las depresiones, los suicidios, y el empeoramiento
cognitivo, son algunas de las secuelas de este drama.

Según un estudio de la Fundación “la Caixa” (noviembre


de 2020), una de cada cuatro personas adultas en
nuestro país se siente sola o se encuentra en riesgo de
aislamiento social. Y el Instituto Nacional de Estadísticas
(2017), nos revela que el 10,2 % de la población española
(46,07 millones), vive sola. El 25,4 % del total de hogares.
Dentro de quince años, en 2033, en España habrá casi 20,3
millones de hogares y casi tres de cada diez, estarán
habitados por una sola persona. No serán muy diferentes
los datos en otros países.

Los españoles tienden a sentirse más solos principalmente


“por la noche, los fines de semana y en las situaciones de
problemas personales o enfermedades”. Sí, estaremos
llenos de aparatitos para estar conectados con todo el
mundo, pero al final, no pocos se tienen que comer su
ansiedad con pipas y palomitas, antes de llamar a nadie,
que "bastante tendrá con lo suyo". Pero no se trata solo de
esas personas mayores que van al médico o a misa sólo por
hablar con alguien. No sólo esos desempleados que ven
pasar el año sin más citas que la del Inem. También gente
con pareja, con trabajos de éxito, que gastan lo que sea en
comprar sucedáneos de compañía. Sin embargo, la
verdadera compañía, la que llena el corazón ni se compra,
ni se vende, ni se busca en Google, ni se soluciona con las
redes sociales. Sólo se encuentra. Pero no todos, y no
siempre lo consiguen. Todos ansiamos sentirnos únicos y
especiales para alguien. Vivos. De manera presencial, real.

“No es bueno que el hombre esté solo”, nos ha dicho


el Libro del Génesis.
“Hay muchos tipos de soledad: está la “soledad social”,
en que la persona no tiene a nadie; la “emocional”, en
que nos sentimos rechazados y echamos de menos, y un
tercer tipo de soledad de la que a menudo no se habla es
la “soledad existencial”. Es decir, la sensación de no
poder conectar con los demás, de sentir que nos falta
propósito, y eso está muy ligado al sentido de la
vida”. (Javier Yanguas)

Hay quienes sufren la soledad de ir perdiendo -por el


inevitable paso del tiempo, o por tenerse que trasladar
fuera de donde siempre vivieron, o por otros motivos-, a
casi todas sus amistades, y a su propia pareja. Y eso “no es
bueno”. Otros viven aislados por problemas de salud, por
pérdida de poder adquisitivo, por haber tenido que dejar su
patria, porque se rompió su familia... Y esto tampoco “es
bueno”. Y otros se encuentran “solos” porque no se ven
capaces, o no se dan permiso para compartir su mundo
interior, sus deseos, sus sueños, sus preocupaciones, sus
miedos... ni con sus “amigos” (entre comillas), ni con su
familia, ni con su pareja... Es por no preocuparles, es
porque no me van a entender, es porque van a pensar mal
de mí, es porque... “ya saldré yo solo adelante como sea”.
La pandemia del coronavirus no ha hecho sino ampliar y
multiplicar la soledad de muchos.

Ninguna de estas cosas es buena. La Biblia nos lo ha


dicho: “Adán no encontraba ninguno como él que le
ayudase”. Ni animales ni cosas: Sólo otro u otra como yo,
es decir, otra persona con la que interaccionar, compartir,
crear proyectos, compartir, crecer, madurar juntos... me
puede ayudar. A veces nos hemos creído que ser
independientes, ser autosuficientes, estar solos... nos hacía
más libres, o más fuertes. Pero es un gran engaño. Hemos
sido creados para el otro, para el encuentro, para la entrega
mutua, para la comunión. Incluso el mismo Jesús, antes de
empezar con su tarea misionera quiso buscarse un “grupo”
de compañeros. Y por su parte, San Pablo entendió que la
primera consecuencia del mensaje pascual y del amor de
Jesucristo... era vivir la fe en comunidad, con otros.

Este “signo de los tiempos” me hace sentir una llamada


urgente a que todos los creyentes (aunque no sólo, claro)
salgamos de nuestras “soledades” y busquemos caminos
para tender puentes, para interesarnos mucho más por los
otros, para acercarnos, para propiciar encuentros, para
reducir soledades, para profundizar y cuidar nuestras
relaciones...

Otro de los temas importantes en las lecturas de este día es


el Matrimonio. No pretendo ni de lejos entrar aquí en un
tema tan complejo, con tantas susceptibilidades y
sensibilidades y matices necesarios. Habría que explicar el
vocabulario empleado en el texto, las circunstancias
sociales de aquella época y la mentalidad judía y romana
que están detrás de las palabras del Evangelio... y que
posibilitan muy diferentes interpretaciones. Y habría que
tener muy presentes las perspectivas y criterios de la
“Amoris Laetitia” del Papa Francisco.
No es una homilía el lugar para abordar todo esto. Pero
voy a dar unas sencillas “puntadas” que nos puedan
ayudar:

En tiempos de Jesús era pacíficamente admitida una Ley


de divorcio, recogida en la Ley de Moisés. Aunque había
distintas interpretaciones sobre los motivos que podían
llevar al “varón” a “despachar” de casa a su mujer. O sea:
había divorcio, y además se entendía el matrimonio como
un asunto “desigual” entre el hombre y la mujer, a favor
del varón, claro.
Jesús hace dos afirmaciones relevantes. La primera de
todas es que no es voluntad de Dios que el hombre esté
por encima de la mujer, porque fueron creados iguales
para formar juntos una nueva realidad, “una sola carne”,
con la expresión bíblica. De modo que los dos juntos,
entregándose, amándose, uniéndose y siendo fecundos...
son la imagen de Dios.

En segundo lugar: la Ley de Moisés había buscado un


“cauce” legal para los casos en que el matrimonio no
funcionaba, por culpa de la “estrechez de corazón”, la
terquedad de los hombres. Esa Ley mosaica intentaba
defender a la mujer, concediendo al varón el “derecho” a
dejarla “libre” de su matrimonio, sin que se la pudiera
acusar de adulterio. De ahí se pasó a una mentalidad
divorcista donde el varón podía hacer casi lo que le diera la
gana con ellas. Pues bien: Jesús no entra al trapo de las
discusiones rabínicas sobre los motivos para poder romper
el vínculo matrimonial, ni tampoco descalifica
directamente la Ley de Moisés, como esperaban los
fariseos. Sino que se remonta y “recuerda” cuál era el
proyecto primero de Dios: El amor para siempre.

El proyecto de Jesús, eso que llamamos “Reino” es un


ideal, una aspiración profunda del ser humano, y nos llama
a aspirar a los “máximos”, nos propone decisiones
radicales. Podríamos recordar otras, como por ejemplo la
invitación a sus discípulos a “dejarlo todo” para seguirle.
Y todo es todo. O cuando pide perdonar setenta veces
siete. O ponerle al cuello una piedra de molino al que
escandalice y tirarlo al mar, o cortarse la mano... Así
subraya lo importante, lo esencial. Dicho de otra manera:
No puede ser que el punto de partida de una relación
matrimonial sean los intereses egoístas de una de las partes
(o de las dos). Y también que el amor para toda la vida es
posible para aquellos que no son “estrechos de corazón”.
Podemos encontrar bellísimos testimonios de personas que
son felices juntas después de vivir juntos años y años, la
vida entera, a pesar de las dificultades que encontraron. Es
posible y deseable.

Este ideal no está lejos de lo que la inmensa mayoría de las


parejas siente y busca en una relación de pareja. Al margen
de religiones y creencias, y al margen del modo de
“casarse”, todos añoran un amor para siempre. Aunque
nuestra cultura de hoy (como en tiempos de Jesús)
desprecie la fidelidad, el esfuerzo, el compromiso a largo
plazo, y nos repita que el amor se acaba.

Yo creo, como San Pablo, que el amor no acaba nunca.


Se acaban algunas relaciones mal asentadas, mal cuidadas.
Y se dan situaciones dolorosas, fragilidades, errores que no
se pueden ni deben mantener a toda costa. Probablemente
no hubo un auténtico y maduro amor (o amistad) desde el
principio. Y a estas situaciones, la comunidad cristiana y la
sociedad tienen que buscar soluciones. Las relaciones
“tóxicas” no deben prolongarse.

Como decía Erich Fromm en un bellísimo libro, el amor


es un “arte” que hay que aprender y mejorar cada día,
que tiene sus técnicas y herramientas. No basta la atracción
personal o sexual. Hay otros muchos elementos necesarios
que conviene cuidar y cultivar. Las relaciones personales
se fortalecen o se destruyen.... no de un día para otro, sino
cada día, todos los días. Y a veces habrá que tener la
humildad de pedir ayuda para sanar lo que está ya
enfermo... pero todavía no ha muerto.
Termino con un pequeño cuento oriental:
— ¿Quién es?, preguntó la amada desde dentro.
— Soy yo, dijo el amante desde fuera
— Entonces márchate. En esta casa no cabemos tú yo
El rechazado amante se fue al desierto, donde estuvo
meditando algunos meses, considerando las palabras de la
amada. Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta:
— ¿Quién es?
— Soy tú
Y la puerta inmediatamente se abrió

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