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Liturgia Viva del Domingo 30º del Tiempo Ordinario - Ciclo B

1. ¿Estamos Ciegos?
2. ¡Levántate! Jesús Abrirá tus Ojos

Saludo (Ver Segunda Lectura)


Hermanos:
Estamos reunidos en el nombre de Jesús,
de quien el Padre dijo:
“Tú eres mi Hijo;
yo te he engendrado hoy.”
Que la gracia y la paz de Jesús, el Señor,
esté siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante (Dos opciones)

1. ¿Estamos ciegos?
Demos gracias a Dios de todo corazón por el don de la vista,
todos nosotros que hemos recibido del mismo Dios ojos
sanos y claros. Pero hoy el Señor nos pregunta: ¿Ven ustedes
con los ojos del corazón lo que les estoy pidiendo? ¿Ven
ustedes el camino que les he mostrado? ¿Ven ustedes a la
gente que he colocado en su camino, y son ustedes
conscientes de sus hambres y necesidades? ¿Ven ustedes la
belleza del mundo que yo creé, y están ustedes dispuestos a
conservarlo como una maravilla para ustedes y para sus
hijos? Pidamos al Señor en esta eucaristía que abra nuestros
ojos para que sepamos “ver” a Dios y a su pueblo.

2. ¡Levántate! Jesús Abrirá Tus Ojos


A veces nos sentimos como ciegos, andando a tientas en la
oscuridad, o incluso aturdidos, sentados descorazonados a la
orilla del camino. No vemos dónde estamos o hacia dónde
vamos; no podemos discernir sobre qué tenemos que creer u
obrar. Si al menos nos volviéramos a Jesús y le dijéramos:
“Señor, que vea de nuevo.”
Que el Señor restaure nuestra visión de tal forma que
podamos seguirle en el camino que nos señala. Sea ésta
nuestra plegaria de hoy en esta eucaristía.

Acto Penitencial

¡Qué ciegos hemos sido, con frecuencia,


para con Dios, tan cercano a nosotros
en nuestro mundo, en nuestro trabajo, en nuestros hermanos.
Busquemos ahora el perdón del Señor.
(Pausa)
Señor Jesús, dejé de ver las necesidades
de los miembros de mi familia:
Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo Jesús, tantas veces no supe percibir


el hambre de afecto,
el ansia de justicia y de dignidad humana
de amigos y vecinos:
Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, tantas veces no supe percibir


el deseo sincero de gente cercana y lejana
de conocerte y seguirte
aun cuando no fueran conscientes de ello,
y no los conduje a ti:
Señor, ten piedad de nosotros.

Ten misericordia de nosotros, Señor,


y perdona todos nuestros pecados.
Abre nuestros ojos a tu amor y a tu pueblo
y llévanos a la vida eterna.
Oración Colecta

Oremos para que el Señor nos oiga a nosotros


y a todos los que le suplican.
(Pausa)
Oh Dios nuestro, fuente de vida:
Tú estás muy cerca de nosotros
en nuestras alegrías y en nuestras penas.
Danos ojos de fe y amor,
para ver la misión que nos han confiado en la vida
y valor y gracia para llevarla a cabo.
Danos también una visión clara
para ver las necesidades del pueblo
que grita su miseria o sufre en silencio,
para que sepamos llevarles tu compasión sanadora
y les orientemos hacia ti.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Primera Lectura (Jer 31,7-9): Dios Reúne a su Pueblo


Dios reúne a su pueblo desde los confines más lejanos de la
tierra; incluso reúne a las personas cuya fe es débil y
vacilante. Porque él es un Dios y Padre salvador.

Segunda Lectura (Heb 5,1-6): Jesús, el Nuevo Sumo


Sacerdote
Dios mismo ha elegido a nuestro Salvador Jesús como el
nuevo sumo sacerdote. Jesús se ofreció a sí mismo por
nuestros pecados.

Evangelio (Mc 10,46-52): ¡Señor, que vea!


Jesús hace que un ciego vea de nuevo. Este hombre ciego es
imagen de todo cristiano; tenemos que aprender a ver con
ojos de fe para seguir a Jesús.
Oración de los Fieles

Roguemos a Jesús, que restauró la vista del ciego, para que


con él sepamos ver las necesidades de nuestros hermanos
dondequiera ellos se encuentren. Digamos:

R/ Señor, nuestros ojos te miran con esperanza.

1. Señor, mira los ojos de los niños que se abren a la vida;


mira los ojos llenos de esperanza de los que creen en ti y en
el futuro que les prometes. Llénalos a todos con tu luz. Con
toda confianza te pedimos:

R/ Señor, nuestros ojos te miran con esperanza.

2. Señor, mira la alegría en los ojos de los que saben cómo


amar; mira los ojos llenos de odio de los que se sienten
frustrados en la vida. Con toda confianza te pedimos:

R/ Señor, nuestros ojos te miran con esperanza.

3. Señor, mira los ojos tristes de los que sufren; mira los
ojos sin vida de los que son físicamente ciegos. Con toda
confianza te pedimos:

R/ Señor, nuestros ojos te miran con esperanza.

4. Señor, mira los ojos desalentados de los que se rinden


ante las dificultades de la vida; mira también el ardor en los
ojos de los que continúan luchando. Con toda confianza te
pedimos:
R/ Señor, nuestros ojos te miran con esperanza.

5. Señor, mira los ojos taciturnos de los que están cerrados


a sus hermanos; mira los ojos llenos de lágrimas de los que
hacen duelo por sus seres queridos difuntos. Con toda
confianza te pedimos:

R/ Señor, nuestros ojos te miran con esperanza.

Señor Jesús, concédenos la gracia de abrir nuestros ojos,


nuestras manos, nuestro corazón y así podremos mirar a
este mundo y a los hermanos con los mismos ojos afables
que tú, que eres nuestro Señor por los siglos de los siglos.

Oración sobre las Ofrendas

Oh Dios, Padre nuestro:


El mundo entero es un signo tuyo.
Tu belleza se ve reflejada en cada flor;
cada rayo del sol brilla con tu luz.
Danos a todos nosotros un corazón agradecido
que se regocije en cosas sencillas.
Danos nuevos ojos para descubrir
en estos signos de pan y vino que ahora te ofrecemos
el amor y la vida de Jesucristo tu Hijo
y danos fe para ver qué bueno es
ser tu pueblo en Jesucristo nuestro Señor.

Introducción a la Plegaria Eucarística


Dios nos llamó de las tinieblas del pecado a la luz de la fe y
de su amor. Dirigidos por Jesús, que es nuestra luz y nuestra
vida, damos nuestra gozosa acción de gracias al Padre.
Invitación al Padre Nuestro
Dios nos dice hoy que él es un padre para con su pueblo.
Dirijamos a él nuestra oración con las palabras de Jesús.

Oración por la Paz


Señor Jesús:
Tú das fuerza, alegría y luz
a los que quieren seguirte.
Haz que los cojos brinquen de alegría,
restaura la vista de los ciegos,
libera a todos los cautivos
y lleva a todos los que sufren
la esperanza y la paz de tu reino,
donde vives y reinas por los siglos de los siglos.

Invitación a la Comunión
Este es Jesucristo, el Señor,
que nos encuentra en el camino.
Dichosos nosotros porque él viene
a curarnos de nuestra ceguera
y a llamarnos para que le sigamos.

Oración después de la Comunión

Oh Dios nuestro, Padre amoroso:


Hemos escuchado y visto a tu Hijo
y le hemos reconocido al partir el pan.
Ayúdanos a ver con su luz
lo que es recto y lo que es erróneo en nosotros.
Haznos entender el sentido más profundo
del dolor y del sufrimiento.
Y un día muéstrate a nosotros como tú eres,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
un solo Dios, por los siglos de los siglos.
Bendición
Hermanos: Hemos oído en esta eucaristía cómo el Señor da
nueva luz a ojos sin vida. Un ciego llega a ver de nuevo y
sigue a Jesús.
Que el Señor nos haga hombres y mujeres que ven con ojos
de fe.
Que el Señor nos ayude a ver el camino a seguir y a
reconocerle en nuestra vida. Que nos dé la alegría de
seguirle.
Y que el Dios todopoderoso nos bendiga a todos: el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo.

Podemos ir en paz y que la luz del Señor brille sobre


ustedes.

COMPASIÓN

Acción de gracias

Elevamos a Ti, Padre Dios, esta oración de agradecimiento


por la maravilla de creación y el don de la vida.
Pero reconocemos con pesar que te estamos defraudando.
Muchos de nuestros hermanos, no lejos de nosotros,
malviven y mueren de hambre y sed.
No querríamos seguir siendo insensibles a tanto dolor,
cuando hoy día tenemos a nuestro alcance
las vías de compartir el pan que nos das cada día.
Sabemos que nuestra única ofrenda posible
no es pretender agasajarte con nuestro ridículo incienso
sino servir y ayudar a los hermanos más necesitados
y como Tú, darnos sin esperar retorno.
Gracias, Padre bueno, porque nos mueves a ser generosos
y a compadecernos de los pobres que más nos necesitan.
Nos sale del alma bendecir tu nombre.
Memorial de la Cena del Señor

Dios y Padre nuestro, gracias por tu hijo Jesús.


A la luz de su vida, la religión ha cambiado de sentido.
Nos llegó a decir que no es posible amarte a Ti
si no queremos y cuidamos a nuestros prójimos.
Nos puso magníficos ejemplos que no se olvidan,
como el del buen samaritano o el de Epulón y Lázaro.
Y nos enseñó que no es mayor a tus ojos
quien domina sino quien sirve.
Él mismo no quiso ser servido sino servir,
y derivó todo el amor que te tenía
en cuidar a los enfermos, consolar a quienes sufrían,
dar la dignidad a cuantos la sociedad había marginado.
Jesús comprometió su vida con su mensaje de liberación
y aceptó una muerte de esclavos como un último servicio.

Invocación al Espíritu de Dios

Hemos recordado, Padre santo, la vida y muerte de Jesús.


Te agradecemos una vez más su revolucionaria palabra.
Convéncenos, Padre, de lo que tantas veces nos dijo:
que no es ningún honor ser servidos,
que la verdadera satisfacción está en sentirse útiles a otros
y que hemos de luchar por la implantación de tu Reino
y hacer desaparecer de la Tierra tanta pobreza y miseria.
No nos podemos consentir que mueran tantos hermanos
de hambre y sed, en el olvido, ante nuestra indiferencia.
Quizás no seamos conscientes de que somos Epulón,
los que oprimimos en un mundo, tan global para nosotros
como distante y perdido para otros.
Necesitamos tu Espíritu, tu fuerza,
para convertirnos de raíz, desde nuestro yo más íntimo,
reorientar nuestra vida y ponerla al servicio de los demás.
Ten piedad, Señor, de los que aun llamándose tus siervos,
enturbian tu mensaje con vanidades y ansias de poder
y bendice a cuantos en tu nombre
dedican en silencio su vida a los demás.
Unidos en espíritu a todas las personas sencillas y buenas,
recordando a María, la que se llamó esclava del Señor,
y apoyándonos en Jesús, nuestro hermano y valedor,
queremos honrarte, Padre nuestro, y serte siempre fieles.
AMÉN.

30º domingo Tiempo ordinario (B)

EVANGELIO

Maestro, haz que pueda ver.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 46b-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y


bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba
sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que
era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús,
ten compasión de mí”.

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba


más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo
y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego, diciéndole: “Animo,
levántate, que te llama”.

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:


“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó:
“Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha
curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el
camino.

Palabra de Dios.

CON OJOS NUEVOS

La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para


urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y
mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del
Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para
la Iglesia de nuestros días.

Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del


camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de
Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está
junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera.
¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados
junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?

Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta


luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se
encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro
queremos para ella. Instalados en una religión que no logra
convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al
Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está


pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que
en Jesús está su salvación: "¡Jesús, Hijo de David, ten
compasión de mí!". Este grito repetido con fe va a
desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas,
protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la
oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado
que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su
presencia cercana. Solo creemos en nosotros.

El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le


llega a través de sus enviados: "¡Ánimo, levántate, que te
llama!". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia.
Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados
en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está
llamando. Este es el primer objetivo pastoral.

El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que


le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y
se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición:
"Maestro, que recobre la vista". Si sus ojos se abren, todo
cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la
vista y "le seguía por el camino".

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El


salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia
nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con
ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos
apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la
fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades
conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca.

CURARNOS DE LA CEGUERA

Maestro, que pueda ver.


¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro
corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la
indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo
para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda
cambiar sus vidas.

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos


a veces como “ciegos”, sin ojos para mirar la vida como la
miraba Jesús. “Sentados”, instalados en una religión
convencional, sin fuerza para seguir sus pasos.
Descaminados, “al borde del camino” que lleva Jesús, sin
tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo “se


entera” de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede
dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez:
“ten compasión de mí”. Esto es siempre lo primero: abrirse a
cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar
nuestra vida.

El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Sólo


sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este
grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón,
puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva.
Jesús no pasará de largo.

El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha


atentamente lo que le dicen sus enviados: “¡Ánimo!
Levántate. Te está llamando”. Primero, se deja animar
abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego,
escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya
no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia
todo.
Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. “Arroja el
manto” porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego,
aunque todavía se mueve entre tinieblas, “da un salto”
decidido. De esta manera “se acerca” a Jesús. Es lo que
necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que
ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla
para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla
y nueva.

Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda.


Sabe muy bien lo que necesita: “Maestro, que pueda ver”.
Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas
de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una
comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

RELIGIÓN BARATA

Le seguía por el camino.

Aunque se habla mucho de crisis de fe, lo que tal vez


caracteriza al momento religioso actual es la
irresponsabilidad, la ignorancia y, sobre todo, la mediocridad
generalizada. Inmersos en una cultura que tiende a
banalizarlo todo, corremos el riesgo de empobrecer también
la relación con Dios diluyendo el verdadero vigor de la fe
religiosa.

Las estadísticas dicen que la inmensa mayoría cree en Dios,


pero no hay que engañarse. Unos confiesan a un “Dios
soberano”; otros piensan que “algo tiene que haber”; algunos
creen en “el destino”; otros hablan de la “Energía cósmica”;
no faltan quienes se confían al “poder de los astros”. No todo
es igual y, sobre todo, no cualquier fe hace al hombre más
humano.

Por otra parte, no son pocos los que se sienten cristianos


porque han sido bautizados. Nunca han tomado una decisión
personal ni se han puesto sinceramente ante Dios. Fueron
otros los que, en su momento, lo decidieron todo. Ellos
“siguen” por inercia en la religión en que han nacido. Pero,
naturalmente, el hecho de nacer en la Iglesia no le hace a
nadie automáticamente cristiano.

Y, ¿qué sucede dentro de la Iglesia? Dietrich Bonhöfer habló


de la “gracia barata” como el enemigo más insidioso del
cristianismo. Y “gracia barata” es la religión rebajada de
exigencias, el Evangelio reajustado a nuestro estilo de vida,
el anuncio del perdón sin arrepentimiento, la celebración
repetida de la misa sin transformación, la recitación del
credo sin fe.

Religión barata es reducir el cristianismo a observar,


cumplir, no hacer nada malo (ni tampoco bueno). Huir de
diferentes maneras de la responsabilidad ante Dios, ante los
demás y, en definitiva, ante uno mismo. Cuidar los diversos
aspectos de la vida permaneciendo en lo religioso en un
infantilismo perpetuo. Seguir “cumpliendo” sin sospechar
siquiera lo que podría ser una fe viva y estimulante.

La figura del ciego de Jericó, “sentado al borde del


camino”, evoca, en el relato de Marcos, la situación de los
discípulos que, privados de la luz de una fe viva, no aciertan
a seguir los pasos de Cristo y se quedan fuera del camino.
Según el evangelista sólo se sale de ese estado reaccionando
ante Cristo y gritando: “Maestro, que vea”. No saldremos de
la rutina y mediocridad de una religión barata mientras no
abramos nuestros ojos ciegos y veamos que seguir a Cristo
es otra cosa diferente.

AL BORDE DEL CAMINO

Le seguía por el camino.

En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como “el


camino” (Hechos 18, 25-26). Más que entrar en una nueva
religión, “hacerse cristiano” era encontrar el camino acertado
de la vida, siguiendo las huellas de Jesús. Basta estudiar de
cerca la vida de las primeras comunidades cristianas para
comprobar que “ser cristiano” significa para ellos “seguir” a
Cristo. Esto es lo fundamental, lo insustituible.

Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido


durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy
importante y ha generado una liturgia y un culto propios muy
elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es
considerado como una religión entre otras. Por eso, no es
extraño encontrarse hoy con personas que se sienten
cristianas, sencillamente porque están bautizadas, aceptan
más o menos la doctrina oficial de la Iglesia y cumplen sus
deberes religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida
como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho hoy bastante
generalizado hubiera sido inimaginable en los primeros
tiempos del cristianismo.

Hemos olvidado que ser cristiano es “seguir” a Jesucristo,


moverse, dar pasos, caminar, construir la propia vida
siguiendo las huellas del Maestro. Nuestro cristianismo se
queda con frecuencia en una fe teórica e inoperante o en una
práctica religiosa estéril. Nos hemos hecho nuestra idea del
cristianismo —algunos lo defienden hasta con fanatismo
frente a otras posturas posibles—, pero esa fe no transforma
nuestra vida, pues no es seguimiento de Cristo.

Después de veinte siglos de cristianismo, la contradicción


mayor de los cristianos es pretender serlo sin seguir a
Jesucristo. Se acepta la religión cristiana (como se podría
aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante “lo
desconocido”, pero no se entra en la dinámica del
seguimiento fiel a Cristo. Se conoce, aunque sólo sea de
manera elemental, el mensaje y la actuación de Jesús; su
figura atrae, pero —ya se sabe—, todo hay que tomarlo con
“prudencia y sano realismo”.

Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe


cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es
una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del
relato, aquel hombre “está sentado al borde del camino”. Es
un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin
capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús,
el ciego no sólo recobra la luz, sino que se convierte en un
verdadero “seguidor” de su Maestro, pues, desde aquel día,
“le seguía por el camino” (Marcos 10, 52). Es la curación
que necesitamos.

EXPERIENCIA PERSONAL

¡Señor que vea!

No todo el mundo cree de la misma forma. Hay muchas


maneras de plantearse la cuestión de la fe. Por eso, tal vez, lo
primero es tratar de saber dónde está cada uno.
“No sé si creo o no. Yo tuve una infancia religiosa. Iba a
misa, me confesaba... Pero he cambiado tanto por dentro.”
Es una sensación bastante corriente hoy. Pero, ¿no habrá
algún medio para hacer un poco más de luz? ¿No será
importante saber en qué cree uno ahora que es persona
adulta?

“Yo pienso que creo, pero hace tiempo que no me preocupo


de eso. Además, cada vez que pienso en serio en “cosas de
religión”, “me entran más dudas”. Pero, ¿se trata de “pensar
en cosas de religión” o de dar un sentido último y
esperanzado a la vida? ¿No será posible confiar en Dios,
aunque uno no acierte a integrar determinados aspectos de
una doctrina religiosa?

“Yo veo que unos tienen fe y otros no. Es cuestión de


manera de ser. A unos les va la religión y a otros no. Y la
verdad es que yo me siento poco religioso.” Pero, ¿se trata
solo de una cuestión temperamental? ¿No habremos de
buscar cada uno cuál es la forma más humana de vivir?

“En el fondo yo me siento creyente. Pero, a veces, mis hijos


me hacen preguntas sobre la otra vida o sobre la creación, y
la verdad es que no sé cómo responderles.” Es cierto que los
niños plantean, con frecuencia, las cuestiones más
fundamentales de la existencia. Lo extraño no es que no
sepamos responderles, sino que los adultos ya no nos
hagamos esas preguntas. Pero, ¿es bueno vivir sin
preguntarse?

“Yo hace mucho que he abandonado la fe. Tampoco sé si he


hecho bien. No me siento ni mejor ni peor. Mi vida apenas
ha cambiado.” Es una experiencia fácil de explicar. Cuando
la fe no ocupa un lugar vital, su abandono no crea ningún
vacío especial.

“A mí todo lo que huele a religión me irrita. Me parece falso


e hipócrita. ¿Por qué hay que hacer cosas tan raras como ir a
misa o rezar el rosario?” Sin duda, lo primero es vivir en
verdad y ser sincero con uno mismo. Pero, precisamente por
eso, ¿no es demasiado simple reducir la cuestión de la fe a
una práctica hipócrita de cosas raras?

En casi todos estos planteamientos hay algo en común. Se


habla de fe o de religión, pero como “desde fuera”. Falta ahí
una experiencia viva de Dios. Y lo cierto es que no pocos
están abandonando hoy la fe, sin haberla experimentado
como fuente de vida, de sentido y de alegría.

En el relato del ciego de Jericó, el evangelista Marcos pone


en boca de aquel mendigo dos gritos que muy bien podrían
ser la doble invocación del hombre o la mujer que busca
reavivar su fe: “Señor ten piedad de mí”, entiende mis dudas
y mi vacilación, perdona mi poca fe; “Señor, que vea”, que
no se apague en mí tu luz.

SENTIRSE DE NUEVO VIVOS

Dio un salto y se acercó a Jesús.

Tener vida no significa necesariamente vivir. Para vivir es


necesario amar la vida, liberarse día a día de la apatía, no
hundirse en el sinsentido, no dejarse arrastrar por fuerzas
negativas y destructoras.
Los hombres somos seres inacabados, llamados a renovarnos
y crecer constantemente. Por eso, nuestra vida comienza a
echarse a perder en el momento en que nos detenemos
pensando que todo ha terminado para nosotros. Hace unos
años, el filósofo Roger Garaudy escribía que lo más terrible
que le puede suceder a un hombre es “sentirse acabado”.

La civilización moderna nos abruma hoy con toda clase de


recetas y técnicas para vivir mejor, estar siempre en forma y
lograr un bienestar más seguro. Pero todos sabemos por
experiencia que la vida no es algo que nos viene desde fuera.
Cada uno hemos de descubrirla y alimentarla en lo más
hondo de nosotros mismos.

Tal vez, lo primero es cuidar dentro de nosotros el deseo de


vivir. Es una equivocación pensar que todo se ha acabado y
es inútil seguir luchando. Para cada uno de nosotros, la vida
sólo termina en el momento en que decidimos dejar de vivir.

Otra equivocación es replegarse sobre uno mismo y


encerrarse en los propios problemas. Sólo vive intensamente
el que sabe interesarse por la vida de los demás. Quien se
parapeta detrás de su egoísmo y permanece indiferente ante
todo lo que no sean sus cosas, corre el riesgo de matar la
vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca.
Quien sabe acercarse a los demás para escuchar lo que viven
y compartir con ellos su propia experiencia, recupera de
nuevo la vida.

Es también importante “vivir hasta el fondo”, no quedarnos


en la corteza, reafirmar nuestras convicciones más
profundas. Hay momentos en que, para sentirnos de nuevo
vivos, es necesario despertar nuestra fe en Dios, descubrir de
nuevo nuestra alma, recuperar la oración.
El evangelista Marcos, al relatarnos la sanación de Bartimeo,
lo describe con tres rasgos que caracterizan bien al “hombre
acabado”. Bartimeo es un hombre “ciego” al que le falta luz
y orientación. Está “sentado”, incapaz ya de dar más pasos.
Se encuentra “al borde del camino”, descaminado, sin una
trayectoria en la vida.

El relato nos dirá que dentro de este hombre hay todavía una
fe que le hace reaccionar. Bartimeo percibe que Cristo no
está lejos y entonces pide a gritos su ayuda. Escucha su
llamada, se pone en sus manos y le invoca confiado “Señor,
que vea”.

A nadie se le puede convencer desde fuera para que crea.


Para descubrir la verdad de la religión, cada uno tiene que
experimentar que Cristo hace bien y que la fe ayuda a vivir
de una manera más gozosa, más intensa y más joven.
Dichosos los que creen, no porque un día fueron bautizados,
sino porque han descubierto por experiencia que la fe hace
vivir.

¿POR QUE NO CAMBIAMOS?

Maestro, que pueda ver.

Probablemente, todos conocemos a personas que, en un


momento determinado, nos han sorprendido cambiando
radicalmente su estilo de vida y orientándose por caminos de
mayor autenticidad.

Pero todos sabemos que no es lo habitual. Por lo general


cambiamos poco. Somos los mismos a través de las distintas
etapas de nuestra vida, con los mismos errores y defectos,
con los mismos egoísmos y mezquindades de siempre.

Los que nos decimos cristianos nos podríamos preguntar con


sinceridad: ¿Nos transforma realmente la fe? ¿Nos va
haciendo cambiar a lo largo de la vida? ¿Van cambiando en
algo nuestros criterios, convicciones y modo de actuar?

Tal vez hemos de reconocer que, si no fuera por unas


“prácticas religiosas” que seguimos observando, no sería
fácil identificamos y distinguimos de otras personas ajenas a
la fe cristiana.

Aunque son diversos los factores que nos pueden impedir


cambiar y mejorar nuestra vida, es fácil señalar algunos de
especial importancia.

Por lo general, no creemos lo suficiente en nuestra propia


transformación. El paso de los años nos puede hacer cada
vez más escépticos. Nos conocemos ya demasiado para creer
que realmente nuestra vida pueda cambiar.

Es nuestra primera equivocación. No ser conscientes de


todas las posibilidades que se encierran en nosotros.
Descansar diciendo “yo soy así”, “es mi temperamento”, “no
tengo fuerza de voluntad”, para no reaccionar nunca a las
llamadas que se nos hacen desde la vida.

Otras veces, si cambiamos poco es porque realmente no


deseamos cambiar. Nos contentamos con recomponer
algunos aspectos de nuestro vivir diario para evitarnos
mayores complicaciones y molestias, pero no nos atrevemos
a plantearnos un cambio más profundo. Nos da miedo pensar
en las consecuencias que se seguirían de tomar más en serio
la vida y el evangelio.

Por otra parte, ¿cuándo puede uno tomarse un tiempo para


pensar en estas cosas? ¿Cómo detenerse algún momento para
encontrarse consigo mismo y con Dios, cuando hay tanto que
hacer cada día? Entonces dedicamos tiempo a todo menos a
aquello que es más importante.

Otras veces, no nos atrevemos a llamar por su nombre a las


cosas para hacernos las preguntas que están ya dentro de
nosotros: ¿Por qué se está abriendo ese abismo entre mi
esposa y yo? ¿Soy yo el que siempre tiene razón, como lo
aseguro? ¿No me estoy organizando la vida de una manera
cada vez más individualista y superficial? ¿Por qué me he
alejado en realidad de la misa dominical y de todo lo
religioso?...

La actitud de aquel ciego sentado junto al camino, que un día


se transforma recobrando la vista y convirtiéndose en
seguidor de Jesús es un ejemplo para todos.

El ciego es capaz de reaccionar. Grita a Jesús pidiendo


compasión. Escucha a quienes le llaman en su nombre. Da
un salto para colocarse ante él. Pide ardientemente ver. El
hombre que actúa así, se transforma.

EL SECRETO PARA CREER

Maestro, que pueda ver.

Con frecuencia he tenido la impresión de que el ateísmo que


confiesan con tanta facilidad muchos hombres y mujeres de
hoy encierra algo equívoco y artificial. Muchos no saben
exactamente lo que quieren decir cuando proclaman: “No
creo en Dios”.

A lo largo de estos años, somos muchos los que hemos


sometido a una crítica seria nuestra fe y nuestra vivencia
religiosa. Pero no todos hemos seguido los mismos caminos.

Algunos, después de una crítica despiadada de casi todo lo


religioso, han arrojado por la borda como algo inútil un
fantasma de Dios que se habían formado desde niños. Hoy
son hombres y mujeres vacíos de fe, empobrecidos por la
falta de misterio.

Otros han ido buscando, muchas veces con dolor, el


verdadero rostro de Dios. No se han contentado con destruir
imágenes falsas de la divinidad. Sencillamente han buscado
su presencia, le han buscado a Él. Hoy, a pesar de todas sus
limitaciones y vacilaciones, viven la experiencia nueva de
creer en un Dios cercano que los despierta cada mañana a la
vida y llena de alegría y de paz su lucha diaria.

Quizás, el verdadero secreto para creer en Dios sea saber


decir desde el fondo del corazón, de verdad y con sencillez
total, aquella plegaria del ciego de Jericó: “Maestro, que
vea”. Sólo entonces estamos caminando hacia Dios.

Nuestro verdadero pecado es no abrir los ojos. Dice un


proverbio judío que “lo último que ve el pez es el agua”. Así
somos nosotros. Como peces que no ven el agua en que
nadan. Como pájaros que no ven el aire en que vuelan. Nos
movemos y vivimos en Dios, pero no lo vemos.
Dios es simple y lo hemos hecho complicado. Está cercano a
cada uno de nosotros y lo imaginamos en un mundo extraño
y lejano. Queremos comprobar su existencia con argumentos
y no saboreamos su gracia. Nos alegra saber que Einstein y
otros grandes científicos han defendido que existe, pero no
sabemos disfrutar de su presencia silenciosa en nuestras
vidas.

No se trata de hacer gala de una fe grande y profunda. Lo


importante es abrirse con sencillez a la vida y acercarse con
confianza al misterio que nos envuelve. Escuchar toda
llamada que nos invita a vivir, amar y crear. No vivir tan
esclavos de las cosas. Detenernos por fin un día, bajar en
silencio a lo más íntimo de nosotros mismos y atrevemos a
decir con sinceridad: “Señor, que vea”. El hombre o la
mujer que, después de haber abandonado tantas prácticas y
creencias, se atreve a hacer esta oración en su corazón es ya
un verdadero creyente. Querer creer es empezar a creer.

DE NUEVO EN CAMINO

Y lo seguía por el camino.

El relato de Marcos no nos describe solamente la curación de


un ciego en las afueras de Jericó. Es además una catequesis
elaborada con mano maestra, que nos invita al cambio y nos
urge a la conversión.

La situación de Bartimeo está descrita con rasgos muy


cuidados. Es un hombre ciego al que le falta luz y
orientación. Un hombre sentado, incapaz de caminar tras
Jesús. Un hombre al borde del camino, descaminado, fuera
del camino que sigue el Maestro de Nazaret.
El relato nos descubrirá, sin embargo, que en este hombre
hay todavía una fe capaz de salvarlo y de ponerlo de nuevo
en el verdadero camino. “Recobró la vista, y lo seguía por el
camino”.

Hay casi siempre un momento en la vida en que se hace


penoso seguir caminando. Es más fácil instalarse en la
comodidad y el conformismo. Asentarse en aquello que nos
da seguridad, y cerrar los ojos a todo otro ideal que exija
verdadero sacrificio y generosidad.

Pero, entonces, hay algo que muere en nosotros. Ya no


vivimos desde nuestro propio impulso creador. Es la moda,
la comodidad o el “sistema” el que vive en nosotros. Hemos
renunciado a nuestro propio crecimiento.

Cuántos hombres y mujeres se instalan así en la


mediocridad, renegando de las aspiraciones más nobles y
generosas que surgían en su corazón. No caminan. Su
existencia queda paralizada. Viven “junto a lo esencial”,
ciegos para conocer lo que podría dar una luz nueva a sus
vidas.

¿Es posible reaccionar cuando uno se ha asentado tan


hondamente en la rutina y la indiferencia? ¿Se puede uno
salvar de esta vida “programada” para la comodidad y el
bienestar?

Esta es la buena noticia del evangelio. Dentro de cada uno de


nosotros hay una fe que nos puede todavía hacer reaccionar y
ponernos de nuevo en el camino verdadero.
¿Qué hay que hacer? Gritar a Dios. Concentrar todas las
energías que nos quedan para pedir a Dios, desde lo más
hondo de nuestro ser, su luz y su gracia renovadora.

Y algo más. No desoír ninguna llamada, por pequeña que


sea, que nos invita a transformar en algo nuestra vida.

No tenemos otra vida de recambio. Ahora mismo se nos


llama a vivir, a caminar, a crecer. El evangelio tiene fuerza
para hacernos vivir una vida más intensa, verdadera y joven.
Recordemos las palabras de Bernanos: “¿Sois capaces de
rejuvenecer el mundo, sí o no? El evangelio es siempre
joven. Sois vosotros los que estáis viejos”.

UN GESTO MOLESTO

Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén. Va acompañado de


sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos
gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino,
se dirige a Jesús: “Hijo de David, ten compasión de mí”.

Su ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él


nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. Además, le cerrarían
las puertas del templo: los ciegos no podían entrar en el
recinto sagrado. Excluido de la vida, marginado por la gente,
“abandonado” por los representantes de Dios, sólo le queda
pedir compasión a Jesús.

Los discípulos y seguidores se irritan. Aquellos gritos


interrumpen su marcha tranquila hacia Jerusalén. No pueden
escuchar con paz las palabras de Jesús. Aquel pobre molesta.
Hay que acallar sus voces: Por eso, “muchos le regañaban
para que se callara”.
La reacción de Jesús es muy diferente. No puede seguir su
camino, ignorando el sufrimiento de aquel hombre. “Se
detiene”, hace que todo el grupo se pare y les pide que
llamen al ciego. Sus seguidores no pueden caminar tras él,
sin escuchar las llamadas de los que sufren.

La razón es sencilla. Lo dice Jesús de mil maneras en


parábolas, exhortaciones y dichos sueltos: el centro de la
mirada y del corazón de Dios son los que sufren. Por eso él
los acoge y se vuelca en ellos de manera preferente. Su vida
es, antes que nada, para los maltratados por la vida o por las
injusticias: los condenados a vivir sin esperanza.

Nos molestan los gritos de los que viven mal. Nos puede
irritar encontrarnos continuamente en las páginas del
evangelio con la llamada persistente de Jesús. Pero no nos
está permitido “tachar” su mensaje. No hay cristianismo de
Jesús sin escuchar a los que sufren.

Están en nuestro camino. Los podemos encontrar en


cualquier momento. Muy cerca de nosotros o más lejos.
Piden ayuda y compasión. La única postura cristiana es la de
Jesús ante el ciego: “¿Qué quieres que haga por ti?”.

GRITAR A DIOS

No son agnósticos. Menos aún ateos. En el fondo de su


corazón hay fe aunque hoy se encuentre cubierto por capas
de indiferencia, olvido y descuido. Nunca han tomado la
decisión de alejarse de Dios, pero llevan muchos años sin
comunicarse con él.
Algunos desearían reavivar su vida, sentirse de otra manera
por dentro, vivir con más luz. Incluso, hay quienes sienten
necesidad de despertar de nuevo su fe. No es fácil. No tienen
tiempo para dedicarse a estas cosas. Nunca tomarán parte en
un grupo de búsqueda. Viven demasiado ocupados.

Hay algo, sin embargo, que todos podemos hacer ahora


mismo, sin pensar en compromisos complicados, y es
empezar sencillamente a comunicarnos con Dios de manera
humilde y sincera. No conozco otro camino más eficaz para
reavivar la fe.

No es lo mismo pensar de vez en cuando en la religión,


discutir de Dios con los amigos y plantearse si habrá otra
vida más allá de la muerte, o pararse unos minutos y decir
desde dentro: “Creo en ti, Dios mío, ayúdame a creer”.

No es lo mismo vivir agobiado por mil problemas y


preocupaciones, sufrir día a día una enfermedad y seguir
caminando sólo e incomprendido, o saber decir cada noche
antes de acostarse: “Dios mío, yo confío en ti. No me
abandones”.

No es lo mismo sentirse lleno de vitalidad, disfrutar de buena


salud y vivir satisfecho de los propios logros y éxitos, o
saber alegrarse desde lo más hondo y decir: “Dios mío, te
doy gracias por la vida”.

Por otra parte, hay algo que no hemos de olvidar. Es


importante cuestionarse la vida, reflexionar y buscar la
verdad, pero nada acerca más a Dios que el amor. Decirle a
Dios con frecuencia y de corazón “Yo te amo y te busco”,
nos va dando poco a poco una consciencia nueva de su
Persona y de su presencia cariñosa en nuestra vida.
El relato evangélico de Marcos nos habla de un hombre
“ciego” que vive sin luz, se encuentra “sentado” sin
capacidad de caminar y está “al borde del camino”. Su
curación comienza cuando, recogiendo toda la fe que hay en
su corazón, grita al paso de Jesús: “Ten piedad”.

MIENTRAS NO VEAMOS CLARO, SERÁN


INEVITABLES LOS TROPIEZOS
Fray Marcos
Mc 10, 46-52

CONTEXTO

Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó,


camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el
mismo relato entraña la lección. Es la última jornada hacia
Jerusalén (Jericó está a unos 30 kms. y era la última parada y
fonda). Estamos en la última escena, antes de entrar en
Jerusalén. Después, el evangelio de Marcos da un profundo
quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca de la
pasión que de lo narrado hasta ahora de su vida pública.

Los detalles del relato de hoy tienen poco que ver con los
que Marcos ha utilizado hasta ahora. Jesús le llama. Le
pregunta qué es lo que quiere. Admite el título de Hijo de
David. No lo aparta de la gente. La curación no va
acompañada de ningún gesto. No le manda guardar silencio
sobre lo sucedido...

Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el


Reino es la renuncia y la entrega hasta la muerte, ya no hay
lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar
ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a ver, todo son
símbolos.

EXPLICACIÓN

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la


marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin
poder moverse, viendo cómo los demás pasan, dependiendo
de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, (la exclusión),
pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a
pesar de la oposición de la gente.

"Hijo de David" era un título mesiánico equivocado; suponía


un Mesías rey poderoso, que se impondría con la fuerza. A
Marcos ya no le importa, no le manda callar. En el relato
siguiente (la entrada de Jesús en Jerusalén) vuelve a poner
"Hijo de David" en boca de la multitud.

Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a


Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. En
la situación en que te encuentras no tienes derecho a
protestar ni a gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del
pueblo judío, tan religioso él.

"La gente" significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría


de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la
necesidad de ver más allá de sus narices y emprender un
nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de
Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que
el ciego se acercara a él.

Llamadlo. Se advierte claramente la carga simbólica del


relato. En menos de una línea se repite por tres veces el
verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús valora
la situación de muy distinta manera que sus acompañantes.
Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un
salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora
confía, aunque no ve. El manto representa lo que había sido
hasta el momento. Lo que era su refugio, se convierte en un
estorbo. Todas sus esperanzas están ahora en Jesús. Este es
el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza.

¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de vista


narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a
querer un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma
que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La
pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente
distinta. Los dos hermanos quieren "sentarse" en la gloria
con Jesús. El ciego quiere ver para "caminar" con él. La
diferencia no puede ser más abismal.

¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un poco


absurda, este grito. En toda la Biblia, el "ver" tiene casi
siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena
comprensión de aquello que es importante para la vida
espiritual. Este grito es el centro del relato, siempre que
descubramos que no se trata de una visión física. Se trata de
ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo.
El camino de la renuncia que conduce hacia el Reino. De ahí
la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la
visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una
lección para los discípulos que no terminan de ver. Siguen a
Jesús por el camino material, pero no por el de la renuncia
hacia la cruz.
Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que
libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino... el
camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja
bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús,
será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a
Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la
falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni
siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la
experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a


Jesús le sigue en el camino. Antes estaba al borde, es decir
fuera del camino. El relato de una ceguera material es el
soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar
el corazón de los hombres que están ciegos y a oscuras. Los
discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un
hombre tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso
"Mesías davídico". Después sigue al auténtico Jesús, que va
hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.

Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un


anuncio de este mensaje: Dios salva un resto de su pueblo.
No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos,
(no sienten ninguna necesidad de ser salvados) sino a los
ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir, a los pobres.

No es el ciego el que está hundido en la miseria. La


verdadera miseria humana está en los que, aun siguiendo a
Jesús, mandan al ciego que se calle. Lo estamos repitiendo
todos los días. ¡Que se callen todos los miserables que
molestan! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos
dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a
nuestro alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera
de vivir tranquilos...
APLICACIÓN

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido


despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio
sustancial en la marcha de la evolución. Jesús trastoca esa
escala de valores, que aún prevalecía entre los hombres de su
tiempo. Se daba por supuesto que Dios estaba en esa
dinámica, y que todo lo defectuoso era rechazado por Él.

Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que


el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de
descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus radicales
limitaciones. La esencia de lo humano no está en la
perfección ni física ni síquica ni mental ni moral sino en la
misma persona, independientemente de sus circunstancias.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su


tiempo y sigue siendo escandalosa para nosotros hoy.
Creemos ingenuamente que hemos superado esa dinámica.
Tal vez hemos avanzado con relación a las limitaciones
físicas, pero ¿qué pasa con los fallos morales?

Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también


se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las
adúlteras. Lucas, inmediatamente después de este relato,
inserta el de Zaqueo (publicano-pecador) que expresa lo
mismo que este del ciego, pero con relación a los excluidos
por impuros.

Nosotros aún seguimos hoy creyendo que los pecadores que


nosotros rechazamos, son también rechazados por Dios.
Ellos nos preceden en el Reino de los Cielos, porque
seguimos estando ciegos a la manifestación de Dios en Jesús.
La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es
distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos
manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio
cuando pensamos: 'Qué grande es Jesús, que, de una persona
despreciable, ha hecho una persona respetable'.

Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla,


después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa
persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa,
marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho
humano, es preciosa para Dios. ¡Nos queda aún mucho por
andar!

Meditación-contemplación

¿Qué quieres que haga por ti? –Maestro, que pueda ver.
Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez:
¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!...
Y pronto te responderán:
¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos.
...................

Nos han convencido de que, para ver,


Necesitamos que alguien me coloque unas gafas.
Absolutamente falso. El ojo interior está hecho para ver,
y tu verdadero ser está siempre iluminado.
..................

Descubre la causa de tu ceguera.


Abre bien los ojos y si hay algo que no te deja ver, apártalo.
Nade tiene que traerte un candil o prestarte prismáticos.
Tu e-mail puede estar lleno de basura y no cabe el verdadero
mensaje.
.......................

EL CIEGO BARTIMEO Y NUESTRA CEGUERA

JOSÉ LUIS SICRE

El evangelio de este domingo (la curación del ciego


Bartimeo) parece, a primera vista, muy fácil de entender:
uno más de los milagros que hace Jesús a lo largo de su vida.
Sin embargo, hay detalles que llaman la atención, porque no
son frecuentes.

Detalles curiosos del relato.

1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única


persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede
tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el
Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente
antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir,
no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de
Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de
David”, es igual que Salomón, al que las leyendas
posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En
este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de
Mateo.

2. La actitud del ciego, que grita cada vez más fuerte, aunque
la gente le mande callar. Marcos indica, con cierta ironía,
que las mismas personas que lo mandan callar son las que
luego lo animan a levantarse e ir hacia Jesús. Pero lo
importante es la petición que repite: “ten compasión de mí”,
que se concretará luego en poder ver.
3. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de
acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin
embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del
evangelio a propósito de los primeros discípulos, que
“dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).

4. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le


dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia
de la fe.

5. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una


persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino.
Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la
muerte y la resurrección.

El relato en el conjunto del evangelio

Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de


Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia
enorme.

1. Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la


que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas
más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo,
despreocupación por los pequeños), las obligaciones que
tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que
experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del
matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas
enseñanzas, el discípulo puede sentirse como ciego, incapaz
de ver y pensar como Jesús.

2. En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando


insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un
símbolo de la actitud que debemos tener cuando no
acabamos de entender o no somos capaces de practicar lo
que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de
seguirle incluso en los momentos más difíciles.

1ª lectura

El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel,


desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios,
prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la
tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse
(ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria.
Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

La relación de la primera lectura con el evangelio es muy


escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque
habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo
sigue a Jesús hacia Jerusalén.

Lectura
a) Clave de lectura:

El evangelio de este domingo describe el episodio de la


curación del ciego Bartimeo de Jericó (Mc 10,46-52), que
recoge una larga instrucción de Jesús para sus discípulos (Mc
8,22 a 10,52). Al principio de esta instrucción, Marcos
coloca la curación del ciego anónimo (Mc 8,22-26). Ahora, al
final, comunica la curación del ciego del Jericó. Como
veremos, las dos curaciones son el símbolo de lo que sucedía
entre Jesús y los discípulos. Indican el proceso y el objetivo
del lento aprendizaje de los discípulos.
Describen el punto de partida (el ciego anónimo) y el punto
de llegada (el ciego Bartimeo) de la instrucción de Jesús a sus
discípulos y a todos nosotros. En el curso de la lectura
trataremos de prestar atención a las actitudes de Jesús, del
ciego Bartimeo y de la gente de Jericó y en todo lo que cada
uno de ellos dice y hace. Mientras lees y meditas el texto,
piensas como si tú mismo te estuviera mirando a un espejo.
¿En qué se refleja tu rostro: En Jesús, en el ciego Bartimeo,
¿en la gente?

b) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Marcos 10,46: Descripción del contexto del episodio


Marcos 10,47: El grito del pobre
Marcos 10,48: Reacción de la gente ante el grito del pobre
Marcos 10,49-50: Reacción de Jesús ante el grito del pobre
Marcos 10,51-52: Conversación de Jesús con el ciego y su
curación

Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Cuál es punto del texto que más te ha gustado? ¿Por


qué?
b) ¿Cuál es la actitud de Jesús? ¿Qué dice y qué hace?
c) ¿Cuál es la conducta de la gente de Jericó? ¿Qué dicen
y qué hacen?
d) ¿Cuál es comportamiento del ciego Bartimeo? ¿Qué
dice y qué hace?
e) ¿Cuál es para nosotros la lección de la curación del ciego
Bartimeo?

Para aquellos que desean profundizar el tema

a) Contexto de la larga instrucción de Jesús a los


discípulos:
La curación del ciego anónimo, al comienzo de la
instrucción, se completa por dos momentos (Mc 8,22-26). En
el primer momento, el ciego comienza a intuir las cosas, pero
sólo a mitad. Ve las personas como si fuesen árboles (Mc
8,24). En el segundo momento, en el segundo intento,
comienza a entender bien. Los discípulos eran como el ciego
anónimo: aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban
la cruz (Mc 8,31- 33). Eran personas que cambiaban personas
por árboles No tenían una fe fuerte en Jesús. ¡Continuaban
siendo ciegos! Cuando Jesús insistía en el servicio y en la
entrega (Mc 8,31;34; 9,31; 10,33-34), ellos discutían entre sí sobre
quien era el más importante (Mc 9,34) y continuaban
pidiendo los primeros puestos en el Reino, uno a la derecha y
otro a la izquierda del trono (Mc 10,35-37). Señal de que la
ideología imperante de la época penetraba profundamente en
sus mentalidades. El haber vivido varios años con Jesús, no
les había renovado su modo de ver las cosas y personas.
Miraban a Jesús con la mirada del pasado. Querían que fuese
como ellos se lo imaginaban: un Mesías glorioso (Mc 8,32).
Pero el objetivo de la instrucción de Jesús es que sus
discípulos sean como el ciego Bartimeo, que acepta a Jesús
como es. Bartimeo tiene una fe fuerte que le hace ver, fe que
Pedro no posee todavía. Y así Bartimeo se convierte en el
modelo para los discípulos del tiempo de Jesús, para las
comunidades del tiempo de Marcos, como para nosotros.

b) Comentario del texto:


Marcos 10,46-47: Descripción del contexto del episodio: el
grito del pobre
Finalmente, después de una larga caminata, Jesús y sus
discípulos llegan a Jericó, última parada antes de llegar a
Jerusalén. El ciego Bartimeo está sentado a la vera del
camino. No puede participar en la procesión que acompaña a
Jesús. Pero grita, invocando la ayuda del Señor: “¡Hijo de
David! ¡Ten piedad de mí!” La expresión “Hijo de David” era
el título más común que la gente daba al Mesías (Mt 21,9; cf.
Mc 11,9) Pero este título no agradaba mucho a Jesús. Él llegó
a cuestionar y a criticar la costumbre de los doctores de la ley
que enseñaban a la gente diciendo el Mesías es el Hijo de
David (Mc 12,35-37).
Marcos 10,48: Reacción de la gente ante el grito del pobre
El grito del pobre es incómodo, no gusta. Los que van en la
procesión con Jesús intentan hacerle callar. Pero “¡él gritaba
todavía más fuerte!” También hoy el grito del pobre es
incómodo. Hoy son millones los que gritan: emigrantes,
presos, hambrientos, enfermos, perseguidos, gente sin trabajo,
sin dinero, sin casa, sin techo, sin tierra, gente que no recibirán
jamás un signo de amor. Gritos silenciosos, que entran en las
casas, en las iglesias, en las ciudades, en las organizaciones
mundiales. Lo escucha sólo aquél que abre los ojos para
observar lo que sucede en el mundo. Pero son muchos los que
han dejado de escuchar. Se han acostumbrado. Otros intentan
silenciar los gritos, como sucedió con el ciego de Jericó. Pero
no consiguen silenciar el grito del pobre.
Dios lo escucha. (Éx 2,23-24; 3,7) Y Dios nos advierte
diciendo: “No maltratarás a la viuda o al huérfano”. ¡Si tú lo
maltratas, cuando me pida ayuda, yo escucharé su grito!”
(Éx 22,21)
Marcos 10,49-50: Reacción de Jesús ante el grito del
pobre
¿Y qué hace Jesús? ¿Cómo escucha Dios el grito? Jesús se
para y ordena llamar al ciego. Los que querían hacerlo callar,
silenciar el grito incómodo del pobre, ahora, a petición de
Jesús, se ven obligados a obrar de modo que el pobre se
acerque a Jesús, Bartimeo deja todo y va corriendo a Jesús.
No posee mucho, apenas una manta. Lo único que tiene para
cubrirse el cuerpo (cf. Éx 22,25-26). ¡Esta es su seguridad, su
tierra firme!
Marcos 10, 51-52: Conversación de Jesús con el ciego y su
curación
Jesús pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” No basta gritar.
¡Se necesita saber por qué se grita! Él responde: “¡Maestro!
¡Que yo recobre la vista!” Bartimeo había invocado a Jesús
con expresiones no del todo correctas, porque, como hemos
visto, el título de “Hijo de David” no le gustaba mucho a
Jesús (Mc 12,35-37). Pero Bartimeo tiene más fe en Jesús que
en las ideas y títulos sobre Jesús. No así los demás. No ven las
exigencias como Pedro (Mc 8,32). Bartimeo sabe dar su vida
aceptando a Jesús sin imponerle condiciones. Jesús le dice:
“¡Anda! ¡Tu fe te ha salvado!” Al instante, el ciego recuperó la
vista”. Deja todo y sigue a Jesús (Mc 10,52). Su curación es
fruto de su fe en Jesús (Mc 10,46-52). Curado, Bartimeo sigue
a Jesús y sube con Él a Jerusalén hacia el Calvario. Se
convierte en un discípulo modelo para Pedro y para nosotros:
¡creer más en Jesús que en nuestras ideas sobre Jesús!

c) Ampliando conocimientos

El contexto de la subida hacia Jerusalén


Jesús y sus discípulos se encaminan hacia Jerusalén (Mc
10,32). Jesús les precede. Tiene prisa. Sabe que lo matarán. El
profeta Isaías lo había anunciado (Is 50,4-6; 53,1-10). Su muerte
no es fruto de un destino ciego o de un plan ya
preestablecido, sino que es la consecuencia de un
compromiso tomado, de una misión recibida del Padre junto
con los marginados de su tiempo. Por tres veces, Jesús llama
la atención de los discípulos, sobre los tormentos y la muerte,
que le esperan en Jerusalén (Mc 8,31; 9,31: 10,33). El discípulo
debe seguir al maestro, aunque sea para sufrir con él (Mc
8,34-35). Los discípulos están asustados y le acompañan con
miedo (Mc 9,32). No entienden lo que está sucediendo. El
sufrimiento no andaba de acuerdo con la idea que ellos
tenían del Mesías (Mc 8,32-33; Mt 16,22). Y algunos no sólo no
entendían, sino que continuaban teniendo ambiciones
personales. Santiago y Juan piden un puesto en la gloria del
Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús (Mc
10,35-37). ¡Quieren estar por delante de Pedro! No entienden
la propuesta de Jesús. ¡Están preocupados sólo de sus propios
intereses! Esto refleja las disputas y riñas existentes en las
comunidades al tiempo de Marcos y las que pueden existir
todavía en nuestras comunidades. Jesús reacciona con
decisión: “¿Qué es lo que estáis pidiendo?” (Mc 10,38). Y les
dice si son capaces de beber el cáliz que Él, Jesús, beberá, y
si están dispuestos a recibir el bautismo que Él recibirá. ¡El
cáliz del sufrimiento! el bautismo de sangre! Jesús quiere
saber si ellos, en vez de un puesto de honor, aceptan dar vida
hasta la muerte. Los dos responden: “¡” Podemos!” (Mc
8,39). Parece una respuesta dicha sólo con los labios, porque
pocos días después, abandonan a Jesús y lo dejan solo en la
hora del sufrimiento (Mc 14,50). Ellos no tienen mucha
conciencia crítica, no perciben su realidad personal. En su
instrucción a los discípulos, Jesús insiste sobre el ejercicio
del poder (cf. Mc 9,33-35). En aquel tiempo, aquellos que
detentaban el poder no prestaban atención a la gente.
Obraban según sus ideas (cf. Mc 6,17-29). El imperio
romano controlaba el mundo y lo mantenía sometido por las
fuerzas de las armas y así, a través de tributos, tasas e
impuestos, conseguía concentrar la riqueza del pueblo en
manos de unos pocos en Roma. La sociedad se caracterizaba
por el ejercicio represivo y abusivo del poder. Jesús tiene una
propuesta diferente. Dice: “No debe ser así entre vosotros.
Quien quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor”
(Mc 10,43).
Enseña a vivir contra los privilegios y las rivalidades.
Subvierte el sistema e insiste en el servicio, remedio contra la
ambición personal. En definitiva, presenta un testimonio de
la propia vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser
servido, sino para servir y dar la vida por muchos “(Mc 10,45).

La fe es una fuerza que transforma a las personas


La Buena Nueva del Reino anunciada por Jesús es como un
fertilizante. Hace crecer la semilla de la vida escondida en
las personas, en la gente, escondida como un fuego bajo las
cenizas de la observancia, sin vida. Jesús sopla sobre las
cenizas y el fuego se enciende, el Reino se muestra y la gente
se alegra. La condición es siempre la misma: creer en Jesús.
Pero cuando el temor se apodera de las personas, entonces
desaparece la fe y la esperanza se apaga. En la hora de la
tormenta, Jesús reprende a los discípulos por su falta de fe
(Mc 4,40). No creen, porque tienen miedo (Mc 4,41). Por la
falta de fe de los habitantes de Nazaret, Jesús no puede obrar
allí ningún milagro (Mc 6,6). Aquella gente no quiere creer,
porque Jesús no era como ellos pensaban que debía ser (Mc
6,2- 3). Y precisamente es la falta de fe la que impide a los
discípulos a arrojar “al espíritu inmundo” que maltrataba a
un niño enfermo (Mc 9,17). Jesús los critica: “¡Oh generación
incrédula!” (Mc 9,19). E indica el camino para reanimar la fe:
“Esta especie de demonio no se puede arrojar de ningún
modo, si no es con la oración” (Mc 9,29)
Jesús animaba a las personas a que tuviesen fe en Él y por lo
mismo, creaba confianza en los demás (Mc 5,34.36; 7,25-29;
9,23-29; 10,52; 12.34.41-44). A lo largo de las páginas del
evangelio de Marcos, la fe en Jesús y en su palabra aparece
como una fuerza que transforma a las personas. Hace que se
reciba el perdón de los pecados (Mc 2,5), afronta y vence la
tormenta (Mc 4,40), hace renacer a las personas y obra en
ellos el poder de curarse y de purificarse (Mc 5,34). La fe
obtiene la victoria sobre la muerte, por lo que la niña de doce
años resucita gracias a la fe de Jairo, su padre, en la palabra de
Jesús (Mc 5,36). La fe hace saltar al ciego Bartimeo: “Tú fe te
ha salvado” (Mc 10,52). Si tú dices a la montaña: “Levántate y
arrójate al mar”, la montaña caerá en el mar, pero no hay que
dudar en el propio corazón (Mc 11,23-24). “Porque todo es
posible para el que cree” (Mc 9,23). “¡Tened fe en Dios!” (Mc
11,22). Gracias a sus palabras y gestos, Jesús despierta en la
gente una fuerza dormida que la gente no sabe que tiene. Así
sucede con Jairo (Mc 9,23-24), con el ciego Bartimeo (Mc
10,52), y tantas otras personas, que por su fe en Jesús,
hicieron nacer una vida nueva en ellos y en los otros.
La curación de Bartimeo (Mc 10,46-52) aclara un aspecto
muy importante de la larga instrucción de Jesús a sus
discípulos. Bartimeo había invocado a Jesús con el título
mesiánico de “Hijo de David” (Mc 10,47). A Jesús este título
no le agradaba (Mc 12,35-37). Pero, aunque ha invocado a
Jesús con una expresión no correcta, Bartimeo tiene fe y es
curado. Lo contrario de Pedro, cree más en Jesús que en las
ideas que tiene sobre Jesús. Cambia su idea, se convierte,
deja todo y sigue a Jesús por el camino hasta el Calvario (Mc
10,52).
La comprensión completa del seguimiento de Cristo no se
obtiene con la instrucción teórica, sino con el compromiso
práctico, caminando con Él por el camino del servicio
desde Galilea a Jerusalén. Quien insista en tener la idea de
Pedro, o sea, la del Mesías glorioso sin la cruz, no entenderá
a Jesús y no llegará a asumir jamás la actitud del verdadero
discípulo. Quien quiere creer en Jesús y hacer “don de sí” (Mc
8,35), aceptar “ser el último” (Mc 9,35), “beber el cáliz y
llevar la cruz” (Mc 10,38), éste, como Bartimeo, aun sin tener
las ideas totalmente correctas, obtendrá el poder de “seguir a
Jesús por el camino” (Mc 10,52). En esta certeza de poder
caminar con Jesús se encuentra la fuente del coraje y la
semilla de la victoria sobre la cruz.
P. EDUARDO MTNZ. ABAD, ESCOLAPIO

En estos últimos Domingo la Iglesia nos enseña cuáles son


las tres virtudes o fuerzas, que eso significa virtud: fuerza.
capacidad para... Las tres fuerzas o virtudes con las que
tenemos que contar, como don o regalo de Dios y que
nosotros debemos desarrollarlas, hacerlas crecer.

¿Cuáles son esas tres fuerzas? La CONFIANZA, el AMOR y


la ESPERANZA. Si lo queréis en lenguaje tradicional: FE,
CARIDAD y ESPERANZA. Con estas fuerzas nos podemos
relacionar y dialogar con Dios. Por eso a estas tres virtudes o
fuerzas se las llama virtudes teologales = a relación con
Dios.

Estas tres fuerzas o virtudes teologales nos harán vivir y


cumplir a la perfección nuestras opciones fundamentales:
matrimonio, consagración -vida religiosa y servicio o
ministerio del sacerdocio a la comunidad, para llegar a la
cumbre, a la meta de la vida humana y cristiana: la unión
íntima con Dios con una nueva manera de vivir, como no
podemos imaginar, pues llegaremos al matrimonio místico o
misterioso con Dios, algo inconcebible sin la Fe, de la que
hoy se nos habla. El próximo domingo, 31, será la
CARIDAD. El 32, será la ESPERANZA:

Nos explican hoy, domingo 30, la FE, lo que comporta y


supone, mediante este relato, que es una catequesis
magnifica, del episodio del ciego Bartimeo y Jesús.
La FE es un conocimiento que me compromete y que por
consiguiente me impulsa a poner en práctica las ideas o
conceptos que constituyen esa enseñanza de la FE. Si no lo
pongo en práctica, lo que tengo es solo conocimientos
religiosos, pero eso no es FE, eso es simple Cultura religiosa,
no más y llena o mezclada frecuentemente de fetichismo,
magia, fanatismo...

Hoy sorprendemos a Jesús subiendo el último tramo para


llegar a Jerusalén, desde Jericó. Es el tramo más difícil por
escarpado. Corto, pero dura la cuesta. Tan sólo 20 kilómetros
de distancia de su muerte y llegar así a su entrega total por
nosotros, dando hasta su vida en la cruz. Pero la pendiente es
fuerte y brusca: mil metros de desnivel. No perdamos de
vista la significación simbólica de este viaje de Jesús a
Jerusalén. La geografía, la topografía también cuenta en lo
que se nos quiere enseñar y revelar.

Se acerca "su hora". La "hora" de su triunfo, de su


resurrección, de conquistar y ganar valientemente, la
NUEVA VIDA, pero enfrentándose y luchando voluntaria y
lúcidamente contra la agonía del fracaso y de la muerte,
significados en este último tramo de subida, el peor, el más
duro, el más escarpado y abrupto, como lo es la última etapa
de nuestra vida ¿verdad?: la agonía de la vejez.

Toda una enseñanza para nosotros, que también estamos


viviendo las últimas semanas de este año litúrgico cristiano -
cuatro semanas nos quedan solamente-. Y nos vamos
aproximando también a nuestra última prueba, la más dura y
difícil: la de la vejez y la de nuestra muerte. Es el tramo de la
vida más escarpado y de dura subida, como de Jericó a
Jerusalén. Tan sólo 20 kilómetros, pero 1000 metros de
subida. Es penosa, amarga y dura, la vejez, y a veces hasta
humillante y afrentosa a los ojos humanos.

El General De Gaule, cuando se vio obligado a renunciar a la


Presidencia de la nación francesa, ya con sus 70 o más años,
dijo: “la vejez es una hecatombe”. Verdad es que es la edad
de oro, que empezamos la jubilación, que viene esa palabra
de “jubilo”, de alegría, pero siempre, todo ello, envuelto en
harapos de carne arrugada y dolida por todas partes.

Año, pues, que se acaba: 4 semanas. Y a mi vida ¿cuánto le


queda? Jorge Manrique nos dice sabiamente y bien en su
romance: "Recuerde el alma dormida, -avive el seso y
despierte, cómo se pasa la vida, -cómo se viene la muerte -
tan callando". Y añade: "Este mundo es el camino para el
otro, que es morada sin pesar; más cumple tener buen tino
para andar esta jornada sin errar". Ved de cuán poco valor-
son las cosas tras que andamos y corremos; -que en este
mundo traidor –aun primero que muramos –las perdemos...

Esta enseñanza de la última etapa y la más dura y escarpada


del camino de Cristo, debemos tenerla muy presente estos
cuatro domingos que nos restan de este año litúrgico. "Que la
ciencia consumada es que el hombre bien acabe, porque al
fin de la jornada aquel que se salva, sabe y el que no, no sabe
nada", nos dice el romancero.

¿Qué tengo que aprender, qué tengo que saber hoy de esta
enseñanza de la Palabra de Dios para triunfar en mi vida,
para salvarme y alabar y glorificar a Dios y ser feliz?
Que tengo que ser como Bartimeo. Que Bartimeo es el
prototipo del verdadero discípulo de Jesús. Bartimeo salió al
camino a PEDIR. Reconocer tu indigencia espiritual y hasta
humana, no solo económica. No creer poseer y tener tú solo
la verdad; sentir tu pobreza, reconocerla, la indigencia de tu
propia limitación, en todos los órdenes.
Estar en el CAMINO, duro y áspero, escarpado de Jericó a
Jerusalén, porque por la senda de la dificultad pasa siempre
Jesús
BUSCÓ EN EL RUIDO y en los gritos de las gentes.
ESCUCHÓ y escuchó. PREGUNTÓ y preguntó. Y un día le
dieron la mejor limosna: Jesús Nazareno iba entre el ruido de
la multitud.

A Jesús, hoy día, lo podemos también encontrar entre los


ruidos de las ciudades.

Bartimeo, luchó contra los que quieren imponerle su


silencio. Entonces, GRITÓ más que los gritos de las gentes,
que le decían se callara, que sus gritos molestaban y eran
inútiles.
Bartimeo, en su entusiasmo le LLAMÓ REY: hijo del rey
David; rey de mi vida, de mi corazón, se decía Bartimeo.

El último domingo del año, proclamaremos nosotros a


Cristo, Rey de la humanidad. Cristo Rey. Bartimeo se nos
adelanta y le gritó, más con el corazón que con la boca: Rey,
¡¡¡hijo del rey David!!!

¿Sientes tú a Cristo como este ciego, que no le veía, pero le


amaba? ¿Es de verdad, rey y Señor de algo de tu vida?

A Bartimeo le mandó llamar Cristo, porque cuanto más le


mandaban callar, él le llamaba a gritos con más fuerza: "ten
compasión de mí, hijo de David, mi rey y Señor". Llamadlo,
dijo Jesús. Y hoy, también te llama a ti por medio de la
Iglesia. Y esta Iglesia, como Madre, te dice también: "ánimo,
levántate, que te llama". Recupera tu dignidad humana.
Confía en El, que lo que tú no puedes hacer, ni comprender,
Él lo puede realizar. Semana tras semana, la Iglesia nos
alienta, nos anima, despierta nuestra confianza, nos invita a
levantarnos al ofrecernos el perdón de los pecados, de
nuestras debilidades y miserias por el sacramento de la
misericordia, por el sacramento de la penitencia o confesión,
pero antes tienes que sentir y vivir de verdad el dolor de tus
fallos en el verdadero amor. “Señor, no me gusta lo malo que
he hecho en mi vida. No me gusta, Señor, no me gusta.
¡Perdóname! Y después, con sinceridad, añade: “quiero ser
mejor. Quiero ser mejor. ¡Ayúdame, mi Señor y mi Dios”!
Antes de recibir el perdón de manera sensible, material,
viéndolo y oyéndolo por tus propios oídos, en el Sacramento
del perdón, de la reconciliación, de la penitencia, de la
confesión, Dios ya te ha perdonado. Pero si estas actitudes de
arrepentimiento no las llevas en tu corazón, por mucho signo
del sacramento que recibas, no se perdonarán los pecados.
Te engañarás a ti mismo con el gesto de irte a confesar, pero
a Dios no se le puede engañar. Mira y conoce tu corazón.

Cristo te llama, pues, semana tras semana para hacer contigo


algo grande. ¿Qué hizo Bartimeo? ¿Qué debes hacer tú?
Bartimeo escuchaba y preguntaba.

Pero aparte de escuchar y preguntar, hizo tres cosas más.


Bartimeo, al momento soltó su manto, dio un salto en el
vacío sin ver, y cayó a los pies de Jesús.

Suelta también tú, el manto de tu ambición, de tu orgullo, de


tu sensualidad. Suelta ese manto viejo, de tu hombre viejo,
lleno de pecado.
Y ten fe para dar ese salto en el vacío, que te ponga a los pies
del Hijo de David, tu rey y Señor.
Escucharás, cómo a ti también te dice:
¿Qué quieres que haga por ti?...
- Maestro: que pueda ver... Y escuchó después:
- Tu FE te ha curado
Los apóstoles no acababan de ver el camino que lleva a la
gloria, porque es camino de cruz. Tú tampoco ves claro, que
por la cruz de cada día se llega a la victoria.

"El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome


su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la
perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio,
la salvará (Mc.8,34)

Dile, como Bartimeo, en esta Eucaristía y en esta comunión:


"Maestro, que pueda ver". Díselo con toda tu alma, díselo
hoy, con todo tu corazón, que oirás a Jesús, decirte: "Anda,
tu fe te ha curado".

Y verás y encontrarás sentido a toda tu vida, sobre todo a


todos esos momentos de cruz y de renuncias. Comprenderás,
si sigues los pasos de Bartimeo, lo que los apóstoles no
comprendían, ni querían comprender: que el camino de Jesús
es camino que lleva al calvario, que lleva a la muerte de ti
mismo.

Bartimeo siguió a Jesús, subiendo con El a Jerusalén: hacia


la cruz, hacia la victoria por la paciencia, que todo lo
alcanza. El joven rico, del que nos hablaban hace dos
semanas, no pudo seguir a Cristo. No arrojó su manto de
riqueza y se fue triste. Se quedó con todo. Pero se quedó sin
Cristo.

Bartimeo, modelo del verdadero discípulo, del verdadero


cristiano, no de aquellos que se creen cristianos, porque
están bautizados, pero han olvidado y tirado, no el manto de
su orgullo, sensualidad y egoísmo, sino que han tirado los
compromisos de su bautismo por el suelo.
Este es el caminar de Bartimeo, su proceso. Este es el
programa de la catequesis de este domingo, para que
cerremos bien el año, al menos. Ya en camino, empezando a
recorrer estas etapas:

Estar Hay que sentirse y ser pobre


junto al camino, duro áspero de la vida
Hay que escuchar los murmullos y ruidos
Hay que preguntar para llegar a saber quién anda metido y
rodeado, envuelto en tanto barullo
Hay que gritar con fe al hijo de David.
Hay que vencer las dificultades de quienes nos mandar
callar, y no molestar. Y seguir gritando y llamando.
Hay que soltar el manto viejo, quedándote aún más pobre, ya
ni siquiera tienes pecados.
Hay que dar un salto en el vació, ese es el riesgo de la fe: el
vacío, por la mucha confianza que tienes en ESE un tanto
desconocido, que se llama Jesús.
Hay que ver el camino de la cruz por el que sube Jesús hacia
Jerusalén.
Hay que SEGUIRLE

Que esta Eucaristía nos ayude a ser como Bartimeo:


verdaderos discípulos de Jesús, verdaderos cristianos.

A M E N.

PARA QUE UN CIEGO ECHE A ANDAR


(Domund: "Cuenta lo que has visto y oído")

Todo lo que los evangelistas recogieron, elaboraron y


redactaron de la vida de Jesús no tiene como fin
“informarnos” de lo que pasó (como haría, por ejemplo, un
periodista), sino ayudarnos a leer nuestra realidad de hoy
para iluminarla. Es decir: este relato tiene que ver conmigo,
está pensado para mí, quiere decirme algo para mi vida,
espera dialogar conmigo y ayudarme a cambiar en algo. Y
debemos leerlo partiendo de nuestras circunstancias
concretas.
Veamos a quién representa este ciego y cuáles serían las
cegueras que nosotros necesitamos curar o ayudar a curar:

UN CIEGO TIRADO AL BORDE DEL CAMINO:

➢ Bartimeo es alguien que vive “dependiendo” de los


demás, sus circunstancias personales le impiden valerse por
sí mismo y vive de lo que le quieran dar los otros. No tiene
derechos, no puede exigir nada.
➢ Es alguien que no “ve” su futuro. Su situación no tiene
salida. Nada le motiva a levantarse y “moverse” en alguna
dirección. Se trata de un “descartado”, tirado al borde del
camino. Su “sentido de la vida” no es otro que sobrevivir lo
mejor posible. ¡Tiene tantas carencias y limitaciones...! “Los
demás son mejores que yo, pueden más que yo, tienen más
posibilidades que yo…”
➢ ¿Podríamos hablar también de la “ceguera” de la gente y
de los discípulos? Unos y otros no se dieron por enterados
de aquel ciego allí tirado, no captaron su soledad y su dolor,
porque “iban a lo suyo”, aunque en este caso sea magnífico
que estén pendientes del Maestro. Y sienten que Bartimeo
más bien les estorba con sus quejidos y voces. La ceguera
de no ver a los que tenemos tan cerca.
➢ Por otro lado, tendríamos la “ceguera” de la fe. Muchos
“no ven” al Señor Jesús, a pesar de tenerlo tan cerca, aunque
les hayan hablado de él. Parece que, de oídas, Bartimeo sabía
algo de Jesús, lo suficiente como para atreverse a pedirle
algo. Pero no puede verlo. Por eso le llama, y por dos veces
pide “compasión”. También podríamos hablar de que la
gente y los discípulos que acompañan y van escuchando a
Jesús... no han “captado” todavía su mensaje o no han
sintonizado bien con él. Andan escasos de sensibilidad ante
el pobre, escasos (todavía) de compasión.

EL CIEGO GRITABA:

Hay muchos modos de gritar, de llamar la atención:


- Hay quienes lo hacen con la “violencia oral”: gritan, hacen
ruido, protestan, reclaman... Y a veces pasan de la violencia
oral a la violencia de los hechos.
- Hay quienes, en cambio, optan por un estruendoso y total
“silencio”, ya no saben qué decir o cómo decirlo... y guardan
silencio.
- El “grito” de otros consiste en no estar cuando se les
espera. A ver si les echan de menos y les hacen caso.
- Algunos gritan a través de las redes sociales, con sus
mensajes y sus imágenes de denuncia, y la esperanza de que
otros se solidaricen con ellos, o se difunda determinada
situación injusta.
- Hay por fin, quienes gritan, como Bartimeo, pidiendo
ayuda a Dios. Es lo que se llama con todo sentido “oración”.
Reclamar, a Dios, quejarse a Dios, esperar de Dios, pedir e
incluso literalmente gritarle a Dios. Quizá lo hagan en el
silencio de una capilla, en la cama de un hospital, en un
banco solitario del parque, haciendo botellón o durmiendo en
cualquier sitio... con una lágrima o un torrente de ellas, de
rodillas, o con las manos juntas, o de pie con la cabeza
agachada, o con la mirada hacia la cruz, o con la mirada
perdida...
¿Qué nos enseña Marcos sobre la actitud y reacción de Jesús
ante cegueras como éstas?

JESÚS SE DETUVO:

➢ Jesús es alguien capaz de mirar, de oír, de darse cuenta...


aún en medio de todo el jaleo que le envuelve. Es una
persona atenta, concentrada en lo importante: atento a las
personas. No se deja arrastrar, es dueño de sí mismo. Eso es
algo que podemos y debemos aprender, entrenar, está en
nuestra mano conseguirlo.
➢ En segundo lugar, “llama”, se interesa, se acerca, no se
informa a distancia (esa "cercanía" a la que tanto nos llama
hoy el Papa). Y además dialoga: ¿qué quieres que haga por
ti? No da por supuestas las cosas, no “adivina” lo que le
pasa. Prefiere que aquel hombre ponga nombre a sus
sufrimientos, a sus deseos, a su inquietud. Le ayuda a
expresarse. Es una condición esencial para salir de su
situación. No todos saben o quieren hacerlo. Jesús le hace
una pregunta oportuna para que cuente, para que reconozca
su dolor, su deseo, su esperanza: ¿Qué quieres que haga por
ti? Es una pregunta muy misionera: preguntar... y escuchar la
respuesta como interpelación personal. No le ha pedido de
entrada un milagro, ni nada material: sólo “ten compasión de
mí”. Luego, ya en la conversación que entablan ambos, le
pide lo más necesario: recobrar la vista (¿quiere decir que
antes la tuvo?).
➢ Cuando Jesús le hace llamar da un “salto”, a la vez que
se “desprende” de su manto (sus seguridades, lo que parece
protegerle...). Son signos de “CONFIANZA”. Bartimeo se
ha abierto a Jesús, se ha sentido “atendido”, importante”,
acogido.
➢ Marcos no cuenta que Jesús “haga” nada por el ciego.
Sólo unas palabras (es la fuerza que tiene la Palabra de Dios
escuchada con fe): “Anda” (curiosamente también, la
invitación no es a “ver” o “mirar”, sino a moverse, a dejar de
estar sentado...), que se traduce en un “seguirle por el
camino”. La Palabra de Jesús ha servido para que el ciego
“vea” que tiene que “seguir a Jesús”, y ha descubierto
también que en él hay “fuerza”, “fe”, lo que necesita para
dejar el manto y el borde del camino. Jesús no le ha dado
“las cosas hechas”, le ha “empujado” a caminar por sí
mismo. Y a ser discípulo.

CONCLUSIONES: En el contexto del DOMUND que hoy


celebramos, bajo el lema “Cuenta lo que has visto y oído”,
podemos subrayar:

- Detectar nuestras propias cegueras (y sorderas), tal como


hemos indicado antes, porque si no vemos/oímos bien...
- Ser mediadores (misioneros) y no estorbos ante tantos que
están al borde tantos caminos. Lejos... o en casa. E invitar:
“Ánimo, levántate, que te llama”.
- Como el Maestro, ofrecer nuestra “compasión”, que no es
lástima ni pena... es la compasión de Jesús que “conecta”
con la situación vital del que está tirado, descartado, “ciego”.
Hacernos cargo. Y atrevernos luego a preguntarle: “¿Qué
quieres que te haga?”.
- ¿Qué tenemos que contar? (Lema): Cómo el Señor nos ha
hecho mirar las cosas de manera más profunda y con sentido.
Las Palabras que escuchamos y que nos ayudan a ser más
personas e iluminan nuestros pasos. Cómo sigo al Señor por
el camino y cómo experimento su presencia en mí. No se
trata de contar lo que pienso, lo que he leído, lo que dicen
otros, lo que está escrito, lo que hay que hacer o ser... sino lo
que yo he visto y oído: Mi experiencia de vida, la acción de
Dios en mí.
- Por último: la razón, la fuente, la raíz, la fuerza, el “cómo”
de la tarea misionera no es otra que la fuerza del amor de
Dios. Como dice el Papa “Hemos sido hechos para la
plenitud que sólo se alcanza en el amor y cuando
reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida
personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y
compartir lo que hemos visto y oído”.
Por eso concluyo con una plegaria de San Antonio María
Claret (hoy día 24 es su/nuestra fiesta):
Fuego que siempre ardes y nunca te apagas,
amor que siempre hierves y nunca te entibias: Abrásame
para que te ame.
Te amo, Jesús, con todo mi corazón, con toda mi alma, con
todas mis fuerzas.
Quisiera amarte más y que todos te amen.
Quisiera amarte por mí y por todas tus criaturas
Haz, Padre, que te ame como me amas Tú y como tú quieres
que yo ame.
Padre mío; de sobra sé que no te amo lo que debiera,
pero estoy seguro que llegará el día en que te amaré como
deseo
porque Tú mismo me concederás este amor que te pido
por medio de María y de Jesucristo nuestro Señor. Amén

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