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emocional y la respuesta
“racional”
Bases neurales de la respuesta emocional y la respuesta “racional”
Contenido
1 Introducción
Pero a partir de estos tres puntos las preguntas que podemos hacernos son
prácticamente infinitas. Dudamos de los famosos libros de “auto-ayuda” que
solucionan el problema en un momento, considerando que la solución del problema
es un producto de la voluntad individual y de cierta destreza personal, de la misma
manera que suponen que el control de las tres variables les proporcionará el
camino de la felicidad, de la mejora laboral, de la competencia profesional o la
relación con el mundo, la pareja y los compañeros. Estamos convencidos de que las
emociones rigen, en cierta manera, la actuación de las personas (y, probablemente,
de muchos otros animales).
Considero que hablar de IE no es otra cosa, dicho de una manera muy simple, que
hablar de la comunicación, del “diálogo”, entre la parte más inconsciente y
profunda de nuestro ser con la parte más actualizada y razonada de nuestro
cerebro. Dicho diálogo posibilita que los aspectos inconscientes, la mayoría
pertenecientes al hecho de ser elementos vivos, puedan conjugarse con los
aspectos más novedosos de nuestro cerebro, aquellos que nos permiten actuar y
tomar decisiones personales sin saltarse lo que el hecho de ser un elemento vivo
presupone.
El tema que nos interesa es hasta qué punto la percepción inconsciente de nuestro
cerebro y su oportuna respuesta puede condicionar el análisis racional de la
decisión que tomamos. Hasta qué punto podemos estar “secuestrados” (Goleman)
por nuestras emociones o secuestrados por el comportamiento totalmente racional
frente a un hecho externo. Es evidente, de ahí la famosa IE, que lo mejor para
nuestra supervivencia (en todos los sentidos) sería establecer un inteligente diálogo
entre las dos posibilidades, de manera que el resultado final fuera más completo,
más rico y, especialmente, más práctico.
Pero la cuestión se hace más difícil cuando entendemos que “relacionarnos” con
nuestras propias emociones o las emociones de los demás (básicamente
inconscientes) debe ser un gran problema o, tal vez, una verdadera imposibilidad.
Deberíamos hallar manifestaciones observables que nos permitieran garantizar,
hasta cierto punto, la emoción que se está viviendo.
Está claro que las manifestaciones externas que pueden evidenciar esta situación
son físicas (gestos, expresiones de la cara, aspectos prosódicos del habla, etc.),
pero ello supone haber llegado a una conclusión más o menos universal de que
cuando se producen dichas expresiones observables ellas indican una concreta
emoción. Si parece que es cierto que las emociones se manifiestan en el “teatro del
cuerpo” (Damasio) lo que nos queda por saber es exactamente cuál es el contenido
específico de dicha manifestación, atendiendo a las características individuales y
culturales de la persona observada (o de nosotros mismos con “auto-observadores”
de una manifestación).
Siempre nos han parecido muy interesantes las dos posibilidades y sin dudad
generaron en su tiempo (1884) las propuestas de estudio más contundentes sobre
la emoción. No obstante, y para simplificar, debemos hacer notar que en un caso y
otro existe una “evaluación” del hecho percibido. En los dos casos dicha evaluación
es “automática”, por llamarla así, y la respuesta “emocional” depende ella, sea de
una manera previa a la percepción o de una manera posterior a la misma.
Queremos decir que, de una manera u otra, no podemos hablar de manifestaciones
emocionales si no hablamos de conductas (respuestas) físicas posteriores a la
percepción del hecho y que dicha percepción es un hecho físico. Si no vemos la
serpiente en el monte, ni la oímos ni la detectamos de una manera u otra
(sentidos) es imposible responder a la presencia del posible peligro (miedo, huida,
enfrentamiento, inmovilización o la respuesta que queramos).
Tal vez, el mejor mecanismo para acercarnos a las emociones y para entenderlas
sea comprender su formación en el cerebro. No es que con ello podamos
“controlarlas”, para ello será necesario percibirlas conscientemente, pero sí que el
conocimiento de su génesis puede ayudar a ello. Especialmente porque la aparición
Esto es poco exacto pero puede ser un punto de partida para un análisis sencillo de
nuestras posiciones respecto de la IE. Es evidente que en esta parte denominada
“exterior” se hallan muestras de su intervención en las emociones. No obstante, y
recurriendo a manifestaciones muy elementales, podríamos decir que, aún hoy y
pese a los muchos progresos neurocientíficos, al hablar de IE nos referimos a los
mecanismos de interacción entre la parte inconsciente de nuestro cerebro con los
aspectos conscientes capaces de, al unísono, generar una respuesta coherente al
estímulo recibido.
Las partes implicadas, inicialmente, en las emociones en ese “interior” del que
hablamos son: la circunvolución cingulada, el tálamo, el hipocampo y la amígdala.
La primera está claramente implicada en las emociones. El tálamo es el centro
“distribuidor” de la información perceptiva y, por lo tanto, tiene un claro papel en la
distribución informativa. El hipocampo está implicado en el aprendizaje y la
memoria (que como hemos señalado y a nuestro entender tiene tanta importancia
en el fenómeno del “diálogo” emocional/racional y del recuerdo), y la amígdala, que
supone uno de los centros claves de la creación de las emociones. Todo ello, más
otros elementos que posteriormente veremos, forman el “sistema límbico”, esa
parte “interior” que genera las emociones.
Si hacemos referencia a Goleman, autor de uno de los primeros libros que hacían
referencia a la IE (popularizando el término), detallaríamos la “vía de las
emociones”. Cabe decir que el tema fue tratado por Joseph LeDoux a partir de sus
investigaciones neurológicas sobre las emociones, especialmente sobre el miedo y
la intervención de la amígdala en las mismas. Según lo dicho, la fuente de toda
emoción se halla en el estímulo generado desde el exterior (pero también
internamente, recuerdos, imaginación, etc.) como ya hemos dicho anteriormente.
Parece imposible hablar de que se desencadena algo si no hay nada que lo
desencadene. Dicho estímulo, sea del tipo que sea, es percibido. Insistimos en la
importancia de la percepción. Un estímulo existente pero no percibido no puede
tener ningún efecto operativo.
Todo ello permite creer que podemos realizar “acciones” (movimientos dirigidos a
algo o desconocida por nosotros su “utilidad”) sin que hayamos llegado a ninguna
conclusión consciente, sin haber realizado ninguna reflexión ni análisis, incluso
podríamos ejecutar una “acción” antes de ser conscientes absolutamente de nada,
como si desconociéramos (y de hecho desconocemos) la “utilidad” que puede tener
el movimiento realizado. Ello puede hacer referencia a la respuesta de
acercamiento o repulsa ante una determinada situación mucho antes de que tal
situación se nos presente de manera consciente. Actuamos, en apariencia, “sin
saber la razón de nuestros actos” y esto es cierto, por supuesto, conscientemente.
¿Podremos decir que una actuación “inexplicable” por nosotros mismos obedece a
una emoción primaria que nos impulsó a la misma? Parece ser que sí y que en ello
pueden intervenir o mecanismos particulares de nuestra personalidad,
determinadas patologías o algún tipo de consumo.
Quedaría claro que las emociones, en este sentido, formarían parte de nuestra
“consciencia”, la cual supone una experiencia que es accesible única y
exclusivamente a la persona que lo vive en un determinado momento (Marcos
Quevedo). Ello matizaría las posiciones más o menos universalistas de la expresión
emocional, de la que antes hemos hablado. Nos parece difícil entender que el
número de manifestaciones físicas de las emociones sean limitadas, se nos hace
difícil pensar que el individuo no sea capaz, por el razonamiento antes expuesto, de
“aprender” determinada manifestación a partir de una situación concreta y que
produce efectos diferentes en otra persona. Pensemos en los actores capaces de
generar manifestaciones que provienen de emociones deliberadamente generadas
(Method Acting). A través de dicho método las escuelas de actores son capaces de
generar impresiones subliminales que permiten la manifestación externa deseada y
la también deseada respuesta de los receptores. Ello podría explicar la base de la
IE. Pero siempre supone un esfuerzo notable la capacidad para “acomodar” las
percepciones y los mecanismos subcorticales a nuestros deseos. Otra cosa es,
como veremos más adelante, que la respuesta emocional consciente (sentimientos)
pueda ser gestionada con mayor facilidad en tanto es reconocida y probablemente
entendida.