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LA REVOLUCIÓN MUNDIAL

Eric Hobsbawm

El autor plasma en la introducción a este capítulo, como la revolución es una consecuencia directa del
gran enfrentamiento bélico del pasado siglo XX, dando como resultado el estallido revolucionario en la
Rusia zarista -que da origen a la potencia Soviética-; y configurando también en parte el devenir de la
centuria, al presentar a los Estados Unidos de América al mundo, como el gran indemne de la Gran
Guerra primero, y asimismo de la consiguiente, representando de esta manera el sector “opuesto” a los
efectos de la revolución en el globo.

Tal fue el impacto de octubre, que desde ese punto histórico se marca la antinomia entre las huestes del
antiguo sistema conservador y la revolución encarnada en la URSS, sistema que pregonaba ser la
superación por antonomasia del capitalismo. Y es que, huelga decir que se trató de concebir a la
revolución de octubre como un acontecimiento esencialmente ecuménico, a proyectarse sobre el espectro
proletario mundial.
Si bien en la Rusia de principios de siglo XX no estaban dadas las condiciones para el establecimiento del
socialismo (la población era mayoritariamente rural) y tampoco se podía implantar un régimen burgués-
liberal (en vista de la escasa capa de ese sector social, y menos aún, carentes de prestigio o influencia
política); se pensó -acorde a la predicción de Marx, que el estallido de la revolución en Rusia, sería el
detonante para sí llevar el socialismo proletario a los países industrializados, de hecho eso es lo que
elucubró Lenin, en una soberbia lectura del contexto histórico reinante: se debía llevar a cabo la
“revolución permanente”.
Las condiciones de los países derrotados luego de la gran guerra, sumidos en una crisis social y política,
proporcionaron el terreno para la germinación revolucionaria; no sólo los gobernantes son depuestos
(Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria), sino que desde la perspectiva del pueblo, el ideal patriótico ya no
era válido como motivación para la encarnizada lucha que se llevaba a cabo. Una particularidad es que la
principal fuerza antibélica surge de los principales centros armamentistas, y era la materialización de lo
comentado anteriormente, una oposición, un hartazgo hacia la guerra de parte de los pueblos
involucrados.

Un suceso clave que marca Hobsbawm, es el fechado el 8 de marzo de 1917, cuando a la manifestación
de unas trabajadoras, se suma el cierre de una fábrica (la metalúrgica Putilov), y con el detalle de que las
fuerzas destinadas a la represión, que en principio dudan con cumplir su cometido, luego hasta empatizan
de cierta forma con los obreros. Sólo cuatro días después, el zar abdica. Un gobierno provisional,
moderado en sus políticas y con el fin de calmar un tanto las turbulentas aguas sociales, cuenta con el aval
de sus cautelosos aliados en el conflicto mundial, pero no así con el apoyo del pueblo ruso; de hecho en el
transcurso de unos meses su imagen se derruye a pedazos.
Las medidas que contribuyeron a su masiva impopularidad fueron: El tratar de imponer nuevamente un
rigor en la producción obrera -fundamental para mantener la dinámica fabril-, sin necesariamente
asegurar las condiciones básicas que pedían los trabajadores, y también el darle impulso otra vez a la
cuestión bélica, con lo desgastada que se encontraba esa propaganda en el seno del campesinado ruso.
Justamente esos dos factores son los que tuvo en cuenta Lenin, al mando de sus bolcheviques; el lema
“Pan, paz y tierra”, así lo atestigua. El numeroso apoyo obrero con el que contó -que continuamente
aumentaba-, y su política de reparto de tierras, aún en contra del programa socialista, cimentaron tal
apoyo. Aunado a lo anterior, los soviets (consejos populares), cada vez gozaban de más injerencia en la
opinión popular.
Por esta razón, teniendo este marco, el autor describe Octubre como una transmisión de poder, donde se
plasma certeramente la toma del mando de parte de los bolcheviques, al sofocar primero una
contrarrevolución monárquica y luego ocupando los edificios gubernamentales. Es en este preciso
momento cuando Lenin convence a su partido que su subida al poder debe hacerse efectiva en esas
mismísimas circunstancias. Por supuesto, la meta básica era mantener ese poder; sin embargo el ideario
leninista iba más allá, y suponía la destrucción de la burguesía, no sólo allí, sino comenzando en Europa y
luego en el mundo entero.
Desde luego, la permanencia del régimen no fue nada sencillo. A la pérdida de territorios como
consecuencia de negociaciones en el marco del fin de la guerra, se le suman las acciones del bando
occidental (y los japoneses, entre otros), decidido a que no se propaguen de ninguna manera esas ideas
revolucionarias que no convenían a sus intereses. Para ello se conforma un frente conocido como
“blancos”, cuyo conflicto con los “rojos” revolucionarios, sume a Rusia en una cruenta y caótica guerra
civil en el bienio de 1918 a 1920.
Superados estos escollos -el hambre, la dura paz alemana, las severas dificultades económicas-, se
establece finalmente la revolución. Hobsbawm declara que gracias a tres motivos se realiza: Su Partido
Comunista, contaba con más de 500.000 militantes, fuertemente comprometidos con la causa, además
contaba con el agregado de la oficialidad, lo que le permitió hacerse del control y asegurar que Rusia, no
sólo se libre de anteriores lastres políticos, sino que siga existiendo; y por supuesto, la cesión de tierras
que volcó inevitablemente la balanza hacia el bando bolchevique.

¿Qué repercusión tuvo esto en el mundo? El autor presume de hilar ciertas conexiones con levantamientos
revolucionarios en gran parte del orbe; es más, en la misma Europa, a finales de 1918 se suceden sendas
revueltas que convulsionaron aún más la ya delicada situación posguerra.
Estados Unidos principalmente, no podía quedar de brazos cruzados ante tal panorama, por esto mediante
los famosos catorce puntos del presidente Wilson propone la creación de estados tapones, para contener
la amenaza que veían en la revolución. “A cada nación un estado”, era el espíritu de su postulado; y
cumplió con su propósito, si bien, naturalmente, no contribuyó en nada a pacificar las zonas de conflicto,
al hacer una división meramente territorial sin tener en cuenta factores decisivos, como el cultural por
ejemplo.
Pasando a destacar una decisión dentro del partido que es sumamente relevante de cara al futuro de la
revolución, 1920 es el año en que se produce una escisión en el mismo, propuesta desde los altos mandos,
con la finalidad de conformar una especie de avanzada con “revolucionarios profesionales”, con
dedicación absoluta, prácticamente una élite de choque. Para tal medida el autor sugiere que la condición
de revolución mundial no estaba dada, si bien sí se encontraba asentada en Rusia, la propagación de estas
ideas no había florecido en otras regiones, lo que quedó demostrado como ejemplo, en el caso de la China
de segunda mitad de los años veinte.
Lo cierto es que, luego de la Tercera Internacional, el movimiento se había fracturado irremisiblemente.

Ya bajo el mando de Stalin, la prioridad eran los intereses como estado de la Unión Soviética, pues en tal
posición debía relacionarse con otros estados de manera necesaria, así que esto primó por sobre la
revolución mundial que presentaba el Comintern. Esto no significa que no apoyaran luchas
revolucionarias alrededor del mundo, pero sí que esos focos de atención ya eran objetivos que poco
aportaban a la causa Soviética en sí; además eran apoyadas, siempre y cuando no entorpecieran al
régimen, desde ya.
En este punto es donde Hobsbawm destaca que, aunque solo eran algunos cuantos millares de soldados, y
centenares de revolucionarios profesionales, estos resultaron decisivos para el devenir del siglo; lo que se
traduce en la posterior difusión y establecimiento de la revolución en una tercera parte de la población
mundial, sólo 30 años después, señala el autor. O sea que, a causa de la escisión del partido, tuvo lugar la
permanencia de la revolución.
Esto es palpable también desde la esfera de las tradiciones revolucionarias anteriores a ella, superando a
al anarquismo, por ejemplo. Es decir, ser revolucionario significaba seguir a Lenin, la revolución de
octubre, y a algún partido comunista afín a Moscú. Es más, de los levantamientos en la etapa de
revoluciones entre 1944 y 1949, se destaca que fueron ocurrieron bajo el amparo e influencia de partidos
comunistas ortodoxos, de orientación soviética, con lo que se subraya lo anteriormente expresado.

Algunos aspectos -acerca de la revolución en distintos contextos- en que se detiene Hobsbawm a


continuación, son los siguientes: Citando el caso de España en el 36, a modo de ejemplificación, señala
que los componentes del partido no siempre están de acuerdo con los ideales comunistas, si bien ven en
su estructura un vehículo propicio para llevar a cabo levantamientos. También comenta que no es la regla
la total destrucción del anterior sistema para establecer el nuevo, sino que aún en los casos más radicales,
la revolución se asienta de alguna u otra manera sobre ciertas bases preestablecidas, como en el caso de
Irán en el 79. Y destaca también que el medio por el cual se llega al poder, suelen ser levantamientos
militares, aunque de diversa índole como para delinear características puntuales, y cada caso por cierto,
con sus particulares aristas.

En el contexto de la segunda guerra mundial, cuando se efectúa la resistencia contra la Alemania nazi y
sus aliados, se produce una nueva oportunidad para la segunda eclosión revolucionaria; la posterior
revolución China es un testimonio de ello. Esto denota que a diferencia del anterior período de guerra,
donde fue la resistencia, aquí fue la participación en la guerra lo que fomentó y desencadenó que la
revolución llegara al poder.
La cuestión de la guerra de guerrillas, más apropiada en ambientes selváticos y rurales, no es explotada
hasta tiempo después, pero el autor la expone sobre la mesa con el propósito de soslayar que los
movimientos de resistencia no son ni por asomo homogéneos, sino que pese a perseguir un fin
determinado -la liberación de algún yugo opresor-, cada grupo social tiene sus particulares intereses.

Esbozando una especie de corolario para este proceso, finalizando el capítulo Hobsbawm reflexiona
acerca de la efectividad de la revolución, aclarando que el capitalismo ha sido derrotado, pero no en sus
grandes centros. También confronta y compara los miedos de un bando y del otro en el mundo, siendo
este el escenario político y psicológico en el cual se va a desarrollar la Guerra Fría; todo esto apuntándolo
claramente, consecuencia de octubre de 1917. No sólo madre de las consiguientes revoluciones, sino
además factor consecuente de las contrarrevoluciones y las medidas que estas tomaron.
La gran paradoja final que plantea, sin embargo, es que la decisiva intervención de la Unión Soviética a
favor del bando occidental en la segunda guerra, desembocó en la salvación del capitalismo liberal.

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