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un cierto respiro en la marcha planetaria de la evolución

cultural, porque la pobreza ha sido su característica, más


allá del interés y de la competencia de las economías más
avanzadas. Excepción hecha de los recolectores de alimen-
tos favorablemente situados, como es el caso de los indios
de la costa noroeste de los Estados Unidos, acerca de cuyo
bienestar (comparativamente) no se suscitan dudas, los
demás cazadores, expulsados de las mejores tierras, primero
por la agricultura y más tarde por las economías industriales,
disfrutan de las ventajas ecológicas un poco menos todavía
que los del paleolítico inferior, hablando en términos me-
dios 8. Por otra parte, la desorganización que se produjo
durante los dos últimos siglos de imperialismo europeo ha
sido especialmente grave, hasta el punto de que muchos
de los datos etnográficos que constituyen el fondo común
del que echan mano los antropólogos son bienes de cultura
adulterados. Incluso los relatos de exploradores y misione-
ros, además de sus tergiversaciones etnocéntricas, pueden
reflejar la existencia de economías castigadas (cf. Service,
1962). Los cazadores del Este del Canadá, acerca de los
cuales encontramos información en las Jesuit Relations,
fueron obligados a dedicarse al comercio de las pieles a
comienzos del siglo xvII. El medio natural de otros fue
alterado selectivamente por los europeos antes de que
pudiera hacerse un informe confiable de la producción indí-
gena: los Esquimales que nosotros conocemos ya no cazan
ballenas, los Bosquimanos han sido privados de la caza, los
bosques de pinos de los Shoshoni han sido talados y sus
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campos de caza invadidos por el ganado . Si estos pueblos
se describen ahora en una situación de pobreza agobiante,
con recursos «escasos e inseguros», ¿debe ello considerarse
un indicador de su condición aborigen o de la compulsión
colonial?
Las enormes implicaciones (y problemas) que se susci-
tan para la interpretación evolutiva a causa de esta retirada
global sólo recientemente han empezado a despertar interés
(Lee y Devore, 1968). Lo que ahora tiene importancia es

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Tal como señala Cari Sauer, no deben juzgarse las condiciones
de los primitivos pueblos cazadores «basándose en los que han sobre-
vivido hasta nuestros días y que están ahora restringidos a las regiones
menos propicias de la tierra, tales como el interior de Australia, la
Gran Cuenca Americana o la tundra y la taiga árticas. Las zonas que
ellos ocupaban producían alimentación abundante» (citado en Clark y
Haswell, 1964, pág. 23).
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Detrás de las rejas de la aculturación uno puede imaginarse
vagamente lo que deben haber sido la caza y la recolección en un
apropiado medio por el relato que Alexander Henry hace de su mag-
nífica permanencia como un Chippewa en el norte de Michigan: véase
Qimby, 1962.

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