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Ci c'ii i n M . N eg r o e 5 i e r r a
Presentación 11
Introducción 13
Fuentes 263
Bibliografía 265
Presentación
11
Introducción
13
atribuyen a cada estamento nunca son reconocidos a título individual.
Es, por consiguiente, la pertenencia a un determinado estamento o gru-
po lo que lleva aparejado el disfrute de los privilegios que le puedan
corresponder,3 aunque cabe señalar que de una manera u otra todos los
cuerpos gozaban de algún tipo de privilegio, como veremos más ade-
lante. La obtención de privilegios constituye un elemento fundamental
de la sociedad corporativa4 y, por este motivo, el privilegio define, según
el Diccionario de Autoridades, “la gracia ò prerogativa que concede el
superior exceptuando ò libertando à uno de alguna carga ò gravámen,
ò concediendole alguna exención de que no gozan otros”.5 Y, en opinión
de Castillo de Bobadilla, “todas las gracias, mercedes, preeminencias,
inmunidades, franquezas y fueros que disfrutan los cuerpos (provin-
cias, estamentos, corporaciones) son privilegios y son concedidos por
el soberano, el monarca es la única autoridad con capacidad para otor-
garlos y suprimirlos”.6
En este sentido, también podemos hablar de los fueros porque tam-
bién son privilegios y exenciones concedidas a alguna provincia, ciudad
o persona o grupos de personas.7 El fuero, según Hespanha, consiste en
un “estatuto jurídico particular de los diferentes grupos sociales”.8
Dicho de otra forma, el privilegio no se vincula sólo a los méritos per-
sonales de un individuo, sino que, en principio, procede del nacimiento
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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Las casas familiares de las élites de cada lugar ocupaban el epicentro
de las dinámicas sociales, en la medida en que reproducían las estruc-
turas de las casas nobiliarias, entendidas como sagas dinámicas heredi-
tarias. Estas familias tuvieron la capacidad de integrar y albergar tanto
a los miembros de la familia extensa (abuelos, hijos, nietos, sobrinos,
primos o hijos políticos) como a un sinnúmero de personas de distinto
signo, rango, prestigio, origen y oficios, necesarios para el funciona-
miento y la dinámica propia de una residencia familiar. Así entendida,
la familia integraba a múltiples individuos de diferentes orígenes socia-
les, económicos y culturales.10
Por tanto, junto a las familias fundadas por vínculos de parentesco,
se conoce la existencia de familias que podríamos llamar artificiales.
Es el caso de las hermandades o confraternidades, consulados, etc., que
tanto desarrollo alcanzaron en la sociedad novohispana y en cuya vir-
tud se establecía una comunidad de bienes entre las personas que las
constituían, sin que existieran entre ellos lazos de consanguinidad.
Las hermandades artificiales podían establecerse también entre
compañeros de armas o entre diferentes personas que trascendían el
organigrama vertical de la sociedad colonial y quedaban vinculados en-
tre sí por una intrincada cadena de fidelidades. Esas redes clientelares
se enraizaban profundamente en la sociedad y con ellas se buscaba y
ofrecía protección, pero también se distribuían mercedes en el seno de
una trama complejísima en la que cada uno de sus nudos podía conver-
tirse en el punto de arranque de una nueva red clientelar subordinada
a la primera. Interesa subrayar la enorme importancia que el sistema
de fidelidades tiene en la sociedad de la época al establecer en su seno
solidaridades verticales que trascienden la estricta división horizontal
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
entre los grupos sociales y que, por esta vía, hacen inteligibles muchos
de sus comportamientos.
Los documentos de la época bautizaron con el nombre de familia al
grupo constituido por la parentela, de peso decisivo en la vida de sus
miembros; sin embargo, es necesario preguntarse sobre el sentido que
se daba a ese término, de contenido particularmente amplio y polisé-
mico, pues la familia se comprendía en esa época como sinónimo de
linaje o parentesco.11
Por otro lado, en la sociedad moderna el individuo se concebía como
profundamente inserto en un tejido de vínculos familiares a los que le
era difícil y, más aun, arriesgado escapar; porque si bien la familia de
estilo antiguo se revelaba constrictiva, también procuraba protección,
apoyo o ayuda frente a las amenazas o dificultades de todo género.12
En consecuencia, en el Antiguo Régimen, la movilidad social, tanto
ascendente como descendente, así como las ventajas y desventajas de
la pertenencia a un grupo u otro, no se limitaban a un solo individuo o
a su familia restringida en el sentido contemporáneo del término, sino
que también repercutía en el conjunto de los miembros de su linaje. En
el caso de la Península Ibérica de los siglos XVII y XVIII, el mundo de
las élites ilustra claramente la importancia de este anclaje familiar en
los fenómenos de movilidad social. Y de este modelo social y familiar
hispánico, y más generalmente occidental, por lo demás, dependía ple-
namente el mundo de las élites coloniales hispanoamericanas.
La idea de familia que los españoles trajeron consigo a la Nueva Es-
paña enfatizaba una estructura de parentesco muy extensa en la cual
la identificación con tíos, primos, sobrinos, no era menos importante
que la que se daba con padres y hermanos y en la cual las relaciones a
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través de la mujer se reconocían tanto como las que existían a través del
varón. La identidad familiar determinaba, más que ningún otro factor,
el lugar que ocupaba un individuo en la sociedad y la lealtad familiar
era quizás el más alto valor de la sociedad. Todos los logros en riqueza y
estatus estaban dirigidos a elevar su posición y las relaciones familiares
se convirtieron en la avenida principal a través de la cual el individuo se
conectaba con el mundo externo.13 En este sentido, el linaje únicamente
podía conservar su coherencia y asegurar su continuidad a través de un
dominio extendido en la elección de los cónyuges de los individuos que
deseaban permanecer en el seno del grupo.
Estrategias familiares, nepotismo y herencia del oficio, todo se con-
jugaba para fortalecer y perpetuar el acaparamiento de una familia del
poder confiado a uno de los suyos; no obstante, si bien el aspecto fa-
miliar se revela fundamental en el mecanismo de monopolización del
poder, la influencia y la presencia de un linaje en el seno del aparato
administrativo no se reducían exclusivamente a ese tipo de vínculos.
Las familias se apoyaban también en relaciones, complementarias a las
anteriores, que contribuían a acrecentar aun más su influencia.
Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, el propósito de este
libro consiste en analizar la gestación e importancia de las élites en la
sociedad, así como las prácticas, relaciones políticas, sociales e ideoló-
gicas que se fueron dando, por lo que se pretende demostrar su fuerza
e influencia en el seno de la sociedad yucateca colonial.
Podemos caracterizar tres tipos generales de élites: élite social, que
era reconocida por un origen noble o pseudonobiliario y gozaba de
preeminencias y privilegios; élite de la riqueza, surgida gracias a de-
terminadas actividades económicas, y élite del poder, que lograba su
condición debido a su posicionamiento en los cargos públicos. Por lo
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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En la obra de Pareto se destaca que la importancia de la desigualdad
social se manifiesta en diferencias de orden físico, moral e intelectual y
en el predominio de una élite que gobierna, reconociendo su superiori-
dad no por su origen familiar sino por sus cualidades eminentes (pres-
tigio, inteligencia, carácter, habilidad, capacidad, etc.), mientras que las
clases inferiores carecen de incidencia en la política, la economía, las
artes o las ideas.15 En su teoría sobre la circulación de las élites advierte
una posición de horizontalidad de las mismas, que solamente se dina-
mizan en una verticalidad cuando los méritos individuales promueven
el recambio de las posiciones y contribuyen a conformar una nueva éli-
te gobernante. Este sistema favorece el equilibrio social debido a que la
circulación incide en la movilidad de los mejores espíritus y en el cam-
bio social, estimulando al mismo tiempo la circulación de ideas. Sin
embargo, esto no significa una continua circulación de posiciones sino
que el orden determina la propia dinámica interna, que puede fractu-
rarse, crear graves contradicciones y, en consecuencia, puede ocasio-
nar una crisis política de legitimidad. La horizontalidad, por lo tanto,
contribuirá al restablecimiento de la estabilidad política. La importan-
cia de esta teoría radica en que, aun hoy día, sirve para comprender el
desplazamiento de las élites en diferentes niveles, sin que derive en la
pérdida de posiciones ni de poder porque éstas no son hereditarias sino
definidas por calidad, circulación y reposicionamientos.16
Las teorías de Mosca y Pareto son definidas como “elitismo clásico” y
sentaron las bases de la explicación de la ciencia política. Ambos autores
fueron considerados como seguidores de Maquiavelo, por lo que se les
denominó “maquiavelistas”. Asimismo, contribuyeron a la definición de
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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una mayor precisión conceptual y analizar las clases de élites en una
sociedad determinada.
Centrándonos en el caso de la Nueva España, podemos hablar de
una nobleza, los menos, o de una élite de funcionarios civiles, como
virreyes, oidores, corregidores, oficiales reales, gobernadores, alcaldes,
oficios de pluma, etc. También de eclesiásticos, como prelados o miem-
bros del cabildo catedralicio. Otra élite puede ser la conformada por
hacendados, estancieros, encomenderos, capitalistas o mineros. Del
mismo modo podemos situar a otros grupos sociales como algunos in-
telectuales, profesionales varios, etc.18 Según Humboldt, las élites de las
Indias se conformaron por aquellos blancos nacidos bien en el Viejo o
en el Nuevo Mundo, aun cuando entre ellos hubo diferencias jerárqui-
cas y sociales importantes. Los componentes de esta raza pura blanca,
por definición, pertenecieron en su totalidad a las élites, acaparando los
cargos de la administración.19
En la sociedad estamental colonial pueden advertirse patrones de va-
lor, vinculados entre sí: estatus (que se posee), función (que se cumple),
prestigio (que se alcanza) y honor (que se atribuye). En este sistema so-
cial no todos los individuos pudieron alcanzar la misma posición, como
expresa R. Mousnier
cada grupo de la sociedad ve imponérsele, por consenso general,
su dignidad, sus honores, sus privilegios, sus derechos, sus debe-
res, sus sujeciones; sus símbolos sociales, su traje, su alimento,
sus emblemas, su manera de vivir, de ser educados, de gastar, de
distraerse; sus funciones, las profesiones que sus miembros pue-
den ejercer, las que les están prohibidas; el comportamiento que
sus miembros deben observar respecto a los de otros grupos, en
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
20 Mousnier citado en González Muñoz y Martínez Ortega, 1989, pp. 201-202.
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castellana y quienes lograban acreditar su hidalguía.21 La nueva élite
novohispana, sin embargo, no siempre cumplió con esta norma sino
que fue gestándose con los conquistadores y los primeros pobladores
y fue alimentándose con los descendientes que lograron conservar sus
privilegios, mediante las probanzas de méritos y servicios, gracias al
reconocimiento de su linaje.
La familia y la inmigración española a menudo son elementos inse-
parables porque contribuyeron enormemente a la constitución de las
sociedades coloniales americanas desde el siglo XVI, pues aprovechan-
do la llamada o el señuelo de un familiar bien situado fueron llegando
numerosos individuos de la Península Ibérica. Las Indias fueron para
los españoles un lugar privilegiado de promoción donde aspiraban con-
seguir honra y fortuna en poco tiempo. En efecto, para ganar honra
se habían aventurado desde finales del siglo XV, a la exploración, con-
quista, poblamiento y colonización de las nuevas tierras. En las Indias,
asumieron que la fortuna venía como cosa obligada a la empresa colo-
nizadora.22
La inversión económica que habían realizado para sufragar los gastos
de las campañas militares durante la Conquista, los servicios prestados
a la Corona en su participación en la defensa del territorio recién con-
quistado y aquellas acciones que conllevaban a incrementar o consoli-
dar el territorio eran considerados méritos que habían de ser reconoci-
dos tanto económica como socialmente. De aquí que sus viudas, hijos,
nietos y otros solicitasen, amparándose en los méritos y servicios de los
primeros conquistadores y pobladores, desde encomiendas a cualquier
tipo de merced, salario o ayuda de costa que les permitiera vivir de una
forma adecuada a lo que ellos consideraban la posición más elevada de
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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para acceder al poder y se justificaba gracias a la posición de dominio y
a la posesión de riquezas.24
En la época colonial, uno de los términos utilizados para identificar a
los miembros de la élite fue el de principal. Es importante destacar que
este término también se utilizó para designar a la élite de los pueblos
de indios. Y aunque puede colegirse que los encomenderos, hacenda-
dos, autoridades civiles, etc. pertenecieron a la élite, este concepto era
desconocido en la época. El término principal, por lo tanto, califica la
antigüedad de la familia, el reconocimiento social, la respetabilidad, el
honor, la credibilidad, el prestigio o la riqueza.25 Esto no significa que
todos los hombres de dinero son miembros de la élite porque, como se
ha mencionado, éstos se distinguen, además de la riqueza, por su grado
de influencia y prestigio. Lo mismo ocurre con las autoridades políticas
porque no necesariamente poseen riqueza ni prestigio sino influencia
y poder. De la misma manera existieron élites que pueden denominar-
se transitorias o pasajeras porque ocuparon esta posición en virtud de
un nombramiento desde la corte, pero perdieron dicha posición cuan-
do fueron destinados a una provincia distinta. Los vocablos notable e
ilustre son, quizá, más comunes en el periodo colonial. Esto no quiere
decir que notable e ilustre se definieran como élites sino más bien que
se correspondían con el prestigio social sin que necesariamente coinci-
dieran con la riqueza o la influencia social.
Otra denominación dada en la época para significar a personajes
de alto estatus fue la de benemérito, que se utilizaba también para de-
signar a descendientes de los conquistadores o primeros pobladores.
Los beneméritos se diferencian de aquellos que han logrado algún
tipo de beneficio, mediante la entrega de dinero, en forma de donativo
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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Según Guillén Berrendo, en la limpieza de sangre figuraban dos ni-
veles. En el primer nivel, se manifestaba como un vehículo de legiti-
mación de la desigualdad social y, por ende, de segregación social que
diferenciaba a unos de otros. En un segundo nivel, una circunstancia
social era convertida en categoría política, fundamental para el ingreso
a la vida pública de los individuos. Los orígenes de sangre fueron deci-
sivos en la conservación del crédito social y un recuerdo permanente
del pasado en el presente, como factor clave de la justificación para pro-
bar la preeminencia en la sociedad. En esta medida, la sangre condena
o la sangre favorece, confiriendo un valor agregado a la diferencia y
determinación de la posición de los individuos en la sociedad. Al mis-
mo tiempo, contribuye a figurar como rasgo delimitador de la jerarquía
social. De ahí que también sanciona una concepción social en la que
prevalece, por encima de todo, la pureza de sangre, tanto en el orden
natural como en el civil. Asimismo, la limpieza de sangre fue un factor
que definía la propia identidad de la ascendencia pasada y presente, que
incidía en la configuración de un mundo que establecía como requisito
la sangre limpia y pura para poder aspirar a formar parte de la cabeza
de la sociedad. Aunque, cabe decir, que la sola existencia de la limpieza
de sangre no concedía al que la poseyera la facultad de formar parte de
las élites, pero sí comprometía a aquellos que no lo pudieran demostrar,
porque el honor, la certificación y la autentificación de su posición po-
lítica eran asuntos de nacimiento, una virtud que no se podía adquirir,
sino que se debía nacer con ella.28
La limpieza de sangre significó el reconocimiento generacional del
cristiano viejo. En este sentido, la ascendencia familiar de un individuo
significaba, al mismo tiempo, su honor, prestigio, pureza de nacimien-
to y, principalmente, ser reconocido como cristiano viejo; esto quiere
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
decir que la historia familiar podía definir las aspiraciones en las esfe-
ras de mayor envergadura de la sociedad. En efecto, la consideración
de la limpieza de sangre como el reconocimiento familiar, incluso sin
ser nobles, de que “los cuales y sus ascendientes (…) no han sido ni
son cristianos nuevos, penitenciados, ni de otra mala raza, ni castiga-
dos con pena de infamia”,29 reprobaba los matrimonios entre cristianos
con personas condenadas o con ascendencia musulmana o judía. En los
méritos y servicios de Cristóbal Leyton, realizados en 1735, por ejem-
plo, señala que “sus padres son españoles conocidos, cristianos viejos,
limpios de toda mala raza de moros, judíos y nuevamente convertidos,
habidos, tenidos y comúnmente reputados por tales”.30
La situación de cristiano viejo, propósito capital de la limpieza de
sangre, velaba por una herencia familiar impoluta y ausente de algo
que se consideraba atentaba contra la fe católica. Por este motivo, los
denominados estatutos de limpieza de sangre procuraban demostrar
el honor familiar y, en consecuencia, aspirar a ocupar algún cargo u
oficio en la administración pública, colegios y universidades, cofradías
y gremios, ejército y milicia, Iglesia, Santo Oficio, etc.
Los orígenes de los estatutos de limpieza de sangre surgieron en el si-
glo XIV. Una de las primeras instituciones en solicitarla como requisito
de ingreso fue, en 1480, el Colegio Mayor de San Bartolomé de Salaman-
ca.31 Sin embargo, esto no quiere decir, que desde el principio hubiera
rechazo a la integración de los judíos y musulmanes a la sociedad. Gra-
dualmente, los requisitos fueron volviéndose más estrictos y requeridos
por numerosas instituciones y, en el siglo XVI, se convirtieron en una
estrategia para defender la pureza de la sangre, amparándose en que el
29 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Indiferente, 149, N. 9; Diccionario de Au-
toridades, II, p. 409.
30 AGI, Indiferente, 148, N. 66.
31 Kamen, 1986, pp. 130-131.
29
linaje y la probanza de una ascendencia de cristiano viejo representa-
ban requisitos indispensables. La transformación de las instituciones
y de un Estado católico poderoso sólo podía lograrse, en este sentido,
mediante la exclusión institucional de aquellos cuyas raíces familiares
no demostraran una ascendencia libres de sangre judía o musulmana.
Lo mismo comenzó a ocurrir con aquellos comportamientos que no
exhibieran su compromiso con la fe, como los herejes y penitenciados
por el Santo Oficio.
El honor familiar, desde este punto de vista, se mantenía exclusi-
vamente en los matrimonios legítimos realizados entre gente que pu-
dieran demostrar proceder de cristianos viejos. Los vínculos matri-
moniales con cristianos nuevos (judíos o musulmanes convertidos al
cristianismo, llamados también conversos) significaron, pues, un mani-
fiesto público de que la genealogía y la limpieza de sangre no cumplían
con la demandada pureza. Del mismo modo, las posibilidades de una
carrera en alguna institución se truncaban en virtud de que la limpie-
za de sangre se convirtió en una exigencia en el sistema de social y de
gobierno.32
En efecto, desde el siglo XVI, las diversas instituciones comenzaron
a rechazar a aquellos cuyos orígenes familiares no coincidiera con los
estatutos de limpieza de sangre. Así, miles de descendientes de ma-
trimonios impuros, penitenciados y conversos fueron sustraídos de las
órdenes militares y religiosas, colegios, gremios y cofradías, Iglesia y
Estado. Las nuevas reglas definieron las relaciones matrimoniales y de
comportamiento. Las élites, como se ha mencionado, aprovecharon la
oportunidad para demandar la limpieza de sangre con el propósito de
limpiar de impuros a las instituciones.
32 Bennassar, 1978, pp. 174-175; Rivera Marín de Iturbe, 1983, p. 245. Véase también Con-
treras, 1982, pp. 112-115, 197; López Vela, 1993, pp. 226-274. La aplicación de los estatutos de
limpieza de sangre en la Nueva España puede verse en Castillo Palma, 1990.
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y entrevistarse con los lugareños que, por supuesto, no siempre brinda-
ron noticias exactas. El testimonio oral fue muy importante como fuen-
te porque la documentación escrita no siempre podía conservarse y, por
lo general, los rumores fueron admitidos como verdades, a pesar de que
los enemigos podían aprovecharse con maledicencias.35
No obstante, la probanza satisfactoria de limpieza de sangre tampoco
significaba el compromiso ni la obligación para ocupar un cargo. Por
ejemplo, la solicitud de familiar del Santo Oficio, realizada en la villa
de San Francisco de Campeche en 1762, por el señor Francisco Solana
Gutiérrez no tuvo éxito. Lo mismo ocurrió, en 1767, con la solicitud de
Francisco de Rejón y Lara, regidor de Campeche. Juan Manuel de la
Sierra tampoco pudo convertirse en alguacil mayor de Campeche, en
1773,36 a pesar de presentar sendas probanzas.
Ya en la Recopilación de Leyes de Indias se advierte que los oficios
son parte sustancial del funcionamiento de las instituciones y, por con-
siguiente, deben procurarse a aquellas “personas idóneas de virtud,
méritos y seruicios conforme a la naturaleza y exercicio del uso, minis-
terios y oficios en que fueren proueidos”.37 Felipe II, confirmó, en 1588,
que los cargos municipales se extendieran no sólo por el principio de
la descendencia de conquistadores y primeros pobladores sino también
por méritos de “abilidad, sufiçiençia y capacidad”.38 Pocos años después,
en 1599, Felipe III, ratificaría esto mismo con otra ley que los “oficios se
pongan en personas hábiles y suficientes”,39 sin que primasen los méri-
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tos y servicios familiares como único requisito para aquellos que pre-
tendían acceder a los oficios sin tener capacidad y habilidad para ellos.
En la Nueva España, al igual que como sucedía en España, la corrup-
ción de los funcionarios también trocaría en muchos casos el destino
de las solicitudes. En ocasiones, a pesar de no cumplir con los requi-
sitos, muchos funcionarios pudieron incorporarse a una institución.40
El honor en la sociedad colonial fue un valor complejo, la estima mo-
ral se medía desde los orígenes de su nacimiento, el reconocimiento y el
prestigio que pudieran demostrar los miembros de la familia. Todo ello
contribuía a valorar el honor de un linaje.
En esta medida, el comportamiento deshonesto de uno de los miem-
bros del linaje podía afectar el prestigio y, por lo tanto, el honor de toda
una familia y su descendencia. De ahí la enorme importancia del honor.
El honor como concepto responde a una de las características cultura-
les más distintivas de la sociedad colonial en tanto que se consideraba
como una suprema virtud social. Describía tanto lo personal como lo
público. Ambos espacios público y, personal o privado se resumen en
los conceptos duales de honor=precedencia (estatus, rango, alta cuna)
y de honor=virtud (integridad moral). En los siglos XVI y XVII se iden-
tificaba como un atributo del bien nacido, pero sobre todo se manifes-
taba a través de una conducta virtuosa.41 Seed considera que el honor
podía significar la dignidad exterior conferida por el rango, el orgullo
en la superioridad de la cuna y el respeto público. El honor también po-
día significar integridad y el reconocimiento de tal integridad por parte
de la sociedad en general. Esta es una idea que representa el honor más
bien como la expresión del valor moral del individuo.42
33
El concepto del honor sintetiza un complejo código social que esta-
blecía criterios de respeto en la sociedad colonial, que comprendía la
estima personal y de la sociedad. El prestigio social se convertía en un
asunto público y privado y la reputación, por lo tanto, era fundamental
para reafirmar el honor y el prestigio individual y familiar.
En la provincia de Yucatán, ya desde la conquista e inicio de la colo-
nización se fue creando una jerarquía social, sentando las bases de unas
élites que perdurarían, incluso más allá del período colonial. Aun cuan-
do la mayoría de los primeros conquistadores y colonizadores no per-
tenecían a la nobleza hispánica fueron ennoblecidos por sus hechos de
armas que los enaltecían sobre el resto de los vecinos.43 La pobreza de
la tierra fue el argumento principal que los colonizadores peninsulares
utilizaron para defender la permanencia de las encomiendas, cuando
en el resto de la Nueva España fue suprimida en las primeras décadas
del siglo XVII. En Yucatán, en cambio, continuó existiendo hasta que
la real cédula del 17 de diciembre de 1785 las abolió de manera definiti-
va, aunque los antiguos encomenderos siguieron recibiendo ayudas de
costa por la misma cantidad que rendían los tributos de sus encomien-
das. A diferencia de otras provincias, en Yucatán no existían minas y
la agricultura y ganadería, en principio, fueron desdeñadas debido a su
consideración de actividad manual impropia de la nueva nobleza, por
lo que solamente existían algunas estancias poco importantes.
Esta nueva aristocracia yucateca pretendía vivir de las rentas de la
encomienda, además de involucrarse en el ejercicio del poder en los
cabildos municipales de Mérida y Valladolid. Desde esta posición los
encomenderos podían extender sus redes de poder. Sin embargo, aun
cuando la riqueza generada en las encomiendas limitó y diferenció a
unos de otros, puede decirse que estos hombres tuvieron poder, pres-
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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sin tener que recurrir a ese tipo de asistencias y esto quedaría reflejado
en la configuración social de la Provincia.44
En opinión de García Bernal, la élite mercantil campechana concen-
tró a la mayoría de los encomenderos que, entre 1590 y 1625, hicieron
del comercio su principal actividad económica. La razón de esta ten-
dencia fueron los escasos recursos de la Villa y que en este caso los
cargos capitulares constituían un mecanismo de promoción social que
garantizaba, hasta cierto punto, ser elegidos como agentes o represen-
tantes de los mercaderes de donde podía provenir la riqueza.45 Quizá
sus ambiciones políticas se concentraran en los cabildos de Mérida y
Valladolid, donde de una u otra manera podrían defender sus intereses.
En 1722, por ejemplo, ninguno de los miembros del cabildo de Campe-
che pertenecía al grupo de los encomenderos.46
En cambio, en los cabildos de Mérida y Valladolid, la influencia de los
encomenderos fue mayor, directa o indirectamente, porque sus miem-
bros a menudo pertenecían a este grupo o tenían relaciones muy cer-
canas. El monopolio de cargos administrativos por los encomenderos
afectaba no sólo a las redes de poder de los cabildos sino que se exten-
día a cargos y nombramientos tan diversos como militares, políticos,
honoríficos, burocráticos, etc. A diferencia de Campeche, en Mérida
y Valladolid dominó un espíritu señorial y se convirtieron en los dos
centros encomenderos por antonomasia, concentrados en pocas fami-
lias de reconocida hidalguía que se repartían tierras, indios y benefi-
cios, dominando el espectro político y burocrático local a través de los
cargos. De ahí que, en 1680, se pretendieran evitar abusos mediante la
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
37
provincia. Hay que tener en cuenta que siempre fue un grupo peque-
ño y, por lo tanto, siempre existió una crónica escasez de candidatos
para los cargos políticos.49 La importancia institucional de este grupo
se pone de manifiesto en numerosas ocasiones, pues por lo general
copaban los cargos capitulares de alcaldes ordinarios o regidores y en
ellos recaía la responsabilidad en todos los ámbitos de la sociedad. Su
relevancia política se advierte, por ejemplo, en la existencia de una dis-
posición que establecía que un alcalde ordinario asumía la función de
autoridad suprema en la provincia cuando el gobernador o el teniente,
esto es, la máxima figura política de la provincia, estuviera ausente o
vacante el nombramiento a la espera de que fuera enviado un nuevo
gobernador.50
El monopolio de la riqueza, asimismo, se concentraba en estas fami-
lias principales, extendiéndose a sus descendientes durante todo el pe-
riodo colonial. Así, la gestación de las redes por compadrazgo político,
económico o de preeminencia social, también se fortaleció por lazos
matrimoniales. Así, se fue tejiendo un sistema de redes que permeaba a
toda la élite de la sociedad colonial porque contribuía a lograr la conti-
nuidad de algunas prominentes familias antiguas cuando por cualquier
circunstancia hubieran perdido su posición económica; las alianzas
matrimoniales se convirtieron pues en una estrategia para conservar
el prestigio familiar.
En general, en la sociedad novohispana el recurso de alianzas matri-
moniales endogámicas fue lo que consolidaba la posición de las fami-
lias poderosas, mediante el entronque de diferentes linajes y la unión de
las ramas peninsular y americana en una misma estirpe. De esta forma,
se fue creando una extensa red de parentesco con intereses comunes.
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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Tanto en Mérida como en Valladolid, como se ha dicho, los encomen-
deros formaban parte de los cabildos municipales, y en este sentido la
compra de oficios conllevaba la patrimonialización y oligarquización
de los ayuntamientos. Muchas familias yucatecas consiguieron su per-
manencia y consolidación social a través de la compra o herencia de
los oficios, logrando con ello constituir verdaderas propiedades patri-
moniales.55 La compra de oficios en la mayoría de las ocasiones estuvo
sometida a la vigilancia y control de los capitulares, los oficios vendibles
también estuvieron bajo la inspección del cabildo, en tanto, que un po-
tencial comprador podía afectar sus intereses o bien no pertenecer a la
élite reconocida entre ellos mismos. Por lo tanto podemos aducir que
no era tanto la riqueza la que determinaba la incorporación a un grupo
sino que el pretendiente fuera aceptado por los demás que formaban
parte de la institución. En 1646, por ejemplo, el cabildo de la ciudad
de Mérida se querelló contra la confirmación de un oficio de regidor
comprado por Juan González de la Fuente, aduciendo que su vecindad
no correspondía a dicha ciudad de Mérida sino a Campeche,56 aunque
puede deducirse que no fue tanto su vecindad como los intereses polí-
ticos en juego lo que motivaron la disputa.
Por todo lo dicho, en este trabajo pretendemos dar a conocer algunas
características de los grupos de poder que regían la vida política, eco-
nómica y social de la provincia yucateca. Para ello, en primer lugar pre-
tendemos explicar cuáles fueron las justificaciones y el marco legal para
llegar a dominar el nuevo territorio a través de la Conquista y posterior
dominación. La población española que fue asentándose en la provincia
pretendía honor y riquezas, un prestigio que no hubieran podido lograr
en sus lugares de origen y fueron creando y recreando una sociedad a
conquista hasta fines del siglo XVIII.
55 Caño Ortigosa, 2005, p. 77.
56 AGI, México, 186, N. 58.
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corresponder hoy en día a los tribunales civiles formaban parte de la
jurisdicción eclesiástica, sobre todo en aquellos aspectos que afectaba a
la familia como la bigamia o los impedimentos matrimoniales por con-
sanguinidad, afinidad u honor. No obstante, la influencia de la Iglesia
no acababa ahí, pues uno de los aspectos más significativos como era
todo lo relacionado con la muerte estaba en manos de ella. Sus funcio-
nes abarcaban desde los lugares de enterramiento hasta la diversidad
de los rituales funerarios, y a través de las diversas prácticas llevadas
a cabo en estos rituales se aprecia claramente la diferenciación social
existente en la sociedad colonial.
Aspectos que hoy en día pueden parecer menos significativos social-
mente también se regulaban por los poderes civiles y religiosos, como
es el tema de las diversiones. Como en el resto de los aspectos que for-
maban parte de la cotidianidad, también en torno a los juegos de azar
existía una clara diferenciación, llegándose a permitirse aquellos en los
que participaban las élites y prohibiéndose a través de leyes y diversas
ordenanzas aquellos donde concurría el resto del pueblo.
Hasta aquí, hemos hablado de las élites o de los grupos que ostenta-
ban la jerarquía social como de un grupo homogéneo, pero nada más
lejos de la realidad. En verdad se producían numerosos conflictos en-
tre diferentes grupos, en los que intervenían las autoridades civiles,
religiosas o militares. Conflictos sobre privilegios o preeminencias o
sobre competencias jurisdiccionales formaban parte también de esa
vida cotidiana de la sociedad colonial, que sacaban a la luz múltiples
divergencias existentes entre grupos o miembros de las élites de aquella
sociedad.
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Capítulo I
Justificación y fundamentación para
la creación de una nueva sociedad
Como es sabido, en la década de los cuarenta del siglo XVI se dio por
finalizada la conquista del territorio yucateco, aunque grandes espacios
quedarían todavía al margen de la colonización. Puede decirse que en
la provincia de Yucatán la historia colonial comenzó con la fundación
de las villas de San Francisco de Campeche, la ciudad de Mérida como
cabecera de la provincia y poco después las villas de Valladolid y Sala-
manca de Bacalar.
Enseguida, la población india fue repartida entre los primeros con-
quistadores a través del sistema de encomienda, con lo cual se produjo
desde un principio una reestructuración del espacio que continuarían
los religiosos franciscanos creando su propia organización parroquial
que no necesariamente coincidiría con las divisiones civiles. Todo ello
dio lugar a una profunda transformación del espacio y de la vida de la
población autóctona. Al mismo tiempo, en esa nueva sociedad, que fue
implantándose en los centros más urbanizados, se fueron instalando
elementos procedentes de la conquista así como otros pobladores es-
pañoles que fueron llegando a la provincia, diferenciándose de la po-
blación indígena obligada a ocupar los pueblos de indios que se crearon
en un proceso que se irá desarrollando durante los primeros siglos de
la Colonia.
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En la presente obra nos vamos a centrar en el ámbito urbano, pero
antes de empezar a analizar el tipo de sociedad que se fue conformando
a lo largo del período colonial se hace preciso entender los elementos
que dieron legitimidad a la Monarquía Hispánica y, por supuesto, a los
nuevos pobladores para situarse en la cúspide del poder y así controlar
el destino político, militar, económico, religioso y social de toda la po-
blación.
Justificación de la Conquista
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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de la extensión del cristianismo y el impedimento que ponían dichos
príncipes a tal proceso.59
El problema de la consagración jurídica del derecho hispánico a la
conquista de las Indias se planteó inmediatamente después del regreso
de Cristóbal Colón de su primer viaje, ya que persistía un general des-
conocimiento de la situación, y todavía se creía que se había encontrado
la ruta de las Indias por el oeste. Desde un principio surgió un conflicto
con Portugal, que en ese momento estaba creando su propia ruta hacia
las Indias, que lograría al bordear el Continente Africano. Isabel de
Castilla juzgó oportuno dirigirse al Papa en cuanto a la gestión de la
evangelización y negociar con Portugal a nivel comercial.60
Como es sabido, el papa Alejandro VI promulgó dos bulas llamadas
Inter Caetera. En la segunda se preveía una línea de demarcación entre
España y Portugal, cien leguas al oeste de las Azores y de las islas de
Cabo Verde. Esta intervención tenía el sentido de un arbitraje, como
otros muchos de los dispensados por el Papado entre los poderes euro-
peos durante la Edad Media y, principalmente, durante los siglos XIV
y XV, antes del descubrimiento del Continente Americano, entre Por-
tugal y Castilla.61
Pero el rey Juan II de Portugal no aceptó esta bula y por ello mandó
una embajada a Castilla manifestando sus quejas y el resultado de la
negociación fue el Tratado de Tordesillas firmado el 7 de junio de 1494.
El nuevo Tratado situaba mucho más hacia el oeste la línea de demar-
cación, 370 leguas al oeste de Cabo Verde, con la reserva de que las
tierras o las islas ya ocupadas por los castellanos a menos de 250 leguas
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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cuestiones teológicas a través de las cuales se defendía, básicamente,
que sólo existía un Dios, que era el que había creado el mundo y que
el Papa como su representante en la tierra era el que podía decidir
el destino de toda la humanidad. De esta forma, se podía otorgar a
un monarca cristiano el gobierno del territorio con una legitimidad
basada en la evangelización y extensión de la verdadera religión, in-
dependientemente del credo religioso de sus habitantes. En conse-
cuencia, los argumentos se centraron en demostrar que por una serie
de circunstancias los habitantes de tierras recién descubiertas se en-
contraban incapacitados transitoria o permanentemente para ser los
propietarios legítimos de las heredades que ocupaban.63
Desde los inicios de la Conquista surgieron diversos debates en Cas-
tilla sobre la manera de llevar a cabo el proceso de colonización de los
nuevos territorios. Como se verá más adelante, la política seguida por
la Corona al respecto no fue homogénea, pues muchas de las prerroga-
tivas dadas en un principio a descubridores y conquistadores se fueron
reduciendo a medida que la intervención directa de la monarquía en el
proceso colonizador fue imponiéndose con más fuerza, esto es, imple-
mentando diferentes fórmulas para la administración del nuevo terri-
torio y así recortando los poderes de estos primeros dominadores. En
ello tuvieron que ver también las censuras de eclesiásticos que fueron
instalándose en las Indias y que denunciaban los abusos cometidos a
los indígenas por los nuevos pobladores. Al mismo tiempo, en la pe-
nínsula ibérica se estaban produciendo intensos debates entre teóricos
civiles y religiosos sobre la conducta de conquistadores y primeros po-
bladores, buscando fórmulas para tratar de controlarlos y frenar de al-
guna manera sus desmanes. La actitud intelectual de los españoles ante
el tratamiento de los indios presenta, en una parte, ciertas limitaciones
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su confianza para efectuar una pesquisa sobre lo que estaba ocurriendo
en esta región. La persona elegida fue Francisco de Bobadilla, enviado a
las Indias como juez instructor. A causa de los resultados de sus inda-
gaciones empezaron a imponerse ciertos cambios en la administración
llevada a cabo hasta entonces en la Isla la Española y, como consecuen-
cia, Colón cayó en desgracia y en 1501 fue nombrado como gobernador
de La Española Nicolás de Ovando.
Como es sabido, algo similar ocurrirá posteriormente cuando Her-
nán Cortés sea sustituido, a pesar de sus protestas, por Estrada como
gobernador de la Nueva España (1526-27). Del mismo modo, décadas
después en Yucatán será Francisco de Montejo el Adelantado, conquis-
tador de este territorio, quien caiga en desgracia, desposeyéndole de sus
encomiendas bajo la acusación, entre otras, de nepotismo por poner
al frente de todas las instituciones a familiares y personas allegadas.
Montejo morirá sin haber recuperado sus derechos ni para él ni para
sus descendientes.
En definitiva, el triunfo del poder civil significaría que la Corona de
Castilla iba a instaurar en las Indias instituciones semejantes a las de
los reinos castellanos. También se fue modificando con el tiempo la
situación de los indígenas. En palabras de Bennassar, la mayor parte de
la legislación civil que se va desarrollando en la época se refiere a las
relaciones entre dominadores y dominados, es decir, en la mayoría de
los casos, entre españoles e indios. Estas relaciones se enmarcaron al
principio bajo el signo de la encomienda.67
Por otra parte, la historia de la encomienda indiana va a seguir un
proceso que va a diferir en el tiempo y en el espacio. Se considera que la
primera encomienda fue creada espontáneamente por Colón en 1499 al
fracasar en su intento de que los indígenas de La Española le entregaran
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Estas primeras son las conocidas como las “Leyes de Burgos de 1512” en
las que se admitía el principio de la encomienda, aunque reconociendo
que los indios eran libres y poseían un alma eterna, pero que también
eran de naturaleza perezosa y tenían que ser vigilados de cerca. Se juz-
gaba, pues, necesaria la dependencia. La contrapartida residía en las
obligaciones de los encomenderos, que eran minuciosamente descri-
tas. Debían reunir a los indios en los nuevos asentamientos creados a
tal efecto, proceder al traslado con mucha suavidad, preocuparse de su
instrucción religiosa, de la construcción y decoración de las iglesias,
de la administración de los sacramentos. Era muy minuciosa la regla-
mentación para impedir los malos tratos y el trabajo excesivo,70 pero no
obstante lo señalado por estas leyes, parece ser que no se cumplieron
en su totalidad y por eso en 1542 se tratarán de regular a través de las
Leyes Nuevas muchos aspectos de la vida colonial.
Monopolio de la colonización
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doble lectura, pues les daba derecho a ocupar los territorios asignados a
las Coronas de Castilla y de Portugal por las bulas alejandrinas que no
estuvieran habitadas, colonizadas. Tomás Moro en su Utopía defendía
que en caso de que hubiera naturales, si éstos no daban uso a su suelo y
lo mantenían improductivo y baldío quedaban justificados los derechos
de propiedad de los nuevos colonos.73
Para los monarcas castellanos, un segundo paso consistiría en encon-
trar los mecanismos legales para asegurarse la ocupación del territorio
del nuevo continente, esto es, cómo hacer que los indígenas aceptaran
su dominio. Ya se habían justificado tanto la expansión como la con-
quista, así como la dirección del gobierno colonial, basándose en la pro-
pagación de la doctrina cristiana y bajo el arbitrio del Papa, pero aun así
persistían los debates sobre cómo se iban a llevar a cabo el proceso de
colonización y la aceptación de los indígenas al nuevo orden.
La solución que se decidió para someter a los indígenas fue a través
del llamado requerimiento. Se trataba de un documento, redactado por
el jurisconsulto Juan López de Palacios Rubios en 1514, que se tenía que
leer a la población nativa antes de cualquier entrada a sus territorios.
En dicho documento se establecía la posibilidad a los indígenas de con-
vertirse en vasallos del rey y aceptar la doctrina católica. Su contenido
versaba sobre la propiedad de Dios sobre todo el mundo y la del Papa
como su representante en la tierra, responsable de la evangelización de
los lugares recién descubiertos, responsabilidad que el Papa dejaba en
manos de los reyes castellanos. De esta forma, si los pobladores indíge-
nas se negaban a aceptar las condiciones descritas en el requerimiento,
la guerra y la esclavitud estaban justificadas, en virtud de la doctrina
de la época denominada, precisamente, Guerra Justa. En caso de que
los indios voluntariamente aceptasen lo contenido en el documento
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El Marco Legal de la Colonización
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Los Reyes Católicos habían conseguido la pacificación de las Coronas
de Castilla y de Aragón y la restauración de la autoridad regia, pero no
cabe deducir de ello que implantaran un tipo de monarquía centraliza-
da o absoluta. En un caso, por su respeto a las tradiciones constitucio-
nales de sus reinos e incluso a las propias autonomías locales; en otro
porque ellos mismos aceptaban límites a su autoridad, como eran los
impuestos por la moral cristiana y por el orden jurídico preexistente.
Por otro lado, en la más pura tradición medieval, para los Reyes Cató-
licos era la administración de la justicia la esencia del oficio real y ya
sabemos que administrar justicia significa reconocer a cada uno lo que
es suyo.
De ahí hemos de deducir ese esfuerzo denodado que se dio con res-
pecto a América a la hora tanto de su conquista como de su coloniza-
ción, de ahí esa enorme legislación que se fue creando a medida que se
intensificaban las denuncias y los debates en la propia Castilla y el tra-
tar por todos los medios de hacer cumplir la legalidad. Evidentemente,
otra cosa sería el comportamiento de los nuevos pobladores ibéricos
que se radicaron en el nuevo continente a la hora de acatar o llevar ade-
lante las decisiones y mandamientos de la Corona.
Anexionados los nuevos reinos a la Corona de Castilla los monarcas
trataron de instaurar unas instituciones y una burocracia a semejanza,
salvando las distancias, de la existente en la propia Corona castellana.
Ello, claro está, frustraba el deseo de los conquistadores y sus descen-
dientes de ejercer un dominio señorial sobre aquellas tierras. Se trataba
de implantar el poder real, así como también remediar todos los abusos
que varias voces denunciaban y para ello, gobernar, legislar y adminis-
trar la justicia a todos los componentes de la nueva sociedad, tanto es-
pañoles como indígenas. Aunque ello no evitó que surgieran enfrenta-
mientos entre oligarquías criollas y funcionarios públicos ibéricos pero,
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provincias y alcaldías mayores.78 En el caso de Yucatán, los que rea-
lizaban los interrogatorios fueron, en mayor medida, encomenderos
y, recorriendo las relaciones que han pervivido, se observan las dife-
rencias existentes en la información recogida de los diferentes pue-
blos y el hecho de que, en muchas ocasiones, varias de las preguntas
quedasen sin respuesta. No obstante, todo ello no descalifica la fuen-
te documental, ya que de las Relaciones se puede extraer numerosa
información.
Si los datos geográficos eran para el Consejo de Indias la necesidad
más urgente, de igual importancia le era disponer de noticias sobre la
presencia y conducta de los españoles en el Nuevo Mundo, conduc-
ta, por entonces –y desde entonces– tan calumniada por sus enemigos
exteriores en la persistente “Leyenda Negra”. Dado que ambas tareas
resultaban excesivas para una sola persona, se nombró en 1596 cronista
mayor –y no cosmógrafo– a Antonio de Herrera y Tordesillas, quien
preparó la mejor historia oficial de América entre 1492 y 1554. Se es-
cribió mucho después de los hechos en ella narrados y su autor utiliza
–e incluso plagia– numerosísimos documentos, así como crónicas y
relatos por entonces inéditos.79 Desde luego, todas estas informaciones
eran precisas para que en estos territorios se pudiera implementar un
sistema de gobierno congruente con el existente en otras posesiones de
la Corona. Aunque nos adelantemos en el tiempo, las instituciones que
finalmente se implantaron en los nuevos espacios anexionados a la Co-
rona castellana eran, básicamente, semejantes a la de otras posesiones
que formaban parte del conglomerado hispánico.
78 Cuestionarios para la formación de las Relaciones Geográficas de Indias, siglos XVI-XIX,
1988.
79 Céspedes del Castillo, 1999, pp. 108-109.
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No puede decirse que esta primera sociedad que se fue formando
en las Antillas señalaría las pautas de lo que sería la colonización pro-
piamente dicha, aunque algunas de sus características marcarían su
devenir. Tampoco podemos decir que el proceso colonial fue igual para
la totalidad de los territorios americanos, pues aunque todos estuvieran
sujetos al mismo gobierno y administración, su desarrollo fue muy des-
igual dependiendo de las regiones. La sociedad que se formó en las An-
tillas desde 1492, año de la llegada de Cristóbal Colón a la región, hasta
comienzos de la década de 1520, momento en que se inició la conquista
del continente, tuvo unas características especiales. Fue una época de
experimentación en la que se fueron ensayando distintos tipos de or-
ganización socio-política y económica. Fue una etapa que heredó los
planteamientos de las sociedades señoriales europeas de finales del si-
glo XV.80 El sistema monárquico todavía no había alcanzado un alto ni-
vel de centralización, como se ha dicho más arriba, la monarquía estaba
compuesta por un conglomerado de reinos y territorios que se habían
ido anexionando a través de diversas vías y de esta forma era fácil que
los grupos de poder locales mantuviesen una importante autonomía.
En algunos casos, los conquistadores actuaban como señores de vasa-
llos, nobles o no, dominando unas relaciones de poder que se basaban
en la existencia de redes de tipo clientelar.
La organización de la sociedad de la época antillana fue un reflejo de
estas tensiones, teniendo en cuenta que en el territorio americano la
nobleza castellana estuvo desde un principio ausente. Cada colono que
llegó a las costas americanas tenía una idea distinta de cómo organizar
la nueva sociedad. De cada nueva experiencia se fueron extrayendo una
lección positiva –qué es lo que se podía lograr– y otra negativa –qué
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pago de la parte correspondiente del botín que pudieran recaudar y que
pertenecía al rey, el quinto real.
Por otra parte, en las capitulaciones no todo eran concesiones, pues
también se hacía constar en los textos que los fines de la conquista eran
espirituales, además de políticos. De este modo, junto a los oficiales
reales que acompañaban a los conquistadores para la administración
y defensa de los intereses de la Corona, se dispuso que en todas las ex-
pediciones fueran también clérigos para el mejor cumplimiento de los
fines espirituales.82
En esta fase la empresa conquistadora era de carácter privado por lo
que era el descubridor-conquistador el que debía de sufragar la expe-
dición. En muchas ocasiones para hacer frente a los altos costes de la
empresa muchos recurrían a prestamistas de diversa procedencia a los
que debían de devolver la cantidad adelantada, con elevados intereses,
a través del botín obtenido en la expedición. No ha de extrañar que los
prestamistas pidieran intereses desorbitados por el capital adelantado
si tenemos en cuenta el riesgo que comprendía la operación. Al mismo
tiempo, por las capitulaciones, los conquistadores, una vez asentados
en el lugar, tenían la obligación de, con sus armas, defender de posibles
ataques extranjeros el territorio, controlar los probables levantamientos
internos de las poblaciones aborígenes y expandir la evangelización so-
bre los habitantes. En un principio, el rey concedía a los conquistadores
el cargo de capitán, gobernador o alcalde mayor del territorio, otorgán-
doles los correspondientes privilegios, y también en muchas ocasiones
recibían la merced de poder disfrutar del trabajo de los indios, servicio
personal, a la vez que les cedía la percepción de sus tributos que, en vir-
tud de la soberanía sobre los indígenas, pertenecía a la Corona. En nin-
gún caso el rey concedió este derecho de por vida y de modo heredable
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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prestados a la Corona, cedían la percepción de algún derecho, por un
tiempo determinado, a los particulares que así les habían servido, dere-
chos que siempre eran reversibles. De ahí que tras las Leyes Nuevas de
1542, en las que se anulaba la concesión de encomiendas, en un proceso
no exento de dificultades, se fue eliminando de casi todo el territorio de
la Nueva España. No obstante, su pervivencia en la provincia de Yuca-
tán estuvo sometida a un estricto control, pues entre otras cuestiones
se ordenaba que a la muerte de los titulares se procediera a una nueva
concesión, bien por derechos de herencia o cediéndola a otros depen-
diendo de la situación en que hubiera sido otorgada la merced y según
los méritos y servicios que mostrasen los peticionarios.
Una vez asentado el territorio e iniciado el proceso de colonización
otro paso era la formación de una burocracia que se encargara de la
administración del lugar. En principio, los principales cargos fueron
repartidos entre los propios conquistadores o sus familiares y aquellos
primeros pobladores que fueron llegando al lugar. Casi inmediatamente
en un intento de contrarrestar el poder que éstos iban adquiriendo, la
Corona comenzó a enviar a sus propios funcionarios para que ocupa-
sen, sobre todo, los puestos principales, como eran Alcaldes Mayores,
Gobernadores o los Oficiales Reales encargados de las cajas reales que
se iban creando en cada cabecera de distrito. Aunque, cabe decir que, al
menos en la provincia de Yucatán, los descendientes de conquistadores
y primeros pobladores mantuvieron durante todo el período colonial
la preeminencia social y en muchas ocasiones siguieron ocupando los
cargos capitulares, más aun cuando entró en vigencia la venta de oficios.
El rey como señor supremo, el gobernador como su representante en
cada provincia, los encomenderos como vasallos del rey y señores na-
turales de sus indios encomendados, formaban el modelo de sociedad
señorial que pretendían los primeros colonizadores. Aunque, este ideal
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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Tal y como se había procedido en Castilla con la nobleza, la Coro-
na respetó los privilegios económicos de los encomenderos, pero fue
mermando sus atribuciones políticas mediante el envío a las Indias de
funcionarios, elegidos entre burócratas profesionales, provenientes del
pueblo llano o de la baja nobleza que podían ser sustituidos o ascendi-
dos en función de su disciplina, lealtad al monarca y obediencia a sus
órdenes. Se pretendía que no hicieran causa común con los encomen-
deros, aunque se dieron situaciones variadas, pues en ocasiones hubo
coincidencia de intereses entre ambos grupos, mientras que en otras
los enfrentamientos fueron la norma.
En un primer período el conquistador, convertido en encomendero,
no pretendía tener acceso a la mano de obra barata para emplearla en
empresas particulares, sino que sus acciones estuvieron dirigidas a per-
cibir el tributo indígena. No tenían ningún interés en organizar algún
tipo de empresa económica que pudiera reportarles beneficios econó-
micos o ingresos para subsistir. En su mentalidad señorial su intención
era el que les sirvieran y así poder mantener un tren de vida acorde a lo
que ellos consideraban justo, de acuerdo a esa idea medieval de recom-
pensar los esfuerzos de la conquista. Por ello (y en el caso de Yucatán
es más significativo), en principio no existía un interés por la propiedad
de la tierra en cuanto a su explotación económica se refiere, sino que lo
que se pretendía era el dominio eminente sobre la población indígena
gobernándoles política, administrativa y judicialmente, percibiendo la
tributación debida a la Corona, en definitiva trataban de suplantar los
derechos de ésta sobre el territorio colonizado. Por todo ello, no parece
nada claro que en la mentalidad de los conquistadores-encomenderos
estuviese el exterminio de la población indígena sino todo lo contrario,
pues cuanto más numerosa fuese la población mayores ingresos obten-
drían a través del tributo.
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
Así las cosas, tampoco parece plausible que su misión principal fuera
apoyar la evangelización, ya que hay que tener en cuenta que era uno de
los deberes que las leyes imponían a los encomenderos a cambio de los
derechos concedidos, pero no parece que progresaran mucho en cum-
plir con este mandato. En este sentido, los enfrentamientos ocurridos
ante la expansión del clero regular no se debieron a que les limitaran
su función evangelizadora sino porque se interponían, como un nuevo
elemento de control, entre ellos y los indígenas que se les había reparti-
do y les pagaban el tributo.
Se dieron enfrentamientos entre los encomenderos y el clero regular
cuando estos últimos trataron de organizar las poblaciones indígenas
para un mayor control religioso. En un principio los conquistadores
no habían tenido ningún interés en cambiar la estructura preexisten-
te, sino ubicarse en una posición superior tratando de dominar a la
población a través de la fuerza, pero sobre todo por medio de diversas
alianzas con los dirigentes indígenas.
No obstante, a pesar de que los conquistadores no pretendían intro-
ducir grandes modificaciones en las sociedades indígenas, está claro
que estas se fueron produciendo. En palabras de Pérez Herrero, los
conquistadores, al descubrir que había tensiones internas en las so-
ciedades que estaban conquistando optaron por apoyar a unos grupos
para provocar la ampliación de las disensiones internas, impulsando la
fragmentación de las antiguas formas de cohesión intragrupales e in-
tergrupales, influyendo en la designación de los cargos de poder locales
o recompensando a aquéllos que habían colaborado en los hechos de
armas.85
Por tanto, no se puede considerar que los procesos de conquista y co-
lonización del territorio americano fuera uniforme. La propia diversidad
69
geográfica y el grado de desarrollo que habían adquirido los diferentes
grupos en la época precolombina fueron determinantes en ambos pro-
cesos. Se ha comentado que la conquista fue un hecho cuyo desarrollo
fue breve, teniendo en cuenta la desigual proporción entre la escasa can-
tidad de conquistadores y el gran número de población autóctona a los
que tenían que enfrentarse. No obstante, hay que señalar también que
aunque fueran sojuzgadas muchas de las comunidades indígenas, queda-
ron al margen de la presencia española amplios espacios con numerosa
población, que tardarían en anexionarse decenas de años además de que
algunos no fueron sometidos durante todo el período colonial.
El caso de Yucatán muestra un ejemplo específico de conquista, co-
lonización y dominio durante todo el período estudiado. Aunque las
capitulaciones señalaban más o menos los espacios que iban a ser con-
quistados, ello no quiere decir que se lograra someter a toda la pobla-
ción originaria, ni mucho menos. En este territorio, tanto la conquista
como la colonización fueron mucho más lentas y dificultosas debido a
la ausencia de un poder indígena central fuerte, ya que en esos momen-
tos el escenario mostraba una fragmentación política sin un claro po-
der dominante. Por todo ello, tendrían que pasar una treintena de años
desde la primera incursión a la región hasta que se diera por finalizada
la conquista de parte del territorio yucateco, comenzando posterior-
mente a su lenta colonización.
También los condicionamientos de la geografía habían de supeditar
en cierta medida el desenvolvimiento político, económico y social del
área. Su aislamiento, tanto por tierra como por mar, había de determi-
nar una indudable marginación dentro del virreinato de Nueva España
en que se encontraba inserta, lo que acabó influyendo de manera deci-
siva en la forja de la personalidad de esta gobernación que supo defen-
der y mantener en gran medida su autonomía respecto a la autoridad
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
central del virreinato. Por otra parte, sus poco atractivos recursos, al
carecer de minas y de otros alicientes económicos, permitieron el de-
sarrollo de estructuras sociales muy peculiares, donde la encomienda
jugó un papel predominante, llegando a adquirir características propias
dentro de la América Hispana y sirviendo, en consecuencia, de tamiz
para la formación de una sociedad fundamentalmente birracial, que
habría de prevalecer a lo largo de toda la época colonial.86
La Iglesia, por su parte, y en concreto el clero regular (las órdenes
religiosas), vieron en el Nuevo Mundo la posibilidad de llevar a cabo
un modelo de sociedad que erradicara las deformaciones y vicios a los
que se habían llegado en el Viejo Mundo. Entendían que las Indias po-
dían convertirse en un laboratorio donde ensayar la utopía de la pureza
evangélica. Las Indias eran así para la Iglesia un espacio en el que reali-
zar sus ideales, un territorio de libertad en el que materializar sus sue-
ños sin las cortapisas que imponían los compromisos de las sociedades
de Occidente.87
Se puede en consecuencia concluir que la conquista no supuso la pa-
cificación total del territorio, ni la aceptación completa y pacífica de las
nuevas formas culturales, sino que la hispanización, el sincretismo, la
resistencia, el establecimiento de nuevas reciprocidades y lealtades se
fueron combinando y dando diversas formas culturales en cada región,
caso y época.88
71
Capítulo II
Conquistadores y primeros
pobladores: la creación de una élite
73
ir configurando un grupo que, aunque carente de títulos nobiliarios,
adoptaría costumbres y modos de vida similares a la nobleza hispana.
Las disposiciones de limpieza de sangre, generalizadas en España a
partir del siglo XVI, fueron adaptados por la nueva sociedad colonial.
Aquellos estatutos que comprometían socialmente a los sospechosos
de ascendencia judía y mora, en el que la pertenencia a determinada
religión era la que establecía la distinción, se adopta, en cierta medida,
al establecerse la distinción entre población indígena y población de
ascendencia española, sin mencionar otros grupos como los africanos;
aunque en este caso no eran razones religiosas sino la pertenencia a
las etnias autóctonas las que establecían las diferencias. No obstante,
esta situación se irá haciendo cada vez más compleja al crearse diversos
grupos a través del mestizaje. Pero, en todo momento, será la población
de ascendencia española la que acapare la cúspide de la jerarquía social.
Si bien es cierto que características de la sociedad estamental como la
estima, el honor, la dignidad, no son conceptos que sólo puedan asimi-
larse a los estratos sociales superiores, sí lo es por ejemplo en cuanto a
las funciones que realizaba cada grupo. Consideramos que cada uno de
ellos tenía sus propios rasgos definidos en dichos conceptos pero lo que
hace la diferencia es, podríamos decir, la forma de vida y los privilegios
que se adjudicaban a un estrato u otro. En palabras de R. Mousnier
cada grupo de la sociedad ve imponérsele, por consenso general,
su dignidad, sus honores, sus privilegios, sus derechos, sus debe-
res, sus sujeciones, sus símbolos sociales, su traje, su alimento,
sus emblemas, su manera de vivir, de ser educados, de gastar,
de distraerse, sus funciones, las profesiones que sus miembros
pueden ejercer, las que les están prohibidas.89
74
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
75
podía vivir de las rentas, de los favores, del patrimonio.92 Todos estos
condicionamientos que formaban los principios que regían en la estra-
tificación social europea de la época se implantan en la nueva organi-
zación creada tras la conquista.
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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grupo más prominente de la naciente sociedad. Otro tanto ocurría con
los restantes cargos capitulares que, a través de las sucesivas reeleccio-
nes, solían ser monopolizados por la minoría de los conquistadores
y primeros pobladores,95 debido a lo cual serían los descendientes de
conquistadores los preferidos a la hora de formar parte de los cabildos
civiles. No obstante, debían cumplir ciertos requisitos, pues en primer
lugar para acceder a un cargo se prefería a aquéllos que estuvieran ca-
sados y después a los no casados, según se puede leer en una ley emiti-
da por Carlos V al respecto.96 En este sentido, veremos la importancia
que van a tener las estrategias matrimoniales llevadas a cabo por este
colectivo social dominante, al ser el matrimonio una de las principales
vías de ascenso social.
Esta ley sufrió diversos añadidos posteriormente, complicándose el
acceso a los cargos municipales, aunque manteniéndolos siempre entre
los mismos grupos. Se le añadiría una nueva disposición por Felipe II
en 1590 y por Felipe III en 1619, ordenando que “en los oficios y mer-
cedes sean preferidos los naturales de las Indias”, esto es, que una vez
asentada la colonización fueran los nacidos en ellas los que pudieran
formar parte de dichos oficios
En todos los oficios, prouisiones y encomiendas sean antepues-
tos y proueídos los naturales de nuestras Indias hijos y nietos
de los conquistadores dellas, personas idóneas de virtud, méri-
tos y seruicios conforme a la naturaleza y exercicio del uso, mi-
nisterios y oficios en que fueren proueidos, y lo mismo sea y se
entienda en fauor de los pobladores, naturales y originarios de
los reynos y prouincias de las dichas Indias nacidos en ellas, los
quales como hijos patrimoniales deuen y han de ser antepuestos
78
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
79
administración de justicia, como sí ocurrió por ejemplo en la monar-
quía francesa; se consideraba la impartición de la justicia como una
prerrogativa real, a la que sólo el monarca tenía derecho y sólo él o sus
representantes, virreyes, podían en su nombre adjudicar cargos que
llevaran aparejada la impartición de la justicia.
Del mismo modo, este grupo de conquistadores, primeros poblado-
res y sus descendientes fueron los que acapararon la función militar.
También en este caso se trató de evitar por parte de la Corona un exce-
so de poder del grupo dominante, otorgando el mando militar supremo
de la provincia a los gobernadores que, además, van a ser designados
capitanes generales de la misma.
Encomiendas, cargos capitulares, defensa del territorio contra indíge-
nas y enemigos extranjeros, considerados como servicios al rey, fueron
las funciones que acapararon los descendientes de conquistadores, pa-
cificadores y primeros pobladores. Funciones todas ellas primordiales
para ocupar el vértice de la sociedad estamental colonial asimilándose
a la nobleza ibérica. Además, a través de este tipo de vida van a entrar a
formar parte de los privilegiados de la sociedad de la época que, como
sabemos, es la característica que define, a veces no bien interpretada,
a los principales estamentos del Antiguo Régimen,100 nobleza e Iglesia.
Ahora bien, conviene detenerse a analizar cómo se fue gestando ese
grupo elitista en el que se va a fundamentar la sociedad yucateca colo-
nial, y en este caso tienen mucho que ver las prácticas llevadas a cabo
por los monarcas de la época, sobre todo en el caso de premiar primero
a los conquistadores y beneficiar a sus descendientes. Consideradas la
conquista y pacificación como servicios prestados a la Corona, luego va
100 Como es sabido el concepto “Antiguo Régimen” hace referencia al sistema social, econó-
mico, político y religioso que se da en Europa y sus colonias en el período comprendido entre
el siglo XVI y finales del XVIII.
80
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
81
localidad y, en un segundo paso, a través de la vía del matrimonio. Vol-
veremos a ello más adelante.
Fueron diversas las maneras en que la Corona premió a los conquis-
tadores y a sus descendientes, pues además de la encomienda o cargos
en los cabildos, también se instituyeron las llamadas ayudas de cos-
ta, ayudas que se concedían, previo a la presentación de los méritos y
servicios del solicitante y de sus antepasados, además de demostrar la
carencia de ingresos para poder sustentarse por otros medios. Estas
ayudas o gratificaciones se situaban sobre algunos ingresos regulares
de la Corona de la región donde se hallaban, esto es, que estaban su-
jetos a que previamente se recaudase la renta de la que dependían. En
Yucatán fueron, principalmente, sobre las encomiendas o tributos que
se quitaron al Adelantado Montejo de donde se obtenían los ingresos
para las ayudas de costa. Las encomiendas que se adjudicó Montejo una
vez finalizada la Conquista le fueron abolidas y regresaron a la Corona,
utilizándose su producto para diferentes gastos. Una vez que se reco-
gían y vendían los productos de los tributos de dichas encomiendas se
asistía al pago de las ayudas de costa previa presentación del documen-
to correspondiente por las personas agraciadas por las mismas.
Fueron numerosas las peticiones de este tipo que se hicieron durante
el último tercio del siglo XVI y principios del XVII, tanto por parte de
hombres como de mujeres, aduciendo la carencia de medios para po-
der sustentarse, su pobreza y, en general, amparándose básicamente en
los méritos y servicios de sus antepasados, esto es, en el linaje. En este
sentido, fueron varias las mujeres que solicitaron ayudas de costa para
su mantenimiento. En ocasiones, las pretensiones fueron francamente
exageradas como la presentada por Ana de Figueroa en 1587, nieta de
Gerónimo de Campos y Ana de Contreras. Según se recoge en la infor-
mación de méritos, ellos fueron los primeros casados que entraron en
82
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
83
Como se ha comentado, no sólo era la categoría de conquistador o de
ser descendiente de conquistador la que daba derecho a obtener mer-
cedes del rey, sino que también se tenía en cuenta y se consideraba ser
de los primeros pobladores de la provincia o sus sucesores. La Corona
puso empeño en que las tierras recién conquistadas fueran poblándose
lo más rápidamente posible a fin de conseguir su dominación y, por
ello, se favoreció la creación de villas y ciudades concediendo tierras y
solares a los conquistadores, pero también a los pacificadores o prime-
ros pobladores.
Las gratificaciones y privilegios se concedían en forma de salarios
o pensiones, tierras de pasto y labor y estancias con la condición de
que residiesen en ellas. Si demostraban que durante cinco años habían
permanecido ininterrumpidamente en tales tierras, adquirían el reco-
nocimiento de vecindad, y tenían derecho sobre ellas a perpetuidad.103
Para el establecimiento de algún pueblo de españoles se tenía que
contar al menos con 30 vecinos, cada uno de los cuales debía de edifi-
car una casa y poseer cierto número de ganado. También eran vecinos
los hijos e hijas del nuevo poblador o sus parientes, dentro o fuera del
cuarto grado, que, a la vez, debían de tener sus propias casas y formar
familias distintas, viviendo separados, como se mencionan en las le-
yes “mantener cada uno casa de por sí”.104 Y, desde luego, los primeros
pobladores que llegaron a Yucatán alcanzaron la preeminencia social,
justo después de los conquistadores.
De esta manera, bien por hechos de conquista, pacificación o pobla-
miento se fueron creando los linajes que ocuparían la cúspide social
durante todo el período colonial. En esta provincia, más que en otras,
esa mentalidad se mantendría casi inalterable, la función burocrática o
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
militar, esto es, el servicio al rey sería la base que sustentaría el edificio
social, la intrusión de elementos provenientes del mundo económico
tardaría en hacerse efectiva, aunque en este sentido, hemos de tener en
cuenta que en la región de Campeche el desarrollo fue algo diferente,
ya que dadas las características de la zona, los elementos mercantiles
tuvieron presencia desde un primer momento en la jerarquía social.
85
Ahora bien, a pesar de todos los reconocimientos que se pueden ob-
servar en el contenido de la ley, cabe preguntarse el alcance real de tal
privilegio. Desde luego no parece asimilable la hidalguía indiana a la
hidalguía castellana. Solórzano Pereira en su Política Indiana señala
al respecto “los españoles han de ser tenidos y reputados por nobles en
comparación de los indios”.106 Esto es, se establece una diferenciación
étnica y al español y sus descendientes se les situaba en la cúspide de
la jerarquía social colonial. Así como el hidalgo español seguía man-
teniendo su estatuto también fuera de España, esto es, en las Indias,
a la inversa, no parece que fuera lo mismo para los indianos, ya que
eran hidalgos sólo respecto a los indios. De la misma forma, en la cita
anterior se puede observar que el título de hidalguía era para ostentarlo
en el lugar donde poblaban y en otros territorios de las Indias. Quizás
por ello no se hizo mucho uso del título, al menos no se recurre a él en
los documentos de méritos o servicios, tal vez no les hiciera falta para
argumentar sus peticiones, parece ser que consideraban los títulos de
conquistadores o beneméritos, profusamente utilizado este último tér-
mino, como más que suficientes para conseguir sus demandas o para
formar parte de la cúspide social o también el mayor prestigio, similar
a la nobleza titulada castellana.
Es sabido que la hidalguía era el grado más bajo de la nobleza y aun-
que mantenía intactos todos los privilegios de la misma, éstos eran más
preeminenciales que prácticos. A pesar de la idea equivocada, bastante
extendida, que entre los privilegios de la nobleza uno de los principales
era la exención de impuestos, esta exención sólo hace referencia a las
imposiciones directas, no a las indirectas. En el caso de las Indias las
imposiciones directas que se aplicaron sólo se basaban en los tributos
indígenas, el resto de la población debía de pagar impuestos indirectos,
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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seruizios que en las nuestras Indias nos hubieren echo, sean pre-
feridos los que mas y mejor nos hubieren seruido mandamos a
los nuestros virreyes, presidentes y gouernadores que quando se
ofrezca ocasión en que poderlos gratificar y haçer merced, en las
cosas y casos en que conforme a los poderes e ynstruçiones que
de nos tuvieren, lo puedan haçer, guarden esta horden que las
personas que pidieren las tales gratificaçiones si tubieren dadas
ynformaçiones de sus meritos y seruizios (…) y si no las tubieren
dadas las den en la audiencia, en cuyo distrito presidieren y hu-
bieren seruido.109
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
89
dado con apercibimiento que vos hazemos que si lo pagaredes se
cobrara de vuestros bienes.112
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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En los ejemplos que apuntamos parece que ninguno de los dos se
había molestado en remitir sus informes para que les hubieran ratifi-
cado la ayuda. Es en el momento en que los oficiales reales se niegan a
hacerla efectiva cuando se preocupan por enviar las informaciones. Por
lo tanto, el pago o no de estas ayudas dependería al final de la legalidad
que impusieran dichos oficiales, lo que no se daría en todos los casos
teniendo en cuenta las alianzas o enfrentamientos que se producían en-
tre los representantes de las instituciones coloniales de la provincia.115
También existía una jerarquización a la hora de la concesión de mer-
cedes. En primer lugar se situaban a los conquistadores y pobladores
casados. Así se señala en una de las Nuevas Leyes de 1542 emitidas por
Carlos V, recogida por Alonso de Zorita, donde se puede leer que
Los nuestros visorreyes, presidentes y oidores de las dichas nues-
tras audiencias, prefieran (…) a los primeros conquistadores y
después de ellos a los pobladores casados, siendo personas hábi-
les para ello y que hasta que éstos sean proveídos, como dicho es,
no se pueda proveer otra persona alguna.116
115 Algunos ejemplos de las relaciones y enfrentamientos entre los componentes de las di-
versas instituciones coloniales en Yucatán puede verse en Zabala Aguirre, 2009, pp. 211-246.
116 Zorita, 1985, p. 182.
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
93
Ahora bien, la existencia de informaciones de méritos y servicios en-
viados y ratificados por el organismo correspondiente, por sí solos no
daban derecho a la concesión de ningún tipo de ayuda. Como se ha
dicho, los monarcas siempre habían solicitado que se hicieran informes
sobre los vecinos, testimonios que se debían de registrar en los libros
elaborados para tal fin en los ayuntamientos. Pero las personas que so-
licitaban las mercedes tenían que presentar una serie de requisitos que
eran indispensables para su concesión. Está claro que fueron muchas
las ayudas de costa u otro tipo de pensiones que se pagaron durante la
segunda mitad del siglo XVI,118 pero también está claro que algunas de
las declaraciones no guardaban los requisitos exigidos por las leyes a
la hora de gratificar a los descendientes de conquistadores y primeros
pobladores.
Como se ha señalado anteriormente, la concesión de mercedes por
parte de la Corona también seguía un orden, en primer lugar se tenía
que premiar a los conquistadores y después a los primeros pobladores,
en todo caso debían haberse destacado en sus servicios al rey. Puede
decirse que desde este punto arrancarían los linajes a los que luego re-
currirán, en numerosas ocasiones, muchos de sus descendientes. Pero
también tenían que concurrir otros requisitos para solicitar cualquier
merced, cuyo cumplimiento era obligatorio y su información debía in-
cluirse en las manifestaciones de los méritos y servicios. En primer
lugar el solicitante debía ser vecino del lugar y tener casa poblada “con
armas, caballos y criados” sustentados por él mismo. Hay que tener
en cuenta que para alcanzar la condición de vecino tenían que haber
118 En la documentación emanada sobre la Caja Real de Mérida, se puede observar todas las
ayudas de costa que se concedieron durante toda la segunda mitad del siglo XVI y principios
del XVII, son numerosísimas y aparecen registrados los nombres y las cantidades pagadas.
Es una documentación voluminosa que se encuentra en AGI, Contaduría, legs. 911 y 912,
principalmente.
94
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
Por tanto, ser hijo legítimo de legítimo matrimonio es una de las ca-
racterísticas principales que se incluyen en este tipo de documentos,
remontándose a sus antepasados, hechos que debían de demostrar con
la ratificación de testigos que habían conocido o “habían oído” de la
existencia de tal legitimidad. Un ejemplo lo podemos encontrar en la
petición que hace en 1614 el capitán Francisco de Villalobos, encomen-
dero y vecino de la villa de Valladolid y que solicita el cargo de chantre
de la catedral de Mérida que por entonces estaba vacante
95
El capitán Francisco de Villalobos vecino de la villa de Valladolid
y encomendero de indios en ella, hijo lexitimo del capitán Juan
de Villalobos y de Ana de Cárdenas su legitima mujer y nieto del
capitán Juan de Cárdenas uno de los primeros y más antiguos
conquistadores destas provinçias de yucatan vezinos que fue-
ron de la dicha villa ya difuntos y marido y conjunta persona de
Juana de Urrutia Cansino nieta del capitán Diego Cansino con-
quistador que fue de la provinçia de la nueva España, digo que
a mi derecho conviene hazer informaçión (…) de como soy hijo
lexitimo (…) y de como soy casado según orden de la santa ma-
dre iglesia (…) y de los serviçios que el dicho mi padre y abuelo
y abuelo de la dicha mi mujer hizieron al rey nuestro señor en la
población y conquista destas provinçias y de la nueva España.120
96
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
esta villa tengo casa poblada que sustento con armas caballos y
criados como uno de los vecinos principales della.121
97
el Adelantado Francisco de Montejo en su primera expedición y dejó
ocho hijos naturales a los que, al parecer, no les había dado su apellido
ni se les había hecho ninguna gratificación. En la encomienda que le
fue concedida le sucedió su legítima mujer con la que se había casa-
do convenientemente pero con la que no había tenido descendencia.
Pedro de Peñaranda, suegro de Domingo de Aguirre, se había casado
con María de Cubillos, una de las hijas naturales de Juan de Parajas.
Define a Pedro de Peñaranda como poblador antiguo que había llegado
a esta provincia hacia 1544 y tuvo en Mérida su casa principal poblada
con armas, caballos y criados. También había acudido al servicio del
rey en defensa y conservación de la tierra, tanto contra indios rebeldes
como contra corsarios ingleses y franceses. Aunque tuvo ocho hijos
legítimos, entre ellos la mujer del demandante Domingo de Aguirre,
no se les hizo merced alguna y al morir el padre los dejó a todos “muy
pobres y necesitados”. El solicitante no indica cuál era su fuente de in-
gresos pues no se menciona encomienda ni otro salario propio, pero
si enumera sus servicios acudiendo a la defensa de los puertos de San
Francisco de Campeche y de Sisal contra los corsarios pero sin percibir
salario alguno.123
Podemos ver que a pesar de lo recogido en las leyes sobre la legitimi-
dad del nacimiento, el solicitante Domingo de Aguirre no tiene ningún
inconveniente en declarar la ascendencia ilegítima de su esposa, al ser
nieta no reconocida del conquistador Juan de Parajas, en cuyos méri-
tos y servicios se apoyaba el demandante. Este caso no es el único que
hemos encontrado de demandas de mercedes aunque la ascendencia
a la que hacían mención no fuera del todo legítima. El antes aludido
Gerónimo de Medina en 1582 solicita una ayuda de costa y los méritos
y servicios que incluye hacen referencia a su mujer María del Rey, que
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
declara ser hija natural de Juan del Rey, difunto, que fue uno de los
primeros conquistadores. En este caso la hija lleva el apellido del padre
pero él estuvo casado con Beatriz de Acosta con quién tuvo un hijo le-
gítimo de nombre Gaspar del Rey, que fue quien heredó la encomienda
a la muerte de su padre, quedando María del Rey muy pobre y sin nin-
guna hacienda. Así las cosas, Gerónimo de Medina se casó con ella y
las razones que aduce para contraer este matrimonio es “por serviçio de
Dios”, es decir, plantea su casamiento como un servicio, por favorecer
a una mujer que había quedado desamparada; pero, claro está también
añade porque era “hija de conquistador y persona principal”.124 Como
hemos mencionado antes, el gobernador Guillén de las Casas le había
concedido a María del Rey una ayuda de costa de 100 pesos situados
en las encomiendas del Adelantado Montejo, ayuda que los oficiales
reales se negaron hacerla efectiva. Las causas de esta negativa no fue-
ron la legitimidad o no de María del Rey sino, como se ha visto antes,
porque los gobernadores no podían conceder este tipo de mercedes sin
la presentación de los informes de probanzas méritos y servicios y la
comisión y aprobación real.
Ni Gerónimo de Medina ni Domingo de Aguirre tienen ningún em-
barazo en confesar que sus esposas, la una de Valladolid y la otra de
Mérida, no fueron nietas legítimas de conquistadores para solicitar al-
gún tipo de merced; todo lo contrario, ambos consideran que tienen
derecho a ello por ser ellas descendientes de conquistadores, legítimas
o no, personas principales, que tenían derecho a una remuneración.
No obstante, hay otros aspectos que llaman la atención en la solici-
tud de Domingo de Aguirre y son las contraprestaciones que ofrece a
cambio de que el rey le conceda alguna merced; conviene detenerse un
momento en analizarlas. En primer lugar solicita una renta de 1,000
99
pesos situados en alguna encomienda que estuviera vacante o de las
que primero se liberasen, para que él y su familia pudieran vivir y sus-
tentarse honestamente. Pero más adelante en la memoria que presenta
al Consejo de Indias la situación se complica y adjunta varias opciones,
en las que se puede observar el conocimiento que manifiesta de la vida
e ingresos de sus vecinos y la planificación que elabora para que se le
conceda una merced de la que se siente acreedor.
Si se le concediese una encomienda de 500 pesos de renta anuales, se
comprometía pagar a cambio 1,000 pesos el día que se la adjudicasen
“por la soliçitud y diligençia que en ello se pusiere”, si fuera de menor
renta abonaría la parte proporcional a esa cantidad. Si no se le podía
conceder una encomienda, entonces solicita una cédula real para que se
le adjudique la ayuda de costa de 300 pesos que gozaba Madalena Cam-
pos sobre la Real Caja de Mérida que había quedado libre por muerte de
la poseedora, a cambio pagaría 600 pesos “luego a letra vista”.
No habiendo lugar a las dos anteriores, en su lugar solicita también
una cédula para que sobre la primera encomienda que se adjudicase a
cualquier persona se le situase una pensión de 300 pesos anuales sobre
dicha encomienda. Para esta petición se ampara en las mercedes que se
les había concedido a tres personas, en principio muy por debajo de su
estatus social. En primer lugar menciona a Hernando de Velloriro, de
oficio mercader, que “sin tener ninguna desendençia de conquistador ni
poblador” se le había dado una merced similar; otro Miguel López de
Sosa, pintor y, el tercero, Francisco de Bracamonte, soltero; a cada uno
de los tres se les pagaba sendas pensiones que estaban situadas sobre
las encomiendas de Motul y Tekax que pertenecían a Andrés Dorantes.
En el caso de que se le concediera dicha pensión, a cambio, pagaría 500
pesos. Y si no podían concederle ninguna de estas mercedes solicita
2,000 ducados de Castilla en vacante de indios, durante el tiempo que
100
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
101
que había heredado su hermano y que a su muerte le fue adjudicada a
Agustín Larrea. Esta disposición se declaró nula al negarse a pagarla los
oficiales reales por las cédulas reales que señalaban que los gobernado-
res no podían dar este tipo de mercedes sin la aprobación del monarca.
Ante esta negativa es cuando Inés de Castañeda solicita al Consejo
Real le fuera admitida la probanza de los méritos y servicios de sus
antepasados con presencia de testigos que ratificaban lo contenido en
la información de la peticionaria. Hija legítima de Pedro Álvarez de
Castañeda, uno de los primeros conquistadores, casado y velado con
Beatriz de Cabrera “según orden de la Santa Madre Iglesias”, al morir
ambos, se había quedado ella sin ningún tipo de ingresos o ayudas para
sustentarse.127
Está claro que tanto unos como otras solicitan las mercedes al rey
porque consideraban que tenían derecho a ellas. Las leyes que se fue-
ron imponiendo, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVI
por Carlos V y Felipe II y algunas ratificadas a principios del XVII por
Felipe III así lo promulgaban, beneficiar y gratificar a los descendientes
de los conquistadores y primeros pobladores.
No obstante, una vez establecido el linaje, a medida que avanza el
siglo XVII y durante el XVIII, van a ser sobre todo los méritos propios
en los que se basen las peticiones de mercedes, gratificaciones o grados
en las milicias. Ello no obsta para que continúen mencionando en sus
probanzas los servicios prestados por sus antepasados conquistado-
res. Todavía en el siglo XVIII encontramos este tipo de fundamentos,
declarando algunos de los peticionarios ser descendientes del propio
Francisco de Montejo el Adelantado. De todas formas, aunque señalen
este tipo de méritos, en esta región, desde luego, será la función militar
la que prime sobre cualquier otro tipo de servicios prestados. Está claro
102
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
103
un grupo conformado por los conquistadores y primeros pobladores.
A medida de que se fue consolidando la sociedad colonial, sus descen-
dientes, amparándose en sus propios méritos y servicios y en los de sus
antepasados, continuaron acaparando los lugares privilegiados en el en-
tramado social a través de diversos mecanismos. Además, este grupo
se fue nutriendo con los españoles que fueron llegando a la Provincia y
establecían alianzas, sobre todo a través del matrimonio, con las élites
locales; manteniéndose una mentalidad social basada en las caracterís-
ticas que englobaba el estamento nobiliario en la Castilla de la época.
Aunque en la sociedad novohispana, en general, fueron introduciéndose
nuevos grupos con intereses más diversos, como las actividades econó-
micas, en el caso de Yucatán también para el siglo XVIII la base social de
la élite se fue ampliando, no obstante, el nacimiento, el linaje, la función,
se mantienen vivos en la mentalidad del grupo social dominante.
Centrándonos en las relaciones de méritos y servicios de finales del
siglo XVII y del XVIII podemos observar que se entremezclan aque-
llas funciones militares y civiles, esto es se narran las gestas militares
realizadas y a la vez, como premio, la ocupación de algún cargo en la
administración. Tenemos el caso del capitán Bartholomé de la Garma,
relata que llegó a estos reinos con plaza de soldado y participó en las
campañas contra los itzáes, alcanzando el grado de capitán. Todos los
militares cuando ascendían en sus cargos debían de pagar el impuesto
de la media annata al rey, no obstante, en el caso de estas campañas
quedaban eximidos de su pago. Las razones de no tener que pagar este
impuesto era que se consideraban guerras vivas, esto es cuando existía
una participación militar activa, como la actuación expuesta en la lucha
para someter el Petén Itzá y también los que ocupaban los diversos pre-
sidios de las Indias, en lucha contra la piratería o el contrabando. Como
premio a sus actividades militares el Cabildo, Justicia y Regimiento de
104
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
105
los servicios prestados durante varios años en la milicia. Su recompensa le
provino cuando fue electo primero alcalde ordinario del cabildo merida-
no y después de la Santa Hermandad, posteriormente ocupó el cargo de
regidor y también de procurador síndico general de la provincia. En 1716
volvió a la milicia activa al ascender a capitán de la Compañía de Caba-
llos Corazas donde sirvió seis años, de aquí pasaría a ocupar el puesto de
castellano de la Ciudadela de San Benito a la muerte de su predecesor. Su
ascendencia aristocrática la lograría al contraer matrimonio con doña.
Bartolina Enríquez de Novoa y Cepeda, descendiente de conquistadores y
primeros pobladores de la provincia.131
En ocasiones, las relaciones de méritos y servicios son mucho más pro-
lijas, como ocurre con la solicitud presentada por el capitán de infantería
española Francisco de Solís Osorio, a la sazón procurador general de la
provincia. Este capitán relata minuciosamente todos los hechos milita-
res y civiles de sus antepasados, descendiente por parte de madre, de los
gobernadores Guillén de las Casas y Carlos de Arellano, remontándose
en su ascendencia familiar a Francisco de Montejo y por parte de padre
de conquistadores y primeros pobladores. Un hecho a destacar en esta
relación son todas las estrategias matrimoniales llevadas a cabo durante
más de ciento cincuenta años, mostrando una endogamia inherente en
tales estrategias, esto es, los recién llegados de la península ibérica o de
otros lugares de las Indias donde habían servido en distintos cargos civi-
les o militares, al llegar a Yucatán contraían matrimonio con las descen-
dientes de los conquistadores. El padre del solicitante, Francisco de Solís
Osorio, “imitando a sus progenitores y antepasados”, había mantenido y
mantenía “su casa poblada en la ciudad de Mérida, con armas, caballos y
criados”. Por supuesto, el destino del hijo estaba sellado y desde que tuvo
edad para manejar armas se había empleado como soldado, llegando a
106
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
107
Declaraciones que sí encontramos mencionadas, por ejemplo, cuando
las relaciones se refieren a eclesiásticos. Es el caso de Rafael María de
Gorospe y Padilla, vicario general de Yucatán, quién en 1759, declarando
sobre su ascendencia familiar, asienta que sus padres y progenitores por
ambas líneas “han sido cristianos viejos, limpios de toda mala raza” y,
además en esta ocasión, “caballeros hijosdalgo notorios”.134 La informa-
ción la realiza para que le fuera concedida “alguna de las prebendas de las
Iglesias de Nueva España”. La mención a la limpieza de sangre se presenta
sobre todo cuando en los informes se menciona a algún eclesiástico, ya
sea el solicitante o pariente, como es el caso mencionado más arriba de
Francisco Medina Cachón que también era sobrino de un obispo.
Parece ser, que a la altura del siglo XVIII en la provincia de Yucatán,
no era tan importante la demostración de los estatutos de limpieza de
sangre, apenas aparecen mencionados en las informaciones de méritos
y servicios, primando más las actividades, la función militar, del solici-
tante o de sus antepasados remontándose a los conquistadores y bene-
méritos. En el mismo sentido, aunque en ocasiones se hace mención a
la hidalguía, no es recurrente, lo que señala la conciencia de pertenen-
cia a la cúspide del estamento nobiliar de la provincia la pervivencia de
la mentalidad de que la función militar era la que les situaba en ella, sin
necesidad de otros atributos.
En este sentido, entre las mercedes solicitadas, son varias las peticio-
nes de un ascenso en el cargo militar u oficio civil, lo que ratifica la idea
de que, la función, el servicio al rey, en la administración civil o en la
milicia, junto al servicio a la Iglesia, era lo que les daba la preeminencia
social. Por tanto, a pesar de todos los cambios que se habían producido
en la sociedad colonial, en Yucatán al menos, no se aprecia un cambio
significativo en la mentalidad social en vísperas de la Independencia de
aquél de inicios de la Colonia.
109
la élite de determinado lugar, o bien se les da otros nombres como el de
grupo de privilegiados, de notables, de importantes, de ilustres, de res-
petables, de poderosos; sin embargo, no hemos encontrado hasta ahora
una definición operativa del término, quizás porque su conformación
varía tanto en el tiempo como entre las regiones. En algunos lugares
los grupos son tan compactos e identificables a través del tiempo que
han merecido trabajos más minuciosos, en los que se han elaborado
complicadas bases de datos, que en ocasiones han llegado a elaborarse
índices de prominencia.135
No obstante, en la mayoría de los casos se enumera una serie de atri-
butos que permite establecer una imagen del grupo. Algunos traba-
jos mencionan los lazos matrimoniales y las redes de parentesco como
mecanismos de integración. En cuanto a las élites latinoamericanas se
afirma que han estado dominadas por un grupo privilegiado, y que este
privilegio descansaba en la fama y en los laureles heredados, creándose
así linajes familiares de un arquetipo particular.136 Se describen tam-
bién como grupos de familias poderosas, estrechamente ligadas, que ya
desde el siglo XVI, fueron ocupando cargos en los cabildos civiles por
designación o mediante la compra de los mismos; en la Iglesia o como
funcionarios reales.137 Siempre exhibían sus preeminencias y privile-
gios, a la vez que hacían gala de su riqueza a través de la ostentación en
el vestir. Pero también por el número de empleados domésticos, la ri-
queza del ajuar de casa, en la piedad manifestada públicamente a través
de capellanías, donaciones o construcciones para la iglesia, propiedades
rurales –ganaderas o agrícolas– muy prósperas y la magnificencia de
sus casas localizadas en las principales calles de ciudades y villas.
110
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
111
El tejido social estaba impregnado de múltiples formas de clientelismo
que, teniendo como vértice a un personaje o familia notable, proyectaba
sobre otras personas, que podían pertenecer a diferentes capas sociales,
los lazos de asistencia, protección y ayuda mutua. Estas formas de clien-
telismo estaban presentes también en el plano político y de gobierno,
llegando a ser la forma habitual del ejercicio del poder a cualquier escala.
Era una realidad social plenamente admitida.
Como se ha visto, el acceso a los cargos capitulares fue desde un prin-
cipio clave de poder y mecanismo de control político de la nueva socie-
dad creada tras la Conquista. Pronto se establecerían redes familiares
sobre todo a través de herencias de los cargos públicos propiciadas por
la venalidad de los oficios que constituían una vía para su consolida-
ción. En el caso de la provincia de Yucatán es cierto que dependiendo
de los núcleos iban a variar esas características, en Mérida y Valladolid
el poder quedaba en manos de los encomenderos que participaban en
las conquistas militares y en la defensa de la población. En Campe-
che, donde la encomienda no había tenido el mismo arraigo, sería sobre
todo la dedicación al comercio y la defensa ante los ataques piratas la
que asentase el linaje de las diferentes familias. En todo caso, en esta
región, al igual que se había producido en la Castilla de la época se dio
un proceso de oligarquización de los cabildos en manos de unas pocas
familias que regirían la sociedad de la época entendida en sus aspectos
más laxos.
Un aspecto que también hay que tener en cuenta en la conformación
de las redes clientelares, es la conexión entre muchas de estas familias
yucatecas criollas o beneméritas con la Iglesia. No sólo se emparen-
taban los descendientes de aquéllas entre sí a través del matrimonio,
sino que también algunos de los miembros entraban a formar parte
del clero. Al provenir estos hombres de iglesia de linajes reconocidos
112
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
113
a formar los núcleos oligárquicos; con mayor o menor éxito lograron
mantener su posición prominente a lo largo de varias generaciones y
enlazar oportunamente, por uniones matrimoniales o por convenios
mercantiles, con los nuevos grupos en ascenso. Las familias de notables
llegaron a consolidar su mayor influencia en el tránsito hacia la vida
independiente, pero seguramente no habrían tenido tal éxito si no hu-
biera existido una larga tradición, universalmente aceptada, de apoyo
mutuo y reconocimiento dentro de extensas redes familiares.144
114
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
115
desplegaban las élites con el fin de establecer una diferenciación social
contundente para distinguirse de otros grupos.
Bienes gananciales
116
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
117
miembros de esta élite, las gananciales que por muerte de su esposa se
revertían a sus padres según se había estipulado en el testamento de la
difunta.
El padre de Ildefonsa y Tomasa había nombrado a la primera, que por
entonces ya estaba viuda, como su única y universal heredera. En la he-
rencia iba incluido el cobro de gananciales del matrimonio de Tomasa,
que había aportado al matrimonio por concepto de dote la considerable
suma de 6,000 pesos, más ajuar y joyas pero sin mediar carta dotal,
punto que hay que retener, pues será básico para entender el conflicto.
Para comprender la compleja red de relaciones entre las élites donde
están presentes la endogamia y el parentesco por afinidad o espiritual
y, por supuesto, los lazos clientelares es necesario explicar las diversas
uniones que se habían producido entre ambas familias en conflicto.
El cuñado viudo, José Domingo Pardío y de la Cerda fue hijo del capi-
tán Juan Pardío y Ordoñes y de Isabel de la Cerda y Figueroa. Se había
casado en primeras nupcias con Manuela Inés del Puerto y Méndez,
hija del capitán Jerónimo del Puerto y de este matrimonio nacieron dos
hijos, Juan Roque y José Ignacio.152 También se menciona que tuvo otra
hija, Isabel, que se había casado con Juan Bernardino Garrástegui,153
sobrino y heredero del conde de Miraflores.
Asimismo, su hijo Juan Roque se casó en primeras nupcias con Ma-
nuela de Solís y Castillo y en segundas con Teresa de Vergara y Solís,
hija del capitán y regidor Juan de Vergara y de la Cerda. Su segundo hijo
José Ignacio Pardío y Puerto contrajo matrimonio con María Antonia
de Solís y Zavalegui, hija del regidor Ignacio de Solís y sus padrinos
fueron el conde de Miraflores Santiago Calderón e Ildefonsa de Marcos
Bermejo.154 Hasta aquí podemos ver cómo se iban tejiendo las redes
152 Valdés Acosta, II, 1926, p. 362.
153 AGN, Instituciones Coloniales, Vínculos y Mayorazgos, vol. 120.
154 Valdés Acosta, II, 1926, p. 363.
118
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
119
años y debido a su avanzada edad no recordaba todos los detalles. Por
el contrario, al parecer, la condesa gozaba de excelente memoria y se
encargó de proporcionárselos con gran detalle.
Entre otras cuestiones, la condesa de Miraflores manifestaba que José
Domingo Pardío había obtenido por compra el oficio real de secretario
de gobernación y guerra, además su suegro le había dado a administrar
la tesorería de la Santa Bula de Cruzada,155 así como también los réditos
del holpatán,156 contribución a la que estaban obligados los indígenas157
y para lo cual también salía a subasta el cargo de tesorero del Holpatán,
considerado como un empleo honorífico, pues este título lo otorgaba el
monarca al que ofreciera una mayor postura en almoneda pública.
José Domingo Pardío, durante la minoría de edad de su hijo Roque,
había administrado la encomienda de Xocén, que había heredado de su
abuela. Asimismo, tenía la tutela y curaduría de su sobrino Juan Ber-
nardino de Garrástegui. Estos datos manifiestan un ejemplo claro de la
endogamia y las redes familiares tan arraigadas en esta élite local, las
cuáles se traducían en redes políticas y económicas.
El proceso que se entabló entre ambas partes fue largo y tuvo una
duración de treinta y un años. El 19 de junio de 1781 está fechada la pri-
mera respuesta de José Domingo Pardío a las reservas que había puesto
la señora condesa al plan o cuenta de bienes que le entregó para com-
probar que no hubo gananciales en el matrimonio que contrajo con su
hermana Tomasa, de cuyo enlace tuvieron un hijo que murió infante,
antes que su madre.
En primer lugar, José Domingo Pardío expresa que había que tener
presente que al cuerpo de bienes que se formaba por muerte de uno
de los cónyuges no correspondían los adquiridos y gastados durante el
155 Sobre este tema, Benito, 1996
156 Un impuesto de medio real que los indígenas aportaban para el salario de sus ministros.
157 Bracamonte y Sosa y Solís Robleda, 1996, p. 200.
120
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
121
En un tercer reparo expone que en la citada cuenta que dio a la con-
desa no mencionó que durante su matrimonio había pagado 11,908 pe-
sos que debía por la compra del oficio y que el pago que había hecho de
5,988 pesos al poco de casado fue con los 6,000 pesos de la dote de su
mujer, con la venia de su suegro, y que después lo fue reponiendo hasta
su total reintegro, porque las deudas contraídas durante el matrimonio
debían pagarse del bien común establecido.
La cuarta observación la realiza en base a la declaración de testimo-
nios públicos y notorios, pues era una persona sobradamente conocida
por sus vecinos, testigos a los que pidió le respondieran a un cuestio-
nario. En él solicitaba la constatación de que seis años después de la
muerte de su esposa había comprado la estancia de Oncán y el sitio de
San José que estaban gravados con 3,000 pesos de hipoteca, con lo que
intentaba demostrar que por entonces todavía no tenía el numerario
suficiente para comprar de contado. También que, mucho tiempo des-
pués, adquirió las estancias de Cucá y Chonlo y la casa de Sebastiana
García, su prima, y menciona que las pudo adquirir con sus ahorros y
con lo que producían ya las estancias de Tecoh, Oncán y el sitio de San
José. En este mismo apartado aclaraba que su hijo Juan Roque, no debía
a su muerte a la Curia Eclesiástica la cantidad de 14,000 pesos como
aseveraba la condesa, sino únicamente 5,580 pesos, que fue pagando
conforme lo iba juntando, según dejaba por escrito.
Juan Roque, hijo del primer matrimonio de José Domingo Pardío,
había heredado de su abuela María de la Cerda la encomienda de Xo-
cén siendo aún párvulo, por lo que la administración de las rentas de
ésta recayó en su padre. Con esta base argumentaba que ese dinero no
podía ser deducido del cuerpo de bienes como herencia, sino como de-
pendencia del mismo matrimonio. Por lo tanto, para pagar las deudas
de su hijo, a su muerte, no utilizó dinero de los bienes comunes, sino
122
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
123
creemos que no lo hizo porque en ningún registro hemos encontrado
mención de éste como conde, pero sí entendemos que su interés en
pagarlo estribaba en tener a alguien en su familia con título de nobleza,
pues además de ser su sobrino los ligaba el parentesco de afinidad por
haberse casado con su hija.
A la muerte del conde, sus herederos demandaron a José Domingo
Pardío y la sentencia estableció que como heredero de Juan Bernardino
era responsable de cualquier dependencia suya, por lo que tuvo que
entregar a Josef Calderón, hijo mayor y albacea, más de 1,000 pesos.
Conservaba en su poder igualmente un terno de diamantes que perte-
necía a Pedro Calderón y que había mantenido en su poder sólo por si
a su yerno le correspondiese alguna herencia de los bienes del referido
su abuelo y al constar que no fue así también lo entregó. A la muerte
de Juan Bernardino, aún viviendo Tomasa, José Domingo le hizo un
pomposo funeral con un costo aproximado de 315 pesos, como corres-
pondía a su estatus, desembolso que reconocía no haber puesto en el
monto de gastos en común; sin embargo, argumentaba que este hecho
no afectaba la formalidad de la cuenta entregada a la condesa, porque el
dinero pudo salir de las rentas de la encomienda de su yerno.
Por último añade que si después de todo lo expuesto con evidencias
y citas para su averiguación, la dicha su “hermana”, es decir la condesa,
juzgaba que si en vida de su esposa adquirió riquezas suficientes para
el reparto en gananciales, no le quedaba otro recurso que pedirle y su-
plicarle, no sin antes anotar “sin que por esto se entienda en quiebra, ni
cosa que disminuya la buena armonía que hemos guardado de muchos
años a esta parte”, que interpusiera una demanda judicial y él como
demandado contrataría su defensa. Sus argumentos eran que no podía
dejar de lado un asunto tan delicado, que estando solo –ya que sus hi-
jos habían muerto para ese entonces– y tener múltiples ocupaciones,
124
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
161 AGN, Instituciones Coloniales, Vínculos y Mayorazgos, vol. 120, ff. 56-61.
125
los gravámenes de las fincas, incluyendo las de Juan Roque, no era de-
bido a falta de dinero.
Con mucha ironía refirió la condesa otro punto del alegato de José
Domingo, mencionando que estaba lleno “de tantas contradicciones,
que de todas ellas nace un milagro tan espantoso, que antes que críe
fuerza es necesario ahogarlo en la cuna”.162 Manifestaba que era mi-
lagroso que pudiera reponer los 5,989 pesos que utilizó, de los 6,000
pesos de la dote, para pagar el faltante de la compra del oficio de escri-
bano mayor, porque aseguraba Pardío que todo el tiempo de la vida de
su esposa mantuvo intacto el dinero de la dote y también dejó dicho
que la mayor parte de sus emolumentos y salario se invertían en pagar
los gastos ocasionados por su teniente, escribientes y criados. Además,
le recordaba que las rentas de sus hijos eran muy cortas y se iban per-
cibiendo con mucha lentitud, por lo tanto, lo milagroso del asunto era
¿cómo reunió tanto dinero si no tenía ingresos importantes?
En el siguiente apartado, haciendo alusión a lo planteado por José
Domingo respecto a los gastos a los cuales había hecho frente a fin de
vestir a la tropa que le tocó comandar a su hijo, dudaba de las cantida-
des declaradas, dado que los costes no solían ser tan elevados como era
público y notorio.
También tuvo la condesa una respuesta para rebatir el argumento
de que José Domingo nunca tocó dinero alguno aportado por su es-
posa para los gastos de tutelaje, lo cual implicaba pagar los derechos
de Lanzas por el título de nobleza, ni por los gastos ocasionados por el
suntuoso matrimonio de su hijo, fallecido también al momento de los
reclamos o de sus crecidas deudas, así como de la riqueza adquirida
después de fallecida su hermana. Consideraba que toda esta riqueza,
que incluía los emolumentos de sus empleos reales, varias haciendas y
162 AGN, Instituciones Coloniales, Vínculos y Mayorazgos, vol. 120, ff. 56-61.
126
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
127
momento oportuno, cuando devolvió la dote, no haber habido ganan-
ciales quedando éste satisfecho. Incluso mencionaba que de la cuenta
no se redujo el tercio que le correspondía de las alhajas de oro, plata
labrada y ropa que le compró en vida a su mujer de su propio dinero.
Termina manifestando que todo ello había acontecido hacía muchos
años y que al presente no tenía en mente todos los detalles. Al firmar
establecía “ser mayor de toda excepción”, es decir, sin tacha ni excep-
ción legal y de más de sesenta años de edad.
Ante la misma autoridad José Domingo Pardío responde en los autos
de demanda que la condesa viuda de Miraflores, doña Ildefonsa, tenía
la intención de destruir sus legítimas y justas excepciones argumen-
tando de mala fe, por lo que pedía al gobernador que en méritos de
justicia se sirviera mandar que el teniente coronel de los reales ejércitos
Juan Francisco Quijano y los regidores José del Castillo, Tomás de Ri-
vas y Bernardino del Canto, todos prohombres y vecinos antiguos de
la ciudad, jurasen y declarasen sobre su persona. Con el fin de que el
gobernador tuviera pruebas suficientes elaboró un cuestionario para
presentar a los testigos, como sigue
si les consta que ha sido de buena y cristiana vida, de conduc-
ta arreglada y honrados procedimientos y que de todo ello era
tenido y reputado; si saben que reparte limosnas entre los po-
bres y necesitados mentalmente; si saben que antes y después
de muerta su mujer sacaba de su costa la procesión del Santo
Sepulcro de la parroquia del Santo Nombre de Jesús, y que de
cuatro años a esta parte saca también a su costa la del convento
capitular de San Francisco; si saben que su suegro don Josef de
Marcos Bermejo, después de muerta su esposa le pedía dinero
prestado y lo pagaba puntualmente, y le empeñaba doblones que
con la misma puntualidad desempeñaba; si saben que su suegro
128
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
163 AGN, Instituciones Coloniales, Vínculos y Mayorazgos, vol. 120, ff. 56-61.
164 AGN, Instituciones Coloniales, Vínculos y Mayorazgos, vol. 120, f. 57.
129
“que no es más que el que está demandado en un juicio sea este civil o
criminal”.165 Pardío, por su parte, se dirigía al gobernador solicitándole
que administrase justicia, declarando no haber probado la “actora” (que
es como la menciona en estos momentos, ya tampoco “hermana”) su de-
manda y sí haberlo hecho él con sus excepciones. Por tanto, solicitaba se
impusiese en este negocio silencio perpetuo, para resguardo de su honor
y nombre y con esto tratar de prevenir el escarnio público. Así el 25 de
julio de 1785 el señor Josef Merino y Ceballos Brigadier de los Reales Ejér-
citos, Gobernador y Capitán General de la provincia de Yucatán dicta
sentencia absolviendo la demanda a favor de Pardío y, por si fuera poco,
imponiéndole, a la condesa la pena de perpetuo silencio,166 como se le so-
licitaba con todo lo que ello significaba para el honor de doña Ildefonsa.
El 29 de junio del mismo mes y año el escribano pasó a casa de la
condesa de Miraflores para la notificación de la sentencia y al recibir-
la informó que con todo respeto apelaría ante el presidente y oidores
de la Real Audiencia de México como tribunal superior. El mismo día
escribía al gobernador sentirse agraviada por su resolución y, al mis-
mo tiempo, su decisión de apelarla, por lo que solicitaba la entrega de
todo el expediente del proceso. Consciente de las relaciones políticas y
clientelares de su cuñado y convencida de que ella tenía la razón dirigió
sus esfuerzos a la Real Audiencia de México, pasando por alto todo
protocolo de los códigos de tratamiento que se merecían los de su cla-
se, es decir, ya no se tomaba en cuenta únicamente la palabra de honor
dada, sino que se recurría a las instancias judiciales. Para la entrega de
documentos en el alto tribunal se requería evacuar diligencias y dado
130
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
lo extenso del expediente solicitó treinta días más de plazo para su en-
trega, se le concedieron veinte, pero durante ese período fallece José
Domingo Pardío, más no el proceso. Quedan frente al caso su albacea
Pedro Monsrreal y su heredero Josef Ignacio Pardío.
Ante la lentitud del proceso, Ildefonsa solicitó que todos los que re-
sultasen beneficiados del testamento quedasen sujetos al tribunal supe-
rior en tanto se substanciase y sentenciase la segunda instancia, proce-
diéndose al embargo de bienes en caso necesario.
Un año después, en junio de 1786 la condesa entregó a la Corte de Mé-
xico un largo documento, con tal precisión y contundencia, que ponía
en duda todas las cuentas presentadas por Josef Ignacio y descendientes
y qué razón tenía José Domingo Pardío al haber solicitado el recurso
de perpetuo silencio en resguardo de su honor público, pues Ildefonsa
finalizaba dicho alegato diciendo que
A vista de un proceder tan desviado de los dictámenes de la jus-
ticia, qué importa ser profuso en la distribución de limosnas, en-
cargarse de costear procesiones, imponer capellanía, si después
no se restituye lo ajeno, se obra con mala fe, y se andan buscando
estratagemas y direcciones cavilosas para resistir una justa de-
manda? Los actos de religión y operaciones cristianas no infieren
impecable al que las ejercita, ni lo redime de tropiezos, especial-
mente en materia de intereses. Aun los hombres más perversos
suelen tener ciertas exterioridades de conducta.167
131
ron cargo del proceso en el año de 1794. Decidieron obedecer una Real
Provisión de 1786 que había sido ignorada y pedían se tasasen las costas
y fueran satisfechas inmediatamente, las cuales ascendían a 311 pesos.
A partir de 1796 los herederos de Pardío se hicieron cargo del proceso
que continuaba su rumbo, haciéndose cada vez más voluminoso el ex-
pediente , por lo que el retomarlo por apoderados y agentes de negocios
en la ciudad de México requería de mucho tiempo para su estudio. En
1805 la Real Audiencia de México dictó sentencia, declarando nula la
impuesta por el gobernador José Merino y Ceballos en 28 de julio de
1785, proclamando la existencia de gananciales y gravándolas a la testa-
mentaría de Pardío y, en consecuencia, ordenaba la elaboración de una
nueva cuenta, ya fuera en la corte de la ciudad de México o en la de Mé-
rida. Ante esta sentencia se presentaron agravios y apelaciones ahora por
parte de los herederos de Pardío llegando incluso al Supremo Consejo de
las Indias, interposición que se consideró extemporánea e ilegal. Final-
mente, el 11 de junio de 1817, se da la sentencia definitiva llenando de jú-
bilo a los herederos de la señora condesa porque se agenciaron sin sudor
alguno una buena suma de miles de pesos, 33,000, para ser más exactos.
La reflexión que se hace necesaria en estos momentos es que a pesar
de lo sólido que puede parecer en lo general el grupo o grupos de la
élite, con todos los atributos mencionados, sobre todo los lazos matri-
moniales y las redes de parentesco, pueden ser también bastante frági-
les como se puede observar a través de este juicio casi interminable.Y
taambién cabe decir que el estudio de este grupo no ha merecido tan-
ta atención en la historiografía novohispana lo cual soslaya aspectos
importantes en el conocimiento de la historia, pues hay que tener en
cuenta que los miembros de estas élites, actuaron según unos códigos
de grupo a través de los cuales tenían en sus manos gran parte de del
poder económico, político y social de sus localidades.
132
Capítulo IV
Religiosidad y sexualidad
La religiosidad vivida
133
comportamiento social que conocían y que regían en la sociedad euro-
pea. Estas normas eran, por supuesto, reflejo de unas prácticas cotidia-
nas que se caracterizaban “por una religiosidad profunda, exacerbada,
llena de angustia”,168 por no poder prever ni mucho menos controlar
una enorme cantidad de fenómenos naturales y sociales. Los españoles
debieron adaptar sus conocimientos sociales, culturales e instituciona-
les a las nuevas circunstancias a las que se enfrentaban. Estaban en una
tierra nueva, con culturas y poblaciones desconocidas, esto de antema-
no generaba incertidumbre, desasosiego, desvelo, angustia y miedo.169
Los miedos y las angustias suelen presentarse de manera individual y
colectiva, esta última se conceptualiza para este trabajo como flagelo
colectivo, que es aquello conocido o desconocido, real o imaginario que
azota a poblaciones o comunidades y genera determinadas reacciones,
emociones y respuestas.170 La Iglesia y las autoridades civiles se afana-
ron en capitalizarlas, y crearon rituales con símbolos específicos para
hacerles frente.
Siguiendo los cánones de la religión católica, la Iglesia pretendía im-
poner una forma de ser, de ver y de vivir según los escritos evangélicos,
de los Santos Padres y de los teólogos y canonistas de mayor prestigio
del siglo XVI.171 Durante siglos, la religión trascendió a todos los ámbi-
tos de la vida social de los habitantes europeos y, de ahí, que uno de los
fundamentos de la Iglesia fuera el propósito de imponer un estricto có-
digo de conducta que regulara el pensamiento, la ideología y las prác-
ticas cotidianas. Las conciencias colectivas y las reglas de convivencia
social, por lo tanto, se regían por unos valores, actitudes o caracteres
134
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
172 Huizinga, 1994, pp. 214, 215. Consúltense también García de Cortázar, 1974, p. 343;
Koenigsberger, 1989, p. 130.
135
La redención y la salvación de los habitantes autóctonos era entonces
una tarea que correspondía a los religiosos del clero regular y secular.
Una misión evangelizadora que se debía llevar a cabo por los nuevos
hombres que la Iglesia enviaba para esa misión. Así, la evangelización se
configuró como una empresa que tenía por objetivo llevar la palabra de
Dios a las regiones dominadas por lo que ellos denominaban paganismo.
Los diferentes pueblos que habitaban las tierras descubiertas reciente-
mente descubierta eran portadores de una cultura donde predomina-
ban las prácticas politeístas y el culto hacia seres considerados diabó-
licos que atentaban contra la fe católica. En este sentido, cabe recordar
que desde las primeras expediciones hacia las regiones del interior del
Continente Americano, los conquistadores fueron siempre acompaña-
dos por frailes. Con este propósito, ya desde un principio fueron llegan-
do grupos de religiosos de diversas órdenes –franciscanos, dominicos
y agustinos– que emprendieron y desarrollaron la importante tarea de
evangelizar a los diferentes pueblos, donde sea que ellos se encontraran.
Las diferencias culturales entre europeos e indígenas fueron la causa
de numerosos conflictos cuando se trató de implantar nuevas normas y
formas de actuar. Los enormes contrastes entre las diferentes concep-
ciones sobre lo que era bueno o malo, pecado o no, provocaron que la
imposición de las estructuras mentales, sociales y culturales europeas
no siempre fueran aceptadas de buena forma e, incluso, que en algunos
casos solamente se aparentase su asimilación por los pueblos sometidos.
Una de las mayores dificultades que tuvieron que afrontar los religiosos
españoles para normar las conductas de los indígenas fue la de erradicar
antiguas concepciones y patrones de comportamiento.173
Entre otros, uno de los principales conflictos se manifestaba en las re-
laciones que se establecían dentro del ámbito familiar, como era el caso
136
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
137
sólo al analfabetismo, que en esta época estaba extendido entre toda la
población, con independencia de que fuese indígena o española, pues
sólo una proporción muy pequeña sabía leer y escribir. Por otra parte,
la mayoría de la población no tenía la posibilidad de leer dichos tratados
pues eran muy poco los ejemplares que podían tener a la mano para su
consulta o conocimiento. La única forma de tener una aproximación
de los hechos que constituían pecado para la religión católica ocurría
a través de los sermones de los eclesiásticos durante las misas o por
medio de las preguntas contenidas en los llamados confesionarios utili-
zados por los religiosos a la hora del sacramento de la confesión. Estos
tratados, que llegaron a traducirse a las lenguas indígenas, eran verda-
deros manuales de instrucción sobre la sexualidad y la conducta que
debían llevar a cabo los feligreses. En ellos se recogían todas las accio-
nes consideradas pecaminosas y los grados de los pecados así como las
penitencias que debían soportar al declararlos al cura en confesión.
Los sermones fueron una vía primordial para tratar de coartar las
tentaciones o la seducción por los vicios considerados como pecado. No
obstante, eran cuestionamientos al comportamiento de la gente muy ale-
jados de la cultura heredada por los indígenas, que por ello mismo gene-
ralmente los ignoraban. Como se ha dicho, los propios españoles tenían
a menudo un desconocimiento del sentido real del pecado, por lo cual los
sermones del púlpito, confesionarios, tratados, etc. pretendían remediar
tal ignorancia. En este sentido, durante los siglos XVI, XVII y XVIII se
publicaron muchas obras teológicas para subsanar este desconocimien-
to, aunque ello nos da la imagen de que no se cumplían las disposiciones
emanadas de los cánones eclesiásticos, además, de que entre los mismos
religiosos existía una permanente discusión acerca de qué era pecado y
qué no lo era. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que los
religiosos debían ser para la sociedad un ejemplo de vida virtuosa, por su
138
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
139
púlpito, edictos de fe o tratados teológicos– con el fin de configurar una
ideología dominante y de normar los comportamientos cotidianos.178
Esta institución se encargó por diversos medios de normar y conducir
los procederes y conciencias colectivas, pero, como veremos más ade-
lante, particularmente los de la mujer en virtud de que consideraba su
condición en términos de inferioridad con respecto al hombre. Por todo
ello, una de las principales preocupaciones de los eclesiásticos –además,
claro está, de la extensión de las normas religiosas católicas a toda la
población indígena– era normar, según sus principios, todo lo referente
al sacramento del matrimonio, a la vida matrimonial y, por supuesto, a
la sexualidad y al comportamiento de las mujeres: su virtud, honestidad,
castidad, etc., como veremos más adelante.
140
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
141
golpear o inferir otro tipo de afrentas a representaciones consideradas
sagradas. Una de las preocupaciones principales de los tribunales in-
quisitoriales era lo que la Iglesia consideraba herejías mayores.179 Esto
es, la detección de individuos que profesaban una religión diferente a
la católica y, sobre todo, los que practicaban la fe judía, musulmana,
luterana o calvinista. Cualquier sospecha de la existencia de un adepto
a alguna de estas religiones hacía que sufriera una persecución impla-
cable proveniente de las autoridades inquisitoriales con el propósito de
su detención y posterior denuncia, así como de averiguaciones de todos
los miembros de la comunidad sobre indicios que pudieran dar. Esto se
debía a que existía la sospecha de que no eran elementos aislados sino
que conformaban grupos con sólido arraigo en la práctica de sus ri-
tuales, considerados de máxima herejía. Un ejemplo de la actuación de
los inquisidores fue la detención de los integrantes de una comunidad
judía importante en la villa de Campeche en el año de 1626, que fueron
procesados y condenados en un auto de fe en la ciudad de México.180
A todo ello habría que añadir la carencia de eclesiásticos suficientes
para controlar a toda la población. Durante toda la época colonial, en la
provincia de Yucatán el número de religiosos fue siempre muy reducido
y ello, por supuesto, afectó el proceso de adoctrinamiento. Asimismo,
al igual que en el resto de la Nueva España, existía una ignorancia muy
grande acerca de qué actos eran pecados y cuáles no, además de que
muchas veces la atención religiosa se reducía a la misa dominical, ritual
al que asistía la mayor parte de la población, más por obligación que
por convicción, y la mayor parte de las veces sin entender cabalmente
los largos y solemnes sermones. El adoctrinamiento de la religión no
solamente consistía en recibir los sacramentos o asistir a misa, sino que
142
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
143
Dios les conduciría a liberarse de sus males y faltas como seres imper-
fectos, particularmente a la mujer, el ser más débil y que con mayor
facilidad era tentado por Satán.
Matrimonio y sexualidad
144
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
145
naban las relaciones sexuales, teniendo en cuenta, además, que para la
Iglesia católica dichas relaciones sólo tenían el propósito de la concep-
ción. La sexualidad practicada fuera de una relación matrimonial con-
fería al individuo el carácter de pecador. El pecado marcaba el camino
que todo católico debía soslayar en cuanto a su pertenencia a un núcleo
social; pero, pese a ello, fue en el ámbito de la unidad doméstica donde
la transgresión al código tuvo importantes manifestaciones.
La ortodoxia de esta lógica católica sobre la moralidad y sexualidad
operaba a menudo solamente en las formas discursivas. En las mentali-
dades populares esta idea de las prácticas sexuales se hallaba fuertemen-
te disociada, tanto entre los españoles como, aun más, entre los indíge-
nas y castas. Las constantes rupturas de estos valores entre los diferentes
grupos sociales fueron un hábito regular en el mundo colonial. Los es-
pañoles, por ejemplo, fueron muy propensos a mantener relaciones de
amancebamiento con mujeres de diversa condición social, en tanto que
entre los indígenas y grupos de castas esta práctica provenía de una an-
tigua tradición poligámica. En las comunidades urbanas y rurales era
común observar episodios en la vida cotidiana que rompían con los pre-
ceptos de los valores morales y sociales que se pretendían establecer.
No obstante, el principal problema que enfrentarían los teólogos en la
Nueva España era la tolerancia en las prácticas sexuales existente entre
los nativos, pues tratar de implementarse una nueva conducta que con-
llevaba la represión sexual tendía a modificar los hábitos y costumbres
de los naturales. El catolicismo representó una violenta acción contra
la exuberante sensualidad de las religiones paganas y los pecados de la
carne fueron severamente condenados y execradas las transgresiones
a los tabúes sexuales católicos, en tanto que la comunicación amorosa
fuera del lecho conyugal constituía una ofensa a Dios.187
146
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
148
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
149
diferenciaba de la permitida en los hombres. En efecto, las normas
sociales y morales que primaban en la condición femenina estructura-
ron pautas de comportamiento muy definidas en el interior de las uni-
dades domésticas. La conducta de las mujeres dentro del matrimonio
debía estar basada en ciertas características como: la virtud, el recato,
la sumisión y la obediencia al marido, estos eran los principios mora-
les católicos que debían cumplir, por ser esta unión la única relación
socialmente aceptada para ellas. Las tareas de la mujer casada debían
consistir en la preparación de los alimentos, el cuidado de los hijos y
satisfacer las demandas sexuales del marido siempre destinadas a la
concepción, mientras que los hombres tenían por obligación alimen-
tar a la esposa y cumplir con el débito matrimonial.193
Por otra parte, las relaciones matrimoniales fueron más flexibles, más
espontáneas entre los españoles pobres y la población de ascendencia in-
dígena o negra. Las uniones podían basarse más en la atracción física y en
el afecto amoroso que en los intereses económicos o de prestigio social.
Pero al mismo tiempo también en muchas ocasiones podían ser relaciones
inestables, como consecuencia de conductas viciadas masculinas, cuando
el hombre buscaba a través de otras relaciones sexuales una mayor rea-
firmación social o económica. Por otra parte, algunas mestizas y mulatas
con atractivos físicos lograron, en ocasiones, alcanzar un ascenso social
importante gracias al matrimonio.194
Tampoco en sus lugares de origen los españoles se distinguían por ser
modelos de conducta. En España este tipo de prácticas también eran
cotidianas, a pesar de las fórmulas discursivas de la Iglesia que estigma-
tizaban las conductas contrarias a sus normas. Pese a las proscripciones,
ellas mismas ponían de relieve una sociedad que a menudo aceptaba las
150
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
151
amancebamiento también fueron muy comunes con mujeres de castas
e indígenas, a veces provocadas por los deseos de ellas para mejorar su
situación social y económica.
Las advertencias sobre la manera de conducirse conforme a la moral
católica eran objeto de un serio estudio en los tratados y obras teoló-
gicas, por lo cual los sermones del púlpito hacían hincapié en evitar
las transgresiones a las normas. Pero, como se ha dicho, pocas de es-
tas obras llegaban a manos del pueblo y dada la naturaleza iletrada de
la sociedad colonial tampoco era un medio efectivo para persuadirla.
El carácter ideológico de la Iglesia para imponer normas hacía que los
comportamientos de los miembros del clero fueran imaginados como
ejemplos virtuosos para la sociedad. No obstante, desde los primeros
años de la colonización los religiosos fueron acusados de mantener re-
laciones con mujeres, de tener hijos, de cometer adulterio con mujeres
casadas, de solicitar carnalmente a sus hijas de confesión, de ser presas
de los vicios o de cometer los pecados mortales de molicie y sodomía.
La pluralidad racial del mundo colonial hacía muy difícil de normar
las pautas de conducta de todos los grupos sociales, al carecerse de las
condiciones idóneas para instaurar una conducta moral apropiada a sus
preceptos, como era el caso de la población de ascendencia africana,
aunque esta misma concepción también era propia de las culturas ame-
ricanas que los españoles encontraron en las Indias
El cristianismo concebía la sexualidad dentro de los parámetros
de la corporeidad corruptible, inserta en una moral pecaminosa
y apoyada por un sistema de represión sustentada por la Iglesia.
Para el negro, la libertad sexual era mucho mayor, al igual que lo
eran la valoración del cuerpo y del deseo. (…) La civilización cris-
tiana mantenía entre sus parámetros la represión, la coerción y la
renuncia de la libido, especialmente en la mujer (...) El contacto con
152
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
153
de pensamiento o de acto, al deseo o a la pasión, sin que existiera de por
medio el matrimonio, era severamente condenado por la Iglesia.198
En todos los ámbitos de la sociedad colonial las autoridades, tanto
civiles como eclesiásticas, trataron de imponer unos patrones cultura-
les que estuvieran en armonía con formas de conducta y de compor-
tamiento moral y sexual determinadas. A pesar de todos los esfuerzos
llevados a cabo por normar a la sociedad según las disposiciones de la
Iglesia católica, muchas personas hacían caso omiso de las formas con-
venientes de comportamiento dictadas por las autoridades.
Las conductas más reprobadas por esas normas de conducta eran,
como se ha dicho, todas las cuestiones referentes a la vida matrimo-
nial y sexual. La bigamia, el amancebamiento, el mantener relaciones
sexuales previas al matrimonio, el adulterio, el pecado nefando y el in-
cesto eran las principales desviaciones a las normas de comportamien-
to que, en esta época, eran juzgadas por tribunales eclesiásticos. Estos
aspectos causaban honda preocupación a la Iglesia, no obstante que
la mayoría de ellas eran prácticas cotidianas tanto entre la población
española como en la indígena. Había tantas personas que contravenían
tales normas y a tal grado que aún a la altura del siglo XVIII aparecen
detalladas en las Constituciones Sinodales de Yucatán para tratar de
erradicar tales prácticas
En esta ciudad y obispado ay (...) personas que están amance-
bados públicamente con murmuración y escándalo del pueblo y
dando exemplo a otros para malvivir o tengan la amiga en casa o
fuera de ella, proveiéndola lo necessario para su sustento.
[Acusen a los] casados que no hagan vida maridable o de algunos
desposados que no haviendo recebido las bendiciones nupciales
vivan juntos como casados, o que algunos estén casados siendo
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
155
consecuencia de la falta de educación religiosa de los hijos, señalando
que era una costumbre que se extendía a todos los grupos sociales. Para
el obispo, la educación religiosa era que lo que realmente contribuía a
la formación de las buenas costumbres y se debía impartir desde la más
tierna infancia
Y porque el fruto de las buenas costumbres mas que de la predi-
cación pende de la buena educación de los hijos desde los tiernos
años, que totalmente se tiene abandonada en esta provincia, no
sólo por los rudos yndios sino igualmente por los mulatos, mes-
tizos y aun por muchos españoles, descuidándose enteramente
en formar los tiernos ánimos de los hijos con las buenas y chris-
tianas costumbres, de que resulta avituarse y endurecerse en las
malas, y no fructificar después la semilla de la doctrina christia-
na en corazones tan de piedra.201
156
Capítulo V
La muerte y las costumbres
funerarias
157
se produjeron en la sociedad colonial, a la hora de la muerte también
existieron jerarquías, dependiendo del estatus de cada grupo social.
Aunque, en principio, ninguna de las disposiciones legales, civiles o
eclesiásticas hacía diferenciación entre etnias ni estatus sociales, en
la práctica existían distinciones muy importantes sobre todo por el
lugar del enterramiento así como en el coste de los rituales, según po-
demos observar en las normativas al efecto. Si repasamos los registros
parroquiales de la época colonial se puede observar, en principio, que
no muestran una diferenciación étnica. Por ejemplo, en los referentes
a las catedrales de Mérida y Campeche, podemos encontrar que se ad-
ministraban los sacramentos indistintamente “a españoles, mestizos,
indígenas, negros y mulatos”.202 Pero, como veremos, esta ausencia de
desigualdades era sólo aparente.
158
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
159
conllevaban las exequias podían ocasionar dificultades económicas a
la familia. Se calcula que a finales del siglo XVIII tales derechos podían
alcanzar la suma de treinta pesos, cantidad muy elevada para la mayo-
ría de las familias.
Para conocer las concepciones mentales de una sociedad acerca de la
muerte es importante entender que la muerte era un sentimiento que
estaba fuertemente arraigado en la concepción espiritual del individuo,
pues su comportamiento en vida determinaba la vida eterna en el más
allá. Las raíces de esta concepción se remontan a la Europa medieval
y se reproducían en la cotidianidad a través de diversos tratados, ser-
mones, libros del buen morir que fueron muy abundantes hasta el siglo
XIX. Una interpretación sobre la idea de la muerte la podemos encon-
trar en el siguiente párrafo escrito por Bolaños en 1792
Es tan misteriosa en sus determinaciones, que nadie la alcanza:
y tan reservada en sus providencias, que à nadie las comunica.
Se va, quando los hombres piensan que viene: y se viene, quando
ya piensan que se fue. A todos nos engaña: y à todos nos desen-
gaña. Sus pensamientos son tan finos, y delicados que a unos los
buelven locos, y à otros los restituyen à su entero juicio. Es tan
buena la Muerte, que hasta los Justos la desean: y por otra parte
es tan mala que ni los malos la apetecen. Es pesima, horrible, y
fea si se junta con el pecado. Es agraciada, peregrina, y preciosa
si se acompaña con la Gracia. Es la puerta para el Infierno: y es
la entrada para la Gloria. Es tan robusta que dómina, y sujeta à
los mayores Monarcas: y tan debil, y tan flaca por otra parte, que
faltándole un accidente que le acompañe nada puede. A nadie le
guarda fé en sus promesas, y quando menos piensa el hombre
le cumple puntualmente su palabra [...] Hace empobrecer à los
Ricos: y hace enriquecer à los Pobres. Da valor à los cobardes: y
acobarda à los valerosos. Entristece à los alegres porque les hace
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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bajo de cuya verdadera fe y creencia e vivido, vivo y protesto vivir
y morir católico fiel cristiano, tomando por intercesora y protec-
tora a la siempre Virgen é Inmaculada Serenísima Reina de los
Ángeles, María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra, al
Santo Angel de la Guarda, los de mi nombre y devoción y de-
más de la Corte Celestial, porque imparten de Nuestro Señor y
Redentor Jesucristo Evangelio de su preciosísima vida, pasión y
muerte, me perdone todas mis culpas y lleve mi alma a gozar de
Su beatífica presencia de la muerte, que es natural y precisa a toda
criatura humana, y más estando en ella para estar prevenido, con
disposición, llegue a resolver con maduro acuerdo y reflexión en
todo lo concerniente al descargo de mi conciencia, evitar con cla-
ridad las dudas y pleitos que para su defecto pueden suscitarse
después del fallecimiento y no tener a la hora de esta algún cuida-
do temporal que me ha de pedir a Dios las todas veras la remisión
que espero de mis pecados.209
162
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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invoco por mi abogada e intercesora a la bienaventurada siem-
pre virgen María, madre de Dios y Señora Nuestra, al glorioso
patriarca Señor José, ángel de mi guarda, santo de mi nombre
y demás celestiales moradores que intercedan por mí con Dios
Nuestro Señor me perdone (...) cuya fe y creencia [en que] he vi-
vido, y protesto vivir y morir como fiel cristiano, invocando mis
culpas y pecados, y temiéndome de la muerte que es cosa natural
á todo viviente.213
164
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
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obispado de Yucatán se acostumbraba que una persona pudiera soli-
citar su sepultura en cualquier parroquia o iglesia, tanto de seculares
como de regulares, pagando los derechos correspondientes. Derechos
que, como se verá, variaban dependiendo del lugar, de los rituales del
entierro y de toda la parafernalia, como cruces altas o bajas, monagui-
llos, etc. que se hubiera solicitado por parte del difunto o su familia.
218 En su testamento, Juan Miranda pedía a su esposa que realizara sus exequias conforme su
consideración “que el entierro funeral y misas, y demás sufragios por mi alma, es mi voluntad
que sea a la voluntad de mi esposa, Clara Camal, mi albacea, sin perjuicio del derecho parro-
quial” (AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 8). En el testamento de Pedro
Manuel de Torres se lee “Mando mi alma a Dios, que la crió, y mi cuerpo quiero sea enterra-
do en esta Santa Iglesia de la voluntad de mi mujer y herederos” (AGEY, Colonial, Sucesiones
Testamentarias, vol. 1, exp. 1). Al respecto, véanse también AGEY, Colonial, Sucesiones Tes-
tamentarias, vol. 1, exp. 6; AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 1; AGEY,
Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 7.
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
167
en una sociedad muy apegada a la religión como la existente en el Yucatán
colonial.
Entre los indígenas también se creía en la vida después de la muerte.
Sin embargo, se consideraba que la suerte tras la muerte no se definía
únicamente por las acciones en vida, sino que dependía de las exequias
colectivas celebradas tras el fallecimiento. La tarea de los vivos con-
sistía en su obligación de velar los rituales para que el espíritu de los
muertos llegara con prontitud a su lugar de descanso, pues un espíritu
sin reposo podía causarles desgracias. En opinión de Farriss
la familia tenía la responsabilidad inmediata de procurar el bien-
estar de sus parientes fallecidos que, pasado algún tiempo, aca-
baban asimilándose a la categoría general de antepasados a los
que toda la comunidad, así como la familia, rendía homenaje en
el Día de los Muertos.219
168
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
169
Era costumbre común que por las calles pasaran pequeñas procesio-
nes que con cirios encendidos, cantos y rezos fúnebres, acompañaban
a los religiosos que se dirigían a brindar a los moribundos la extre-
maunción.225 La Iglesia exigía moderación y templanza para aceptar la
muerte de los allegados, razón por la cual pedía a los eclesiásticos que
se abstuvieran de entrar en las casas donde se escucharan llantos y la-
mentos inmoderados por el occiso,226 porque el llanto desmedido se
consideraba que iba en contra de la voluntad divina.
En vida el hombre debía velar por su alma y a menudo los agonizantes
solicitaban una o varias misas antes de morir.227 Inmediatamente des-
pués, la tarea de cuidar su cuerpo y su alma correspondería a la familia.
Los familiares más cercanos serían los encargados de cerrarle los ojos
y la boca, un ritual que indicaba que los sentidos corporales habían
muerto para el mundo y se abrían los del alma.228
En estos momentos comenzaban a operar los elementos socio-reli-
giosos de carácter doméstico. Las distintas formas de realizarlos res-
pondían a la manera en que la familia entendía el ritual, considerando
la muerte como algo sagrado y a la que debía rendirse culto. El trato co-
tidiano con la muerte advertía a la sociedad que nadie estaba exento de
ella y, en consecuencia, invariablemente debían certificarse la simpatía
y el amor hacia el occiso. En este tratamiento la Iglesia exigía solemni-
dad y respeto por el alma del difunto.
En las horas siguientes, un pariente cercano a la persona fallecida
tenía que realizar los preparativos de los servicios que se le brindarían.
170
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
171
El ritual doméstico se iniciaba con un velatorio realizado en la casa,
que pasaba a denominarse casa de duelo; generalmente era la vivienda
habitual del difunto, aunque también podía efectuarse en la de algún
pariente o amigo. Para la ocasión y en los días subsiguientes la dispo-
sición de muebles, cuadros y cortinajes se modificaba para recibir a los
dolientes. En el aposento mortuorio el suelo se enlutaba, se llenaba de
velas y en las ventanas se instalaban cortinas negras. Una vez prepara-
do y amortajado el cadáver se colocaba en el suelo, sobre una alfombra
o en su lecho para exponerlo durante el velatorio.233 También en el pro-
pio recinto los visitantes eran agasajados con comida y bebida.
Cuando las posibilidades económicas lo permitían se colocaba al di-
funto en un féretro. Las fuentes de la época señalan que el ataúd de-
bía estar forrado con bayeta, paño u holandilla negra, clavazón negra
pavonada y galón negro o morado, mientras que las cajas de los niños
debían ser de color y de tafetán doble.234 En el caso de las personas de
escasos recursos, se solía utilizar una caja de madera propiedad de la
parroquia, que se recuperaba cuando el cadáver era depositado en su
sepultura.235 Ya desde 1560 el primer obispo de Yucatán fray Francisco
de Toral mandaba que los difuntos fueran llevados a su lugar de ente-
rramiento en “unas andas en que lleven el cuerpo y una manta teñida
de negro con una cruz para poner sobre ellas y vaya el cuerpo del difun-
to dentro amortajado y con una cruz entre las manos”.236
El velatorio constituía un momento solemne y un acontecimiento de
carácter social. Era uno de los rituales para simbolizar las condolencias
de la comunidad, un rito social que definía la unidad entre los individuos
y que favorecía la sociabilidad comunitaria. Para la ocasión, la familia
233 Martínez Gil, 1993, p. 395.
234 Rodríguez de San Miguel, I, 1980, p. 124.
235 Martínez Gil, 1993, p. 394.
236 Rubio Mañé, 1938, p. 31.
172
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173
Las fuentes documentales revelan para Yucatán unas costumbres si-
milares en la misma época. Las procesiones funerarias solían ser muy
numerosas, sobre todo cuando se trataba de una persona reconocida
por su posición social. En cualquier caso, también entre la población de
menores recursos existía lo que por la época se denominaban entierros
de acompañados, esto es gran parte de la población se sumaba a las
condolencias y a los cortejos funerarios, era una forma frecuente de
sustraer al difunto de cualquier tipo de anonimato. También los corte-
jos, por lo general, eran acompañados por un número indeterminado
de eclesiásticos, dependiendo de su solemnidad y boato.240 En los entie-
rros de la élite provincial, ya fueran encomenderos, funcionarios reales,
nobles, hacendados o estancieros, al igual que comerciantes acaudala-
dos, generalmente se preparaban sepelios que marchaban al toque de
campanas grandes con doble repique y contaban hasta con veintiún
clérigos, cruz alta, misa de cuerpo presente y ofrenda.
A pesar de la solemnidad de los rituales, algunas familias preferían
celebrar las honras fúnebres resaltando más su importancia social. Por
ejemplo, en el entierro de Luisa Bárguez Domínguez, vecina de Izamal,
sus parientes contrataron los servicios de unos músicos y cantores para
que acompañaran al entierro.241 Igualmente, entre estas familias pudien-
tes se trataba que asistieran a las exequias los familiares o amigos que
se encontraban lejos a fin de poder reunirse en el momento del duelo;
éste es el caso del funeral de Domingo Zapata, vecino de Dzidzantún,
cuyos parientes costearon el transporte desde el puerto de Chicxulub
para trasladar a los que allí vivían.242
El ceremonial fúnebre abarcaba tanto el ámbito privado como el pú-
blico. En lo privado, el ritual consistía en los rezos y el velatorio, además
240 Pescador, 1988, p. 287.
241 AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 7.
242 AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 12.
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Enterramientos y sepulturas. Espacios de reafirmación social
176
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en el que querían ser enterrados y así se puede observar en el del capitán
Agustín Rubio, vecino de Mérida, quién solicitó que
cuando la Divina Voluntad saque mi alma de la presente vida, mi
cuerpo sea sepultado en la santa iglesia catedral, junto al Sagrario,
en tabla amortajado con el hábito de nuestro seráfico padre San
Francisco.253
178
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
179
que demostraran su elevada posición social. A continuación exponemos
los costos que podían alcanzar los servicios fúnebres desde la elección
del ataúd hasta su inhumación.
Objeto Costo
Cajón de sepultura 2 pesos 1 real
Manta con que se hizo la túnica 2 pesos
Tintura de la túnica 3 reales
Hechura de la túnica 3 reales
Mortaja 7 pesos
Misa, vigilia y seis responsos 27 pesos 4 reales
Derechos de cantores y maestro de capilla 6 reales
Sacristanes y cruz baja 2 reales
Música y cantores 5 pesos
Acompañantes con asistencia 30 pesos 4 reales
Lugar de enterramiento 100 pesos
Sepultura 4 reales
Apertura de sepultura 4 reales
Incensario y sepulturero 1 peso
Cinco posas 16 pesos
Cruz alta y ciriales 8 pesos
Candelas para el entierro 1 peso
Vigilias y túmulo 5 pesos
Misa cantada con vestuarios 7 pesos 4 reales
Las cinco mandas forzosas 1 peso 2 reales
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III del 3 de abril de 1787 exigía la transferencia de los cementerios fuera
de las poblaciones, la práctica continuaba realizándose. La causa prin-
cipal de esta persistencia era el prestigio que representaba que se debía
sobre todo a la mentalidad de la población, también que se obviaba el
problema de la transmisión de enfermedades o los malos olores, prove-
nientes principalmente de los atrios, para seguir manteniendo la pro-
tección divina que para la colectividad ofrecía la Iglesia. Por esta razón
las mismas autoridades se resistían al cambio. En 1804 y 1813 circularon
nuevas órdenes conducentes a emprender las obras del cementerio me-
ridano fuera del recinto de la ciudad.
La real cédula del 13 de noviembre de 1813 ordenaba el comienzo
inmediato de la construcción de los camposantos en las afueras de
las poblaciones, en un plazo no superior a dos meses. A pesar de es-
tas disposiciones, en la villa de Campeche las autoridades reinicia-
ron las obras interrumpidas en 1806 e inauguraron el cementerio el
19 de marzo de 1821, un año después de su conclusión.259 En Mérida,
las inhumaciones dejaron de efectuarse en la catedral en el año de
1802, pero la práctica continuó en la parroquia de Santa Lucía, a esca-
sos metros de ella, cuyo camposanto funcionaba desde el siglo XVIII
como auxiliar del Sagrario de la catedral.260 El 26 de septiembre de
1820 el Ayuntamiento de Mérida compró la hacienda Xcoholté para la
construcción del Cementerio General.261
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en cuanto que las cantadas eran las más solicitadas por las familia-
res de mayores recursos, al ser mucho más solemnes y donde se podía
mostrar su importancia social. El coste de la celebración de las misas
cantadas, solía oscilar entre los seis y siete pesos, que debían pagarse
en concepto de derechos, pero además la familia tenía la obligación de
hacer entrega de una ofrenda de incienso, pan y vino a la iglesia.264
Además de estos rituales el calendario litúrgico también incluía otros
días solemnes dedicados a los muertos. Este calendario conmemoraba
el día 1 de noviembre la Fiesta de Todos Santos, exclusiva para los es-
pañoles, mestizos, negros y mulatos; el 2 de noviembre, el Aniversario
de Difuntos, dedicado a los indígenas, y el 3 de noviembre, en honor del
Aniversario de Sacerdotes Difuntos.265
Las comidas o banquetes funerarios desempeñaban también un pa-
pel importante en el ritual mortuorio. El convite era una práctica am-
pliamente difundida, no sólo durante el velorio del recién fallecido, sino
también en las otras conmemoraciones como las honras a los ocho días
y de cabo de año; eran un espacio para reforzar los lazos de sociabilidad
y convivencia comunitaria. Estos actos operaban como una expresión
de convivencia social y ritual, se ofrecían bebidas, alimentos, dulces
y panes, y se contrataban rezadoras que solemnizaban los rosarios en
honor al alma del difunto.
La antigua tradición europea de realizar convites funerarios no dife-
ría mucho de la costumbre prehispánica de colocar comida junto a la
sepultura de los muertos en fechas señaladas. Por lo que en el día de To-
dos Santos y el de Difuntos toda la población –indios y no indios– brin-
daba este tipo de ofrendas. El ritual consistía también en rezar por el
alma de los difuntos, además de colocar alimentos y luminarias sobre
184
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
185
que estas prácticas tenían un papel preponderante en el destino eter-
no de los hombres. La creencia generalizada consistía en que con el
ejercicio de ambas mostraban los buenos sentimientos de las personas
y un descargo para sus conciencias. Los actos de piedad y caridad se
incrementaban por lo general cuando la persona se encontraba en el
umbral de la muerte, cuando el pesar por algunas conductas inapropia-
das se incrementaba. Ello conminaba al hombre a entrar en un estado
de mayor espiritualidad, su fe se incrementaba ante la inminencia de la
muerte que constituía su encuentro con lo celestial. Por este motivo, se
trataba, en mayor medida de ayudar al prójimo y entregar donaciones
a los necesitados, fundaciones, liberar a sus esclavos, cancelar deudas
o dotar a mujeres pobres para sus casamientos. Entonces, su alma, pu-
rificada por la espiritualidad y liberada de lo material, podría acceder
libremente a los reinos divinos por las obras realizadas en favor de los
demás.268 También como hemos visto anteriormente, el costear pro-
cesiones, hacer caridad, y otras manifestaciones de piedad, sobre todo
entre miembros de la élite, se hacían de forma pública y notoria porque
en cualquier momento se podía necesitar la constancia de ellos para
acreditar ser hombre de honor y fe, para fines judiciales inclusive.
El temor a la muerte es uno de los puntos que más se refleja en los
testamentos. La expresión del miedo por lo desconocido partía de la
creencia de una vida cíclica que iniciaba en lo terrenal y culminaba
en lo celestial o en el Infierno. El convencimiento de la existencia del
Infierno provocó que no pocas personas moldearan, al menos en los
últimos instantes de su vida terrenal, su conducta y trataran de com-
prarse un espacio en el cielo mediante el arrepentimiento, las misas o
las donaciones, y acreditarse como ejemplos de cristiandad.
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ilustrada que anteponía la vida terrenal a la eterna no sólo amenazaba
acabar con esta fuente de ingresos sino que apartaba a los hombres de
sus preocupaciones ante la muerte y los volvía indiferentes a la religión.271
La Iglesia, para que le fueran otorgadas mandas forzosas, se ampara-
ba en la necesidad de sufragar una serie de gastos que servirían como
indulgencias para el difunto. Estos gastos eran de diversa índole, para
contribuir con dichos recursos a un propósito común, como eran las
denominadas mandas piadosas de Nuestra Señora de Guadalupe; para
la Redención de los Cautivos de San Lázaro y San Antón; Santos Luga-
res de Jerusalén y Santa Cruzada, etc., todos los cuales tenían, a finales
del siglo XVIII, una cuota obligatoria de dos reales. En términos ideo-
lógicos, su contribución procuraba la tranquilidad de las conciencias
porque igualmente podían subsanar de alguna manera irregularidades
cometidas por la persona en vida. Aunque, queda claro que su propó-
sito, más que conseguir la salvación personal del benefactor, tendía al
incremento patrimonial del beneficiario.272
La costumbre de testar estas cantidades de dinero para las diversas
mandas fue decayendo a lo largo del siglo XVIII. Por ejemplo, la manda
forzosa de Nuestra Señora de Guadalupe fue creada con la finalidad de
recoger limosnas para el sostenimiento de su iglesia y del culto gua-
dalupano. Su constitución fue decretada por el emperador Carlos I en
1551, confirmada por Felipe II en 1596 y, posteriormente, por Felipe IV
en 1622.273 Al parecer, la costumbre de pagar esta manda fue cayendo
en desuso y ante esta situación el abad y el cabildo de la iglesia colegial
de Guadalupe presentaron sendos escritos al rey, fechados el 10 y el 18
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274 Rodríguez de San Miguel, II, 1980, p. 718; Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán
(en adelante AHAY), Oficios y Decretos, vol. 3.
275 Rodríguez de San Miguel, II, 1980, p. 718.
276 BY, Libro Copiador de Circulares de la Capitanía General y Comandancia Política de la
provincia de Yucatán, f. 49.
277 AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 1.
189
y acostumbradas.278 Hubo personas que contribuyeron con cantidades
mayores a la obligación, quizá debido a su fe o porque deseaban resarcir-
se de sus pecados. Por ejemplo, en 1791 el izamaleño Prudencio Bolio Er-
cina pidió que a su muerte se cubrieran con cuatro reales cada manda.279
A pesar del escaso monto de la manda no todos tenían la disposición
económica para hacerle frente; existen muchas evidencias que recalcan
la resistencia a satisfacerla, incluso cuando testamentariamente era de-
seo del difunto. Para remediar la situación, la Iglesia facultó a los curas
y tenientes no salir con la cruz en la procesión del entierro hasta que los
parientes no entregaran un documento –hijuela–, autentificando las
mandas ofrecidas en el testamento.280 Francisco de Castro, albacea tes-
tamentario de Pedro Manuel de Torres, declaraba respecto a la cláusula
hago presentación de mi declaración, por tener pagadas todas
las mandas forzosas, según lo califican los recibos adjuntos, cuya
diligencia no había practicado por haberse traspapelado, y ha-
biéndolo encontrado lo verifico suplicando a V.S.ª Ilma. que en su
vista se sirva darle su visitado, y declararme por buen albacea.281
Otra fuente de ingresos de la Iglesia solían ser las limosnas que los
religiosos percibían de los fieles para cubrir parte de sus gastos y de los
de su Iglesia, y que podían ser en dinero o en especie. Solían darse en
cualquier época del año, en las cercanías de alguna fiesta o cuando la
devoción de los fieles así lo aconsejara. Los más pobres solían entregar
sus limosnas en cera y velas.
278 AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 7; AGEY, Colonial, Sucesiones
Testamentarias, vol. 1, exp. 12; AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 12-A.
279 AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 6.
280 Constituciones Synodales, 1722, f. 142; AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol.
1, exp. 1.
281 AGEY, Colonial, Sucesiones Testamentarias, vol. 1, exp. 1.
190
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
191
Europa Ilustrada, esto es, la disminución de las contribuciones de los
particulares a la Iglesia.
Las ideas ilustradas rechazaban las conductas contrarias a la raciona-
lidad y destacaban el papel del conocimiento por encima de las creen-
cias y de las concepciones católicas. A pesar de la influencia que la Ilus-
tración ejerció en la construcción de una nueva clase de hombre, en la
provincia de Yucatán, y en general en la Nueva España, todavía había
un gran porcentaje de la población con conceptos religiosos sólidamen-
te arraigados. El dominio que durante casi tres centurias había des-
plegado la Iglesia en la mentalidad de los novohispanos constituía un
serio obstáculo para contrarrestar su influencia; empero, gradualmente
comenzó a penetrar en las conciencias la idea de una práctica religio-
sa distinta, principalmente cuando se comprendieron cuáles eran los
mecanismos que operaban en las nuevas ideas de mayor racionalidad
de la sociedad. Como en otros casos, este fenómeno no fue global sino
únicamente asumido en ciertos círculos sociales de la élite.
Este fenómeno se agudizó cuando algunas personas comenzaron a
advertir que la Iglesia estaba lucrando con los rituales mortuorios. Al ir
considerando que la donación altruista para la celebración de misas o
la destinada para las diversas fundaciones no servían tanto para la sal-
vación de las almas sino que la Iglesia las había convertido en un nego-
cio, las donaciones de esta naturaleza iniciaron un descenso paulatino.
Debido al abuso de los eclesiásticos se empezó a debilitar en los cató-
licos la creencia en ellos así como en la efectividad real de las misas.
Se comenzó a considerar que muchos religiosos habían distorsionado
el principal objetivo de las misas debido a su codicia por incrementar
el número de éstas cada vez más y que en muchas ocasiones no las
celebraban con la liturgia debida e incluso no las oficiaban aun cuando
habían percibido el dinero correspondiente, en muchas ocasiones. Las
192
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
193
incluso sirvientes. En 1764 Juana María Domínguez destinó los réditos
de ciento cincuenta pesos para verificar tres misas rezadas, dos por su
alma y una por la de su criada Isabel Domínguez.290 En 1773 Felipa Josefa
Romero contrató un censo sobre unas casas en seiscientos pesos, cuyos
réditos sufragarían en el Convento de la Recolección el costo de sendas
misas anuales –las rezadas el día 20 de cada mes y las cantadas el 30 de
mayo y 20 de diciembre– por sus almas, la de su marido Felipe Ayora y
la de su madre Juana Josefa Coello.291
Las misas votivas tenían la finalidad de cumplir una promesa hecha
a la Virgen o a algún santo por su intercesión en los últimos momentos
de la vida del difunto y en el juicio que se le seguiría posteriormente.292
Con menos frecuencia hubo familias generalmente de las élites, que
prefirieron invertir en el pago para la celebración anual de un número
variable de misas que abogaran por la salvación del alma de ellos y de
sus parientes muertos.293
Por último, hemos de mencionar que la creación o institución de ca-
pellanías fue una costumbre muy arraigada entre las familias de mayor
abolengo de la sociedad yucateca. En el Yucatán del siglo XVIII por lo
general se creaban estas capellanías familiares, sufragadas con los in-
tereses de un censo con el que sustentaba a un capellán, que a menudo
solía ser un pariente. Su fundador o el albacea testamentario asumían
el compromiso de pagar los intereses correspondientes. Las capellanías
tenían algunos objetivos fundamentales, una de ellas era proporcionar
un ingreso económico a un joven eclesiástico aspirante al sacerdocio
290 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro tercero de Censos desde el año de 1749
hasta 1830, f. 244v.
291 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Índice de tomas de razón, y de casas y hacien-
das hipotecadas subsistentes (1738-1771), ff. 34-34v.
292 Vaquero Iglesias, 1991, p. 120.
293 Rivas Álvarez, 1986, p. 196.
194
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
195
misas rezadas que Rivas solicitaba, ocho de las cuales debían celebrarse
en el aniversario de su muerte, el albacea José Ignacio Rivas contrató un
censo de seiscientos pesos sobre la estancia Tehas, en la jurisdicción de
Motul.298 En 1785 Ignacio Rendón impuso un censo de mil pesos sobre
unas estancias suyas para que anualmente se celebraran doce misas
rezadas por el alma de su hermano Antonio Rendón. Nombró como
primer patrono a su cuñada Felipa Baldez y capellán a su sobrino Josef
Rendón y Baldez.299
A través de las costumbres y prácticas funerarias hemos podido ob-
servar la desigualdad social inherente ante la muerte. En un principio,
las ordenanzas eclesiásticas no contemplaban diferencias según grupos
de población, aunque en la práctica, si nos atenemos a las tarifas es-
tablecidas para llevar a cabo los diversos rituales y otros mecanismos
utilizados por la Iglesia para allegarse de beneficios materiales en los
momentos previos a la muerte, podemos constatar que esa pretendi-
da igualdad ante la muerte, según los textos, en la realidad no existió
ya que se mantenía la jerarquía social estrictamente también en este
aspecto. Los personajes que contasen con un patrimonio importante
eran los que podían conseguir un acceso más rápido y fácil en su salva-
ción, tras la muerte.
298 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro tercero de Censos desde el año de 1749
hasta 1830, f. 61v.
299 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Índice de tomas de razón, y de casas y hacien-
das hipotecadas subsistentes (1738-1771), f. 37. Para más ejemplos véase AGEY, Registro Públi-
co de la Propiedad, Índice de tomas de razón, y de casas y haciendas hipotecadas subsistentes
(1738-1771), ff. 37-37v y 44-44v; AGEY, Colonial, Iglesia, vol. 1, exp. 8.
196
Capítulo VI
Sociabilidades en las
familias urbanas
197
borbónicas durante el siglo siguiente se advirtieron las primeras mani-
festaciones contra las diversiones por lo que el calendario festivo lenta-
mente comenzó a transformarse cuando algunas voces se alzaron con-
tra los efectos negativos que las fiestas tenían sobre el trabajo cotidiano.
Esto no quiere decir que los cambios se observaron de inmediato, sino
que constituyó el cambio de una mentalidad que procuraba fracturar
la proclividad lúdica asociada con la sociedad colonial. Las primeras
corrientes contra la anulación de las costumbres populares penetraron
en un ideario político que transformaría a la sociedad decimonónica
temprana.
198
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
300 Luque Faxardo, 1603; Chinchilla Pawling, 2000; Ariès, 2001, pp. 122-127.
301 Molina Solís, I, 1988, p. 57.
302 López Cantos, 1992, pp. 283 y 286.
303 Lozano Armendares, 1995, pp. 71 y 84; Canudas Sandoval, III, 2000, p. 1403.
304 AGN, Bandos, vol. 8, exp. 22, ff. 82-84.
199
de las demás pasiones: todos están pendientes de la suerte, que es
la deidad que preside la [a]samblea, y decide despóticamente de
las fortunas y desgracias: un carton, una figurilla ridícula, que el
acaso colocó sobre otras, despues de haber tenido pálidos los ros-
tros en su espectacion, al descubrirse alegra á unos de que suelen
dar señales en sus rizadas y jactancias, á otros los deja mustios y
fruncidos, obliga á otros á morderse un labio ó agarrarse la cabeza;
aquel ánimo fogoso que no puede sufrir el azar, prorrumpe en vo-
ces descompuestas; quien dá una fuerte palmada en la mesa ó en
su frente, y tal vez estruja, rompe y hace de comerse las cartas.305
200
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
306 ANEY, Libro de protocolos del notario Mathías Montero, 1729; Canudas Sandoval, III,
2000, pp. 1394-1395 y 1404.
307 Guridi y Alcocer, 1832, p. 3
308 Fonseca y Urrutia, II, 1849, p. 297. Los desórdenes también fueron frecuentes otros luga-
res, caso de Chile (Purcell Toretti, 2000, pp. 101-102).
201
La proliferación de jugadores en la Nueva España, sin embargo, conti-
nuó teniendo un enorme arraigo en la sociedad colonial. A pesar de las
medidas instrumentadas, en los años siguientes, los juegos que antes
sólo se practicaban en el ámbito privado (naipes, trucos, tablas, bolos,
tejuelo, etc.) se desplazaron a casas de juego y tablajerías, aunque tam-
bién continuaron realizándose en calles y plazas públicas dando lugar
a espacios improvisados de sociabilidad lúdica. La gravedad de la situa-
ción hizo que se emitiera una segunda real cédula en 1539, la cual pros-
cribía totalmente las tablajerías y casas de juego, incluso se advertía una
reducción en la cuantía de las apuestas.309 La corrupción de los funcio-
narios públicos y la inexistencia de mecanismos de control limitaron
la aplicación de tales medidas. Siempre existió cierta tolerancia hacia
los juegos prohibidos durante toda la época colonial, por lo que que,
aun en contra de los intereses públicos, las autoridades terminaban por
aceptar una realidad cotidiana de lo lúdico en la sociedad novohispana.
Las autoridades carecían de los instrumentos de control precisos y de
una política capaz de minar el interés por los juegos de azar, ya que és-
tos constituían, casi por definición, la única alternativa de ocio para los
hombres de la época. El juego se convertía en la esencia de la diversión,
arraigándose profundamente en la mentalidad de la población como un
elemento importante de sociabilidad y diferenciación, no todos jugaban
lo mismo ni en los mismos espacios.
Esta práctica fue modificándose a partir del siglo XVIII. Con la llega-
da al poder de la nueva dinastía borbónica, se trató, siguiendo las ideas
ilustradas, de implementar numerosas reformas en todos los ámbitos
de la sociedad que también incluía una nueva reglamentación para los
juegos de azar.
202
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
203
para el ánimo del espíritu,310 al contribuir a sobrellevar mejor las acti-
vidades diarias.311 Los juegos prohibidos eran diversos312 y se incluían
entre los destinados a la recreación, por tratarse de diversiones desho-
nestas, cuya intención era jugar con la suerte y efectuar apuestas. La
diferencia principal entre ambos tipos de juego era de índole concep-
tual. Si bien el juego se calificó como “aquello que es capaz a recrear el
ánimo”,313 la recreación fue considerada un comportamiento vincula-
do con los abusos de “la condición y malicia humana por el exceso en
el tiempo, en los intereses que median ú otras circunstancias vician y
hacen pecaminosas las mismas diversiones”.314 Sin embargo, la distin-
ción entre juegos prohibidos y permitidos no siempre se determinaba
por ser de entretenimiento-permitido/recreación-prohibido, sino por la
cuantía que alcanzaban las apuestas, pues tanto en uno como en otro se
podían poner en juego grandes sumas de dinero, aunque no estuviera
permitido. Esto quiere decir que un juego permitido podía convertirse
en prohibido cuando los límites de las apuestas toleradas por las auto-
ridades excedían de determinadas sumas. Las grandes cantidades en
310 AGN, Bandos, vol. 8, exp. 22, ff. 82-84.
311 González Alcantud, 1993, p. 131.
312 Rodríguez de San Miguel los enumera en: ancla, azares, baceta, banca, banca fallida,
barras, biribis, boliche, bolillo, bolos, cacho, carteta, chuecas, chuza, corregüela, cortea, cu-
bilete, dados, dedales, descarga la burra, faraón, flor, gallitos de perinola, juegos de albures,
nueces, oca, parar, quince, rueda de la fortuna, ruleta, sacanete, taba, tablas, tablita, tango,
torre de loro, treinta y cuarenta, treinta y una envidadas, trompico y veintiuno (III, 1980, p.
572). Las descripciones de los juegos pueden verse en Lozano Armendares, 1991, pp. 178-181;
Chinchilla Pawling, 2000, pp. 85-87.
313 Santa Teresa, 1805, p. 606.
314 AGN, Bandos, vol. 8, exp. 22, ff. 82-84. “El entretenimiento, hablando con propiedad, y
en rigor, no es otra cosa que ayudar al ánimo, para que se descanse, y se alivie con otra ocu-
pación menos fuerte que la principal en que estaba ocupado (...) Recreación es cosa diferente,
porque recrear es descansar, y ansi porque el exercicio sea muy desproporcionado de la ocu-
pación principal de que se dexa, y a que se vaca tanto que se olvida toda creación, porque no
es como el entretenimiento” (González Alcantud, 1993, p. 131).
204
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
205
responsabilidades laborales. La pieza fundamental de este pensamien-
to se recoge en la Memoria para el arreglo de la policía de los espec-
táculos y diversiones públicas y sobre su origen en España (1797) que
el influyente ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos presentó ante el
Supremo Consejo de Castilla. En su discurso destacaba la importancia
de las diversiones como marcadores de identidad, necesarios para los
grupos de la élite pero, sin embargo, perjudiciales para el resto del pue-
blo al convertirse en recreación, sin orden ni moderación. Desde este
punto de vista concluía que la sociedad se dividía en dos segmentos:
“uno que trabaja y otro que huelga”
No hay provincia, no hay distrito, no hay villa ni lugar que no
tenga ciertos regocijos y diversiones, ya habituales, ya periódi-
cos, establecidos por costumbre. Ejercicios de fuerza, destreza,
agilidad o ligereza; bailes públicos, lumbradas o meriendas, pa-
seos, carreras, disfraces o mojigangas; sean los que fueren, todos
serán buenos e inocentes, con tal que sean públicos. Al buen juez
toca proteger al pueblo en tales pasatiempos, disponer y ador-
nar los lugares destinados para ellos, alejar de allí cuanto pueda
turbarlos, y dejar que se entregue libremente al esparcimiento
y alegría. Si alguna vez se presentare a verle, sea más bien para
animarle que para amedrentarle o darle sujeción; sea como un
padre, que se complace en la alegría de sus hijos, no como un
tirano, envidioso del contento de sus esclavos. En suma, nunca
pierda de vista que el pueblo que trabaja (...) no necesita que el
Gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse.318
206
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
207
juegos prohibidos.321 Según, Serapio Baqueiro, el carácter de los meri-
danos es “inclinado a las fiestas y diversiones”.322
Además de las casas de juego que, a pesar de las prohibiciones, florecie-
ron en la época colonial, el espacio doméstico en la sociabilidad cotidia-
na meridana tuvo un papel muy importante porque en las grandes re-
sidencias particulares, debido sobre todo a su intimidad, fueron lugares
en los que se desarrollaban diversas funciones lúdicas. La privacidad
de las casas de todo orden conformaba un espacio privilegiado para el
encuentro entre individuos de cualquier condición. Los miembros de la
élite –grandes comerciantes, hacendados, administradores reales, po-
líticos, eclesiásticos, militares– formaban parte de los placeres lúdicos
privados mediante redes de relaciones familiares. En las familias de la
élite a menudo se realizaban tertulias con el objetivo de romper con la
monotonía y la soledad.323 Estas reuniones, por lo tanto, provocaron la
gestación de formas de sociabilidad, cuya adscripción personal identi-
ficaba vínculos con los integrantes del círculo social. De esta forma, se
establecía una diferencia con las casas de juego, donde sus participan-
tes eran de diversa procedencia y sus formas de adscripción se sucedían
sin distinciones ni intereses comunes. Sin embargo, en las formas de
asociación de las élites se hacía necesario un reconocimiento mutuo
de empatía, intereses compartidos y lazos de unidad consolidados a la
vez que el uso del espacio doméstico se ampliaba con la interacción de
hombres de condición social similar e intereses semejantes. La consoli-
dación de este tipo de sociabilidades era tan exclusiva que con frecuen-
cia gozaron de la protección real. De esta forma, la prohibición pública
se convertía en tolerancia privada que las mismas autoridades promo-
vieron porque ellas mismas fueron participantes.
321 Molina Solís, I, 1921, p. 307.
322 Baqueiro, I, 1990, p. 131.
323 Canudas Sandoval, III, 2000, pp. 1412-1413; Vázquez Mantecón, 2000, pp. 98-99.
208
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
209
y dueños de estos abominables juegos, en recibir toda especie
de prendas proprias a hurtadas, de que resultan los detestables
vicios de embriaguez, latrocinio, quimeras, homicidios y otros.329
329 AGN, Bandos, vol. 7, exp. 71, ff. 253-254v. Véase también Chinchilla Pawling, 2000, p. 84.
330 Anónimo, 1820b; González Bernaldo, 1993, pp. 29-30.
331 Rubio Mañé, 1968, p. 101.
332 Contamos con el ejemplo de Francisco Esperón que fue encarcelado por “vago, ocioso
y malentretenido, sin la menor agencia que lo haga útil a la república, el qual se ha ocupado
continuamente en juegos de naipes y dado, siendo este su único exercicio y profeción y en
el que pasa las horas del día, saliendo a los barrios y partes de la villa á este fin solamente,
lo mismo que su compañero don Joaquín Ávila, con quien anda siempre ligado y con quien
igualmente se asocia para este vicio habitual” (AGEY, Colonial, Judicial, vol. 4, exp. 9-A, f. 12).
333 AGN, Civil, vol. 1698, Cuaderno 2, ff. 12v y 15v-16.
210
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
211
Las diversas formas de diversión
212
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
213
La promulgación de nuevas reglas al efecto pretendía que las taber-
nas y tiendas cerraran a las nueve de la noche y las fondas y bodegones a
las diez. También se impuso que este tipo de establecimientos cerraran
los domingos y días festivos. Aun así, la vida social en las tabernas era
sempiterna, pues por lo general, continuaron estando abiertas todos los
días de la semana. Las Ordenanzas de 1790, por ejemplo, estipulaban
que
todos los domingos y días de fiesta sierren sus tiendas, o a lo
menos entrejunten las puertas todos los taberneros, así del sen-
tro de esta ciudad como de sus barrios, y que por ningún título,
causa, ni pretesto vendan en semejantes días aguardiente, chi-
cha, pitarrilla,343 ni otro licor que embriague a persona alguna, y
solamente se les permitirá vender a las que sean conosidas que
no se embriagan, y con tal que no beben en las tabernas sino que
traigan vasija en que lleben a su casa el licor que compraren.344
todos los domingos y días de fiesta suben a esta capital las gentes
de campo, así yndios como [de] otras castas, a oír misa en sus
parroquias, y después de cumplir con este precepto se van a las
tavernas a comprar aguardiente para beber y embriagarse en tal
343 Sobre las bebidas embriagantes véase Carrera Stampa, 1958, pp. 310-336.
344 AGN, Ayuntamientos, vol. 141, exp. 2, Libro Primero, Título 4, Artículo 5.
214
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
manera que quedan como unos troncos botados por las calles,
de que resulta muchas veses que los ahogue en su embriagues
el sumo calor del sol o el agua en tiempo de llubias y quando no
están tan ebrios, sino solo acalorados, se pelean y riñen, hirién-
dose con piedras o con los machetes, que traen en la sinta, de que
resultan muchas muertes y desgracias, como hasta ahora se han
experimentado.345
Por otra parte, durante el siglo XVIII el juego del billar fue rápida-
mente incorporado entre las diversiones permitidas y practicado por
la élite de la Nueva España.346 Dado que este derivaba de otro cono-
cido como trucos, en ocasiones se consideraban sinónimos, y aunque
tenían las mismas reglas en ocasiones se hacía una distinción a la hora
de otorgar las debidas licencias.347 El interés por ambos juegos se gene-
ró primeramente en la élite, como se advierte a finales del siglo XVIII
cuando en Yucatán varios personajes importantes fueron propietarios
de trucos, además de haber doce mesas públicas.348 En Campeche, por
ejemplo, en 1787 hubo al menos 5 propietarios de billares y trucos y en
el presidio del Carmen, en cambio, sólo hubo una mesa de billar.349
La decadencia de los billares y trucos tuvo su época más crítica preci-
samente en las últimas décadas del periodo colonial, cuando los trucos
perdieron su impronta elitista, desplazándose hacia el pueblo. En efecto,
215
la pérdida de exclusividad de ambos juegos dio lugar a una transforma-
ción consistente en ser considerados para el pueblo, asociándose a las
cantinas, los vicios y las corrupciones morales. De ahí que fueran rela-
cionados con lugares donde se practicaban las diversiones prohibidas,
como naipes y dados, en los que participaban vagos, ociosos, pícaros,
etc. En este contexto, la antigua prosapia social del billar se trasladó a
las tabernas donde concurrían los estratos más bajos, aquellos que en
los documentos se señalan como “el pueblo”.
Otra de las diversiones populares en la ciudad de Mérida, al igual que
en el resto de la Nueva España, eran las peleas de gallos.350 También,
hay que tener en cuenta los ingresos que percibía el fisco real por la
realización de estos combates; a finales del siglo XVIII, por ejemplo,
el arriendo del juego de gallos reportaba a la Real Hacienda cantida-
des significativas.351 Era una diversión permitida porque se consideraba
honesta, aunque el “envite” o apuestas que se daban en cada una de
estas reuniones opacara tal honestidad. En este sentido, a menudo se
les identificaba como fuente de corrupción moral y de amenaza para el
patrimonio familiar
honesta diversión, [pero] no lo será si con el exceso o por abuso
se corrompe. El concurso en la plaza de noche puede propor-
cionar livertad a muchas personas inclinadas al juego que por
su estado u otros respetos se privan de día de estas distraccio-
nes, las disfruten con perjuicio de sus familias, con escándalo y
abandono. Mal se podrá celar en las sombras de la misma noche
que no se mesclen los sexos en la plaza y evitar las ruinas que de
esto resulten. Tampoco que algunos hijos de familia impedidos
350 Acerca de las peleas de gallos puede verse Sarabia Viejo, 1972.
351 AGN, AHH, vol. 706, leg. 6.
216
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
217
lidiar gallos desde las doce ó la una hasta que cierre el día, y no de no-
che, y los de fiesta que no pueda comenzar el juego hasta después de la
una, por ser assí costumbre aunque está mandado que en tales días no
se juegue hasta las tres de la tarde”.355
Al igual que había sucedido con las tabernas, billares o trucos, tam-
bién las peleas de gallos sufrieron reglamentaciones que se sucedieron
desde finales del siglo XVIII. Con la finalidad de un mayor control so-
cial, sobre todo respecto a los estratos sociales más bajos, con estas
nuevas normativas se trató de regular las consecuencias negativas que
en opinión de algunos sectores de la sociedad conllevaban las citadas
diversiones.
La sociabilidad familiar
218
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
219
lugares de diversión públicos en la ciudad, salvo billares y un teatro,
los vecinos privilegiaron el espacio urbano cotidiano para la reunión.356
Las autoridades municipales no impulsaron medidas de censura
contra las reuniones callejeras mientras se realizaran en un clima de
tranquilidad pública, sin provocar conflictos ni discordias y, por este
motivo, en la calle a menudo se celebraban fiestas, bailes y otras formas
de expresión lúdica.357 La cultura popular encontró su manifestación
más fértil en la calle, descrita por numerosos autores como se observa
en el siguiente párrafo
llevan los mancebos, guitarra y tiplito,
y luego al instante se arma el fandanguizo.
se juntan de noche, llevan sus sonajas,
y el panderetillo que se hacen rajas.358
220
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
359 BY, Fondo Reservado, Actas de Cabildo de Mérida, Libro 20, ff. 87-88.
360 BY, Fondo Reservado, Decretos del Congreso General, Libro 140, ff. 103-103v.
221
dualmente comenzaron a desaparecer, principalmente cuando fueron
nombrados los primeros efectivos policiales para controlar cualquier
disturbio y alteración de la paz pública.
A pesar de que el baile se consideraba una actividad honesta, siempre
que se diera en contextos de fiestas religiosas o familiares,361 la censura
provenía de su vinculación con las calles, con lo no previsto y programa-
do en los calendarios litúrgico o civil, la música, el canto, la tuna o la reu-
nión callejera se consideraban en estas condiciones, contrarias al buen
orden y al reposo de la población. A pesar de las disposiciones oficiales,
la fiesta nocturna, identificada con el baile, floreció en las calles.
En efecto, además de la crítica contra la recreación, la moral social
también censuraba con severidad el baile porque se asociaba a los de-
seos casuales, a la lujuria y a la pérdida racional de los sentidos. El baile
del pueblo fue criticado y prohibido desde el discurso político; sin em-
bargo, se establecía una diferenciación con los bailes de la élite. Para
ellos, los bailes del pueblo eran considerados vulgares, mientras que
los de la élite significaban calidad y cultura. Se les atribuía el causar
conflictos, estimulados por la ingesta de bebidas alcohólicas, provocan-
docontinuos problemas como embriaguez, escándalos públicos, allana-
miento de moradas, injurias, etc., esto es, un conjunto de rupturas al
orden sancionado. Las razones de la intolerancia no radicaban en un
sentimiento contra las diversiones del pueblo sino en sus consecuencias
nocivas. En los bailes de la élite, en cambio, debido a que se realizaban
en privado se les suponía toda la honorabilidad al no trascender al ám-
bito público los conflictos si los hubiese.
Por otra parte, se estableció la costumbre de la élite por los paseos
y floreció porque se fueron creando espacios destinados a los mismos.
La Alameda de la ciudad de Mérida, construida en las últimas décadas
222
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
del siglo XVIII, fue el espacio por excelencia dedicado a dichos paseos;
su importancia era simbólica y real porque fue el único espacio social
existente hasta el punto que fue donde en 1824 se proclamó la Cons-
titución. Por esta razón, en dicha alameda se colocaron los primeros
dieciséis faroles del alumbrado urbano y, a pesar de la precaria situación
financiera del ayuntamiento, en los años siguientes, se realizaron me-
joras para su conservación, además de la siembra de robles en sustitu-
ción de los naranjos, cipreses y otros árboles.362
El significado de la Alameda se definía por su calidad como lugar privi-
legiado para que los meridanos de la élite se reunieran en domingos y días
de fiesta, eventos oficiales y durante el Carnaval; un espacio destinado a
los peatones y para algunas de las 96 calesas registradas en la ciudad.363 La
Alameda fue el lugar de exhibición social de la elegancia representada en
las calesas y en sus pasajeros. No obstante, su importancia se fue perdien-
do gradualmente y en los últimos años del dominio colonial ya estaba en
decadencia.364 A pesar de la decadencia de la Alameda como espacio de
interacción social urbana de la élite, surgiría en la ciudad un nuevo espa-
cio de sociabilidad, como fue el teatro.
Aunque los orígenes del teatro son muy antiguos, en Mérida apenas
comenzó a formar parte de la oferta lúdica en la última década del do-
minio colonial. En efecto, los primeros registros de la actividad teatral
datan de 1806, cuando se construyó un coliseo. En el escenario, llamado
popularmente el “corral”, representaron sus funciones distintas compa-
ñías de cómicos, prestidigitadores, maromeros y demás clases de artistas
223
que recorrían diferentes plazas.365 En 1807, los empresarios Pedro José
Guzmán y Joaquín de Quijano financiaron la apertura de otro espacio de
escenificación teatral, el recinto llamado “San Carlos”, el cual se incendió
al año siguiente durante la representación de La huérfana de Bruselas.
Pese a las advertencias de las autoridades que demandaban cambiar el te-
chado de palmas.366 Enseguida fue reconstruido ya que entre 1808 y 1820,
la compañía de Mariano Cuevas representó varias funciones funciones
en dicho recinto.
La característica más importante que definiría al teatro en la ciudad
de Mérida era la de su exclusividad, pues allí se daban cita los persona-
jes de los estratos más elevados de la sociedad, esto es la élite.
365 En 1807 se presentó el maromero Domingo Girón y en 1808 una compañía de cómicos
(BY, Fondo Reservado, Manuscritos hojas sueltas, Caja VII-1795, 010; BY, Fondo Reservado,
Manuscritos hojas sueltas, Caja VII-1795, 012, ff. 48v-49).
366 BY, Fondo Reservado, Manuscritos hojas sueltas, Caja VII-1795, 012, ff. 40-40v.
224
Capítulo VII
Conflictos entre élites: privilegios,
preeminencias y jurisdicciones
225
Privilegio y preeminencia en la sociedad colonial
367 La gracia o prerrogativa que concede el superior, exceptuando o libertando a uno de al-
guna carga o gravamen, o concediéndole alguna exención de que no gozan otros (Diccionario
de Autoridades, III, 1990, p. 386).
368 El privilegio, exención, ventaja o preferencia que se concede a uno, respecto a otro, por
alguna razón o mérito especial (Diccionario de Autoridades, III, 1990, p. 352).
369 Acción de Preceder, anteponerse o ir adelante. Se toma también por el derecho de prece-
der en lugar o asiento, en juntas o funciones públicas (Diccionario de Autoridades, III, 1990,
p. 346).
370 Se toma por la benevolencia o amistad de otro: como la gracia del Rey (Diccionario de
Autoridades, II, 1990, pp. 66-67).
226
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
227
todos sus reinos, por lo que se empezó a recurrir a diferentes figuras
institucionales como la del procurador y, más tarde, la del gobernador,
ambos con jurisdicciones limitadas, pero en cuya cúspide se encontra-
ba un virrey, figura representativa del rey, en los lugares donde fue es-
tablecido.
En esta sociedad renacentista tardía, en la que el poder y su ejercicio
estaban en manos del monarca, se planteó la problemática de cómo go-
bernar los reinos unificados y conquistados si no se podía establecer la
relación directa y presencial entre el rey y sus súbditos. Con la anexión
de los territorios de las Indias a la Corona de Castilla, la solución fue in-
corporar la figura del virrey que ya gozaba de tradición en la Península
Ibérica y en otros dominios de la Monarquía Hispánica, con la función
de ser el alter ego del rey, es decir el que se encargara de su representa-
ción. Para que los súbditos de las diversas comunidades reconocieran
en este delegado a la persona del rey se le facultaba de amplias atribu-
ciones políticas y administrativas. Los virreyes, como representantes
del monarca, eran investidos con ciertos atributos del poder regio, un
ceremonial especial, una guardia seleccionada y, sobre todo, el poder
de decisión que los monarcas le conferían en las instrucciones que se le
otorgaba a cada uno cuando eran nombrados para el cargo.374
Sin embargo, la autoridad virreinal, en la práctica, estuvo limitada
por los cuatro costados. Los virreyes únicamente aplicaron la norma-
tiva jurídica y nunca la crearon; tuvieron que seguir para todo proceso
judicial o civil de envergadura las instrucciones reales; asimismo, ob-
servar y respetar las inmunidades de las corporaciones y de las fami-
lias poderosas y, también, controlar a sus propios ministros.375 A pesar
de esto, su dignidad como representante del soberano les otorgó una
374 Recopilacion de Leyes de los Reynos de las Indias, Libro III, Título III, Ley II.
375 Ciaramitaro, 2008.
228
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
jerarquía superior a todos los otros funcionarios reales, por altos que
fueran los puestos ocupados. Los virreyes, de hecho, disfrutaron de
amplias potestades favorecidas por la distancia y el tiempo que tarda-
ban las comunicaciones con la Corte, pero siempre tuvieron que rendir
detalladas cuentas al Consejo de Indias, como autoridad de suprema
jurisdicción del Nuevo Mundo.
Se hizo patente, de igual forma, la necesidad de controlar el poder
pluricelular en los nuevos territorios y esto se solucionó a través de un
ejército de funcionarios reales que, como los virreyes, siempre actua-
rían en nombre y representación del rey y se encargarían de aplicar
las leyes. El virrey no podía decidir como el rey, ni los funcionarios
gobernar como él; sin embargo, para el establecimiento del poder mo-
nárquico en las colonias era de sustancial importancia ser percibido
como el rey mismo. Entonces se hizo preciso crear una parafernalia
ceremonial tanto para la administración de justicia como para el buen
orden y gobierno de los cuerpos que se encargaban de la administra-
ción del territorio.
En este nuevo orden se refrendó, por una parte, la preeminencia de
juzgador y, por la otra, la primacía del orden jurídico conforme al cual
ejercía la jurisdicción. Por lo tanto, no es extraño que los rituales de la
justicia se expresaran en forma teatral, en la que todo acto jurídico fue
parte de una pomposa puesta en escena.376 Esta analogía fue percibida
por los teóricos y juristas de la época, por los moralistas y los predica-
dores, que formulaban el proceso judicial y la trama de la vida jurídica
como parte de una concepción teatral de la existencia humana en el
escenario del mundo.377
229
La teatralidad judicial cumplió en la América Hispana la tarea de
personificar, simbolizar y acercar al lejano rey a sus súbditos america-
nos. Las formas rituales del derecho se hicieron manifiestas desde los
orígenes de la conquista y pacificación. Desde el inicio, la ocupación
de los territorios en los cuales se extendía el título de soberanía co-
menzaba con un conjunto de actos simbólicos en los que se represen-
taban el poder y la jurisdicción del rey y de Dios. A partir de entonces
la puesta en práctica del derecho indiano se expresó de muy diversas
formas simbólicas, siempre relacionadas con elementos teatrales para
conseguir mayor presencia y autoridad. Por ejemplo, en todas las ciu-
dades o villas se levantaban picotas o rollos jurisdiccionales, donde se
llevaban a cabo, públicamente, las ejecuciones de las penas impuestas
a los criminales y delincuentes, como advertencia a la población sobre
las transgresiones graves.
También se podía observar dicha teatralidad en la puesta en escena
en los actos jurídicos de relevancia, como la lectura pública de noticias
y el pregón de leyes; los arcos triunfales que se levantaban en las ciuda-
des cada vez que se concedían las llaves de las mismas a algún personaje
ilustre o las insignias de jurisdicción y policía que debían entregarse al
nuevo gobernante. Todo ello se realizaba en las plazas centrales donde
se llevaban a cabo actos de jura, homenaje y alardes militares, además
de las innumerables procesiones y actos religiosos.378
No obstante, donde se expresó de manera especial, patente y cons-
tante tal representación fue en la simbología jurídica de las insignias
y blasones, mobiliario y ornamento de los espacios destinados a la
magistratura. La magnificencia de los espacios destinados a la admi-
nistración de justicia fue una característica de la conformación del
Estado Moderno. Su carácter ritual formaba parte del proceso de
378 Para tener idea de un ejemplo local ver Fernández Repetto y Negroe Sierra, 2003.
230
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
231
Con la llegada del primer intendente Lucas de Gálvez y su posterior
asesinato salen a la luz infinidad de disputas. En estos años surgieron
múltiples pugnas entre los diversos grupos de poder, no sólo sobre pre-
eminencias y privilegios, sino también por motivos de jurisdicción.
La Intendencia en Yucatán
232
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
233
Entre las acciones llevadas a cabo durante el gobierno del intendente
Gálvez resaltan el poner orden en las milicias urbanas –en aquel tiem-
po gravemente indisciplinadas–, regularizar los sueldos de éstas y de
todas las tropas de la provincia, reorganizar la guarnición del presidio
de Bacalar y expedir un reglamento militar para su operación.
Además de las reformas militares, el nuevo intendente volvió a rati-
ficar la supresión de los repartimientos,381 cuestión que llevaba más de
un siglo prohibiéndose pero que nunca se había podido erradicar, al
estar involucrados en dichos repartimientos, la mayoría de los poderes
locales de la provincia. Todos los cambios y decisiones del intendente
crearon un clima de extrema tensión entre los vecinos de la capital y de
las principales villas que se manifestaron en múltiples litigios y quejas,
principalmente sobre los subdelegados, a los que creían la parte más
débil del sistema, evitando siempre enfrentamientos directos con el re-
presentante del rey. Su gobierno estuvo marcado por la disminución
del poder de las autoridades locales, y poder, prestigio y honor son tres
conceptos que no se pueden entender por sí solos,382 por lo cual se ge-
neraron diversos conflictos hasta llegar al asesinato, crimen que nunca
llegó a esclarecerse totalmente.
234
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
235
gran fortuna.386 De ahí la importancia dada a los episodios de des-
avenencias con el intendente durante los pocos años del gobierno de
Gálvez, en los cuales la familia fue afectada en su poder, su prestigio,
su honra y en sus ingresos.387
La controversia legal por preeminencia y precedencia entre ambos
comenzó en el año de 1790, cuando Juan Esteban Quijano y Cetina,
escribano mayor de gobernación y guerra, envió un escrito a la Real
Audiencia de la Ciudad de México, querellándose contra el intenden-
te Lucas de Gálvez, por haberle quitado las preeminencias del uso del
bastón, del asiento con respaldar y relegarlo a favor del protector de los
indios en la precedencia de ocupar asiento junto a él en las juntas rea-
lizadas en el Tribunal de Indios de la Audiencia provincial de Yucatán.
Argumentaba que lo mandado por Gálvez
es todo lo opuesto a las preeminencias de su empleo, que tenien-
do tan pocos proventos, por los honores y distinción que ha go-
zado, y por haber pagado por él 24,000 pesos, quien no habrá
quien los dé, si se desnuda de los honores que tiene.388
236
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
237
–militares o políticos– usaron bastón y que algunos incluso proseguían
con la costumbre, a pesar de que una orden superior y verbal del gober-
nador Gálvez prohibió su uso para aquéllos que no hubieran satisfecho
la imposición de la media annata,390 que gravaba los nombramientos
de los empleos retribuidos. Juan Esteban Quijano continuó usando el
privilegio, aun cuando no satisfizo dicho impuesto, contraviniendo así
la orden del intendente.
En este sentido, Quijano presentó como alegato un auto de un gober-
nador anterior, Juan Fernández Sabariego, fechado el 12 de febrero de
1734, en el cual se otorgaba el título de escribano mayor de gobernación
y guerra a su antecesor, Gerónimo del Puerto, y establecía el privilegio
del uso del bastón sin condición alguna y como obligación y, en caso
de incumplimiento, ser condenado a pagar una multa de 100 pesos.
La razón de esta argumentación radicaba en los méritos del empleo
y en la costumbre del uso del bastón en las cortes europeas, ya que se
consideraba que de esa forma se adquiría el respeto de la comunidad.
De ahí que contemplara la insignia del bastón como parte inherente
a su honroso empleo y el auto y título dado a su antecesor como una
confirmación del privilegio, como parte de los honores que se le debían
por su cargo.
Respecto al otro punto de la polémica, el derecho al uso de tener silla
con respaldar y preferencia de ocupar un lugar destacado en las juntas
del tribunal, no pudo definirse su carácter de privilegio para Juan Este-
ban Quijano a través de la indagatoria, principalmente, según se men-
ciona en el documento, por desconocimiento de los protocolos de los
lugares de precedencia y de quiénes debían de ir a la derecha, izquierda,
390 La mitad de los frutos, ò emolumentos que en un año rinde qualquier Dignidad, Pre-
benda, ó Beneficio Eclesiástico: y también se extiende à la mitad del valór y emolumentos que
cualquier empleo honorífico y lucroso temporal, que en España paga al Rey, aquel á quien se
confiere (Diccionario de Autoridades, I, 1990, p. 300).
238
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
239
por el privilegio de usar bastón y, respecto al segundo punto, sobre la
precedencia en el lugar a ocupar y el uso de asiento con respaldar se
declaraba incompetente por no tener las suficientes evidencias para
pronunciar una opinión solvente. Por tanto, trasladó las diligencias y
con ello la toma de decisión a la Real Audiencia de México. Al mismo
tiempo, el intendente envió al rey un expediente ejecutivo, solicitándole
un dictamen de su fiscal en el Real Consejo de las Indias.
Debido al tiempo transcurrido entre los servicios de correos, las con-
sultas y dictámenes quedó pendiente el cobro de los derechos de media
annata, por el que se había hecho pregón del oficio en Mérida el 3 de
junio de 1787, a través del cual se daban a conocer las reglas de instruc-
ción elaboradas por la Contaduría General de Lanzas y Media Annata,
con asiento en la ciudad capital del virreinato. Con el antecedente arriba
mencionado, se mandó en octubre de 1791 la elaboración una lista de
los individuos de la ciudad que portaban la insignia de bastón para que
pagasen los derechos correspondientes al nombramiento de su cargo o
empleo, sueldos, emolumentos y antigüedad. Entre ellos se encontraban:
el juez general de bienes de difuntos, mandas y herencias ultramarinas;
por el Ayuntamiento de la ciudad de Mérida los regidores ordinarios y
los alcaldes de la Santa Hermandad; el juez de alhóndiga y conjuez de
apelaciones; los cirujanos de las milicias regladas; los conjueces de nom-
bramiento anual; el alguacil mayor y el depositario general; todos los
subdelegados de la intendencia y los jueces españoles; el protector de los
naturales; el administrador y su teniente de la real renta de Correos; el
factor y el teniente de guarda mayor de la administración del tabaco; el
alguacil y teniente tesorero del tribunal de Cruzada; el procurador, defen-
sor general y el escribano de gobernación y guerra del tribunal de indios;
el guarda mayor de la extinguida renta de aguardiente y los médicos.392
240
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
241
piensa que tiene muchas más probabilidades de ser escuchado. Pero
cuando esta voz no cumple con los respetos, tratamientos y cumpli-
dos establecidos por ley para con un representante del rey en el Nuevo
Mundo, sobre él recae todo el peso de la misma. No en vano existe en
la Recopilación de las Leyes de Indias un título completo sobre las pre-
cedencias y las ceremonias que se han de observar.393
Esta resolución no la pudo ver ni gozar el intendente Lucas de Gál-
vez porque fue asesinado el 22 de junio de 1792. Durante casi 10 años
se llevó a cabo una investigación policíaca de altos costos para deter-
minar las causas y al autor del asesinato, sospechándose por un largo
tiempo de un sobrino del obispo de Yucatán en turno, fray Luis de Piña
y Mazo, llamado Toribio del Mazo, pero al cabo de casi una década se
encontró que el autor material había sido un personaje, ya entonces fi-
nado, de nombre Manuel Alfonso López, sin que se supieran nunca los
verdaderos motivos del asesinato. No obstante, entre muchas versiones,
fueron dos las que finalmente prevalecieron con relación al crimen: que
el móvil había sido pasional, siendo el asesino un esposo ofendido por
los devaneos entre su mujer y el hombre en el poder y, la otra, que el
sostenido clima de odios y rencillas entre españoles, criollos, mestizos
e indígenas, estaba en el origen del hecho. Nunca fueron estas versiones
suficientemente aclaradas. Lo que sí podemos decir es que en la cárcel
estuvieron dos personas de la familia de los Quijano, porque el autor
material dijo que ellos habían pagado por el asesinato a causa de las
afrentas cometidas en su honra, cosa que tampoco nunca se comprobó.
Las indagaciones trascendieron a cuanto comisionado especial envia-
ron, no pudiendo ninguno sacar nada en claro, pues los interrogados,
393 Recopilacion de Leyes de los Reynos de las Indias, Libro III, Título XV.
242
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
394 AGI, Estado, 35, núm. 1; AGI, Estado, 25, núm. 26; AGI, Estado, 35, núm. 4; AGS, SGU,
leg. 7210.66.
395 Bertrand, 2011, p. 41.
396 Pérez Herrero, 2002, p. 163.
243
Por supuesto, que ello va a tener como consecuencia una desigualdad
en todos los ámbitos de la sociedad ante los poderes establecidos, bien
sean de índole administrativa, fiscal o judicial. Por otra parte, la exis-
tencia de cuerpos privilegiados, característica de la sociedad estamental
de la época, va ahondar en esas diferencias. Jurisdicciones no bien defi-
nidas, cuyos poderes se contraponen en muchas ocasiones y la existen-
cia del privilegio va a tener como consecuencia, disputas, corrupción o
fraude entre diferentes bandos conformados por redes clientelares que
van a permear la sociedad tanto de forma vertical como horizontal.
Cada grupo va a procurar una defensa cerrada de sus potestades ante
la competencia de sus facultades jurisdiccionales y en resguardo de sus
privilegios.
Está claro que las controversias se ponen de manifiesto en los mo-
mentos de dificultades o crisis. En este sentido, en el procedimiento
que se llevó a cabo para tratar de esclarecer el asesinato en 1792 del
intendente de Yucatán, salieron a la luz todas las discrepancias de la
sociedad colonial en un momento en que se estaban sentando las bases
de lo que posteriormente sería el fin de una época, la colonial, que daría
paso al proceso de Independencia. A través de los centenares de docu-
mentos resultantes de las diligencias llevadas a cabo en dicho proceso,
podemos observar la complejidad de los intereses de los diferentes ac-
tores que intervinieron en el mismo. Como se ha visto más arriba, fue
un proceso en el que se vieron involucrados virreyes, audiencia y go-
bierno provincial, además del poder eclesiástico; incluso se pusieron de
manifiesto las posibles causas del asesinato, considerado popularmente
como un crimen pasional, aunque en el fondo subyacían las reformas
implementadas por los gobiernos borbónicos que introdujeron la figura
del Intendente, que asumía un poder superior al que hasta entonces
habían sustentado los gobernadores-capitanes generales desde inicios
244
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
245
y se insertaba en una sociedad que había vivido bastante al margen de
los poderes centrales, gozando en la práctica de una gran autonomía.
Evidentemente, la reformulación de la administración con la conforma-
ción de la Intendencia y la llegada de un nuevo personaje extraño que
se imponía en todos los asuntos de gobierno, no fue bien acogido por
algunos grupos de la provincia que durante décadas habían antepuesto
sus intereses de grupo sobre todas las demás circunstancias.
Para llevar a cabo sus obligaciones, Gálvez tuvo que enfrentarse tanto
a personalidades civiles como eclesiásticas. Entre estos últimos desta-
caba el partido del por entonces poderosísimo obispo, Piña y Mazo,
emparentado con un oidor de la Audiencia de México y con íntimas
conexiones con la también poderosa familia local de los Quijano, por lo
cual los conflictos fueron más allá de los debidos a los privilegios y pre-
cedencias. Unos y otros se vieron involucrados en el proceso que inició
tras el asesinato del intendente, que apenas sobrevivió cuatro años en
el cargo. Las primeras preguntas que se nos ocurren ante su asesinato
son: ¿a quién correspondía sucederle interinamente en el cargo? y, por
tanto, ¿a quién correspondía hacerse cargo de las actuaciones judiciales
para dilucidar el proceso?
El proceso se encontraba viciado desde un primer momento, pues
a la muerte del intendente Gálvez se disputaron el interinato el por
entonces teniente del rey de Campeche y el teniente asesor letrado de
Gálvez. Al parecer, ambos tenían derechos a suplirle en la intendencia.
En 1744 se había creado el cargo de Teniente del Rey de Campeche con
atribuciones sobre todo militares para la defensa de la región, además
de que debía residir en dicha población y a la muerte del gobernador
de la provincia le correspondía asumir el mando hasta un nuevo nom-
bramiento. No obstante, con la creación de la figura del intendente que
suplantaría al gobernador, van a estar a su cargo los cuatro ramos o
246
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
247
ellas. Virrey, Audiencia y Gobierno interino provincial se involucran en
el proceso; aun más, otros impedimentos van a surgir del hecho de a
quién le tocaba dirimir la causa cuando se va a ver involucrado el ramo
militar, con fuero propio, y a qué instancias correspondía ésta. Los mi-
litares van a hacer una defensa cerrada de su fuero desconociendo cual-
quier instancia que no fuera el Supremo de Guerra y, por supuesto, el
rey, pero hay que tener en cuenta que el teniente del rey, por su cargo
y también al suceder interinamente al Intendente, asumía el grado de
Capitán General.
Sabido, el teniente del rey, se trasladó de Campeche a Mérida a ha-
cerse cargo del interinato, una vez que conoció el asesinato de Gálvez y
asumió el mando del proceso.402 El virrey Revillagigedo, enterado de la
causa y ante lo que consideraba inoperancia del teniente del rey, cuyas
pesquisas no habían hecho avanzar el caso, pronto decidió intervenir
en el proceso, enviando a un comisionado, Manuel de la Bodega, que
era alcalde de la Sala del Crimen de la Audiencia de la Nueva España.
Ante las protestas del gobernador interino en lo que se consideraba una
injerencia del virrey en asuntos propios de la provincia, Revillagigedo
trató de solucionar el tema nombrando a ambos conjueces. La jugada
del virrey es convincente, pues aunque se acusase a la Audiencia de no
tener jurisdicción militar, no desplazaba al gobernador interino que sí
la tenía, sino que enviaba al comisionado Bodega con la excusa de ayu-
darle en la conclusión de la causa.
No obstante, el gobernador interino Sabido no se iba a cruzar de bra-
zos ante lo que consideraba una injerencia del virrey en asuntos que
le eran propios. Cuando supo del nombramiento del comisionado de
la Audiencia, presentó una Cédula Real enviada por el rey unos años
antes para dilucidar un asunto que se había dado sobre competencias,
248
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
249
su contra. Y a pesar de demostrar Fierros su coartada de no hallarse en
Mérida el día del asesinato del intendente, va a pasar varios meses en
prisión acusado del delito de homicidio.
No obstante, el virrey Revillagigedo, al enterarse de la noticia del
asesinato, también manifestó el conocimiento que tenía sobre las dis-
putas en la provincia de Yucatán, al afirmar que desde hace tiempo
tiene información sobre que “no reina buena armonía entre sus gefes
y magistrados militares, políticos y eclesiásticos”; es más, indicaba que
en el Consejo de Indias existían varios asuntos que acreditaban tal ver-
dad, los mismos que confirmaban varias Reales Cédulas fechadas el
6 de Septiembre y 13 de Diciembre de 1790, esto es, dos años antes de
cometerse el asesinato.405 En esos momentos las disputas provenían de
las denuncias del obispo Piña y Mazo y del ayuntamiento de la villa de
Valladolid contra las actuaciones del teniente del rey Sabido de Vargas;
además de otros “muchos recursos de gravedad” que había pendientes
contra el difunto gobernador Gálvez. Esto es, las denuncias iban diri-
gidas contra el teniente del rey y contra el intendente, aunque más ade-
lante veremos cómo Sabido va a tratar de apoyar, por todos los medios,
las pretensiones del obispo Piña y Mazo.
Todas estas circunstancias fueron la excusa perfecta para la inter-
vención del virrey, quien consideraba que la situación de la provincia
era muy crítica en un momento en que faltaba el jefe principal de ella, y
por ello mandó reunir a la Sala del Crimen de la Audiencia de la Nueva
España para tratar y acordar lo más conveniente sobre aquél atentado.
La Sala del Crimen solicitó al gobernador interino Sabido testimonio de
la causa y las diligencias que se habían hecho hasta ese momento.
Algunos virreyes intervenían regularmente en el curso de los proce-
dimientos. Es cierto que, en cuanto presidentes de la Audiencia, sus in-
250
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
251
La Audiencia se hizo cargo del asunto y, en principio, sólo solicitaba
que el gobernador interino Sabido les mantuviera al día de la marcha
del proceso, enviando la copia correspondiente al virrey. En caso de que
el gobernador interino no siguiese con la causa, la Real Sala del Crimen
se entendería con el teniente asesor ordinario u otros jueces que cono-
cieran de la misma.
Pocos meses después, a finales de agosto, el virrey intervino directa-
mente en el proceso, justificándose en la falta de noticias por parte del
gobernador interino Sabido, y con acuerdo de la Audiencia de la Nueva
España se comisionó a un Alcalde del crimen de la misma para que se
hiciera cargo del proceso. Como se ha visto, el nombramiento recayó en
Antonio de la Bodega, oidor de la audiencia de Guatemala destinado a
la de la Nueva España como alcalde del crimen. Se le solicitó que en el
viaje que tenía que emprender desde Guatemala a México se detuviese
en Yucatán para dinamizar el proceso por el asesinato del intendente
Gálvez. Las causas para el nombramiento del comisionado Bodega, de
acuerdo al virrey, eran, además de la experiencia que había adquirido
en la Audiencia de Guatemala, el conocimiento que podía haber tenido
sobre los agresores del intendente, argumentando que muchos delin-
cuentes de la provincia yucateca cruzaban la frontera y se refugiaban
en aquél territorio. El virrey comunicó al rey este nombramiento quién
le dio su beneplácito.
No obstante, el comisionado Bodega tardó varios meses en llegar a
la ciudad de Mérida, por una serie de incidencias en el viaje, y mien-
tras tanto el teniente del rey Sabido continuaba con sus diligencias.
Comenzó por ofrecer una recompensa de 1,028 pesos, donados por
el cabildo secular y otras personas principales, a quién diese noticias
de los agresores, hecho que no obtuvo ningún resultado. Quizás, ante
la inminente llegada del comisionado para hacerse cargo de las dili-
252
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
253
eran capitanes generales, y otra cosa es que desconocieran al virrey o a
la Audiencia como tribunales superiores al sustanciarse sus actuacio-
nes ante el Supremo de Guerra. Pero como hemos podido observar, al
comisionar al Alcalde de la Audiencia el virrey no le dio todo el mando
sino que lo nombró conjuez del gobernador interino, con lo cual se cu-
bría en todos los frentes.
Uno de los principales problemas que provocó la concesión del fuero
militar a los milicianos fue que a pesar de las continuas regulaciones de
las autoridades que definían específicamente su alcance los milicianos
interpretaban éstas siempre en su propio provecho; es decir, considera-
ban que el goce del fuero suponía una “patente de corso” que les sus-
traía a todo tipo de control.411
En este sentido, Sabido también se adhiere a lo señalado por los
militares, pues ante las controversias suscitadas en la provincia entre
juzgados que correspondían dirimir la causa y la intervención de la
Audiencia, se defiende considerando que como capitán general tenía
jurisdicción en todos los individuos de fuero militar con inhibición de
los demás tribunales, sin reconocer otra dependencia que el Supremo
Consejo de Guerra, esto es, por encima del virrey y de la Audiencia, y
por lo tanto correspondía a su juzgado el conocimiento de las causas de
los dos oficiales. Al final, al llegarse a una solución de consenso, orde-
nando a ambos personajes, Sabido y Bodega, que actuasen de conjue-
ces, a Sabido no le quedó más remedio que aceptar y amparándose en
la Ley 4, Libro 5, Título 1 de la Recopilación de Indias se lo hizo saber al
secretario de Guerra Conde de Campo Alange
por la qual se dispone que los governadores y capitanes genera-
les de la Provincia de Yucatán cumplan precisa y puntualmente
las ordenes que les dieren los virreyes de la Nueva España (…)
411 Vega, 1985, p. 51.
254
Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
Sabido tenía poderosas razones para tratar de utilizar todos los me-
dios a su alcance para que nadie más se entrometiera en la causa, a la
vez que para él era muy importante que el asesinato se aclarase cuanto
antes, sin intromisiones de otras instituciones, además de que fuera
condenado el principal encausado por él, el teniente Fierro y, al parecer,
le daba igual que éste fuera culpable o no. Ante la dilatación del proceso
va a acusar a Fierros cuando los indicios, como demostrará el comisio-
nado Bodega, se dirigían más hacia el otro militar, Toribio del Mazo.413
La pretensión del teniente del rey Sabido era que fuera nombrado
intendente, cargo que estaba ocupando en interinidad, y para ello ne-
cesitaba de todos los apoyos posibles y en este caso, sobre todo, del
partido que lideraba el obispo Piña y Mazo. A pesar de que antes había
412 AGS, SGU, leg. 7219.3.
413 AGN, M. Criminal, vol. 294, Exps. 1, 2, 3, 5, 7 y 9.
255
tenido enfrentamientos con él, como muestran las denuncias del prela-
do señaladas más arriba, empleará todas sus fuerzas en tratar de liberar
a su sobrino, Toribio del Mazo, y así conseguir el apoyo del obispo. Se
dirigirá a todas las instancias posibles, incluido el rey, para tratar de
que no fuese acusado por el asesinato y que toda la culpa recayese en el
teniente Fierros.
El comisionado Bodega manifestó al virrey la sospecha de que Sabido
protegía a Toribio del Mazo, ya que no llevaba a cabo las diligencias
correspondientes “para comprovar el delito que verosímilmente ha co-
metido”, amparándose en “el concepto de la independencia de aquella
Comandancia Militar”. Consideraba que hasta que no se separase al
gobernador interino y se enviase otro en su lugar no podría sustanciar-
se la causa
Concurre en Mazo la particular circunstancia de ser sobrino del
Reverendo Obispo de aquella capital y por tanto disfruta de toda
la protección que en regular le proporcionan, así el respeto y ve-
neración debida a un prelado como el poder y conexiones que
tienen y disfrutan estos en América.414
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Élites, Familia y Honor en el Yucatán Colonial
rrimos enemigos del difunto Gálvez. Todo ello haría recaer aun más
las sospechas sobre el teniente Toribio del Mazo, además de que con-
curría la circunstancia de que ambos, Gálvez y del Mazo, al parecer,
competían por los favores de una mujer de la familia Quijano, casada
con el tesorero de la Real Caja de Mérida que acompañaba a Gálvez en
el momento del atentado. De ahí que este caso adquiriera el cariz de
crimen pasional. Así mencionaba el comisionado Bodega esta relación:
“Toribio del Mazo mantenía ilícita amistad con Dña. Casiana Melo,
mujer del tesorero Clemente Rodriguez de Trujillo a la que también
obsequiaba el Sr. Gálvez”.415
Demasiados indicios concurrían para que el comisionado Bodega,
nada más llegar, acusase a Toribio del Mazo del asesinato, a la vez que
el gobernador interino Sabido desviase la atención hacia el teniente
Juan José Fierros, al que tras meses de estar encarcelado no se le pudo
probar nada que sustentase su culpabilidad, además de que el día de
la muerte del intendente, al parecer, ni se encontraba en la ciudad de
Mérida. Sabido no conseguiría sus propósitos ya que al poco tiempo
se nombró un nuevo gobernador, capitán general e intendente para la
provincia, cargo que recaería en Arturo O’Neill O’Kelly.
La defensa del teniente Fierros también se basó en la recusación de
las competencias jurisdiccionales llevadas a cabo en el proceso, pues
acusaba a Sabido de haberle juzgado sin tener competencia ante el fue-
ro militar, algo bastante inconsecuente si tenemos en cuenta, como
hemos visto, que los gobernadores además eran capitanes generales
y por tanto tenían jurisdicción militar en materia de justicia; a la vez
también le acusaba de haber sustanciado la causa con el Consejo de
Indias, cuando, según él, era competencia del de Guerra, caso en el cual
sí parece tener razón. En las reformas políticas y administrativas de
257
los Borbones, las Secretarías de Despacho Universal suplantaron buena
parte del Consejo de Indias que quedó reducido en sus funciones a un
organismo meramente consultivo.416
De esta forma, se crearon dos bandos en la ciudad por parte de cada
uno de los acusados. Fierros se va a defender amparándose en la falta
de competencias judiciales de Sabido contra el fuero militar, además de
tratar de demostrar su inocencia manifestando su coartada, y lo cierto
es que los indicios contra él eran muy débiles. La defensa de Toribio del
Mazo la va a tomar su tío, el poderosísimo obispo Piña y Mazo.417 Las
relaciones del obispo trascendían las meramente provinciales ya que su
hermano Pedro de Piña y Mazo fue miembro del Consejo y Cámara en
el Supremo de Indias y, además, estuvo casado con la hermana del oidor
de la Audiencia Emeterio Cacho Calderón. A través de ambas posturas
salen a la luz, en el primer caso, las competencias entre jurisdicciones
civiles a la hora de juzgar determinados asuntos entre militares; en el
segundo, el obispo va a recurrir a su propio fuero eclesiástico y privi-
legios, haciéndolos extensivos a su familia. Va a considerar el asunto
como si la acusación fuera hacia su propia persona.
Y aquí entramos en el terreno de las bases que sustentaban la socie-
dad de la época, honor, privilegio, etc., considerados no de forma indi-
vidual, sino genérica, al linaje, a la familia, de las cuáles Piña y Mazo
va a hacer uso y abuso en sus pretensiones de que su sobrino no fuera
encausado.
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El obispo trató de mantener una cerrada defensa de sus privilegios,
extendiéndolos a toda su familia y considerando su casa-habitación una
prolongación de la inmunidad que gozaban las iglesias, en este sentido,
las denuncias del obispo Piña y Mazo no tienen desperdicio. Está claro
que en el Antiguo Régimen, el privilegio formaba parte del linaje y no
se limitaba a un solo individuo o a su familia restringida en el sentido
contemporáneo del término; también repercutía, en forma de ventajas
o desventajas, en el conjunto de los miembros de su linaje.420 A los po-
cos meses de la detención de su sobrino y al ver que todas sus actua-
ciones en la provincia fueron infructuosas, el obispo decidió elevar sus
quejas a las altas instancias coloniales, y, dirigiéndose al virrey, arreme-
tía contra las actuaciones del comisionado Bodega
haré presente a V.E. que atropellando todos los fueros y respetos
de mi dignidad y palacio, cuia situación le hace gozar de la mis-
ma inmunidad con que se atiende y venera mi propia Santa Ygle-
sia a la circunstancia de haberle conducido preso con custodia de
dragones (…) se siguió también la de que sin captarme la venia,
ni exigir los auxilios que eran tan precisos al mencionado señor
con varios Ministros de Justicia que le acompañaban procediese
dentro del referido Palacio al secuestro y embargo de los bienes
de Dn. Toribio.421
Esta denuncia del obispo fue debida a que en sus pesquisas el comi-
sionado ordenó revisar las pertenencias de Toribio del Mazo, quien, a
la sazón, habitaba en el palacio del obispo. También se pretendía inte-
rrogar a un cirujano, llamado Poveda, quién asimismo vivía en dicho
palacio. Según señalaba el escribano que acompañaba estas diligencias,
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El proceso seguido para tratar de dilucidar el asesinato del inten-
dente Gálvez se prolongó en el tiempo, sin que llegaran a aclararse del
todo las causas y quién era el verdadero culpable del homicidio, aunque
lo que sí parece indudable es que la poderosa familia Quijano estuvo
involucrada en él. A través de estas líneas hemos podido observar las
dificultades que se suscitaban en el momento de enjuiciar a cualquier
persona de las consideradas como privilegiadas en la sociedad del An-
tiguo Régimen. Las diferencias que se establecían a la hora de adminis-
trar la justicia venían propiciadas, en gran parte, por las numerosísimas
ordenanzas, leyes, competencias jurisdiccionales, a través de los cuales
la Corona trataba de solventar caso por caso. Esto es, a pesar de la exis-
tencia de corpus legales, como la Recopilación de Leyes de Indias, en las
que en teoría se recogía toda la reglamentación judicial, la existencia de
jurisdicciones privativas producía que aquéllas habían de interpretarse
según las causas que se trataran de dirimir. Al final, se puede decir que
se legislaba casi individualmente, según los casos; al tiempo que leyes y
ordenanzas se solapaban unas a otras, creando lagunas o ambivalencias
que los grupos de poder trataban de interpretarlas en su propio bene-
ficio. Consecuentemente, la diversidad judicial, las apelaciones a unos
tribunales u otros, según fueran los casos, muestran un llamativo pa-
norama de competencias entre jurisdicciones que no podían más que
incidir en las desigualdades sociales a la hora de acceder a una justicia
imparcial.
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descula agujas, que á todos nos piquen en nuestro pellejo, gran composi-
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