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En las últimas décadas se viene insistiendo en la idea de que la nación peruana, como el resto de las
naciones latinoamericanas, fue el producto de la guerra de la Independencia y de un largo proceso político
desarrollado a lo largo del siglo XIX y no a la inversa. Así mismo se ha resaltado la ausencia de una gran
parte de la población del Virreinato en la concepción ideológica de la nación y se ha insistido en la
importancia de tomar en cuenta este hecho a la hora de analizar los proyectos políticos que finalmente
tuvieron una plasmación práctica.
Adherimos a estas ideas no implica en absoluto el que dejemos por ello de considerar que muchas de las
claves que permiten entender la forma en que se desarrollaron Jos procesos de construcción nacional en
América durante el siglo XIX, pueden rastrearse en las décadas que antecedieron a las Independencias. la
especial lectura de las luces elaborada por los ilustrados peruanos en las páginas del Mercurio y, en el
caso que nos ocupa, la idea de patria presentada a sus lectores, antes que como antecedente de
acontecimientos posteriores cobra significado a la luz del ambiente político imperante en Europa a finales
del siglo XVIII, de los debates peninsulares desarrollados tras el estallido de la Revolución y, desde luego,
considerando la trayectoria que hasta entonces había seguido el criollismo limeño.
El espíritu rebelde de los pobladores tuvo un caldo de cultivo ideal a finales del siglo del XVII, pues la
Corona española estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi todos los cargamentos de plata a los
banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles. Toda la riqueza que disponía la gastaba en
constantes guerras y en la importación de mercaderías y alimentos.
La situación se agravó porque hacia 1710, las minas de Potosí estaban casi agotadas. En 1790 el 80% de
los 706 yacimientos mineros peruanos no funcionaba por falta de inversiones En 1776, Carlos III separó
Buenos Aires y el Alto Perú del Virreinato peruano y creó el Virreinato de La Plata. Abrió al comercio todos
los puertos americanos y españoles. Legalizó los repartos, impuso un alza general de impuestos. El
movimiento productivo y mercantil español fue altamente beneficiado. Los resultados de estas medidas
en las colonias fueron la ruptura del comercio entre Lima, Cusco y Buenos Aires, la expansión de los
repartos, el alza de tasas aduaneras, de las alcabalas y de los tributos.
La mayor parte de la sociedad colonial quedó afectada. Los indígenas se levantaron y también los
comerciantes y arrieros. Entre 1730 y 1780 hubo en la sociedad colonial un agravamiento de la
desocupación, la delincuencia, la emigración del campo, las hambrunas. Se produjeron unas 120
rebeliones indígenas. Era como la fiebre que revela la enfermedad en su punto más alto; destacando la
rebelión de Juan Santos Atahualpa y de Túpac Amaru II.
EL DESPOTISMO ILUSTRADO ESPAÑOL
El Despotismo Ilustrado en España fue una forma eficaz de modernización del absolutismo mientras las
piezas del sistema –rey, Domus Regia, estado modernizador, Ilustración pragmática- estuvieron
equilibradas. La época de esplendor fue la del reinado de Fernando VI, con el gobierno de Carvajal
Ensenada y aún con Wall. La llegada de los italianos con Carlos III desequilibró la formula, creando un gran
malestar político que estalló en 1766, en medio de la carestía y la protesta de las clases bajas. El nuevo
gobierno profundizó aún más el desequilibrio al hacer del rey, un Carlos III sacralizado, autoridad suprema
inapelable, la pieza única que dominaba todas las demás. La real gana permitió las reformas y un aire de
prosperidad y buen gobierno se extendió por el país a causa de ministros capaces, pero el nuevo
Despotismo Ilustrado español, forjado durante los motines, fue ahondando la idea –tan cara al rey ¡y a
muchos ministros ilustrados! - de una España eterna en que monarquía absoluta y religión única fueran
fundamentos naturales e inconmovibles del estado y de la “constitución del reino”.
Desde el gobierno de Fernando VI, e incluso antes, los jesuitas habían estado en el centro del debate entre
regalistas (partidarios de la autoridad de la Corona sobre la Iglesia) y anti-regalistas (partidarios de la
supremacía papal). A ello se agregaban los problemas generados por la guerra en Paraguay, a raíz del
tratado de 1750. Y en general, los jesuitas no eran bien vistos por su notoria influencia en la corte, y por
sus vínculos con Roma. Incluso se les atribuía un cierto carácter subversivo y regicida. En suma, su carácter
independiente e internacional los hacía incompatibles con el ideal de absolutismo de los Borbones.
Esta medida no dejó de traer consecuencias para América. Buena parte de los miembros de la orden
expulsados eran criollos con fuertes vínculos en sus regiones de origen, por lo que la medida causó gran
descontento. Más aun, algunos de los expulsados desde el exilio se convertirían en activistas en contra
del dominio español en América, como por ejemplo Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, quien escribió la
conocida Carta a los Españoles Americanos (1792).