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Paco Bernal
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A Joaquín Serrano le habían advertido como al resto de sus
correligionarios, y todos se hallaban huidos, excepto él. Sin embargo, no se
trataba de coraje, ni tampoco temeridad. Joaquín Serrano opinaba que el
calor era la causa de todo lo que sucedía y que este habría de remitir, por
cojones, no hay tierra ni animal que lo resista.
- La calorina resulta fatal. El sol penetra en los sesos, impide que rijan
los principios adecuados. Cuando se pase la calor las aguas volverán a su
cauce, aunque el símil sea dispar. La inteligencia resistirá el oprobio – y
arrugaba pausado los ojos, y luego miraba al aire.
Pero ese año fue más caluroso que ningún otro de los que tenía
memoria.
Tras caer con el cuerpo horadado y regar los terrones de una tierra
cuarteada, Joaquín Serrano se hundió en la negra memoria y cuando El Pelao
dio el recado a la viuda su nombre fue pronunciado por última vez en mucho
tiempo.
Ana Olmo guardó el billete para su hijo, que nació a finales de verano
o principios de otoño. Durante años intentó aprender a leer por su cuenta
para poder saber qué era eso que había escrito su Joaquín, pero no hubo
lugar ni manera. Y se fue de este mundo sin conocer el contenido de la nota
porque bien claro se lo dijo El Pelao, que nadie lea esto más que el niño. El
día que le pasó la nota a su hijo sintió que le desclavaban de una cruz.
Querido amigo:
Me encuentro en el clímax final y definitivo. Te envío unas palabras
que escribí esta mañana.
Siempre, Manuel.