Está en la página 1de 389

NOTA

La traducción de este libro es un proyecto de Erotic By PornLove. No es, ni


pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación con la editorial
oficial, por lo que puede contener errores.
El presente libro llega a ti gracias al esfuerzo desinteresado de lectores
como tú, quienes han traducido este libro para que puedas disfrutar de él, por
ende, no subas capturas de pantalla a las redes sociales. Te animamos a apoyar
al autor@ comprando su libro cuanto esté disponible en tu país si tienes la
posibilidad. Recuerda que puedes ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con
discreción para que podamos seguir trayéndoles más libros
Ningún colaborador: Traductor, Corrector, Recopilador, Diseñador, ha
recibido retribución alguna por su trabajo. Ningún miembro de este grupo recibe
compensación por estas producciones y se prohíbe estrictamente a todo usuario
el uso de dichas producciones con fines lucrativos.
Erotic By PornLove realiza estas traducciones, porque determinados
libros no salen en español y quiere incentivar a los lectores a leer libros que las
editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a dichos lectores a adquirir los
libros una vez que las editoriales los han publicado. En ningún momento se
intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que el trabajo se realiza de fans
a fans, pura y exclusivamente por amor a la lectura.
¡No compartas este material en redes sociales!
No modifiques el formato ni el título en español.
Por favor, respeta nuestro trabajo y cuídanos así podremos hacerte llegar
muchos más.
¡A disfrutar de la lectura!
STAFF
Aclaración del staff:

Erotic By PornLove al traducir ambientamos la historia


dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el
vocabulario y expresiones léxicas cambian y se adaptan.
SINOPSIS
Desde una edad temprana, fui intimidada y abusada.

Me obligaron a someterme.

Obligada a ser una víctima.

Hasta que un fatídico día, justo antes de cumplir dieciséis años, finalmente
me quebré.

Con el chasquido de un dedo, me convertí en una chica nueva.

Ya no era tímida.

Ya no tenía miedo.

En cambio, me armé con el conocimiento de sus secretos.

Todos los que me habían intimidado.

Todos los que habían abusado de mí.

Ya no soy su víctima.

El tímido juguete que pueden tomar cuando les dé la gana.

Ahora soy la venganza.

Soy el ojo de la tormenta.

Nada ni nadie puede interponerse en mi camino.

Y si alguien se atreve a intentarlo...

Esté preparado para pagar con sangre.

ADVERTENCIA: Este libro contiene escenas explícitas, tabú, oscuras y


retorcidas.
ÍNDICE
Capítulo 1 Capítulo 22
Capítulo 2 Capítulo 23
Capítulo 3 Capítulo 24
Capítulo 4 Capítulo 25
Capítulo 5 Capítulo 26
Capítulo 6 Capítulo 27
Capítulo 7 Capítulo 28
Capítulo 8 Capítulo 29
Capítulo 9 Capítulo 30
Capítulo 10 Capítulo 31
Capítulo 11 Capítulo 32
Capítulo 12 Capítulo 33
Capítulo 13 Capítulo 34
Capítulo 14 Capítulo 35
Capítulo 15 Epílogo
Capítulo 16 Elías Hawthorne
Capítulo 17 ¿Qué pasó con la señorita Pashmore?
Capítulo 18 Notas y agradecimientos
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
“Me gustaría ser el aire que te habita solo por un momento.

Me gustaría ser así de desapercibida y así de necesaria”

Margaret Atwood
UNO

PASADO

Sangre en las sábanas.

El grifo gotea, gotea, gotea del cuarto de baño familiar al final del
pasillo... la evidencia de lo que me hizo se ha lavado, el acto ha
finalizado.

Ya no soy pura.

Goteo, goteo, goteo.

Es el único sonido que escucho mientras permanezco inmóvil,


con los ojos fijos en la pequeña porción de papel tapiz azul que se
está despegando en la esquina de mi habitación.

El dolor físico es lo único que existe en mi mundo mientras sigo


mirando. Es lo único en lo que me permito concentrarme.

Goteo, goteo, goteo.

El acto violento de lo ocurrido me adormece emocionalmente


hasta que lo único que me queda es este espacio vacío en mi cuerpo.
Actúa como un recipiente sin nada más que este sonido constante
e interminable.

Goteo, goteo, goteo.


Los murmullos de la habitación de al lado me punzan los oídos,
pero de nuevo me quedo completamente quieta... incapaz de hacer
un movimiento o un sonido por miedo a alertarlo de nuevo.

Goteo, goteo, goteo.

Las voces cesan y la puerta de nuestra casa se cierra. Aprieto los


ojos con fuerza, y con ellos se derrama una lágrima tan grande que
brota y cae lentamente en cascada por la curva de mi mejilla antes
que acabe cayendo sobre la almohada.

El sonido mortecino y hueco del silencio llena el aire mientras


subo las piernas y las abrazo fuertemente contra mi pecho,
envolviéndome como si al hacerlo me protegiera de la maldad que
me ha tocado conocer.

En mi habitación poco iluminada y con la puerta entreabierta,


cuento:

Uno, dos, tres, cuatro, cinco...

Sigo contando hasta llegar a los miles, con la mente puesta


únicamente en esos números.

La puerta principal se abre.

Aparece Elijah.

Se me corta la respiración mientras espero a que vea la escena.

—¡¿Bryce?! —grita, con la voz temblorosa—. ¡Bryce, háblame!

Se cierne sobre mí, con el cuerpo temblando de rabia, de ira... de


miedo. Todas las emociones que debería sentir ante la evidencia que
tiene delante.

Apresuradamente, sale de mi habitación para ir a la siguiente


puerta, sus gritos de angustia llenan la casa.

—Brenda, ¿qué mierda has hecho?

Sigo sin moverme ni hacer ruido, con los ojos fijos únicamente en
ese rincón de mi habitación. Pero por dentro me duele. Por dentro,
el dolor físico se irradia a través de mí, tratando de obligarme a
reconocer lo que ha sucedido. Me obligo a no hacerlo, mis ojos
siguen fijos en esa esquina.

La respiración pesada cae en cascada a mi alrededor, y entonces


mi cuerpo es sacudido por una mano puesta a mi lado en el colchón.

—¡Bryce! —Cuando no me muevo ni digo una palabra todavía, me


toma la cabeza y me obliga a mirar fijamente esos profundos y
penetrantes ojos violetas suyos. Se amplían al ver mi expresión de
sorpresa antes que la rabia sustituya su preocupación inicial—. Voy
a prepararte un baño, cariño. ¿De acuerdo?

Desaparece, dejando solo el tenue aroma almizclado de su colonia


y la electricidad estática del poder que provoca.

El sonido del agua corriendo me agita los oídos, pero el vacío


sigue consumiéndome.

Sangre en las sábanas.

Ya no soy pura.
DOS

PRESENTE -DOS AÑOS DESPUÉS

—Pensé en traerte unas magdalenas de arándanos caseras,


teniendo en cuenta que no tienes una mujer que te cuide y todo eso.

Su intento de risa hace que la perra suene como un cuervo. Si


hubiera respondido a la puerta, le habría metido esas magdalenas
en esos labios de pato de colágeno que tiene.

—Bueno, técnicamente eso no es cierto —responde Elijah


mientras me presiono contra la puerta de la cocina, desesperada
por escuchar lo que dice a continuación—. Tengo a Bryce aquí.

Maldita sea. Joder. ¡Claro, que me tiene!

En serio, esta zorra tiene que retirarse de una puta vez.

Su risa hace que me sangren los oídos.

—Lo sé, pero es tu hijastra. Difícilmente es una compañera


dedicada ahora, ¿verdad? No puede cuidarte en todo... el verdadero
sentido de la palabra.

Inhalo una respiración aguda y furiosa, y las ganas de agarrar un


picahielos y apuñalarla en el puto ojo me consumen. Lo cuido en
todo el sentido de la palabra. Desde luego, mejor de lo que podría
hacerlo la puta Pata Daisy.

Su risa hacia ella es muy nerviosa. Un tipo de risa que dice, “sí,
puede que me ría contigo, pero me estás haciendo sentir incómodo,
así que vete a la mierda”.
—Me las arreglo, Sharon. —Hace una pausa por un segundo—.
Escucha, acabo de llegar a casa del trabajo y estoy agotado. ¿Te
importaría...?

—Oh, claro que no —jadea, interrumpiendo que le dijera


educadamente que se vaya a la mierda—. Ni siquiera te he dado la
oportunidad de quitarte ese uniforme tan bonito que tienes.

Pongo los ojos en blanco con tanta furia que realmente me duelen
los ojos. Sin duda, Cara de Pato le ha dado un vistazo completo a
su cuerpo mientras decía eso. No necesito verlos a ambos para
saber que está babeando por él.

Su risa vuelve a ser nerviosa mientras se excusa y cierra la


puerta. El golpeteo de sus botas resuena por el corto espacio del
pasillo antes que entre en la cocina, con una cesta de magdalenas
de arándanos recién hechas en la mano, oliendo bien y todo.

Maldita perra.

Elijah me localiza enseguida, de pie junto a la puerta, con el


uniforme de policía que Cara de Pato ha elogiado con tanta
elocuencia y miró con lascivia, abrazando ese cuerpo firme y
musculoso de 1,80 metros. Sus ojos violetas, intensamente
acalorados, bailan por mi simple vestido rojo. Un vestido que he
decidido llevar sin absolutamente ninguna ropa interior debajo.
Tengo casi dieciocho años y no he tenido que realzarme como lo ha
hecho Cara de Pato. Y tengo la confirmación que no lo necesito
cuando obtengo la reacción exacta que busco de Elijah.

—Veo que Daisy te ha hecho unas magdalenas. ¿No es amable?

Entorna los ojos, pero una sonrisa que no puede ocultar aparece
en un lado de su boca.

—No estés celosa, Bryce. Solo son magdalenas.

—Pfft —respondo, apartando un mechón de mi largo cabello


castaño de mis ojos—. ¿Por qué iba a estar celosa de Daisy?

—Sharon —corrige.

—Lo que sea.


Elijah arroja su impoluto sombrero de jefe de policía de Kentucky
con insignias doradas sobre la isla de la cocina, junto con las
estúpidas magdalenas que huelen increíble. Luego despeina los
pequeños mechones de cabello oscuro que le quedaron enredados
en la parte superior de la cabeza. Una visión que hace que mis ojos
se entrecierren de lujuria. Atrás ha quedado la rabia insana hacia
Daisy Cara de Pato. Se ha centrado en otra emoción más profunda
por completo.

—¿Cómo va el nuevo trabajo? —pregunto, tratando de ser toda


doméstica y mierda. Un mero intento de calmar mis hormonas, pero
que suele funcionar.

—Es pronto, pero estoy disfrutando más que nunca de la vida


laboral de escritorio, teniendo en cuenta que me estoy haciendo
mayor.

Casi me ahogo con mi propia saliva.

—Tienes casi treinta y nueve años. Difícilmente eres viejo ahora,


¿verdad?

La luz de la cocina incide en sus pálidos ojos violetas, haciéndolos


brillar como diamantes lilas. ¿Es de extrañar que todas las caras de
pato de este mundo se mueran por meterse en los pantalones de
Elijah cuando este las golpea con una mirada tan contundente que
podría arrancarles las bragas del cuerpo? Poco sabe Cara de Pato...
los planes que le tengo reservados si sigue con sus pequeñas
travesuras.

—Para alguien que apenas tendrá dieciocho años, me sorprende


oírte decir eso.

Mis ojos se vuelven más grandes que el Londres Eye. A Elijah le


gusta sacar a relucir el hecho que apenas cumpliré dieciocho años
en unos meses. Creo que puede tener algo que ver con nuestra...
convivencia.

Sea cual sea la razón, ignoro la milésima vez que saca el tema y
me vuelvo para remover el guiso de carne y verduras que tengo a
fuego lento.

—Ve a asearte. La cena estará lista en unos minutos.


No contesta, pero sé cuándo se ha ido ya que la electricidad
estática que suele dejar cuando está en la habitación se ha
disipado, permitiéndome respirar de nuevo.

Esta noche. Espera hasta esta noche, pienso, sonriendo como un


demonio. Por ahora, hago de esposa. Por ahora, cocino, horneo
galletas y hago putas preguntas estúpidas como “¿Qué tal tu día,
cariño?” y “Ve asearte porque la cena está casi lista”.

Ya sabes... porque soy así de flexible.

Un par de minutos después de remover el estofado de ternera, el


temporizador suena para avisarme que las galletas que he
preparado con tanto esfuerzo están listas. Apago la estufa, agarro
los guantes de cocina y saco las galletas del horno, cuyo olor a
recién horneado me llegan a las fosas nasales. Las coloco en la
encimera junto a las magdalenas, las mías se ven esponjosas y
perfectamente doradas.

—Intenta superar esto, perra.

Tengo el repentino deseo de agarrar un cuchillo de cocina y cortar


sus magdalenas perfectamente formadas en pequeños trozos. Estoy
segura que podría hacer que parecieran mucho menos agradables
a la vista si lo intentara.

Suspiro, forzando ese pensamiento a desaparecer. Por mucho que


quiera ser mezquina, no lo haré. Al fin y al cabo, soy quien tiene la
sartén por el mango. Solo que Cara de Pato no se da cuenta de eso...
todavía.

El zumbido relajante de su electricidad cubre el aire cuando


vuelve a entrar en la cocina. Con solo un par de pantalones cortos
negros Adidas, su pecho sin vello se levanta orgulloso como si de
alguna manera estuviera destinado a causar un impacto en el
mundo. Su cabello negro azabache está mojado y se extiende
desordenadamente sobre su cabeza como si lo único que hubiera
hecho fuera pasar una toalla por el. El olor del jabón que usa me
llega a las fosas nasales y viaja a una zona que tengo que controlar.
Bueno, al menos por ahora. Con pretensiones y todo.
—Huele de maravilla —dice Elijah mientras toma asiento en la
isla de la cocina, con los ojos brillantes. En serio, ¿cómo puede
esperar que no quiera saltarle encima cada vez que me mira así? A
veces me pregunto si no debería decirle que se calme un poco. Pero
entonces... ¿dónde estaría la diversión... y también el desafío... en
eso?

Le enarco una ceja y sigo con mis asuntos, completando mi ritual


nocturno de la cena.

—He estado practicando la cocción de estas galletas todo el día.

Y lo he hecho. Tres tandas distintas y unas cuantas palabrotas


más tarde, mis galletas están por fin listas, con el aspecto y el olor
de un horno profesional. Incluso yo estoy impresionada. Sin
embargo, la prueba está siempre en la degustación.

—Estoy seguro que tendrán un sabor increíble.

Coloco las galletas ordenadamente en una bandeja y luego nos


sirvo a cada uno un cuenco lleno del guiso antes de colocarlos frente
a nosotros. Me siento frente a él en nuestra gran isla mientras toma
una galleta y la parte por la mitad con sus hábiles manos. El vapor
se eleva desde la masa cocida, y ese olor a recién horneado me
golpea una vez más.

—¿Qué tal el día? ¿Has estudiado mucho?

Mi cuchara flota en el aire mientras fijo mis ojos en él.

—Hice un examen. Saqué un noventa y cuatro por ciento.

Aunque mis calificaciones rara vez están por debajo del noventa,
Elijah nunca deja de estar impresionado. Sus ojos se iluminan,
como siempre.

—Eso es increíble, Bryce. Deberías estar orgullosa de ti misma.


Yo lo estoy.

Y de nuevo, dice lo mismo cada vez. Por supuesto, lo absorbo todo


como el perro faldero que soy con él. Algunas personas ya se
habrían acostumbrado a los elogios a estas alturas, los habrían
desechado por ser lo mismo día tras día. Yo no. No cuando se trata
de Elijah.

Hasta hace unos meses, había ido al colegio como cualquier otra
chica de mi edad. Se metían conmigo sin cesar, así que decidí ser
un poco... imaginativa a la hora de vengarme de mis acosadores.
Esto dio lugar a un día que nunca olvidaré. Los profesores... en
lugar de ocuparse ellos mismos del problema... decidieron que
presentara la prueba SAT anticipadamente. Yo era una alumna
estrella y podía superar a todos los demás, así que ¿por qué no? No
me importaba el acoso, y al final ya no lo hacían, pero aun así... no
podía dejar pasar la oportunidad de hacerla antes y acabar con el
colegio. La razón por la que dejaron de acosarme de repente...
bueno, esa es una historia completamente distinta. Una que me
hace sonreír cada vez que la revivo.

Basta con decir que aprobé los exámenes con una de las
puntuaciones más altas que ha obtenido cualquier alumno del
condado y, gracias a eso estoy haciendo una carrera de contabilidad
en línea. Totalmente aburrido, pero por alguna razón se me dan
bien los números. Todo es tan... natural para mí. Elijah, por alguna
razón, nunca quiso que fuera a la universidad. Puso alguna excusa
sobre el acoso que sufriría allí, pero tengo la sensación que le gusta
demasiado tenerme cerca. Es una pena que no lo diga abiertamente.

—Gracias —respondo antes de soplar un poco de guiso y tomar


mi primera cucharada. Las ricas hierbas y especias golpean el fondo
de mi garganta, haciendo que me arda la lengua. Aunque a mí no
me gustan mucho las comidas picantes, Elijah no tiene suficiente.
Durante los cuatro años que llevo viviendo aquí, me he
acostumbrado a eso. Me acostumbraría a cualquier cosa por él.

—¿Qué hiciste con el resto de tu tiempo?

Me doy cuenta que, cuando me hace la pregunta, ya se ha comido


una galleta y está agarrando otra. Mis ojos se dirigen rápidamente
hacia las magdalenas. Me pregunto cuántas será capaz de digerir.

—Oh, ya sabes —empiezo, siendo lo más frívola posible—. Esto y


aquello. Hice algunas tareas domésticas aburridas... —Espié a los
vecinos—. Tomé un agradable, largo y caliente baño... —Mezclé el
té de la Señora Crossbrook con sedantes para poder secuestrar y
jugar con su perro—. Y luego leí un poco. —También tomé el cepillo
de dientes eléctrico de Elijah, me metí en su cama y me masturbé
con el—. Cosas aburridas —añado con la mejor sonrisa que puedo
reunir.

La conversación es ligera después de eso, y cuando Elijah se


levanta para irse y poder encerrarse en su estudio durante las
próximas horas para trabajar, recojo nuestros platos para lavarlo
todo y señalo las magdalenas.

—¿No te vas a llevar una de esas?

Elijah hace una mueca, con la nariz levantada.

—No... odio los malditos arándanos.


TRES
PASADO

Es el primer día que vuelvo a la escuela después de lo que me


pasó hace tres semanas, y ya hay muchos rumores sobre por qué
no he asistido. Teniendo en cuenta que mi padrastro es el subjefe
de la comisaría local, mucho de lo que ocurre a puerta cerrada es
un secreto bien guardado. Pero eso no impide que la gente
murmure.

—He oído que se la mete por el culo su traficante de drogas.


Quiero decir, es tan obvio que toma drogas. Mira las ojeras que
tiene.

Paso por delante del grupo de chicas que me miran fijamente y


aprieto mi carpeta contra mi pecho. Intento no dejar que esas
palabras me afecten, pero después de lo que he pasado, me
escuecen más de lo que ellas puedan imaginar. Sí, tengo ojeras,
pero eso es solo porque no puedo dormir por miedo a que el
traficante de mi madre vuelva a hacer una segunda ronda conmigo
para que mi madre se inyecte de nuevo.

—¿Por qué no te hiciste un favor mientras estabas fuera de la


escuela y te suicidaste?

El grupo de chicas detrás de mí se ríe mientras yo ignoro a cada


una de ellas y me dirijo al pasillo de la escuela. Por desgracia para
mí, me han acosado durante meses, simplemente porque me visto
de forma diferente con mis trajes de estilo de chica de rock de los
80 y, a veces, con el cabello rojo para realzar mis mechones
castaños naturales. Con mi impresionante color de cabello, mis
labios carnosos y mis ojos azul claro, atraigo a los chicos porque
siempre están mirando, aunque nunca lo admitan. No puedo ni
contar la cantidad de veces que los chicos se han reído de los
nombres que me ponen los demás, pero luego se hacen los
simpáticos y se me insinúan en cuanto terminan las clases y no hay
nadie más mirando.

Que se jodan.

Que se jodan todos.

—Bicho raro.

—Perra.

—Fenómeno.

—Asquerosa.

—Puta.

—Zorra.

Son los mismos nombres aburridos que me llaman día tras día
mientras voy por el pasillo hacia mi clase de inglés. Estos chicos...
realmente no pueden pensar por sí mismos. Está Brad, que es el
mejor deportista de aquí. Está saliendo con Chloe, la reina del baile
y una perra total. Yo no soy diferente a ninguno de ellos, pero como
decidí tener mi propio estilo de vestir, inmediatamente me puse un
blanco en la espalda. Chloe no lo admite, pero creo que me convirtió
en un blanco simplemente porque sabía que era una fuerte
competencia cuando empecé aquí. He visto la forma en que Brad
me mira a veces. Lo que empeora las cosas es que ambos pertenecen
a algún grupo de abstinencia sexual, por lo que creen que están por
encima de todos los demás cuando en realidad solo son una partida
de imbéciles. Creen que no soy virgen. Bueno, lo era hasta hace tres
semanas, pero incluso antes de eso me llamaban puta, así que eso
no es nada. Para ellos solo soy un blanco en movimiento. Una
simple salida para mejorar sus propias vidas miserables. Pueden
llamarme así, pero yo sé quién soy. A la única persona a la que
tengo que demostrar lo que valgo es a mí misma. El resto puede
simplemente irse a la mierda.
Tomo asiento, como siempre, en el fondo de la clase. Desde que
me ha tocado llegar a casa para cortarme el chicle del cabello unas
cuantas veces, he aprendido a no sentarme en ningún otro sitio.
Una vez, un grupo de chicos pensó que era divertido turnarse para
colocar a escondidas varios pedazos de chicle. El resultado fue que
tuve que cortarme casi todo mi cabello largo. Durante un tiempo
me quedé con el cabello corto y lo mantuve así por miedo a que
siguieran haciéndolo. Al final, lo deje volver a crecer y, desde
entonces, me siento en la parte de atrás siempre que puedo. En las
ocasiones en que no puedo, me pongo una gorra de béisbol.
Normalmente, no se permiten las gorras en la escuela, pero los
profesores nunca me dicen una palabra, simplemente porque saben
lo mal que lo paso. No es que hagan una mierda al respecto. Por
desgracia, los Brad y las Chloe de este mundo tienen demasiado
dinero e influencia por aquí.

Permanezco sentada, haciendo todo lo posible por parecer


indiferente cuando se me hace un nudo en el estómago. Como
siempre, la gente se queda mirando y la necesidad imperiosa que
llegue el profesor se impone. Mientras rezo para que aparezca, un
chico nuevo entra con un aspecto tan tímido como el mío. Mide más
o menos lo mismo que yo, como 1,65 metros, muy pequeño para
ser un chico. Sus ondas castañas están desordenadas en la cabeza,
y lleva unas gafas redondas, lo que no hace más que aumentar su
aspecto de idiota. También lleva un par de pantalones chinos con
una camisa azul debajo de su jersey marrón. Por supuesto, la gente
se queda mirando cuando entra. Chesney, uno de los aliados de
Brad, se ríe a carcajadas en cuanto lo ve.

—Miren a este maldito idiota.

Como siempre, todo el público se ríe. Una parte de mí piensa que


debería agradecer que las miradas ya no estén puestas en mí y que
ahora se fijen en un nuevo blanco, pero nada de esta situación me
hace sentir aliviada. En todo caso, la furia que hierve
constantemente en mi interior empieza a burbujear.

El chico nuevo agacha la cabeza todo lo que puede y se escabulle


hacia el fondo de la clase. Cuando está cerca de mí, le señalo el
pupitre de al lado.

—Este está libre, si lo quieres.


El chico se sube las gafas y me mira con cara de cansancio.
Cuando le sonrío para tranquilizarlo, todo su cuerpo parece
relajarse.

—Gracias.

—Oh, miren aquí, todos. Parece que la rarita tiene novio.

Aprieto los puños ante sus risas burlonas antes que un destello
de algo malvado atraviese mi mente. Si supiera todos sus secretos,
apuesto a que me dejarían en paz. Nadie aquí sería más blanco que
ellos mismo, eso es seguro. Esta gente se cree un regalo de Dios,
pero apuesto a que podría demostrárselo.

—No quieres acercarte a ella, tonto, tiene ETS.

—Ewwwwww —dicen todos al unísono mientras levantan la vista,


con los ojos fijos en nosotros. Yo y este pobre chico desprevenido
estamos ahora en exhibición para que todo el mundo se mofe,
ridiculice y se burle.

Quiero gritarles: “¿Qué mierda he hecho mal?” pero sé que sería


un esfuerzo inútil. Solo conseguirían hacer mi mundo más
miserable de lo que ya es.

—¡Todos, tranquilos!

Suelto un suspiro cuando entra el Señor Brayson, con un


ejemplar de Romeo y Julieta de Shakespeare agarrado bajo el brazo.
Lo deja en su escritorio y se dirige a un armario, lo abre y saca
varios ejemplares del mismo libro. Entrega una pila a la primera fila
y les pide que los pasen al fondo de la clase.

—Hoy vamos a leer Romeo y Julieta. —La clase grita, haciendo


que el Señor Brayson sonría—. A ver, chicos, esta es una de las
historias de amor más románticas y trágicas que van a leer.

—¿No podemos descargarla en nuestro Kindle para no tener que


llevar ese libro con nosotros? —pregunta Dina, una de las chicas
del grupo de Chloe.

El Señor Brayson niega con la cabeza, dando una carcajada en


voz baja.
—Los chicos de hoy en día. Sabes, cuando yo tenía tu edad, no
teníamos Google, ni smartphones, ni Kindles en los que confiar. Si
necesitaba una respuesta a una pregunta, habría tenido que ir a la
biblioteca y rebuscar en un sinfín de libros hasta encontrarla.

—Sí, eso es porque eres anciano —bromea Chesney, provocando


la risa de todos menos la mía y la del chico nuevo que está a mi
lado. El Señor Brayson no es anciano. Solo tiene cuarenta años.
Apenas es un señor mayor. A veces las ganas de darle una patada
en las bolas a Chesney me consumen hasta el punto que siento que
el estómago me va a explotar. Lo único que me detiene es el estúpido
enamoramiento que tengo con él desde que empecé el colegio.
Suspiro al pensarlo. Soy una tonta a veces.

—Ah, puede que sea anciano para ti, pero he vivido una gran vida
hasta ahora. A todos ustedes todavía les queda la suya por delante,
algunos de los cuales me da miedo preguntar dónde estarán dentro
de cinco años si no se ponen a estudiar.

Su sonrisa hace que yo también sonría, porque tiene razón.


Algunos de estos imbéciles no pueden distinguir entre un cuchillo
y una cuchara, son tan tontos.

A regañadientes, las dos chicas que tenemos delante nos


entregan al chico y a mí un ejemplar del libro, y nos miran con el
ceño fruncido como si fuéramos una mierda en sus zapatos.

Tomo el libro, ignorándolas por completo, y me dirijo al chico


nuevo.

—¿Cómo te llamas?

El chico nuevo levanta la vista, observando que la clase está


murmurando entre ellos mientras se reparten los libros.

—Adam.

Le tiendo la mano.

—Encantada de conocerte, Adam. Soy Bryce.


Cansado, mira mi mano antes de levantar la vista y encontrar mi
brillante sonrisa. Tal vez algo en mi sonrisa lo tranquiliza mientras
estrecha su mano en la mía y devuelve el gesto.

—¿Cuántas veces te hablan así? —pregunta, con el rostro


fruncido en una mueca.

Suspiro y me desplomo en mi silla.

—Todos los días. Pero ya me he acostumbrado.

Mentira.

Adam se inclina sobre su escritorio hacia mí y susurra:

—¿Cómo te acostumbras a eso?

No lo hago.

—Cuando te lo dicen con la suficiente frecuencia, al final empieza


a parecer que me están saludando.

—¡Bryce! —El Señor Brayson grita, haciendo que tanto Adam


como yo saltemos al mismo tiempo. Pongo mis ojos al frente,
fijándolos en el profesor—. Ya que tienes tantas ganas de usar tu
voz esta mañana, ¿por qué no lees los dos primeros capítulos del
libro para todos?

Algunas risas resuenan en la clase, pero se acallan cuando el


Señor Brayson mira fijamente a las chicas en cuestión. Me quejo
interiormente, pero abro obedientemente las primeras páginas para
empezar a leer.

Este va a ser un puto día largo.


CUATRO

PRESENTE

Una vez terminados los platos, coloco los restos del guiso en un
recipiente hermético y envuelvo un par de mis galletas antes de salir
de casa para tomar mi aire fresco nocturno. Bajo los tres escalones
de nuestra casa y recorro los pocos metros que hay hasta la puerta
de al lado, sabiendo que Frank estará allí, fumando un porro y
espiando a los vecinos como siempre. Doy la vuelta al porche de su
casa y, efectivamente, está sentado en su habitual mecedora,
fumando su porro al amparo de la oscuridad.

—Hola, Frank —le saludo con una gran sonrisa. Siempre sonrío
mucho a Frank. Llevo dos años visitándole y teniendo nuestras
pequeñas charlas nocturnas mientras fumamos hierba juntos y nos
quejamos de los vecinos.

—Hola, capullo de rosa —responde. El apodo que tiene para mí


me llena de calidez. Una noche, después de la tercera o cuarta
visita, Frank empezó a llamarme capullo de rosa por mis bonitos
labios.

—He hecho estofado y galletas. —Los sostengo en el aire para que


los vea.

—Sé una muñeca y ponlas en la cocina por mí. Me lo comeré


luego.

Hago lo que me indica, abriendo su chirriante mosquitero antes


de colocarlos en su vieja encimera de los años 70. Su casa está un
poco deteriorada y no ha sido renovada en años, pero así es como
le gusta a Frank. Mientras esté seguro y feliz, eso es lo único que
importa.

Cuando vuelvo a salir, Frank me da unas palmaditas en la


mecedora que tiene al lado para que me siente. Hasta hace un año
y medio, solía sentarme en los escalones frente a él, pero como mis
visitas nocturnas se convirtieron en un hábito, decidió comprarme
una silla para que no se me deformara el culo... como él mismo dijo.
Frank es el tipo más dulce que he conocido. Es afroamericano, tiene
más de setenta años y vive solo en la casa que una vez tuvo con su
esposa, que desgraciadamente murió hace cinco años. Ahora Frank
tiene cáncer de intestino, de ahí que se auto medique con
marihuana. Yo había intentado rechazar el ofrecimiento porque él
lo necesitaba más que yo, pero Frank insistió. Dice que es como
beber socialmente con los amigos. Sería aburridísimo si uno de ellos
permaneciera sobrio toda la noche.

Me siento en su silla y suelto un suspiro largamente necesitado.


Nada más sentarme, Frank me pasa el porro.

—¿Qué ha pasado hoy? —pregunto, inhalando mi primera


calada, echando la cabeza hacia atrás contra el asiento mientras
exhalo. La primera calada es siempre la mejor.

—No mucho —responde—. Betty, allí —dice señalando a nuestra


vecina justo delante de nosotros—. Tuvo una discusión con su
marido por unos mensajes de texto que encontró en su teléfono.

Enarco una ceja hacia Frank, devolviéndole su porro.

—Interesante. —Siempre pensé que el marido de Betty, John, era


un tipo muy aburrido. Ir al trabajo, volver del trabajo, comer, ir a
dormir, lavarse y repetir.

—Siiiii —dice antes de inhalar su porro—. El número veinticinco


cortó el mismo tramo de césped diminuto durante más de una hora
antes que le entregaran un paquete de Amazon. Y vi que Cara de
Pato pasó por el número treinta y dos.

Pongo los ojos en blanco al ver que somos nosotros.


—Sí, trató de engatusar a Elijah con su charla dulce y sus
magdalenas de arándanos, que él odia, por cierto.

Frank me dedica una sonrisa cómplice antes de volver a mirar a


los vecinos. Me recuerda a un rey inspeccionando su reino, el que
todo lo ve y todo lo sabe de su pequeño imperio. No estoy segura de
cuánto sabe de mi situación, pero puedo aventurar que bastante.
Apuesto a que ha oído e incluso ha visto un par de cosas de mí casa.

—¿Cómo han ido tus clases en línea hoy?

—Aburrido —respondo, porque es la verdad.

—¿Por qué lo haces entonces?

—Porque es lo que se me da bien. Elijah siempre me dijo que


hiciera lo que se me da bien.

A pesar que sus labios se tuercen hacia un lado, Frank se guarda


sus comentarios para él mismo. Tengo la sensación que no le gusta
mucho Elijah, pero sabe lo mucho que lo quiero. Supongo que
decide morderse la lengua por mi bien. Es una de las muchas cosas
que me gustan de él.

—Cada noche que te veo es como si te hicieras mayor —comenta


Frank, tendiéndome de nuevo el porro. Lo agarro e inhalo antes de
responder.

—Me haces parecer una niña.

Su frente se arruga, con profundas líneas de expresión.

—No me gusta la idea que te quedes todo el día sola en esa casa
tan grande. Solo tienes diecisiete años. Deberías salir con chicos,
volver a casa borracha y vomitar por todo el porche.

Echo la cabeza hacia atrás, enarcando una ceja con una sonrisa.

—Me suena como un infierno. Además, por ahora tengo la vida


que quiero, y eso es lo principal, ¿no crees?

Poco sabe Frank, que tengo muchas cosas que hacer para pasar
el tiempo.
Al final se encoge de hombros.

—Supongo que sí. Se trata de lo que te haga feliz.

Doy una última calada y se lo devuelvo.

—Créeme cuando digo que las cosas están mucho mejor a como
estaban.

Hace una mueca visible, pero no dice nada más. Frank es


consciente de lo que me pasó hace dos años, pero nunca saca el
tema. También le agradezco eso. No quiero su compasión. No quiero
la compasión de nadie.

Tras unos minutos más de charla, me despido y me voy,


diciéndole a Frank que lo veré mañana por la noche a la misma
hora. Nunca me quedo mucho tiempo, solo una media hora, pero
es la parte de mis noches que más espero. La otra es lo que voy a
hacer a continuación.

Lamiéndome los labios y sintiendo el ligero zumbido del porro,


me dirijo al interior, voy a cepillarme los dientes para ocultar el olor
y sirvo un saludable vaso de bourbon. Me alboroto el cabello, hago
un mohín con los labios y aprieto los pezones entre los dedos antes
de agarrar la bebida y dirigirme al estudio.

Llamo suavemente, pero no le doy tiempo a permitirme la


entrada. Elijah está con la cabeza agachada y una montaña de
papeles esparcidos por su escritorio mientras escribe furiosamente
algo con su bolígrafo estilográfico. Doy la vuelta a su mesa y dejo la
bebida en el borde de la misma.

—¿Qué haces ahí? —le pregunto, espiando por encima de su


hombro.

Tira el bolígrafo y toma su bebida, que se bebe de un solo trago,


suspirando profundamente.

—Es el presupuesto anual. Hace que me duela la cabeza.

Me inclino a propósito, con una mano en el respaldo de su silla y


la otra apoyada en su escritorio. Estoy a una distancia que le
permite olerme y, desde luego, ver a través de la parte superior de
mi vestido, que ahora está abierta para que pueda contemplar mis
pechos desnudos. Y, efectivamente, respira entrecortadamente,
provocándome un profundo deseo en la boca del estómago.

—¿Quieres que te ayude? —Le ofrezco, con los ojos fijos en la hoja
de cálculo que tiene abierta en su portátil.

Una bocanada aliviada de aire abandona su cuerpo.

—Si pudieras, sería genial.

Colocando mis piernas a ambos lados de las suyas, me siento en


su regazo, inclinándome ligeramente para ver la pantalla. Su
endurecida polla no tarda en saludarme, haciendo que mueva el
culo contra su polla. Sus manos se posan en mis piernas desnudas,
apretándolas ligeramente, su deseo aumentando.

Sin embargo, me esfuerzo por hacer el papel, con los ojos todavía
fijos en la pantalla.

—¿Supongo que estás teniendo problemas para conseguir que


estos se sumen?

—Sí —responde, con una voz deseosa y desesperada. A pesar de


su resistencia, ya me desea.

Siempre me desea.

Mis ojos recorren la línea con cifras hasta que se posan en un par
que parecen extrañas. Señalo la pantalla.

—Estas dos están mal, pero puedo arreglarlas por ti, si quieres.
—Vuelvo a frotar mi culo contra él, haciendo que sisee de placer.

—Sí. Hazlo.

Levantándome pero aún a horcajadas sobre él, coloco mi mano


en su regazo y saco su polla que me espera. Mi corazón late como
un tambor, mi mente está inundada de nada más que la sensación
de tenerlo así debajo de mí. Sin aliento, coloco la punta de su polla
en mi entrada y me deslizo lentamente hacia abajo, el siseo de su
respiración vuelve a hacer que el deseo se dispare en mi estómago.
—¡Joder! —grita Elijah cuando por fin lo meto completamente
dentro de mí.

Muy lento y metódicamente, me elevo, antes de encajarme de


nuevo en su polla, todo eso mientras intento concentrarme en
corregir estas cifras.

—Este... uno —digo, con la respiración entrecortada mientras


señalo la pantalla—. Tienes los dos números mezclados. E... error
fácil... de... hacer. —gimo mientras su polla se encuentra con cierto
punto dulce. Mi cabeza se inclina involuntariamente hacia un lado,
mis ojos se cierran mientras mi cuerpo me pide que me concentre
únicamente en el placer que me está dando.

—Date prisa... joder... Bryce —me pide entre gemidos.

Lo estoy volviendo loco, hasta el punto de detonar. Tanto Elijah


como yo no somos lentos, pero ahora mismo es una necesidad para
poder hacer estas cifras.

Tan rápido como puedo, cambio los dos números y luego miro el
otro número ofensivo. Intento desesperadamente resolverlo en mi
cabeza, pero cuanto más dure esta lentitud, más difícil me resultará
resolverlo.

—Bryce —advierte Elijah, con sus dedos clavados en mis caderas.


Maúllo como un gato salvaje, pero mis ojos permanecen fijos en la
pantalla mientras tecleo lo que creo que es el número correcto. Pero
sigue sin cuadrar. Maldigo en voz baja, mi cuerpo me insta a
liberarme pero también sé que mierdas como esta hacen que el sexo
que compartimos sea el más acalorado.

—Joder —vuelve a maldecir Elijah, con la respiración aún más


agitada. La urgencia en su voz me obliga a concentrarme en la tarea
que tengo delante. Me doy cuenta rápidamente que yo también he
mezclado los números, así que me apresuro a cambiarlos y casi
grito “eureka” cuando coinciden.

—¡Hecho! —grito, acelerando el ritmo.

—¡Ya era hora!


Tan rápido como un rayo, Elijah me empuja hacia arriba
mientras sigue dentro de mí, me inclina sobre su escritorio y
presiona un lado de mi cabeza contra el papeleo. Una vez
completamente sumisa bajo él, Elijah empuja salvajemente,
gruñendo y gimiendo como un puto animal.

Y me encanta.

—¡Maldita perra! —ruge, sus gritos feroces hacen que me


tiemblen las piernas.

Con su otra mano libre, llega hasta la parte superior de mi


vestido, tirando con tanta fuerza hacia abajo que se rompe en su
agarre. Al liberar mi pecho, lo toma con la palma de la mano y me
aprieta el pezón entre el pulgar y el índice.

Un gemido profundo y vibrante sale de mis labios, haciéndome


cerrar los ojos y rendirme al placer que está forzando en mi cuerpo.
La mano que tiene en mi cabeza se aprieta, sujetando un mechón
de mi cabello, mientras su placer se apodera de él. La mano sobre
mi pecho vuelve a apretar el pezón antes de recorrer el contorno de
mi cuerpo y golpear mi culo desnudo.

Me sobresalto, lo que hace que mi coño lo apriete aún más.

—¡Mierrrdaaaaa! —Elijah grita, y es eso lo que hace que mi


orgasmo aumente y se desborde rápidamente en un enorme
choque.

—¡Oh, mierda! —grito, mi cuerpo temblando y mis gemidos


resonando en su estudio.

—¡Joder, mierda, Bryce, vas a hacer que me corra!

Ruge, se queda quieto dentro de mí mientras su semen se dispara


en mi interior. Durante unos segundos nos quedamos así, con mi
cuerpo temblando por el orgasmo, con la respiración entrecortada.

En cada ocasión. En cada oportunidad, Elijah no decepciona.


Supongo que a él le ocurre lo mismo, teniendo en cuenta que nunca,
jamás puede decirme que no. A pesar de querer alejarse, no puede.
Así que para llegar a un acuerdo, represento nuestra pequeña farsa
ante el mundo exterior, tal y como él quiere. Es por la noche cuando
caen las mascaras. Llega la oscuridad y todo cambia. Al amparo de
la oscuridad, él es mío.

Todo mío.

—Gracias por ayudarme —dice finalmente, saliendo de mí y


volviendo a meter la polla en los pantalones cortos.

Me doy la vuelta y enarco una ceja.

—Por las cifras... o por la...

—Las cifras —me interrumpe, evidentemente ansioso por volver


al trabajo.

Sonrío mientras se sienta de nuevo en la silla, recogiendo un


papel al mismo tiempo. Elijah es una criatura curiosa. Tiene deseos
y necesidades como cualquier otro hombre y me utiliza como
herramienta para desahogar esos deseos. Todo lo que hay antes y
después es tan clínico como puede garantizar. Su vergüenza por
desear con pasión a su hijastra de diecisiete años le pesa a diario.
Junto con el hecho que ha ascendido tanto en su carrera, sería una
gran impresión si se supiera que llega a casa y se folla a su hijastra
de diecisiete años todas las noches.

A veces incluso más de una vez.

—Estaré en mi habitación si me necesitas —murmuro,


apartándome de su vista para que pueda volver a su trabajo. El
único reconocimiento que obtengo es una rápida inclinación de
cabeza mientras se concentra en el papel que sujeta con tanta
fuerza que temo que lo rompa. Ahora que el acto está hecho, espera
que me vaya para poder respirar de nuevo. No soy tan estúpida
como para no darme cuenta que mi presencia una vez que está en
casa por la noche le produce cierta ansiedad. Pero el sexo entre
nosotros es demasiado sensacional para que él deje de hacerlo. A
veces, cuando hay noches en las que no puedo dormir y estoy
vagando por los pasillos, le oigo gemir mi nombre. Demasiado
tentador para dejarlo pasar, a menudo me cuelo en su habitación y
hago realidad esos sueños que tanto le hacen gemir. El mero hecho
de deslizarme bajo las sábanas sin que él lo sepa y abrirme paso
lentamente hasta su polla ya erecta me tienta tanto que se ha
convertido en una costumbre habitual.

En mi habitación, no me molesto en cerrar la puerta. Me dirijo


directamente a mi calendario y marco otro día que me acerca a mi
decimoctavo cumpleaños. Cuando cumpla los dieciocho y todas las
piezas del ajedrez estén donde yo quiero, Elijah será mío.

Para siempre.

Nada ni nadie podrá interponerse en mi camino.

Ni siquiera el propio Elijah.


CINCO

PASADO

—Miren lo que trajo el gato, señoras —se burla Chloe en el pasillo


mientras me apresuro a llegar al almuerzo. Intento pasar entre los
bufones que se ríen, pero Chloe me bloquea el paso. Miro su rostro
perfectamente redondeado, su impecable piel bronceada y el brillo
sedoso de su cabello rubio claro que siempre consigue ser más
brillante que el de los demás. Me mira con sus aburridos ojos
marrones… la única parte aburrida de ella… antes de pasearlos
tranquilamente por mi mono, haciendo una mueca de desprecio
mientras hace el recorrido. Una vez que ha terminado de criticar mi
elección de atuendo, vuelve a levantar la vista.

—Tu padrastro es el subjefe de policía. ¿No puede permitirse ropa


mejor que la que parece comprada en una tienda de segunda mano?
—El grupo de chicas está pendiente de cada una de sus palabras
mientras se burla de mí. Estoy a punto de preguntarle si ha
terminado por hoy cuando, de repente, jadea y se lleva un dedo a la
barbilla como si recordara algo—. O... quizá tenga algo que ver con
el hecho que tu madre es una puta adicta al crack.

Las chicas estallan en carcajadas, pero no me quedo para


escuchar más. Esta vez me deja pasar porque ya ha dado el golpe
que venía a dar. No es muy conocido que mi madre se drogue por
estos lados, ya que Elijah mantiene un estricto control de sus
asuntos en la medida de sus posibilidades, pero ha habido alguna
que otra ocasión en la que mi madre se ha escapado de casa y ha
sido vista desmayada en el bar local o en la casa del vecino. Elijah
lo ha solucionado rápidamente, como lo hace con todo, pero eso no
ha impedido que se formen rumores.

Tan rápido como puedo, abro la puerta del comedor, pero en el


momento en que paso, un pie se coloca delante de mí. Salgo volando
hacia delante, intentando por todos los medios evitarlo, pero es
demasiado tarde. Caigo de bruces, y mi carpeta de apuntes y mis
libros salen volando delante de mí.

Toda la sala estalla en carcajadas, lo que hace que mis mejillas


ardan de total humillación. Estoy a punto de intentar levantarme y
recoger mis cosas cuando aparece Adam, agachándose y recogiendo
todas mis pertenencias del suelo. Cuando empiezo a levantarme,
aparece su mano, ofreciéndome ayuda para levantarme.

—Aww, mira eso. El nuevo novio de la rarita está siendo un


caballero —comenta Brad. No veo a Brad, pero reconocería su voz
en cualquier lugar.

Cuando me levanto y le doy las gracias a Adam, me quito el polvo


del mono y me doy la vuelta. Efectivamente, Brad está en la puerta
con sus secuaces, seguido de Chloe y los suyos. Todos miran y
sonríen, sin duda disfrutando de la degradación que me están
infligiendo. Supongo que el hecho que Chloe me arrinconara allí fue
deliberado para que Brad se colocara en su sitio, listo para hacer
su jugada en este momento.

—Me pregunto si lo querrá después de saber que ese imbécil se


moja.

Mi humillación es reemplazada por la ira ahora que están


involucrando a Adam en sus mezquinos juegos. Estoy a punto de
mandarlos a todos a la mierda cuando Brad aparece de repente con
su botella de agua y la aprieta frente a la entrepierna de Adam. El
agua le empapa, mostrándose inmediatamente, haciendo que
parezca que se acaba de orinar encima.

Me vuelvo hacia Adam, que parece estar a punto de llorar, así que
le agarro de la mano y, lo más rápido que puedo, le hago desfilar
por los pasillos para que salgamos por la entrada trasera. Todo el
tiempo, todo el mundo está señalando y riendo, pero los ignoro lo
mejor que puedo. Prácticamente lo llevo arrastrando hasta las
gradas del campo de fútbol, y solo cuando estamos completamente
alejados de todo el mundo y de sus patéticos comentarios burlones,
lo siento y le agarro la mano.

—¿Estás bien? —le pregunto, sabiendo que es una pregunta


jodidamente estúpida.

Trata de limpiarse los pantalones, aunque no hay forma de


quitarle la mancha del agua. Por suerte, es un día cálido, así que se
secará rápidamente.

—Creía que mi antiguo colegio ya era bastante malo —se queja.


Moquea un poco, haciendo lo posible por secarse las lágrimas para
que no las vea.

—¿Dónde estaba tu antiguo colegio? —le pregunto.

—En Texas. Nos mudamos aquí porque mi madre es de Kentucky


y echaba de menos a su familia. Ella encontró rápidamente un
trabajo, y mi padre su propia tienda para dirigir, así que fue una
obviedad, supongo.

Intrigada, le pregunto:

—¿Así que no extrañas ese lugar?

Niega con vehemencia con la cabeza.

—No. Solo quería salir de esa escuela. Aunque parece que he


saltado de la sartén al fuego. —Se ríe de su propia broma.

—Siempre habrá una escuela que sea peor que la anterior. Por
desgracia, es la naturaleza de la bestia.

Adam mira detrás de nosotros hacia la escuela.

—No quiero volver allí después de esto. No creo que pueda volver
allí nunca más.

Una ira profunda se instala en mi vientre. No por Adam, sino


porque esos imbéciles de allí han hecho que se sienta así. Una cosa
es intimidarme a mí, pero otra muy distinta es que ahora hayan
involucrado a otra persona. Si solo supiera qué hacer.
—Volveremos allí porque tenemos que hacerlo. Si lo dejamos para
mañana, el problema seguirá ahí. —Me froto un poco la rodilla, que
ahora me palpita. Adam se da cuenta enseguida.

—¿Qué pasa?

—Nada —suspiro—. Solo he aterrizado un poco fuerte en mi


rodilla.

Los labios de Adam se afinan en una línea dura.

—Esos hijos de puta no tenían derecho a hacerte tropezar así. Si


alguna vez hiriera a una mujer así, mi padre me tiraría de la oreja
y me llevaría al refugio para mujeres más cercano hasta que
aprendiera a mostrar algo de respeto de nuevo.

Me rio de eso.

—Apuesto a que tu padre es un éxito con tu madre.

Me devuelve la sonrisa, y es entonces cuando veo lo guapo que es


Adam. No es mi tipo, ni mucho menos, pero definitivamente hay un
indicio que algo está floreciendo allí.

—Lo es. Llevan casados más de veinte años y solo me han tenido
a mí. Soy su chispa brillante, como me llaman. El único problema
es que mi inteligencia tiene un límite. Parece que soy genial en todo,
pero cuando se trata de matemáticas, soy un completo fracaso.

Frunzo el ceño ante eso.

—¿De qué notas estamos hablando?

—Promedio de C. —Hace una mueca.

Me rio a carcajadas.

—Vaya, pensé que me ibas a decir que sacabas D o F. Un C sigue


estando aprobado.

—Sí, pero aprobar a duras penas no es suficiente cuando saco A


en todo lo demás.

Frunzo el ceño y lo rodeo con el brazo.


—Bueno, Adam. Hoy es tu día de suerte, porque nunca saco nada
menos que un sobresaliente A en matemáticas.

Echa la cabeza hacia atrás, haciendo que un mechón de su


cabello castaño caiga delante de sus ojos.

—¿En serio?

Le doy un codazo.

—Oye, no parezcas tan sorprendido.

—Lo siento. No quería decir eso. —Mira tímidamente hacia sus


pies.

—Si a tus padres les parece bien, puedo ir a darte clases algún
día. —No hay manera que venga a la mía con mi madre y la mierda
que pasa en casa.

Levanta la cabeza.

—¿De verdad? ¿Harías eso?

Considerando que Adam parece ser la única persona decente en


la escuela, es una obviedad.

—Por supuesto.

Su cara se ilumina con la sonrisa más bonita. Me recuerda a un


cachorrito al que solo quieres cuidar y abrazar.

Al recordar la escuela, miro el reloj y veo que solo faltan cinco


minutos para la siguiente clase. Consigo arrastrar a Adam de
vuelta, aunque de mala gana, y aunque el resto del día es una
mierda y los insultos siguen volando, no son en absoluto tan graves
como antes.

Una vez terminadas las clases, me despido de Adam y regreso a


casa. Por suerte, en donde vivimos, solo tengo que caminar quince
minutos de ida y vuelta, así que es un viaje relativamente fácil.
Sobre todo porque la mayoría de los chicos tienen auto o sus padres
los llevan, lo que significa que, afortunadamente, me dejan sola.
Bueno, digo que me dejan sola. A veces, los pervertidos que van en
auto bajan las ventanillas y me gritan cosas.

“Oye, niña, ¿quieres un caramelo?” O, “¿Quieres que te lleve a casa


desde la escuela? Te compraré un helado”.

Malditos sucios.

Llego a casa y tiro mi bolso en la isla de la cocina antes de ver si


hay alguien. Elijah está en el trabajo, y mi madre... A saber dónde
está. Ya no me importa. Desde lo que pasó hace tres semanas, ha
mantenido un perfil bajo. Además, Elijah la ha hecho trabajar como
voluntaria en un refugio para indigentes desde que perdió su
trabajo en una empresa de contabilidad hace un mes. Supongo que
de ahí viene mi resolución numérica. Para mi disgusto, por
supuesto.

Como estoy sola, saco todos los libros de texto del bolso y opto
por terminar con los deberes mientras la casa está tranquila. Una
vez hecho esto, miro la nevera para ver si puedo preparar algo de
cena para todos. Desde que mi madre ha decidido abandonar el
vagón, soy la cocinera de la casa. Aprendí a cocinar porque tenía
que hacerlo.

Estoy a punto de sacar unos trozos de pollo para freírlos cuando


el sonido de las voces de fuera me agudiza los oídos. Me apresuro a
acercarme a la ventana para ver quién está fuera, pero encuentro a
mi madre con un hombre que no reconozco a punto de subir las
escaleras hacia la puerta principal.

Con el corazón acelerado y el miedo como ningún otro, me hacen


recoger todas mis cosas para que parezca que no estoy aquí, subo
corriendo las escaleras como si mi vida dependiera de eso. Entro en
mi nueva habitación, a la que me he mudado después de ser violada
en la anterior, y cierro rápidamente la puerta tras de mí, dejando la
llave dentro, por si acaso. Si es necesario, me encierro también en
el baño.

Mientras me siento en la cama, el único sonido que se oye por


ahora es mi pesada respiración. Me aferro el bolso con fuerza al
cuerpo, meciéndome de un lado a otro mientras tiemblo con pánico
tan fuerte que las náuseas burbujean y me golpean en la garganta.
Cuando la puerta principal se cierra, me dirijo lo más rápido y
silenciosamente posible hacia mi puerta, presionándome en ella
todo lo que puedo. Coloco el oído hacia la rendija de la puerta,
esperando el sonido de los pasos que se acerquen a mi habitación.

—¡Elijah! ¡Bryce! —me llama mi madre, haciendo que mis ojos se


cierren con fuerza y mi respiración vuelva a agitarse—. ¡Elijah!
¡Bryce! —vuelve a llamar. Me trago la bilis que me sube del
estómago y mantengo el oído pegado a la pequeña rendija por si hay
algún sonido—. ¡Parece que no están aquí! —dice antes de soltar
una risita. Sus voces murmuradas retumban hasta que acaban por
desvanecerse, y entonces el sonido de lo que creo que es la puerta
de su habitación se cierra con un clic.

Al darme cuenta que no está detrás de mí, me deslizo por la pared


junto a la puerta y llevo mis rodillas hasta el pecho. Mis brazos se
colocan alrededor de ellas, abrazándolas fuertemente contra mí.
Mientras el lejano murmullo de los gemidos atraviesa las paredes,
lloro. Las lágrimas calientes y furiosas se derraman por mis mejillas
y no cesan. Incluso después que quienquiera que fuera ese hombre
se haya ido y se haya reanudado el silencio total, sollozo en silencio
contra mis rodillas.

Cuando el día se convierte en atardecer, me tumbo de lado, con


las rodillas todavía metidas en el pecho. Me quedo mirando, con la
mente inundada de rabia. Tanta puta rabia que estoy harta. Mi
cuerpo me insta a gritar, a clamar “¿por qué a mí?” al mundo. ¿Qué
diablos he hecho para merecer esta mierda? Soy una buena
persona. Voy a clases, estudio y saco buenas notas. No soy un
problema para nadie. Entonces, ¿por qué la gente parece pensar
que puede pasarme por encima? ¿Por qué la gente parece pensar
que puede castigarme por algo que no he hecho, joder?

Hay tanta rabia que no puedo pensar con claridad, así que
cuando Elijah llega a casa y me llama por mi nombre, al principio
no lo percibo. No hasta que golpea mi puerta, la urgencia en su voz
me hace actuar.

Me levanto del suelo, abro la puerta y mis ojos se encuentran con


los suyos, de color violeta intenso. Son salvajes e inamovibles
mientras escudriña todo mi cuerpo en busca de signos de posibles
lesiones.
—¿Estás bien? ¿Estás a salvo? Nadie te ha hecho daño, ¿verdad?

Preguntas. Tantas preguntas, cada una de las cuales me enfurece


más que la anterior.

—Estoy bien —respondo, con los dientes rechinando sin poder


ocultar mi furia. Los ojos de Elijah se dilatan, probablemente
sorprendido por mi repentino arrebato.

Bryce, siempre dócil. Bryce, no haría daño a una mosca... bendita


sea.

Bueno, ya no hay más.

Sin decir nada más, empujo a Elijah y me dirijo a las escaleras.


Mi rabia es tan grande que se me llenan los ojos de lágrimas
ardientes.

—Bryce, ¿qué pasa? —Elijah grita detrás de mí, pero decido


ignorarlo.

A estas alturas, el atardecer se ha convertido en oscuridad.


Normalmente, la oscuridad me asusta, pero inhalo un fuerte
suspiro, la determinación se instala en mi rígido cuerpo.

Al final de las escaleras, no registro ninguna señal de mi madre,


pero supongo que es porque ahora se ha inyectado cualquier mierda
que le haya dado ese imbécil a cambio de un polvo rápido.

Con los ojos puestos en la puerta, giro el pomo para salir. Pero
justo cuando estoy a punto de pasar, Elijah me agarra del brazo.
Me detengo en seco pero no miro a mi alrededor.

—Bryce, habla conmigo. Dime qué ha pasado para que estés así.
—Me agarra del brazo con más fuerza, lo que no hace más que
avivar mi rabia—. Dime qué mierda ha pasado.

Vuelvo a girar la cabeza hacia él con tanta violencia que retrocede


un poco, completamente desconcertado por mi repentino y
completo cambio de comportamiento. Al ver lo que debe ser una
mirada de locura en mis ojos, traga con fuerza antes de separar la
boca con desconcierto.
—Me diste un baño.

Esas son las únicas palabras que le ofrezco mientras arranco mi


brazo de su agarre y atravieso la puerta antes de cerrarla de golpe.

En serio, ¿qué espera? Llegó a casa después que me violara el


traficante de mi madre y, en lugar de llevarme al hospital y llamar
a la policía, me dio un puto baño. Se creyó un puto héroe al
cuidarme y luego mandarme a hacer un análisis de sangre para
asegurarse que no me había contagiado nada de mi violador.

Qué jodidamente decente de su parte.

¡Odio a mi madre, odio a Elijah y odio al puto mundo! Todos estos


pensamientos gritan en mi cabeza mientras bajo los escalones a
trompicones antes de tomar un enorme respiro y limpiarme las
lágrimas.

—Tengo un poco de pastel de espinacas que no voy a comer, si lo


quieres.

La voz procedente de las sombras de la puerta de al lado me hace


saltar un poco. Entrecierro los ojos en la oscuridad pero me acerco
a Frank. Sé su nombre y sé que vive solo, pero eso es todo lo que sé
de nuestro vecino. Al igual que nosotros, es muy reservado la mayor
parte del tiempo.

Doy el primer paso y observo a Frank sentado en su mecedora,


con un porro en una mano. Cuando se da cuenta que lo estoy
mirando, lo levanta en el aire.

—Tengo cáncer de intestino. Esto me ayuda con el dolor.

Mi corazón se calma un poco por mi calvario, y resoplo antes de


limpiarme la nariz con el dorso de la mano.

—Siento oír eso —digo finalmente, con los pies todavía plantados
en su primer escalón.

Frank se limita a encogerse de hombros.

—Ah, es lo que es. No puedo refunfuñar por lo que no puedo


cambiar. Además, tengo la sensación que mi señora se está
aburriendo ahí arriba sin mí, así que me está ayudando un poco en
el proceso.

—¿Así que es terminal? —pregunto, acercándome un poco más a


él.

Inhala una gran bocanada y, con voz grave, responde:

—Sí. Me queda uno, quizá dos años.

Tengo en la punta de la lengua soltar la misma mierda que hace


un momento. Es la respuesta natural de todo el mundo, disculparse
al oír que alguien se está muriendo o está muerto. En lugar de eso,
cierro la boca y subo los últimos escalones que quedan para llegar
a su porche, y mis ojos se posan en la rebanada de pastel de
espinacas que no se ha comido.

—No tengo otra silla, pero puedes sentarte en mi escalón y comer.


Debes tener hambre.

Estoy a punto de preguntarle cómo es posible que lo sepa, pero


supongo que es porque vive justo al lado, donde puede ver y oír casi
todo lo que ocurre en nuestra casa.

—Gracias —respondo, agarrando el plato y metiéndome un


enorme trozo en la boca, los sabores del queso y las espinacas
golpeando mi lengua y haciéndome desear más.

—Oye, ten cuidado con eso, señorita. Te vas a indigestar si sigues


comiendo así.

—Tengo hambre. —Es todo lo que puedo responder mientras sigo


masticando desesperadamente la comida.

—Ya veo. —Me sonríe, pero la sonrisa parece triste. Desvío la


mirada, porque si se compadece de mí, no quiero verlo en sus ojos.

—¿Te sientas aquí afuera a menudo? —pregunto, necesitando


algo que decir.

Frank deja de mecerse un momento para responder:


—Todas las malditas noches. Es increíble, la mierda que ves
cuando los vecinos creen que nadie está mirando.

Me trago el último bocado antes de colocar el plato a mi lado y


quitarme las migas de las manos.

—¿De verdad? —De repente, esta noche se está volviendo


bastante interesante—. ¿Puedes decírmelo?

Sonríe, sus ojos marrones oscuros se iluminan con una picardía


que hace que la excitación burbujee en mi interior.

—Bueno, Sharon, que está allí, siente una gran atracción por tu
padrastro. Siempre lo está mirando, cada vez que sale de casa y
cuando vuelve. Obviamente, ella piensa que él está muy bueno.
Nunca veo a ningún hombre ir a su casa, pero sí veo a la esposa del
reverendo local visitándola a menudo. Viene un par de horas o
menos y luego se va. No sé qué está pasando. Quizá sea una secta.
—Me rio, haciendo que Frank mueva la cabeza hacia mí—. Lo
lamentarás mucho si tengo razón.

—¿Algo más? —pregunto, con el estómago totalmente saciado y


la mente por fin relajada.

Frank echa un vistazo a las casas vecinas antes de responder:

—El número veintisiete tiene un gato al que le gusta hacer caca


en el jardín delantero del vecino. Solo lo hace por la noche, así que
por la mañana, cuando se despiertan y encuentran caca en su
césped una vez más, siempre hacen esa cosa de mirar alrededor
como si el culpable acabara de hacerlo y estuviera escondido en
algún sitio. —Vuelvo a reírme, imaginando eso en mi cabeza—. La
semana que viene van a instalar cámaras para saber quién lo hace.
Eso sí que será interesante.

Es un poco triste que Frank esté solo, que tenga que recurrir a
espiar a los vecinos para conseguir algo de emoción. Pero, de nuevo,
cuanto más lo pienso, más empiezo a darme cuenta que Frank
puede o no estar solo, pero tiene una gran cantidad de información
almacenada en su cabeza. Otro pensamiento pasa por mi mente,
preguntándome cuánto sabe sobre mi situación. Supongo que más
que suficiente.
Y es ese último pensamiento el que hace que me muerda el labio,
considerando las infinitas posibilidades. Frank sabe mucho sobre
todos los que están a su alrededor. Armado con suficiente
información, podría acabar con la gente si quisiera. ¿Qué podría
descubrir si escarba lo suficiente? ¿Qué esqueletos podrían
esconder los Brad y Chloe de este mundo que están desesperados
por no dejar salir?

Mi corazón retumba ante la perspectiva, y sonrío por primera vez


en mucho tiempo. Hay un viejo refrán que dice que el ojo por ojo
deja ciego al mundo entero, pero, joder, ¿no sería divertido vengarse
de los pedazos de mierda que te han hecho daño en el mundo?

Con una energía renovada corriendo por mis venas, mi corazón


se agita ante las perspectivas que se presentan. Nadie va a
ayudarme. Eso últimamente ha quedado demostrado. La única
persona que puede ayudarme soy yo.

Más vale que todos esos hijos de puta se cuiden las espaldas,
porque como la proverbial tormenta, estoy llegando.

Y nada ni nadie podrá detenerme.


SEIS

PRESENTE

Después que Elijah se haya ido a la cama y piense que estoy bien
encerrada en mi habitación, busco la llave que he escondido y abro
la puerta, saliendo sigilosamente al pasillo. Tengo la capucha
preparada para colocarla sobre la cabeza y las gafas oscuras para
escabullirme en la noche. Con el teléfono en la mano y en silencio,
cierro suavemente la puerta tras de mí y procedo a bajar las
escaleras de puntillas.

Cuando salgo, exhalo un suspiro y giro la cabeza hacia la casa de


Frank. Como no puede ser de otra manera, está allí, en su sitio
habitual, así que le lanzo un beso. Me saluda con la mano y empiezo
a correr hacia la casa de Cara de Pato. A pesar de conocer sus
secretos desde hace tiempo, he mantenido las distancias con ella,
ya que nunca me ha causado problemas.

Bueno, hasta el día de las magdalenas en la entrada.

En el fondo de mi corazón, sé que Elijah nunca se entretendría


con una mujer como Cara de Pato, pero eso no impide que lo persiga
constantemente, y eso definitivamente no lo puedo soportar.

En la parte trasera de su casa, entro por la puerta sin llave y


luego me arrastro muy lentamente hacia la oscuridad de la cocina.
Cuando entro en la zona de estar, unos débiles gemidos agudizan
mis oídos, alertándome de los sonidos que provienen del piso
superior. Doy los pasos mientras jugueteo con mi teléfono para
darle a grabar, haciendo que la pantalla se ponga en negro para no
alertarlos.

La puerta del dormitorio está entreabierta, así que me asomo con


el teléfono para comprobar si puedo ver lo que sospecho que está
ocurriendo.

Aparecen a la vista, la esposa del reverendo tendida en la cama,


con las piernas abiertas mientras Cara de Pato le besa desde el
cuello hasta los pechos, donde le chupa los pequeños pezones
rosados. La esposa del reverendo vuelve a gemir y mete la mano en
el cabello de Cara de Pato.

—Qué bien se siente —murmura, con la cabeza hacia atrás y los


ojos cerrados, sin duda disfrutando del placer que le está dando.

Poco a poco, Cara de Pato baja hasta situarse entre las piernas
de la muy casada señora. No puedo ver lo que hace Cara de Pato
porque la pierna de la mujer está en medio, pero sé que empieza a
comerle el coño a la esposa del reverendo cuando sisea, arqueando
la espalda y gimiendo... sorprendentemente para la esposa de un
reverendo... la palabra “joder”.

—Eso se siente tan bien. Joder, Sharon, eres demasiada buena


comiendo coños.

Mis ojos se abren un poco y tengo que taparme la boca con la


mano para no reírme. Esta mierda es realmente demasiado buena.

Cara de Pato deja de comérsela y comienza su ascenso, besando


su pierna hasta la rodilla mientras avanza.

—Voy a sacudir tu mundo, nena —promete, dándome la espalda


mientras se sienta a horcajadas sobre la esposa del reverendo,
poniéndose en posición, con sus coños encontrándose. Cara de Pato
empuja sus caderas hacia adelante y hacia atrás, los músculos de
su culo se flexionan mientras persigue su placer. Como un ariete,
folla el coño de la mujer, los gemidos de ambas llenan la habitación.
Me quedo inmóvil, incapaz de moverme o apartar la mirada...
aunque quisiera. Me relamo los labios, separando la boca, y mi
respiración se entrecorta mientras sigo mirando como la pervertida
que soy.
—Sharon, ahhh... me follas tan, tan bien. —Su cabeza se echa
hacia atrás, sus manos aprietan las sábanas mientras Cara de Pato
hace todo el trabajo.

—Voy a hacer que te corras en todo mi coño, nena. Te haré sentir


tan bien.

Enarco una ceja, todavía grabando todo el asunto. Al parecer, a


Cara de Pato le gusta dominar a sus súbditos. Interesante.

Al cabo de un rato, los movimientos de Cara de Pato se vuelven


frenéticos mientras los gritos llenos de deseo de la esposa del
reverendo recorren toda la habitación. Tengo que decir que me
impresiona el nivel de energía de Cara de Pato, que sigue
avanzando, con su redondo culo flexionándose con cada empuje.

En el momento en que noto que Cara de Pato está a punto de


correrse es cuando flaquea un poco, su mano se desprende de la
rodilla de la mujer, pero rápidamente recupera el control
empujando como si su vida dependiera de eso. Una parte de mí
piensa que debería irme ahora, ya que tengo munición más que
suficiente si la necesito, pero otra parte enferma y retorcida de mí
quiere presenciar el momento en que se corra. La voyeur que hay
en mí está secretamente encendida y se excita con la exhibición que
hay delante de mí.

—¡Oh, joder! —grita la mujer, echando la cabeza hacia atrás en


la almohada mientras su cuerpo se convulsiona con su orgasmo.
Poco después, Cara de Pato la sigue, sus giros se ralentizan y sus
gemidos chillones se convierten en gemidos.

—Eres... jodidamente la mejor, ¿lo sabías? —pretende decir la


esposa del reverendo sin aliento, mientras coloca suavemente el
cabello de Cara de Pato detrás de su oreja.

—Sabes lo mucho que me gusta follar contigo —contesta ella con


voz ronca. Hace un movimiento para bajarse, y cuando lo hace, lo
tomo como una señal para irme, bajando rápidamente los escalones
y volviendo a salir por la puerta trasera. Cuando me acerco a mi
casa, saludo a Frank con la mano y subo las escaleras a toda
velocidad. Enseguida estoy en mi habitación y cierro rápidamente
la puerta. Pero en el momento en que lo hago, surge una luz al pie
de mi puerta, alertándome que Elijah está despierto.

Presa del pánico, me apresuro a quitarme los zapatos, la


sudadera con capucha y bajarme el pantalón de chándal antes de
meterme en la cama. Considero la posibilidad de hacerme la
dormida si entra, pero mi cuerpo está demasiado excitado para
fingir el sueño. Sus pasos suenan hacia mi puerta y se detienen al
llegar a allí. Con la adrenalina a flor de piel, deslizo mis dedos entre
mis pliegues, notando lo jodidamente mojada que estoy. Supongo
que he disfrutado demasiado de la exhibición de Cara de Pato y la
esposa del reverendo.

Gimo, ahuecando mis pechos, y el sonido hace que Elijah abra la


puerta y entre, con la luz brillando a su espalda.

—¿Qué estás haciendo? —me pregunta mientras entrecierro los


ojos ante la luz.

—Necesito correrme. Estoy tan jodidamente caliente ahora


mismo.

Tiro el edredón de mi cuerpo, exponiendo mi desnudez ante él.


Elijah vacila mientras deslizo mis dedos hasta lo más profundo de
mi núcleo húmedo, gimiendo al hundirlos. Me acaricio el pecho,
apretando el pezón, y eso es todo el estímulo que necesita Elijah
para entrar en mi habitación y cerrar la puerta. Con solo la débil
luz de las rendijas de la puerta iluminando la habitación, la figura
de Elijah se arrastra por mi cama hasta llegar a mi coño que espera.
Allí aparta mis manos, impidiendo que me complazca. Por alguna
razón, a Elijah no le gusta que me dé placer. Una vez le pregunté
por qué, pero nunca me dio una respuesta completa. Mi teoría es
que Elijah es muy parecido a Cara de Pato, le gusta dominar. Otra
razón por la que no son compatibles. Yo, soy flexible en todos los
sentidos, pero solo cuando se trata del hombre que tengo delante.

Dos dedos se adentran en mi interior, haciéndome arquear la


espalda y gemir.

—Joder, Bryce. Estás empapada.


No voy a divulgar el motivo. Supongo que no le gustaría mucho
si lo supiera.

—Pensando en ti —respondo, sin aliento. En gran parte es una


mentira, pero ahora que está aquí es la verdad. Puede que ver esa
exhibición en casa de Cara de Pato haya sido el catalizador de este
anhelo de encontrar una liberación, pero ahora que está aquí, mi
atención se centra únicamente en él.

Con los dos dedos dentro de mí, la lengua de Elijah sale y se


desliza por mi clítoris. Mis piernas se juntan, atrapando su cabeza
entre ellas mientras asalta mi clítoris con su lengua y empuja sus
dedos profundamente dentro de mí. Cerrando los ojos, mis gemidos
son jodidamente fuertes mientras me permito este momento para
sentir únicamente este placer. Los recuerdos de lo que he visto
asaltan mi mente, echando más leña al fuego que se ha encendido.
Empujo mis caderas, encontrándome con su cara mientras su
lengua se mueve una y otra vez. Mi cuerpo se estremece y, sin más,
el orgasmo me atrapa.

—¡Mieeerrrrddddaaa! —grito, con la cabeza mareada por el


clímax.

Elijah se ralentiza antes de besar un lado de mi pierna, sacando


los dedos a medida que avanza. Levanta esos dedos hacia su nariz,
inhalando mi aroma.

—No te equivocaste, joder, en lo de estar caliente. Te has corrido


en un minuto —bromea, levantándose para poder bajarse los bóxer.

—Es porque te deseo mucho —respondo sin aliento mientras veo


cómo libera su polla completamente erecta.

Elijah se cierne sobre mí, con su polla en mi entrada. Se desliza


dentro sin resistencia, haciendo que maldiga al llegar a la
empuñadura.

—¿Por qué nunca puedo decirte que no?

Por un momento, me sorprende el nivel de vulnerabilidad de su


pregunta. Siempre he sabido que intenta mantenerse alejado de mí,
pero hasta ahora nunca había admitido del todo sus sentimientos
en voz alta.
Vuelve a empujar hacia delante y vuelve a maldecir, su cuerpo se
estremece con el placer que le estoy dando.

—¿Por qué no puedo alejarme?

Quiero responderle que me ama, pero dudo que esté preparado


para oírlo ahora. En cambio, le acaricio la espalda, animándole a
seguir. Animándole a recuperar el placer que me ha dado.

—Estoy enfermo —gime, jadeando mientras empuja hacia


delante, cada empujón tan glorioso como el anterior—. Estoy
enfermo, pero no puedo alejarme de ti.

Gimo, mi deseo se dispara ante su confesión, hasta que sus


labios me impiden gemir. Mi cuerpo, aturdido, se pone rígido al
principio, pero un instante después que sus labios se posan en los
míos, cedo y atraigo su cabeza hacia nuestro beso.

Me está besando.

Joder, ¡me está besando!

Esto es algo que Elijah nunca hace. El sexo, siempre, pero los
besos, nunca. He deseado desesperadamente que lo hiciera y
también he querido cuestionar por qué nunca lo hace, pero el sexo
entre nosotros siempre ha sido tan eléctrico que los besos se
convirtieron en una parte no esencial después de un tiempo.

Pero ahora...

Unos labios dulces, gloriosos y celestiales me asaltan, su lengua


baila fuertemente con la mía mientras me folla con fuerza. No sé si
es por los besos o porque está muy excitado, pero se corre antes de
lo previsto, su cuerpo se estremece con el clímax.

Se desploma sobre mí, con su respiración agitada en mi oído.


Cierro los ojos, saboreando la sensación de su cuerpo sobre el mío,
mis dedos acariciando distraídamente su espalda. Ver cómo se le
pone la piel de gallina me hace sonreír. Este es el momento más
íntimo que hemos tenido desde el comienzo de nuestra insidiosa
aventura.
Cierro los ojos y disfruto de este momento durante todo el tiempo
que dura, mientras mi mente cuenta los días que faltan para
cumplir los dieciocho años. Por ahora, le doy a Elijah su espacio,
honrando su necesidad de distanciarse de nuestra situación. Pero
cuando cumpla los dieciocho, pondré en marcha mi plan y Elijah
no tendrá nada que hacer.
SIETE

PASADO

—¿No tienes más que monos en tu armario, friki? —Chloe dice


cuando me acerco a ella y a sus secuaces en el pasillo de camino a
clase. Mira su mochila, sus ojos marrones apagados deslumbran
con picardía. Presintiendo que algo no va bien, mis pies se
apresuran—. Señoras, ¿qué les parece si... ayudamos a la pequeña
y espeluznante bicha rara a tener un aspecto más agradable a la
vista?

Mi corazón se acelera, y también mi paso, pero en el momento en


que estoy a punto de pasar por su lado, tres de ellas sacan un tubo
de pintura y exprimen el contenido por toda mi frente. Grito,
provocando que todos se rían de mí.

—¿Por qué pareces tan enfadada, friki? Queda mucho mejor con
algo de color.

Las risas por todo el pasillo me perforan los oídos y me pican los
ojos. Queriendo alejarme cuanto antes, llego a la zona más cercana
que encuentro, que es el vestuario de los chicos. Sé que no debería
estar aquí, pero se supone que todo el mundo tiene que estar en
clase dentro de dos minutos, literalmente, y esta sala no se utilizará
hasta esta tarde, cuando los imbéciles deportistas practiquen
fútbol.

Una vez que estoy en los confines seguros de la sala, me apoyo


en la puerta y exhalo un profundo suspiro.
—¡Vamos, todos! ¡Vayan a clase! —Oigo gritar al Señor Shrouder,
nuestro Vicedirector, a todos los que aún se arremolinan alrededor.
Sus pasos se precipitan, las puertas se cierran y luego el silencio es
total.

Cierro los ojos y me tomo un momento para calmarme de una


nueva humillación por parte del harén de Chloe, pero cuando vuelvo
a abrirlos, la pintura azul, roja y blanca sigue ahí, en grandes
manchas, en la parte delantera de mi mono.

Me dirijo a los lavabos de la habitación de al lado y utilizo los


dedos para quitar toda la pintura que puedo antes de intentar frotar
el resto. Solo por pura determinación y voluntad consigo quitar la
mayor parte, pero ahora parece que he estado amamantando a un
bebé y la leche está totalmente empapada.

Un suspiro de rabia sale de mis labios. Paciencia. Tengo que tener


paciencia.

He estado explorando la casa de Chloe durante los últimos dos


días, pero hasta ahora, no hay nada sospechoso. Sus secuaces
estuvieron allí anoche y se quedaron un par de horas, pero luego se
fueron. Hasta ahora es algo aburrido, pero algo tiene que pasar
pronto.

El sonido de la puerta al abrirse me hace agarrar mis cosas y


entrar en la habitación más alejada, donde están los casilleros. Allí,
me escondo contra uno, con la respiración agitada. Suenan pasos
dentro de la habitación en la que estoy y cierro los ojos con fuerza,
esperando y rezando para que quien sea no me encuentre. Lo que
suena como un bolso de gimnasia se estrella contra los bancos, y el
ruido me alerta a quien sea qué está cerca.

Con el corazón aún palpitando, me arriesgo a echar un vistazo


rápido a los casilleros y encuentro a Chesney solo, rebuscando en
su bolso. Ya lleva puesta la ropa de gimnasia para el entrenamiento
de fútbol más tarde, y su cabello dorado está desordenado. Espero
con la respiración contenida hasta que saca lo que busca allí.

¿No debería estar en clase?


No tardo en darme cuenta de por qué está aquí solo. Saca un
frasco de algo que no puedo identificar, seguido de una jeringa. Se
me entrecorta la respiración y el corazón se me acelera, pensando
en la oportunidad que se me presenta ahora. Si pudiera ver qué es
lo que está a punto de inyectarse.

Saco mi teléfono, lo pongo rápidamente en silencio y abro la


cámara. Pongo el vídeo y empiezo a grabar mientras sostiene el
frasco y empuja la aguja dentro. Con mi teléfono apuntando hacia
él, hago zoom, tratando de ver lo que es mientras lo sostiene en el
aire.

Winstrol.

¿No es eso esteroide?

Decidiendo no pensar en eso por el momento, continúo grabando


mientras se baja los pantalones, dejando al descubierto su apretado
trasero. Mi ceja se levanta al verlo. A pesar de ser un completo
imbécil, tengo que admitir que tiene un buen culo. Perfectamente
formado y musculoso, sin duda ayudado por su ejercicio, y ahora
parece que por los esteroides.

Me muerdo el labio mientras se lo inyecta en la parte superior del


muslo. Odio las malditas agujas, así que me cuesta todo lo que
puedo para no emitir un gemido mientras lo veo pincharse. Termino
la grabación y me envío rápidamente el vídeo por correo electrónico
para no perderlo definitivamente.

Con el corazón en la boca y la cabeza preguntándome si puedo


hacer esto, aspiro profundamente, esperando a que guarde la aguja
cuando salgo de las sombras en las que me encuentro.

—Así que esa es la razón por la que estás tan... en forma —digo,
con mi voz sensual y ronca. Mi corazón sigue martillando en mi
pecho. Nunca había hecho algo así.

Chesney salta al oír mi voz, y su sonrisa de desprecio se forma en


el momento en que me mira.

—¿Qué diablos haces aquí?


Mi cuerpo está inundado de nervios y lucho contra ellos,
apretando los puños, tratando de mantenerme firme. Puedo
hacerlo. No me acobardo. Esto es lo que él quiere. Ahora tengo el
poder.

Conozco su oscuro secreto.

—No creo que estés exactamente en posición de hacerme


preguntas después de lo que acabo de ver, ¿verdad?

Un paso delante del otro, me acerco a él, y cuanto más lo hago,


más se transforma la cara de Chesney de rabia a pánico.

Una súbita sacudida de excitación me recorre la columna


vertebral, haciéndome sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. ¿Es
esto lo que se siente al tener poder? ¿Esto es lo que se siente al
sentirse empoderado?

—No deberías estar aquí —gruñe, intentando mantener la


compostura, pero sigo siendo testigo del miedo en sus ojos, de la
aceleración de su pulso en el cuello y de la forma en que su pecho
se agita a través de la ajustada camiseta que lleva.

Lo ignoro y acorto la distancia entre nosotros. Mis ojos se centran


en su pánico, y un profundo deseo se forma en la boca del estómago.

¿Qué es esta emoción? ¿Me estoy excitando con su miedo?

Un repentino deseo de acercarme a él y oler su cuello se apodera


de mí. ¿Seré capaz de oler su ansiedad? Si saco la lengua y lamo la
vena abultada de su cuello, ¿podré saborear su malestar?

Decido acercarme lo más posible, mi pecho se encuentra con el


suyo y miro con anhelo sus profundos ojos marrones como el
chocolate. Me lamo los labios seductoramente y, por supuesto, él
mira. Eso solo aumenta mi sensación de poder.

—Oh, Chesney —empiezo, mi voz es un susurro ronco—. Has sido


un chico travieso. ¿Qué voy a hacer contigo?

Sus pupilas se dilatan ligeramente, su nuez de adán se balancea


mientras traga con fuerza. Sé lo que debe estar pensando. Esto no
es propio de mí. Esto no es propio de mí en absoluto.
Pero, por otra parte, tal vez soy yo. Solo ha estado esperando
dieciséis años para salir.

—¿Qué quieres? —pregunta con sospecha en su tono, dándose


cuenta que probablemente no dejaré pasar lo que he visto.

Demasiado tentador para ignorarlo, me inclino y aspiro el aroma


almizclado de su cuello. Matices de sudor tenue llenan mis fosas
nasales, su miedo se hace sentir. Cierro los ojos, saboreando el
aroma, alimentándome de el como si fuera mi sustento.

Echo la cabeza hacia atrás, con los ojos entrecerrados por la


lujuria.

—Voy a ser sincera contigo. Realmente no lo sé en este momento.


Aunque estoy bastante segura que puedo pensar en algo. —Me alejo
un poco y mis ojos recorren su cuerpo. A pesar de su ansiedad, está
excitado. Algo que es evidente por la tienda de campaña que se ha
formado en sus pantalones cortos—. Oh, ¿Podrías mirar eso? —
tarareo, y mi mano rodea inmediatamente su polla. Chesney suelta
un pequeño gemido, su cuerpo tiembla con el impacto—. No
podemos evitar que nos excite la rarita, ¿verdad? ¿Qué se siente al
ser tocado por la bicha rara, eh? ¿Qué dirían tus amigos?

Su mandíbula hace un tic y sus ojos se afilan de ira.

—No tienes pruebas de lo que he hecho —se burla, lo que hace


que apriete con más fuerza su polla.

La repentina sacudida de su cuerpo y la inquietud en sus ojos


hacen que el calor se dispare por todo mi ser. Ladeo la cabeza y
sonrío.

—En eso te equivocas. Lo grabé todo en mi teléfono. —Sus ojos


se abren de par en par y trata de agarrar mi bolso, pero yo tiro de
su polla—. Ah, ah —le regaño, tirando de mi otro brazo hacia atrás
para que no pueda agarrar mi bolso. Por suerte, mi agarre en su
polla lo obliga a ceder—. ¿De verdad crees que sería tan estúpida
como para no guardarlo en un lugar seguro? No importa lo que le
hagas a mi teléfono, siempre tendré la grabación de ti inyectándote
esteroides.

Cerrando los ojos, su respiración se agita.


—Es insulina.

Me rio a carcajadas, haciendo que sus ojos se abran de golpe.

—Tengo una buena foto del vial que usaste para que todo el
mundo lo entienda. —Prácticamente canto las últimas palabras,
estoy tan colocada ahora mismo.

—¿Qué se necesita para mantenerte en silencio?

Inhalo una larga y profunda bocanada de aire, cerrando los ojos


mientras aprecio este momento un poco más. Cuando los vuelvo a
abrir y me encuentro con sus pupilas dilatadas de nuevo, suelto un
ruidoso suspiro.

—Ya te dije... No estoy segura todavía. Ya se me ocurrirá algo.


Pero te diré una cosa. A partir de este momento, se acaba el acoso.
Se acabó el llamarme bicha rara o friki o asquerosa o cualquier otra
palabra del mes que ustedes, hijos de puta, probablemente tarden
semanas en pensar. A partir de ahora, serás cortés y amable, y
cuando chasquee los dedos en tu dirección, vendrás corriendo. —
Vuelvo a inclinarme para acercarme a sus labios. Allí, exhalo mi
aliento caliente en su boca, y el suyo viene caliente contra el mío.
Sin poder evitarlo, le froto la polla. El poder que poseo al saber que
tengo todas las de ganar me hace más valiente y más caliente a cada
segundo.

—¿Me he explicado bien? —susurro, mi lengua sale para lamer


sus labios.

—Sí... sí... —responde, antes de soltar un gemido y que su cuerpo


se sacuda.

Miro hacia abajo y me doy cuenta que se ha formado una mancha


húmeda en la entrepierna de sus bóxer, así que retiro
inmediatamente la mano.

—Oh, vaya. —Me rio, dándome cuenta que acabo de hacer que se
corra.

Chesney cierra los ojos con fuerza, con las mejillas cada vez más
rojas por la vergüenza. Me aclaro la garganta y me subo la mochila
al hombro.
—Voy a... dejar que limpies eso.

Me dirijo prácticamente a saltos hacia la puerta, pero antes de


salir me acuerdo de decir algo más. Me detengo en la puerta.

—Por cierto. —Espero a que se vuelva hacia mí, con su postura


completamente abatida. Una oleada de orgullo me recorre por
haberlo puesto así—. A partir de este momento, también dejarás en
paz a Adam. Si percibo un atisbo de animosidad hacia él por tu
parte, te lo haré pagar. —A continuación, sonrío tan alegremente
como una azafata en un avión—. ¡Que tengas un buen día!
OCHO

PRESENTE

Querido Johnathan,

Acabo de leer tu carta y me ha hecho sonreír. Tengo que admitir


que recibir tus cartas es lo mejor de mi semana. Son la única
constante a la que puedo aferrarme. Solo por esos preciosos
momentos, soy capaz de adentrarme en tu mundo y escapar del mío.
Sé que suena muy egoísta teniendo en cuenta que estás en la cárcel,
así que te pido disculpas por eso. Siempre me dijiste que te dijera la
verdad... que te abriera mi corazón y que no me retuviera. Bueno,
esto es lo que estoy siendo, completamente honesta.

Me alegra saber que tu audiencia de libertad condicional será


dentro de tres meses. Debes estar muy emocionado por la posibilidad
de ser liberado un poco antes. Pero quiero que me prometas que no
harás ninguna tontería cuando te liberen. Estoy bien. Puedo cuidar
de mí misma. Concéntrate en

La puerta principal se abre, así que, tan rápido como puedo,


agarro la carta sin terminar y la meto debajo del colchón para poder
terminar de escribirla más tarde.

—¡Bryce! —Oigo a Elijah llamar desde el final de las escaleras.

Alisándome el cabello, me levanto los pechos antes de aparecer


en el pasillo.
—Estoy aquí —respondo con diligencia. Apoyo las manos en la
barandilla y mis ojos observan su cuerpo perfectamente formado
con ese uniforme de policía. Cara de Pato tenía razón en una cosa:
ciertamente tiene buen aspecto. Jodidamente bueno.

Sus ojos brillantes se fijan en los míos antes de bajar brevemente


a mis pechos, como hacen siempre.

—Tenemos menos de dos horas para prepararnos.

—Estaba a punto de meterme en la ducha —le respondo.

Esta noche voy a acompañar a Elijah a un acto benéfico de la


policía, donde tendré que quedarme observando cómo todas las
esposas y novias miran lascivamente a Elijah toda la noche sin
poder hacer nada al respecto. Lo único bueno de esta noche es que
tengo un plan, uno que al menos mantendrá mi mente ocupada.

—Voy a hacer un breve entrenamiento en el sótano y luego me


meteré en la ducha.

Asiento y le sonrío antes de darme la vuelta y volver a mi


habitación. Dudo al lado de la cama, preguntándome brevemente si
debería seguir escribiendo mi carta, pero tener a Elijah en casa lo
hace demasiado arriesgado. Decidiendo no hacerlo, me dirijo al
baño para darme esa ducha antes de vestirme con uno de los
vestidos más sexys que he podido encontrar. Elijah me ha dado
doscientos dólares para que me compre algo bonito para esta noche,
y vaya si lo he conseguido. El vestido de seda rojo de talla cuatro,
que se adapta perfectamente a mi cuerpo y que mostrará mis
mejores cualidades, será sin duda una atracción esta noche. No
tengo ninguna duda al respecto. Incluso como una nerd rara, soy
sexy. Eso fue algo que el idiota de Chesney me confesó después de
nuestro encuentro en el vestuario. Sonrío pensando en ese día. Fue
el punto de inflexión de todo. Que Chesney se mostrara tan sumiso
conmigo fue lo que añadió combustible a mi ya encendida llama. A
partir de ese momento, mi confianza creció, y con eso, los límites se
cruzaron definitivamente. ¿Me arrepiento de algunas cosas que he
hecho? Debería, pero no lo hago. Y no me importa lo que eso diga
de mí.
Me doy una larga ducha caliente y, cuando termino, me envuelvo
en una toalla antes de aventurarme en mi dormitorio. Oigo los
débiles ruidos de los gruñidos procedentes del sótano. Me muerdo
el labio, el deseo deambula de puntillas dentro de mi vientre.

Me quito la toalla que envuelve mi cabello y dejo que mis


húmedos mechones castaños cuelguen a mi alrededor mientras
bajo al sótano. Allí, en medio de la habitación, hay un Elijah sin
camiseta, de pie sobre una colchoneta azul, con solo sus pantalones
cortos negros y sus guantes de boxeo. Ya está sudando, y por la
forma en que está golpeando el saco de boxeo ahora mismo, no es
de extrañar. Está totalmente concentrado en el saco que tiene
delante mientras gruñe con cada golpe, con la cara llena de rabia y
determinación. Está enfadado por algo. Ya conozco a Elijah lo
suficiente como para notar estas emociones siempre que decide
mostrarlas. Su rabia no hace más que aumentar su sensualidad,
haciendo que lo desee aún más que nunca. Con los ojos
entrecerrados, lo observo por un momento, con la lujuria
acumulándose entre mis piernas. En serio, es como ver porno.

—¿Quién te ha hecho enojar? —Empiezo a conversar porque no


puedo seguir congelada en la puerta para siempre, deseándole.

Ni siquiera parpadea o mira hacia mí cuando le pregunto, solo


responde:

—El puto William Schultz.

El alcalde local y un ocasional punto de dolor para Elijah. Aunque


esto es definitivamente lo más alterado que lo he visto sobre el
hombre.

—¿Qué ha hecho esta vez?

Mientras Elijah sigue golpeando el saco, me muevo para


acercarme. Quiero oler el sudor furioso que desciende por sus
bíceps.

—Le dije que necesitamos más policías —responde, golpeando el


saco aún más fuerte—. Dice que no puede permitírselo, que no está
en el presupuesto. Sin embargo, el hijo de puta puede gastar miles
de dólares en lujosas fiestas con champán. Viajes innecesarios al
extranjero para reunirse con dignatarios y tener un montón de
putos almuerzos fluidos a costa de los contribuyentes. —Golpea la
bolsa muy fuerte dos veces más, gruñendo al hacerlo—. Pero en el
momento en que la delincuencia aumenta un poco y necesitamos
más botas sobre el terreno, me dice que no tenemos dinero. Imbécil.
—Golpea la bolsa tres veces más antes de empujarla y dejar caer
los brazos a los lados. Está sin aliento, su pecho sube y baja
rápidamente con cada jadeo. Me paro frente a él, maravillada por
su pecho sin vello y brillante, esperando ser tocado... ser lamido.

Como si por fin se diera cuenta que estoy en la habitación a su


lado, Elijah aparta sus ojos del saco y los dirige hacia mí. Están
llenos de la rabia que se dispara detrás de ellos. Me relamo los
labios, mi cuerpo zumba ante la fuerza que desprende por cada uno
de sus poros. Sus labios se curvan en una mueca antes que sus
ojos recorran todo mi cuerpo.

—Suelta la puta toalla.

El gruñido de su voz hace que se me erice el vello por toda la piel.


No hace falta que me lo diga dos veces. En el momento en que la
orden sale de sus labios, me desprendo de la toalla, dejándola caer
simplemente al suelo, con mi cuerpo desnudo completamente
expuesto.

Su sonrisa maliciosa aumenta aún más, y avanza con


determinación, cada zancada más vigorosa que la anterior. Una vez
frente a mí, se quita los guantes, me pone una mano alrededor del
cuello y me obliga a retroceder hacia su banco de pesas ligeramente
elevado. Cuando la parte inferior de mi espalda choca con la parte
superior del banco, Elijah me presiona para que me recueste, pero
me sujeta con sus manos para que no me caiga. Sus ojos presagian
peligro, maldad y terror, todo en uno, pero no me asustan. Elijah
nunca me haría daño intencionadamente. Está enfadado y necesita
un desahogo. La rabia que sentía hace unos momentos se ha
canalizado en una emoción diferente y exaltada ahora que estoy
aquí distrayéndolo.

Con mi cabeza colgando, estoy prácticamente de cabeza. Mi culo


está apoyado en el borde del banco cuando Elijah saca su polla ya
erecta. Estoy un poco alta para que pueda alcanzarme en esta
posición, así que tiene que colocar su pie en un pedal para bajarme
a la altura perfecta. En el momento en que me tiene donde quiere,
desliza su polla dentro de mí, sus uñas se clavan en mis caderas
mientras lo hace, sus ojos se cierran por el placer que sin duda le
da.

—¡Joder! —Elijah brama, sus caderas empujando dentro de mí


de nuevo—. Tienes el mejor puto coño, ¿lo sabías?

Gimo mientras se sumerge de nuevo en mí, con su polla


penetrándome hasta la empuñadura.

—Y tú tienes la mejor polla —respondo sin aliento, con la cabeza


mareada no solo por el placer sino también por estar ligeramente
de cabeza.

Con sus manos sujetando mis caderas, Elijah entra y sale de mi


coño, y con cada gloriosa embestida, sus hermosos gruñidos
resuenan en el sótano. Los dos estamos haciendo mucho ruido,
pero a ninguno de los dos nos importa teniendo en cuenta que esta
posición sexual es jodidamente genial.

—¡Maldita zorra! —gruñe, y su ritmo se acelera hasta que ruge


su liberación, vaciándose dentro de mí.

Con sus uñas todavía clavadas en mis caderas, Elijah cierra los
ojos por un momento como si disfrutara de este momento. Para él,
ha alcanzado su objetivo, pero yo sigo en el precipicio.

Como si lo supiera, Elijah abre los ojos, se desliza fuera de mí y


se guarda en sus bóxer. Centrado únicamente en mí, pulsa la
palanca y esta vez me eleva aún más en el aire. Empiezo a
deslizarme hacia abajo, pero Elijah me agarra de los muslos,
tirando de mí hasta que llego a la altura que él quiere. Sin levantar
el cuello, no puedo ver lo que está haciendo, pero no necesito verlo
cuando su lengua se posa de repente en mi clítoris, bailando
alrededor como solo él sabe hacerlo. Estoy completamente
vulnerable, totalmente sumisa a sus caricias, incapaz de
moverme... aunque no quiera. Con un dedo introducido en mi coño,
encuentra mi punto G y lo acaricia mientras me masturba.
Literalmente, treinta segundos más tarde, me corro, chorreando
por toda su cara en el proceso, mi cuerpo se sacude y convulsiona
por la potencia de mi clímax.

—¡Joder! —grito, mi aliento sale de mi cuerpo en rápidos jadeos.


Las estrellas se forman detrás de mis ojos, y luego me deja caer con
cuidado mientras me desliza hacia abajo hasta una posición plana.
Coloco mis piernas temblorosas a los lados del banco y me tomo mi
tiempo para recuperar la respiración. Cuando creo que por fin
puedo volver a ver, abro los ojos y giro la cabeza hacia Elijah, que
se está limpiando la cara con una toalla de gimnasio.

—Ahora tenemos menos de una hora para prepararnos. Me dirijo


a la ducha.

Veo que vuelve a ser distante.

Sentada a horcajadas en el banco, mis ojos estudian su perfecta


figura de más de uno ochenta mientras desaparece por la puerta,
con su culo respingón guiñándome un ojo mientras se va.

Suspiro. Hago mucho de eso con Elijah.

Sabiendo que no queda mucho tiempo, me dirijo de nuevo a mi


dormitorio y vuelvo a ducharme, ya que necesito limpiarme después
de nuestra pequeña... sesión de entrenamiento.

Una vez sentada frente al espejo, con la toalla envolviéndome, me


pongo a trabajar, asegurándome de prestar especial atención a mi
maquillaje esta noche. No tanto como para parecer una zorra, pero
sí lo suficiente como para que mis ojos y labios ahumados
destaquen. Por lo que a mí respecta, quiero que todo destaque esta
noche.

Con mis rizos naturales, utilizo un gel en spray para fijarlos en


su sitio y que no se descontrolen demasiado esta noche. Me coloco
mechones de cabello en la parte superior de la cabeza y los sujeto
con una pinza de diamantes para mantenerlos en su sitio.

Me miro por última vez en el espejo para verme, y me impresiona


lo que encuentro.

Sí, soy una bomba.


Una oleada de entusiasmo sube por mi columna vertebral cuando
pienso en Elijah y en lo que puede decir cuando me vea así esta
noche. La excitación continúa cuando saco el vestido de seda rojo
de mi armario y paso los dedos por el dobladillo.

De nuevo sin ropa interior, meto los pies en la parte superior del
vestido y lo subo hasta los pechos, metiendo los brazos al mismo
tiempo. De nuevo, me miro al espejo y lo que veo me impresiona
incluso a mí. Puede que solo tenga un poco menos de dieciocho
años, pero esta noche parezco una elegante veinteañera. El vestido
de seda fluye tan bien que hace que mi cuerpo parezca mucho más
largo de lo que es en realidad.

Mi sonrisa aumenta al ver que me veo incluso mejor de lo que


había previsto. Tenía planes antes del pequeño arrebato de Elijah
esta noche, pero ahora sé que esos planes se van a llevar a cabo
definitivamente. Verás, hace tiempo que sé que Elijah y nuestro
comandante local han estado discutiendo. Y ahora es el momento
que yo... ajuste las cuentas.

—¿Estás lista? —Oigo gritar a Elijah antes que llame dos veces a
mi puerta.

Me levanto de la silla al mismo tiempo que él empuja la puerta


para abrirla. Una vez que me mira, sus ojos se ensanchan por la
sorpresa. Pero entonces su mandíbula hace un tic y sus fosas
nasales se agitan.

—No estás usando eso.

Interiormente, suspiro. Una parte de mí se preguntaba si me


enfrentaría a este lado de él. El lado posesivo y dominante que
quiere controlar todo lo que hago, llevo y digo. Puede que ceda ante
él en algunas cosas, pero esta noche ciertamente no será una de
ellas.

—¿Qué pasa con lo que llevo puesto?

Sus ojos recorren los contornos de mi cuerpo, preparándose para


exponer su argumento.

—Para empezar, es obvio que no llevas ropa interior...


Lo interrumpo:

—¿De verdad crees que podría llevar ropa interior bajo este
vestido? —Deslizo las manos a lo largo de mi cuerpo para enfatizar.

—Apenas cumplirás dieciocho años —sisea Elijah, haciendo que


mi espalda se ponga rígida en señal de desafío. ¿De verdad quiere
llegar a eso?—. Sin embargo, llevas un vestido que solo debería
llevar alguien con muchos más años que tú...

—¿Cuál es tu problema? —gruño, queriendo llegar al verdadero


problema.

El pecho de Elijah sube y baja sin duda con una respiración


profunda y frustrada.

—El problema es que se supone que eres mi hijastra y, sin


embargo, vas vestida como mi esposa.

Y ahí está.

Aspiro profundamente, mis pies encuentran movimiento hacia su


rígido cuerpo. Esta noche está vestido con un traje negro de tres
piezas, su camisa blanca tan fresca como una mañana de invierno.
Parece James Bond, total y completamente follable, aunque según
él, soy yo quien tiene el problema con la ropa.

Una vez que llego a la distancia de contacto, muevo mi dedo y lo


presiono ligeramente contra la parte superior de su pecho antes de
bajar a la cintura de sus pantalones.

—Para que lo sepas, cielo, no importa lo que digas, no voy a llevar


nada más. O me llevas tal cual, o me quitaré este vestido... si
realmente me prohíbes llevarlo... iré completamente desnuda esta
noche. Estoy bastante segura que esto último atraería más miradas,
así que, ¿cuál será?

Entrecierro los ojos para asegurarme que entiende que hablo en


serio. Puedo permitirle que me use como su juguete sexual siempre
que le plazca, pero pongo el límite cuando se trata de decirme lo que
tengo que llevar.
Sus ojos se entrecierran como un desafío y su respiración es un
poco agitada. No sé si es por frustración o si le excita nuestro
pequeño intercambio. Apuesto por ambas cosas.

—Debes mantenerte cerca de mí toda la noche. ¿Me he explicado


bien?

Me muerdo el labio, sus palabras me golpean en todos los lugares


equivocados teniendo en cuenta que estamos a punto de salir. Sus
ojos se dirigen hacia abajo y luego se lame los suyos, su lengua hace
que mi vientre haga todo tipo de nudos calientes.

—Como el cristal —respondo en un susurro ronco. En algún


momento de esta noche, voy a tener que ir en contra de los deseos
de Elijah, pero estoy segura que si se da cuenta de lo que estoy
haciendo, me perdonará.

—¿Cómo vamos a trasladarnos esta noche? —pregunto, tratando


de despejar mi mente de pensar constantemente en follarlo—. ¿En
Uber?

La mandíbula de Elijah se tensa antes de levantar el brazo para


comprobar su reloj. Veo que sigue descontento conmigo.

—Tenemos un conductor que viene por nosotros en...

Cuando está a punto de terminar la frase, suena el timbre.

—Ahora —continúa Elijah. Sonrío mientras escudriña mi vestido


de nuevo antes de encontrarse con mis ojos—. ¿Estás lista?

—Por supuesto.

Elijah da un giro antes de bajar las escaleras. Lo sigo, mis


Louboutin resuenan en cada escalón mientras bajamos y salimos.

Por suerte, esta noche hay una cálida brisa de marzo, así que no
tengo que taparme. No estoy segura que a Elijah le haga mucha
gracia descubrir que no llevo sujetador. Estoy segura que mis
pezones podrían dirigir el tráfico sin mucho esfuerzo.

En el corto trayecto hasta el museo moderno donde se celebra el


evento esta noche, la postura de Elijah es rígida. Con la cabeza
apoyada en la mano, se queda mirando por la ventana, con la pierna
derecha agitada. Tengo la sensación que a Elijah no le apetece en
absoluto esta noche. También intuyo que puede tener algo que ver
con cierto alcalde que es el anfitrión del evento de esta noche.

Respiro y agarro mi bolso, en el que tengo el teléfono bien


guardado. Puede que Elijah no esté deseando que llegue esta noche,
pero tengo la sensación que va a ser muy entretenida.
NUEVE

PASADO

Después de mi encuentro con Chesney, me siento completa y


absolutamente vigorizada. Tanto es así, que justo después de
nuestro encuentro, decido esperar a que termine la clase de física
de Adam para poder sacarlo de la escuela. Ambos tenemos clase de
historia juntos, pero estoy demasiada cargada de adrenalina para
poder concentrarme en la clase.

—Bryce, ¿qué demonios? —Adam suelta un chasquido cuando le


doy un tirón del brazo y lo arrastro por el pasillo. Cuando llegamos
al final de la fila de casilleros, me vuelvo hacia él.

—¿Te escapas de la escuela conmigo?

La nariz de Adam se arruga un poco, y sus gafas están


empañadas, sin duda por el esfuerzo de haberlo arrastrado por el
pasillo.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

Respiro profundamente porque no pensaba comentárselo, pero


creo que decírselo será la única razón por la que aceptará ir
conmigo.

—Hoy es mi cumpleaños.

Su boca se abre y se le escapa un pequeño jadeo.

—¡Feliz cumpleaños!
Prácticamente grita, así que le agarro del brazo y le doy un tirón.

—Shh, no quiero que todo el mundo se entere.

—¿Qué pretendes?

—Nada —replico—. Tengo algo de dinero ahorrado y quiero


comprarme ropa nueva. Me ayudaría tener la perspectiva de un
hombre sobre si la ropa que elijo es bonita o no. Si no quieres venir,
no pasa nada, pero me gustaría mucho que lo hicieras.

Adam se mueve un poco antes que sus ojos recorran el pasillo.


Se muerde el labio, la incertidumbre marca su rostro. Apuesto a
que no ha faltado a ninguna clase en su vida. No cuando se trata
de faltar deliberadamente a la escuela, es decir.

—De acuerdo —cede finalmente, con su mente obviamente


sopesando todo. Le sonrío y le agarro la mano.

—¡Vamos! —le grito, arrastrándolo conmigo mientras corremos


hacia la salida.

Atravesamos las puertas e inmediatamente nos arrimamos al


lateral del edificio cuando vemos al director caminando por el
césped a lo lejos. Por suerte, parece demasiado concentrado en algo
como para prestarnos atención.

Una vez que lo perdemos de vista, corremos por el césped y, por


suerte, enseguida aparece un autobús que se dirige a la ciudad.
Subimos, mostrando al conductor nuestros pases antes de correr
hacia la parte trasera del autobús, con la respiración entrecortada.

Adam suelta otra carcajada.

—Ha sido realmente divertido.

—Realmente lo fue —coincido, dándome cuenta de lo mucho que


me estoy perdiendo de la vida. La siempre aburrida y reprimida
Bryce ha llegado a su fin.

En veinte minutos, bajamos del autobús y nos dirigimos al


interior del centro comercial. Entramos en diferentes tiendas de
ropa donde me pruebo todo lo que creo que me va a quedar bien.
Necesito un nuevo estilo, un nuevo yo para poder mostrar al mundo
que no soy la Bryce que era hace unas horas.

Finalmente, nos aventuramos en una enorme tienda llena de


todos los estilos que se puedan imaginar. Agarro varios vestidos,
tops, pantalones, faldas... todo lo que encuentro para probarme.
Incluso utilizo a Adam para sostener el enorme montón que estoy
acumulando rápidamente.

—¿Me acompañas a los vestuarios? —pregunto una vez que creo


que tengo más que suficiente para probarme—. Necesito tu opinión.

Me dirijo rápidamente a los vestuarios, sin esperar siquiera su


respuesta, donde tomo algunas prendas de sus brazos antes de
entrar. Por suerte, hay poca gente, así que tenemos el vestuario
para nosotros solos.

Me pruebo las prendas una a una. Unas cuantas prendas,


algunas bonitas pero la mayoría sexy. Algunos vestidos negros
cortos, faldas cortas a cuadros y tops ajustados que dejan ver mis
tetas, todas cosas que nunca antes había soñado llevar.

—¿Qué te parece? —le pregunto a Adam mientras salgo con un


vestido corto y ajustado de color lila con finos tirantes. La tela se
adhiere a mi cuerpo, resaltando mis curvas. Adam levanta la vista
de la revista que está leyendo y se queda boquiabierto al ver lo que
llevo puesto.

Sí. Esa es la reacción que buscaba.

—Bryce... yo... tú... ¿realmente te ves así debajo de toda tu ropa?

Suelto una risita, sin poder evitar reaccionar a su tartamudeo.

—Ese es el problema, Adam. Llevo demasiado tiempo


escondiéndome. Es hora que deje salir mi verdadero yo. —Deslizo
las manos por mis curvas, admirando mi forma en el espejo antes
de volver a mirarlo. Efectivamente, está observando cada uno de
mis movimientos, con la boca abierta—. ¿Qué te parece? ¿Me lo
quedo? —Me lo voy a quedar, diga lo que diga, pero estaría bien
saber que tiene la misma opinión.

Adam resopla:
—Oh, definitivamente me lo quedaría. —Asiento rápidamente con
la cabeza—. ¿Cómo puedes permitirte pagar todo esto? ¿Te han
dado dinero tus padres o algo así?

—Mi padrastro me dio una tarjeta bancaria esta mañana y me


dijo que había algo de dinero cargado en ella por si quería
comprarme algo. —Aprieto los dientes al recordar esta mañana,
cuando estaba a punto de salir para el colegio. Se había acercado a
mí, sonriendo como si creyera que era el mejor padre del mundo
entero. Puede que me lo haya regalado hoy, en mi cumpleaños, pero
todo ese dinero que ha depositado en mi flamante cuenta bancaria
es realmente dinero para callarme. Simple y llanamente.

La idea amenaza con arruinar mi buen humor, así que me trago


la bilis enfadada que está surgiendo y, en su lugar, vuelvo al
vestuario para probarme algo nuevo.

Acabo de quitarme el vestido y estoy decidiendo qué probarme a


continuación cuando noto algo en el rabillo del ojo. Miro al espejo
para ver qué es y me doy cuenta que no he cerrado del todo la
cortina. Sin que Adam se percate de mi presencia, lo miro fijamente
mientras él contempla la imagen de mi cuerpo en el espejo. Aunque
Adam no me resulta atractivo, la idea que esté admirando mi cuerpo
hace que me muerda el labio con fervor.

Decidiendo llevar las cosas aún más lejos, me desabrocho el


sujetador, lo deslizo por los brazos y lo dejo caer al suelo. Echo un
vistazo rápido al espejo y, efectivamente, Adam me observa con
atención, con su manzana de Adán moviéndose al verme.

Recojo otro vestido morado... este de chifón... y me lo coloco


seductoramente por encima de la cabeza y dejo que se deslice por
mi cuerpo. La emoción de saber que me está mirando me excita
como ninguna otra cosa. No sé qué me pasa hoy, pero estoy
aprendiendo rápidamente que, cuando experimento algo nuevo,
también puedo jugar con eso.

Y la sensación es exquisita.

Abro la cortina de golpe, haciendo que Adam salte.

—¿Qué te parece éste?


Con las gafas ligeramente empañadas, Adam se mueve en su
sitio, con la revista rápidamente colocada en su regazo. ¿De verdad
se ha excitado por mí? Una parte de mí quiere hacerle que aparte
la revista solo para calmar mi curiosidad, pero me muerdo la
lengua.

—¿Qué te pasa hoy con el morado? —me pregunta sin aliento.

Un par de ojos lilas asaltan mi cabeza, haciendo que me invadan


todo tipo de emociones jodidas.

Elijah.

La única persona que creía que era el bueno en toda esta puta
mierda. La única persona en la que llegué a confiar, solo para ser
la única persona que me decepcionó viciosamente. Solía
admirarlo... lo amaba. Ahora no puedo soportar verlo.

Pero aun así, tal vez a mi subconsciente le gusta jugar pequeños


juegos enfermos y retorcidos. ¿Por qué si no escogería el mismo
color de ropa que sus ojos?

Como no quiero analizar esto ahora, me encojo de hombros.

—Supongo que hoy me gusta el color morado.

Vuelvo al vestuario, donde me pruebo unos cuantos tops y más


faldas, finalmente me decido por unas quince prendas. Una vez
pagadas, arrastro a Adam hasta Victoria's Secret, donde compro
unas cuantas prendas de lencería sexy; las mejillas de Adam se
enrojecen por momentos. Para cuando salimos de la tienda, está
prácticamente hiperventilando.

Me rio, tirando de la manga de su camisa.

—¿Quieres un helado? —Adam traga con fuerza antes de asentir


rigurosamente con la cabeza. Sonriendo, niego con la cabeza y nos
dirigimos al Johnny Rockets, donde me decido por un batido de
fresa.

Tomo un sorbo de mi batido y veo cómo Adam muerde el rocky


road que ha pedido.
—¿Hablaste con tus padres sobre las clases particulares de
matemáticas? —pregunto, tomando otro sorbo.

Adam se sube las gafas y asiente.

—Sí, están muy contentos con la perspectiva que me des clases


particulares, pero creo que están aún más contentos que tenga una
amiga. De hecho, me preguntaron si eras mi novia. —Sus mejillas
se enrojecen ante esto. Echa un vistazo a mi reacción antes de
aclararse la garganta—. Por supuesto que les he aclarado las cosas.
—Asiento, sin saber si esta es la confirmación que está buscando.
Adam es simpático y todo eso, pero quizá demasiado amable.
Supongo que hay algo travieso dentro de mí después de todo.

—¿Quieres hacer algo después de esto? —Le planteo la pregunta,


pero estoy secretamente agotada después de nuestra expedición de
compras. Es justo que se lo pregunte, teniendo en cuenta que lo he
arrastrado conmigo durante las últimas tres horas.

Parece decepcionado.

—No puedo, por desgracia. Tengo que empezar a trabajar a las


seis.

Mis ojos se abren de par en par.

—¿Tienes trabajo?

Espera a terminar su bocado antes de responder:

—Mi padre tiene una ferretería. Cierra a las seis, pero le gusta
que le ayude a reponer las existencias para la mañana siguiente.
Además, me paga bien por eso. Durante las vacaciones escolares,
trabajo más allí para poder ahorrar algo de dinero.

—¿Ahorras para algo en particular?

Jugando con el helado con su cuchara, sacude la cabeza.

—No, la verdad es que no. Solo me gusta saber que está ahí por
si alguna vez lo necesito.
Asiento y estoy a punto de agarrar la cuenta cuando Adam me la
quita de un tirón.

—No vas a pagar esto. Es tu cumpleaños. —Estoy a punto de


abrir la boca para discutir cuando dice—: Teniendo en cuenta que
no me lo has dicho, no he tenido tiempo de comprarte nada, así que
creo que esto es lo mínimo que puedes dejarme hacer.

Me lanza una mirada de reproche que me hace sonreír. Dejo que


pague, ya que solo son unos pocos dólares y, por lo que parece,
puede permitírselo.

—Tengo tiempo para ayudarte rápidamente a volver con tus


compras si quieres.

Miro la hora y veo que ya son cerca de las seis.

—Llegarás tarde. No te preocupes por mí, puedo arreglármelas.

—Insisto. Ya le he dicho a mi padre que llegaré tarde y lo


entiende. Me ha dicho que te desee un feliz cumpleaños, por cierto.

Sonrío mientras nos dirigimos a la parada del autobús con lo que


parecen cien bolsas de compras en las manos.

—Eso es muy dulce. Dale las gracias.

Nos bajamos en la parada que está a solo cinco minutos a pie de


mi casa. Cuando llegamos a la puerta de mi casa, Adam deja todas
las bolsas que lleva en el porche. Tengo que respirar hondo porque,
como siempre, me da pavor entrar en mi casa. Nunca sé lo que
puedo encontrar de un día para otro.

—Gracias por lo de hoy, Adam. Te lo agradezco mucho.

La sonrisa de Adam es amplia.

—No hay de qué. Feliz cumpleaños de nuevo. Nos vemos mañana.

Se queda parado torpemente durante un momento y luego


aparentemente toma la decisión de irse. Lo observo mientras
camina por la calle antes de girar para abrir mi puerta. Pero no
tengo que abrir la puerta.
Elijah lo hace por mí.
DIEZ

PRESENTE

Cientos de cuerpos adornan la gran sala del vasto museo de arte.


Todos los hombres llevan corbata negra, mientras que todas las
mujeres llevan vestidos largos y vaporosos de distintos colores.
Cuando pasamos, Elijah es recibido por varias personas que no
reconozco. Cuando pasamos por delante de un camarero que
sostiene una bandeja de champán, tomo una, pero en el momento
en que lo hago, la copa es rápidamente retirada de mi mano y
colocada de nuevo en la bandeja. Entrecierro los ojos hacia Elijah.

—Sabes que eres menor de edad —gruñe.

Quiero gruñirle desesperadamente que ha hecho cosas bastante


escandalosas en el cuerpo de alguien que supuestamente es
demasiado joven para beber, pero me contengo.

Con pretensiones y todo.

—Elijah, que bueno verte. —Un hombre que reconozco como Ted
Rosemberg, el juez del estado, se acerca a Elijah, con una gran
sonrisa en su rostro rubicundo. Le sigue de cerca su esposa,
Sophie.

—Yo también me alegro de verte, Ted. —Se dan la mano y luego


Elijah se dirige a mí—. Esta es mi hijastra, Bryce.

Ted recorre rápidamente mi cuerpo antes de acercarse y


estrechar mi mano.
—Encantado de conocerte, Bryce. Apuesto a que nuestro chico te
mantiene alerta en casa de la misma manera que dirige su estación.

Todos se ríen de su broma, y yo finjo unirme a sus carcajadas.

—Oh, créeme, lo hace.

Echo un vistazo a Elijah, que entrecierra los ojos en señal de


advertencia silenciosa. Por suerte para él, el juez y su esposa se
pierden por completo el acalorado intercambio entre nosotros.

—¿Te importa si te robo a Elijah unos minutos? —me pregunta


Ted—. Necesito hablar con él en privado.

Le hago un gesto con las manos para que continúe.

—Por supuesto. Adelante.

Ted sonríe, pero Elijah parece preocupado mientras el juez se lo


lleva. Sophie no les sigue. En su lugar, toma dos copas de champán
y me entrega una.

—No diré nada si no lo haces. —Me guiña un ojo, lo que hace que
me sienta fácilmente agradecida con ella.

—Gracias.

—No hay problema. —Tomo un sorbo de mi bebida mientras


escudriño la multitud con ella. Cuando ve a alguien, me da un
codazo en el brazo—. Mira a esa de ahí. —Señala con su nariz a
alguien de la multitud—. La del vestido verde brillante. —Al
instante, mis ojos se posan en una mujer, posiblemente de unos
cuarenta años, con el cabello rubio y unos pechos considerables.
Me doy cuenta que cuando pasa por delante de algunos hombres,
sus ojos se detienen en ella—. Es Lucy Brightmore, fiscal jefe de la
oficina del fiscal. Lleva un tiempo detrás de Elijah. Al parecer,
inventa todo tipo de excusas para ir a verlo.

Mis ojos se estrechan hasta convertirse en rendijas asesinas


mientras contemplo a mi nuevo enemigo número uno. Elijah no me
habló de esta pequeña zorra. Solo puedo adivinar por qué.
—Mucha gente se ha preguntado por qué Elijah ha ignorado sus
avances hasta ahora. Mucha gente cree que harían una gran pareja.

Los celos asesinos se acumulan en la boca de mi estómago


mientras miro a la mujer en cuestión. Observo cómo se ríe de algo
que alguien dice, y luego, como un misil que apunta a su objetivo,
mira en la dirección en la que se encuentra Elijah, todavía en una
profunda conversación con el juez. Sin embargo, mi vientre baila de
alegría cuando en lugar de mirar hacia ella, Elijah mira hacia mí.

Estoy a punto de contestarle a Sophie, y decirle que no es asunto


mío, cuando dice:

—Pero parece que esta noche solo tiene ojos para una dama.

No le respondo nada porque ¿qué sentido tiene? No tiene datos


concretos sobre nosotros, solo especulaciones.

Me da otro guiño y da un sorbo a su bebida.

—No te preocupes, cariño. Tu secreto está a salvo conmigo. —Y


se va rápidamente, saludando a una mujer con la que quiere hablar.

Suspiro y bebo otro sorbo de champán, disfrutando del pequeño


zumbido que me produce. Estoy literalmente sola unos cinco
segundos cuando un hombre que parece tener unos veinticinco
años se acerca a mí, con una sonrisa bailando en sus depredadores
ojos azules.

—Eres una cara nueva —empieza, echando un vistazo a mi


escote—. Estoy seguro que ya me habría fijado en ti en alguna de
estas funciones.

Pongo los ojos en blanco ante su tópica frase para coquetear.

—Es la primera función importante a la que nos invitan desde el


ascenso de mi padrastro.

Gira su cuerpo para estar más frente a mí, sus ojos siguen
bailando alrededor de mis tetas.
—Oh, de verdad. ¿Y quién podría...? —Sus ojos dejan mi pecho
para mirar por encima de mi hombro—. Oh, Elijah, no te había visto
ahí.

Giro mi cuerpo para encontrarme con un Elijah rígido, la rabia


llenando sus ojos mientras se fijan en este extraño.

—Paul, veo que has conocido a mi hijastra, Bryce.

—Oh, tú eres Bryce. Encantado de conocerte.

Antes que podamos estrechar la mano o hacer más cumplidos,


Elijah se entromete de nuevo.

—Bryce, este es Paul Brightmore. Hijo de la fiscal jefe de la oficina


del fiscal.

Mis ojos se abren ligeramente ante esta información. Este es el


hijo de la perra. Interesante.

Asentimos mutuamente, y de repente Paul parece no saber dónde


mirar. Hace un momento lo sabía muy bien.

—Estoy seguro que mi madre va a querer hablar contigo en algún


momento de esta noche.

Las palabras de Paul a Elijah me producen una rabia intensa, y


me dan ganas de arrancarle a esa mujer las bonitas uñas postizas
pintadas de negro.

—Hay mucho que hacer esta noche, así que ya veré si tengo la
oportunidad —responde Elijah, haciéndome sonreír ante su
despreocupación.

Me arriesgo a dar otro sorbo a mi champán, pero justo cuando


me lo llevo a los labios, me arrebatan la copa.

—Paul, ¿nos disculpas? Tengo que hablar con Bryce un


momento.

—Por supuesto —responde Paul, dejándonos pasar.

Elijah deja mi copa medio vacía antes de apartarme de la


multitud y llevarme a un pasillo vacío. Abre una gran puerta de
madera de caoba y entramos en lo que parece ser una especie de
biblioteca. La habitación está a oscuras, con solo unas tenues luces
victorianas falsas que parpadean como si fueran velas. En el centro
de la habitación hay sofás de cuero marrón que parecen ser más
viejos que Elijah. Libros y libros se alinean en las paredes laterales
y en todos los rincones. Esta habitación no parece pertenecer a este
lugar, pero es hermosa, no obstante.

Una vez que Elijah cierra la puerta, cortando cualquier sonido del
exterior, se vuelve hacia mí, apretando los puños.

—Apenas quince minutos aquí y ya estás causando problemas.

Me esfuerzo por ocultar mi sonrisa, pero es inútil.

—No tengo la menor idea de lo que estás hablando.

Agarrándome por el cuello, Elijah fuerza mi cuerpo contra la


puerta.

—Te dije que no causaras problemas. En el momento en que me


doy la vuelta, estás bebiendo champán cuando no deberías, y...

—¿Y qué? —lo corto, mi corazón retumbando por lo que podría


decir a continuación.

Palabras que quiere decir desesperadamente. Sé que lo hace, pero


por alguna razón se está conteniendo la lengua. Con los ojos
cerrados, exhala el aire que tanto necesita, apretando la mandíbula.

Con su mano todavía agarrando mi cuello, bajo mi propia mano


a su polla ya endurecida. No había que adivinar si estaría dura o
no. Siempre lo está conmigo. Soy como su propia droga potente, o
una sed que necesita saciar desesperadamente.

El fuego baila en sus ojos lilas mientras le froto la polla.

—No puedes decir las palabras, ¿verdad? —lo desafío—. Quizá


debería recordarte la razón por la que estás tan enfadado.

Le abro la cremallera del pantalón y saco su polla. Sin aliento,


Elijah me suelta el cuello y me arrodillo. Con una mano en la
puerta, Elijah lleva su otra mano y me agarra la parte posterior de
la cabeza. Me lo meto en la boca, hundiéndolo todo lo que puedo.
Elijah sisea de placer, su cuerpo se sacude ante mi contacto.

Sabiendo que tengo que ser rápida, subo y bajo con rigor,
deslizando mi lengua alrededor de su polla mientras lo profundizo
hasta el fondo de mi garganta. Elijah gruñe, maldiciendo y
agarrando la parte posterior de mi cabeza mientras me folla la boca
con fuerza y profundidad.

—¡Joder, Bryce! —brama mientras sigo chupándole una y otra


vez hasta la inevitable explosión.

Ha sido duro y rápido, pero, joder, me ha excitado. Tomando cada


bocado de él, me trago su semen en la parte posterior de mi
garganta antes de volver a colocar su polla en sus pantalones. Me
levanto, con el cabello sin duda desordenado, mi pecho subiendo y
bajando con cada fuerte respiración. Con la cabeza pegada al
respaldo de la puerta, sonrío a Elijah mientras se esfuerza por
recuperar el aliento tras el, sin duda, explosivo orgasmo que acabo
de provocarle.

Al captar mi sonrisa, Elijah vuelve a rodearme el cuello con la


mano, como muestra de dominio después que casi lo haya puesto
de rodillas. Me presiona el pulgar contra los labios, limpiando los
restos de lo que queda de mi pintalabios.

—Estos labios son míos —me dice, casi golpeando mi cabeza


contra la puerta.

Elijah no quiere admitirlo, pero poco a poco lo estoy doblegando.


Poco a poco, se está entregando a mí por completo. Y seguiré
haciéndolo hasta que sea su dueña de la misma manera que él es
dueño de cada parte de mí. No está enfadado por el champán. Esa
nunca fue la razón por la que me arrastró de esta manera. Vio lo
que consideraba una amenaza, alguien que se atrevía a tomar lo
que es suyo.

Me relamo los labios, haciendo una demostración de desafío, mi


respiración sigue siendo un esfuerzo después de nuestro encuentro.
Puede que Elijah haya encontrado su liberación, pero yo sigo
colgada, con mi coño palpitando a cada segundo que pasa.
—¿Oyes lo que digo, Bryce? —me insta, con su cara a escasos
centímetros de la mía—. Me perteneces, joder.

Mi cabeza se marea ante su afirmación. Una afirmación que


llevaba tiempo deseando escuchar. Y todo lo que hizo falta fue que
el hijo de perra me dijera simplemente unas palabras. ¿Quién lo
diría?

—Di las malditas palabras, Bryce. —El fervor inunda sus ojos
lilas. Una gama interminable de emociones nadando en ellos. No
tiene ni idea de por qué hace y dice las cosas que hace, pero lo hace
igualmente.

—Soy tuya —le susurro finalmente, notando el brillo triunfal en


sus ojos cuando le doy las palabras que ha estado buscando.

Pero justo cuando nuestro encuentro se pone interesante, Elijah


parece volver en sí como si hubiera sido hechizado. Sacude la
cabeza, y su mano abandona mi cuello al hacerlo.

—Tengo que volver antes que la gente se dé cuenta que he


desaparecido. ¿Tienes algo con lo que puedas revisarte? ¿Un
compact, tal vez? Pareces...

Está tratando de encontrar las palabras para decirlo, así que le


ayudo.

—¿Como si acabara de hacerle a mi padrastro la mejor mamada


de su vida? En un acto benéfico de la policía, nada menos. —Le
guiño un ojo para darle más efecto, pero solo parece hacer que la
rabia de Elijah vuelva a resurgir.

—Bryce, esto no es jodidamente divertido. Responde a la


pregunta.

—Sí —digo con brusquedad, señalando el suelo donde se me ha


caído el bolso—. Tengo uno ahí.

—Límpiate y sal cuando estés lista.

Una vez que ha cerrado la puerta, me pongo a trabajar


arreglándome el cabello y pintándome un poco más los labios.
Cuando termino, observo los libros y me permito deslizar los dedos
por las viejas ediciones de Shakespeare, Dickens y Hemingway.
Inhalo el agradable olor que desprenden, mi respiración se calma
por fin junto con mi coño. Todavía deseo a Elijah con pasión, pero
ahora que no está aquí invadiendo todos mis sentidos, me calmo.

Ya preparada, salgo de la biblioteca y entro en el amplio salón


donde se celebra una subasta, con el alcalde de pie en el escenario.
Junto a él están Elijah y esa maldita perra, que ahora es mi nueva
enemiga. Están sentados juntos, admirando lo que ocurre, pero
también conversando de vez en cuando. Elijah dice algo y ella se
ríe, su mano se desliza por su brazo mientras lo hace.

Creía que Cara de Pato era una zorra, pero esta se lleva el premio.
Tomo una copa de champán de una bandeja y me la bebo de un
tirón, ya que la rabia se apodera de mí.

Una de las subastas termina, y el alcalde le pide a Elijah que se


levante para realizar la siguiente. Sonríe, se levanta y toma el
micrófono del alcalde para presentarse.

—Espero que todos estén pasando una velada encantadora en el


evento especial de esta noche. —El público tararea su aprobación
antes que continúe. Se sube al escenario un gran cuadro de un
prado, y la puja comienza rápidamente. Me doy cuenta que el
alcalde baja del escenario, así que acelero mi paso en su dirección,
decidiendo que ahora es el momento de hacer mi jugada. Cuando
llego a él, ya está en la barra esperando a que le sirvan un whisky.

—¿William Schultz? —pregunto, poniéndome detrás de él.

Al oír su nombre, se gira y sus ojos se iluminan inmediatamente


cuando se fijan en los míos. Buscan en mi cara antes de mirar hacia
abajo, a mis pezones, sin duda erectos, que aún están duros por el
pequeño encuentro con Elijah hace solo unos minutos.

—Oh, vaya, no eres una delicia para la vista —su voz es grave,
como si intentara ser sexy. Supongo que con su abundante cabello
plateado y su prolija barba, tiene su propia singularidad, pero
ciertamente no es sexy—. ¿A qué debo el placer, señorita...?

—Turner —respondo, dedicándole la sonrisa que normalmente


solo reservo para Elijah.
Sus ojos danzan con deseo mientras agito mis pestañas.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita Turner?

—Bueno —respondo, colocando mi mano contra mi pecho, sus


ojos siguiendo cada uno de mis movimientos—. Esperaba tener una
breve charla con usted sobre algo, pero no creo que deba discutirse
aquí.

Mi corazón retumba, preguntándome si morderá el anzuelo.


Deslizo la mano por mi frente, colocándola sobre mi vientre. Un
movimiento que William observa con interés.

—¿Es así? —Asiento—. Como puedes ver, soy el anfitrión de este


evento esta noche, así que estoy un poco ocupado ahora mismo. Tal
vez después tú y yo podamos encontrar un lugar... más privado
para discutir lo que sea que desees.

Se me hunde el corazón y me muerdo el labio, pero no me atrevo


a ceder. Agarro su brazo con la mano y lo aprieto un poco bajo mi
contacto. Me inclino hacia delante para que pueda ver mi escote sin
sujetador.

—Lamentablemente, esta noche no puedo, pero esto solo le


llevará un par de minutos de su tiempo, alcalde. Se lo prometo. Me
aseguraré que merezca la pena.

Le sonrío seductoramente, como si le prometiera algo atrevido.


Echa una rápida mirada a Elijah, que sigue haciendo ofertas por
ese popular cuadro.

—De acuerdo, estoy seguro que puedo dedicarte dos minutos de


mi tiempo, cariño.

Me esfuerzo por contener la risa que está desesperada por


formarse. Elijah puede ser lo suficientemente mayor para ser mi
padre, pero este tipo es definitivamente lo suficientemente mayor
para ser mi abuelo.

—Sígueme —ronronea, caminando hacia el pasillo en el que


estábamos Elijah y yo. Mis tacones son el único sonido que choca
contra el suelo mientras nos alejamos cada vez más del gran salón.
Una parte de mí está nerviosa por alejarnos tanto, pero me lo trago.
Pase lo que pase, no puedo dejar que este hombre vea ninguna
debilidad en mí.

Al final del pasillo llegamos a una sala donde hay un pequeño


despacho. Cierra la puerta tras nosotros y se acerca al escritorio.

—Entonces, ¿qué es lo que desea discutir? ¿O prefieres que


hagamos algo en lo que no se hable?

Me rio de mentira por su broma antes de sacar mi teléfono del


bolso.

—Debo admitir que no he sido muy sincera con usted. —Me alejo,
acercándome al otro lado del escritorio.

Levanta una ceja muy poblada.

—¿Oh? —pregunta, un poco nervioso.

—Me llamo señorita Turner, pero mi nombre de pila es Bryce. Soy


la hijastra de Elijah.

Sus ojos se abren ampliamente por la sorpresa.

—Oh, pero pensé que solo tenías diecisiete años.

—Pronto cumpliré dieciocho, sí.

Se ríe ligeramente.

—Pareces mayor.

Decidiendo terminar con las galanterías, voy al grano.

—Lo he llamado porque creo que mi padrastro necesita


urgentemente nuevos oficiales.

William Schultz me hace un gesto de desprecio con la mano y se


levanta.

—Estoy aquí para recaudar dinero para la caridad. No me gusta


que Elijah te utilice para acosarme de esta manera.
Se acerca a la puerta para marcharse, pero no lo dejo ahora que
le tengo.

—Elijah no tiene ni idea que estoy aquí. De hecho, Elijah no tiene


ni idea que conozco las cosas que sé sobre ti.

Cuando su mano se detiene en el pomo de la puerta, mi sonrisa


se eleva en señal de victoria. Sabiendo que ya no tiene otra opción,
se da la vuelta, clavándome una mirada de odio.

—¿De qué estás hablando?

Tomo mi teléfono, lo enciendo y empiezo a reproducir el vídeo en


el que se ve cómo le hace una mamada a un hombre muy joven
mientras es montado por otra chica encima, sus gemidos llenan el
aire. Observo con deleite cómo William Schultz lo asimila todo, su
trago nervioso lo delata. Entonces detengo el vídeo y le pongo otro
en el que aparece atado a una cama, siendo montado por una chica
con uniforme escolar.

—Desde luego, te gustan jóvenes, ¿no?

—¿De dónde diablos has sacado esto? —se enfurece, tratando de


arrebatarme el teléfono de la mano. Rápidamente se lo quito de un
tirón.

Las conseguí pagando un buen precio al empleado del hotel que


se aseguró que el señor Schultz estuviera en la habitación en la que
convenientemente dejé la cámara. Sin embargo, William no necesita
saber ese detalle.

—No soy estúpida, Señor Schultz. ¿No crees que tengo copias? —
Miro mi teléfono y luego vuelvo a observarlo—. Por casualidad, ¿no
consideras que estas prostitutas son, digamos, “reuniones de
dignatarios” para que los contribuyentes locales financien sus...
asuntos lascivos?

William Schultz acorta la distancia entre nosotros, con la cara


enrojecida y nerviosa por la rabia.

—¿Qué diablos quieres?


Doy un paso atrás, haciendo una mueca por su mal aliento.
Coloco mi teléfono en el bolso, perdiendo deliberadamente el tiempo
antes de contestar.

—Ya te lo he dicho. Quiero que le des a Elijah lo que quiere.

Sus ojos se estrechan.

—¿Y eso es todo?

Hago la señal de la cruz.

—Lo juro por mi corazón, Señor Schultz.

—¿Por qué?

Suspiro profundamente como si todo esto fuera aburrido. Aunque


ahora si se está volviendo algo aburrido.

—Elijah ha sido difícil de manejar últimamente. Es tempestuoso


en el mejor de los casos, pero has hecho que sea insoportable vivir
con él. Si es feliz, yo soy feliz. Además, Elijah ha sido mi gracia
salvadora desde que mi pobre mamá murió. Es justo que le
devuelva algo.

Aunque en su mayor parte es mentira, al menos estoy siendo


honesta sobre querer hacer esto por Elijah.

—Una vez que haga esto por él, ¿destruirás esos videos?

Me pongo la mano en el pecho.

—Lo prometo.

Suspira profundamente, su mano pasa por su cara con angustia.

—No tengo suficiente dinero en mi presupuesto para más


policías...

—Oh, estoy segura que podrás ajustar el presupuesto para


permitirle unos cuantos agentes más. ¿Por qué no satisfacer a
Elijah a medias? Si quiere treinta, dale veinte. Seguro que se te
ocurre algo.
Aprieta los ojos con fuerza.

—Necesitaré tiempo.

—Te doy cuarenta y ocho horas. —Paso por su lado y pongo la


mano en la puerta—. Ya sabes dónde localizarme si tienes algún
problema. Que tenga una buena noche, Señor Schultz.

Abro la puerta y la cierro rápidamente tras de mí, dejando


escapar una enorme exhalación. Esto me ha costado más de lo que
esperaba.

Con renovado vigor, salgo de nuevo al pasillo para encontrarme


con esa zorra ahora en el escenario, haciendo ofertas, pero
afortunadamente sin Elijah. Mientras pienso en eso, el pánico
aflora, preguntándome si está entre la multitud, buscándome
desesperadamente pero sin poder encontrarme. Justo cuando lo
pienso, mi teléfono suena en mi bolso. Lo saco y, efectivamente, el
nombre de Elijah parpadea en mi teléfono. Contesto enseguida:

—¿Dónde diablos estás?

—Estoy en el pasillo. ¿Dónde estás tú?

—Te he estado buscando por todas partes. ¿Dónde has estado?

Sonrío a un transeúnte y luego suelto un poco de aire.

—Estaba en el baño de mujeres. No me sentía muy bien, pero el


resto del tiempo he estado aquí.

Se queda en silencio un momento antes de responder:

—¿Te encuentras bien ahora?

Mi corazón se ilumina porque, a pesar de estar enfadado por no


haberme encontrado, sigue preocupándose por mi bienestar.

—Sí, ya estoy bien.

—Bien. Reúnete conmigo en la salida. Nos vamos a casa.

Tan pronto, pienso. Estaba empezando a disfrutar.


Termino la llamada, abriéndome paso entre la multitud. Veo a
Paul, que me saluda al pasar. Le devuelvo la sonrisa, pero mi
atención se centra ahora en llegar hasta Elijah.

Tal y como ha dicho, está en la salida, sin la chaqueta y colgada


del brazo mientras espera. Me ve y sus ojos se entrecierran en señal
de sospecha. Probablemente piensa que mi excusa del baño es una
mierda, pero no me dice nada.

—¿Por qué nos vamos tan pronto? —pregunto mientras inhalo


una muy necesaria bocanada de aire nocturno.

—He hecho mi parte y ahora quiero ir a casa.

—Me parece justo.

En el viaje de vuelta, Elijah apoya la cabeza en el asiento,


cerrando los ojos. Es evidente que está cansado, así que lo dejo
descansar lo poco que puede.

Saco mi teléfono del bolso, lo enciendo y voy a mi lista de


nombres. Muchos ya han sido tachados, pero hay un par que
siguen ahí. Tacho el nombre de William Schultz, pero al final añado
otro.

Lucy Brightmore.

Una sonrisa malvada se dibuja en mis labios mientras coloco una


estrella junto a su nombre.

La zorra nunca me verá venir.


ONCE

PASADO

El cuello de Elijah se inclina, tratando de localizar a Adam, que


ya está bastante lejos en el camino. Cuando no lo encuentra, su
mirada furiosa se dirige a mis bolsas.

—Veo que has ido de compras.

Me encojo de hombros, porque una conversación con él ahora


mismo no está en mi lista de prioridades.

—Me dijiste que podía gastarlo.

Se agacha, recoge las bolsas y las lleva adentro con nosotros.

—Puedes gastarlo en lo que quieras. ¿Dónde las quieres? ¿En tu


habitación?

Asiento, preguntándome por qué parece tan enfadado de repente.


No tiene derecho a enfadarse conmigo.

Lo sigo mientras llega a mi habitación.

—¿Dónde está mamá? —pregunto, sin importarme mucho la


respuesta.

—Ha salido a arreglarse el cabello, pero llegará a tiempo para que


te llevemos a cenar a las ocho.

Dejo las bolsas en el suelo.


—Eh, no gracias. Creo que paso.

—¿Quién es el chico?

Su repentina pregunta me aturde, pero respondo con rapidez:

—Es solo un amigo.

Sus ojos se estrechan hacia mí.

—¿Un amigo o un novio?

Mi corazón retumba ante su mirada acusadora y le devuelvo la


mirada.

—No es asunto tuyo si es un amigo o alguien con quien me


acuesto. ¿Es eso lo que quieres oír? ¿Qué me lo estoy follando?

La mandíbula de Elijah hace un tic, e inhala una respiración


aguda.

—¿Qué te ha pasado de repente? Normalmente no eres...

—¿Qué? ¿Tan enfadada? ¿Resentida? ¿Llena de jodida rabia


contra dos personas que se supone que deben cuidar de mí? Puede
que alguna vez haya sido una chica tímida y callada a la que todos
creen que pueden pisotear, pero ya no. —Me dirijo a la puerta y me
aferro al pomo—. Ahora, si me disculpas, tengo que probarme algo
de ropa para esta noche.

Elijah se queda mirando un momento, sus ojos me escrutan como


si tratara de entenderme. Finalmente, se va y me permite cerrar la
puerta tras él. Me tumbo en la cama y un suspiro sale de mis labios
junto con un par de lágrimas. Es curioso que, de todos los que
conozco, Elijah es el único que puede llegar a mi interior. Dentro de
mis entrañas, de mi corazón, de mi puta cabeza... en todas partes.

Me tumbo un momento, necesitando esta paz para despejar mi


cabeza antes de ponerme a trabajar, maquillándome para estar lo
más guapa y atrevida posible para esta noche. Elijah cree que me
prepararé para la cena, pero está muy equivocado.
Con los ojos ahumados, los labios pintados de rojo y un vestido
negro ajustado a mi piel, me miro y apenas reconozco a la chica que
me mira.

Agarro mi bolso y abro la puerta, luego me detengo en el pasillo


para escuchar alguna voz. Oigo una débil discusión procedente del
dormitorio de mi madre en la planta baja, así que bajo rápidamente
y en silencio cada escalón, dudando solo cuando oigo mi nombre.

—¿No es de extrañar que esté tan jodidamente enfadada, Brenda?


¿Qué clase de madre le hace eso a su propia hija? No eres más que
un pedazo de mierda.

Mi madre le grita algo a Elijah, y luego oigo la inevitable bofetada


que debe haberle dado. Por un momento, me sorprende que Elijah
me defienda ante mi madre, pero no me quedo lo suficiente como
para que salgan de la habitación y posiblemente me vean.

Con el bolso en la mano, abro la puerta y la cierro


silenciosamente tras de mí, bajando los escalones.

—Chica, vas vestida como si buscaras todo tipo de problemas.

Me rio de Frank, saludándole con la mano mientras empiezo mi


paseo por la calle.

—Oh, eso es lo que soy, Frank. No te preocupes por eso.

—Ten cuidado ahora, ¿me oyes? —me grita.

Me doy la vuelta y le mando un beso.

—Lo haré, Frank. Buenas noches.

—Buenas noches, capullo de rosa.

Sonrío ante mi nuevo apodo de Frank. Me lo puso hace unas


noches. Le pregunté por qué, y al parecer, mis labios parecen
capullos de rosa. Solo cuando volví a casa esa noche y me miré en
el espejo pude ver realmente a qué se refería.

Camino los veinte minutos que me separan del bar más cercano,
donde sé que pasan el rato muchos de los padres de la escuela, llego
a la puerta y dudo, preguntándome si puedo ser lo suficientemente
valiente para hacerlo. Nunca he entrado en un bar y mucho menos
he bebido allí. Estoy sola en esto, pero he llegado demasiado lejos
para retroceder ahora. Además, estoy cansada de esconderme en
las sombras. Estoy cansada de ser esa chica que se sienta en
silencio, a la que le han quitado todo sin ni siquiera un por favor o
un gracias.

Pongo la mano en la puerta y, tras inhalar profundamente, la


abro de un empujón. Los sonidos apagados de las voces son ahora
más fuertes y las luces brillantes obligan a mis ojos a adaptarse a
la escena. Unas cuantas mesas están llenas de grupos de hombres
y mujeres mezclados, pero también hay algunos hombres solos en
la barra, tomando cervezas.

Mis ojos observan una mesa en una esquina, donde un grupo de


padres de la escuela están sentados disfrutando de unas horas de
libertad de sus vidas mundanas.

Todas las miradas están puestas en mí, mientras permanezco en


medio del bar como un pez fuera del agua. Me esfuerzo para que
mis piernas se muevan, y después de unos segundos, lo hacen. Me
acerco a la barra, dejo mi bolso en el suelo y me deslizo sobre un
taburete libre, eligiendo el más alejado de todos. El camarero se
acerca inmediatamente y coloca un posavasos frente a mí.

—Una copa de vino blanco, por favor —le pido con la mayor
naturalidad posible.

El camarero, guapo y con el cabello oscuro recortado, parece


tener unos veinticinco años, estrecha los ojos hacia mí.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintiuno —respondo rápidamente.

Sus labios se mueven un poco.

—Muy conveniente, ¿no?

Le muestro las palmas de las manos.

—Es mi edad. No puedo evitarlo.


Creo que me va a rechazar, así que me sorprende totalmente
cuando toma una copa de la encimera y se inclina para abrir la
nevera, tomando una botella de vino bien fría. La pone delante de
mí y llena la copa hasta arriba.

—Son seis dólares.

Se me abre la boca de asombro, pero la cierro. ¿Seis dólares por


una copa de vino? ¿Cómo puede alguien de aquí permitirse más de
una copa?

Abro mi bolso para sacar un billete de diez dólares cuando un


hombre se me acerca.

—Yo me encargo, David.

El camarero, al que ahora conozco como David, se limita a


sonreír, asintiendo.

—Claro, Brian. Lo pondré en tu cuenta.

Me muevo en mi asiento, un poco molesta porque ni siquiera me


ha preguntado si está bien que otro hombre pague mi bebida. Pero
cuando me vuelvo para dar las gracias al desconocido, me
encuentro con unos ojos marrones que reconozco. Debe ser Brian
Greyser. El padre de Chloe.

—Eres nueva —dice, y sus ojos bajan de mi rostro a mis piernas.


Deliberadamente, coloco lentamente una pierna sobre la otra para
que pueda ver bien lo que está admirando. Sus ojos se ensombrecen
antes que, finalmente, los dirija al encuentro de los míos—. Me
llamo Brian Greyser. ¿Y tú eres? Creo que es justo que conozca tu
nombre ya que te he invitado a una copa.

Típico. Quiero decirle a este imbécil arrogante que soy


perfectamente capaz de pagar mi propia bebida, pero me obligo a
rechazar ese pensamiento. De todas las personas del mundo para
conocer en este bar, tenía que ser el padre de Chloe. Quiero decir...
¿cuáles son las probabilidades?

Así que le sonrío con toda la dulzura del mundo y le tiendo la


mano para que la tome.
—Soy Bryce, y gracias por la bebida.

A sus cuarenta y tantos años, con el cabello negro peinado hacia


atrás y mechones plateados a los lados, sus ojos se detienen en mis
labios por un momento.

—De nada, Bryce. ¿Puedo preguntar qué te ha traído a este bar


por tu cuenta?

Tomo mi vino y doy un buen sorbo para calmar mis nervios antes
de responderle:

—Se suponía que iba a encontrarme con un amigo, pero los


planes se frustraron. Pensé en tomar una copa rápida ya que estaba
aquí.

Brian hace un pequeño mohín.

—Qué pena. Este amigo tuyo... ¿él o ella?

—Ella —respondo, queriendo preguntarle por qué importa.

—Siento oír que te ha abandonado, pero la pérdida de una mujer


puede ser la ganancia de otro hombre, ¿eh? —Me mira con una ceja
levantada como si compartiéramos un secreto.

—Señor Greyser —empiezo, girando deliberadamente en mi


taburete para encararlo, de modo que estemos íntimamente
cerca—. ¿Está tratando de seducirme? —Tengo muchas ganas de
reírme de mi propia broma, pero en lugar de eso, le sonrío,
provocando su risa.

—Hmm... no hay nada malo en un poco de Señora Robinson en


sentido contrario. Pero solo intentaría seducirte si tú lo quisieras.

Bebo otro trago de vino y enarco una ceja.

—Es bueno saberlo. —Echo un vistazo por encima de su hombro


y me doy cuenta que todos sus amigos observan la escena con
atención, con amplias sonrisas en sus rostros. Los señalo con el
dedo—. ¿No te extrañan tus amigos?
Brian mira por encima de su hombro y sus amigos le saludan con
sus cervezas antes de reírse. Vuelve la cabeza hacia mí con una
sonrisa cómplice.

—Dudo que me echen de menos. Además, saben que ahora


mismo preferiría tu compañía.

—No saben nada de mí —le respondo bromeando, tomando otro


sorbo—. Podría ser muy aburrida, por lo que sabes.

Echa la cabeza hacia atrás, riendo, antes que sus ojos vuelvan a
recorrer mi cuerpo.

—Oh, lo dudo mucho.

Mis ojos aprovechan ese momento para mirar su dedo, con un


anillo bien colocado.

—Dígame, Señor Greyser, ¿qué le parecería a su esposa que


charlara con una joven en un bar y le invitara a una copa?

Frunce un poco el ceño, como si acabara de darse cuenta que


está casado. Mis ojos se dirigen a su mano y la levanta.

—Oh, ¿esto? —Juguetea con el usando el pulgar—. Mi esposa y


yo estamos separados.

Mentira.

—Entonces, ¿por qué sigues llevando su alianza?

Se encoge de hombros.

—Por costumbre, supongo. —Entonces se inclina hacia la barra


para poder acercarse aún más a mí—. Ya veo que no estás
casada. —Mueve la cabeza hacia mi mano, sin un anillo a la vista.

—No, no es algo que contemple ahora mismo.

—¿Entonces no hay novio? ¿Nadie serio en la escena?

Suspiro como si esto me preocupara.


—No. Para ser sincera, los hombres de mi edad no saben cómo
cuidar a una mujer como yo. Tengo necesidades que ellos son
demasiado jóvenes para satisfacer. ¿Entiendes lo que quiero decir?

La excitación se agolpa en sus ojos mientras se relame los labios.

—Oh, entiendo perfectamente lo que quieres decir. Una mujer de


tu... —recorre con sus ojos mi cuerpo—, calibre necesita a alguien
mayor que la cuide desde el interior. —Se lleva la mano a la barbilla
y hace una pausa, como si estuviera pensando en algo—. ¿Alguna
vez te ha llevado un tipo a dar un paseo en avión? —Niego con la
cabeza—. Tengo licencia de piloto y mi propio avión. ¿Te gustaría ir
conmigo alguna vez?

Para muchas mujeres, eso sería impresionante, pero no para mí.


Solo está usando esto para tener acceso a mis bragas, así que
armada con ese conocimiento, es algo que no me gusta. Sin
embargo, lo que sí me excita es saber que el padre de Chloe quiere
follarse a la chica la cual ella acosa todos los días de su miserable
vida. La idea sobre su padre follándome en el escritorio de su casa
y que Chloe nos descubra hace que una ráfaga de excitación se
acumule en mi vientre.

—Suena maravilloso —respondo, preguntándome si alguna vez


podría llegar tan lejos con él. ¿Podría hacer que me follara alguien
a quien no quiero? ¿Podría hacerlo simplemente porque quiero
vengarme de alguien por haberme hecho daño? No solo eso, mi
única experiencia sexual hasta ahora no fue más que dolorosa.
¿Volvería a ser igual de dolorosa? ¿Me llenaría de tanto miedo que
no me atrevería a hacerlo?

Esas preguntas y un millón más revolotean por mi mente, pero


las alejo por ahora.

—¿Me vas a presentar a tus amigos mientras estoy aquí? —


pregunto, señalando la mesa en la que todavía nos miran.

Brian parece un poco decepcionado que se lo pregunte, pero


asiente de todos modos.

—Claro, pero tendré que estar de pie. No hay suficiente espacio


si te sientas con nosotros.
Agarrando su brazo, me levanto para poder susurrarle al oído:

—¿Tal vez podrías dejar que me siente en tu regazo?

Veo cómo su boca se separa ligeramente y su respiración se


acelera, lo que acelera la mía. No sabía que tener este efecto sobre
los hombres podía llenarme de tanto poder. La idea me excita como
ninguna otra cosa.

—Será un placer. —Me sonríe seductoramente y me ofrece su


brazo.

Me bajo del taburete y paso mi brazo por el suyo.

—Perfecto caballero —le digo.

—Solo lo mejor para los mejores. Eres la mujer más


despampanante con la que me he cruzado, ¿lo sabes?

Me rio como si lo que está diciendo fuera absurdo.

—Apuesto a que se lo dices a todas las chicas —bromeo, poniendo


mi mano en su brazo mientras caminamos hacia su mesa.

Me observa fijamente con una mirada seria.

—No, lo digo en serio. No tenemos mujeres como tú por aquí, eso


es seguro. Dime, Bryce. ¿A qué te dedicas?

—Todavía estoy en la escuela —respondo con sinceridad.

—Ah, ¿entonces asistes a la universidad local de aquí?

Asiento, pero no se dice nada más hasta que llegamos a su mesa.


Una vez allí, me presenta a los cinco hombres que están sentados
con sus jarras de cerveza, cuyos nombres desaparecen
inmediatamente de mi mente en cuanto los oigo.

—Encantada de conocerlos —les digo mientras Brian se sienta en


su silla con mi vino antes de tocar su rodilla para mí.

Estoy a punto de sentarme cuando me doy cuenta de la sonrisa


de comemierda que está mostrando a todos sus amigos. Por ahora
no me importa, ya que para mí todo esto es un juego.
Muevo el culo sobre su pierna y me rio como si fuera una cabeza
hueca. Brian me sonríe antes de deslizar su mano por mi vientre y
mantenerla allí.

—¿Estás cómoda? —me pregunta.

—Muy cómoda —respondo.

Doy otros sorbos al vino mientras todos me hacen preguntas


sobre quién soy, dónde vivo y qué estudio en la universidad. El vino
se me está subiendo a la cabeza y me hace sentir cálida y confusa
por dentro. Hacen algunas bromas que probablemente ni siquiera
son graciosas, pero me rio de todos modos.

—Voy a cuidarte muy bien, jovencita. —Brian prácticamente me


gruñe esto al oído.

Me muerdo el labio, aprendiendo a susurrar al oído:

—Un poco presuntuoso de su parte, Señor Greyser. ¿Cómo sabe


que es usted quien quiero que me cuide?

Se pone la mano en el pecho, lanzándome una mirada herida.

—No me rompas el corazón antes que tenga la oportunidad de


hacerte pasar un buen rato.

Con mi brazo enroscado alrededor de su cuello, me rio, echando


un poco la cabeza hacia atrás, pero cuando vuelvo a llevarla
adelante, mis ojos se posan en un par de lilas que conozco
demasiado bien.

Está escudriñando a la multitud, pero como si sintiera que le


estoy mirando, se fija en mí, sus ojos se entrecierran en rendijas
mientras observa la escena que tiene delante.

Oops. Parece que me han atrapado.

Atravesando la sala con decisión, Elijah se acerca a la mesa, y


todos los ojos miran hacia arriba como si sintieran que se acerca.

—Jefe —dice uno de los chicos del lado opuesto, reconociéndolo—


. ¿Te unes a nosotros para tomar una cerveza? Y una chica, por
supuesto —continúa, guiñándome un ojo. Le devuelvo la sonrisa,
pero cuando veo la rabia que se dispara en los ojos de Elijah, se
desvanece rápidamente.

—Bryce —advierte, ignorando por completo a los demás—.


Levántate. Te vienes a casa conmigo.

Me levanto rápidamente del regazo de Brian, porque sé que muy


pronto Elijah va a arrancarme de él de todos modos.

—Oye, ¿qué pasa? —Brian pregunta, con las manos en alto—.


¿Quién es Bryce para ti?

Sus labios se afinan en una línea dura, mientras ladra:

—Es mi hijastra de apenas dieciséis años.

La cara de Brian cae tan rápido que casi tengo que taparme la
boca para no reírme.

—Lo... lo siento —tartamudea—. Sinceramente, no lo sabía,


Elijah. Lo siento. Parece mucho mayor, y cuando le pregunté a qué
se dedicaba, me dijo que está en la universidad. —Fija sus ojos
acusadores en mí. Podría corregirle que técnicamente no he dicho
eso, pero en lugar de eso, simplemente me encojo de hombros.

—Oops. —Es todo lo que respondo.

—Al menos deberías haberte dado cuenta que es demasiado joven


para beber.

Brian levanta las manos en señal de rendición.

—Mira, hombre, lo siento. No se hizo ningún daño, así que por


favor acepta mis disculpas y acaba con esto.

Elijah se queda rígido, con las manos apretadas a los lados


mientras los mira a todos, especialmente a Brian.

—Lo dejaré por ahora porque quiero llevar a Bryce a casa, pero
para que sepan, esto no es lo último que oirán sobre el tema. —
Entonces me agarra del brazo y me aparta de la mesa.
Inmediatamente, me saca del bar y me lleva a la calle, donde el
elegante Jaguar F Pace negro de Elijah está esperando, con un
aspecto brillante. Una vez que llega a la puerta del pasajero, me da
la vuelta, con su mano todavía agarrada fuertemente a mi brazo.

—¿En qué demonios estabas pensando, Bryce? Esos hombres


con los que estabas sentada son incluso mayores que yo. ¿Qué te
ha pasado? Esto... —Da un paso atrás, observando lo que llevo
puesto—. Esto no eres tú. Deja de intentar ser alguien que no eres.

Tirando mi brazo de su agarre, lo fulmino con la mirada.

—En eso te equivocas. Esta soy yo. Y no me he sentido tan libre


o con tanto poder en años.

Arruga la nariz en señal de enfado, sacudiendo la cabeza.

—Así que sentarte en el regazo de hombres viejos y sucios en


bares baratos te hace sentir empoderada, ¿eh?

Con los niveles de ira subiendo a nuevas alturas, doy un paso


adelante, mis ojos se centran en los suyos.

—Mi propia maldita madre me convirtió en una puta, y tú se lo


permitiste. ¿Cuánto más bajo puede ser eso?

La ira se desvanece en sus ojos y pone sus manos sobre mis


hombros.

—Escucha, Bryce. Entiendo lo difícil que debe ser esto para ti.
Quiero poder ayudarte si me dejas entrar. Por favor, no me dejes
afuera.

Me rodea con sus brazos en un cálido apretón y, al principio,


aspiro ese dulce y almizclado aroma a canela suyo que solía
volverme loca de necesidad. Cierro los ojos, disfrutando de la
sensación de su cuerpo apretado contra el mío, pero la sensación
no dura mucho. Pronto, los recuerdos de la violación y el posterior
baño que Elijah me preparó asaltan mi mente, haciéndome
apartarlo violentamente.

—¡No te compadezcas de mí, joder! —le digo con brusquedad—.


No necesito tu compasión. Necesitaba tu protección.
La expresión de la cara de Elijah es como la de alguien que acaba
de recibir una bofetada. Pues bien. Se merece sentir la culpa que le
corroe. Se merece todo lo que le suelte.

Permanece en silencio mientras me mira tímidamente a los ojos.


Supongo que no hay nada que pueda decir. Lo hecho, hecho está,
y ninguno de los dos puede retractarse ahora. No importa lo mucho
que nos gustaría a los dos.

—Por favor, llévame a casa.

Elijah asiente antes de abrir la puerta del auto, esperando a que


me deslice dentro antes de cerrarla. Mientras él camina hacia el otro
lado, apoyo la cabeza contra el reposacabezas y cierro los ojos.
Puede que este pequeño contratiempo me haya deprimido un poco,
pero con cada patada en el estómago, estoy aún más decidida a
volver a levantarme.
DOCE

PRESENTE

Después que Elijah y yo volviéramos del baile, conseguí averiguar


la edad, el número de teléfono y la dirección de la nueva zorra. Por
supuesto, tiene que vivir en el pueblo de al lado, donde residen
todos los magnates ricos y engreídos. Elijah podría permitirse vivir
allí también si realmente quisiera, pero lo que nos mantuvo aquí al
principio fue mi escuela. Estaba a poca distancia, lo que necesitaba
porque no tengo auto. Elijah quiere cambiar eso ahora, pero le dije
que solo aprendería a conducir si él me enseñaba.

Todavía estoy esperando.

Es la mañana siguiente y Elijah se está preparando para ir a


trabajar. A las ocho en punto, está frente a mí con un vaso de agua
y mi pastilla del día. Por alguna razón, es muy estricto a la hora de
no dejar embarazada a su hijastra de diecisiete años. Podría usar
preservativos si realmente quisiera, pero por desgracia soy yo quien
tiene que cargar con el peso de protegerme de su semen.

De momento, me tomo la píldora con una sonrisa, como cada


mañana, y me la trago mientras él me observa. Un día, no seré tan
complaciente. Un día, Elijah se convertirá en papá, y entonces no
tendrá más remedio que enfrentarse a nosotros y a lo que somos
juntos. Me pondrá un puto anillo cuando se dé cuenta que no puede
seguir escondiendo la cabeza en la arena y que debe aceptar el
hecho que me ama tanto como yo a él.
—¿Te vas a trabajar ahora, querido? —le pregunto con la mejor
sonrisa de esposa de Stepford que puedo reunir.

—No hagas eso—advierte, pero es incapaz de ocultar su sonrisa.

Ladeo la cabeza haciendo un mohín.

—¿No hacer qué?

Mete los pulgares en la cintura de sus pantalones de policía y los


baja ligeramente para que descansen sobre sus encantadoras
caderas. Mis ojos se dirigen a su hermosa figura, sin querer perder
la oportunidad de contemplar su pecho orgulloso, sus brazos
sólidos y poderosos, y su fuerte mandíbula, que es más que capaz
de comer coños.

—No te conviene esta mierda de esposa, Bryce, así que déjalo ya.

Levanto las cejas, con una sonrisa que se dibuja a los lados de la
boca.

—¿Ah, sí? ¿Así que no quieres que te cocinen la comida para


cuando vuelvas a casa o que te laven y planchen el uniforme para
la próxima vez que lo necesites? Entendido.

Me agarra la barbilla con la mano y me acerca a él para que


nuestros rostros queden a centímetros de distancia. Sus ojos lilas
son una señal de peligro esta mañana, lo que aumenta mi deseo.
Me pregunto qué tendría preparado para mí si no estuviera de
camino al trabajo.

—Sabes exactamente lo que quiero decir —susurra, con su


aliento cálido y mentolado abanicando mi cara. Sus ojos bajan
hasta mis labios, y cuando sus pupilas se dilatan ligeramente, me
muerdo el labio, mi anhelo por él aumenta con cada segundo que
pasa—. No juegues a ser esposa.

Mis ojos se estrechan hasta convertirse en rendijas, el anhelo que


hay en ellos es sin duda evidente para que él lo vea.

—Tienes razón —respondo, enseñándole los dientes—. En lugar


de eso, juego a ser tu puta. —Saco la lengua, lamiendo sus
labios—. Y te encanta cada. —Lamo—. Maldito. —Lamo—. Minuto
de eso.

Su respiración se acelera, el pulso en su cuello parpadea. Echo


un vistazo hacia abajo, y no me sorprende encontrar su polla
tensada contra sus pantalones. Me pregunto hasta dónde puedo
llegar.

—¿Qué ganas tienes de ponerme esposas, inclinarme y follarme


ahora mismo?

Algo se agita en sus ojos, su mandíbula titila como si contemplara


qué hacer a continuación. Su deseo por mí es más fuerte que las
energías que hacen girar la tierra cada día. No le gustaría admitirlo,
pero es cierto. Si huyera, me perseguiría... No tengo ninguna duda.
Está tan obsesionado conmigo como yo con él.

—Deja esta puta mierda, Bryce. Tengo que ir a trabajar.

Cuando se da la vuelta para salir de mi habitación, me dejo caer


en la cama y le abro las piernas para que pueda ver mi coño
empapado e hinchado.

—Entonces, ¿un polvo rápido y duro está descartado?

Se restriega una mano por la cara, listo para amonestarme,


cuando sus ojos se fijan en mi exhibición de excitación.

—Joder, Bryce. Tápate.

—Pero estoy muy caliente. Mira lo mojado que está mi coño. ¿No
quieres deslizar tu polla dentro de mí? ¿No quieres machacar mi
coño para que esté tan dolorido para recordarme quién estuvo aquí
todo el día? —Hundo mis dedos entre mis pliegues, la excitación
burbujea en mi interior cuando sus ojos se inundan de deseo. Su
polla se sacude dentro de los pantalones y entonces da un paso
adelante. Sonrío, con un brillo triunfal en la cara.

Y entonces suena su teléfono.

—¡Joder! —maldice, sacando el teléfono del bolsillo—.


Hawthorne —ladra en el auricular.
Mientras escucha a quien quiera que esté en la línea, meto un
dedo en mi coño y lo saco para empezar a rodear mi clítoris. La boca
de Elijah se separa, pero no aparta la mirada. Echando la cabeza
hacia atrás, cierro los ojos y un pequeño gemido sale de mis labios.
El hecho que esté observando cada uno de mis movimientos me
excita muchísimo.

—Estaré allí en veinte minutos —dice antes de terminar la


llamada. Un momento más tarde, mis piernas son arrastradas
hasta el final de la cama, y su polla se desliza otro segundo
después—. No podías dejarlo pasar, ¿verdad? —gruñe, golpeando
tan fuerte dentro de mí que veo las estrellas—. No podías dejarlo
para poder irme a trabajar.

—Me encanta tu polla —le respondo con un gruñido—.


Demándame.

Elijah ruge, sus golpes son implacables mientras sostiene mis


piernas en el aire. Sus movimientos son tan furiosos y rápidos que
un orgasmo me invade rápidamente, haciéndome gritar su nombre.
A los pocos segundos, él sigue el mismo camino, su respiración es
rápida.

Mi sonrisa es victoriosa al ver cómo se sube los pantalones y se


alisa la camisa. Se arregla el cabello antes que sus ojos se posen de
nuevo en mí.

—Pórtate bien hoy. No te metas en ningún lío, ¿Me oyes?

Me muerdo el labio, bajando la mirada como una niña tímida.

—Sí, papi.

Abre la boca como si estuviera a punto de replicar, pero se detiene


y, en su lugar, sacude la cabeza.

—Nos vemos luego.

Está saliendo de mi habitación cuando le grito:

—¡Que tengas un buen día, cariño!

Le oigo murmurar:
—Joder

Lo que me hace reír mientras sus pasos lo llevan escaleras abajo


y finalmente a la puerta.

Me incorporo y un suspiro de placer sale de mis labios. No hay


nada como un orgasmo y un coño dolorido para empezar el día,
debo decir.

A pesar que ya me he duchado, vuelvo hacerlo rápidamente para


refrescarme. Hoy va a hacer calor, así que una vez seca, me pongo
un vestido blanco corto y sin tirantes antes de retocarme el
maquillaje. Me recojo el cabello en un moño desordenado y saco mis
gafas de sol Tiffany de la cabecera de la cama y me las pongo. Tomo
mi bolso y salgo al cálido día. Mientras estoy en el escalón, con la
cara hacia el cielo, aspiro la nueva mañana que me espera. Me dirijo
a la casa de Frank y veo que aún no ha salido a espiar a los vecinos.
Supongo que es un poco temprano.

Bajo los tres escalones y comienzo mi paseo por la calle. Es una


calle tranquila, ya que la mayoría de la gente está trabajando y sigue
con su jornada. Tomo el autobús y sonrío durante todo el trayecto,
sobre todo cuando los hombres, e incluso algunas mujeres, me
miran boquiabiertos. Tras cinco paradas, me bajo para recorrer a
pie los cinco minutos de trayecto hasta una cafetería donde pido un
café. Me siento en la ventana, un punto estratégico hacia el juzgado,
que me dará la vista que busco. Allí me siento y miro fijamente,
observando a la gente que sigue su día, aburriéndome a cada
minuto que pasa. Estoy en mi segunda taza de café cuando veo el
momento que he estado esperando.

Lucy Brightmore.

La perra reina.

Como si sus tendencias de perra no pudieran ser más perversas,


camina hacia Elijah, que aparece concentrado en su reloj por
alguna razón. Cuando se saludan, ella le sonríe como si fuera el
único hombre del universo.

¿A qué mierda está jugando?


Empiezan a caminar juntos, y con cada paso, mi ira aumenta.
¿Adónde va con esa perra?

Por desgracia, me doy cuenta demasiado rápido que parecen


dirigirse hacia mí.

—Joder —siseo en voz baja.

Agarro mi bolso y me dirijo a la parte de atrás de la cafetería tan


rápido como me permiten mis piernas. Veo a un empleado, así que
le toco con el dedo, mi ansiedad es palpable. Se da la vuelta con
una mezcla de sorpresa e intriga.

—¿Hay una salida en la parte de atrás? Mi ex novio, que no quiere


aceptar un no por respuesta, va a entrar en la cafetería y no quiero
que me vea.

El ceño se frunce, preocupado por mi bienestar.

—Por supuesto. Sígueme.

Mientras lo hago, miro rápidamente hacia atrás y veo que Elijah


y Cara de Perra están a punto de entrar. Acelero el paso tras el
chico, dejando escapar un suspiro de alivio cuando abre la puerta
trasera y me hace pasar. Señala a la derecha y dice:

—Si sigues el camino por aquí, te llevará a un callejón junto al


parque.

Le agarro la mano, sorprendiéndolo un poco.

—Gracias. No sabes lo que significa para mí.

El joven, de aspecto pretencioso, me sonríe.

—No hay de qué. Escucha, si alguna vez quieres un café, estoy


aquí casi todos los domingos, pero salgo a las tres.

Me doy la vuelta momentáneamente para devolverle la sonrisa.

—Gracias. Lo recordaré.
Me alejo, sabiendo muy bien que probablemente estará en el baño
haciéndose una paja ante la perspectiva que vuelva para tomar un
café con él, cosa que no haré.

Sigo el camino que me ha indicado, y al final me lleva a un


callejón donde están los contenedores de basura. Aunque es un día
soleado, el callejón me sigue asustando, así que acelero el paso.
Finalmente, veo el juzgado, que está a unos cuantos locales de la
cafetería. Mi rabia vuelve a aflorar cuando pienso en ellos ahí
dentro, acurrucados con un café y vete a saber qué más. Mis pies
se aceleran y se dirigen hacia el juzgado, donde hay un patio en la
azotea donde puedo sentarme. Una vez que llego a la azotea y me
siento, giro en dirección a la cafetería y, efectivamente, ya están
sentados en una mesa exterior, disfrutando de cafés o lo que sea
que estén tomando juntos, sumidos en una conversación. Se me
corta la respiración cuando desliza su mano hacia la de él,
acariciándola y dejándola allí como una especie de perra en celo.
Sonrío cuando se aparta, pero eso no impide que los pensamientos
asesinos revoloteen por mi mente. Me divertiría tanto con esa perra
antes de verla morir.

—¿Bryce? —me llama una voz masculina, haciéndome saltar por


la sorpresa—. Bryce, ¿eres tú?

Me vuelvo hacia la voz, sorprendida de encontrar a Paul, el hijo


de cara de perra, de pie, con el sol como un halo alrededor de su
figura. Entrecierro los ojos, intentando verlo.

—Lo siento —dice, apartándose del camino y viniendo a sentarse


a mi lado. Lleva un traje de negocios gris, camisa blanca y corbata
azul, con un maletín en la mano.

—Pensé que eras tú. —Sus ojos recorren mi cuerpo antes de


encontrarse de nuevo con mis ojos—. ¿Qué haces en este lugar?
¿Has tenido problemas con la ley? —bromea—. Resulta que conozco
a un buen abogado si lo necesitas.

Me rio falsamente de su intento de humor, deseando que se vaya


a la mierda de una vez para poder seguir espiando a su puta madre
y a Elijah.
—No, solo estoy disfrutando del sol hoy. Me gusta este lugar con
los edificios antiguos. Me hace sentir... tranquila, estar entre viejas
reliquias.

Mira su reloj un momento, mordiéndose el labio inferior con


incertidumbre.

—Tengo unos veinte minutos libres antes de tener que ir al


juzgado. ¿Quieres tomar un café?

—¿Dónde? —pregunto, con demasiada brusquedad.

Señala en una dirección diferente a donde está Cara de Perra.

—Conozco un buen sitio a dos minutos a pie de aquí. La mayoría


de la gente va a ese —dice, señalando el café del que acabo de
salir—. Pero muchos de los viejos carcamales de la corte van allí, y
querrán unirse. En realidad, me gustaría tenerte para mí solo por
unos minutos.

Ladeo la cabeza.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

Sonríe, pasándose una mano por el cabello.

—Si vienes a tomar un café conmigo, te lo diré. —Me guiña un


ojo y me da un codazo en el brazo.

Dudo y me dice:

—Por favor. Solo un café rápido. No me queda mucho tiempo.

—De acuerdo —respondo, levantándome y caminando a su lado.


Normalmente habría dicho que no, pero una parte de mí está
intrigada por escuchar lo que tiene que decir. Además, otra parte
de mí quiere restregárselo a Elijah. Tengo la sensación que si alguna
vez me sorprende con otro hombre tomando un café, ese hombre no
viviría para ver otro día. La idea hace que mi dolorido coño cobre
vida de nuevo.
Una vez que llegamos a la otra cafetería de la calle, Paul nos pide
rápidamente un café con leche a los dos y nos sentamos junto a la
ventana, admirando las vistas del exterior.

—Anoche causaste un gran revuelo —empieza a decir, soplando


su café.

Una punzada de ansiedad me golpea el vientre cuando pienso en


que estoy chantajeando al alcalde. Seguro que Paul no lo sabe.

Me trago los nervios y pregunto:

—¿Cómo es eso?

Me levanta una ceja.

—¿Como si no lo supiera? —Los niveles de inquietud alcanzan el


punto crítico mientras sacudo la cabeza con confusión—. Vaya —
dice con un suspiro—. Esto solo te hace más hermosa de lo que ya
eres... si es que eso es posible.

Sacudo la cabeza.

—Me has perdido por completo.

Se endereza la chaqueta y una sonrisa de satisfacción se dibuja


en su rostro.

—Siempre se ha hablado de ti. Sobre la joven, vivaz y sexy zorra


que lleva una vida muy tranquila con el jefe de policía. Él ha hecho
un buen trabajo para mantenerte oculta desde que dejaste la
escuela hace un tiempo, y anoche, la gente descubrió por qué. Eres,
Señorita Bryce, la mujer más despampanante de nuestro condado.
Quizás de todo el estado y del país.

Mis mejillas se calientan ante su cumplido porque, oye... ¿a quién


no le gusta un cumplido así? Al menos puedo respirar aliviada que
lo que quería decir no tenía nada que ver con mis... actividades
extracurriculares.

—Y ahora aquí estás, como si hubieras aterrizado a mis pies, lista


para que intente barrerte del resto de pretendientes que
seguramente irán detrás de ti. Supongo que muchos serán
caballerosos y esperarán hasta que tengas al menos dieciocho años.
Yo... soy un bastardo impaciente. Si hay algo que quiero, voy por
eso.

Imbécil engreído.

—¿Así que tener diecisiete años no te desanima? —pregunto,


necesitando oírlo.

—No es ilegal en Kentucky. Una cuestión moral, tal vez, pero


tienes la edad de consentimiento.

Creo que los Paul de este mundo se excitan secretamente al saber


que pueden follarse a una chica de diecisiete años en un estado
donde es legal, sabiendo perfectamente que todavía existe el lado
moral. A fin de cuentas, todos son unos sucios pervertidos.

—No busco una relación —respondo, tomando mi café para


soplarlo antes de dar un sorbo.

—¿Quién ha hablado de una relación? —Sonríe, apoyándose en


la mesa para estar más cerca de mí.

Así que solo le interesa el sexo. Es bueno saberlo.

Cuando no respondo de inmediato, sus ojos se abren de par en


par como si se diera cuenta de algo.

—Eres virgen, ¿verdad?

La risa burbujea en la boca del estómago, pero la reprimo. Si este


idiota supiera las cosas que he hecho en los últimos dos años, no
solo le daría vuelta la cabeza, sino que probablemente huiría un
kilómetro de mí.

—Me has descubierto. —Me retuerzo las manos, fingiendo


inocencia mientras miento entre dientes.

Paul se desploma en su silla.

—Vaya, nunca lo habría pensado. No me extraña que Elijah te


mantenga escondida. No quiere que su hija se corrompa. —Se ríe
de su propia broma.
Se inclina de nuevo hacia delante, acercándose íntimamente.
Entonces saca una tarjeta y la desliza por la mesa hacia mí.

—Si alguna vez cambias de opinión, ya sabes dónde llamarme.


Realmente me gustaría conocerte, Bryce.

Sí, conocer mi cuerpo virginal, imbécil pervertido.

Mira su reloj y suspira.

—Mierda, tengo que irme ya. —Mira la tarjeta—. ¿Pensarás en


eso?

Agarro la tarjeta y la meto en mi bolso.

—Claro que sí, Paul. —No puedo ocultar el sarcasmo en mi tono,


pero por la forma en que me sonríe, no tiene ni idea de lo que está
pasando.

—Nos vemos, Bryce. —Deja caer un billete de veinte sobre la mesa


y sale corriendo hacia el juzgado. Una vez que se pierde de vista,
tiro mi café y me dirijo al otro lado de la calle. Con el mayor cuidado
posible, paso por delante de la otra cafetería y miro dentro para ver
si Elijah y Cara de Perra siguen allí, pero ya se han ido. Una oleada
de celos me golpea el estómago cuando me pregunto dónde diablos
pueden estar ahora mismo.

Apretando los dientes, miro hacia el juzgado. Lo que veo me


encanta. Cara de Perra está hablando con su hijo, Paul. No hay
ningún Elijah a la vista. Lo que no me deleita, sin embargo, es el
brillo de su piel. ¿De qué habrán hablado para que se vea tan...
animada?

Me muerdo el labio y decido volver a casa andando en lugar de


tomar el autobús. Tengo la sensación que voy a necesitarlo.

Estoy a mitad de camino cuando una sirena de policía suena


varias veces, haciéndome saltar por la confusión. Me detengo en
seco y me vuelvo hacia el auto en cuestión cuando veo a dos agentes
que no reconozco y que me miran a través de la ventanilla abierta.
El conductor, un apuesto policía de color con un par de gafas de sol
espejo, las baja para poder mostrarme sus bonitos ojos castaños
claros. Reviso su hombro y descubro que tiene tres rayas en la
camisa, lo que me indica que es un sargento.

—¿Bryce Turner? —pregunta el guapo.

Con las manos en las caderas a la defensiva, frunzo el ceño.

—Sí, ¿qué ocurre? —Sé que no he hecho nada malo, así que me
mantendré firme si es necesario.

—El jefe quiere verte.

Me quedo donde estoy, con los pies pegados al suelo.

—No voy a subir al auto.

El guapo sonríe mientras sale del auto para abrir la puerta del
asiento trasero. Una vez abierta, la mantiene ahí y se vuelve hacia
mí.

—Esto no es una petición.

Siempre dispuesta a aceptar un reto, hago una demostración y


cruzo los brazos delante de mí, con una sonrisa muy desafiante en
los labios. El hombre guapo me devuelve la sonrisa, negando con la
cabeza.

—Sabes —comienza, sacando las esposas de su cinturón—.


Esperaba que lo hicieras.

Mi ritmo cardíaco se acelera mientras se acerca a mí, pero no me


muevo. A pesar que Elijah utiliza su bastón para convocarme, toda
esta debacle es bastante emocionante.

Me rodea como un león que rodea a su presa antes de tirar de


mis brazos a la espalda. Cuando oigo el tintineo de las esposas,
digo:

—Estoy bastante segura que arrestarme sin motivo es ilegal,


oficial...

—Brent —responde. Entonces se inclina hacia delante, con su


aliento caliente en mi oreja—. ¿Por qué no llamas a la policía?
Sonrío ante su respuesta e inhalo una bocanada de aire cuando
me pone las esposas en las muñecas.

—Todo lo que hice fue caminar por la calle, y ahora me has


abordado.

—Eres toda una alborotadora, ¿verdad, señorita? —Hace un


ademán de apretar las esposas, un poco demasiado, pero lo único
que consigue es hacerme gemir.

—Oh, por favor —susurro roncamente—. Apriétalas más si


quieres. Me encantan unas buenas esposas.

—Jesús —refunfuña, con voz ronca. No hay duda que le va a


costar ocultar su erección cuando me meta en el auto.

Con las esposas bien puestas, me empuja hacia el auto de la


policía. No hay nadie a la vista en esta tranquila calle. No me cabe
duda que me han seguido hasta que han encontrado la oportunidad
de hacer su trabajo sucio en privado. Saben perfectamente que esto
es ilegal, pero la ley es la ley. Todos se creen por encima de ella, y
al final ya no saben lo que está bien o mal.

Cuando llegamos a la puerta trasera del auto, me empuja la


cabeza hacia abajo, haciendo que me agache. Presiona su
endurecida polla contra mi culo, y entonces caigo como un montón
en el asiento trasero. Se inclina un momento y se baja las gafas
para guiñarme un ojo antes de cerrar la puerta tras de mí.

Me levanto con dificultad y soplo un poco de aire para intentar


apartar un mechón de cabello de mi cara. Miro al otro agente, un
hombre blanco con el cabello rubio recortado. Me mira por encima
del hombro y sonríe al ver mi estado de nerviosismo.

El hombre guapo entra en el lado del conductor y cierra la puerta,


poniendo en marcha el auto.

—Vigílala —le dice al rubio—. Es una maldita gata de callejón.

Los dos se ríen mientras conduce. Estoy bastante segura que si


le contara a Elijah lo de las caderas errantes de su sargento en mi
culo, no se reiría durante mucho, mucho tiempo.
No replico. En su lugar, permanezco en silencio el corto trayecto
hasta la estación, con la intriga subiendo por mi columna vertebral
en cuanto a la razón por la que se me convoca. Elijah nunca ha
hecho esto antes, así que debo admitir que estoy más que
interesada en saber por qué.

Una vez que hemos entrado en el estacionamiento de la


comisaría, el sargento me saca del auto, de espaldas a él mientras
me quita las esposas.

—¿Por qué se ha acabado la diversión ahora? —le pregunto,


sabiendo muy bien cuál es la respuesta, aunque no la admitirá.

—No quedaría bien empujar a la hijastra del jefe por los pasillos
de la comisaría esposada, ¿verdad?

Me libero de las esposas y me doy la vuelta, arqueando una ceja.

—No, supongo que no.

Se acerca y sus ojos se dirigen a mi pecho por un momento.

—¿Siempre eres tan recalcitrante?

Aprieto los labios y suelto un suspiro.

—Oooh, gran palabra para un oficial de policía.

Se aparta, sacudiendo la cabeza.

—No me extraña que el jefe siempre parezca estresado.

Sonrío porque sé la razón por la que está estresado, pero espero


que mi pequeña charla con el alcalde resuelva ese asunto pronto.

—Sígueme —dice, y se gira para entrar en la comisaría por la


puerta trasera.

Mientras lo sigo, los agentes uniformados me miran y me


observan de pies a cabeza. Me limito a sonreír con picardía a todos
y cada uno de ellos, con el vientre bailando de emoción durante todo
el camino.
Llegamos al final del pasillo, donde el nombre de Elijah está fijo
con letras grandes y doradas en una puerta pintada de negro. Brent
llama dos veces a la puerta y, cuando oye las palabras “Adelante”
que se gritan desde atrás, la abre y me hace un gesto para que pase.

Doy un paso al frente, asimilando la imponente presencia de


Elijah. Apenas han pasado unas horas desde que lo vi, pero sigue
siendo capaz de erizarme el vello y dejarme sin aliento a la vez.

Elijah está de pie detrás de su escritorio, con las puntas de los


dedos apoyadas en la parte superior. Sus ardientes ojos lilas se
clavan en los míos durante un segundo antes que no tenga más
remedio que reconocer que Brent sigue de pie junto a la puerta.

—Gracias, Brent. Ya puedes irte.

—Sí, jefe —responde antes de cerrar la puerta tras de sí.

Estoy a punto de preguntarle a Elijah cuál es el problema cuando


rodea su escritorio, se acerca a mí y me quita el bolso de mi hombro.
Me quedo con la boca abierta cuando mete la mano dentro y saca
la tarjeta de Paul. Me mira, un suspiro de enfado sale de sus labios
antes de devolverme el bolso y proceder a romper la tarjeta en
pedacitos, tirándolos a la papelera.

¿Cómo diablos se enteró de eso?

Se da la vuelta y apoya el culo en el borde de su escritorio, con


las manos apretando los bordes mientras me dirige una mirada
fulminante.

—¿Crees que no sabía dónde estabas hace una hora? ¿Con quién
estabas?

Una punzada de inquietud me golpea el estómago cuando


comprendo que me está vigilando. ¿Cuánto sabe? Aun así, enderezo
los hombros, con la determinación de mantenerme firme en mi
mente.

—Solo fue un café.

Elijah se levanta de su posición, haciéndome respirar con


dificultad. Se acerca a mí, cada paso parece más decidido que el
anterior. Una vez que está cerca, levanta el brazo para que su mano
se apoye en la puerta detrás de mí, y su aliento caliente me acaricia
la cara.

—Si no estuvieras en mi despacho ahora mismo, te tendría sobre


mis rodillas, azotando ese culo desnudo que tienes.

Sintiendo que mi rabia aumenta, respondo con mordacidad:

—Tú también fuiste a tomar un café. Con Cara de Perra, nada


menos.

Estrecha sus ojos en mí.

—¿Qué es esto, Bryce? ¿Un ojo por ojo? ¿Así que ahora me estás
espiando?

—Obviamente me estás espiando, así que ¿qué importa?

Sus ojos bajan hasta mis labios, incitándome a lamerlos con


anticipación.

—La diferencia entre tú y yo es que he ido a tomar un café por


motivos de trabajo. Dime, por favor —susurra, acercándose aún
más hasta que nuestros labios casi se encuentran—. ¿Qué
propósito podrías tener para ir a tomar un café con el hijo de la
fiscal?

Mis ojos escudriñan los suyos y suelto un suspiro.

—Dijo que quería hablar conmigo.

—¿Sobre qué?

—Al parecer, todos los que estaban en el baile quieren follar


conmigo. Incluido Paul.

En este momento pienso que la honestidad es la mejor política,


pero cuando veo la mirada mortal y fría en los ojos de Elijah,
empiezo a preguntarme si he elegido sabiamente.

Sin decir nada, Elijah se da la vuelta para recoger las llaves del
auto y el sombrero que se coloca en la cabeza. Se dirige hacia la
puerta.
—Sígueme —me exige, como si fuera un empleado que obedece
órdenes.

A pesar de eso, lo sigo por la puerta y salgo al estacionamiento,


donde más agentes me miran fijamente. Varias veces noto que
Elijah aprieta la mandíbula, así que supongo que se da cuenta que
estoy causando un gran revuelo.

Una vez que llegamos a su auto, abre la puerta y entro. La cierra


detrás de mí, todavía sin decir una palabra. Sube, arranca el auto
y se aleja silenciosamente de la estación. Tardo unos cinco minutos
en darme cuenta de a dónde vamos.

A casa.

Estaciona frente al garaje y salimos los dos. Sube


inmediatamente los escalones de la casa para abrir la puerta.
Cuando los dos estamos dentro, todavía me pregunto qué demonios
está pasando.

—Arriba. Ahora —me ordena.

Hago lo que me dice porque a estas alturas parece bastante


enojado. Llego al final de la escalera y entro en mi habitación,
pensando que es aquí donde me quiere. Solo cuando estoy dentro y
me doy la vuelta me doy cuenta de lo que está tramando
exactamente.

La puerta se cierra de golpe y luego hace un clic, encerrándome


en mi habitación. Inmediatamente, corro hacia la puerta y la golpeo
con los puños.

—Elijah, ¿qué mierda estás haciendo? —grito.

—Manteniéndote ahí para que no te metas en problemas. Eso es


lo que estoy haciendo.

Pateo la puerta.

—¡Idiota!

—Volveré en tres horas. Traeré la comida.


Pongo los ojos en blanco.

—Oh, qué bonito. ¿Qué se supone que debo decir? ¿Gracias?

La puerta principal se cierra, indicándome que se ha ido. Suspiro,


pero no hay mal que por bien no venga. Una vez, cuando Elijah
estaba en casa, lo sedé con una bebida y tomé la llave que usa para
encerrarme en mi habitación. Hice una copia de la misma con un
kit de moldes que había comprado solo unos días antes. Con eso,
pude hacerme una copia para poder abrir la cerradura desde este
lado.

La saco y abro la cerradura, con una amplia sonrisa al saber que


he vuelto a ganarle la partida a Elijah. Desea desesperadamente
gobernar mi vida, poseerme y dominarme de todas las formas
posibles, pero lo que Elijah no sabe es que...

Soy yo quien lo posee a él.


TRECE

PASADO

El día después de mi decimosexto cumpleaños, decido sacar el


conjunto más escandaloso que pueda encontrar del montón de ropa
que he comprado, mis ojos escudriñan rápidamente las prendas. Al
final, elijo un vestido rosa ajustado en el que los cordones del escote
se atan para cubrirlo o dejarlo suelto, revelando lo abultado de mis
pechos. La antigua yo me habría cubierto los pechos, pero la nueva
yo dice que a la mierda. Los dejo sueltos, de modo que mi pecho
sobresale media milla. Me maquillo y me pongo unos zapatos negros
antes de tomar mi bolso y bajar las escaleras. Por suerte, mis padres
ya se han ido, así que puedo desayunar antes de salir. Agarro el
pan, saco una rebanada y la meto en la tostadora.

—¿Qué demonios, chica?

La voz chillona de mi madre me hace saltar. Creía que ya había


salido.

Me doy la vuelta y observo las ojeras que tiene. Solo tiene treinta
y nueve años, pero con todas las drogas que se ha metido
últimamente, se diría que tiene más de sesenta. Elijah parece
pensar lo mismo, ya que no ha dormido en la misma habitación que
ella desde mi... incidente. Esa es aparentemente la palabra
preferida para lo que me pasó.

—Creí que habías salido —le respondo con mordacidad.

Gime, tirando de su chaqueta por encima de su delgado cuerpo.


—Mala noche. Necesito café, si estás preparando un poco.

Por suerte para mí, mi tostada sale, así que la agarro junto con
mis cosas.

—Me voy a la escuela. Puedes hacerte tu propio maldito café.

Salgo de la cocina cuando oigo que me llama perra. Inhalo


profundamente, tratando de dejar pasar el comentario. Este es el
único propósito de mi cambio. Soy una chica nueva. Una chica a la
que no le afectan las malas palabras de personas igualmente malas.

Con una sacudida de cabeza, fuerzo el brote de lágrimas en mis


ojos y salgo por la puerta con la cabeza alta. El día es soleado, un
poco fresco, pero no me atrevo a entrar en casa para recoger un
abrigo. En cuanto empiece a caminar, ya entraré en calor.

Minutos más tarde, camino por el sendero que lleva a mi escuela,


con los habituales chicos pretenciosos merodeando afuera,
charlando sobre los últimos chismes. Mantengo la cabeza alta y no
tardo en ver que varias cabezas levantan la vista hacia mí. Una
ráfaga de susurros me empapa los oídos, haciéndome preguntar
qué es lo que están diciendo de mí. No sé por qué me importa. Se
supone que esta es la nueva yo. La que no da una mierda.

—Hola —me saluda una voz. Miro hacia ella y veo que es Grant,
uno de los miembros del séquito de Brad y todo un chico-cerdo—.
¿Eres nueva aquí? —Sigo caminando mientras él me mira
lascivamente de pies a cabeza, sacando la lengua para lamerse los
labios.

¿De verdad no sabe que soy yo?

Entonces frunce el ceño un momento, estudiando mi cara.

—¿Te conozco? Me resultas familiar.

Lo único que hago es sonreírle. Estoy segura que se dará cuenta


si abro la boca. Me dan ganas de sacudir la cabeza. El chico es tan
tonto que ni siquiera reconoce a la bicha rara. Supongo que soy
como el proverbial patito feo que se ha convertido en cisne.
—Chica nueva haciéndose la difícil, ya veo. —Vuelve a recorrer
con sus ojos la longitud de mi cuerpo—. ¿Seguro que no te conozco?

Es entonces cuando el impulso se hace tan grande que tengo que


hablar. Me detengo en seco, con lo que parece ser un millón de ojos
sobre mí mientras miro a esta escoria.

—No soy una de tus conejitas para follar, si eso es lo que estás
contemplando.

Lo digo en voz tan alta que varios “Ooos” seguidos de risas


resuenan en el patio. Grant se queda sorprendido por mi arrebato,
pero luego se inclina hacia mí, mirándome fijamente a los ojos.

—¿Rarita? —pregunta, haciendo que ponga los ojos en blanco.

—Vete a la mierda, imbécil.

Suenan más murmullos y risas de la multitud, y un chico incluso


dice:

—Te lo ha dicho, Grant. —Seguido de un montón de risas.

—Perra engreída —contesta Grant, pero sigo caminando, con una


gran sonrisa en la cara y la cabeza bien alta.

Llego a mi casillero y saco mi libro de trigonometría, lista para mi


primera clase. Después de cerrar mi casillero, camino por el pasillo,
donde Chloe y sus pequeñas zorras se reúnen como siempre,
buscando víctimas sobre las que desatar sus abusos, es decir, yo.

Sally, una de las integrantes del grupo de Chloe y una gran


cabeza hueca, levanta la vista cuando me ve caminar hacia ellas.
Mi ritmo cardíaco se acelera un poco cuando le da un codazo a
Chloe, lo que hace que todas sus miradas juzgadoras se posen en
mí. Chloe me mira de arriba a abajo antes de avanzar,
deteniéndome en seco.

—Oh, Dios mío —grita—. ¿Eres realmente tú, bicha rara? —Se
fija en mi atuendo y esboza esa sonrisa triunfal que tanto deseo
borrar de su cara—. Veo que te has convertido en una zorra.
¿Siguiendo los pasos de tu madre? —Las chicas se ríen detrás de
ella, lo que me hace hervir la sangre.
Entrecierro los ojos y, por primera vez, veo un indicio de lo que
podría ser miedo en su mirada.

—No —respondo, mientras mis ojos recorren su suave top rosa y


su corta falda de cuadros rojos y blancos—. He pensado en seguir
tu ejemplo. —Las chicas que están detrás de ella se ríen, pero Chloe
tiene la mirada perdida. Desde luego, no está acostumbrada a que
le devuelvan el golpe.

Joder, qué bien se siente.

Usando mi hombro, la empujo, haciéndola tropezar un poco.


Mientras continúo caminando, grito detrás de mí:

—Saluda a tu padre de mi parte.

Doblo la esquina, casi en mi próxima clase, cuando veo a Chesney


sacando un libro de su casillero. Me quedan cinco minutos para
llegar a clase, así que no puedo evitar que el pequeño demonio que
hay en mí me inste a acercarme hasta que estoy a su lado. Está tan
absorto en lo que hace que no se da cuenta que estoy allí por un
momento. Aprovecho ese tiempo para admirar su físico mientras se
entretiene, con la cabeza metida en su casillero. Ciertamente está
en buena forma, con su culo respingón, sus piernas largas, gruesas
y musculosas y, a juzgar por lo que sentí el otro día, una polla de
tamaño adecuado. Me muerdo el labio, preguntándome si podría
utilizar a Chesney para avanzar en mis proezas sexuales. Pero
entonces pienso en todos los nombres que me ha puesto y en toda
la mierda que me ha hecho pasar con sus jodidos amigos, y me
retracto. No se merece mi coño. Además, si ayer sirve de algo, es
que no durará ni un segundo dentro de mí.

Cierra su casillero y recién entonces se da cuenta que hay alguien


ahí.

—¡Mierda! —grita, sus ojos se abren de par en par cuando por fin
nota mi presencia y me mira. Entonces entrecierra los ojos, como el
estúpido de Grant afuera, tratando de distinguirme—. ¿Bryce?

—Vaya, deberías ser detective.


Recorre la longitud de mis piernas y mi vestido, un brillo
apreciativo aparece en sus ojos, que debo admitir que hace que mis
mejillas enrojezcan un poco bajo su intensa mirada.

—Vaya... quiero decir... joder, Bryce. Siempre has sido


jodidamente sexy, pero esto... yo...

Sonrío, lo que le hace callar inmediatamente.

—Hoy vas a ser mi cachorro. Donde quiera que vaya, irás detrás
de mí como un buen chico. ¿Crees que puedes hacerlo?

Su cara baja de forma exasperada. Esto no va a ser un buen


augurio para su ego, seguir a la chica rara, eso es seguro.

—Voy a quedar como un idiota. —Mi ceja se arquea, retándolo a


que me desafíe. Cierra los ojos y exhala en señal de rendición—.
Bien —dice finalmente, arrojando un libro a su casillero y cerrando
la puerta con un fuerte golpe—. Tenemos trigonometría juntos, ¿no?

La única respuesta que le doy es un guiño, y a pesar de las


circunstancias, no puede evitar sonreír ante mi encanto. Puede
negarlo todo lo que quiera, pero sé que hoy va a disfrutar en secreto.

Entramos a clase juntos, Chesney me sigue de cerca. En lugar de


sentarme atrás como siempre, decido sentarme delante, cerca de
Sarah e Isabel. En el momento en que decido pararme frente al
pupitre que he elegido, sus caras hacen muecas como si me cagara
en sus zapatos. Simplemente les sonrío antes de tomar asiento.
Cuando Chesney se sienta a mi lado, comienzan los cuchicheos y
los murmullos:

—Chesney, ¿qué demonios, hombre? ¿Te estás follando a la bicha


rara ahora o algo así?

La voz de Sarah es tan alta que toda la clase la oye y estalla en


carcajadas. Miro a Chesney para ver su reacción y, efectivamente,
está apretando los dientes. Gira la pierna izquierda en su silla para
mirarlos.

—Cierra la boca, Sarah.


Sus ojos se abren ampliamente, como si no pudiera creer que le
haya gritado así. Sin embargo, se recompone rápidamente y está a
punto de replicar cuando entra el Señor Trimble, que
inmediatamente grita a todos que se callen.

—Ahora —comienza, sosteniendo algunos papeles—. Los


resultados de las pruebas. —Mueve las cejas, haciendo que todos
giman—. La verdad es que estoy muy decepcionado con algunos de
ustedes. Hay mucho que mejorar. —Comienza a repartirlas entre
los alumnos, provocando una ráfaga de gemidos en toda la clase.
Permanezco sentada, esperando pacientemente a que me entregue
la mía. Espero pacientemente, mientras golpeo el bolígrafo contra
mi cuaderno. Estos exámenes los apruebo, pero siempre hay ese
breve momento de duda en el que pienso que esta vez he reprobado.

Por fin me ponen el examen adelante. Observo que su dedo se


cierne sobre el sobresaliente que me ha puesto. Cuando levanto la
vista, el Señor Trimble tiene una gran sonrisa de orgullo en su cara.

—Bien hecho, Bryce, como siempre. —Le doy las gracias con una
inclinación de cabeza y luego se dirige a la clase—. Muchos de
ustedes podrían alcanzar el nivel de Bryce si se lo propusieran.

—Probablemente le esté chupando la polla —susurra Sarah a mis


espaldas.

Inmediatamente, levanto la mano. El Señor Trimble se da cuenta


enseguida, ya que nadie nunca levanta la mano en su clase.

—¿Sí, Bryce?

—¿Hay alguna posibilidad que le aclare algo a Sarah, por favor,


señor?

Su frente se arruga con confusión mientras sus ojos se dirigen a


Sarah antes de volver a dirigirse a mí.

—Continúa.

—¿Le he chupado alguna vez la polla?

Toda la clase estalla en carcajadas, pero el Señor Trimble jadea,


incapaz de ocultar lo sorprendido que está que haya dicho tal cosa.
—¿Per... perdón? —acaba por balbucear.

Me muevo en mi silla, haciendo lo posible por parecer más alta


en mi asiento antes de empezar:

—Bueno, parece que Sarah piensa que realizo el arte de la


felación sobre su persona para conseguir mis calificaciones
ejemplares.

La clase vuelve a estallar en carcajadas, y tengo un deseo


irrefrenable de mirar detrás de mí para presenciar la reacción de
Sarah, pero me quedo quieta.

Los ojos del Señor Trimble pasan de mí a Sarah, probablemente


sin saber qué decir. ¿Qué puede decir un profesor ante algo así?

Finalmente, se aclara la garganta y se dirige a toda la clase:

—Creo que para responder a esa pregunta, plantearé otra.


Teniendo en cuenta que Bryce saca notas tan altas en todas sus
clases, ¿sugiere eso que está haciendo una felación a todos los
profesores del colegio? Tal vez también esté seduciendo a nuestra
Señora Beckham, nuestra profesora de historia de setenta años que
lleva casada cincuenta años y es asidua a la iglesia los domingos.
—La clase vuelve a reírse de la broma del Señor Trimble. Deja que
todos se diviertan antes de gritar—. Bueno, tranquilos. Tenemos
trabajo que hacer. —A continuación, lanza una mirada detrás de
mí, con los ojos mortalmente serios—. Sarah, me gustaría verte
después de clase, por favor.

Cuando oigo la palabra “zorra” susurrada detrás de mí, no puedo


evitar la sonrisa que se forma en mis labios. Eso le enseñará a la
zorra a no meterse conmigo.

Por suerte, el resto de la clase transcurre sin incidentes y, cuando


suena el timbre, me levanto con Chesney siguiéndome de cerca. Ya
estoy en el pasillo cuando veo a Adam saliendo de su clase,
subiéndose las gafas mientras tantea la cremallera de su mochila.

—¡Adam! —grito, acelerando el paso. Levanta la vista y sus ojos


se abren de par en par cuando ve a Chesney detrás de mí.
—Hola —saluda, un poco inseguro, con la cara arrugada por los
nervios. Miro detrás de mí, donde Chesney echa un vistazo al pasillo
como un halcón. No tengo ni idea de por qué está tan preocupado
por su reputación pública. Quiero decir, Adam y yo no somos tan
malos.

—No te preocupes por él. —Hago un gesto despectivo con la mano


hacia Chesney, haciendo que apriete los dientes—. Es mi
guardaespaldas. ¿No es así, Chesney? —Le devuelvo el guiño a
Adam, cuya cara es la imagen perfecta de la perplejidad—. Ya
puedes irte. —Le hago un gesto con la mano a Chesney para
liberarlo de sus obligaciones.

—Gracias a Dios —maldice en voz baja antes de salir corriendo.

—Bryce, ¿qué demonios está pasando?

Mis ojos revolotean alrededor. Hay demasiada gente en este


pasillo, así que tiro de su brazo.

—Ven conmigo.

Esta es sin duda una conversación que no quiero tener en


público. Hay demasiados ojos y oídos indiscretos.

Sabiendo que el vestuario de los chicos estará libre, decido


utilizarlo de nuevo. Compruebo el pasillo antes de arrastrarlo
rápidamente, cerrando la puerta tras nosotros.

—¿Qué pasa? —pregunta de nuevo, un poco sin aliento por el


trote para llegar hasta aquí.

—Tengo algo sobre Chesney, así que lo estoy usando para evitar
que nos intimiden.

Su boca se inclina ligeramente hacia un lado.

—¿Qué tienes sobre él?

No voy a decírselo. Confío en Adam, pero esto es un secreto entre


Chesney y yo, y lo mantendré así mientras Chesney siga la línea.
—No te preocupes por eso. Solo confía en que, sea lo que sea,
detendrá el acoso de al menos una persona. En el resto estoy
trabajando.

La boca de Adam se separa, un mechón de sus ondas castañas


cayendo sobre su frente.

—No sé nada de esto. —Se muerde el labio.

—¿Qué quieres decir?

—No quiero que corras ningún peligro, Bryce. Sé que todos se lo


merecen...

—¿Merecer qué? —cuestiona una voz conocida, haciéndonos


saltar a los dos.

Con otros tres detrás de él, Brad se pasea, deteniéndose cuando


está justo delante de nosotros, con los brazos cruzados al frente.
Grant, el hombre-cerdo, enarca una ceja, con una sonrisa babosa
inclinando un lado de su cara. Los otros dos, David y Tony, se
quedan sin expresión mientras nos miran fijamente.

—No es de tu incumbencia —respondo, con el ritmo cardíaco


acelerado. Nos tienen acorralados, y a juzgar por las expresiones de
suficiencia de Brad y Grant, ellos también lo saben.

Brad inspira profundamente, como si mi comentario le molestara.

—Hoy estás causando bastantes problemas en la escuela, bicha


rara.

A pesar de mis crecientes nervios, ladeo la cabeza hacia un lado.

—Si la zorra de tu novia y su séquito me dejaran en paz, no


necesitaría causar problemas, ¿verdad?

La risa de Brad es forzada.

—¿Zorra? —se burla, sus ojos recorren mi cuerpo con


malevolencia en su mirada—. La única zorra de este colegio eres tú.

Dejo que las palabras que normalmente me cortarían


profundamente me bañen como una brisa tranquilizadora.
—Estoy bastante segura que tu preciosa Chloe no es tan virginal
como crees. —No tengo pruebas de eso, pero estoy decidida a
averiguar si mi instinto es correcto. Solo tengo que ser paciente.
Observar y esperar hasta que ella finalmente se deslice de alguna
manera, y entonces tendré mi munición. Me llevo un dedo a la boca
mientras miro a Brad—. No creo que su precioso Brad pueda
levantarlo de todos modos.

Los chicos se ríen y Grant grita:

—Amigo, esta zorra te está trolleando.

Los ojos de Brad se estrechan hasta convertirse en rendijas


asesinas. Sí, está enfadado. Aun así, no me atrevo a vacilar en mi
posición.

—¿Te hace sentir bien, acorralar a una chica en el vestuario, eh?


Eres un maldito hombre grande. —Frunzo el ceño, continuando con
mi diatriba.

—Bryce, déjalo —susurra Adam mientras me tira del brazo.

—Sí, escucha a tu novio, Bryce —responde Grant riendo.

—Tú eres la zorra que está en el vestuario de los chicos —se burla
Brad—. Solo hemos venido a ver el espectáculo. —Se cruza de
brazos, y esta vez, el miedo me recorre, preguntándome qué diablos
está pasando.

—¿De qué estás hablando? —Saco mi teléfono rápidamente,


sujetándolo con fuerza en la mano.

Grant se adelanta y nos hace retroceder. El deleite en sus ojos al


hacernos temer hace que la ira me invada el estómago.

—Estás en el vestuario de los chicos con otro chico por tu


cuenta —comienza Grant, con el brillo de sus ojos azul claro—. Más
o menos adivinamos que has traído a Nerd aquí para hacerle una
mamada. Solo queríamos ver el espectáculo, ¿no es así, chicos? —
Gira la cabeza para obtener la confirmación que busca, todos
asienten mientras verbalizan su acuerdo—. Así que no dejes que te
retengamos, zorra. Apuesto a que te mueres por chupar pollas.
Las risas de todos los chicos hacen que la ansiedad suba por mi
espina dorsal, pero de nuevo, me aferro a mis nervios. En lugar de
mostrar lo que realmente siento, enciendo mi teléfono, fingiendo
estar aburrida, pero lo que realmente estoy haciendo es enviar una
señal de SOS a Chesney con solo las palabras “vestuario” en un
texto.

—No voy a escuchar esta mierda. —Pongo los ojos en blanco,


cerrando rápidamente mi teléfono antes de caminar hacia ellos—.
Vamos, Adam. Vamos a clase. —Me dirijo hacia la puerta, pero
David me bloquea rápidamente el paso. Miro detrás de mí para
mirar a Brad, con el corazón latiendo a diez millones de millas por
hora—. Dile a tu secuaz que se aparte de mi camino. Tengo otras
cosas importantes que hacer.

Brad se limita a quedarse de pie, con los brazos cruzados


mientras me sonríe.

—No hasta que veamos el espectáculo.

Juntando las manos, me doy la vuelta para mirarlo furiosamente.

—¿Qué es esto, Brad? ¿Tan mal estás por no haber conseguido


nada de Chloe que tienes que recurrir a esto? ¿Es eso? ¿Así es como
te diviertes, eh? Pedazo de mierda pervertida.

Brad asiente a los chicos, lo que provoca que Grant y David tomen
a Adam, al que sujetan como si fuera una pluma. Mi miedo se disipa
rápidamente, la rabia pura toma su lugar.

—¡Déjalo ir! —exijo, señalando con el dedo a los imbéciles. Miro


a Adam, que ahora está sudando de miedo. Verlo así solo me
enfurece más.

—Lo dejaremos ir —ofrece Grant—, una vez que le hayas dado


una mamada a tu novio. —Luego dirige sus ojos acerados a
Adam—. Estoy seguro que no quieres que el chico guapo tenga la
cara destrozada, ¿verdad?

Una bola de nervios se hace un manojo en mi estómago. Estos


imbéciles han hecho algunas maniobras en el pasado, pero esta se
lleva el premio.
—¿Qué va a ser? —pregunta Brad, haciendo que mi cabeza se
dirija a él—. ¿Montar un espectáculo, o ver cómo tu novio se va a la
mierda?

Soltando una bocanada de aire enfadado, miro de Brad a Adam,


que niega con vehemencia la cabeza.

—No lo hagas, Bryce. Puedo soportarlo. Te lo juro.

—Aww —canta Grant, su tono enfermizo vibra en las paredes—.


¿No es dulce de su parte preservar tu putería en el armario?

—¿Qué está pasando?

La voz hace que todos dirijamos nuestra atención a Chesney, que


acaba de entrar sin que nos demos cuenta. Echa un vistazo a mi
mirada furiosa antes que sus ojos se posen en Adam, un ceño
fruncido formándose en su hermoso rostro.

—Llegas justo a tiempo para el espectáculo —se burla Grant,


señalando con la cabeza a Adam—. Bryce estaba contemplando si
darle una mamada a su novio o ver cómo le dan una paliza al chico
guapo.

La sorpresa baila en los ojos de Chesney por un momento.


Permanece en silencio, asimilando la escena. Cuando por fin vuelve
a mirar hacia mí, le imploro con la mirada que haga algo. Esto
parece hacer que finalmente se despierte.

—El entrenador está de camino —comienza Chesney—. He venido


a avisarles, por si estaban aquí. Me dijo que estaría aquí en tres
minutos.

—¡Mierda! —exclama Brad, pasándose las manos por el cabello.


Luego señala a Grant y a David—. Déjenlo ir.

Hacen lo que se les dice, y en un instante, Adam corre hacia mí


y nos dirigimos a la puerta. Justo cuando la abro, oigo la
advertencia de Brad detrás de mí.

—Esto no ha terminado.
Sin querer mirar atrás, salimos rápidamente al pasillo y nos
precipitamos hacia la salida. Adam no deja de correr hasta que
estamos al menos a cien metros de la escuela.

—Adam, ¿estás bien? —jadeo, tratando de recuperar el aliento.


Le agarro el brazo, sujetándolo con la mano.

Cierra los ojos un momento, tratando de recuperar el aliento.

—No puedo creer que hayan hecho eso.

—Ya nada me sorprende de esos chicos.

Adam se agarra el vientre, haciendo una mueca.

—Creía que Brad pertenecía al Grupo Promesa.

Me rio a carcajadas por eso.

—Sí. O es una mierda o está tan desesperado que está dispuesto


a utilizarnos para conseguir sus cosas. —Mientras pienso esto, me
viene a la cabeza un pensamiento perverso, y cuanto más lo pienso,
más quiero actuar en consecuencia. Hundo los dientes en mi labio
inferior, preguntándome si realmente podría seguir adelante con el
plan.

—¿Estás bien? —pregunta Adam, sacándome de mis malos


pensamientos.

Ahora tengo energías renovadas, así que pienso que


definitivamente sí. Lo que me cuesta es el hecho que soy una novata
en todo esto, así que realmente no sé cómo voy a llevar a cabo todo
esto.

—Estoy bien, Adam. No te preocupes por mí.

Hace un gesto hacia la escuela donde Chesney camina hacia


nosotros.

—¿Vas a volver a entrar ahí?

Mi mirada se detiene en el físico de Chesney un poco más de lo


necesario.
—No, tengo otros planes. ¿Y tú?

Adam asiente, levantando un poco su bolso.

—No, no puedo volver a entrar ahí después de eso. Creo que voy
a ir a casa.

—¿Vas a estar bien? Puedo acompañarte si lo necesitas.

Su sonrisa es genuina.

—No, pero gracias. Estaré bien. Nos vemos mañana, Bryce.

Me despido y luego cierro la distancia entre Chesney y yo.

—¿Estás bien?

Me sorprende la genuina preocupación en su expresión.

—Sí, gracias a ti.

—Yo no habría dejado que lo hicieran, ¿sabes? Dudo que fueran


a llegar tan lejos de todos modos. Solo se estaban metiendo contigo.

Enarco una ceja.

—¿En serio crees eso?

—Sabes que Brad pertenece al Grupo Promesa, ¿no? Sería


jodidamente hipócrita por su parte hacer que otras personas
hicieran cosas sexuales cuando se supone que debe abstenerse.

—No me importa —respondo—. Aunque no estuviera dispuesto a


cumplirlo, eso no quita lo asqueroso que es por hacer lo que hizo.

Chesney me muestra las palmas de las manos.

—Oye, no te enfades conmigo. Estoy de acuerdo contigo. Esa


mierda no estuvo bien. Se lo dije después.

—¿Qué dijo? —No puedo creer que esté preguntando eso. ¿Qué
importa realmente?

—Fue cuando dijo que solo estaba jugando con ustedes


dos. —Mira en la dirección en que se fue Adam y dice—: ¿Está bien?
—No, pero ¿puedes culparlo? Le amenazaron con darle una paliza
si no le hacía una mamada.

Chesney hace una mueca genuina, sorprendiéndome una vez


más.

—¿Tienes auto? —pregunto, mi ritmo cardíaco se acelera por una


razón diferente.

Gira la cabeza hacia un lado, con una pequeña marca en el


entrecejo.

—Sí, ¿por qué?

Le agarro de la mano y tiro de él hacia el estacionamiento.

—Vamos.

—¿A dónde vamos?

—Ya lo verás.

Lo conduzco hasta el estacionamiento lleno de autos,


apartándome una vez que estoy allí para que Chesney pueda
guiarnos hasta su auto. Me imagino que tiene un Dodge Challenger
o algo igual de deportivo, así que me sorprende cuando me lleva a
una flamante camioneta Ford roja de cuatro puertas.

Se da cuenta de mi expresión de sorpresa cuando subimos.

—Mi padre tiene su propia empresa de construcción y a veces le


ayudo a trasladar materiales. Es más fácil —explica. Me encojo de
hombros, ya que en realidad no es asunto mío—. ¿Adónde quieres
ir?

—A Bell Lake.

Frunce el ceño.

—¿Por qué allí?

Tirando del cinturón de seguridad, me lo pongo por encima.

—Cállate y conduce, Chesney.


Deja escapar una risa silenciosa antes de sacudir la cabeza y
arrancar el auto. Llegamos a Bell Lake unos quince minutos más
tarde, donde Chesney estaciona en un bonito y apartado lugar. Una
vez que apaga el motor, me desabrocho el cinturón de seguridad y
subo inmediatamente a la parte trasera.

—¿Qué estás haciendo? —La cara de Chesney es la imagen del


desconcierto cuando hace la pregunta.

Enganchando las manos por debajo del vestido, me bajo las


bragas de encaje.

—Te estoy dando una recompensa.

Sus ojos se abren de par en par, lo que casi me hace reír.

—¿Qué diablos?

Le ofrezco las bragas y sonrío cuando me las quita.

—Vas a comerme el coño. Si lo haces bien, puede que te ofrezca


algo a cambio. —La boca de Chesney se abre antes de tragar con
fuerza—. ¿Me estás rechazando?

Traga varias veces seguidas antes de negar con la cabeza.


Observo cómo se acerca, con una cara de nerviosismo. Seguro que
ya ha hecho esto muchas veces.

—¿Has comido alguna vez un coño? —Supongo que mi intriga me


supera.

Se burla, pero no es realista.

—Por supuesto que sí.

Me inclino hacia abajo para estar acostada a lo largo de sus


asientos.

—Déjame comprobar lo bien que lo haces entonces —lo desafío,


levantándome la falda y mostrándole mi coño desnudo.

Chesney mira hacia abajo, con la respiración entrecortada al


verme frente a él. Hace que mi excitación burbujee, que la sangre
bombee por mis venas a medida que aumenta mi expectación. Se
lame los labios, una oleada de incertidumbre cruza su bonita cara,
pero luego respira profundamente y se acerca a mi coño. También
respiro entrecortadamente, esperando que su lengua golpee mi
clítoris, con el deseo y los nervios recorriendo mi piel. Deseo porque
soy la que manda, soy la que quiere esto. Pero tengo nervios porque
Chesney no sabe que también será mi primera vez.
CATORCE

PRESENTE

Aprovechando el tiempo hasta que Elijah vuelve, sigo escribiendo


mi carta a Johnathan y salgo rápidamente a la oficina de correos
para enviarla. Teniendo en cuenta que Elijah cree que estoy
encerrada en mi habitación, me imagino que no me están siguiendo.
Pero aun así, miro varias veces por encima del hombro, por si acaso.

Una vez en casa, me entretengo hasta que recibo un mensaje de


Elijah diciéndome que está de camino. No soy el tipo de persona
que lleva bien el aburrimiento, así que más vale que esté preparado
para la versión enfadada de Bryce una vez que haya vuelto.

Entro en mi habitación, cierro la puerta tras de mí y vuelvo a


colocar rápidamente la llave en el compartimento secreto que hay
bajo la tabla del suelo de mi cama. Pasan unos cinco minutos más
cuando el sonido de la puerta que se abre en el piso de abajo me
avisa que ha vuelto.

Cuando por fin abre la puerta y se asoma, me alegra mucho ver


cómo le inquieta que esté exactamente en la misma posición en la
que me dejó. Inclino la cabeza hacia un lado, contemplando su
opulento cuerpo, su brazo sosteniendo lo que debe ser nuestra
comida a domicilio. Inhalo con fuerza, las especias golpean mis
fosas nasales y hacen que mi estómago gruña.

—Vamos entonces. —Se limita a pedir, dándose la vuelta para


bajar las escaleras de nuevo.
Permanezco pegada a mi sitio y, al cabo de unos segundos, Elijah
vuelve a llamarme a gritos. Cuando no respondo al instante, sus
pasos se aceleran, acercándose cada vez más. Cuando llega a la
parte superior, espero a que aparezca antes de hacer una
demostración de cruzar los brazos delante de mí y levantar las
cejas.

Elijah apoya su brazo en el marco de la puerta y sus ojos recorren


todo mi cuerpo.

—Así es como vamos a jugar, ¿eh?

—No soy tu prisionera.

Sé que doblar los brazos es bastante infantil, pero a esto me ha


reducido al encerrarme en mi maldita habitación.

Se retira del marco de la puerta y da un paso hacia el interior,


sin apartar sus ojos de los míos.

—Te has portado mal.

—Me tomé un café —refuto.

—Lo cual no está bien cuando es con alguien que quiere follar
contigo.

Mi labio se estremece, el anhelo cobra vida.

—¿Por qué, Elijah? —Hago un alarde de enunciar cada letra


cuando digo su nombre.

—Creo que sabes por qué —responde, acercándose aún más.

Mis ojos se desvían hacia la esquina.

—Eh... no. Solo soy una niña tonta. No sé nada.

Sonríe ante mi intento de actuar como una cabeza hueca.

—Ambos sabemos que eso no es cierto.

—Entonces, ¿vas a decírmelo? —le insisto, sin dejar que cambie


de tema.
—Nadie va a follar contigo. ¿Estás contenta ahora?

Aprieto los labios.

—Tú me follas.

Elijah suspira.

—No seas frívola conmigo.

Un día conseguiré que lo admita. Un día. Elijah es plenamente


consciente de por qué le interrogo al respecto, pero aún se resiste a
decirme la verdad. Debería rendirme ante el hecho que no lo hará,
porque al fin y al cabo, es mío y siempre lo será, admita o no lo que
siente. Supongo que me gusta demasiado joderlo.

Cuando se da cuenta que he dejado el tema, suspira.

—¿Por qué no mueves el culo? La cena se está enfriando.

Frunzo el ceño, ofreciendo una sonrisa desafiante mientras cruzo


los brazos con fuerza. Espero que Elijah suspire con descontento,
así que me sorprende cuando entrecierra los ojos, y sus sensual
mirada brillan con lo que parece ser deleite.

—¿Así es como vamos a jugar, no?

Enderezo los hombros de forma desafiante.

—Me has encerrado en mi habitación.

—Siempre te encierro en tu habitación. Para que no te metas en


líos.

—Me hiciste volver a casa durante el día y me encerraste durante


más de tres horas. Algunos llamarían a eso abuso.

Sus ojos recorren mi cuerpo, casi haciéndome temblar.

—Sí, pareces muy maltratada, ¿verdad? —Cuando todo lo que


hago es apretar los labios, avanza—. De acuerdo, si así es como va
a ser.
Me agarra del brazo y me levanta, empujando mi cuerpo sobre su
hombro como si no pesara nada. Con mi culo en el aire y mi cabeza
colgando hacia su culo, le doy varias palmadas.

—¡Déjame bajar!

Me sobresalto con cada paso que da Elijah, completamente


imperturbable por mi violencia sobre su culo. Sin embargo, una vez
que llega al último escalón, dos dedos pasan por mis bragas para
entrar en mi coño, haciendo que todo mi cuerpo se sacuda.

—¡Joder! —grito, el impacto me hace retroceder.

Llegamos a la cocina, donde retira sus dedos antes de dejarme en


el suelo, el aroma de los fideos golpea de nuevo mis fosas nasales.

—Imbécil. —Lo fulmino con la mirada, pero mis ojos se abren de


par en par por el hambre cuando él hace un ademán de sacar la
lengua y lamer los dos dedos que acaba de introducir en mi coño.

—Tienes un sabor dulce —ronronea, haciendo que mis piernas se


tensen de necesidad—. Es una pena que no coincida con el resto de
tu cuerpo.

Suelto un poco de aire.

—Y si fuera tan dulce como mi coño, no me querrías como lo


haces... y lo sabes.

Esa es otra cosa que Elijah no quiere admitir. Le gusta mucho.


Le encanta que sea una diablilla retorcida que le chupa la polla
como nunca antes lo había hecho. En secreto, le encanta que me
haga pasar por una jovencita dulce que se queda en casa y hace
galletas todo el día, cuando por la noche me convierto en un
monstruo que le da el mejor sexo que ha tenido nunca. Si no, ¿por
qué vuelve y sigue viniendo por más?

Elijah retira su taburete con un poco de brusquedad y se sienta.

—Siéntate —me ordena. Así que lo hago. Entonces saca las cajas
de comida rápida, abre una y me la da. Miro fijamente los fideos
bañados en una salsa negra, rellenos de pollo, brócoli y zanahorias.
Mi estómago gruñe en señal de protesta, así que tomo los palillos
que están sobre la mesa y empiezo a comer, el sabor de la salsa de
soja golpea mi boca y anima mis sentidos.

Durante un rato nos sentamos en silencio comiendo, mi


estómago se llena más y más con cada bocado hasta que siento que
voy a explotar. Observo por un momento cómo Elijah sigue
masticando su comida como si no le importara nada. Sin que él lo
perciba, la diablilla que llevo dentro me ordena que actúe. Te
encerró en tu habitación durante más de tres horas. Se merece todo
lo que le pase.

Sin mucha más persuasión, meto los palillos en la caja y recojo


algunos fideos antes de lanzarlos en dirección a Elijah. Al principio
le caen en la frente y luego se deslizan hasta que caen dentro de la
caja. La risa bulle en mi interior hasta que no puedo contenerla
más. Elijah se queda tan quieto como una estatua, con los palillos
todavía en el aire ya que se disponía a dar el siguiente bocado. Sus
ojos se entrecierran al verme reír tan fuerte que empieza a doler.
Hasta que me tira un poco de su comida, que cae directamente
sobre mi pecho, cuyo calor se vuelve inmediatamente frío y me hace
estremecer.

—Pequeña mierda —gruño, pero lo único que hace es sonreír en


respuesta, así que decido lanzarle más fideos, esta vez golpeándole
también en el pecho. Su sonrisa se desvanece, ya que la impresión
de lo que he hecho es obviamente inesperada, porque casi salta de
su piel por el impacto. ¿Qué esperaba realmente?

Como esperaba, se produce una pelea en la que ambos nos


lanzamos restos de fideos y fluidos que se desprenden y nos caen
en el cabello y en la ropa. Nos reímos tanto de nuestra pequeña
pelea de comida que casi no oímos el timbre de la puerta.

Nos quedamos en silencio y me bajo del taburete para mirar por


la ventana. Cuando veo quién es, gimo.

—¿Quién es?

—Cara de pato.

Agarrando una toalla, Elijah recoge nuestras cajas y las tira a la


basura.
—Ve a ver qué quiere. No estoy aquí, si ella pregunta.

En cuanto Elijah desaparece, surge mi sonrisa diabólica. Si no


quiere verla, significa que no le gusta mucho.

Entre saltitos me dirijo a la puerta y la abro, y cuando los ojos de


Cara de Pato se posan en mí, su boca se abre.

—Señor mío, ¿qué te ha pasado, niña?

Casi pongo los ojos en blanco ante el comentario de niña. Con el


pecho todo mojado y los pezones sobresaliendo media milla,
ciertamente no tengo el cuerpo de una.

—Tuve una pequeña pelea con unos... fideos.

Sin ofrecerle entrar, se abre paso.

—Oh, querida. Vamos a limpiarte, ¿quieres?

Sorprendida por su audacia, cierro la puerta y la sigo hasta la


cocina. Ella echa un vistazo a todo el desorden de la encimera y
sacude la cabeza.

—Oh, vaya. Sí que te has peleado con la cena, ¿verdad?

Con timidez, le respondo:

—Más o menos.

Mira alrededor de la habitación, echando un vistazo al interior de


la sala de estar como si estuviera buscando algo.

—¿No está Elijah?

—Todavía está en el trabajo.

Señala el exterior.

—Pero su auto está en el frente.

Esta perra tiene serios problemas. Por la forma en que come coño,
nunca esperarías que persiguiera a un hombre tan duramente
como lo hace con él.
—Tiene algo pendiente que hacer con uno de los oficiales que lo
traerá a casa más tarde.

Sonríe.

—Ah, las ventajas del nuevo trabajo, ¿eh? —Vuelve a observar mi


desordenado estado, sus ojos se detienen en la zona de mi
pecho—. Vamos a limpiarte.

Mientras me lleva al lavabo, quiero preguntarle por qué está aquí,


pero tiene que ser para ver a Elijah, ya que ha preguntado por él.
Hoy se ha arreglado con un bonito vestido blanco ceñido a su figura,
con sus mechones dorados recién rizados, como si estuviera vestida
para impresionar.

Tomando un paño, Cara de Pato lo moja bajo el grifo y luego se


pone a trabajar en mi cabello, limpiando un poco de mi cara antes
de volver a enjuagar el paño. Sin duda está muy concentrada en el
asunto, teniendo en cuenta que no se da cuenta que Elijah ha
aparecido entre el marco de la puerta de la sala de estar, con sus
ojos observando todo el espectáculo. Le sonrío mientras Cara de
Pato se mueve alrededor de mí hasta que llega a la zona de mi
pecho. Me limpia la salsa de la piel desnuda, y la observo mientras
su respiración se entrecorta un poco. Enarco una ceja. ¿Se está
excitando?

—¿Qué ha pasado? —pregunta, tragando con dificultad mientras


pasa el paño sobre mi pecho como si estuviera contemplando algo.

—Puse los fideos en el microondas durante demasiado tiempo,


así que cuando los abrí me explotaron encima —miento.

Mirando mis pechos, se lame los labios.

—Calentar la comida en el microondas no es bueno para ti. Si


alguna vez necesitas comer, ven a mi casa. Te cocinaré algo muy
rico.

No sabe que puedo cocinar perfectamente, pero no la corrijo. Solo


me sorprende que se haya ofrecido. Tal vez cree que si puede
ponerme de su lado, entonces yo, a su vez, pondré a Elijah de su
lado también.
Sí, como si eso fuera a suceder... ni siquiera cuando el infierno
se congelara.

—Es muy amable de tu parte ofrecerte. Gracias.

Me mira a los ojos, con un parpadeo nervioso en su mirada. Le


sonrío y le señalo el paño, dándole el permiso que quizá esté
buscando. Su mano tiembla ligeramente mientras roza con el paño
la parte superior de mis pechos, concentrándose en quitar la salsa
de allí. El deseo se agolpa entre mis piernas. No por lo que está
haciendo, sino porque sé que Elijah está observando todo lo que
ocurre entre nosotras. No estoy segura que conozca las preferencias
sexuales de Cara de Pato, pero si no lo sabe, lo averiguará muy
pronto.

Al principio es lenta y metódica, solo se concentra en el desorden


de la parte superior de mi vestido. Tiene la boca entreabierta y la
respiración entrecortada, ya que su comportamiento erótico
conmigo sin duda le hace vibrar todos los sentidos.

Y entonces lo hace. Con el mínimo trozo de tela, recorre mi pezón


endurecido, y un suave pero diminuto gemido sale de sus labios.
Duda un momento, echando un vistazo a mi reacción, pero me
quedo quieta, animándola a continuar.

No me decepciona. Limpia la tela alrededor de mis dos pechos,


mojando todo el vestido para que mi mitad superior sea tan
transparente como el papel film. Casi totalmente expuesta, Cara de
Pato se lame los labios de pato, su respiración se acelera con cada
pasada del paño.

Echo un vistazo al lugar donde estaba Elijah hace un momento,


y efectivamente está allí, con los ojos muy abiertos por la sorpresa
y el ceño fruncido.

Interesante.

Preguntándome hasta dónde puedo llevar esto, me mantengo en


posición para que Cara de Pato comprenda que no me disgusta
precisamente la idea que me acaricie. Estoy tentada. Oh, tan
tentada de descubrir lo bien que sus labios de pato pueden chupar
mi clítoris. ¿Sería mi orgasmo con ella tan explosivo como con
Elijah? Lo dudo, pero aún así... es tentador. Además, me excita
muchísimo el hecho que Elijah nos esté mirando. ¿Continuaría
mirando mientras me lame el coño? ¿Dejaría que llegara tan lejos?

Mordiéndome el labio, una sonrisa malvada curva mis labios.


Después de todo, me encerró en mi habitación.

—Eres... impresionante —susurra Cara de Pato, sin aliento.

Me mira a los ojos, los míos oscurecidos mostrándole lo excitada


que estoy por su contacto. Aspira un poco, dudando
momentáneamente como si se preguntara qué hacer a
continuación. Pasa la vista por mis pechos agitados y sus ojos se
ensanchan de deseo. Se lame los labios y toma una decisión.

Me baja la mitad del vestido y deja al descubierto mis pechos; su


jadeo es casi un siseo de deseo. Inclina la cabeza hacia delante y se
lleva a la boca mi pezón, que recorre con su lengua antes que sus
labios succionen con ternura.

Ni siquiera yo puedo evitar el pequeño gemido que se me escapa.


Parece que Cara de Pato tiene esos labios por una razón, y ahora sé
la razón.

Meticulosamente, se toma su tiempo para chupar mi pezón, y mi


respiración se acelera con la suya. Mientras Cara de Pato se
concentra en mí, vuelvo a echar un vistazo a Elijah para medir su
reacción. Por la forma en que sus fosas nasales se ensanchan y lo
roja que se está poniendo su cara, creo que está más enfadado que
el infierno. Habría pensado que le gustaría el espectáculo, pero
parece que no le gusta la idea que alguien me toque, sea hombre o
mujer. Aun así, la diablilla que hay en mí no puede evitar tocar sus
botones, así que le ofrezco una sonrisa maliciosa, mi cabeza se
inclina ligeramente hacia atrás mientras disfruto de la sensación de
sus labios en mi pezón. Me viene a la mente una imagen de mí,
encima de la polla de Elijah, de espaldas a él, mientras Pato me
come, lo que provoca una oleada de excitación. Nunca se me
ocurriría la idea que estuviéramos los tres juntos, ya que ella
querría tocar a Elijah, algo que nunca puede ocurrir. Sin embargo,
esta es mi fantasía, y en mi cabeza, así es como se está
desarrollando.
Gimiendo de nuevo, mi sonrisa se amplía, desafiando aún más a
Elijah. Con los ojos fijos en él, mi coño palpita con la necesidad de
correrme. De hecho, estoy a punto de empujar la cabeza de Pato
hacia mi coño para que eso ocurra cuando el dedo de Elijah se
acerca a su cuello, donde lo desliza de un lado a otro con un
movimiento cortante. Me está diciendo que acabe con esto. Maldita
sea. Justo cuando empezaba a divertirme.

Decepcionada por no poder descubrir lo buena que es realmente


Pato, doy un paso atrás, cubriéndome.

—Creo que deberías irte. —Poniendo los brazos a mi alrededor,


intento mostrarle mi contrariedad y vergüenza por toda la situación
a través de mi expresión, aunque soy todo menos eso.

Ella jadea y da un paso atrás, con la cara enrojecida por el pánico.

—Lo siento mucho. No sé qué me ha pasado. —Da un paso


adelante, así que yo retrocedo de nuevo—. Por favor, olvida que esto
ha pasado.

Entonces se da la vuelta y corre hacia la puerta, disculpándose a


cada paso que da hasta que la puerta se cierra de golpe a su
espalda.

Bueno, eso fue ciertamente inesperado.

—¿Qué demonios ha sido eso? —Elijah grita, irrumpiendo en la


puerta.

Me vuelvo en su dirección, con una brillante sonrisa en la cara.

—Puede que vaya detrás de tu polla, pero también le gusta comer


coños. ¿No lo sabías? —Me doy la vuelta para empezar a limpiar el
desorden, mi coño todavía está deseando liberarse.

—¿Por qué la dejaste hacer eso, Bryce? ¿La has dejado hacer eso
antes? Si no te hubiera ordenado que te detuvieras, ¿hasta dónde
lo habrías llevado? —Tarareo un poco mientras me pongo a limpiar
los fideos que se han derramado sobre la mesa—. Bryce...
contéstame, joder.
Detengo lo que estoy haciendo, girando para responder a sus
veinte preguntas.

—Dejé que lo hiciera porque todavía estoy enfadada contigo por


encerrarme en mi habitación. Para responder a tu siguiente
pregunta, no, nunca he dejado que me haga eso, ya que nunca he
estado a solas con ella de esa manera. Y por último, la habría
llevado hasta el final. Me habría corrido en toda su cara, viéndote
mirar todo el tiempo, y me habría encantado cada segundo.

Me agarra por el cuello y me obliga a retroceder hasta que golpeo


el borde del fregadero, sus ojos bailan con una rabia tan potente
que me asusta. Pero solo por una fracción de segundo.

—No volverás a acercarte a ella, ¿me oyes?

Mis ojos se estrechan en los suyos.

—¿Por qué? Vamos, dime por qué es tan importante, ¿eh? —


Vuelvo a incitarle, pero en serio, tiene que empezar a explicar sus
razones. Cuando es tan evidente que no quiere que seamos públicos
como una relación normal, ¿cómo se espera que yo siga siendo
monógama?

—¿Qué te parecería si Simon, al del otro lado de la calle, se


acercara y empezara a chupármela mientras tú miras? —La idea
me llena los ojos de placer. Cuando se da cuenta de mi reacción, se
le escapa un suspiro de rabia—. En realidad... no respondas a esa
maldita pregunta.

Porque ahora sabe muy bien cuál sería la respuesta.

—Haz que me corra, cariño —gimo, con mi coño palpitando más


fuerte que nunca. Puede que Pato haya empezado, pero todas estas
visiones eróticas que nadan en mi cabeza, junto con Elijah
sujetándome con tanta fuerza por el cuello, están haciendo que mi
necesidad sea más fuerte que nunca.

La mandíbula de Elijah hace un tic en respuesta. Se inclina, con


su aliento caliente en mi cara.

— pato te excita, ¿y ahora esperas que lo termine?


Sonrío porque ni siquiera Elijah puede resistirse a llamarla Pato
ahora.

—Me excita porque tú estabas mirando. No por lo que estaba


haciendo. No la encuentro atractiva en absoluto. —Y no lo hago.
Pero aun así, sus labios de pato saben lo que hacen. No se puede
negar eso. Estoy más intrigada por ella desde su pequeña exhibición
con la esposa del cura, viendo cómo la hizo llegar al clímax con
tanta fuerza que todo su cuerpo tembló durante un rato después.
Ella es simplemente una picazón que hay que rascar. Un misterio
que necesita ser resuelto. Una vez que lo haya experimentado una
vez, no volveré nunca a hacerlo.

—No me importa tu razonamiento, Bryce. No voy a follar contigo


después que esa zorra se haya acercado a ti.

Le hago un mohín que solo sirve para enfurecerlo más. En un


instante, me levanta de nuevo sobre su hombro y me lleva a mi
habitación. Una vez allí, cierra la puerta con rapidez, echándole
llave tras de sí.

Suspiro, la decepción me envuelve mientras mis fluidos empiezan


a cubrir mis piernas. Una parte de mí siente la tentación de agarrar
mi llave, escabullirse de la casa y hacer que Pato acabe el trabajo.
Teniendo en cuenta que no puedo conseguir que Elijah lo haga por
mí, ella es realmente la única opción.

A pesar del brillo diabólico de mis ojos ante la perspectiva, mi


culo sigue pegado a la cama. Puedo ser muchas cosas, pero una
infiel no es una de ellas. Una cosa es que él mire, pero otra muy
distinta es que yo vaya a escondidas a sus espaldas. Estoy enfadada
con él por tratarme como a una niña y encerrarme en mi habitación
como una prisionera cuando le da la gana, pero pongo el límite
cuando se trata de algo que puede herirlo de verdad. Por lo enfadado
que está por lo que ha visto, supongo que le dolería de forma
genuina.

Vuelvo a suspirar, resignada a que no voy a ir a ninguna parte.

Tirando de mi vestido, me lo subo por encima de la cabeza y me


tumbo en la cama. Supongo que la única persona que me dará
placer esta noche soy yo misma.
QUINCE

PASADO

Después de nuestra pequeña sesión de besos en la parte trasera


de la camioneta de Chesney, me lleva a casa. Con instrucciones,
acabó haciéndome correr, y debo admitir que desde entonces he
estado un poco eufórica. A cambio, le hice una paja, pero se corrió
después de solo dos golpes. Le dije que tenía que trabajar en eso, y
su respuesta me sorprendió. En realidad es virgen. Tuve que reírme
de eso porque el año pasado se rumoreó en la escuela que le había
quitado la virginidad a Verity, lo que la tachó de zorra y a él de
héroe. Nunca lo negó, lo que lo convierte en un idiota. También se
lo dije, y al menos pareció arrepentido.

Fuera de mi casa, tomo mi bolso y le doy las gracias a Chesney


mientras me deslizo fuera de su camioneta. Digo deslizarme porque
eso es lo que hay que hacer en su camioneta. Se despide con la
mano y me dedica una gran sonrisa antes de marcharse. Quiero
odiarlo, de verdad. De hecho, odio algunas cosas de él, como por
ejemplo la seriedad, pero no puedo evitar el pequeño y enfermizo
flechazo que siento por él desde el día en que lo conocí en la escuela.

Estoy subiendo los escalones de mi casa, con el bolso en el


hombro y a punto de entrar cuando me abren la puerta, y aparece
Elijah, con enfado.

—Esto se está convirtiendo en una costumbre —bromeo,


entrando en la casa.
Cierra la puerta tras nosotros y me sigue hasta la sala de estar.
No hay rastro de mamá. Menos mal.

—Y también lo es que faltes al colegio últimamente. Han vuelto a


llamar preguntando dónde estuviste durante los dos últimos
periodos. Tuve que inventarme una historia de citas como la última
vez.

Dejo el bolso en el suelo y le sonrío dulcemente.

—Gracias por eso.

Los ojos de Elijah se abren de par en par.

—¿Dónde estabas?

Al darme cuenta de algo, frunzo el ceño.

—Últimamente has estado mucho en casa. ¿No se supone que


deberías estar trabajando?

Con las manos en las caderas, resopla con rabia.

—Lo estoy hasta que recibo llamadas de la escuela, preguntando


dónde estás. Cada vez, tengo que salir del trabajo antes y volver a
casa para asegurarme que estás bien.

Casi pongo los ojos en blanco.

—Es muy noble por tu parte.

Sus ojos lilas se centran en mí.

—No me gusta tu sarcasmo, jovencita. —Como no le contesto, me


pregunta— ¿Por qué te has saltado las clases? ¿Dónde has estado?

Miro mis crecientes uñas, preguntándome por un momento de


qué color pintarlas.

—Mi amigo y yo nos vimos acorralados en el vestuario de los


chicos, donde los deportistas decidieron que yo le diera una
mamada a mi amigo, diciendo que de lo contrario le darían una
paliza. El chico que sin duda viste que me trajo a casa, por suerte,
lo interrumpió antes que llegara demasiado lejos. Le dejé comerme
el coño como agradecimiento.

Me miro las uñas todo el tiempo que digo esto, mi proclamación


se encuentra con el silencio. Cuando le echo una mirada a Elijah,
se pone rojo de rabia.

—Más vale que no me estés tomando el pelo.

Cruzo los brazos delante del pecho.

—¿De verdad crees que quiero estar mintiendo? Esta es mi vida,


Elijah. Voy a la escuela y me dan mierda. Vuelvo a casa y me dan
mierda.

—¿Por qué no me dijiste esta mierda de la escuela?

Por poco pisoteo fuerte, estoy tan jodidamente enfadada.

—¡¿Por qué?! —le grito de vuelta—. Para que puedas, ¿qué?


¿Protegerme? Lo hiciste muy bien la última vez, ¿no? ¿En quién se
supone que debo confiar, eh? Porque ciertamente no es en mi propia
madre ni en mi padrastro.

Mi respiración se acelera, las lágrimas empiezan a brotar de mis


ojos. Estoy especialmente enfadada con él porque, de todo lo que
me ha pasado en la vida, solo hace falta que me presione un poco
para que me ponga a llorar. Nadie más me afecta de esta manera, y
lo odio por eso.

—Bryce —empieza, con la voz más suave.

—No lo hagas —le respondo—. No lo hagas, joder.

—Hablaré con la escuela, para que puedas terminar tus estudios


en casa.

Mis ojos se abren de par en par.

—¿Qué, con ella en la casa conmigo? No, gracias. Prefiero


enfrentarme a los deportistas del colegio que a ella.

—Jesús, Bryce...
—¿Qué? ¿Quieres que mienta? Porque no lo voy a hacer. —Doy
un paso hacia él hasta que estamos a centímetros de distancia. Allí,
le muestro los dientes—. Quiero a esa perra muerta.

Recogiendo mi bolso, paso a su lado y subo las escaleras hasta


mi habitación, donde cierro la puerta tras de mí. Chesney me había
dado un subidón antes, pero Elijah lo ha estropeado.

Me quito los zapatos y me tumbo en la cama, acurrucándome de


lado. La puerta se abre y entra Elijah, cerrando la puerta tras él.
Mis ojos observan cada uno de sus movimientos, su físico
escultural. La forma en que sus jeans cuelgan perfectamente,
besando esas exquisitas caderas suyas, y la forma en que su
camiseta negra se adhiere a él como una segunda piel. Las nubes
oscuras que se forman fuera ayudan a ilustrar su figura mientras
sus ojos lilas bailan con una emoción ilegible, observándome
mientras merodea por mi habitación.

¿Por qué está aquí?

Se me corta la respiración cuando un movimiento en la cama me


avisa que está sentado en ella. Me encuentro con otro movimiento
cuando se coloca detrás de mí y me rodea con su brazo. Su aroma
almizclado, dulce y a canela invade mis fosas nasales, haciéndome
cerrar los ojos y respirarlo como un buen vino.

—¿Por qué estás aquí?

Odio el hecho que esté aquí, pero también odio el hecho que me
guste su presencia. Odio amar su cálido abrazo, los contornos de
su cuerpo, que se amoldan perfectamente al mío. Odio la ráfaga de
mariposas en mi estómago cuando pone su mano en mi cadera, sus
dedos golpeando ligeramente la tela de mi vestido. Odio que desee
estar desnuda para que esos mismos dedos me abracen la piel,
desgarrando mi anhelo desde adentro. Odio que... incluso después
de todo lo que ha hecho... siga deseándolo con una pasión que me
quema el alma, calcinándola hasta que no queda nada más que él.

—Porque me necesitas.

Inhalo un profundo y furioso respiro ante sus palabras. No lo


necesito, no ahora. Lo necesitaba hace ocho semanas.
—Te odio.

Su pecho se encuentra con mi espalda al inhalar antes que su


cálido aliento me acaricie el cuello.

—Sé que lo haces. Pero un día te darás cuenta que ese odio no
está justificado.

La confusión me envuelve.

—No sé qué diablos significa eso.

Su mano atrae mi cuerpo hacia él, haciéndome jadear.

—Por ahora, no lo comprenderás. Con el tiempo lo entenderás


todo.

Permanezco en silencio, esforzándome por controlar mi


respiración cerca de él. De nuevo, cierro los ojos, deseando que mi
cuerpo reprima los deseos que tengo de sobrepasar los límites,
deseando poder poner mi mano sobre la suya y guiarla hasta donde
Chesney tenía su lengua hace poco.

—Ese chico que te trajo —susurra en la habitación cada vez más


oscura—. ¿Cómo se llama?

Abro los ojos de golpe, girando ligeramente la cabeza. No tengo ni


idea por qué lo hago, ya que no puedo verlo para evaluar su
reacción.

—¿Por qué?

Su nariz está en mi cabello donde inhala por un momento.

—Por nada.

Mi corazón da unos cuantos saltos mientras permanezco en


silencio por un momento. Hasta que me aprieta el vientre.

—Su nombre —gruñe, y su fuerza me hace vibrar por todo el


cuerpo, casi haciéndome estremecer por el profundo anhelo que
evoca.

Oh, Dios.
—Chesney Felix —me maldigo por mi respuesta automática. Su
orden es tan severa que reacciono al instante—. Solo tiene dieciséis
años —le advierto, por si acaso está pensando en hacer alguna
estupidez con esa información.

¿Por qué ha preguntado?

—¿Y los nombres de las mierdas que te acorralaron?

Respiro, la fuerza de sus palabras se instala en lo más profundo


de mi entrepierna. Sin embargo, esta vez me muerdo el labio para
no darle la información. En su lugar, digo:

—Me estoy ocupando de ellos.

—Nombres —gruñe, haciendo que mi corazón se estrelle contra


mi caja torácica.

—No importa cuántas veces lo preguntes, no te lo voy a decir. He


esperado demasiado tiempo para devolvérselo a esos hijos de puta.
Es mi hora, Elijah. Necesito que me dejes ajustar cuentas.

Espero con la respiración contenida a que me ordene que se lo


diga, así que me sorprende cuando se limita a suspirar. Entonces
maniobra un poco, acurrucándose aún más contra mí.

—Cierra los ojos, Bryce. Relájate un poco.

Debería molestarme su ligereza, pero estoy demasiada cómoda


para discutir en este momento. Dejando que su comodidad me
envuelva, hago lo que me pide y no tardo en dormirme.

No sé cuánto tiempo he dormido, pero me despierto con voces


elevadas procedentes del piso de abajo.

Jadeando, me incorporo y me dirijo rápidamente a mi puerta,


abriéndola para poder escuchar lo que dicen.

—¡Te odio por lo que has hecho, maldición! —grita mi madre,


seguida por el sonido de los cristales al romperse.
—El sentimiento es jodidamente mutuo —le devuelve Elijah—.
¡No eres más que una puta asquerosa, Brenda! Solo tienes que
mirarte.

Ouch. Sé que ella se merece cada una de sus mordaces palabras,


pero aun así me hace estremecer al escucharlas.

—Ya he terminado con tu mierda. Mañana tomaré a Bryce y nos


iremos.

Jadeo, mis ojos se abren de par en par. Ella puede intentar


llevarme, pero eso no va a suceder nunca. Los odio a los dos, pero
si hay que elegir, Elijah es definitivamente es el mejor del grupo de
los malos.

—Si haces eso —grita Elijah, nada más que con veneno en su
voz—. Te mataré, joder.

No tengo tiempo de procesar la impactante amenaza que acabo


de escuchar cuando suenan pasos, acercándose en mi dirección.

—Voy a salir. He terminado con tu mierda.

—Sí, eso es, Brenda. Sal y vuélvete a drogar como siempre lo


haces. ¿Por qué no nos haces un favor a todos y te vas del todo?

Me asomo al rellano y miro por encima de la barandilla para ver


a mi madre abriendo de un tirón la puerta principal.

—Vete a la mierda. —Es todo lo que responde.

Elijah levanta las manos.

—Muy maduro, Brenda.

Mi madre cierra la puerta de golpe y yo me acerco aún más hasta


llegar al rellano encima de la barandilla, observando a Elijah
mientras se pellizca el puente de la nariz. Entonces suspira y se
gira, deteniéndose en seco cuando me ve arriba.

Con sus ojos lilas fijos en mí, algo pasa entre nosotros. No sé qué
es, pero la electricidad zumba, potente y brillante, iluminando mi
alma. Durante unos segundos nos quedamos así, completamente
absortos por el poder que emite. No sé lo que está pasando, solo sé
que el corazón me retumba en el pecho, que la adrenalina corre por
mis venas.

Pero entonces, con la misma rapidez con la que me ha visto,


desaparece, caminando por el pasillo hacia la sala de estar, y el
momento eléctrico se apaga como una cerilla mojada.
DIECISÉIS

PRESENTE

Armada con dos tandas de galletas, las pongo en dos cestas


separadas y luego me visto con un maxi vestido floral pero sexy
antes de salir de casa hacia la parada del autobús. Veinte minutos
más tarde, estoy fuera del edificio del alcalde y a punto de entrar.
Miro hacia arriba, observando la piedra blanca y los grandes
ventanales, y suspiro de disgusto. Ya han pasado tres días y todavía
no sé nada. Teniendo en cuenta que anoche le envié un mensaje de
texto advirtiéndole que vendría aquí y que no me contestó, pensé
que debía hacerle una... visita amistosa.

Estoy a punto de entrar cuando siento que algo se clava en mi


espalda. Respiro cuando una voz me gruñe:

—No grites y no te haré daño. Simplemente date la vuelta y sube


al sedán negro que hay detrás de nosotros. Tenemos que tener una
pequeña charla.

Con el corazón acelerado, hago lo que me pide, me doy la vuelta


y bajo los escalones por donde he venido, dirigiéndome hacia el
sedán negro, que espera en la acera.
El tipo con la pistola pegada a mi espalda abre la puerta del
asiento trasero, esperando a que entre. Con dos cestas de galletas,
es un poco incómodo. Una vez dentro, me arrebata el bolso, en el
que están mi cartera y mi teléfono.

Asumo quién es el que me secuestra, solo para descubrir que no


tengo ni idea de quién demonios es. El tipo parece tener unos
cuarenta años, pelo canoso y un bigote igualmente canoso. Va
vestido de negro como si estuviera en una operación encubierta o
algo así. Solo le hace parecer un idiota.

Debería estar asustada, pero estoy sorprendentemente tranquila


para alguien a quien se llevan sin saber por qué.

Cuando entra, muestro mi disgusto.

—Acabo de hornear estas galletas y ahora se enfrían por tu culpa.

El hombre se gira para mirarme, con la cara cubierta de


diversión. En lugar de responder, su mano se acerca y arrebata una
de la cesta.

—¡Eh! —le digo con desprecio, frunciendo los labios—. Estas son
para el alcalde.

Ignorándome, la muerde y luego tararea su aprobación,


asintiendo con la cabeza.

—Son buenas. Puedo dárselas al alcalde con tus saludos después


de nuestra pequeña charla.

Se mete el resto de la galleta en su enorme boca y se aleja de la


acera, conduciendo hacia Dios sabe dónde. Al menos sé que el
alcalde tiene algo que ver con esto. Dirijo mis ojos al espejo,
observando cómo este imbécil tararea en voz alta alguna melodía de
mierda que no puedo entender.

—Sí, como si eso no fuera molesto —gruño.


Sus ojos se encuentran con los míos en el espejo.

—Eres una cosita muy luchadora, ¿verdad?

Tras un rato conduciendo, llegamos a Midway, donde no hay más


que vallas blancas y caballos vagando por los campos. Estamos
conduciendo por un tramo de carretera tranquilo cuando el idiota
lanza mi bolso fuera del auto hacia un arbusto.

—¡Hijo de puta! —grito, observando cómo pasamos por delante


de los arbustos. Este tipo no quiere una pequeña charla. Me quiere
muerta. Más bien, parece que el alcalde me quiere muerta y ha
enviado a su secuaz para que lo haga por él.

—Tú también tienes una gran lengua, ¿no?

Le hago un gesto, haciendo que su cuerpo se sacuda en una risa


silenciosa. Lo que no sabe es que siempre vengo con refuerzos.

Me inclino un poco hacia delante en mi asiento y miro a nuestro


alrededor, observando que somos el único auto en lo que parecen
kilómetros. Sonrío dulcemente y susurro:

—¿Quieres otra galleta?

El imbécil asiente con la cabeza, divertido, mientras busco debajo


de la cesta el práctico picahielos que allí se guarda. Sin dudarlo, lo
saco y se lo clavo en el lado derecho del cuello. La sangre salpica el
asiento de al lado, la ventanilla y a mí. Me molesta, teniendo en
cuenta que tendré que lavar esto de alguna manera, el pinchazo.

No tengo mucho tiempo para pensar en ello, ya que el auto se


desvía hacia un lado y luego hacia el otro. Intento
desesperadamente subirme al asiento para poder controlar el auto,
pero antes que lo consiga, nos salimos de la carretera y nos
dirigimos a una zanja, mi cuerpo se levanta bruscamente y choca
contra el techo. Apoyando las manos en el asiento de delante, me
preparo para el impacto mientras el auto retumba y se revoluciona,
haciendo todo tipo de ruidos que no pueden ser buenos.

Finalmente, nos detenemos en el fondo de un pequeño barranco


y mi cabeza se golpea contra el asiento que tengo delante. El dolor
irradia por mi frente y los colores bailan ante mis ojos, cegándome
por un segundo. El gorgoteo del hijo de puta es el único sonido que
escucho mientras miro hacia abajo, observando toda la sangre en
mi vestido, lo que me hace refunfuñar de nuevo.

Enfadada ahora, me estiro hacia delante hasta llegar al idiota que


apenas está vivo. Acerco mi boca a su oído y le susurro:

—Nunca subestimes a una chica de diecisiete años de aspecto


angelical con una cesta llena de galletas.

Sus ojos se abren de par en par mientras exhala su último


aliento, el sonido acogedor de nada más que el agua del barranco
impregna mis oídos. Alcanzo el picahielos y se lo arranco del cuello,
con lo que su cabeza cae al instante y la sangre sale a borbotones
de su boca.

—Eww, eso es asqueroso. —Miro alrededor del auto, las galletas


esparcidas por los asientos y el suelo, la sangre cubriendo el lado
derecho de mi vestido—. Vaya, vaya, sí que me has puesto en un
aprieto, ¿verdad, hijo de puta? —gimo antes de intentar abrir la
puerta izquierda, pero es inútil. Pruebo con el otro lado y, por
suerte, se abre. Por desgracia, se abre con demasiado entusiasmo,
y me caigo, aterrizando con un golpe en la tierra de abajo, con el
viento momentáneamente perdido—. ¡Hijo de puta! —vuelvo a
maldecir, con la cabeza golpeada por el impacto. Coloco la mano
allí, comprobando si hay sangre, pero afortunadamente no hay. Soy
muy consciente que estoy a kilómetros de mi casa, sin transporte
de ningún tipo, con un vestido de verano cubierto de la sangre del
hombre que acabo de asesinar.

Genial. Simplemente genial.


Sabiendo que no puedo quedarme aquí refunfuñando todo el día
ante un muerto, me pongo manos a la obra para lavar lo que puedo
con el agua del barranco, pero la sangre sigue apareciendo en mi
vestido haga lo que haga. Al final, me quito el vestido y lo uso para
limpiar las huellas que pueda haber por todo el auto. Una vez que
considero que he hecho lo suficiente para limpiar las pruebas,
recojo mis dos cestas y subo la colina por la que habíamos corrido.

Cuando llego a la cima, estoy agotada. Sin más opciones, me


obligo a seguir adelante, caminando hacia la zona donde el imbécil
tiró mi bolso. Veo el arbusto y la euforia sustituye a mi fastidio
mientras doy los últimos pasos a ritmo de carrera. Caigo de rodillas,
llego al arbusto y finalmente encuentro mi bolso. Saco el teléfono y
llamo a la única persona que se me ocurre llamar. Le doy a marcar
y luego cruzo metafóricamente los dedos para que responda.

—¡Justin! ¿Puedes venir a buscarme?


DIECISIETE

PASADO

Después de otra semana de ser molestada sin descanso y de


espiar a Chloe sin resultados, empiezo a desesperarme. La situación
llegó a un punto de ebullición el viernes, cuando, a la hora de
comer, Chloe y su pandilla decidieron verter un cuenco de pudding
sobre mi cabeza, provocando que toda la sala estallara en
carcajadas. Como de costumbre, no había profesores a la vista para
presenciarlo, y tuve que faltar a clase -una vez más- para poder
asearme. Aun así, les devolví el golpe, sorprendiéndoles un poco con
mi cambio, pero ahora se está volviendo agotador.

Aun así, tengo un plan. El problema es tener las pelotas para


ejecutarlo. Pero ahora estoy tan desesperada que estoy dispuesta a
intentar cualquier cosa.

Llego a casa de Adam un poco antes de lo que habíamos planeado


para que le ayude con las matemáticas. Es la tercera vez que voy a
su casa, y a estas alturas sus padres me quieren. Especialmente su
papá. Veo cómo mira en mi dirección cuando cree que no estoy
mirando. Se parece mucho a Adam, con sus suaves rizos castaños
ondulados y sus ojos marrones claros. No es exactamente lo que
llamaría guapo, pero desde luego no es feo.

Cuando llamo suavemente a la puerta, la madre de Adam


responde, con una brillante sonrisa en su rostro cuando me ve.
—Oh, Bryce. Qué alegría verte de nuevo. Pasa, pasa. —Me hace
pasar rápidamente y me señala las escaleras—. Está en su
habitación. Siéntete libre de subir. —Miro hacia arriba, y estoy a
punto de dirigirme cuando ella pone su mano en mi brazo—.
Gracias por todo lo que estás haciendo.

Siento que mis mejillas se calientan ante su gratitud.

—No es ningún problema, señora Banks.

Sus ojos azules centellean detrás de sus gafas.

—Gracias a ti, hoy ha sacado un notable B en su examen de


trigonometría.

Asiento con la cabeza, impresionada. Veo cómo prácticamente


baila hacia la cocina, dejándome a mis anchas. Me rio un poco de
su entusiasmo y subo las escaleras. No me molesto en llamar a la
puerta porque Adam ya sabe que iba a venir. Estoy a punto de
saludar cuando mis ojos se posan en Adam en su cama, con los
auriculares puestos mientras mira algo. Tiene la polla erecta de
tamaño adecuado, con el condón puesto, y se está masturbando
con lo que sea que esté viendo en la pantalla. Está tan concentrado
en lo que hace que ni siquiera se da cuenta que estoy allí.

Me tomo mi tiempo y le observo mientras se masturba, con la


boca entreabierta y una expresión erótica en su rostro. Mis ojos se
desploman mientras me muerdo el labio, y un pensamiento aparece
de repente en mi cabeza. Hundo más los dientes en mi labio,
preguntándome si debería ir allí. Sin pensarlo más, cierro la puerta
tras de mí y doy un paso hacia él, con mi decisión obviamente
tomada.

Al notar movimiento con el rabillo del ojo, Adam levanta la vista


y un grito de sorpresa sale de sus labios mientras su cuerpo se
estremece de miedo. Su teléfono deja la mano y aterriza en la cama,
más cerca de mí, mientras intenta cubrirse.
—¡Jesús, Bryce! Deberías haber llamado a la puerta.

Es imposible que me hubiera oído aunque hubiera llamado a la


puerta. Pero no digo eso. En lugar de eso, me acerco a la cama,
echando un vistazo a lo que está mirando. Un tipo en forma, con el
pelo oscuro y muchos tatuajes, está tumbado de espaldas mientras
una mujer rubia más joven, con enormes tetas, le monta la polla.

—¡Joder, sí, cariño... así! —grita la mujer mientras sube y baja la


enorme polla.

Miro a Adam, enarcando una ceja, impresionada.

—¿Por qué llevas un condón?

Con el ceño fruncido, me mira sorprendido, respirando


entrecortadamente.

—¿Qué?

Dejo el bolso en el suelo y me acerco hasta situarme frente a él.

—¿Por qué te pones un condón para masturbarte?

Cierra los ojos de golpe, sacudiendo la cabeza, presumiblemente


ante mi actitud serena hacia todo el asunto.

—Es... es menos sucio —finalmente suelta—. Además... Supongo


que es una práctica para cuando... ya sabes.

Vuelvo a morderme el labio, mi mente ahora está llena de ideas.


Tiro de su edredón, pero él lo mantiene agarrado. Le miro fijamente
con los ojos.

—¿Confías en mí?

—No lo entiendo —balbucea, su confusión casi me hace reír.

—¿Confías en mí? —le pregunto de nuevo.


Adam desvía la mirada y luego exhala un poco de aire.

—Sí.

Hago un gesto hacia su edredón, y él lo suelta y me permite


apartarlo. Su polla sigue dura.

—¿Qué estás haciendo, Bryce?

—Shh. —Me subo a la cama y me pongo a horcajadas sobre él.


Llevo un vestido suelto, lo cual es práctico, pero tengo que apartar
las bragas para colocarlo en mi entrada. Una vez que la punta está
dentro, los ojos de Adam se salen de su cabeza, dándose cuenta de
lo que estoy haciendo.

—¿Bryce? —pregunta, pero no le permito decir más. Con cuidado,


y sobre todo yendo a mi propio ritmo, me hundo en su polla hasta
que está completamente dentro de mí. La intrusión es un poco
dolorosa, pero al menos tengo el poder. Soy yo quien lleva la voz
cantante. Él no está aquí, así que ya no puede hacerme daño. Por
mi propio bien, tengo que apartar ese puto recuerdo horrible de mi
cabeza y concentrarme únicamente en el aquí y el ahora.

Adam sisea y cierra los ojos al sentir que me deslizo sobre él. Ser
testigo de su reacción me da la fuerza para continuar. Me levanto y
vuelvo a sumergirme. Cada vez que lo hago, el dolor disminuye y lo
sustituye una nueva sensación cálida y difusa.

Tengo el control. Lo tengo.

—¿Quieres que pare? —le pregunto, dándole la oportunidad de


terminar esto si quiere.

Su boca se separa, su respiración es áspera y pesada.

—N-no.

Mantener mis ojos en Adam, ver el control que tengo sobre él,
aviva mi fuego. Su cara se retuerce de placer, su cuerpo se tensa al
sentir cómo mi coño aprieta su polla. Me hace querer ir más rápido,
hace que mi propio cuerpo se encienda con una euforia que nunca
antes había sentido. Un cosquilleo recorre mi cuerpo, haciéndome
gemir mientras subo y bajo sobre su polla, maniobrando de vez en
cuando para encontrar la mejor posición para obtener el máximo
placer.

—¡Oh, mierda! —Adam sisea, sus manos agarrando mis caderas.


No le quito los ojos de encima, mi propio placer aumenta al ver el
suyo, sabiendo que soy yo quien se lo da.

—¿Te gusta eso? —pregunto, necesitando sus palabras.

—Sí —dice finalmente, respirando entrecortadamente. Cierro los


ojos un momento, de modo que el único sentido que tengo es el
oído. Los gemidos de Adam me rodean, haciendo que mi cuerpo
zumbe.

—Mierda, Bryce. Me voy a correr.

Estoy un poco decepcionada que vaya a correrse tan rápido, pero


eso no me impide perseguir su clímax. Es lo que me alimenta aún
más.

—¡Aaaaahhhhhhh! —Adam gime, su cuerpo se sacude con su


clímax. Me tomo mi tiempo para bajar de su subidón, observando
cada uno de sus rasgos cuando pasa de estar completamente
saciado a estar completamente confundido. Una vez que recupera
el aliento, me mira—. ¿Por qué has hecho eso?

Me encojo de hombros, deslizándome fuera de él, sabiendo que


tendrá un millón de preguntas más como esa. Veo cómo se quita el
condón y se escapa al baño para deshacerse de el.

Una vez que ha vuelto, con la polla metida en el pantalón de


deporte, me mira fijamente, solo con preguntas en los ojos.
La culpa me envuelve, porque ¿cómo le explico que simplemente
le he utilizado como experimento para ver si podía hacerlo? Tengo
el presentimiento que le destrozara escuchar eso, así que ¿cómo
poder decirle algo así?

—¿No te ha gustado?

La sorpresa aparece en sus ojos. Mueve ligeramente la cabeza.

—Fue... fue increíble, Bryce, pero lo que no entiendo es por qué.

Entrecierro los ojos hacia él, canalizando mi culpa en ira. La ira


es una emoción mucho mejor que la culpa.

—¿Realmente importa por qué? Solo quería probarlo, eso es todo.

Se sienta en la cama a mi lado, y siento sus ojos sobre mí,


juzgándome... preguntándose por qué. Me dan ganas de salir
corriendo y esconderme.

—No eres virgen.

Suena como una pregunta, pero sé que no lo es.

—No —respondo, fijando de nuevo mis ojos en los suyos—. ¿Lo


eras? —Es algo que se me acaba de ocurrir. Adam solo tiene
dieciséis años y es un poco empollón, como yo, así que pienso que
debe ser un sí.

—No. —Gira la cabeza y entonces caigo en la cuenta.

—Oh, mierda. Acabo de quitarte la virginidad, ¿no? ¿Por qué no


me has dicho nada?

Podría patearme a mí misma. Mirando hacia atrás, no es que le


haya dado al pobre hombre una opción.

Sus ojos se dirigen al techo antes de mirarme a mí.


—Supongo que no podía creer mi suerte. Una oportunidad que
no podía dejar pasar. —Luego frunce el ceño—. No entiendo qué
significa esto.

Sabiendo que está hablando de relaciones, me bajo de la cama.

—No podemos... estar juntos así, Adam. Pienso en ti como un


amigo...

—Un amigo con el que acabas de follar.

Me tiene ahí.

—Bien, te lo reconozco, pero que te haya follado no significa que


quiera que pase nada entre nosotros. —Me encojo de hombros—.
Solo lo quería, eso es todo. ¿Es eso algo malo?

Adam me busca en los ojos antes de sonreír.

—No, no lo es.

—Lo siento. No lo volveré a hacer.

Los ojos de Adam se abren ligeramente, mostrando un poco de


pánico.

—Err... ¿cómo puedo decir esto? —Gira su cuerpo para mirar


más hacia mí—. Si alguna vez quieres volver a hacer realidad mis
fantasías, te complaceré con gusto.

La risa brota de mí, haciendo que él haga lo mismo.

—Esto no se interpondrá entre nosotros, ¿verdad? —Adam niega


con vehemencia con la cabeza, y mis hombros se hunden con
alivio—. Bien.

—¿Quieres estudiar un poco ahora? —me pregunta Adam,


provocando una nueva risita.
Sintiéndome mejor al saber que está totalmente de acuerdo con
lo que he hecho, asiento con la cabeza.

—Claro que sí.

Esa misma noche, tras mi pequeña charla nocturna con Frank,


me escabullo de la casa y hago el trayecto de treinta minutos a pie
hasta la casa de Chloe. Allí permanezco escondida detrás de un
arbusto, sabiendo que ella y su madre saldrán pronto para ir juntas
a su clase de baile del sábado por la noche. Miro el reloj y se acercan
las ocho. O llegan tarde o han decidido no ir esta noche. Respiro
con exasperación, preguntándome si he hecho este viaje en vano.
Pero entonces se oye un movimiento en la puerta de la casa y salen
Chloe y su madre, vestidas con una costosa lycra y con las bolsas
de deporte pegadas a los costados.

—Vamos, ya llegamos tarde —dice la madre de Chloe mientras


corren hacia su Porsche Cayenne. Rápidamente, se dirigen a su
destino por el camino de entrada.

Suelto un suspiro, y siento que mi corazón late a un millón de


kilómetros por hora. Me pregunto por un momento si puedo seguir
adelante con esto, pero entonces las visiones de Chloe y sus amigos
idiotas llamándome cosas desagradables y humillándome delante
de toda la escuela llenan mi cabeza, impulsándome a seguir
adelante.

Con la bolsa al hombro, echo un vistazo rápido para asegurarme


que no hay nadie cerca antes de salir de detrás del arbusto y
recorrer la corta distancia que me separa de su casa. Una vez en su
puerta, toco el timbre y espero a que me respondan. Segundos más
tarde se abre, y al otro lado está Brian, el padre de Chloe, el hombre
en cuyo regazo estaba sentada no hace mucho. Va vestido con
pantalones blancos y un polo azul, con el pelo engominado hacia
atrás y un vaso de algo ámbar en la mano. Cuando me ve, frunce el
ceño, pero luego se da cuenta.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Doy un paso adelante, con la mano extendida para calmarlo.

—Escucha, sé que no debería estar aquí, pero solo quería venir a


disculparme.

Mira alrededor de su calle antes de dirigirse a mí de nuevo.

—Esto es totalmente inapropiado por tu parte...

—Lo sé —le interrumpo—. Escucha, ¿te importa que entre un


momento? Llevo kilómetros caminando y me duelen los pies. Te
prometo que no me quedaré mucho tiempo.

Brian suspira, con la indecisión marcando su rostro. Echa otro


vistazo al barrio antes de abrirme la puerta.

Con la adrenalina a flor de piel, doy un paso adelante y entro en


el lujoso y grandioso vestíbulo, cuya amplia escalera ocupa gran
parte del amplio espacio.

—Tendrás que quitarte los zapatos —me informa, señalando un


gran armario zapatero junto a la puerta que está lleno de zapatos.

Me quito las sandalias, agradeciendo el tacto de las frescas tablas


del suelo que las reciben.

—Se siente bien —susurro, cerrando los ojos. Cuando los abro,
Brian está engullendo su bebida.

—¿Sabe tu padre que estás aquí? —Se aleja, así que le sigo.

—Tengo que ser sincera contigo y decirte que no. Solo sentí que
debía disculparme en persona por no haberte dicho quién era.
—Y tu edad —se burla antes de entrar en lo que parece ser su
estudio. Está oscuro y solo una pequeña lámpara de escritorio
ilumina la habitación. Rodea su escritorio y se sienta, dando un
trago al resto de su bebida antes de mirarme fijamente.

—Lo sé, y de nuevo, lo siento. —Dejo mi bolso en el suelo antes


de caminar a su lado y tenderle la mano—. ¿Amigos? —pregunto,
con una sonrisa ladeada en la cara.

Me coge la mano y suspira.

—Supongo que puedo perdonarte.

Le sonrío alegremente y, por primera vez desde que llegué, parece


relajarse.

—Gracias. —Miro fijamente su portátil, una hoja de cálculo


abierta con lo que parece una lista de cuentas.

—¿Necesitas ayuda con eso? —le ofrezco como rama de olivo.

Se ríe a carcajadas.

—Tienes dieciséis años y aún estás en la escuela. Esto está un


poco por encima de tu nivel.

Le sonrío.

—¿Chloe me ha mencionado alguna vez? Soy la mejor en todas


las clases y un genio de los números. ¿O es que te asusta que una
chica de dieciséis años sea mejor que tú en esto?

Se ríe antes de levantarse de su asiento y señalar su portátil.

—Bien, tú lo has pedido. Hazlo. Te doy un minuto antes que te


rindas.

Aceptando el reto, coloco mi trasero en la silla de cuero


acolchada, maravillándome por un momento de lo cómoda que es.
—¿Hay alguna posibilidad que me des un vaso de eso? —
pregunto, señalando su vaso.

—No insistas, jovencita —advierte, negando con la cabeza. Me


encojo de hombros—. Valía la pena intentarlo.

Entonces miro fijamente los números en la pantalla. Está


trabajando en el último mes, que acaba de terminar, así que
empiezo a calcular los números, asegurándome que todos están
correlacionados. Tardo unos veinte minutos, pero termino,
cruzando los brazos en señal de triunfo.

Brian, que ha estado ocupado mirando su teléfono, levanta la


vista y se da cuenta que he terminado. Sonríe.

—Ha tardado mucho más de lo que pensaba. ¿Ya te has rendido?

Sacudo la cabeza.

—He terminado.

Con un ceño confuso, rodea el escritorio y se inclina sobre mí


para mirar la pantalla. Mueve el cursor arriba y abajo de la pantalla,
cotejando los números con el libro de contabilidad, y su cara
transmite su incredulidad.

—¿Cómo has conseguido terminar esto tan rápido?

Al notar lo cerca que está, busco su rostro, con la voz ronca.

—Ya te lo he dicho. Soy un genio.

—Ciertamente... —Gira la cabeza en ese momento, captando mis


ojos llenos de calor. Se queda mirando un momento, traga, y luego
sus ojos bajan hacia mis pechos por un momento—. Gracias. —Se
aparta, pero el momento estaba definitivamente ahí. Quiere
follarme.
Sabiendo que puedo empujar esto ahora, me pongo de pie,
moviéndome hasta estar justo frente a él.

—Eres más que bienvenido. —Hago un alarde de bailar mis ojos


alrededor de su cara, sin ocultar el profundo hambre que hay en
ellos.

Él traga con fuerza.

—¿Por qué estás aquí realmente? —De repente está nervioso...


inseguro. Me sorprende lo mucho que me excita esto. Saber que
tengo el poder de convertir a un hombre de su estatura en un bufón
torpe hace que mi corazón se acelere y mi vientre se revuelva de
excitación.

Levanto la mano y le acaricio el borde de la manga de la camisa.

—¿Quieres la verdad? —Levanto la vista para encontrarme con


sus ojos, sus labios ligeramente separados. Asiente con la cabeza—
. No puedo dejar de pensar en lo que podría haber sido esa noche
si no nos hubieran... interrumpido.

—No podemos. —Sacude la cabeza, alejándose de mí—. Quiero


decir, eres la chica más hermosa que he tenido el placer de
encontrarme, y por supuesto, me siento halagado, pero...

Doy un paso adelante hasta que mi pecho se encuentra con el


suyo, mirando anhelantemente a sus ojos.

—¿No me deseas?

Cierra los ojos un momento, su dureza se clava en mi vientre.

—Creo que ya sabes la respuesta a eso.

Coloco mi dedo en la parte superior de su pecho y luego bajo


hasta la cintura de sus pantalones.

—¿Hay algún lugar donde pueda... refrescarme un poco?


Brian jadea, con la cara enrojecida por el deseo.

—Eh... sí. Arriba, primera puerta a la derecha.

Me aliso el pelo antes de caminar a su alrededor, recogiendo mi


bolsa a medida que avanzo. En la puerta, le hago un pequeño gesto
con la mano.

—Ponte cómodo. Vuelvo en un rato.

Cierro la puerta tras de mí y respiro profundamente antes de


correr hacia las escaleras. Paso por alto la puerta del baño, abriendo
todas las demás puertas, tratando de encontrar el dormitorio de
Chloe. La tercera puerta da a las paredes rosas y a un póster de
Justin Bieber sobre la cama. Pongo los ojos en blanco al ver lo
femenino que es todo antes de entrar a toda prisa, revisando
rápidamente todos los cajones, todos los rincones y todas las grietas
que puedo encontrar, en busca de cualquier cosa que pueda darme
munición contra esa zorra. Suspiro, sin encontrar nada, cuando
algo en su almohada parece un poco extraño, como si estuviera
suspendida en el aire. Ladeando la cabeza, doy un paso hacia ahí,
tiro de la almohada hacia atrás.

¡Bingo!

Mis ojos brillan de placer mientras miro fijamente un diario rosa.


Un diario que sin duda contiene los secretos de Chloe, o al menos
sus deseos más íntimos.

Siendo tan rápida como puedo, guardo su diario en mi bolso


antes de volver a colocar su almohada donde estaba y dirigirme a
las escaleras. Cuando llego al final, dudo por un momento. Debería
irme ya. Ya tengo lo que he venido a buscar, así que ¿por qué me
quedo esperando?

Me giro, mirando hacia la puerta del estudio, preguntándome si


puedo hacerlo. Si Chloe descubriera que me he follado a su padre,
se le rompería el corazón.
Una sonrisa malvada curva mis labios mientras tomo la decisión
final y me dirijo al estudio.

Tengo el control.

Soy la que tiene el poder.


DIECIOCHO

PRESENTE

Mientras espero a que Justin, el padre de Adam, venga a


buscarme, me escondo entre los árboles, con el culo al aire con solo
un sujetador y unas bragas. Estoy muy agradecida de haber elegido
llevar ambos hoy. Solo sé lo que va a pensar cuando aparezca y me
encuentre medio desnuda, llevando dos cestas vacías. Voy a parecer
una Caperucita Roja casi desnuda, sobre todo con el telón de fondo
que tengo detrás.

Con el picahielos bien envuelto en mi vestido sucio, sintiéndome


satisfecha que no haya evidencia de sangre en ninguna parte, ni en
mí ni en las cestas, me siento y espero a que pase, tratando de
inventar una historia que explique por qué estoy aquí fuera, por qué
estoy medio desnuda y por qué tengo un bulto en la frente que sin
duda es del tamaño del Monte Vesubio a estas alturas. Me levanto
y me toco la frente, deseando al instante no haberlo hecho.

—Al demonio esta mierda.

La rabia burbujea en mi interior cuando pienso en el alcalde y en


cómo se atrevió a intentar matar a la hija del jefe de policía. Por lo
que ha hecho ese hijo de puta sé que tengo que actuar, y tendrá
que ser esta noche. Si se entera que sigo viva, seguramente enviará
a alguien más por mí. No puedo dejar que eso ocurra.
Unos veinte minutos después, oigo el ruido de un auto que se
acerca. Me asomo por el árbol detrás del cual me escondo, y es el
auto de Justin. Me adelanto, saludando como una loca para llamar
su atención. Justin se detiene y sale del auto, corriendo hacia mi,
con los ojos muy abiertos por la ansiedad.

—Bryce, ¿qué demonios te ha pasado?

—¿Me has traído ropa? —pregunto, sin querer explicarme ahora


mismo.

Asiente rápidamente con la cabeza y se dirige al maletero. Lo abre


y saca una bolsa llena de ropa.

—Pensé que no querrías nada de la ropa de Jenny, así que he


traído algo de Adam. Espero que no te importe.

Saco una sudadera con capucha gris oscuro de Lexington


Legends junto con un par de pantalones de chándal gris más claro,
poniéndomelos. Son un poco grandes, pero servirán.

—¿Qué ha pasado? —Justin vuelve a preguntar mientras me ato


los cordones del pantalón de deporte a la cintura—. ¿Alguien te ha
hecho daño?

Colocando mis cestas en el maletero, empujo la capucha hacia


abajo y luego enfrento su ceño preocupado.

—He tenido un accidente.

Sus ojos se abren de par en par.

—¿Accidente? ¿Cómo? ¿Cuándo? —Sus ojos se mueven en busca


de señales de dicho accidente, pero no encuentran nada.

Lo rodeo con mis brazos y lo abrazo con fuerza.

—Oh, Justin, ha sido horrible —empiezo, intentando forzar las


lágrimas. Llamé a Justin porque es la única persona en la que
puedo confiar para que no dispare su puta boca, y la única razón
por la que no lo hará es porque es como un cachorro conmigo.
Podría ir a su casa, disparar a su mujer en la frente delante de él, y
aun así se inclinaría a mis pies—. Por favor, no digas nada, pero
robé el auto de Elijah solo para ver si podía conducirlo, y
accidentalmente lo saqué de la carretera.

Me aparta, buscando en mis ojos.

—Jesús, Bryce. ¿Estás bien?

Asiento enérgicamente con la cabeza.

—Un poco golpeada, pero estoy bien. Por ahora, solo quiero salir
de aquí. ¿Hay alguna posibilidad que me lleves a tu tienda para
asearme?

Pone sus manos en mi hombro.

—Por supuesto, pero ¿por qué no en casa?

—Elijah no estará allí, y no quiero estar sola ahora después de...


—Miro tímidamente a mis pies.

—Por supuesto. Vamos, entremos al auto.

Mientras entramos en el auto, echo un vistazo a la carretera para


ver si parece que ha habido algún disturbio. Hay algunas marcas
de neumáticos, pero aparte de eso, todo parece normal.

—¿Cómo está Adam? —le pregunto una vez que empieza a


conducir.

—Le va bien. Disfrutando de la vida universitaria hasta ahora. Va


a traer a Amy para que nos conozca durante las vacaciones de
verano. Quiere que la conozcas también.

Amy es la nueva novia de Adam desde hace cinco meses. Se


conocieron cuando ambos empezaron la universidad e
inmediatamente se llevaron bien. Todavía mantenemos el contacto
por mensajes, pero no tanto como antes, ahora que esta nueva
chica está en escena. Aun así, me alegro por él.

—Eso estará bien.

Los ojos de Justin parpadean rápidamente hacia mí por un


momento.

—¿Segura que estás bien? —Asiento con la cabeza—. ¿Qué le vas


a decir a Elijah?

Me rasco la cabeza, el estrés de las últimas dos horas realmente


empieza a golpearme.

—No lo sé todavía. Ya se me ocurrirá algo. Supongo que tendré


que confesar que le he robado el auto. A no ser que pueda decirle
que lo ha robado otra persona.

Sonrío en su dirección, haciendo que me devuelva la sonrisa,


negando con la cabeza. Pero luego frunce el ceño como si acabara
de pensar en algo.

—Oye, ¿cómo es que estabas medio desnuda cuando te recogí?

Buscando en mi mente para pensar en algo, finalmente digo:

—Tenía gasolina por todo el vestido. No pensé que fuera bueno


llevar algo tan... inflamable.

Se estremece como si la idea le diera miedo.

—No, probablemente no. —Se queda en silencio un momento


antes de aclararse la garganta—. ¿Cómo has estado? Hace tiempo
que no sé nada de ti.

Aprieto las manos sobre mi regazo, mordiéndome el labio. A decir


verdad, hace tiempo que no necesito a Justin, por muy mal que
suene.
—Lo siento, sé que confías en mí para hacer tus libros. Puedo
hacer algunos cuando volvamos a la tienda, si quieres.

Veo el brillo en sus ojos al pensarlo, pero entonces se calla.

—No, tuviste un accidente. Necesitas descansar.

—Solo necesito un poco de Tylenol y un lugar tranquilo. Estaré


bien. Estaré encantada de ayudarte.

Parece aliviado, y para ser honesta, es lo menos que puedo hacer


considerando que acaba de rescatarme.

—Eres un ángel.

—Lo sé —le respondo bromeando, haciendo que sonría. A pesar


de los pantalones anchos, sus ojos se dirigen a mis piernas.
Siempre le han gustado mis piernas.

—No sé por qué no cobras por lo que haces. Ganarías mucho


dinero.

Estoy tentada de burlarme de él preguntándole qué está


insinuando, pero en lugar de eso, respondo con sinceridad:

—A algunos sí les cobro, pero a gente como tú, no.

Después de trabajar en los libros de Brian durante un tiempo, se


corrió la voz sobre mis habilidades. He estado ganando un buen
dinero con algunas pequeñas empresas de por aquí, pero a algunas
de ellas las dirigí deliberadamente para tener acceso a ciertas cosas.
Con Justin lo hago gratis simplemente por Adam. Puede que
hayamos tonteado algunas veces, pero pase lo que pase, siempre
hemos mantenido nuestra amistad. Eso es lo único que nos
prometimos que nunca permitiríamos que se rompiera.

—¿A la gente como yo? —repite como un loro, queriendo que me


explaye.
—Eres el padre de mi mejor amigo. No estaría bien.

Soy testigo de su ligera mueca ante mi afirmación.

Llegamos a la tienda, donde él estaciona en el aparcamiento


trasero. Nos bajamos y llevo las cestas al interior. Cuando está
dentro de la tienda, se vuelve hacia mí.

—Tengo que abrir durante una hora más o menos. ¿Estarás bien?

Asiento con la cabeza alentadoramente.

—Sí, por supuesto. Haz lo que tengas que hacer. —Se da la vuelta
para dirigirse a la entrada de la tienda, pero le agarro del brazo.
Vuelve a mirar hacia atrás—. Gracias.

Su rostro se suaviza inmediatamente, sus dedos rozan


ligeramente mi mejilla.

—Cualquier cosa por ti, lo sabes.

Sí, lo sé, pienso para mis adentros mientras él se dirige a la parte


delantera, dejándome intimidad para refrescarme. Cogiendo el
vestido de la cesta, lo desenrollo, sacando el picahielos que me
habían "prestado" en la tienda hace unos meses. Lo he llevado
conmigo desde entonces, pero nunca pensé que tendría que usarlo.
Inmediatamente, lo llevo al baño y me lavo todos los restos de
sangre, tomándome mi tiempo para sacar cada pedacito que pueda.
Una vez que he terminado, me miro en el espejo y observo el
hematoma que ya se está formando en el bulto de la frente.
Refunfuño. ¿Cómo demonios voy a explicarle esto a Elijah?

Con la cabeza todavía martilleando, voy al botiquín de primeros


auxilios detrás del espejo y me tomo tres Tylenol. Seco el picahielos,
cojo el vestido y las cestas de mimbre y lo llevo todo a la parte de
atrás, donde Justin tiene un barril para quemar todos sus viejos y
delicados documentos. Agarro el bidón de gasolina y tiro todo,
excepto el picahielos, en el barril, vertiendo la gasolina sobre todo
antes de prenderle fuego.

Mientras las llamas queman todo lo que hay dentro, cojo la cajita
donde a Justin le gusta esconder su alijo de cigarrillos y me
enciendo uno. Inhalo profundamente, cerrando los ojos al exhalar.
Me siento en el asiento del cigarrillo furtivo de Justin y cierro los
ojos un momento, esperando que el Tylenol haga efecto pronto.
Durante un rato, me siento y miro fijamente las llamas,
quedándome allí hasta que empiezan a menguar y dos de los
cigarrillos de Justin han desaparecido de su paquete.

Mi cabeza está inundada por todo lo que ha pasado y por el hecho


que William haya provocado que tenga que matar a un hombre.
Estoy muy enojada, pero me repito a mí misma que debo mantener
la calma.

Ya llegará mi momento.

Por ahora, descansaré. Por ahora, todo lo que puedo hacer son
las cosas que estoy acostumbrada a hacer. Como la contabilidad.
Algunos pueden encontrarlo laborioso, pero los números realmente
me calman.

Dejo que el barril de la quemadura siga haciendo lo suyo y vuelvo


a entrar, con el picahielos escondido en el bolsillo de la sudadera
de Adam para ocuparme de él más tarde. En el despacho de Justin
me pongo a trabajar en los libros, mi cabeza se calma con cada
minuto que pasa. Estoy terminando de introducir todo cuando
Justin asoma la cabeza.

—¿Todo bien? —Levanto la vista y sonrío asintiendo con la


cabeza—. Siento haber tardado más de lo normal. El último cliente
quería un pedido bastante grande.

—No pasa nada. Ya estoy terminando. Te faltan un par de recibos


—añado, esperando a que se acerque a echar un vistazo. Señalo las
cantidades.
—Puede que los haya dejado accidentalmente en el mostrador. Lo
comprobaré por la mañana. —Me pone una mano en el hombro—.
No sé qué haría sin ti. Gracias... como siempre.

Me levanto de mi asiento, sonriendo.

—Es lo menos que podía hacer después que me hayas rescatado


hoy.

—Sabes que lo haría, pase lo que pase. —Sonríe suavemente,


pero entonces el aire que nos rodea se vuelve incómodo. El silencio
se apodera de la habitación mientras Justin me mira a los ojos
durante lo que parece ser el tiempo más largo. Entonces se inclina
hacia delante y presiona sus labios contra los míos.

Inmediatamente, me retiro. En un momento dado, habría


considerado la idea, pero eso fue antes de Elijah. Antes de darme
cuenta que él lo era todo para mí.

Justin se aclara la garganta.

—Lo siento mucho. No debería haber...

—Está bien —respondo, interrumpiéndolo—. Es que... las cosas


han cambiado. No creo que sea una buena idea...

—Por supuesto, por supuesto —acepta, levantando las manos—.


Es que me he dejado llevar por el momento, supongo. Recordando
lo que solía ser. —Cierra los ojos un momento—. ¿Quieres que te
lleve a casa?

Le ofrezco una sonrisa genuina.

—Sí, estaría bien. Solo necesito ir al baño primero.

Asiente con la cabeza y me entrega las llaves.

—Claro. ¿Puedes cerrar detrás de ti cuando termines? Te


esperaré en el auto.
Aunque tengo mi propio juego, le quito las llaves y veo cómo se
va por la salida trasera hacia su auto. Cuando me aseguro que ya
no está a mi alcance, cojo rápidamente un paño, saco el picahielos
del bolsillo y lo limpio todo lo que puedo de mis huellas dactilares
antes de colocarlo en la estantería con el resto de los punzones,
dejando el arma homicida para que la compre algún otro incauto.
VEINTE

PRESENTE

Cinco minutos antes de llegar a casa, Elijah empieza a hacer


estallar mi teléfono, obviamente preguntando dónde estoy y por qué
su cena no está en la mesa como de costumbre. Sabiendo que estoy
a un par de minutos, ignoro las llamadas y me concentro en la
carretera.

—Alguien está deseando localizarte. —Los ojos de Justin


parpadean hacia mi teléfono justo cuando se vuelve a iluminar por
otra llamada.

—Es Elijah. Debe estar preguntándose dónde estoy.

Un ceño fruncido de preocupación cubre la Justin.

—¿Estás segura que vas a estar bien? Supongo que Elijah no


estará muy contento, sabiendo que uno de sus autos ha quedado
destrozado.

Sonrío suavemente.

—Estaré bien.

Poco después, se detiene en la acera, donde tengo que ignorar


otra llamada de Elijah. Me inclino para besar a Justin en la mejilla,
le doy las gracias de nuevo y salgo del auto. Ya he subido el segundo
escalón cuando Elijah abre la puerta, con la ira pintando su cara.
Pero cuando me ve, su enfado se convierte en aprensión.

—¿Qué demonios te ha pasado? —Paso junto a él, entrando en la


casa y dirigiéndome a la cocina para preparar algo para la cena.

—Me caí y me golpeé la cabeza con la acera. Nada importante. —


Me dirijo al congelador, abriéndolo y sacando unas
hamburguesas—. ¿Serviré la cena? —pregunto, dándome la vuelta
para ver su expresión de perplejidad.

—Espera un segundo, Bryce. Por el amor de Dios. ¿Por qué no


me has llamado?

Tomo una sartén y empiezo a cocinar las hamburguesas antes de


rebuscar en la despensa en busca de unos panecillos. Todo el
tiempo, puedo sentir a Elijah a mi espalda.

—No pensé que fuera necesario llamar. Justin me encontró y se


ocupó de mí. Él fue quien me trajo a casa.

La mandíbula de Elijah hace un tic ante esta información.

—Deberías haberme llamado, joder. —Entonces se acerca a mí,


agarrándome la cabeza para inspeccionar el chichón.

—Deja de quejarte —me burlo—. Parece mucho peor de lo que es.

Ignorándome por completo, Elijah saca unos guisantes del


congelador junto con un paño, me ordena que me siente y me pone
el paño frío contra la piel.

—Los guisantes no sirven para nada a estas alturas —me quejo,


pero en secreto, estoy disfrutando de la sensación de frío. También
ayuda que sea Elijah quien me atienda. Eso es algo de lo que nunca
puedo quejarme—. Deberías haberte puesto hielo en la frente en
cuanto te golpeaste.
Sus ojos lilas escudriñan mi cara antes de bajar la vista y fijarse
en mi ropa.

—No es algo que uses normalmente.

No voy a decirle que es la ropa de Adam. Probablemente no sea


algo que deba compartir teniendo en cuenta sus... tendencias
posesivas.

—Los compré en una venta. Me apetecía tener un día de ropa


informal, eso es todo.

De repente, sus ojos se estrechan y me miran con desconfianza.

—¿Qué estabas haciendo cuando te caíste? ¿Dónde estabas?

El repentino impulso de darle una palmadita en la cabeza y


decirle que no se preocupe por mi bonita cabeza es tan grande que
me pica la mano para elevarla.

—Estaba haciendo algo de contabilidad para Justin cuando salí


a comer algo. No miraba por dónde iba cuando mi pie se enganchó
en el bordillo y, como llevaba dos cafés, salí volando hacia la acera
y me golpeé la cabeza.

Me quita el paño cada vez más frío de la cabeza, inspeccionando


el chichón.

—¿Por qué sigues haciendo esa mierda? Deberías estar en casa


trabajando en tu carrera.

—Elijah —gimo—. Mi carrera no me lleva todas las horas del día,


¿sabes? Los estudiantes universitarios tienen algo de tiempo libre,
y muchos tienen trabajos paralelos. —Él no sabe que debería haber
entregado un trabajo hoy. Lo haré esta noche. Será la primera vez
que entregue un trabajo tarde, pero puedo decir que estaba
enferma. Últimamente he estado bastante ocupada.

Su expresión me dice que algo le sigue molestando.


—No estamos precisamente necesitados de dinero extra.

Mis propias sospechas crecen.

—¿Intentas retenerme en casa?

Su rostro es impasible cuando responde:

—No. Es que no entiendo por qué tienes que seguir llevando la


contabilidad de la gente.

Apoyando el brazo en la isla de la cocina, suspiro.

—Entonces, ¿por qué voy a obtener este título si no puedo salir a


manejar las cuentas de las empresas? ¿Qué sentido tiene todo esto?

Dejando los guisantes sobre la encimera, se levanta y da la vuelta


a las hamburguesas que ya están chisporroteando.

—La diferencia es que tú estarás totalmente cualificada.

Me levanto, reduciendo la distancia entre nosotros hasta que


estoy a un dedo de distancia de él. Sus ojos escudriñan los míos
mientras respiro profundamente.

—¿Qué pasará cuando obtenga mi título y empiece mi nuevo


trabajo, sea cual sea? Tendré mi propio dinero. Seré independiente.
Podré quitarme de encima por fin para que puedas tener esta casa
para ti solo.

Eso no va a suceder ni en un millón de años porque no lo


permitiré. Sin embargo, es agradable ver su reacción a preguntas
como estas. Demuestra cuál es su mentalidad respecto a lo que
piensa de nuestra relación.

Cogiendo un par de platos, Elijah saca los bollos y los abre para
que los comamos con nuestras hamburguesas.
—Si eso es lo que quieres —responde con ligereza. Intenta
hacerse el interesante, pero veo el momento en que su mandíbula
hace un leve tic y la forma en que sus fosas nasales se ensanchan.

—Y luego puedes ponerte al día con Pato.

Me lanza una mirada mordaz.

—No empieces con ella otra vez, Bryce. Todavía estoy enfadado
contigo por lo que hiciste.

—O —empiezo, mis ojos se iluminan—. Tengo una idea. Me


quedaré aquí mientras te pones al día con Pato. Ella puede
atenderte por la noche, y una vez que te vayas por la mañana, puede
colarse en el dormitorio de su nueva hijastra y darle un poco de
acción encubierta, si sabes a qué me refiero. —Muevo las cejas para
darle más efecto.

Elijah baja la espátula con tanta fuerza que casi me hace saltar.

—Jesús, Bryce, ¿aprenderás alguna vez a cerrar la puta boca?

Me muerdo el labio, tratando de reprimir mi sonrisa.

—¿No crees que eso nos convertiría en una jodida gran familia
feliz? Chupador de salchichas por la noche, buceador de almejas
barbudas por la mañana. Sin duda sería una madre de familia muy
ocupada, ¿no?

Se acerca a mí, así que salgo corriendo y grito cuando me doy


cuenta de que me sigue. Apenas llego a la sala de estar cuando su
brazo me rodea por la cintura, dejándome sin aliento. Con un solo
brazo, me lleva como si fuera un muñeco de trapo a una de las
sillas, donde me obliga a poner el estómago sobre sus rodillas. De
cara a él, Elijah me baja el pantalón de chándal antes que el fuerte
aguijón de su bofetada me golpee en la nalga derecha. Es tan fuerte
y tan inesperado que grito de sorpresa.
—Si te comportas como una niña desobediente, te voy a tratar
como tal, joder —sus palabras van seguidas de otra violenta
bofetada contra mi culo. Duele muchísimo, pero al mismo tiempo,
mi coño está deseando más.

—Tienes que decirme algo —me advierte, dándome otra bofetada.


Esta vez, un ligero gemido sale de mis labios. Cuando no digo nada,
me da otra bofetada, cuyo escozor vibra por todo mi cuerpo—. No
puedo oírte, Bryce. Di las putas palabras.

—Lo siento, papi —le digo, sabiendo que esto solo lo enfadará
más.

La inevitable bofetada llega de nuevo.

—Crees que esto es una jodida gran broma, ¿no?

Quiero señalar que, con la forma en que su polla se está clavando


en mis pechos ahora mismo, tampoco se lo está tomando en serio.
Después de otras dos bofetadas, cada una de ellas seguida por mis
gemidos que resuenan en la habitación, Elijah se detiene, supongo
que porque por fin se ha dado cuenta que me excita lo que está
haciendo. Me levanta de sus piernas, me gira para que me siente en
la silla, se baja los pantalones de deporte y me obliga a abrir la boca
para que me meta la polla.

Puede pensar que me está castigando, pero estoy disfrutando


cada puto minuto de esto. El único castigo verdadero que me da es
la negación del orgasmo. Desgraciadamente, ya sabe que es un
punto sensible para mí, así que lo ha utilizado en más de una
ocasión.

Como un animal frenético, me folla la boca mientras chupo aún


más hasta que su polla golpea el fondo de mi garganta.

—¡Joder! —Elijah brama, incapaz de ocultar lo bien que le hago


sentir. Su respiración se acelera y, justo cuando está a punto de
correrse, se retira y su semilla golpea inmediatamente mis labios,
mi nariz e incluso mis ojos. Mi lengua sale, lamiendo cada gota que
ofrece, sin duda enfadándolo y excitándolo al mismo tiempo. Elijah
aún no se ha dado cuenta, pero no hay nada que pueda hacerme
que no me guste.

Una vez que ha terminado de exprimir hasta la última gota,


vuelve a meter la polla en los pantalones y se aparta.

—Límpiate. La cena está lista.

A este ritmo, creo que la cena ha sido incinerada.

Elijah desaparece en dirección a la cocina, dejándome -una vez


más- insatisfecha. Me levanto de la silla y me dirijo al baño para
asearme. Utilizo el cepillo de dientes de Elijah para limpiarme
rápidamente y, después de enjuagarlo, lo vuelvo a colocar en su
sitio antes de dirigirme a la cocina, sonriendo.

Mientras comemos las hamburguesas quemadas, Elijah parece


enfadado por mi felicidad. No sé qué le pasa últimamente, pero
definitivamente algo le molesta. Seguramente sigue molesto porque
el alcalde no le cumple su petición. Joder. No tengo otra opción que
solucionar eso esta noche.

Espero a saber que Elijah está dormido antes de coger la llave,


salir a hurtadillas de la casa con mi bolsa de trucos a cuestas y
trotar la distancia hasta la casa de William Schultz. Cuando llego a
su casa es más de medianoche y todo está muy tranquilo. Estoy un
poco sudada, sobre todo por la peluca rubia que llevo, así que me
tomo un tiempo para refrescarme.

Las luces del interior están encendidas, así que me dirijo a la


puerta y pulso el timbre. Me abre la puerta uno de sus empleados,
un hombre que parece estar a punto de morir de tan viejo que esta.
El pobre parece que necesita unas buenas vacaciones.

—¿Puedo ayudarte?

—Me envía Stevie.

Stevie es el proxeneta que le manda al alcalde imbécil todos sus


juguetitos. Juguetes... chicas que conocí recientemente. Todo lo que
se necesitó fue una historia exagerada y mucho alcohol para que
sus lenguas comenzaran a moverse. Tuve que fingir que era una de
ellas, así que aprendí muchas de sus costumbres, incluyendo el
hecho que espera una chica esta noche.

El viejo frunce el ceño, haciendo que sus arrugas resalten aún


más.

—El señor Schultz no me dijo que esperaba compañía.

Sonrío con dulzura.

—Stevie quería enviarme como sorpresa.

Según mis fuentes, esto sucede a menudo, así que estoy bastante
segura que me dejarán entrar.

—Espera aquí mientras hablo con el señor Schultz.

Asiento con la cabeza y espero a que haga lo que tiene que hacer.
Mi corazón se acelera a un millón de millas por hora porque si el
alcalde es lo suficientemente inteligente, llamará a Stevie y le
preguntará por mí. Me he preparado para esa posibilidad, pero
espero que esta noche no sea necesario tomar medidas drásticas.

Cinco minutos después de morderme el labio con nerviosismo, la


puerta se abre y el viejo me hace un gesto para que entre. Inclino la
cabeza antes de recoger mi vestido rojo y salir al pasillo.
—El Sr. Schultz te recibirá arriba, en la última puerta a la
izquierda.

Vuelvo a asentir con la cabeza y subo la escalera hasta llegar al


rellano. Aquí, cojo mi bolso y me pongo la máscara dorada de
disfraces que compré hace muchos meses, pero que nunca había
tenido la oportunidad de usar hasta ahora. Cuando llego a su
puerta, llamo y él brama para que entre. Está tumbado en la cama
con solo una bata cubriéndole, con un vaso en la mano. Cuando me
ve, se incorpora y me hace pasar.

—Veo que Stevie me ha enviado a alguien nuevo. —Sus ojos van


de mi cabeza a mis pies—. Eres toda una sorpresa, ¿verdad?

Rebuscando en mi bolso, saco unas esposas. Sus ojos se abren


de par en par.

—Voy a sacudir su mundo, Sr. Schultz —le digo con voz ronca,
varios tonos más bajos de lo normal para no delatarme—. Quítate
la bata —le ordeno.

Prácticamente salivando, William hace lo que le pido, su pequeña


polla ya está erecta. Desgraciadamente para William, su defecto es
que le gusta ser dominado. Algo que aprenderá que es un gran error
una vez que haya terminado con él.

—Túmbate en la cama —le ordeno de nuevo, observando con


regocijo cómo se sube, con los brazos extendidos, listo para que le
ponga las esposas.

Arrastrándome por el colchón, subo lentamente, y sus ojos se


fijan en las ligas de mis piernas. Decidiendo ofrecerle un poco de
sexo seco para empezar, gime cuando mis bragas se deslizan sobre
su patética polla. Quiero que el cabroncete asesino se ponga
frenético antes de revelar quién soy.

—Eres tan jodidamente sexy —ronronea suavemente, su


respiración se acelera.
Sonrío mientras sujeto una de sus manos al poste de la cama y
luego la otra. Una vez asegurada, introduzco la mano en mi escote,
sus ojos observan cada uno de mis movimientos. Saco una de las
viejas corbatas de Elijah y se la meto en la boca, envolviéndole la
cabeza para que no pueda gritar. Es entonces cuando decido
quitarme la máscara y revelar quién soy. Al principio se muestra un
poco inseguro, con los ojos entrecerrados. Debe de ser la peluca, así
que me la quito también, revelando quién soy. Sus ojos se abren de
par en par, sorprendidos, y su cuerpo se estremece.

—Aww, ¿tenemos miedo de la chica muerta? Supongo que hoy no


has tenido noticias de tu pequeño sicario, ¿verdad? Me temo que
está... durmiendo. —Me inclino hasta que nuestras caras están a
centímetros de distancia—. Permanentemente.

Me vuelvo a poner la peluca y me bajo de la cama, cojo mi bolso


y saco la aguja que busco antes de volver a montarme en su cintura.
No ha dejado de agitarse e intentar gritar pidiendo ayuda. Es
bastante patético, pero es cómico verlo.

—Esto no te va a doler, William. Es solo un pequeño pinchazo.


Como tú. —Me rio de mi propio chiste antes de darme la vuelta y
volver a ponerme a horcajadas sobre sus piernas. Le sujeto el pie
con toda la fuerza que puedo reunir, prácticamente usando mi
cuerpo para evitar que patalee. Con la boca, quito el capuchón de
la aguja y la sostengo entre los dientes mientras le meto el contenido
entre los dedos de los pies.

Me bajo, esperando que la adrenalina haga su magia. Verás, el


problema de William es que tiene graves alergias y, en
consecuencia, problemas al corazón. Aparentemente, ha tenido
unos cuantos ataques al corazón debido a su estilo de vida, así que
la cantidad que le he dado sin duda le causará un ataque al
corazón. Algo que definitivamente será divertido de ver.

Una vez que he vuelto a colocar el capuchón en la aguja y la he


metido debajo de la peluca, me siento en el borde de la cama y
observo cómo se esfuerza contra las esposas, con la cara cada vez
más roja.

—No deberías haberte metido conmigo, William. Ahora algún otro


alcalde tendrá que ocupar tu lugar, y yo tendré que empezar todo
este proceso de nuevo. Realmente estás creando mucho trabajo
extra para mí, ¿sabes? Y piensa que todo lo que quería hacer era
traerte unas encantadoras galletas recién horneadas esta mañana.
—Suspiro cuando su cuerpo empieza a sacudirse y luego comienza
a ahogarse. Continúo sentada, haciendo rebotar mi rodilla con
impaciencia, esperando que todo esto termine. Pasan unos
segundos más hasta que deja de convulsionar y se queda más
tranquilo. Echo un vistazo, y efectivamente, sus ojos empiezan a
estar vidriosos, su cara ahora es de color rojo remolacha.

Entrando en acción, le quito la corbata de la boca y le quito las


esposas, metiéndolas rápidamente en mi bolso antes de prepararme
para la mejor actuación posible, la de un Oscar.

Me quito el vestido para quedar completamente desnuda y grito


tan fuerte como puedo, obligando a mis manos a temblar mientras
miro fijamente la forma moribunda de William.

La puerta se abre de golpe y me hace gritar de nuevo. Entra el


tipo que me abrió la puerta seguido de otro tipo con una pistola.
Con una mano temblorosa, señalo a William.

—Él... acaba de... ¡Dios mío! ¿Qué le pasa? —Lloro entre mis
manos para que no vean que no tengo lágrimas.

El tipo con el arma entra en acción, comprobando su pulso y


sacando un walkie talkie para decirle a alguien que llame a una
ambulancia.

—¿Qué ha pasado? —ruge.

—Yo... estaba... encima de él, y él... él... empezó a... ¡ahogarse!


A estas alturas, estoy en plena histeria, gritando tan fuerte que
el tipo del arma le dice al viejo que me saque de aquí.

El viejo coge mi vestido y mi bolso del suelo y saca a mi histérica


del dormitorio.

—¡Cálmate! —me dice, entregándome el vestido.

—Yo ... Yo... ¿qué le pasa? —Lloro, actuando como una completa
cabeza hueca.

—Lo más probable es que sea un ataque al corazón —grita,


haciendo que cierre los ojos con frustración—. Dime exactamente
qué ha pasado.

Me entrega mi vestido, así que con las manos temblando, me lo


pongo por encima de la cabeza antes de frotarme la nariz con el
dorso de la mano.

—Yo... Yo estaba... Estaba encima de él, montándolo, cuando


empezó a hacer esos sonidos de asfixia. ¡Oh, Dios! —vuelvo a
lamentarme—. ¡Stevie va a matarme!

Una inesperada bofetada me pica en un lado de la mejilla,


haciendo que mi cabeza palpite con fuerza, pero funciona para
detener mis lamentos.

—Cállate, pequeña estúpida. No puedo pensar. —Entonces busca


mi cara con los ojos, formando un profundo ceño—. ¿Cuántos años
tienes?

Es extremadamente difícil ocultar mi sonrisa cuando respondo:

—Quince.

Con los ojos abiertos, me empuja la bolsa.

—Toma esto y sigue tu camino. No puedes estar aquí cuando


llegue la ambulancia. —Resoplo y le quito la bolsa antes de bajar
rápidamente las escaleras. No respiro del todo hasta que llego al
final de la calle y doblo por otra. En la siguiente calle, me escondo
detrás de un árbol y me quito la estúpida peluca, metiéndola junto
con la aguja en mi bolsa. Me pongo la sudadera con capucha y los
pantalones de chándal de Adam y corro el resto del camino hasta la
casa. Estoy completamente agotada y mi cama me llama, pero al
mismo tiempo, estoy llena de adrenalina. Sonrío mientras vuelvo a
entrar en casa y me encierro en mi habitación antes de meterme
bajo las sábanas.

Es como si nunca hubiera salido de casa.


VEINTIUNO

PASADO

—¿A dónde vas? —pregunta mi madre, tomando en cuenta mi


pequeño vestido naranja de verano.

Con la bolsa sobre el hombro, me doy la vuelta para mirarla, con


una expresión de odio.

—No es de tu incumbencia. ¿Cómo es eso de a dónde voy? ¿Por


qué no vuelves a tu pequeño escondite y te inyectas más? Es lo
único que se te da bien.

Su boca hace una mueca, haciéndola parecer una bruja malvada


y rencorosa.

—¡Pequeña zorra! —Se lanza hacia delante para atacarme cuando


Elijah aparece desde el salón, tirando de ella hacia atrás por la
cintura mientras escupe veneno, con las garras fuera, tratando de
llegar a mí.

—Eso es, Elijah. Encierra a la perra.

Elijah me penetra con sus ojos fulminantes mientras mi madre


me enseña sus dientes amarillentos.

—Tendría que haber abortado cuando tuve la oportunidad,


pequeña puta rencorosa.
Levanto una ceja, sin inmutarme por sus palabras. Nada de lo
que diga o haga puede dañarme ahora.

Porque ya ha hecho lo peor.

—Cálmate de una puta vez —gruñe Elijah, tirando de mi madre


para detener su intento de liberarse de su agarre. Luego se inclina,
apretando los dientes para susurrarle al oído—. Vuelve a tu puta
habitación, Brenda. Y no te atrevas a hacer que te lo repita otra vez,
joder. ¿Me oyes?

Me quedo con la boca abierta ante la voz de mando y dominante


de Elijah. Sus brazos siguen rodeándola, sujetándola con fuerza,
con la mandíbula tintineando de rabia. La escena que tengo delante
hace que un fuego al rojo vivo baile dentro de mi vientre. Siento un
repentino y violento impulso de arrancar a mi madre de las manos
de Elijah y exigirle que me folle aquí mismo, en el pasillo.

Y ni siquiera me importa si mi madre se queda para presenciarlo.

—Está bien. —Acepta tímidamente, lo que hace que Elijah la


suelte. Como un ratoncito asustado, se escabulle hacia su
habitación, sin mirar ni una sola vez hacia mí. Me he quedado sin
palabras.

Con la respiración calmada, Elijah fija sus ardientes ojos en los


míos, nítidos y enfocados. Instintivamente quiero apretar las
piernas para intentar frenar este creciente anhelo de rogarle que me
folle.

—¿Adónde vas?

Se pone de pie, con el pecho hinchado como la bestia que es.

—Voy a ayudar al padre de Adam con su contabilidad.

Sus ojos recorren mi atuendo, haciendo que mi coño palpite.

—No llevas sujetador.


Mis pezones probablemente sobresalen como pulgares doloridos
teniendo en cuenta lo excitada que estoy después del espectáculo
que acabo de presenciar. Intento tranquilizarme sonriendo.

—¿Así que te has dado cuenta? —Aspira un poco mientras


avanzo, mi paso prácticamente acechándolo. Cuando estoy lo
suficientemente cerca como para tocarlo, me inclino hacia delante
para susurrar mi aliento caliente en su oído—: Tampoco llevo
bragas.

Voy más allá ofreciéndole un guiño descarado mientras me doy


la vuelta y me dirijo a la puerta.

—¿Qué te ha pasado, Bryce?

Me acerco a la puerta, con la mano en el pomo.

—Tú, Elijah. Tú y mi madre han pasado.

Abriendo la puerta, la atravieso, y solo una vez que la puerta se


cierra tras de mí, suelto un suspiro. Joder, ojalá no me afectara
como lo hace. Me hace perder el rumbo y me deja hecha un lío.

Me paso los dedos por el pelo y bajo los escalones mientras me


despido de Frank para coger el autobús a la ferretería.

—¡Bryce! —El padre de Adam me llama cuando entro.

Le devuelvo la sonrisa.

—Hola, Justin. ¿Cómo te va?

Ayer, cuando vine, solo estuve una hora revisando sus libros. No
pude quedarme más tiempo porque ya había trabajado durante tres
horas en Carol's, la farmacia que está al final de la calle, propiedad
de Carol y su marido. Al final no había necesitado la ayuda de Brian;
me las arreglé para averiguar quién estaba interesado en mis
servicios llamando por teléfono a algunas de las tiendas locales.
Gracias a las horas que he trabajado esta semana, ya he acumulado
más de cien dólares. Algo que creo que necesitaré para realizar lo
que tengo planeado en el futuro.

—Hoy me va bien, gracias. —Luego señala detrás de él—. Adam


está en la parte de atrás ayudando a almacenar algunas
existencias, si quieres ir a saludarlo.

Asiento con la cabeza y me dirijo al almacén donde está Adam.


Vestido con unos jean y una camiseta negra, veo cómo Adam coloca
una caja en un armario. Cuando se da la vuelta, me ve, y una
brillante sonrisa se dibuja en su cara.

—Eres un regalo para la vista.

Sorprendida por su confesión, sonrío.

—Vaya, gracias.

—En serio, Bryce. Gracias a ti, la escuela ha sido mucho más


fácil de manejar estos últimos días. Ahora casi no me da miedo ir
por las mañanas.

Me rio a carcajadas y le pongo la mano en el hombro.

—Debo decir que las cosas han mejorado definitivamente.

Sus ojos se abren de repente.

—Ah, ¿y te has enterado de lo de Brad, Grant, David y Tony? —


Frunciendo el ceño, sacudo la cabeza—. Me encontré con Jessica
de trigonometría y me dijo que les dieron una buena paliza el fin de
semana.

Con el corazón acelerado, pregunto:


—¿Por quién?

Sus ojos brillan cuando responde:

—No tengo ni idea. Al parecer, un matón enmascarado les asaltó.


Les robaron la cartera y otras cosas.

El corazón sigue retumbando y cierro los ojos. Puede parecer un


simple atraco, pero sé que no es así. ¡Maldito Elijah! No sé si
abrazarlo o darle una patada en la polla.

Tal vez ambos.

—Vaya, eso es bastante jodido. —Me rio a carcajadas, haciendo


que Adam se una.

—Lo sé, ¿verdad? No podría haberles pasado a tipos más


agradables, ¿eh?

—Definitivamente no.

Miro todas las cajas.

—¿Cuántas más necesitas mover?

Señala una pequeña pila.

—Solo esas dos y ya he terminado.

Dejo la bolsa en el suelo y me limpio las manos.

—Cuatro manos son mucho más rápidas que dos. —Cojo una de
las cajas y la meto en el armario. Adam me sigue con las otras y
terminamos—. ¿Ves lo rápido que ha sido?

Los ojos de Adam recorren mi vestido, provocando una pequeña


chispa de excitación.

—Estás... guapa.

—¿Te apetece un polvo rápido?


Adam se atraganta con su propia saliva.

—Mierda, Bryce. No podemos.

Mis ojos se dirigen de nuevo a la pantalla, haciendo que Adam


haga lo mismo.

—Vamos —le reto, lamiéndome los labios—. Si me inclinas sobre


el escritorio, podemos ver a tu padre en la pantalla para
asegurarnos que se mantiene al frente. Será emocionante.

Pienso que va a decir que no, pero entonces capto la animación


en sus ojos. Saca un condón del bolsillo de sus jean y me lo enseña.

—Vaya, estamos extra preparados, ¿no?

Se encoge de hombros.

—Supongo que después de lo que pasó la última vez, debería


estarlo. Ya sabes... por si alguna vez vuelvo a tener tanta suerte.

Mis ojos se mueven hacia el monitor que muestra la vista de la


cámara en la parte delantera de la tienda. Justin nos da la espalda
mientras atiende a algunos clientes.

Riendo, corro hacia el escritorio de Justin y me agacho, lista para


que Adam haga lo suyo. Ansioso como un castor, se acerca,
arrancando el papel del condón en cuanto termina de
desabrocharse el jean. Coloco las palmas de las manos sobre el
escritorio y miro hacia arriba, observando a Justin, que sigue
atendiendo a los clientes.

—Será mejor que nos demos prisa —le digo.

—No te preocupes. Contigo lo seré.

Dejo escapar una pequeña risa, pero se corta cuando Adam se


desliza dentro de mí, robándome momentáneamente la respiración.
Todavía estoy mojada y muy excitada después de mi encuentro con
Elijah antes, así que Adam se desliza dentro y fuera, fácilmente, y
un gemido se escapa de mis labios.

—Joder, Bryce. No te das cuenta de lo bien que te sientes.

Agarrando mis caderas, se impulsa hacia adelante, mis ojos


permanecen en su padre todo el tiempo.

Un cliente se va y Justin se aparta de la pantalla, haciendo que


Adam se sacuda un poco.

—Oh, mierda —murmura, pero no deja de follarme—. Ya casi he


llegado.

Justin vuelve a aparecer en la pantalla, lo que provoca un suspiro


colectivo de alivio y nos permite a ambos disfrutar del momento.
Estoy al límite cuando los jeans de Adam se vuelven más ruidosos
y sus movimientos más bruscos.

—¡Joder, joder, joder! —grita, y de repente se queda quieto dentro


de mí. En el momento en que lo hace, Justin se aleja de la vista de
la cámara de nuevo.

—Joder, Adam, rápido. Viene tu padre.

Se desliza fuera de mí, así que me doy la vuelta, bajándome el


vestido. Los ojos de Adam se dirigen a la pantalla, y luego sale
corriendo hacia el baño, a punto de cerrar la puerta cuando Justin
entra, con los ojos mirando a su alrededor, buscando a Adam.

—Está en el baño —le digo.

Él asiente con la cabeza, mirando a su escritorio.

—¿Todo bien?

—Sí. Estaba a punto de empezar. Adam me distrajo unos


minutos.
El inodoro tira de la cadena y sale Adam, con las mejillas todavía
sonrojadas por nuestro rapidito.

—He terminado con las cajas —le dice Adam a su padre.

—Gracias, hijo. ¿Te importa irte a casa para que Bryce tenga algo
de tiempo a solas para seguir con los libros?

Adam dirige sus ojos a los míos, sonriendo.

—Sí, claro. Te veré en casa más tarde, papá. —Toma su mochila,


echándosela al hombro—. Nos vemos mañana, Bryce.

Le devuelvo un guiño descarado, haciendo que su labio se curve


en una sonrisa.

—Sí, hasta mañana.

Después que Adam sale por la puerta trasera, los labios de Justin
se separan para decir algo, sus ojos me absorben, cuando suena el
timbre, alertando que hay un cliente en la puerta.

—Estaré bien aquí si quieres ir a ver a tu cliente —sugiero.

Justin asiente con la cabeza y se aleja, dejándome tiempo para


seguir con la contabilidad. Al principio me cuesta concentrarme
porque todavía estoy excitada por la falta de clímax, pero por suerte,
puedo hacer este tipo de cosas con los ojos cerrados.

Alrededor de una hora después, estoy encontrando un ritmo, y


casi he terminado cuando entra Justin.

—¿Cómo vas?

Mi mano se cierne sobre el portátil en el que estoy trabajando.

—Ya casi he terminado. —Miro el monitor de seguridad y veo que


la tienda está a oscuras—. ¿Has cerrado?

Asiente con la cabeza.


—Sí. Te dejo para que termines mientras nos preparo una bebida.
¿Café?

—Sí, por favor.

Se dirige a su pequeña cocina para servirnos cafés mientras sigo


introduciendo cifras en el ordenador. En realidad, este mes ha sido
mejor que el anterior.

Estoy introduciendo las últimas cifras cuando vuelve a entrar y


me pone una taza de café humeante.

—Gracias —le digo, cogiéndola—. Tus beneficios han aumentado


en diez mil este mes.

Justin sonríe ante la noticia.

—Creo que es por el clima. La gente quiere hacer bricolaje con


buen tiempo.

—Supongo que sí.

Sacando su cartera, se acerca y se sienta en el borde del escritorio


junto a mí, entregándome algo de dinero.

—Toma, coge esto. Es por el trabajo que has hecho los dos
últimos días. —Cuando todo lo que hago es mirar fijamente, agita
los billetes—. No aceptaré un no por respuesta.

Sonriendo, tomo los dos dieces de su mano, mis dedos se ciernen


sobre los suyos un segundo. Sus ojos se alzan hacia los míos,
aspirando un pequeño suspiro.

—Gracias —respondo, retirando la mano.

Justin se aclara la garganta.

—Debería ser yo quien te dé las gracias. Por ayudar a Adam con


las matemáticas y ser una superestrella aquí, eres un soplo de aire
fresco.
Mis mejillas se calientan ante su cumplido.

—Yo no iría tan lejos.

—No seas tan modesta, Bryce. Hay que dar crédito a quien lo
merece. Tienes un talento natural. —Solo sonrío en respuesta,
tomando un sorbo de mi café—. ¿Te importa que te haga una
pregunta?

—Dispara —respondo.

—¿Tú y Adam... son...?

—¿Amigos? —sugiero con un tono de voz burlón.

—Creo que sabes lo que estoy preguntando.

Sacudo la cabeza.

—No. Solo somos amigos, nada más.

—La madre de Adam se va a decepcionar con esa noticia. Ya está


hablando de ti como nuera.

Me rio a carcajadas por eso.

—Siento decepcionarla. —Sonrío suavemente, mi corazón salta


ante lo que voy a decir a continuación—. ¿Y tú? —Me muerdo el
labio, esperando su respuesta. Él observa mi boca por un momento,
tragando con lo que parece ser nerviosismo.

—¿Y yo?

Veo que quiere jugar a este juego. Colocando mi mano en su


rodilla, le pongo ojos de gatita.

—¿Te decepciona saber que no soy la novia de Adam?

Sus ojos se posan en mi mano apoyada en su rodilla, pero no se


aparta.
—Estamos entrando en un territorio peligroso, Bryce.

Retiro la mano y bajo la mirada a mi regazo.

—Lo siento.

Tal vez estaba completamente equivocada sobre las miradas


furtivas que me envía cada vez que visito su casa. La forma en que
sus ojos se detienen en mi cuerpo un poco más de lo necesario. La
forma en que junta las manos cada vez que me cruzo con él, rozando
deliberadamente mis pechos o mi culo contra él, haciéndole jadear.
¿Quizás lo había imaginado todo?

Una mano pasa por debajo de mi barbilla, tirando suavemente de


mí para que lo mire.

—Eres una de las jóvenes más hermosas que he conocido. Soy


un hombre viejo y casado que no tiene nada que ofrecerte. ¿Por qué
se te ocurre insinuarte cuando hay otros innumerables tipos más
jóvenes y solteros que son mucho menos complicados?

Me encojo de hombros.

—Supongo que prefiero lo complicado. No quiero una relación,


así que alguien que no quiera ponerse serio es perfecto para mí
ahora mismo.

En serio, no tengo ni idea de por qué estoy persiguiendo esto.


Supongo que tiene algo que ver con el hecho que me intriga saber
cómo es follar con ambos, padre e hijo. No sé en qué me convierte
eso, pero estoy corriendo con ello. A Adam le destrozaría saber que
me estoy acercando a su padre de esta manera, pero lo que no sabe
no le hará daño.

Sin embargo, yo sí lo sabré. Y no puedo evitar la adrenalina que


me recorre ante la idea de follarlos a ambos. Hace apenas dos horas,
su hijo estaba dentro de mí. ¿Podría follar a su padre también?
Justin se aclara la garganta y se levanta del borde de su
escritorio, con una indecisión evidente en su rostro.

—Llevo veinte años casado y nunca he engañado a mi mujer.

Se sienta en la silla frente a su escritorio y suspira. Me levanto y


me dirijo hacia donde está sentado. Cuando estoy frente a él,
levanta la vista, con la respiración agitada. Me acerco un paso, y
entonces su mano serpentea por mi vestido, sorprendiéndome un
poco.

Su cálida palma acaricia mi pierna antes de subirla y apoyarla en


la mejilla de mi culo.

—Eres preciosa —susurra—. Simplemente preciosa.

Me hundo en su regazo y me bajo los tirantes del vestido, dejando


mis pechos al descubierto. Respira con dificultad mientras los mira
y se lame los labios. Le agarro la cabeza y le atraigo hacia mi pezón,
gimiendo cuando se lleva a la boca el bulto ya endurecido y lo
chupa.

—Bryce —gruñe, ahuecando mi otro pecho.

Necesito su polla dentro de mí. No porque lo encuentre atractivo,


es la posesión de poder que sé que tengo, para hacer que hombres
como él rompan sus votos de lealtad a sus esposas después de
veinte años. Es por saber que su hijo me ha follado en esta misma
habitación hace apenas unas horas.

Desabrochando la cremallera de sus pantalones, saco su polla,


colocándola en mi entrada antes de deslizarla hacia abajo hasta
llegar a la empuñadura.

—¡Oh, joder! —Justin se estremece, su cuerpo se convulsiona


mientras lo meto dentro de mí una y otra vez. Observo su cara, la
forma en que se transforma en éxtasis puro y absoluto, su deseo
convirtiéndose en el mío.
Completamente clavado dentro de mí, acerco mi pecho al suyo y
respiro con fuerza en su oído:

—¿Te gusta esto?

—Sí... sí... sí. Joder, sí. Te sientes increíble.

—¿No quieres que pare?

Me rodea con sus brazos y me acerca a él.

—No.

—Tu polla se siente tan bien —le arrullo, lamiendo su oreja y


haciendo que se estremezca.

En realidad se siente similar a la de Adam, lo cual es extraño. El


mismo tamaño y todo eso. La idea me hace sonreír mientras sigo
cabalgando sobre él.

Estoy a punto de llegar al orgasmo cuando, de repente se sacude,


vaciando su clímax dentro de mí.

—Mierda, lo siento —jadea con un gruñido en su voz, tratando de


recuperar el aliento—. Me ha sorprendido de repente.

—No pasa nada.

—No, no lo está. No pudiste terminar.

Su pulgar encuentra de inmediato mi clítoris y comienza a


rodearlo, haciendo que el clímax perdido vuelva a asomar la cabeza.
Sonrío, sabiendo que por fin me voy a saciar.

Y todo gracias al padre de Adam.


VEINTIDÓS

PRESENTE

—Bryce, despierta, tengo que ir a trabajar.

Estoy tan cansada que podría dormir para siempre. ¿No se da


cuenta Elijah de lo agotador que es matar gente? Quiero decir, dos
en un día es agotador.

Gimiendo, giro mi cuerpo para encontrar a Elijah haciendo ruidos


raros de respiración como si estuviera irritado. Empuja la palma de
la mano hacia delante, tendiendo el habitual vaso de agua.

—Vamos, Bryce. No tengo todo el día. Tengo que irme a trabajar.

Cierro los ojos aturdida por un momento, me incorporo, cogiendo


la pastilla de su mano y usando el agua para tragarla.

—¿Qué se te ha metido en el culo esta mañana? —refunfuño,


frotándome los ojos.

—El alcalde tuvo un ataque al corazón anoche. Murió de camino


al hospital.

Suspiro aliviada. ¿Qué esperaba? Él trató de matarme primero.


Parece justo, realmente.

—Qué pena.
Elijah suelta una risa rápida y silenciosa.

—No, no lo es, pero ahí tienes. De todos modos, tengo que entrar
ahora, tengo reuniones de crisis todo el día. —Entonces me entrega
un pequeño pero largo regalo envuelto en forma de rectángulo con
un bonito lazo rojo en la parte superior—. Siento no poder
quedarme esta mañana, pero quería desearte un feliz cumpleaños.

Tomo el regalo, sonriendo.

—Gracias.

Se queda un momento, lo que hace que levante la vista. Tiene las


manos en la cadera, expectante.

—Bueno, pues adelante. Ábrelo.

—Pensé que no tenías tiempo...

—Puedo disponer de dos minutos más.

Volviendo a frotarme los ojos, deslizo el dedo por el lazo, tirando


del envoltorio hasta que aparece un elegante joyero azul y brillante.
Cuando lo abro, hay un delicado brazalete de oro blanco con un
hermoso diseño tejido y pequeños diamantes brillantes. Cuando la
levanto, brillan a la luz.

—Es precioso.

—Como tú —responde, besándome en la parte superior de la


cabeza. Por un momento me sorprende ese cumplido. Casi hace que
mi corazón ennegrecido dé un vuelco—. Feliz cumpleaños.

—Gracias. Es realmente precioso.

Intento ponérmelo en la muñeca, y cuando Elijah se da cuenta


de mi problema, se inclina hacia delante.

—Vamos, déjame hacerlo.


Sus dedos tocan ligeramente mi piel, provocando una sacudida
de electricidad que recorre todo mi cuerpo. Se me abre la boca, y
un suspiro de deseo se desliza por mis labios. Mis ojos miran
fijamente sus rasgos cincelados, escudriñando todo su rostro como
si lo estuviera grabando en mi memoria. Es hermoso de una manera
casi etérea.

—Ya está —dice mientras lo sujeta, con su atención puesta ahora


en mí y no en mi muñeca. Sus ojos miran fijamente los míos
durante un rato, presenciando el momento en que mis ojos se
vuelven vidriosos de adoración.

Se aclara la garganta y se arregla el botón de la camisa, que no


necesita ser arreglado, antes de darme un rápido beso en los labios.

—Intentaré estar en casa lo antes posible hoy, ¿de acuerdo?


Cenaremos.

Cuando se gira y se dirige a la puerta de mi habitación, le digo:

—¿Me vas a llevar a un sitio bonito?

—Traeré comida a casa —responde antes de desaparecer por la


puerta. Sus pasos bajan con estrépito las escaleras y, poco después,
la puerta principal se cierra, dejándome en total silencio. Suspiro y
me recuesto en la cama. No sé por qué Elijah es tan reacio a que
nos vean juntos en público a veces. Ya tengo dieciocho años, soy
adulta. ¿Por qué no puede llevarme a una buena comida a un buen
restaurante... con vino y a una cena como debería hacer una
persona que me folla? Por lo menos en mi cumpleaños. En el fondo
sé que es porque no podemos hacerlo público. Todavía no. Pronto,
sin embargo, mi paciencia se agotará, y Elijah no tendrá más
remedio que enfrentarse a que somos una pareja.

Faltan dos meses. Dos meses, y entonces pondré en marcha mi


plan.
Jugando un rato con mi brazalete, me tumbo en la cama,
pensando si debería intentar dormir un poco más, pero sé que será
inútil. Además, tengo que hacer un pequeño recado antes que
vuelva Elijah.

Con un gemido, me quito las sábanas de encima y me dirijo a la


ducha. Una vez vestida con un pequeño traje lila, mis zapatos
negros acentúan mis tonificadas piernas, tomo mi bolso y me dirijo
a la oficina de correos, con la llave en la mano para recoger el correo
que pueda haber allí. Para mi alegría, hay una carta, así que la saco
y la meto rápidamente en el bolso antes de cerrar el buzón y
dirigirme a la cafetería del barrio. Allí compro un café para mí y un
bollo de canela para Frank, disfrutando del calor del sol durante mi
camino a casa.

Frank está en su sitio habitual, meciéndose en su silla mientras


mira a la gente pasar el día.

—Hola, Frank —digo, colocando el rollo de canela en la mesita


frente a él—. Te he comprado un regalo.

Sonríe, pero parece cansado hoy, con profundas bolsas bajo los
ojos.

—Gracias, capullo de rosa.

—De nada. —Tomo asiento junto a él, observando cómo mira


fijamente al frente—. ¿Algo te preocupa, Frank?

—Ahhh —refunfuña, abanicando su mano en el aire—. Son esas


dos de ahí enfrente. ¿Cómo se llaman? ¿Cara de pato y...?

— verruga —le recuerdo. Betty tenía una verruga en la nariz hace


tiempo, antes que se la quitara. Sin embargo, el nombre se le quedó
grabado.

—Sí, esas dos. Han estado aquí juntas, intentando que les venda
mi casa otra vez.
—¿Otra vez? —pregunto, mis ojos se dirigen a su casa.

Frank refunfuña, balanceándose en su silla.

—Saben que soy un moribundo, así que están deseando quedarse


con mi casa para convertirla en una réplica de todas las demás
casas de esta calle. Les dije que aún no estoy en la tumba, y aunque
lo estuviera, no les vendería.

Con la espalda arqueada como si estuviera a punto de ir a la


guerra o algo así, pregunto:

—¿Qué han dicho?

—Que una vez que me muera, no estaré para pararlas y mucho


menos para preocuparme por quién compra mi casa, teniendo en
cuenta que no tengo familia a la que dejársela.

—Malditas perras —maldigo, dándome cuenta de repente que lo


he dicho en voz alta—. Lo siento.

Frank suelta una carcajada.

—No te preocupes. Es lo mismo que yo pienso.

—De todas formas, ¿qué les importa a ellas? No es que vivas al


lado de ninguno de ellas, así que no necesitarían tu casa para
ampliar o expandir una de las suyas.

—Creo que tiene que ver con que la hija de Betty quiere vivir aquí
y Sharon quiere invertir.

Dudo mucho que pato quiera invertir. Ampliar es probablemente


mucho más cercano a la verdad, ya que todavía se aferra a la
esperanza que un día, Elijah sea suyo.

Nunca va a suceder.

Frank se levanta de repente de su silla.


—Voy a echar una pequeña siesta. No dormí muy bien anoche.

Preocupada, me levanto.

—¿Necesitas algo?

Frank sonríe antes de tomar el rollo de canela.

—Me has traído esto. Es más que suficiente. Hasta luego, capullo
de rosa.

Veo cómo Frank entra lentamente en su casa, con el chirrido de


la puerta de los mosquitos golpeando el marco. Me doy la vuelta,
con los ojos clavados en la casa de pato y verruga.

Mientras vuelvo a casa, se me ocurre una idea que pongo en


práctica de inmediato. Preparando un correo electrónico falso, subo
el vídeo de Pato y la mujer del cura. Se lo envío a pato de forma
anónima, diciéndole que deje en paz a Frank, pues de lo contrario
el vídeo se filtrará. También le exijo que, de paso, controle a su
chihuahua, verruga.

Apago el portátil, saco la carta que he recogido hoy y empiezo a


leer:

Querida Bryce,

Hoy he recibido tu carta en el correo, y cuando lo he hecho, mi


corazón ha dado un vuelco. Hace tanto tiempo que no siento lo que
es vivir en el mundo exterior, pero durante esos breves momentos en
que leo tus cartas, estoy en él. Estoy a tu lado mientras horneas
galletas o das paseos por el parque cuando sale el sol o simplemente
visitas una tienda local.

Él me visitó el otro día, pero supongo que ya lo sabes. Me enfurece


tanto que no puedo decirle nada, pero me contengo la lengua por tu
bien. Me hiciste jurar que nunca lo contaría, y mantendré mi promesa.
Es que... Como sabes, tengo demasiado tiempo para pensar, y cada
vez que pienso en lo que pasaste, me da mucha rabia. Como tú, estoy
contando los días. Dos meses, cariño. Dos meses y saldré de aquí,
haré las cosas bien. Dos meses y estaré ahí para ti, nena. Estás en
mi corazón y en mis pensamientos siempre...

Me alejo, omitiendo las partes melosas porque, francamente, son


aburridas. Hace falta un esfuerzo especial para sacar un bolígrafo
y escribir otra carta. Pero lo hago. Necesito a este tipo de mi lado.
Lo necesito para mantener esa ira vengativa y ardiente.

Dos meses más. Ya he esperado todo este tiempo...


VEINTITRES

PASADO

Los próximos días en la escuela son gloriosos, y todo se debe a


que Chloe y su pequeño grupo se han separado por culpa de...
bueno... la pequeña yo. También ayuda el hecho que los deportistas
han estado cuidando sus cabecitas doloridas después de la paliza
que recibieron la semana pasada. Estuve tentada de preguntarle a
Elijah sobre la paliza, pero al final decidí no hacerlo. Sé que no
admitirá que estuvo detrás de eso, así que ¿para qué molestarse?

Dos días después de la entrega inicial del diario, esparzo algunas


copias nuevas por la escuela, esta vez sobre la noche en que perdió
la virginidad. Cuando la mierda inevitable golpeó el ventilador,
causó la ruptura de la pareja perfecta, Chloe y Brad.

Boo maldito hoo.

Brad no ha ido a la escuela desde entonces, sin duda cuidando


su corazón roto, así como su cara golpeada.

Hoy es el día en el que decido ayudar a que todo mejore para él.

Esperando a que sus padres se vayan a trabajar, me cuelo por la


parte de atrás de su casa con el bolso al hombro. La amplia cocina
en blanco y negro aparece a la vista, el lugar asquerosamente
prístino en su limpieza. Me quedo quieta un momento, tratando de
distinguir cualquier sonido en la casa, pero de momento todo está
en silencio. Mis pies se deslizan por el brillante suelo de baldosas
hacia la puerta. La abro de un empujón y me encuentro en el lujoso
salón. Hay fotos de toda la familia adornando cada chimenea y
grieta que se les ocurra, sin duda tratando de mostrar su felicidad
a quien les visite.

Inhalando un suspiro, me dirijo a las escaleras, teniendo mucho


cuidado con cada paso por si acaso hago ruido. Al llegar al final del
pasillo, veo que algunas puertas están abiertas, pero dos están
cerradas. Llego a la primera puerta cerrada y la abro lentamente
para encontrar a Brad tumbado en su cama, profundamente
dormido. Ladeo la cabeza, sonriendo al ver lo angelical que parece
cuando duerme, sabiendo perfectamente el monstruo que es en
realidad.

Tan silenciosamente como puedo, dejo el bolso y saco un frasco


de cloroformo que he conseguido tomar prestado de la farmacia
donde hago la contabilidad. Había pensado que me iban a vigilar,
pero la dueña está tan ansiosa por acabar con el desorden de sus
libros, que el primer día que estuve allí, simplemente me lo puso
todo delante y me dijo que me pusiera a ello. Mientras estaba allí,
me las arreglé para encontrar un juego de llaves, y ¡qué suerte! Fue
ese juego de llaves el que me permitió acceder a sus golosinas
encerradas. Cogí una de las botellas, tirando de la que estaba detrás
para que no se diera cuenta, y luego volví a colocar sus llaves donde
las encontré. Voy a hacer más contabilidad para ella más tarde hoy,
así que puedo poner la botella de nuevo entonces. No hay daño, no
hay falta. Bueno, en mi caso planeo hacer mucho daño y mucha
falta. Carol se dará cuenta, sin duda, que la botella ha sido abierta,
pero, por supuesto, me haré la tonta. Cualquiera de sus empleados
podría haberla abierto, o incluso el fabricante podría haberle
enviado la botella así. En cualquier caso, tengo un montón de
excusas que dar, y todas ellas me la quitará de encima. Para ser
honesta, si ella sospecha de mí, realmente me importa una mierda.
Sin una cámara en la oficina ella nunca podrá probar nada.
Desenroscando la tapa del cloroformo, cojo el paño de mi bolsa y
me dirijo a su cama. Una vez que estoy cerca de su cabeza, pongo
una buena cantidad de cloroformo en el paño y me preparo para la
inevitable lucha que tendré en mis manos. Sabiendo que es más
probable que se despierte cuanto más tiempo esté aquí, le pongo el
paño sobre la nariz y la boca, y me pongo rápidamente a horcajadas
cuando la sorpresa lo congela momentáneamente. Se agita y se
dobla, intentando por todos los medios acercar sus manos a las
mías para liberarse de la tela. Mis dos manos se cierran con tanta
fuerza alrededor de su boca como puedo, pero su fuerza pronto me
hace saltar de la cama.

Aterrizo con un doloroso golpe en el suelo, y justo cuando mi


trasero toca el suelo, me doy cuenta que soy una mujer muerta.
Brad no va a dejar que me salga con la mía, eso es seguro. Me
abalanzo sobre mi bolso y saco mi maza, dispuesta a rociársela en
los ojos. Cuando me doy la vuelta, con el dedo sobre el botón, me
doy cuenta que Brad no viene por mí. Respirando con dificultad,
miro hacia él, sorprendida de encontrarlo desmayado en la cama,
con una pierna colgando sobre el costado.

—¡Mierda! —maldigo, mi ritmo cardíaco alcanza nuevos niveles.


Me rio a carcajadas ante el espectáculo y luego trato de controlar
mi respiración. No sé cuánto tiempo va a estar fuera, así que tengo
que prepararme antes que empiece a despertarse.

Cojo mi bolso y saco un par de esposas que he robado del cajón


de Elijah y me pongo a trabajar rápidamente para asegurarme que
los brazos de Brad están bien sujetos a la cama. Una vez que estoy
segura que no podrá escapar, le bajo los bóxer, le cubro con la
sábana y me siento a esperar a que se despierte.

Con la respiración todavía calmada, saco mi teléfono y empiezo a


jugar al Candy Crush para pasar el tiempo mientras Brad duerme
plácidamente las sustancias químicas que le inundan la sangre.
Alrededor de una hora más tarde, por fin se despierta, gimiendo
mientras da patadas a las sábanas de la cama, casi arrancándolas
por completo de su cuerpo. Cuando intenta tirar de su mano hacia
él y encuentra resistencia, es entonces cuando recuerda. Sus ojos
se abren de golpe buscando al agresor, y se amplían aún más
cuando ve que la culpable soy yo.

—¡¿Qué mierda?! —exige, tirando de las esposas.

—Buenos días, dormilón —le digo cantando—. Pensé que no te


despertaría nunca, joder.

—¡Quítame estas putas esposas, Bryce! —grita.

Me levanto de la silla en la que estaba sentada y me dirijo a su


cama.

—¿Así que ahora soy Bryce? Creía que era un bicho raro, o una
empollón, o una asquerosa.

—Bueno, ya te has divertido, ahora quítame esto.

Me subo a la cama, me pongo a horcajadas sobre su cintura y me


inclino hacia delante, sus ojos se abren de par en par con inquietud.

—Oh, pero Brad. La diversión aún no ha empezado.

—¿Qué mierda significa eso?

Su respiración se acelera y me inclino aún más, sacando mi


lengua para lamer sus labios.

—Hmm, sabes más dulce de lo que esperaba para alguien que


tiene una boca tan asquerosa. —Me alejo y le sonrío con fuerza—.
No te preocupes. No tengo planes de hacerte daño, Brad. De hecho,
todo lo contrario.

—¿Qué significa eso? —jadea.


Me deslizo fuera de su cama, con las manos ya en el dobladillo
de mi camiseta, lista para subirla.

—Te dejaré en paz en la escuela, lo juro. Haré que los otros chicos
dejen de acosarte también. Lo que sea que quieras, estoy seguro
que podemos llegar a un acuerdo.

Me doy la vuelta para mirarle y me quito por completo el sujetador


negro de encaje.

—Ya estamos llegando a un acuerdo, querido Brad. —Mis ojos se


iluminan, mostrándole el fuego, la rabia y mi deseo de venganza—.
Mi acuerdo.

El pánico le abrasa los ojos mientras hace fuerza contra las


esposas.

—Por favor, no me hagas daño —gime, su voz suena como la de


un niño asustado.

Me bajo el pantalón de chándal, y una oleada de excitación me


recorre. Llevo tanto tiempo soñando con este momento que nunca
pensé que llegaría.

—Ya te he dicho que no te voy a hacer daño, cariño —le arrullo,


el deseo me inunda mientras me toco el estómago desnudo. Su
miedo es mi hambre. Su ansiedad es mi excitación. Su
incertidumbre es mi arma.

Soy la que tiene el control. Yo tengo el poder.

Sus ojos se mueven a mi alrededor, su cuerpo se sacude.

—¿Qué vas a hacer? —Su respiración es entrecortada y se le


forman gotas de sudor en la frente.

Durante unos segundos me quedo ahí, mirando mientras él gime,


asimilando todo lo que puedo. Respiro profundamente antes de
desabrocharme el sujetador y dejarlo caer al suelo. Brad observa
todos mis movimientos y sus ojos se abren de par en par al ver mis
pechos. Luego me bajo las bragas hasta quedar completamente
desnuda ante él. Dejo que me beba como un buen vino, sus ojos se
deleitan con mi cuerpo como un hombre hambriento. Puede que su
cerebro quiera resistirse a mí, pero con el tiempo su cuerpo no lo
hará. Y eso es lo que más me excita.

—¿Por qué estás desnuda?

Sonrío ante su pregunta antes de apartar su sábana y dejar al


descubierto su desnudez. Su polla aún está flácida, pero tiene todo
el potencial para ponerse dura una vez que haga mi magia. Con las
manos, merodeo como un león y me subo encima de él hasta
colocarme a horcajadas sobre su cintura.

—¿Qué estás haciendo? —Vuelve a forcejear con las esposas, su


miedo aumenta aún más.

No le respondo con palabras. Mis acciones hablarán mucho más


fuerte. Me inclino hacia delante y le doy un beso muy suave en el
cuello, rozando mis pezones contra su pecho.

—Para —jadea, ya excitado.

Mi coño palpita en respuesta a su malestar, el deseo inunda mis


venas. Creo que nunca he estado tan excitada en mi vida.

Me tomo mi tiempo, besando y lamiendo su pecho, dejando salir


los más pequeños gemidos para llenar sus oídos. Me levanto,
captando sus ojos y siendo testigo de la aprensión que aún hay en
ellos. Con las manos en mis pechos, me aprieto los pezones,
gimiendo mientras se agitan contra mis dedos. Brad mira. No puede
evitar mirar. Esto debe ser lo más erótico que ha presenciado
nunca.

—¿Te gusta lo que ves, cariño? —me burlo de él, con la voz ronca.
Brad traga con fuerza, su boca se abre ante mi pequeño
espectáculo para él. Con los ojos oscurecidos de excitación, me
tomo mi tiempo besando mi camino hasta su creciente polla. Mis
ojos se iluminan con fuego cuando me doy cuenta que estoy
consiguiendo la reacción que buscaba. Pensé que tardaría más en
excitarlo, pero creo que me subestimé.

—Te gusta lo que ves. —Prácticamente canto las palabras con


regocijo mientras sus ojos se abren de par en par.

—¿Qué... qué estás haciendo? —Me inclino para responder a su


pregunta lamiéndolo. Su polla se sacude ante mi contacto, haciendo
que mis entrañas se agarroten de necesidad—. Por favor, para. —
Le masajeo los testículos con la lengua antes de lamerle la punta
de la polla. Se agita y se sacude, siseando mientras le doy más besos
en el estómago.

Todos estos meses negándoselo a Chloe, y aquí está,


completamente a mi merced, listo para que lo tome.

Y, desde luego, no lo voy a decepcionar.

Levantando mis caderas, alineo su polla con mi entrada, lo que


hace que Brad se esfuerce y se agite.

—¡No! —grita, cerrando los ojos. Los abre, suplicándome—. Soy


virgen. Me estoy reservando para...

Para mí.

Estoy tomando su virginidad. No para nadie más.

Deslizo mi húmedo y palpitante coño por su eje, gimiendo


mientras él emite un gemido.

—No —grita, su cuerpo se agita.


—¿Qué, cariño? ¿No te gusta la sensación de mi coño alrededor
de tu polla? ¿No te gusta la sensación que te apriete? Sé que te
gusta.

Cerrando los ojos, gime mientras empujo mis caderas hacia


delante, introduciéndolo más profundamente. Me levanto, me
deslizo sobre él una, dos veces, y entonces su cuerpo se sacude, su
boca se abre con un suave gemido mientras se libera dentro de mí.

Miro hacia abajo y suspiro.

—Maldita sea, estaba empezando a hacerlo —me quejo,


deslizándome fuera de él. Es entonces cuando veo que una sola
lágrima resbala por su cara, así que me inclino hacia delante y la
lamo con la lengua.

—¿Por qué hiciste eso? —grita, recuperando un poco la


compostura—. Tú... tú... me has violado.

Hago ademán de poner los ojos en blanco.

—No seas tan melodramático, Brad. Lo odiaste tanto que te


corriste dentro de mí en dos segundos. Y ahora mira, todavía me he
quedado insatisfecha. ¿Qué vamos a hacer con eso, eh?

—Por favor, déjame ir —suplica, pero cuando simplemente me


quedo mirándolo, su actuación de cachorro asustado cambia—.
¡Déjame ir, maldita perra asquerosa y violadora!

Le hago un mohín con los labios.

—Oooo, nos estamos enfadando.

—Ya tienes lo que buscabas, ahora suéltame.

Simplemente girando sobre mis talones, salgo de su habitación y


me dirijo a la planta baja. Durante todo el camino, puedo oír a Brad
gritando, preguntándose a dónde voy. Le dejo gritar un rato
mientras me preparo un sándwich de mantequilla de cacahuete, y
finalmente, después de un rato, sus quejas cesan. Llevo el sándwich
al piso de arriba, dando pequeños mordiscos por el camino. Cuando
llego a su habitación, se lo tiendo.

—¿Quieres un poco? Tengo un poco de hambre después de


nuestro pequeño... tête-à-tête.

—¡Eres una maldita psicópata!

Pienso en esa palabra por un momento antes de responder:

—La verdad es que me gusta mucho más que bicho raro o friki.

—Voy a llamar a la policía, puta psicópata. Les contaré todo lo


que has hecho.

Mastico el sándwich antes de dejarlo en su mesita de noche.

—¿Y decirles qué exactamente? ¿Que te has corrido dentro de


una chica? ¿Y si les digo que me violaste? Tengo pruebas que hemos
tenido sexo. —Él gime, golpeando la parte posterior de su cabeza
contra la almohada—. ¿Y qué van a pensar tus amigos si me
denuncias? Se van a reír mucho de ti.

La resignación reside en toda su cara mientras aprieta los ojos


con fuerza.

—A la mierda esta mierda.

—Bastante —respondo, de hecho estoy de acuerdo con él. Sé que


lo que hice estuvo mal, pero después de todos los años de abuso
que he sufrido por culpa de este hijo de puta, ni siquiera tengo la
voluntad para preocuparme por algo relacionado con él. Brad abusó
de mí, y ahora yo he abusado de él.

El desquite es completo.

—¿Quieres follar otra vez? —le ofrezco, caminando hacia su cama


y mirando su polla flácida.
Sus ojos se abren de par en par, sorprendidos.

—¿Me estás tomando el pelo ahora mismo?

—Estoy bastante segura que podríamos volver a hacerlo. Al


menos la segunda vez deberías durar más. Tal vez esta vez pueda
llegar a correrme. Todavía estoy caliente, sabes.

Sacude la cabeza mientras me subo a su regazo, a horcajadas


sobre él.

—¡Suéltame! —ruge, pero no le hago caso. En lugar de eso, me


tomo mi tiempo para trabajarlo de nuevo. Esta vez tengo que
chupársela un poco antes que su polla empiece a endurecerse.

—¡Perra! —grita mientras lo tomo dentro de mí de nuevo. Empiezo


a cabalgarlo, y esta vez me acaricio el clítoris, el deseo que había
disminuido antes vuelve con toda su fuerza. Brad está
completamente indefenso, a mi merced. Mientras lo cabalgo, deja
escapar pequeños gemidos, incapaz de ocultar lo bien que se siente.
Es ver cómo su cara pasa de la rabia al hambre lo que alimenta mi
clímax y me hace gritar su nombre mientras me corro sobre su
polla. Poco después, Brad también se corre, y su cuerpo se relaja
mientras me dejo llevar por la euforia.

—Ves, eso fue mejor, ¿no? —murmuro, deslizándome de su polla


y cogiendo inmediatamente mi ropa para vestirme. Agarro mi
teléfono y rebobino hasta el momento en que Brad se corre,
mostrándole lo placentero que fue para él—. Tu cara, Brad. Te ha
encantado cada minuto. —Asqueado, tuerce la cara para no
mirarme más. Sonrío, inclinándome hacia delante—. No vuelvas a
decir una puta palabra despectiva hacia mí o hacia Adam. A partir
de ahora, todos ustedes y tu equipo no serán más que amables y
corteses. ¿Entendido? Si no, le mostraré este pequeño video a tus
preciosos padres. Los mismos preciosos padres que creen que te
estás guardando para el matrimonio. Puedo hacerte pagar de peores
maneras de las que podrías imaginar, Brad. Ya has visto de lo capaz
que soy.

Lo miro fijamente antes de tomar el frasco de cloroformo y


acercarme a él.

—¡No... no! —grita cuando me acerco a él con el paño.

—No te preocupes, Brad. Para cuando te despiertes, te habrás


librado de las esposas y yo me habré ido hace tiempo. Te lo prometo.

Tomo el paño, acercándolo a su boca, y justo antes de dejarlo en


el suelo, digo:

—Ah, y solo una cosa más. —le susurro al oído las siguientes
palabras inventadas—: No tomo la píldora.

Sus ojos se abren de par en par, pero no le doy la oportunidad de


hablar. Le coloco el paño sobre la nariz y la boca, observando cómo
se agita un poco antes de calmarse. Una vez que se ha calmado,
tomo mis cosas y le quito las esposas. Me quedo junto a su cama
unos segundos y observo cómo duerme.

—Sí... como un ángel.


VEINTICUATRO

PRESENTE

Mi cumpleaños fue bien la semana pasada. La comida estuvo


buena, el sexo posterior aún mejor. Hubiera estado bien salir, pero
después del maratón que tuvimos en la cama, no me importó.

De lo único que se ha hablado toda la semana es de la muerte del


alcalde. La cantidad de gente con sus lágrimas falsas y sus
condolencias igualmente falsas me dan ganas de vomitar. Ayer se
anunció quién va a ser el nuevo alcalde, así que Elijah está
contento. Al parecer, es mucho más fácil de "moldear", como dijo
Elijah. También encontraron al tipo muerto en el auto ayer. Apuesto
a que apestaba hasta el maldito infierno. Tampoco podía ser la
mejor de las vistas, eso es seguro. Aun así, no me preocupa que
nada los lleve a mí. No tenía ninguna conexión con el hombre hasta
que se le ordenó asesinarme. No hay duda que con el tiempo
descubrirán quién era y que estaba involucrado en mierdas turbias,
asumiendo que lo más probable es que se ordenara un golpe contra
él.

Hoy, Elijah está libre, pero se está preparando como siempre hace
por estas fechas, cada dos semanas.

—¿Adónde vas? —le pregunto mientras tira de la manga de su


camisa.
—A hacer unos recados, como siempre.

Sonrío ante su mentira, pero no le llamo la atención. Nunca le


llamo la atención.

—¿Quieres que vaya?

Veo que se estremece ligeramente, pero se mantiene firme.

—No, son cosas aburridas. No te va a interesar. Pero te diré algo.


¿Qué tal si mañana pedimos comida a domicilio y luego vemos algo
en Netflix, si quieres?

Qué normalidad.

—¿Por qué no esta noche?

Duda un momento antes de responder:

—Tengo planes esta noche.

Frunzo el ceño ante eso.

—¿Qué planes? —Nunca me ha hablado de ningún plan.

—Es un... asunto de trabajo. Te lo contaré cuando llegue a casa.

No me gusta su actitud cautelosa. Algo pasa, y me enoja. Sea lo


que sea, no lo sé y no me gusta. Normalmente lo sé todo cuando se
trata de Elijah, así que estos planes a los que se refiere me
descolocan.

Lo dejo por ahora, pero no estoy contenta con esta situación. Ni


un poco.

Coge las llaves del auto y me dice que volverá en unas horas.
Tenía pensado mimarme hoy, tal vez ir a la peluquería o hacerme
las uñas. Después del numerito a medias de Elijah, ya no me
apetece.
El baño es lo que me llama al final. Después de la forma en que
mi cuerpo se ha tensado durante los últimos minutos, pienso que
es una necesidad.

Durante las siguientes dos horas, me baño. Después, me preparo


un buen desayuno y decido hornear unas magdalenas para calmar
mis nervios. En realidad, me siento mucho mejor cuando suena el
temporizador y saco las magdalenas, oliendo su dulce aroma.

Mientras admiro los pequeños bizcochos bronceados, suena el


timbre de la puerta, lo que me hace fruncir el ceño. Desde luego, no
espero a ningún invitado.

Miro por la ventana para ver quién es, resoplando con rabia
cuando veo su perra.

—¿Qué mierda quieres? —gruño en voz baja.

Intrigada por el motivo de su presencia, me dirijo a la puerta y


abro, con su blusa blanca ligeramente abierta para que pueda ver
sus abultados cachorros. Ella sonríe de una manera que parece
falsa, su cabeza intenta asomarse por encima de mi hombro para
ver el interior.

—Bryce, ¿verdad?

—Sí —respondo, limpiando la harina de mis manos en el vestido.

—¿Está Elijah? He intentado llamar, pero no contesta al teléfono.


Solo quería confirmar que seguimos con lo de esta noche.

Entrecerrando los ojos, pregunto:

—¿Esta noche?

Se ríe un poco, como una colegiala tonta.

—Nuestra cita. ¿No te lo ha dicho?


Me viene a la mente la idea de coger uno de nuestros cuchillos de
cocina y apuñalar a esta zorra varias veces en esas perfectas tetas
suyas. Probablemente me follaría su bonita cara sonrosada
mientras lo hago.

—A Elijah se le olvidaría la cabeza si no estuviera sujeta al cuerpo


—continúa, riendo de nuevo. Pero no le veo ninguna gracia. Está
hablando de él como si ya fueran íntimos.

Una cita.

Con Cara de Perra.

Esta noche.

¿De verdad pensaba Elijah que dejaría que eso pasara?

Por supuesto que no. Por eso no me lo dijo antes.

—No, Elijah no ha dicho ni una palabra sobre ti. —Soy incapaz


de ocultar mi sonrisa de desprecio mientras le respondo—. De todas
formas, ¿quién eres tú?

La expresión de Cara de Perra pasa de amistosa a irritada en un


nanosegundo.

—No estoy segura que me guste el tono de tu voz, jovencita.

—Tú eres la que ha venido a mi casa sin invitación —le respondo.

Ella sonríe, pero no es una sonrisa agradable.

—Solo eres la hijastra no deseada. Esta no es tu casa, cariño.


Solo alégrate que Elijah te haya alojado durante tanto tiempo.

Quiero preguntarle por qué, si soy tan indeseable, me folla todas


las noches. Tengo las palabras en la punta de la lengua, pero las
retengo. En lugar de eso, le devuelvo una sonrisa falsa.
—Le diré a Elijah que has venido. —Inmediatamente, le cierro la
puerta en las narices. Me asomo por la ventana, observando hasta
que se aleja, llamándome puta.

Me pica la palma de la mano, la necesidad de golpear su cráneo


hasta que su cerebro salpique el suelo es cada vez más fuerte. Estoy
tan inmersa en mi imaginación que no recuerdo hasta mucho más
tarde la razón por la que estaba aquí en primer lugar.

Una cita.

Una cita con Elijah.

Estoy tan enfadada con él que saco el teléfono, dispuesta a


enviarle un mensaje mordaz. Mis dedos se ciernen sobre el teclado,
dudando. Si se lo digo ahora, sabrá que lo sé. Si espero a que llegue
a casa, puedo tenderle una emboscada.

Así que, durante las siguientes horas, camino de un lado a otro


de la casa, con mis niveles de ira creciendo a nuevas alturas. Cara
de perra debe tenerlo mal. No se atrevería a salir con alguien cuando
sabe que es mío. Esto y más se agitan en mis pensamientos hasta
el momento en que oigo el sonido de la puerta abriéndose,
alertándome que Elijah está en casa. Me dirijo a la puerta a paso
de rana, su sonrisa solo aumenta mi enfado.

—Hola, nena.

Está a punto de decir algo más cuando retiro la mano y me


abalanzo hacia delante, mi puño se encuentra con su mejilla.

—¡Hijo de puta! —grito, tanto a él como al hecho que mi mano


ahora duele como una mierda.

—¡¿Por qué demonios ha sido eso?! —Elijah retumba, sujetando


su mejilla. La adrenalina me adormece un poco la mano y vuelvo a
arremeter contra él, pero esta vez está preparado para mi
embestida.
Me agarra por los hombros y me levanta hacia la pared hasta que
mi espalda choca con ella con un golpe.

—Malditamente. Cálmate. Joder.

Aprieto los dientes contra él, las ganas de gruñir como un oso me
consumen. La única pizca de felicidad que me recorre es por el
deleite que siento al ver que el costado de su mejilla ya se está
hinchando ligeramente.

—¿Por qué demonios has hecho eso?

—Si te importara revisar tu puto teléfono, lo sabrías. —La lógica


dice que Cara de Perra le ha dejado mensajes, sobre todo después
de nuestro pequeño... encuentro.

—Tenía el teléfono apagado. —Sí, como siempre hace cuando


desaparece durante horas cada dos semanas—. ¿Qué pasó?

Entrecerrando los ojos hasta convertirlos en rendijas, aprieto los


dientes.

—Lo que ha pasado es tu cita. —Sus ojos se abren de par en par


cuando se da cuenta que lo sé—. Sí, eso. ¿Te importa explicarlo,
joder?

Elijah sacude la cabeza con frustración, pero me suelta de los


hombros. No estoy segura que sea una buena idea teniendo en
cuenta que todavía me siento homicida.

—Esta es tu forma de afrontar la situación, ¿eh? —me acusa,


refunfuñando en voz baja—. Tirar los puños y preguntar después.

—Bueno, teniendo en cuenta que te estás escabullendo a mis


espaldas y saliendo con zorras, entonces sí, creo que tengo derecho
a hacerlo, ¿no?
Entra en la cocina, así que lo sigo. Veo cómo saca los guisantes,
los envuelve en un paño y se los pone en la mejilla, haciendo una
mueca de dolor.

—Joder, Bryce. Para ser una chica tan pequeña, puedes golpear
a un tipo. —Sus ojos viajan a mi expresión furiosa y suspira—.
Escucha, no estoy interesado en Lucy. Es solo que han pasado casi
dos años desde el fallecimiento de tu madre, y la gente está
hablando, preguntándose por qué no estoy al menos intentando el
juego de las citas todavía. Me imagino que iré a una o dos, pero al
final diré que no estoy interesado en ella.

Me muerdo el labio hasta hacerme sangrar y le frunzo el ceño.

—¿Una o dos citas? —grito, la última frase más fuerte que la


primera. Doy un paso adelante, haciendo que Elijah retroceda. Él
mira hacia abajo, sin duda notando la sangre en mis labios pero
también notando que me importa una mierda.

—No significa nada.

—Oh, que jodido cliché —bramo, dando un paso adelante de


nuevo—. ¿De la misma manera que el hecho que Cara de Pato me
chupara los pezones no era nada?

La ira se agolpa en sus ojos y me mira con desprecio.

—¡Sabes muy bien que hay una gran diferencia entre que yo finja
estar en una cita y que tú te dejes chupar las tetas por nuestra puta
vecina!

Tengo el presentimiento que esa es una de las razones por las que
tenía una cita con Cara de Perra. Es para devolvérmela por lo que
dejé que Cara de Pato me hiciera.

Teta por cita.


—¿Qué pasa contigo y tienes que mantener estas malditas
pretensiones, Elijah? ¿Qué importa si no has salido con nadie en
dos años? ¡No es asunto de nadie!

Arrojando los guisantes sobre el mostrador, inhala un suspiro.

—Soy el jefe de policía de esta ciudad. Todo el mundo me conoce,


sabe el poder que poseo por mi trabajo. Soy un pilar de la
comunidad, y necesito mantenerlo así para que tú y yo sigamos con
el estilo de vida al que nos hemos acostumbrado.

Cruzando los brazos, pregunto:

—¿Y qué pasa después de una o dos citas? Por favor, dímelo
porque estoy deseando saberlo.

—Le diré que no está funcionando y que no siento nada por ella.

—¿Y luego qué? —presiono—. ¿Vas a tener otra cita con otra
persona y luego otra y luego otra? ¿Cuántas citas vas a tener
mientras yo estoy sentada en casa, esperando a que vuelvas y me
folles?

Cierra los ojos, el estrés se muestra claramente en su rostro.

—Deja de hacer el ridículo.

Me rio a carcajadas.

—Oh, ¿estoy haciendo el ridículo? ¿Acaso te estás escuchando a


ti mismo?

Elijah se pellizca el puente de la nariz un momento antes que sus


ojos lilas se posen en los míos.

—Sé que las cosas son difíciles ahora mismo, pero no siempre
será así.
—¡Ja! —resoplo—. Si pudieras, te casarías, tendrías hijos y me
mantendrías en el sótano como tu mascota secreta para follar, para
usarla siempre que la necesites.

—Para esto, Bryce. Sabes que no es verdad.

—Oh, ¿en serio? —me burlo, saliendo de la cocina y entrando en


el salón, Elijah me sigue—. Siempre voy a ser tu sucio y pequeño
secreto, Elijah. No sé por qué no puedes admitirlo. —Está a punto
de protestar cuando añado—: De todos modos, no importa. No vas
a ir a esa cita.

Elijah levanta las manos en el aire.

—Es solo una cita. Ni siquiera una cita. Una cita falsa. Y sí, voy
a ir a ella. No hay nada que puedas hacer para detenerme.

Levanto la mano y le señalo con el dedo.

—Si vas a esta cita, mataré a la perra. Y sabes muy bien que soy
capaz de hacerlo.

—Eres tan melodramática. —Pone los ojos en blanco,


aparentemente sin dejar de entender que hablo en serio—. No tengo
tiempo para esta mierda. Tengo que prepararme para la cena.

—¡Eso no va a pasar! —grito tras él, dispuesta a interponerme en


su camino. En lugar de eso, me agarra y me echa por encima de su
hombro, mis brazos y mis piernas patean y se agarran a su espalda
mientras me arrastra escaleras arriba.

Una vez en mi habitación, me deja junto a la cama.

—Si te vas a comportar como una niña malcriada, te voy a tratar


como tal.

Salto de la cama y me acerco, lista para atacarlo.

—Si te atreves a cerrar...


Demasiado tarde. Para cuando llego a la puerta, ésta se ha
cerrado detrás de él y le hecha llave rápidamente.

—¡Imbécil!

¿Cómo mierda se las arregla para encerrarme y trancarla tan


rápido? Debe llevar la llave con él todo el tiempo.

No sé quién es más tóxico en esta relación: él o yo.

Sentada en el borde de mi cama, me muerdo el labio, tentada de


recuperar la llave y salir. Pero si lo hago, Elijah sabrá que tengo una
de repuesto.

—¡Mierda!

Quiero evitar que este hijo de puta se vaya, pero tampoco puedo
delatarme. Me siento, golpeando la pierna contra la cama durante
unos minutos, preguntándome qué demonios debo hacer. Al final,
lo único lógico que puedo hacer es dejarle ir a esa puta cita,
siguiendo al mierdecilla una vez que se vaya.

Durante más de una hora me siento en la cama, mordiéndome


las uñas mientras escucho a Elijah prepararse. Mientras él se
ducha, me escabullo rápidamente de mi habitación y busco en su
teléfono los mensajes de texto a Cara de Perra. Por supuesto,
encuentro el mensaje que busco, que divulga el nombre del
restaurante al que van a ir. Por suerte para Elijah, sus mensajes
son bastante cortos y formales.

Satisfecha, oscurezco rápidamente su teléfono antes de correr a


mi habitación para encerrarme. Absolutamente ridículo, pero así es
Elijah. Como si fuera a hacerle algo remotamente parecido.

Cuando oigo el tintineo de las llaves en el piso de abajo, me


levanto de un salto, recuperando la llave sobre mi cama y abriendo
la puerta. Bajo corriendo la escalera y miro por la ventana para verlo
salir de la entrada.
Maldigo en voz baja por no saber conducir todavía. ¿Cómo mierda
voy a seguirlo? Suspirando, enciendo mi teléfono y contrato un
Uber.

Todo el tiempo que espero a que llegue, estoy en vilo,


mordiéndome las uñas y pensando en todas las maravillosas formas
en que puedo matar a Cara de Perra. El diablo que hay en mí se
complace en imaginar que se cuela en el restaurante al que van a
ir y le echa arsénico en la comida.

Cuando por fin llega, me apresuro a salir. Con el rabillo del ojo,
veo a Frank en su porche. Me despido de él con la mano mientras
me apresuro hacia el auto, sin esperar a saber si me responde.

El viaje dura solo quince minutos y, cuando llego, Elijah y Cara


de Perra ya están sentados en una mesa, con sus copas de vino
servidas.

Frente al restaurante hay un bar, así que me dirijo allí y tomo


asiento junto a la ventana. Pido una Coca-Cola y los observo
mientras doy un sorbo a mi bebida. Veo que Cara de Perra se ha
arreglado mucho esta noche. Su pelo rubio es una masa de rizos
ondulados, su maquillaje es ligero y sus tetas están tan altas que
casi le llegan a la barbilla. Lleva un vestido rojo de tirantes finos y
un collar de diamantes colgando del cuello.

Frunzo el ceño cuando echa la cabeza hacia atrás, riéndose de


algo que dice Elijah, y su lenguaje corporal grita que quiere que se
la folle. Ella se inclina hacia delante, obviamente hacia Elijah, así
que me alegra descubrir que su postura es todo lo contrario. Lleva
pantalones azul marino y una camisa azul pálido con un par de
botones desabrochados en la parte superior, y está recostado en su
asiento, con los brazos apoyados en los brazos de la silla. Tiene todo
el aspecto del Dios del sexo que es, parece despreocupado y
relajado, pero su silla está un poco apartada de la mesa, lo que me
alegra un poco la situación. Cara de perra se inclina tanto sobre la
mesa que le aplasta las tetas. Su mano descansa en el centro junto
a una vela románticamente encendida. Apuesto con la esperanza
que él se acerque y coloque la suya encima de la de ella, haciendo
bailar ligeramente sus dedos sobre sus nudillos como hace a veces
con los míos.

—Hola, guapa —me saluda un tipo cualquiera mientras se sienta


a mi lado.

Sin siquiera mirar hacia él, le digo:

—Vete a la mierda.

—Puta engreída —responde, empujando la silla y alejándose. Al


menos ha tenido la delicadeza de hacer lo que le han dicho.

Pongo los ojos en blanco. Ni siquiera puedo sentarme con una


copa y acechar a mi hombre sin que algún hijo de puta pruebe su
suerte. Esto ocurre otras dos veces mientras veo a Elijah y a Cara
de Perra comer. Empiezo a pensar que tal vez el primer tipo ha
hecho algún tipo de apuesta con sus amigos para ver si alguno de
ellos es capaz de sentarse conmigo. Si ese es el caso, cada uno
perderá. Estoy a punto de decirle al tercer tipo que se vaya a la
mierda cuando veo a Elijah y a Cara de Perra saliendo del
restaurante.

Poniéndome en pie, dejo un billete de diez dólares sobre la mesa,


cojo mis cosas y salgo corriendo del bar. Al otro lado de la calle,
parece que están dando un paseo juntos. Están manteniendo una
conversación, pero no parecen íntimos en este momento. Les sigo
mientras siguen caminando otros cinco minutos hasta que llegan a
lo que supongo que es la casa de Cara de perra. Sonrío, recordando
exactamente dónde está para futuras referencias.

Pido rápidamente un Uber porque necesito estar en casa antes


que Elijah. No tengo ni idea de dónde ha aparcado su auto, así que
no puedo ser demasiado imprudente.
Al ver que el Uber está a dos minutos de distancia, vuelvo a mirar
hacia arriba y se me cae el estómago cuando se están despidiendo.
Estoy a punto de presenciar el inevitable e incómodo momento de
despedida tras una primera cita. Ella hace un gesto con la cabeza
hacia su casa, sin duda invitándole a entrar. Si se atreve a entrar,
le sacaré los ojos y le cortaré la polla.

Afortunadamente, señala detrás de él y luego retrocede, con una


mirada de decepción que brilla en la bonita y pequeña Cara de
Perra. De alguna manera, esto no la disuade y se levanta sobre las
puntas de los pies, intentando besarle en los labios. Me rechina la
mandíbula ante su atrevimiento, y entonces me viene a la cabeza la
imagen de cómo quedaría su preciosa melena rubia cubierta de su
propia sangre. Apuesto a que estaría bastante guapa, la verdad. En
cierto sentido, no culpo a Elijah por salir con ella. Incluso yo estaría
tentada de entrar y hacer que me mostrara lo bien que se ven sus
tetas sin ese vestido ajustado que las cubre. Incluso me divertiría
jugando con ellas también. Un pensamiento pervertido viene de
repente a mi mente. Me pregunto si su pezón sería lo
suficientemente grande como para meterlo en mi vagina. La
fantasía de ello me hace reír a carcajadas, pero no tengo tiempo de
pensar en cómo funcionaría eso cuando Cara de Perra hace el
primer movimiento para besarlo.

Un suspiro de alivio hace que todo mi cuerpo se relaje cuando la


cabeza de Elijah se gira, dejando solo que ella le bese la mejilla. Sin
embargo, se me corta la respiración cuando gira la cara hacia ella,
sonriendo hacia sus labios antes de retroceder. Sus ojos están fijos
en él. Demonios, casi parece que está loca por él. Tiene ese brillo en
los ojos como si él fuera todo su mundo o algo así.

Por suerte, se da la vuelta para caminar en la dirección opuesta,


permitiéndome respirar de nuevo. Llega mi Uber, así que me subo
rápidamente, con la mente en vilo por lo que acabo de ver. Mientras
nos alejamos, veo cómo la tristeza cubre su rostro al verlo partir, la
inevitable pérdida de no ser follada por él esta noche se hunde en
esa bonita cabeza suya. Casi siento pena por ella.

¿A quién quiero engañar?

Una vez que he llegado, salgo rápidamente del auto y me dirijo a


mi casa, notando que Frank sigue fuera.

—Hola, Frank —lo llamo de nuevo, pero no responde. Estoy a


punto de darme la vuelta y acercarme para ver si está bien cuando
veo que se acercan unos faros por la calle.

—¡Mierda! —maldigo, sabiendo que puede ser Elijah. Me


apresuro a entrar y corro hacia las escaleras, dando dos pasos a la
vez antes de encerrarme en mi habitación, poner la llave debajo de
mi cama y desnudarme rápidamente antes de deslizarme en ella.

Unos diez minutos después, la puerta se abre y la luz entra en mi


habitación, dejando ver su imponente figura.

—¿Bryce? —pregunta apenas en un susurro. No respondo. No


voy a hacerlo. Odio a este bastardo—. Te he traído algo de comida.

—Vete a la mierda —respondo, tirando más de las mantas sobre


mí.

Elijah entra en mi habitación, con una pequeña bolsa de lo que


huele a patatas fritas llenando mi cuarto con su aroma. La deja a
mi lado y se sienta en mi cama, se quita los zapatos, la camisa y los
pantalones antes de meterse en mi cama y abrazarme por detrás.

La dulce clementina llena mis fosas nasales, haciéndolas estallar


de ira.

—Hueles como Cara de Perra.

Su nariz me roza la nuca mientras inhala, haciendo que mi


cuerpo palpite de hambre. Incluso enfadada con él, consigo
excitarme.
—Solo fue una comida, lo juro. Nunca la toqué, ni quise hacerlo.

Por suerte para él, ya lo sé, pero aun así me enfada que me haya
encerrado en mi habitación solo para poder llevar a una mujer a
comer. Algo que nunca ha hecho conmigo.

Mientras baja su mano hacia mi coño y yo separo ligeramente las


piernas para que empiece a frotarme el clítoris, empiezo a fantasear
con lo que voy a hacerle a Cara de Perra. Sé exactamente cómo hay
que manejar esto. Es decir, le dije a Elijah lo que iba a hacer.

Se lo advertí.
VEINTICINCO

PASADO

El lunes entro en el colegio con un renovado vigor. Por primera


vez en mucho tiempo, no tengo una fila de tontos esperando, listos
para llamarme la nueva palabra mala de la semana.

Durante el fin de semana, utilicé todo mi tiempo libre disponible


para hacer toda la contabilidad que pude, solo para estar fuera de
casa todo lo posible. Incluso me ofrecí a ayudar a Justin de nuevo,
para su suerte. Dejé que me follara sobre su escritorio antes de
despedirme e ir a casa de Adam, donde también me lo follé. Todo el
día me excitó tanto que, de hecho, me corrí en la polla de Adam por
primera vez. El deleite en sus ojos porque sucediera... toda su cara
estuvo animada durante el resto del día. Sé que está mal en todos
los niveles que esté teniendo sexo con ambos. Es solo que... No
puedo evitarlo.

El domingo, volví a hacer los libros en la farmacia y, entre la


clasificación de los registros de Carol, revisé a escondidas su
arsenal de medicamentos. Me hizo sonreír por dentro, al darme
cuenta del poder que poseo simplemente por tener sus asuntos más
privados en las palmas de mis delicadas y pequeñas manos. Como
me confía sus libros, supongo que cree que se me puede confiar
todo. Qué tonta es. Ciertamente no se ha mencionado la botella
abierta de cloroformo hasta ahora. Tal vez ni siquiera se ha notado
todavía.
Realmente me importa una mierda.

Durante el recreo, todo el mundo murmura que uno de los


alumnos parece haber pillado a la señorita Pashmore besando a
otra mujer durante el fin de semana, para decepción de algunos
hombres que están enamorados de ella. Incluso yo la he admirado
a veces en clase, con su larga y esbelta figura, sus turgentes tetas
redondeadas y su larga y abundante melena rubia. Con apenas
veinte años, es la profesora más joven del instituto y, además, es
muy buena en su trabajo. De hecho, es la siguiente que me toca, ya
que no habrá mucho trabajo en su clase con esta noticia.

Cuando faltan diez minutos para la siguiente clase, voy


rápidamente al baño. Mientras estoy allí, escucho sollozos bajos
procedentes de una de las cabinas más alejadas. Me siento en el
retrete y espero, preguntándome si debería decir algo, pero decido
contener la lengua. Un minuto más tarde, me asomo por la rendija
de la puerta y veo a Sarah saliendo de la cabina. Lleva algo en la
mano, pero no puedo distinguir lo que es. Tira el objeto a la basura
antes de lavarse las manos y limpiarse las lágrimas. Se retoca el
resto del maquillaje, se mira y sale.

En el momento en que se va, tiro de la cadena y salgo corriendo


de mi cabina, metiendo la mano en el cubo de la basura para buscar
lo que sea, rebuscando entre todos los pañuelos húmedos y
mojados que hay allí. Frunzo el ceño pero sigo buscando porque,
sea lo que sea, puede haber sido la causa de su disgusto.

Estoy a punto de maldecir con frustración cuando mi mano choca


con un objeto largo y duro. Lo agarro y lo saco para descubrir que
es un test de embarazo positivo. Mi sonrisa se amplía cuando se me
ocurre una idea demasiado irresistible para ignorarla. Llegaré tarde
a clase, pero valdrá la pena.

Envuelvo la prueba de embarazo en una toalla de papel, me lavo


las manos y salgo a un aula que sé que estará vacía. Allí, cojo un
poco de cinta adhesiva y corro hacia la taquilla de Sarah. Cuando
todo el mundo está en sus clases, pego rápidamente el test en su
taquilla y sonrío triunfante.

Me dirijo a la clase de la señorita Pashmore cuando veo a Brad y


a Grant al final del pasillo. Como si supiera que vengo, Brad levanta
la vista y se pone rígido, con los ojos de un niño asustado. Me
enorgullece haberle hecho esto.

Se merecía cada minuto.

Ambos permanecen en silencio mientras me acerco, Grant


sonriendo mientras Brad permanece estoico a su lado.

—Hola, Brad —le arrullo, ofreciéndole un guiño travieso. Grant


abre la boca para decirme algo, pero la mano de Brad le agarra el
brazo, deteniéndolo. Las palabras "Buen chico" me tientan en la
lengua, me apetece decirlas, pero las retengo.

—¿Qué mierda, amigo? —Grant murmura mientras se quita a


Brad de encima.

Sin tiempo para entretenerse, entro en clase y todos levantan la


cabeza ante mi repentina entrada. La cabeza de la señorita
Pashmore se dirige a mí, con una expresión poco divertida en su
rostro.

—Bueno, hola, Bryce. Qué bien que te hayas unido a nosotros.


¿Puedo preguntar por qué has llegado más de diez minutos tarde?

Pongo mi mejor sonrisa ganadora y respondo:

—Lo siento, señorita Pashmore. No me sentía muy bien y tuve


que pasar un rato en el baño de damas para calmarme un poco.

Un destello de preocupación arruga su frente.

—¿Estás bien para sentarte durante el resto de la clase?


Asiento con la cabeza y ella me indica que tome asiento. Todavía
tengo la cabeza mareada por el encuentro de afuera. No me había
dado cuenta hasta ahora, de lo sexual que soy realmente. Es como
si ese primer encuentro con Adam hubiera creado la bestia en la
que me he convertido.

Solo cuando tengo el control.

Solo cuando tengo el poder.

La señorita Pashmore escribe La peste de 1346 en la pizarra y,


mientras lo hace, mis ojos se posan en su redondo trasero, que está
siendo abrazado con fuerza por los pantalones de cuadros rojos y
blancos que lleva puestos. Se da la vuelta para dirigirse a la clase,
con su camisa blanca desabrochada lo suficiente como para
mostrar un pequeño escote. No demasiado como para convertirla
en una puta, pero sí lo suficiente como para que mis ojos recorran
todo lo que puedan en un intento de captar la mayor parte posible
de ella.

Después de un minuto mirando fijamente, me doy cuenta que en


realidad estoy mirando lascivamente a mi profesora. Una extraña
sensación me recorre, una extraña sensación de asombro ante la
sorpresa que mi sexualidad no empieza ni termina con los hombres.
Siempre había pensado que la señorita Pashmore era atractiva,
como todos los hombres, o incluso las mujeres de esta escuela, pero
nunca me había sentado aquí a admirar su figura y a preguntarme
qué sentirían sus pezones dentro de mi boca y en mi lengua.
¿Tendría el coño afeitado? ¿Sus labios serían grandes y gordos,
permitiéndome explorar más de ella?

Durante toda la clase, me limito a mirar como el asqueroso que


todos llaman, con una curiosidad que crece por momentos.
Evidentemente, cuantas más exploraciones sexuales pruebo, más
ganas tengo.
Cuando suena el timbre que pone fin a la clase, todos se dirigen
a comer. Los susurros y murmullos rodean el pasillo, y por un breve
momento me pregunto por qué. Me había olvidado por completo de
Sarah y de su pequeño paquete de noticias.

—¡Bryce! —grita Adam, corriendo hacia mí como un niño


excitado—. ¿Has oído las noticias?

—No, acabo de salir de clase.

Mientras se sube las gafas, miro su sudadera con capucha de


Nueva York y me doy cuenta por primera vez que también ha
decidido cambiar de vestuario. Ya no parece un empollón, eso es
seguro. De hecho, parece un poco musculoso.

—¿Has hecho ejercicio? —le pregunto, interrumpiendo lo que iba


a decir a continuación.

Su sonrisa es orgullosa mientras su concentración se pierde por


un momento.

—Sí, la verdad es que sí. Me alegro que te hayas dado cuenta. —


Luego sacude la cabeza—. De todos modos, estaba a punto de
decirte... Adivina qué estaba pegado en la taquilla de Sarah.

Quiero reírme, pero en lugar de eso me encojo de hombros.

—Vamos, cuéntame.

—Un test de embarazo positivo.

—¿En serio? —Le miro boquiabierta, siguiéndole el juego. Él


asiente con la cabeza—. Vaya, me pregunto si es realmente de ella.

Se inclina más cerca, así que imito sus movimientos, sabiendo


que va a susurrar algo en secreto.
—Escuché a Isabel decirle a Samantha que cuando Grant vio la
prueba, inmediatamente agarró a Sarah y la sacó de la escuela. Al
parecer, parecía muy enfadado.

Interesante.

—Bueno, eso no es realmente sorprendente si es Grant quien la


dejó embarazada. Se ha acostado con prácticamente todas las
chicas de la escuela. —Así como con muchas fuera de la escuela. Y
una en particular es de gran interés.

—Todas, excepto tú. —Adam sonríe sorprendentemente ante eso.

Le devuelvo la sonrisa.

—Sí, solo la gente especial puede acostarse conmigo.

Las mejillas de Adam se sonrojan y se muerde el labio.

—Erm... Quiero... quiero preguntarte algo.

—De acuerdo.

—He pensado que este sábado, cuando termines de trabajar,


podría recogerte y llevarte a comer algo. Tal vez incluso una película
después.

Se me revuelven las tripas un poco.

—Esto me parece una cita.

Adam hace una mueca ante mi tono.

—¿Sería tan malo si lo fuera? Quiero decir, somos... ya sabes.

Me rio cuando imita el sexo mientras levanta el puño.

—¿Qué se supone que significa eso? —pregunto, copiando lo que


acaba de hacer.
Él suelta una pequeña carcajada, con las mejillas todavía
enrojecidas.

—No me hagas decirlo.

—¿Qué? ¿Que hemos estado follando? El sexo no es un tema


vergonzoso, sabes. —Mientras termino mi frase, mis ojos se cruzan
hacia la señorita Pashmore mientras mueve sus caderas,
caminando por el pasillo. Definitivamente tengo planes para ella
más tarde.

—Lo sé, es que —comienza Adam, trayéndome de vuelta a


nuestra conversación—. Han pasado como dos o tres meses. Pensé
que estaría bien hacer algo que no fuera que vinieras a mi casa y
nosotros...

—Joder, Adam. Eso es lo que siempre dije que era. Primero somos
amigos, y no quiero perder eso.

Gimo interiormente. Debería haber sabido que en algún momento


se pondría serio con nosotros. Siempre he tenido planes de terminar
las cosas con Adam después de un tiempo, pero por el momento,
sigo divirtiéndome a escondidas tanto con él como con su padre.

Se me retuerce el estómago cuando su boca se vuelve hacia abajo


en señal de decepción y sus hombros caen.

—¿Crees que deberíamos parar? —pregunto, haciendo que su


cabeza se levante inmediatamente para mirarme—. Probablemente
sea lo mejor, ¿no crees? Es obvio que tener sexo está complicando
las cosas entre nosotros.

Aprieta los ojos como si la idea le doliera.

—No, no quiero parar. Solo pensé... mierda, olvida que dije algo.
—Sus ojos recorren el pasillo, la gente sigue murmurando sobre el
último drama—. Hoy hace un buen día. ¿Quieres ir a comer al
césped?
Mordiéndome el labio, miro fijamente a Adam, preguntándome si
realmente soy una amiga de mierda. Follar a su padre es una
mierda, y algo que Adam definitivamente no se merece. Ni su padre
ni yo podemos permitirnos que Adam nos descubra, porque lo que
les estamos haciendo a él y a su madre es despreciable.

Sin embargo, no puedo parar.

Suspiro interiormente, sabiendo que la diversión que estaba


teniendo con Adam y su padre tendrá que terminar pronto, antes
que se nos vaya de las manos o, peor aún, que nos descubran.

Enlazo mi brazo con el suyo y tiro de él.

—Claro que sí. Me gustaría.

Cuando terminamos nuestros sándwiches, inclino la cara hacia


el sol y cierro los ojos, disfrutando del calor que proporciona. Unos
segundos después, Adam me tira del brazo.

—Bryce —dice, con la voz un poco temblorosa—. Tenemos


compañía.

Mis ojos se abren de golpe para ver quién es la amenaza,


encontrando a Brad de pie cerca de nosotros, con aspecto
avergonzado y, de alguna manera, enfadado al mismo tiempo.

—¿Podemos hablar? —Brad pregunta, señalando con la mirada a


su izquierda.

Estoy a punto de moverme cuando Adam me agarra del brazo.

—No tienes que ir con él. Ya sabes de lo que es capaz.

Y ahora Brad sabe de lo que soy capaz, pienso alegremente.

Con cuidado, quito la mano de Adam de mi brazo.

—Estaré bien —le tranquilizo—. De verdad.


Todavía parece inseguro.

—Lo estaré vigilando.

Sonrío ante la actitud protectora de Adam. Si tan solo supiera lo


que le hice a la pequeña mierda. No estoy segura que quisiera ser
tan protector entonces.

Me levanto de mi posición, dejando mis cosas a salvo con Adam


mientras sigo a Brad fuera del alcance de Adam.

—¿Qué quieres? —pregunto, no de la manera más amistosa—.


Pensé que había dejado claros mis sentimientos la semana pasada.

Brad cierra los ojos de golpe, el recuerdo de ello aparentemente


todavía en su mente.

—Solo quiero hablar contigo un minuto. Será rápido. —


Esperando, inclino la cabeza hacia un lado. Brad mira por encima
de mi hombro, mirando a Adam antes que sus ojos se posen de
nuevo en mí.

—Supongo que te has enterado de lo de Sarah.

—Sí, porque fui quien pegó el test en su taquilla.

Sus ojos se abren de par en par y luego me frunce el ceño.

—Sabes, realmente eres una gran perra.

Sonrío.

—Gracias.

—¿Todo es una broma para ti? Joder, la vida de todo el mundo


es tan jodidamente divertido.

La rabia burbujea en mi estómago y se abre paso por mi garganta.


Me acerco y entrecierro los ojos, haciendo que los suyos se amplíen
con lo que parece miedo.
—¡Joder mi vida durante los últimos años ha sido una enorme y
jodida broma para ti, Brad! —Prácticamente escupo esto, con los
dientes rechinando bajo mi enorme rabia—. Pensaste que era una
gran broma tratar de forzarme a chupársela a Adam delante de
todos ustedes, enfermos, pervertidos, pequeños imbéciles.

—Nunca habría dejado que llegara tan lejos. —Sacude la


cabeza—. Tú en cambio...

Está a punto de decir algo, pero le interrumpo acercándome tanto


a él que prácticamente le doy en la cara.

—Dime una cosa. Si tuvieras un león de mascota metido en una


jaula y todos los días te acercaras a ese león, riéndote y atizándole
con un palo cuando no pudiera hacer nada al respecto, ¿qué crees
que le pasaría a la persona que lo atizara todos los días cuando a
alguien se le ocurriera liberar a ese león de su jaula? —Me señalo
el pecho con un dedo—. Yo soy ese maldito león liberado. Sin
embargo, quieres lloriquear y enfadarte por la mierda que te está
pasando a ti y a tu puta excusa de amigos. Tómate un momento
para darte cuenta que todo esto es culpa tuya después de los años
de mierda que me hiciste pasar. Todo. Tú jodida culpa. —Apretando
las manos a los lados, intento recomponerme antes de
cronometrarle—. Ahora, ¿has terminado de decir lo que tenías que
decir, porque ya he terminado contigo?

Cierra los ojos, respirando profundamente, con las manos


extendidas mostrándome las palmas.

—Mira, no he venido aquí para pelearme contigo. He venido


porque... —Se mueve nerviosamente, retorciéndose las manos antes
de pasarse una de ellas por el pelo.

—Escúpelo, Brad.

Exhala, haciendo que sus fosas nasales se ensanchen un poco


mientras fija sus ojos en mí.
—Ver la prueba de embarazo de Sarah me hizo recordar algo que
dijiste. —Tengo muchas ganas de sonreír, pero consigo contenerla—
. Cuando tú... —Se está poniendo tan nervioso al decir las palabras
que ahora se le está formando sudor en su frente. Sin embargo,
permanezco en silencio y le permito que lo diga—. Me corrí dentro
de ti —grita en un susurro, inclinándose hacia delante—. Dos veces.

Ahora decido sonreír.

—Si que lo hiciste. Pequeño virgen travieso.

Brad se retuerce las manos.

—Esto no es gracioso, Bryce. Me has quitado la única cosa a la


que prometí no renunciar hasta casarme.

Me miro las uñas, mostrándole lo imperturbable que estoy por


eso. Sí, realmente soy una zorra.

—Aunque es una pena que tu preciosa Chloe no prometiera lo


mismo, ¿eh? ¿Cuándo vas a perdonarla por sus recelos? Supongo
que pronto, teniendo en cuenta que tus padres estarán planeando
tu boda dentro de un año o así.

Su mandíbula se flexiona como si ese pensamiento le enfadara.

—No estoy aquí para hablar de Chloe. Estoy aquí para hablar de
nosotros.

Doy un paso atrás.

—¿Nosotros? No, Brad. Cuando se trata de ti y de mí, no hay un


nosotros.

Baja sus ojos a mi vientre, señalándolo.

—Dijiste que no estas protegida.

Me encojo de hombros.
—Sí, ¿y qué?

Sus ojos se abren de par en par como si le sorprendiera que fuera


tan estúpida.

—Si tu periodo se atrasa, te haré una prueba de embarazo y, si


es positiva, tendré que decirles a mis padres que me voy a casar
contigo.

Me rio a carcajadas, descojonándome ante lo absurdo de sus


palabras. ¿Se está escuchando a sí mismo?

—¿Por qué después de lo que te hice querrías hacer eso?

Sus ojos brillan un poco al buscar los míos.

—Porque me han educado bien. Si estás embarazada de mi bebé,


entonces tengo que asumir la responsabilidad.

—Siempre puedo abortar.

Sus ojos se abren de par en par, sorprendidos.

—¿Querrías matar a nuestro bebé?

Suspiro en voz alta.

—Oh, por el amor de Dios, Brad, no hay ningún bebé en este


escenario para matar. Deja de adelantarte.

Sé que tengo que sacarlo de su miseria pronto, especialmente


después de confesar que querrá casarse conmigo si estoy
embarazada. Es que... esto es demasiado divertido.

—El aborto es inmoral. Es un pecado. —Pongo los ojos en


blanco—. Si no quieres el bebé, lo criaré yo solo.

—Oh, ¿pero está totalmente bien que me hagas ser un recipiente


durante nueve meses? —Está a punto de decir algo cuando le
corto—. Estoy tomando la píldora, Brad. Deja de molestar. —Su
frente se arruga por la confusión—. ¿De verdad crees que me
acostaría contigo sin protegerme? Eres un auténtico imbécil.

Su expresión se vuelve indignada.

—Tengo más dinero que tú. Me imaginé que intentarías


atraparme.

Colocando mi mano en su hombro, me rio.

—Oh, Brad. Si alguna vez quisiera atrapar a alguien por dinero,


tú serías la última persona en la que pensaría.

Se aparta de mi contacto, lo que me hace sonreír.

—Que tomes la píldora no significa que estés protegida al cien por


cien. Dentro de unas semanas, vendré a verte una vez más para
confirmar que no estás embarazada, y entonces tendré el pleno
placer de no tener que volver a hablar contigo.

Está a punto de alejarse cuando le digo:

—¿Piensas a menudo en lo que pasó entre nosotros? ¿Se te pone


dura la polla cuando lo haces? —Se pone rígido, con las manos en
los costados—. ¿Te das placer cuando piensas en mi coño caliente,
húmedo y estrecho apretando tu polla? ¿Te hace correr cuando lo
haces?

Sus hombros se levantan y luego caen antes de volver a caminar


hacia el edificio de la escuela. Con una gran sonrisa en la cara, me
doy la vuelta y me dirijo hacia donde está sentado Adam,
inclinándose con curiosidad.

—¿Qué quería? —pregunta Adam, con los ojos todavía llenos de


preocupación.

Recogiendo mi bebida, doy un sorbo antes de responder:


—Nada importante. Solo que la ruptura con Chloe le ha hecho
darse cuenta de lo imbécil que es, y que quiere salir conmigo.

Adam se ríe a carcajadas como si no me creyera.

—¿En serio?

—Sí, creo que quiere subirse al tren de Bryce.

Una arruga de enfado se forma en su frente mientras sus ojos se


fijan en la escuela.

—Ese tipo es un maldito idiota.

Es mi turno de reírme a carcajadas.

—Adam —respondo, golpeando su rodilla con la mano—. No


podría estar más de acuerdo contigo.
VEINTISEIS

PRESENTE

Elijah durmió conmigo toda la noche. Lo que supongo que hizo


solo por la culpa que sentía por haber tenido una cita con Cara de
perra. La mañana siguiente empieza como cualquier otra, con Elijah
dándome una pastilla y un vaso de agua. Y como cada mañana, me
tomo la pastilla y me la trago como la niña buena que soy. Elijah se
va, como todas las mañanas, pero cuando la puerta principal se
abre diez minutos más tarde, me apresuro a salir y encuentro a
Elijah hablando por teléfono con alguien.

—Envía una ambulancia tan pronto como puedas.

Con el corazón a mil por hora, espero a que Elijah termine su


llamada, sin que sus ojos se encuentren con los míos por un
momento.

—Elijah, ¿qué está pasando? ¿Hay alguien herido? —Cuando no


dice nada, mis niveles de frustración se disparan—. Elijah, ¿qué
mierda? Háblame.

Agarrándome de los brazos, me mira profundamente a los ojos.

—Pase lo que pase, no salgas.

Giro la cabeza para contemplar el césped delantero, todo parece


normal.
—¿Qué significa eso? —Por supuesto, la curiosidad me gana, y
mis pies avanzan para tratar de averiguar qué está pasando. Pero
Elijah me sujeta con firmeza—. ¿Qué demonios? —vuelvo a
preguntar, mirándole fijamente.

Elijah baja la cabeza y un largo suspiro sale de sus labios.


Cuando vuelve a levantar la mirada, dice:

—Era un hombre muy enfermo. Obviamente, era su hora.

Sus ojos se abren de par en par al darse cuenta de lo que acaba


de decir, mis pies se apresuran a moverse de nuevo.

—¿Frank? —grito, sin querer creerlo al principio. Corro hacia la


puerta, pero un par de brazos me rodean, atrapándome—. ¡Déjame
en paz! —grito—. ¡Frank!

Mis brazos se extienden, intentando llegar a la puerta, pero Elijah


me sujeta con demasiada fuerza.

—No voy a dejar que salgas, cariño. Recuérdalo como solía ser.
No como se ve ahora.

Luchando en sus brazos, las lágrimas empiezan a rebosar en mis


ojos.

—Frank —vuelvo a decir, pero esta vez es un mero gemido.

—Lo siento, nena. Pero era su hora de irse.

Elijah se sienta conmigo en el pasillo, todo el tiempo con mi


cuerpo agitado por las lágrimas mientras me acaricia el pelo. Sabía
que se estaba poniendo más enfermo, pero debido a lo ensimismada
que he estado últimamente, no reconocí ese hecho. El sentimiento
de culpa inunda mi cuerpo al pensar que ayer debía estar muerto y
que por eso no me respondió. Es que... Nunca me tomé el maldito
tiempo de asegurarme que estaba bien.
Casi nunca lloro, pero ahora lo hago. Estoy llorando porque de
todos los que han entrado en mi vida, Frank es uno que merece mis
lágrimas.

Elijah sigue sujetándome hasta que llegan los paramédicos, y


una vez que me suelta para que salga a hablar con ellos, sigo su
consejo y me quedo dentro, preparándome una taza de té mientras
miro fijamente al espacio. Mientras doy un sorbo a mi té,
observando la conmoción que se produce fuera, me enfado con Cara
de pato y Cara de verruga, preguntándome si estarán fuera,
frotándose las manos por la emoción que por fin haya muerto. Es
lo único en lo que puedo pensar mientras el cuerpo de Frank, ahora
envuelto en una bolsa negra, es llevado a una ambulancia. Cuando
se alejan y el caos se calma, Elijah vuelve a entrar en la casa y sus
ojos buscan los míos.

—¿Cómo te sientes?

En cierto sentido, odio ver su preocupación, pero en otro, me


encanta. Al menos esto significa que se preocupa. Es que... Elijah y
yo no hacemos cosas sensibleras como ésta.

—Estoy bien. Fue un shock, pero asumí el hecho que iba a morir
hace mucho tiempo. Solo que no me lo esperaba cuando realmente
ocurrió.

Me pone la mano en el hombro.

—Sé que le gustabas mucho. Nunca le gusté mucho, pero


definitivamente tu le gustabas.

Me rio de su sentimiento.

—Sí, pero la única razón por la que te odiaba era porque sabía
que te follabas a tu hijastra y la encerrabas en su propia habitación
cada noche.

Sus ojos se abren de par en par con lo que parece ser pánico.
—¿Le has dicho eso, joder?

Niego con la cabeza, haciendo una mueca.

—Nunca le dije una mierda, Elijah. Se sentaba en el porche de su


casa durante horas todos los días y las noches. ¿No crees que vio y
oyó cosas cuando estaba ahí fuera? Diablos, él fue quien me dio la
idea de espiar a todos esos hijos de puta en mi escuela. —Pienso en
el día en que todo explotó en la escuela y suspiro. Algunos
profesores fueron una amarga decepción después.

Los labios de Elijah se afinan en una línea firme.

—Todo ese tiempo, pensé que Frank era bueno para ti, pero
resulta que era una muy mala influencia.

Resoplo una carcajada ante su hipocresía.

—Viniendo del hombre que lleva a una mujer a una cita solo para
poder ocultar el hecho que se está follando a su hijastra cada vez
que llega a casa.

Elijah aspira una bocanada de aire, sus ojos lilas se llenan de


violencia.

—No quiero discutir contigo sobre esto. Es obvio que estás


afligida y quieres desquitarte con alguien. Por eso, ignoraré tus
comentarios sarcásticos.

—Oh, vaya. Gracias —respondo con sorna.

—¿Quieres que te haga el desayuno?

Es evidente que decide ignorar mis travesuras infantiles, así que


decido callarme.

—No, gracias. Lo que quiero es que me dejes sola.

—No creo que sea una buena idea. Te acabo de dar una noticia
horrible...
—Elijah, solo ve a trabajar. Tengo mierda que hacer.

Me mira con desconfianza.

—¿Cómo qué?

Como visitar a Cara de pato para poder descargar mi ira en ella.

—Tengo algunas tareas que necesito hacer, además de lavar algo.

—Creo que puedes renunciar a las tareas solo por hoy, Bryce.

Levanto la cabeza para encontrarme con sus ojos.

—Creo que hacer mis tareas es justo lo que necesito. Desde luego,
es mejor que estar sentada en casa todo el día sin hacer nada más
que compadecerme de mí misma.

Elijah apoya su mano en el mostrador junto a mí, con una


expresión incierta.

—¿Segura que estarás bien?

—Sí, cariño —respondo, toda dulzura y amabilidad.

Elijah sacude la cabeza con una sonrisa divertida.

—Bien, pero si me necesitas...

—Sé dónde encontrarte —le corto.

Me bebo el resto del té mientras Elijah recoge sus cosas para irse.
Antes de hacerlo, me da un tierno beso en los labios que me hace
sentir un cosquilleo durante un rato.

Me levanto del asiento, me acerco a la ventana y miro fijamente


la casa de Cara de pato, observando que su Wrangler está aparcado
delante. Probablemente no sea una buena idea ir allí ahora mismo
teniendo en cuenta lo enfadada que estoy. Sin embargo, la mayoría
de las cosas que hago no tienen lógica, así que ¿por qué iba a ser
esto diferente?

Miro hacia la casa de Cara de verruga y veo que tanto su auto


como el de su marido han desaparecido.

Interesante.

Se me ilumina la mirada con una idea, tomo unos guantes de


látex de debajo del fregadero y me los meto en el bolsillo de los jeans.
Tomo una sudadera con capucha, me la pongo y meto una bolsa de
basura negra en el bolsillo de la sudadera. Me dirijo al parque más
cercano, que está a unos cinco minutos. Allí cojo lo que necesito y
me tomo mi tiempo para que no me pillen antes de volver a casa.

Con mi bolsa de basura negra ya llena, echo un vistazo a mi calle,


asegurándome que nadie me observa antes de dirigirme a la casa
de Cara de verruga. Doy la vuelta al lateral hasta llegar al patio
trasero. Allí me pongo los guantes y abro la cerradura, algo que he
perfeccionado a lo largo de mi carrera criminal, antes de entrar en
su limpia y blanca cocina. Cuando entro en el salón, se me iluminan
los ojos al ver su costosa alfombra beige de felpa, una alfombra en
la que sin duda se perderían los pies.

—Perfecto —murmuro mientras cojo la bolsa negra y me pongo a


trabajar. Todo el proceso me hace estremecer, y la puta mierda
apesta, pero todo merece la pena cuando doy un paso atrás y
observo toda la caca de perro vieja y fresca que se filtra en la
preciosa alfombra de Cara de verruga.

—Eso te enseñará, perra con cara de malhumorada.

El olor se vuelve demasiado, me tapo la nariz y me apresuro a


salir, tirando la bolsa de basura y los guantes en el basurero de otro
vecino. Luego me dirijo a casa, pero me detengo cuando me acerco
al porche de Frank, entristecida por las sillas vacías que ahora
parecen completamente fuera de lugar sin él. Cierro los ojos, la
tristeza me invade y sustituye momentáneamente mi ira. Ya se
había aliviado tras mi retribución a Cara de verruga, pero Cara de
pato sigue en mi mente mientras me lavo las manos en el fregadero
unos minutos después. Mis ojos se dirigen a la casa de Cara de pato
cuando me doy cuenta que hace tiempo que no está por aquí.

Saliendo de nuevo de la casa, me aventuro hacia la suya y llamo


a la puerta. Tarda un poco en responder, pero lo hace, con una bata
blanca cubriendo su cuerpo, con los ojos hinchados como si
hubiera estado llorando. Mi enfado con ella se ve sustituido por la
curiosidad de saber qué es lo que le puede molestar tanto.

—Realmente no necesito esto ahora —gruñe, limpiándose la nariz


con un pañuelo. Se da la vuelta y deja la puerta abierta mientras
entra en la casa. Frunzo el ceño ante su extraño comportamiento.
¿Espera que me vaya o que la siga al interior de la casa? Decidiendo
por lo segundo, entro y cierro la puerta tras de mí. Cuando llego al
salón, está sentada en el sofá, moqueando.

—¿Estás enferma?

Ella suelta una carcajada.

—Ojalá estuviera enferma.

Es extraño. He venido aquí para desquitarme con ella, pero al ver


lo patética que parece me he detenido por un momento. Aun así, le
digo:

—Supongo que ahora estás contenta por lo de Frank.

Sus ojos se dirigen a los míos, con la confusión escrita en su cara.

—No entiendo lo que quieres decir.

—Me refiero a lo de su muerte.

Sus ojos se abren tanto, que al instante me doy cuenta que no


tenía ni idea.
—¿Frank está muerto?

Mi ceño se frunce mientras me siento a su lado en el sofá.

—Ha muerto. Elijah lo encontró esta mañana.

Ella cierra los ojos.

—Lamento escuchar eso. —Luego me devuelve la mirada—.


Debes estar muy angustiada. Sé que ustedes dos eran muy buenos
amigos.

Quiero decirle que sí y que esa es la razón por la que está siendo
chantajeada. En cambio, la sorprendo sonriendo.

—Sí, así es.

Ella parpadea un par de veces antes de decir:

—Escucha, quiero disculparme adecuadamente por mi


comportamiento de hace un par de semanas. Fue completamente
inapropiado por mi parte. No he dejado de pensar en mis acciones
desde entonces.

Señalo su atuendo.

—¿Por eso estás encerrada en tu casa, llorando?

Cierra los ojos como si algo le doliera.

—Es parte de la razón, pero no la principal. Hay... otras cosas


que están pasando. Otras cosas que me han hecho darme cuenta
que no soy tan buena persona como pensaba. —Traga fuerte,
lamiéndose sus gruesos labios—. Tengo que confesarte algo. Quería
la casa de Frank. Bueno, tanto Betty como yo la queremos.
Llevamos años hablando de lo vieja que parece su casa en
comparación con las de los demás, y que una de nosotras debería
comprarla cuando él muera para que podamos hacerla lucir como
el resto del vecindario. Fue algo superficial e insensible, y me sentí
especialmente mal cuando le preguntamos una y otra vez si nos la
vendería una vez que muriera.

Me pregunto si su arrepentimiento es genuino o si es porque la


están chantajeando para que finalmente vea la luz. Puede que sea
un poco de ambas cosas.

Sabiendo que ella parece estar sufriendo a su manera, mi ira


sigue disminuyendo. Creo que ya he hecho lo suficiente para dejar
claro mi punto de vista, así que no hay necesidad de sacar a relucir
la misma mierda. Todavía sonrío por dentro cuando pienso en cómo
reaccionará Cara de verruga cuando llegue a casa y se dé cuenta
que hay mierda de perro por todas partes.

—¿Me perdonas?

Su pregunta me hace retroceder un poco. Y creo que también


hablo en nombre de Frank cuando respondo:

—Por supuesto. —Ella da un suspiro de alivio y, cuando lo hace,


su bata se abre ligeramente, revelando un pecho. Es grande,
bronceado y pertinaz, pero su pezón es un poco más pequeño de lo
que recordaba de su diversión con la cámara. Aun así, son
agradables de ver, por lo menos.

Cara de pato se da cuenta de mi mirada, separando ligeramente


la boca en señal de sorpresa. Sin embargo, no se tapa, lo que me
lleva a preguntarme por qué. ¿Podría empujarla a ir allí conmigo de
nuevo si realmente quisiera? Durante mucho tiempo, he sentido
curiosidad por saber cómo sería estar con una mujer de esa
manera, pero lo que me ha frenado y seguirá frenando es Elijah. No
es que él sea precisamente el ejemplo más brillante de lealtad
después de la maniobra que hizo anoche.

Suspirando mi decepción por otra oportunidad perdida, me


levanto de mi asiento.

—Será mejor que me vaya.


Cara de pato asiente con cierta tristeza antes que me dirija a la
puerta. Tengo la tentación de decirle que ese día la habría dejado
que nos corriéramos juntas, pero ¿qué sentido tendría? Solo se
preguntaría por qué, lo que me llevaría a admitir que es por culpa
de Elijah.

Me despido, sintiéndome extraña por mi repentino cambio de


emoción. Un sentimiento en el que no tengo tiempo de pensar
cuando llego a casa y encuentro a un repartidor trayendo un
enorme ramo de flores a mi casa.

Frunciendo el ceño, recorro la corta distancia y le alcanzo antes


que llame a la puerta.

—Oye, ¿puedo ayudarte? —Subo los escalones mientras el tipo


se da la vuelta.

—¿Eres Bryce Turner? —Asiento con la cabeza—. Entrega para


usted. —Me entrega el precioso ramo antes de volver a su
camioneta.

—Gracias —digo, todavía con el ceño fruncido mientras me


pregunto quién me enviaría flores. Nunca me habían enviado flores.

Dentro de la casa, dejo el ramo de flores en el suelo y meto la


mano para coger la tarjeta. Cuando leo de quién es, el enfado que
se había desvanecido antes alcanza su punto álgido.

Bryce,

pensando en ti. Elijah x

Aprieto los dientes. Este es el tipo de cosas que hacen los


hombres cuando se sienten culpables por algo. La idea me inquieta
tanto que me pongo a hornear una gran tanda de galletas de
chocolate. Mientras se enfrían, decido darme una ducha para
quitarme la harina que se me ha pegado antes de vestirme con mi
atuendo habitual de vestidos cortos y sexys que dejan poco a la
imaginación.

Con el pelo recogido en un moño desordenado, coloco todas las


galletas en una cesta antes de tomar el autobús hacia la comisaría.
En la puerta principal, me topo con el único sargento Brent.

Su sonrisa es amplia mientras sus ojos me observan desde mis


piernas hasta mis pechos.

—Bueno, mira a quién tenemos aquí. Es la gata del callejón. —


Silba para dar mayor efecto, haciendo que una sonrisa no deseada
adorne mis labios—. ¿Qué tienes ahí?

Tiro de la cesta con más fuerza hacia mí como si fuera a


arrancarla de mi agarre.

—Hice un gran lote para todos en la estación. Pensé que les


gustaría un poco de... regalo.

Mi voz es un poco burlona al final, y por supuesto, Brent se aferra


a eso.

—Así es, nena. Así es.

Le señalo la entrada con la cabeza.

—¿Me vas a dejar entrar? —Cruza los brazos delante de él.

—Depende.

Casi pongo los ojos en blanco.

—¿De qué?

Creo que va a decir algo realmente sugerente, así que me


sorprendo cuando responde:
—De si tengo la primicia de cuántas galletas puedo tomar antes
que entren esos otros hijo de putas.

Una risa inesperada sale de mis labios.

—De acuerdo entonces. Si tienes la amabilidad de dejarme


entrar, serás el primero.

Su mano se extiende, agarrando cinco de ellas a la vez. Jadeando,


le doy un golpe en la mano.

—Oye, no pensé que te referías a tantas.

Me levanta una ceja.

—¿Te das cuenta que acabas de agredir a un agente de la ley?

—Sí, después que me haya robado las galletas de la cesta —le


respondo bruscamente.

Brent se muerde el labio de forma sugerente.

—¿Cómo es que has hecho que eso suene mucho más sexual de
lo que es?

Frunzo los labios ante él.

—Te das cuenta que mi padrastro es tu jefe. ¿Qué crees que te


hará si descubre que has estado coqueteando conmigo?

Se inclina hacia delante y susurra:

—¿No es eso lo que hace esto más... excitante? —Hago un


ademán de poner los ojos en blanco, y entonces dice—: Entra. Estoy
seguro que a los chicos les va a encantar tu visita.

La sugerencia que no sean solo mis galletas es definitivamente


insinuada, pero no respondo cuando lo sigo adentro mientras él
mastica las galletas.
—Hmm... están buenas.

—Pareces sorprendido —respondo, siguiéndole al despacho


principal.

Su mirada vuelve a recorrer mi cuerpo.

—Parece que tus talentos son infinitos.

—Vaya, realmente no sabes cuándo parar, ¿verdad?

Se inclina hacia delante para susurrar:

—Creo que fuiste tú quien empezó las cosas cuando te negaste a


subir a mi auto patrulla.

Estoy a punto de replicar cuando un oficial de aspecto mayor se


acerca a nosotros.

—¿Qué es esto? —Señala mi cesta.

—Hice un gran lote esta mañana, así que pensé en bajar y


compartirlo con ustedes. —Le ofrezco la cesta—. ¿Quieres una?

Sonríe, saca una y la muerde.

—Hmm, están muy buenas. —Luego se dirige a todos los de la


oficina—. Galletas gratis si alguien quiere una.

Uno a uno, todos se acercan, tomando las galletas. Finalmente,


decido dejarlas sobre un escritorio y colocar mi trasero en el asiento
de al lado.

—Están muy ricas —dice un oficial joven y rubio, tomando un


par de bocados. Mis ojos se dirigen a un par de oficiales femeninas
que no se levantan. De hecho, no parece que estén contentas que
esté aquí. Sonrío, dándome cuenta que probablemente sea porque
estoy recibiendo toda la atención.
—Entonces, cuéntame cómo es vivir con el jefe —me pregunta
uno de ellos mientras se acercan y se amontonan a mi alrededor.

Me rio para que se note el efecto mientras balanceo mis piernas


desnudas de un lado a otro bajo el escritorio.

—Es como vivir con el jefe de policía —les digo, y sus risas llenan
la habitación.

Hacen un par de preguntas más, pendientes de cada una de mis


respuestas.

—Si haces galletas como éstas, puedes venir a visitarnos cuando


quieras —dice un policía de pelo rojizo y bigote. Todo el mundo
murmura su acuerdo.

—Sabes —empieza Brent, masticando la última galleta que ha


cogido—. Dentro de dos semanas hay un baile policial para solteros.
Deberías ir.

Estoy a punto de recordarle que no soy un oficial de policía


cuando Elijah aparece en la habitación, sus ojos lilas y calientes
observando la escena frente a él.

—¿Qué es esto? —brama, y su mirada asesina alcanza a todos


los presentes, incluida yo.

Le sonrío dulcemente.

—Les he traído galletas a todos. Pensé que sería un buen gesto,


teniendo en cuenta que todos están ayudando a mantener la
seguridad de nuestro barrio. —Miro dentro de la cesta y me doy
cuenta que todas las galletas han desaparecido—. Te habría
ofrecido una, pero parece que los cerditos se las han comido todas.
—Me rio de mi propia insinuación mientras unos cuantos se ríen
conmigo.

Sus ojos me miran fijamente un momento antes de recorrer la


habitación.
—Vuelvan al trabajo. —Pongo los ojos en blanco mientras todos
se apresuran a volver a sus escritorios—. Tú. —Me señala Elijah—.
Ven conmigo.

Quiero preguntar qué he hecho mal, pero decido dejarlo para


cuando estemos en su despacho y tras la puerta cerrada.

—¿Qué pasa?

—¿Qué pasa? —repite, señalando con un dedo enfadado hacia


mí—. Es que has venido a la comisaría con un vestido que deja muy
poco a la imaginación, apartando toda la atención de mis agentes
de su trabajo y centrándola completamente en ti.

Me encojo de hombros.

—Les he hecho galletas. No puedo evitar que todos quieran follar


conmigo por eso.

Elijah inhala un suspiro de enfado.

—No son las putas galletas las que hacen que quieran acostarse
contigo, Bryce. —Me mira fijamente un momento, finalmente
sacude la cabeza, sus ojos se suavizan un poco—. Escucha,
entiendo que has tenido una mala mañana, pero no puedo dejar
que eso sea una excusa para que vengas aquí a interrumpir a mis
oficiales.

Doy un paso adelante, dejando mi cesta vacía sobre su escritorio


antes de acercarme a él, con mi dedo acariciando su pecho.

—No estás enfadado porque los haya interrumpido. Estás


enfadado por cómo lo hice. Es una pena que no lo admitas.

—Bryce —advierte, su tono es duro—. Aquí no. Ahora no.

Recogiendo mi pequeña cesta, engancho mi brazo dentro.

—Gracias por las flores de la culpa, por cierto.


Frunce el ceño.

—¿Flores de la culpa?

—Sí, flores que los hombres envían después de haber estado con
una fulana. Como lo que hiciste anoche.

Sus fosas nasales se agitan.

—Las compré para ti por lo que paso con Frank. Me pareció un


buen gesto.

Me quedo momentáneamente aturdida, dándome cuenta que


estaba demasiado repleta de rabia por los celos como para pensar
siquiera en esa opción. Se da cuenta del momento en que la tristeza
cubre mis ojos, así que da un paso adelante, cogiendo mi barbilla
entre sus dedos.

—¿Quieres que vaya a casa contigo? Solo tienes que decirlo y nos
iremos juntos. No está bien que estés sola hoy.

Me trago el pequeño sollozo que quiere escapar de mis labios.

—Estaré bien.

—No tienes que poner constantemente esa imagen de perra de


corazón frío, Bryce. Sobre todo delante de mí. Tú y yo hemos pasado
por demasiada mierda juntos como para ocultar lo que sentimos.

Las palabras están en la punta de la lengua para decirle que


oculta sus sentimientos por mí todos los días, pero estoy cansada
de luchar constantemente contra este hombre cuando sé muy bien
que no me llevará a ninguna parte. Siempre he sabido que al final
tendría que forzarnos en lugar de dejarle elegir.

Inclinando la cabeza hacia delante, Elijah captura mis labios con


los suyos, un tierno beso que me deja sin aliento y con ganas de
más.
—Estoy bien —proclamo finalmente, cortando el momento entre
nosotros.

Elijah sonríe, dando un paso atrás.

—Claro que lo estás.

—Te veré en casa —digo, abriendo la puerta y saliendo de su


despacho. No sé por qué, pero los nervios me sacuden un poco.
Aparte de mi euforia momentánea por embarrar de mierda la casa
de cara de verruga, hoy ha sido un día asqueroso. Solo hay dos
emociones que me permito sentir a diario: ira y lujuria. Cualquier
otra cosa me desequilibra.

Decido que tengo que volver a casa andando, me agarro a la cesta


y salgo. Sin embargo, cuando llego, Cara de perra está subiendo las
escaleras. Se detiene a mitad de camino y me sonríe como si tuviera
la superioridad.

—Oh, pero si es Caperucita Roja —me dice, decidiendo no ocultar


la zorra que es en realidad.

Resoplo, la felicidad se extiende por mis venas al ver que la ira ha


vuelto. Debería agradecérselo.

—Solo traje galletas para todos los chicos —respondo, con una
amplia sonrisa al acercarme a ella. Mis ojos recorren su abultado
escote, sin importarme que me vea.

—¿Te preguntas si algún día podrás tener unos pechos tan


bonitos como los míos? —se burla, haciendo que mis ojos se dirijan
a su cara de satisfacción. Me dan ganas de reír. Cree que estoy
mirando porque estoy celosa de ella.

Me acerco a ella y me relamo los labios.

—No, me pregunto a qué sabrán tus pezones si los chupara.


La expresión de sorpresa de la mujer me hace sentir un gran
placer. Sí, desde luego no se lo esperaba.

Frunciendo los labios, le doy un beso antes de rodearla para bajar


los escalones.

—Avísame si alguna vez quieres que eso ocurra —le digo mientras
empiezo a bajar, sabiendo todo el tiempo que debe estar
jodidamente confundida por mí.

—Aunque me gusten las mujeres —comienza a mi espalda—,


serías la última que dejaría que me tocara.

Me muerdo el labio, riéndome para mis adentros. Reto aceptado,


Cara de perra.
VEINTISIETE

PASADO

Mark Twain escribió:

—Los dos días más importantes de tu vida son el día en que naces
y el día en que descubres por qué.

Hoy ha sido el día en que he descubierto por qué.

Esto es todo. He hecho todo lo posible, lo he planeado todo al pie


de la letra, y ahora lo único que puedo hacer es mirar y esperar con
aprensión para ver si todo mi duro trabajo da sus frutos.

Es un día de pruebas en la escuela, lo que significa que no hay


clases. Es el momento perfecto para preparar todas mis trampas.
He estado trabajando durante toda la madrugada arreglando todo,
y ahora estoy lista.

Que empiecen los juegos.

La decepción me envuelve un poco cuando me doy cuenta que


Chloe no estará aquí para disfrutar de la diversión. Ella, por
desgracia, se tomó un año sabático después de la filtración de los
secretos de su diario y la posterior guerra que se desató. Papá al
rescate, sin duda. No tuvo más remedio que dejarme en paz después
que decidiera bloquearle tras unos cuantos mensajes de texto
persiguiéndome para otra "reunión".

—El día de hoy va a ser un asco aunque no haya clases —se queja
Adam mientras caminamos hacia el gimnasio para ver un partido
de baloncesto que está a punto de empezar.

—Espera, ¿me estás diciendo que no tienes ganas de ver a las


zorras de Chloe cuando hagan su actuación de baile más tarde?
Estoy bastante segura que llevan trajes de animadora. —Muevo las
cejas para darle mayor efecto.

Adam sonríe mientras tomamos asientos juntos en las gradas.

—Normalmente me gustaría, pero sabiendo lo zorras que son en


realidad, parecen igual de feas por fuera.

Sonrío de acuerdo justo cuando el director habla por el micrófono


a todos.

—Gracias a todos los que han acudido a nuestro día anual de


juegos y actividades —comienza.

—Lo dice como si tuviéramos elección en el asunto —susurra


Adam—. En serio, me siento como si tuviera diez años ahora mismo.

Me rio en respuesta mientras el director continúa:

—Otro año está a punto de terminar. Para algunos ha sido duro,


tener que trabajar más fuerte para conseguir sus notas. Para otros
que tratan la escuela como un patio de recreo... —Vacila un
momento, sonriendo—. No tanto. —Una ronda de risas resuena en
el gimnasio—. Ahora, para comenzar este fantástico día, vamos a
empezar con un partido de baloncesto jugado por nuestros chicos.
Un aplauso para el equipo.
Los aplausos resuenan mientras me inclino para hablar con
Adam:

—No puedo creer que el director haya dicho la palabra fantástico.

Adam se ríe.

—Sí, lo sé, ¿verdad?

Los chicos entran en la pista, algunos ya rascándose el pecho. Me


muerdo el labio, tratando de reprimir mi risa, pero está
burbujeando tanto que Adam se da cuenta.

—¿Qué es tan gracioso?

Me tapo la boca mientras me rio a carcajadas.

—Ya lo verás.

Mis ojos buscan a Grant, ya que es a quien más quería apuntar,


aparte de Brad, por supuesto. Me rio cuando empieza a rascarse el
interior de la pierna al mismo tiempo que se rasca el estómago. Se
detiene, pero luego su frente se vuelve hacia abajo en un ceño
molesto cuando comienza a rascarse las mismas zonas de nuevo.
Mis ojos se dirigen a cada uno de los jugadores para descubrir que
todos se están rascando de una forma u otra. El juego comienza,
pero el rascado continúa hasta que empieza a ser evidente que
todos ellos tienen un problema. El entrenador pide un tiempo
muerto y corre a la pista, se inclina hacia un apiñamiento con ellos,
para preguntar sin duda cuál es el problema. A medida que la
picazón y el rascado empeoran, las risas aumentan en el gimnasio.

—Mierda, Bryce —susurra Adam, con una enorme sonrisa en la


cara—. ¿Has hecho esto? —Asiento con la cabeza—. Dios mío, creo
que te amo aún más, si es que eso es posible.

Olvidado el espectáculo, mi cabeza se dirige a Adam, pero está


demasiado ocupado observando lo que ocurre como para darse
cuenta de mi sorpresa. ¿Ha querido decir eso como un comentario
frívolo y pasajero, o realmente quiere decir lo que dice y se le ha
escapado?

Me siento un poco nerviosa y mi alegría inicial por el comienzo de


lo que sé que va a ser un día divertido se ve alterado por su... ¿qué?
¿Confesión?

Tal vez estoy leyendo demasiado entre línea.

Decidiendo ignorar el comentario por ahora, respondo:

—Deberías ver lo que tengo planeado para más tarde.

Mientras se produce la carnicería y el gimnasio se llena de las


ensordecedoras risas y voces de los alumnos, los profesores
empiezan a revolverse como pollos sin cabeza, intentando calmar a
los chicos, cada vez más estresados por sus picazón.

Mientras los chicos son guiados rápidamente a los vestuarios, mi


sonrisa se amplía aún más. Supongo que se apresurarán a ir a las
duchas para lavarse todo el polvo que les pica dentro de la ropa.

—¡Cállense todos, por favor! —grita el director, el Sr. Shrouder.


La excitante charla tarda un poco en calmarse—. Alguien en esta
escuela obviamente pensó que sería divertido arruinar el inicio de
nuestras actividades antes que hayan comenzado. Que se sepa
ahora que no toleramos tal comportamiento en esta escuela. Espero
que la persona responsable me vea en mi oficina al final del día. Si
no, habrá consecuencias.

Pongo los ojos en blanco ante su voz severa que jura hacer pagar
a esa persona. Durante muchos años, se han metido conmigo, me
han acosado y han abusado de mí, pero todos los profesores han
decidido hacer la vista gorda.

Que se joda. Que se jodan todos.

Nos dicen que esperemos en el gimnasio hasta que se les ocurra


algo, entonces el murmullo continúa.
—¿Estás nerviosa? —Adam me pregunta, con una mirada de
preocupación en sus ojos.

—¿Por qué? —Me giro hacia él, esperando su respuesta.

—Que lo descubran. ¿Y si descubren que eres tú?

Me encojo de hombros.

—No lo harán, Adam. Pero incluso si lo hicieran, en este


momento, me importa una mierda.

—Solo te quedan unos meses de colegio, luego no tendrás que


volver a preocuparte por esta gente.

Mis labios se tuercen en una sonrisa de satisfacción.

—Sí, pero tendré tantos buenos recuerdos de este día para


llevarme. —Por no hablar de los otros que he tenido hasta ahora.

—Solo estoy preocupado por ti.

Adam, en serio, no tiene ni idea.

—No lo estés. Puedo cuidar totalmente de mí misma. No soy la


chica tímida que solía ser.

La frente de Adam se frunce mientras me estudia.

—No, desde luego que no lo eres.

Esperamos unos cinco minutos más antes que nos lleven al


pasillo de la escuela y al exterior, donde podemos ver el partido de
voleibol de las chicas. La mayoría de las chicas del equipo son
buenas, así que decidí no gastarles una broma a todas por el bien
de unos pocos huevos podridos.

Y entonces empieza la diversión de verdad. Todos los chicos salen


del vestuario. Aparecen todos los deportistas que alguna vez se han
metido conmigo, me han insultado o me han puesto la zancadilla
en los pasillos, cada uno con diferentes colores en la cara y en el
pelo. Brad es de un verde brillante, Grant de un rosa ruborizado,
David de un encantador naranja, y Tony de un amarillo brillante.

Toda la escuela estalla en risas mientras caminan uno a uno, con


expresiones oscuras y avergonzadas. El Sr. Shrouder camina detrás
de todos los chicos, con la cabeza temblando de frustración. Una
vez más, se dirige a todos, y de nuevo el Sr. Shrouder dice la misma
tontería que el responsable sentirá todo el peso de la escuela, blah,
blah, blah.

El día acaba por calmarse, y yo también, ya que no puedo hacer


nada demasiado pronto. Sin embargo, cuando llega la hora de la
venta de pasteles en la que un montón de gente ha horneado
galletas, magdalenas y cosas así -incluyendo el lote de magdalenas
que disfruté haciendo ayer-. Algunas están buenas, pero otras
llevan un ingrediente especial que solo está reservado para los VIP
de la escuela.

La logística es un poco complicada, pero conociendo lo idiotas


que son los deportistas de esta escuela, ni siquiera se darán cuenta.
Me pongo al lado de Becca, una alumna de un curso inferior al mío
y una chica correcta. Un poco cabeza hueca, pero por lo demás
inofensiva. Mientras ella está ocupada flirteando con un chico de
mi curso, saco las deliciosas magdalenas de vainilla que hice con
tanto amor y las coloco sobre la mesa.

—Oh, esas se ven deliciosas. —Una de las chicas de primer año


señala mis pasteles especiales—. ¿Puedo comprar una de esas?

Niego con la cabeza.

—Oh, no están a la venta —explico—. Se pusieron en exhibición


accidentalmente. Lo siento. Pero puedes elegir otro artículo.

La estudiante de primer año mira a los demás con una mezcla de


decepción e irritación.
—Eh, no, gracias.

Cuando pasa, le saco la lengua haciéndome la bizca. Un poco


infantil, lo sé, pero así es todo el día para mí hoy. De vez en cuando
me permito un capricho de delincuencia.

—¿Qué es lo que tienes ahí, friki? —Grant se ríe, mientras mira


mi escote antes de volver a mirar mis magdalenas.

Se las quito.

—Oh, estas no son para ti, meñique. —Sonrío ante su pelo y su


cara rosados—. Están reservadas para gente especial.

Parece realmente indignado.

—Pero yo soy especial.

—¿Qué pasa? —Tony pregunta, apareciendo al lado de Grant, su


ser amarillo brillante casi cegando mis ojos.

—La zorra friki de aquí no quiere darnos una de sus magdalenas.

Los labios de Tony se vuelven hacia abajo en un ceño enojado.

—¿Por qué mierda no?

Las mantengo a mi lado y respondo:

—Porque no te mereces mis magdalenas, por eso.

Completamente quejumbroso, pero también completamente


deliberado. ¿Qué es lo que dicen? La psicología inversa siempre
suele funcionar.

Mi cuerpo se relaja ligeramente, un movimiento intencionado. Es


uno que permite a Grant arrebatarme el plato antes de meterse una
en la boca.

—¡Eh, hijo de puta! Devuélvemelas.


Tony le arrebata una de las magdalenas, metiéndosela también
en la boca.

—Están bastante buenas para ser de una puta. —La mastica


antes de darle un codazo a Grant—. Me pregunto si sus mamadas
son tan buenas como su repostería.

Grant sonríe, mirando con desprecio mi boca.

—Con unos labios así, apuesto a que podría chupar una piruleta
directamente de su palo.

—¡Vete a la mierda! —gruño, haciendo que devuelvan un "Ooooo".

—¿Tu padrastro besa esa boca tuya? —Grant pregunta, con una
mueca amenazante.

Pensé que Brad había controlado a estos imbéciles. Supongo que


como ahora no está, las últimas semanas de no poder burlarse de
mí les están saliendo a borbotones.

—Creo que besa algo más de ella —bromea Tony, haciendo que
se choquen los cinco mientras se ríen.

—¿Es eso cierto, puta? —Grant continúa—: ¿Besa tu padrastro


ese coñito rosado que tienes?

Entrecerrando los ojos, me inclino sobre la mesa para que pueda


ver bien mi escote. Como los pervertidos que son, se inclinan
también.

—Todas las putas noches. Es tan bueno que mis orgasmos me


hacen desmayar. Apuesto a que no puedes hacer que una chica se
desmaye con un orgasmo, ¿verdad, hijo de puta? Apuesto a que no
puedes hacer que una chica tenga un orgasmo. —Está a punto de
replicar cuando digo—: ¿Cómo le va a Sarah estos días? ¿Ya está
brillando con el engendro de Satanás creciendo dentro de ella? —
Su cara cae, lo que me hace reír—. Ya no eres tan engreído, ¿verdad,
Grant?
Se burla, inclinándose hacia delante.

—¿Por qué no te vas y te mueres, zorra?

Colocando mi mano sobre mi boca, finjo un bostezo.

—Qué original eres. ¿De verdad no se te ocurre nada mejor?

Está a punto de abrir la boca cuando la señora Harris, una de las


profesoras de inglés, se acerca a la mesa, fijándose inmediatamente
en Grant con el plato de magdalenas en la mano.

—¿Hay algún problema aquí?

Sonrío hacia Grant y Tony.

—No, ya se estaban yendo. ¿Verdad, chicos?

Un lado de los labios de Grant se curva.

—Sí, lo estamos.

Se giran para moverse, pero la señora Harris los detiene.

—Err, ¿han pagado esas magdalenas? —Señala las cinco que aún
están en el plato.

Grant me mira, retándome a decir algo, pero yo me limito a


sonreír, cruzando los brazos delante de mí.

Rebuscando en su bolsillo, saca un billete de diez dólares y lo


arroja sobre la mesa.

—Siempre dispuesto a dar a la caridad —se burla, alejándose.


Observo cómo se une a David, disfrutando mucho al ver cómo se
come una también.

—¿Estás bien, querida? —pregunta la señora Harris, con una


arruga incómoda en el entrecejo.
Sonrío como siempre lo hago cuando un profesor me hace las
mismas malditas preguntas cada vez que uno de estos imbéciles
tiene la oportunidad de intimidarme.

—Estoy bien, señora Harris. Siempre estoy bien.

Mi sonrisa no llega a mis ojos cuando la miro. Ella traga, toda


nerviosa, y luego se escabulle con el rabo entre las piernas.

—Malditos imbéciles —murmuro en voz baja. No hay espina


dorsal. Ni un solo profesor aquí. Es una vergüenza.

Decidiendo no enfadarme, vuelvo a centrar mi atención en los


hijos de puta y chillo por dentro cuando más deportistas toman una
magdalena, todo ello mientras me la muestran, burlándose de mí
como si todo fuera una gran broma.

Bueno, muy pronto la broma va a ser para ellos.

Cuando termina la venta de pasteles, nos llevan al teatro para ver


al escuadrón de zorras realizar una rutina de baile que
supuestamente han estado ensayando durante meses. De nuevo,
me encuentro con Adam, y de nuevo, nos sentamos para soportar
el espectáculo.

—No creo que pueda caminar —se queja Adam, palmeándose la


barriga.

Sonrío y miro por encima del hombro mientras los deportistas


toman asiento. Ya están un poco pálidos. Sonriendo tanto que me
empiezan a doler las mejillas, vuelvo a dirigir mi atención a Adam.

—Bueno, te has comido uno de casi todo lo que se vende, ¿no?

Refunfuña.

—Pero estaba tan rico.


Las luces parpadean y todas las voces se callan. El Sr. Shrouder
vuelve a subir al escenario para presentar a las chicas que harán la
actuación. Una por una, las perras salen: Sarah, Isabel, Michelle,
Tracy y las demás, cada una tan mala como la zorra de al lado.
Todas están vestidas con sus uniformes de animadoras, mostrando
una parte de sus barrigas y con el pelo recogido en altas coletas.
Los chicos del público silban, lo que provoca la risa de las imbéciles
del escenario. No puedo evitar poner los ojos en blanco. Se creen
tan adoradas por esta escuela que da asco.

Solo dura unos cinco minutos, pero justo al final, cuando hacen
sus últimas volteretas, antes que aparezcan las manos de jazz,
sucede. El acorde se tira para que llueva purpurina sobre sus
cabezas como las estrellas brillantes que son. Pero en lugar de
purpurina, es pintura roja. Los inevitables gritos de las chicas
resuenan en la sala del teatro justo cuando los chicos que están
detrás de nosotros se levantan de sus asientos, agarrándose el
estómago mientras corren hacia la salida.

Las risas y las voces estallan a mi alrededor, todos se preguntan


qué está pasando y quién podría estar detrás de todo esto.

—Bryce.

Mi cabeza se dirige a Adam, con una mirada interrogativa en su


rostro. Simplemente inclino un hombro hacia arriba.

—Puede que haya tenido algo que ver con esto —respondo toda
inocente.

Está a punto de responder, pero las chicas del escenario


empiezan a gritar, algunas incluso lloran mientras las sacan
rápidamente del escenario. Me rio. No puedo evitarlo. Muchos otros
también se ríen, así que ¿por qué no?

No pasa nada durante unos buenos minutos, y entonces el Sr.


Shrouder aparece en el escenario, con el micrófono en la mano y la
cabeza gacha, decepcionado. El público, naturalmente, se calla sin
que se los digan, todos ellos ansiosos por escuchar lo que tiene que
decir.

Lentamente, se lleva el micrófono a la boca:

—En todos mis treinta y dos años de docencia, nunca me he


encontrado con semejantes actos de comportamiento revoltoso, vil
y desobediente. Quienquiera que esté detrás de esto debería
agachar la cabeza de vergüenza por estropear lo que debería haber
sido un día memorable. —Me rio del uso de sus palabras.
Definitivamente será memorable para mí—. Un grupo de chicos está
ahora mismo enfermo en el baño mientras las adorables chicas que
se esforzaron tanto en hacer una brillante actuación de baile no solo
tienen pintura roja por todas partes, sino que no tendrán más
remedio que irse a casa y perderse el resto del día, todo porque un
imprudente les ha robado toda la ropa.

Sí, y las ha tirado a la basura, donde deben estar.

Se aclara la garganta mientras observa a la multitud, con rostro


severo.

—Los culpables serán encontrados y llevados ante la justicia. De


eso no hay duda. Si este grupo de personas viene a verme al final
del día, puede que decida no involucrar a la policía. Están avisados.
—A continuación, vuelve a escudriñar toda la sala—. Ahora,
teniendo en cuenta que el escenario está arruinado para el resto de
los actos, no tendré más remedio que despedirlos antes de tiempo.
Sin embargo, permaneceré en el campus hasta las cuatro de hoy.
Espero algunas visitas antes de eso. —Sus ojos vuelven a recorrer
la sala—. Pueden irse.

Todos se levantan de sus asientos, las voces aumentan con cada


segundo que pasa. Observo la animación de sus caras, los chismes
que sin duda se llevarán a casa para contárselos a sus familias.
Todos se deleitan con ello. A todos les encanta, joder.
—¿En serio has hecho todo esto hoy? —Me muerdo el labio,
asintiendo con la cabeza. Adam sacude la suya a su vez, con una
risa que se le escapa—. No sé si eres increíble o estás loca.

—Quizá un poco de las dos cosas. —Le guiño un ojo, haciendo


que vuelva a reírse.

—Siempre que tengas cuidado.

Le pongo la mano en el hombro mientras entramos en el pasillo.

—No te preocupes. Siempre tengo cuidado.

—Tengo que ir a coger mi bolsa de la taquilla. ¿Nos vemos en la


puerta en un rato? Puedo acompañarte a casa.

Asiento con la cabeza y me tomo mi tiempo, paseando hasta mi


taquilla. Muchos ya se han marchado, pero todavía hay algunas
personas que andan por ahí cogiendo sus cosas.

Llego al final del pasillo hasta mi taquilla y saco mi bolsa. Cierro,


y mientras vuelvo hacia la salida, Grant, David y Brad salen del
baño, gimiendo mientras se agarran el estómago. Grant levanta la
vista y sus ojos se posan en los míos. El impulso de guiñarle un ojo
es tan grande que lo hago sin pensarlo.

Se da cuenta y se precipita hacia delante.

—¡Maldita zorra! Tú nos has hecho esto, ¿verdad?

Por suerte, Brad y David lo retienen antes que me haga algún


daño. Doy un paso adelante, con un lenguaje corporal tranquilo y
sereno.

Le chasqueo la lengua.

—Solo lo que se merecen, hijos de puta.

—¿Tú hiciste esto? —Brad pregunta, su boca en forma de O, su


cara llena de decepción. Solo sirve para enfurecerme más.
—Sí, ¿y qué mierda? Se veía venir desde hace tiempo.

—¡Maldita perra! —Grant grita mientras me enseña los


dientes—. Voy a hacerte pagar por esto. Lo que has hecho es una
agresión.

Sonrío, dando un paso adelante para susurrarle algo al oído:

—Hazlo y le diré a tu precioso padre que te has estado tirando a


su nueva mujer durante los últimos cuatro meses. —Sus ojos se
abren de par en par con la incredulidad que lo sepa—. Oh, sí. Lo sé
todo. Y tengo pruebas. —Doy un paso atrás, hablando más alto esta
vez—: Tengo mierda sobre todos ustedes. ¿En serio quieres
ponerme a prueba? —Los hombros de Grant caen, y David dirige
sus ojos a Tony antes de volver a posarse en mí. Le hago un guiño
travieso—. Yo también lo sé. —Los ojos de David se abren de par en
par, así que me inclino hacia delante para susurrarle también—:
También hay que admitir que es un espectáculo jodidamente
caliente. Tuve que volver a casa y juguetear con mi judía mágica
después.

Nadie lo sabe, pero David y Tony llevan meses chupándosela


mutuamente. Siguen saliendo con chicas, lo que es jodidamente
ridículo teniendo en cuenta que parecen estar realmente
enamorados el uno del otro. El porqué lo ocultan es una incógnita.

—No te acerques a nosotros —me exige Brad, lo que me hace


mirarlo con desprecio.

—Con mucho gusto —respondo—. Ahora, si no te importa, tengo


lugares más importantes en los que estar.

Los chicos han vuelto a poner sus miradas de odio, pero no duran
mucho. Antes que pueda alejarme, se dan la vuelta y corren de
nuevo al baño de hombres. Observo hasta que la puerta se cierra
tras ellos, soltando una enorme carcajada. Sin embargo, cuando me
doy la vuelta, mi sonrisa cae al instante. De pie, a tres metros de
distancia, con el ceño intensamente fruncido, está el señor
Shrouder.

—Creo que tienes que venir conmigo, jovencita.


VEINTIOCHO

PRESENTE

Pasan dos días, y no solo estoy aburridísima, sino que también


me siento frustrada por la cantidad de tiempo que me está llevando
elaborar mi plan. Elijah ha trabajado hasta tarde las dos últimas
noches, así que no he podido seguir con mi plan.

Pensaba que hoy iba a ser como cualquier otro día hasta que
recibo una llamada de un abogado llamado Andrew Chester
pidiéndome que vaya a verlo. Al parecer, tiene algo que ver con
Frank. Elijah estaba aquí cuando llamó, e insistió en venir conmigo,
como el imbécil controlador que es.

—No veo por qué tenías que venir a esto.

Estamos sentados en la zona de recepción, esperando para ver a


ese abogado que llamó, su ocupada secretaria está concertando
citas y respondiendo a las llamadas por él en su escritorio cercano.

—Es un abogado. Solo quiero asegurarme qué lo que te dé sea


legítimo.

Pongo los ojos en blanco.

—En serio, esa es la excusa más floja que he oído nunca.


Elijah se inclina hacia delante, con los ojos oscurecidos, y sus iris
ardiendo.

—Dime entonces por qué crees que estoy aquí.

Mi boca se abre, la electricidad entre nosotros zumba. Incluso


cuando estoy frustrada con él, soy incapaz de ocultar mi deseo
porque me toque.

—Porque si Frank decidió ponerme a cargo de cualquier cosa


relacionada con sus propiedades y pertenencias, querrás
asegurarte que eres tú quien realmente está a cargo.

Me mira con cara de circunstancias, arrastrando los pies por el


suelo. Sabe que tengo razón.

—Eso es malditamente ridículo.

—¿Lo es? —desafío, enarcando la ceja. Durante los últimos dos


años, Elijah me ha estado controlando en todos los sentidos de la
palabra. Estoy segura que esto no es diferente a cualquier otra
circunstancia. Lo que él no sabe es que siempre he dejado que me
controle. Pero solo porque quiero dejarlo... por ahora.

—Señorita Turner —llama una voz masculina, haciendo que


nuestras cabezas se giren hacia él.

De pie en la puerta, Andrew Chester nos saluda, con sus ojos de


un azul deslumbrante y su pelo rubio claro. Me recuerda un poco a
Chesney, lo que hace preguntarme si son parientes.

Tanto Elijah como yo nos ponemos de pie, y luego cierro la


distancia, estrechando la mano del señor Chester.

—Encantada de conocerlo —lo saludo.

Estrecha la mano de Elijah y, una vez terminados los saludos,


nos indica que pasemos a su despacho y nos sentemos. Lo
hacemos, esperando que él haga lo mismo.
—Como saben, Frank Horton murió hace unos días. —Nos ofrece
una sonrisa comprensiva antes de continuar—. Hace unos dos
meses, Frank vino a verme para actualizar su testamento. Sabía
que el tiempo se agotaba y, aunque había escrito un testamento
inicial hace muchos años, decidió cambiar algunas cosas. —Asiento
con la cabeza, instándole a continuar mientras Elijah permanece
en silencio, escuchando cada palabra del abogado.

—Ahora, como probablemente ya sepas, Frank vivió una vida


muy modesta, por lo que pudo ahorrar un poco. Quiere ser
enterrado junto a su esposa, su funeral ya fue organizado y pagado
hace semanas. Aquí están los detalles por si quieres asistir. —
Presionando su dedo sobre un papel, lo desliza hacia delante hasta
tenerlo delante de mí. El funeral es mañana, en una iglesia local
cercana—. El Sr. Horton —continúa Andrew—, pidió que todas sus
pertenencias fueran para ti para que hicieras lo que quisieras. —
Jadeando, pongo mi mano en el pecho. Andrew lo nota y sonríe—.
Deduzco que no esperabas eso.

Sacudo la cabeza de lado a lado.

—Ni en un millón de años. Solo pensé que te habría dado


instrucciones para que yo las llevara a cabo... o algo así. Desde
luego, no esto.

Mira un trozo de papel caro, grueso y ligeramente amarillento.

—También quiere que tengas los casi cincuenta mil dólares de su


cuenta bancaria.

—¡¿Qué?! —grito, casi ahogándome con mi propia saliva.

—Te ha dejado una carta, pidiendo que la leas cuando llegues a


casa.

Está hablando, pero las palabras no tienen mucho sentido.

Frank, ¿qué has hecho? No me merezco nada de esto.


La tristeza me envuelve, mis pensamientos en todas partes.
Incluso olvido que Elijah está conmigo hasta que pone su mano
sobre la mía, ofreciéndome algo de consuelo.

—Me doy cuenta que esto es mucho para asimilar —reconoce


Andrew, colocando un sobre escrito a mano delante de mí—. Vete a
casa, tómate tu tiempo y luego llámame cuando estés preparada
para darme instrucciones sobre dónde enviar el dinero. —Coloca
otro sobre delante de mí junto con un juego de llaves—. Esta es la
escritura y las llaves de la propiedad, la escritura ya está a tu
nombre. Creo que el señor Horton ha anotado todo lo demás que
necesitarás saber.

Elijah toma la escritura, las llaves y la carta de la mesa,


levantándose de su asiento.

—Gracias, señor Chester.

Me levanto también, estrechando su mano, intercambiando de


nuevo las mismas galanterías antes de irnos. Todavía no puedo
procesar todo lo que acaba de suceder. Solo cuando estamos en el
auto de Elijah, su voz me saca de dudas:

—Bueno, eso fue totalmente inesperado.

Vuelvo la cabeza hacia él, midiendo su reacción. Parece un poco...


nervioso. Agarro los documentos que Elijah ha recogido y que ha
colocado delante de él en el tablero, los pongo sobre mi regazo y lo
miro fijamente.

—Creo que esto me pertenece. —Mi sonrisa sacarina le saluda


mientras arranca el auto.

—¿Qué vas a hacer con todo esto? —me pregunta, sus ojos
parpadean entre la carretera y yo—. Tener una casa es mucha
responsabilidad para alguien tan joven como tú.

—Creo que puedo manejarlo.


Un músculo salta en su mejilla ante mi indiferencia. Si Elijah se
saliera con la suya, le cedería todo, de esa manera él sigue siendo
el que tiene todo el poder. Siempre dependería de él. En cierto modo,
me encanta que sea tan posesivo conmigo en secreto, pero también,
me emociona esta noticia, aunque haya nacido de algo tan trágico.

De vuelta a la casa, le molesto aún más cuando decido llevar la


carta de Frank al jardín para leerla. Hace un día precioso, así que
¿por qué no? Sentada en una silla de la terraza, tomo un té helado
y abro la carta.

Capullo de rosa,

Si estás leyendo esto, entonces debo estar muerto. Aunque ambos


sabíamos que iba a suceder, al menos quería verte salir de casa y
hacer algo por ti misma primero. Me recuerdas a un pájaro atrapado
al que le han cortado las alas, y por eso decidí tomar las decisiones
que tomé. Debes tener muchas preguntas, así que te las responderé.

No espero que vivas en mi casa. De hecho, preferiría que dejaras


esta ciudad y empezaras una nueva vida en un lugar mejor, un lugar
que te merezca. Un lugar donde puedas prosperar y convertirte en la
hermosa mujer que sé que puedes ser. Todo lo que pido es que utilices
parte del dinero que te estoy dando para retocar un poco la casa
antes de venderla. Mi petición es que vaya a una familia amorosa.
Una que crezca en esa casa durante muchos años como lo hice yo.
Dile a cara de pato y cara de verruga que se pueden ir a la mierda.
La casa no es una vaca lechera que puedan usar para hacer dinero
rápido. Mi esposa y yo pasamos muchos años felices en esa casa.
Ahora es el momento que alguien más comience sus recuerdos ahí
también.

Eres inteligente y hermosa, capullo de rosa, una entre un millón.


No sé si mi dinero te dará la felicidad, pero ciertamente es un
comienzo.
Ve a buscar tus alas.

Todo mi amor,

Frank

P.D. Le diré a Grace que le mandas saludos.

Me rio de la última frase referida a su esposa mientras me limpio


una única lágrima que cae.

—Frank —susurro, sacudiendo la cabeza. Siempre pensó que en


esta casa se abusaba de mí. Al principio, sí, pero cualquier abuso
en adelante era deseado. Algo que llegué a desear.

La culpa me eriza la piel cuando pienso en el hecho que me está


ofreciendo toda su riqueza bajo falsos pretextos. No me merezco
nada de esto y, sin embargo, debe haber visto algo en mí. Tal vez
vio algo de lo que no soy plenamente consciente. Soy una asesina,
una violadora, una malvada intrigante y una zorra orgullosa. Donde
Frank se ha ido, no aceptarán a alguien como yo en su entorno, y
he llegado a estar en paz con eso con el tiempo. Cuanto más me
sumergía en la madriguera, más profundo quería ir. Toda la riqueza
del mundo no cambiará eso ni nada de mí. Todavía voy a conseguir
lo que quiero. Todavía voy a sumergirme más profundamente.

—¿Dijo lo que quería que hicieras con la casa? —Elijah se sienta


en la silla junto a mí, con un brillo expectante en los ojos.

Respiro profundamente.

—Quiere que la arregle y luego la venda a una familia amorosa.

—¿Así que no espera que vivas en ella?

Sacudo la cabeza.
—Todo lo contrario. Quiere que encuentre mis alas y me vaya de
esta ciudad.

Elijah frunce los labios ante esto.

—Eso es algo que tenemos que discutir... para futuras


referencias.

Sonrío, sabiendo exactamente lo que quiere decir con eso.


Siempre he creído que Elijah no querría dejarme ir tanto como yo
no quiero que me deje ir. A veces los hombres como Elijah necesitan
un pequeño... empujón en la dirección correcta. Estoy segura que
lo conseguiremos pronto. Muy pronto, de hecho. Con suerte, toda
mi paciencia y esperar por mi tiempo dará sus frutos pronto. Solo
necesito aguantar un poco más.

—¿Quieres que pida una pizza o algo?

Es la forma que tiene Elijah de decir que la discusión ha


terminado. Niego con la cabeza.

—¿Qué tal si cocino tu comida favorita? —Su favorita son las


jugosas costillas con salsa barbacoa con las que siempre tiene un
orgasmo.

—¿También maíz en la mazorca? —pregunta, con los ojos


iluminados.

—Sí, también maíz.

Me dirijo a la cocina para ponerme a trabajar en la comida. Para


lo que tengo planeado más tarde, sin duda necesitaré mis fuerzas.

Una vez terminada la cena, limpiada la vajilla y con el coño


palpitando, le sirvo a Elijah una copa. La cabeza me zumba, mi
adrenalina se dispara mientras espero -con bastante impaciencia-
que Elijah se duerma. Me muevo inquieta, retorciéndome las manos
mientras nos sentamos frente al televisor y vemos cómo un
depredador va matando a sus víctimas una a una en un bosque. Se
parece mucho a algo que yo haría pero con más... delicadeza.

Cuando sus ojos empiezan a caer, mi corazón se acelera. Intenta


desesperadamente mantener los ojos abiertos, pero al final ocurre
lo inevitable. Una vez que se han cerrado del todo, me siento a
esperar un minuto más hasta estar cien por cien segura que está
dormido.

—¿Elijah? —lo llamo, clavándole un dedo en el brazo. Ni siquiera


se inmuta.

Mordiéndome la lengua con renovada energía, salto del sofá,


cogiendo mi bolsa de trucos antes de salir a pie en pantalones de
deporte negros y sudadera con capucha. Corro, haciendo lo que
suele ser un paseo de treinta minutos en veinte antes de
arrastrarme hasta la parte trasera de la casa de Cara de perra. En
su puerta trasera, miro a mi alrededor para asegurarme que no hay
cámaras antes de agacharme para forzar la cerradura. Todas las
luces están apagadas, y teniendo en cuenta que es más de
medianoche durante la semana, supongo que todo el mundo está
en la cama.

Una vez forzada la cerradura, paso por ella vacilante, esperando


un momento por si acaso oigo una alarma. Por suerte, no hay nada.
Como la mayoría de los delitos importantes ocurren en las zonas
más pobres de la ciudad, supongo que todo el mundo por aquí se
siente seguro, asumiendo que los asquerosos como yo no van a
entrar en sus casas.

Malditos idiotas.

Con la puerta suavemente cerrada detrás de mí, me quito los


zapatos y subo las escaleras muy lentamente en busca del
dormitorio de cara de perra. Tras probar en una habitación, empujo
la segunda puerta para encontrarla completamente desnuda en su
cama, con las sábanas apartadas a su lado. La habitación está lo
suficientemente iluminada como para que pueda verla, que es
exactamente lo que quiero.

Entro y merodeo alrededor de la cama, recorriendo con la mirada


la melena rubia extendida contra la almohada hasta sus pechos
extra grandes, que sobresalen hacia el techo pero también caen
ligeramente hacia los lados. Sus grandes pezones, que aún no están
erectos, son de color rosa oscuro, con pequeñas aréolas marrones
que envuelven sus perfectas piedrecitas. Gime suavemente, su
respiración es superficial mientras duerme. Se lame los labios y
separa las piernas para mostrarme su coño desnudo. Inspecciono
la zona y veo que se ha depilado el bikini recientemente. No se ve ni
un solo pelo.

Su coño brilla ligeramente por la humedad y su clítoris está


oculto... por ahora.

Siempre he admirado la forma femenina, pero nunca había visto


una de cerca en carne y hueso, completamente desnuda y
completamente sumisa a mí.

De pie, en la cabecera de la cama, mi mano sale, acaricia su


pecho izquierdo y me maravillo cuando su pezón se eriza contra mi
tacto. Entre el dedo y el pulgar, lo pellizco ligeramente, y su suave
gemido está cubierto de necesidad. Mientras continúo acariciando
su pecho, su pierna se levanta y luego cae a un lado para abrirse
más, como si fuera una invitación, y su espalda se arquea como si
buscara más.

—Elijah —gime, obviamente soñando con él. La perra tonta está


desesperada por un hombre que no le dejaré tener. Nunca. Él es
mío.

Todo mío.

Y esta es la noche en la que ella aprenderá esto.


Con la otra mano en la grabadora de voz, pulso PLAY, dejando
que la suave voz de Elijah llene el aire:

—¿Te gusta eso?

Sus ojos se abren de golpe y contempla mi forma oscura, con la


cabeza completamente cubierta por la capucha.

—¿Elijah? —jadea, con los ojos desorbitados por el miedo y la


inquietud.

—Sí —reproduce el sonido de su voz, habiendo anticipado que


ella preguntaría esto.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta ella adormilada.

De nuevo, como estaba previsto, le doy al play para que pueda


oírle decir que la desea.

Sin que Elijah lo sepa, he estado grabando nuestros momentos


juntos y he recopilado meticulosamente las cosas que ha dicho para
utilizarlas esta noche.

Una sonrisa vuelve a dibujar sus labios mientras su mano se


lanza a tocarme. Doy un paso atrás, reproduciendo la siguiente
parte:

—Acuéstate, con las manos sobre la cabeza, y cierra los ojos.


Tengo una sorpresa para ti.

Su boca se separa, sin duda incapaz de comprender que él está


aquí, así que toco la siguiente parte.

—Eres mi fantasía. Esta es mi fantasía. Manos sobre tu cabeza.


Ojos cerrados.

Me costó un poco unir esas partes, pero funciona. Se tumba, con


una amplia sonrisa.
—Vaya, Elijah. No sabes cuánto tiempo he soñado con este
momento.

—Quiero tocar tu cuerpo. Es malditamente perfecto.

Cara de perra gime antes de colocar diligentemente las manos


sobre su cabeza, cerrando los ojos. Tan rápido como puedo, hundo
la mano en mi bolso y saco una cuerda y una vieja corbata que
Elijah nunca usa. Aseguro la corbata sobre sus ojos, y ella se lame
los labios con dulce anticipación mientras le ato las muñecas a la
cama.

—Perfecto —dice la voz de Elijah, con un tono de deseo


inconfundible—. Voy a hacer que te corras tan fuerte, nena —
susurra su voz, haciendo que ella se retuerza de necesidad. Vuelvo
a pasar una mano por su pezón, y otro suave gemido sale de sus
labios.

Con los dos juegos de cuerdas, juego un poco con sus pezones,
rozándolos una y otra vez sobre sus tiesos nudos.

—Joder, Elijah, qué bien se siente eso. Quiero tu polla dentro de


mí. Fóllame fuerte como sabes que quiero.

Levantando las cejas ante sus palabras, dejo de burlarme de ella


con la cuerda y la utilizo para atar firmemente cada mano a su
cama. Me pongo a horcajadas sobre su cintura, y sus caderas salen
a mi encuentro. Es una mujercita muy ansiosa.

Me tomo mi tiempo y acaricio más sus pechos, con la necesidad


de sacar la lengua y lamerlos.

—Me estás volviendo loca —gime, y un gruñido descarado sale de


sus labios.

Supongo que le dije que quería probar sus pezones, así que ¿por
qué no? Desde luego, no se lo va a decir a nadie.
Me inclino y paso la lengua por su pezón, aplastándolo con la
lengua y observando cómo se endurece antes de volver a chupar el
sólido bulto. Ella gime y vuelve a levantar las caderas, buscando su
liberación. Le encanta lo que le estoy haciendo, y a mí también me
encanta. Lo que hace esto aún más divertido es que no tiene ni idea
que soy yo quien la está volviendo loca.

—Por favor —me suplica mientras sigo tomándome mi tiempo con


sus pechos. Son realmente fenomenales. Lo reconozco—. Necesito
tanto correrme, amor.

Verla retorcerse así por mí me hace querer correrme también, así


que supongo que ambas tenemos un problema.

Cara de perra levanta sus caderas de nuevo, buscándome. Estoy


tentada de darle lo que quiere, pero incluso yo sé que eso es ir
demasiado lejos. Elijah me mataría si supiera que estoy chupando
los pezones de la fiscal como si fueran mi marca favorita de
piruletas.

Todavía con su pezón en la boca, muevo la mano hacia arriba,


desenganchando la corbata que rodea sus ojos. Debido a la capucha
que me cubre, no puedo verla, pero ella tampoco puede verme a mí.

—Oh, joder, qué bien se siente. Por favor, Elijah. Necesito tanto
correrme.

Intrigada por saber lo mojada que está realmente, deslizo mi


mano entre sus piernas, cubriendo mis dedos con su humedad.

Está jodidamente empapada.

—¡Santo cielo! —grita mientras mi dedo rodea su clítoris


erecto—. ¡Me voy a correr!

¿En serio?
Me dan ganas de reírme, pero ni siquiera tengo tiempo de pensar
en eso cuando su cuerpo se pone rígido y se estremece, con la piel
de gallina acribillando todo su cuerpo mientras grita su liberación.

En ese momento, levanto la vista y sus ojos se encuentran con


los míos mientras me quito la capucha. Sonrío alegremente ante su
expresión de sorpresa. Aunque sus ojos abiertos me dicen que está
completamente asombrada, sigue aguantando su orgasmo.

—¿Qué te parece eso, Cara de perra? —me burlo antes de agarrar


la almohada que está a su lado y colocarla sobre su cabeza—. Esas
voces que oíste de Elijah —le digo mientras ella se agita
desesperadamente debajo de mí—. Eran de él hablándome así. ¿Y
quieres saber por qué? —Ella sigue retorciéndose y sacudiéndose
para salvar su vida, pero yo la mantengo firmemente sujeta—.
Porque le encanta follarme a mí y solo a mí. Nunca se atrevería a
tocar a una perra como tú.

Al quedarme sin aliento por haberla sujetado, dejo de hablar para


concentrarme en la tarea que tengo entre manos. Tras unos
segundos más de sacudidas de su cuerpo, se detiene por completo,
su cuerpo se relaja, y su vida desaparece.

Respirando profundamente, le quito la almohada de la cabeza y


sus ojos muertos se encuentran con los míos.

—Bueno, eso fue ciertamente inesperado —le digo a su cuerpo


sin vida—. Pero supongo que te merecías un último orgasmo antes
de morir, así que te lo concederé. —Tiro la pierna y me deslizo fuera
de la cama—. Sin embargo, Elijah se enfadaría mucho conmigo. —
Hago una pausa—. ¿Crees que es un engaño si hago que alguien se
corra en lugar que alguien me haga correr a mí? —Miro su cara
como si fuera a responderme, riendo cuando me doy cuenta que en
realidad estoy hablando conmigo misma. Sigo reflexionando
mientras le desato las muñecas de la cama y la limpio con toallitas
desinfectantes.
Me tomo mi tiempo para limpiar todo lo que puedo, borrando
cualquier evidencia que he estado aquí antes de bajar sigilosamente
las escaleras y salir por la puerta trasera.

Corro lentamente hasta la ferretería de Justin, usando mi juego


de llaves para entrar. Me quito todo lo que he usado esta noche
junto con lo que llevo puesto y lo meto todo en el barril de la
hoguera. Me siento con mis nuevos pantalones de chándal y mi
sudadera con capucha, fumando uno de los cigarrillos de Justin
mientras observo cómo todo se quema, convirtiéndose finalmente
en cenizas. Luego me voy, trotando todo el camino a casa donde me
permito volver a entrar en silencio, por si acaso Elijah está
despierto. Con la cantidad de sedantes que tiene en su organismo,
debería estar fuera al menos otras tres o cuatro horas.

Dejo el bolso en mi lugar habitual y entro de puntillas en el salón,


liberando finalmente mi aliento cuando veo a Elijah exactamente
donde lo dejé, frente al televisor, fuera de combate. La película
Inside Man aparece en la pantalla, así que cojo el mando a distancia
y lo apago.

Mis ojos vuelven a mirar a Elijah, con la cabeza hacia un lado


mientras duerme plácidamente. Todavía estoy llena de adrenalina
después de mi encuentro, así que estoy desesperada por alguna
forma de liberación.

Maldita sea, nunca me había dado cuenta que matar a la gente


podía ponerme tan... bueno, cachonda.

Me relamo los labios, me bajo los pantalones y me pongo a


horcajadas sobre su pierna desnuda, colocando mi clítoris contra
su cálida piel. Una vez situada, cabalgo con fuerza sobre su pierna
hasta que me corro, cayendo encima de él.

Ni siquiera se mueve.
Me subo los pantalones de deporte y me acuesto junto a Elijah,
apoyando la cabeza en su cuello, donde también caigo en un sueño
reparador.
VEINTINUEVE

PASADO

Llevo diez minutos sentada fuera mientras mis profesores y Elijah


hablan de mi "comportamiento" en el colegio hoy. Por supuesto, ha
sido Elijah quien ha venido; nunca es mi propia madre. No creo que
la escuela sepa siquiera que tengo una.

Al darme cuenta que probablemente Adam sigue esperándome,


le envío rápidamente un mensaje de texto diciendo que ha surgido
algo y que se vaya a casa sin mí.

El deslizamiento de la puerta al lado de donde estoy sentada hace


que mi cabeza se mueva en esa dirección. La señora Harris se
adelanta un paso, lo justo para saludarme. Me ofrece una pequeña
sonrisa antes de hablar:

—Bryce, ¿te gustaría entrar ahora, por favor?

Sé que no es una pregunta, así que me levanto, aceptando


cualquier destino que quieran repartir, esperando que sea al menos
una suspensión.

Ocupando todas las sillas excepto una, están los seis profesores
y Elijah, todos observándome en silencio mientras tomo el único
asiento disponible junto a Elijah. Su mirada me quema, sus iris
arden como las llamas púrpuras más calientes. Le aguanto la
mirada hasta que tomo asiento, que es cuando el Sr. Shrouder
habla:

—Bryce —comienza, suspirando como si ya estuviera listo para


ir a la cama—. Tu comportamiento de hoy no solo ha sido
totalmente fuera de lugar, sino también completamente
inaceptable. ¿Tienes algo que decir con respecto a lo que has hecho
hoy?

Aprieto los labios antes de responder:

—Creo que todos ustedes ya saben el razonamiento detrás de lo


que hice.

—Bryce —advierte Elijah, obviamente no está impresionado por


mi tono sarcástico.

Le miro mal antes de volver a mirar a mi director. Duda un


momento antes de seguir hablando:

—Tu padrastro vino a vernos hace unas semanas, diciendo que


sería buena idea que continuaras tus estudios en casa. —Vuelvo la
cabeza hacia Elijah. ¿Que hizo qué?—. Todos hablamos de ello, pero
pensamos que lo habías llevado bien estas últimas semanas.
Parecías más feliz de lo que habías sido en años, así que pensamos
que, aunque eres más que capaz de completar tus estudios en casa,
sería mejor para ti socialmente permanecer en la escuela. Sin
embargo —continúa, sus ojos se dirigen a Elijah—. Hoy creo que tu
padrastro tiene razón. Ya tienes un crédito preparado para la
universidad, así que es completamente factible.

Ya le he dicho a Elijah que no quiero estar en casa más de lo


necesario. Desde luego, no quiero estar allí con mi madre cerca.

—Preferiría mucho más continuar aquí en la escuela.

El Sr. Shrouder mira hacia los otros profesores antes de hablar:


—No es una opción, Bryce. Después de tu comportamiento de
hoy, tienes suerte que no te expulse. También tienes suerte que
haya hablado brevemente con los chicos a los que has afectado y
que no presenten cargos.

—¿Y todos se sienten así? —pregunto, mis ojos escudriñan a cada


profesor antes de posarse en la señorita Pashmore. Me fijo en ella,
y se mira las manos.

Sí, lo sabe. No he olvidado nuestro pequeño encuentro después


del colegio, y ella tampoco lo hará.

—Sí, todos pensamos que esto será para mejor. Entiendo que no
has tenido los mejores momentos en esta escuela, es un tema del
que Elijah y yo hemos tenido muchas conversaciones...

Me rio a carcajadas, haciendo que cierre la boca bruscamente.

—¡Todos han visto cómo se metían conmigo, me ponían


zancadillas, me llamaban de todo, y nunca hicieron nada, joder!

—¡Bryce! —Elijah me regaña, haciendo que mueva la cabeza


hacia él.

¿Cómo se atreve a condenarme a mí y no a ellos? ¿Cómo se


atreve?

—Bueno, en serio, ¿qué esperabas? —pregunto, levantando las


manos en el aire—. Ellos. —Señalo con el dedo hacia los
profesores—. No hicieron nada para ayudarme en todos estos años,
así que decidí que la única persona que podía hacerlo era yo. Esos
hijos de puta se merecían todo lo que les pasó, y todos lo saben.

Mis ojos evalúan a todos los profesores y, efectivamente, todos


tienen la misma expresión de culpabilidad.

—Ve y espera afuera —ordena Elijah.

—¿Vas a dejar que...?


—Ve. Y. Espera. Afuera.

La advertencia en su tono y en sus ojos me mantiene cautiva por


un momento. Creo que nunca le había visto tan enfadado.

Bueno, que se joda.

Recogiendo mi bolsa del suelo, me dirijo a la puerta.

—Bien, así que quieres que me vaya. No puedo decir que vaya a
echar de menos a ninguno de ustedes. Espero que tengan una
buena vida, hijos de puta.

Las palabras "y que se jodan" están en la punta de mi lengua,


pero me las guardo. Ya he actuado lo suficientemente infantil por
un día.

Arrojo mi cuerpo sobre el asiento, mi bolsa golpeando con el.

—A la mierda esta mierda —digo en voz alta a nadie. Apoyando


la cabeza en la pared, cierro los ojos e intento contener la
respiración. Planee todo para este día sabiendo que me podían
atrapar y sabiendo que las consecuencias serían mi expulsión, pero
no me importaba. Si hubieran intentado expulsarme, habría
amenazado con ir a la prensa para contar todo lo que el profesor no
hace por los alumnos. Sentada aquí ahora, después de eso, sigue
siendo tentador, pero solo quiero acabar con este lugar. Mi única
molestia es que me quedaré en casa. Supongo que la biblioteca y
mis pequeños trabajos de contabilidad me verán mucho a partir de
ahora. Ciertamente no echaré de menos la escuela. Sin embargo,
echaré de menos ver a Adam todos los días.

Suspiro, pensando más en eso. Quizá sea mejor que no vea a


Adam todos los días. De todos modos, está empezando a acercarse
demasiado. Tal vez la separación nos haga bien a los dos.

Una voz elevada me sobresalta, así que me incorporo, intentando


averiguar quién dice qué, pero estas puertas son demasiado buenas
para amortiguar el sonido. El pomo de la puerta gira, haciéndome
retroceder, y entonces sale Elijah, con una mirada enérgica que se
posa en mí.

—Nos vamos para la casa —dice simplemente, cerrando la puerta


tras de él.

Se marcha y yo le sigo rápidamente hasta el aparcamiento, con


la bolsa pegada al pecho. Cuando entramos en el auto, no se dice
nada. Solo cuando estamos en la carretera y el silencio me mata,
decido decir algo primero:

—No voy a decir que lo siento.

La mandíbula de Elijah hace un tic y, sin previo aviso, desvía el


auto con tanta violencia que los neumáticos chirrían en señal de
queja. Las bocinas de los autos suenan detrás de nosotros, pero
Elijah las ignora, concentrado en sacar el auto de la carretera y
llevarlo a un aparcamiento viejo, abandonado y polvoriento. Una vez
que frena, aparca el auto y se baja. Estoy tan aturdida por lo que
está pasando que lo único que puedo hacer es esperar y observar
para ver cuáles son sus planes.

Me abre la puerta con un violento tirón y me desabrocha el


cinturón de seguridad. Me agarra del brazo, levantándome y
haciéndome chillar.

¡Joder, me va a matar!

Ese es el único pensamiento que tengo en mi mente mientras me


agarra de los brazos y golpea mi cuerpo contra la puerta del
pasajero, con sus ojos tan ardientes como nunca los he visto.

Sus manos se aferran a mi cara y, antes que pueda darme cuenta


de lo que está pasando, acerca mis labios a los suyos en un beso
tan fuerte y posesivo que mis dientes muerden su labio, sacando
sangre. Es lo más dominante y erótico que he experimentado
nunca.
Pero con la misma rapidez con la que empezó, lo termina, con mi
sorpresa seguramente evidente en mi cara.

—Eres jodidamente brillante, ¿lo sabías?

Jadeando porque ciertamente no me lo esperaba, tartamudeo:

—¿Q-qué?

—Lo que has hecho hoy... la forma en que lo has planeado todo
por tu cuenta. Eres jodidamente brillante.

Me rio a carcajadas.

—¿Qué... no estás enfadado conmigo?

Él frunce el ceño.

—¡Joder, no! Estoy enfadado con esa puta escuela por no cumplir
con su deber.

Aspiro, sin poder respirar del todo, porque de todo lo que podía
esperar, sin duda no es esto.

¡Y me ha besado! Joder, ¡me ha besado! Sé que no ha sido un


beso propiamente dicho con lengua ni nada parecido, pero aun así
ha posado sus labios sobre los míos. Mierda, no creo que pueda
pensar en otra cosa durante semanas, a pesar que sigo odiándolo.

—Pensé que estarías enfadado conmigo.

Elijah sonríe, pero no es una sonrisa fría. Es una sonrisa de las


que derriten el corazón y las bragas.

—Piensas tan mal de mí, Bryce, y es tan injustificado.

—Sigues diciendo eso —protesto.

—Pronto te darás cuenta.

Pongo los ojos en blanco.


—Tú también sigues diciendo eso.

—Es cierto. —Sus ojos se dirigen a su auto.

—Sube. Tengo que pensar en algún tipo de castigo para ti cuando


lleguemos a casa.

Indignada, me cruzo de brazos.

—Oye, acabas de decir lo brillante que fui por pensar y ejecutar


mi venganza contra esas mierdas del colegio. ¿Cómo puedes
castigarme ahora?

Sonríe, encogiendo un hombro mientras abre la puerta del


conductor.

—No estaría cumpliendo con mi deber como padre si no te


castigara de alguna manera. —Entonces hace algo que me revienta
el corazón. Me guiña un ojo—. Entra en el auto, Bryce.

Incapaz de formar una oración, hago lo que me ordena,


completamente desprovista de palabras así como de aliento. Siento
que estoy pegada a mi asiento como si fuera una parte de mí
mientras continuamos nuestro viaje a casa.

—¿Eso es todo? —me pregunta de repente.

Desconcertada, respondo:

—¿Qué quieres decir?

—Tu venganza, Bryce. Necesito saber si tienes algo más


planeado. —Su mandíbula está rígida, esperando mi respuesta.

—¿Por qué? ¿Te preocupa estar en mi lista de mierda?

—¿Así que hay una lista?


—Puede ser —respondo, entrando en el juego. Él dirige sus ojos
hacia mí durante una fracción de segundo, captando mi sonrisa de
satisfacción.

—Hablo en serio, Bryce. Cuéntame.

—¿Por qué, para que puedas prepararte para la tormenta?

—Es que no quiero que hagas algo de lo que sé que te vas a


arrepentir después.

Lo estudio por un momento, incapaz de averiguar cuál es su


posición. Está ocultando algo. Eso es seguro.

—No eres el siguiente, si eso es lo que te preocupa. Mi madre está


ciertamente más arriba en mi lista que tú. Y quiero al maldito que
me robó la inocencia.

No dice nada por un momento, solo mira por el parabrisas. Capto


un pequeño atisbo de sonrisa, pero la oculta rápidamente.

—Ya me lo imaginaba —responde finalmente—. Robert Jamison.

Sin tener ni idea de quién es, respondo:

—¿Quién demonios es?

—Cuando lleguemos a casa, búscalo.

Intrigada, quiero preguntarle más, pero sé que no va a ofrecer


nada más.

—Así que, al menos, no piensas castigarme quitándome los


privilegios del Internet.

Su boca se tuerce.

—Creo que lo permitiré en esta ocasión.


Sacudo la cabeza con una sonrisa, y cuando él la capta, su cara
también se ilumina.

En casa, Elijah me manda a mi habitación, sus pasos pisándome


los talones detrás de mí mientras subo. Una vez que llego a mi
habitación, me siento en mi cama con Elijah de pie en la puerta.

—Estás castigada, jovencita.

Como una niña petulante, cruzo los brazos frente a mí.

—¿Por cuánto tiempo?

Duda un momento.

—Hasta que aprendas el error de tus actos.

—Lo que nunca ocurrirá —me burlo.

—Pues entonces. Supongo que vas a estar atrapada en casa


durante mucho tiempo.

Está a punto de cerrar la puerta cuando digo:

—Si me mantienes dentro de esta casa, la mataré —hablo muy


en serio, lo que creo que él puede notar por mi expresión decidida.

—Me arriesgaré —responde, cerrando la puerta tras de mí.


Cuando la cerradura hace clic, dirijo la cabeza hacia la puerta,
precipitándome hacia ella.

—¡Hijo de puta! —grito.

Me ha encerrado en mi propia habitación.

Me quedo pensando en el hecho que me ha encerrado y que ya


no tengo la llave de este lado durante lo que parece una eternidad,
simplemente de pie aquí, mirando la puerta como si fuera a abrirse
por arte de magia. Dejo caer el bolso al suelo, me desplomo en la
cama y suspiro. ¿Qué mierda voy a hacer ahora? Sigo llena de
adrenalina por lo que ha pasado hoy y no puedo salir. Me va a volver
malditamente loca.

Cuando mis ojos se posan en el portátil que tengo sobre el


escritorio, recuerdo el nombre que me dio Elijah en el auto.
Deseando saber de qué se trata, me siento en mi escritorio y abro
el portátil. Espero a que se cargue y busco en Google el nombre de
Robert Jamison. Aparece un artículo del periódico local de hace
varios meses.

Un hombre hallado muerto en lo que la policía dice que es un


asesinato de bandas.

El corazón me late, hago clic en el enlace y empiezo a leer.

Un hombre que ahora sabemos que es Robert Jamison fue


encontrado muerto el domingo después que su agente de libertad
condicional, Dale Wishmore, hiciera varios intentos de contactar con
él. Cuando el Sr. Jamison no se presentó a su cita, el Sr. Wishmore
llamó inmediatamente a la policía. Cuando llegaron a la casa de
Jamison, lo que se encontraron fue como algo sacado de una película
de terror.

El Sr. Jamison fue encontrado en su cama, degollado y con su


miembro cosido a la cabeza. Las autoridades interrogaron
inmediatamente a los vecinos de los alrededores, pero hasta ahora
no hay sospechosos. La policía dice que el Sr. Jamison era un
conocido delincuente que se dedicaba a las drogas y la prostitución,
así como a una serie de otros delitos. "La investigación está en curso",
dijo Elijah Hawthorne, subjefe de la policía de Kentucky, en una
entrevista con JBC News. "Todavía no tenemos sospechosos, pero
vamos a estudiar la posibilidad que se trate de un asesinato por
venganza de otro miembro de la banda. Si alguien tiene alguna
información, debe ponerse en contacto con el Departamento de Policía
del Estado de Kentucky en el 502-782-1800".
Con el corazón en la boca, me desplazo hacia abajo para
encontrar una fotografía de este Robert Jamison. Cuando mis ojos
se encuentran con el hombre que me arrebató violentamente la
virginidad hace tantos meses, las náuseas suben y me queman la
garganta. Incapaz de soportar seguir mirándolo, cierro la página del
sitio web y cierro la tapa de mi portátil con un golpe.

¿Qué significa esto?

Mi cabeza se revuelve para encontrar una explicación razonable,


pero en realidad solo hay una posibilidad lógica. Le cortaron la
polla, lo que sugiere que esto fue algo más que un simple asesinato.

Esto fue una venganza.

En este punto, todo se me viene encima de golpe. Elijah no lo


cubrió porque se avergonzara de cómo se vería si se supiera. Lo
cubrió porque en el fondo, lo había planeado... Sabía que iba a
matarlo.

Eso es lo que ha estado tratando de insinuar todo este tiempo. Él


no es el malo de la película. Mi odio hacia él no está justificado.
Porque se preocupó lo suficiente como para matar por mí.

Es justo entonces, en este momento, que me doy cuenta de la


razón por la que nací... por la que fui puesta en esta tierra hace más
de dieciséis años.

Por Elijah.

Siempre ha sido Elijah.


TREINTA

PRESENTE

Pasan varias semanas y la mierda ha saltado a la vista.

El cuerpo de Cara de perra fue encontrado la noche después que


no se presentara a trabajar ni respondiera a ninguna de sus
llamadas. Elijah ha prometido que se hará justicia, bla, bla, bla.

Me dijo que sospechan que fue un delincuente descontento que


ella había enviado tras las reja. Considerando que hay tantos, estoy
segura que les llevará mucho tiempo reducirlos todos.
Aparentemente, era odiada en el mundo criminal.

Sin embargo, Elijah me ha estado observando. Él no se da cuenta


que lo he notado, pero yo sí. Prácticamente puedo ver los engranajes
girando en su cabeza, preguntándose si realmente fui yo.
Ciertamente sabe que soy capaz. No ha dicho nada y, a menos que
saque el tema, seguiré siendo la cosita bonita que le prepara la cena
y hornea deliciosas golosinas para que se las coma. Incluso llevé
algunas tandas más de galletas a la comisaría después de su
muerte, diciéndoles a todos lo mucho que lamentaba la noticia. Por
dentro, me reía. Por dentro estaba alegre. Ella es una perra menos
de la que preocuparse. Un obstáculo menos en mi camino para
tener a Elijah todo para mí.
Asistí al funeral de Frank para darle mi último adiós. Aparte del
sacerdote que rezó una oración mientras depositaba el cuerpo de
Frank junto a la tumba de su esposa, fui la única que asistió. Elijah
pensaba ir, pero una llamada inesperada del trabajo diciéndole que
Cara de perra no respondía a su teléfono le hizo salir corriendo por
la puerta. Sus acciones me hicieron aún más feliz de haberlo hecho.
Ella no se merece todo este alboroto, eso es seguro.

Mientras Elijah estaba en el trabajo hoy, revisé el buzón donde


recibí otra carta de amor vomitiva de Johnathan. Le respondí con
una cantidad igual de vómitos a cambio. Después de enviarla, volví
a casa, tachando otro día más en mi calendario. Una vez hecho esto,
me siento a mirar la fecha que deliberadamente no he marcado y
sonrío.

Ya no queda mucho tiempo.

No falta mucho para que todo cambie.


TREINTA Y UNO

PASADO

Después de darme de comer esta mañana, Elijah me encerró en


mi habitación y se fue a trabajar. Sé que mi madre está en casa
porque la oí rebuscando entre las cosas, sin duda tratando de
encontrar algún dinero o joya que pudiera empeñar para alimentar
su creciente adicción.

Ayer, se me ocurrió una forma de escapar de mi habitación.


Actuando como la típica adolescente que soy, me escapo por mi
ventana, saliendo fácilmente al toldo de nuestro patio trasero.
Desde aquí, todo lo que tengo que hacer es colgarme y dejarme caer
sobre la mesa del patio. Es muy fácil. La parte más complicada será
subir después para volver a entrar, así que he atado una sábana a
uno de los listones. Espero que me ayude a subir más tarde.

Me deslizo con cuidado sobre mi vientre y luego cuelgo las piernas


sobre el borde antes de dejarme caer sobre la mesa. Al moverme
demasiado rápido, mi estómago se raspa contra el toldo de madera
al bajar.

—¡Joder! —siseo, agarrándome el estómago después de aterrizar


con un pequeño golpe, casi torciéndome el tobillo. Hago una mueca,
me bajo de la mesa y me subo el abrigo, inspeccionando mi
estómago. Hay unos seis arañazos y un poco de sangre, pero por
suerte no es demasiado grave. Sin embargo, estoy segura que luego
me dolerán mucho.

Subo los escalones hasta la puerta trasera y me asomo a la


ventana para ver si encuentro a mi madre. No está.

Entro rápidamente y me dirijo de puntillas al pasillo. En mi


camino, oigo que la puerta principal se cierra con un clic, así que
corro hacia la ventana para comprobar el frente, y efectivamente,
ella está caminando por la calle.

Tan rápido como puedo, compruebo el cajón donde escondía algo


de dinero y, como era de esperar, ha desaparecido. Confirmado, me
apresuro a la puerta principal, la cierro tras de mí y corro tras ella
para seguirla.

Lleva un abrigo azul con capucha, la cabeza baja y las manos en


los bolsillos mientras corre por la calle como si estuviera en una
especie de misión. Me mantengo deliberadamente a una distancia
prudencial para que no me atrape. Dudo mucho que mire detrás de
ella aunque yo estuviera cerca; tiene dinero en el bolsillo para
quemarlo, y apuesto a que la mano le pica más y más con cada paso
que da hacia su destino.

Después de casi treinta minutos, entramos en la zona más pobre


de la ciudad, el tipo de lugar que sabes que nunca debes visitar solo
por la noche. El tipo de lugar en el que la gente decente nunca se
atrevería a entrar sin importar la hora del día.

Cruza una calle y entra en otra. Disminuyo la velocidad cuando


veo a tres hombres sentados en los escalones de la entrada de una
casa de aspecto sucio. Mi madre se acerca a ellos, acelerando sus
pasos. Les dice algo y saca algo del bolsillo para enseñárselo. Uno
de los hombres, un blanco con sobrepeso, calvo y con tatuajes por
toda la cara, asiente con la cabeza y le quita el dinero. Le hace señas
para que suba, y ella prácticamente salta los escalones de la casa
de aspecto sucio.
Desaparece dentro, así que me doy la vuelta para volver a casa.
En cuanto me doy la vuelta, choco con una chica joven, más o
menos de mi edad, con el pelo rubio al estilo pixie y los ojos azul
claro. Está mascando chicle detrás de sus labios rojo rubí, con una
pequeña cicatriz justo al lado de su ojo izquierdo.

—Lo siento —me disculpo rápidamente, rodeándola y


marchándome.

—No debes estar aquí —gruñe, lo que hace que me detenga en


seco. Pienso que se está comportando como una estúpida, así que
estoy a punto de llamarla cuando dice—: Esta parte de la ciudad no
es segura, cariño. Tienes suerte de haberte topado conmigo y no
con otra persona.

Al darme cuenta que no es una idiota, señalo a los hombres con


los que mi madre acaba de hablar.

—¿Sabes quiénes son esos tipos?

Sus ojos se dirigen a los hombres que están sentados en los


escalones, su mandíbula hace un tic por la ira.

—Por desgracia, sí. El tipo grande, hace poco que sustituyó a su


hermano después que lo asesinaran hace unos meses. Los otros dos
venden drogas a los niños del parque. Son unos putos cabrones. Yo
no tendría nada que ver con ellos si fuera tú. Hay mejores hijos de
puta a los que comprar tus drogas. —Sus ojos van de mi cabeza a
mis pies—. No parece que te metas de lo fuerte.

Me pregunto por un momento cómo responder, pero luego me doy


cuenta que esta es la oportunidad que necesito para poner en
marcha la bola.

—Yo no, pero mi madre sí. Está enferma en casa y tiene mucho
dolor. Intentó superar el síndrome de abstinencia, pero me rogó
literalmente que fuera a comprarle algunas cosas.
La chica Pixie me ofrece una sonrisa comprensiva.

—Siento que tengas una madre de mierda.

Dímelo a mí.

—Es lo que es. Estoy aguantando y esperando hasta tener


dieciocho años. Los servicios sociales nos han amenazado con
quitarnos a mí y a mi hermano pequeño, así que hemos intentado
que se rehabilite. Pero ha sido difícil.

Acorta la distancia entre nosotras, poniendo un brazo sobre mi


hombro.

—Quizá pueda ayudarte.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo?

—Soy un poco mariquita. No me meto nada más fuerte, pero fumo


hierba con regularidad. Puedo contactar con mi camello y ver si
puede ayudarte. No creo que venda nada más fuerte, pero estoy
segura que tendrá un contacto que lo haga. Lo único que sé es que...
no serán esos tipos. —Sacude la cabeza, señalando hacia los
hombres en las escaleras—. Son jodidamente peligrosos, chica. No
te acerques a ellos.

Mis ojos vuelven a los hombres supuestamente peligrosos antes


de devolverle la mirada, asintiendo con la cabeza.

—Si pudieras hacerlo, te lo agradecería mucho.


Tres horas más tarde, estoy de pie en la mesa del patio,
sosteniendo mi sábana, lista para volver a subir. También estoy
armada con la mierda que necesito para más tarde. Había
desconfiado de la chica de las hadas, que rápidamente descubrí que
se llama Trix, pero era tan genuina como se puede ser. Tenía razón
en que su camello no podía ayudar, pero conocía a alguien que sí
podía. La puso en contacto con esa persona y en una hora tenía el
alijo que necesitaba. Le di las gracias, ofreciéndole dinero por su
ayuda. Ella se negó, pero me dio su número por si algún día quería
salir con ella. Tal vez en otra vida lo haría.

Con las cosas bien metidas en el sujetador, me subo a las


sábanas, lo que me lleva un rato teniendo en cuenta que tengo cero
fuerzas en la parte superior del cuerpo.

Amigos, tengo que hacer más ejercicio.

Levantándome todo lo que puedo, aprieto los pies en el poste del


toldo para intentar tirar de mi pesado cuerpo con los brazos. Es
incómodo y me lleva un rato, pero consigo subirme al toldo,
desplomándome en un montón y jadeando una vez que estoy allí.

—Joder —murmuro, empujando las manos contra el toldo, mis


brazos gelatinosos apenas pueden soportar mi peso. Desato la
sábana, la subo y la envuelvo bajo el brazo antes de subir por la
ventana. Con cuidado, coloco un pie dentro y luego el otro,
deslizándome hasta que mi culo toca el suelo.

—Mierda. —Voy a tener todo tipo de raspones y moretones


después.

—¿Te has divertido?

Con el corazón en la boca, mi cabeza se dirige a Elijah, que está


sentado en mi cama, con sus ojos de fuego púrpura.

Observa mi desordenado estado y suspira.


—¿Dónde has estado? —Se concentra en recoger trozos de pelusa
de sus pantalones, esperando mi respuesta.

Decidiendo contraatacar en lugar de pensar en una excusa, le


pregunto:

—¿Por qué me tienes prisionera en mi maldita habitación? —


Espero a que vuelva a mirarme, y cuando lo hace, me cruzo de
brazos.

—Te dije que iba a cuidar de ti, y esta es mi forma de hacerlo.


Eres un peligro para ti misma y para los demás, aparentemente.

Preguntándome si se refiere a la amenaza que hice sobre la vida


de mi madre, le respondo:

—Mi madre no está en la casa, así que eso es una mierda.

Elijah simplemente se levanta de mi cama, acortando la distancia


entre nosotros. Se eleva por encima de mí por lo menos siete
pulgadas, sus brazos se abultan cuando flexiona cada bíceps. Sus
ojos se estrechan, su mirada penetrante hace que el calor me
invada. Me pregunto si podría hacer que me corriera si me mirara
fijamente el tiempo suficiente.

—Tu madre estaba en la casa antes que me fuera. Además —


continúa, y sus ojos bajan hasta mi pecho antes de volver a
encontrarse con mis ojos—. Has estado fuera, ¿cómo sabes que no
está aquí?

Mi mente busca una excusa, y la encuentro rápidamente.

—La oí salir. También fue muy ruidosa.

Elijah me estudia un momento, sin duda tratando de averiguar


si estoy mintiendo o no.

—¿Sabes dónde está?


Resoplo.

—¿No está donde normalmente estaría? Saliendo a follar.

—No hay dinero en la casa.

Levanto las manos.

—Tal vez se las arregló para encontrar a alguien que diera una
mierda por un poco de coño. No tengo ni puta idea.

Me escudriña de nuevo, poniéndome nerviosa.

—Estás ocultando algo.

—¡Ja! —suelto—. Lo dice el tipo que me ocultó durante semanas


que había asesinado a mi violador.

Surge una pequeña sonrisa, pero desaparece tan rápido como


aparece.

—Esas son unas acusaciones muy serias, Bryce. ¿Tienes alguna


prueba que demuestre esa teoría?

Doy un paso adelante, mi confianza crece un poco ahora. Bajo


los ojos, mirando sus labios carnosos antes de volver a subirlos.

—No las tengo —susurro roncamente—. Pero tú y yo sabemos la


verdad, y eso es todo lo que necesito. No necesito tus palabras,
Elijah. Tus acciones lo dicen todo.

La boca de Elijah se separa ligeramente, su cálido aliento abanica


mi cara.

—¿Significa esto que estoy fuera de tu lista de mierda?

Sonrío, porque, joder, no puedo evitarlo.


—Supongo que sí. —Me encojo de hombros—. Pero mantenme
encerrada en mi habitación como si fuera la maldita Rapunzel, y
puede que vuelvas a estar ahí.

Sus ojos se iluminan con su sonrisa, haciendo que mis bragas se


empapen de necesidad. En cuanto termine con mi madre, Elijah
será mío.

—Sé que estás tramando algo, jovencita —su voz es tan baja y
grave que hace que mi coño palpite.

Colocando mi dedo en su camisa azul pálido, le devuelvo la


broma:

—Eso lo tengo que saber yo y lo tienes que averiguar tú.

Elijah se ríe, sacudiendo la cabeza.

—Has cambiado mucho, Bryce. Es como si fueras una chica


diferente.

Creo que en realidad esta es mi verdadera yo, simplemente la he


estado ocultando todo este tiempo. Aun así, no le corrijo.

—Ah, te encanta. Vamos, admite que lo haces.

Tuerce la boca, esforzándose por no volver a sonreír.

—Joder, si es que debería estar alentando esto.

Está alentando esto porque en secreto le encanta, joder.

—Demasiado tarde. Ya dejaste salir ese pequeño secreto una vez


que me dijiste lo brillante que era el otro día.

—No te pongas presumida. No te conviene.

Me muerdo el labio y mi vientre se agita cuando sus ojos se posan


en mi boca.
—Creo que te encanta que me ponga presumida. —He entrado en
el territorio del coqueteo, pero parece que Elijah me lo está
sonsacando de alguna manera.

Sus ojos hundidos y ahumados pasan de ser calientes a


sospechosos en una fracción de segundo.

—Has conseguido distraerme, y teniendo en cuenta que soy un


agente de la ley, debería estar jodidamente avergonzado.

Finjo un tono.

—Así debería ser. Pero yo también debería, teniendo en cuenta


que no he tenido el cien por cien de éxito en... distraerte.

Aspira una bocanada de aire.

—No lo hagas, Bryce —advierte.

Frunzo el ceño.

—No, ¿qué?

Él da un paso adelante y yo retrocedo. Sigue avanzando hasta


que mi espalda choca con la pared de mi habitación. Me mira a los
ojos y el calor que desprende me hace un agujero en las bragas.

—Sabes exactamente lo que estás haciendo. Es un territorio muy


peligroso y sin precedentes en el que estás entrando. Déjalo ya
antes que pierdas la última dulzura que te queda.

Abro la boca. No hay manera que haga caso a su advertencia.

—Oh, soy dulce como un puto pastel americano, Elijah. Todo


sabroso y suculento, dejándote con ganas de más. Con... Mucho.
Más —mi voz es ronca y gotea de necesidad, sin dejar ninguna duda
sobre la mesa de que lo deseo.

Por desgracia para mí, no me sigue el juego.


—Todavía no me has dicho dónde estabas.

Decepcionada por su cambio de táctica, desvío la mirada antes


de responder:

—Me apetecía dar un buen paseo por el parque, eso es todo.

Empieza a negar con la cabeza antes que termine de hablar.

—He comprobado el parque y no estabas allí. Inténtalo de nuevo,


y esta vez, suena un poco más... convincente.

Tomo aire antes de responder:

—Quería estudiar un poco, así que me dirigí a la biblioteca.

Vuelve a sacudir la cabeza, suspirando.

—También lo intenté allí, y nadie te había visto. Vuelve a


intentarlo.

Lanzo las manos al aire.

—¿Qué quieres de mí?

Colocando su mano en la pared justo al lado de mi cabeza, se


inclina hasta que nuestros labios están a centímetros de distancia.
Respiro mientras la humedad se acumula literalmente entre mis
piernas. Este hombre podría provocar un incendio con sus propios
ojos, son tan potentes.

—Quiero que me digas la verdad.

Uniéndome a él en este duelo de miradas, respondo:

—¿Por qué debería decirte algo? Ya me estás encerrando en mi


habitación. No quiero saber qué más podrías hacerme.

Sin previo aviso, me hace girar hacia la pared y me obliga a


apretar las manos contra la fría y dura superficie. Con su cuerpo
presionado contra el mío y sus brazos siguiendo ahora un rastro
mientras me saquea, cierro los ojos. Mi respiración se vuelve
superficial, porque, joder, esto es lo más erótico que me ha pasado
nunca.

—¿Dónde están, cariño? —me gruñe al oído mientras sus manos


se introducen en mis axilas y recorren los lados de mis pechos.

No puedo evitarlo. A pesar que me preocupa que vaya a encontrar


lo que me he metido junto al pezón izquierdo, dejo escapar un suave
gemido.

—¿Dónde está qué? —Me las apaño para responder.

Su mano me acaricia la espalda antes de pasearse por mi vientre.


Se me escapa la respiración y el corazón me retumba en los oídos.

—Las drogas que compraste. ¿Dónde están?

¿Cómo demonio lo sabe?

Sus manos se posan en mis caderas, y cuando ambas se dirigen


a mi bajo vientre, a escasos centímetros de mi coño, gimo en voz
alta.

—No sé... de qué estás... hablando —jadeo.

Esas mismas manos se deslizan por cada una de mis piernas,


lenta y meticulosamente.

—Quítate los zapatos.

Su voz es tan autoritaria que hago lo que me dice, con las manos
aún extendidas contra la pared. Las necesito solo para apoyarme,
estoy tan excitada.

Me quito los zapatos, giro la cabeza y veo cómo los inspecciona,


sin encontrar nada.
—¿Dónde está? —vuelve a exigir, con el lateral de su cara rozando
la mía.

—¿Cómo puedes saber que he comprado drogas?

Su risa retumba en mi oído haciendo que mi cuerpo zumbe.

—¿Crees que no tengo ojos en ti?

Joder.

Me ha irritado, así que ya no voy a decir más tonterías. Sin


embargo, voy a jugar un poco con él.

—Dentro de mi coño. —Sonrío justo cuando su cabeza asoma


para presenciarlo.

—¿De verdad crees que no voy a entrar ahí?

¡Joder! ¡Sí, por favor! ¡Dios, sí!

—¿De verdad crees que te voy a detener?

—Bryce —advierte de nuevo.

—Elijah —le respondo.

Se queda en silencio por un momento, solo nuestras pesadas y


calientes respiraciones llenan la habitación. Ya no presiona su
frente contra mi espalda, lo que hace preguntarme por qué. ¿Está
tan excitado como yo?

Parece dudar si decir algo más, así que decido presionarle un


poco más.

—Vamos, te reto. Busca dentro de mí y siente lo jodidamente


mojada que estoy.

Sus uñas agarran los lados de mis caderas, haciéndome gritar de


sorpresa. Me quedo quieta, con las manos fijas en la pared,
esperando lo que va a hacer a continuación. Cuando clava sus
dedos en mis caderas, vuelvo a gemir.

—¡Joder! —grito, mi voz temblando con una violenta pasión. A


estas alturas, no paso de suplicar.

Elijah responde gruñendo en mi oído, con su polla endurecida


presionando contra mi culo. Vuelvo a gemir. Mierda, necesito su
polla con urgencia.

—No me presiones, Bryce. Te lo estoy pidiendo amablemente.

No lo es, pero oye... tomayto tomahto1.

—Y te estoy diciendo dónde están las drogas. Depende de ti


decidir si quieres verlo por ti mismo. —Cerrando los ojos, froto
deliberadamente mi culo contra su endurecida polla, casi
corriéndome en los pantalones cuando suelta un gemido.

—¡Para! —ladra, agarrando de nuevo mis caderas—. No voy a


encontrar nada ahí dentro, ¿verdad? —su voz es grave y áspera, lo
que hace que se me erice el vello de la piel—. Solo quieres ser una
puta.

Sus duras palabras solo hacen que mi necesidad aumente mucho


más.

—Sí, pero solo tu puta, Elijah. Solo quiero que me toques. Solo
quiero que me folles.

—¡Ya basta! —me regaña, pero el titubeo de su voz no me hace


pensar que realmente quiere que esto termine. Creo que le gusta la
idea que sea su puta para hacer lo que le dé la gana.

1
diferencia, distinción o corrección insignificante, trivial o sin importancia. (Se refiere a
la pronunciación americana de tomate como "tomayto", en comparación con la
pronunciación británica de "tomahto". En concreto, es una alusión a un verso de la
canción "Let's Call the Whole Thing Off": "A ti te gusta el potayto, a mí me gusta el
potahto; a ti te gusta el tomayto, a mí me gusta el tomahto; potayto, potahto, tomayto,
tomahto, ¡demos por terminado el asunto!")
El calor de su cuerpo se pierde cuando da un paso atrás,
haciéndome girar. Observo cómo su espalda retrocede hacia la
puerta, con los puños cerrados a su lado. En otras circunstancias,
me quitaría toda la ropa y le dejaría verme completamente desnuda
por primera vez. Sin embargo, tiene razón en una cosa: estoy
escondiendo drogas. Y también tiene razón en que no están cerca
de mi coño.

Llega a la puerta y está a punto de cerrarla cuando le digo:

—Algún día ocurrirá, Elijah. No puedes luchar contra el destino,


hagas lo que hagas. Algún día seré tu puta. Solo tienes que esperar.

Pienso que va a refutar, a negar que vaya a suceder, pero no lo


hace. En cambio, simplemente cierra la puerta. Escucho la
cerradura, pero nunca hace clic. El hecho que no me ponga
nerviosa. ¿Está intentando una mierda de psicología inversa
conmigo?

Decidiendo no insistir en ello, saco las drogas de mi sujetador y


las escondo debajo de una tabla suelta bajo mi cama. Luego me
apresuro a abrir la puerta para ver si tengo razón en que no me ha
encerrado. Para mi alegría, se abre.

Salgo al pasillo vacío. El único sonido que escucho es el del agua


corriendo del baño de Elijah. Me dirijo de puntillas a su habitación,
con la mente en vilo y la excitación a flor de piel. Empujo la puerta
y descubro su cama de matrimonio vacía, en la que solo duerme él
desde lo que mi madre me hizo amablemente hace tantos meses.

Miro hacia su cuarto de baño y lo encuentro también


entreabierto. Me acerco y, con la mano en el panel, lo abro más para
revelar a un dios bronceado y musculoso, de espaldas a mí, con una
mano apoyada en la pared de la ducha mientras su otra mano se
mueve ferozmente sobre su polla. No puedo verle la cara, lo cual es
una mierda, pero sus movimientos hacen evidente lo que está
haciendo.
Saber que probablemente está liberando una necesidad
imperiosa acumulada desde nuestro encuentro me hace pone
también manos a la obra. Apoyada en la pared del baño, introduzco
las manos en mis bragas y empiezo a trabajar en mi pequeño bulto,
mis gemidos rebotan en las paredes junto con los suyos. Su espalda
se arquea, sus músculos se flexionan con cada movimiento
mientras se ordeña la polla, desesperado por encontrar su
liberación.

Yo también lo hago.

Se corre antes que yo y se da la vuelta al oír mis gemidos. Sus


ojos se dirigen a los míos, con la polla aún ligeramente endurecida
tras el clímax. No dice nada, pero yo tampoco, mientras sigo
trabajando, el calor de sus ojos hace que un orgasmo sin
precedentes me atraviese. Una vez que mi cuerpo termina de
convulsionar, saco la mano y me lamo el dedo corazón, y finalmente
me lo meto en la boca. Sus ojos no se apartan de los míos mientras
lo chupo hasta que sale de mi boca. Entonces me doy la vuelta y
me alejo, sin que ninguno de los dos pronuncie una palabra.

Elijah puede negar la chispa entre nosotros todo lo que quiera,


pero no puede esconderse de mí mucho más tiempo. Mató por mí.
Tomó una vida... todo por mí.

Ahora es el momento que yo haga lo mismo a cambio.


TREINTA Y DOS

PASADO

Elijah mantiene mi habitación sin llave, dejándome libre en la


casa. Supongo que es porque él también está aquí, pero, sea cual
sea la razón, tengo la inquebrantable sensación que algo no va bien.
Tal vez solo estoy siendo paranoica, pero la sensación está ahí.

Cuando nos sentamos a cenar, mi madre aún no ha aparecido.


No pensé que lo haría. Probablemente esté esperando en su
pequeña guarida de drogas o siendo follada por Dios sabe quién
mientras está fuera, sin darse cuenta que su cuerpo está siendo
utilizado. Apuesto a que ni siquiera le importa.

Pienso en mi pasado antes de Elijah, que era mucho peor


teniendo en cuenta que mi padre fue el que la enganchó a esa
mierda. Cuando él empezó a golpearnos a ella y a mí, ella decidió
tratar de recomponerse. Huyó, llevándome con ella, robando todo el
dinero que pudo a mi padre en el proceso. Nos mudamos de Los
Ángeles a Kentucky, donde mi madre aceptó un trabajo de
camarera, intentando mantenerse limpia y empezar una nueva vida
conmigo. Tengo que admitir que lo intentó. Incluso se convirtió en
una madre mucho mejor durante ese tiempo. Un día, Elijah entró
en la cafetería donde ella trabajaba y empezaron a salir.

Para entonces tenía casi catorce años, e iba a la escuela que


llegué a odiar, pero que siempre he tolerado porque realmente
quería una buena educación. Antes de Kentucky, había faltado
mucho a la escuela. Intentaron ponerme en un grado inferior, pero
cuando se dieron cuenta que era más inteligente que la mayoría de
los niños de mi edad, decidieron no hacerlo, gracias a Dios. Sin
embargo, eso no impidió las burlas y el acoso porque parecía pobre
e inculta. Además, me vestía de forma diferente, lo que me ponía
otra diana en la espalda. En aquella época, me vestía con lo que mi
madre podía reunir en las tiendas de segunda mano. Odiaba mucho
de lo que llevaba, pero lo soportaba porque cualquier cosa era mejor
que la vida que llevaba en Los Ángeles. Pero entonces, justo cuando
mi madre rehízo su vida y se casó con Elijah, las cosas empezaron
a decaer.

Una noche, unos cinco meses después que se casaran, llegué a


casa después de otro día de mierda y me encontré a mi madre en el
sofá con otro chico, ambos completamente borrachos y con una
aguja clavada en el brazo. Cuando se molestó en levantar la cabeza
para verme -ver las lágrimas que tenía en los ojos-, se limitó a reír.
Me di la vuelta y salí de la casa con el dolor de saber que eso era
solo el principio. No me equivoqué. Aun así, no puedo decir que el
hecho que ella volviera a empezar con esa mierda fuera tan malo.
Inevitablemente, desmoronó la relación que ella y Elijah tenían, lo
que finalmente nos acercó a él y a mí. Eso es definitivamente algo
que nunca renegaré.

Habiéndonos visto correr al otro hace solo unas horas, las cosas
fueron un poco incómodas entre Elijah y yo durante la cena de esta
noche. Los dos comimos en relativo silencio, sus cavilaciones
estropearon la velada. Está enfadado porque sabe muy bien que
cualquier control que le quede para mantener una cuña entre
nosotros no durará para siempre. No puede negar la atracción que
existe entre nosotros. ¿Cómo podría hacerlo si es a mí a quien
estaba esperando toda su vida? Las estrellas se alinearon,
marcando nuestros caminos el uno al otro. Puede que haya sido a
través de mi madre, pero al final es a mí a quien pertenece. Es a mí
a quien siempre pertenecerá.
Por eso, más tarde, cuando estamos en nuestras camas y oigo a
mi madre entrar a trompicones por la puerta a las tres de la
mañana, espero. Espero otra hora, preguntándome si Elijah irá a
verla, a interrogarla sobre su paradero, pero nunca lo hace.

Con el corazón latiendo rápidamente, cojo la mierda que he ido


acumulando en las últimas semanas y me dirijo a su habitación. Mi
corazón se acelera, pero continúo bajando, agarrando las drogas en
la mano. Una luz tenue ilumina la habitación de mi madre, así que
empujo con precaución la puerta para abrirla. Está inconsciente,
con otra aguja clavada en el brazo que alberga marcas moradas de
todos sus abusos. Las ojeras coinciden con el color de su brazo
mientras está tumbada, con la boca ligeramente abierta.

Dejo el contenido sobre su cama, me coloco unos guantes de látex


y me pongo a trabajar, preparando los medicamentos que he
comprado hoy. Por desgracia, sé exactamente lo que hay que hacer,
ya que he visto a mi madre hacerlo más veces de las que puedo
contar. Tras hervir una enorme porción cociéndola bajo una
cuchara, la chupo toda en la aguja que he conseguido robar de la
farmacia en la que trabajo. Es más de lo que normalmente toma,
así que debería ser suficiente para acabar con ella, sobre todo
porque obviamente ya se ha inyectado suficiente mierda.

Con la respiración agitada por lo que voy a hacer, me acerco a su


cama para sacar la aguja que ya tiene en el brazo. Coloco la que he
preparado en su vena, y estoy a punto de clavarle la mierda,
acabando con su jodida y miserable vida, cuando una mano se
extiende, agarrándome el brazo.

Jadeando, levanto la vista para encontrar a Elijah, con los ojos


muy abiertos y la mandíbula apretada.

—Vete a la cama, Bryce.

Decidida, no la suelto.
—Necesito hacer esto. Necesito acabar con su patética existencia,
tanto para ti como para mí. Necesito esto, joder.

Al ver la desesperación en mis ojos, aspira una bocanada de aire


y sus fosas nasales se agitan.

—Una vez que tomas una vida, no hay vuelta atrás.

—¡Me da igual, joder! —le respondo con un siseo.

—Me importa, joder —gruñe, enseñándome los dientes—. Vete a


la puta cama ahora, Bryce. No te lo pediré una tercera vez.

Soltando mi mano de la aguja, Elijah suelta su mano de mi brazo,


permitiéndome quitarme los guantes.

—¡Vete a la mierda! —Hago un gran esfuerzo y me doy la vuelta


para salir de la habitación. No espero su respuesta. Estoy
demasiado enfadada.

Subo los escalones de dos en dos hasta llegar a mi habitación y


cierro la puerta de golpe. Me quito la pijama y me meto en la cama,
con el corazón latiendo rápidamente por la adrenalina y la rabia.
Estoy tan enfadada que una hora más tarde sigo despierta y la luz
empieza a aparecer en mi habitación. La puerta se abre con un
chasquido y no tengo que mirar para saber que es Elijah quien
entra. Su olor a almizcle y canela me llega a las fosas nasales y la
electricidad que desprende recorre la habitación.

Poco después de entrar, rodea mi cama, desapareciendo de la


vista antes de deslizarse a mi lado. Sus brazos me rodean el
estómago y me atrae hacia su cuerpo, uniéndonos.

—Te odio —susurro, con lágrimas que amenazan con picarme los
ojos.

Una suave exhalación me golpea la nuca.

—Sé que lo haces.


Con determinación en mi voz, digo:

—La mataré. Puede que me hayas detenido esta noche, pero no


puedes estar siempre ahí. Te lo prometo, Elijah. Está malditamente
muerta.

—Lo sé.

Me sorprende la aceptación en su voz. Tan sorprendida que me


tranquiliza. Ayudada por el hecho que está aquí, acurrucándose a
mi lado, finalmente me rindo al sueño.

Unas horas más tarde me despierto con el sonido de las sirenas,


las puertas que se abren y se cierran. Pasos. Voces. La policía y una
ambulancia en mi casa. Me levanto de la cama, preguntándome qué
ha pasado.

Durante la noche... la noche en que debía matar a mi madre, ella


murió de una supuesta sobredosis de drogas.
TREINTA Y TRES

PRESENTE

Debo admitir que estaba muy enfadada con Elijah por haberle
quitado la vida a mi madre cuando debería haber sido yo. Nunca
hemos hablado de lo que hizo, pero siempre ha sido una molestia
que no cesa. Ella no fue mi primera víctima, un hecho que me mató.
Nunca odié a Elijah por lo que hizo. De hecho, solo enriqueció la
adoración que ya sentía por él. Mató por mí. Dos veces.
Simplemente no he podido deshacerme de esta rabia incesante que
burbujea constantemente en mi interior por no haber sido capaz de
hacerle la justicia que se merecía. Puede que haya preparado la
aguja, e incluso la haya puesto en su brazo, pero no fui quien le
clavó la mierda en la vena. No fui yo quien vio cómo su vida se
desvanecía hasta que exhaló su último y patético aliento. Sé que
Elijah lo hizo para salvarme...

Pero no puedes salvar a los condenados.

Mis ojos se dirigen a la fecha del calendario. El fatídico día jueves


15 de agosto está prácticamente zumbando en la página. Toda esta
preparación ha conducido a esta fecha. La "Operación Mudanza" se
hará efectiva poco después si todo va bien.

El corazón me da un vuelco, sintiendo unas ligeras náuseas ante


las posibilidades de cada resultado que puede deparar el día de hoy.
He repasado todas las posibilidades disponibles, todas las cuales
necesitan una acción inmediata. Si soy lo suficientemente rápida,
el partido no se regalará, y todos estos meses de planificación no
serán una pérdida de tiempo.

Sabiendo que el tiempo es esencial, bajo al sótano con la pistola


de Elijah en la mano. Me siento en el escalón y me muerdo las uñas
mientras miro el reloj cada treinta segundos. Oigo que la puerta se
abre y luego suenan pasos por el pasillo.

—¡Bryce! —grita Elijah. Tras unos segundos en los que no


respondo, vuelve a llamarme por mi nombre. No respondo. No
puedo responder. Mi teléfono vibra en mi mano, alertándome de su
llamada, pero no lo cojo. La llamada termina, pero vuelve a vibrar.
Se va a poner muy nervioso porque no contesto. Odia no saber
dónde estoy. No sé si se debe al miedo a lo que estoy haciendo o que
simplemente se está asegurando que no estoy en algún sitio siendo
follada por un hombre o haciendo que una Cara de pato cualquiera
me chupe las tetas.

Probablemente un poco de ambas cosas.

Elijah maldice en voz baja, pero mi teléfono no vuelve a vibrar.


Había previsto que lo haría, por eso lo puse en silencio y en
vibración. Otra hora y tres llamadas más de Elijah después, el
anticipado timbre de la puerta rodea la casa, haciéndome aspirar
un suspiro. Ahora es cuando tengo que actuar rápido. Ahora es
cuando realmente necesito ser malditamente cuidadosa.

—Johnathan, ¿qué mierda estás haciendo aquí? Pensé que te


había dicho que nos encontraríamos más tarde en el hotel.

Unos pasos se abren a través de la puerta del sótano, haciendo


que mi corazón vuele a mi boca.

—Tenía que venir a verte ahora. Es importante.

—¿Estás herido? —pregunta Elijah—. ¿Está todo bien?


Las voces se arrastran hasta el salón, así que me levanto
rápidamente y abro la puerta lo más silenciosamente posible para
poder escuchar completamente lo que dicen.

—No todo está bien —escupe Johnathan—. Solo he venido para


poder darte un mensaje.

Salgo silenciosamente de la puerta, con la pistola amartillada y


lista para disparar.

—¿Qué mensaje? Hijo, no sé de qué estás hablando.

—¡No me llames hijo, joder! No soy tu puto hijo. Solo eres un


enfermo, retorcido y pervertido marica. No mereces nada más que
pudrirte en el infierno.

A través de la rendija de la puerta de la sala de estar, veo a Elijah


extendiendo las manos en señal de rendición mientras Johnathan
-de espaldas a mí- se sitúa a unos tres metros de él, apuntando con
una pistola en su dirección.

—No entiendo de qué estás hablando...

Y entonces lo hace. ¡Johnathan dispara la maldita pistola!

Elijah desaparece de la vista, y mi visión se nubla de rabia. Casi


grito, pero me contengo lo suficiente para salir con la pistola de
Elijah y sin que me vea entrar. Le apunto a la nuca y aprieto el
gatillo.

La sangre y partes de su cerebro salpican antes que el cuerpo de


Johnathan se sacuda, cayendo inmediatamente de bruces.

—¡Elijah! —grito, corriendo hacia donde lo vi caer detrás del sofá.

Esto no debía ocurrir. ¡Esto no debía pasar, joder!

—¿Bryce? —Elijah dice, con su voz tensa.

Gracias a Dios, está vivo.


Llego al respaldo del sofá, donde Elijah yace agarrándose el
hombro izquierdo, con la sangre rezumando y la cara cada vez más
pálida. Me entra el pánico por un momento, pero luego la
determinación se impone.

—Espera, te traeré una toalla.

Él asiente con la cabeza mientras me apresuro a ir a la cocina, y


por el camino me doy cuenta que hay una bolsa junto a la puerta
que no es nuestra. Agarro una toalla antes de correr de nuevo hacia
Elijah, poniendo una rodilla a su lado mientras la presiono contra
su herida. Sisea de dolor, su respiración es irregular.

—Sujeta esto, voy a llamar al 911.

Tomando el teléfono del bolsillo trasero de mis jeans, marco el


911, diciéndoles que ha habido un ataque en nuestra casa y que el
hombre yace muerto en nuestro salón antes de colgar.

Sabiendo que están en camino, me arrodillo de nuevo junto a


Elijah y le tomo la mano.

—Aguanta. La ambulancia está en camino —no responde, solo


cierra los ojos, asintiendo con la cabeza—. ¿Quién era? ¿Por qué te
disparó?

Espero que Elijah se sincere por fin, pero se limita a negar con la
cabeza.

—No lo sé —miente, siseando de dolor otra vez—. No lo sé, joder.

La decepción nubla mis pensamientos un momento. No tengo ni


idea de por qué sigue ocultándome cosas. Pero todavía estoy
tambaleándome por el hecho que Johnathan haya disparado a
Elijah de forma tan inesperada que no puedo pensar en nada más
que en eso ahora mismo.
—Está bien —concedo, frotando tranquilamente su brazo
bueno—. Concéntrate en ti ahora mismo. —Me muerdo el labio,
sintiendo un tirón en el brazo, así que miro hacia abajo.

—Siento que... hayas tenido que... hacer eso. Joder, esto duele,
joder.

Hago una mueca de dolor, viéndolo sufrir. Está sufriendo por mi


culpa. Yo le he hecho esto.

¡Joder!

—No lo sientas. De ninguna manera iba a dejar que te disparara


y se saliera con la suya.

—¿Dónde estabas... tú?

Sacudo la cabeza.

—No importa eso por ahora. Hablaremos cuando te hayan


atendido.

Las sirenas suenan en la distancia, así que le agarro la mano.

—Tengo que levantarme y abrirles la puerta, ¿ok? —Con una


mueca de dolor, asiente con la cabeza.

Corro hacia la puerta y me limpio la sangre de las manos en el


vestido. Vuelvo a ver la bolsa, así que cojo rápidamente unos
guantes de látex de debajo del fregadero de la cocina antes de
arrodillarme para abrir la cremallera. Dentro hay una cartera, un
teléfono y una llave de hotel. Pero lo más importante es que hay un
montón de cartas envueltas con un trozo de cuerda.

Mis cartas.

Mirando en dirección a donde está Elijah, saco rápidamente las


cartas de la bolsa de Johnathan y las escondo bajo el fregadero de
la cocina por ahora -junto con los guantes- antes de abrir la puerta.
Una ambulancia, seguida de tres coches de policía, viene a toda
velocidad por la calle. Inmediatamente, levanto las manos,
agitándolas como una loca, intentando llamar su atención. La
ambulancia se detiene con un chirrido y dos paramédicos, un
hombre y una mujer, salen corriendo con todo su equipo.

—Por favor, está dentro y le han disparado. Tienen que ayudarme


—ruego, con la ansiedad que me corroe.

Esto no debía ocurrir.

—¿Dónde está? —pregunta la mujer.

—En el salón —respondo, dándome la vuelta rápidamente para


volver a entrar.

Me siguen, pasando por alto el cadáver en el suelo. Teniendo en


cuenta que le falta la mitad del cerebro, se dan cuenta rápidamente
que no necesitan comprobar su pulso, y corren inmediatamente a
ocuparse de Elijah.

—Se ha metido en un buen lío, jefe —dice el paramédico


masculino, mientras saca una máquina de presión arterial y aparta
la mano de Elijah de la herida.

Elijah se ríe, pero hace una mueca de dolor.

—Sí, definitivamente he tenido días mejores.

Todos se ríen mientras la mujer se pone a trabajar, cortando su


camisa con unas tijeras.

—No se preocupe. Lo arreglaremos enseguida.

Unas botas que suenan con fuerza entran en la habitación y me


hacen mirar hacia ellas. Brent está aquí junto con su compañero
rubio y algunos otros que reconozco.
—¿Qué ha pasado? —Brent pregunta, observando la escena que
tiene delante, sus ojos se posan en un Johnathan muy muerto.

Con una mano temblorosa, le señalo.

—Llegué a casa y lo encontré gritando a Elijah. Cuando me di


cuenta que tenía una pistola, corrí rápidamente a buscar la de
Elijah para poder defenderlo cuando oí un disparo. Mientras Elijah
caía, yo solo... joder, no pensé. Simplemente apreté el gatillo.

Los ojos de Brent se abren de par en par antes de dar un paso


adelante y tomarme en sus brazos.

—No te preocupes. Hiciste lo correcto. Tus acciones salvaron a


Elijah y posiblemente a ti, ¿ok? No te castigues por ello.

Normalmente Brent no hace más que bromear, así que me


sorprende un poco su repentino cambio de actitud. Supongo que la
seriedad de esta jodida situación cambia las cosas.

—Estás siendo amable.

El cuerpo de Brent vibra de risa, pero no me quita los brazos de


encima.

—Puedo ser amable cuando quiero.

Levantando la vista, con lágrimas en los ojos, me burlo de él:

—No creo que me gustes así.

Esto le hace reír más.

—Siempre la gata del callejón, pase lo que pase.

—Así está mejor. —Le sonrío brevemente antes que mi atención


se dirija a Elijah—. ¿Estará bien?

Ya lo tienen vendado y listo para ponerlo en la camilla. La


paramédica se dirige a mí:
—Por suerte, solo es el hombro. Hemos frenado la hemorragia,
así que debería estar bien.

—Sí, cualquier excusa es buena para tener unos días de


descanso. ¿Eh, jefe? —bromea el rubio.

—Vete a la mierda —replica Elijah, provocando la risa de todos.

—Sí, definitivamente está bien.

Brent habla por su radio, solicitando a los forenses. Luego se


dirige a mí:

—Escucha, no puedes quedarte aquí durante un par de días


porque los forenses van a necesitar barrer y limpiar la escena.
Podemos alojarte en un hotel, así que sube y toma algunas cosas.
¿Puedes cambiarte el vestido? —continúa, señalándolo—. Vamos a
necesitar tomarlo como evidencia.

—Nos lo llevamos —dice el paramédico. Elijah está ahora atado a


una camilla, con una vía intravenosa ya puesta y un vendaje limpio
alrededor del hombro.

—Estaré allí tan pronto como pueda —respondo antes de volver


a centrar mi atención en Brent—. ¿Puedes llevarme al hospital
cuando esté lista?

Brent sonríe y asiente.

—Claro.

Me acerco a Elijah, tomando su mano.

—Nos vemos pronto.

Me devuelve el apretón.

—¿Estás bien?
—Mientras vivas, sí, estaré bien. —Su labio se curva en una
sonrisa, pero luego vuelve a hacer una mueca de dolor. Dirijo mi
atención a los paramédicos—. Será mejor que lo lleven.

Veo cómo se van y subo rápidamente a cambiarme de ropa.


Agarro una bolsa, empacando algunas prendas de vestir así como
mi bolso antes de correr hacia abajo.

—Tengo que tomar algo rápido —le digo a Brent antes de pasar
corriendo junto a él. Tan rápido como puedo, me apresuro a la
cocina, saco las cartas que escondí y las meto con mucho cuidado
en mi bolsa. Cierro la cremallera y exhalo el aire que tanto necesito.
Una vez de vuelta en el salón, le entrego a Brent mi vestido.

—¿Nos vamos ya?


TREINTA Y CUATRO

PASADO

Hace cuatro meses, enterré a mi madre. Un pequeño


acontecimiento que atrajo a algunos miembros de la comunidad, la
mayoría de los cuales se limitaron a ser los malditos entrometidos
que son. A pesar que Elijah perdió a su esposa, siguió yendo a
trabajar como siempre, agachando la cabeza y metiéndose en todo
el papeleo que podía. Todo el mundo pensaba que estaba de luto
por la pérdida de su esposa y que esa era su forma de sobrellevarlo.

Yo sabía que no era así.

Me evitaba. Evitando el inevitable acercamiento. Incluso se las


arregló para dejar pasar mi decimoséptimo cumpleaños sin siquiera
tocar mi mano.

Había que tomar medidas drásticas.

Desde la muerte de mi madre, me ha encerrado en mi habitación


todas las noches. Ya sé por qué. Tiene miedo que me cuele en su
habitación a altas horas de la noche y me meta bajo las sábanas de
su cama. Por supuesto, lo habría hecho, pero aun así... me enoja.

Así que una noche ideo un plan en el que me despierto gritando


en mitad de la noche. Elijah -sin duda oyendo mis gritos- vendrá en
mi ayuda, listo para hacer frente a cualquier posible amenaza.
Espero a que pase la medianoche antes de entrar en estado de
pánico, desesperada por conseguir que mis ojos se vean afligidos
para que todo parezca... auténtico.

Me paso las manos por el pelo y corro por la habitación para


acelerar el ritmo cardíaco antes de enjuagarme los ojos con agua
para conseguir un mayor efecto. Desnuda y de nuevo bajo las
sábanas, abro la boca y suelto el grito más agudo que puedo reunir.
En menos de diez segundos, la puerta se abre y Elijah irrumpe, con
sus ojos desorbitados recorriendo mi habitación.

—¿Qué demonios, Bryce? —grita, corriendo hacia mí.

—He tenido una pesadilla. Soñé que alguien estaba en mi


habitación. —En el momento en que se sienta en mi cama, lo rodeo
con mis brazos—. Estoy muy asustada, Elijah. Abrázame.

Cuando sus brazos rodean mi espalda desnuda, acurruco mi


cabeza en el hueco de su cuello. Su respiración es entrecortada, sin
duda por el susto que le acabo de dar. La mía también, porque me
tiene muy cerca y su corazón late contra mi pecho.

—Me has dado un susto de muerte —susurra, pasando una mano


por mi pelo.

—Lo siento —respondo, tratando de quitarme las sábanas para


poder sentarme a horcajadas sobre él.

—No hay nadie aquí. Estás a salvo.

—Lo sé. Estoy a salvo porque tú estás aquí. —Respiro su olor


almizclado y a canela horneada, mis entrañas se despiertan y están
deseosas de montar en el poni de la pelota. Saco la pierna y me
elevo para pasarla por encima de su cintura hasta quedar a
horcajadas sobre él. Vuelvo a aspirar su aroma y mi ingle se frota
por reflejo sobre su polla. No está dura... todavía, pero en el
momento en que mi cuerpo desnudo presiona su piel desnuda, su
polla cobra vida.
—Bryce —advierte Elijah, con sus manos agarrando mi cintura.

Ignorándolo, extiendo besos en el costado de su cuello y


mordisqueo el lóbulo de su oreja.

—Elijah —le susurro porque siempre tengo que decir su nombre


después que él diga el mío.

—Deja esta mierda.

Mis labios se crispan porque, a pesar que me dice que pare, no


está haciendo nada físicamente. Así que, de nuevo ignorándolo,
hago círculos con mis caderas sobre el material de sus bóxer, con
su polla ahora esforzándose por salir.

—Quiero tu polla dentro de mí —mi voz es un susurro ronco, mis


palabras altas y claras.

En un instante, me levanta y me hace girar antes de tirarme a la


cama con un golpe. Está enfadado, sus ojos son de un color lavanda
ardiente mientras se cierne sobre mí, con la polla ensanchando sus
bóxer.

—No has tenido una puta pesadilla, ¿verdad? Solo era una treta
para traerme a tu habitación.

Le sonrío, abriendo las piernas para que vea mi carne desnuda


por primera vez.

—Pero funcionó, ¿no? ¿Quieres castigarme por mentir haciendo


que me corra con tu polla?

Su pecho sube y baja con cada respiración, sus ojos no pueden


evitar recorrer los contornos de mi cuerpo antes de posarse en mi
húmedo coño. Sus fosas nasales se agitan, pero luego cierra los
ojos.

—Parece que has perdido esta vez, cariño.


Se levanta de la cama, se gira y se dirige hacia la puerta,
cerrándola de nuevo antes que sus pasos se dirijan a su dormitorio
de al lado.

—¡Hijo de puta! —maldigo en voz baja, con el cuerpo aún


zumbando por nuestro encuentro. Cierro los ojos por un momento,
muy enfadada, pero entonces se me ocurre una idea mientras miro
fijamente la ventana de mi habitación. Unas burbujas de euforia
estallan en mi vientre mientras me deslizo fuera de la cama y me
dirijo a la ventana. La abro, empujo la ventana y saco la cabeza.
Todo está oscuro y tranquilo fuera. Probablemente Frank sigue en
el porche, pero está en el jardín delantero, así que no puede ver mi
ventana desde allí. Y hay árboles entre nosotros y los vecinos de
detrás, así que dudo que me vean. Incluso si alguien puede verme,
no me importa. Tengo un cuerpo de infarto, así que ¿por qué no dar
un espectáculo?

Al salir a la marquesina, me doy cuenta que todo está oscuro en


la habitación de Elijah, que está al lado. Decido seguir el ejemplo
de Eddie Murphy y empiezo a cantar la canción que cantaba en
Coming to America, "To be Loved". Después de la segunda línea,
una luz se enciende en la casa detrás de nosotros, los perros
ladrando en la distancia. Estoy a punto de gritar la frase "to be
loved", cuando un brazo me rodea por la cintura y me levanta y tira
de la ventana hacia mi habitación con tanta violencia que ambos
caemos al suelo. Elijah me aborda y me hace girar hasta que mi
espalda queda pegada al suelo, con sus manos inmovilizando mis
muñecas por encima de mi cabeza, con su respiración agitada y
pesada.

—¿A qué demonios crees que estás jugando?

Decidiendo seguir con mis payasadas infantiles, le saco la lengua


y muevo las caderas. Su polla sigue dura.

—Me estás ignorando. He tenido que tomar medidas drásticas


para llamar tu atención.
Un músculo salta en su mejilla ante mi respuesta, sus fosas
nasales se agitan. Sin embargo, sospecho que su reacción se debe
más a la lujuria que a la ira.

—Bueno, felicidades, Bryce. Tienes toda mi maldita atención. ¿Y


ahora qué?

Cree que me va a sorprender su pregunta, pero, al parecer, Elijah


me subestima.

—Ahora haz lo que se ha estado cociendo a fuego lento entre


nosotros durante meses. —Arqueo la espalda y le muestro mis
pechos—. Vamos, toma uno en tu boca. Sabes que quieres hacerlo.

Sus ojos no pueden evitar dirigirse a mis pechos, mis pezones


están duros y listos para recibir lo que él pueda dar. Inspira
profundamente antes de soltarme las muñecas con un gruñido. De
nuevo, la decepción me nubla mientras él hace todo lo posible por
no mirarme. En su lugar, se dirige a mi ventana, la cierra con llave
y empieza a salir por la puerta.

—Vete a la puta cama. Te lo advierto.

Sus palabras solo sirven para aumentar mi deseo por él, que se
dispara a niveles muy altos. Miro a su cuerpo que se retira y, antes
que mi cerebro pueda reaccionar, me levanto del suelo y corro hacia
él, saltando sobre su espalda en el momento en que está en la
puerta.

—¡¿Qué demonios?! —brama, tratando de apartarme de él. Pero


es demasiado tarde. Tengo mis piernas envueltas alrededor de él
con tanta fuerza que casi me he convertido en su segunda piel.

Al darse cuenta que no puede quitarme físicamente de encima,


respira entrecortadamente.

—Bryce, bájate de mí ahora. Te lo advierto, joder.


Sonrío mientras aprieto mi cabeza contra la suya para susurrarle
al oído:

—Haz lo que te salga de las pelotas.

Arrojándonos de nuevo contra la pared, me golpea allí dos veces


hasta que el viento se me escapa tanto que no tengo más remedio
que soltarme. Me caigo en un montón, respirando
entrecortadamente mientras mi espalda vibra por el impacto. En
lugar de hacer que me detenga, solo echa más leña al fuego ya
encendido. No fue violento con sus movimientos, no me hizo daño,
pero sabía el nivel justo de fuerza necesario para hacerme caer.

—Estás presionando por algo que, una vez que suceda, no podrá
deshacerse nunca —gruñe.

Le enarco una ceja.

—¿Se supone que eso debe desanimarme? —le estoy desafiando,


pero estoy bastante segura que le encantan los buenos desafíos.

—Bryce —advierte, lo que me hace sonreír.

—Elijah —le respondo.

Sin inmutarme por sus acciones, me levanto inmediatamente,


pero en el momento en que lo hago, una mano se coloca alrededor
de mi cuello, los ojos de Elijah arden como una llama abrasadora
mientras aplana mi espalda contra la pared. Lo único que hago es
sonreírle.

—Puedo seguir así toda la noche —me burlo, alargando la mano


para agarrar su polla. Mis dedos envuelven su dureza, frotando mi
mano arriba y abajo de su eje. Cuanto más tiempo se queda ahí
dejándome, más me duele el coño.

Su mano me aprieta cada vez más en el cuello, pero no me


disuade. Probablemente, Elijah piensa que soy una debilucha que
no soporta que la tiren o abusen de ella. Tiene razón, por supuesto,
pero cuando se trata de él, lo quiero todo. Quiero su fuego, su rabia,
sus lágrimas, su alegría, su dulzura, su violencia. Lo quiero todo,
joder.

Su mano libre me coge el pecho y lo amasa antes de apretarme el


pezón. Cierro los ojos, gimiendo ante su rudo contacto.

—¿Esto es lo que quieres? —gruñe, con su rabia a flor de piel.

—Sí —le respondo entre dientes.

Cuanto más me aprieta el pezón, más duro le masturbo la polla.


Su respiración cambia hasta el punto qué sé que está a punto de
romperse.

—¡Joder! —sisea, tirando de mí desde la pared y hacia mi cama.


Allí me hace girar, y su mano me empuja con tanta fuerza que tengo
que sacar rápidamente las manos para atrapar mi cuerpo antes de
caer sobre la cama. Me agarra por la nuca y es entonces cuando lo
siento. La cabeza de su polla en mi entrada.

—Esto es lo que estás pidiendo, ¿eh? Que te follen como la puta


que eres.

—¡Sí!

Mi grito rebota en las paredes y entonces él se desliza dentro, su


gran y dura polla llenándome mientras jadeo en voz alta.

—¡Jodeeeeeeeeeeeeer! —brama, con su polla golpeando mi


vientre—. Estás tan jodidamente apretada.

—¡Fóllame! —grito—. ¡Fóllame fuerte como sé que quieres!

No me decepciona. Manteniendo una mano posesiva contra mi


nuca, empuja hacia delante, violento e implacable.

—¡Maldita puta! —gruñe, agarrando y pellizcando mi pezón, mi


deseo se dispara a nuevos niveles. Se siente tan jodidamente bien y
me está follando tan rápido que un orgasmo me va a atravesar en
cualquier momento—. Mira lo que me has hecho hacer.

—Me has convertido en una puta.

Sus respiraciones lo abandonan en ráfagas, las caderas se


flexionan dentro de mí una y otra vez.

—No es cualquier puta. Mi. Maldita. Puta.

Gimo.

—¡Oh, Dios, sí! —Mi cuerpo siente un cosquilleo por todos lados,
mi clímax está a punto de desatarse.

—Dilo, Bryce. Di las malditas palabras.

—Soy... tu... puta —jadeo.

—Dilo de nuevo, joder. Más fuerte esta vez.

—Soy tu puta... ahhhhhhhh... Me voy a correr. —Mi cuerpo se


estremece y tiembla con un espasmo para acabar con todos los
orgasmos. No sé cómo soy capaz de mantener mi cuerpo en pie,
pero él sigue golpeando su polla dentro de mí mientras mi cuerpo
se estremece bajo él.

—¡Joder, Bryce! Vas a hacer que me corra. Maldita puta.

Se sacude, rugiendo su liberación dentro de mí, sus respiraciones


irregulares y profundas.

Una vez que se detiene, con su cuerpo agitado pegado a mi


espalda, ambos nos tomamos un momento, mis ojos cerrados
mientras dejo que la euforia de mi orgasmo me inunde. Lo he
conseguido. Por fin lo he destrozado.

Y nunca me he sentido tan jodidamente bien.

¡ZAS!
Abro los ojos de golpe al sentir su mano contra la mejilla derecha
de mi culo. La fuerza de la misma es tan grande que catapulta mi
cuerpo fuera de la cama.

—Ahora vete a la puta cama.

Sabiendo que se está moviendo, giro mi cuerpo justo a tiempo


para encontrar su tonificado cuerpo caminando hacia la puerta de
mi habitación.

—Sí, papi —le respondo, justo antes que me fulmine con la


mirada y cierre la puerta con un violento golpe.

Oh, está enfadado.

Papi está muy enfadado porque le he obligado a follar conmigo.

Me rio de mi pensamiento enfermizo y travieso mientras me tiro


contra la cama con un suspiro, mi cuerpo finalmente saciado.

El único problema es que sé que una vez nunca será suficiente.

Ahora que lo he probado, ya no podré prescindir de él.


TREINTA Y CINCO

PRESENTE

En el hospital, esperando noticias, pienso en aquella primera


noche en la que por fin conseguí que Elijah cediera ante mí. Habían
pasado demasiadas incidencias entre nosotros, ese mismo fuego
chisporroteando y zumbando entre él y yo. Él lo sentía. Sabía que
podía. Por eso solo era cuestión de tiempo que finalmente se
rompiera.

Aquella primera mañana después, me desperté y lo encontré


parado junto a mi cabecera, con un vaso de agua en la mano y mi
píldora anticonceptiva en la otra. Fue entonces cuando me di
cuenta que debía de estar rebuscando entre mis cosas, sin duda
para espiarme y ver si estaba protegida. Después de eso, su control
sobre mí creció mucho más, algo que no había pensado que fuera
posible. Aun así, como he dicho antes, no me importa. De lo que
nunca se ha dado cuenta es que yo también controlo su vida. Solo
que siempre he sido un poco más... discreta al respecto.

Sentada en la sala de espera, me muerdo las uñas, ansiosa por


saber que Elijah está bien. Está aquí por mis acciones, así que no
solo siento ansiedad sino también culpa.

—¿Bryce Turner? —llama una doctora, mi cabeza se dirige a ella,


con los ojos muy abiertos por la expectación—. Ha sido un poco
complicado, pero hemos conseguido sacar la bala. Ha salido del
quirófano y pregunta por usted. Está somnoliento por la anestesia,
así que está advertida.

Asiento con la cabeza, levantándome inmediatamente para


seguirla.

—Gracias.

Ella sonríe mientras me indica la habitación en la que está. Abro


la puerta y me encuentro a Elijah tumbado en la cama, con el pecho
desnudo, aparte del vendaje que le rodea el hombro y una vía que
le suministra fluidos. Tiene los ojos cerrados y parece tan joven y
tranquilo. La felicidad y el alivio me inundan al ver que está bien.
Vuelve a tener color en la cara y, a pesar de haber recibido un
disparo, parece tan sano como siempre.

Acerco una silla a su cama y le tomo la mano.

—Me has asustado por un momento.

Al oír mi voz, sus ojos se abren de golpe y su sonrisa se vuelve


tonta al verme sentada a su lado.

—Estás aquí.

Le aprieto la mano.

—No estaría en ningún otro sitio.

—Me has salvado la vida.

Mi sonrisa se desvanece. Casi le causo la muerte.

Estoy a punto de decirle que no vaya por ahí cuando frunce el


ceño.

—Es que... no lo entiendo. ¿Por qué?

Sus ojos pasan entre los míos como si buscara la respuesta a su


pregunta.
—Esperaba que pudieras responderme a esa pregunta. ¿Por qué
dejaste entrar a ese tipo en la casa si no lo conocías?

Debería sentirme avergonzada por soltarle toda esta mierda. Solo


tengo que recordarme a mí misma el porqué. La razón de todo esto.

Elijah cierra los ojos y se lame los labios secos.

—Él... era alguien a quien yo... arresté hace unos años. Dijo que
solo quería hablar conmigo. No pensé que me dispararía.

Mis labios se afinan ante su mentira, pero no le llamo la atención.


Hay tantas preguntas que podría hacer, pero me muerdo la lengua.
Al fin y al cabo, está en esta cama de hospital por mi culpa.

—Te sugiero que no dejes entrar a ningún delincuente conocido


en la casa nunca más.

Se ríe de eso, pero hace una mueca cuando su risa le causa dolor.

—Sí, debidamente anotado.

Tragando con fuerza, tengo una pregunta candente en mis labios.


Una pregunta que me moría por hacer durante meses, pero que he
retenido hasta este momento. Una pregunta que -dependiendo de
la respuesta- determina el curso de acción que tomaré a
continuación.

—Elijah —empiezo, con voz suave.

Sus ojos caídos se abren, todavía dopados por la anestesia.

—Sí.

—¿No crees que... con todo lo que está pasando ahora deberíamos
mudarnos? Si vendemos tu casa y la de Frank, puedes conseguir
un traslado a otro estado, y podemos consolidar nuestro dinero.
Comprar algo especial... para nosotros.

Una sonrisa torcida arruga su cara mientras responde:


—¿Quieres vivir conmigo, cariño?

Me rio de su estúpida pregunta.

—Bueno, ahora sí, ¿no?

Cuando sus ojos caen un poco más, me reprendo en silencio por


haber hecho esta pregunta tan importante mientras está bajo los
efectos de la anestesia.

—¿Bryce? —pregunta, con los ojos completamente cerrados


ahora.

—¿Sí? —respondo, con la esperanza creciendo en mi pecho.

—¿Has puesto caca de perro en el suelo del salón de los señores


Grayson?

Un estruendo de risa me abandona ante su pregunta aleatoria.


Aun así, está drogado, así que ¿por qué no ser sincera?

—Ella se lo merecía. Ella y Cara de Pato intentaban comprar la


casa de Frank porque no les parecía bonita en comparación con el
resto de la calle. Ella presionó a un hombre moribundo. No me
arrepiento de haberlo hecho.

Una sonrisa adorna sus labios antes de suspirar.

—Siempre supe que un día serías mi muerte.

Mi cuerpo se encorva en una mueca, porque él no tiene ni idea


de lo cerca que está de la verdad su broma.

Agotada por todo el día, estoy a punto de decirle que descanse un


poco, pero su respiración superficial me dice que ya está
profundamente dormido.

Decidiendo que tengo que irme, ya que Brent me está esperando


para llevarme al hotel, me levanto y le doy un suave beso en la
frente.
—Te amo, Elijah.

Es la primera vez que pronuncio esas palabras y, a pesar de saber


que está profundamente dormido, me siento bien al decirlas. Se
supone que somos nosotros.

Siempre nosotros.

Le acaricio suavemente la cara, sintiendo las pequeñas espinas


de pelo que le crecen antes de besar su mano y salir por la puerta.
Brent espera pacientemente, con una sonrisa en los labios.

—¿Cómo lo llevas, gata del callejón?

Me rio de su broma, pero luego suspiro.

—He tenido días mejores, debo admitir.

Acorta la distancia entre nosotros, su cuerpo nos da algo de


intimidad.

—Escucha, ya tienes un hotel reservado para los próximos dos o


tres días, pero puedes quedarte en mi casa. No deberías estar sola
después de lo que ha pasado hoy.

Le devuelvo la sonrisa, haciendo que se sorprenda.

—Harás cualquier cosa para quedarte a solas conmigo, ¿verdad?

Se ríe de mi broma, con la mano puesta en el corazón.

—Ah, joder. Me has atrapado. —Su cara se vuelve entonces


sincera—. En serio, Bryce. Acabas de pasar por algo que ninguna
mujer de dieciocho años debería soportar. Bromas aparte, la oferta
está ahí si la quieres.

Me da calor pensar que si Elijah pudiera escuchar esta


conversación ahora mismo, se pondría a cien. Me dejaría quedarme
con él por encima de su cadáver, perdón por el juego de palabras.
—Te lo agradezco mucho, Brent, pero voy a declinar. Creo que
estar sola en este momento es justo lo que necesito. Además, voy a
estar rodeada de mucha gente en un hotel. No me sentiré sola allí.

Su frente se arruga de incertidumbre.

—¿Estás segura?

Colocando mi mano en su hombro, inclino un poco la cabeza


hacia delante.

—Estaré bien. Lo juro. —Además, todavía tengo algo que hacer


antes de poder acostarme esta noche.

Me lleva a mi hotel, que por suerte está en el centro de la ciudad,


así que no está lejos para que pueda caminar hasta mi destino.
Antes que Brent se vaya, me da su tarjeta, indicándome que le llame
si lo necesito. Incluso me hace prometerlo. Parece que a pesar de
su imagen de chico malo, hay un corazón de oro en alguna parte.
Es eso o realmente está desesperado por meterse en mis bragas.

La habitación es adecuada, la cama de tamaño king me hace


sentir la tentación de meterme en ella y simplemente dormir. Mi
cuerpo está seriamente agotado después de hoy.

Pero, como muchos de mis días últimamente, primero tengo que


hacer una mierda. Así que tomo mi bolsa y salgo rápidamente del
hotel. Es más de medianoche, así que todo está tranquilo. Hago la
rápida caminata de diez minutos hasta la ferretería, donde entro.
Me dirijo a la parte trasera de la tienda y luego al patio trasero,
donde está el práctico barril para quemar.

Saco las cartas que le escribí a Johnathan, abro algunas de ellas


y leo las asquerosas mentiras que le he contado durante los últimos
meses, que han alimentado su deseo de matar a Elijah.

Abuso.

Violación.
Tortura.

Miedo.

Todas esas palabras y más que vertí en innumerables cartas, las


sucias y enfermas falsedades por las que Elijah debería matarme.

Mientras voy echando las cartas, una a una, pienso en el día en


que me enteré de lo de Johnathan. Verás, la cosa es que Elijah no
puede ocultarme nada. Lo intenta, pero yo he hecho que sea mi
única misión saber todo sobre él. Todas esas veces que desaparecía
durante horas cada dos semanas más o menos me dieron
curiosidad, así que un día lo seguí para ver qué estaba haciendo.
Pedí un Uber mientras Elijah se preparaba y lo seguí hasta el
aeropuerto. Como no podía saber a dónde se dirigía desde delante
del aeropuerto, le dije al conductor que me llevara de vuelta a casa.

En casa, registré el dormitorio de Elijah, tratando


desesperadamente de encontrar alguna pista sobre dónde podía
haber ido. Estaba a punto de rendirme cuando se me ocurrió pasar
la mano por debajo de su mesita de noche, encontrando un sobre
liso contra las yemas de mis dedos. Era una carta de la
Penitenciaría Estatal de Wyoming. La prisión en la que estaba su
hijo de veintitrés años por robo.

Cuando la madre de Johnathan murió hace un año, él decidió


buscar y acercarse a su padre, lo que hizo que Elijah se sintiera
obligado a ir a visitarlo de vez en cuando. Cuando leí esto en la
carta, me enfadé tanto que antes de poder siquiera pensar con
claridad, estaba anotando su dirección y escribiendo mi propia
carta. Empecé con calma y constancia, atrayéndolo, pues su interés
por su hermanastra aumentó rápidamente. Le envié una foto falsa
de una chica al azar que encontré en Internet, una chica de la que
finalmente se enamoró cuando nuestras cartas se hicieron más
frecuentes e incluso más intensas.
Una por una, las dejo caer hasta que todas las cartas están
dentro del barril. Las rocío con líquido para encendedor y luego
prendo un fósforo, dejándolo caer dentro, mis ojos se iluminan
mientras las despreciables falsedades se queman, la evidencia de
todo lo que ha sucedido desaparece en hermosas llamas azules.

Mientras arden, saco uno de los cigarrillos de Justin y lo


enciendo, inhalando esa primera calada que hace que se te cierren
los ojos y te invada la calma. Me siento, fumo y sonrío mientras
pienso en todo lo que se ha hecho y en cómo todo se está juntando
ahora.

Dicen que uno haría cualquier cosa por amor, y en mi caso, eso
es absolutamente cierto. Ahora que todas las amenazas y
distracciones han sido eliminadas de la vida de Elijah, por fin puedo
tomarlo como mío. Nadie puede tenerlo.

Y menos aún, su propio hijo.


EPÍLOGO

Seis meses después

—Ve a sacar la carne para la barbacoa. Tomaré los utensilios y


estaré justo detrás de ti.

Una suave sonrisa se dibuja en mis labios al ver a mi prometido


de solo un mes. Me inclino hacia él, besándolo ligeramente, y luego
con voz ronca, le respondo:

—No tardes. Tengo planes para nosotros más tarde. —Le hago un
guiño travieso antes de salir a nuestro nuevo patio trasero, llevando
dicha carne para la barbacoa.

Afuera, el sol brilla, nuestra hermosa piscina resplandece cuando


sus rayos rebotan en el agua. Solo llevamos tres días aquí, y hemos
tardado todo este tiempo en ordenar los muebles y demás. Ha sido
totalmente agotador, pero ha merecido la pena. La casa es la más
increíble que he encontrado nunca. Con cinco dormitorios, cuatro
cuartos de baño y un vestidor en el que podría perderme, fue una
decisión fácil. Ni siquiera había visto la piscina y ya sabía que
teníamos que comprarla.

Fue un poco duro tratar de convencer a Elijah que se mudara,


pero al final, había tenido tanta presión sobre él por no encontrar
un sospechoso del asesinato de Cara de perro y eso unido a todos
los malos recuerdos que tenía la casa en la que habíamos vivido,
que pude convencerle.

—Un nuevo comienzo —le dije—. Un lugar donde podamos estar


juntos y no ser juzgados. —Elijah se había mostrado receloso, pero
luego hizo algunas averiguaciones tentativas con otras fuerzas y le
tocó el premio gordo. Solo había dicho que estaba pensando en
trasladarse cuando tenía a California, Florida e incluso Nueva York,
para que se convirtiera en su nuevo jefe de policía. Con el mejor
sueldo y los mejores beneficios, al final fue California la que se
impuso. El clima perfecto durante casi todo el año también fue una
ventaja. La mudanza me obligó a suspender la Operación Bebé, un
último intento de forzarlo a mudarse si es que se hubiera
atrincherado. Estoy segura que no querría quedarse en Kentucky
sabiendo que nuestro bebé estaba en camino.

Después de arreglar un poco la casa de Frank, pusimos a la venta


su casa y la de Elijah, y en seis semanas teníamos ofertas por
ambas. Había cumplido mi palabra y solo permití que una familia
comprara la casa de Frank, algo que era bastante fácil teniendo en
cuenta que todos los que la miraban eran parejas casadas. Una vez
recibidas las ofertas, volamos a California para que Elijah pudiera
conocer el terreno del trabajo y nosotros pudiéramos ir a buscar
casa. Nuestra casa había sido la sexta que miramos. Yo me había
entusiasmado mientras Elijah se reía, diciéndole al agente
inmobiliario que parecía que su prometida había elegido esta. Mi
sorpresa era evidente, teniendo en cuenta que era la primera vez
que mencionaba algo sobre casarse. Le pregunté al respecto más
tarde esa noche, y su respuesta fue que seguía siendo un hombre
soltero a pesar de tener casi cuarenta años, por lo que necesitaba
sentar cabeza, lo que me hizo reír. Por lo visto, a pesar de haberse
mudado al otro lado del país, seguía creyendo que tenía que seguir
con las pretensiones. Sin embargo, no puedo quejarme, porque al
final me ha conseguido todo lo que siempre he querido. Ahora no
hay obstáculos en mi camino. Elijah es finalmente mío, y en menos
de seis meses, me convertiré en la Sra. Hawthorne. Y mejor aún,
todos los imbéciles de por aquí lo sabrán.

Respiro profundamente, admirando nuestro enorme patio, las


brillantes flores y el césped perfectamente cuidado. Dejo la carne en
el suelo y me doy la vuelta, preguntándome por qué Elijah no ha
salido todavía.

Los murmullos penetran en mis oídos, así que me dirijo de nuevo


al interior de la casa, de donde proceden las voces. Atravieso
nuestra grandiosa y moderna cocina y recorro el largo pasillo
mientras me arrastro hacia la puerta principal. Escondida junto a
la escalera, echo un vistazo y encuentro a Elijah de pie en la puerta,
hablando con una mujer rubia que parece tener unos treinta años,
con un vestido verde ajustado que muestra sus caderas
redondeadas y sus tetas turgentes. Ella se ríe de algo que dice
Elijah, sus ojos se detienen demasiado tiempo en su pecho, su
propia mano bailando ligeramente sobre la suya con la esperanza
de que los ojos de él se posen allí también. Entrecierro los ojos, con
una rabia pura y celosa burbujeando en mis entrañas ante la
audacia de esta zorra. Todo el mundo aquí ya sabe lo nuestro. Sabe
que es el nuevo jefe de policía que se ha mudado aquí recientemente
con su hermosa y joven prometida.

—Gracias por las magdalenas de arándanos. Estoy seguro que a


mi prometida y a mí nos encantarán.

Me tapo la boca para reprimir una carcajada. Parece que tenemos


otra Cara de pato en nuestras manos. ¿Qué pasa con las mujeres
rubias de treinta años que hornean magdalenas de arándanos?

Sigo observando cómo esta zorra se muerde el labio


seductoramente, el comentario de la prometida volando por
completo sobre esa bonita y estúpida cabeza suya.

—Si alguna vez necesitas algo -y me refiero a cualquier cosa- estoy


a solo cinco minutos en auto subiendo por la carretera.
Elijah se aferra a la puerta, su postura corporal le grita que se
vaya a la mierda.

—Te lo agradecemos. Gracias.

Cuando sus dedos se rozan sobre sus pechos y balancea un poco


sus caderas, mis ojos se ponen en blanco ante su descarado
coqueteo.

—Disfruta de tu barbacoa —dice antes de darse la vuelta para


marcharse.

Justo antes que Elijah cierre la puerta, salgo, rodeando sus


hombros con mis brazos. Elijah se da la vuelta y me abraza, y
acurruco mi cabeza en su pecho mientras veo a mi nueva enemiga
número uno mover las caderas mientras se dirige a su auto con sus
zapatos demasiado altos. Se gira para contemplar nuestra preciosa
casa, sin duda queriendo ver si Elijah sigue allí mirándola, pero me
encuentra abrazada a Elijah. Sorprendida, se detiene en seco al ver
cómo bajo la mano para acariciar su culo posesivamente, con una
sonrisa malvada y asesina en los labios. Sus ojos se abren de par
en par ante mi expresión perversa, lo que hace que desvíe la mirada
antes de entrar en su auto.

—Hipnotizando a las nuevas vecinas, ya veo.

Elijah se ríe mientras aspira el aroma de mi cuello, su mano


acariciando mi trasero.

—Otra a la que le gusta hornear magdalenas de arándanos.

—Ya veo. —Mis ojos se dirigen a la cesta que está encima de


nuestro espejo junto a la puerta.

—Tienes el culo más sexy, ¿lo sabías?

Gimo mientras me acerca la ingle a su endurecida polla. Mientras


tanto, observo cómo se aleja nuestra nueva vecina.
Sonrío mientras imagino todas las cosas que podría hacerle.
Todas las cosas que le sucederán porque se atrevió a coquetear con
lo que es mío.

Hmm... la justicia será tan dulce que casi puedo saborearla en


mi lengua.

A esta, creo que la llamaré Cara de Coño.


ELIJAH
HAWTHORNE
—Ve a sacar la carne para la barbacoa. Tomaré los utensilios e
iré detrás de ti.

Una sutil sonrisa se extiende por su impresionante rostro en


forma de corazón, con su suave cabello castaño enmarcando
perfectamente sus altos pómulos y ayudando a acentuar sus
brillantes ojos azul claro. Se inclina hacia mí, me besa ligeramente
en los labios y luego, con su voz sensual y jodidamente sexy que
solo ella sabe imponer, responde:

—No tardes mucho. Tengo planes para nosotros más tarde. —Me
guiña un ojo seductor antes de salir al patio.

Me dirijo a nuestra sala de estar, que es más grande que nuestra


antigua casa en Kentucky. Un poco exagerado, pero aun así, en este
momento es innecesariamente grande para nosotros dos solos. Pero
en el momento en que entramos y vi que a Bryce se le iluminaban
los ojos como si fuera la puta Navidad, y que sus jadeos irradiaban
por cada habitación en la que entrábamos, supe que nunca podría
decirle que no. Además, de lo que Bryce no se da cuenta todavía,
pero lo hará una vez que estemos casados, es que no pasará mucho
tiempo antes que su cuerpo perfecto florezca aún más con mi bebé
creciendo dentro de ella. Esa fue la otra razón para aceptar comprar
esta casa. Solo somos nosotros, por ahora, pero eso lo cambiaré
muy pronto. La otra razón para dejarla embarazada lo antes posible
es intentar calmar su comportamiento revoltoso y malditamente
delincuente. La he dejado suelta durante demasiado tiempo. Ahora
que nos hemos mudado y empezamos una nueva vida, todo eso
tiene que terminar. ¿Eso me convierte en controlador? Sí. ¿Me
importa? No, maldita sea. No me disculpo en absoluto cuando se
trata de Bryce. Sobreviví a meses de confusión al sentirme atraído
por mi hijastra, pero ahora, me niego a ver mi comportamiento
como algo enfermo o retorcido. Es lo que es, y lo acepté hace mucho
tiempo. Mucho antes que Bryce supiera que lo había hecho. Era
demasiado divertido verla jugar.

Al notar que mi teléfono parpadea con una notificación, lo tomo


y veo que es un correo electrónico del alcalde local. Quiere reunirse
conmigo mañana a las nueve en punto para iniciar las
presentaciones y demás. Hago clic en "aceptar" y me paso la mano
por el pelo con un suspiro. Espero que no sea como el hijo de puta
de Schultz. Él fue otra de las razones por las que decidí que tengo
que dejar embarazada a Bryce en cuanto nos casemos. Es un puto
peligro tanto para ella como para los demás. A pesar que sus
imprudentes y obsesivas payasadas me excitan mucho, no puedo
permitir que continúen. Todo este tiempo, ella pensó que estaba a
cargo, que solo ella tenía ojos en mí. Pero no se ha dado cuenta que
también he tenido ojos para ella todo este tiempo.

El lateral de mi labio se enrosca en una sonrisa, mi polla se


sacude con los pensamientos sobre ella que inundan mi cabeza.
Nunca hace falta mucho cuando se trata de ella. Después de todo,
es la personificación de una mujer. Un cóctel letal y jodidamente
delicioso de una gata vestida de tigresa. Regia, encantadora y
jodidamente seductora por fuera, pero un potente veneno de
depravación y venganza por dentro. Te atraerá con su belleza y
encanto, como la araña viuda que es. No tengo ninguna duda que
si alguna vez me cruzara con ella, me mataría. De todos modos,
nunca me cruzaría con ella. No porque me dé miedo -puedo
manejarla mejor que ella misma-, sino porque es la única mujer que
he conocido capaz de empujar mis limites, de hacer que me gire la
cabeza y de hacer que solo piense en ella. Todo se detiene con ella.
¿Algunos llamarían a eso amor? No lo sé. Todo lo que sé es que mi
vida no ha sido la misma desde que me convirtió en su objetivo.
Atrás quedaron los días en que la veía como mi tímida hijastra que
necesitaba cuidados y protección. Al igual que la flor de loto, floreció
de aquellas aguas turbias para convertirse en el espécimen más
perfecto que jamás haya adornado la tierra. Y una vez que floreció,
su destino estuvo sellado. Una vez que floreció, se convirtió en mía.
Solo. Mía. Joder.

He matado tres veces por ella, dos de ellas lo sabe. La otra fue su
jodido padre que se atrevió a aparecer en mi puerta después de
escuchar que la madre de Bryce había "fallecido". Quería llevarse a
Bryce, soltando alguna mierda sobre querer ser su padre de nuevo.
Sabía que todo era mentira, así que no hubo más remedio que
eliminar la amenaza. Nadie puede quitármela, así que fue una
decisión fácil. Y estaré más que dispuesto a hacerlo de nuevo si eso
significa mantenerla a salvo y bien, y lo más importante, a mi lado.

Pienso en cuando mató a mi hijo. Aquel día había fallado el tiro.


Una de las pocas veces que me he quedado fuera de juego fue ese
día. Había planeado ir a buscarlo, llevarlo a cenar, y luego, una vez
que hubiera tomado su última cena, lo habría llevado a los
pantanos y lo habría ejecutado. Sabía que se escribían cartas, sabía
que estaba enamorado de ella, porque tenía información en su
prisión que había tomado fotos de todas las cartas de amor que le
enviaba. También sabía que nunca, jamás, podría tenerla. Ella es
mía. Ni siquiera mi propia carne y sangre podría interponerse entre
nosotros. También me calentó el corazón saber que Bryce estaba
tan obsesionada conmigo que estaba dispuesta a eliminar a
cualquiera que pudiera interponerse en nuestro camino para estar
juntos. Me recuerda a una leona, eliminando a las posibles parejas
de sus cachorros, borrando la posibilidad de cualquier otra línea de
sangre que amenace su futuro dominio. Es la criatura más sexy y
mortal que he tenido el placer de encontrar. Ella no se da cuenta
que secretamente la adoro a sus pies, la coloco tan malditamente
alto en un pedestal que nadie podría acercarse ni remotamente a
ocupar su lugar. Es mi reina egipcia, mi diosa de todas las diosas.
Ella tiene mi alma, y me inclino con gusto ante ella.

Estoy a punto de volver a salir para empezar la barbacoa cuando


suena el timbre. Frunzo el ceño porque no esperamos compañía,
pero me dirijo a la puerta para ver quién puede ser. En la mirilla,
veo a una señora rubia con grandes tetas y un vestido ajustado de
color coral, mientras se recoge el pelo. En su otra mano hay una
cesta llena de lo que parecen magdalenas de arándanos. Suelto un
gemido y pongo los ojos en blanco antes de abrir la puerta.

Retrocede al verme, y sus ojos se fijan en mi torso, mi camiseta


blanca ajustada y mis pantalones cortos de color beige, y se lambe
los labios. En serio, odio a las zorras así. Perras que no se
preocupan de si ya estoy tomado o no les interesa. Perras como cara
de pato y cara de perra, como Bryce las llamó elocuentemente.
Tengo que luchar contra una sonrisa y sacudir la cabeza ante estos
pensamientos errantes.

—¿Puedo ayudarte? —pregunto amablemente. Después de todo,


soy el jefe de policía. Tengo que hacer gala de ser amable por aquí,
me gusten o no estos imbéciles.

—Bueno, vaya, vaya —me dice, colocando una mano en su pecho


para tratar de resaltar su atractivo. Puede que tenga grandes tetas,
pero esta mujer no tiene nada que ver con Bryce. Ninguna mujer
podría—. Me dijeron que eras un guapo hijo de puta, pero no quise
creerlo hasta ahora. —Se ríe de su propia broma, y le devuelvo la
sonrisa a pesar que me apetece mandarla a la mierda—. ¿Dónde
están mis modales? Lo siento, me llamo Kylie Bassett. Vivo en el
rancho Bassett a un kilómetro y medio de la carretera.

Me ofrece su mano y se la estrecho con fuerza. Sus ojos abiertos


me dicen que la sorprende, pero se recupera rápidamente.

—Quería traerte esto para darte la bienvenida a la comunidad.


Creo que a ti y a tu prometida les encantará estar aquí.
Sonrío, tomando las magdalenas y colocándolas en nuestro
expositor de espejo junto a la puerta antes de volver a hablar con
ella.

—Gracias por las magdalenas de arándanos. Estoy seguro que a


mi prometida y a mí nos encantarán. —Van a ir a la basura en el
momento en que ella se vaya a la mierda.

Esta mujer Kylie se muerde el labio en un intento de parecer más


seductora. Es cualquier cosa menos eso. Obviamente le importa
una mierda el hecho que tenga una prometida. Probablemente sea
una de esas personas que se casan con un hombre que les dobla la
edad porque tiene mucho dinero, pero que se coge una polla
siempre que se presenta la oportunidad, porque la última vez que
recibió una buena polla de su marido fue... bueno... nunca.

—Si alguna vez necesitas algo -y me refiero a cualquier cosa- estoy


a solo cinco minutos en auto subiendo por la carretera.

La forma en que dice "cualquier cosa" grita que definitivamente


no se refiere a un café o una taza de azúcar. Ya estoy más que
cansado de esta mujer. Necesito volver con mi futura esposa.
Cuanto antes, mejor.

—Te lo agradecemos. Gracias.

Sus dedos acarician suave su escote mientras se balancea


ligeramente. Está tratando de ser sexy, pero en lugar de eso, la hace
parecer patética. Bryce es la maldita sexy. Ella podría correr
alrededor de esta estúpida zorra.

—Disfruta de tu barbacoa.

Dejo escapar un suspiro de alivio cuando por fin se da cuenta


que se ha pasado de la raya y empieza a caminar hacia su auto.

Justo cuando estoy a punto de cerrar la puerta, unos brazos me


rodean los hombros, haciéndome sonreír, y mi cuerpo se relaja
inmediatamente. Cierro los ojos un milisegundo, aspirando su
aroma floral, un aroma con el que podría vivir gustosamente el resto
de mi vida. Mi Bryce. Mi sustento.

Finalmente me giro, tomándola entre mis brazos mientras ella


acurruca su perfecta cabeza en mi pecho, haciendo que se infle de
orgullo.

Mía.

Toda mía.

—Hipnotizando a las nuevas vecinas, ya veo —bromea Bryce, con


los celos cubriendo esa puta voz sexy que tiene.

Mi risa se escapa antes de percibir el dulce aroma de su cuello,


mi mano acariciando su culo perfectamente redondeado.

—Otra a la que le gusta hornear magdalenas de arándanos —le


digo, desesperado por ver su cara para poder calibrar su reacción.

—Ya veo —responde ella, con un elemento de peligro en su voz


que hace que mi polla cobre vida.

—Tienes el culo más sexy, ¿lo sabías? —pregunto, necesitando


deslizarme dentro de su impecable y apretado coño.

Ella gime suavemente mientras la atraigo contra mi endurecida


polla, queriendo que sienta el efecto que tiene sobre mí.

Sin embargo, ahora mismo su atención está en otra cosa, o


debería decir... en otra persona.

Desesperado por saber qué está haciendo, levanto la vista para


mirar en nuestro espejo, un elemento que me alegro de haber
colgado junto a la puerta, ya que me ayuda a espiarla cuando cree
que no puedo ver.
Una oleada de calor me sube por la columna vertebral cuando
veo la sonrisa malvada que se dibuja en su cara al ver salir a
nuestra nueva vecina. Parece que mi deslumbrante y
excepcionalmente peligrosa prometida tiene un nuevo objetivo. Algo
que tendré que cortar de raíz teniendo en cuenta que nos acabamos
de mudar aquí. Estamos empezando de nuevo. No puedo dejar que
vuelva a las andadas, a hacer cosas como las que hacía en
Kentucky, a pesar que eso hace que mi polla sea sólida como una
puta roca para ella.

Sigo observando cómo sus ojos siguen el auto por la carretera,


las motas de sus iris azules brillando como el más brillante de los
diamantes. Suspiro porque es la criatura más exquisita que he
conocido. ¿Cómo podría negarle algo?

Mierda.

Tal vez.

Solo tal vez...

La dejaré suelta.

Una última vez.


¿QUÉ PASÓ CON LA
SEÑORITA PASHMORE?
La curiosidad se apodera de mí y espero a que acaben las clases,
diciéndole a Adam que tengo una cita a la que debo acudir antes de
esperar a que salga la señorita Pashmore. Sale agarrando sus cosas
y cruza el aparcamiento hasta su auto. Intenta sacar las llaves del
bolsillo mientras lleva el bolso y los libros de texto.

Me apresuro a ayudarla con los libros para liberar sus manos.

—Dame eso, deja que te ayude.

Exhala un suspiro y sonríe.

—Oh, gracias. Eres un salvavidas.

Utiliza su llave para abrir su Mini rosa antes de coger los libros
de mí y colocarlos dentro de su maletero.

—¿Necesitas que te lleve a algún sitio? —se ofrece, con la mano


apoyada en la puerta del conductor.

Me muerdo el labio, la incertidumbre detiene momentáneamente


mis siguientes palabras.

—En realidad —empiezo, con el corazón a mil por hora—. Me


preguntaba si no te importaría repasar conmigo la lección de hoy.
Odio admitirlo, pero no estaba escuchando porque no me sentía
bien.

Se adelanta, con el ceño fruncido en su delicada boca.


—Deberías haber dicho algo. Habría dejado que te fueras. No soy
tan ogro.

Oh, no hay nada de ogro en esta mujer, eso es seguro.

Casi me rio a carcajadas de mis propios pensamientos. No sé qué


me ha pasado últimamente, pero me estoy enrollando con casi todo
lo que se me ocurre, y descubro que soy jodidamente buena en ello.

—No quería molestarte durante la clase.

—Eres una estudiante sobresaliente, Bryce. Faltar a una clase


probablemente no te hará mella en tu nota media.

Me adelanto para estar más cerca del auto.

—Lo sé, pero aun así me gustaría repasarlo contigo. Eso si... si
tienes tiempo.

La incertidumbre aparece en sus ojos mientras se muerde el


labio. Mis ojos se posan en su boca, y las ganas de pedirle que saque
la lengua para que la vea me abruman.

—Lo siento, te he puesto en un aprieto. Me voy a casa. —Me doy


la vuelta para alejarme, pero ella me llama, haciéndome reprimir
una sonrisa ganadora.

—No debería hacer esto, pero... entra en el auto. No tengo planes


para el resto del día.

Quiero preguntarle por qué no está saliendo con la mujer


misteriosa a la que besó el fin de semana, pero puede que acabe
asustándola.

—Bonito auto —comento mientras nos alejamos.

—En realidad es mi auto de la universidad, ¿te lo puedes creer?


Es como un compañero fiel. Me lleva de A a B, así que mientras siga
funcionando, voy a seguir conduciéndolo.
—¿Dónde fuiste a la universidad? —pregunto, mis ojos observan
la flexión de su pierna mientras pisa el embrague para cambiar de
marcha.

—Stanford.

Levanto una ceja, impresionada. Quiero preguntarle cuántos


coños tuvo mientras estuvo en Stanford, pero de nuevo me
contengo.

—¿Te gusta enseñar?

No me interesa mucho si lo hace o no, pero tener algún tipo de


conversación ayuda a que el tiempo pase.

—Lo hago y no lo hago. Disfruto enseñando a estudiantes como


tú, ya que estás ansiosa por aprender, pero no es agradable cuando
estoy tratando de enseñar a alguien que obviamente no quiere estar
allí.

—Sí, debe ser duro.

Sonríe suavemente ante mi respuesta y, poco después, entramos


en el aparcamiento subterráneo de su edificio de apartamentos.
Cuando salimos, la ayudo con todos sus libros y luego tomamos el
ascensor hasta el sexto piso.

—No es gran cosa —empieza diciendo, metiendo la llave en la


cerradura—. Pero es hogareño y cómodo, así que me viene bien por
ahora.

Abriendo la puerta, entramos en la combinación salón-cocina. Es


pequeño pero bien proporcionado, con sus colores suaves, cálidos
y toneladas de cojines apilados en el gran sofá que tiene frente a su
televisor de pantalla grande. La señorita Pashmore me pilla mirando
hacia allí y se ríe.

—Soy una chica cómoda. Una gran fan de Netflix.


Las dos nos reímos.

—Creo que yo también tendría mi casa así si viviera sola.

—Siéntate —dice, señalando la pequeña mesa de comedor


cercana a su cocina. Hago lo que me pide, me siento en el asiento
de madera y dejo mi bolsa en la silla de al lado. Observo cómo la
señorita Pashmore apila sus libros de texto en una estantería y se
queda con uno de ellos antes de tomar asiento a mi lado, con su
dulce perfume de cítricos golpeando mis fosas nasales y dándome
vida.

—Bien —dice, acomodándose—. Hoy he hablado de la Peste


Negra de 1346 en Inglaterra. —Abre el libro de texto y lo pone
delante de mí—. No sé si recuerdan que les pedí que leyeran esta
pequeña sección de aquí. —Su brazo se mueve delante de mi pecho,
colocando su dedo en una sección del texto. Sí lo recuerdo, pero
debo admitir que mi mente estaba en otras cosas mientras todos
leían.

—Sí, pero creo que no entró muy bien.

Me sonríe suavemente, indicándome que lo lea de nuevo para que


podamos discutirlo. Pasan unos veinte minutos mientras ella
señala partes del libro y luego las discutimos y yo tomo notas, su
perfume me hace sentir mareada y caliente con cada minuto que
pasa.

—Disculpa —susurro, empujando mi silla un poco hacia atrás—


. Tengo un poco de calor. —Me agarro al dobladillo de la sudadera
con capucha y me la pongo por encima de la cabeza, dejando al
descubierto la camiseta rosa que llevo debajo. Al no llevar sujetador,
mis pezones sobresalen sin duda a través del fino material.
Mientras dejo la sudadera en mi bolso, miro a la señorita Pashmore,
cuya cara está enrojecida y sus ojos se apartan de mí. ¿Acaba de
mirarme? La idea de que lo haya hecho me excita.
Se aclara la garganta y pasa a la siguiente página, señalando otro
trozo de texto.

—Esta era la siguiente parte que repasé en la clase. —Me inclino


hacia delante y mi pezón roza el dorso de su brazo desnudo. Ella
traga saliva, pero mantiene la mano en el libro, sus labios se
separan para decir algo cuando la detengo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Aparta el brazo, pero no me aparto de su camino, lo que hace que


roce mi pezón erecto. Cuando el pezón choca con el dorso de su
mano, respira entrecortadamente y sacude la cabeza para
tranquilizarse.

—Sí, claro.

Giro mi cuerpo para ponerme más de cara a ella, echando el pelo


hacia atrás para que mis pechos queden a la vista a través de la
camisa. Con los ojos oscurecidos, me inclino ligeramente hacia
delante, esperando crear un momento íntimo entre nosotras. La
señorita Pashmore se queda quieta. Demasiado quieta.
Probablemente la estoy haciendo sentir incómoda.

—La verdad es que es un poco embarazoso. —Me relamo los


labios y ella observa mis movimientos, con la respiración un poco
entrecortada—. Me imaginé que, siendo tú otra mujer, podrías
ayudarme con algo. Eres mayor que yo, así que obviamente tienes
más experiencia.

Acomoda su silla un poco más, haciéndome pensar que sus


nervios la están superando.

—No estoy segura de eso, pero ¿qué es lo que quieres saber?

Colocando mi mano en mi pecho desnudo, me acaricio,


esperando que sus ojos se queden allí.

—Tengo problemas... ahí abajo. —Señalo hacia mi coño.


Ella frunce el ceño.

—¿En qué sentido?

—He intentado todo tipo de cosas para llegar al orgasmo, pero


nada funciona. Creo que no lo estoy haciendo bien.

La señorita Pashmore desvía la mirada un momento, apretando


los labios.

—No estoy segura que sea apropiado que entre en detalles sobre
eso contigo, Bryce.

Coloco mi mano en su brazo, suplicándole con la mirada.

—Por favor.

Ella suelta un fuerte suspiro.

—¿Has tenido algún tipo de encuentro con chicos? ¿Has


intentado algo con ellos?

Me muerdo el labio, negando con la cabeza.

—No me interesan los chicos. Simplemente no me siento atraída


por ellos.

No estoy segura de hasta qué punto puedo presionar a la señorita


Pashmore, pero lo cierto es que me divierto intentándolo.

Sus ojos se desvían por un momento, y un trago nervioso hace


que le tiemble la garganta.

—Creo que lo que tienes que hacer es acostarte un día que estés
sola y explorar todo tu cuerpo. Averiguar qué es lo que te gusta y lo
que no te gusta. Tal vez... —Duda de nuevo—. ¿Ver algunos vídeos?
—Se muerde el labio—. Encuentra algo que... disfrutes. Hay
muchas técnicas de masturbación que puedes encontrar en
Internet si investigas.
Asiento con la cabeza antes de llevar mis manos a mis pechos,
apretando mis pezones entre mis dedos.

—Me gusta jugar con mis pechos. Siempre me excito cuando me


tomo mi tiempo con ellos. —La señorita Pashmore me observa,
separando ligeramente la boca—. ¿Crees que son lo suficientemente
grandes? —pregunto, su jadeo me dice que mi pregunta la impactó.

—¿Qué?

Saco mis pechos.

—Mis tetas. ¿Crees que se ven lo suficientemente grandes?


Quiero decir, ¿te parecen bonitas? —Ella no responde, así que
agarro su mano y la pongo sobre mi pecho izquierdo—. ¿Crees que
se sienten lo suficientemente firmes?

Empujando su silla hacia atrás, se levanta, con la respiración


agitada.

—Este no es un comportamiento apropiado con un profesor,


Bryce.

Mi excitación disminuye, y bajo los hombros. La señorita


Pashmore siempre ha sido una de las buenas profesoras, así que
no debería sorprenderme que rechazara mis avances.

—Lo siento —murmuro, cogiendo mis cosas y levantándome del


asiento. La silla me roza mientras sostengo mis cosas en las manos
y me dirijo hacia su puerta—. No era mi intención incomodarte.
Supongo que estar cerca de ti hizo dejarme llevar un poco.

Llego a la puerta y estoy a punto de abrirla cuando una mano se


posa en mi espalda. Me giro y veo a la señorita Pashmore
ofreciéndome una suave sonrisa.

—Eres magnífica, Bryce. Una de las jóvenes más impresionantes


que he conocido. Pero no solo eres muy joven, también eres mi
alumna.
Asiento con la cabeza.

—Lo entiendo. Lo siento mucho.

Se adelanta y pone una mano en mi mejilla.

—No hace falta que lo sientas. Me siento muy halagada. —Me


mira fijamente a los ojos y las dos nos quedamos mirando un rato.
Una parte de mí piensa que está reconsiderando el hecho de
rechazarme, así que reteniendo ese pensamiento, doy un paso
adelante y presiono suavemente mis labios contra los suyos. La
señorita Pashmore se queda completamente quieta, pero cuando
saco la lengua, suelta un pequeño gemido y su lengua sale al
encuentro de la mía.

Con el fuego ardiendo en mi vientre, doy un paso adelante hasta


que quedamos pecho con pecho. Sigo besándola suavemente, con
ternura, con su cara entre mis manos. Cuando no me aparta, bajo
la mano hasta su camisa y desabrocho un par de botones antes de
meter la mano en su sujetador y coger su pecho, firme pero suave.
Deslizo el pulgar por su pezón y me encanta la forma en que se
endurece al instante.

—Te sientes tan bien —susurro, con la voz cargada de necesidad.


Le abro la camisa y me inclino para introducir su pezón en mi boca.
Ella grita con fuerza y mi coño palpita en respuesta. Su respiración
se acelera mientras mi lengua gira alrededor de su pezón. Esta
experiencia es muy extraña, pero a la vez muy estimulante.

Sin embargo, al cabo de un rato, me empuja hacia atrás y vuelve


a meterse los pechos en el sujetador, con el pecho agitado por la
necesidad.

—He dejado que esto vaya demasiado lejos. Tienes que irte.

No me mira mientras dice esto, su cara se sonroja de anhelo y


vergüenza.
—De acuerdo —respondo, dándome la vuelta y abriendo la
puerta, con mi cuerpo aún zumbando por la necesidad de
liberación—. Lo siento —vuelvo a decir, sintiendo que necesito decir
algo.

Cierro la puerta tras de mí y apoyo la cabeza en ella durante unos


segundos, intentando recuperar el aliento. Me late el coño, me duele
el cuerpo.

Necesito correrme.

Saco mi teléfono y busco el nombre de Chesney. Sé que dije que


respetaría su necesidad de alejarse de mí, pero este es un dolor que
no puedo ignorar. Estoy segura que, si lo convenzo, puedo hacer
que le dé otra lección de cómo comer coños, y pensaré en la señorita
Pashmore mientras lo hace.

Con el pulgar sobre su número, pulso el botón de llamada y me


dirijo al ascensor.

—Chesney, necesito verte.


NOTAS Y
AGRADECIMIENTOS
Desde que escribí "Siren", he estado deseando escribir otra
historia retorcida. Nunca pensé que se me ocurriría otra idea, pero
cuando estaba ocupada completando la serie Take, Bryce apareció
de repente y no me dejaba en paz. La verdad es que no me divertía
tanto desde Siren, así que espero que todos hayan disfrutado
leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.

Como siempre, tengo que dar las gracias a unas cuantas


personas fantásticas. La primera es mi editora, Kim BookJunkie.
Como siempre, Kim, fuiste una superestrella en lo que respecta a
este libro. Me encantaron todos los mensajes que recibí de ti
mientras editabas. Me hicieron sonreír de verdad. Me encanta la
edición final, ¡y te quiero a ti, mujer! Un beso.

También tengo que agradecer a Dez Purington, de Pretty in Ink


Creations. Dez, la portada que hiciste para I'm a CREEP es una de
mis favoritas de todos los tiempos. Es sencillamente hermosa.
Muchas gracias por esta portada tan genial.

Isa Jones y Joanne Mountford de Joandisalovebooks Promotions,


gracias por la enorme revelación de la portada que tuvo lugar. Me
divertí muchísimo ese día, y es gracias a ustedes.

A Jena Gregoire de Book Mojo, muchas gracias por el


lanzamiento y la gira de presentación de I'm a CREEP. Has sido de
gran ayuda, y por eso te lo agradezco mucho.

A mi familia, gracias por apoyarme al máximo y permitirme


mantener vivo mi sueño. ¡Los amo muchísimo!
Y, a los lectores, muchas gracias por seguir conmigo en lo bueno
y en lo malo. Sé que algunos de mis trabajos no han gustado a
todos, así que estoy eternamente agradecida por su lealtad. Sacaré
más libros a medida que avance el año, así que espero que disfruten
de la mayoría de ellos. Sea cual sea el resultado y lo que piensen o
sientan, saben que valoro sus opiniones. Siempre valoraré la
opinión de los lectores. Como he dicho antes, ustedes son los que
me permiten crecer y desarrollarme como autora. Sé que puedo
hacerlo mejor. Siempre puedo hacerlo mejor.

Amor y paz,

Jaimie xx

También podría gustarte