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Ricardo Villanueva Lomelí Raúl Padilla López Leticia Cortés Navarro

Rector General Presidente Coordinadora de Ventas Nacionales

Marisol Schulz Manaut Erika Jiménez Novela


Héctor Raúl Solís Gadea
Directora General Coordinadora de Crédito y Cobranza
Vicerrector Ejecutivo
Militza Ledezma Aldrete Elena Mondragón Villegas
Guillermo Arturo Gómez Mata Directora de Operaciones Contadora General
Secretario General
Laura Niembro Díaz Lourdes Rodríguez de la Torre
Juan Manuel Durán Juárez Directora de Contenidos Coordinadora de Protocolo
Rector del Centro Universitario
de Ciencias Sociales y Humanidades Ma. del Socorro González García Angélica Gabriela Villaseñor Rivera
Administradora General Coordinadora de Ventas Área
Karla Alejandrina Planter Pérez Internacional
Rectora del Centro Universitario de Los Mariño González Mariscal
Altos Coordinador General de Prensa y Di-
fusión
Luis Gustavo Padilla Montes
Armando Montes de Santiago
Rector del Centro Universitario de
Coordinador General de Expositores
Ciencias Económico
Administrativas Rubén Padilla Cortés
Coordinador General de Profesionales
José Francisco Muñoz Valle
Rector del Centro Universitario de Bertha Mejía Vázquez
Ciencias de la Salud Coordinadora General de Patrocinios

Ruth Padilla Muñoz Ana Luelmo Álvarez


Rectora del Centro Universitario de Coordinadora General de FIL Niños
Ciencias Exactas
e Ingenierías Ana Teresa Ramírez de Alba
Productora Foro FIL
Ángel Igor Lozada Rivera Melo Leonardo Ureña Bailón
Coordinador General de Extensión y Coordinador de Tecnologías
Difusión Cultural de la Información

Dania Guzmán Torres


Coordinadora de Diseño y Ambientación

Adrián Lara Santoscoy


Coordinador de Montaje

Carolina Tapia Luna


Coordinadora de Programación

Yolanda Herrera Paredes


Coordinadora de Viajes e Itinerarios

Isabel Islas Cervantes


Coordinadora de Difusión

Mónica Rosete García


Coordinadora de Alimentos y Bebidas

Miriam Arias García


Coordinadora de Recursos Humanos

Curaduría: Alberto Chimal/ Melina Flores


Proyecto editorial: Melina Flores
Diseño editorial: Dania Guzmán

Agradecemos su valioso apoyo a Acción Cultural Española


(AC/E) a través de su Programa para la Internacionalización
de la Cultura Española, a la Embajada de Colombia en
México, en el marco del Bicentenario de Amistad entre
Colombia y México, a (PICE) y a la editorial Páginas de
Espuma.
ÍNDICE

Nota al lector........................................................................................................5
Magela Baudoin (Bolivia).....................................................................................6
Carlos Castán (España)......................................................................................12
Cecilia Eudave (México).......................................................................................19
Andrea Mejía (Colombia)....................................................................................25
Mónica Ojeda (Ecuador)....................................................................................30
Eduardo Antonio Parra (México)........................................................................40
Histórico de autores por orden alfabético..........................................................46
Histórico de autores participantes por país de origen.....................................48

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
Volvemos a contar
En 2021 el Encuentro Internacional de Cuentistas celebra su
decimoquinto aniversario, con la alegría del reencuentro entre
autor y lectores en la edición 35 de la FIL Guadalajara, que se celebra de
manera presencial, después de la Feria en línea que se llevó a cabo en
2020.

Seis destacados cuentistas se unen a la tribu del género breve que ha


participado a lo largo de estos quince años. Las voces de 109 autores y autoras
de 26 países de diversas partes del mundo han llenado los salones de la FIL
Guadalajara con sus cuentos y credos para escribir una historia breve. En la
primera sesión, que se llevará a cabo en formato virtual, Magela Baudoin, de
Bolivia, premio hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez, conversará
con la colombiana Andrea Mejía sobre sus procesos creativos y compartirán con
los lectores sendos cuentos, donde la relación de sus personajes femeninos con la
naturaleza son el eje central.

  Alberto Chimal, nuestro coordinador del encuentro, conversará en la segunda


mesa con la cuentista mexicana Cecilia Eudave y el cuentista y crítico literario
español Carlos Castán; y en la tercera charla la escritora ecuatoriana Mónica
Ojeda,  galardonada con el Premio Príncipe Claus Next Generation y el Premio
ALBA Narrativa, conversará con el narrador mexicano Eduardo Antonio Parra, quien
ha sido reconocido con el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo y diversos
reconocimientos nacionales de cuento como el Efrén Hernández.

Este año la FIL ha preparado, además, un regalo para todos sus lectores,
a partir de uno de los elementos más representativos del encuentro: El credo
cuentístico, una recopilación de textos donde los autores comparten su visión del
género, de la escritura y de cómo se enfrentan al proceso creativo. Apuntes sobre
el arte de escribir un cuento. Antología de credos cuentísticos, está disponible para
descarga gratuita en nuestra página web.

Agradecemos el apoyo de cada una de las instituciones que ha creído en este


sueño cuentístico, y sobre todo a ti, lector, que haces posible que juntos celebremos
este decimoquinto aniversario… y sigamos contando.

Laura Niembro
Directora de Contenidos

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
Magela Baudoin
Bolivia

Mi nombre es muy largo. María de los Ángeles. No era manejable ni en la casa


ni en la escuela. Por eso, mi abuelo o mi tía -no hay acuerdo en ello- resolvió
rápido el asunto y me llamó Magela, que me gusta porque es corto y, al mismo
tiempo, ingenioso, diferente. No tiene ganas de parecerse a otro. Es mi nombre,
comprimido, pero también un sonido nuevo. Me llevó años quererlo (en la niñez
era muy raro), elegirlo: firmar mis libros con él. Digo, uno recibe un nombre, pero
no tiene por qué gustarle. Lo mismo ocurre con la escritura. Lleva años aceptarla.
Descifrar su música oculta. Decidir que sea lo que tenga que ser en el devenir de la
vida y de la lectura, que es casi lo mismo.

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / MAGELA BAUDOIN
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2020 / BERNARDO ESQUINCA
Un buen cuento:
• Produce un sonido hondo como el fuelle corto de un bandoneón
• Se queda en el cuerpo igual que un tatuaje.
• Es un universo en sí mismo, aunque ocurra en las cuatro paredes de
un dormitorio
• Siempre se engarza en una duda 
• Es la torsión, el devenir, la potencia de lo que puede llegar a pasar
• No toca el carozo, lo bordea, lo roza, lo insinúa, pero no lo toca
• No solo se hace con las manos -como se pelan los ajos-, honrando el
oficio de picar, de moler, de amasar. Es, también, una cocina intelectual
• Solo puede escribirse después de haber leído cuentos como obsesos,
como adictos.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021/MAGELA
/ NOMBRE
BAUDOIN
AUTOR
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”
A Patricia Gutiérrez Paz

Eres la luz, eres la mañana,


después de la disolución de la noche.
Cesare Pavese

Solo puedes domesticar a una bestia de tres toneladas si rompes su espíritu, le dice
el mahout a la mujer, que observa la piel albina del animal. Se lo cuenta porque
es nueva. Ha llegado como voluntaria al campamento, pero no ha dicho que es
fotógrafa ni que viene de Siria sino de Suecia, su país natal. No quiere preguntas. Ha
venido a cuidar a las viejas elefantas (le han dicho que en su mayoría son hembras),
a un lugar ignoto de Tailandia, donde (eso espera), no tratará con personas sino
con los animales.

El mahout le dice a la mujer que tiene los mismos ojos de la elefanta. Ella no le
devuelve esa mirada insolente que suelen tener las mujeres occidentales. Apenas
se da vuelta. Sonríe un poco (o tal vez no) y pregunta: ¿Puedo?, pero no espera la
respuesta del hombre. Tapa con la mano la cuenca vacía de la anciana Jokia. Ese
es el nombre de la elefanta: Jokia, y le queda un ojo bueno pues el otro, el que ella
cubre, le ha sido apuñalado por el montador que le rompió la voluntad. El mahout
azota el aire con una rama y la elefanta se arrodilla. ¡Para, para!… grita la mujer.
Esta vez sí, los ojos (una emulsión azul, como de vidrio recién fundido) lo hieren.

Sory, sory, tararea el hombre, aunque no parece querer adularla; tiene el mismo
inglés de ilusionista que cultivan todos los que tratan con turistas en Tailandia. Pero
ni él pide nada ni ella tiene algo para dar. La mujer viene de la guerra y, de todas
las labores, ha elegido recoger los excrementos de las elefantas. Otros voluntarios
prefieren alimentarlas o bañarlas. A ella no le importa tocar los excrementos con
las manos. Ha cargado las vísceras de los niños, ha amortajado cuerpos y realizado
operaciones, guiada por la maestría salvaje que solo da la desesperación. La
mierda, esta mierda, está viva. Cuando no hay nadie observándola, mete las manos
en la masa tibia y palpa los irreverentes tallos de las hojas.

Las quiebran, ¿ves?, insiste el adiestrador mostrándole la cabeza de la elefanta.


Jokia ha realizado muchos trabajos, según relató su último dueño, al tiempo de
darla en venta: fue primero cargadora de madera, hizo trekking con turistas y
terminó como mendiga en Bangokok. La hallaron flaca como una garza, tumbada
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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021/MAGELA
/ NOMBRE
BAUDOIN
AUTOR
sobre su lado izquierdo en un botadero de basura. La mujer mete sus dedos en la
profunda cavidad de la cabeza. Les apuñalan la frente, tras las orejas y cerca de
los ojos con el ankus. Es un pico que sirve para perforarles el cuero, se adelanta el
mahout a responder. Separan a la cría de la madre, mejor si es hembra, la encierran
durante varios días en un espacio tan ajustado que solo puede permanecer de pie,
sin comida, sin agua e incluso sin dormir; y luego viene el arte perverso del ankus
enlazado a la destreza que se quiere enseñar: levantar grandes cargas, hacer
malabares, patear la pelota de fútbol, transportar personas… Solo el montador
sabe cuándo le ha roto el alma a la bestia. Lo siente.

Jokia es la más vieja del campamento. Cuando trabajaba en la explotación


forestal, sufrió un aborto. Cargaba toneladas de troncos, explica el hombre. El
feto rodó por una colina y Jokia intentó regresar a buscarlo, pero su montador no
la dejó. A partir de ese momento la elefanta se negó a trabajar, sin saber que la
desobediencia es deshonra para un mahout y que lo único capaz de satisfacerlo,
en esos casos, es la disciplinada ira del Ankus. Le vació el ojo a puñaladas.

El mahout le da de comer unas hojas de tamarindo a Jokia. Tiene tus ojos,


le dice de nuevo. Ella responde con desdén: quiere decir que todos los elefantes
de la India, de Tailandia, del Asia son animales derrotados. Que ustedes aman
a animales quebrados. El mahout se molesta. La mujer piensa en Hamza, en la
última vez que lo vio y no alcanzó a decirle que la iban a evacuar por la reciente
explosión del centro de prensa. Ella misma no sabía entonces que la sacarían esa
misma tarde. Él arrastraba un cadáver por los brazos para limpiarlo y luego darle
sepultura. A eso se había reducido su lucha: a sepultar.

De algún modo, que hoy la hería tanto recordar, el humilde negocio de refrescos
de Hamza se había convertido en unidad de rescate del barrio y la unidad de rescate
en una morgue, donde la única labor libertaria posible consistía en adecentar los
cuerpos y darles una tumba digna. Ella también se había transformado en medio
de aquel holocausto. De fotógrafa en enfermera, de enfermera en sepulturera, de
sepulturera en amante, de amante otra vez en fotógrafa. Comenzó recorriendo
con él los lugares vetados para los periodistas internacionales, a la caza de las
verdaderas fotografías del horror, y terminó siguiéndolo en su carrera hacia la
muerte. De la muerte solo puede salvarte la muerte misma, repite una y otra vez en
esa primera mañana húmeda y circular en Tailandia. Esa había sido la diferencia
insalvable entre ambos: que él había perdido cualquier apego a la vida y, en
cambio, ella… ella todavía tenía la coartada que le proporcionaba la imaginación

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ANTOLOGÍA
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DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
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AUTOR
(¿podría llamarse a eso esperanza?): Vamos, ven conmigo, escapemos… En un
temblor antiguo, el cielo que aún hay en nosotros.

El agua estalla sobre la piel cuarteada de Jokia. Este mapa dérmico es el


testimonio del hombre en la Tierra, dice la mujer en voz baja. Cada cicatriz hecha
con saña, cada mutilación, cada quemadura... Tu cuerpo, un pedazo de tierra al sol,
añade. El mahout lava el cuero de Jokia y anima a la mujer a que la toque detrás de
las orejas, en la panza o en las axilas si quiere tocar su corazón (¿o lo que le queda
de él?). La mujer palpa la piel en esos lugares. Es delgada y suave, como si fuera
nueva, tan distinta al resto del cuerpo, que parece una goma de borrar gruesa y
áspera. ¿Es posible sentir debajo de esta corteza?, pregunta y palmea el lomo. El
mahout responde: ¡Sienten hasta las moscas!

Hamza era igual, tenía la piel de los pies muerta y ennegrecida, inmune al
frío, en aquellas chanclas de goma negra, siempre cubiertas de polvo; pero, al
mismo tiempo, tenía un oído fino para el más mínimo gemido humano. Ni el
hambre ni el sueño interrumpían la búsqueda de lugares seguros, en donde cavar
tumbas. Iba convirtiendo parques públicos, terrenos baldíos y jardines privados
en camposantos. Pero antes de enterrarlos, los cuerpos eran cuidadosamente
limpiados por él y una tropa de niños y jóvenes, que iban mermando con el avance
de los bombardeos.

La mujer había ayudado a construir camillas con las cajas de refrescos y las
puertas derribadas por las explosiones. Allí también había ayudado a amortajar
los despojos humanos. En los días peores, más de veinte cuerpos eran apilados
unos sobre otros para ser limpiados, reparados, envueltos, en la pequeña casa de
Hamza, y ni el estruendo de nuevos bombardeos suspendían aquel rito de cortesía
final.

Jokia no tiene manchas blancas como las elefantas viejas, nota la mujer. Es
albina de nacimiento. Su blancura sagrada no la salvó del phajaan, sin embargo.
Tal vez si hubiera sido macho, dice, pero era una hembra noble para el dolor. Noble
como solo pueden ser las hembras, añade el montador. El phajaan es la ceremonia
de quiebre. Algunas elefantas son más dóciles y se entregan a la esclavitud. Jokia
no, ella había resistido con furia, se notaba en las marcas de la piel, en su trompa.
Seguramente había tratado de comérsela muchas veces para suicidarse, como
suelen hacer algunos elefantes, dice el mahout, que presienten en el suicidio un
estado diferente al sufrimiento.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021/MAGELA
/ NOMBRE
BAUDOIN
AUTOR
Los padres y los hermanos de Hamza habían perecido, en medio de las botellas
de vidrio y las chucherías de su pequeña tienda de ultramarinos. Él mismo los
había enterrado y documentado en la agenda en la que con pulcra caligrafía anotó
desde entonces los datos de cada cadáver que enterró. Cuántas veces puedes
morir en un día, le había preguntado él. Por qué hay cuerpos más dañables, por
qué nuestras vidas son más frágiles. Ella lo había ayudado tantas veces con los
sudarios y no había podido limpiar su cuerpo ni adecentarlo un poco, luego de la
explosión, aquella tarde de huida, en que la arrancaron de su lado.

El mahout cuenta que Jokia duerme poco, dos a tres horas solamente.
Igual que Hamza, piensa la mujer, igual que ella misma. Pocas veces se tumba,
normalmente se recuesta sobre un árbol o sobre otras elefantas y duerme de pie,
en fugaces raptos de pausa. En cautiverio las elefantas llegan a dormir hasta seis
horas, pero en la selva ellas pueden caminar sin descanso por días, protegiendo a
la manada de tigres y leones, escapando sobre todo de los hombres. La vieja Jokia
olvidó dormir, dice el mahout, tal vez si un día se acueste, finalmente se vaya. La
mujer choca su frente contra la trompa de la elefanta. Ya llegarán otros días, otras
voces, otros despertares y los pájaros lo sabrán, recita, como si se tratara de una
poesía, acariciando a Jokia en su ojo ciego. Ha caído la noche y la oscuridad se
ilumina con la luz muerta de las estrellas porque no hay luna sino monos, ranas,
grillos. El mahout la escucha y le dice por tercera vez que tiene los ojos de la
elefanta. Sí, azules, responde ella. No, tristes, la corrige el montador.

Baudoin, Magela (2021) Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.


Bolivia: Editorial plural

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021/MAGELA
/ NOMBRE
BAUDOIN
AUTOR
Carlos
Castán
España

Aunque de origen altoaragonés, nací en Barcelona en 1960. Soy


licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid,
ciudad a la que amo quizá por encima de lo razonable y en la que
ha transcurrido buena parte de mi vida en diferentes épocas. He
trabajado desde 1988 como profesor de filosofía en la enseñanza pública hasta mi
jubilación, en septiembre de 2020. He vivido también en San Sebastián, Huesca
y Zaragoza. Me han sucedido lecturas y cosas, como a todo el mundo: amores,
canciones y películas que me han ido cambiando, algunas dulcemente y otras con
el vértigo de una torre que se hunde. Mis padres están muertos. Estoy algo cansado,
busco la belleza cada día, suelo encontrarla en libros, tormentas y ciudades.

Doy clase en el máster de narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid.


Soy autor de los libros de relatos Frío de vivir (Salamandra, 1997), Museo de la
soledad (Espasa, 2000/ Círculo de Lectores, 2001/ Tropo, 2007)) y Sólo de lo perdido
(Destino, 2008, Premio NH Vargas Llosa al mejor libro de cuentos del año), así
como del volumen de artículos Papeles dispersos (Tropo, 2009), de la nouvelle
Polvo en el neón (Tropo, 2012) y de la novela La mala luz (Destino, 2013 /Prensas
de la Universidad de Zaragoza, 2020).

Mi obra cuentística completa ha sido reunida recientemente en el volumen


titulado Cuentos (Páginas de Espuma, 2020).

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CARLOS CASTÁN
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2020 / BERNARDO ESQUINCA
Credo
En el relato me preocupa evitar, tanto que el resultado sea una novela comprimida
y asfixiada como que se asemeje a un poema en prosa. Cada historia requiere un
tratamiento, una voz, y también una extensión determinadas. No entiendo tam-
poco que deba ser una trama concebida como puzzle o juego de salón, ni la aven-
tura sin más de personajes que se nos deshacen entre los dedos bajo un estrépito
de disparos y persecuciones, sino como nudo de búsquedas, lenguajes y destinos:
debe hacer visible un pedazo de vida, sugerir mucho más de lo que muestra, como
esas fotografías del neorrealismo en las que a partir de la imagen detenida de una
escena cotidiana, lo que vemos realmente es una historia a veces no tan borrosa,
una tristeza, una época. Cuando digo que el relato ha de mostrar la realidad, qui-
ero referirme a una realidad plural, ampliamente entendida, con su diversidad de
planos, matices y recovecos; la realidad es, tanto la superficie de las cosas, inevi-
tablemente teñida del tono de la mirada como lo que asoma bajo ella, presencias
latiendo desde lo oculto, en forma de deseo, de tiempo o identidad de repente
quebrados; de recuerdo que deviene, al cabo, demiurgo de un universo.

Creo que un cuento es libre de decálogos y corsés, sin las consabidas exigen-
cias de redondez que acaban muchas veces por asfixiarlo.

En el tema de la función que debe cumplir la literatura en el seno de la so-


ciedad en la que nace es fácil dejarse arrastrar por las palabras. Soy de los que
necesitan creer cosas como, pongamos por caso, que después de Primo Levi es
un poco más difícil la barbarie. La intención de los autores siempre va a estar más
pendiente de la dimensión meramente estética de su propuesta narrativa que del
referente moral en el que pudiera llegar a convertirse. Pero aun así, en la medida
en que esa obra acierte a reflejar la realidad y se muevan en ella personajes vivos,
lo que estará haciendo es colocar al lector en el punto de vista de los demás (ejer-
cicio mental sin el cual no es posible la ética), ayudarle en esa burbuja blindada de
soledad que es a fin de cuentas todo ser humano y situarlo en el centro de sus du-
das, de sus horas interiores, en el punto exacto de su perspectiva. Y esto es cono-
cimiento. Es el tipo específico de conocimiento que sólo proporciona la literatura,
cualitativamente distinto del que nos ofrecen las ciencias humanas. Y yo tiendo a
relacionar conocimiento con valentía y liberación, de manera que no puedo evitar
sentirme responsable.

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CARLOS
NOMBRECASTÁN
AUTOR
“El huérfano”
Todo lo sucedido durante la mañana parecía a la hora de la siesta como de otro país
o de otro tiempo, el sueño feliz de un desconocido. Madrugar para ir al instituto, mal
dormido como siempre y con una cartera repleta de deberes sin hacer y apuntes
viejos doblados por las esquinas, y también el tedio infinito de las clases, mirar a
Susana un día más, sus brazos dorados, y mirarla y mirarla sin esperar nada, un
triste avión de papel, resulta que eran la gloria, la dicha absoluta pero él entonces
no podía saberlo.

No podía imaginar que estaba habitando el paraíso, más bien le parecía una
mierda todo aquello, el bocadillo con el pan de ayer, el fútbol sin ganas, los granos
en la cara, no saber ya ni cómo sentarse, dónde coño poner las piernas después
de cinco horas en el aula. No podía saberlo porque todavía su padre no le había
llamado para decirle, con toda la ternura de que es capaz un oso, que su madre
siente sólo que se agota a cada paso, pero que en realidad lo que le pasa es que
se está muriendo y, en opinión de los médicos, en pocos días se quedarían solos.

El infierno podría ser eso, el golpe brutal que de repente te obliga a mirar la
actualidad más hiriente como dulce pasado y, por el giro vertiginoso de esa mirada,
comprender que una existencia derrotada y sin esperanza había estado siendo el
cielo y él sin sospecharlo ni de lejos; y que en la verja del edén, junto a la puerta de
salida, la madre va a morirse como puede morirse una tarde, borrosamente y sin
saber.

Días de aire, días de vivir como flotando en medio de las cosas que van
perdiendo su forma y su relieve, de ver cómo el dolor se impone a fuerza de
empequeñecer todo lo demás, devorando el sentido del mundo y la gravedad
de sus asuntos. Lo que hasta ayer le preocupaba tanto, la soledad, las notas, las
fatigosas búsquedas deja de pronto de importar y toda esa libertad amarga, todo
ese sucio peso que se sacude de encima, deja lugar tan solo a un frío inacabable
contra el que nada puede la comprensión solidaria ni los refrescos gratis, la silla
que le ceden sus compañeros ni la humedad de las miradas que le envían. Días
de llegar a casa, descargar los libros en el suelo del vestíbulo y entrar corriendo
a su cuarto para verla. Y pensar “verla” y pensar “todavía”. Y hallarla rodeada de
cojines con su camisón nuevo de recibir a los médicos, casi siempre merendando a
esa hora, su tazón de leche templada, el temblor de la galleta mojada hasta llegar
a la boca. Días de prometer ayudar a su padre y de prometer estudiar mucho, de
prometerlo todo, todo, y traer de la cocina vasos de agua, de vencer el rubor y
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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 //CARLOS
NOMBRECASTÁN
AUTOR
acariciarle el pelo. Y notar el alma como ostra sumergida en limón. Días de no
poder llorar para que no sepa. Días de cenar solo, de televisión bajita y cielo que
se desploma.

Si ella desaparece, quizá no regrese más el sentido de las cosas, ni la urgencia


de los asuntos. Quizá todo se quede para siempre dando igual y el mundo con
todos sus cachivaches y a caballo del mundo él mismo se conviertan sin más en
algo que simplemente no importa, como parece ser en este gris ahora en que,
sentado en el balcón sobre una caja de gaseosas, ha hundido en sus manos la
cabeza. Como cuando estás empapado y continúa lloviendo, como cuando estás
muerto pero nadie está dispuesto a dejarte de herir. Y cada cuchillada da lo mismo,
y cada dolor es como un dolor en sueños.

Algunos familiares se han ido acercando por el pueblo, sobre todo los fines de
semana, los domingos no faltan palmadas en la espalda. Los hombres no dejan de
ofrecerse para viajes a la farmacia, lo que haga falta, tienen el coche en la puerta,
cualquier gestión, cualquier cosa y se sientan a leer el periódico si no hay nada
que hacer y se levantan de nuevo y van y vuelven de comprar tabaco, mientras
las mujeres se ponen los delantales de la enferma, colores de madre, y preparan
guisos, menús de batalla que luego todos comen entre ruidos de cristal y cucharas
y murmullos que hablan de salir del paso, goteros y salir del paso, la primavera
que viene y salir del paso, huérfano y salir del paso.

Ahora que las cosas comienzan a ponerse realmente mal y la madre ya casi
no habla y respirar es algo que empieza a cansarle demasiado, también ha venido
tía Marta, la de Barcelona, la prima hermana más joven de su padre, con el que se
ha quedado a hablar de madrugada y ha preparado el café de las confidencias y los
proyectos. Pero son de papel de fumar las paredes del insomnio y el chico escucha
desde su habitación agarrado a la bolsa de agua caliente cómo su rudo padre,
vacilante y envejecido más que nunca esta noche, habla con tía Marta, de la que
él sólo conoce los comentarios del pueblo cogidos al vuelo de aquí y de allá, cosas
sueltas, como que fuma rubio americano y gasta demasiado en peluquería, que
el pobre de su marido tuvo que dejarla aborrecido, que no es buen ejemplo para
su hija Inesita porque todo se acaba sabiendo y ha tenido amantes y amantes era
una palabra que al muchacho le remitía sin saber por qué, quizá por obra y gracia
de alguna vieja película olvidada, a la parte alta e interior del muslo femenino,
justo donde está la frontera entre la media y la carne, entre el tejido y la piel pura
y terrible, donde termina la seda y empieza la mujer, lo que es mujer mujer, con
esa otra manera de ser suave, suave con temblor y respuesta, no suave seda

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CARLOS
NOMBRECASTÁN
AUTOR
sino suave calor. Y en todo esto había pensado aquella vez, en una de las raras
ocasiones en que la había visto, en una boda, bailando sola después de la cena,
con una reluciente copa de champán en la mano, zigzagueando entre medio de
mesas y miradas, amante, haciendo girar su falda entre todas las miradas, amante,
y echando con un movimiento de cabeza la melena hacia atrás, garbanzo negro,
bomboncito negro, fatal bombón de licor. Y ahora tía Marta, en zapatillas y dulce
en el silencio de la noche, tía Marta, a la que él había oído tantas veces referirse
como “esa guarra”, se preocupaba por él que supuestamente dormía en el piso de
arriba como nadie hasta ahora había hecho. Trataba de convencer a su padre de
que en el pueblo no estaría bien atendido, que sería bueno para él abandonar por
una larga temporada esta casa que sólo iba a traerle recuerdos y más recuerdos
y ninguno alegre porque a su edad estas cosas son todavía más terribles, aunque
terribles lo son para todos, claro, y había que mirar por los estudios, sobreponerse
y pensar en los estudios del pobre chico, y cerca de casa está el mismo colegio al
que va Inesita, por ejemplo, que si no son del mismo curso poco se llevarán, y es
un colegio mixto, y él desde arriba leyó mixto, chicas de ciudad, chicas no como
Susana, mientras Tía Marta seguía hablando en el salón, empezaba a arañar los
muros de su angosta mazmorra, y su economía ahora parece que anda bien y el
piso es grande y cosas así, mundo que se desmorona, distraerse un poco, alma
que cae a los pies, sobre todo que el muchacho se distraiga un poco.

Tía Marta, la amante que bailaba sola con sus largos guantes y la bebida en
la mano, venida de la ciudad inmoral y lejana, surgida del cine como una diosa de
las aguas, opinaba que lo mejor para el chaval iba a ser de momento irse con ella y
con la prima Inés, la que había sido aunque nadie lo sepa, su novia preferida de la
infancia, princesa del desván, traviesa como nadie a la hora de la siesta hasta que
dejó de venir los veranos a raíz del divorcio de sus padres y todas esas habladurías
de las que había que mantenerla a salvo. No será ya la niña que devoraba tebeos
y destrozaba sus vestidos al trepar a los graneros ni la enfermera maliciosa con su
cofia de papel de cruz coloreada con pinturas Alpino que amenazaba con chivarse
a lo que habían jugado consiguiendo así cromos y promesas, canicas y sonrojados
besos. Hoy, a buen seguro, atravesará la ciudad veloz sobre su motocicleta,
iluminada por todas las farolas y neones a la orilla del mar.

Terminada la conversación en la planta de abajo, el muchacho continuaría


varias horas con los ojos abiertos en la oscuridad. Inés, en su imaginación,
seguía recorriendo sin fin las calles nocturnas de una ciudad, hecha de sábados
y luminosas imágenes de tarjeta postal, que acogería la nueva etapa de su vida,
los días de libertad bajo gaviotas y torres de cristal. Y soñó un colegio repleto

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CARLOS
NOMBRECASTÁN
AUTOR
de muchachas, amigas de su prima, y ser allí el huérfano recién llegado del que
hay que estar pendiente, sobre todo cuando pierde la mirada en el vacío. Y una
habitación con mesa y flexo de delineante, de esos que se doblan por todas partes
y citarse en bares de tres pisos al empezar las noches de los viernes, y los cuidados
de tía Marta, el vaso de leche de antes de dormir servido por unas manos con las
uñas pintadas de granate. Y escuchar después, desde su habitación, los ruidos de
los hombres que en la madrugada entran y salen como Pedro por su casa.

Los siguientes días, los más duros hasta ahora de la enfermedad de su madre,
los vivió el chaval secretamente sedado por esa esperanza frágil que, sin hacer
menor el mal, lo embellecía sin embargo con una belleza como de mar de nubes
porque hacía temblar en cada minuto la fuerza del destino con su arco tensado.
Quizá no sea posible dejar a la tristeza sin sujeto, arrebatarle la víctima, resbalar
de sus fauces sedientas de amargura inocente y huir disfrazado a un territorio
lejano y desconocido, pero todo antes que sentarse a esperarla aquí, de brazos
cruzados, en el destartalado pueblo, capital del hastío, con su insoportable hedor
a tiempo de descuento, a pescado ya vendido, a la cera que arde es toda la que
queda. Al menos allí, más allá del dolor que habrá de arrastrar como a un oscuro
perro, asomará algo a lo que pueda llamarse la vida por delante y al futuro dejará
de contemplarlo como a un gran bloque de cemento detenido, colosal y helado
ante sus ojos.

Los veranos regresaría al pueblo con camiseta y gafas de sol y preguntaría a


los chicos en el bar si las cosas siguen como siempre, si a esto le llaman vivir, si de
una vez por todas no se cansan del autobús de los sábados a la capital de comarca
perdiendo el culo detrás cada fin de semana de las mismas cuatro estrechas o de
la humedad del local de juventud con su estufa de butano y sus cajas de cervezas
caducadas y carteles descoloridos de conciertos en los que ninguno de ellos puede
decir que estuvo. Les preguntaría si en serio pueden soportarlo y, como quien no
quiere la cosa, también les sacaría cosas de Susana, a ver lo feliz que era ahora
que él se había ido y en qué habían quedado todos aquellos humos, sus aires de
princesa, los perfumados sueños que lo excluían. Seguramente se arrepiente,
ahora que ya es tan tarde, y va escribiendo su nombre en cuadernos escondidos.

Una de esas tardes, al llegar el chico a casa, encontró el ambiente totalmente


distinto. Había un alborozo contenido que, sin llegar a romper del todo el grave
clima de silencio, se traducía sólo en cuchicheos y rapidez al andar. Por primera
vez en mucho tiempo, se oyó cómo una de las tías que preparaban aquel día la
cena silbaba entre sartenes una canción de moda. Habían llegado buenas noticias

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
y resultaba que, sin echar las campanas al vuelo, ni mucho menos, los médicos
ahora opinaban, por los resultados de las últimas pruebas realizadas, que la
madre no estaba en realidad tan mal como ellos habían creído, que se había
recuperado sorprendentemente bien y que si seguía, atención, si seguía a rajatabla
el riguroso tratamiento había fundados motivos para la esperanza. Después de la
cena, su padre quiso que brindaran todos con un poco de sidra y agradeció a todo
el mundo sus oraciones y los cuidados y las molestias que se habían tomado y
animó al chaval a que echara el resto ahora con los estudios, recuperar el tiempo
perdido y darle duro y que para la siguiente evaluación tratara de sacar adelante
las asignaturas que pudiera. No valían excusas gracias a Dios ahora que la camisa
empezaba de nuevo a llegar al cuerpo, porque gracias a Dios parecía ser que todo
había quedado en un inhumano susto, pero susto al fin y al cabo, gracias a Dios,
al Dios gris que de paso le robaba su aventura fugitiva, la espuma del futuro, todo
un tiempo por vivir de uñas rojas y fuegos artificiales, de ciudad latiendo a la
velocidad de la música más vertiginosa. Todos, incluido él mismo, todo aquel coro
de tías meteretes y visitas hipócritas habían estado rezando para impedir aquellos
días de seda y oleaje, apartarlo para siempre del campus universitario y los labios
de Inés y de la libertad y del sonido de las noches de tía Marta en la habitación
contigua. Entre todos, cuántas promesas bañadas en lágrimas habrían llegado a
hacer al infinito a cambio de que las cosas fueran tales que él permaneciese allí,
en el triste pupitre rodeado de vacío, soñando no estar para que Susana muriera
de añoranza y lo imaginase reír, apoyado en su moto, rodeado de muchachas bajo
altísimas torres de cristal.

Como cuando hierve la leche en la cacerola y alguien que llega corriendo apaga
el fuego, las cosas recuperan de golpe su lugar. Ahora que su madre lentamente
comenzaba a recuperarse, atisbó por vez primera la dicha que como oro sucio
se ocultaba en cada pliegue del sufrimiento pasado y sus lágrimas fueron ahora
por esas burbujas y esa efervescencia que no habrían de volver si no reaccionaba
pronto, si no se decidía de una vez por todas y bajaba las escaleras a hurtadillas
en el silencio de la noche para sustituir en sus frascos todas aquellas carísimas
pastillas que los médicos habían recetado a su madre, por vulgares analgésicos
del mismo color.

Castán, Carlos (2020) Cuentos Carlo Castán. España: Páginas de Espuma

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CARLOS
NOMBRECASTÁN
AUTOR
Cecilia
Eudave
México

Nací en el año olímpico y con la tristeza de la matanza del 68. Quizá


de ahí mi interés por la denuncia, la crítica ácida, el humor negro y la
ironía, esenciales para vivir en México y en el mundo. Mis textos son
un poco inclasificables, pero muchos coinciden en que mi narrativa es
inusual porque escribo sobre las particularidades, las excentricidades y lo insólito
de lo cotidiano. Cultivo las brevedades porque breves somos. Soy en esencia
cuentista aunque también he publicado novelas como Bestiaria vida (2008, 2018),
con la cual gané el Premio Juan García Ponce. Todos mis libros de cuentos son
pequeños cataclismos, desde Registro de imposibles (2000, 2006, 2014), pasando,
antes o después, por Técnicamente humanos y otras historias extraviadas (1996,
2010), hasta llegar a los más recientes, Para viajeros improbables (2011), en
Primera persona (2013), Microcolapsos (2017, 2019) y Al final del miedo, publicado
en 2021 por Páginas de Espuma. También escribo para jóvenes y niños, Papá oso
estuvo entre los diez mejores libros infantiles en 2010 en España, y Bobot (2018)
está haciendo lo propio en México. He participado en numerosas antologías,
tanto en mi país como en el extranjero. Y me han traducido a idiomas que medio
entiendo como el inglés, francés, italiano o portugués; y a otros que me resultan
incomprensibles, aunque me entusiasma la idea de deambular entre lenguajes
ajenos, donde espero que mis cuentos no naufraguen, como el mandarín, coreano,
japonés, checo y recientemente el griego. Colecciono robots, bebo whisky, no me
gustan los camarones. Ah, por cierto, adoro los jardines secretos y cultivo bonsáis.
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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CECILIA EUDAVE
Visión del género
El cuento es uno de los géneros más versátiles de la literatura. Te permite muchas
libertades, desde la extensión hasta la manera en que quieras construirlo. No
se ciñe a reglas específicas y, si las hay, las rompe. Es atrevido por naturaleza,
además demuestra que todo el peso de nuestra condición humana también
se puede contener en la brevedad. Me gusta llevar al límite mis relatos, juego
con todas las posibilidades que me brinda el género, lo reconozco sutil, certero,
ambivalente. Su fuerza radica en esconder entre líneas aquello que el lector debe
intuir; es decir, lo que se silencia, lo que no está. Reta al lector, lo desafía, lo invita
a coescribir al tiempo que lee para completar la historia y permite cualquier tipo
de final, ya sea cerrado o abierto. Yo prefiero los desenlaces abiertos porque así
nunca se estanca la lectura en una sola dirección. Para mí, los buenos cuentos están
llenos de voces literarias que crean empatías lectoras e intertextuales. Una buena
colección de cuentos se puede disfrazar de novela, de ensayo, de crónica, puede
ser oral o escrita, de ahí su destreza, su habilidad, su audacia, su irreverencia. El
cuento, en definitiva, es de juglar milenario.

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CECILIA
NOMBREEUDAVE
AUTOR
“Polvo otoñal”
Para Karla Sandomingo

Después de pagar el taxi, que me dejó en la puerta del hotel, el chofer me lanzó
una mirada inquieta. No comprendí el gesto. Supuse que se debió a mi silencio
durante el trayecto, o a que le di las instrucciones detalladas de cómo llegar en
un papelito amarillento y quemado, a punto de desbaratarse; o tal vez percibió
mi mano ennegrecida, reseca, que dejó pedacitos de piel en el billete que recibió
asombrado. Quizá fue mi rostro extremadamente maquillado, semejante al de
una máscara japonesa, o a la cara de una Geisha que reprime toda expresión.
—¿Le ayudo a bajar su equipaje?

Asentí con la cabeza y él sacó de la cajuela mi maleta pequeña. Al verla tan
minúscula, tan insignificante, tan apenas con lo necesario, me di pena. Contrastaba
con mi bolso de mano inmenso, y ni siquiera sabía qué había echado dentro, ni
por qué pesaba tanto. Ya no puedo llevar peso, mi cuerpo se está derrumbando.
Aún así insisto en quebrantarme los huesos como si con ello acelerara el proceso
que me derruye.

Quise darle una propina; no la aceptó. Quizás observó las uñas amoratadas,
no por el frío de esa tarde otoñal, sino porque estaban a punto de desvanecerse
en cuanto llegaran a la opacidad necesaria para extinguirse, y sintió un poco de
repulsión. No sé si esta sea la palabra adecuada para nombrar lo que provoca
mirarme. Creo que en realidad tuvo miedo, el pobre joven, de contagiarse de algo.
Y yo no pude explicarle, ni sonreír siquiera —hacía tiempo que si estiraba de más
los labios se agrietaban las mejillas— para que esa sensación lúgubre de estar casi
depositando un cadáver en ese decadente hotel no se fijara en su cabeza.
—Si quiere puedo llevarle las cosas hasta la recepción.

El chico lucía asustado pero al mismo tiempo un dejo de piedad o humanidad


se desgajaba de sus ojos. Tenía los dientes apretados a pesar de disimularlo con
una sonrisa amigable. No sé porqué los ancianos damos pena, tristeza. Moví la
cabeza negativamente, sintió cierto alivio, subió rápido al auto. Antes de partir
agitó su mano como si se despidiera de un pariente o de un recuerdo.

Nunca fui un ser empático. «Naciste muy callada», dijo mi madre. «Eras una
niña solitaria», me comentaron mis hermanos. No sonreía mucho y eso alejó a
los muchachos. No fui atrevida, afirmaron mis amistades; unas cuantas que con
el tiempo están ahí más por lástima que por afecto. Y por si aquello no bastara,
21
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CECILIA
NOMBREEUDAVE
AUTOR
todo lo que toco se reseca, se desbarata en polvo. Esta condición la heredé de mi
abuelo paterno. Él la tuvo, y sobrellevarla lo hizo un tipo difícil, hosco, porque
debía contener la desdicha de convertir lo que tocaba en miseria quebradiza. Lo
casaron con la abuela, que era toda ilusión y anhelo. Él pensó que sería una buena
medicina, aunque no le gustara ni le provocara deseo alguno. Nunca la acarició con
ganas ni a ella ni a nadie. Cumplía sus deberes maritales quién sabe cómo, quizá
abandonando su cuerpo a las manos de una esposa aferrada en devolverle algo que
de antemano sabía perdido. A mi madre la miraba con cierto cariño, sorprendido
de no haber secado ese diminuto pedazo de carne. Intentaba, afanosamente,
abrazarla con afecto, siempre con el cuidado de no hacerlo con tal fuerza que
llegara a romperla, buscando en ella una razón que no lo llevara a agotarlo todo,
a desbaratarlo todo, con el único fin de sentir algo. La paternidad le hizo bien por
unos años, muy pocos, los suficientes para comprender que necesitaba alejarse
de ella o la contagiaría de ese mal, casi condena, que viene a veces como legado
familiar; esa clase de emociones endémicas que se confieren como herencia.

Por ello el señor Fiore, a los treinta años, dejó una viuda y una hija a manos de su
fortuna para ahogarse en un mar calmo. No sin antes haber secado la casa familiar,
los jardines, varias empresas y el futuro de su familia en una apatía estremecedora.
La abuela salió adelante como pudo, se le marchitó el cuerpo yendo de un lado a
otro añorando consuelo. Por lo menos yo no fui madre. Suspiré. Pero no por eso ni
por el destino de mi abuelo, sino por someter y haber sometido a tanta gente a mi
tristeza, a esa cosa que me nacía por dentro, me mataba los deseos, la alegría, la
intrepidez que se necesita para vivir.

Arrastré la maletita y acomodé el bolso. Antes de entrar a registrarme me senté
en una banca próxima. Busqué la reserva que me hizo un sobrino. Le resultó extraño
que quisiera irme a un lugar en medio de la nada, entre fronteras, en otoño, cuando
hace un viento que asusta a los huesos y los hace crepitar. Le pareció absurdo
que no eligiera un sitio paradisíaco, lleno de gente como yo, que con la pensión
miserable, pero pensión al fin, de pronto pueden pagarse las vacaciones de su vida.
Pero más le sorprendió que sacara todos mis ahorros, hiciera un viaje tan cansado,
tan complicado y sin sentido, para instalarme por tiempo indefinido en ese hotel
caduco y deslucido. Vimos juntos las fotos del recinto, «por lo menos es limpio, tía
Francesca». No requería de nada más. De las disponibles elegí la habitación más
austera. Pedí incluso que retiraran un par de cosas que me parecían innecesarias:
el tocador con un espejo y una cajonera oscura. Nunca me veo en los espejos, me
deprimo. No tengo muchas cosas que guardar, ni siquiera recuerdos; el paso de
mis días fueron absolutamente prescindibles; estar o no estar no hizo diferencia

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
CECILIA EUDAVE
AUTOR
alguna en ningún momento de la existencia de alguien. También solicité que las
ventanas no tuvieran cortinas.

Miré el jardín con algo de curiosidad. Me gustan los jardines en otoño, aunque los
prefiero invernales porque así, cuando paseo y toco algún rosal, al que le quedan
solo sus espinas, y lo seco, nadie lo nota. Sin embargo, la estación otoñal es mi
favorita, pues nos anuncia que todo acaba convirtiéndose en hojarasca, en polvo,
en ligero aliento de vida. Me sorprendí haciendo una leve mueca parecida a un
esbozo de sonrisa. Quién iba a decirme que tendría que alejarme tanto de casa para
comenzar a sentir una sensación parecida, supongo, a la tranquilidad; siempre he
vivido entre zozobras, en la inquietud. Quién iba a pensar que vendría hasta aquí a
hacer un recuento de mi existencia discreta, absorbida por una melancolía que no
pedí y que agotaba a los que se me acercaban. «Mirarte es como mirar a tu abuelo
y sentir sus manos de granizo en la piel», comentó la abuela mientras percibía mi
poco entusiasmo por las vacaciones, por la diversión, por el afecto.

Mi madre, en cambio, se aferró a contrarrestar mi condición con un entusiasmo
irrelevante y ridículo. Pensó, ilusamente, que si ella era feliz por las dos, me curaría.
Se negó a ver cómo a mi paso todo se ennegrecía y desmoronaba como tierra seca
de baldío. Yo no era ni buena ni mala, era así y ella me quiso de esa manera por
las dos. Su amor casi fue suficiente, por ello superé las expectativas de vida de la
gente que nace triste y se va ensombreciendo más con el paso del tiempo. Aunque,
en el fondo de su corazón quizá pensaba, como todos, que viviría poco, que algún
día iba a tomar un objeto punzante y, por pura curiosidad, abriría alguna de mis
venas para descubrir si tenía sangre dentro; para saber si era roja, efervescente,
vibrante y al hacerlo, sentiría alguna emoción, por más siniestra que fuera.

No fui curiosa. Ni sosa, ni iracunda, ni complicada... ni lloraba siquiera. No
llevaba agua dentro, ni risas, solo un poco de voz. Con ella me arreglé el mundo,
con ella me interné en un trabajo matemático y rutinario que logró sacarme de la
casa familiar y permitió arrumbar mi sequía en un minúsculo piso de no más de
cincuenta metros, con lo necesario para resistir. Y resistir es la palabra, aunque mi
hermana me gritara egoísta o mi madre, ingrata. Resistí por ellos de algún modo,
y porque sé que todos tenemos una fecha de caducidad por dentro. Violentarla no
sirve de nada; si es tu hora, no regresas nunca más. En fin, he vivido lo suficiente
a fuerza de voluntad, —a pesar de que esta maldición familiar, con el paso de las
generaciones, te debilita—, para darme cuenta de que al caer la edad una puede
cubrir mejor sus rastros, una puede pasar desapercibida y ser menos señalada. Al
mundo le molesta la gente que está sin estar, los que no bailan ni sonríen, los que

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CECILIA
NOMBREEUDAVE
AUTOR
van de lado o se esconden entre el sueño y la vigilia, los que huyen todo el tiempo
porque tienen el don de volver un funeral cualquier instante, cualquier vida.

Toqué la banca de madera oscura donde estaba sentada y comenzó a crujir:
el frío de mi mano le confirió la dureza de lo que se va a reventar. Por dentro sentí
todo el hielo y al mismo tiempo el fuego que me ponía febril por las noches, que
pasó de ser una sensación esporádica a constante en los últimos meses. Ahora ya
no podía disimular el desasosiego y los objetos explotaban en polvo como si ahí les
depositara mi ira, como si tantos años conteniéndome, tratando de disimular, de
ser condescendiente con esta condición infame, perversa, con este don inservible
de convertir todo en polvo, en tristeza, me regalara, por fin, una emoción distinta
al desencanto. «Así que esto es sentir algo luminoso», me dije.

Con ese ligero entusiasmo, inusitado y curioso, intenté levantarme de la
banca. Por primera vez sentía algo distinto a la desazón. No pude hacerlo. Las
piernas comenzaron a incendiarse en una combustión azul y blanquecina que me
pareció hermosa. Se me aceleró el corazón. Logré dejar de lado el enorme bolso e
impulsarme con los brazos, que comenzaban a calentarse, para caer sobre la tierra
e intentar rodar. No pude pedir ayuda, tengo la lengua seca desde hace años, la
voz también. Cuando caí, me rompí en dos sin llegar a despegarme por completo,
facilitando al sol de ese mediodía otoñal cumplir su trabajo de convertirme en
una pequeña fogata. No dejé de contemplarme, ni cuando los ojos, como el resto
de mí, intentó elevarse por los aires como si fuera una ligera ceniza intentando
liberarse. Fue cuando escuché al hombre de la recepción, que venía acompañado
de un jovencito.
—Señorita Fiore, la estábamos esperando. Todo está dispuesto según
sus indicaciones. Su habitación es la número quince, segunda planta, vista parcial
al jardín. La ventana no tiene cortinas. Retiramos el tocador con espejo, también
la cajonera. Esperamos que todo lo encuentre a su gusto.

Dicho esto, el chico tomó mis ridículas pertenencias, mientras el otro, con
sumo cuidado, se arrodilló para incorporarme, pues ayudado de una escobilla
recogió mis cenizas y las puso dentro de un frasco discreto de color azul como el
mar.

Eudave, Cecilia (2021) Al final del miedo. España: Páginas de Espuma

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / CECILIA
NOMBREEUDAVE
AUTOR
Andrea
Mejía
Colombia

Antes que nada intenté escribir. Luego di algunos rodeos que


agradezco. Me entregué a la filosofía, enseñé y recibí de mis
estudiantes alegría y energía. Hace unos años apareció mi primer
libro de cuentos, La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad, que sigue
siendo un libro al que le tengo cariño. Vine a vivir a una montaña, un lugar muy bello
que me ha dado buena parte de lo que soy ahora. Aquí he escrito dos novelas, una
que ya está publicada, La carretera será un final terrible, y otra que será publicada
el año que viene. Se llama Antes de que el mar cierre los caminos. No sé de dónde
me vienen títulos tan largos, pero me gustan así. También a este lugar pertenece
mi segundo libro de cuentos que espero terminar muy pronto. Aún no sé cómo se
llama. Escribir novela y cuento han sido dos formas muy distintas de experiencia,
y también amplían mi experiencia otras cosas que escribo, menos narrativas. Creo
que incluso en la narrativa lo más importante son las visiones y no las historias.
Esto es algo muy personal, claro. Quizá mis maestros más directos han sido Rulfo
y Kawabata, pero lo que más leo desde hace un rato es poesía y me cuesta leer
cosas largas. Si tuviera que decir lo que para mí es escribir, me robaría lo que una
vez dijo Carson McCullers: la escritura es un sueño que florece. Así también es la
vida. Es un sueño que florece.

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / ANDREA MEJÍA
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2020 / BERNARDO ESQUINCA
Ocho reglas sin las cuales no se puede
escribir un cuento
1. Ama la brevedad. Menos es más

2. Nunca escribas un cuento sin misterio. El misterio puede estar en algo muy
pequeño y delicado, pero es el corazón de un cuento

3. Transfiere todo tu poder a los objetos: una aguja, un azadón; que ellos hablen,
que ellos muestren. O deja que entre el poder ilimitado de la naturaleza

4. Cree en las fuentes menos controladas. Los sueños, las imágenes persistentes
que no se llevó el tiempo, o al contrario, las más fugaces, las que no ofrecieron
resistencia y se fueron del mundo como llegaron, en silencio

5. Nunca planees un cuento, él es como un relámpago, como un destello. No da


tiempo. Para el tiempo está la novela

6. La energía y las emociones deben estar concentradas. El lector debe entrar en


un estado de concentración que no debe abandonar mientras lee. No puede
despertar. Como son pocas páginas, eso es posible de lograr. Tu mente al es-
cribir debe estar igual: absorta, concentrada, entregada. La distracción es la
peor enemiga de un cuento. Por eso no intentes distraer con trucos o rodeos

7. No obedezcas ninguna regla excepto estas. Confía en tu intuición. Recibe los


regalos de lo que al principio parece confuso. Llévalo a la claridad sin perder
el misterio

8. Elige tus maestros. Es tu escritura la que elige sus maestros. Sírveles con
devoción, haz lo que ellos pidan, lo que sea. Después olvídalos.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021//NOMBRE
ANDREA AUTOR
MEJÍA
“Checo”
Mi mamá, mis dos hermanas y yo caminábamos bordeando el cráter de un
volcán. Mi padre debía estar cerca pero yo lo había perdido de vista. Una
lenguade niebla subı́ a desde la explanada y ocultaba la falda de la montaña.
Solo dejaba descubierto el filo delgado al borde del cráter por el que apenas
podíamos andar. Mi mamá agarraba a mis dos hermanas de la mano por miedo
a que se las llevara el viento, a que rodaran por uno de los dos costados del
despeñadero donde las rocas sueltas parecían también dispuestas a rodar,
aunque las rocas se quedaban quietas, como incrustadas en la arena verdosa.

Mis hermanas tenían en cambio una manera muy distinta de mantenerse


atadas al paisaje, se movían dando pasos pequeños para resistir la embestida
del viento. Hacia el cráter la tierra bajaba ondulante con tonos rojos y amarillos;
en su centro se formaba un valle de ceniza cercado por regiones cuarteadas
de grava de distintos colores. Más arriba del volcán, sobre el cielo,se erguı́ an
peñascos altos y erosionados que la niebla no alcanzaba a cubrir.

Ni mis hermanas ni yo estábamos vestidas para un viento y una niebla de


esas magnitudes. Sobre nuestras sudaderas cada una llevaba un saco tejido
de lana que nos quedaba pequeño, botas de caucho de colores brillantes,
plateadas las mı́ as, azul metálico las de ellas. El viento envolvı́ a la cara de mi
hermana conmechones de pelo que su balaca no alcanzaba a retener; yo tenı́ a
una cola de caballo ya casi deshecha. Ningún tipo de vegetación crecía sobre
las rocas. El cráter se cubrı́ a por momentos pero la niebla blanca pronto
volvı́ a a desplazarse y dejaba al descubierto la oquedad gris y vacı́ a. No me
daba vértigo mirar hacia el centro del cráter, pero en cambio mirar hacia atrás
me parecı́ a aterrador, como si la niebla nos estuviera persiguiendo y fuera a
tragarnos con su extensión informe.

De pronto empezó a llover. Una lluvia oblicua y gruesa rayaba el aire y nos
golpeaba la cara. Los pensamientos subı́ an entre la niebla desde el centro
del cráter y luego, al alcanzar cierta altura y antes de tocar siquiera la mente,
volvı́ an a perderse, desintegrados por la lluvia. Nuestras cabezas estaban
llenas de niebla, roca y polvo. La arena verdosa se fue convirtiendo en un fango
espesoque se adherı́ a a nuestras botas. Ninguna de mis hermanas decı́ a nada
y yo tampoco me quejaba. Todo se cubrió por completo pero era imposible
perderse, solo habı́ a que seguir el filo que se abrı́ a cortando en dos la niebla.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021//NOMBRE
ANDREA AUTOR
MEJÍA
Seguı́ caminando. Cuando dejó de llover me di vuelta y vi que me habı́ a
adelantado en nuestra caminata circular, me habı́ a alejado mucho de mi mamá
y de mis hermanas. Una ráfaga de viento desgarró de pronto la niebla y ellas
aparecieron muy lejos, del otro lado del cráter, tres figuras muy pequeñas tomadas
de la mano, perdidas en una naturaleza azotada por el viento. No podı́ a ver a mi
papá por ningún lado. Tuve miedo de seguir caminando sola y me senté a esperar
que me alcanzaran mis hermanas, pero ellas parecı́ an moverse cada vez más
despacio, sin avanzar, rodeando columnas de niebla.

Después de haberle dado la vuelta al cráter volvimos al punto del que


habı́ amos partido, una cabaña pequeña hecha de tablas de madera con un porche
en el que un hombre vestido con un uniforme azul de guardia leı́ a un periódico.
Estaba sentado en un banco, recostado contra una de las paredes de la cabaña
con las piernas estiradas y cruzadas. A un lado del banco habı́ a una mesa con un
termo rojo cerrado y una taza de plástico vacı́ a con el asa retorcida en una espiral
formada probablemente por una exposición al calor que la hubiera derretido. Bajo
la mesa se apilaba un arrume de leños. Cerca de la cabaña un aviso en madera con
letras amarillas y clavado en la tierra decı́ a CRATER PRINCIPAL. Bajo las letras una
flecha señalaba la dirección de la que venı́ amos. La flecha parecı́ a señalar un lugar
vacı́ o donde todo lo que entraba se perdı́ a en la niebla.

Un perro pequeño dormitaba en el porche de la cabaña. Me senté a


acariciarlo. Sin abrir los ojos, el perrito sacudió suavemente sus orejas. Lo
arrastré hacia mı́ tirando de sus patas delanteras sin que él opusiera ninguna
resistencia y lo subı́ a mis piernas.
—Vamos a bajar ya —le dijo mi padre al guardia.

El hombre no respondió y se limitó a inclinar la cabeza.


—¿Cómo se llama el perrito? —pregunté.
—Checo —me dijo.
—Checo —repetı́ tomándole el hocico y acercándolo a mi cara.

El pelaje del perro tenı́ a algo de la hostilidad del lugar, de su negrura


desértica, pero también tenı́ a una suavidad ausente en el paisaje. Una mancha
marrón en el pecho le hacı́ a juego con el color de las patas, que estaban
cubiertas de la misma arena verdosa por la que habı́ amos caminado y que se
veı́ a sobre el azul brillante de las botas de mis hermanas. La punta de su rabo
era blanca y un anillo negro rodeaba el hocico, sobre el que crecı́ an bigotes
gruesos como alambres que despedı́ an un fulgor tenue en medio de la niebla.

28
ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021/ /ANDREA
NOMBRE MEJÍA
AUTOR
Sucuerpo flaco estaba tibio y el frı́ o que yo habı́ a acumulado a lo largo de la
caminata por el borde del cráter se envolvió en el calor del perro. Checo abrió
los ojos y me miró.
—Papá, ¿podemos adoptar a Checo? —pregunté.

Pero mi papá miraba en la dirección que debı́ amos tomar para bajar hasta
el pie del volcán, donde un terraplén servı́ a de estacionamiento improvisado
para los carros de los escasos visitantes. Su mirada se hundı́ a en el paisaje
como si tratara de arrancarle algún secreto.

Cuando empezamos a caminar cuesta abajo, el cachorro nos siguió a lo


largo de un trecho. Se adelantaba unos pasos batiendo la cola y se detenía
para esperarnos mientras mordı́ a alguna roca que encontraba en el camino.
La niebla se habı́ a disipado del todo y la cola de Checo se recortaba sobre el
negro profundo del volcán. De repente y sin decirnos nada, mi padre golpeó el
suelo para ahuyentar a Checo, que dio media vuelta y se alejó en dirección al
cráter. Mientras se alejaba noté que una peladura en carne viva surcaba una
de sus patas traseras. El golpe de mi padre sobre la tierra habı́ a levantado
una nube de polvo gris que tardó un tiempo en volver a asentarse.

Mejía, Andrea (2018) La naturaleza seguía propagándose por la oscuridad.


Colombia: Tusquets Editores

29
ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍADE
DECUENTISTAS
CUENTISTAS2021
2021//NOMBRE
ANDREA AUTOR
MEJÍA
Mónica
Ojeda
Ecuador

Mi nombre es Mónica Ojeda, y escribí mis primeros cuentos en una


ciudad
x tomada por los reptiles y las cenizas volcánicas. Me gustan
los cocodrilos, las iguanas, las montañas y los volcanes. Me gusta escribir porque
me permite encontrar la belleza en todo esto, el deseo en el miedo y el miedo en
el deseo. La escritura es un paisaje de la mente, pero un paisaje puede también ser
una escritura geológica: algo que la tierra nos diga por fuera de la palabra.

He escrito novelas como La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014),


Nefando (Candaya, 2016) y Mandíbula (Candaya, 2018), y también los poemarios El
ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015) e Historia de la leche (Candaya, 2020).
Mis cuentos han sido recogidos en Caninos (Editorial Turbina, 2017) y Las voladoras
(Páginas de Espuma, 2020). Este último lo escribí durante el confinamiento,
encerrada en una buhardilla diminuta en el centro de Madrid. Soy migrante, y es
ese desplazamiento el que me ha permitido la calma necesaria para entrar en mis
obsesiones: miedo, violencia y deseo. Las voladoras recoge cuentos que abordan
esta triada, cuentos con montañas, volcanes, brujas, chamanes y cóndores.

30
ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2020 / BERNARDO ESQUINCA
Credo
1. Creo firmemente que no hay que entender los géneros como formatos cerrados
con reglas que hay que respetar y seguir al pie de la letra. Creo en la experiment-
ación, en que la escritura literaria no entiende de géneros, sino de escritura, y
que esta nunca es pura: se contamina.

2. Creo que la contaminación de géneros ha dado las obras literarias más bellas
que tenemos.

3. Creo que la poesía no es el poema y, por lo tanto, puede estar presente en una
novela y en un cuento.

4. Creo que lo más importante en un cuento es la atmósfera.

5. Creo que la atmósfera es el lenguaje.

6. Creo que la historia es el lenguaje.

7. Creo que los personajes son el lenguaje.

8. Creo que el lenguaje es el miedo, el deseo, la alegría, la excitación o cualquiera


que sea la emoción que nos obligue a sentarnos a escribir. Las emociones es-
culpen nuestras palabras, las tallan y las tejen unas con otras.

9. Creo que la escritura literaria actúa como un conjuro: agita, reinventa, transfor-
ma nuestros cuerpos.

10. Creo en la música de la escritura: en la relevancia del ritmo, de la cadencia, de


las repeticiones y el tono.

11. Creo que forma y contenido son indisolubles.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
“Sangre coagulada”
Me gusta la sangre. Alguna vez me preguntaron: “¿Desde hace cuánto, Ranita?”. Y
yo respondí: “Desde siempre, Reptil”. No recuerdo un solo día que no haya abierto
mi cuerpo para ver la sangre brotar como agua fresca.
Agua pura de jardín.
Agua tibia de amapola.
Recuerdo que de niña me caía a propósito. Me quitaba las costras y las dejaba
sobre las sábanas, la bañera, el plato frío de Firulais.
Tocaba mi sangre. Olía mi sangre.
Recuerdo la piel de gallina. Hay tantos colores que si los juntas parecen un
arcoíris malo y bruto, pero yo soy como los inuit: veo cientos de rojos cuando abro
una herida y la araño para que se manchen mis uñas de verdad.
Me gusta que las uñas se ensucien por debajo, que parezca que se van a salir.
Que se noten mis huellas digitales. Que atardezca y se oxiden las nubes.
A veces cuento los tonos y me pierdo con tanto número largo, tanto número
feo. También he intentado nombrarlos en mi cabeza:
rojo caracha
rojo terreno
rojo aguja
rojo raspón.
Pero luego olvido los nombres y tengo que inventarme otros:
rojo canoa
rojo hígado
rojo pulga.
Yo recuerdo todo. Por ejemplo, mi piel de gallina y la cabeza de gallina rodando
en círculos junto a los pies de la abuela. Son dos cosas distintas pero iguales: mi
piel levantada, la cabeza caída dibujando la forma de un vientre hinchado. Una
redondez perfecta, como Dios.
“El tiempo es una circunferencia”, decía la abuela.
Ella era gorda y besaba a los animales antes de decapitarlos o degollarlos.
Los besaba en el cogote.
Los besaba en las pezuñas.
Sus cabezas caían rodando sobre un mismo eje igual que un trompo o en
espiral, como la concha de un caracol.
Geometría divina.
A veces yo beso la sangre de los animales y los labios se me ponen pesados,
urgentes. Me quedo así hasta que la sangre se seca y se pone rojo oscuro.
Rojo pelo de árbol.
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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
Rojo cabeza de montaña.
También beso mi sangre, pero menos, porque me da vergüenza. Es un gesto
privado como cuando cierro la puerta, me miro al espejo y me pego.
Son bonitos los chichones:
los hematomas
los cardenales
los moretones.
Son parecidos al interior de una cueva, a las piedras que recojo del río y pongo
debajo de mi almohada para escuchar el torrente. Funciona, aunque mami diría:
“¡No seas estúpida, tarada!”.
Según mami yo ya soy tarada, pero no estúpida.
Según mami todavía puedo salvarme de la estupidez.
Cuando tenía diez años ella me dejó con la abuela para que aprendiera cosas.
Ahora estoy aquí con los caracoles, los mosquitos y las culebras. Con las ranas, los
caballos y las cabras. Lavo los platos, barro el piso, cuido de los animales, restriego
la espalda de la abuela con una piedra gris, recojo sus pelos blancos, le corto las
uñas de las manos y de los pies, seco las plantas y las hierbas, ayudo a cocinar los
remedios que enferman a las chicas, canto una canción inventada por la noche
que dice: “Ai, ai, ai, las niñas lloran, las ranas saltan, los pollitos pían, pío, pío, las
vacas mugen, muuu, los hombres jadean, aj, aj, aj, las lechuzas ululan, uuu, uuu,
las niñas lloran, ai, ai, ai”.
La abuela dice que tengo voz de cencerro, voz de lechón triste. Dice que mami
me abandonó y que no va a volver. “Se fue porque tienes el cerebro redondo”, me
explicó. “Y tus ideas se caminan por encima”.
A mí me gusta que los animales dibujen mi cerebro sobre la hierba fresca: un
órgano brillante y bonito, como Dios oculto en las formas interiores. Hay personas
que no lo entienden. Por ejemplo, mami nunca ha degollado a una vaca, nunca
le ha abierto el vientre a un cerdo. No sabe que las cabezas ruedan en círculos y
sueltan sangre rojo músculo.
Sangre rojo arcilla.
Sangre rojo vino.
En cambio Firulais una vez le arrancó la cabeza a un gato. Yo creo que por
eso se hacía pis en las alfombras, en la bañera, en el sofá. A mami no le gustaba
limpiar nada de eso. Guau, guau, decía y mojaba de un amarillo azufre la casa
vieja. Entonces yo fregaba el piso con las manos hasta que la piel se me caía en
láminas muy chicas. Luego me sentaba a contar los pedazos de mi piel muerta:
tres, cuatro, siete, diez, quince, veinte… y me perdía con tanto número largo, tanto
número horrible.
A veces me corto y eso está mal. Eso está enfermo. La primera vez que lo hice

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
se me hincharon las mejillas y mojé mis calzones. Cortarse es difícil, caerse duele
mucho, pero cuando mi carne se abre veo agua de corazón y tiemblo. Yo sé que ese
líquido que brota de mí es sucio y transparente. Sé que me hace frotarme donde
no debo y que crece cuando me hago cortes en las piernas y en los pies.
Hace tiempo vi con mami una peli de vampiros y me sentí vampiro, solo que
a mí sí me gusta el sol.
Me gustan las plantas, el chocolate, los caballos, las escaleras de grandes
escalones, Firulais, las bañeras limpias, los ojos blancos de los corderos, el olor
a caca de vaca. Me gusta el río y el rojo oxidado de la coagulación de la tierra. Me
gusta Reptil, aunque ya no pueda hablarle. Me gusta mami, pero desde que vio
mis cortes me mandó al páramo. Yo sé que ella le dijo mentiras a la abuela: que
me robo tampones usados de la basura. Que canto canciones raras en las noches
de luna llena. Que me corto el vello púbico. Que he aprendido a ser bruja: que es
culpa de la abuela que yo huela a sangre y a genitales.
Cuando iba al colegio también me lo gritaban las otras niñas: hueles a calzón,
decían. Pero ellas no saben a qué huele eso de verdad.
A cabras en celo.
A parto.
Es cierto que la sangre puede comerse. Cuando se coagula, deja de ser
líquida y se transforma en alimento. Yo conozco la belleza de los coágulos como
niños pequeños colgando del pelaje de las cabras. Los toco y sonrío porque son
mis bebés. Mami no soporta que hable de la forma de la sangre. Le da miedo el
páramo y le da miedo la abuela. A mí no me da miedo la piel de gallina, la cabeza
de gallina. No temo al cuello de la vaca, ni a los intestinos del cerdo, ni a las cabras
que lloran y gritan por las noches mojando la tierra con su solitaria leche. Nada
que venga del interior de los animales me asusta porque ese interior de huesos y
de arterias se parece al mío.
“Adentro tenemos la espesura de la muerte como un árbol”, decía la abuela
cuando estaba fuerte y gorda y afilaba su machete frente a los lechones. Se
bamboleaba entre ellos con su mandil de carnicera siempre sucio. Olía a cebolla.
Olía a cartílagos. Por el día les hablaba a los animales y los besaba con ternura
tosca en la cabeza antes de degollarlos o decapitarlos. Por la noche me besaba en
el cogote y era un beso tan rápido que apenas lo sentía.
“Abuela, me besas igualito que a los animales”, le dije una vez y ella me sonrió.
Muerte granate.
Muerte escarlata.
Muerte bermellón.
Muerte carmesí.
No sé por qué la gente piensa que la muerte es negra. Llevamos ríos rojos

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
y una arboleda que estalla si se la rompe, pero todo está oculto bajo la piel de
gallina, cacareando. Hay que abrir el cuerpo para ver la belleza de la sangre: matar,
devolver a la tierra el tamaño de la raíz sanguínea. Si le cortas el cuello a una vaca,
ella chilla y los ojos se le ponen blancos mientras cae y patea el viento. Ves el
rojo como un torrente, como un río sin piedras saliendo de su herida. Dejas brotar
la belleza porque la muerte dura un instante y luego se va y lo que queda es el
muerto, y los muertos son feos.
Mami no entiende la diferencia.
Tampoco entiende lo que hacemos con las chicas.
Al principio yo creía que venían a que les sacáramos los vientos malos de
montaña. Que llegaban tristes por culpa de los malaires, enfermas, con el pelo
sucio y la mirada apenas flotando sobre el monte. La abuela siempre las trataba
bien. Les acariciaba la cabeza y les preparaba un remedio para que vomitaran
antes de meterles la mano en el vientre.
Yo vi a Reptil hacer casi lo mismo con algunos animales de la finca.
Extraía potrillos.
Extraía terneros.
Pero con las chicas era distinto porque ellas tiraban coágulos y trozos densos
sobre la cama. Era como un parto pero al revés, porque en lugar de salir algo vivo
salía algo muerto. “La muerte también nace”, decía la abuela, y yo recogía los
coágulos como niños pequeños. Algunas chicas nos miraban mal, se limpiaban
rápido y ni siquiera se detenían a observar su interior sobre las sábanas. No tenían
ninguna curiosidad, ninguna gana de conocerse. Se marchaban rápido dejando
parte de sus cuerpos con nosotras. Según Reptil eso era porque al otro lado del río
contaban que la abuela era una bruja.
Que su cabeza volaba sobre los tejados por las noches.
Que ponía sangre coagulada bajo las camas de los dormidos.
Yo recuerdo la primera vez que me cayó un coágulo de entre las piernas. Estaba
en el corral, junto a las gallinas. Lo sostuve en mis manos y lo miré por horas:
parecía un huevo roto, crudo, recién salido de un lugar tibio y con plumas. Me
puso contenta que mi vientre me diera ese regalo, que ya no tuviera que caerme,
cortarme o golpearme todos los días para disfrutar de mi propia sangre.
Si eres una mujer puedes sentarte sobre las piedras y mancharlas.
Reptil jugó conmigo el primer día que me vio manchar la naturaleza.
Él cuidaba de los caballos, las vacas, los cerdos, las cabras. A cambio, la abuela
le daba de comer y le regalaba trozos jugosos de carne. Sus brazos tenían manchas
y su barriga era peluda como la de un oso. Le faltaba un ojo, el derecho. Yo le decía:
“Mira cómo mancho, ¿viste?, ya soy grande”. Y él me respondía: “Mentira, Ranita,
eres chiquitita”.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
Él me llamaba Ranita porque me la pasaba saltando.
Yo lo llamaba Reptil porque tenía la piel escamosa.
Juntos atrapábamos lombrices y veíamos la sangre correr por mis muslos.
Él me abrazaba, me hablaba de su hija y de lo difícil que era ser padre de una
niña guapa. Yo le contaba que nunca había conocido al mío, pero que algún día le
preguntaría a mami, que algún día sabría cómo era. Entonces él me decía: “Pobre
Ranita que no tiene papi”, y me daba besos distintos a los de la abuela. Besos
babosos con mal aliento.
En ese tiempo Reptil hacía mucho por nosotras. Ayudaba a parir a los animales.
Repartía el abono. Alimentaba a los cerdos. Le quitaba las garrapatas al ganado y
las aplastaba con sus uñas contra la valla. Mantenía lejos a los niños que cruzaban
el río para insultarnos. Comía con nosotras y jamás preguntaba por las chicas.
Frente a la abuela él apenas me dirigía la palabra, pero a veces, si estábamos solos,
me pedía que le hablara de Firulais y yo lloraba porque lo extrañaba mucho y en
la finca no teníamos perro. Otras, me daba de beber algo amargo que me hacía
dormir en los matorrales. Cuando despertaba volvía a casa con cansancio y dolor
entre las piernas, pero fingía estar bien para que la abuela no se enojara.
“¡Trabaja!”, me exigía si me veía ociosa.
Dejé de ir al colegio porque la maestra gritó que ella solo educaba a niñas
normales. Mami le gritó de vuelta: “¡Puta asquerosa!” Y luego a mí: “¡Vas a irte con
la abuela a aprender lo básico!”.
A respirar por la nariz.
A contar hasta cien.
Aquí he aprendido que si te echas dos gotas de leche de cabra en el ojo se te
cura la infección. Que el agua de culebra envenena y el agua de caballo sana. Que
un lechón puede nacer sin romper la placenta, protegido en el ámbar tibio de su
madre, y que si lo sostienes en tus manos es igual que aguantar un globo lleno
de pis. Que las vacas lloran. Que los mosquitos jamás le pican a la abuela porque
tiene la piel dura como una iguana. Que los genitales duelen. Que las personas
saben pensar y yo no porque tengo el cerebro redondo. Que el tiempo es como el
sol que se repite cada día y se enferma cada noche.
Que los hombres jadean: aj, aj, aj.
Que las niñas lloran: ai, ai, ai.
Una vez vino una niña con su mami, soltó sangre y coágulos en mi barreño
y le escupió a la abuela en la cara. Eso me dio mucha rabia. Eso me hizo enfadar.
Quise darles un beso en el cogote y cortarles la cabeza, pero la abuela no me dejó
vengarme. Dentro del barreño había coágulos y restos muy rojos del tamaño de
un diente de ajo. Al tocarlos empecé a sudar. A veces sudo aunque no haga calor.
Cuando se fueron le pregunté a la abuela: “¿Por qué las ayudamos si son malas?”.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
Y ella me dijo: “Aquí somos así, mijita”.
También recuerdo que una noche alguien nos dejó un bebé en el establo y
los cerdos se lo comieron. Por la mañana encontramos sus partecitas y tuve que
limpiarlo todo yo sola porque la abuela se enfadó un montón. Entonces pensé que
si algún día nos comíamos a los chanchos nos estaríamos comiendo sin querer al
bebé muerto.
“La vida se come a la vida”, decía Reptil echándome su aliento a legumbres
rancias. “El hambre es violenta”.
A mí me sangraban los genitales en la maleza oscura y el color era rojo bebé, rojo
arrebol. Mi menstruación en cambio es rojo lava, rojo zorro. Conozco la diferencia.
Sé que las criaturas nacen y mueren y que algunas ni siquiera nacen, por eso no
pueden morirse. Esto lo entienden las chicas, lo entendemos nosotras: sabemos
distinguir entre el golpe y la biología. De nuestros vientres sale la muerte porque
lo que heredamos es la sangre. Y según la abuela alguien tiene que meter la mano
con cuidado allí donde duele. Alguien tiene que acariciar la herida. Por eso ella
mete la mano muy adentro de las chicas y me enseña a acariciar bien. Su cama
huele a fetos y a ombligos sucios, pero a nadie le importa. Todas descansamos en
la cama de mi abuela, cerramos los ojos, abrimos las piernas. Respiramos lento en
las alturas.
“Cuidado con lo que aprendes”, me advirtió la mami de la niña del escupitajo.
Yo sé que hay cosas de las que uno debe protegerse en este mundo, pero no de
la abuela que se trenza el cabello para alejarlo de la comida. Antes se paseaba por
el monte con el machete en el cinto, ahora va encorvada y ligera hacia el interior
de la casa, lista para rezar con las rodillas desnudas. A su lado aprendí a temerle al
ojo de grasa de los hombres, a parecer más grande de lo que soy, a imitar su rutina
y hacerla mía, a escuchar el río en mi almohada, a comer los coágulos que cuelgan
del pelaje de los animales, a caminar sobre mis pensamientos sin vergüenza, a no
escuchar las palabras duras de las mujeres, a hervir renacuajos, a decapitar aves,
a degollar vacas.
“Esto es lo único que yo puedo enseñarte”, me dijo un día triste en que los
niños entraron al gallinero y rompieron los huevos que estaban a punto de reventar.
“Solo puedo enseñarte lo que sé”. No conseguimos hacer nada. Las plumas de
las gallinas se pegaron a nuestros cabellos y yo pisé los cascarones como orugas
blancas sobre la tierra. Cloc, cloc, cloc, cacareaban las madres saltando de un lado
a otro desquiciadamente. Nadie lo sabe, pero un pollito que parecía soñar me
susurró que morir es como enterrarse en uno mismo, algo privado y secreto, igual
que lo que cubren mis calzones. Luego le pregunté: “¿Puede un huevo romperse
dentro de una gallina?”. Y él no supo qué responderme.
Por culpa de ese pollo hubo noches en las que soñé que a la abuela se le

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
despegaba la cabeza. Era una cabeza amable y quieta, como la de las gallinas, y
volaba en círculos.
Geometría divina.
También hubo noches en las que me pregunté cosas. Por ejemplo, por qué
el rojo decapitación y el rojo degollación son tan distintos. O por qué Dios hace
un círculo con las cabezas de los animales que matamos en la finca. O por qué
cuando mi barriga se puso un poco redonda la abuela me desnudó y me hizo sacar
la lengua hasta que me mareé.
O por qué me miró largo rato entre los muslos apretando los dientes.
O por qué lloró.
“Perdóname, mijita”, me dijo despacio, y a mí me dio pena su llanto de
murciélago, su llanto de ratita. Le abracé las piernas peludas con culebras y le pedí
un perro bonito parecido a Firulais.
Ella aceptó.
Dos días después comimos con Reptil. Recuerdo su lengua engordando como
un gorrión, la sangre púrpura sobre la mesa, las venas de su cuello del tamaño
de gusanos fríos, el machete limpio y brillante cortando el viento. Recuerdo que
canté duro mientras la abuela lo veía retorcerse. Canté: ““Ai, ai, ai, las niñas lloran,
las ranas saltan, los pollitos pían, pío, pío, las vacas mugen, muuu, los hombres
jadean, aj, aj, aj, las lechuzas ululan, uuu, uuu, las niñas lloran, ai, ai, ai”. Recuerdo
que lo enterramos entre los matorrales.
Un hombre sangra igual que un cerdo y su cabeza rueda en el mismo sentido
que las de las gallinas. La gente no lo sabe, pero es así: la sangre nunca se queda
quieta.
Poco después la abuela empezó a adelgazar hasta secarse como una rama.
Mis caderas se robustecieron. Nadie me dijo que crecer dolería tanto por debajo
del ombligo, ni que el agua de vientre es una ciénaga en la que nada se mueve.
Por esas verdades aprendí a aguantar insultos, a sembrar, a no extrañar a mami, a
meterle la mano a las chicas, a contarle cosas a las plantas, a matar y a querer lo
que mato. También aprendí a contar hasta cien, pero a veces se me olvida.
Aprendí que la sangre de gallina es un tipo de rojo.
También que hay rojo cerdo, rojo vaca y rojo cabrito.
Aprendí a defender a la abuela cuando vienen los chicos. Una vez le lanzaron
piedras y le abrieron la frente. Yo nunca había visto su sangre: era rojo martillo,
rojo clamor. La vi caerse y por un momento pensé que se le despegaría la cabeza
del cuerpo.
Que rodaría hasta los matorrales.
Que dibujaría a Dios en la tierra.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA DE
DE CUENTISTAS
CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
Se me puso la piel de gallina.
Desde ese día llevo piedras en los bolsillos. Me siento sobre ellas y las mancho
para que los invasores se asusten, aunque no siempre logro espantarlos. Cruzan el
río, suben y matan algunos de nuestros animales. “¡Brujas de mierda!”, nos gritan.
“¡Saquen la sangre coagulada de nuestras casas!”. Pero las chicas nunca dejan de
venir a la finca y los coágulos son de ellas.
Rojo capulí.
Rojo arándano.
Me gusta la sangre porque es sincera. Antes lavábamos las sábanas de las
chicas en el río y el agua se ponía del color de los peces. Contaba la verdad, la
belleza. Yo tenía trece cuando lavé la mía, llena de mi interior de pececillos tibios.
Ahora limpio las sábanas sola.
Escucho el torrente.
La sangre también me dijo que una cabeza cortada dibuja el tiempo. Que
donde una planta estuvo mañana crecerá otra. Que la abuela se hace pequeña
para que yo me haga grande. Ella ya no camina, ya no habla, pero a veces grita feo
como las cabras la noche antes de la degollación. Yo la escucho y nos defiendo
con piedras de los invasores. Crezco fuerte en su sitio porque además de sincera,
la sangre es justa.
La sangre dice el futuro y a mí se me caerá la cabeza.

Ojeda, Mónica (2020) Las voladoras. España: Páginas de Espuma

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ANTOLOGÍA
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CUENTISTAS 2021
2021 // NOMBRE
MÓNICA OJEDA
AUTOR
Eduardo
Antonio
Parra
México

Cómo conocí el género del cuento


De niño, en un pueblo del norte llamado Linares, comencé a leer, no libros, sino
cómics, a los que en familia llamábamos cuentos: historias cortas, ilustradas, casi
siempre humorísticas. Y durante mucho tiempo para mí esos fueron los cuentos.
No fue sino hasta la secundaria que pude reconocer el género: había leído
Pedro Páramo (libro que no comprendí, aunque me gustó), y me quedé con ganas
de conocer algo más de Rulfo. En la biblioteca hallé El llano en llamas. Iba por la
mitad cuando el maestro de literatura me preguntó qué me parecía. Le respondí
que era interesante, pero extraño: los capítulos no conectaban, aunque yo
esperaba que lo hicieran pronto porque, si bien los personajes eran distintos, se
desenvolvían en un ambiente similar; y como ya había leído Pedro Páramo, sabía
que el autor no contaba historias de modo común. El maestro sonrió. Me dijo que
Pedro Páramo era una novela, y que lo que yo tenía en la mano eran cuentos. Me
explicó que se trataba de historias acabadas, cortas, y que cada una valía por sí
misma.Ese mismo día volví a iniciar la lectura y fui dándome cuenta de qué es un
cuento.
Más tarde me topé con relatos de Borges, Cortázar, Arreola, García Márquez
y otros, y tras cada lectura quedaba más fascinado por el género. Sin embargo,
cuando decidí escribir, mi primer intento fue con la novela. Llené muchas páginas
—alrededor de 500— antes de darme cuenta de que la historia que plasmaba era
interminable. Decidí entonces regresar a la lectura de relatos, escribí el primero y
me gustó.
Desde entonces no he parado de leerlos y, por supuesto, de escribirlos.

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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA
DE CUENTISTAS
DE CUENTISTAS
2021 2021
/ EDUARDO
/ NOMBRE
ANTONIO
AUTOR
PARRA
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2020 / BERNARDO ESQUINCA
Credo
1. En su escritura, el cuento es el género más exigente; en su lectura, el más
satisfactorio
2. Si algo define tanto la escritura como la lectura del cuento, serían la intensidad
y la precisión, que no pueden darse una en ausencia de otra. Si un relato carece
de precisión en sus palabras, no puede hacer vivir la intensidad en los lectores;
si la historia no es intensa, la precisión en el lenguaje está desaprovechada
3. En casi todo cuento asistimos, como lectores, a la transformación interna,
emocional, de su protagonista. En los cuentos más memorables el lector sufre,
también, una transformación similar: al concluir la lectura, no es el mismo que
cuando la inició
4. Si, al arrancar la escritura de un cuento, el escritor no ha definido el desenlace,
algo va a fallar en el desarrollo: la prosa titubea, la tensión se afloja, la estructura
carece de dirección; los propios personajes comienzan a carecer de interés, y es
probable que la historia pierda al lector, es decir, que deje de leer y se vaya a
buscar otra cosa
5. Todo cuento que no arroje nueva luz sobre un aspecto oculto de la naturaleza
humana resulta prescindible
6. La extensión en un cuento en realidad no importa. El número de páginas es el
que la historia necesita para desplegarse con eficacia. Si un lector opina que el
cuento “está muy largo”, no es que esté largo, sino que fue mal ejecutado por su
autor. Todo se vuelve tedioso cuando se pierden la tensión y el interés
7. Sólo los cuentos extraordinarios soportan varias lecturas. Incluso cuando ya
conocemos el final inesperado, en cada lectura descubrimos en ellos nuevas
sorpresas, nuevas experiencias humanas, nuevos modos de contemplar la
existencia. Podría decirse que son inagotables
8. La novela no es superior al cuento, tan sólo es más gorda. Lo que la novela
ofrece en profundidad, el cuento lo aporta en intensidad. En una buena novela
y en un buen cuento, la experiencia emocional del escritor, y del lector, resultan
equiparables
9. Todo (toda experiencia humana) cabe en un buen cuento sabiéndolo acomodar
10. Por su capacidad de síntesis, por su intenso manejo de las emociones, por la
facilidad de su lectura, por la labor de relojería que exige, por su facilidad para
sorprendernos, por la dificultad de su escritura, por la satisfacción que imprime
en sus lectores, no cabe duda de que el cuento es la joya de la corona del arte
de la narrativa
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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA
DE CUENTISTAS
DE CUENTISTAS
2021 2021
/ EDUARDO
/ NOMBRE
ANTONIO
AUTOR
PARRA
“En lo que dura una canción”
Las arrugas de Montero casi desaparecen al crisparse su rostro, luego se acentúan,
envejeciéndolo de más por unos segundos, antes de desvanecerse de nuevo. Ha
de ser la canción que anunciaron, se dice Regina en tanto lo observa desde el otro
lado de la mesa. Le choca. Además odia a la cantante. De seguro ahorita se levanta
y apaga el radio. Pero en lugar de ponerse de pie el hombre aprieta los puños.
Sus ojos se angustian cuando las bocinas del aparato desparraman las estridentes
ofertas de una tienda departamental. Ya me hace falta una plancha nueva, piensa
Regina, y enseguida cuestiona a su marido con la vista. ¿Te sientes mal, viejo? No
lo pregunta en voz alta porque se lo impide un repentino endurecimiento de los
hombros. Sus músculos se tensan, gimen en silencio dentro de la piel. Todavía lo
quiero. Es inútil negarlo. Y su mente se repite una y otra vez que sí, lo ama con un
odio seco, rasposo, que ni siquiera a rabia llega, mientras los acordes de la canción
anunciada atestan la cocina de agujas sonoras, despliegan sus vibraciones entre
platos y tenedores, lastiman los tímpanos y ahogan el murmullo atorado en la
garganta de Montero.

La tensión muscular alcanza entonces la espalda baja de Regina. Se le


enrosca de manera alarmante en la columna en tanto contempla cómo el hombre
manotea desesperado en torno a la corbata hasta que consigue aflojar el nudo
con el gancho de un dedo. Estás mal deveras. No es nomás un ahogo, la mujer se
sorprende a causa de la serenidad de sus pensamientos. No. Es tu corazón. Un
ataque. Sí. Los manotazos del hombre le parecen lentísimos, como si en vez de ser
síntomas de dolor fueran los ensayos de una pantomima. La cantante del radio
entona los primeros versos de una balada y Regina los tararea sin darse cuenta al
posar la vista en los nudillos pálidos de su marido. Una ligera punzada le palpita en
el pómulo, justo donde el último moretón terminó de desaparecer esta semana. Su
estómago se contrae, las sienes le laten con fuerza, mas ella no se mueve. Montero
emite un gruñido y Regina no lo escucha. Toda su atención se centra en los cambios
de color en el rostro del hombre, que va del rojo profundo al amarillo y de ahí al
blanco. No me vayas a dejar sola, viejo. ¿Qué haría sin ti? Él tose, un hilo viscoso
cuelga de su boca, los ojos se le hinchan acuosos, inclina el tronco en la silla como
si alguien lo empujara con ímpetu. No te caigas. Aguanta, mi amor. A pesar de
estas palabras que articula y escucha dentro del cráneo con claridad, una parte
del cerebro de Regina permanece ajena a su alarma, dando forma a las frases que
ha repetido tantas veces durante las últimas tres décadas: Lo odio, pero lo amo.
Debo quererlo. Es mi obligación. Es el padre de mis hijos. Entonces hay un atisbo
de reacción en ella y sin moverse de la silla calcula en cuatro o cinco segundos el
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ANTOLOGÍA
ANTOLOGÍA
DE CUENTISTAS
DE CUENTISTAS
2021 2021
/ EDUARDO
/ NOMBRE
ANTONIO
AUTOR
PARRA
tiempo que tardaría en correr hacia su marido para auxiliarlo, en diez u once lo
que le llevaría alcanzar el frasco de píldoras en el primer estante de la despensa,
en unos veinte lo que demoraría en colocar un vaso bajo el grifo de agua. Apoya
las manos en la mesa con el fin impulsarse, mas la visión de unos grumos de saliva
espumeando entre los labios del hombre la paraliza: se trata de la misma saliva que
destila al llegar borracho, la que empezó a surgir de la boca de Montero cuando
ambos dejaron atrás los años de juventud, la que mastican sus dientes durante
sus arranques de ira, la que todavía hace un tiempo, de vez en vez, le untaba en
los pechos y en el cuello al momento de tallarse contra su piel. La vocalista grita
en las bocinas algo acerca de cambiar de amor y Regina se pregunta cuándo esa
secreción dejó de anunciar deseo para convertirse en anticipo de violencia. No da
con la respuesta. Aparta la mirada y la fija en el radio.

Hace un esfuerzo por escuchar la letra pero le resulta imposible. Conoce la


canción, la ha oído decenas de veces, ha coreado sus proclamas con entusiasmo,
recuerda incluso que en cierta estrofa la vocalista deja de cantar y se arranca con
un discurso que siempre le ha puesto la carne de gallina, y sin embargo ahora
algo le impide comprenderla. Será que los compases de la música se mezclan con
los ruidos sordos que emite el hombre en su lucha por no perder el equilibrio.
Es inútil, mi amor. De cualquier modo vas a acabar en el piso. Y los cientos de
caídas de Montero desfilan entonces en la pantalla de su memoria, y cada una
le provoca una sensación específica entre el rencor y el miedo, entre la ternura y
la lástima, entre el asco y la vergüenza. Regina aprieta los párpados. Se frota las
sienes. Intenta concentrarse en la música. En cierto momento logra visualizar a la
vocalista, tal y como la ha visto en televisión, y siente que sus músculos se relajan
un poco: se trata de una diva que entusiasma a las señoras pero suele irritar a los
hombres. Montero y sus amigos se refieren a ella como “la puta esa que necesita
un macho con muchos pantalones”. Sí, es ella. La Lupita. Regina sonríe. ¿Oyes,
viejo? Mira quién vino a cantarte en tu despedida.

Abre los ojos y se encuentra con un decrépito rostro de anciano que expresa
impotencia, súplica, terror, todo junto, y al mismo tiempo odio ante su indiferencia.
Te estás muriendo, querido. ¿Lo sabes, verdad? Lo mira con curiosidad mientras
murmura para sí: por fin. De inmediato la culpa la atenaza. No. No puedo pensar
así. Es mi esposo ante Dios. Le debo respeto, consideración. Gira la vista hacia las
píldoras en el estante y vibra de nuevo en ella el impulso de ponerse de pie, mas
la voz de la vocalista, recorriendo varias escalas en un solo verso, atrae su interés.
Ahora el canto habla de sufrimientos causados por un hombre y los tonos altos son
un lamento furioso que retumba en los oídos de Regina. Se pregunta por qué está

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AUTOR
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tan fuerte el volumen y recuerda que fue Montero quien giró la perilla hasta el tope
para acallar sus palabras cuando ella le decía que el mayor de los hijos se había
metido en un problema. Suspira con resignación. Clava una mirada interrogante
en esa máscara grotesca que cada vez se parece menos a su esposo. ¿Por qué eres
así? Pedro sólo necesita un poco de ayuda. Como tú ahora. Montero abre la boca
aunque no consigue llevar aire a sus pulmones. Se oprime el pecho con esas manos
grandes y rudas que Regina conoce tan bien. ¿Por qué, mi amor? Nunca amaste a
tus hijos. Admítelo. Por eso cuando huyeron de ti no hiciste nada por retenerlos. No
te importó dejarme a mí huérfana de ellos. Estamos mejor solos, decías, porque no
deseabas testigos de tu conducta. La súplica se intensifica en el rostro del hombre.
Ella se encoge como si quisiera desaparecer. Enseguida un sobresalto la sacude
con violencia al ver que el cuerpo de Montero se inclina demasiado, se balancea
un par de veces y se viene abajo con una lentitud exasperante, crujiendo en el
suelo como si se rompiera por dentro mientras la silla cae con un chasquido y en
las bocinas del radio la vocalista se desgañita con su discurso contra los hombres.

Por Dios. Esto no debería ser así. Regina recuerda cuántas ocasiones soñó
el deceso de su marido, mas en sus sueños Montero moría tranquilo en su cama,
después de una larga agonía, atendido por ella hasta el instante final, y no tan de
repente, en lo que dura una canción y con el radio a todo volumen. Cierra los ojos
y sacude la cabeza una y otra vez para eludir la escena, pero un silbido extraño se
suma a la música obligándola a abrirlos de nueva cuenta. El viejo está tumbado
sobre su brazo izquierdo. Tiene amoratada la piel del rostro. Tose a medias,
carraspea. La inercia de su peso lo hace dar un giro hasta quedar bocarriba y,
entonces, un silbido distinto al anterior, débil y tortuoso, anuncia que su garganta
se ha vuelto a cerrar.

La vocalista ha concluido su diatriba en el radio y entona por última vez las


notas del coro. A Regina la invade una sensación de pánico. Atisba el bulto de su
marido entre brumas, pues las lágrimas le humedecen los ojos. Se levanta de un
salto, mas en cuanto advierte que Montero aún trata de respirar se deja caer en la
silla. Ya muérete, mi amor. No sufras. En el pómulo le palpita un recuerdo doloroso
y se lo acaricia con las yemas de los dedos. Recorre de un vistazo las píldoras en el
estante, el grifo que gotea, los vasos recién lavados en el escurridor del fregadero.
Le tiemblan las manos. Siente náuseas.

Con el estómago revuelto escucha la última tirada de voz de la cantante y, en


tanto el tono y el volumen de la música comienzan a decaer, su memoria proyecta
una rápida sucesión de imágenes donde reconoce escenas de su vida en común

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AUTOR
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con Montero. Cuarenta y cinco años de casados. Instantes de goce y sufrimiento, de
angustias y satisfacciones compartidas, de entrega absoluta y de dolor: Montero
abrazándola, golpeándola con saña, celebrando eufórico el nacimiento de un hijo,
mirándola con deseo, orgulloso de ser su dueño. Fuimos felices, dice Regina en
alto y su voz emerge trémula. Algunos días. Sí.

La canción ha terminado. Las bocinas callan durante un segundo. La mujer se


pone de pie con dificultad, pero sus movimientos se aceleran en cuanto el locutor
emprende una perorata sobre la siguiente melodía. De un manotazo Regina agarra
el frasco de píldoras, luego corre al fregadero, llena a medias un vaso y regresa hacia
su marido. Montero tiene los ojos muy abiertos, inmóviles, fijos en el techo, pero
su cuerpo todavía se sacude con los últimos estertores. Ella le separa los labios,
desliza una píldora entre ellos y luego vierte un poco de agua que se mezcla con la
saliva casi seca. El hombre no se mueve. Entonces Regina lo abraza con suavidad,
une su rostro al de él y un enorme vacío dentro del pecho la hace sollozar mientras
repite una y otra vez en un susurro: No me dejes sola, mi amor. No me dejes sola.

Parra, Eduardo Antonio (2006) Parábolas del silencio. México: Ediciones Era

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Histórico de autores

Shimon Adaf ~ Israel Patricia Esteban ~ España


Elvira Aguilar ~ México Cecilia Eudave ~ México
Marco Tulio Aguilera ~ Argentina Rubem Fonseca ~ Brasil (+)
Gabriela Alemán ~ Ecuador Carlos Franz ~ Chile
Fernando Ampuero ~ Perú Espido Freire ~ España
María Fernanda Ampuero ~ Ecuador Elpidia García ~ México
Alberto Barrera Tyszka ~ Venezuela Ana García Bergua ~ México
Bagunyá Borja ~ España Javier García-Galiano ~ México
Magela Baudoin ~ Bolivia Felipe Garrido ~ México
Rosa Beltrán ~ México Teolinda Gersão ~ Portugal
Marcelo Birmajer ~ Argentina Mempo Giardinelli ~ Argentina
Caterina Bonvicini ~ Italia Marcos Gilart ~ España
Luis Jorge Boone ~ México Tessa Hadley ~ Inglaterra
Beatriz Bracher ~ Brasil Eduardo Halfon ~ Guatemala
Gonzalo Calcedo ~ España Lídia Jorge ~ Portugal
Carlos Castán ~ España Liliana Hecker ~ Argentina
Ermanno Cavazzoni ~ Italia Julián Herbert ~ México
Alberto Chimal ~ México Claudia Hernández ~ El Salvador
Ana Clavel ~ México Jorge F. Hernández ~ México
Rosina Conde ~ México Jabbar Yassin Hussin ~ Irak
Jorge Consiglio ~ Argentina Fernando Iwasaki ~ Perú
Valeria Correa de Fiz ~ España Karmele Jaio ~ España
Alejandra Costamagna ~ Chile Andrea Jeftanovic ~ Chile
Afonso Cruz ~ Portugal Etgar Keret ~ Israel
Mario Delgado Aparaín ~ Uruguay Mojca Kumerdej ~ Eslovenia
Mariana Enríquez ~ Argentina Jordi Lara ~ Cataluña
Pablo Andrés Escapa ~ España Mónica Lavín ~ México
Bernardo Esquinca ~ México Marcelo Luján ~ Argentina

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
Pedro Mairal ~ Argentina Solange Rodríguez ~ Ecuador
Berta Marsé ~ España Evelio Rosero ~ Colombia
Carlos Martín Briceño ~ México Roberto Rubiano ~ Colombia
Andrea Mejía ~ Colombia Daniel Salinas ~ México
Isabel Mellado ~ Chile Guillermo Samperio ~ México
Marcelo Mellado ~ Chile Annie Saumont ~ Francia
José María Merino ~ España Ingo Schulze ~ Alemania
Biel Mesquida ~ España Samanta Schweblin ~ Argentina
Emiliano Monge ~ México Ana María Shua ~ Argentina
Mauricio Montiel ~ México Roman Simic ~ Croacia
Pablo Montoya ~ Colombia Peter Stamm ~ Suiza
Fabio Morábito ~ México Paola Tinoco ~ México
Diego Muñoz Valenzuela ~ Chile Eloy Tizón ~ España
Guadalupe Nettel ~ México Mariana Torres ~ Brasil
Andrés Newman ~ Argentina Hebe Uhart ~ Argentina (+)
Mónica Ojeda ~ Ecuador Álvaro Uribe ~ México
Félix Palma ~ España Luisa Valenzuela ~ Argentina
Eduardo Antonio Parra ~ México Paul Viejo ~ España
Edmundo Paz Soldán ~ Bolivia Juan Villoro ~ México
Marina Perezagua ~ España Irvine Welsh Reino Unido
Goran Petrovic ~ Serbia Kim Young-Ha ~ Corea
Ricardo Piglia ~ Argentina (+) Eraclio Zepeda ~ México (+)
Sergio Pitol ~ México (+)
Monique Proulx ~ Canadá
Jordi Puntí ~ España
Ednodio Quintero ~ Venezuela
Pablo Raphael ~ México
Rodrigo Rey Rosa ~ Guatemala
Cristina Rivera Garza ~ México
Giovanna Rivero ~ Bolivia
Eider Rodríguez ~ España

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
Histórico de autores por país
Alemania Canada
Schulze, Ingo ~ 2012 Proulx, Monique ~ 2008

Argentina Chile
Birmajer, Marcelo ~ 2009, 2016 Costamagna, Alejandra ~ 2013
Consiglio, Jorge ~ 2019 Franz, Carlos ~ 2009
Enríquez, Mariana ~ 2020 Jeftanovic, Andrea ~ 2015
Giardinelli, Mempo ~ 2016 Mellado, Isabel ~ 2011
Heker, Liliana ~ 2014 Mellado, Marcelo ~ 2012
Luján, Marcelo ~ 2020 Muñoz Valenzuela, Diego ~ 2019
Mairal, Pedro ~ 2008
Newman, Andrés ~ 2007 Colombia
Piglia, Ricardo ~ 2010 (+) Aguilera, Marco Tulio ~ 2007
Schweblin, Samanta ~ 2008 Mejía, Andrea ~ 2021
Shua, Ana María ~ 2013 Montoya, Pablo ~ 2016
Uhart, Hebe ~ 2014 (+) Rosero, Evelio ~ 2012, 2017
Valenzuela, Luisa ~ 2007 Rubiano, Roberto ~ 2007

Bolivia Corea
Baudoin, Magela ~ 2021 Young, Ha Kim ~ 2012
Paz Soldán, Edmundo ~ 2013
Rivero, Giovanna ~ 2011 Croacia
Simic, Roman ~ 2012
Brasil
Bracher, Beatriz ~ 2016 Ecuador
Fonseca, Rubem ~ 2007 (+) Alemán, Gabriela ~ 2016
Torres, Mariana ~ 2015 Ampuero, María Fernanda ~ 2020
Ojeda, Mónica ~ 2021
Rodríguez, Solange ~ 2019

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
El Salvador Tizón, Eloy ~ 2014
Claudia Hernández ~ 2015 Viejo, Paul ~ 2013

Eslovenia Francia
Kumerdej, Mojca ~ 2012 Saumont, Annie ~ 2007

Guatemala Inglaterra
Halfon, Eduardo ~ 2020 Tessa Hadley ~ 2015
Rey Rosa, Rodrigo ~ 2016 Irvine Welsh ~ 2015

España Irak
Puntí, Jordi ~ 2012 Hussin, Jabbar Yassin ~ 2007
Bagunyá, Borja ~ 2011
Calcedo, Gonzalo ~ 2010 Israel
Castán, Carlos ~ 2021 Adaf, Shimon ~ 2018
Cebrián, Mercedes ~ 2017 Keret, Etgar ~ 2012
Cerrada, Cristina ~ 2017
Correa de Fiz, Valeria ~ 2018 Italia
Escapa, Pablo Andrés ~ 2010 Bonvicini, Caterina ~ 2008
Esteban, Patricia ~ 2010 Cavazzoni, Ermanno ~ 2008
Freire, Espido ~ 2009
Giralt, Marcos ~ 2011 México
Lara, Jordi ~ 2018 Aguilar, Elvira ~ 2019
Karmele, Jaio ~ 2013 Beltrán, Rosa ~ 2007
Marsé, Berta ~ 2009 Boone, Luis Jorge ~ 2014
Merino, José María ~ 2010 Briceño Martín, Carlos ~ 2019
Mesquida, Biel ~ 2011 Chimal, Alberto ~ 2014
Morellón, Alejandro ~ 2017 Clavel, Ana ~ 2010, 2016
Palma, Félix ~ 2019 Conde, Rosina ~ 2019
Perezagua, Marina ~ 2015 Espejo, Beatriz ~ 2017
Rodríguez, Eider ~ 2019 Esquinca, Bernardo ~ 2015, 2020

ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR


Eudave, Cecilia ~ 2021 Portugal
García, Elpidia ~ 2018 Cruz, Afonso ~ 2018
García Bergua, Ana ~ 2010 Gersão, Teolinda ~ 2018
García-Galiano, Javier ~ 2010 Jorge, Lídia ~ 2020
Garrido, Felipe ~ 2014
Herbert, Julián ~ 2013 Serbia
Hernández, Jorge F. ~ 2008 Petrovic, Goran ~ 2008
Lavín, Mónica ~ 2010
Monge, Emiliano ~ 2009 Suiza
Montiel, Mauricio ~ 2015 Stamm, Peter ~ 2011
Morábito, Fabio ~ 2010
Murguía, Verónica ~ 2017 Uruguay
Nettel, Guadalupe ~ 2009, 2013 Delgado Aparaín, Mario ~ 2014
Ortuño, Antonio ~ 2017
Parra, Eduardo Antonio ~ 2008 , 2021 Venezuela
Pitol, Sergio ~ 2007 (+) Quintero, Ednodio ~ 2007 (+)
Raphael, Pablo ~ 2011 Barrera Tyszka, Alberto ~ 2009
Rivera Garza, Cristina ~ 2009
Salinas, Daniel ~ 2018
Samperio, Guillermo ~ 2010 (+)
Tinoco, Paola ~ 2010
Uribe, Álvaro ~ 2013
Villoro, Juan ~ 2012
Zepeda, Eraclio ~ 2007 (+)

Perú
Ampuero, Fernando ~ 2016
Iwasaki, Fernando ~ 2011
Yushimito, Carlos ~ 2017

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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR
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ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2021 / NOMBRE AUTOR

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