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SiX of CrowS
The DregS 1
leigh bArdugo
Leigh Bardugo The Dregs
Sinopsis
Una Cardio que usa su magia para sobrevivir a los barrios bajos.
Seis peligrosos marginados. Un robo imposible. El equipo de Kaz es lo único que podría
interponerse entre el mundo y la destrucción… si no se matan primero entre ellos.
Leigh Bardugo The Dregs
Los Grisha
SOLDADOS DEL SEGUNDO EJÉRCITO
Corporalki
(La Orden de los Vivos y Muertos)
Cardios
Sanadores
Etherealki
(La Orden de los Invocadores)
Impulsores
Infernos
Mareomotores
Materialnik
(La Orden de los Fabricadores)
Durasts
Alquimios
Leigh Bardugo The Dregs
Parte 1
Negocios Sombríos
Leigh Bardugo The Dregs
Se suponía que hiciera sus rondas en la casa Hoede, pero durante los últimos
quince minutos, había estado acechando la pared sureste de los jardines,
intentando pensar en algo inteligente y romántico que decirle a Anya.
Si tan solo los ojos de Anya fueran azules como el mar o verdes como una
esmeralda. En su lugar, sus ojos eran cafés… adorables, soñadores… ¿café chocolate
derretido? ¿Café pelo de conejo?
«Tan solo dile que tiene piel como luz de luna» había dicho su amigo Pieter. «Las
chicas adoran eso».
¿Tal vez podría halagar la risa de Anya? Excepto que nunca la había oído reír.
No era muy bueno con las bromas.
Joost miró su reflejo en uno de los vidrios colocados en las puertas dobles que
conducían de la casa al jardín lateral. Su madre tenía razón. Incluso en su nuevo
Leigh Bardugo The Dregs
uniforme, aún lucía como bebé. Suavemente, se pasó el dedo por el labio superior. Si
tan solo le saliera bigote. Definitivamente se sentía más espeso que ayer.
Había sido un guardia del cuerpo de vigilancia menos de seis semanas y no era
ni de cerca tan emocionante como esperaba. Creyó que estaría persiguiendo ladrones en
el Barril o patrullando los puertos, echándole el primer vistazo al cargamento que llegaba
a los muelles. Pero desde el asesinato de ese embajador en el ayuntamiento, el Consejo
Mercante había estado quejándose de la seguridad, ¿así que dónde estaba él? Atrapado
caminando en círculos en la casa de un mercader afortunado. Aunque no solo cualquier
merca. El concejal Hoede tenía el puesto más alto posible en Ketterdam. La clase de
hombre que podría forjarse una carrera.
Joost se giró, con las mejillas calientes, mientras Henk y Rutger entraban a
zancadas en el jardín lateral. Ambos eran mayores, más grandes, y más anchos de
hombros que Joost, y eran guardias de la casa, sirvientes privados del concejal Hoede.
Eso significaba que vestían su librea verde pálido, cargaban rifles sofisticados de Novyi
Zem y nunca permitían olvidar a Joost que era un obrero humilde de la vigilancia de la
ciudad.
—Acariciar esa diminuta pelusa no va a hacerla crecer más rápido —dijo Rutger
con una risa sonora.
Rutger codeó a Henk. —Eso significa que va a meter la cabeza en el taller Grisha
para echarle una mirada a su chica.
Leigh Bardugo The Dregs
—Oh, Anya, ¿Utilizarías tu magia Grisha para hacer crecer mi bigote? —se burló Henk.
Joost se giró sobre los talones, con las mejillas ardiendo, y avanzó a zancadas por
el lado este de la casa. Lo habían estado molestando desde que llegó. Si no hubiera sido
por Anya, probablemente le habría suplicado a su capitán que lo reasignara. Él y Anya
solo intercambiaban unas pocas palabras en sus rondas, pero ella siempre era la mejor
parte de su noche.
Y tenía que admitir que además le gustaba la casa Hoede, por los pocos vistazos
que había conseguido dar a través de las ventanas. Hoede tenía una de las mansiones
más grandes en Geldstraat: pisos montados con cuadrados resplandecientes de piedra
blanca y negra, paredes de reluciente madera oscura iluminada por arañas de vidrio
soplado que flotaban como medusas cerca de los techos artesonados. Algunas veces a
Joost le gustaba fingir que esta era su casa, que él era un rico merca que solamente salía
para dar un paseo por su jardín elegante.
Antes que girara en la esquina, Joost respiró profundo. Anya, tus ojos son cafés
como… ¿corteza de árbol? Pensaría en algo. De todas formas era mejor en ser espontáneo.
Le sorprendió ver abiertas las puertas de paneles de cristal del taller Grisha. Más
que las baldosas pintadas a mano de azul en la cocina, o las repisas de chimenea
delineadas con tulipanes en maceta, este taller era el testimonio de la riqueza de Hoede.
Los contratos vinculantes de Grisha no salían baratos, y Hoede tenía tres.
—La casa es como un horno —balbuceó Retvenko sin abrir los ojos, su acento
ravkano era espeso y vibrante—. Dile a Hoede que si dejo de sudar, cerraré las puertas.
Leigh Bardugo The Dregs
Retvenko era un Impulsor, mayor que los otros Grisha contratados, su cabello
estaba trazado de plata. Había rumores de que había luchado en el bando perdedor en
la guerra civil ravkana y había huido a Kerch después de la lucha.
—Estaré feliz de presentar tus quejas al concejal Hoede —mintió Joost. La casa
siempre estaba recalentada, como si Hoede estuviera bajo la obligación de quemar
carbón, pero Joost no iba a ser el que lo mencionara—. Hasta entonces…
Joost miró intranquilo los cuencos de uvas rojas y pilas de terciopelo borgoña
sobre la mesa de trabajo. Yuri había estado trabajando en sangrar el color de la fruta
hacia las cortinas para la señora Hoede, pero había caído enfermo de gravedad unos
pocos días antes, y Joost no lo había visto desde entonces. El polvo había empezado a
reunirse sobre el terciopelo, y las uvas se estaban echando a perder.
—Por supuesto que no oyes nada. Demasiado ocupado pavoneándote por ahí en
tu estúpido uniforme púrpura.
¿Qué tenía de malo su uniforme? ¿Y por qué Retvenko tenía que estar aquí
siquiera? Era el Impulsor personal de Hoede, y frecuentemente viajaba con los
cargamentos más preciados del mercader, para garantizar vientos favorables que trajeran
a salvo y rápidamente los barcos al puerto. ¿Por qué no podía estar en el mar ahora?
—Que útil —dijo Retvenko con un bufido—. Puedes dejar de inclinar el cuello
como un ganso esperanzado —añadió—. Anya no está.
—Hace una hora, Hoede se la llevó. Lo mismo que la noche que vino por Yuri.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Qué quieres decir con “vino por Yuri”? Yuri cayó enfermo.
—Hoede viene por Yuri, Yuri regresa enfermo. Dos días después, Yuri
desaparece por completo. Ahora Anya.
¿Por completo?
Retvenko levantó un brazo y una brisa de aire impactó a Joost hacia atrás. Joost
se tambaleó para mantener el equilibrio, sujetándose del marco de la puerta.
Se puso de pie tan rápido como pudo, limpiándose la suciedad del uniforme,
mientras la vergüenza se agitaba en su estómago. Uno de los cristales de la puerta se
había resquebrajado por la fuerza. Al otro lado, vio al Impulsor sonriendo
socarronamente.
Retvenko agitó la mano, y las puertas temblaron en sus goznes. Sin quererlo,
Joost dio un paso atrás.
—Eso fue bien —soltó Rutger entre risitas, reclinado contra la pared del jardín.
¿Durante cuánto tiempo había estado parado allí? —No tienes algo mejor que
hacer que seguirme a todos lados? —preguntó Joost.
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—Todos los guardias deben reportarse al cobertizo para botes. Incluso tú. ¿O
estás demasiado ocupado haciendo amigos?
¿Qué había querido decir Retvenko con que se habían llevado a Yuri y Anya?
¿Había estado cubriendo a Anya? Los Grisha contratados se mantenían en la casa por
una buena razón. Caminar en las calles sin protección era arriesgarse a ser secuestrado
por un esclavista, y nunca ser visto de nuevo. Tal vez está reuniéndose con alguien, especuló
Joost miserablemente.
Unas pocas semanas antes, a Joost le habían dicho que el cobertizo para botes de
Hoede estaría bajo renovación, y que lo tachara de sus rondas. Pero cuando él y Rutger
entraron, no vio pintura o andamiaje. Las gondelas y remos habían sido empujados
contra las paredes. Los otros guardias de la casa vestían su librea verde mar, y Joost
reconoció a otros dos guardias del cuerpo de vigilancia, de púrpura. Pero la mayor parte
del interior estaba ocupada por una caja inmensa… una especie de celda independiente
que parecía hecha de acero reforzado, sus uniones estaban gruesas de remaches, tenía
una ventana inmensa en una de las paredes. El cristal poseía una curvatura ondulada, y
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a través de éste, Joost pudo ver a una chica sentada junto a una mesa, apretando con
fuerza las sedas rojas a su alrededor. Detrás de ella, un guardia de la vigilancia estaba en
posición de firmes.
Anya, se dio cuenta Joost con un sobresalto. Sus ojos castaños estaban muy
abiertos y asustados, su piel pálida. El niñito sentado enfrente de ella lucía doblemente
aterrorizado. Su cabello estaba aplastado por haber dormido y balanceaba las piernas
desde la silla, pateando nerviosamente el aire.
—¿Por qué todos los guardias? —preguntó Joost. Tenía que haber más de diez
apiñonados dentro del cobertizo para botes. El concejal Hoede también estaba allí, junto
con otro mercader que Joost no conocía, ambos vestidos con el negro de los merca. Joost
se enderezó completamente cuando vio que estaban hablando con el capitán de la
vigilancia. Esperaba haberse quitado todo el lodo de jardín del uniforme—. ¿Qué es esto?
Cuando Joost le agradeció, Anya sonrió y Joost estuvo perdido. Sabía que su
causa estaba perdida. Incluso si ella tuviera algún interés en él, él nunca podría
permitirse comprar su contrato vinculante a Hoede, y ella nunca se casaría a menos que
Hoede lo decretara. Pero no lo había detenido de pasarse a saludar o llevarle pequeños
regalos. Lo que más le había gustado fue el mapa de Kerch, un dibujo caprichoso de su
isla nación, rodeada de sirenas que nadaban en el Verdadero Océano y los barcos
navegaban con vientos esbozados como hombres de mejillas gordas. Era un recuerdo
Leigh Bardugo The Dregs
barato, de la clase que compraban los turistas en la Duela Este, pero pareció
complacerla.
—No puede verte, imbécil —se rio Rutger—. El vidrio es un espejo del otro lado.
Primero Yuri, ahora Anya. —¿Por qué necesitan una Grisha Sanadora? ¿Ese niño
está herido?
—A mí me parece bien.
A través del cristal, Joost vio a Hoede entrar a la celda y darle al niño una
palmada de ánimo. Debía haber ventilas en la celda, porque escuchó a Hoede decir: —
Sé un muchacho valiente, y habrá unos cuantos kruge para ti. —Entonces sujetó la
barbilla de Anya con una mano manchada por la edad. Ella se tensó, y las entrañas de
Joost se apretaron. Hoede le dio una pequeña sacudida a la cabeza de Anya—. Haz lo
que te digan, y esto terminará pronto, ¿ja?
Hoede susurró unas pocas palabras al guardia detrás de Anya, luego salió. La
puerta se cerró con un repique fuerte, y Hoede colocó un pesado cerrojo.
El mercader que Joost no conocía dijo: —¿Estás seguro que es sabio? Esta chica
es una Corporalnik. Después de lo que le sucedió a tu Fabricador…
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—Si fuera Retvenko, me preocuparía. Pero Anya tiene un carácter dulce. Es una
Sanadora, no propensa a la agresión.
—Sí, ¿pero concordamos en que si tenemos los mismos resultados que con el
Fabricador, el Consejo me compensará? No pueden pedirme que soporte este gasto.
El mismo resultado que con el Fabricador. Retvenko dijo que Yuri había
desaparecido. ¿Era eso a lo que se refería?
El niño mantuvo el pulgar en la boca y asintió, con los ojos muy abiertos.
El guardia le dio al niño una palmada, luego le hizo un corte rojo brillante en el
antebrazo. El niño empezó a llorar inmediatamente.
Leigh Bardugo The Dregs
Anya intentó levantarse de su silla, pero el guardia puso una mano de acero en
su hombro.
Anya se inclinó hacia delante, y tomó suavemente la mano del niño. —Shhhh —
dijo bajito—. Déjame ayudarte.
Ella sonrió. —Para nada, solo una pequeña picazón. Intenta quedarte quieto, por
mí.
Unos minutos después, el niño sonrió y extendió el brazo. Lucía un poco rojo,
pero por lo demás estaba liso y sin marcas. —¿Eso fue magia?
Anya le dio golpecitos en la nariz. —Algo así. La misma magia que tu propio
cuerpo utiliza cuando le das tiempo y un poco de vendaje.
—Hazlo.
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El labio inferior del niño tembló, pero extendió el brazo. El guardia lo cortó una
vez más. Luego colocó un pequeño sobre de papel encerado encima de la mesa, frente a
Anya.
—No es de tu incumbencia.
—No va a matarte. Te pediremos que realices algunas tareas menores para juzgar
los efectos de la droga. El sargento está allí para asegurarse de que hagas lo que te dicen
y nada más, ¿entendido?
Ella echó la cabeza hacia atrás y se tragó el polvo. Durante un momento se quedó
allí sentada, esperando, con los labios apretados.
Leigh Bardugo The Dregs
Anya inhaló bruscamente. Aferró la mesa con las manos, y sus pupilas se
dilataron lo suficiente para que sus ojos parecieran casi negros—. Ohhh —dijo,
suspirando. Fue casi un ronroneo.
—¿Cómo te sientes?
Miró hacia el espejo y sonrió. Asomó la lengua entre sus dientes blancos,
manchada como óxido. Joost sintió un frío repentino.
Ella agitó la mano en el aire, un gesto casi desdeñoso, y el corte en el brazo del
niño sanó instantáneamente. La sangre se elevó brevemente de su piel en gotas rojas,
luego se desvanecieron. Su piel lucía perfectamente lisa, todo rastro de sangre o rojez
desaparecido. El niño la miró radiante. —Eso fue definitivamente magia.
—Se siente como magia —dijo Anya con esa misma sonrisa extraña.
El niño aulló y empezó a llorar de nuevo. Empujó las manos bajo sus piernas
para protegerlas.
Debería detener esto, pensó Joost. Debería encontrar una forma de protegerla, a ambos.
¿Pero luego qué? Era un don nadie, nuevo en la vigilancia, nuevo en esta casa. Además,
descubrió con una erupción de vergüenza, quiero conservar mi trabajo.
Anya tan solo sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás, de tal forma que estaba
mirando al sargento. —Dispárale al cristal.
Durante un momento hubo silencio. Luego Joost estaba de pie con todos los
demás, buscando su rifle. Hoede y el capitán gritaron al mismo tiempo.
—¡Sométanla!
—¡Dispárenle!
Anya levantó las manos, las mangas rojas muy amplias. —Esperen —dijo.
El pánico de Joost se desvaneció. Sabía que había estado asustado, pero su miedo
era algo distante. Estaba lleno de expectación. No estaba seguro qué venía, o cuándo,
solo que llegaría y que era esencial que estuviera listo para recibirlo. Podría ser malo o
bueno, no le importaba. Su corazón estaba libre de preocupaciones y deseos. No
anhelaba nada, no deseaba nada, tenía la mente en silencio, la respiración tranquila. Tan
solo necesitaba esperar.
Vio a Anya levantarse y coger al niñito. Escuchó que le canturreaba con ternura,
alguna nana ravkana.
—Abre la puerta y entra, Hoede —dijo. Joost escuchó las palabras, las entendió,
y las olvidó.
—Haz lo que te digan y esto terminará pronto, ¿ja? —murmuró Anya con una
sonrisa. Sus ojos eran unos estanques negros y sin fondo. Su piel estaba iluminada,
resplandeciente, incandescente. Un pensamiento aleteó en la mente de Joost: Hermosa
como la luna.
Anya levantó el peso del niño en sus brazos. —No mires —murmuró contra su
cabello—. Ahora —dijo a Hoede—. Recoge el cuchillo.
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Inej revisó sus cuchillos, recitando silenciosamente sus nombres, como hacía
siempre que pensaba que podría haber problemas. Era un hábito práctico, pero también
un consuelo. Las cuchillas eran sus compañeras. Le gustaba saber que estaban listas para
lo que sea que la noche pudiera traer.
Vio a Kaz y los otros reunidos cerca del gran arco de piedra que marcaba la
entrada oriental a la Bolsa de Valores. Tres palabras estaban grabadas en la roca encima
de ellos: Enjent, Voorhent, Almhent. Industria, Integridad, Prosperidad.
Mientras se movía, hizo inventario del grupo que Kaz había traído con él: Dirix, Rotty,
Muzzen y Keeg, Anika y Pim, y sus segundos escogidos para el parlamento de esta
noche, Jesper y Gran Bolliger. Se empujaban y molestaban unos a otros, riendo y dando
pisotones contra la oleada de frío que había sorprendido a la ciudad esta semana, el
último jadeo del invierno antes que la primavera empezara en serio. Todos eran matones
y peleadores, seleccionados de los miembros más jóvenes de los Indeseables, la gente en
quien Kaz más confiaba. Inej notó el resplandor de cuchillos metidos en sus cinturones,
tubos de plomo, cadenas pesadas, mangos de hacha tachonados de clavos oxidados, y
aquí y allá, el brillo aceitoso del cañón de un arma. Se deslizó silenciosamente en sus
filas, escaneando las sombras cerca de la Bolsa de Valores en busca de señales de espías
de los Puntas Negras.
—¡Tres barcos! —estaba diciendo Jesper—. Los shu los enviaron. Estaban
anclados en el Primer Puerto, con los cañones fuera, las banderas rojas desplegadas, a
rebosar de oro hasta las velas.
Gran Bolliger soltó un silbido bajo. —Me hubiera gustado ver eso.
—Te hubiera gustado robar eso —replicó Jesper—. La mitad del Consejo
Mercante estaba allí braceando y graznando, intentado descubrir qué hacer.
—¿No querían que los shu pagaran sus deudas? —preguntó Gran Bolliger.
Kaz sacudió la cabeza, el cabello oscuro resplandeció a la luz de farola. Era una
colección de líneas duras y bordes entallados: mandíbula afilada, constitución enjuta,
abrigo de lana sobre los hombros. —Sí y no —dijo con su tono áspero—. Siempre es
bueno que un país esté en deuda contigo. Hace las negociaciones más amigables.
—Tal vez los shu están hartos de ser amigables —dijo Jesper—. No tenían que
enviar todo ese tesoro a la vez. ¿Crees que ellos hayan despachado a ese embajador de
comercio?
Los zemeni culpaban a los kerch. Los kerch sospechaban de los shu. A Kaz no le
importaba quién era responsable; el asesinato lo fascinaba porque no podía descubrir
cómo se había logrado. En uno de los pasajes más concurridos del Stadhall, a plena vista
de más de una docena de oficiales del gobierno, el embajador zemeni de comercio había
entrado a un cuarto de baño. Nadie más entró o salió, pero cuando su asistente golpeó
la puerta unos pocos minutos después, no hubo respuesta. Cuando echaron abajo la
puerta, encontraron al embajador tirado de cara sobre las baldosas blancas, con un
cuchillo en la espalda, y los grifos aún abiertos.
Kaz había enviado a Inej a investigar las premisas después de horas. El cuarto de
baño no tenía otra entrada, ni ventanas o ventilas, y ni siquiera Inej había dominado el
arte de apretujarse en las tuberías. Aun así, el embajador zemeni estaba muerto. Kaz
odiaba un acertijo que no pudiera resolver, y él e Inej habían elaborado cien teorías para
explicar el asesinato… ninguna de las cuales era satisfactoria. Pero tenían problemas
más apremiantes esta noche.
Vio que hacía una seña a Jesper y Gran Bolliger para que se deshicieran de sus
armas. La ley de las calles dictaba que para un parlamento de este tipo cada lugarteniente
debía ser secundado por dos de sus subordinados, y todos debían estar desarmados.
Parlamento. La palabra se sentía como un engaño; extrañamente primitiva, una
antigüedad. Sin importar lo que la ley de las calles decretara, esta noche olía a violencia.
Con un gran suspiro, Jesper se quitó los cinturones de armas de las caderas. Ella
tuvo que admitir que lucía menos él sin ellas. El tirador de primera zemeni tenía
extremidades largas, piel morena, constantemente en movimiento. Presionó los labios
contra las empuñaduras aperladas de sus preciados revólveres, otorgó a cada una un
beso apenado.
—Cuida bien de mis nenes —dijo Jesper mientras se los tendía a Dirix—. Si veo
un solo rasguño o mella en alguno, deletrearé perdóname en tu pecho, con agujeros de
bala.
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—Y estaría muerto a mitad del perdona —dijo Gran Bolliger mientras dejaba caer,
en las manos expectantes de Rotty, una hachuela, una navaja automática, y su arma
preferida: una gruesa cadena de la que colgaba un pesado candado.
Jesper rodó los ojos. —Se trata de enviar un mensaje. ¿Cuál es el punto de un tipo
muerto con perd escrito en el pecho?
Dirix se rio, pero Inej notó que acunó los revólveres de Jesper con mucha
suavidad.
La risa de Kaz fue baja y sin humor. —¿Quién le negaría a un pobre tullido su
bastón?
—Entonces es algo bueno que nos reunamos con Geels. —Kaz se sacó un reloj
del bolsillo del chaleco—. Es casi medianoche.
Inej giró su mirada hacia la Bolsa de Valores. Era poco más que un gran patio
rectangular rodeado por almacenes y oficinas de envío. Pero durante el día, era el
corazón de Ketterdam, estaba a rebosar de mercas adinerados que compraban y vendían
acciones en las travesías de comercio que pasaban a través de los puertos de la ciudad.
Ahora casi daban las doce campanadas, y la Bolsa estaba desierta, excepto por los
guardias que patrullaban el perímetro y el techo. Los habían sobornado para que miraran
hacia otro lado durante el parlamento de esta noche.
La Bolsa era una de las partes restantes de la ciudad que no había sido dividida y
reclamada en las incesantes escaramuzas entre las pandillas rivales de Ketterdam. Se
suponía era territorio neutral. Pero no se sentía neutral para Inej. Se sentía como el
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silencio del bosque antes que la serpiente se lance y el conejo empiece a gritar. Se sentía
como una trampa.
—Esto es un error —dijo. Gran Bolliger se sobresaltó; no sabía que ella estaba
allí parada. Inej sabía el nombre que los Indeseables preferían darle, susurrado entre sus
filas… el Espectro—. Geels trama algo.
—Por supuesto que sí —dijo Kaz. Su voz tenía la textura áspera y desgastada de
la piedra contra piedra. Inej siempre se preguntaba si sonaba así cuando era un niñito.
Si alguna vez había sido un niñito.
Hombre viejo, costumbres viejas, pensó Inej, pero no lo dijo, y sospechaba que los
otros Indeseables estaban pensando lo mismo.
Jesper extendió los largos brazos encima de la cabeza y sonrío, los dientes blancos
contra su piel oscura. Aún tenía que entregar su rifle, y la silueta que le cruzaba la espalda
lo hacía parecer un ave desgarbada, de extremidades largas. —Por estadística,
probablemente sólo hará que nos maten a algunos.
—No es para bromas —replicó. La mirada que Kaz le dirigió era divertida. Sabía
cómo sonaba: severa, quisquillosa, como una vieja bruja haciendo predicciones funestas
desde su pórtico. No le gustaba, pero también sabía que tenía razón. Además, las
mujeres viejas debían saber algo, o no habrían vivido para juntar arrugas y gritar desde
sus escalones frontales.
—Jesper no está haciendo una broma, Inej —dijo Kaz—, está determinando las
probabilidades.
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Gran Bolliger se tronó los inmensos nudillos. —Bueno, tengo una cerveza clara
y una sartén de huevos esperándome en el Kooperom, así que no puedo ser el que muera
esta noche.
Tenía razón. La deuda de Inej con Per Haskell significaba que se apostaba la vida
cada vez que aceptaba un nuevo trabajo o asignación, cada vez que abandonaba su
habitación en el Tablón. Esta noche no era diferente.
Antes que Inej pudiera fundirse en las sombras, Kaz le dio unos golpecitos en el
brazo con su bastón cabeza de cuervo. —Mantén vigilados a los guardias en el techo.
Geels podría tenerlos en el bolsillo.
Inej lanzó las manos al aire en frustración. Tenía cien preguntas, pero como
siempre, Kaz mantenía control absoluto sobre las respuestas.
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Trotó hacia la pared de la Bolsa de Valores enfrente del canal. Solo a los
lugartenientes y sus segundos les estaba permitido entrar durante el parlamento. Pero
solo en caso que los Puntas Negras tuvieran alguna idea, los otros Indeseables estarían
esperando justo afuera del arco oriental con las armas listas. Sabía que Geels tendría a
su grupo de Puntas Negras, fuertemente armados, reunidos en la entrada occidental.
Inej encontraría su propio camino de entrada. Las reglas del juego justo entre las
pandillas eran del tiempo de Per Haskell. Además, ella era el Espectro… la única ley que
aplicaba a ella era la gravedad, y algunos días también la desafiaba.
El nivel inferior de la Bolsa estaba dedicado a almacenes sin ventanas, así que
Inej localizó una tubería para trepar. Algo la hizo vacilar antes de rodearlo con las
manos. Sacó un recipiente luminoso de su bolsillo y le dio una sacudida, lanzando un
brillo verde pálido sobre la tubería. Estaba resbaladiza de aceite. Siguió la pared,
buscando otra opción, y encontró una cornisa de piedra que tenía al alcance una estatua
de los tres peces voladores de Kerch. Se paró de puntillas y tanteó experimentalmente la
parte superior de la cornisa. La habían cubierto con vidrio molido. Me esperan, pensó con
adusto placer.
Se había unido a los Indeseables menos de dos años antes, apenas días después
de su quinceavo cumpleaños. Había sido una cuestión de supervivencia, pero le
gratificaba saber que, en tan corto tiempo, se había convertido en alguien contra quien
tomar precauciones. Aunque, si los Puntas Negras creían que trucos como ese
mantendrían alejada al Espectro de su meta, estaban tristemente equivocados.
De los bolsillos de su chaleco acolchado sacó dos pinchos para trepar y acomodó
uno, y luego el otro, entre los ladrillos de la pared. Mientras se izaba a mayor altura, sus
pies exploradores encontraban los agarres y rugosidades más pequeñas en la piedra.
Cuando era una niña que aprendía la cuerda floja, iba descalza. Pero las calles de
Ketterdam eran demasiado frías y húmedas para eso. Después de unas cuantas heridas
feas, pagó a un Grisha Fabricador, que trabajaba en secreto en una tienda de ginebra en
Wijnstraat, para que le hiciera un par de zapatillas de cuero con suelas de pequeñas
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Kaz había hecho su mayor esfuerzo por enseñarle, pero no tenía del todo su
forma de allanar, y le tomó unos cuantos intentos someter la cerradura. Finalmente
escuchó un satisfactorio clic, y la ventana se abrió hacia una oficina desierta, sus paredes
cubiertas de mapas marcados con rutas de comercio, y pizarrones que enlistaban precios
de acciones y los nombres de los barcos. Se metió, volvió a colocar el cerrojo y se abrió
paso más allá de los escritorios vacíos, con sus ordenadas pilas de órdenes y cuentas.
Cruzó hasta un escaso número de puertas y salió a un balcón que miraba al patio
central de la Bolsa de Valores. Cada una de las oficinas de envío tenía uno. Desde aquí,
los anunciantes notificaban de las nuevas travesías y llegadas de productos, o colgaban
la bandera negra que indicaba que un barco se había perdido en el mar con todo su
cargamento. El piso de la Bolsa hacía erupción en un ajetreo de tratos, los recaderos
extendían la noticia por la ciudad, y el precio de los bienes, los contratos de futuros y las
acciones de travesías actuales se elevaba o desplomaba. Pero esta noche todo era
silencio.
Una brisa de viento vino del puerto, trayendo el aroma del mar, y le erizó los
cabellos perdidos que se habían escapado de la trenza en la nuca de Inej. Abajo en la
plaza, vio el vaivén de la luz de lámparas y escuchó el golpe del bastón de Kaz sobre las
piedras, mientras él y sus segundos atravesaban la plaza. En el lado opuesto, divisó otro
montón de linternas que se dirigían hacia ellos. Los Puntas Negras habían llegado.
Mientras se acercaba al otro lado de la plaza, Inej vio que Geels había elegido
traer a Elzinger y Oomen; exactamente como había predicho. Inej conocía las fortalezas
y debilidades de cada miembro de los Puntas Negras, sin mencionar los Punteros de
Harley, los Tapones, los Albatros Navaja, los Leones del Centavo, y cualquier otra
pandilla que trabajara en las calles de Ketterdam. Era su trabajo saber que Geels confiaba
en Elzinger porque habían ascendido juntos en las filas de los Puntas Negras, y porque
Elzinger tenía la constitución de un montón de peñascos; más de dos metros de alto,
denso de músculos, el amplio y aplastado rostro acomodado sobre un cuello grueso
como una torre.
Repentinamente le alegró que Gran Bolliger estuviera con Kaz. Que Kaz eligiera
a Jesper para que fuera uno de sus segundos no fue sorpresa. A pesar de lo inquieto que
era Jesper, con o sin sus revólveres, era muy bueno en una pelea, y ella sabía que él haría
cualquier cosa por Kaz. Estuvo menos segura cuando Kaz insistió también en Gran
Bolliger. Gran Bol era un portero en el Club Cuervo, perfectamente útil para echar
borrachos y vagos, pero demasiado pesado para ser de mucha utilidad cuando se refería
a una pelea real. Aun así, al menos era lo bastante alto para mirar a Elzinger a los ojos.
¿Pero qué sabe Per Haskell? pensó Inej mientras observaba cómo los guardias
patrullaban el techo por encima, intentando distinguir sus figuras en la oscuridad.
Haskell lideraba a los Indeseables, pero estos días prefería sentarse en la calidez de su
habitación, beber cerveza clara tibia, construir barcos a escala y contar largas historias
de sus hazañas a cualquiera que escuchara. Parecía pensar que las guerras de territorio
podían resolverse como se había hecho alguna vez: con un breve altercado y un amistoso
apretón de manos. Pero cada uno de los sentidos de Inej le decía que así no era como
iba a suceder esto. Su padre habría dicho que las sombras tenían sus propios asuntos esta
noche. Algo malo iba a ocurrir aquí.
Kaz estaba parado con ambas manos enguantadas posadas encima de la cabeza
de cuervo tallada de su bastón. Lucía completamente tranquilo, su rostro angosto
oscurecido por el ala del sombrero. La mayoría de los miembros de pandillas del Barril
adoraban ser llamativos: chalecos chillones, relojes de colgante rematados con gemas
falsas, pantalones en cada tela y patrón imaginable. Kaz era la excepción; la imagen de
la mesura, sus chalecos y pantalones oscuros eran de corte simple y hechos a medida, de
líneas duras. Al principio, creyó que era una cuestión de gusto, pero había llegado a
comprender que era una broma contra los honorables mercas. Disfrutaba luciendo como
uno de ellos.
Ahora lucía como una especie de cura llegado a predicar a un grupo de artistas
de circo. Un cura joven, pensó con otro pinchazo de intranquilidad. Kaz llamaba a Geels
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viejo y gastado, pero ciertamente no parecía así esta noche. El lugarteniente de los
Puntas Negras podría tener arrugas en las esquinas de los ojos y carrillos en constante
expansión debajo de las patillas, pero lucía confiado, experimentado. Junto a él, Kaz
lucía… bueno, de diecisiete.
—Seamos justos ¿ja? todo lo que queremos es un poco más de bolseo —dijo Geels,
tanteando los botones simétricos de su chaleco verde lima—. No es justo que ustedes
desplumen a cada turista de veraneo que salga de un barco de placer en el Quinto Puerto.
—El Quinto Puerto es nuestro, Geels —replicó Kaz—. Los Indeseables son los
primeros en tronchar a los pichones que vienen buscando un poco de diversión.
Geels sacudió la cabeza. —Eres joven, Brekker —dijo con una risa indulgente—.
Tal vez no entiendes cómo funcionan estas cosas. Los puertos pertenecen a la ciudad, y
nosotros tenemos tanto derecho a ellos como cualquiera. Todos tenemos que ganarnos
la vida.
Técnicamente eso era cierto. Pero el Quinto Puerto había estado inservible y
prácticamente abandonado por la ciudad cuando Kaz se hizo cargo. Hizo que lo
dragaran, y luego construyó los muelles y el embarcadero, y había hipotecado el Club
Cuervo para hacerlo. Per Haskell había despotricado contra él y lo llamó tonto por el
gasto, pero eventualmente cedió. De acuerdo a Kaz, las palabras exactas del anciano
fueron: «Toma toda esa cuerda y cuélgate». Pero el esfuerzo se había pagado por sí solo
en menos de un año. Ahora el Quinto Puerto ofrecía amarre a barcos mercantes, además
de a botes de todo el mundo, que transportaban turistas y soldados ansiosos por
contemplar las vistas y experimentar los placeres de Ketterdam. Los Indeseables tenían
la primera oportunidad para conducirlos a ellos —y sus billeteras— a burdeles, tabernas
y salones de juegos propiedad de la pandilla. El Quinto Puerto había hecho al anciano
muy rico, y cimentado a los Indeseables como verdaderos jugadores en el Barril, de una
forma que ni siquiera el éxito del Club Cuervo había conseguido. Pero con las ganancias
venía la atención indeseada. Geels y los Puntas Negras habían estado causando
problemas a los Indeseables todo el año, invadiendo el Quinto Puerto y abordando a
pichones que no eran legítimamente suyos.
Leigh Bardugo The Dregs
—Sé que te sale fácil, Geels, pero intenta no hacerte el tonto conmigo.
La risa de Kaz fue seca como el susurro de hojas secas. —Pero soy yo con el que
tratas, Geels, y no estoy aquí de adorno. Si quieres una guerra, me aseguraré de que
tengas lo que te mereces.
—¿Y qué tal si no estás aquí, Brekker? Todos saben que eres la columna de la
operación de Haskell… rómpela y los Indeseables se colapsan.
—Calla —espetó Oomen. Las reglas del parlamento dictaban que solo los
lugartenientes podían hablar una vez las negociaciones empezaran. Jesper articuló «lo
siento» e hizo la elaborada mímica de cerrarse los labios.
—Estoy bastante seguro que me estás amenazando, Geels —dijo Kaz—. Pero
quiero estar seguro antes de decidir qué hacer al respecto.
Geels soltó una risotada y codeó a Oomen. —Escucha a este petulante pequeño
pedazo de mierda. Brekker, no eres dueño de estas calles. Los niños como tú son pulgas.
Una nueva caterva de ustedes aparece cada pocos años para molestar a los mejores que
tú, hasta que un perro grande decide rascarse. Y déjame decirte, estoy muy harto de la
Leigh Bardugo The Dregs
El estómago de Inej se desplomó. ¿Era eso a lo que se refería Kaz cuando dijo
que Geels podría tener a los guardias en el bolsillo?
—Costó algo de trabajo —admitió Geels—, ahora mismo somos una operación
pequeña, y los guardias de la ciudad no salen baratos. Pero valdrá la pena por el premio.
Leigh Bardugo The Dregs
—Estoy halagado.
¿Dónde están los guardias? pensó Inej, acelerando el paso. Corrió por la pendiente
inclinada del techo de dos aguas. La Bolsa abarcaba casi la extensión de un bloque de la
ciudad. Había demasiado territorio por cubrir.
¿A qué estaba jugando Kaz? ¿Había esperado esto? ¿Sencillamente había asumido
que Inej llegaría a los guardias a tiempo?
—No hay nada que pruebe que ustedes no dispararon primero —replicó Geels—,
¿y quién va a saberlo? Ninguno de ustedes saldrá de aquí caminando.
Fue entonces cuando Inej vio que Kaz seguía sin moverse. —No luces bien, Geels.
—Estoy bien —dijo. Pero no lo estaba. Lucía pálido y tembloroso. Sus ojos se
lanzaban de derecha a izquierda, como escaneando la pasarela ensombrecida del techo.
—¿Lo estás? —preguntó Kaz en tono familiar—. Las cosas no van como lo
planeado, ¿o sí?
Kaz le dirigió al hombre herido la mirada más breve. —Lo que necesita hacer es
detener sus quejas y alegrarse de que no hice que Holst lo derribara de un tiro a la cabeza.
—A Willem Holst —dijo Kaz en voz muy alta, su voz flotó hasta el techo—, le
gusta apostar casi tanto como a Jesper, así que tu dinero tenía mucho atractivo. Pero
Holst tiene problemas mucho mayores… llamémosle urgencias, no entraré en detalles.
Un secreto no es como las monedas, no mantiene su valor al gastarlo. Tendrás que
confiar en mí cuando te digo que éste volcaría incluso tu estómago. ¿No es cierto, Holst?
La respuesta fue otro tiro. Golpeó el empedrado cerca de los pies de Geels. Geels
soltó un balido de conmoción y saltó hacia atrás.
Esta vez Inej tuvo una oportunidad mejor de rastrear el origen del tiro. El disparo
había provenido de algún lugar cerca del lado occidental del edificio. Si Holst estaba allí,
eso significaba que el otro guardia —Bert Van Daal— estaría en el lado oriental. ¿Kaz
había conseguido neutralizarlo también? ¿O estaba contando con ella? Se apresuró sobre
los techos a dos aguas.
Kaz bufó con disgusto. —¿Realmente crees que ese secreto moriría conmigo?
Adelante, Holst —llamó—, ponme una bala en el cráneo. Habrá mensajeros corriendo
hacia las puertas de tu esposa y tu capitán de guardia, antes que yo golpee el suelo.
—Dinero es dinero.
—Yo comercio con información, Geels, las cosas que los hombres hacen cuando
creen que nadie los ve. La vergüenza tiene más valor del que las monedas podrían tener.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Te preocupa el segundo guardia? ¿El bueno y viejo Bert Van Daal? —preguntó
Kaz—. Tal vez está allí arriba ahora mismo, preguntándose qué debería hacer.
¿Dispararme? ¿Disparar a Holst? O tal vez también lo tengo, y se está preparando para
dispararte un hoyo en el pecho, Geels. —Se inclinó hacia delante como si él y Geels
compartieran un gran secreto—. ¿Por qué no le das a Van Daal la orden y lo descubres?
Geels abrió y cerró la boca como una carpa, luego vociferó: —¡Van Daal!
Justo cuando Van Daal separaba los labios para contestar, Inej se deslizó detrás
de él y le puso una cuchilla en la garganta. Apenas había llegado a tiempo para distinguir
su sombra y deslizarse por las tejas. Santos, a Kaz le gustaba quedar muy justo de tiempo.
—Me gusta cuando los hombres suplican —dijo—, pero no es momento para eso.
Abajo, pudo ver el pecho de Geels elevarse y caer con respiraciones asustadas. —
¡Van Daal! —gritó de nuevo. Tenía ira en el rostro cuando se volvió a girar a Kaz—.
Siempre un paso adelante, ¿no?
—Geels, cuando se trata de ti, yo diría que tengo una posición ventajosa.
Pero Geels sólo sonrió, una sonrisa diminuta, tirante y satisfecha. Una sonrisa de
victoria, se dio cuenta Inej con miedo fresco.
—La carrera aún no se acaba —Geels rebuscó en su chaqueta y sacó una pesada
pistola negra.
Inej no podía creer lo que estaba viendo. El guardia en sus manos soltó un
pequeño chillido. Con la ira y sorpresa, accidentalmente apretó su agarre. —Relájate —
dijo, aflojando. Pero, por todos los Santos, deseaba atravesar algo con un cuchillo. Gran
Bolliger fue el que revisó a Geels. Era imposible que hubiera pasado por alto la pistola.
Los había traicionado.
¿Era por eso que Kaz había insistido en traer a Gran Bolliger esta noche… para
tener confirmación pública de que Bolliger se había pasado a los Puntas Negras?
Ciertamente era por eso que había dejado que Holst le metiera una bala en las entrañas
a Bolliger. ¿Pero y qué? Ahora todos sabían que Gran Bol era un traidor. Kaz aún tenía
un arma apuntada al pecho.
Geels sonrió socarronamente. —Kaz Brekker, el gran artista del escape. ¿Cómo
vas a salir de esta?
—De la misma forma que entré. —Kaz ignoró la pistola, girando su atención al
hombretón que yacía sobre el suelo—. ¿Sabes cuál es tu problema, Bolliger? —Pinchó la
herida en el estómago de Gran Bol con la punta del bastón—. Eso no fue una pregunta
retórica. ¿Sabes cuál es tu mayor problema?
—Muy bien, te lo diré. Eres perezoso. Yo lo sé, todos lo saben. Así que tuve que
preguntarme por qué mi matón más perezoso se levantaba temprano dos veces a la
semana para caminar tres kilómetros extra hasta la Fritada de Cilla para desayunar,
especialmente cuando los huevos son mucho mejores en el Kooperom. Gran Bol se
levanta temprano, y los Puntas Negras empiezan a hacer maniobras en el Quinto Puerto
y luego interceptan nuestro mayor cargamento de jurda. No era difícil hacer una
Leigh Bardugo The Dregs
conexión. —Suspiró y dijo a Geels—: Esto es lo que sucede cuando gente estúpida
empieza a hacer grandes planes, ¿ja?
—No importa mucho ahora, ¿o sí? —replicó Geels—. Se pone feo, voy a disparar
a quemarropa. Tal vez tus guardias me den o a mis chicos, pero de ninguna forma
evitarás esta bala.
Kaz caminó hacia el cañón del arma, así que estaba presionada directamente
contra su pecho. —Ninguna forma en absoluto, Geels.
—Oh, creo que lo harías felizmente con una canción en tu negro corazón. Pero
no lo harás, no esta noche.
Oomen no se molestó en objetar a que Jesper hablara esta vez. Un hombre había
sido herido. El territorio neutral había sido violado. El agudo olor de la pólvora todavía
colgaba en el aire… junto con una pregunta, sin pronunciar en el silencio, como si la
misma Parca esperara la respuesta: ¿cuánta sangre se derramaría esta noche?
tan bello debería haber mirado dos veces a una escoria del Barril como tú, pero ella es
diferente. Te encuentra encantador. Una señal inequívoca de locura, si me lo preguntas,
pero el amor es así de extraño. ¿Le gusta descansar su bonita cabeza sobre tu hombro?
¿Escucharte hablar sobre tu día?
Geels miró a Kaz como si finalmente lo estuviera viendo por primera vez. El
chico al que había estado hablando era petulante, temerario, se divertía con facilidad,
pero no atemorizante… no en realidad. Ahora el monstruo estaba allí, de ojos muertos,
e impávido. Kaz Brekker había desaparecido, y Manos Sucias había llegado para
asegurarse que se hiciera el trabajo rudo.
—Ella vive en Burstraat Diecinueve —dijo Kaz con su tono áspero cavernoso—.
El tercer piso, geranios en las jardineras de la ventana. Hay dos Indeseables esperando
fuera de su puerta ahora mismo, y si no salgo de aquí en una pieza y sintiéndome
satisfecho, prenderán fuego al lugar de piso a techo. Se extenderá en segundos,
quemando ambos extremos con la pobre Elise atrapada en medio. Su cabello rubio se
incendiará primero. Como el pábilo de una vela.
Oh, Santos, Kaz, pensó Inej miserablemente. ¿Qué has hecho ahora?
—Lo sé, Geels, lo sé —dijo Kaz con simpatía—. Toda esa planeación e intriga y
sobornos para nada. Eso es lo que estás pensando ahora mismo. Lo mal que se sentirá
ir a casa sabiendo que has perdido. Lo enojado que estará tu jefe cuando te presentes
con las manos vacías y mucho más pobre por ello. Lo satisfactorio que sería ponerme
una bala en el corazón. Puedes hacerlo. Jala el gatillo. Todos podemos acabar juntos.
Pueden llevar nuestros cuerpos a la Barcaza de la Parca para quemarlos, donde van
Leigh Bardugo The Dregs
Geels escrutó la mirada de Kaz, y lo que sea que vio allí, hizo que encorvara los
hombros. Inej se sorprendió de sentir un pinchazo de lástima por él. Había entrado a
este lugar alentado en bravuconería, un sobreviviente, un campeón del Barril. Se iría
como otra víctima de Kaz Brekker.
—Así será —dijo Kaz—, si hay justicia en el mundo. Y todos sabemos lo probable
que es eso.
Entonces el bastón de Kaz giró en un repentino arco agudo. Geels gritó cuando
los huesos de su muñeca se destrozaron. El arma traqueteó contra el empedrado.
ayudas a Bolliger, o descubro que está con los Puntas Negras, no creas que no iré tras
de ti.
Geels sacudió la cabeza. —Hay algo mal en ti, Brekker. No sé lo que eres, pero
no estás bien hecho.
Kaz inclinó la cabeza a un lado. —Eres de los suburbios, ¿no, Geels? ¿Viniste a
la ciudad a probar suerte? —Se alisó la solapa con una mano enguantada—. Bueno, soy
la clase de bastardo que sólo se manufactura en el Barril.
A pesar del arma cargada a los pies de los Puntas Negras, Kaz les dio la espalda
y cojeó por el empedrado hacia el arco oriental. Jesper se acuclilló junto a Bolliger y le
dio una suave palmada en la mejilla. —Idiota —dijo tristemente, y siguió a Kaz fuera
de la Bolsa de Valores.
Inej le quitó el rifle a Van Daal de las manos antes de liberarlo. —Ve a casa —le
dijo al guardia.
suelo de la Bolsa. Podía ser lo bastante estúpido para cruzarse en el camino de Kaz
Brekker, pero había sobrevivido todo este tiempo en el Barril, y eso requería voluntad.
Tal vez podría lograrlo.
Ayúdalo, dijo una voz en su interior. Hasta unos momentos antes, él había sido
su hermano de armas. Parecía erróneo dejarlo solo. Podría ir con él, ofrecerle sacarlo de
su miseria rápidamente, sostenerle la mano mientras moría. Podría buscar un medik
para que lo salvara.
C uando Kaz emergió del arco oriental fue recibido por una ovación. Jesper lo
seguía rezagado y, si Kaz servía de juez, ya estaba enfurruñándose. Dirix,
Rotty y los otros se lanzaron hacia ellos entre gritos y vítores, con los revólveres
de Jesper en el aire.
El grupo apenas había captado un vistazo del procedimiento con Geels, pero
había oído la mayor parte. Ahora estaban coreando:
—¡No puedo creer que se haya ido con la cola entre las piernas! —se mofó
Rotty—. ¡Tenía una pistola cargada en mano!
—No voy a hablar —dijo Kaz—. Holst podría resultar útil en el futuro.
El estado de ánimo estaba agitado, y sus risas tenían ese filo frenético proveniente
de un casi desastre. Algunos habían estado esperando una pelea y seguían ansiosos por
una, pero Kaz sabía que había algo más; no se había perdido el detalle de que nadie
había mencionado el nombre de Gran Bolliger.
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Kaz envió a dos para que vigilaran a Gran Bol y para que se aseguraran de que
si lograba ponerse de pie, dejara la ciudad. Los demás podían regresar al Tablón y al
Club Cuervo para beber y olvidar sus preocupaciones, causar problemas y hacer correr
la voz sobre los acontecimientos de esa noche. Contarían lo que habían visto,
exagerarían el resto y con cada vez que lo contaran, Manos Sucias se volvería más loco
y más despiadado.
Pero Kaz tenía asuntos que atender, y su primera parada sería el Quinto Puerto.
—Deberías haberme dicho sobre Gran Bolliger —le dijo en un susurro furioso.
—Si pensara que estás sucio, estarías sujetándote las entrañas en la Bolsa como
Gran Bol, así que no abras la boca.
Jesper sacudió la cabeza y apoyó las manos sobre los revólveres que había
recuperado de Dirix. Cada vez que se ponía de mal humor le gustaba posar las manos
sobre un arma, como un niño buscando el consuelo de su muñeco preferido.
Hubiera sido fácil hacer las paces. Kaz podía decirle a Jesper que sabía que no
estaba sucio, recordarle que había confiado lo suficiente en él para hacerlo su verdadero
segundo en una pelea que podría haber resultado muy mal esta noche. En cambio, dijo:
—Ve, Jesper. Hay una línea de crédito esperándote en el Club Cuervo. Juega
hasta la mañana o hasta que se te acabe la suerte, la que llegue primero.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper frunció el ceño, pero no pudo evitar que apareciera un brillo hambriento
en sus ojos.
—¿Otro soborno?
—Por suerte para ti, yo también. —Vaciló lo bastante para decir—: ¿No quieres
que vayamos contigo? Los chicos de Geels van a estar encolerizados después de esto.
—Deja que vengan —dijo Kaz, y se dio la vuelta hacia Nemstraat sin otra
palabra.
Si no podías caminar solo por Ketterdam de noche, entonces bien podías colgarte
un letrero que dijera «suave» alrededor del cuello y recostarte para que te dieran una
paliza.
Podía sentir los ojos de los Indeseables en su espalda mientras cruzaba el puente.
No necesitaba oír sus susurros para saber lo que dirían. Querían beber con él, oírlo
explicar cómo había sabido que Gran Bolliger los había traicionado con los Puntas
Negras, escucharlo describir la mirada en los ojos de Geels cuando había dejado caer su
pistola. Pero nunca obtendrían eso de Kaz, y si no les gustaba, podían encontrarse otro
grupo con el que trabajar. Sin importar lo que pensaran de él, esta noche caminarían un
poco más erguidos. Era por eso que se quedaban, por qué le daban su mejor
aproximación de lealtad.
Cuando se había vuelto un miembro oficial de los Indeseables tenía doce años y
la pandilla había sido un hazmerreír, niños callejeros y mendigos deslavados que hacían
juegos de dónde quedó la bolita y estafas de un centavo en una casa en ruinas en la peor
parte del Barril. Pero él no había necesitado una gran pandilla, simplemente una que él
pudiera hacer grande, una que lo necesitara.
Ahora tenían su propio territorio, su propio salón de juegos, y esa casa en ruinas
se había convertido en el Tablón, un lugar seco y cálido para comer algo caliente o
refugiarse cuando estabas herido. Ahora los Indeseables eran temidos, Kaz les había
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dado eso, no les debía conversaciones superficiales. Además, Jesper lo suavizaría todo.
Unos cuantos tragos y unas cuantas manos de cartas y regresaría la buena disposición
del tirador de primera. Le duraba tanto el rencor como le duraba el licor en el cuerpo, y
tenía un don para hacer que las victorias de Kaz sonaran como si les pertenecieran a
todos.
Mientras Kaz atravesaba uno de los pequeños canales que lo llevarían pasado el
Quinto Puerto, se dio cuenta de que se sentía… Santos, casi se sentía esperanzado. Tal
vez debería ver un medik. Los Puntas Negras habían estado mordisqueándole los talones
por semanas, y ahora los había obligado a jugar su mano. La pierna tampoco le dolía
tanto, a pesar del frío invernal. El dolor siempre estaba presente, pero esta noche solo
sentía una punzada leve.
Aun así, una parte de él se preguntaba si el parlamento fue alguna clase de prueba
que le había puesto Per Haskell. Haskell era perfectamente capaz de convencerse de que
él era el genio que hacía prosperar a los Indeseables, sobre todo si uno de sus compinches
le estaba susurrando al oído. La idea no le sentó bien, pero Kaz se podía preocupar de
Per Haskell mañana. Por ahora, se aseguraría de que todo iba de acuerdo al horario en
el puerto y luego iría a casa al Tablón para dormir, pues lo necesitaba mucho.
Sabía que Inej estaba siguiéndolo. Había estado con él desde la Bolsa de Valores.
No la llamó: se mostraría cuando estuviera lista. Por lo general a él le gustaba el silencio;
de hecho, felizmente le habría cosido los labios a la mayoría de las personas. Pero
cuando ella quería, Inej tenía una forma de hacerte sentir su silencio, parecía tironearte.
Kaz se las arregló para soportarlo hasta pasadas las barandas de hierro del puente
Zentz; el enrejado estaba cubierto de trozos pequeños de soga atados en nudos
elaborados, oraciones de los marineros para regresar a salvo del mar. Tonterías
supersticiosas. Finalmente se dio por vencido y dijo:
—Oí la sirena…
Kaz se encogió de hombros, reticente a darle una respuesta. Inej siempre estaba
intentando sonsacarle trocitos de decencia.
—Cuando todos saben que eres un monstruo, no tienes que perder el tiempo
haciendo cosas monstruosas.
—¿Por qué accediste a la reunión si sabías que era una trampa? —Estaba en algún
lugar a su derecha, moviéndose sin un sonido. Había oído decir a los miembros de la
pandilla que ella se movía como un gato, pero él sospechaba que los gatos se sentaban
atentamente a sus pies para aprender sus métodos.
—Geels vació las arcas de los Puntas Negras para pagar sobornos inútiles,
desenmascaramos a un traidor, reestablecimos nuestra demanda sobre el Quinto Puerto,
y yo no tengo ni un rasguño. Fue una buena noche.
—Es un buen repartidor de cartas, y tiene una familia a la que proveer. Podrías
darle una advertencia, cortarle un dedo.
Ella dejó salir un bufido exasperado. A pesar de todo por lo que había pasado,
Inej aún creía que sus Santos sulíes estaban cuidándola. Kaz lo sabía, y por alguna razón
le encantaba sacarla de quicio. Deseó poder leer su expresión ahora. Siempre había algo
tan satisfactorio en la arruguita que se formaba entre sus cejas oscuras.
—¿Cómo sabías que llegaría hasta Van Daal a tiempo? —preguntó ella.
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Por un momento ella no dijo nada, luego desde algún lugar a su espalda la oyó.
—Los hombres se burlan de los dioses hasta que los necesitan, Kaz.
No la vio partir, solo sintió su ausencia. Kaz sacudió la cabeza irritado. Decir que
confiaba en Inej sería exagerar, pero podía admitir para sí que había llegado a depender
de ella. Había sido una decisión instintiva pagar su contrato vinculante con el burdel, la
Colección, y había sido sumamente costoso para los Indeseables. Había costado
convencer a Per Haskell, pero Inej era una de las mejores inversiones que Kaz había
hecho. El que ella fuera tan buena en permanecer desapercibida la hacía una excelente
ladrona de secretos, la mejor en el Barril, pero el hecho de que pudiera borrarse como si
nada lo molestaba. Ni siquiera tenía aroma. Todas las personas tenían algún aroma, y
esos aromas contaban historias: la pizca de carbólico en los dedos de una mujer o el
humo en el cabello, la lana húmeda del traje de un hombre, o el deje persistente de
pólvora en los puños de la camisa. Pero no Inej. De alguna forma había logrado la
invisibilidad. Era un recurso valioso, así que ¿por qué no podía simplemente hacer su
trabajo y ahorrarle su malhumor?
De repente, Kaz supo que no estaba solo. Se detuvo para escuchar. Había tomado
un atajo por un callejón estrecho dividido por un canal turbio. No había farolas aquí y
pocas personas a pie, nada salvo el brillo de la luna y los botecitos chocando contra sus
amarres. Había bajado la guardia, había permitido que su mente sucumbiera a la
distracción.
La forma se lanzó hacia él. Kaz blandió su bastón en un arco bajo. Debería haber
hecho contacto directo con las piernas de su atacante, pero en cambio atravesó espacio
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Kaz despertó con el fuerte olor del amoniaco. Echó la cabeza hacia atrás mientras
recuperaba completamente la conciencia. El anciano frente a él usaba la bata de un
medik universitario. Tenía una botella de sales en la mano que movía bajo la nariz de
Kaz. El hedor era casi insoportable.
El medik se hizo a un lado y Kaz parpadeó dos veces, intentando aclarar la vista
y encontrarle sentido al lujo absurdo que lo rodeaba. Había esperado despertar en la
guarida de los Puntas Negras o de alguna otra pandilla rival, pero esta no era la
ostentación barata del Barril.
Una engalanada así costaba mucho dinero: paneles de caoba repletos de tallados
de olas espumeantes y peces voladores, estantes llenos de libros, ventanas de vidrio
emplomado, y estaba bastante seguro de que ese era un DeKappel real, uno de sus
recatados retratos al óleo de una dama con un libro en el regazo y un cordero a sus pies.
Demonios, pensó Kaz, ¿estoy bajo arresto? Si era así, entonces este merca se llevaría
una sorpresa. Gracias a Inej, tenía información de cada juez, alguacil, y miembro de alto
rango del Consejo en Kerch. Estaría fuera de su celda antes del amanecer. Excepto que
no estaba en una celda, estaba encadenado a una silla, entonces ¿qué demonios estaba
pasando?
El hombre debía tener unos cuarenta años, con un rostro demacrado pero
apuesto, con unas entradas que señalaban una calvicie incipiente en su frente.
Cuando Kaz lo miró a los ojos, el hombre se aclaró la garganta y juntó los dedos.
Llevaba una levita de corte perfecto y el chaleco de todos los mercaderes kerch:
oscuro, refinado, deliberadamente formal. Pero el reloj de bolsillo y el alfiler de la
corbata le dijeron a Kaz todo lo que necesitaba saber: gruesos eslabones de hojas de
laurel constituían el reloj de bolsillo, y el alfiler era un rubí enorme y perfecto.
Voy a arrancar esa joya enorme de su lugar y a enterrarte el alfiler justo en tu cuello de
merca por encadenarme a una silla, pensó Kaz, pero lo único que dijo fue:
—Van Eck.
Kaz conocía los símbolos y las joyas de todas las casas mercantes kerch. El
escudo de Van Eck era el laurel rojo. No era necesario ser un profesor para hacer la
conexión.
—Te conozco —dijo—. Eres uno de esos activistas merc que siempre están
intentando limpiar el Barril.
Kaz se rio.
—¿Cuántos de los barcos que hacen zarpar desde los puertos de Ketterdam nunca
regresan?
—Eso no…
—Uno de cada cinco, Van Eck. Uno de cada cinco navíos que envían en busca
de café, jurda y rollos de seda se hunde al fondo del mar, se estrella contra las rocas o
cae presa de los piratas. Una de cada cinco tripulaciones muerta, sus cuerpos perdidos
en aguas extranjeras, alimento para peces de aguas profundas. No hablemos de
violencia.
Aunque Kaz nunca había conocido al hombre en persona, había tenido razones
para aprender la disposición de la casa de Van Eck por dentro y por fuera. Donde fuera
que estuvieran, esta no era la mansión del merca.
—Ya que no me trajiste aquí para filosofar, ¿qué asunto? —Era la pregunta que
se hacía al inicio de cualquier reunión. El saludo de un igual, no la súplica de un
prisionero.
—Tengo una propuesta para usted. O más bien, el Consejo le tiene una
propuesta.
—¿Acaso el Consejo Mercante comienza todas sus negociaciones con una paliza?
Kaz recordó la figura del callejón, cómo había aparecido y desaparecido como
un fantasma. Jordie.
Leigh Bardugo The Dregs
Se dio una sacudida interna. No era Jordie, estúpido. Concéntrate. Lo pillaron porque
había estado emocionado por una victoria y distraído. Este era su castigo, y no era un
error que cometería otra vez.
—Lo arrestaron por primera vez a los diez años —dijo, escaneando la primera
página.
—Dos veces más ese año, dos veces a los once. Lo atraparon cuando la vigilancia
redó un salón de apuestas cuando tenía catorce, pero no ha servido tiempo desde ese
entonces.
Era verdad. Nadie le había podido dar siquiera un pellizco a Kaz en tres años.
—Me limpié —dijo Kaz—. Encontré trabajo honesto, vivo una vida de diligencia
y oración.
—No blasfeme —replicó Van Eck con suavidad, pero sus ojos destellaron
brevemente con furia.
Un hombre de fe, notó Kaz, mientras su mente sorteaba todo lo que sabía sobre
Van Eck: próspero, pío, un viudo que recientemente había vuelto a casarse con una
novia no mucho mayor que Kaz. Y, por supuesto, estaba el misterio del hijo de Van Eck.
—Negocio información.
—Un estafador…
—Creo oportunidad.
—Lo soy, sí. —Kaz se inclinó ligeramente hacia atrás—. Verás, todo hombre es
una caja fuerte, una bóveda de secretos y anhelos. Ahora, hay quienes prefieren hacer
las cosas a lo bruto, pero yo tomo un acercamiento más gentil: la presión adecuada en
el momento adecuado, y en el lugar adecuado. Es algo delicado.
Kaz sonrió.
Estaba fuera de su silla antes de que las cadenas golpearan el suelo. Saltó al
escritorio, tomó un abrecartas de su superficie en una mano, y sujetó el frente de la
camisa de Van Eck con la otra. La fina tela se arrugó cuando presionó el cuchillo contra
la garganta de Van Eck. Kaz estaba mareado, y sentía los miembros frágiles por haber
estado atado a la silla, pero todo parecía más alegre con un arma en la mano.
Los guardias de Van Eck lo estaban enfrentando, todos con las pistolas y las
espadas desenfundadas. Sentía los latidos del corazón del merc bajo la lana de su traje.
Leigh Bardugo The Dregs
—No creo que necesite gastar aliento en amenazas —dijo Kaz—. Dime cómo
llegar a la puerta o te llevaré por la ventana conmigo.
—No me importa quién seas o qué tan grande es ese rubí, no tienes derecho a
sacarme de mis calles. Y no deberías intentar hacer un trato conmigo mientras estoy
encadenado.
Estaba pálido como un cadáver y llevaba el abrigo azul bordado de los Grisha
Mareomotores, con un listón rojo y dorado en la solapa que demostraba su asociación
con la casa Van Eck.
Pero ni siquiera los Grisha podían atravesar una pared como si nada.
Drogado, pensó Kaz, intentando no entrar en pánico. Me han drogado. O era algún
tipo de ilusión, del tipo que actuaban en los teatros de la Duela Este: una chica cortada
a la mitad, palomas que salen de una tetera.
—Suélteme y le explicaré.
Indeseables, Kaz las había masticado para permanecer alerta durante guardias. Le había
manchado los dientes de naranja por días—. Es inofensiva.
—Entonces sí me drogaste.
Kaz estudió la palidez enfermiza de la cara del Grisha. Tenía huecos oscuros bajo
los ojos, y la contextura frágil y temblorosa de alguien que se ha perdido muchas comidas
y no parecía importarle.
—¿Shu?
—Sí. Deseaba huir del país, así que nos envió una muestra para convencernos de
sus afirmaciones en cuanto a los extraordinarios efectos de la droga. Por favor, señor
Brekker, esta posición es de lo más incómoda. Si quiere le daré una pistola y podemos
sentarnos a discutir esto de una forma más civilizada.
Van Eck le hizo un gesto a uno de sus guardias, quien salió de la habitación y
regresó un momento después con el bastón de Kaz; Kaz simplemente se alegró de que
usara la maldita puerta.
Van Eck dio unos pasos hacia atrás para poner distancia entre él y la pistola
cargada de Kaz. No parecía muy ansioso por sentarse, tampoco lo estaba Kaz, así que
se mantuvo cerca de la ventana, listo para saltar si era necesario.
—Ese bastón es una gran herramienta, señor Brekker. ¿La hizo un Fabricador?
—¿Felices voluntarios?
—No sé lo que he visto —dijo Kaz mientras le lanzaba una mirada a Mikka. La
mirada del muchacho estaba posada intensamente en Van Eck, como esperando su
próxima orden. O tal vez otra dosis.
Kaz se sintió tentado de negarlo, pero no podía explicar lo que acababa de ver de
alguna otra forma.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Cómo?
—Es difícil de decir. ¿Está al tanto de los amplificadores que usan los Grisha?
—¿Y?
Van Eck pareció erizarse ligeramente por ser agrupado con Kaz, pero contestó:
—Es letal. Una mente ordinaria no puede tolerar la parem en las dosis más
pequeñas.
—Dijiste que se la administraron a tres Grisha. ¿Qué pueden hacer los otros?
—Le mostraré —dijo Van Eck, estirando una mano hacia un cajón de su
escritorio.
—Con calma.
Con lentitud exagerada, Van Eck deslizó la mano en el cajón del escritorio y sacó
un montón de oro.
Leigh Bardugo The Dregs
—Solo puedo decirle lo que vi. El Fabricador tomó un trozo de plomo en sus
manos y momentos después teníamos esto.
Kaz se metió el bastón bajo el brazo y aceptó el pesado bulto de la mano de Van
Eck; se lo guardó en el bolsillo. Fuera real o solo una imitación convincente, un trozo
de amarillo tan grande podía comprar bastante en las calles del Barril.
—Digamos que todo esto es verdad y no un truco de magia barato. ¿Qué tiene
que ver conmigo?
—¿Tal vez oyó que los shu pagaron la totalidad de su deuda con Kerch con un
repentino influjo de oro? ¿Del asesinato del embajador de comercio de Novyi Zem? ¿Del
robo de documentos de una base militar en Ravka?
Así que este era el secreto detrás del asesinato del embajador en el baño. Y el oro
en esos tres barcos shu debía haber sido hecho por Fabricadores. Kaz no había oído nada
sobre documentos ravkanos, pero asintió de todas formas.
Leigh Bardugo The Dregs
—Muy emocionante. ¿Qué quieres de mí, Van Eck? ¿Quieres que robe un
cargamento? ¿La fórmula?
—No, fjerdanos.
Kaz frunció el ceño. Los fjerdanos debían tener espías muy bien infiltrados en
Shu Han o en Kerch si se habían enterado de la droga y los planes de Bo Yul-Bayur con
tanta rapidez.
—Deben saber que probablemente está muerto. Los fjerdanos odian a los Grisha.
No hay forma de que dejen que el conocimiento de esta droga se extienda.
Leigh Bardugo The Dregs
—Nuestras fuentes dicen que está vivo a la espera de ser enjuiciado. —Van Eck
se aclaró la garganta—. En la Corte de Hielo.
Kaz miró fijamente a Van Eck por un largo minuto, luego soltó una carcajada.
Kaz se guardó la pistola en el bolsillo. Ahora no temía por su vida, solo estaba
irritado porque esta estupidez le hubiera hecho perder el tiempo.
—Puede sorprenderte, Van Eck, pero nosotros las ratas de canal valoramos
nuestras vidas tanto como tú la tuya.
—Diez millones.
—No tiene sentido tener una fortuna que no podré gastar por estar muerto.
¿Dónde está mi sombrero? ¿Acaso tu Mareomotor lo dejó en el callejón?
—Veinte.
Kaz hizo una pausa. Tenía la inquietante sensación de que los peces tallados de
las paredes se habían detenidos a mitad de un salto para escuchar.
—Es por eso que lo necesitamos, señor Brekker. Es posible que Bo Yul-Bayur ya
esté muerto o que ya haya revelado todos sus secretos a los fjerdanos, pero creemos que
al menos tenemos un poco de tiempo para actuar antes que el secreto de la jurda parem
sea puesto en juego.
—Yul-Bayur afirmó que se las arregló para confundir a sus superiores y mantener
en secreto las especificaciones de la fórmula. Creemos que están operando con el
suministro limitado que Yul-Bayur dejó atrás.
La codicia se inclina ante mí. Tal vez Kaz había sido demasiado arrogante en ese
aspecto. Ahora la codicia estaba haciendo el trabajo de Van Eck.
Veinte millones de kruge. ¿Qué tipo de trabajo sería? Kaz no sabía nada sobre
espionaje o riñas gubernamentales, pero ¿por qué sería diferente robar a Bo Yul-Bayur
de la Corte de Hielo de liberar objetos de valor de la caja fuerte de un merca.
La caja fuerte mejor protegida del mundo, se recordó. Necesitaría un equipo muy
especializado, un equipo desesperado que no se opondría a la posibilidad real de nunca
volver de este trabajo.
Pero si lograban volver, incluso después de que Per Haskell recibiera su tajada, la
parte de Kaz bastaría para cambiarlo todo, para finalmente poner en movimiento el
sueño que había tenido desde la primera vez que salió a rastras de un puerto frío con la
venganza quemándole un agujero en el corazón. Su deuda con Jordie por fin estaría
pagada.
También habría otros beneficios. El Consejo de Kerch estaría en deuda con él,
sin nombrar lo que este atraco en particular aportaría a su reputación. ¿Infiltrarse en la
impenetrable Corte de Hielo y robar un premio del bastión de la nobleza fjerdana y su
poderío militar? Con un trabajo así al cinturón y esa cantidad de dinero en la punta de
los dedos, ya no necesitaría a Per Haskell. Podría comenzar su propia operación.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Por qué yo? ¿Por qué los Indeseables? Hay grupos más especializados que
nosotros.
—Siéntate —le instruyó Van Eck con suavidad, guio a Mikka a una silla y le
ofreció al Grisha su pañuelo. Le hizo una seña a un guardia—. Trae agua.
—Diecisiete.
—No lo han arrestado desde que tenía catorce, y ya que sé que no es un hombre
honesto, tal como no era un niño honesto, solo puedo asumir que tiene la cualidad que
más necesito de un criminal: no pueden atraparlo. —Entonces Van Eck sonrió
ligeramente—. También está el asunto de mi DeKappel.
—Hace seis meses, un óleo DeKappel con un valor de casi cien mil kruge
desapareció de mi casa.
—Qué pérdida.
—Lo fue, sobre todo porque me habían asegurado que mi galería era
impenetrable y que los seguros de las puertas eran infalibles.
—Sí —admitió Van Eck con un pequeño suspiro—. El orgullo es algo peligroso.
Estaba ansioso por mostrar mi adquisición y todos los esfuerzos que hice por protegerla.
Y aun así, a pesar de mis salvaguardas, a pesar de los perros, las alarmas y el personal
más leal en todo Ketterdam, mi pintura desapareció.
Leigh Bardugo The Dregs
—Mis condolencias.
—Una posibilidad, por supuesto. Pero estoy inclinado a creer que el ladrón se lo
llevó por una razón diferente.
—¿Cuál sería?
Van Eck le sostuvo la mirada a Kaz como si esperara encontrar una confesión
escrita entre sus ojos. Al final, Van Eck preguntó:
—¿Quién?
Van Eck hizo una pequeña mueca de dolor, pero solo dijo:
—Es la casa del concejal Hoede —dijo Kaz, sintiendo un hormigueo en la piel.
No quería ser parte de una plaga, pero el merc y sus guardias no parecían ni remotamente
preocupados—. Creí que este lugar estaba bajo cuarentena.
—Lo que sucedió aquí no representa ningún peligro para nosotros. Y si hace su
trabajo, señor Brekker, nunca lo representará.
Van Eck lo guio a través de una puerta hasta un jardín muy cuidado, con la fuerte
esencia del azafrán. El aroma golpeó a Kaz como un puñetazo a la mandíbula. Ya tenía
recuerdos de Jordie demasiado frescos en la mente, y por un momento, Kaz no estaba
atravesando el jardín junto a un canal de un merc rico, sino que estaba inmerso hasta las
rodillas en la hierba primaveral, con el sol quemándole las mejillas y la voz de su
hermano llamándolo a casa.
Kaz se dio una sacudida. Necesito una taza del café más negro y amargo que pueda
encontrar, pensó. O tal vez un verdadero puñetazo a la mandíbula.
Leigh Bardugo The Dregs
Van Eck lo estaba llevando a un cobertizo para botes que daba al canal. La luz
que se filtraba entre las ventanas cerradas proyectaba patrones en el sendero del jardín.
Un solitario guardia de la ciudad se encontraba en posición de firmes junto a la puerta
mientras Van Eck sacaba una llave de su bolsillo y la introducía en la gruesa cerradura.
Kaz se llevó la manga a la boca cuando el hedor de la habitación cerrada lo alcanzó:
orina y excremento. No servía de mucho el azafrán.
El muchacho era joven, con señales apenas visibles de bigote sobre el labio
superior. Van Eck le dio órdenes al guardia que los había dejado entrar, y con la ayuda
de un hombre del séquito de Van Eck, levantaron el cuerpo y se lo llevaron de la
habitación.
—¿Dahlman? —lo llamó, pero el hombre no contestó. Kaz agitó una mano frente
a la cara del capitán, luego le dio un golpecito en el oído, pero solo recibió un parpadeo
lento y desinteresado. Kaz alzó su pistola, apuntó directamente a la frente del capitán y
la amartilló. El capitán ni siquiera retrocedió, no reaccionó, sus pupilas no se
contrajeron.
Leigh Bardugo The Dregs
—Bien podría estar muerto —dijo Van Eck—. Dispárele, vuélele los sesos. No
protestará y los demás no reaccionarán.
—La Grisha era una Corporalnik sirviendo su contrato vinculante en la casa del
concejal Hoede. Él creyó que por ser una Sanadora y no una Cardio estaba tomando la
decisión más segura para probar la parem.
Parecía una decisión bastante inteligente. Kaz había visto trabajar a los Cardios:
podían rasgar tus células, hacerte explotar el corazón, dejarte sin aliento, o disminuir tu
pulso hasta que cayeras en coma, todo esto sin siquiera ponerte un dedo encima. Si algo
de lo que decía Van Eck era cierto, la idea de que uno de ellos recibiera una dosis de
jurda parem era una posibilidad aterradora. Así que los mercas habían intentado drogar
a una Sanadora a cambio, pero aparentemente las cosas no habían salido de acuerdo al
plan.
—¿Cómo?
—Eso no es posible.
—Mire a esta gente —insistió Van Eck—. Ella les dijo que esperaran, y eso es
exactamente lo que han hecho… Es lo único que han hecho desde entonces.
Kaz estudió al grupo silencioso con más atención. Sus ojos no estaban en blanco
ni muertos, sus cuerpos no estaban exactamente relajados; estaban expectantes. Suprimió
un escalofrío. Había visto cosas peculiares, cosas extraordinarias, pero nada como lo
que había presenciado esta noche.
A Kaz no le gustaba la idea de que algún Grisha moviera las cosas en su cabeza,
pero no le sorprendería si Hoede mereciera lo que recibió. Durante la guerra civil de
Ravka, muchos Grisha habían huido la pelea y habían pagado su viaje hasta Kerch al
adquirir contratos vinculantes, sin darse cuenta de que esencialmente se habían vendido
como esclavos.
—El concejal Hoede perdió mucha sangre, pero se encuentra en el mismo estado
que estos hombres. Se ha retirado al campo con su familia y los empleados de su casa.
Van Eck le hizo un gesto a Kaz para que salieran del escalofriante cobertizo para
botes y cerró la puerta.
—Al parecer solo se necesita una dosis. Una vez que la droga ha seguido su curso,
deja el cuerpo de los Grisha debilitado y las ansias son intensas. Es de lo más debilitante.
—Tú dijiste veinte. Está claro que están desesperados. —Kaz volvió la vista en
dirección al cobertizo para botes, donde había una habitación llena de hombres
esperando la muerte—. Y ahora veo por qué.
—Te llenarán de alabanzas una vez que tengan a Bo Yul-Bayur oculto y a salvo
donde quiera que pretendan mantenerlo.
—Novyi Zem.
Leigh Bardugo The Dregs
—Ha visto lo que puede hacer la droga. Le aseguro que es solo el comienzo. Si
la jurda parem se libera al mundo, la guerra es inevitable. Nuestras líneas de comercio
serán destruidas, y nuestros mercados colapsarán. Kerch no sobrevivirá. Nuestras
esperanzas descansan con usted, señor Brekker. Si usted falla, todo el mundo sufrirá por
ello.
La mirada de asco en el rostro del merc merecía su propio óleo DeKappel para
conmemorarla.
—Gracias por ahorrarme la incomodidad —replicó Van Eck con desdén. Abrió
la puerta, luego hizo una pausa—. Me pregunto qué habría logrado un chico de su
inteligencia bajo circunstancias diferentes.
Pregúntale a Jordie, pensó Kaz con una punzada de amargura, pero solo se encogió
de hombros.
Cuando la mano cuidada de Van Eck sujetó los dedos envueltos en cuero de Kaz,
el merc entrecerró los ojos.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz también las había oído: las manos de Brekker estaban manchadas de sangre;
las manos de Brekker estaban cubiertas de cicatrices; Brekker tenía garras, no dedos,
porque era parte demonio; el toque de Brekker quemaba como azufre, un solo roce de
su piel desnuda y tu carne se marchitaría y moriría.
—Elige una —dijo Kaz mientras se desvanecía en la noche, con los pensamientos
ya enfocados en los treinta millones de kruge y en el equipo que necesitaría para ayudarlo
a conseguirlos—. Todas son bastante ciertas.
Leigh Bardugo The Dregs
I nej supo el momento en que Kaz entró al Tablón. Su presencia reverberó a través de
las habitaciones estrechas y los pasillos retorcidos mientras cada matón, ladrón,
repartidor, estafador y desviador se volvía más despierto. El lugarteniente favorito de
Per Haskell estaba en casa.
El Tablón no era gran cosa, solo era otra casa en la peor parte del Barril, tres pisos
apilados uno sobre otro, coronados con un ático y un tejado a dos aguas. La mayoría de
los edificios en esta parte de la ciudad habían sido construidos sin cimientos, muchos en
terreno pantanoso donde los canales eran cavados descuidadamente. Se apoyaban uno
contra otro como amigos algo borrachos en un bar, inclinándose en ángulos soñolientos.
Inej había visitado varios de esos edificios en mandados para los Indeseables, y no eran
mucho mejores por dentro: fríos y húmedos, con el yeso descascarándose de las paredes,
y huecos en las ventanas lo bastante amplios para dejar pasar el viento y la nieve.
Kaz había gastado su propio dinero para reforzar las corrientes de aire y aislar las
paredes del Tablón. Era feo, torcido y estaba atestado, pero el Tablón era gloriosamente
seco.
Aunque aún faltaban unas horas para el amanecer, todos en el Tablón estaban
completamente despiertos. El único momento en que la casa de verdad estaba silenciosa
era en las horas lentas de la tarde, y esta noche, todos estaban emocionados con las
noticias de la confrontación en la Bolsa de Valores, del destino de Gran Bolliger, y ahora
del despido del pobre Rojakke.
—No es justo —había bramado cuando ella le comunicó las órdenes de Kaz—.
¡No soy un tramposo!
—Y no hables tan fuerte —añadió Jesper, mirando a los turistas y los marineros
sentados a las mesas vecinas.
Las peleas eran comunes en el Barril, pero no en el suelo del Club Cuervo. Si
tenías una queja entonces lo solucionabas afuera, donde no te arriesgabas a interrumpir
la práctica sagrada de separar a los pichones de su dinero.
—No lo sé.
—Siempre sabes todo de todo —se burló Rojakke inclinándose hacia ella, con
aliento a cebollas y cerveza—. ¿Acaso Manos Sucias no te paga para eso?
—No sé dónde está ni cuándo va a volver, pero sí sé que no querrás estar aquí
cuando regrese.
—¿Ni siquiera puede enfrentarme? ¿Envía a una niñita a darme la patada? Tal
vez te quitaré unas cuantas monedas. —Había estirado una mano para cogerla por el
cuello de la blusa, pero ella lo había esquivado fácilmente. Volvió a tratar de atraparla.
Por el rabillo del ojo, Inej vio que Jesper se levantaba del asiento, pero ella le hizo un
gesto negativo e introdujo los dedos en las manoplas de latón que mantenía en el bolsillo
de su cadera derecha. Le dio un golpe rápido a Rojakke en la mejilla izquierda y él se
llevó la mano a la cara.
Había gente mirando ahora, así que lo golpeó otra vez. A pesar de las reglas del
Club Cuervo, esto tomaba precedente. Cuando Kaz la había traído al Tablón, le había
advertido que no podría cuidarla, que ella tendría que valerse por sí misma, y lo había
hecho. Hubiera sido fácil ignorar cuando la insultaban o se le acercaban para abrazarla,
pero si lo hubiera hecho pronto habría tenido una mano por debajo de la blusa o alguien
intentando sobrepasarse con ella contra una pared, así que no dejaba pasar ningún
insulto ni insinuación. Siempre había golpeado primero y con fuerza, a veces incluso los
hacía sangrar un poco. Era agotador, pero nada era más sagrado para los kerch que el
comercio, así que había hecho todos los esfuerzos para que el riesgo fuera mucho más
alto que la recompensa cuando se trataba de faltarle al respeto.
Rojakke se había llevado los dedos al feo moretón que se le estaba formando en
la mejilla; parecía sorprendido y un poco traicionado.
—Pensé que éramos amigos —protestó. Lo triste era que sí eran amigos. A Inej
le agradaba Rojakke, pero ahora mismo solo era un hombre asustado buscando sentirse
más grande que alguien más.
—Rojakke —le había dicho—, te he visto trabajar con un mazo de cartas. Puedes
conseguir trabajo en casi cualquier antro. Vete a casa y estate agradecido que Kaz no te
quita del pellejo lo que le debes, ¿mmm?
—No mientras las cartas están calientes. Quédate y juega un rato. Kaz te dará
para apostar.
—Vamos, Inej —había gritado mientras ella atravesaba las grandes puertas
dobles hasta la calle—. ¡Das buena suerte!
Santos, había pensado, si eso cree, de verdad debe estar desesperado. Había dejado su
suerte en un campo suli en las costas de Ravka Occidental. Dudaba volver a verla.
Kaz había estado ausente por más tiempo del que nadie había esperado, y tan
pronto entró al sombrío vestíbulo fue emboscado por los que querían felicitarlo por haber
derrotado a Geels y preguntarle por noticias de los Puntas Negras.
—Dicen los rumores que Geels ya está reuniendo una muchedumbre para
atacarnos —dijo Anika.
—Geels no actuará por un tiempo —dijo Kaz mientras avanzaba por el pasillo—
. No tiene los números para enfrentarnos en las calles, y sus arcas están demasiado vacías
para contratar más manos. ¿No deberían estar de camino al Club Cuervo?
La ceja alzada bastó para hacer que Anika se escabullera, con Dirix en los talones.
Otros se acercaron para ofrecer felicitaciones o para hacer amenazas contra los Puntas
Negras, pero nadie se atrevió a darle una palmadita en la espalda a Kaz; era una buena
forma de perder la mano.
Inej sabía que Kaz se detendría para hablar con Per Haskell, así que en vez de
descender el último tramo de escaleras, avanzó por el pasillo. Había un clóset aquí lleno
de minucias, sillas viejas con los respaldos rotos, telas de lona salpicadas de pintura. Inej
hizo a un lado un balde lleno de productos de limpieza que había ubicado ahí
precisamente porque sabía que nadie en el Tablón lo tocaría. La rejilla debajo ofrecía
una vista perfecta a la oficina de Per Haskell. Se sintió ligeramente culpable por espiar a
Kaz, pero era él quien la había convertido en una espía. No podías entrenar a un halcón
y después esperar que no cazara.
—Cierra la puerta.
Inej la oyó cerrarse, sofocando los sonidos del pasillo. Podía ver la parte de arriba
de la cabeza de Kaz. Su cabello oscuro estaba húmedo, debía haber comenzado a llover.
—Deberías haberme pedido permiso para lidiar con Bolliger —dijo Haskell.
Leigh Bardugo The Dregs
—Por supuesto —replicó Kaz, pero ambos sabían que era una mentira. Los
Indeseables de Haskell eran guardias viejos, estafadores y bandidos de otra época.
Bolliger había sido del equipo de Kaz: sangre nueva, joven e intrépida. Tal vez
demasiado.
—Sí, señor.
—Sí, señor. No, señor —se burló—. Sé que planeas algo cuando empiezas a
volverte respetuoso. ¿Qué estás preparando?
—Un trabajo —respondió Kaz—. Puede que me tenga que ir por un tiempo.
—¿Mucho dinero?
—Mucho.
—¿Mucho riesgo?
—No haces ningún movimiento grande sin que yo lo diga, ¿entendido? —Kaz
debía haber asentido, porque Per Haskell se inclinó hacia atrás en su silla y tomó un
sorbo de cerveza—. ¿Seremos muy ricos?
Leigh Bardugo The Dregs
—Hablaré con Pim —dijo Kaz—. Puede encargarse del trabajo mientras no esté.
Inej frunció el ceño. ¿A dónde iba Kaz? No le había mencionado ningún trabajo
importante. ¿ Y por qué Pim? El pensamiento la avergonzó un poco. Casi podía oír la voz
de su padre: ¿ Tan ansiosa por ser la Reina de los Ladrones, Inej? Una cosa era hacer su
trabajo y hacerlo bien; otra cosa completamente diferente era querer ser exitosa en ese
trabajo.
No quería un lugar permanente con los Indeseables. Quería pagar sus deudas y
liberarse de Ketterdam para siempre, así que ¿por qué debería importarle si Kaz elegía a
Pim para que manejara a la pandilla durante su ausencia? Porque soy más inteligente que
Pim. Porque Kaz confía más en mí.
Pero tal vez no confiaba en que la pandilla siguiera a una chica como ella que
solo llevaba dos años fuera de los burdeles, sin tener ni siquiera diecisiete años. Usaba
mangas largas y la funda de su cuchillo escondía la mayor parte de la cicatriz en el
interior de su antebrazo izquierdo donde había estado el tatuaje de la Colección, pero
todos sabían que estaba ahí.
—¿Opuso resistencia?
—Nunca hay escasez de eso —dijo Kaz mientras llegaban al piso superior. Las
habitaciones del ático habían sido convertidas en su oficina y dormitorio. Ella sabía que
todos esos tramos de escaleras eran brutales para su pierna mala, pero parecía gustarle
tener el piso completo para sí.
—Cierra la puerta.
Esa era una de las mayores oportunidades que Kaz había aportado a la pandilla.
Les había dado a tenderos comunes y empresarios legítimos la oportunidad de comprar
acciones en el Club Cuervo. Al principio habían estado escépticos, seguros de que era
alguna clase de estafa, pero los había atraído con pequeñas inversiones y se las había
arreglado para reunir suficiente capital para comprar el viejo edificio dilapidado,
engalanarlo, y ponerlo a funcionar. Esos inversores tempranos se habían visto
recompensados con grandes ganancias, o eso decía la historia. Inej nunca podía estar
segura de qué historias de Kaz eran reales y cuáles eran rumores que él había plantado
para que sirvieran a sus fines. Por lo que sabía, había estafado a un pobre comerciante
honesto para quitarle los ahorros de su vida y hacer prosperar el Club Cuervo.
—Tengo un trabajo para ti —dijo Kaz mientras miraba las cifras del día anterior.
Cada hoja se grabaría en su memoria con solo una mirada—. ¿Qué le dirías a cuatro
millones de kruge?
Leigh Bardugo The Dregs
—Mi pequeña idealista suli. ¿Lo único que necesitas es una panza llena y un
camino abierto? —preguntó, con la burla clara en la voz.
—No hay esperanzas de eso, preferiría tener la fortuna. ¿Quieres el dinero o no?
—Un trabajo imposible, casi una muerte segura, terribles probabilidades, pero si
lo logramos… —Hizo una pausa con los dedos en los botones de su abrigo, la mirada
distante, casi soñadora. Era extraño escuchar tanta emoción en su voz rasposa.
Le sonrío, una sonrisa súbita y discordante como un trueno, sus ojos del color
casi negro del café amargo.
—¿Por cuánto tiempo nos iremos? —preguntó ella, atreviéndose a lanzarle una
mirada a través de la puerta abierta. Era musculoso, tenía cicatrices, pero solo dos
tatuajes: el cuervo y la copa de los Indeseables en su antebrazo, y sobre eso, una R negra
en el bíceps. Nunca le había preguntado qué significaba.
Leigh Bardugo The Dregs
Fueron sus manos las que atrajeron su atención mientras se sacaba los guantes
de cuero y metía un paño en el lavabo. Solo se los quitaba en estas recámaras, y por lo
que ella sabía, solo frente a ella. Cual fuera la aflicción que podía estar ocultando, no
podía ver señal, solo los dedos delgados para abrir cerraduras, y una pequeña cadena de
tejido cicatrizado de alguna pelea callejera hacía mucho tiempo.
—Unas semanas, tal vez un mes —le dijo mientras se pasaba el paño bajo los
brazos y sobre los planos duros de su pecho, con el agua corriendo por su torso.
Por todos los Santos, pensó Inej cuando se le calentaron las mejillas. Había perdido
gran parte de su modestia durante su tiempo con la Colección, pero en serio, había
límites. ¿Qué diría Kaz si ella repentinamente se desvistiera y comenzara a lavarse frente
a él? Probablemente me diría que no goteara sobre el escritorio, pensó con el ceño fruncido.
—¿Un mes? —repitió—. ¿Estás seguro de que deberías irte con los Puntas Negras
tan encolerizados?
—Solo hazlo.
Inej cruzó los brazos. Un minuto la hacía sonrojar y al siguiente la hacía querer
cometer un asesinato.
—Cuando todos nos reunamos. —Se puso una camisa limpia, luego vaciló
mientras se ajustaba el cuello—. Esta no es una tarea, Inej, es un trabajo que puedes
aceptar o rechazar, como te parezca.
Se encendió una alarma en su interior. Se ponía en peligro todos los días en las
calles del Barril. Había asesinado por los Indeseables, robado, hundido a hombres malos
Leigh Bardugo The Dregs
y buenos, y Kaz nunca había sugerido que cualquiera de esas tareas fueran menos que
una orden que obedecer. Este era el precio que había aceptado cuando Per Haskell había
comprado su contrato y la había liberado de la Colección. Entonces, ¿qué tenía de
diferente este trabajo?
Kaz terminó con sus botones, se puso un chaleco color carbón y le lanzó algo.
Destelló en el aire, y ella lo atrapó con una mano. Cuando abrió el puño vio un alfiler
de corbata con un rubí enorme, rodeado de hojas doradas de laurel.
—Nuestro ahora.
—Alguien que debió haberlo pensado mejor antes de hacer que me atacaran.
—¿Atacaran?
—Me oíste.
—Por favor.
Kaz suspiró mientras se preparaba para tres dolorosos tramos de escalera. Miró
sobre su hombro y dijo:
—Que tengas un largo descenso —le dijo, luego saltó al pasamanos y se deslizó
de un tramo al siguiente, suave como la mantequilla en un sartén.
Leigh Bardugo The Dregs
K az siguió por la Duela Este al puerto, a través del comienzo del distrito
de apuestas del Barril. El Barril estaba limitado por dos canales
principales, la Duela Este y la Duela Oeste, cada uno atendía a una
clientela particular y estaban separados por un laberinto de callejuelas y canales
menores. Las construcciones del Barril eran distintas de cualquier otra en Ketterdam,
más grandes, más amplias, pintadas con colores chillones, reclamando la atención de
los transeúntes: el Cofre del Tesoro, la Curva de Oro, el Bote de Weddell. Los mejores
salones de juego estaban ubicados más al norte, en los terrenos supremos de la Tapa, la
parte del canal más cercana a los puertos, situada favorablemente para atraer a turistas
y marineros que llegaban al puerto.
Pero no el Club Cuervo, pensó Kaz al mirar la fachada negra y carmesí. Se había
necesitado mucho para atraer a turistas y mercaderes hambrientos de peligro tan al sur
para entretenerse. Ahora, casi iban a dar las cuatro campanadas de la hora, y la multitud
seguía siendo abundante a las afueras del club. Kaz miraba la marea de gente que
circulaba por las negras columnas del pórtico, bajo la atenta mirada del oxidado cuervo
plateado que extendía las alas sobre la entrada. Benditos pichones, pensó. Benditas sean
todas las amables y generosas personas dispuestas a vaciar sus billeteras en las arcas de los
Indeseables y llamarlo pasárselo bien.
—Ladrillo por ladrillo —murmuró para sí mismo. Eran las únicas palabras que
mantenían su ira bajo control, que le impedían atravesar a zancadas las chillonas puertas
doradas y verdes de la Esmeralda, exigiendo una audiencia privada con Rollins, para
cortarle la garganta. Ladrillo por ladrillo. Era la promesa que lo dejaba dormir por las
noches, que lo impulsaba día a día, que mantenía al fantasma de Jordie a raya. Porque
una muerte rápida era demasiado buena para Pekka Rollins.
Kaz observó entrar y salir la marea de clientes por las puertas de la Esmeralda y
alcanzó a ver a sus propios desviadores, hombres y mujeres que contrató para seducir a
los clientes de Pekka hacia el sur con la perspectiva de mejores tratos, mayores ganancias
y chicas más bonitas.
—¿De dónde vienes, luciendo tan sofocado? —le dijo uno al otro, hablando
mucho más fuerte de lo necesario.
—Acabo de volver del Club Cuervo. Le saqué cien kruge a la casa en solo dos
horas.
—¡No me digas!
—¡Así es! Sólo vine a la Duela para tomar una cerveza y encontrar a un amigo.
¿Por qué no nos acompañas y vamos todos juntos?
Leigh Bardugo The Dregs
Y caminaron juntos riéndose, dejando a todos los clientes que los rodeaban
preguntándose si tal vez deberían ir solo unos pocos puentes más allá en el canal y ver
si las probabilidades eran más amables ahí; la sirviente de Kaz, la codicia, los guiaba al
sur como un flautista con flauta en mano.
A pesar de las mentiras que había extendido y las afirmaciones que había hecho
a Geels esa noche, Kaz no era un bastardo. Ni siquiera era de Ketterdam. Él tenía nueve
y Jordie trece cuando llegaron por primera vez a la ciudad, un cheque de la venta de la
granja de su padre cosido con seguridad en el bolsillo interior del viejo abrigo de Jordie.
Kaz podía verse como era entonces, caminando por la Duela con ojos deslumbrados, su
mano metida en la de Jordie para no ser arrastrado lejos por la multitud. Odiaba a los
niños que habían sido, dos pichones estúpidos esperando ser desplumados. Pero esos
niños se habían ido hacía tiempo, y solo quedaba por castigar a Pekka Rollins.
Un día Rollins vendría a Kaz de rodillas, rogando por ayuda. Si Kaz conseguía
hacer este trabajo para Van Eck, ese día llegaría mucho más pronto de lo que jamás
había esperado. Ladrillo por ladrillo, te destruiré.
Se volvió a un pasaje que bordeaba uno de los canales más pequeños. A los
turistas y los mercaderes les gustaba mantener las calles bien iluminadas, por lo que el
tráfico aquí era más escaso y tardó menos tiempo. Pronto, las luces y la música de la
Duela Oeste aparecieron a la vista, el canal lleno de hombres y mujeres de todas clases
y países buscando diversión.
La música flotaba fuera de los salones donde las puertas se abrían violentamente,
y hombres y mujeres descansaban en sofás que eran un poco más que retazos de seda y
adornos llamativos. Acróbatas colgaban de cuerdas sobre el canal, ágiles cuerpos
vestidos con nada más que brillo, mientras que los artistas de la calle tocaban sus
violines, con la esperanza de conseguir una o dos monedas de los transeúntes. Los
vendedores ambulantes gritaban a las elegantes gondelas privadas de los mercaderes ricos
en el canal y a las planchas de desembarco que traían a turistas y marineros desde la
Tapa.
Muchos turistas nunca entraban a los burdeles de la Duela Oeste. Solo venían a
ver a la multitud, que era un espectáculo en sí misma. Muchas personas elegían visitar
esta parte del Barril disfrazadas; con velos, máscaras o capas, con nada más que el brillo
de sus ojos visible. Compraban sus disfraces en una de las tiendas especializadas fuera
de los canales, y a veces desaparecían de sus compañeros por un día o una semana, o el
tiempo que sus fondos resistieran. Se vestían como el señor Carmesí o como la Novia
Perdida o usaban la grotesca máscara de ojos saltones del Loco… todos los personajes
de la Komedie Brute. Y luego estaban los Chacales, un grupo de hombres y niños
escandalosos que brincaban por el Barril con máscaras lacadas rojas de “adivinos” suli.
Kaz recordaba cuando Inej había visto por primera vez la máscara del chacal en
un escaparate. No había sido capaz de ocultar su desprecio. —Los verdaderos adivinos
sulíes son raros. Son hombres y mujeres santos. Esas máscaras que se pasan por ahí
como recuerdos de fiesta son símbolos sagrados.
—He visto adivinos sulíes ejercer su oficio en caravanas y barcos de recreo, Inej.
No parecían muy santos.
Ella agitó su mano con disgusto. —Shevrati —dijo ella —. Que no saben nada. Se
ríen de ustedes detrás de esas máscaras.
—No de mí, Inej. Nunca me he desprendido de una moneda buena para que
alguien me dijera mi futuro… ni un fraude ni un hombre santo.
Kaz se abrió paso a través de la multitud, una sombra en una explosión de color.
Cada una de las principales casas de placer tenía una especialidad, algunas más evidentes
que otras. Pasó el Lirio Azul, el Gato Arqueado, hombres barbudos miraban con el ceño
fruncido desde las ventanas de la Forja, la Oscura, la Vara de Sauce, las rubias ingenuas
de la Casa de Nieve y, por supuesto, la Colección, también conocida como la Casa de
Exóticas, donde Inej había sido obligada a ponerse falsas sedas de suli. Vio a Tante
Heleen con sus plumas de pavorreal y su famosa gargantilla de diamantes siendo el
centro de atención en el salón dorado. Ella manejaba la Colección, conseguía las chicas
y se aseguraba de que se comportaran. Cuando vio a Kaz, sus labios se adelgazaron en
una línea agria y levantó su vaso, el gesto fue más amenazante que un brindis. Él la
ignoró y siguió adelante.
El salón estaba aún más impregnado con el aroma. Enormes jarrones de alabastro
desbordados con más rosas blancas, y hombres y mujeres —algunos enmascarados o
con velo, algunos a rostro descubierto— esperaban en sofás marfileños, bebiendo vino
casi incoloro y mordisqueando pasteles de vainilla empapados en licor de almendras.
Kaz pasó los dedos a lo largo de los paneles detrás del rosal y presionó el pulgar
en una muesca en la pared. Se abrió y él subió por una escalera de caracol que solo era
utilizada por el personal.
Cuando Kaz le había preguntado el por qué a Nina, ella simplemente dijo: —No
quiero que nadie se haga ideas.
Nina agitó las pestañas. —¿Qué sabes tú de eso, Kaz? Quítate esos guantes, y
veremos qué ideas nos vienen a la mente.
Kaz había mantenido sus fríos ojos sobre ella hasta que bajó la mirada. No estaba
interesado en coquetear con Nina Zenik y sabía que ella no estaba ni remotamente
interesada en él. A Nina simplemente le gustaba coquetear con todo. En una ocasión la
había visto hacerle ojitos a un par de zapatos que vio en un escaparate.
Nina y el hombre calvo se quedaron ahí, sin hablar, mientras los minutos pasaban
y luego el reloj dio la hora, él se levantó y le besó la mano.
El hombre calvo besó su mano nuevamente, con lágrimas en los ojos. —Gracias.
Tan pronto como el cliente llegó al final del pasillo, Kaz salió de la habitación y
golpeó la puerta de Nina.
—Santos, odio estas cosas —dijo, pateando la kefta y sacando una bata raída del
cajón.
—No está bien hecha. Y pica. —La kefta era de manufactura kerch, no ravkana…
un disfraz, no un uniforme. Kaz sabía que Nina nunca la usaba en las calles;
sencillamente era demasiado arriesgado para una Grisha. Su pertenencia a los
Indeseables significaba que cualquier persona que actuara en su contra, corría el riesgo
de represalias por parte de la pandilla, pero la venganza no le importaría mucho a Nina
si estaba en un barco de esclavos rumbo quién sabe a dónde.
Nina se echó sobre una silla junto a la mesa y se retorció los pies para sacarlos de
las zapatillas enjoyadas, luego clavó los dedos en la alfombra de felpa blanca. —Ahhh
—dijo con satisfacción —. Muchísimo mejor. —Se metió en la boca uno de los pasteles
del servicio de café y murmuró—: ¿Qué quieres, Kaz?
—Sí.
—Su esposa murió hace un mes, y su negocio ha sido un desastre desde entonces.
Ahora que te visita, ¿podemos esperar un repunte?
Leigh Bardugo The Dregs
—Excelente. —Kaz hizo una nota mental para comprar algunas de las acciones
desvalorizadas de la compañía de Van Aakster. Incluso si el cambio de humor del
hombre era el resultado del trabajo de Nina, el negocio recaudaría. Dudó y luego dijo—
: Lo haces sentir mejor, alivias su dolor y todo eso… pero, ¿podrías obligarlo a hacer
algo? ¿Tal vez olvidar a su esposa?
—La mente es solo otro órgano —dijo Kaz, citando a Van Eck.
—¿Lo enviaras a casa entonces? ¿Le aconsejarás que encuentre una nueva esposa
y que deje de ensombrecer tu puerta?
Se pasó un cepillo por su pelo castaño claro y lo miró en el espejo. —¿Per Haskell
tiene planes de perdonar mi deuda?
—Ninguno en absoluto.
—Bueno, entonces Van Aakster puede vivir el duelo como quiera. Tengo otro
cliente programado en media hora, Kaz. ¿Qué asunto?
Sin invitación, Kaz se sentó en el sofá de felpa y extendió la pierna mala. —La
jurda parem es real, Nina, y si aún eres la pequeña y buena soldado Grisha que creo que
eres, querrás saber lo que le hace a las personas como tú.
Hizo girar la masa de oro sobre sus manos, luego se envolvió la bata más
apretadamente a su alrededor y se acurrucó en el extremo del sofá. De nuevo, Kaz se
maravilló con su transformación. En esas habitaciones, ella hacia el papel que sus
clientes querían ver: la poderosa Grisha, serena en su conocimiento. Pero sentada ahí
con el ceño fruncido y los pies metidos debajo del cuerpo, se veía como lo que realmente
era: un chica de diecisiete años, criada bajo la lujosa protección del Pequeño Palacio,
lejos de casa y que apenas salía adelante día a día.
Kaz habló. Se guardó los detalles de la propuesta de Van Eck, pero le contó acerca
de Bo Yul-Bayur, la jurda parem, y las propiedades adictivas de la droga, haciendo
especial énfasis en el reciente robo de documentos militares ravkanos.
Siempre se trataba de dinero. Pero Kaz sabía que era necesario otro tipo de
presión. Nina amaba a su país y a su gente. Aún creía en el futuro de Ravka y en el
Segundo Ejército, la élite militar Grisha que casi había sido destruida en la guerra civil.
Los amigos de Nina en Ravka creían que ella estaba muerta, víctima de los fjerdanos
cazadores de brujos, y por ahora, ella quería que siguiera así. Pero Kaz sabía que
esperaba regresar algún día.
—Dondequiera que se esté escondiendo, una vez que lo encuentres, dejarlo vivir
sería la irresponsabilidad más grande. Mi respuesta es no.
Leigh Bardugo The Dregs
—La Corte de Hielo —repitió Nina, y Kaz supo que estaba empezando a juntar
las piezas—. No solo necesitas un Corporalnik, ¿cierto?
—No. Necesito a alguien que conozca la Corte por dentro y por fuera.
Ella se puso de pie y empezó a pasearse, las manos en las caderas, la bata
agitándose. —Eres un pequeño granuja, ¿Lo sabías? ¿Cuántas veces he ido a ti, rogando
que ayudes a Matthias? Y ahora que quieres algo…
—¿Sabes cuántos favores habría tenido que pedir? ¿Cuántos sobornos habría
tenido que pagar para sacar a Matthias Helvar de prisión? El precio era demasiado alto.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Y ahora? —se recompuso, con los ojos todavía ardientes de ira.
—Eso…
Nina se apretó los dedos contra las sienes. —Incluso si pudieras llegar a él,
Matthias nunca estaría de acuerdo en ayudarte.
—No lo conoces.
—Puede que eso haya sido así alguna vez, Nina, pero ha sido un año largo.
Helvar ha cambiado mucho.
—¿Lo has visto? —Sus ojos verdes estaban muy abiertos, ansiosos. Ahí, pensó
Kaz, el Barril no te ha quitado la esperanza todavía.
—Lo he visto.
Nina tomó una sonora y profunda respiración. —Él quiere su venganza, Kaz.
La niebla descansaba sobre el agua, fría, húmeda y en volutas. Traía el olor del
alquitrán y la maquinaria de los astilleros en Imperjum, y algo más, el hedor dulce de
los cuerpos quemados en la Barcaza de la Parca, donde Ketterdam se deshacía de los
cuerpos de los muertos que no pudieron pagar un entierro en los cementerios fuera de la
ciudad. Asqueroso, pensó Nina, se apretó más la capa alrededor. El por qué alguien
querría vivir en una ciudad como esta sobrepasaba su entendimiento.
Evitaba el Tablón y el Club Cuervo tanto como le era posible. Kaz la llamaba
esnob por ello, pero le importaba muy poco lo que Kaz Brekker tuviera que decir acerca
de sus gustos. Miró los enormes hombros de Muzzen. Se preguntó si Kaz solo lo había
traído para remar, o porque esperaba problemas esta noche.
Leigh Bardugo The Dregs
Por supuesto que habrá problemas. Iban a irrumpir en una prisión. No iba a ser una
fiesta. Así que ¿por qué estamos vestidos para una?
Él tenía puesta una gran capa naranja, con la máscara del Loco en lo alto de la
cabeza; Muzzen usaba lo mismo. Todo lo que necesitaban era un escenario, y podrían
llevar a cabo una de esas pequeñas escenas salvajes oscuras de la Komedie Brute que los
kerch parecían encontrar tan divertida.
Kaz se había negado a contarle los detalles de su plan, y cuando ella insistió, él
simplemente dijo: «Entra al bote.» Eso era totalmente Kaz. Él sabía que no tenía que
decirle nada, porque la esperanza de liberar a Matthias ya había anulado cada trozo de
sentido común que tenía. Había tratado de convencer a Kaz de sacar a Matthias de la
cárcel durante la mayor parte del año. Ahora él podía ofrecer a Matthias más que la
libertad, pero el precio sería mucho más alto de lo que ella esperaba.
Solo unas pocas luces eran visibles al acercarse al banco de arena rocosa de
Terrenjel. El resto era oscuridad y olas rompientes.
—¿No podrías tan solo haber sobornado al guardia? —le murmuró a Kaz.
Cuando el casco del bote raspó la arena, dos hombres se adelantaron corriendo
para arrastrar el barco tierra adentro. Otros botes que había visto encallaron en tierra en
la misma ensenada, y fueron arrastrados a tierra por más hombres gruñendo y
maldiciendo.
Sus rasgos eran vagos a través de las gasas de sus velos, pero Nina vislumbró los
tatuajes en sus antebrazos: un gato salvaje curvado alrededor de una corona; el símbolo
de los Leones del Centavo.
—El dinero —dijo uno de ellos, mientras bajaban de la barca. Kaz entregó una
pila de kruge y una vez que lo contó, el León les hizo señas. Siguieron una hilera de
antorchas hasta un sendero irregular en el lado resguardado de la prisión. Nina echó la
cabeza hacia atrás para contemplar las altas torres negras de la fortaleza, conocida como
la Puerta del Infierno, un puño oscuro de piedra que sobresalía del mar. Lo había visto
de lejos antes, cuando le pagó a un pescador para que la llevara a la isla. Pero cuando le
pidió que la acercara más, se negó. «Los tiburones son salvajes allí», reclamó. «Vientres
llenos de sangre de convicto.» Nina se estremeció ante el recuerdo.
Una puerta se había entreabierto, y otro miembro de los Leones llevo a Nina y
los otros al interior. Entraron a un lugar oscuro, a una cocina sorprendentemente limpia,
sus paredes llenas de enormes contenedores, que parecían más adecuados para la ropa
que para cocinar. La habitación olía extraño, como a vinagre y salvia. Igual que la cocina
de un merca, pensó Nina. Los kerch creían que el trabajo era análogo a la oración.
Quizá las esposas de los mercaderes venían a fregar los pisos, las paredes y las
ventanas, para honrar a Ghezen, el dios de la Industria y el Comercio, con agua, jabón
y el roce de sus manos. Nina resistió el impulso de vomitar. Podrían fregar todo lo que
quisieran, pero debajo de ese olor sano estaba el hedor indeleble de moho, orina y
cuerpos sin lavar. Haría falta un verdadero milagro para quitar el olor.
Pasaron por un vestíbulo de entrada húmedo, y pensó que se dirigían hacia las
celdas, pero en cambio, pasaron a través de otra puerta y hacia un alto camino de piedra
que conectaba la prisión principal con lo que parecía otra torre.
Leigh Bardugo The Dregs
—Inej —dijo en un suspiro vacilante. La chica suli llevaba cuernos y una túnica
de cuello alto, del Diablillo Gris, pero Nina la reconoció de todos modos. Nadie más se
movía así, como si el mundo fuera humo y ella estuviera traspasándolo.
—Una vez a la semana lo hacen —dijo Inej, sus pequeños cuernos flotaban sobre
su cabeza.
Nina se tragó su ira. Tenía que confiar en Kaz para ejecutar el plan. Él se había
asegurado que ella no tuviera otra opción.
Se movieron en una espiral que descendía, hacia las entrañas de la roca. Nina se
aferró a la pared. No había barandilla, y aunque no podía ver la parte inferior, no dudaba
que la caída la matara. No bajaron mucho, pero para cuando llegaron a su destino,
estaba temblando, con los músculos tensos, menos por el esfuerzo que por saber que
Matthias estaba en algún lugar de este horrible lugar. Él está aquí. Bajo este mismo techo.
Miró entre los barrotes de una celda vacía. Había grilletes en la pared, manchados
con óxido o lo que podría haber sido sangre.
A través de las paredes, un sonido llegó a oídos de Nina, una pulsación constante.
Al principio pensó que era el océano, pero luego se dio cuenta de que era una canción.
Salieron a un túnel curvo. A su derecha estaban las celdas más antiguas, pero se vertía
luz en el túnel desde unos arcos escalonados a la izquierda, y a través de ellos vislumbró
una multitud rugiente y ruidosa.
El León del Centavo les llevó alrededor del túnel a la tercera bóveda, donde
estaba apostado un guardia de la prisión, vestido con un uniforme azul y gris, con un
rifle colgado a la espalda.
—Cuatro más para usted —le gritó el León del Centavo por encima de la
multitud. Luego se volvió hacia Kaz—. Si necesita salir, dígale al guardia para que llame
una escolta. Nadie va vagando por ahí sin un guía, ¿entendido?
Leigh Bardugo The Dregs
—Por supuesto, por supuesto, no me atrevería a ello —dijo Kaz desde detrás de
su ridícula máscara.
—Diviértanse —dijo el León del Centavo con una sonrisa fea. El guardia de la
prisión les hizo señas para que entraran.
Nina dio un paso bajo el arco y sintió como si hubiera caído en una extraña
pesadilla. Estaban sobre una saliente de piedra, mirando hacia abajo a una habitación
poco profunda, un anfiteatro construido toscamente. La torre había sido transformada
para crear una arena. Solamente las paredes negras de la antigua prisión se mantuvieron,
el techo desde hace mucho tiempo había caído o tal vez fue destruido para que el cielo
de la noche se viera en lo alto, denso, con nubes y sin estrellas. Era como estar en el
tronco ahuecado de un árbol enorme, algo que murió hace mucho tiempo, y que aullaba
de ecos.
Enfrente de la oscura boca de una cueva había un hombre flaco y barbudo con
grilletes, de pie al lado de una rueda de madera grande marcada con lo que parecían
dibujos de animalitos. Era evidente que una vez había sido fuerte, pero ahora su piel
colgaba en pliegues sueltos y sus músculos estaban hundidos. Un hombre más joven
estaba parado junto a él, con una repugnante capa hecha de piel de león, con el rostro
enmarcado por la boca del gran gato. Habían fijado una corona de oro chillón entre las
orejas del león, y sus ojos habían sido sustituidos por monedas de diez centavos de plata
brillante.
Nina nunca había visto una criatura como la que salió a la vista desde el túnel.
Era una especie de reptil, su grueso cuerpo estaba cubierto de escamas color gris-
verdoso, con la cabeza ancha y plana, y los ojos amarillos entrecerrados. Se movía lenta,
sinuosamente, su cuerpo se deslizaba perezosamente sobre el suelo. Había una costra
blanca alrededor de la amplia media luna de su boca, y cuando abrió la mandíbula para
rugir de nuevo, un líquido blanco formó una espuma que goteó de sus dientes
puntiagudos.
El prisionero se lanzó hacia adelante con el cuchillo. El gran lagarto se movió tan
rápidamente que Nina apenas pudo seguirlo. En un momento el prisionero se dirigía
hacia él; y al siguiente, el lagarto estaba al otro lado de la arena. Unos segundos más
tarde, se había estrellado contra el preso, fijándolo en el suelo mientras gritaba, con el
veneno goteándole sobre el rostro, dejando rastros de humo donde sea que tocaba la
piel. La criatura dejó caer su peso sobre el prisionero con un crujido repugnante y se
dedicó lentamente a mascarle el hombro mientras el hombre yacía allí chillando.
Leigh Bardugo The Dregs
Nina clavó las uñas en sus palmas. Ese tono condescendiente con que le habló
Kaz le dio ganas de abofetearlo.
Conocía bien el nombre Pekka Rollins. Era el rey actual del Barril, el dueño de
no uno, sino dos palacios de juego —uno lujoso, y el otro menos lujoso para satisfacer
las necesidades de los marineros, y así poder llenarse los bolsillos— y varios burdeles de
la gama más alta. Cuando Nina había llegado a Ketterdam un año antes, no tenía
amigos, dinero, y estaba lejos de casa. Se había pasado la primera semana en el tribunal
de justicia de Kerch, en donde se ocupaban de los cargos contra Matthias. Pero una vez
que terminó de testificar, la arrojaron sin contemplaciones al Primer Puerto con el dinero
justo para reservar un pasaje de vuelta a Ravka. A pesar de lo desesperada que estaba
por regresar a su país, también sabía que no podía dejar a Matthias languidecer en la
Puerta del Infierno. No tenía ni idea de qué hacer, pero el rumor de una nueva Grisha
Corporalnik en Ketterdam ya circulaba por la ciudad. Los hombres de Pekka Rollins la
esperaban en el puerto con la promesa de seguridad y un lugar para quedarse.
Nina nunca pudo imaginar cómo Inej logró escalar seis pisos de piedra,
resbalosas por la lluvia, en mitad de la noche, pero los términos de los Indeseables eran
mucho más favorables que los ofrecidos por Pekka y los Leones del Centavo. Era un
contrato vinculante que podría liquidar en un año o dos si era inteligente con su dinero.
Y Kaz había enviado a la persona adecuada para argumentar su caso… una chica suli
solamente unos meses más joven que Nina, que había crecido en Ravka y pasado un
año muy feo contratada en la Colección.
—¿Qué puedes decirme de Per Haskell? —le preguntó Nina esa noche.
—No mucho —admitió Inej—. Él no es mejor ni peor que la mayoría de los jefes
en el Barril.
—No hay libertad en el Barril, solo mejores acuerdos. Las chicas de Tante Heleen
nunca terminan de pagar sus contratos vinculantes. Ella se asegura de que no lo hagan.
Ella… —Inej se interrumpió en ese momento, y Nina pudo percibir la ferviente ira que
la recorría—. Kaz convenció a Per Haskell de pagar mi contrato. Habría muerto en la
Colección.
A la mañana siguiente, Inej había ayudado a Nina a salir furtivamente del Palacio
Esmeralda. Conoció a Kaz Brekker, y a pesar de sus frías maneras y esos extraños
guantes de cuero, accedió a unirse a los Indeseables y trabajar en la Rosa Blanca. Menos
Leigh Bardugo The Dregs
de dos días más tarde, una chica murió en la Tienda de Dulces, estrangulada en su cama
por un cliente vestido como señor Carmesí que nunca fue encontrado.
—Querían una pelea —dijo Kaz—. Esperaban que durara más tiempo.
—Esto es repugnante.
Nina miró a la gente gritando y abucheando, los voceros que caminaban por los
pasillos tomando las apuestas. Los prisioneros de la Puerta del Infierno podrían hacer
fila para luchar, pero Pekka Rollins era el que hacía verdadero dinero con esto.
—¿Eres consciente de que podría menear los dedos y hacer que te orines en los
pantalones?
—No empieces.
—Todo saldrá bien. Deja que Kaz haga lo que mejor sabe hacer.
—Es horrible.
—Pero efectivo. Estar enojada con Kaz por ser despiadado es como estar
enojado con un hornillo porque se calienta. Sabes lo que es.
Nina recordó la primera vez que había visto a Matthias en un bosque iluminado
por la luna kaelish. Su belleza le había parecido injusta. En otra vida, podría haber creído
que venía a rescatarla, un salvador que resplandecía con pelo dorado y ojos del azul
pálido de los glaciares del norte. Pero había conocido la verdad sobre él por el idioma
que hablaba, y por el disgusto en su rostro cada vez que sus ojos se posaban en ella.
Matthias Helvar era un drüskelle, uno de los fjerdanos cazadores de brujos, encargados
de dar caza a los Grisha para ser juzgados y ejecutados, aunque a ella le había recordado
siempre a un guerrero santo, iluminado en oro.
Ahora se veía como lo que realmente era: un asesino. Su torso desnudo parecía
cortado de acero, y aunque sabía que no era posible, parecía más grande, como si la
estructura misma de su cuerpo hubiera cambiado. Su piel había sido miel dorada; ahora
se veía áspera, su vientre pálido debajo de la mugre. Y su cabello… antes tenía un cabello
tan hermoso, grueso y dorado, lo llevaba largo a la usanza de los soldados fjerdanos.
Ahora, al igual que los otros prisioneros, su cabeza estaba afeitada, probablemente para
evitar los piojos. Quien fuera el guardia que lo había hecho, hizo un trabajo horrible.
Incluso desde esta distancia, pudo ver cortes y rasguños en el cuero cabelludo, y
pequeños mechones de pelusilla rubia en los lugares que la navaja se había desviado. Y,
sin embargo, todavía era hermoso.
Él fulminó a la multitud con la mirada y le dio a la rueda una vuelta dura, que
casi la sacó de su base.
Leigh Bardugo The Dregs
Tic tic tic tic. Serpientes. Tigre. Oso. Jabalí. La rueda giró alegremente, y luego
redujo la velocidad y finalmente se detuvo.
—Podría ser peor —dijo Muzzen—. Podría haber vuelto a aterrizar en el lagarto
del desierto.
Ella agarró el brazo de Kaz a través de su capa y sintió que sus músculos se
tensaban.
—Suéltame, Nina. —Su voz áspera fue baja, pero percibió una amenaza real en
ella.
—Si sobrevive, sacaré a Matthias Helvar de este lugar esta noche, pero esta parte
depende de él.
—Tú no lo entiendes.
El guardia abrió el cerrojo de los grilletes de Matthias, y tan pronto como las
cadenas cayeron en la arena, saltó a la escalera con el vocero, para que lo izaran a la
seguridad. La multitud gritó y pisoteó. Pero Matthias se quedó en silencio, inmóvil,
incluso cuando la puerta se abrió, incluso cuando los lobos salieron del túnel, tres lobos
gruñendo y chasqueando mandíbulas, encimándose unos sobre otros para conseguir
llegar a él.
los dos lobos que lo rodeaban. Cualquiera que hubiera sido la súplica, no la oyeron. El
lobo a su derecha se lanzó. Matthias se agachó y giró, clavando el cuchillo en el vientre
del lobo. El lobo dio un grito miserable, y Matthias pareció estremecerse ante el sonido.
Lo que le costó unos segundos preciosos. El tercer lobo estaba sobre él, y lo derribó a la
arena. Le hundió los dientes en el hombro. Él se dio la vuelta, llevando al lobo consigo.
Las mandíbulas del lobo chasquearon, y Matthias las atrapó. Las separó, con los
músculos de los brazos flexionados, el rostro severo. Nina cerró los ojos. Hubo un
crujido repugnante.
Las patas traseras del lobo escarbaron en la arena. Sus ojos muy abiertos, de un
blanco asustado que brillaba contra su pelaje enmarañado. Un quejido alto se elevó de
su pecho. Y luego se acabó. El cuerpo de la criatura se quedó inmóvil. Ambos peleadores
yacieron inmóviles en la arena. Matthias mantuvo los ojos cerrados, el rostro todavía
enterrado en la piel de la criatura.
Yo podría curarlo, pensó. Pero una voz más oscura se elevó dentro de ella, burlona.
Ni siquiera tú puedes ser tan tonta, Nina. Ningún Sanador puede curar a ese chico. Tú te aseguraste
de ello.
Pensó que se iba a salir de su propia piel mientras los minutos pasaban. Los otros
observaron la próxima pelea; Muzzen ávidamente, flexionando los dedos y especulando
sobre el resultado, Inej silenciosa y quieta como una estatua, Kaz inescrutable como
siempre, tramando detrás de esa máscara espantosa. Nina desaceleró su propia
Leigh Bardugo The Dregs
respiración, obligó a su pulso a bajar, tratando de calmarse, pero no pudo hacer nada
para silenciar el tumulto en su cabeza.
—¿Qué tanto? —Era un giro de frase del Barril. ¿Qué tan herido lo quieres?
Siguieron a Kaz al arco por el que habían entrado. El resto de la multitud no les
hizo mucho caso, los ojos se centraban en la próxima lucha.
—Tenía una pregunta —dijo Kaz. Por debajo de su capa, Nina levantó las manos,
sintiendo el flujo de sangre en las venas del guardia, el tejido de sus pulmones—. Acerca
de tu madre y si los rumores son ciertos.
Nina sintió el salto del pulso del guardia y suspiró. —Nunca puedes hacerlo
sencillo, ¿verdad, Kaz?
Muzzen lo agarró antes de que pudiera caerse, Inej lo tapó con la capa que Kaz
había estado usando sólo momentos antes. Nina se sorprendió solo ligeramente al ver
que Kaz llevaba debajo el uniforme de un guardia de la prisión.
—¿No podrías simplemente haber preguntado la hora o algo así? —dijo Nina—.
Y ¿de dónde sacaste ese uniforme?
Leigh Bardugo The Dregs
Inej deslizó la máscara del Loco sobre la cara del guardia, y Muzzen le echó el
brazo alrededor, sosteniéndolo como si el guardia hubiera bebido demasiado. Lo
depositaron en uno de los bancos contra la pared del fondo. Kaz tiró de las mangas de
su uniforme.
—Nina, a la gente le gusta ceder autoridad a los hombres en ropa bonita. Tengo
uniformes para la vigilancia, la policía del puerto, y los colores distintivos de cada
mansión merc en Geldstraat. Vámonos.
En lugar de dar marcha atrás por el camino por donde habían venido, se
movieron hacia la izquierda, alrededor de la antigua torre, la pared de la arena vibraba
con los gritos y pisotones. Los guardias apostados en la puerta de cada arcada apenas si
les dieron un vistazo, aunque algunos asintieron hacia Kaz, que caminaba rápido, con
el rostro enterrado en el cuello del uniforme.
Nina estaba tan absorta en sus pensamientos que casi se perdió cuando Kaz
levantó una mano para que caminaran más despacio. Habían girado en una curva entre
dos arcos, y estaban bajo un techo que proyectaba una sombra profunda. Frente a ellos,
un medik estaba saliendo de una celda acompañado por un par de guardias, uno de ellos
llevaba una linterna.
—Va a dormir toda la noche —dijo el medik—. Asegúrese de que beba algo en
la mañana y compruebe sus pupilas. Tuve que darle un poderoso somnífero.
La celda era oscura como boca de lobo. Un breve momento pasó, y el resplandor
verde frío de un recipiente luminoso parpadeó a la vida a su lado. Inej sostuvo la pequeña
esfera de cristal en lo alto. La sustancia en su interior se fabricaba a partir de huesos
secos y triturados de peces de mar luminosos. Eran comunes entre los delincuentes del
Barril que no querían quedar atrapados en un callejón oscuro, pero no podían molestarse
en llevar una linterna.
Por lo menos está limpia, pensó Nina, mientras sus ojos se acostumbraban a la
penumbra. Solitaria y fría como el hielo, pero no sucia. Vio un colchón hecho con mantas de
caballos y dos cubos colocados contra la pared, uno con un trapo ensangrentado
asomándose por encima del borde. Era por esto que los prisioneros de la Puerta del
Infierno se ofrecían a luchar: una celda privada, una manta, agua limpia, y un balde para
sus necesidades.
Nina se dirigió hacia él, pero Kaz la detuvo con una mano en el brazo.
Inej arrojó a Kaz el bastón con cabeza de cuervo que debía haber estado
escondiendo debajo de su traje de Diablillo Gris, y se arrodilló sobre el cuerpo de
Matthias con el recipiente luminoso en la mano.
Muzzen dio un paso adelante. Se quitó la capa, la camisa y la máscara del Loco.
Tenía la cabeza afeitada y llevaba los pantalones estándar de la prisión. Nina miró a
Matthias y luego de vuelta a Muzzen, comprendiendo lo que Kaz tenía en mente. Los
dos chicos eran de la misma altura y la misma complexión, pero ahí era donde
terminaban las similitudes.
—No está aquí por su brillante conversación —respondió Kaz—. Tendrás que
reproducir las mismas lesiones que Helvar. Inej, ¿cuál es el inventario?
—Nudillos magullados, diente astillado, dos costillas rotas —dijo Inej—. Tercera
y cuarta del lado izquierdo.
—Su izquierda.
—No confiaría en ti ni para que me ataras los zapatos sin robarme los cordones,
Kaz.
por igual. Mañana por la mañana, cuando sus guardias lo descubran cubierto de
pústulas, casi irreconocible, lo pondrán en cuarentena por un mes para ver si sobrevive
a la fiebre y para evitar el contagio. Mientras tanto, Matthias estará con nosotros. ¿Lo
captas?
—Sí, y hazlo rápidamente, Nina, porque en unos diez minutos las cosas se van a
poner muy agitadas por aquí.
—No importa lo que haga con él, no va a durar un mes. No le puedo dar una
fiebre permanente.
—Esto va a doler mucho, como si hubieras sido tú el que estuvo en la arena —le
advirtió.
—Puedo soportarlo.
Ella puso los ojos en blanco, y luego levantó las manos, para concentrarse. Con
un movimiento brusco de su mano derecha sobre la izquierda, rompió las costillas de
Muzzen.
—Eso es, buen chico —dijo Kaz—. Lo acepta como un campeón. Los nudillos
siguen, luego la cara.
Nina extendió las contusiones y cortes sobre los nudillos y los brazos de Muzzen,
igualando las heridas que le describía Inej.
Leigh Bardugo The Dregs
La carne hinchada de la cara de Muzzen tembló, y Nina pensó que podría estar
tratando de sonreír.
—¿Y si no coopera?
Nina asintió, e Inej tomó su lugar para vendar a Muzzen, para que se pareciera a
Matthias.
Nina se agachó junto a Matthias, mientras Kaz se acercaba a ella con el recipiente
luminoso. Incluso dormido, los rasgos de Matthias lucían preocupados, sus pálidas cejas
estaban fruncidas. Dejó que sus manos recorrieran la línea de su mandíbula magullada,
resistiendo la tentación de quedarse allí.
—No solo su rostro, Nina. Necesito que se mueva, sé que no es sencillo. Cúralo
rápido y solo lo suficiente para conseguir que camine por su cuenta. No lo quiero lo
suficientemente curado como para que nos moleste.
Nina bajó la manta y se puso a trabajar. Solo es otro cuerpo, se dijo. Kaz siempre la
llamaba por la noche para que sanara a los miembros heridos de los Indeseables que no
quería llevar a ningún medik legítimo: chicas con heridas de puñal, chicos con las piernas
rotas o balas alojadas en el interior, víctimas de una pelea con la vigilancia u otra
pandilla. Finge que es Muzzen, se dijo. O Gran Bolliger o algún otro tonto. No conoces a este
chico. Y era cierto. El chico que conocía podría ser el cimiento, pero algo nuevo se había
construido encima.
Sintió un nudo en la garganta, y sintió arder las lágrimas, que amenazaban con
salir. Le dio un beso en la sien. Sabía que Kaz y los demás estaban viendo y que estaba
haciendo el ridículo, pero después de tanto tiempo finalmente estaba aquí, delante de
ella, y muy quebrado. —Matthias —repitió.
—¿Nina? —Su voz era áspera, pero tan hermosa como recordaba.
—Nina —dijo en voz baja. Sus nudillos le rozaron la mejilla; su mano áspera se
ahueco en su rostro tentativamente, con incredulidad—. ¿Nina?
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. —Shhhh, Matthias. Estamos aquí para
sacarte.
Antes de que pudiera parpadear, él la tenía sujeta por los hombros y la había
clavado en el suelo.
—Nina —gruñó.
Parte 2
Sirviente y Ventaja
Leigh Bardugo The Dregs
—Matthias —susurraba, su nombre tan suave en sus labios. Esos eran los peores
sueños y cuando despertaba, se odiaba a sí mismo casi tanto como la odiaba a ella, saber
que podía traicionarse a sí mismo, traicionar a su país otra vez incluso en sueños, saber
que después de todo lo que ella había hecho, una parte enferma de él todavía se sentía
hambriento de ella… era demasiado.
Esta noche era un mal sueño, muy malo, ella vestía una seda azul, ropa mucho
más lujosa que cualquier cosa que jamás la hubiera visto usar, una especie de velo de
gasa estaba enredado en su cabello, la luz de la lámpara se reflejaba en ella como lluvia
Leigh Bardugo The Dregs
atrapada. Djel, ella olía bien, el aroma a humedad todavía estaba allí, pero el perfume
también. Nina amaba el lujo y este era costoso… rosas y algo más, algo que su nariz de
indigente no podía reconocer. Ella le presionó los suaves labios en la sien y podría jurar
que estaba llorando.
—Matthias
Entonces despertó, y supo que estaba loco, porque ella estaba aquí, en su celda,
arrodillada a su lado, su mano descansaba gentilmente sobre su pecho. —Matthias, por
favor.
El sonido de su voz era suplicante, había soñado con esto, algunas veces ella
suplicaba clemencia, algunas veces eran otras cosas.
Extendió la mano y tocó su cara, tenía la piel muy suave; una vez se burló de ella
por eso. Los soldados reales no tenían piel como esa, le dijo; mimada, consentida. Se
había burlado de la exuberancia de su cuerpo, avergonzado de su propia respuesta a ella.
Acunó la curva caliente de su mejilla, sintió el suave roce de su cabello, tan adorable,
tan real, no era justo.
Estaba despierto.
—¿Nina?
Tenía lágrimas en sus bellos ojos verdes. La ira lo recorrió, ella no tenía derecho
a llorar, no tenía derecho a la lástima.
Leigh Bardugo The Dregs
¿Qué juego era este? ¿Qué nueva crueldad?, apenas había aprendido a sobrevivir
en este lugar monstruoso y ahora ella venía a hacerle una nueva tortura.
Se lanzó al frente, la derribó al suelo, con las manos sujetas firmemente alrededor
de su garganta, a horcajadas sobre ella para que sus rodillas mantuvieran sus brazos en
el suelo; sabía condenadamente bien que Nina con las manos libres era mortal.
—Nina —dijo entre dientes, ella arañó sus manos—. Bruja —siseó, inclinándose
sobre ella, la vio abrir mucho los ojos, el rostro se le enrojeció—. Ruégame —le dijo—.
Ruégame por tu vida.
Escuchó un clic y una voz grave dijo: —Aparta las manos de ella, Helvar.
Traidora, bruja, abominación, todas esas palabras vinieron a él, pero otras lo
abarrotaron también: hermosa, encantadora. Röed fetla la llamaba, pajarito rojo, por el
color de su orden Grisha. El color que ella amaba. Apretó con más fuerza, silenciando
esa cepa de debilidad en su interior.
—Si realmente has perdido la cabeza esto va a ser mucho más difícil de lo que
pensaba —dijo esa voz rasposa.
Escuchó un silbido, como algo moviéndose a través del aire y luego un dolor
desgarrador atravesó su hombro izquierdo, se sentía como si lo hubiera golpeado un
puño pequeño, pero todo su brazo se entumeció. Gruñó mientras caía hacia adelante,
una mano sujeta todavía a la garganta de Nina. Habría caído directamente sobre ella,
pero lo jalaron hacia atrás por el cuello de la camisa.
Un chico que vestía el uniforme de los guardias se puso delante de él, tenía ojos
oscuros relucientes, una pistola en una mano y un bastón en la otra, el mango del bastón
estaba tallado para asemejar la cabeza de un cuervo con un pico cruelmente puntiagudo.
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—Van a estar demasiado ocupados para revisar —dijo el chico extraño y pálido,
luego los gritos comenzaron.
—Abriste las jaulas —la voz de Nina temblaba de incredulidad, aunque con ella
no se sabía que era real o actuación. Matthias se rehusó a mirar en su dirección, si lo
hacía, podría perder todo el sentido de la realidad, apenas soportaba las cosas como
estaban.
—Se suponía que Jesper esperaría hasta las tres campanadas —dijo el chico
pálido.
—Son las tres campanadas, Kaz —replicó una chica pequeña en la esquina, con
cabello oscuro y piel bronce oscuro de suli, una figura cubierta de ronchas y vendajes
estaba apoyada contra ella.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Desde cuándo Jesper es puntual? —se quejó el chico con una mirada a su
reloj—. Levántate, Helvar.
Le ofreció una mano enguantada, Matthias la miró, Esto es un sueño, el sueño más
extraño que jamás haya tenido, pero definitivamente un sueño, o tal vez matar a los lobos
finalmente lo había vuelto verdaderamente loco, había matado a familiares esta noche,
las oraciones susurradas para sus almas salvajes no iban a hacer que estuviera bien.
Miró hacia arriba, al pálido demonio con sus manos enguantadas en negro, Kaz
lo había llamado ella, ¿Sacaría a Matthias de esta pesadilla o simplemente lo arrastraría
a otra clase de infierno? Elige, Helvar.
Matthias estrechó la mano del chico, si esto era real y no una ilusión, escaparía a
cualquier trampa que estas criaturas hubieran dispuesto para él. Escuchó a Nina soltar
un largo suspiro… ¿Estaba aliviada? ¿Exasperada? Sacudió la cabeza, iba a ocuparse de
ella más tarde, la pequeña chica bronce puso una capa sobre los hombros de Matthias y
le acomodó una fea y puntiaguda máscara con pico en la cabeza.
Kaz señaló hacia el lejano arco a la derecha, indicando que deberían moverse en
contra del flujo de la multitud y hacia la arena. A Matthias no le importaba, en su lugar
podría zambullirse entre la multitud, abrirse camino hacia las escaleras y subir a un bote.
¿Y luego qué? Eso no importaba, no había tiempo para planear.
Entró en la multitud y fue inmediatamente halado hacia atrás. —Los chicos como
tú no deben tener ideas, Helvar —dijo Kaz—. La escalera lleva a un cuello de botella,
¿crees que los guardias no van a revisar debajo de esa mascara antes de dejarte pasar?
Matthias frunció el ceño y siguió a los otros a través de la multitud, con la mano
de Kaz en la espalda.
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Si el pasillo era un caos, entonces la arena era un tipo especial de locura, Matthias
vislumbró hienas saltando sobre las plataformas, una estaba alimentándose de un cuerpo
con una capa color carmesí, un elefante cargaba contra un muro del estadio, levantando
una nube de polvo y barritando de frustración. Vio un oso blanco y uno de los grandes
gatos de la jungla de las colonias del sur agazapados en el alero, sus dientes al
descubierto, sabía que también había serpientes en las jaulas, solamente esperaba que el
tal Jesper no hubiera sido lo suficientemente idiota como para liberarlas también.
Atravesaron las arenas en las cuales Matthias había peleado por privilegios los
últimos seis meses, pero cuando se acercaron al túnel, el lagarto del desierto vino
violentamente hacia ellos, su boca chorreaba veneno blanco espumoso, su gorda cola
azotaba contra el suelo. Antes de que Matthias pudiera pensar en moverse, la chica
bronce había saltado sobre la espalda del lagarto y despachado a la criatura con dos
dagas brillantes encajadas debajo de la armadura de sus escamas. El lagarto gimió y cayó
de costado. Matthias sintió un golpe de tristeza, era una criatura grotesca y él nunca
había visto a un peleador sobrevivir su ataque, pero era también una cosa viva. Nunca
has visto un peleador sobrevivir hasta ahora, se corrigió a sí mismo, las dagas de la chica bronce
merecen atención.
Asumió que habían cruzado la arena y se dirigían hacia las gradas para evitar las
multitudes que obstruían el pasadizo, posiblemente sólo para asaltar las escaleras con la
esperanza de sobrepasar a los guardias que debían estar esperando en la parte superior;
en cambio Kaz los dirigió por el túnel, más allá de las jaulas. Las jaulas eran viejas celdas
que se cedieron a cualquier bestia sobre la que los amos del Espectáculo Infernal se
hubieran apoderado esa semana: viejos animales de circo, incluso el ganado enfermo en
caso de un apuro, criaturas sacadas del campo y de bosques. Mientras corrían más allá
de las puertas abiertas, vislumbró un par de ojos amarillos mirándolo desde las sombras,
y después se siguió moviendo. Maldijo su brazo inútil y falta de armas, estaba
virtualmente indefenso. ¿Hacia dónde nos está dirigiendo Kaz? Pasaron un jabalí
alimentándose de un guardia y un tigrillo que les siseó y escupió, pero no se acercó.
Después, a través del almizcle de los animales y el hedor de sus desechos, olió el
limpio olor del agua salada, escuchó el romper de las olas. Resbaló y descubrió que las
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rocas bajos sus pies estaban húmedas, estaba a más profundidad del túnel de lo que
jamás se le había permitido, debía conducir al mar. Lo que fuera que Nina y su gente
pretendieran, realmente lo estaban llevando fuera de las entrañas de la Puerta del
Infierno.
A la luz verde de los orbes llevados por Kaz y la chica bronce, vislumbró un
botecito amarrado enfrente, parecía que un guardia estaba sentado en él, pero éste
levanto una mano e hizo señas para que avanzaran.
—Lo hiciste antes, Jesper —dijo Kaz mientras codeaba a Matthias hacia el bote.
—Con muchísimo gusto, hermosa. ¿Ves, Kaz? Así es como lo hace la gente
civilizada.
Ella se alejó, como si hubiera sabido lo que iba a hacer, lánguidamente enganchó
el talón detrás de su tobillo.
Matthias dejó salir un fuerte gruñido mientras caía con fuerza contra las rocas.
—Matthias… —dijo Nina dando un paso adelante. Él se arrastró hacia atrás, casi
tirándose al agua. Si le ponía las manos encima otra vez, perdería la cabeza. Nina se
detuvo, el dolor en su rostro era inconfundible. Ella no tenía derecho.
Ella levantó las manos y Matthias sintió que los párpados le pesaban, mientras
ella lo arrastraba a la inconsciencia. —Matarte —murmuró.
—Duerme bien. —Su voz era un lobo, siguiendo sus pasos. Lo persiguió en la
oscuridad.
él cuándo se arrastró hacia la luz. Matthias podía percibirlo alrededor de él, sabía que
otros se burlaban de la superstición fjerdana, pero él confiaba en su instinto, o había
confiado, hasta Nina. Ese había sido uno de los peores efectos de su traición, la forma
en que se vio forzado a dudar de sí mismo, esa duda casi fue su perdición en la Puerta
del Infierno, donde el instinto lo era todo.
Mantuvo los ojos en Brekker. Era muy consciente de que Nina lo observaba desde
el otro lado de la habitación, todavía podía oler su perfume de rosas en la nariz, e incluso
en la boca, el fuerte aroma de flores descansaba contra su lengua como si la estuviera
probando.
Matthias había despertado inmovilizado y atado a una silla, en lo que lucía como
alguna clase de salón de juego. Nina debía haberlo sacado del estupor en el que lo había
inducido. Allí estaba ella, junto a la chica bronce; Jesper, el muchacho de miembros
largos del bote, sentado en una esquina, con las rodillas huesudas levantadas; y un chico
con rizos dorado rojizo garabateaba sin propósito en un trozo de papel, encima de una
mesa redonda hecha para jugar a las cartas, en ocasiones se mordisqueaba el pulgar. La
mesa estaba cubierta con una tela carmesí aterciopelada con un patrón repetido de
cuervos; y una rueda similar a la utilizada en la arena del Espectáculo Infernal, pero con
diferentes marcas, estaba contra una pared de lacado negro. Matthias tenía la sensación
de que alguien —probablemente Nina— había atendido la mayoría de sus heridas
mientras estaba inconsciente. El pensamiento lo enfermó, mejor el dolor limpio que la
corrupción Grisha.
Después Brekker había empezado a hablar… Sobre una droga llamada jurda
parem, sobre una recompensa imposiblemente alta y sobre la absurda idea de intentar
una incursión en la Corte de Hielo. Matthias no estaba seguro de qué podría ser verdad
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—Créeme cuando digo esto, Helvar: sé que ser noqueado y despertar en un lugar
desconocido no es la forma más amigable de comenzar una alianza, pero no nos diste
muchas opciones, así que trata de abrir tu mente a las posibilidades.
—Haz lo que quieras —dijo Matthias, él no iba a traicionar a su país otra vez.
—No finjas conocerme, bruja —gruñó, con los ojos fijos en Brekker, no la
miraría, se negaba a hacerlo.
—Anda, Helvar —dijo el demonio—, seguramente hay algo que quieras, la causa
es lo bastante recta para un fanático como tú. Fjerda podrá pensar que han atrapado un
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dragón por la cola, pero no serán capaces de detenerlo. En el momento que Bo Yul-
Bayur repliqué su proceso, la jurda parem entrará en el mercado y será solo cuestión de
tiempo antes de que otros aprendan a manufacturarla también.
—¿Cuáles personas?
Nina hizo una especie de resoplido exasperado, los otros solo parecían divertidos,
sonriendo al pobre, retrógrado fjerdano. Brum había advertido a Matthias que el mundo
estaba lleno de mentirosos, buscadores de placer, paganos infieles. Y parecía haber una
concentración de ellos en esta habitación.
—Estás siendo un poco corto de vistas respecto a esto, Helvar —dijo Brekker—.
Otro equipo puede llegar a Yul-Bayur primero, los shu, tal vez los ravkanos, todos con
sus propios planes. Las disputas fronterizas y viejas rivalidades no le importan a Kerch.
Todo lo que le importa al Consejo Mercante es el comercio, y quieren asegurarse de que
la jurda parem permanezca como un rumor y nada más.
la Puerta del Infierno con paz en el corazón, incluso si no tenía lengua. Se inclinó hacia
atrás tanto como pudo y centró toda su atención en Brekker—. Haré un trato contigo.
—Estoy escuchando.
—No iré contigo, pero te daré un plano con la distribución de la Corte, eso podría
como mínimo dejarte pasar el primer puesto de control.
—No quiero tu dinero, te daré los planos por nada. —Matthias se avergonzaba
de decir estas palabras, pero las dijo a pesar de todo—. Si me dejas matar a Nina Zenik.
La pequeña chica bronce hizo un sonido de disgusto, su desprecio por él era claro;
el chico en la mesa dejó de hacer garabatos y abrió mucho la boca. Kaz, sin embargo,
no parecía sorprendido, en todo caso, parecía complacido. Matthias tenía la sensación
incómoda de que el demonio había sabido exactamente cómo resultaría esto.
¿Qué podría ser mejor que la venganza? —No hay nada más que quiera.
—¿Eres un mago entonces? ¿Un duende wej que cumple deseos? Soy
supersticioso, no estúpido.
—Puedes ser las dos cosas, sabes, pero ese difícilmente es el punto. —Kaz deslizó
la mano en su abrigo oscuro—. Toma —dijo, y le dio un pedazo de papel a la chica
bronce, otro demonio, éste caminaba con pasos suaves, como si viniera de otro mundo
y nadie tuviera el sentido común de mandarla de vuelta. Le acercó el papel frente a la
cara para que lo leyera, el documento estaba escrito en kerch y fjerdano. No podía leer
kerch, apenas había aprendido el idioma en prisión, pero el fjerdano era lo
suficientemente claro y a medida que sus ojos se movían sobre la página, el corazón de
Matthias empezó a latir con rapidez.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Qué tan loco está? —preguntó Jesper, sus dedos tamborilearon en las
empuñaduras perladas de sus armas.
—No se puede confiar en ella, ¿sabes? —le dijo a Brekker—. Cualquier secreto
que esperes obtener de Bo Yul-Bayur, ella se lo contará a Ravka.
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Dos meses, Nina podría servir su tiempo y regresar a Ravka cuatro millones de
kruge más rica, sin dedicarle a él ningún otro pensamiento. Pero si este indulto era real,
entonces él también podría ir a casa.
Esto era algo diferente, si el demonio Brekker decía la verdad, Matthias podría ir
a casa. El anhelo se retorció en su pecho… escuchar hablar su idioma, ver a sus amigos
otra vez, saborear semla lleno con pasta de almendras dulces, sentir la mordida del viento
del norte mientras se acercaba rugiendo sobre el hielo. Regresar a casa y ser bienvenido
sin la carga del deshonor, con su nombre limpio, podría regresar a su vida como drϋskelle.
Y el precio era la traición.
¿Pero cómo podía el mercader del que Kaz hablaba entender verdaderamente las
costumbres fjerdanas? Si no hubo un juicio todavía, lo habría, y Matthias podía
fácilmente predecir el resultado, su gente nunca liberaría a un hombre con tan terrible
conocimiento.
Incluso si su presa ya era cenizas en una pira, Matthias tendría su libertad. Sin
embargo ¿a qué costo? Había cometido errores antes, había sido lo bastante tonto para
confiar en Nina. Había sido débil y cargaría con esa vergüenza por el resto de su vida,
pero había pagado por su estupidez con sangre y miseria y el hedor de la Puerta del
Infierno. Y sus crímenes habían sido cosas diminutas, las acciones de un niño ingenuo.
Esto era mucho peor, revelar los secretos de la Corte de Hielo, para ver su patria una vez
más, sabiendo que cada paso que daba hasta allá era un acto de traición… ¿podría hacer
algo semejante?
Brum se habría reído en sus caras, roto ese indulto en pedazos, pero Kaz Brekker
era inteligente, claramente tenía fuentes. ¿Qué tal si Matthias decía que no y en contra
de todos los pronósticos, Brekker y sus aliados aun así lograban entrar a la Corte de
Hielo y robaban el científico shu? o ¿Qué tal si Brekker estaba en lo correcto y otro país
lo conseguía primero? Parecía que la parem, era muy adictiva para ser útil a los Grisha,
pero ¿qué tal si la formula caía en manos de los ravkanos y ellos de alguna manera
conseguían adaptarla? ¿Para hacer a los Grisha ravkanos, su Segundo Ejército incluso
más fuerte? Si él era parte de esta misión, Matthias podría asegurarse de que Bo Yul-
Bayur nunca tomara ni una bocanada de aire fuera de los muros de la Corte de Hielo u
orquestaría algún tipo de accidente en el viaje de vuelta a Kerch.
Incluso las palabras fueron amargas en la boca de Matthias cuando dijo: —Lo
haré.
Brekker guiñó un ojo a Nina y Matthias quiso sacarle los dientes. Cuando le haya
dado a Nina su cuota de miseria, iré por ti. Había capturado brujos, ¿Qué tan diferente podría
ser matar a un demonio?
El chico levantó la vista, con los rizos dorado rojizo en los ojos, y habló por
primera vez. —Él no es mejor, es imprudente.
—Yo también.
—Por supuesto que es nuevo, luce como si apenas tuviera doce —replicó
Matthias.
Leigh Bardugo The Dregs
Por primera vez, Matthias realmente observó a las personas a su alrededor. ¿Qué
clase de equipo es este para una misión tan peligrosa? La traición no sería un problema si todos
estaban muertos, y solamente él sabía que tan traicionera podría resultar esta misión.
—No pregunté —dijo Kaz—, además, Wylan no solo es bueno con el pedernal y
el estruendo, él es nuestro seguro.
—Conozcan a Wylan Van Eck —dijo Kaz Brekker, mientras las mejillas del
chico se ponían rojas—. El hijo de Jan Van Eck, y nuestra garantía de treinta millones
de kruge.
Leigh Bardugo The Dregs
J esper miró fijamente a Wylan. —Claro que eres hijo de un concejal. —Estalló
de risa—. Eso explica todo.
Sabía que debería estar enojado con Kaz por esconder otra pieza vital de información,
pero en ese momento sólo disfrutaba ver que la pequeña revelación de la identidad de
Wylan Van Eck iba a toda velocidad por la habitación, como si fuera un potro indomable
levantando polvo.
Wylan tenía la cara roja y estaba mortificado. Nina parecía asombrada e irritada.
El fjerdano sólo parecía confuso. Kaz parecía completamente complacido consigo
mismo. Y, claro, Inej no parecía ni remotamente sorprendida. Ella reunía los secretos
de Kaz y además los guardaba. Jesper trató de ignorar la punzada de celos que sintió
por ello.
Kaz se recostó en su silla, con una rodilla doblada, su pierna mala extendida
hacia delante. —¿Por qué crees que te he mantenido cerca?
Eso fue cruel, pero ese era Kaz. Y el Barril era un profesor más duro de lo que
podría llegar a ser Kaz. Al menos esto explicaba por qué Kaz había estado mimando a
Wylan y enviándole los trabajos a él.
—No importa —dijo Jesper—. Aun así deberíamos tomar a Raske y dejar este
bebé merc bajo llave en Ketterdam.
—¿No tengo palabra en esto? —se quejó Wylan—. Estoy sentado justo aquí.
Kaz levantó una ceja. —¿Alguna vez te han vaciado los bolsillos, Wylan?
—No.
—No.
—Yo…
—¿Idiota? —sugirió Nina—. Nadie escoge vivir en el Barril si tiene otra opción.
—¿Ven eso? Profundidades ocultas. —Kaz puso sus dedos enguantados sobre la
cabeza de cuervo de su bastón—. Y no quiero a nuestra única ventaja contra Van Eck
refrescándose los tobillos en Ketterdam mientras nosotros vamos al norte. Wylan va con
nosotros. Es lo suficientemente bueno en demo, y tiene buena mano para dibujar, gracias
a todos esos costosos tutores.
Wylan se sonrojó aún más y Jesper negó con la cabeza. —¿También tocas piano?
—Perfecto.
—Y como Wylan ha visto la Corte de Hielo con sus propios ojos —continúo
Kaz—, él puede ayudarte a ser honesto, Helvar.
Jesper notó la forma en que los hombros de Matthias se hundían cuando Nina
hablaba. No sabía que historia tenían, pero seguramente se asesinarían antes de llegar a
Fjerda.
Jesper se frotó los ojos. Había dormido poco y estaba exhausto luego de la
emoción de la fuga de la prisión, y ahora sus pensamientos estaban zumbando y saltando
ante la posibilidad de treinta millones de kruge. Incluso después de que Per Haskell
tuviera su veinte por ciento, eso dejaría cuatro millones para cada uno de ellos. ¿Qué
podía hacer con una cantidad de ceros tan grande? Jesper sólo podía imaginarse a su
padre diciendo: Tírate a una pila de mierda dos veces más grande. Santos, lo extrañaba.
Wylan metió la mano en la bolsa que tenía a sus pies y sacó un pequeño rollo de
papel, seguido de una caja de metal que tenía un conjunto de pluma y tinta de aspecto
costoso.
Matthias miró furioso a Kaz. Definitivamente una mirada fulminante. Era casi
gracioso verlo enfrentar la mirada de tiburón de Kaz.
Finalmente, el fjerdano cerró sus ojos, respiró hondo y dijo: —La Corte de Hielo
está en un acantilado con vistas al puerto Djerholm. Está construida en círculos
concéntricos, como los anillos de un árbol. —Las palabras vinieron lentamente, como si
decir cada una de ellas, le causara dolor—. Primero, la muralla circular, luego el círculo
exterior. Está dividido en tres sectores. Más allá está el foso de hielo, luego en el centro
de todo, la Isla Blanca.
Leigh Bardugo The Dregs
Wylan empezó a dibujar. Jesper miró por encima del hombro de Wylan. —Eso
no parece un árbol, parece una tarta.
—Bueno, es algo así como una tarta —dijo Wylan a la defensiva—. Todo está
construido en una cuesta.
—Dos puestos de control —dijo Wylan—. Cuando estuve allí, había dos.
Matthias miró las baldosas de madera de nogal negro y dijo. —Es más difícil
sobornar dos conjuntos de guardias. La seguridad de la Corte siempre está erigida en
múltiples mecanismos de seguridad. Si llegan tan lejos…
El fjerdano encogió los hombros. —Si llegamos tan lejos, el círculo externo se
divide en tres sectores: la prisión, las instalaciones de los drüskelle y la embajada, cada
uno con su propia entrada en la muralla circular. La puerta de la prisión siempre está en
funcionamiento, pero la mantienen bajo vigilancia armada. De las otras dos, siempre
funciona solo una.
—El cronograma cambia cada semana y a los guardias solo les dan sus órdenes
el día anterior.
Leigh Bardugo The Dregs
—Quizá eso sea algo bueno —dijo Jesper—. Si podemos averiguar cuál puerta
no está funcionando, no estará vigilada.
—Siempre hay al menos cuatro guardias, incluso cuando la puerta no está en uso.
Matthias agitó la cabeza. —Las puertas pesan cientos de kilos y solo pueden
movilizarse desde el interior de las casetas de los centinelas. E incluso si pudieras elevar
una de ellas, abrir una puerta que no está programada para usarse, activaría el Protocolo
Negro. Toda la Corte se cerraría y sabrían tu ubicación.
—Anota todo —dijo Kaz, tocando el papel—. Helvar, espero que más tarde le
expliques a Wylan cómo funciona el sistema de alarmas.
Lentamente, Matthias se levantó y acercó a los planos que iban tomando forma
bajo la pluma de Wylan. Sus movimientos eran reluctantes, como si Kaz le hubiera
pedido acariciar una cascabel.
—Harán esto muy divertido, ¿no? —preguntó Jesper—. Usualmente las personas
no empiezan a odiarse hasta una semana después de estar en el trabajo, pero ustedes
llevan ventaja.
Ellos lo miraron y Jesper les sonrió, pero la atención de Kaz estaba centrada en
los planos.
Matthias miró los planos. —Los edificios del círculo exterior rodean el foso de
hielo y en el centro del foso está la Isla Blanca, donde están la tesorería y el Palacio Real.
Es el lugar más seguro en la Corte de Hielo.
Matthias sonrió. De hecho, era más mostrar los dientes que sonreír. Aprendió esa
sonrisa en la Puerta del Infierno, pensó Jesper.
Matthias dobló los nudillos hasta que se pusieron blancos. —No tienes derecho
a hablar sobre esas cosas. Son sagradas.
—Son hechos. La realeza fjerdana hace una gran fiesta con invitados de todas
partes del mundo y mucho del entretenimiento viene de Ketterdam.
—Pensé que los fjerdanos no hacían esa clase de cosas —dijo Jesper.
Los labios de Inej se arquearon. —¿Nunca has visto a los soldados fjerdanos
en las Duelas?
—Es el único día del año donde todos dejan de actuar miserablemente y se
permiten pasar un buen rato —replicó Nina—. Además, solo los drüskelle viven como
monjes.
—Un buen rato no tiene que implicar vino y… y carne —farfulló Matthias.
Nina movió sus brillantes pestañas hacia él. —Tú no reconocerías un buen rato
incluso si se acercara a ti y te dejara una paleta en la boca. —Ella miró de nuevo los
planos—. La puerta de la embajada tendrá que estar abierta. Quizá no debamos
preocuparnos por cómo irrumpir en la Corte de Hielo. Quizá solo debamos entrar con
los artistas.
Jesper estalló de risa. —Oh, Santos, eres algo especial. El blanco, el pichón, el
cascarón, el tonto que buscas trasquilar.
Wylan se levantó. —Quizá no he tenido tu… educación, pero estoy seguro que
conozco muchas palabras que tú no.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz rodó los ojos. —La forma más fácil de robar la billetera a un hombre es
decirle que vas a robarle el reloj. Captas su atención y la diriges a donde tú quieres que
vaya. Hringkälla hará ese trabajo por nosotros. La Corte de Hielo tendrá que desviar
recursos para monitorear a los invitados y proteger a la familia real. No podrán mirar
todo a la vez. Es la oportunidad perfecta para sacar a Bo Yul-Bayur. —Kaz apuntó a la
puerta de la prisión en la muralla circular—. ¿Recuerdas lo que te dije en la Puerta del
Infierno, Nina?
—En la prisión no les importará quién entre, solo cualquiera que traté de salir. —
Su dedo enguantado se deslizó hacia el próximo sector—. En la embajada, no les
importará quién está saliendo, solo estarán enfocados en quién trata de entrar. Nosotros
entramos a través de la prisión, salimos por la embajada. Helvar, ¿el Reloj Mayor es
funcional?
Matthias asintió. —Tañe cada cuarto de hora. También se suenan ahí los
protocolos de alarma.
—¿Es puntual?
—Por supuesto.
Leigh Bardugo The Dregs
—Fjerdano de escuela, ¿verdad? Apuesto que hablas fjerdano tan bien como yo
hablo alce.
—Déjame ver si entiendo —dijo Jesper—. Quieres que dejemos que los fjerdanos
nos encierren en la prisión. ¿No es eso lo que siempre tratamos de evitar?
—Las identidades criminales son poco confiables. Es una de las ventajas de ser
miembro de una clase problemática. Ellos estarán contando cabezas en la puerta de la
prisión, mirando nombres y crímenes, no revisando pasaportes o examinando sellos de
la embajada.
Nina se frotó las manos sobre los brazos. —Yo no quiero ser encerrada en una
celda fjerdana.
Kaz se sacudió la manga y dos varillas metálicas aparecieron entre sus dedos.
Bailaron sobre sus nudillos y luego desaparecieron una vez más.
—Es correcto —dijo Kaz—. Y la Corte de Hielo es como cualquier otro blanco,
un gran pichón blanco listo para desplumar.
—Van Eck dijo que el Consejo dio a Yul-Bayur una palabra clave la primera vez
que trataron de sacarlo de Shu Han, así sabría en quién confiar: Sesh-uyeh. Le dirá que
fuimos enviados por Kerch.
—Se puede hacer —dijo Kaz—, y nosotros somos los que lo haremos. —Jesper
sintió que el estado de ánimo cambiaba en la habitación mientras las posibilidades se
consolidaban. Era algo sutil, pero había aprendido a buscarlo en las mesas; el momento
en el que un jugador se daba cuenta del hecho de que quizá tenía una mano ganadora.
La anticipación llegó a Jesper, una mezcla efervescente de miedo y emoción que le hacía
difícil quedarse sentado.
Quizá Matthias lo sintió también, porque cruzó sus enormes brazos y dijo: —No
tienen idea contra qué se enfrentan.
Inej movió su dedo sobre el dibujo que Wylan había producido, una serie de
círculos incrustados. —En verdad parecen los anillos de un árbol —dijo ella.
— T erminamos aquí —Kaz le dijo a los otros—. Los contactaré luego de que
encuentre un barco, pero estén listos para zarpar mañana por la noche.
—No sabemos qué tipo de clima vamos a enfrentar y tenemos un largo viaje por
delante. Hringkälla es nuestra mejor oportunidad para conseguir a Bo Yul-Bayur. No
me voy a arriesgar a perderla.
Kaz necesitaba tiempo para pensar el plan que se estaba formando en su mente.
Podía ver lo esencial: dónde entrarían, cómo saldrían. Pero el plan que preveía
significaba que no serían capaces de llevar mucho con ellos. Estarían operando sin sus
recursos habituales. Eso significaba más variables y muchas más posibilidades de que
las cosas salieran mal.
Mantener a Wylan Van Eck cerca significaba que al menos podía asegurarse que
obtuvieran su recompensa. Pero no iba a ser fácil. Ni siquiera habían dejado Ketterdam,
y Wylan ya parecía completamente fuera de su liga. No era mucho más joven que Kaz,
pero de alguna manera se veía más como un niño: piel suave, ojos muy abiertos, como
un perrito de orejas sedosas en un cuarto lleno de perros de pelea.
—Mantén a Wylan fuera de problemas —le dijo a Jesper mientras los despedía.
—Me preocupo de todo, mercito. Es por eso que sigo vivo. Y también puedes
vigilar a Jesper.
Kaz deslizó un panel de madera a un lado y abrió la caja fuerte escondida detrás.
—Sí, tú. —Contó cuatro pilas delgadas de kruge y le dio una a Jesper—. Esto es para
balas, no para apuestas. Wylan, asegúrate que sus pies no se encaminen misteriosamente
hacia un salón de juego en su camino a comprar municiones, ¿entendido?
—Más como un chaperón, pero si quieres que él te lave los pañales y te acueste
en la noche, es tu problema. —Ignoró la expresión escocida de Jesper y repartió kruge a
Wylan para explosivos y a Nina para lo que sea que ella necesitara en su botiquín de
Confeccionista.
—Súrtanse solo para el viaje —dijo—. Si esto resulta de la manera en que creo,
vamos a tener que entrar a la Corte de Hielo con las manos vacías.
Vio una sombra pasar por el rostro de Inej. A ella no le gustaba estar sin sus
cuchillos más de lo que a él le gustaba estar sin su bastón.
—Necesitaré que consigas equipo para el clima frío —le dijo a Inej—. Hay una
tienda en Wijnstraat que suministra a tramperos… empieza ahí.
Kaz asintió. —El puerto Djerholm está plagado de agentes de aduana, y apostaría
que reforzarán la seguridad durante la fiesta.
—No se supone que sea una fiesta —enmendó Helvar de mal humor.
—¿Qué haremos con él? —preguntó Nina, asintiendo hacia Matthias. Su voz era
desinteresada, pero la actuación era inútil con todos, excepto con Helvar. Todos habían
visto sus lágrimas en la Puerta del Infierno.
—¿Tenemos que dormir aquí? —preguntó Jesper—. Tengo cosas que necesito ver
en el Tablón.
—Te las arreglarás —dijo Kaz, aunque sabía que pedirle a Jesper pasar la noche
en un salón de juego sin hacer una apuesta era un tipo particular de crueldad. Se volvió
hacia el resto de ellos—. Ninguna palabra a nadie. Nadie debe saber que dejarán Kerch.
Trabajarán conmigo en un encargo en una casa de campo fuera de la ciudad. Eso es
todo.
—Pon a Dirix y a Rotty, pero no les des muchos detalles. Zarparán con nosotros,
y los puedo poner al corriente luego. Y Wylan, tú y yo vamos a tener una charla. Quiero
saber todo acerca de la compañía comercial de tu padre.
—¿Me estás diciendo que nunca has husmeado en su oficina? ¿Ojeado sus
documentos?
Los otros empezaron a salir en fila detrás de él, y Kaz cerró la caja fuerte, dándole
al seguro un giro.
—Me gustaría tener una charla contigo, Brekker —dijo Helvar—. A solas.
Inej le lanzó a Kaz una mirada de advertencia. Kaz la ignoró. ¿Ella no creía que
pudiera manejar un pedazo de músculos campiranos como Matthias Helvar? Deslizó el
panel de la pared para cerrarlo y le dio a su pierna una sacudida. Le estaba doliendo;
demasiadas noches levantado hasta tarde y demasiado tiempo recargando su peso en
ella.
Tan pronto como la puerta se cerró, Matthias se abalanzó sobre él. Kaz dejó que
sucediera. Lo estaba esperando.
Matthias sujetó una mano sucia sobre la boca de Kaz. La sensación de piel sobre
piel desató una revuelta de repulsión en la cabeza de Kaz, pero debido a que había
anticipado el ataque, se las arregló para controlar las náuseas que lo embargaron. La
otra mano de Matthias esculcó los bolsillos del abrigo de Kaz, primero uno luego el otro.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz le dio a Helvar otro momento de frenética búsqueda, luego dejó caer el codo
y golpeó hacia arriba, obligando a Helvar a perder su agarre. Kaz se escabulló
fácilmente. Golpeó a Helvar detrás de la pierna derecha con su bastón. El gran fjerdano
colapsó. Cuando trató de levantarse de nuevo, Kaz lo pateó.
El fjerdano sacudió sus brazos inútiles, luego lanzó un gruñido animal cuando
Kaz hizo desaparecer el indulto en el aire. Reapareció entre sus dedos. Lo giró una vez,
destellando el texto, luego pasó su mano sobre él, y le mostró a Helvar la página
aparentemente en blanco.
Kaz se levantó, agarró su nuevo sombrero del escritorio donde lo había dejado,
y le dio al fjerdano una última patada a los riñones, por si acaso. A veces los grandotes
no sabían cuando quedarse abajo.
Leigh Bardugo The Dregs
A lo largo del siguiente día, Inej vio a Kaz comenzar a mover las piezas de su
estratagema en posición. Estuvo al tanto de sus consultas con cada miembro del
grupo, pero sabía que solo estaba viendo fragmentos de su plan. Ese era el juego que
Kaz siempre jugaba.
Si tenía dudas acerca de lo que iban a intentar, no las mostraba, e Inej deseaba
compartir su certeza. La Corte de Hielo había sido construida para soportar una
embestida furiosa de ejércitos, asesinos, Grisha y espías. Cuando le dijo esto a Kaz, él
simplemente respondió: —Pero no ha sido construida para mantenernos a nosotros
afuera.
Su confianza la enervaba. —¿Qué te hace pensar que podemos hacer esto? Habrá
otros equipos allá afuera, soldados entrenados y espías, gente con años de experiencia.
No dijo una palabra, no quiso demostrar cuanto la había molestado, pero dejó su
oficina y no le había dicho nada desde entonces.
Eso significaría abandonar su deuda con los Indeseables. Per Haskell culparía a
Kaz; lo forzaría a absorber el precio de su contrato vinculante, y lo dejaría vulnerable
sin su Espectro para reunir secretos. ¿Pero él no le había dicho que ella era fácilmente
remplazable? Si lograban llevar a cabo este atraco y regresaban a Kerch con Bo Yul-
Bayur remolcado a salvo, su porcentaje del botín sería más que suficiente para pagar su
contrato con los Indeseables. No le debería nada a Kaz, y no habría razón para quedarse.
El amanecer estaba solamente a una hora de distancia, pero las calles estaban
repletas de gente mientras ella deambulaba desde la Duela Este a la Duela Oeste. Había
un dicho suli: El corazón es una flecha. Exige puntería para aterrizar certero. A su padre le
gustaba recitar eso cuando ella entrenaba en la cuerda floja o los columpios. Sé decidida,
decía. Debes saber dónde quieres ir antes de llegar ahí. Su madre se reía de eso. Eso no es lo que
significa, decía. Le quitas el romance a todo. Sin embargo, no era así. Su padre adoraba a su
madre. Inej lo recordaba dejando pequeños ramos de geranios silvestres para que su
Leigh Bardugo The Dregs
madre los encontrara en todas partes, en los armarios, las ollas del campamento, las
mangas de sus disfraces.
¿Te digo el secreto del amor verdadero? Le preguntó una vez su padre. A un amigo mío
le gustaba decirme que las mujeres aman las flores. Él tuvo muchos coqueteos, pero nunca encontró
una esposa. ¿Sabes por qué? Porque puede que las mujeres amen las flores, pero solo una mujer
ama el olor de las gardenias a finales de verano, que le recuerdan al pórtico de su abuela. Solo una
mujer ama las flores de manzano en una taza azul. Solo una mujer ama los geranios silvestres.
Sí, Mamá ama los geranios silvestres porque ninguna otra flor tiene el mismo color, y clama
que cuando quiebra el tallo y pone un brote detrás de su oreja, el mundo entero huele a verano.
Muchos chicos te traerán flores. Pero algún día conocerás a un chico que aprenderá cuál es tu flor
favorita, tu canción favorita, tu dulce favorito. E incluso si es muy pobre para darte alguna de esas
cosas, no importará, porque se habrá tomado el tiempo para conocerte como nadie más. Solo ese
chico se gana tu corazón.
Se sentía como si hubiese sido hace cientos de años. Su padre estaba equivocado.
No hubo chicos para llevarle flores, solo hombres con pilas de kruge y carteras llena de
monedas. ¿Volvería a ver a su padre alguna vez? ¿Oiría a su madre cantando, escucharía
las tontas historias de su tío? No estoy segura de aún tener un corazón que dar, Papá.
En este minuto, me conformaré con una disculpa, decidió. Y no abordaré el barco sin una.
Aun si Kaz no lo siente, puede fingir. Al menos me debe su mejor imitación de un ser humano.
chimeneas descentradas, iluminada por la luna. Pero esta noche iba corta de tiempo.
Kaz la había enviado a peinar las tiendas en busca de dos montones de parafina a último
minuto. Ni siquiera le había dicho para qué eran o por qué eran tan necesarios. ¿Y gafas
para la nieve? Tuvo que visitar tres proveedores de equipo diferentes para adquirirlas.
Estaba tan cansada que no confiaba en sí misma del todo para escalar sobre los gabletes,
no después de dos noches sin dormir y un día gastado en disputar suministros para su
excursión a la Corte de Hielo.
Nunca caminaba por la Duela Oeste sola. Con los Indeseables a su lado, podía
pasearse cerca de la Colección sin una mirada hacia las barras doradas en las ventanas.
Pero esta noche, su corazón estaba latiendo fuerte y podía oír el rugido de la sangre en
sus oídos a medida que la fachada dorada quedaba a la vista. La Colección había sido
construida para parecer una jaula escalonada, los primeros dos niveles abiertos, a
excepción de las barras doradas muy separadas. También era conocida como la Casa de
Exóticas. Si te gustaban las chicas shu o una gigante fjerdana, una pelirroja de la Isla
Errante, una zemeni de piel oscura, la Colección era tu destino. Cada chica era conocida
por su nombre animal: leopardo, yegua, zorro, cuervo, armiño, cervatillo, serpiente. Las
videntes sulíes usaban las máscaras de chacal cuando ejercían su oficio y miraban el
destino de una persona. ¿Pero qué hombre querría llevarse un chacal a la cama? Así que
la chica suli —y la Colección siempre tenía disponible una chica suli— era conocida
como el lince. Los clientes no venían buscando a las chicas particularmente, solo piel
morena suli, el cabello de fuego kaelish, la inclinación de ojos dorados shu. Los animales
seguían siendo los mismos, aunque las chicas iban y venían.
Inej vio plumas de pavo real en el salón, y su corazón vaciló. Solo era un poco de
decoración, parte de un lujoso arreglo de flores, pero al pánico dentro de ella no le
importó. Aumentó, dificultándole la respiración. La gente se amontonaba por todos
lados, hombres enmascarados, mujeres con velos, o tal vez eran hombres en velos y
mujeres enmascaradas. Era imposible de saber. Los cuernos del Diablillo. Los ojos
saltones del Loco, la cara triste de la Reina Escarabajo labrada en negro y oro. Los
artistas amaban pintar escenas de la Duela Oeste, los chicos y chicas que trabajaban en
Leigh Bardugo The Dregs
los burdeles, los buscadores de placer vestidos como personajes de la Komedie Brute. Pero
no había belleza ahí, ninguna alegría o gozo real, solo transacciones, gente buscando un
escape o algún colorido olvido, algún sueño decadente del cual pudieran despertar
cuando quisieran.
Solo es un lugar, se dijo a sí misma. Solo otra casa. ¿Cómo la vería Kaz? ¿Dónde
están las entradas y salidas? ¿Cómo funciona la cerradura? ¿Cuáles ventanas no tienen
barras? ¿Cuántos guardias hay en posición, y cuáles se ven alerta? Solo una casa llena
de cerraduras que forzar, cajas fuertes que abrir, pichones que engañar. Y ella era el
depredador ahora, no Heleen con sus plumas de pavo real, ni ningún hombre que
caminara estas calles.
Inej recuperó el equilibrio rápidamente. Giró sobre sus talones y trató de soltarse,
pero el agarre era muy fuerte.
Inej siseó un respiro y arrancó su brazo del agarre. Tante Heleen. Así era como sus
chicas sabían que tenían que llamar a Heleen Van Houden o se arriesgaban al dorso de
su mano. Para el resto del Barril ella era el Pavo Real, aunque Inej siempre había
pensado que se veía menos como un ave que como un gato acicalándose. Su cabello era
de un espeso y exquisito oro, sus ojos avellana y ligeramente felinos. Su alta y sinuosa
figura estaba envuelta en vibrante seda azul, el escote acentuado con plumas iridiscentes
que le cosquilleaban en la distintiva gargantilla de diamantes resplandecientes en su
cuello.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej se giró para correr, pero su camino estaba bloqueado por un matón inmenso,
su abrigo de terciopelo azul estirado apretadamente sobre sus grandes hombros. Cobbet,
el sicario favorito de Heleen.
—Cosa terca.
Heleen pasó una única garra con manicura por su mejilla. —Lince es tu único
nombre —canturreó Heleen—. Aún eres lo suficientemente bonita para obtener un buen
precio. Aunque te estás endureciendo alrededor de los ojos, demasiado tiempo pasado
con ese pequeño rufián Brekker.
—Sé lo que eres, lince. Sé lo que vales al céntimo. Cobbet, tal vez deberíamos
llevarla a casa ahora.
reconocido por su valentía, a la derecha; la esbelta hoja con mango de hueso que había
nombrado por Sankta Alina a la izquierda. Recitó los nombres de sus otros cuchillos,
también. Sankta Marya y Sankta Anastasia atados a sus muslos. Sankt Vladimir
escondido en su bota, y Sankta Lizabeta ajustada en su cinturón, la hoja grabada con un
patrón de rosas. Protéjanme, protéjanme. Tenía que creer que sus Santos veían y entendían
las cosas que ella hacía para sobrevivir.
¿Qué le pasaba? Ella era el Espectro. Ya no tenía nada que temer de Tante
Heleen. Per Haskell había comprado su contrato. La había liberado. No era una esclava;
era un miembro valiosa de los Indeseables, una ladrona de secretos, la mejor en el Barril.
Desde este punto panorámico justo podía ver la parte superior de una de las torres
Mareomotoras, donde las luces siempre ardían. Los gruesos obeliscos de piedra negra
estaban atendidas día y noche por un selecto grupo de Grisha, que mantenían las mareas
permanentemente altas sobre el puente de tierra que de otra manera habría conectado
Kerch a Shu Han. Ni siquiera Kaz había sido capaz de averiguar las identidades del
Consejo de Mareas, dónde vivían, o cómo habían garantizado su lealtad a Kerch. Ellos
también vigilaban los puertos, y si salía una señal del capitán marítimo o un trabajador
portuario, alterarían las mareas y evitarían que alguien se acercara al mar. Pero esta
noche, no habría señal. Los sobornos correctos habían sido pagados a los oficiales
correctos, y su barco debería estar listo para zarpar.
Inej rompió a correr, dirigiéndose a los muelles de carga en el Quinto Puerto. Iba
muy tarde… no anhelaba ver el ceño de desaprobación de Kaz cuando llegara al muelle.
Estaba contenta por la paz de los muelles, pero parecían casi demasiado en calma
luego del ruido y el caos del Barril. Aquí, las filas de cajas y contenedores de carga
estaban en pilas altas a ambos lados de ella, tres, a veces cuatro, uno sobre el otro. Hacían
que esta parte de los muelles se sintiera como un laberinto.
Leigh Bardugo The Dregs
Una ligera bruma se estaba elevando del agua, y a través de ella, Inej vio a Kaz y
los otros esperando cerca del muelle. Todos usaban la inclasificable ropa de marineros,
pantalones de hilado áspero, botas, gruesos abrigos de lana y sombreros. Incluso Kaz
había abandonado su traje de corte inmaculado en favor de un voluminoso abrigo de
lana. El grueso manojo de su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, los lados
recortados como siempre. Se veía como un trabajador portuario, o un chico a punto de
zarpar en su primera aventura. Era casi como si estuviera viendo a través de un lente a
alguna otra realidad más placentera.
Detrás de ellos, vio la pequeña goleta que Kaz había ordenado, Ferolind escrito
en negritas a un costado. Izaría los peces morados de Kerch y la colorida bandera de la
Compañía Bahía Haanraadt. Para cualquiera en Fjerda o en el Verdadero Mar, ellos
simplemente se verían como tramperos de Kerch dirigiéndose al norte por pieles. Inej
aceleró el paso. Si no estuviera llegando tarde, probablemente estarían a bordo o incluso
ya en camino, fuera del puerto.
Miró abajo. En el tenue resplandor de las luces a gas del puerto, vio a Dirix, uno
de los Indeseables que debía hacer el viaje con ellos. Tenía un cuchillo en el abdomen,
y sus ojos estaban vidriosos.
—¡Kaz! —gritó.
Pero era muy tarde. La goleta explotó, tumbando a Inej y cubriendo los muelles
en llamas.
Leigh Bardugo The Dregs
J esper siempre se sentía mejor cuando las personas estaban disparándole. No era
que le gustara la idea de morir (de hecho, ese resultado potencial era un
inconveniente definitivo), pero si estaba preocupado por mantenerse con vida,
no podía estar pensando en cualquier otra cosa.
indicador, estaban superados en número. Supuso que podría haber sido peor; que
podrían haber estado en el barco cuando explotó.
Se agachó para recargar y no pudo creer lo que contemplaron sus ojos. Wylan
Van Eck estaba verdaderamente acurrucado en el muelle, sus suaves manos de merca
echadas sobre la cabeza. Suspiró, disparó un par de veces para cubrirse y se lanzó fuera
de la dulce seguridad de su caja. Agarró a Wylan por el cuello de la camisa y lo jaló de
vuelta al refugio.
—Contrólate, niño.
—Tiro al plato1.
Jesper giró, los revólveres apuntando, cuando una forma saltó en su visión
periférica, pero solo era Kaz.
1
Skeet se deriva de la palabra inglesa para tiro al plato. Eso de arrojar platos al aire (o figuras de arcilla)
para que alguien más les dispare, como entrenamiento para cazar aves.
Leigh Bardugo The Dregs
—Pero…
—¿Lo sabías?
—Vámonos.
—¿Irnos?
—¿No escuchaste lo que Kaz dijo? Tenemos que llegar al embarcadero veintidós.
Jesper realizó otra serie de disparos, esbozando una formación salvaje que
esperaba disfrazara su ubicación. Un revólver se vació, se lanzó fuera de la caja y a las
sombras. Casi esperaba que Wylan no lo siguiera, pero podía oír al mercito detrás de él,
respirando con dificultad, con un silbido en los pulmones, cuando iba hacia la siguiente
pila de barriles.
Jesper silbó cuando una bala le pasó silbando por la mejilla, lo suficientemente
cerca como para dejar una quemadura.
Se lanzaron detrás de los barriles. Desde este punto de vista, vio a Nina encajada
en un espacio entre dos pilas de cajas. Había levantado los brazos, y cuando uno de sus
atacantes se puso a la vista, apretó el puño. El muchacho cayó al suelo, agarrándose el
pecho. Sin embargo, se encontraba en desventaja en este laberinto. Los Cardio necesitan
ver a sus objetivos para acabar con ellos.
Helvar estaba a su lado, de espaldas a la caja, con las manos atadas. Una
precaución razonable, pero el fjerdano era valioso, y Jesper se preguntó por un momento
por qué Kaz le había dejado en esta situación, antes de ver a Nina sacar un cuchillo de
la manga, someter las ataduras de Helvar y golpear una pistola en sus manos.
¿Kaz había dejado a Matthias atado con Nina deliberadamente? Jesper nunca
podría decir cuánto de lo que Kaz hacía era fruto de la inteligencia y la planificación y
cuánto era pura suerte.
Dio un agudo silbido. Nina miró por encima del hombro, y su mirada se encontró
con la de Jesper. Él mostró dos dedos, dos veces, y ella hizo un gesto rápido. ¿Sabía que
el embarcadero veintidós era su verdadero destino? ¿Tenía a Inej?
Hizo una señal a Wylan, y continuó caminando más allá de los barcos amarrados
a lo largo del muelle, manteniéndose lo más agachado posible.
—¡Allí! —Oyó un grito desde algún lugar detrás de él. Los habían visto.
—Esto es hasta que… —dijo Jesper señalando a los hombres que arremetían
hacia ellos en el muelle, y arrebató su rifle de manos de Wylan.
Leigh Bardugo The Dregs
—Nadie pasa más allá de ustedes. Si toman esta goleta, estamos acabados.
A los hombres que les disparaban no solo les preocupaba evitar que los
Indeseables abandonaran el puerto. Los querían muertos.
Jesper disparó a los dos hombres que lideraban el ataque por el muelle. Uno cayó
y el otro rodó a la izquierda y se puso a cubierto detrás del bauprés de un barco pesquero.
Jesper disparó tres tiros más, y luego subió apresuradamente por el mástil.
A continuación oyó más disparos en erupción. A tres metros de alto, seis, las
botas se le enganchaban en el aparejo. Tendría que haberse detenido a quitárselas.
Estaba a poco más de medio metro de distancia de la cofa cuando sintió una cuchilla de
dolor caliente atravesarle la carne del muslo.
Su pie resbaló y por un momento colgó encima de la cubierta sostenido por nada
más que sus manos resbaladizas que se aferraban a las cuerdas. Obligó a sus piernas a
trabajar y buscó apoyo con la punta de las botas. Su pierna derecha estaba casi sin fuerzas
por el disparo, y tuvo que impulsarse el último tramo con los brazos temblorosos y el
corazón latiéndole en los oídos. Sentía como si cada uno de sus sentidos estuviera en
llamas. Definitivamente mejor que una racha ganadora en las mesas.
quedado claro que Jesper amaba las cartas más de lo que la suerte lo amaba a él. Cuatro
millones de kruge borrarían su deuda y le darían suerte por un buen rato.
Vio a Nina y Matthias tratando de avanzar por el muelle, pero al menos diez
hombres se encontraban en su camino. Kaz parecía estar corriendo en la dirección
opuesta, e Inej no se encontraba por ningún lado, aunque eso no significaba mucho
cuando se trataba del Espectro. Ella podría estar a medio metro de distancia de él, y
probablemente no lo sabría.
—¡Jesper!
El grito llegó desde muy abajo, y tardó un momento en darse cuenta de que era
Wylan quien lo llamaba. Trató de ignorarlo, y apuntó de nuevo.
—¡Jesper!
—¡Simplemente hazlo!
—¿Están cerrados?
Hubo un estridente aullido retumbante, y luego una luz brillante floreció detrás
de los párpados de Jesper. Cuando se desvaneció, abrió los ojos.
Leigh Bardugo The Dregs
A ntes que Inej pusiera siquiera un pie en la cuerda floja o la cuerda de práctica, su
padre le enseñó a caer, a proteger su cabeza y minimizar el impacto al no luchar
contra su propio impulso. Incluso mientras la ráfaga del puerto la lanzaba volando, se
acurrucó en un ovillo. Golpeó con fuerza, pero se levantó en segundos, se presionó
contra el costado de una caja, con los oídos pitando y la nariz chamuscada por el intenso
olor a pólvora.
Inej le dio a Kaz y a los otros una sola mirada, luego hizo lo que hacía mejor:
desapareció. Se lanzó encima de las cajas de cargamento, escalándolas como un insecto
ágil, sus zapatos de suela de goma encontraban agarres y puntos de apoyo.
Alguien estaba disparando desde los mástiles del nuevo Ferolind. Con suerte, eso
significaba que Jesper había llegado a la goleta, y ella solo tenía que conseguirles
suficiente tiempo a los otros para llegar ahí también.
Inej corrió ligeramente sobre la parte superior de las cajas, dirigiéndose hacia la
pelea, buscando sus blancos abajo. Era bastante fácil. Nadie de ellos esperaba que la
Leigh Bardugo The Dregs
amenaza llegara desde arriba. Se deslizó hacia el suelo, detrás de dos hombres que
disparaban hacia Nina y dijo una oración silenciosa mientras rajaba una garganta,
después la siguiente. Cuando el segundo hombre cayó, se agachó a un lado de él y le
subió la manga derecha: un tatuaje de una mano, su primer y segundo dedos cortados
desde el nudillo. Los Puntas Negras ¿Este era el castigo por el enfrentamiento de Kaz
con Geels o algo más? No deberían ser capaces de alcanzar semejantes números.
La siguiente esquina era ciega. ¿Debería escalar los contenedores de carga para
revisar su posición o a arriesgarse a lo que tal vez estuviera esperándola del otro lado?
Respiró profundo, se agachó, y se escurrió en la esquina con un movimiento fluido. Esta
noche sus Santos eran amables, dos hombres estaban disparando a los muelles, de
espaldas a ella. Los eliminó con dos rápidas estocadas de sus cuchillas. Seis cuerpos, seis
vidas tomadas. Iba a tener que hacer mucha penitencia, pero había ayudado a equilibrar
la balanza un poco a favor de Los Indeseables. Ahora, tenía que llegar a la goleta.
Limpió sus cuchillos en sus pantalones de cuero y los regresó a sus vainas,
después se echó para atrás y se impulsó hacia el contenedor de carga más cercano.
Mientras sus dedos sujetaban el borde, sintió un dolor lacerante bajo el brazo. Se giró a
tiempo para ver la fea cara de Oomen surcada por una mueca de determinación. Toda
la información que había recolectado de los Puntas Negras regresó a ella en una
avalancha repugnante… Oomen, el sicario desastroso de Geels, el que podía aplastar
cráneos con las manos desnudas.
Tiró de ella y agarró el frente de su chaleco, al tiempo que daba un fuerte giro al
cuchillo en su costado. Inej luchó por no desmayarse.
—No te quiero muerta, Espectro —dijo él—. Eres un gran premio. No puedo
esperar a escuchar todos los rumores que has juntado para Manos Sucias, y también
todos sus secretos. Amo una buena historia.
—Puedo contarte como termina esta —dijo ella con una respiración
temblorosa—. Pero no te gustará.
—¿En serio? —Él la estrelló contra la caja, y el dolor la atravesó. Los dedos de
sus pies apenas rozaban el suelo, mientras la sangre chorreaba desde la herida a su
costado. El antebrazo de Oomen se apoyó contra sus hombros, manteniendo sus brazos
sujetos.
Ella cruzó un tobillo detrás del otro y escuchó un clic reconfortante. Usaba las
almohadillas en sus rodillas para gatear y escalar, pero había otra razón,
específicamente: las pequeñas cuchillas de acero escondidas en cada una.
Ella se tambaleó hacia atrás por la fila de cajas. Podía oír a hombres gritarse unos
a otros, el estallido de los disparos que ahora venían en explosiones y ráfagas. ¿Quién
estaba ganando? ¿Los otros habían llegado a la goleta? Una ola de mareo la cubrió.
Cuando tocó con los dedos la herida en su costado, los dedos se le mojaron.
Demasiada sangre. Pasos. Alguien se acercaba. No podía trepar, no con esta herida, no
Leigh Bardugo The Dregs
La superficie bajo ella empezó a balancearse. Escuchó una risa desde abajo.
—¡Baja, Espectro!
No supo de dónde vino la fuerza, pero se las arregló para impulsarse a la parte de
arriba. Yació en el techo de la caja, jadeando.
Solo una más. Pero no podía. No podía levantar las rodillas, no podía estirar las
manos, no podía siquiera rodar. Dolía demasiado. Trepa Inej.
Muévete, se dijo así misma. Este es un lugar estúpido para morir. Y aun así una voz
en su cabeza le dijo que había lugares peores. Ella moriría aquí, en libertad, bajo el inicio
de un amanecer. Moriría después de una noble lucha, no porque algún hombre se
Leigh Bardugo The Dregs
hubiera cansado de ella o requiriera más de lo que ella podía dar. Mejor morir aquí por
su propia cuchilla, que con la cara pintada y el cuerpo envuelto en sedas falsas.
Una mano le sujetó el tobillo. Habían trepado las cajas. ¿Por qué no los había
oído? ¿Tan ida estaba? La tenían. Alguien la estaba volteando boca arriba.
Que los Santos me reciban. Presionó la punta por debajo de su pecho, entre las
costillas, una flecha hacia su corazón. Entonces una mano le agarró la muñeca
dolorosamente, obligándola a bajar la cuchilla.
—Todavía no.
—¿Ganamos?
La agarró con más fuerza. —Solo llega a la goleta. Abre tus malditos ojos, Inej.
Ella lo intentó. Su visión estaba borrosa, pero pudo ver una cicatriz pálida,
brillante, en el cuello de Kaz, justo debajo de su mandíbula. Recordó la primera vez que
lo había visto en la Colección. Él había pagado a Tante Heleen por información,
sugerencias sobre acciones, charlas políticas privadas, cualquier cosa que los clientes de
la Colección soltaran cuando estaban borrachos o aturdidos en el éxtasis. Nunca visitaba
a las chicas de Heleen, aunque varias habrían estado felices de llevarlo a sus cuartos.
Declaraban que él les daba escalofríos, que sus manos estaban manchadas
permanentemente con sangre bajo esos guantes negros, pero ella reconocía el
entusiasmo en sus voces y la manera en que lo seguían con los ojos.
Una noche, cuando él pasó a su lado en el saloncito, ella hizo una tontería, algo
insensato.
—Háblame, Espectro.
—¿Por qué?
—Solo dilo.
— ¡S ácanos de aquí! —gritó Kaz tan pronto como cojeó a bordo de la goleta
con Inej en brazos. Las velas ya se encontraban recogidas, y estaban
camino a salir del puerto en momentos, aunque no tan rápido como le
habría gustado. Sabía que debía de haber tratado de conseguir algunos Impulsores para
el viaje, pero eran endemoniadamente difíciles de encontrar.
Había caos en cubierta, la gente gritaba y trataba de llevar la goleta al mar abierto
lo más rápidamente posible.
—¡Specht! —le gritó al hombre que había elegido como capitán del buque, un
marinero con un talento para el trabajo con cuchillos, que había pasado tiempos difíciles
y terminó atrapado en los rangos inferiores de los Indeseables.
El dolor en la pierna de Kaz era terrible, el peor que había tenido desde que se la
había fracturado al caerse desde el techo de un banco cerca de Geldstraat. Era posible
que se hubiera fracturado el hueso otra vez. El peso de Inej no ayudaba, pero cuando
Jesper se interpuso en su camino para ofrecer ayuda, Kaz lo empujó y pasó a su lado.
—Sal de mi camino —dijo Kaz, y pasó a su lado por la rampa que conducía
cubierta abajo.
—Herida de cuchillo.
—Ayúdala.
—Me tapas la luz. —Kaz dio un paso atrás hacia el pasillo. Inej yacía
perfectamente inmóvil sobre la mesa, su piel morena resplandeciente, ahora sombría,
bajo la lámpara que se balanceaba.
Él estaba vivo debido a Inej. Todos lo estaban. Habían logrado abrirse camino
desde una esquina, pero solamente porque ella les había impedido quedar rodeados. Kaz
Leigh Bardugo The Dregs
conocía la muerte. Podía sentir su presencia en el barco ahora, cerniéndose sobre ellos,
lista para llevarse a su Espectro. Él estaba cubierto de su sangre.
—A menos que puedas ser útil, desaparece —dijo Nina sin mirar hacia él—. Me
estás poniendo nerviosa. —Él vaciló, luego pisoteó de regreso por donde había venido,
deteniéndose para hurtar una camisa limpia de otro camarote. No debería estar tan
afectado por una riña de muelle, ni siquiera por un tiroteo, pero lo estaba. Algo dentro
de él se sentía raído y en carne viva. Era la misma sensación que había tenido de niño,
en esos primeros días desesperados después de la muerte de Jordie.
Di que lo sientes. Eso fue lo último que Inej le había dicho. ¿Por qué quería que se
disculpara? Había tantas posibilidades. Un millar de crímenes. Mil estúpidas burlas.
Wylan enrojeció.
—No te van a gustar los demás nombres que se me ocurren para ti. Sé que nos
tendieron una emboscada. Eso no explica cómo sabían que estaríamos allí. Quizá Gran
Bolliger no era el único espía de los Puntas Negras en los Indeseables.
—Geels no tiene el cerebro o los recursos como para lanzar una dentellada tan
rápido o así de duro solo —dijo Kaz.
—Vamos a preguntar. —Kaz cojeó hacia donde Rotty le había ayudado a guardar
a Oomen.
Ahora Helvar y Jesper arrastraron a Oomen hacia la barandilla, con las manos
atadas.
—Levántenlo.
Oomen sonrió, su mata de pelo blanco grueso estaba apelmazada contra su frente
ancha.
—¿Por qué no me cuentas lo que indujo a tantos Puntas Negras a atacar esta
noche? —dijo Kaz.
—Te lo debíamos.
Kaz le interrumpió. —Quiero que pienses con mucho cuidado ahora, Oomen.
Geels probablemente piensa que estás muerto, así que no hay reglas de parlamento aquí.
Puedo hacer lo que quiera contigo.
Kaz realizó un tajo limpio a través del ojo de Oomen desde la frente hasta la
mejilla y antes que Oomen tuviera la oportunidad de tomar aliento para gritar, hizo un
segundo corte en la dirección opuesta, una X casi perfecta. Ahora Oomen estaba
gritando.
Kaz escuchó a Wylan conteniendo las arcadas. Arrojó el globo ocular por la
borda y metió su pañuelo empapado de saliva en la cuenca donde el ojo de Oomen había
estado. Entonces agarró la mandíbula de Oomen, sus guantes dejaron manchas rojas en
la barbilla del otro. Sus acciones eran tranquilas y precisas, como si estuviera repartiendo
cartas en el Club Cuervo o forzando una cerradura, pero su furia se sentía caliente y
enloquecida y desconocida. Algo dentro de él se había desatado de forma desgarradora.
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—Era solo un trabajo —balbuceó Oomen—. Geels obtuvo cinco mil kruge para
traer a los Puntas Negras como refuerzo. Trajimos también algunos Albatros Navaja.
—¡Se suponía que estarían en el barco cuando explotara! Se suponía que nosotros
solo tendríamos que encargarnos de los extraviados.
—Me matará.
—Y yo te haré desear la muerte, así que tienes que sopesar las opciones.
Incluso a través de su propia sorpresa, Kaz registró el efecto del nombre en Jesper
y Wylan, Helvar no sabía lo suficiente como para estar intimidado.
—¿Qué equipo?
—A Fjerda.
—Ya veo.
—Por supuesto —dijo Kaz—. Por aquí. —Jaló a Oomen por las solapas y lo alzó,
apoyando su cuerpo contra la barandilla.
—¡Te dije lo que querías! —gritó Oomen, luchando—. Hice lo que me pediste.
Kaz se inclinó para que nadie más pudiera escucharlo cuando dijo: —Mi
Espectro te concedería misericordia, pero gracias a ti, ella no está aquí para apelar en tu
defensa.
—¡No! —gritó Wylan, inclinándose sobre la barandilla; tenía la cara pálida, sus
ojos atónitos buscaban a Oomen en las olas. Las súplicas de Oomen todavía eran
audibles mientras su rostro mutilado desaparecía de la vista—. Tú... Tú dijiste que si él
te ayudaba...
Wylan tomó una gran bocanada de aire como si inhalara valor y farfulló: —No
me vas a tirar por la borda. Me necesitas.
—Tal vez —dijo Kaz—. Pero no estoy de un humor muy racional. —Jesper posó
su mano sobre el hombro de Wylan.
—Olvídalo.
—Wylan —dijo Jesper, dándole una pequeña sacudida—. Tal vez tus tutores no
cubrieron esta lección, pero no se discute con un hombre cubierto de sangre y con un
cuchillo bajo la manga.
Wylan apretó los labios en una fina línea. Kaz no podía decir si el chico estaba
asustado o furioso, y no le importaba mucho. Helvar estaba parado como un centinela
silencioso, observándolo todo, lucía verde de mareo por debajo de la barba.
Kaz respondió con un gesto para ahorrar tiempo, que se basaba en gran medida
en su dedo medio, y desapareció bajo cubierta. Quería un baño caliente y una botella de
brandy, pero se conformaría con estar solo y libre del hedor de la sangre por un tiempo.
En los confines oscuros de su camarote, Kaz susurró las palabras: —Ladrillo por
ladrillo. —Matar a Pekka Rollins siempre había sido tentador, pero eso no era suficiente.
Kaz quería a Rollins humillado. Quería que sufriera de la forma en la que Kaz había
sufrido, de la forma en la que Jordie había sufrido. Y arrebatar treinta millones de kruge
directamente de las manos sucias de Pekka Rollins era una muy buena manera de
comenzar. Quizá Inej estaba en lo correcto. Tal vez el destino sí se tomaba la molestia
con personas como él.
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Durante los primeros dos años de su educación en la capital de Ravka, todos los Grisha
Corporalki estudiaban juntos, tomaban las mismas clases, llevaban a cabo las mismas
autopsias. Pero entonces sus entrenamientos divergían. Los Sanadores aprendían el
intrincado trabajo de curar heridas, mientras que los Cardios se volvían soldados…
expertos en hacer daño, no en deshacerlo. Era una forma diferente de pensar sobre lo
que era esencialmente el mismo poder. Pero los vivos te pedían más que los muertos.
Un golpe mortal requería decisión, claridad de intenciones. Sanar era lento, deliberado,
un ritmo que requería un meditado estudio de cada elección posible. Los trabajos que
había hecho para Kaz durante el último año ayudaban, y de cierta forma también su
trabajo alterando cuidadosamente humores y confeccionando caras en la Rosa Blanca.
Pero al mirar a Inej, Nina deseó que su propio entrenamiento escolar no hubiera
sido tan abreviado. La guerra civil ravkana había hecho erupción cuando aún era una
estudiante en el Pequeño Palacio, y ella y sus compañeros de clase se vieron forzados a
ocultarse. Cuando la lucha terminó y el polvo se asentó, el rey Nikolai estaba ansioso
por entrenar a los pocos Grisha soldados restantes y mandarlos al campo, así que Nina
pasó apenas seis meses en clases avanzadas antes de ser enviada a su primera misión.
En el momento, se sintió emocionada. Ahora estaría agradecida por siquiera una
semana más de escuela.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej era ágil, todo músculo y huesos delgados, tenía la constitución de una
acróbata. El cuchillo había entrado bajo su brazo izquierdo. Había estado muy cerca.
Un poco más profundo y la cuchilla habría atravesado el ápice del corazón.
Nina sabía que si solamente sellaba la piel de Inej de la forma que había hecho
con Wylan, la chica sencillamente continuaría sangrando internamente, así que había
intentado detener el sangrado desde el interior. Creyó hacerlo lo bastante bien, pero Inej
había perdido mucha sangre y Nina no tenía idea de qué hacer al respecto. Había oído
que algunos Sanadores podían unir la sangre de una persona con la de otra, pero si se
hacía incorrectamente, era igual a envenenar al paciente. El proceso estaba mucho más
allá de su alcance.
Terminó de cerrar la herida, luego cubrió a Inej con una ligera manta de lana.
Por ahora, todo lo que podía hacer era monitorear su pulso y respiración. Mientras
acomodaba los brazos de Inej bajo la manta, Nina vio la piel cicatrizada en el interior
del antebrazo. Pasó el pulgar suavemente encima de las protuberancias y rugosidades.
Debía haber sido la pluma de pavo real, el tatuaje dado a los miembros de la Colección,
la Casa de Exóticas. Quien sea que se lo hubiera removido, había hecho un feo trabajo.
Curiosa, Nina levantó la otra manga de Inej. La piel allí era suave y sin marcas.
Inej no tenía el cuervo y la copa, el tatuaje que portaba cualquier miembro de pleno
derecho de los Indeseables. Las alianzas variaban en muchas direcciones en el Barril,
pero tu pandilla era tu familia, la única protección que importaba. Nina tenía dos
tatuajes. El de su antebrazo izquierdo era el de la Casa de la Rosa Blanca. El que contaba
estaba en su derecho: un cuervo intentando beber de un cáliz casi vacío. Le decía al
mundo que pertenecía a los Indeseables, que meterse con ella era arriesgarse a la
venganza de ellos.
Inej había estado con los Indeseables más tiempo que Nina, y aun así ningún
tatuaje. Extraño. Era una de los miembros más valiosos de la pandilla, y estaba claro
que Kaz confiaba en ella… todo lo que alguien como Kaz podía. Nina pensó en la
mirada en su rostro cuando colocó a Inej en la mesa. Era el mismo Kaz —frío, rudo,
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imposible— pero debajo de toda esa ira, también creyó ver algo más. O tal vez
sencillamente era una romántica.
Tuvo que reírse de sí misma. No deseaba amor de nadie. Era el huésped al que le
dabas la bienvenida y entonces no podías librarte de él.
Nina apartó el lacio cabello negro del rostro de Inej. —Por favor, ponte bien —
susurró. Odió el frágil temblor de su voz en el camarote. No sonaba como un soldado
Grisha o un miembro curtido de los Indeseables. Sonaba como una niñita, quien no
sabía lo que hacía. Y era exactamente así como se sentía. Su entrenamiento había sido
demasiado corto. La habían mandado a su primera misión demasiado pronto. Zoya
había dicho lo mismo en el momento, pero Nina rogó ir, y la necesitaban, así que la
Grisha mayor cedió.
Nina se sobresaltó, y levantó la vista para verlo meciéndose adelante y atrás sobre
los talones. —¿Quién es Zoya? —preguntó.
—Lo que queda de él. —Los soldados Grisha de Ravka habían sido diezmados
durante la guerra. Algunos habían huido, la mayoría fueron asesinados. Nina se frotó
los ojos cansados—. ¿Sabes la mejor forma de encontrar Grisha que no quieren ser
encontrados?
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Jesper se frotó la nuca, se llevó las manos a las armas, y regresó al cuello. Siempre
parecía estar en movimiento. —Nunca lo pensé mucho —dijo.
—Busca milagros y escucha las historias para antes de dormir. —Sigue los
cuentos de brujas y goblins, y sucesos inexplicables. A veces tan solo eran supersticiones,
pero con frecuencia había verdad en el corazón de las leyendas locales… gente que nacía
con dones que sus países no entendían. Nina se había vuelto muy buena en rastrear esas
historias.
—Me parece que si no quieren que los encuentren, deberían dejarlos en paz.
Nina le lanzó una mirada oscura. —Los drüskelle no los dejarán en paz. Cazan
Grisha por todas partes.
—Y peor.
Nina sintió un brote de frustración. Estaba dividida entre desear abrazar con
fuerza a Jesper y gritarle que lo estaba intentando. —Santos, Jesper —dijo—. Estoy
haciendo mi mayor esfuerzo.
A pesar de lo molesto que era, Nina casi estuvo tentada de llamarlo para que
regresara. Sin Jesper, no quedaba nada más que la voz de Zoya en su cabeza y el
recordatorio de que su mayor esfuerzo no era lo bastante bueno.
La piel de Inej se sentía demasiado fría al tacto. Nina posó una mano en cada
hombro de la chica e intentó mejorar el flujo de su sangre, elevando su temperatura
corporal muy ligeramente.
Nina había sido demasiado joven para luchar en la guerra civil ravkana, y estaba
desesperada por ser parte de la reconstrucción del Segundo Ejército. Fue su talento para
los lenguajes: shu, kaelish, suli, fjerdano, incluso algo de zemeni, lo que finalmente
sobrepasó las reservas de Zoya. Aceptó que Nina la acompañara a ella y un grupo de
Examinadores Grisha a la Isla Errante, y a pesar de todos los recelos de Zoya, Nina
había sido un éxito. Disfrazada como viajera, entraba a tabernas y posadas para espiar
conversaciones y charlar con los lugareños, luego conducía la conversación trivial al
tema.
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Si vas a la Cañada Maroch, asegúrate de viajar de día. Espíritus enojados andan por esas
tierras… las tormentas surgen de la nada.
La Bruja del Páramo es real, de acuerdo. Mi primo segundo fue con ella con un brote de
tsifil y jura que nunca ha estado más sano. ¿Qué quieres decir con que no está bien de la cabeza?
Está mejor de lo que tú nunca estarás.
Nina hablaba kaelish como nativa, y le encantaba el desafío de asumir una nueva
identidad en cada pueblo. Pero Zoya no había estado complacida de todos sus triunfos.
—Ser buena con los lenguajes no es suficiente —la regañó—. Necesitas aprender a ser
menos… grande. Eres demasiado ruidosa, demasiado efusiva, demasiado memorable.
Te arriesgas demasiado.
—Zoya —dijo el Examinador con el que viajaban—. No seas dura. —Él era un
amplificador viviente. Muerto, sus huesos habrían servido para aumentar el poder
Grisha, igual a los dientes de tiburón o garras de oso que otros Grisha portaban. Pero
vivo era invaluable para su misión, entrenado para utilizar sus dones de amplificador
para percibir el poder Grisha a través del tacto.
La mayor parte del tiempo, Zoya era protectora con él, pero ahora sus ojos azul
oscuro se redujeron a rendijas. —Mis maestros no fueron blandos conmigo. Si ella
termina perseguida por el bosque por una turba de campesinos, ¿les dirás que no sean
duros?
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La miraron fijamente durante un largo momento, iluminados tan solo por la luz
de luna plateada.
—Creo que está perdida —tradujo uno de ellos en fjerdano a los otros.
Otro se levantó, con una linterna en la mano. Era más alto que los otros, y todos
sus instintos le gritaron que corriera cuando él se acercó. No saben lo que eres, se recordó
a sí misma. Solamente eres una linda chica kaelish, perdida en el bosque. No hagas nada estúpido.
Aléjalo de los otros, luego noquéalo.
Él levantó la linterna, la luz brilló sobre el rostro de ambos. Su cabello era largo
y de un dorado bruñido, y sus ojos azul pálido resplandecían como hielo bajo el sol de
invierno. Luce como una pintura, pensó, un Santo forjado en chapa dorada en las paredes
de una iglesia, nacido para blandir una espada de fuego.
El ataque había sido una prueba. Una chica perdida en el bosque retrocedía;
buscaba un cuchillo o un arma. No intentaba utilizar las manos para detener el corazón
de un hombre. Insensata, impulsiva.
Era por eso que Zoya no quería traerla. Los Grisha entrenados apropiadamente
no cometían estos errores. Nina había sido una tonta, pero no tenía que ser una traidora.
Les rogó en kaelish, no ravkano, y no gritó por ayuda… ni cuando le ataron las manos,
ni cuando la amenazaron, ni cuando la arrojaron a un bote de remos como una bolsa de
mijo. Deseaba gritar de terror, hacer que Zoya viniera corriendo, rogar que alguien la
salvara, pero no arriesgaría la vida de los otros. Los drüskelle la condujeron a un barco
anclado lejos de la costa, y la arrojaron a una jaula bajo cubierta, llena de otros Grisha
cautivos. Fue entonces cuando el horror real comenzó.
La noche se unía al día en el vientre húmedo del barco. Las manos de los
prisioneros Grisha estaban fuertemente atadas para evitar que utilizaran su poder. Los
alimentaban de pan duro lleno de gorgojos —lo suficiente para mantenerlos vivos— y
tenían que racionar con cuidado el agua fresca, porque nunca sabían cuándo les darían
la siguiente. No les dieron lugar para aliviarse, y la peste de cuerpos y peor era casi
insoportable.
Ocasionalmente el barco dejaba caer el ancla y los drüskelle regresaban con otro
prisionero. Los fjerdanos se paraban fuera de las jaulas, comiendo y bebiendo,
burlándose de las ropas sucias y su olor. A pesar de lo malo que era, el temor de lo que
podría esperarles era mucho más atemorizante: los inquisidores en la Corte de Hielo, la
tortura e inevitable muerte. Nina soñaba que la quemaban viva en una pira y se
despertaba gritando. Las pesadillas y el miedo y el delirio por el hambre se enredaban,
así que ya no estuvo segura de qué era real y qué no lo era.
largo cabello rubio mostraba gris en las sienes. Recorrió toda la bodega, y luego se
detuvo enfrente de los prisioneros.
—¿Cuántos? —preguntó.
En la escuela, Nina había estado obsesionada con los drüskelle. Eran las criaturas
de sus pesadillas, con sus lobos blancos y cuchillos crueles y los caballos que criaban
para las batallas contra Grisha. Fue por eso que estudió para perfeccionar su fjerdano y
su conocimiento de su cultura. Había sido una forma de prepararse para ellos, para la
batalla por venir. Y Jarl Brum era el peor de ellos.
Era una leyenda, un monstruo que esperaba en la oscuridad. Los drüskelle habían
existido durante siglos, pero bajo el liderazgo de Brum su fuerza se había duplicado en
tamaño y vuelto infinitamente más mortíferos. Había cambiado su entrenamiento,
desarrollado nuevas técnicas para desenterrar a los Grisha en Fjerda, infiltrarse en las
fronteras de Ravka y empezar a perseguir Grisha solitarios en otras tierras, incluso
perseguía barcos de esclavos, liberaba a los prisioneros Grisha con el solo propósito de
encadenarlos de nuevo y mandarlos a Fjerda para enjuiciarlos y ejecutarlos. Se había
imaginado enfrentar a Brum algún día, como una guerrera vengadora o una espía astuta.
No se imaginó confrontarlo encerrada y muerta de hambre, con las manos atadas,
vestida en harapos.
Brum debía saber el efecto que su nombre tendría. Esperó un largo momento
antes de decir en un kaelish excelente: —Lo que tienen enfrente es la siguiente
generación de drüskelle, la orden sagrada encargada de proteger la soberana nación de
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Fjerda, erradicando a su especie. Los llevarán a Fjerda para enfrentar el juicio y así
ganarse el rango de oficiales. Son los más fuertes y los mejores de nuestra clase.
—Por favor —dijo uno de los prisioneros—. No he hecho nada. Soy un granjero.
No les he hecho ningún mal a ustedes.
—Eres un insulto a Djel —replicó Brum—. Una plaga en esta tierra. Hablas de
paz, pero ¿qué hay de tus hijos a quien podrías pasar este poder demoníaco? ¿Qué hay
de sus hijos? Me reservo la piedad para los hombres y mujeres indefensos masacrados
por abominaciones Grisha.
Los drüskelle parecían a punto de explotar de orgullo. Tan pronto Brum salió de
la bodega, se estuvieron embistiendo afectuosamente con los hombros, riendo de alivio
y satisfacción.
—El buen trabajo es justo —dijo uno en fjerdano—. ¡Quince Grisha para entregar
a la Corte de Hielo!
Entonces uno metió la mano entre las barras y atrapó a Nina por el cabello. —
Me gusta esta, aún linda y redondeada. Tal vez debamos abrir la puerta de esa celda y
ducharla.
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Él se quedó quieto, y cuando la miró, sus ojos azules brillaban de odio. Ella se
rehusó a inmutarse.
—Más brujería.
—Si por brujería te refieres a la práctica arcana de leer. Tu comandante dijo que
nos juzgarían por nuestros crímenes. Quiero que me digas solamente qué crimen he
cometido.
Pero sujetó las barras con las manos atadas y dijo. —¿Cuántos? ¿Cuántos han
enviado a la pira?
Él le dio la espalda.
—¡Espera!
Él la ignoró.
—¡Espera! ¡Por favor! Solo… solo algo de agua fresca. ¿Tratarías a tus perros así?
Él hizo una pausa, con la mano en la puerta. —No debí decir eso. Al menos los
perros conocen la lealtad, fidelidad a la manada. Es un insulto para los perros llamarte
así.
Yo voy a darte de alimento a una manada de sabuesos hambrientos, pensó Nina. Pero
todo lo que dijo fue: —Agua, por favor.
Pero un ratito después, el drüskelle regresó con una taza de hojalata y un balde de
agua limpia. La colocó en el interior de la celda y azotó los barrotes sin una palabra.
Nina ayudó al Fabricador a beber, luego se tragó una taza ella misma. Las manos le
temblaban tanto, que la mitad se le derramó sobre la blusa. El fjerdano se dio la vuelta,
y con placer Nina vio que lo había avergonzado.
No había regresado, y se habían quedado sin agua fresca durante los siguientes
tres días. Pero cuando la tormenta golpeó, esa taza de hojalata le salvó la vida.
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—Dormitando.
Sus manos con grilletes fueron a su mandíbula recién afeitada. —Jesper lo hizo.
—Jesper también debía haberse encargado del cabello de Matthias. Los mechones rubios
que habían crecido descuidadamente de su cuero cabelludo habían sido cortados. Aún
seguía demasiado corto, una pelusa dorada sobre piel que mostraba cortes y moretones
de su última pelea en la Puerta del Infierno.
Aunque debía estar feliz de librarse de la barba, pensó Nina. Hasta que un
drüskelle completaba una misión propia y se le otorgaba su estatus de oficial, se requería
que permaneciera completamente rasurado. Si Matthias hubiera llevado a Nina a
enfrentar juicio en la Corte de Hielo, se le habría concedido ese permiso. Habría portado
la cabeza plateada del lobo que lo marcaba como oficial de los drüskelle. La enfermaba
pensar en ello. Felicidades en su reciente ascenso a rango de asesino. El pensamiento le ayudó
a recordarle con quién estaba tratando. Se sentó más derecha, y levantó la barbilla.
—No —respondió.
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—No quiero escuchar mi lenguaje en tu boca. —Sus ojos parpadearon hacia sus
labios, y ella sintió un rubor inoportuno.
Con placer vengativo, dijo en fjerdano. —Pero siempre te gustó la forma en que
hablaba tu lengua. Dijiste que sonaba pura. —Era verdad. Amaba su acento… las
vocales de una princesa, cortesía de sus maestros en el Pequeño Palacio.
—No me presiones, Nina —dijo. El kerch de Matthias era feo, brutal, el acento
gutural de ladrones y asesinos que conoció en prisión—. Ese indulto es un sueño al que
es difícil aferrarse. El recuerdo de tu pulso desvaneciéndose bajo mis dedos es mucho
más fácil de recordar.
—Pruébame —dijo, con la ira centelleante. Estaba harta de sus amenazas—. Mis
manos ahora no están atadas, Helvar. —Curvó los dedos, y Matthias jadeó cuando su
corazón empezó a acelerarse.
—Seguramente puedes hacerlo mejor. Ahora debes tener cien nombres diferentes
para mí.
—Vete, Matthias. Tengo una paciente que velar. —Se enfocó en revisar la
temperatura corporal de Inej.
—¿Vivirá?
—¿Te importa?
Escuchó el final sin palabras de esa frase. Ella es un ser humano… a diferencia de
ti. Los fjerdanos no creían que los Grisha fueran humanos. Ni siquiera estaban a la par
de los animales, sino algo rastrero y demoniaco, una plaga en el mundo, una
abominación.
Levantó un hombro. —No lo sé, en realidad. Hice mi mayor esfuerzo, pero mis
dones yacen en otro lado.
Nina hizo una pausa. Entonces, sin decir una palabra, se levantó la manga de la
camisa. Dos rosas se entrelazaban en el interior de su antebrazo. Podría haber explicado
lo que hacía allí, que nunca se había ganado la vida de espaldas, pero no era incumbencia
de él lo que hacía o no hacía. Que creyera lo que quisiera.
La rabia encendió sus ojos, la fachada de calma cayó. —¿Un error? Te salvé la
vida, y tú me acusaste de ser un esclavista.
—Sí —dijo Nina—, y he pasado la mayor parte del año intentando encontrar una
forma de arreglar las cosas.
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—Las primeras palabras que me dijiste fueron una mentira. Habladas en kaelish,
si recuerdo bien.
—Dichas justo antes que me capturaras y metieras en una jaula. ¿Era ese el
momento de decir verdades?
Matthias no dijo nada, pero ella vio un destello de vergüenza pasar por su rostro.
Matthias siempre había combatido su propia decencia. Para convertirse en drüskelle
había tenido que matar las cosas buenas en su interior. Pero el chico que debería haber
sido estaba siempre allí, y había empezado a ver la verdad en él en los días que pasaron
juntos después del naufragio. Deseaba creer que ese chico aún estaba allí, encerrado, a
pesar de la traición de ella y lo que sea que hubiera soportado en la Puerta del Infierno.
Al mirarlo ahora, no podía estar segura. Tal vez este era su verdadero yo, y la
imagen a la que se había aferrado durante el último año había sido una ilusión.
—¿Qué sucedía en los sueños? —preguntó, ansiosa por una respuesta, pero
temiéndola también.
—Era un monstruo.
Podría haber. Alguna vez. Antes que lo traicionara. Esas palabras grabaron una
herida en su pecho.
Sabía que no debería hablar, pero no pudo evitarlo. —¿Y qué hacías, Matthias?
¿Qué me hacías en tus sueños?
El barco se meció con suavidad, las linternas oscilaron. Sus ojos eran azul fuego.
—Todo —dijo mientras se giraba para irse—. Todo.
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Se estaba mejor al aire libre, donde podía mirar el horizonte. Había hecho viajes
marítimos como drüskelle, pero estaba más cómodo en tierra y en el hielo. Era humillante
que esos extranjeros le vieran vomitar por encima de la barandilla por tercera vez durante
el mismo número de horas.
Alguien había hecho café y vio a la tripulación bebérselo en tazas de cobre con
tapa de cerámica. De repente, la idea de llevarle una taza a Nina cruzó por su cabeza,
pero la desechó. No necesitaba cuidar de ella o decirle a Brekker que podría dejarla
descansar. Apretó los dedos, mirándose los nudillos raspados. Ella le había impregnado
esa debilidad.
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Brekker hizo gestos a Matthias hacia donde él, Jesper y Wylan se habían reunido
en la cubierta de proa para examinar los planos de la Corte de Hielo, lejos de los ojos y
los oídos de la tripulación. Ver esos dibujos era como clavarse un cuchillo en el corazón.
Las paredes, las puertas y los guardias. Deberían haber disuadido a esos tontos, pero al
parecer él era tan tonto como ellos.
—¿Por qué no hay nombres en nada? —preguntó Brekker, señalando los planos.
—Toma —dijo Kaz, lanzándole un disco pequeño y pulcro, que brilló con el sol.
El demonio se había subido a un barril y estaba apoyado en el mástil, con la pierna
colgada sobre una cuerda y ese maldito bastón sobre su regazo. A Matthias le gustaba
imaginar que lo rompía en astillas y se las daba de comer a Brekker una a una.
—¿Qué es esto?
—Métanselo entre las muelas —dijo Kaz mientras le entregaba los discos a los
demás—. Pero no los muerdan…
Jesper se echó a reír y Kaz se limitó a sacudir la cabeza. —Les dije que no lo
mordieran, Wylan. Respira por la nariz.
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El chico inhaló profundamente varias veces, con las fosas nasales dilatadas.
De mala gana, Matthias agarró la pluma y la tinta que había dispuesto Wylan y
empezó a garabatear los nombres de los edificios y caminos circundantes. De alguna
manera, al hacer eso se sentía aún más traidor. Una parte de él se preguntaba si podría
de alguna manera alejarse del grupo una vez que llegaran allí, revelar la ubicación de
ellos y de esa forma ganarse de vuelta la buena voluntad de su gobierno. ¿Podría
reconocerle alguien de la Corte de Hielo? Probablemente, creían que estaba muerto, que
se ahogó en el naufragio que se cobró la vida de sus amigos y del comandante Brum. No
tenía ninguna prueba de su verdadera identidad. Sería un desconocido que no tenía nada
que hacer en la Corte de Hielo, y tampoco tenía a nadie que le escuchara…
—Estás vacilando —dijo Brekker, con los ojos oscuros fijos en Matthias.
—No puedes llegar al tejado —dijo Matthias con satisfacción—. Los drüskelle
trabajamos con los prisioneros Grisha y los guardias durante tres meses, como parte de
nuestra formación. He estado en la prisión y no hay acceso al tejado por esta razón: si
alguien se las arregla para salir de su celda, no le queremos corriendo por la Corte de
Hielo. La prisión está totalmente aislada de los otros dos sectores en el círculo exterior.
Una vez estás dentro, estás dentro.
—Siempre hay una salida. —Kaz sacó el plano de la prisión del montón—. Cinco
plantas, ¿verdad? El área de procesamiento y cuatro niveles de celdas. Así pues, ¿qué
hay aquí, en el sótano?
—El incinerador.
—Sí, donde queman la ropa de los convictos cuando llegan. Es una precaución
ante posibles plagas, pero… —Tan pronto como pronunció esas palabras, Matthias
entendió lo que Brekker tenía en mente—. Dulce Djel, quieres que trepemos seis pisos
por el hueco del incinerador.
—Si no recuerdo mal, por la mañana temprano, pero incluso sin el calor…
—No quiere que nosotros lo trepemos —dijo Nina, saliendo de la cubierta inferior.
—El Espectro es una chica de dieciséis años que ahora mismo está inconsciente
sobre una mesa. Tal vez ni siquiera sobreviva a esta noche.
—Lo hará —dijo Kaz y algo salvaje brilló en sus ojos. Matthias sospechaba que
Brekker traería a la chica del mismo infierno si tenía que hacerlo.
Jesper agarró su fusil y le pasó un paño suave por encima. —¿Por qué hablamos
de escalar chimeneas cuando tenemos un problema mayor?
—¿Y cuál es? —preguntó Kaz, aunque Matthias tenía la impresión de que ya lo
sabía.
—No tiene caso que vayamos tras Bo Yul-Bayur, si Pekka Rollins está
involucrado.
Jesper asintió. —Por primera vez, Wylan tiene razón. Si por algún milagro
conseguimos saltarle a Bo Yul-Bayur antes de que Rollins lo haga, una vez que sepa que
hemos sido nosotros los que le ganaron, seremos hombres muertos.
—Pekka Rollins es un jefe del Barril —dijo Kaz—. Ni más ni menos. Basta de
tratarle como si fuera algún tipo de inmortal.
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Aquí hay algo más en juego, pensó Matthias. Brekker había perdido el tono violento
que mantenía antes, cuando había asesinado a Oomen. Pero aún había cierta intensidad
que persistía en sus palabras. Matthias estaba seguro de que Kaz Brekker odiaba a Pekka
Rollins, y no solo porque destrozó su barco y contrató a matones para matarles. Tenía
toda la pinta de antiguas heridas y rencores.
Jesper se echó hacia atrás y dijo: —¿Crees que Per Haskell te va a respaldar
cuando se entere de que te interpusiste en el camino de Pekka Rollins? ¿Crees que el
viejo quiere esta guerra?
Kaz negó con la cabeza y Matthias vio verdadera frustración. —Pekka Rollins
no vino a este mundo vestido de terciopelo y revolcándose en kruge. Aún estás pensando
en pequeño. La manera en la que Per Haskell trabaja es la manera en que hombres como
Pekka Rollins quieren que sea. Terminemos este trabajo y repartamos el botín, y seremos
las leyendas del Barril. Seremos el grupo que venció a Pekka Rollins.
—El puerto estará plagado de seguridad —dijo Kaz—. Por no hablar de todos los
agentes de aduanas habituales y los representantes de la ley.
Lo que decía tenía sentido, pero le puso nervioso. En Fjerda las mujeres no
hablaban así, no hablaban de estrategia y asuntos militares. Pero Nina siempre había
sido así.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper golpeó la cabeza contra el casco y miró al cielo. —Bien. Pero si Pekka
Rollins nos mata a todos, voy a pedirle al fantasma de Wylan que le enseñe a mi
fantasma cómo tocar la flauta, solo para molestar hasta la mierda a tu fantasma.
Brekker curvó los labios. —Contrataré al fantasma de Matthias para que le patee
el culo a tu fantasma.
Parte 3
Corazón Roto
Leigh Bardugo The Dregs
Intentó darse vuelta, pero el dolor era demasiado intenso, así que se conformó
con voltear la cabeza. Nina estaba dormitando en un banco acomodado en la esquina
junto a la mesa, la mano de Inej sujeta holgadamente en la suya.
—Nina —dijo con voz ronca. Su garganta se sentía como si estuviera recubierta
de lana.
—¡Estoy despierta! —exclamó, luego miró a Inej con los ojos legañosos—. Estás
despierta —se enderezó—. Oh, Santos, ¡Estás despierta!
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Tú eres la que fue apuñalada. No sé qué sucede conmigo. Es mucho
más fácil matar personas que cuidar de ellas. —Inej parpadeó, y luego ambas empezaron
a reír.
—Tres días, casi cuatro. Jesper nos está volviendo locos a todos. No creo haberlo
visto quedarse quieto por más de dos minutos seguidos. —Se paró abruptamente—.
¡Necesito decirle a Kaz que estás despierta! Pensamos…
—Pekka Rollins. Contrató a los Puntas Negras y los Albatros Navaja para evitar
que saliéramos del Quinto Puerto.
—Vi a Oomen…
—¿Lo hizo?
—Kaz mató a un montón de personas. Rotty lo vio ir tras los Puntas Negras que
te tenían arriba de las cajas. Creo que sus palabras exactas fueron: «Había suficiente
sangre como para pintar un granero de rojo».
—Tanta muerte. —En el Barril estaban rodeados de ella. Pero esto era lo más
cercano que había estado de ella.
—Idiota.
—Si tuviera algo que leer, te leería algo. Hay un Cardio en el Pequeño Palacio
que puede recitar poesía épica por horas. Luego desearías estar muerta.
—De acuerdo —dijo Nina—. Ya que quieres hablar, cuéntame por qué no tienes
la copa y el cuervo en tu brazo.
Nina cruzó las piernas y apoyó la mandíbula en sus manos. —Estoy esperando.
—Viste mis cicatrices. —Nina asintió—. Cuando Kaz hizo que Per Haskell
pagara mi contrato vinculante con la Colección, la primera cosa que hice fue quitarme
el tatuaje de la pluma de pavo real.
Kaz le había enseñado a abrir una caja fuerte, abrir una cerradura, empuñar un
cuchillo. Él le había regalado su primera cuchilla, a la que ella llamaba Sankt Petyr…
no tan bonita como geranios silvestres pero mucho más útil, supuso.
Él suspiró.
Si solo fueras tan sanguinaria. Ella no había sido capaz de detectar si él estaba
bromeando o no.
Se movió un poco en la mesa. Hubo dolor, pero no era tan malo. Dado lo
profundo que el cuchillo había llegado, sus Santos debían haber estado guiando la mano
de Nina.
Pero él lo hizo, a su manera… a pesar del gran esfuerzo de ella. Sentir algo por
Kaz Brekker era la peor forma de necedad. Ella lo sabía. Pero él fue quien la rescató,
quien vio su potencial. Él había apostado por ella, y eso significaba algo, incluso si él lo
hacía por sus propias razones egoístas. Incluso la había apodado el Espectro.
Un fantasma, la corrigió.
¿No habías dicho que yo sería tu araña? ¿Por qué no apegarse a eso?
Porque ya hay suficientes arañas en el Barril. Además, quieres que tus enemigos te teman.
No que piensen que pueden aplastarte con la punta de una bota.
Leigh Bardugo The Dregs
¿Mis enemigos?
Nuestros enemigos.
Él la había ayudado a crear una leyenda que pudiera usar como armadura, algo
más grande y más espantoso que la chica que había sido. Inej suspiró. No quería pensar
más en Kaz.
—Yo igual.
—¿Por favor?
Nina resopló.
—Solo por ti, Espectro —se aclaró la garganta y comenzó—. Poderoso capitán
joven, audaz en el mar. Soldado y marinero libre de enfermedad…
—Te lo dije.
Leigh Bardugo The Dregs
—Continúa.
Luego la tenían agarrada por las piernas y la arrastraban fuera del carromato. Se
golpeó la cabeza muy fuerte contra el suelo. Había cuatro hombres grandes, marineros.
Cuando intentó gritar, la amordazaron. Le ataron las manos y muñecas y uno de ellos
la lanzó sobre su hombro, mientras se subían a un bote de remos que habían atado a la
cala.
Tiempo después, Inej aprendió que la costa era un lugar popular para los
esclavistas. Ellos habían visto la caravana suli desde su barco y se habían colado después
del amanecer cuando el campamento estaba desierto.
—Esto tendrá que ser afeitado. —Luego dio un paso atrás—. Bonita —dijo—.
Escuálida y plana como una sartén, pero su piel es perfecta.
Se dio la vuelta para negociar con los marineros, mientras Inej estaba parada ahí,
apretando las manos entrelazadas sobre su pecho, su blusa aún estaba abierta, su falda
arremolinada en su cintura. Inej podía ver el destello de la luz de la luna en las olas frente
a la cala.
Salta, pensó. Lo que sea que te espere en el fondo del mar es mejor que el lugar al que te
lleva esta mujer. Pero no tuvo el valor.
La chica en la que se había convertido habría saltado sin pensarlo dos veces, y
quizá hubiera arrastrado a uno de los traficantes de esclavos con ella. O quizá se estaba
engañando a sí misma. Se había congelado cuando Tante Heleen la había abordado en
la Duela Oeste. No había sido más fuerte, ni valiente, solamente la misma chica suli
asustada, paralizada y humillada en la cubierta de ese barco.
Nina seguía cantando, algo sobre un marinero que había abandonado al amor de
su vida.
—Deberías descansar.
—Coro.
Leigh Bardugo The Dregs
Así que Nina le enseñó la letra, y cantaron juntas, deslizándose con torpeza entre
los versos, irremediablemente fuera de tono, hasta que las linternas se apagaron.
Leigh Bardugo The Dregs
J esper sentía que estaba listo para lanzarse por la borda solamente por un cambio
en la rutina. Seis días más. Seis días más en este barco —si eran afortunados y el
viento era bueno— y entonces podrían llegar a tierra. La costa occidental de
Fjerda era toda rocas peligrosas y acantilados empinados. Solo podían acercarse de
manera segura por Djerholm y Elling, y ya que la seguridad en ambos puertos era fuerte,
se habían visto forzados a recorrer todo el camino hasta los puertos norteños balleneros.
Él estaba esperando en secreto que fueran atacados por piratas, pero el barquito era
demasiado pequeño para llevar carga valiosa. Eran un blanco indigno y pasaron sin ser
molestados a través de las ocupadas rutas comerciales del Verdadero Océano,
mostrando los colores neutrales de Kerch. Pronto, estuvieron en las aguas frías del norte,
entrando al Isenvee.
—No lo hago.
Kaz le lanzó una mirada casi compasiva. —No, eres un flautista que se juntó con
malas compañías.
—¿Disculpa, mercito?
Jesper se removió incómodo. Por supuesto que no estaba seguro de eso. Pasaba
demasiado tiempo adivinando los pensamientos de Kaz. Y si había ganado algún trocito
de la confianza de Kaz, ¿lo merecía?
Dio un golpecito con los pulgares contra sus revólveres y dijo: —Cuando las balas
comienzan a volar, puede que descubras que es bueno tenerme cerca. Esas imágenes
bonitas no van a mantenerte con vida.
—Funcionó, ¿verdad?
—Eso he escuchado.
—Quiero decir que todos saben que no puedes mantenerte alejado de una pelea
o una apuesta, sin importar las probabilidades.
Jesper entornó los ojos hacia las velas. —Si no has nacido con todas las ventajas,
aprendes a aprovechar de las oportunidades cuando se te presentan.
—No estaba… —Wylan se detuvo y dejó su pluma —¿Por qué piensas que sabes
todo sobre mí?
—¿Sobre qué?
—Bueno, como esas armas —dijo gesticulando hacia los revólveres de Jesper—.
Tienen un inusual mecanismo de tiro, ¿cierto? Y si pudiera desarmarlas…
Wylan se encogió de hombros. —¿O qué hay con el foso de hielo? —preguntó,
dando un golpecito en el plano de la Corte de Hielo. Matthias había dicho que el foso
Leigh Bardugo The Dregs
no era sólido, solo una resbaladiza y finísima capa de hielo sobre el agua glacial,
completamente expuesta e imposible de atravesar.
—¿De dónde viene toda el agua? La Corte está sobre una colina, así qué, ¿dónde
está el acuífero o el acueducto que trae el agua?
—¿Pero no te da curiosidad?
Jesper iba a ver a Inej cada mañana y cada noche. La idea de que la emboscada
en los muelles pudo simplemente ser el final de ella lo había hecho temblar. A pesar de
los esfuerzos de Nina, había estado bastante seguro de que el Espectro no estaría mucho
en este mundo.
Pero una mañana, Jesper llegó para encontrar a Inej sentada, vestida con
pantalones, chaleco acolchado, y túnica con capucha.
—Si estás parloteando depresiva sabiduría suli, entonces debes estar sintiéndote
mejor.
Leigh Bardugo The Dregs
—No te quedes allí parado —se quejó Nina—. Ayúdame a ponerle estas cosas en
los pies.
—Nina Zenik, tan pronto como averigüe dónde has puesto mis cuchillos, vamos
a tener una charla.
—El primer tema será mejor que sea: “Gracias, oh estupenda Nina, por dedicar cada
momento despierta de este viaje miserable a salvar mi triste vida”.
Jesper esperaba que Inej riera, y se sorprendió cuando ella tomó el rostro de Nina
entre las manos y dijo: —Gracias por mantenerme en este mundo cuando el destino
parecía decidido a arrastrarme a la siguiente vida. Estoy en deuda contigo de por vida.
Nina se sonrojó muchísimo. —Estaba bromeando, Inej. —Se detuvo—. Creo que
ambas estamos hartas de las deudas.
—Está bien, está bien. Cuando estemos de regreso en Ketterdam, invítame a unos
gofres.
Ahora Inej rio. Dejó caer las manos y pareció especular. —¿Postre a cambio de
una vida? No estoy segura de que resulte equitativo.
—No estás invitado —dijo Nina—. Ahora ven a ayudarme a ponerla de pie.
—Compláceme.
Con un suspiro, Inej agarró el brazo que Jesper le ofrecía, y se dirigieron fuera
del camarote y hasta la cubierta, Nina los seguía detrás.
Una vez estuvieron en la cubierta, Inej apretó su brazo para que se detuviera.
Echó la cabeza hacia atrás, respirando profundamente. Era un día bastante gris, el
océano una pizarra sombría separado por olas espumosas, el cielo plegado con gruesas
ondas de nubes. Un fuerte viento llenaba las velas, transportando el barquito sobre las
olas.
—¿Esta clase?
—El viento en tu cabello, la espuma del mar en tu piel. El frío de los vivos.
—¿Han estado así todo el tiempo? —preguntó Inej, mirando entre Nina y el
fjerdano.
Jesper asintió. —Es como ver a dos gatos monteses dando vueltas uno en torno
al otro.
Inej hizo un pequeño sonido de tarareo. —¿Pero qué tienen intención de hacer al
abalanzarse?
Inej rodó los ojos. —No es de extrañar que te vaya tan mal en las mesas de juego.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej asintió. No levantó la vista hacia donde Kaz estaba de pie junto a Specht en
el timón. Pero Jesper lo hizo y le dio un alegre saludo con la mano. La expresión de Kaz
no cambió.
—Muy posiblemente.
Avanzaron, y Jesper vio una sonrisa de satisfacción sobre los labios de Inej.
—¿Sorprendida? —preguntó.
—Un poco —admitió ella—. Paso demasiado tiempo con Kaz. Supongo…
Ella soltó una pequeña risita y se llevó una mano al costado. —Aún duele reír.
—Eso espero. Creo que nunca sentí realmente que encajara con los Indeseables.
—Bueno, no encajas.
Leigh Bardugo The Dregs
—Gracias.
Inej volvió sus ojos oscuros hacia él, luego sacudió la cabeza. —No puedes leer
a la gente, y no puedes fingir.
—No creo que le gusten los lechos de los enfermos —dijo Jesper.
—Quiero decir, creo que era difícil para él estar a tu alrededor en ese estado. El
primer día cuando te hirieron… enloqueció un poco. —Le costaba un poco a Jesper
admitir eso. ¿Kaz se habría desquiciado como perro rabioso si fuera Jesper el del cuchillo
enterrado en el costado?
—Por supuesto que hizo eso. Este es un trabajo de seis personas, y aparentemente
me necesita para escalar un hueco de incinerador. Si muero, el plan se derrumba.
Inej le echó una rápida mirada a Kaz, luego miró sobre su hombro para
asegurarse de que nadie de la tripulación estuviera al acecho en las cercanías. Kaz había
Leigh Bardugo The Dregs
sido claro que la información incluso remotamente relacionada al trabajo debía quedarse
entre los seis. —No lo sé exactamente —respondió—. Hace tres meses Wylan apareció
en una pensión de mala muerte cerca del Tablón. Usó un apellido distinto, pero Kaz
mantiene vigilados a todos los nuevos en el Barril, así que me hizo hacer algo de
espionaje.
—¿Y?
Inej se encogió de hombros. —A los sirvientes en la casa de Van Eck les pagan
tan bien que son difíciles de sobornar. La información que reuní no tenía mucho sentido.
Había rumores de que habían atrapado a Wylan en un jugueteo sudoroso con uno de
sus tutores.
—No creo que lo hiciera. Van Eck le escribe a Wylan cada semana, y Wylan ni
siquiera abre las cartas.
—¿Qué dicen?
—¿No lo hiciste?
Jesper echó un vistazo donde Wylan estaba conversando con Nina. —El
misterioso mercito. Me pregunto qué hizo Van Eck que fuera lo bastante malo para
enviar a Wylan a los barrios bajos, con nosotros.
Leigh Bardugo The Dregs
—Ahora tú dime algo, Jesper. ¿Qué te trajo en esta misión? Sabes cuán arriesgado
es este trabajo, qué posibilidades hay de que regresemos. Sé que te encanta un reto, pero
esto es una condena, incluso para ti.
Jesper miró las olas grises del mar, desfilando hacia el horizonte en una
formación infinita. Nunca le había gustado el océano, el sentido de lo desconocido
debajo de sus pies, que algo hambriento y lleno de dientes podría estar esperando para
arrastrarlo a las profundidades. Y así era como ahora se sentía cada día, aún en tierra.
—No. Esta vez es grave. Le pedí prestado dinero a la gente equivocada. ¿Sabes
que mi padre tiene una granja?
—Necesitaba el préstamo… le dije que era para que pueda terminar mi carrera
en la universidad.
—Es por eso que vine a Ketterdam. En mi primera semana en la ciudad bajé a la
Duela Este con otros estudiantes. Puse unos cuantos kruge sobre la mesa. Fue un
capricho. Ni siquiera conocía las reglas de la Rueda de Makker. Pero cuando el
repartidor giró la rueda, nunca había escuchado un sonido más hermoso. Gané, y seguí
ganando. Fue la mejor noche de mi vida.
sujetos se me arrojaron en un callejón una noche. Kaz los derribó, y empezamos a hacer
trabajos juntos.
Jesper se volvió hacia el mar, sintiendo sus mejillas calentarse. —Esperando por
miel, supongo. Y rezando para que no nos piquen.
—No sé cuál es tu excusa, Espectro. Yo soy el que nunca puede abandonar una
mala mano.
Ella enlazó su brazo con el de él. —Eso te convierte en un mal apostador, Jesper.
Pero en un excelente amigo.
—¿Caminamos?
—No hay problema. Traeré a Helvar. —Jesper miró hacia el timón mientras se
ponían en marcha por el lado opuesto de la cubierta. Kaz no se había movido. Todavía
estaba observándolos, con sus duros ojos, su rostro tan inescrutable como siempre.
Leigh Bardugo The Dregs
S e necesitaron dos días después de que ella saliera del camarote de cirujano para
que Kaz se armara de valor para acercase a Inej. Estaba sentada sola, las piernas
cruzadas, la espalda contra el casco de la nave, tomando una taza de té.
—Estoy bien, gracias por preguntar —dijo ella, mirándolo—. ¿Cómo estás?
—Está bien. Toma. —Extendió el dibujo de Wylan del sector penitenciario entre
ellos. La mayoría de los planos de Wylan mostraban la Corte de Hielo desde arriba, pero
el trazo de la prisión estaba en una vista lateral, una sección transversal que mostraba
los pisos del edificio apilados uno encima de otro.
—Lo he visto —dijo Inej. Pasó el dedo desde el sótano hasta el techo en una línea
recta—. Seis pisos de escalada por una chimenea.
—¿Puedes hacerlo?
—No.
Leigh Bardugo The Dregs
—Así que si digo que no puedo hacer esa escalada, ¿le dirás a Specht que gire el
barco de regreso y nos lleve de vuelta a Ketterdam?
—Sabes que puedo hacerlo, Kaz, y sabes que no me voy a rehusar. Entonces ¿por
qué preguntas?
Porque he estado buscando una excusa para hablar contigo durante dos días.
—Quiero asegurarme de que sabes con qué estarás lidiando y que estás
estudiando los planos.
—¿Habrá un examen?
—Sí —dijo Kaz—. Si fallas, todos terminaremos atrapados dentro de una prisión
fjerdana.
—¿Confías en Specht?
Kaz le lanzó una mirada de reojo. —¿Hay alguna razón por la que no debería?
—Confío en él lo suficiente.
Kaz entrecerró los ojos. —No soy un personaje de un cuento infantil que juega
bromas inofensivas y roba a los ricos para darle a los pobres. Había dinero por ganar e
información por poseer. Specht conoce las rutas de la marina como la palma de su mano.
—Nunca algo a cambio de nada, Kaz —dijo ella, la mirada firme—. Lo sé. Aun
así, si el Ferolind es interceptado, no tendremos manera de salir de Djerholm.
Dime que lo sabes. Necesitaba oírla decirlo. Este trabajo no se parecía a nada que
hubiera intentado antes. Cada duda que ella había planteado era legítima, y solo hacía
eco de los temores en su propia cabeza. Le había gritado a ella, antes de dejar Ketterdam,
le dijo que conseguiría una nueva araña para el trabajo si ella no creía poder llevarlo a
cabo. Necesitaba saber que ella creía que podía hacerlo, que él podía introducirlos en la
Corte de Hielo y sacarlos sintiéndose completos y satisfechos, justo igual que con otros
grupos en otros trabajos. Necesitaba saber que ella creía en él.
Pero lo único que dijo fue: —He oído que Pekka Rollins fue el que mandó
atacarnos en el puerto.
—No creas que no he notado la manera en que vas tras él, Kaz.
—No, no lo es. Cuando vas tras de las otras pandillas, es negocio. Pero con Pekka
Rollins es personal.
Leigh Bardugo The Dregs
Más tarde, no estuvo seguro de por qué le contó. Nunca se lo había dicho a nadie,
nunca lo dijo en voz alta. Pero ahora Kaz mantuvo sus ojos en las velas por encima de
ellos y dijo: —Pekka Rollins mató a mi hermano.
No tuvo que ver la cara de Inej para sentir su impacto. —¿Tenías un hermano?
—Lo siento.
—Kaz —vaciló. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Tratar de ponerle una mano en el
brazo? ¿Decirle que entendía?
—Voy a orar por él —dijo Inej—. Por la paz en el otro mundo si no en este.
Volvió la cabeza. Estaban sentados muy juntos, sus hombros casi se tocaban. Sus
ojos eran tan cafés que eran casi negros, y por una vez su cabello estaba suelto. Ella
siempre lo llevaba recogido en un moño ajustado sin piedad. Incluso la idea de estar
cerca de alguien debería haberle hecho arder la piel. En su lugar pensó, ¿Qué sucede si me
acerco?
Inej suspiró. —Entonces voy a orar para que obtengas todo lo que pides.
Bien. Tendría que encontrar una nueva araña, pero se libraría de esta distracción.
—Tu parte de los treinta millones de kruge puede conceder ese deseo. —Se puso
de pie—. Así que reserva tus oraciones para el buen tiempo y guardias estúpidos. Solo
déjame fuera de ellas.
Kaz cojeó a la proa, molesto consigo mismo y enojado con Inej. ¿Por qué la había
buscado? ¿Por qué le había contado acerca de Jordie? Había estado irritable y
desconcentrado por días. Estaba acostumbrado a tener a su alrededor al Espectro…
alimentando a los cuervos fuera de su ventana, afilando sus cuchillos mientras él
trabajaba en su escritorio, castigándolo con sus proverbios suli. No quería a Inej. Tan
solo quería su rutina de regreso.
Después de que su padre murió, aplastado bajo un arado con las entrañas
esparcidas por el campo como un rastro de flores rojas húmedas, Jordie vendió la granja.
No por mucho. Las deudas y embargos se habían ocupado de ello. Pero fue suficiente
para llegar a salvo a Ketterdam y mantenerlos en modesta comodidad por un buen
tiempo.
Kaz tenía nueve, todavía extrañaba a Pá y tenía miedo de alejarse del único hogar
que había conocido. Había agarrado con fuerza la mano de su hermano mayor, mientras
viajaban a través de kilómetros de dulce campiña, hasta que llegaron a una de las
principales vías fluviales y abordaron un bote pantanero que transportaba productos a
Ketterdam.
Leigh Bardugo The Dregs
—Irás a la escuela.
Cada mañana, Jordie iba a la Bolsa para buscar trabajo y le decía a Kaz que se
quedase en su habitación. Ketterdam no era seguro para niños solos. Había ladrones y
carteristas e incluso hombres que se apoderaban de los niños pequeños y los vendían al
mejor postor. Así que Kaz se quedó dentro. Empujaba una silla hasta la jofaina y se
subía en ella para que poder verse a sí mismo en el espejo, mientras trataba de hacer
desaparecer monedas, tal como había visto hacer a un mago, actuando delante de una
de los salones de juego. Kaz podría haberle visto durante horas, pero finalmente Jordie
lo había arrastrado lejos. Los trucos de cartas habían sido buenos, pero el desaparecer la
moneda lo mantenía despierto por la noche. ¿Cómo había hecho el mago? Había estado
allí un momento, y al siguiente se había ido.
Jordie había llegado a casa con hambre e irritable, frustrado tras otro día perdido.
—Dicen que no tienen puestos de trabajo, pero quieren decir que no tienen trabajo para
un chico como yo. Todo el mundo es primo o hermano de alguien o el hijo del mejor
amigo.
Kaz no había estado de humor para tratar de animarlo. Estaba de mal humor
después de tantas horas en el interior con nada más que las monedas y cartas para hacerle
compañía. Quería ir a la Duela Este para encontrar al mago.
En los años posteriores, Kaz siempre se preguntaría lo que podría haber pasado
si Jordie no le hubiera mimado, si hubieran ido al puerto a mirar los barcos en su lugar,
o si simplemente hubieran caminando por el otro lado del canal. Quería creer que podría
haber hecho la diferencia, pero cuanto mayor se volvía, más dudaba que hubiera
importado en absoluto.
Habían pasado la revuelta verde del Palacio Esmeralda, y justo al lado, enfrente
de la Racha Dorada, había un chico vendiendo perritos mecánicos. Los juguetes
terminaban en una llave de bronce y contoneaban las piernas tiesas, y agitaban las orejas
de hojalata. Kaz se había agachado, y girado todas las llaves, tratando de lograr que
todos los perros enanos se contonearan al mismo tiempo, y el chico que los vendía había
entablado una conversación con Jordie. Al final resultó que era de Lij, dos ciudades más
allá de donde se habían criado Kaz y Jordie, y sabía de un hombre con empleos abiertos
para recaderos… no en la Bolsa, sino en una oficina en la misma calle. Jordie debería ir
a la mañana siguiente, dijo, y así podrían ir juntos a charlar con él. También había estado
esperando para conseguir un trabajo como recadero.
—Nuestra suerte está cambiando —le había dicho, mientras cerraban las manos
alrededor de las tazas humeantes, los pies colgando sobre un pequeño puente, las luces
del Tablón jugaban sobre el agua. Kaz había mirado hacia abajo, a sus reflejos sobre la
superficie brillante del canal, y pensado: Me siento afortunado ahora.
Leigh Bardugo The Dregs
El chico que vendía los perros mecánicos se llamaba Filip y el hombre que
conocía era Jakob Hertzoon, un merca menor que era dueño de una pequeña cafetería
cerca de la Bolsa, donde organizaba para los inversores de bajo nivel acciones divididas
sobre viajes comerciales que pasaban por Kerch.
—Deberías ver este lugar —Jordie le había cantado a Kaz al llegar tarde a casa
esa noche—. Allí hay gente cada hora, hablan y comercian noticias, hay compra y venta
de acciones y contratos de futuros, es gente común: carniceros y panaderos y
trabajadores portuarios. El señor Hertzoon dice que cualquier hombre puede llegar a ser
rico. Todo lo que se necesita es suerte y los amigos adecuados.
La semana siguiente fue como un sueño feliz. Jordie y Filip trabajaron para el
señor Hertzoon como recaderos, llevando mensajes desde y hacia el muelle y
ocasionalmente hacían pedidos para él en la Bolsa o en otras oficinas comerciales.
Mientras ellos estaban trabajando, a Kaz se le permitía permanecer en la cafetería. El
hombre que llenaba pedidos de bebidas detrás de la barra le dejó sentarse en el mostrador
y practicar sus trucos de magia, y le entregó a Kaz todo el chocolate caliente que pudiera
beber.
Fueron invitados a la casa Hertzoon para la cena, una gran casa en Zelverstraat
con una puerta azul y blanco, con cortinas de encaje en las ventanas. El señor Hertzoon
era un gran hombre con una cara amable rubicunda y patillas de mechones grises. Su
esposa, Margit, pellizcó las mejillas de Kaz y lo alimentó de hutspot2 hecho con salchicha
ahumada, y jugó en la cocina con su hija, Saskia. Ella tenía diez años, y Kaz pensaba
que era la chica más hermosa que había visto nunca. Él y Jordie se quedaron hasta tarde
en la noche cantando canciones mientras Margit tocaba el piano, su gran perro plateado
golpeando su cola a un ritmo desentonado. Fue lo mejor que Kaz se había sentido desde
que su padre murió. El señor Hertzoon incluso dejó que Jordie aportara pequeñas sumas
en acciones de la empresa. Jordie quería invertir más, pero el señor Hertzoon siempre
aconsejaba precaución. —Pasos pequeños, muchacho. Pasos pequeños.
2
Hutspot, en los países bajos: puré de patata mezclado con zanahorias y cebolla.
Leigh Bardugo The Dregs
Las cosas se pusieron aún mejor cuando el amigo del señor Hertzoon regresó de
Novyi Zem. Él era el capitán de un mercader de Kerch, y al parecer se había cruzado
con un agricultor de azúcar en un puerto zemeni. El agricultor había estado ebrio,
gimiendo acerca de cómo sus campos de caña y los de sus vecinos se habían inundado.
En este momento los precios del azúcar eran bajos, pero cuando la gente se enterara de
lo difícil que sería obtener el azúcar en los próximos meses, los precios se dispararían.
El amigo del señor Hertzoon se propuso comprar todo el azúcar que pudiera antes que
la noticia llegara a Ketterdam.
El señor Hertzoon hizo a Jordie y Filip colocar los pedidos con tres oficinas
separadas, para asegurarse que una compra tan grande no atrajera atención indeseada.
Llegaron noticias de la cosecha fallida, y sentados en la cafetería, los chicos vieron los
precios aumentar en la pizarra, tratando de contener su alegría.
Cuando el señor Hertzoon pensó que las acciones habían ido lo más alto posible,
envió a Jordie y Filip a vender y cobrar.
Solo unos días después, el señor Hertzoon les habló de otro consejo que había
recibido de su amigo el capitán, que había tenido noticias similares sobre la próxima
cosecha de jurda. —Las lluvias están afectando a todos con fuerza este año —dijo el
señor Hertzoon—. Pero esta vez, no solo los campos fueron destruidos, también los
almacenes junto a los muelles en Eames. Será mucho dinero, y tengo la intención de ir
en fuerte.
Leigh Bardugo The Dregs
El señor Hertzoon había fruncido el ceño. —Me temo que este no es un negocio
para ustedes, muchachos. La inversión mínima es demasiado alta, para cualquiera de
ustedes. ¡Pero habrá más operaciones por venir! mercaderes en la Bolsa, acaparaba todas
las riquezas para sí mismo, e insultó al señor Hertzoon con palabras que hicieron a Kaz
encogerse.
Jordie y Kaz se habían quedado allí parados, sin saber qué hacer.
Por supuesto que no, le aseguraron. Filip era el que estaba siendo injusto.
El señor Hertzoon había sonreído con indulgencia. —Jordie, eres un buen chico,
y no tengo ninguna duda que algún día serás el rey de la Bolsa, pero tú no tienes el tipo
de fondos que estos inversionistas requieren.
—Y supongo que es todo lo que tú y Kaz tienen para vivir. No es algo que
arriesgar en un intercambio comercial, no importa cuán seguro estés del resultado. Un
niño de tu edad no tiene nada que ver…
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz siempre recordaría ese momento, cuando había visto la codicia apoderarse
de su hermano, una mano invisible que lo guiaba, la palanca en funcionamiento.
—El trato es el trato —dijo el señor Hertzoon con orgullo, y se dieron la mano
como buenos mercaderes. El señor Hertzoon le entregó a Jordie un grueso fajo de
kruge—. Para una buena cena de celebración. Vuelvan a la cafetería en una semana a
partir de hoy, y juntos veremos subir los precios.
—¿Estamos en la esquina equivocada? —preguntó Kaz. Pero ellos sabían que no.
En silencio nervioso se dirigieron a la casa en Zelverstraat. Nadie respondió a su llamada
en la puerta azul brillante.
—Solo se han ido por un tiempo —dijo Jordie. Esperaron en las escaleras durante
horas, hasta que el sol empezó a ponerse. Nadie vino o salió. No había velas encendidas
en las ventanas.
Por último, Jordie se armó de valor para llamar a la puerta de un vecino. —¿Sí?
—dijo la criada con gorrita blanca que respondió.
La criada frunció la frente. —Creo que solo estaban de visita por un tiempo,
vinieron de Zierfoort.
La sirvienta sacudió la cabeza. —Esa casa estuvo vacía desde hace casi un año
después que la última familia se marchó. Se alquiló apenas hace unas semanas.
—Pero…
—Algo pasó con ellos —dijo Jordie al fin—. Hubo un accidente o una
emergencia. Él va a escribirnos pronto. Va a enviar por nosotros.
Esa noche, Kaz tomó la cinta roja de Saskia de debajo de su almohada. La enrolló
en una espiral ordenada, y la apretó en su palma.
Se tumbó en la cama y trató de rezar, pero en lo único que podía pensar era en la
moneda del mago: allí y luego desaparecida.
Leigh Bardugo The Dregs
E ra demasiado. No había previsto lo difícil que sería ver su tierra natal por primera
vez en mucho tiempo. Había tenido más de una semana a bordo del Ferolind
para prepararse, pero su cabeza estaba llena del camino que había elegido, de Nina, de
la cruel magia que lo había sacado de su celda de la prisión y lo colocó en un barco
rumbo al norte, a exceso de velocidad, bajo un cielo infinito, atado no solo por los
grilletes, sino por la carga de lo que estaba a punto de hacer.
Consiguió su primer vistazo de la costa norte por la tarde, pero Specht decidió
esperar hasta el anochecer para tocar tierra, con la esperanza de que la penumbra les
prestara un poco de cobertura. Había pueblos balleneros a lo largo de la costa, y nadie
deseaba ser descubierto. A pesar de su fachada como tramperos, los Indeseables seguían
siendo un grupo conspicuo.
—¿Qué? ¿Por qué? —La idea de que Nina alterara su apariencia con su brujería
era intolerable.
—Ahora estamos en Fjerda. Quiere que te veas un poco menos... como tú mismo,
por si acaso.
—¿Por qué?
Matthias resopló.
—¿Qué? —preguntó.
Se horrorizó al sentir los labios curvados en una sonrisa, pero fue bastante fácil
sofocarla cuando pensó en que le cambiaran la cara.
—No va a tardar mucho tiempo y será indoloro, pero si quieres discutir con Kaz...
Leigh Bardugo The Dregs
—Está bien —dijo, armándose de valor. Era inútil discutir con Brekker, no
cuando simplemente podría burlarse de Matthias con la promesa del indulto. Matthias
cogió un balde, le dio la vuelta y se sentó—. ¿Puedo tener la llave ahora?
Ella se la entregó y él se quitó los grilletes de las muñecas, mientras ella rebuscaba
en una caja que había traído. Tenía una manija y varios cajones pequeños rellenos con
polvos y pigmentos dentro de pequeños frascos. Extrajo de un cajón una olla con algo
negro.
—¿Qué es?
—Antimonio negro. —Se acercó a él, echándole la barbilla hacia atrás con la
punta del dedo—. Afloja la mandíbula, Matthias. Te vas a desgastar los dientes hasta
que no te quede nada.
Él se cruzó de brazos.
Sus pulgares se movieron sobre sus pestañas, y él se dio cuenta que estaba
conteniendo la respiración.
—Ya no hueles a rosas —dijo, y quiso darse una patada. No debía notar su olor.
Sí. —No.
Era una epifanía humillante, pero sabía que podría haberla visto comer todo el
día. Esta era una de las cosas que le habían gustado de Nina… ella saboreaba todo, tanto
si se trataba de un caramelo o agua fría de un arroyo o carne de reno seca.
—Ojos ahora —dijo en torno al caramelo mientras sacaba una pequeña botella
de su caja—. Vas a tener que mantenerlos abiertos.
—Una tintura desarrollada por una Grisha llamada Genya Safin. Es la forma
más segura de cambiar el color de ojos. —De nuevo se inclinó. Sus mejillas estaban
sonrosadas por el frío, con la boca ligeramente abierta. Sus labios estaban a meros
centímetros de los de él. Si él se enderezaba, se besarían—. Tienes que mirarme —indicó.
Lo hago. Desvió la mirada hacia la de ella. ¿Te acuerdas de esta costa, Nina? quería
preguntarle, aunque sabía que sí la recordaba.
—Shhh. Esto es difícil. —Ella se puso las gotas en los dedos y los mantuvo cerca
de sus ojos.
Él dejó de hablar.
Finalmente, ella se echó hacia atrás, la mirada vagó sobre sus rasgos.
—¿Qué quieres decir? —Le entristeció ver desaparecer su lado sencillo, pero no
importaba. Miró por encima del hombro para asegurarse que nadie estaba escuchando.
—Sabes exactamente lo que quiero decir. No creo por un segundo que permitirás
que esta gente entregue a Bo Yul-Bayur al Consejo Mercante de Kerch.
Ella puso la botella de nuevo en uno de los cajoncitos. —Tendremos que hacer
esto por lo menos dos veces más antes de llegar a la Corte de Hielo para que pueda
profundizar el color. Recoge tus cosas. Kaz quiere que estemos listos para salir en una
hora. —Cerró de golpe la parte superior de la caja y recogió los grilletes. Luego se
marchó.
—He pasado cada minuto de cada miserable día deseando estar fuera de ese barco
—dijo Jesper—. Entonces, ¿por qué de repente lo extraño?
Wylan estampó las botas. —Tal vez porque ya se siente como si los pies se nos
estuvieran congelando aquí.
Jesper consultó su brújula, y se giró hacia el sur, en busca de un camino que les
llevaría a la carretera comercial principal. —Le pagaré a alguien para quemar mi kruge
por mí.
Kaz se puso a caminar a su lado. —¿Por qué no le pagas a alguien más para que
le pague a alguien para quemar tu kruge por ti? Eso es lo que hacen los grandes jugadores.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Sabes qué hacen los jefes realmente grandes? Pagan a alguien para que le
pague a alguien que...
Sus voces se apagaron al adelantarse, y Matthias y los otros los siguieron. Pero
se dio cuenta de que cada uno de ellos echaba una última mirada atrás al Ferolind cada
vez más lejano. La goleta era una parte de Kerch, un trozo de hogar para ellos, y esa
última cosa familiar iba alejándose a la deriva con cada momento.
Los hombres se quedaban ciegos tan al norte; perdían labios, orejas, narices,
manos y pies. La tierra era estéril y brutal, y eso era todo lo que la mayoría de la gente
veía. Pero para Matthias era hermosa. El hielo llevaba el espíritu de Djel. Tenía color y
forma e incluso un olor, si sabías buscarlos.
Él siguió adelante, sintiéndose casi en paz, como si aquí Djel pudiera oírlo y
aliviar su mente perturbada. El hielo traía recuerdos de la infancia, de la caza con su
padre. Vivían más al sur, cerca de Halmhend, pero en los inviernos esa parte de Fjerda
no se veía muy diferente a esta, un mundo de blanco y gris, roto por bosques de árboles
de ramas negras y grupos de rocas sobresalientes que parecían haberse levantado de la
nada, naufragios en el fondo desnudo del océano.
Leigh Bardugo The Dregs
La primera caminata del día fue como una purificación: poca charla, el silencio
blanco del norte estaba dando la bienvenida a Matthias sin juzgarlo. Había esperado
más quejas, pero incluso Wylan simplemente agachó la cabeza y caminó. Todos ellos son
sobrevivientes, entendió Matthias. Se adaptan. Cuando el sol empezó a ponerse, comieron
sus raciones de carne seca y galletas y se derrumbaron en sus tiendas de campaña sin
decir una palabra.
—¿Qué pasa con los demás presos en las celdas de detención? —preguntó
Matthias.
—Una vez que estemos fuera de las celdas —continuó Kaz—. Matthias y Jesper
conseguirán cuerda de los establos mientras Wylan y yo alcanzamos a Nina e Inej fuera
del área de detención de las mujeres. El sótano es nuestro punto de encuentro. Ahí es
donde está el incinerador, y nadie debería estar en la lavandería después que la cárcel
cierre por la noche. Mientras Inej sube, Wylan y yo recorreremos la lavandería en busca
de cualquier cosa que se pueda usar para la demo. Y en caso de que los fjerdanos
hubieran decidido esconder a Bo Yul-Bayur en la prisión y hacernos la vida más fácil,
Nina, Matthias, y Jesper buscarán en las celdas del primer nivel.
Matthias retrajo su ira. Jesper tenía razón, pero odiaba que discutieran sobre él
de esta manera.
—No hay diplomático del grupo. Ahora escucha —dijo Kaz—. El resto de la
prisión no es como el área de detención. Patrullas en el bloque de celdas rotan cada dos
horas, y no queremos arriesgarnos a que nadie active una alarma, así que sean
inteligentes. Coordinamos todo conforme los tañidos del Reloj Mayor. Saldremos de las
celdas después de las seis campanadas, habremos trepado el incinerador y estaremos en
el techo a las ocho campanadas. Sin excepciones.
—Así que lo que entiendo de esto —dijo Jesper—, es que tengo que quedarme
con Wylan.
Nina se cruzó de brazos. —Digamos que funciona todo esto. ¿Cómo vamos a
salir?
miradas se centrarán en los invitados que llegan a la Corte de Hielo. Las personas que
salen no son un riesgo para la seguridad.
Matthias puso la cabeza entre las manos, imaginando los estragos que estas viles
criaturas estaban a punto de causar en la capital de su país.
Kaz alzó una ceja. —Bueno, al menos tú y Helvar han encontrado algo en qué
estar de acuerdo.
Cuanto más viajaban al sur, la costa desaparecida mucho tiempo atrás, el hielo
se interrumpía cada vez más por trozos de bosque, atisbos de tierra negra y rastros de
animales, pruebas del mundo viviente, el corazón de Djel latiendo siempre. Las
preguntas de los otros eran incesantes.
—Cuatro guardias.
—Ocho guardias.
—¿Protocolo Rojo?
—¿Protocolo Negro?
—Cuando sea rico —dijo Jesper detrás de él—. Me iré a algún lugar donde no
tenga que ver la nieve de nuevo. ¿Y tú, Wylan?
—No lo sé exactamente.
—Flauta.
Ella tenía una voz de canto terrible. Odiaba saber eso, pero no pudo resistirse a
mirar por encima del hombro. La capucha de Nina había caído de nuevo, y los rizos
gruesos de su cabello se habían escapado del cuello.
¿Por qué sigo haciendo eso? pensó en un arrebato de frustración. También había
sucedido a bordo del barco. Se decía a sí mismo que la ignorase, y lo siguiente que sabía
era que sus ojos la buscaban.
Pero era absurdo fingir que ella no estaba en su mente. Él y Nina habían recorrido
juntos este territorio. Si sus cálculos eran correctos, habían llegado a la costa a pocos
kilómetros de donde el Ferolind había anclado. Había empezado con una tormenta, y de
alguna manera, la tormenta nunca había terminado. Nina había entrado en su vida
soplando con el viento y la lluvia y puso su mundo a girar. Había estado fuera de balance
desde entonces.
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—Muévete —le dijo ella en fjerdano, jadeando—. Santos, ¿qué comes? Pesas casi
tanto como una carreta de heno. —Estaba esforzándose mucho, nadando para
mantenerlos a ambos a flote. Ella le había salvado la vida. ¿Por qué?
Se movió en sus brazos, agitando las piernas para ayudar a impulsarlos. Para su
sorpresa, la oyó emitir un sollozo bajo. —Gracias a los Santos —dijo—. Nada, tú patán
gigante.
Pero él empujó con fuerza, rompiendo su agarre. En el momento en que dejó sus
brazos, el frío se precipitó. El dolor fue agudo y repentino, y sus miembros se
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aletargaron. Ella había estado usando su magia enfermiza para mantenerlo caliente.
Trató de alcanzarla en la oscuridad.
—¡Drüskelle! —gritó ella, y luego sintió que rozaba sus dedos contra los de ella en
las negras aguas. La agarró y la atrajo hacia él. Su cuerpo no se sentía cálido
precisamente, pero tan pronto como entraron en contacto, el dolor en sus propias
extremidades retrocedió. Fue preso de la gratitud y la repulsión.
No se oía nada, solo su respiración, el chapoteo del agua, el rodar de las olas. Él
los mantuvo en movimiento… aunque bien podrían haber estado moviéndose en un
círculo; y ella los mantuvo a ambos respirando. ¿Cuál de ellos sería el primero en
rendirse? No lo sabía.
Continuó pataleando, pero los músculos de sus piernas estaban agotados, y podía
sentir el frío arrastrándose sobre él.
Él no pudo evitar sonreír un poco ante eso. Ella ciertamente no carecía de agallas.
Todo eso había estado claro, incluso cuando estaba enjaulada.
Así fue como continuaron la noche, haciéndose burlas siempre que uno de ellos
titubeaba. Conocían solo el mar, el hielo, el chapoteo ocasional que podría haber sido
una ola o algo hambriento moviéndose hacia ellos en el agua.
sobre manos y rodillas, la cabeza inclinada, su cabello un lío húmedo y enredado que le
cubría el rostro. Él tenía la clara sensación de que iba a acostarse y simplemente no
volver a levantarse.
Dio un paso, luego otro. Luego se dio la vuelta. Cualquiera que fueran sus
razones, ella le había salvado la vida ayer por la noche, no una vez, una y otra vez. Esa
era una deuda de sangre.
En ella, vio la vergüenza que venía con la gratitud, y sabía que en este breve
momento, ella era su reflejo. Él tampoco quería deberle nada.
Podía tomar la decisión por ella. Le debía eso. Se agachó y tiró de ella para
ponerla de pie, y se alejaron cojeando de la playa.
Se dirigieron a lo que Matthias esperaba que fuera el oeste. El sol podía jugar
malas pasadas a sus sentidos tan al norte y no tenían brújula con que navegar. Era casi
de noche, y Matthias había comenzado a sentir verdadero pánico cuando finalmente
avistaron el primero de los campamentos balleneros. Estaba desierto —los puestos de
avanzada solo estaban activos en la primavera— y era poco más que una cabaña circular
hecha de huesos, hierba, y pieles de animales. Pero el refugio significaba que al menos
podrían sobrevivir la noche.
Los balleneros habían dejado turba y leña seca en el hogar. Matthias trabajó sobre
el fuego, tratando de conseguir que hiciera más que humo. Era torpe y estaba cansado y
lo suficiente hambriento para roer felizmente el cuero de su bota. Cuando oyó un crujido
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detrás de él, se volvió y casi dejó caer el trozo de madera que había estado usando para
persuadir a las pequeñas llamas.
Ella miró por encima del hombro; un hombro muy desnudo, y dijo. —¿Hay algo
que debería estar haciendo?
Ella rodó los ojos. —No me voy a morir de frío para conservar tu sentido del
pudor.
Dio un severo golpe a la fogata, pero ella no le hizo caso y se quitó el resto de la
ropa —túnica, pantalones, incluso la ropa interior— entonces se envolvió en una de las
mugrientas pieles de reno que estaban apiladas cerca de la puerta.
—Santos, esto apesta —se quejó, se arrastró y montó un nido con las otras pocas
pieles y mantas junto al fuego.
Cada vez que ella se movía, el manto de reno se abría, revelando un destello de
pantorrilla redonda, piel blanca, la sombra entre sus pechos. Era deliberado. Él lo sabía.
Ella estaba tratando de molestarlo. Tenía que concentrarse en el fuego. Casi había
muerto, y si no iniciaba el fuego, bien podría morir todavía. Si tan solo ella pudiera dejar
de hacer tanto maldito ruido. La leña se rompió en sus manos.
Su sonrisa era maliciosa. —Entonces eres tan estúpido como aparentas. —Él se
quedó en cuclillas junto al fuego. Sabía que tendría que acostarse al lado de ella. El sol
se había puesto, y la temperatura descendía. Estaba luchando para que no le
castañearan los dientes, y necesitarían el calor del otro para sobrevivir la noche. No
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debería haberle preocupado, pero no quería estar cerca de ella. Porque es una asesina, se
dijo. Es por eso. Es una asesina y una bruja.
Se obligó a levantarse y dar zancadas hacia las mantas. Pero Nina tendió una
mano para detenerlo.
—Estoy agotada —dijo con enojo—. Y una vez que me quede dormida, todo lo
que tendremos es ese fuego para mantenernos calientes. Puedo verte temblando desde
aquí. ¿Son todos los fjerdanos tan mojigatos?
No. Tal vez. Él en realidad no lo sabía. Los drüskelle eran una orden santa. Debían
vivir castamente hasta que tomaran esposas… buenas esposas fjerdanas que no
anduvieran por ahí gritando a la gente y quitándose la ropa.
—No es natural que alguien sea tan estúpido como lo es de alto, y sin embargo
ahí estás. ¿De verdad nadaste todos esos kilómetros solo para morir en esta choza?
rápidamente se desprendió de sus ropas empapadas, y las extendió al lado del fuego.
Miró una vez hacia ella para asegurarse que no estaba mirando, luego se dirigió a las
mantas y se acomodó detrás de ella, tratando de mantener su distancia.
—Estás frío y húmedo —se quejó con un escalofrío—. Es como yacer junto a un
calamar corpulento.
—Relájate un poco —le instruyó y cuando lo hizo, se dio la vuelta para estar de
frente.
Sus ojos azules se estrecharon. —No me gusta tú forma de hablar. —¿Se imaginó
el dolor que le cruzó la cara? Como si sus palabras pudieran tener algún efecto sobre esta
bruja.
Confirmó que había estado imaginando cosas cuando dijo: —¿Crees que me
importa lo que te gusta o disgusta? —Ella le puso las manos sobre el pecho, centrándose
en su corazón. No debería dejarla hacer esto, no debería mostrar su debilidad, pero
cuando su sangre comenzó a fluir y su cuerpo se calentó, el alivio y la relajación que lo
recorrieron se sentían demasiado bien para resistirse.
Él se permitió relajarse un poco, de mala gana, por debajo de sus palmas. Ella se
dio la vuelta y volvió a ponerse el brazo de él alrededor.
Leigh Bardugo The Dregs
Todavía le gustaba. Podía oírla chillar a Inej en algún lugar detrás de él, tratando
de enseñarle palabras fjerdanas. —No, Hring-kaaalle. Tienes que alargar la última sílaba
un poco.
—Mejor, pero… mira, es como si el kerch fuera una gacela. Salta de palabra en
palabra. —Hizo la pantomima—. El fjerdano es como gaviotas, todas se abalanzan y
zambullen. —Sus manos se convirtieron en pájaros que montaban las corrientes en el
aire. En ese momento, levantó la vista y lo atrapó mirándola fijamente.
Pero fue demasiado tarde. Nina se llevó las manos a la boca. Inej hizo una especie
de señal de protección en el aire. Jesper meneó la cabeza, y Wylan se ahogó. Kaz se
quedó como una piedra, con una expresión inescrutable.
—Esto es lo que los fjerdanos hacen a los Grisha —dijo Nina. Su rostro estaba
inerte, sus ojos verdes miraban fijamente.
—Es lo que los delincuentes hacen —dijo Matthias, con las entrañas revueltas—
. Las piras han sido ilegales desde…
—Nina…
—Eso es a lo que regresarás, Helvar —dijo con dureza—. Ese es el país al que
anhelas servir. ¿Estás orgulloso?
Ella se volvió hacia él, gafas arriba, las lágrimas congeladas en sus mejillas.
—Yo…
Los ojos de Nina brillaron como fuego verde. Dio un paso hacia él, y pudo sentir
la rabia que irradiaba de ella. —Tal vez son ustedes los que no deberían existir, Helvar.
Débiles y blandos, con sus vidas cortas y sus pequeños y tristes prejuicios. Veneran
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espíritus del bosque y espíritus del hielo que no se molestan en mostrarse, pero ven el
poder real, y no pueden esperar para pisotearlo.
—Si estás tan desesperada por ver Ravka alzarse, ¿por qué no estás ahí ahora?
—Quiero que tengas tu indulto, Helvar. Quiero que estés aquí cuando el Segundo
Ejército marche al norte e invada cada centímetro de este páramo. Espero que quemen
sus campos y salen la tierra. Espero que envíen a tus amigos y tu familia a la hoguera.
La risa de Nina fue amarga. —Tal vez tu estancia en la Puerta del Infierno fue
demasiado corta, Matthias. Siempre hay más que perder.
Leigh Bardugo The Dregs
Estar alrededor de Matthias hacía más fácil olvidar lo que realmente era él, lo que
realmente pensaba de ella. Lo había confeccionado de nuevo esta mañana, soportando
su ceño fruncido y sus refunfuños. No, disfrutándolos, agradecida por la excusa para estar
cerca de él, ridículamente complacida cada vez que casi le sacaba una risa. Santos, ¿Por
qué me importa? ¿Por qué una sonrisa de Matthias Helvar se sentía como cincuenta de
otra persona? Había sentido su corazón acelerarse cuando ella le echó la cabeza hacia
atrás para trabajar en sus ojos. Había pensado en besarlo. Había querido darle un beso
y estaba bastante segura que él había estado pensando lo mismo. O quizá estaba pensando
sobre estrangularme otra vez.
No había olvidado lo que él había dicho a bordo del Ferolind. Cuando había
preguntado qué pensaba hacer respecto a Bo Yul-Bayur, si realmente era su intención
entregar el científico a Kerch. Si ella saboteaba la misión de Kaz ¿le costaría el indulto a
Matthias? Ella no podía hacer eso. No importaba lo que él fuera, ella le debía su libertad.
Tres semanas había viajado con Matthias después del naufragio. No tenían una
brújula, ni sabían a dónde estaban yendo. Ni siquiera sabían en qué parte de la costa
norteña habían salido del mar. Habían pasado muchos días caminando forzadamente
Leigh Bardugo The Dregs
sobre la nieve, noches heladas en cualquier rudimentario refugio que pudieran montar o
en las cabañas desiertas de los campamentos balleneros cuando tenían la suerte
suficiente de encontrarlos. Habían comido algas marinas rostizadas y cualquier cosa con
grasa o tubérculos que pudieron encontrar. Cuando encontraron un alijo de carne seca
de reno en un paquete de viaje en uno de los campamentos, fue como una especie de
milagro. Comieron con una felicidad silenciosa, sintiéndose casi borrachos del sabor.
—La muerta solicita cinco minutos más —decía ella, enterrando la cabeza en las
pieles.
—¿Qué es lo primero que harás cuando llegues a casa? —ella le preguntó en una
de esas interminables noches de caminatas por la nieve, con la esperanza de encontrar
alguna señal de civilización.
—Oh, sí, por los otros matones y asesinos. ¿Cómo te convertiste en un drüskelle,
de todas formas?
Nina no quiso creerlo, pero sabía que era posible. Las batallas sucedían, vidas
inocentes se perdían en medio del fuego. Era igualmente perturbador pensar en ese
monstruo de Brum como una especie de padre.
No vio correcto argumentar o disculparse, así que dijo lo primero que le pasó por
la cabeza.
—Jer molle pe oonet. Enel mörd je nej afva trohem verretn. —Me han hecho para
protegerte. Sólo muerto incumpliré este juramento.
—¿Por qué?
—No —dijo él y sonó casi sorprendido. Él había proclamado antes que no tenía
miedo de ella. Esta vez le creyó. Trató de recordarse a sí misma que eso no era algo
bueno.
—Comer.
—¿Comer qué?
—Todo. Col rellena, bollos de patata, pastel de uva, blinis con ralladura de limón.
No puedo esperar a ver la cara de Zoya cuando entre caminando al Pequeño Palacio.
—¿Zoya Nazyalensky?
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Eso la impactó, para los drüskelle Zoya era un poco como Jarl Brum: cruel,
inhumana, la cosa que espera en la oscuridad con la muerte en sus manos. Zoya era el
monstruo de este chico. El pensamiento la dejó inquieta.
—La taza de agua. El mango se rompió y el borde estaba afilado. Lo usamos para
cortar nuestras ligaduras. Una vez que nuestras manos estuvieron libres… —Nina
enmudeció torpemente.
—Sí.
—Comemos mucho pescado. Arenque, bacalao. Y si, renos, pero no las pezuñas.
Se encogió de hombros.
—Las chicas.
Sus mejillas se sonrojaron y caminó al frente. Era tan fácil hacerlo sentir
incómodo.
—El tazón del dragón —dijo Nina ansiosamente—. Primero empapas las pasas
en brandy y después de apagar las luces, les prendes fuego.
—¿Por qué?
Leigh Bardugo The Dregs
—Las comes.
—Claro, pero…
Y esa fue la forma en que siguieron, atacándose el uno al otro, al igual que esa
primera noche en el agua, manteniéndose vivos uno al otro, negándose a reconocer que
se estaban debilitando, que si no encontraban un pueblo pronto, no durarían mucho más
tiempo. Había días en que el hambre y el resplandor del hielo en el norte los hacía
moverse en círculos, dando marcha atrás, vacilantes sobre sus propios pasos, pero nunca
hablaron de ello, nunca dijeron la palabra perdidos, como si los dos supieran que de
alguna forma sería admitir la derrota.
—¿Por qué los fjerdanos no dejan luchar a las chicas? —le preguntó ella una
noche que yacían acurrucados debajo de un cobertizo, el frío era palpable a través de las
pieles que habían tendido sobre el suelo.
—Piensa en lo embarazoso que sería para ti cuando consigas ser derrotado por
una chica fjerdana.
Él resopló.
—Me encantaría verte golpeado por una chica —dijo ella alegremente.
—Bueno creo que no voy a llegar a verlo. Solo voy a llegar a vivir el momento
cuando te patee el trasero.
Esta vez él se rio, una risa propiamente dicha que pudo sentir a través de la
espalda.
—Santos, fjerdano, no sabía que podías reírte. Cuidado, tómatelo con calma.
Ahora ella se echó a reír. —Eso puede ser el peor elogio que he recibido.
—Disciplina, rutina. ¿Eso no significa nada para ti? Djel, no puedo esperar a tener
una cama para mí solo otra vez.
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—Claro —dijo Nina—. Puedo sentir lo mucho que odias dormir a mi lado. Lo
siento cada mañana.
Matthias se sonrojo de un escarlata brillante. —¿Por qué tienes que decir cosas
como esas?
—¿Por qué? ¿Qué te asusta que suceda? ¿Temes que quizá empiece a gustarte?
Él no dijo nada.
A pesar de su cansancio, ella corrió delante de él. —Eso es. ¿No es así? No quieres
que te guste una Grisha. Estás asustado de que si te ríes de mis bromas o respondes mis
preguntas, quizá empieces a pensar que soy humana ¿Sería eso tan terrible?
—Sí me gustas.
—¿Qué dijiste?
Ella sonrió, sintiendo una fuente de placer hacer erupción en su interior. —Vaya.
La verdad. ¿Es eso tan malo?
—¡Sí! —rugió.
—¿Por qué?
—Ah, ya veo. Soy la malvada Grisha seductora. ¡Te he cautivado con mis
artimañas Grisha!
—Déjalo.
La voz de Nina se convirtió en un grito cuando el hielo cedió bajo sus pies, ella
levantó las manos a ciegas, para llegar a algo, cualquier cosa que pudiese detener su
caída, sus dedos rasparon sobre hielo y roca.
Colgó allí, suspendida sobre la nada, la garra de sus dedos era la única cosa entre
ella y la oscura boca del hielo. Por un momento, al mirarlo a los ojos, estuvo segura de
que la soltaría.
—Tenía miedo… Tenía miedo de que fueras a soltarme —se las arregló para
decir.
Hubo una larga pausa y luego él dijo: —Pensé en ello. Por un segundo.
Nina dejó escapar una risita. —Está bien —dijo por fin—. Yo también lo hubiese
pensado.
Leigh Bardugo The Dregs
El naufragio había sido hacía más de un año, pero se sentía como si el tiempo no
hubiese pasado para nada. Parte de Nina quería volver hasta el momento antes de que
todo hubiera salido mal, a esos largos días en el hielo, donde estaban Nina y Matthias,
en lugar de la Grisha y el cazador de brujos. Pero entre más pensaba en ello, más segura
estaba que nunca había existido un momento así.
Esas tres semanas fueron una mentira que ella y Matthias habían tenido que
construir para sobrevivir. La verdad era la pira.
—Nina —dijo Matthias corriendo tras ella ahora—. Nina, tienes que quedarte
con los demás.
—Déjame en paz.
Cuando él la tomó del brazo, ella se dio la vuelta y apretó el puño, cortando el
aire en su garganta. Un hombre común la habría soltado, pero Matthias era un drüskelle
entrenado. Agarró su otro brazo y los apretó contra su cuerpo, acercándola con fuerza a
él, así no podría usar las manos. —Detente —dijo en voz baja.
La comisura de su boca se estiró en una sonrisa triste, sus ojos estaban casi
adoloridos. —Lo sé.
—¿Qué voy a ver cuando llegue a la Corte de Hielo? —le preguntó ella.
—Tienes miedo.
—Nina…
—He tenido suficiente de tus juicios, Nina, esto tiene que parar.
—Él tiene razón. No pueden seguir así. —Jesper estaba de pie en la nieve, con
los demás. ¿Por cuánto tiempo habían estado allí? ¿La habían visto atacar a Matthias?
—Si ustedes dos siguen peleando, van a conseguir que nos maten a todos, y tengo
muchos más juegos de cartas que necesito perder.
—Deben encontrar una manera de hacer las paces —dijo Inej—. Al menos un
tiempo.
Kaz dio un paso hacia adelante con una expresión peligrosa. —Es bastante de
nuestra incumbencia. Y cuidado con tu tono.
Matthias levantó las manos. —A todos ustedes los ha camelado. Esto es lo que
ella hace. Te hace pensar que es tu amiga y entonces…
—Olvídalo, Inej.
—No, Nina —dijo Matthias—. Cuéntales. Dijiste que eras mi amiga una vez.
¿Te acuerdas? —Se volvió hacia los demás—. Viajamos juntos durante tres semanas, le
salvé la vida. Nos salvamos uno al otro. Cuando llegamos a Elling, nosotros… en
cualquier momento pude haberla entregado a los soldados que vimos allí. Pero no lo
hice.
Nina tragó y luego se obligó a encontrar sus miradas. —Le dije a los kerch que él
era un traficante de esclavos y que me había tomado prisionera. Me atuve a su
misericordia y les supliqué que me ayudaran. Tenía un sello que había tomado de un
barco de esclavos que habíamos asaltado en la Isla Errante. Lo usé como prueba.
No podía soportar mirarlos. Kaz lo sabía, por supuesto. Había tenido que
contarle las acusaciones que había hecho y de las que intentó retractarse, cuando estaba
rogándole ayuda. Pero Kaz nunca la había sondeado, nunca le preguntó por qué, nunca
la reprendió. De alguna forma, decirle a Kaz había sido un consuelo. No podía haber
ningún juicio de parte de un chico conocido como Manos Sucias.
Pero ahora la verdad estaba ahí para que todos la vieran. En privado, los kerch
sabían que esclavos entraban y salían del puerto de Ketterdam y la mayoría de los
contratos vinculantes eran realmente esclavos con otro nombre. Pero públicamente,
Leigh Bardugo The Dregs
injuriaban y estaban obligados a procesar a todos los traficantes de esclavos. Nina sabía
exactamente lo que pasaría cuando acusó a Matthias de ese cargo.
—No entendí lo que estaba pasando —dijo Matthias—. Yo no hablo kerch, pero
Nina ciertamente lo habla. Ellos me agarraron y me encadenaron. Me arrojaron al
calabozo y me tuvieron en la oscuridad durante semanas, mientras cruzábamos el mar.
La próxima vez que vi la luz del día fue cuando me sacaron del barco en Ketterdam.
—No tenía otra opción —dijo Nina, el dolor de las lágrimas le presionaba la
garganta—. Tú no sabes…
—Solo dime una cosa —dijo él. Había ira en su voz, pero también podía oír algo
más, una especie de súplica—. Si pudieras volver a atrás, si pudieras deshacer lo que me
hiciste, ¿lo harías?
Nina se obligó a enfrentarlos. Ella tenía sus razones, pero ¿importaban? ¿Y quién
eran ellos para juzgarla? Enderezó la espalda y levantó la barbilla. Ella era un miembro
de los Indeseables, una empleada de la Rosa Blanca y de vez en cuando una chica tonta,
pero antes que nada, era una Grisha y un soldado.
—No —dijo con claridad, su voz hizo eco en el hielo sin fin—. Lo haría todo de
nuevo.
Un estruendo repentino hizo temblar el suelo. Nina casi perdió el equilibrio y vio
a Kaz aferrarse a su bastón. Intercambiaron miradas, desconcertados.
—No —dijo Nina, señalando un punto oscuro que parecía flotar en el cielo, no
afectado por el aullido del viento—. Estamos bajo ataque.
Nina se arrastró sobre manos y rodillas buscando algún tipo de refugio. Pensó
que podría haber perdido la razón. Había alguien en el aire, flotando en el cielo por
encima de ella. Estaba viendo a alguien volar.
Los Grisha Impulsores podían controlar corrientes. Incluso los había visto jugar
a lanzarse el uno al otro por el aire en el Pequeño Palacio, pero el nivel de sutileza y
poder para mantener controlado el vuelo era impensable, al menos lo había sido hasta
ahora. Jurda parem. No le había creído a Kaz. Quizá incluso había sospechado que le
mintiera descaradamente sobre lo que había visto, solo para conseguir que ella hiciera
el trabajo. Pero a menos que hubiese recibido un golpe en la cabeza que no recordaba,
esto era real.
—¡Necesito una distracción! —gritó Jesper desde algún lugar de la tormenta. Oyó
un tintineo metálico.
Nina aplanó su cuerpo contra la nieve, un retumbo sonó por encima y una
explosión iluminó el cielo justo a la derecha del Impulsor. Los vientos alrededor de ellos
se desplomaron cuando el Impulsor se vio arrojado fuera de curso y obligado a
concentrarse en enderezarse. Tardó un breve segundo, pero fue el tiempo suficiente para
que Jesper apuntara su rifle y disparara.
masacre. Jesper apuntó entre los bloques a una arboleda distante, y Nina se dio cuenta
que había otro Grisha allí, un muchacho con el pelo oscuro. Antes de que Jesper pudiese
disparar, el Grisha elevó un puño y Jesper salió volando por un movimiento en la tierra.
Se dio la vuelta mientras caía y disparó desde el suelo.
El chico en la distancia gritó y cayó en una rodilla, pero sus brazos todavía
estaban levantados, y el suelo todavía temblando y moviéndose debajo de ellos. Jesper
disparó de nuevo y falló. Nina levantó las manos y trató de enfocarse en el corazón del
Grisha, pero él estaba fuera de su alcance.
Ella vio la señal de Inej a Kaz. Sin decir una palabra, él se posicionó en contra
del bloque más cercano y colocó las manos sobre su rodilla. El suelo se dobló y se
balanceó, pero él se mantuvo estable mientras ella se lanzaba desde la unión de sus dedos
en un arco elegante. Ella desapareció sobre el bloque sin hacer ruido. Un momento
después, el suelo quedó inmóvil.
Se levantaron, aturdidos, el aire extrañamente callado después del caos que había
venido antes.
Nada pasó.
Bum. El bloque explotó. Hielo y pedacitos de roca llovieron sobre sus cabezas.
Wylan estaba cubierto en polvo y lucía una expresión ligeramente aturdida,
Leigh Bardugo The Dregs
delirantemente feliz. Nina empezó a reír. —Trata de lucir como si supieras que iba a
funcionar.
Nina y los otros encontraron a Inej de pie junto al cuerpo tembloroso del Grisha.
Llevaba ropa color verde oliva y sus ojos estaban vidriosos. La sangre se derramaba de
la herida de bala en la parte superior de su muslo, y un chuchillo sobresalía de la parte
derecha de su pecho. Inej debió habérselo lanzado cuando escapó del recinto.
—Nestor, soy yo, Nina. —Había ido a la escuela con él, allá en el Pequeño
Palacio. Los enviaron juntos a Keramzin durante la guerra. En la coronación del rey
Nikolai habían robado una botella de champán y vomitaron en el lago. Él era un
Fabricador, uno de los Durasts que trabajaba con metal, vidrio y fibras. No tenía sentido.
Los Fabricadores hacían tejidos, armas. Él no debería haber sido capaz de lo que ella
acababa de presenciar.
—¿Parem?
El suelo se levantó en una hoja ondulante, empujando a Nina y a los otros hacia
atrás. —¡Nestor, por favor! Déjanos ayudarte.
—¿Quiénes?
Nina corrió a su lado y lo volteó, tenía nieve en los ojos y la boca. Le colocó las
manos en el pecho, tratando de restaurar sus latidos, pero no sirvió de nada. Si no
hubiera estado devastado por la droga, podría haber sobrevivido a sus heridas, pero su
cuerpo estaba débil, la piel estirada sobre los huesos y tan pálida que parecía
transparente.
Kaz levantó una moneda estampada con un caballo en un lado y dos llaves
cruzadas por el otro. —Esto estaba en el bolsillo del Impulsor —dijo, lanzándosela a
Jesper—. Es una wen ye shu. La moneda salvoconducto. Esta es una misión del gobierno.
Jesper se erizó, y señaló a Nina y a Matthias. —O tal vez escucharon a estos dos
gritándose uno al otro, podrían haber estado siguiéndonos durante kilómetros.
Nina trató de darle sentido a lo que estaba escuchando. Los shu no usaban a los
Grisha como soldados, y ellos no eran como los fjerdanos; ellos no veían el poder de los
Grisha como antinatural o repulsivo. Estaban fascinados por ellos, pero aun así veían a
los Grisha como menos que humanos. El gobierno shu había estado capturando y
experimentado con Grisha por años, en un intento de localizar la fuente de su poder.
Ellos nunca usarían a los Grisha como mercenarios, o al menos así había sido, antes;
quizá la parem había cambiado el juego.
—No entiendo —dijo Nina—. Si ellos tienen jurda parem, ¿Por qué ir tras Bol
Yul-Bayur?
—Es posible que tengan un almacén lleno, pero no pueden reproducir el proceso
—dijo Kaz—. Eso es lo que el Consejo Mercante parecía pensar, o tal vez ellos solo
quieren asegurarse que Yul-Bayur no dé la formula a alguien más.
—¿Crees que ellos usarán Grisha drogados para tratar de entrar a la Corte de
Hielo? —preguntó Inej.
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—No podemos solo dejárselos a los lobos —dijo ella, con la garganta apretada.
Ella levantó las manos. —¿Qué te parece si te rompo el cráneo como un huevo
de petirrojo?
terreno y me aseguraré de alcanzarlos antes del anochecer. Nos moveremos más rápido
por nuestra cuenta.
Nina apenas alcanzó a entender la respuesta de Kaz: —Es bastante seguro que la
mayoría de nosotros no tiene “leal” o “sincero” resaltado en nuestros currículos.
A pesar de lo mucho que quería golpear a Kaz, no podía evitar estar un poco
agradecida, también.
Matthias se alejó un par de pasos del cuerpo de Nestor. Atizó el pico en la tierra
congelada, lo desenganchó, y lo hundió de nuevo.
—Algunos —respondió.
—El manantial.
Matthias asintió —Los fjerdanos creen que todo el mundo está conectado a través
de sus aguas. Los mares, el hielo, los ríos y arroyos, las lluvias y tormentas. Todo
alimenta a Djel y somos alimentados por él. Cuando morimos, lo llamamos felöt-obje,
echar raíces. Nos convertimos en raíces del fresno, bebemos de Djel dondequiera que
yacemos
Él asintió de nuevo.
Ella se apoderó del otro pico y trató de igualar su movimiento. El suelo era duro
e inflexible, cada vez que el pico golpeaba la tierra enviaba una sacudida a sus brazos.
—Nestor no debería haber sido capaz de hacer eso —dijo ella, sus pensamientos
aún revueltos—. Ningún Grisha debe utilizar el poder de esa forma. Es incorrecto.
Nina apretó su agarre sobre el pico. Nestor en las garras de la parem había
parecido una perversión de todo lo que amaba de su poder ¿Era eso lo que Matthias y
los demás veían en un Grisha? ¿Poder más allá de la explicación, el mundo natural
deshecho?
—Dijiste que no tenías otra opción en el puerto de Elling —dijo él sin mirarla, su
pico subía y bajaba a un ritmo ininterrumpido—. ¿Fue porque yo era un drüskelle? ¿Lo
planeaste todo el tiempo?
Leigh Bardugo The Dregs
Nina recordó su último día real juntos, la alegría que habían sentido cuando
subieron una colina empinada y vieron la ciudad portuaria extendiéndose a
continuación. Le había sorprendido oír a Matthias decir: —Casi lo lamento, Nina.
—¿Casi?
—Por fin, sucumbes a mi influencia. Pero ¿Cómo vamos a comer sin dinero? —
preguntó mientras bajaban por la colina—. Voy a tener que vender tu lindo cabello a
una tienda de pelucas por dinero en efectivo.
—Ni lo pienses —dijo él con una sonrisa. Su risa llegaba con más facilidad
mientras viajaban, como si estuviera ganando fluidez en un nuevo idioma—. Si esto es
Elling, debería ser capaz de encontrar alojamiento.
Se había sorprendido de lo fácil que era confiar en él. Y él había confiado en ella
también.
Ahora, ella movió su pico, sintió el impacto reverberar en sus brazos y hombros
y dijo: —Había Grisha en Elling.
Nina enterró su pico. —¿Decirte que había espías Grisha en Elling? Es posible
que hubieras hecho las paces conmigo, pero no puedes esperar que crea que no los
habrías expuesto a ellos.
Él miro hacia otro lado, un músculo tenso en su barbilla y ella supo que había
dicho la verdad.
—Tenía que alejarnos a los dos de Elling tan rápido como pudiese. Pensé que si
solo nos podía conseguir un barco para viajar de polizones… pero los Grisha debieron
haber estado vigilando la pensión y nos vieron partir. Cuando aparecieron en los
muelles, sabía que venían por ti, Matthias. Si te hubieran capturado, habrías sido llevado
a Ravka, interrogado, tal vez ejecutado. Vi al comerciante kerch. Conoces sus leyes sobre
los esclavos.
—Hice las acusaciones. Les rogué que me salvaran. Sabía que tendrían que
tomarte en custodia y llevarnos a salvo a Kerch. Yo no sabía, Matthias, no sabía que te
lanzarían a la Puerta del Infierno.
Sus ojos eran duros cuando la miró, tenía los nudillos blancos sobre el mango de
su pico.
Había tenido la intención de ser gentil, disculparse, decirle que había pensado en
él todas las noches y todos los días. Pero la imagen de la pira todavía estaba fresca en su
mente. —Estaba tratando de proteger a mi gente, gente que te has pasado la vida
tratando de exterminar.
Él soltó una risa triste, girando el pico en sus manos —Wanden olstrum end
kendesorum.
Era la primera parte de un dicho fjerdano, El agua oye y entiende, sonaba tan
amable, pero Matthias sabía que Nina estaría familiarizada con el resto del dicho.
—¿Y qué vas a hacer ahora, Nina? ¿Vas a traicionar a las personas que llamas
amigos, de nuevo? ¿Por el bien de los Grisha?
—¿Qué?
Él la conocía bien. Con cada cosa nueva que había aprendido de jurda parem,
estaba segura que la única manera de proteger a los Grisha sería acabar con la vida del
científico. Pensó en Nestor, rogando con su último aliento a sus amos shu que
regresaran.
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—No puedo soportar la idea de que mi pueblo sea esclavo —admitió—. Pero
tenemos una deuda que liquidar, Matthias. El indulto es mi penitencia, y no seré yo la
persona que te aparte de tu libertad de nuevo.
—Tal vez tu gente se convierta en esclavos. O tal vez en una fuerza imparable. Si
Yul-Bayur vive y el secreto de jurda parem se conoce, todo es posible.
Ella podía ver el rubio de las pestañas de Matthias, asomando a través del
antimonio negro que había utilizado para teñirlas. Tendría que confeccionarlo de nuevo
muy pronto.
En aquellos días después del naufragio, ella y Matthias habían acordado una
incómoda tregua. Lo que había crecido entre ellos había sido más feroz que el afecto, un
entendimiento de que los dos eran soldados, que en otra vida podrían haber sido aliados
en vez de enemigos. Sintió eso ahora.
—Cierto.
—El trato es el trato —dijo ella en kerch, la lengua del comercio, una lengua que
no pertenecía a ninguno de los dos.
Kaz tenía razón en una cosa al menos. Ella y Matthias habían encontrado
finalmente algo en qué estar de acuerdo.
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Parte 4
El Truco para Caer
Leigh Bardugo The Dregs
I nej sentía que ella y Kaz se habían convertido en soldados gemelos, marchando,
fingiendo que estaban bien, ocultando sus heridas al resto del equipo.
Tomó dos días más de viaje alcanzar los acantilados que dominaban la vista de
Djerholm, pero la marcha fue más simple conforme se desplazaron hacia el sur y en
dirección a la costa. El clima se volvió más cálido, el suelo se descongeló y ella comenzó
a ver señales de la primavera. Inej había pensado que Djerholm se vería como
Ketterdam; una mezcla de negro, gris y marrón, calles enrevesadas llenas de niebla y
humo de carbón, barcos de toda clase en el puerto, pulsando con el apuro y bullicio del
comercio.
El puerto Djerholm estaba repleto de barcos, pero sus calles prolijas marchaban
hacia el agua de manera ordenada, y las casas estaban pintadas con semejantes colores
—rojo, azul, amarillo, rosado— como si desafiaran a la tierra blanca y salvaje y a los
largos inviernos de esta región tan al norte. Inclusive los almacenes del muelle estaban
forjados en colores alegres. Se veía como ella imaginaba las ciudades cuando era niña,
todo del color de los caramelos y en el lugar correcto.
Inej alzó la mirada hacia donde la Corte de Hielo se asentaba, como un enorme
centinela blanco en el acantilado masivo que miraba desde arriba a todo el puerto.
Matthias había dicho que los acantilados eran «inexpugnables», e Inej tenía que admitir
que sería un desafío incluso para el Espectro. Se veían imposiblemente altos, y desde la
distancia, su superficie lisa y blanca se veía tan limpia y brillante como el hielo.
Kaz entrecerró los ojos para ver las grandes armas que apuntaban a la bahía. —
He ingresado en bancos, almacenes, mansiones, museos, bóvedas, una librería rara, y
una vez a la recámara de un diplomático visitante kaelish, cuya mujer era una
apasionada por las esmeraldas. Pero nunca me han disparado con un cañón.
—Esas armas están allí para detener a armadas invasoras —dijo Jesper
confiadamente—. Buena suerte en golpear una pequeña y esquelética goleta que
atraviesa las olas con rumbo a la fortuna y gloria.
—Voy a repetir tus palabras cuando una bala de cañón me aterrice en el regazo
—dijo Nina.
Las señales de las celebraciones de Hringkälla estaban por todos lados. Las
tiendas habían creado elaborados escaparates de galletas de pimienta horneadas con la
forma de lobos, algunas colgaban como adornos de árboles altos y serpenteantes, y el
puente que cruzaba el desfiladero del río estaba adornado con algunas cintas en plata
fjerdana. Un solo camino de entrada en la Corte de Hielo y un solo camino de salida.
¿Cruzarían este camino como visitantes mañana?
—Se supone que hay uno en mitad de la Isla Blanca —dijo Nina, ignorando la
mirada de advertencia que le dirigió el fjerdano—. Es el lugar donde los drüskelle se
reúnen para la ceremonia de escucha.
Kaz tamborileó su bastón sobre el suelo: —¿Por qué es la primera vez que
escucho esto?
—El fresno está sustentado por el espíritu de Djel —dijo Matthias—. Es donde
podríamos escuchar mejor su voz.
Los ojos de Kaz parpadearon: —No fue lo que pregunté. ¿Por qué no está en
nuestros planos?
—Yo decido lo que es esencial. ¿Alguna otra cosa que decidiste no contar en tu
gran sabiduría?
—Entonces esperemos que nada esté al acecho en esos rincones —replicó Kaz.
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Jesper miró hacia su plato y gimió: —Kaz, si me quieres muerto, prefiero una
bala al veneno.
Nina arrugó la nariz: —Cuando yo no quiero comer, sabes que hay un problema.
Desde su mesa, tenían una clara, aunque lejana, vista de la puerta exterior de la
Corte de Hielo y de la primera portería de guardia. Estaba construida entre un arco
formado por dos enormes esculturas de lobos sobre sus patas traseras y abarcaba la ruta
que se dirigía a la colina de la Corte. Inej y el resto miraron el tráfico entrar y salir por
la entrada, mientras recogían sus almuerzos, en espera de algún signo de los vagones de
la prisión. El apetito de Inej había regresado finalmente, y había estado comiendo lo más
posible para fortalecerse, pero la capa encima de la sopa que había ordenado no
ayudaba.
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No había café para ordenar, por lo que pidieron té y pequeños vasos de brännvin
que quemaba al tragar, pero ayudaba a mantenerlos calientes mientras el viento
arreciaba, agitando las cintas plateadas que estaban atadas a las ramas de fresno que
recubrían la calle de más abajo.
—Toma —dijo y le entregó a Jesper un libro delgado con una cubierta elaborada.
Jesper abrió el libro y miró con atención la última página, desconcertado: —¿Y?
—¿Quién hubiera dicho que yo tuviera gusto por la literatura? —Jesper se lo pasó
a Wylan, quien lo agarró con indecisión.
—¿Qué dice?
—Se llaman libros sin fondo —dijo Kaz, mientras Inej tomaba el volumen de
Nina y lo sujetaba en alto. Las páginas estaban rellenas de sermones comunes, pero el
reverso adornado ocultaba dos lentes que actuaban como un telescopio. Kaz le había
dicho que mantuviera un ojo atento a mujeres que utilizaran compactos espejados
similares en el Club Cuervo. Podían leer la mano que un jugador sostenía desde la otra
punta de la habitación y entonces hacer señas a un compañero en la mesa.
—Inteligente —remarcó Inej mientras miraba a través. Para la mesera y los otros
clientes en la terraza, parecía como si se estuvieran pasando un libro, discutiendo un
pasaje interesante. Al contrario, Inej tenía una vista cercana a la portería y al vagón
estacionado enfrente de esta.
La puerta entre los lobos en plena carrera era de hierro forjado, portaba el símbolo
del fresno sagrado y se unía a una reja de picos alta que rodeaba los terrenos de la Corte
de Hielo.
—Cuatro guardias —notó ella, justo lo que Matthias había dicho. Dos estaban
estacionados a cada lado de la portería y uno estaba charlando con el conductor del
vagón de la prisión, quién le entregó un paquete de documentos.
Inej levantó el libro sin fondo otra vez. El conductor del vagón vestía un uniforme
gris parecido a los de los guardias de la entrada, pero sin cinto o decoración alguna. Él
se deslizó de su asiento y rodeó el vehículo para desbloquear las puertas.
—Santos —dijo Inej cuándo la puerta se abrió. Diez prisioneros estaban sentados
a lo largo de unos bancos que eran del largo de la carreta, tenían las muñecas y pies
encadenados, con sacos negros por encima de las cabezas.
Inej le pasó el libro a Matthias, y así dio la vuelta, e Inej sintió que la aprensión
del grupo aumentaba. El único al que no parecía afectarle era a Kaz.
Nina miró por los lentes del libro: —Están haciendo un conteo.
Nina le pasó el libro a Inej: —El conductor va a notar seis pasajeros de más
cuando abra las puertas.
—Si tan solo hubiera pensado en ello… —dijo Kaz secamente—. Se nota que
nunca vaciaste ningún bolsillo.
Jesper inclinó la cabeza hacía un lado, con sus ojos grises encendidos: —¿Vamos
a usar un bollo patraña, ¿no?
—Exactamente.
—No conozco esa palabra, “bollopatraña” —dijo Matthias, uniendo las sílabas.
Nina le dirigió una mirada amarga a Kaz. —Yo tampoco. No tenemos tantos
conocimientos callejeros como tú, Manos Sucias.
—Cruel.
—Son hechos.
—Los hechos están para los que no tienen imaginación —dijo Jesper, haciéndole
un gesto desdeñoso.
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—Ahora, un mal ladrón —continuó Kaz—, uno que no sabe cómo manejarse,
solo roba e intenta huir. Buena forma de ser atrapado por el cuerpo de vigilancia. Pero
un ladrón competente, como yo, pilla la billetera y coloca algo en su lugar.
—¿Un bollo?
—Bollo patraña es solo un nombre. Puede ser una piedra, un jabón en barra, e
incluso un viejo panecillo si tienen el tamaño correcto. Un ladrón competente puede
saber el peso de la billetera por cómo cambia la forma en la que cuelga el saco del
hombre. Él hace el intercambio, y el pobre blanco sigue tanteando el bolsillo, tan feliz
como antes. No es hasta que trata de pagar por un omelette o pone su dinero en la mesa
que se da cuenta que lo han embaucado. Y para entonces el ladrón está en un lugar
seguro, contando su dinero.
—Espera —dijo Nina— La puerta se cierra por afuera. ¿Cómo vamos a entrar y
lograr que la puerta se cierre nuevamente?
Jesper estiró sus largas piernas. —¿Entonces tenemos que abrir la cerradura,
desencadenar e incapacitar a seis prisioneros, tomar sus lugares, y de alguna forma
conseguir que el vagón se selle nuevamente sin que los guardias o el resto de los
prisioneros se enteren?
—Eso es correcto.
La sonrisa más vaga titiló en los labios de Kaz: —Les haré una lista.
A Nina la enviaron para conversar con los lugareños y tratar de descubrir el mejor
lugar para colocar su emboscada para el vagón. Después de los horrores del arenque de
Gestinge, le habían demandado a Kaz algo comestible, y estaban esperando a Nina en
una panadería abarrotada, acunando tazas de café caliente mezcladas con chocolate, las
destruidas migajas de los panecillos y galletas estaban desparramadas por su mesa en
pequeñas pilas de migas mantecosas. Inej notó que la taza de Matthias estaba sin tocar,
enfrente de él, lentamente enfriándose mientras él miraba por la ventana.
—Esto debe ser duro para ti —dijo ella suavemente—. Estar aquí pero no estar
realmente en casa.
Kaz se giró y comenzó a hablar con Jesper. Parecía hacer eso cada vez que ella
mencionaba volver a Ravka. Por supuesto, ella no podía estar segura de que encontraría
a sus padres ahí. Los suli eran viajeros. Para ellos «hogar» solo significaba familia.
—¿Te preocupa que Nina esté allá afuera? —le preguntó Inej.
—No.
Él se cruzó de brazos.
—Y divertida.
—Ruidosa.
—No es así —protestó Matthias. Ella se tuvo que reír ante la fuerza de su ceño
fruncido. Él trazó con un dedo una línea entre una de las pilas de migas.
A pesar de todos los gruñidos de Matthias, Inej no creyó haber imaginado su cara
de alivio.
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Le había tomado a Nina menos de una hora descubrir que la mayoría de los
vagones de prisioneros pasaban al lado de un bar de carretera conocido como la Estación
de Carceleros, en la ruta a la Corte de Hielo. Inej y los demás tuvieron que caminar casi
tres kilómetros lejos de la zona alta de Djerholm para encontrar la taberna. Estaba
demasiado llena con granjeros y trabajadores locales como para ser útil, por lo que
avanzaron más por la ruta, y para el momento en el que encontraron un lugar con
suficiente cubierta y presencia de árboles lo bastante altos como para encajar en sus
propósitos, Inej se sentía cerca de colapsar. Les agradeció a sus Santos por la energía
aparentemente inagotable de Jesper. Él alegremente se presentó voluntario para
continuar y ser el vigía. Cuando el vehículo de la prisión se acercara rodando, él les haría
señas al resto del equipo con una bengala y entonces correría de vuelta para
acompañarlos.
—Sin llantos —avisó Jesper mientras daba zancadas hacia el atardecer, sus largas
piernas cortaban la distancia con facilidad.
—Sin funerales —le respondieron. Inej además mandó una plegaria real con él.
Sabía que Jesper estaba bien armado y podía cuidar de sí mismo, pero entre su cuerpo
larguirucho y su piel zemeni, era muy llamativo como para estar cómodos.
Acamparon en una zanja seca rodeada por una maraña de malezas y tomaron
turnos para dormitar en el duro suelo de piedra y vigilar. A pesar de su fatiga, Inej no
había pensado que lograría dormir, pero la siguiente cosa que supo fue que el sol estaba
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alto en el cielo, un parche brillante de resplandor en un cielo nublado. Tenía que ser
pasado el mediodía. Nina estaba a su lado, con un trozo de una de las galletas de
pimienta en forma de lobo que ella había traído de la zona alta de Djerholm. Inej vio
que alguien hizo un fuego bajo, y los pegajosos restos de un bloque de parafina derretida
eran visibles entre sus cenizas.
Inej se frotó los ojos. Supuso que era una concesión ante sus heridas. Tal vez ella
no había escondido su cansancio tan bien en absoluto.
Y unos repentinos crujidos desde la carretera la pusieron en pie, con sus cuchillos
desenfundados, en segundos.
Jesper ya debía haber hecho la señal. Inej agarró la galleta de Nina y se apresuró
a donde Kaz y Matthias estaban mirando a Wylan hacer tanto ruido con algo en la base
de un abeto rojo y espeso. Se escucharon otra serie de chasquidos y pequeñas nubes de
humo blanco estallaron donde el tronco del árbol se conectaba con el suelo. Por un
momento pareció como si nada fuera a suceder, y entonces las raíces se soltaron del
suelo, enredándose y marchitándose.
—Diciendo una bendición. Los fjerdanos lo hacen cada vez que cortan un árbol.
—¿Cada vez?
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—Las bendiciones dependen de cómo pienses usar la madera. Una para casas,
una para edificios. —Hizo una pausa—. Una para leña.
Les tomó menos de un minuto colocar el árbol para que obstruyera el camino.
Con sus raíces intactas, parecía como si simplemente se hubiese caído por enfermedad.
—Una vez que el vagón se detenga, el árbol nos dará como quince minutos y no
mucho más —dijo Kaz—. Muévanse rápido. Los prisioneros deben de estar
encapuchados, pero son capaces de escuchar, por lo que ni una palabra. No nos podemos
permitir generar sospecha. Por todo lo que saben, esto es una parada de rutina, y
queremos que sigan pensado eso.
Mientras Inej esperaba en la zanja con el resto, consideró todas las cosas que
podían salir mal. Los prisioneros podrían no llevar capuchas. Los guardias podrían tener
a uno de los suyos en la parte trasera del vagón. ¿Y si su equipo lo lograba? Bueno,
entonces serían prisioneros en camino a la Corte de Helo. Eso no se veía particularmente
prometedor, tampoco.
—Preparados —dijo Kaz. Él se deslizó por encima de la parte más alta de la zanja
al final del vagón. Había dejado su bastón en la zanja, y cualquier dolor que pudiera
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haber estado sintiendo, lo disfrazó bien. Deslizó sus ganzúas desde el revestimiento de
su chaqueta y acunó el candado con suavidad, casi con amor. En segundos, se abrió, y
él empujó el cerrojo hacia el costado. Miró a su alrededor donde los hombres estaban
atando sogas al árbol y entonces abrió la puerta.
Inej se tensó, esperando la señal. No llegó. Kaz estaba simplemente parado ahí,
mirando al vagón.
Inej trepó fuera de la zanja y fue detrás de Kaz. Él seguía parado ahí,
perfectamente quieto. Ella tocó su hombro por un corto tiempo, y él se sobresaltó. Kaz
Brekker se sobresaltó. ¿Qué estaba pasando? Ella no podía preguntarle y arriesgarse a
delatarse ante los prisioneros que los escuchaban.
Los prisioneros estaban todos esposados y tenían los sacos negros por encima de
la cabeza. Pero había considerablemente más de ellos que en la carreta que ellos habían
visto en el puesto de control. En vez de estar sentados y encadenados a los bancos a los
costados, estaban parados, presionados entre sí. Sus pies y manos habían sido
encadenados, y todos portaban collares de hierro que estaban unidos a los ganchos del
techo del vagón. Cuando alguno empezara a desplomarse o inclinarse demasiado, le
cortarían la respiración. No era bonito, a pesar de que estaban tan juntos que no parecía
que nadie pudiera realmente caerse y ser estrangulado.
Inej le dio a Kaz otro pequeño empujón. Su cara estaba pálida, casi del color de
la cera, pero al menos ahora no se quedó solamente parado ahí. Se impulsó para subir a
la carreta, sus movimientos torpes e incómodos, y comenzó a desencadenar los collares
de los prisioneros.
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Inej le hizo señas a Matthias, quien saltó de la zanja y se reunió con ellos.
—¿Qué está pasando? —preguntó uno de los prisioneros en ravkano, con voz
aterrada.
Kaz desbloqueó seis pares de cadenas de pies y manos. Uno por uno, Inej y
Matthias bajaron a los prisioneros más cercanos a la puerta. No había tiempo de
considerar altura o constitución o incluso si eran hombres o mujeres. Los guiaron al
borde de la zanja, todo mientras conservaban un ojo sobre el progreso de los guardias
en el camino.
Una vez que estuvieron fuera de la vista, Nina ralentizó su pulso, enviándolos a
la inconsciencia. Solo entonces Wylan retiró las capuchas de los prisioneros. Cuatro
hombres, uno de ellos bastante viejo, una mujer de mediana edad y un chico shu.
Definitivamente no era ideal, pero con suerte los guardias no se preocuparían mucho
por la precisión. Después de todo, ¿cuantos problemas podían causar un grupo de
convictos encadenados y esposados?
Nina los inyectó con una solución para dormir para prolongar su descanso, y
Wylan ayudó a hacerlos rodar hasta el interior de la zanja detrás de los árboles.
Los ojos de Inej estaban fijos en los guardias que movían el árbol, y no lo miró
cuando le dijo: —Se despertarán pronto y huirán. Tal vez incluso lleguen a la costa y a
la libertad. Les estamos haciendo un favor.
—No parece un favor. Parece que los estamos dejando en una zanja.
Inej se llevó una mano a la boca e hizo un bajo y suave llamado de ave. Tenían
cuatro o cinco minutos antes que los guardias despejaran la ruta. Por suerte, los guardias
estaban dando bastantes gritos alentadores al caballo y gritándose entre sí.
Matthias encerró a Wylan primero, y entonces a Nina. Inej lo vio ponerse rígido
cuando Nina movió su cabello para aceptar el collar, descubriendo la curva blanca de su
cuello. Mientras él se lo acomodaba alrededor del cuello, Nina coincidió con sus ojos
por encima del hombro y la mirada que intercambiaron pudo haber derretido kilómetros
de hielo del norte. Matthias se apartó apresuradamente. Inej casi se rio. Entonces eso
era todo lo que se requería para apartar al drüskelle y devolver al chico.
Jesper fue el siguiente, todavía sin resuello por su corrida de regreso desde el cruce
de caminos. Él le guiñó un ojo cuando ella le puso el saco en la cabeza. Podían escuchar
a los guardias gritarse uno al otro.
Kaz le hizo señas a Inej y ella bajó de un saltó; luego cerró la puerta, colocó el
cerrojo y colocó la traba. Un segundo después, el lado opuesto de la puerta se abrió. Kaz
simplemente le había sacado las bisagras. Era un truco que habían usado muchas veces,
Leigh Bardugo The Dregs
cuando un cerrojo era demasiado complicado como para abrirlo rápido o querían que
un robo pareciera un trabajo interno. Ideal para fingir suicidios, Kaz le dijo una vez y nunca
estuvo segura de si estaba hablando en serio.
Inej le dirigió una última mirada al camino. Los hombres habían terminado con
el árbol. El más grande estaba sacudiéndose las manos y golpeando la grupa del caballo.
El otro ya se estaba aproximando al frente del vagón. Inej agarró el borde de la puerta y
se impulsó, apretujándose en el interior. Inmediatamente, Kaz comenzó a reemplazar
las bisagras. Inej puso la capucha por sobre la cara sorprendida de Nina, y tomó su lugar
al lado de Jesper.
Pero incluso en la poca luz, podía ver que Kaz se estaba moviendo muy lento,
sus dedos enguantados más torpes de lo que nunca los había visto. ¿Qué le estaba
pasando? ¿Por qué se había congelado en la puerta del vagón? Algo lo hizo dudar, pero
¿qué?
Escuchó el sonido metálico cuando Kaz dejó caer uno de sus tornillos. Ella miró
el suelo del vagón y lo pateó de regreso, tratando de ignorar los latidos de su corazón.
Escuchó otro sonido metálico. Kaz maldijo una vez por debajo de su aliento.
Repentinamente, la puerta se sacudió mientras el guardia le daba una sacudida al cerrojo
cerrado. Kaz apuntaló su mano contra la bisagra. El trozo de luz por debajo de la puerta
aumentó. Inej inhaló.
Otro grito en fjerdano, más pasos. Entonces un crujido de las riendas y el vehículo
avanzó, moviéndose estruendosamente por la ruta. Inej se permitió exhalar. Su garganta
se había secado completamente.
Kaz tomó su lugar a su lado. Echó una capucha por encima de la cabeza de Inej,
y el olor a moho llenó sus fosas nasales. Él se pondría su propia capucha, y se
encadenaría. Bastante fácil, un truco de magia barato, y Kaz los conocía todos. Su brazo
se presionó contra el de ella desde el hombro al codo mientras él se cerraba el collar
alrededor del cuello. Los cuerpos a espaldas y a los costados de Inej se movieron,
amontonándose contra ella.
Por ahora, estaban a salvo. Pero a pesar de todo el traqueteo de las ruedas del
vagón, Inej podía decir que la respiración de Kaz había empeorado… jadeos
superficiales y rápidos, como un animal atrapado en una trampa. Era un sonido que
nunca esperó oír de él.
Fue porque ella estaba escuchando tan atentamente, que supo el momento exacto
en que Kaz Brekker, Manos Sucias, el bastardo del Barril y el muchacho más mortal de
Ketterdam, se desmayó.
Leigh Bardugo The Dregs
E l dinero que el señor Hertzoon había dejado a Kaz y Jordie se acabó la semana
siguiente. Jordie intentó regresar su abrigo nuevo, pero la tienda no lo quiso y
las botas de Kaz estaban claramente usadas.
Fueron desalojados de la pensión dos días más tarde, y tuvieron que buscar un
puente bajo el cual dormir, pero pronto fueron sacados por la vigilancia. Después de eso,
vagaron sin rumbo hasta la mañana. Jordie insistió en que regresaran a la cafetería. Se
sentaron durante mucho tiempo en el parque al otro lado de la calle. Cuando llegó la
noche, y los guardias comenzaron sus rondas, Kaz y Jordie se dirigieron al sur, a las
calles del Barril bajo, donde la policía no se molestaba en patrullar.
—Yo no —respondió Jordie. Y por alguna razón eso le pareció muy gracioso a
Kaz, y ambos comenzaron a reír. Jordie envolvió sus brazos alrededor de Kaz y dijo—:
La ciudad está ganando hasta ahora. Pero verás quién gana al final.
En los próximos años la gente llamaría el estallido de viruela de fuego que azotó
Ketterdam la plaga de la Doncella de la Reina, en honor al buque que se cree que trajo
el contagio a la ciudad. Golpeó más fuerte a los barrios bajos atestados del Barril. Los
cuerpos se apilaban en las calles, y los botes de enfermos se movían por los canales,
utilizando palas largas y ganchos para dejar caer los cuerpos en sus plataformas y
transportarlos a la Barcaza de la Parca para quemarlos.
La fiebre de Kaz llegó dos días después que Jordie. No tenían dinero para
medicina o un medik, por lo que se apiñaron en una pila de cajas de madera rotas que
apodaron el Nido.
Nadie vino a echarlos. Todas las pandillas habían perdido miembros por la
enfermedad.
Cuando la fiebre alcanzó su punto máximo, Kaz soñó que había regresado a la
granja, y cuando llamó a la puerta, vio que el Jordie y el Kaz del sueño ya estaban allí,
sentados a la mesa de la cocina. Lo miraron fijamente por la ventana, pero no lo dejaron
entrar, así que vagó por el prado, con miedo a tumbarse en la hierba alta.
Cuando despertó, no podía oler el heno o los tréboles o las manzanas, solamente
el humo de carbón y el esponjoso hedor de vegetales podridos de la basura. Jordie yacía
a su lado, mirando al cielo. —No me dejes —quería decir Kaz, pero estaba demasiado
cansado. Así que descansó su cabeza en el pecho de Jordie. Ya se sentía mal, frío y duro.
Pensó que estaba soñando cuando el hombre de los cadáveres lo rodó sobre el
bote. Se sintió caer, y luego aterrizó en una maraña de cuerpos. Trató de gritar, pero
estaba demasiado débil. Estaban por todas partes, piernas y brazos y vientres rígidos,
extremidades putrefactas y rostros azules cubiertos de las llagas de la viruela de fuego.
Flotaba dentro y fuera de la conciencia, sin saber lo que era real o delirios de la fiebre
Leigh Bardugo The Dregs
mientras la barcaza se movía hacia el mar. Cuando cayó en las aguas poco profundas de
la Barcaza de la Parca, de alguna manera encontró las fuerzas para gritar.
—Estoy vivo —gritó tan fuerte como pudo. Pero él era muy pequeño, y el barco
ya volvía al puerto.
Kaz trató de sacar a Jordie del agua. Su cuerpo estaba cubierto de las pequeñas
llagas en flor que dieron a la viruela de fuego su nombre, su piel blanca y con moretones.
Kaz pensó en el pequeño perro de cuerda, en beber chocolate caliente en el puente.
Pensó que el paraíso se vería como la cocina de la casa en Zelverstraat y olería como el
hutspot en el horno de los Hertzoon. Todavía tenía la cinta roja de Saskia. Podría
devolvérsela. Harían caramelos de dulce de membrillo. Margit tocaría el piano, y podría
dormir junto al fuego. Cerró los ojos y esperó la muerte.
Kaz esperaba despertar en el otro mundo, cálido y seguro, con la barriga llena,
Jordie a su lado. En su lugar, se despertó rodeado de cadáveres. Estaba tendido en las
aguas poco profundas de la Barcaza de la Parca, sus ropas empapadas, la piel arrugada
por la humedad.
excepto más hambre y callejones oscuros y la humedad de los canales. Incluso mientras
lo pensaba, sabía que no era cierto. La venganza estaba esperando, venganza por Jordie
y tal vez por sí mismo, también. Pero tendría que ir a su encuentro.
Cuando llegó la noche, y la marea cambió de dirección, Kaz se obligó a poner las
manos sobre el cuerpo de Jordie. Estaba demasiado débil para nadar por su cuenta, pero
con la ayuda de Jordie, podía flotar. Se agarró con fuerza a su hermano y pateó hacia
las luces de Ketterdam.
Los últimos cien metros fueron difíciles. La marea había cambiado una vez más,
y estaba trabajando en su contra. Pero Kaz tenía esperanza ahora, esperanza y furia,
llamas gemelas ardiendo dentro de él. Ellas lo guiaron hasta el muelle y en la subida por
la escalera. Cuando llegó a la cima, se dejó caer de espaldas sobre los tablones de
madera, luego se obligó a darse la vuelta. El cuerpo de Jordie estaba atrapado en la
corriente, chocando contra el pilón de abajo. Sus ojos seguían abiertos, y por un
momento, Kaz pensó que su hermano lo estaba mirando.
Debería cerrarle los ojos, pensó Kaz. Pero sabía que si bajaba la escalera y se metía
de nuevo al mar, nunca encontraría el modo de volver a salir. Simplemente se permitiría
ahogarse, y eso ya no era posible. Tenía que vivir. Alguien tenía que pagar.
Leigh Bardugo The Dregs
Se estremeció.
—Kaz. —La voz de Inej. Logró tomar una respiración profunda por la nariz.
Sintió que ella se apartaba de él. De alguna manera, en los estrechos confines del vagón,
ella se las arregló para darle espacio. Su corazón latía con fuerza.
—¿Qué?
Eso lo trajo de vuelta a sus sentidos. Habían pasado dos puestos de control. Eso
significaba que los habían contado. Alguien tenía que haber abierto esa puerta —no una
vez, sino dos veces— tal vez incluso le echaron mano, y él no se había despertado.
Pudieron haberlo robado, asesinado. Había imaginado su muerte de mil maneras, pero
nunca que estaría dormido.
Detrás de él, podía oír a los otros prisioneros murmurar entre sí en diferentes
idiomas. A pesar de los temores que despertaba en él la oscuridad, dio gracias por ella.
Solo podía esperar que el resto de su equipo, encapuchados y agobiados por su propia
ansiedad, no hubieran notado nada extraño en su comportamiento. Había sido torpe,
lento para reaccionar cuando habían emboscado el vagón, pero eso era todo, y podía
inventar una excusa para dar cuenta de ello.
Odiaba que Inej lo hubiera visto de esta manera, nadie lo había hecho, pero en
los talones de ese pensamiento vino otro: Mejor que fuera ella. En sus huesos, sabía que
nunca se lo contaría a nadie, que nunca usaría este conocimiento en su contra. Ella
dependía de su reputación. No quería que se viera débil. Pero había más que eso, ¿no es
así? Inej nunca lo traicionaría. Él lo sabía. Kaz se sintió enfermo. Aunque había confiado
en ella con su vida innumerables veces, se sentía mucho más aterrador confiar en ella
con esta vergüenza.
Oyó voces hablar en fjerdano, luego ruidos rasposos y un golpe seco. Su cuello
estaba libre, y lo bajaron del carro por una especie de rampa con los otros prisioneros.
Escuchó lo que sonaba como una puerta chirriante abrirse, y fueron conducidos hacia
adelante, arrastrando los pies por los grilletes.
tierras duras por las que habían viajado en el norte. Era imposible decir qué podría ser
vidrio o hielo o piedra.
Los guardias fjerdanos gesticulaban sobre sus papeles, tratando de hacer que los
números y las identidades de los prisioneros coincidieran con el grupo delante de ellos.
Este era el primer momento verdadero de exposición, uno sobre el que Kaz no tenía
ningún control. Hubiera sido demasiado largo y peligroso escoger y elegir a los
prisioneros que debían reemplazar. Era un riesgo calculado, pero ahora Kaz sólo podía
esperar y desear que la pereza y la burocracia hicieran el resto.
Mientras los guardias se movían por la línea, Inej ayudó a Nina a ponerse en pie.
—¿Estás bien? —preguntó Inej y Kaz se sintió atraído hacia su voz como el agua
rodando cuesta abajo.
Kaz siguió la mirada de Nina a la parte superior de la muralla circular, muy por
encima del patio, donde cinco hombres estaban empalados en picas como carne
ensartada para asar, con las espaldas encorvadas, extremidades colgando. Kaz tuvo que
entrecerrar los ojos, pero reconoció a Eroll Aerts, el mejor ganzúa y ladrón de cajas
fuertes de Rollins. Las contusiones y moretones de los golpes que le habían dado antes
de su muerte eran de color morado oscuro a la luz de la mañana, y Kaz apenas podía
distinguir un punto negro en el brazo; el tatuaje de los Leones del Centavo de Aerts.
Kaz sabía que debía estar contento de que otro equipo hubiera sido acabado, pero
Rollins no era ningún tonto, y la idea de que su equipo no se las hubiera arreglado para
pasar más allá de las puertas de la Corte de Hielo era más que un poco estresante.
Además, si Rollins había encontrado la muerte en el extremo de una pica de fjerdanos...
No, Kaz negó esa posibilidad. Pekka Rollins le pertenecía.
Los guardias estaban discutiendo con el conductor del vagón ahora, y uno de
ellos estaba señalando a Inej.
—Están reclamando que los papeles están fuera de orden, que tienen una chica
suli en lugar de un chico shu.
Kaz los vio ir y venir. Esa era la belleza de todos estos mecanismos de control y
capas de seguridad. Los guardias siempre pensaban que podían fiarse de alguien más
para que captara un error o solucionara un problema. La pereza no era tan fiable como
la codicia, pero aun así hacía una buena palanca. Y estaban hablando de los
prisioneros… encadenados, rodeados por todos lados, y a punto de ser arrojados a las
celdas. Inofensivos.
Por último, uno de los guardias de la prisión suspiró e hizo una señal a sus
compañeros. —Diveskemen.
Entraron en una cámara donde estaba una anciana sentada con las manos
encadenadas, flanqueada por guardias. Sus ojos estaban en blanco. A cada prisionero
que se acercaba, la mujer le agarraba la muñeca.
Un amplificador humano. Kaz sabía que Nina había trabajado con ellos cuando
recorría la Isla Errante en busca de Grisha que se unieran al Segundo Ejército. Podían
sentir el poder Grisha por el tacto, y él los había visto contratados en juegos de cartas de
altas apuestas para asegurarse que ninguno de los jugadores fuera Grisha. Alguien que
pudiera alterar el pulso de otro jugador o incluso elevar la temperatura en una habitación
tenía una ventaja injusta. Pero los fjerdanos los utilizaban para un propósito diferente:
para asegurarse que ningún Grisha traspasara sus paredes sin ser identificado.
Kaz vio a Nina acercarse. Pudo ver su temblor cuando extendió el brazo. La
mujer apretó los dedos alrededor de la muñeca de Nina. Sus párpados revolotearon
brevemente. Entonces soltó la mano de Nina y le hizo un gesto para que siguiera de
largo.
Estaba iluminado por una enorme lámpara de hierro que colgaba del techo como un
capullo brillante. Al mirar abajo, Kaz vio filas de vagones blindados coronados por
torretas armadas. Sus ruedas eran grandes y unidas por una gruesa banda.
—¿Sin caballos?
Kaz miró a través del grueso cristal. Sabía defensa, y Nina tenía razón, este vidrio
era otra pieza de trabajo de Fabricador: a prueba de balas e impenetrable. Al ir o venir
de la cárcel, los prisioneros verían armas, armamento, máquinas de guerra, todo un
brutal recordatorio del poder del estado fjerdano.
Adelante y muestren su fuerza, pensó Kaz. No importa cuán grande es el arma si no sabes
adónde apuntar.
Leigh Bardugo The Dregs
En el otro lado del recinto, vio un segundo pasillo, donde las prisioneras estaban
siendo conducidas.
Nada de eso importaba. Por ahora, Kaz tenía que centrarse en el plan y encontrar
a Yul-Bayur. Echó un vistazo a los otros. Wylan parecía como si estuviera listo para
mojarse los pantalones. Helvar parecía sombrío como siempre. Jesper se limitó a sonreír
y le susurró: —Bueno, nos las arreglamos para encerrarnos en la prisión más segura del
mundo. O somos unos genios o los hijos de perra más tontos que alguna vez respiraron.
Podía hacer esto, tenía que hacerlo. Pensó en Jordie. ¿Qué diría Jordie si su
hermano menor perdiera su oportunidad de justicia, porque no podía controlar una
estúpida náusea dentro de él? Pero solo trajo el recuerdo de la fría piel de Jordie, la forma
en que se había hinchado en el agua salada, los cuerpos hacinados a su alrededor en la
barcaza. Su visión comenzó a desdibujarse.
Una vez Inej se había ofrecido a enseñarle cómo caer. «El truco está en no ser
derribado» le había dicho él con una sonrisa. «No, Kaz» dijo ella «el truco está en volver
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a pararse». Más clichés suli, pero de alguna manera hasta el recuerdo de su voz ayudaba.
Él era mejor que esto, tenía que serlo. No solo por Jordie, sino también por su equipo.
Él había traído a esta gente aquí. Había traído a Inej aquí. Era su trabajo sacarlos de
nuevo.
Vio que Jesper estaba mirándole las manos. —¿Qué esperabas? —gruñó Kaz.
—Garras, por lo menos —dijo Jesper, cambiando su mirada hacia sus propios
pies descalzos huesudos—. Posiblemente un pulgar lleno de espinas.
El guardia regresó de arrojar sus ropas en un contenedor que, sin duda, sería
llevado al incinerador. Inclinó rudamente la cabeza de Kaz y lo forzó a abrir la boca,
llenándola con dedos gordos. Puntos negros florecieron en la vista de Kaz mientras
luchaba por permanecer consciente. Los dedos del guardia pasaron sobre el lugar entre
los dientes de Kaz donde había metido las láminas, entonces pellizcaron y empujaron el
interior de sus mejillas.
Las celdas se parecían mucho más a la prisión que había anticipado: sin piedra
blanca o escaparates de vidrio, solo húmeda piedra gris y barrotes de hierro.
Leigh Bardugo The Dregs
Había espacio suficiente, pero todavía se sentían demasiado cerca. Sólo un poco
más, Kaz se dijo a sí mismo. Sus manos se sentían increíblemente desnudas.
Kaz esperó. Sabía lo que venía. Había repasado a los demás tan pronto como
entraron en la celda, y sabía que sería el corpulento kaelish con la marca de nacimiento
quien vendría por él. Estaba crispado, nervioso, y obviamente había notado la cojera de
Kaz.
Kaz apoyó el antebrazo del hombre contra el metal. Arrojó su peso contra el
cuerpo de su oponente, y sintió un estallido satisfactorio cuando el brazo del kaelish se
dislocó de su hombro. Cuando el hombre abrió la boca para gritar, Kaz se la cubrió con
una mano y le cerró la nariz con la otra. La sensación de piel desnuda en sus dedos le
daba ganas de vomitar.
—Shhhhhh —dijo, usando su agarre en la nariz del hombre para dirigirlo hacia
el banco contra la pared. Los otros prisioneros se dispersaron para despejar el camino.
El hombre se sentó erguido, ojos llorosos, sin aliento. Kaz mantuvo su agarre
sobre la nariz y la boca. El kaelish tembló bajo su agarre.
Leigh Bardugo The Dregs
El kaelish gimió.
—¿Quieres?
—Si gritas, me aseguraré de que nunca te sirva bien otra vez, ¿entiendes?
Soltó la boca del hombre y empujó el brazo hacia atrás en su posición. El kaelish
rodó sobre su costado, se acurrucó en el banco, y comenzó a llorar.
Kaz se limpió las manos en los pantalones y volvió a su lugar en los barrotes.
Podía sentir a los demás mirando, pero ahora sabía que lo dejarían en paz.
—No. —Pero sí lo había sido… para asegurarse de que los dejaran en paz para
hacer lo que se tenía que hacer, y para recordar que no estaba indefenso.
Leigh Bardugo The Dregs
Sólo su padre había entendido su energía inquieta. Había tratado que Jesper la
gastara en la granja, pero el trabajo era demasiado monótono. Se suponía que la
universidad fuera la que le diera una dirección, pero en su lugar se había desviado a un
camino diferente. Se encogió ante lo que su padre diría si se enteraba que su hijo había
muerto en una prisión fjerdana. Aunque pensándolo bien, ¿cómo se enteraría? Eso era
algo muy deprimente en lo que pensar.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Y si ni siquiera podían oír el Reloj Mayor desde
donde estaban? Se suponía que los guardias hicieran el conteo de cabezas a las seis
campanadas. Luego Jesper y los otros tendrían hasta la medianoche para hacer el
trabajo, eso esperaban. Matthias solamente había pasado tres meses en la prisión. Los
protocolos podían haber cambiado. Podría haberse equivocado en algo. O tal vez el
fjerdano solamente nos quiere detrás de los barrotes antes de delatarnos.
Pero Matthias estaba sentado en silencio en el lado más alejado de la celda, cerca
de Kaz. Jesper no pudo evitar notar la pequeña pelea de Kaz con el kaelish.
Leigh Bardugo The Dregs
Normalmente Kaz era imperturbable durante un trabajo, pero ahora estaba inquieto y
Jesper no sabía por qué. Parte de él quería preguntarle, pero sabía que esa era su parte
estúpida, el granjero optimista que elegía la peor persona posible por la cual preocuparse,
que buscaba señales en cosas que en el fondo sabía que no significaban nada: cuando
Kaz lo elegía para un trabajo, cuando Kaz le seguía una de sus bromas. Se podría haber
pateado a sí mismo. Por fin había visto al infame Kaz Brekker sin ninguna prenda de
ropa y había estado demasiado preocupado acerca de terminar en una pica como para
prestar la suficiente atención.
Pero si Jesper estaba ansioso, Wylan lucía como si estuviera a punto de vomitar.
—¿Qué se supone que hagamos ahora? —susurró Wylan—. ¿De qué sirve un
forzador de cerraduras sin sus herramientas?
—Silencio.
—¿Y de qué sirves tú? Un tirador sin sus armas. Eres completamente irrelevante
para esta misión.
—No me vas a matar, y yo no voy a fingir que todo está bien. Estamos atrapados
aquí.
—Definitivamente eres más adecuado para una jaula de oro que una real.
—Sí, abandonaste una vida de lujos para vivir como pobre con nosotros en el
Barril. Eso no te hace interesante, Wylan, solamente te hace estúpido.
—Actúas como si hubieras nacido en el Barril como Kaz, pero ni siquiera eres
kerch. Tú también elegiste esta vida.
—No como Ketterdam. ¿Has estado en algún lugar que no sea tu casa, el Barril
y elegantes cenas de la embajada?
—Las carreras en Caryeva, los campos de aceite de Shu, los campos de jurda cerca
de Shriftport, Weddle, Elling.
—¿En serio?
—¿Hasta qué?
—Hasta que. Mi padre me llevaba a todos lados hasta que contraje una terrible
enfermedad, hasta que vomité en una boda de la realeza, hasta que traté de follar la pierna
del embajador.
Jesper dejó escapar una carcajada. —Por fin, un poco de fuerza de voluntad.
La expresión sombría del guardia dejó claro que no podía importarle menos.
Metió un balde con agua fresca en la celda y cerró la puerta con un golpe.
Jesper se dirigió hacia la parte delantera y tomó un gran trago de la taza atada al
asa del balde. La mayor parte salpicó sobre su camisa. Cuando le entregó la taza a
Wylan, se aseguró que él también se empapara.
Tanteó sobre las finas puntadas que Nina había colocado allí. Dolió muchísimo
cuando las abrió y sacó la píldora. Era más o menos del tamaño de una pasa de uva y
estaba manchada con su sangre. En este mismo momento Nina estaría usando sus
poderes para abrir su propia piel. Jesper se preguntó si eso dolía menos que las puntadas.
—¿Qué?
Leigh Bardugo The Dregs
—Deja de ser tan denso. Eres más lindo cuando eres inteligente.
—Se viene una tormenta —dijo Jesper en voz alta en kerch. Vio a Matthias y a
Kaz estirarse los cuellos de las camisas. Giró la cabeza, se cubrió la boca con su propia
camisa, y dejó caer la píldora en el balde.
Los ojos de Wylan lucían aterrados sobre su cuello levantado. Jesper estuvo
tentado a fingir desmayarse, pero se conformó con el efecto de los hombres cayéndose
al suelo a su alrededor.
Jesper contó hasta sesenta, luego dejó caer el cuello de la camisa y respiró
vacilantemente. El aire todavía olía empalagosamente dulce y los marearía por un rato,
pero lo peor ya se había dispersado. Cuando los guardias vinieran para el siguiente
conteo, los prisioneros tendrían fuertes dolores de cabeza pero no mucho que decirles.
Y con suerte para entonces ya se habrían ido hace mucho.
—La orina en el balde… ¿pero cuál es el punto? Todavía estamos atrapados aquí.
—Jesper —dijo Kaz haciéndole señas a través de los barrotes—. El tiempo corre.
Jesper giró los hombros mientras se acercaba. Este tipo de trabajo normalmente
tomaba mucho tiempo, en especial porque nunca había recibido entrenamiento real.
Leigh Bardugo The Dregs
Colocó las manos a cada lado de una única barra y se concentró en localizar las
partículas más puras de mineral.
—¿En serio?
—No.
—No seas estúpido —gruñó Jesper—. ¿Ves lo gruesos que son? —En efecto, el
barrote en el que estaba trabajando lucía sin cambios, pero había extraído suficiente
hierro de él, y la nube entre sus manos era casi negra. Dobló la punta de los dedos, y las
partículas giraron, zumbando en una espiral que cada vez se hacía más espesa y delgada.
Jesper dejó caer las manos, y una aguja delgada cayó al suelo provocando un
tintineo musical.
—Apenas.
—Me gusta caminar libre por las calles —dijo Jesper—. Me gusta no tener que
preocuparme acerca de ser secuestrado por un traficante de esclavos o que me mate un
granuja como nuestro amigo Helvar. Además, tengo otras habilidades que me traen más
placer y ganancias que esto. Muchas otras habilidades.
Wylan tosió. Coquetear con él podría resultar ser más divertido que molestarlo,
pero era casi un empate.
—Si este era el plan, ¿cuál era el propósito de tratar de entrar con esas ganzúas
escondidas? —preguntó Wylan.
Kaz dobló los brazos. —¿Alguna vez escuchaste acerca del hombre moribundo
cuyo medik le dijo que se había curado milagrosamente? Salió bailando a la calle y un
caballo lo pisoteó hasta matarlo. Tienes que dejarle creer al blanco que ya ganó. ¿Los
guardias estudiaron a Matthias y se preguntaron si lucía familiar? ¿Estaban buscando
problemas cuando Jesper fue a las duchas con parafina desprendiéndose de sus brazos?
No, estaban muy ocupados felicitándose a sí mismos por haberme atrapado. Creyeron
que habían neutralizado la amenaza.
Cuando Jesper terminó, Kaz tomó las dos agujas delgadas entre sus dedos. Era
raro verlo trabajar sin sus guantes, pero en segundos la puerta se abrió y eran libres. Una
vez que salieron, Kaz usó las agujas para cerrar la puerta detrás de ellos.
Según los planos de Wylan, los establos estaban pegados al patio de la portería,
así que tendrían que retroceder a través del área de detención. En teoría, se suponía que
esta sección de la prisión solo estaba activa cuando se procesaba a los prisioneros que
entraban o salían, pero aun así debían ser cuidadosos. Solo requería un guardia
extraviado para que sus planes se arruinaran.
La parte más aterradora era caminar el pasillo que atravesaba el recinto de vidrio,
un tramo largo y bien iluminado que los dejaba completamente expuestos. No se podía
hacer nada más que cruzar los dedos y echarse a correr. Luego bajaron las escaleras y se
dirigieron hacia la izquierda de la cámara donde esa pobre amplificadora Grisha lo había
analizado. Jesper sofocó un estremecimiento. Aunque la parafina en sus brazos siempre
funcionaba en los salones de juego, su corazón aun así había estado martillando su pecho
mientras la enfrentaba. Estaba igual de delgada y vacía que una cáscara. Eso era lo que
pasaba a un Grisha cuando era encontrado en el lugar y momento equivocados: una
sentencia de por vida a la esclavitud o peor.
Cuando Jesper empujó las puertas del establo para abrirlas, sintió que algo
pequeño dentro de él se relajaba. El olor del heno, el movimiento de los animales en sus
cuadras, los relinchos de los caballos le trajo memorias de Novyi Zem. En Ketterdam
los canales volvían inútiles a la mayoría de los carruajes y carretas. Los caballos eran un
lujo, una indulgencia para mostrar que tenías el espacio para mantenerlos y la riqueza
para cuidarlos. No se había dado cuenta lo mucho que extrañaba sencillamente estar
rodeado de animales.
Pero no había tiempo para la nostalgia o para detenerse a acariciar cada nariz
aterciopelada. Pasó frente a las cuadras y entró en el cuarto trastero. Matthias levantó
un gran rollo de cuerda sobre cada hombro. Se sorprendió cuando Jesper logró hacer lo
mismo.
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—¿Cómo?
—¿Todos los asociados de Kaz son tan extraños como este grupo? —preguntó
Matthias.
—Oh, deberías conocer al resto de los Indeseables. Nos hacen lucir como
fjerdanos.
—¿Qué tan malo? —preguntó Jesper, dejando caer sus rollos de cuerda al suelo.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej señaló al par de grandes puertas de metal en lo que lucía como una chimenea
gigante que sobresalía de la pared y llegaba hasta el techo. —Creo que usaron el
incinerador esta tarde.
—Solían hacerlo.
Cuando Jesper sujetó las manijas de las puertas cubiertas de cuero y las abrió, lo
golpeó una ráfaga de aire ardiente. El aire traía el olor negro y punzante del carbón, y
algo más, un olor químico, tal vez algo que le agregaban para que el fuego ardiera a más
temperatura. No era desagradable. Aquí era donde se tiraba toda la basura de las
prisiones: los restos de la cocina, baldes de desperdicios humanos, la ropa que se le
quitaba a los prisioneros, pero lo que sea que los fjerdanos le habían agregado al
combustible quemaba lo suficientemente caliente para deshacerse de los malos olores.
Se inclinó hacia delante, ya comenzando a sudar. Muy por debajo vio los carbones del
incinerador, eran brasas, pero todavía pulsaban con un furioso brillo rojo.
Arrancó una de las mangas y la arrojó al pozo. Cayó sin hacer ruido, se prendió
fuego en medio del aire, y había comenzado a deshacerse antes de alcanzar los carbones.
Cerró las puertas y tiró los restos de la camiseta de vuelta al depósito. —Bueno,
ya no se puede hacer lo de la demolición —dijo—. No podemos llevar los explosivos
por allí. ¿Aún puedes hacer la escalada? —le preguntó a Inej.
—Kaz todavía no sabe lo del incinerador —dijo Inej—. Él y Nina fueron a revisar
las celdas de arriba.
Jesper se estaba preguntando lo mismo. —¿Va a cojear de arriba abajo todos esos
tramos de escaleras, esquivando patrullas?
—Puede que haya tratado de señalarle eso —dijo Inej—. Siempre sorpresivo,
¿recuerdas?
—Inej —llamó Wylan desde uno de los carritos—. Esta es nuestra ropa.
Se estiró y, una tras otra, sacó las pequeñas zapatillas de cuero de Inej.
Una sonrisa deslumbrante llenó su rostro. Por fin un poco de suerte. Kaz no tenía
su bastón, Jesper no tenía sus armas e Inej no tenía sus cuchillos, pero por lo menos tenía
esas zapatillas mágicas.
—Sí.
Jesper le quitó las zapatillas a Wylan. —Si no creyera que están llenas de
enfermedades, las besaría, y luego a ti.
Leigh Bardugo The Dregs
N
ina siguió a Kaz por las escaleras. Tramo tras tramo de piedra y luz
parpadeante. Lo observó con atención. Él marcaba un buen ritmo, pero su
andar era rígido. ¿Por qué había insistido en ser el encargado de hacer esto?
No podía ser cuestión de tiempo, así que tal vez era lo que Kaz siempre pretendió. Tal
vez tenía la intención de ocultar algo de información de Matthias. O solo estaba decidido
a mantener a todos adivinando.
Los ruidos crecieron mientras los guardias bajaban por las escaleras, el ruidoso
fjerdano rebotaba en las paredes. Nina contuvo el aliento, observando la puerta con las
manos listas. Kaz no tenía arma, pero se había puesto en una posición de combate,
esperando a ver si la puerta se abría. En lugar de eso, los guardias continuaron más allá
del rellano, hacia el siguiente piso.
Siete campanadas sonaron cuando llegaron a la cima. Había pasado una hora
desde que noquearon a los prisioneros. Tenían cuarenta y cinco minutos para llegar a
las celdas de máxima seguridad, volver a reunirse en el rellano y llegar al sótano. Kaz
hizo un gesto para que tomara el corredor a la izquierda, mientras él tomaba el de la
derecha.
—¿Ajor? —llamó uno detrás de ella en fjerdano. Ella lo ignoró mientras avanzaba,
con el corazón tronando.
¿Qué pasaba si Bo Yul-Bayur estaba realmente en estas celdas? Ella sabía que era
poco probable, pero aun así... podría matarlo en su celda, ponerlo en un sueño profundo
Leigh Bardugo The Dregs
Pero mientras avanzaba de ida y vuelta por los pasillos, la pequeña esperanza de
que el científico pudiera estar allí llegó a nada. Una fila más de celdas, pensó, y luego volver
a bajar al sótano sin nada que mostrar. Excepto que cuando entró al pasillo final, vio que
era más corto que los demás. Donde debería haber más celdas había una puerta de acero,
una luz brillante resplandecía debajo de ella.
Este lugar se sentía mal. Las paredes, el suelo y techo eran de un blanco tan limpio
que le dolieron los ojos. La mitad de una de las paredes estaba formada por paneles de
vidrio liso, perfecto. Obra de un Fabricador. Al igual que el recinto de cristal que rodeaba
la exhibición de armamento. Ningún artesano fjerdano podría hacer las superficies de
manera tan prístina. Se había utilizado poder Grisha para crear esto, de eso estaba
segura. Había Grisha solitarios que no servían a ningún país y podrían considerar la
posibilidad de contratarse para el gobierno fjerdano. Pero, ¿sobrevivirían tal comisión?
Parecía más probable la labor de esclavos.
Nina dio un paso, luego otro. Miró por encima del hombro. Si un guardia entraba
en el pasillo detrás de ella, no tendría ningún lugar en el que ocultarse. Así que a moverse,
Nina.
Miró dentro de la primera ventana. La celda era tan blanca como el pasillo e
iluminado por esa misma luz brillante. La habitación estaba vacía y carente de cualquier
Leigh Bardugo The Dregs
tipo de muebles, no había banco, lavabo o inodoro. La única cosa en toda la blancura
era un desagüe en el centro del piso, rodeado de manchas rojizas.
Continuó hacia la siguiente celda. Era idéntica y estaba igual de vacía, al igual
que la siguiente, y la siguiente. Pero algo le llamó la atención, una moneda yacía junto
al desagüe, no, no era una moneda, era un botón. Un pequeño botón adornado con un
ala, el símbolo de un Grisha Impulsor. Sintió un escalofrío en los brazos. ¿Estas celdas
habían sido elaboradas por esclavos Grisha para presos Grisha? ¿El cristal, las paredes,
el piso estaban hechos para soportar la manipulación de un Fabricador? Las habitaciones
estaban desprovistas de metal. No había plomería, no había tuberías que transportaran
agua de las que un Mareomotor podría abusar. Y Nina sospechaba que el cristal a través
del cual estaba mirando era un espejo al otro lado, un Cardio en esa celda no sería capaz
de localizar un objetivo. Estaban diseñadas para albergar Grisha. Diseñadas para
retenerla a ella.
Giró sobre los talones. Bo Yul-Bayur no estaba aquí, y quería salir de este lugar
ahora mismo. Quitó la tela de la cerradura y salió por la puerta, sin detenerse para
asegurarse de que se cerraba tras ella. El pasillo de celdas de hierro estaba aún más
oscuro después del brillo en el que había estado antes, y tropezó mientras corría de vuelta
por donde había venido. Nina sabía que estaba siendo descuidada, pero no podía sacarse
de la cabeza la imagen de esas salas blancas. El desagüe. Las manchas alrededor de ella.
¿Algún Grisha había sido torturado allí? ¿Obligado a confesar sus crímenes contra la gente?
Había estudiado a los fjerdanos… sus líderes, su lenguaje. Incluso había soñado
con entrar en la Corte de Hielo como espía justo así, golpear el corazón de esta nación
que tanto odiaba. Pero ahora que estaba aquí, solo quería irse. Se había acostumbrado
a Ketterdam, a las aventuras que llegaban por estar involucrada con los Indeseables, a
su vida fácil en la Rosa Blanca. Pero incluso allí, ¿alguna vez se había sentido a salvo?
¿En una ciudad en la que no podía caminar por las calles sin miedo? Quiero ir a casa. El
anhelo la golpeó con fuerza, casi con dolor físico. Quiero volver a Ravka.
puerta de la escalera. No había nadie allí, ni siquiera Kaz. Metió la cabeza en el pasillo
contrario para ver si venía. Nada. Puertas de hierro, sombras profundas, no había señales
de Kaz.
Nina esperó, sin saber qué hacer. Habían acordado encontrarse en el rellano
quince minutos antes de la hora. ¿Y si estaba en alguna clase de problema? Vaciló, luego
se precipitó por el corredor que Kaz se había responsabilizado de revisar. Corrió más
allá de las celdas, los pasillos serpenteaban hacia atrás y adelante, pero Kaz no estaba
por ningún lado.
Suficiente, pensó Nina cuando llegó al final del segundo corredor. O Kaz la había
abandonado y ya estaba abajo con los demás, o lo habían atrapado y arrastrado a alguna
parte. De cualquier manera, tenía que llegar al incinerador. Una vez que se encontrara
con los demás, podían averiguar qué hacer.
Corrió de vuelta por los pasillos y abrió la puerta del rellano. Dos guardias
estaban charlando en el rellano de la escalera. Por un momento, la miraron con la boca
abierta.
Nina se precipitó más allá de los cuerpos de los guardias, por un tramo, dos
tramos de escalera. En la tercera planta, una puerta se abrió de golpe mientras un guardia
irrumpía en el hueco de la escalera. Nina retorció las manos en el aire, y el cuello del
guardia se rompió con un chasquido audible. Estaba moviéndose hacia el próximo
tramo de escalera antes que el cuerpo golpeara el suelo.
I nej levantó la vista, hacia la oscuridad. Muy en lo alto flotaba un pequeño parche gris
de cielo del atardecer. Seis niveles que trepar en la oscuridad, con las manos
resbaladizas del sudor y los fuegos del infierno quemando debajo, con la cuerda como
lastre y ninguna red para atraparla. Trepa, Inej.
Las manos desnudas eran mejor para trepar, pero las paredes del incinerador
estaban demasiado calientes para permitirlo. Así que Wylan y Jesper la habían ayudado
a pescar los guantes de Kaz de los contenedores de la lavandería. Vaciló brevemente.
Kaz le diría que tan solo se pusiera los guantes, que hiciera lo que fuera necesario para
terminar el trabajo. Y aun así, se sentía curiosamente culpable mientras se deslizaba el
flexible cuero negro sobre las manos, como si hubiera entrado a hurtadillas en la
habitación de él, sin su permiso, leído sus cartas, yacido en su cama. Los guantes no
tenían forro, con aberturas muy finas ocultas en las puntas de los dedos. Para
prestidigitación, se percató, para que pueda mantener contacto con monedas o cartas o manipular
el mecanismo de una cerradura. Tocar sin tocar.
su cuerpo? Ella era el Espectro. Había sufrido cosas peores. Se lanzó a la chimenea con
pura confianza.
Cuando sus dedos hicieron contacto con la piedra, siseó en un instante. Incluso
a través del cuero, podía sentir el calor denso de los ladrillos. Sin los guantes, su piel
habría empezado a ampollarse de inmediato. Pero no había nada que hacer más que
aguantar. Trepó… mano, luego pie, luego mano de nuevo, buscando la siguiente
pequeña hendidura, el siguiente terrón en las paredes resbaladizas de suciedad.
El sudor le corría por la espalda. Habían mojado la cuerda y su ropa con agua,
pero no parecía estar sirviendo de mucho. Su cuerpo entero se sentía enrojecido, repleto
de sangre, como si la estuvieran cociendo lentamente en su propia piel.
Su pie se deslizó. Los dedos perdieron contacto con la pared, y su estómago dio
un bandazo cuando sintió el tirón de su peso y la cuerda. Se sujetó a la piedra,
enterrándose en las grietas, los guantes de Kaz se le amontonaron sobre los dedos
empapados. De nuevo, los dedos de sus pies buscaron agarre, pero solo se deslizaron
sobre los ladrillos. Entonces su otro pie empezó a deslizarse también. Inhaló una
bocanada de aire abrasador. Algo estaba mal. Arriesgó una mirada abajo. Muy abajo,
vio el brillo rojo de los carbones, pero fue lo que vio en su pie lo que conmocionó su
corazón hasta un galope de miedo. Eran un desastre gomoso. Las suelas de sus zapatos
—sus zapatos perfectos y adorados— se estaban derritiendo.
Todo está bien, se dijo. Tan solo cambia el agarre. Soporta tu peso con los hombros. La
goma se enfriará cuanto más subas. Te ayudará a sujetarte. Pero sentía los pies como si
estuvieran en llamas. Ver lo que estaba sucediendo de alguna forma lo hacía peor, como
si la goma se estuviera fusionando con su carne.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej parpadeó para apartarse el sudor de los ojos y se impulsó unos cuantos
centímetros más. De algún lugar arriba, escuchó el repicar del Reloj Mayor. ¿El de media
hora? ¿O tres cuartos? Tenía que moverse más rápido. Ya tendría que estar en el techo,
asegurando la cuerda.
Se impulsó más alto y su pie se resbaló por el tabique. Cayó, su cuerpo entero
golpeando contra la pared mientras rasguñaba para sujetarse. No había nadie que la
salvara. Ni Kaz para venir a rescatarla, ni red esperando para detener su caída, solo el
fuego listo para reclamarla.
Inej ladeó la cabeza hacia atrás, buscando ese parche de cielo. Parecía
imposiblemente distante. ¿Qué tan lejos estaba? ¿Seis metros? ¿Nueve? Bien podrían ser
kilómetros. Iba a morir allí, lenta y horriblemente sobre las brasas. Todos iban a morir…
Kaz, Nina, Jesper, Matthias, Wylan, y era su culpa.
Se levantó otro medio metro «Kaz nos trajo aquí.» Y luego otro. Se forzó a
encontrar el siguiente apoyo. Kaz y su codicia. No se sentía culpable. No lo lamentaba.
Tan solo estaba furiosa. Furiosa con Kaz por intentar este trabajo demente, furiosa con
ella misma por acceder.
¿Y por qué había accedido? ¿Para pagar su deuda? ¿O porque a pesar de todo el
sentido común y buenas intenciones, se había permitido sentir algo por el bastardo del
Barril?
Cuando Inej entró al salón de Tante Heleen esa noche de mucho tiempo atrás,
Kaz Brekker estaba esperando, vestido en gris oscuro, reclinado sobre su bastón cabeza
de cuervo. El salón estaba amueblado en dorado y verde azulado, una pared entera con
el patrón de plumas de pavo real. Inej odiaba cada centímetro de la Colección —el
saloncito donde ella y las otras chicas estaban forzadas a admirar y batir las pestañas a
Leigh Bardugo The Dregs
clientes potenciales, su dormitorio que había sido diseñado para lucir como alguna
versión ridícula de una caravana suli, festonada con seda púrpura y fragante de
incienso— pero el salón de Tante Heleen era lo peor. Era la habitación para las golpizas,
para las peores rabietas de Heleen.
Inej había intentado escapar cuando llegó por primera vez a Ketterdam.
Consiguió alejarse dos bloques de la Colección, aún vestida de seda, mareada por la luz
y el caos de la Duela Oeste, corriendo sin dirección, antes que Cobbet le pusiera una
mano carnosa en la nuca y la jalara hacia atrás. Heleen la llevó al salón y la azotó tanto,
que no fue capaz de trabajar durante una semana. Durante el mes siguiente, Heleen la
mantuvo con cadenas de oro, ni siquiera la dejaba ir al saloncito. Cuando finalmente
abrió los grilletes, Heleen le dijo: —Me debes un mes de ganancias perdidas. Huye de
nuevo, y haré que te arrojen a la Puerta del Infierno por incumplimiento de contrato.
Esa noche, entró al salón con temor, y cuando vio a Kaz Brekker allí, su temor
solo se duplicó. Manos Sucias debía haber informado sobre ella. Le había contado a
Tante Heleen que le habló fuera de turno, que intentó causar problemas.
Pero Heleen se reclinó en su silla de seda y dijo: —Bueno, pequeño lince, parece
que ahora eres el problema de alguien más. Aparentemente a Per Haskell le gustan las
chicas suli. Ha comprado tu contrato vinculante por una suma muy cuantiosa.
Heleen sacudió una mano. —Haskell posee una casa de placer… si puedes
llamarla así, en algún lugar en los bajos fondos del Barril, pero serías un desperdicio de
dinero allí; aunque ciertamente aprenderás lo amable que Tante Heleen ha sido contigo.
No, Haskell te quiere como suya.
¿Quién era Per Haskell? ¿Importa?, dijo una voz en su interior. Es un hombre que
compra mujeres. Eso es todo lo que necesitas saber.
La angustia de Inej debió haber sido obvia, porque Tante Heleen se rio con
ligereza. —No te preocupes. Es viejo, desagradablemente viejo, pero parece lo bastante
Leigh Bardugo The Dregs
inofensivo. Por supuesto, uno nunca sabe. —Levantó un hombro—. Tal vez te comparta
con su chico de los recados, el señor Brekker.
Kaz giró sus ojos fríos hacia Tante Heleen. —¿Hemos terminado? —Fue la
primera vez que Inej lo oyó hablar, y le alarmó la quemadura áspera de su voz.
—Adiós, pequeño lince —dijo Tante Heleen—. Dudo que dures más de un mes
en esa parte del Barril. —Echó una mirada a Kaz—. Que no te sorprenda si ella huye.
Es más rápida de lo que parece. Pero tal vez Per Haskell también disfrutará eso.
Encuentren la salida.
Salió de la habitación en una nube de seda y perfume dulzón, dejando a una Inej
anonadada a su paso.
Lentamente, Kaz cruzó la habitación y cerró la puerta. Inej se tensó por lo que
sea que viniera a continuación, con los dedos retorcidos sobre las sedas.
—Per Haskell lidera a los Indeseables —dijo Kaz—. ¿Has oído de nosotros?
—Son tu pandilla.
—Retiro la oferta y regreso a casa luciendo como tonto. Tú te quedas aquí con
esa monstruosa Heleen.
Las manos de Inej volaron a su boca. —Ella escucha —susurró Inej, aterrorizada.
Leigh Bardugo The Dregs
—Deja que escuche. El Barril tiene toda clase de monstruos, y algunos de ellos
son de verdad muy hermosos. Yo le pago a Heleen por información. De hecho, le pago
demasiado por información. Pero sé exactamente qué es ella. Le pedí a Per Haskell que
pagara tu contrato vinculante. ¿Sabes por qué?
—Querías ofrecerme información. ¿Tal vez a cambio de ayuda? ¿Una carta para
tus padres? ¿Un pago extra?
Inej se sobresaltó. Eso era exactamente lo que deseaba. Había escuchado rumores
sobre una compraventa de seda y pensó en hacer alguna clase de intercambio. Era tonto,
descarado.
—Por supuesto —dijo, luego añadió—. ¿Es Kaz Brekker tu nombre real?
Inej frunció el ceño. Había querido ser silenciosa, así que lo había sido. ¿Qué
importaba eso?
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Matado a alguien?
—Eso es un comienzo.
—Ese es un criterio sólido hasta que la gente quiere matarte. Y en nuestra línea
de trabajo eso pasa mucho.
—¿Haciendo que?
Leigh Bardugo The Dregs
—Reuniendo información. Necesito una araña para trepar las paredes de las
casas y negocios de Ketterdam, escuchar en ventanas y en los aleros. Necesito a alguien
que pueda ser invisible, quien pueda volverse un fantasma. ¿Crees que tú podrías hacer
eso?
—Eso creo.
—Esta ciudad está llena de hombres y mujeres ricos. Vas a aprender sus hábitos,
sus idas y venidas, las cosas sucias que hacen en la noche, los crímenes que tratan de
cubrir día a día, la talla de sus zapatos, su combinación de cajas de seguridad, el juguete
que amaban más de niños. Y voy a usar esa información para quitarles su dinero.
—Eso no importa. ¿Ves estos números? Este es el precio que Heleen reclama que
tú le pediste prestado para transporte desde Ravka. Este es el dinero que has ganado en
su empleo. Y esto es lo que todavía le debes.
—Pero… pero eso no es posible. Es más ahora que cuando llegué aquí.
—Inej, déjame ser muy claro contigo. Si abandonas tu contrato, Haskell enviará
gente tras de ti, gente que hace parecer a Tante Heleen como una abuela pecosa. Y no
lo detendré. Me estoy jugando el cuello por este pequeño arreglo. No es una posición
que disfrute.
—Si esto es verdad —dijo Inej lentamente—. Entonces soy libre de decir que no.
Peligrosa. Quería aferrar la palabra a ella. Estaba bastante segura de que este
muchacho estaba loco o solo irremediablemente engañado, pero le gustaba esa palabra,
y a menos que estuviera equivocada, él le estaba ofreciendo dejarla salir de esta casa esta
noche.
—Esto no es… esto no es un truco, ¿verdad? —Su voz era más pequeña de lo que
quería que fuera.
Por alguna razón, esas palabras la consolaron. Mejor verdades terribles que
mentiras amables.
La verdad era que había tratado de acercarse furtivamente a Kaz muchas veces
desde entonces. Nunca lo había logrado. Era como si una vez que Kaz la había visto,
había entendido como seguir viéndola.
Ella había confiado en Kaz Brekker esa noche. Se había vuelto la chica peligrosa
que él había percibido que se ocultaba dentro de ella. Pero había cometido el error de
continuar confiando en él, de creer en la leyenda que había construido alrededor de sí
mismo. Ese mito la había traído aquí a esta sofocante oscuridad, balanceándose entre la
vida y la muerte como la última hoja colgada en una rama en otoño. Al final, Kaz
Brekker era solo un muchacho, y ella le había permitido conducirla a este destino.
Ni siquiera podía culparlo. Se había dejado llevar porque no sabía a dónde quería
ir. El corazón es una flecha. Cuatro millones de kruge, libertad, una oportunidad de regresar
a casa. Había dicho que quería estas cosas. Pero en su corazón no podía soportar la idea
de regresar con sus padres. ¿Podría ella decirle a su madre y padre la verdad?
¿Comprenderían todo lo que había hecho para sobrevivir, no solamente en la Colección,
sino cada día desde entonces? ¿Podría poner su cabeza en el regazo de su madre y ser
perdonada? ¿Qué verían cuando la miraran?
Trepa, Inej. Pero, ¿a dónde iba a ir? ¿Qué vida le estaba esperando después de todo
lo que había sufrido? La espalda le dolía. Las manos le estaban sangrando. Los músculos
en sus piernas se sacudían con temblores visibles, y su piel ya se sentía pelándose de su
cuerpo. Cada aliento de aire negro quemaba sus pulmones. No podía respirar
profundamente. No podía siquiera concentrarse en ese parche gris de cielo. El sudor
seguía goteando por su frente y escociéndole en los ojos. Si ella se rendía, se estaría
Leigh Bardugo The Dregs
rindiendo por todos ellos, por Jesper y Wylan, por Nina y su fjerdano, por Kaz. No
podía hacer eso.
El calor del incinerador se envolvió alrededor de Inej como una cosa viviente, un
dragón del desierto en su guarida, escondiéndose del hielo, esperando por ella. Conocía
los límites de su cuerpo, y sabía que no tenía más para dar. Había hecho una mala
apuesta. Era tan simple como eso. La hoja de otoño podría colgar de su rama, pero ya
estaba muerta. La única pregunta era cuándo caería.
Inej sintió humedad en las mejillas. ¿Estaba llorando? ¿Ahora? ¿Después de todo
lo que ella había hecho y le habían hecho?
Tenía que moverse ahora, rápidamente, antes de que las piedras se volvieran
resbalosas y la lluvia se convirtiera en un enemigo. Forzó sus músculos a flexionarse,
Leigh Bardugo The Dregs
sus dedos a buscar, y empujar un pie, luego otro, una y otra vez, murmurando oraciones
de gratitud a sus Santos. Aquí estaba el ritmo que la había eludido antes, enterrado en
la cadencia susurrada de sus nombres.
Pero incluso mientras daba gracias, sabía que la lluvia no era suficiente. Quería
una tormenta, trueno, viento, un diluvio. Ella quería que se estrellara sobre las casas de
placer de Ketterdam, levantando techos y arrancando puertas de sus bisagras. Quería
que alzara los mares, capturara cada barco esclavista, destrozara sus mástiles y aplastara
sus cascos contra costas implacables. Quiero llamar esa tormenta, pensó ella. Y cuatro
millones de kruge podrían ser suficientes para hacerlo. Suficientes para su propio barco,
algo pequeño y feroz y cargado con artillería. Algo como ella. Cazaría a los esclavistas
y sus compradores. Aprenderían a temerle, y ellos la conocerían por su nombre. El
corazón es una flecha. Exige puntería para aterrizar certero. Se aferró a la pared, pero era el
propósito el que aferraba al fin, y eso la impulsó hacia arriba.
Ella no era un lince, o una araña o incluso el Espectro. Era Inej Ghafa, y su futuro
estaba esperando arriba.
Leigh Bardugo The Dregs
No estaba seguro de qué lo estaba conduciendo. Era posible que Pekka Rollins
no estuviera allí; era posible que estuviera muerto. Pero Kaz no lo creía. Lo sabría, de
alguna forma lo sabría. —Tu muerte me pertenece a mí —susurró.
Leigh Bardugo The Dregs
La supervivencia no fue tan dura como creyó, una vez que dejó atrás la decencia.
La primera regla era encontrar a alguien más pequeño y débil y tomar lo que tenía.
Aunque —tan pequeño y débil como era Kaz— no era tarea fácil. Se arrastró desde el
puerto, ciñéndose a los callejones, dirigiéndose al vecindario donde vivían los Hertzoon.
Cuando vio una dulcería esperó afuera, entonces emboscó a un regordete niñito de
escuela que se rezagó detrás de sus amigos. Kaz lo derribó, le vació los bolsillos y le
quitó la bolsa de regaliz.
Kaz lo mordió. El niño renunció a sus pantalones. Kaz los enrolló en una bola y
los lanzó al canal, luego corrió lo más rápido que sus piernas débiles lo llevaron. No
quería los pantalones, solo quería que el niño esperara antes de gritar por ayuda. Sabía
que el escolar se quedaría acurrucado en ese callejón durante un largo rato, sopesando
la vergüenza de aparecer medio vestido en la calle con la necesidad de ir a casa y contar
lo que había sucedido.
Kaz dejó de correr cuando alcanzó el callejón más oscuro que pudo encontrar en
el Barril. Se metió todo el regaliz en la boca de una vez, y se lo pasó en dolorosos tragos,
e inmediatamente lo vomitó. Ocupó el dinero para comprar un bollo caliente de pan
blanco. Estaba descalzo y sucio. El panadero le dio un segundo bollo sólo para que
permaneciera lejos.
—Sí.
Kaz esperó toda la noche, hasta que vio un niño de aproximadamente su edad
abandonar las instalaciones. Lo siguió durante dos bloques, luego lo golpeó en la cabeza
con una roca. Se sentó sobre las piernas del niño y le quitó los zapatos, entonces cortó
las palmas de sus pies con un trozo de botella rota. El niño se recuperaría, pero no
trabajaría pronto. Tocar la carne desnuda de sus tobillos llenó a Kaz de repulsión.
Continuaba viendo los cuerpos blancos de la Barcaza de la Parca, sintiendo la hinchazón
fétida de la piel de Jordie bajo sus manos.
Siguió con Kaz, como siempre, pero se robó el nombre Brekker de un trozo de
maquinaría que vio en los muelles. Rietveld, el apellido de su familia, fue abandonado,
Leigh Bardugo The Dregs
amputado como una extremidad podrida. Era un nombre campirano, su último lazo a
Jordie y su padre y el niño que había sido. Pero no quería que Jakob Hertzoon lo viera
venir.
Descubrió que la estafa que Hertzoon les había hecho a él y Jordie era común.
La cafetería y la casa en Zelverstraat no eran más que escenarios, utilizados para
desplumar tontos del campo. Filip con sus perros mecánicos había sido la carnada,
utilizado para atraer a Jordie, mientras Margit, Saskia y los dependientes en la oficina
de comercio habían sido señuelos en el fraude. Incluso uno de los oficiales del banco
había estado involucrado, pasaba información a Hertzoon sobre sus clientes y le contaba
sobre los recién llegados del campo que abrían cuentas. Hertzoon probablemente había
estado llevando a cabo la estafa sobre múltiples blancos a la vez. La pequeña fortuna de
Jordie no era suficiente para justificar semejante montaje.
Pero el descubrimiento más cruel fue el don de Kaz para las cartas. Podría
haberlos hecho ricos a él y Jordie. Una vez aprendía un juego, le tomaba meras horas
dominarlo, y entonces sencillamente no podían vencerlo. Podía recordar cada mano que
hubiera sido jugada, cada apuesta hecha. Podía mantener el rastro de la jugada de hasta
cinco mazos. Y si había algo que no podía recordar, lo compensaba haciendo trampa.
Nunca había perdido su amor por la prestidigitación, y se graduó de escamotear cartas
a copas, carteras y relojes. Un buen mago no era muy diferente de un ladrón competente.
No mucho después, lo vetaron de jugar en cada salón de juego en la Duela Oeste.
En cada lugar al que iba, en cada bar y pensión y burdel y salón de juego,
preguntaba por Jakob Hertzoon, pero si alguien conocía el nombre, se rehusaba a
admitirlo.
Entonces, un día, Kaz estaba cruzando un puente a la Duela Oeste cuando vio a
un hombre con mejillas rubicundas y patillas esponjadas entrar a una tienda de ginebra.
Ya no vestía el negro formal de los mercas, sino pantalones de rayas chillonas y un
chaleco estampado de cachemir granate. Su abrigo de terciopelo era verde botella.
Leigh Bardugo The Dregs
—Puedo verla abierta. —La voz de Kaz sonaba errónea a sus oídos… aflautada,
desconocida.
—¿Quién?
Kaz sentía que estaba a punto de salirse de su propia piel. Apuntó a través de la
ventana. —Jakob jodido Hertzoon. Quiero hablar con él.
Kaz conocía el nombre Pekka Rollins. Todos lo conocían. Solo que nunca había
visto al hombre.
Kaz había sido cortejado por una gran cantidad de pandillas a las que les gustaba
su estilo con los puños y las cartas. Siempre había dicho que no. Había venido al Barril
para encontrar a Hertzoon y castigarlo, no para unirse a alguna familia sustituta. Pero
descubrir que su objetivo real era Pekka Rollins cambió todo. Esa noche, yació despierto
en el piso del tugurio donde se había guarecido y pensó en lo que deseaba, en lo que
finalmente vengaría a Jordie. Pekka Rollins le había quitado todo a Kaz. Si Kaz tenía la
Leigh Bardugo The Dregs
¿Todos esos escalones lo habían llevado allí esta noche? ¿A estos oscuros
corredores? Era difícilmente la venganza con la que había soñado.
Las filas de celdas se extendían más y más, infinitas, imposibles. Era imposible
que pudiera encontrar a Rollins a tiempo. Pero solo era imposible hasta que no lo fuera,
hasta que viera esa constitución robusta, ese rostro rubicundo a través de la rejilla de una
puerta de hierro. Solo fue imposible hasta que estuvo parado enfrente de la celda de
Pekka Rollins.
Estaba de costado, durmiendo. Alguien le había dado una severa golpiza. Kaz
observó el subir y bajar de su pecho.
¿Cuántas veces había visto Kaz a Pekka desde ese primer vistazo en la tienda de
ginebra? Nunca hubo un destello de reconocimiento. Kaz ya no era un niño; no había
razón para que Pekka debiera ser capaz de ver en sus rasgos al niño que había timado.
Pero lo ponía furioso cada vez que sus caminos se cruzaban. No era correcto. El rostro
de Pekka —el rostro de Hertzoon— estaba fijo en la mente de Kaz, grabado allí por una
cuchilla serrada.
El Reloj Mayor empezó a repicar los tres cuartos de hora. Debía irse. No quedaba
mucho tiempo para llegar al sótano. Nina lo estaría esperando. Todos.
Pero necesitaba esto. Había luchado por esto. No era de la forma en que lo había
imaginado, pero no hacía ninguna diferencia. Si Pekka Rollins moría a manos de algún
verdugo fjerdano anónimo, entonces nada de esto importaría. Kaz tendría cuatro
millones de kruge, pero Jordie nunca tendría su venganza.
Parte 5
El Hielo No Perdona
Leigh Bardugo The Dregs
OCHO CAMPANADAS
Inej había asegurado una cuerda al techo y dejado caer una soga para que
treparan. Jesper había enviado el resto de la cuerda con Wylan y Matthias, junto con un
par de cizallas que había localizado en la lavandería, y un rústico rezón que había
confeccionado de las tiras de metal de una tabla de lavar. Luego limpió las salpicaduras
de lluvia y humedad del piso de la habitación de desechos, y se aseguró que no hubiera
fragmentos de cuerda u otros signos de su presencia. No restaba nada más por hacer,
excepto esperar… y entrar en pánico cuando la alarma empezó a sonar.
Escuchó gente gritarse entre sí, una estampida de botas a través del techo. En
cualquier minuto, algunos guardias intuitivos podrían aventurarse a bajar al sótano. Si
encontraban a Jesper junto al incinerador, la ruta al techo sería obvia. No solamente se
estaría condenando a sí mismo, sino también a los otros.
Jesper sujetó la cuerda, justo cuando Kaz entró apresuradamente por la puerta.
Su camisa estaba cubierta de sangre, su cabello oscuro era un desastre salvaje.
Jesper puso mano sobre mano, impulsándose hacia arriba de nudo a nudo. Le
empezaron a doler los brazos, la cuerda le cortaba las palmas, apoyaba los pies contra
la pared del incinerador cuando lo necesitaba, luego retrocedía ante el calor de los
tabiques. ¿Cómo Inej había trepado por allí sin nada de qué sostenerse?
En lo alto, las campanadas de alarma del Reloj Mayor aún tañían como un cajón
lleno de ollas y sartenes furiosos. ¿Qué había salido mal? ¿Por qué Kaz y Nina se habían
separado? ¿Y cómo iban a salir de esta?
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper sacudió la cabeza, intentando apartar la lluvia de sus ojos al parpadear, los
músculos de la espalda se le agarrotaban conforme más subía.
—Gracias a los Santos —jadeó, cuando Matthias y Wylan lo sujetaron por los
hombros y lo izaron el último tramo. Trastabilló por la abertura de la chimenea, hacia
el tejado, empapado y temblando como un gatito medio ahogado—. Kaz está en la
cuerda.
—Gracias a los Santos, Djel y tu tía Eva —dijo Jesper agradecido, y se deslizó
por la cuerda, seguido por los otros.
muralla circular apartaba su atención del camino de entrada y la fijaba en los techos de
la Corte, el grupo estaría oculto de la vista.
—No puedo quitarle toda la goma de los talones —dijo, cuando los vio
aproximarse.
—Hazlo.
Jesper se acercó a gatas para darle un mejor vistazo a los pies ampollados de Inej,
muy consciente de que Kaz seguía sus movimientos. La reacción de Kaz la última vez
que Inej resultó herida había sido bastante perturbadora, aunque esto no era ni de cerca
tan malo como una herida de puñalada… y esta vez Kaz no tenía a los Puntas Negras
para culpar. Jesper se enfocó en las partículas de goma, intentando atraerlas fuera de la
carne de Inej, de la misma forma que había extraído mineral de los barrotes de la prisión.
Inej conocía su secreto, pero Nina lo miraba con la boca abierta. —¿Eres un
Fabricador?
—Jesper…
—Sencillamente olvídalo, Nina. —Ella apretó los labios, pero él sabía que no era
lo último que oía al respecto. Se forzó a reenfocarse en los pies de Inej—. Santos —dijo.
—¿Pero estamos atascados aquí? —preguntó Nina. El Reloj Mayor había cesado
su repiqueteo, y en el silencio que siguió, cerró los ojos con alivio—. Finalmente.
—Lo hice, pero uno de ellos soltó unos cuantos disparos. Otro guardia vino
corriendo. Fue entonces cuando empezaron las campanadas.
—Tal vez —contestó Nina—. ¿Dónde estabas tú, Kaz? No habría estado en el
rellano de la escalera si no hubiera desperdiciado tiempo buscándote. ¿Por qué no te
reuniste conmigo en el rellano?
Kaz estaba mirando por el vidrio del domo. —Decidí revisar las celdas del quinto
piso también.
Jesper no se lo creyó.
Kaz se pasó una mano sobre los ojos. —La jodí. Tomé una mala decisión, y
merezco la culpa por ello. Pero eso no cambia nuestra situación.
—Mi suposición es que creen que alguien intenta una fuga de la prisión. Ese
sector ya está bloqueado del resto de la Corte de Hielo, así que autorizarán una
búsqueda, probablemente para intentar descubrir quién falta en las celdas.
—Aun así podríamos intentarlo —dijo Jesper—. Parchamos los pies de Inej…
Ella los flexionó, luego se levantó, probando las palmas descalzas sobre la
gravilla. —Se sienten bien. Aunque mis callos han desaparecido.
—Te daré una dirección donde puedes mandar tus quejas —dijo Nina con un
guiño.
—No saben que alguien ha escapado del sector de la prisión. Vieron a Nina y
Kaz, así que saben que hay gente fuera de sus celdas, pero los guardias en los puestos de
control estarán buscando rufianes con ropas de prisión, no diplomáticos perfumados con
vestidos de gala. Tenemos que hacerlo antes que se enteren del hecho de que seis
personas andan sueltas en el círculo exterior.
Nina cruzó los brazos. —Si tengo que cruzar la Isla Blanca sola, lo haré.
—Entonces eso lo decide —dijo Jesper—. Nos damos por vencidos e intentamos
salir ahora.
—Conozco una forma —dijo Inej bajito. Todos se giraron a mirarla. La luz
amarilla del domo se arremolinaba en sus ojos oscuros—. Podemos atravesar ese puesto
de control y entrar a la Isla Blanca. —Apuntó abajo, donde dos grupos de gente habían
entrado a la rotonda desde el patio de la portería y se estaban sacudiendo el agua de la
ropa. Las chicas de la Casa del Lirio Azul eran fácilmente identificables por el color de
sus atuendos y las flores dispuestas en su cabello y escote. Y nadie podía confundirlas
con los hombres del Yunque; amplios tatuajes exhibidos orgullosamente, brazos
desnudos a pesar del clima frío—. Las delegaciones de la Duela Oeste han empezado a
llegar. Podemos entrar.
—No es… —Matthias se pasó una mano por el cabello al rape—. ¿Cómo sabes
estas cosas, demjin? —gruñó a Kaz.
—Sí —dijo Matthias con exasperación—. Hay otro camino a la Isla Blanca. Pero
es problemático. —Echó un vistazo a Nina—. Y ciertamente no puede transitarse en
vestido.
Kaz miró más allá del domo, al patio abierto de la embajada y a la portería de la
muralla circular más allá.
—Bueno, sí, y una manivela inmensa. Los cables la rodean como un carrete
grande, y los guardias la giran con alguna clase de manija o rueda.
—Creo que sí, pero es el sistema de alarma al que los cables están conectados lo
que es complicado. Dudo que pueda hacerlo sin desencadenar el Protocolo Negro.
Jesper levantó una mano. —Lo siento, ¿no es el Protocolo Negro lo que deseamos
evitar a toda costa?
—No si lo usamos contra ellos. Esta noche, la mayor seguridad de la Corte está
concentrada en la Isla Blanca y justo aquí en la embajada. Cuando suene el Protocolo
Negro, el puente de cristal se cerrará, atrapando a todos esos guardias en la isla junto
con los invitados.
—¿Pero qué hay de la ruta de Matthias para salir de la isla? —preguntó Nina.
—No pueden mover una fuerza mayor por ahí —concedió Matthias—. Al menos
no con rapidez.
Kaz miró hacia la Isla Blanca, con la cabeza inclinada y los ojos ligeramente
desenfocados.
La sonrisa de Kaz era afilada como navaja. —Gracias a la diosa que somos
ladrones competentes. Haremos unas cuantas compras… y todo correrá a cuenta de
Fjerda. Inej —dijo—, empecemos con algo brillante.
Junto al gran domo de cristal, Kaz desgranó los detalles de lo que tenía en mente.
Si el viejo plan había sido osado, al menos estaba cimentado en el sigilo. El nuevo plan
era audaz, incluso tal vez desquiciado. No solo estarían anunciando su presencia a los
fjerdanos, la estarían anunciando con trompetas. De nuevo, el grupo estaría separado, y
de nuevo sincronizarían sus movimientos con las campanadas del Reloj Mayor, pero
habría incluso menos espacio para el error.
Mientras Kaz explicaba, y Jesper utilizaba las cizallas de la lavandería para cortar
trozos de cuerda, Wylan ayudó a Inej y Nina a prepararse. Para pasar como miembros
de la Colección necesitarían tatuajes. Empezaron con Nina. Utilizando una de las
ganzúas de Kaz y pirita de cobre que Jesper había extraído del tejado, Wylan trazó su
mejor imitación de la pluma de la Colección en el brazo de Nina, siguiendo la
descripción de Inej y haciendo las correcciones necesarias. Luego Nina hundió la tinta
en su propia carne. Una Corporalnik no necesitaba una aguja de tatuajes. Nina hizo su
mayor esfuerzo por alisar las cicatrices en el antebrazo de Inej. El trabajo no fue perfecto,
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Inej respiró hondo. —Es pintura de guerra —dijo, tanto a Nina como a sí
misma—. Tengo que ponerme esa marca.
El puerto. Inej pensó en el Ferolind con sus alegres banderas, e intentó mantener
esa imagen en la cabeza mientras veía la pluma de pavo real hundirse en su piel.
¿Qué los unía? ¿Avaricia? ¿Desesperación? ¿Era solo saber que si uno o todos
desaparecían esta noche, nadie vendría a buscarlos? La madre y el padre de Inej podrían
derramar lágrimas por la hija que habían perdido, pero si Inej moría esta noche, nadie
lloraría la perdida de la chica que era ahora. No tenía familia, ni padres o hermanos,
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solo personas junto a las que luchar. Tal vez eso era algo de lo que también estar
agradecida.
Fue Jesper el que habló primero. —Sin llantos —dijo con una sonrisa.
—Tengo algo para ti —dijo, mientras se quitaba los guantes de cuero de la manga
de su túnica carcelaria.
Se puso los guantes lentamente, y ella observó las manos pálidas y vulnerables
desaparecer bajo el cuero. Eran manos de timador: dedos largos y gráciles hechos para
abrir cerraduras, ocultar monedas, hacer que las cosas se desvanecieran.
Kaz le sujetó la muñeca. —Inej. —Su pulgar enguantado se movió sobre su pulso,
trazó la parte superior del tatuaje de pluma—. Si no logramos salir, quiero que sepas…
Esperó. Sintió que la esperanza agitaba las alas en su interior, lista para alzar el
vuelo ante las palabras correctas de Kaz. Inmovilizó esa esperanza con fuerza de
voluntad. Esas palabras nunca vendrían. El corazón es una flecha.
—Si no sobrevivimos esta noche, moriré sin temores, Kaz. ¿Puedes decir lo
mismo?
Sus ojos eran casi negros, con las pupilas dilatadas. Ella podía ver que necesitaba
hasta el último trozo de su voluntad terrible para permanecer quieto bajo su toque. Y
aun así, no se apartó. Sabía que era lo mejor que él podía ofrecer. No era suficiente.
Kaz había dicho que no quería sus oraciones, y ella no las diría, pero aun así le
deseó que estuviera a salvo. Ahora tenía su meta, su corazón tenía dirección, y aunque
doliera saber que ese sendero la conducía lejos de él, lo soportaría.
Inej se unió a Nina al borde del domo para esperar la llegada de la Colección. El
domo era amplio y superficial, todo filigrana de plata y cristal. Inej vio que había un
mosaico en el piso de la vasta rotonda debajo. Aparecía en breves destellos entre los
fiesteros; dos lobos que se perseguían entre sí, destinados a moverse en círculos mientras
la Corte de Hielo estuviera en pie.
Los invitados entraron a través del gran arco, donde fueron conducidos a
habitaciones más allá de la rotonda en pequeños grupos, para ser revisados en busca de
armas. Inej vio guardias emerger con pequeñas pilas de broches, púas de puercoespín,
incluso fajas que Inej supuso podrían contener metal o alambre.
—No tienes que hacer esto, sabes —dijo Nina—. No tienes que volver a ponerte
esas sedas.
Nina hizo una pausa. —También lo sé. —Vaciló, luego dijo—: ¿El botín es tan
importante para ti? —A Inej le sorprendió escuchar lo que parecía culpa en la voz de
Nina.
El Reloj Mayor empezó a repicar nueve campanadas. Inej bajó la vista a los lobos
que se perseguían entre sí alrededor del piso de la rotonda. —No estoy segura de por qué
empecé esto —admitió—, pero sé por qué tengo que terminarlo. Sé por qué el destino
me trajo aquí, por qué me colocó en el sendero de este premio.
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Estaba siendo vaga, pero aún no estaba lista para hablar del sueño que se había
encendido en su corazón: una tripulación propia, un barco bajo su comando, una
cruzada. Se sentía como algo que estaba destinado a ser mantenido en secreto, una
nueva semilla que podría crecer hasta algo extraordinario si no se veía obligada a florecer
antes de tiempo. Ella ni siquiera sabía cómo navegar. Y sin embargo, una parte de ella
quería contarle todo a Nina. Si Nina elegía no volver a Ravka, una Cardio sería una
excelente adición a su tripulación.
Y, efectivamente, allí estaba ella: Heleen Van Houden, brillando en satén verde
azulado, un collar elaborado de plumas de pavo real enmarcaba su cabeza dorada.
Inej soltó un silbido alto y vibrante. Silbido que Jesper regresó de algún lugar en
la distancia. Esto es, pensó Inej. Ella había empujado, y ahora la piedra rodaba colina
abajo. ¿Quién sabía qué daño podría hacer y lo que podría construirse sobre los
escombros?
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Nina miró hacia abajo a través del cristal. —¿Cómo evita colapsar bajo el peso
de los diamantes? No pueden ser reales.
—Oh, son reales —dijo Inej. Esas joyas habían sido compradas con el sudor,
sangre y dolor de las chicas como ella.
—Ellas —dijo Inej, señalando al grupo que incluía al lince suli y la yegua kaelish.
Se dirigían a las puertas de la izquierda de la rotonda.
Cuando Nina siguió al grupo con los ojos, Inej se movió por el techo, siguiendo
su trayectoria.
—La tercera a la derecha —dijo Nina. Inej se trasladó al conducto de aire más
cercano y levantó la rejilla. Sería un poco apretado para Nina, pero lo conseguirían. Se
deslizó hacia abajo en el conducto de ventilación, agachándose y moviéndose a lo largo
de la abertura estrecha entre las habitaciones. Detrás de ella, oyó un gruñido y luego un
fuerte golpe sordo cuando Nina cayó al fondo de la abertura como un saco de ropa. Inej
hizo una mueca. Esperaba que los ruidos de la multitud de abajo lo cubrieran. O tal vez
la Corte de Hielo realmente tenía ratas grandes.
Las Exóticas se habían quitado las capas y puesto sobre la larga mesa ovalada.
Una de las guardias rubias estaba palmeando a las chicas, sintiendo a lo largo de las
costuras y los dobladillos de sus trajes, e incluso metiendo los dedos entre sus cabellos,
mientras que la otra guardia vigilaba con la mano apoyada en su rifle. Parecía incómoda
con la pistola. Inej sabía que los fjerdanos no permitían que las mujeres sirvieran en el
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ejército en unidades de combate. Tal vez las guardias mujeres habían sido reclutadas de
alguna otra unidad.
Inej y Nina esperaron hasta que las guardias terminaron de revisar a las chicas,
sus capas y sus pequeños bolsos de cuentas.
—Ven tidder —dijo una de las guardias mientras salían de la habitación para que
las de la Colección se arreglaran.
—¿Por qué?
—Porque necesito una línea de visión clara, y en este momento todo lo que puedo
ver es tu trasero.
Inej serpenteó hacia delante de modo que Nina tuviera una mejor vista a través
de la rejilla de ventilación, y un momento después, oyó cuatro golpes suaves cuando las
de la Colección se derrumbaron en la alfombra azul oscuro.
Inej casi se echó a reír. —Eres muy grácil en batalla, pero no cuando caes en
picada.
Quitaron a las chicas suli y kaelish su ropa interior, y luego ataron a todas las
chicas de muñecas y tobillos con las cuerdas de las cortinas y las amordazaron con trozos
de su ropa de prisión.
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—Lo siento —susurró Nina a la chica kaelish. Inej sabía que generalmente Nina
habría utilizado pigmentos para alterar su propio color de pelo, pero simplemente no
había tiempo. Nina sangró el color rojo brillante de la chica directamente de los
mechones de su pelo hacia el de Nina, dejando a la pobre kaelish con una mata de rizos
blancos que parecían vagamente oxidados en algunos lugares, y a Nina con el pelo que
no era del todo el rojo kaelish. Los ojos de Nina eran verdes y no azules, pero ese tipo
de confección no podía apresurarse, por lo que tendrían que servir. Tomó polvo blanco
del bolso de cuentas de la chica e hizo todo lo posible por su pálida piel.
Mientras Nina trabajaba, Inej arrastró a las otras chicas en un alto armario de
madera plateada en la pared del fondo, acomodando sus extremidades, así habría
espacio para la kaelish. Sintió una punzada de culpabilidad cuando se aseguró que la
mordaza de la chica suli fuera segura. Tante Heleen debía haberla comprado para
reemplazar a Inej; tenía la misma piel bronce, la misma gruesa mata de pelo oscuro. Sin
embargo, tenía una constitución diferente: suave y curvilínea en lugar de delgada y
angular. Tal vez había llegado a Tante Heleen por su propia voluntad. Tal vez ella había
elegido esta vida. Inej esperaba que fuera cierto.
Nina alisó sus manos sobre el traje ridículo. —Voy a ser muy popular.
—Me pregunto qué tendría que decir Matthias sobre ese traje.
—No lo aprobaría.
—No aprueba nada de ti. Pero cuando te ríes, se anima como un tulipán en agua
fresca.
—¿Estás lista? —preguntó Nina mientras se acomodaban las capuchas para que
les cubrieran el rostro.
—Sí —dijo Inej, y lo decía en serio—. Vamos a necesitar una distracción. Van a
notar que entraron cuatro chicas y solo dos están saliendo.
Tan pronto como se abrió la puerta de la entrada, las guardias empezaron a agitar
las manos con impaciencia. Por debajo de su capa, Nina chasqueó los dedos con fuerza.
Una de las guardias berreó cuando de su nariz comenzó a chorrear sangre sobre la parte
delantera de su uniforme en gotas absurdamente contundentes. La otra guardia
retrocedió, pero en el instante siguiente, se agarró el estómago. Nina estaba torciendo la
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Inej apenas tuvo tiempo de recoger su capa antes que la guardia se doblara sobre
sí misma y expulsara su cena sobre el suelo de baldosas. Los invitados en el pasillo
chillaron y se empujaron unos a otros, tratando de escapar del desastre. Nina e Inej
navegaron en medio, emitiendo apropiados chillidos de disgusto.
—El sangrado por la nariz probablemente habría sido suficiente —susurró Inej.
—Si no lo supiera mejor, pensaría que te gustó hacer sufrir a las fjerdanas.
—Esa —dijo Inej, dirigiendo a Nina hacia una línea lejana de las otras miembros
de la Colección. Parecía estar moviéndose un poco más rápido. Pero cuando llegaron a
la parte delantera de la línea, Inej se preguntó si había elegido mal. Este guardia tenía
un rostro aún más severo y sin sentido del humor que los otros. Él extendió la mano por
los papeles de Nina y los examinó con fríos ojos azules.
—Las tengo —dijo Nina sin problemas—. Solo que no son visibles en este
momento. ¿Quieres ver?
—No —dijo el fjerdano fríamente—. Eres más alta de lo que se describe aquí.
—Botas —dijo Nina—. Me gusta ser capaz de mirar a un hombre a los ojos.
Tienes unos ojos muy bonitos.
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Él miró el papel, luego contempló su fisonomía. —Apostaría que eres más pesada
de lo que dice en este papel.
Inej luchó por mantener una cara seria. Si Nina recurría al batir de pestañas, sabía
que perdería la pelea y se echaría a reír. Pero el fjerdano parecía estárselo tragando todo.
Quizá Nina tenía un efecto estupefaciente sobre todos los norteños incondicionales.
—Continua —dijo con voz ronca. Luego añadió—: Yo... Puede que esté en la
fiesta más tarde.
—¿Por qué?
Inej sacó los brazos de la capa y los estiró, mostrando el abultado tatuaje de
pluma de pavo real.
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NUEVE CAMPANADAS
—Lo harás, Helvar. Nina está camino a la Isla Blanca ahora mismo. ¿De verdad
vas a dejarla varada?
—Asumes demasiado.
—Agua por todos lados —dijo Wylan—. ¿Las fuentes simbolizan a Djel?
—El manantial —caviló Kaz—, donde todos los pecados son lavados.
Jesper bufó. —Wylan, tus pensamientos han tomado un giro muy oscuro. Temo
que los Indeseables puedan ser una mala influencia.
Utilizaron un doble segmento de cuerda y el garzón para cruzar al techo del sector
drüskelle. Wylan tuvo que ser enredado en un cabestrillo, pero Jesper y Kaz cruzaron
fácilmente la cuerda, mano sobre mano, con perturbadora velocidad. Matthias lo hizo
con mayor precaución, y aunque no lo demostró, no le gustó la forma en que la cuerda
crujió y se hundió con su peso.
Los otros lo jalaron a la piedra del techo drüskelle, y cuando Matthias se paró, lo
impactó una oleada de vértigo. Más que cualquier lugar en la Corte de Hielo, más que
cualquier lugar en el mundo, aquí se sentía como el hogar. Pero era el hogar girado de
cabeza, su vida vista desde el ángulo erróneo. Al atisbar en la oscuridad, vio los masivos
tragaluces que marcaban el techo. Tuvo la sensación desconcertante de que si veía a
través del vidrio se vería a sí mismo corriendo en las salas de entrenamiento, sentado en
la larga mesa del comedor.
Alcanzaron el borde del techo que daba al foso de hielo. Desde aquí parecía
sólido, su superficie pulida brillante como espejo, e iluminada por las torres de guardia
en la Isla Blanca. Pero las aguas del foso siempre se movían, cubiertas solo por una capa
finísima de hielo.
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Kaz aseguró otro trozo de cuerda al borde del techo y se preparó para descender
en rappel hasta la costa.
La costa que rodeaba el foso de hielo era poco más que una delgada y resbalosa
corteza de piedra blanca. Kaz estaba ahí, presionado contra la pared y frunciendo el
ceño hacia el foso.
y pasar la mano por la muralla del sector drüskelle. En el centro encontrarías un tallado
de lobo que marcaba la localización de otro puente de cristal —no grande y arqueado
como el que atravesaba el foso desde el ala de la embajada, sino plano, recto y de menos
de un metro de ancho. Yacía justo debajo de la capa congelada de la superficie, invisible
si no sabías a dónde mirar. El comandante Brum en persona fue el que le dijo a Matthias
cómo encontrar el puente secreto, además del truco para cruzarlo sin que lo detectaran.
Le tomó a Matthias dos pases por la muralla antes que sus dedos encontraran las
líneas talladas del lobo. Descansó la mano allí brevemente, sintiendo las tradiciones que
lo conectaban con la orden drüskelle, tan antigua como la misma Corte de Hielo.
—Aquí —dijo.
Kaz se removió y forzó la vista al otro lado del foso. Se inclinó al frente y
Matthias lo jaló hacia atrás.
Ahora él y Kaz hicieron lo mismo, aunque Matthias notó que Kaz doblaba y se
guardaba los guantes primero. Inej debía habérselos devuelto.
Matthias dio un paso sobre el puente secreto, luego escuchó el siseo de Kaz
cuando las aguas heladas del foso se cerraron sobre sus pies.
—¿Frío, Brekker?
—Si tan solo tuviéramos tiempo para una nadada. Continúa moviéndote.
A pesar de las mofas a Kaz, para cuando estuvieron a medio camino de la isla,
los pies de Matthias se habían entumido casi por completo, y estaba muy consciente de
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las torres de guardia muy en lo alto del foso. Los drüskelle habrían pasado por aquí más
temprano. Nunca había escuchado que algún aspirante fuera visto o disparado en el
puente, pero todo era posible.
—¿Todo esto para ser un cazador de brujos? —dijo Kaz detrás de él—. Los
Indeseables necesitan una mejor iniciación.
—No.
—¿Cómo aprendiste?
—Los jardines —dijo Matthias, apuntando a los setos más allá—. Podemos
seguirlos hasta el salón de baile.
Justo cuando estaban a punto de emerger del pasaje, dos guardias giraron la
esquina; ambos en uniformes drüskelle negro y plata, ambos cargaban rifles.
Sin pensarlo, Matthias dijo: —¡Desjenet, Djel comenden! —Quietos, Djel lo manda.
Eran las palabras de un oficial drüskelle al mando, y lo dijo con toda la autoridad que
había aprendido a utilizar.
Miró a Kaz Brekker, un chico cuya única causa era sí mismo. Aun así, era un
sobreviviente, y un soldado a su manera particular. Había honrado su trato con
Matthias. En cualquier punto, podría haber decidido que Matthias había servido su
propósito; una vez que lo ayudó a conseguir los planos, una vez que pasaron las celdas
de detención, una vez que Matthias le reveló el puente secreto. Y en quien sea que se
hubiera convertido, Matthias no iba a disparar a alguien desarmado. Aún no se había
hundido tanto.
Una débil sonrisa apareció en los labios de Kaz. —No estaba seguro de qué harías
si llegábamos a esto.
—Yo tampoco —admitió Matthias. Kaz elevó una ceja, y la verdad aporreó a
Matthias con la fuerza de un golpe—. Era una prueba. Elegiste no levantar el rifle.
—Estás loco.
—¿Conoces el secreto para apostar, Helvar? —Kaz bajó el pie sobre la culata del
rifle del soldado caído. El arma se elevó con un giro. Kaz lo tenía en las manos y
apuntando a Matthias en el espacio de una respiración. No había estado en ningún
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Ya veremos lo que trae esta noche, pensó Matthias mientras se prestaba a la tarea. El
engaño no es mi lengua nativa, pero aún puedo aprender a hablarla.
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J esper sabía que debía estar furioso con Kaz… por ir tras Pekka Rollins y echar a
perder su primer plan, y por empujarlos a un peligro mayor con esta nueva
estrategia. Pero mientras él y Wylan avanzaban sobre el techo drüskelle hacia la
portería, estaba demasiado feliz para estar enojado. Su corazón palpitaba, y la
adrenalina atravesaba su cuerpo en deliciosas oleadas.
Era un poco como una fiesta a la que había ido una vez en la Duela Oeste.
Alguien había llenado una fuente de la ciudad con champán, y Jesper había tardado
como dos segundos en sumergirse sin las botas y con la garganta abierta. Era un riesgo
llenarse la nariz y la boca, lo que lo hizo sentir atolondrado e invencible. Lo amó, y se
odió por amarlo. Debería estar pensando en el trabajo, el dinero, librarse de su deuda,
asegurarse de que su padre no sufriera por sus disparates. Pero cuando la mente de Jesper
rozaba siquiera esos pensamientos, todo en él retrocedía. Tratar de no morir era la mejor
distracción posible.
Aun así, Jesper estaba más consciente de los sonidos que hacían ahora que
estaban lejos de las multitudes y el caos de la embajada. Esta noche pertenecía a los
drüskelle. Hringkälla era su día de fiesta, y todos estaban resguardados a salvo en la Isla
Blanca. Este edificio probablemente era el lugar más seguro para estar él y Wylan en
este momento. Pero el silencio aquí parecía más pesado, siniestro. No había sauces o
fuentes aquí, como en la embajada. Como la prisión, esta parte de la Corte de Hielo no
estaba destinada al ojo público. Jesper se encontró removiendo nerviosamente con la
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lengua la lámina metida entre sus dientes, y se forzó a parar antes de activarla. Estaba
bastante seguro que Wylan nunca le permitiría olvidar una metedura de pata como esa.
Un gran tragaluz en forma de pirámide miraba hacia lo que parecía ser una sala
de entrenamiento, su piso tenía el blasón de la cabeza del lobo drüskelle, los estantes
llenos de armas. A través de la siguiente pirámide de cristal, atisbó un gran comedor.
Una pared estaba ocupada por una chimenea inmensa, había una cabeza de lobo tallada
en la piedra de encima. La pared opuesta estaba adornada con un estandarte enorme sin
un patrón discernible, una tela de retales de delgadas tiras de ropa; mayormente rojas y
azules, pero algunas púrpuras también. Le tomó un momento a Jesper entender lo que
estaba viendo.
—Rojo para Corporalki. Azul para Etherealki. Púrpura para Materialki. Son
trozos de las kefta que los Grisha visten en batalla. Son trofeos.
—Hay muchísimos.
—Sigamos moviéndonos.
blanca o gris. Incluso la puerta era de alguna clase de metal negro que lucía
imposiblemente pesado.
No te culpo, pensó Jesper. Pero tu vida está a punto de ponerse mucho más emocionante.
¿Qué tal si hubiera ido a Ravka en lugar de a Kerch? pensó Jesper. ¿Qué tal si me hubiera
unido al Segundo Ejército? ¿Dejaban siquiera luchar a los Fabricadores, o los mantenían
encerrados en talleres? Ravka ahora era más estable, estaba en reconstrucción. No había
reclutamiento obligatorio para los Grisha. Podría ir, visitar, tal vez aprender a utilizar
mejor su poder, dejar atrás los salones de juego de Ketterdam. Si tenían éxito en entregar
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a Bo Yul-Bayur al Consejo Mercante, cualquier cosa podría ser posible. Se dio una
sacudida. ¿Qué estaba pensando? Necesitaba una dosis de peligro inminente para
despejar la cabeza.
—¿Cuál es el plan?
—Ya verás.
—Déjame ayudar.
—Jesper…
Se tensó, listo para dejarse caer. Otro guardia salió de la portería a zancadas,
entrechocando las palmas por el frío y hablando ruidosamente, luego apareció un
tercero. Jesper se congeló. Estaba colgando por encima de tres guardias armados, a
mitad de una pared, completamente expuesto. Era por eso que Kaz hacía los planes. El
sudor le brotó de la frente. No podía derrotar tres guardias a la vez. ¿Y qué tal si había
más en la portería, listos para sonar la alarma?
Los guardias se movieron en un círculo lento, con los rifles levantados. Uno de
ellos echó la cabeza hacia atrás, escaneando el techo. Empezó a girarse.
Wylan.
Los guardias se giraron, los rifles apuntando al sendero que conducía al patio,
buscando la fuente del sonido.
Sus armas estaban levantadas, pero sus voces eran más desconcertadas y curiosas
que agresivas.
Jesper saltó. Agarró al fjerdano más cercano, le rompió el cuello y sujetó su rifle.
Cuando el siguiente guardia se giró, Jesper le asestó la culata del rifle en la cara con un
feo crujido. El tercer guardia levantó el arma, pero Wylan le sujetó los brazos desde atrás
con un agarre doloroso. El rifle cayó de las manos del guardia, traqueteando contra la
piedra. Antes que pudiera gritar, Jesper se lanzó al frente y asestó la culata de su rifle en
el estómago del guardia, luego lo terminó con dos golpes a la mandíbula.
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Se agachó y arrojó uno de los rifles a Wylan. Se alzaron sobre los cuerpos de los
guardias, jadeando, con las armas levantadas, esperando a que más soldados fjerdanos
salieran de la portería. Nadie vino. Tal vez el cuarto guardia había sido convocado por
el Protocolo Amarillo.
Liberaron dos de los uniformes de los guardias, dejaron sus propias ropas de
prisión en un montón ordenado, luego ataron las manos y pies de los guardias que aún
tenían pulso y los amordazaron con trozos desgarrados de sus ropas carcelarias. El
uniforme de Wylan era demasiado grande, y las mangas y pantalones de Jesper lucían
ridículamente cortos, pero al menos las botas eran de una talla razonable.
Wylan hizo un gesto hacia los guardias. —¿Es seguro dejarlos, ya sabes…?
—Podríamos despertarlos.
Fueron por el lado derecho, subiendo las escaleras con cuidado. Aunque Jesper
no creía que nadie estuviera al acecho, algún guardia podría haber sido designado a
proteger el mecanismo de la puerta a toda costa. Pero la habitación sobre el arco estaba
vacía, iluminada solo por una linterna puesta sobre una mesa baja, donde un libro yacía
abierto junto a una pilita de nueces enteras y cáscaras rotas. Las paredes estaban
cubiertas de anaqueles con rifles —rifles muy costosos— y Jesper asumió que las cajas
en los anaqueles estaban llenas de munición. No había polvo en ningún lado. Fjerdanos
pulcros.
La mayor parte de la habitación estaba ocupada por una manivela larga, con
agarraderas a cada lado, y gruesos eslabones de cadena enrollados alrededor. Cerca de
cada agarradera las cadenas se extendían en prolongaciones tensas a través de ranuras
en la piedra.
—Ese es el problema.
—Debilitaré los eslabones —dijo Jesper—. Busca una lima o algo con filo.
Tal vez Matthias estaba equivocado sobre la Isla Blanca. Tal vez las cizallas se
romperían en manos de Wylan. Tal vez Inej fallaría. O Nina, o Kaz.
Seis personas, pero mil formas en que este plan desquiciado podría salir mal.
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N ina se atrevió a dar otro vistazo sobre el hombro, observando a los guardias
arrastrar a Inej. Es lista, mortífera. Inej puede cuidar de sí misma.
El pensamiento le dio poco consuelo a Nina, pero tenía que seguir moviéndose. Ella e
Inej claramente habían estado juntas, y quería desaparecer antes que el guardia que
detuvo a Inej extendiera sus sospechas hacia ella. Además, ahora no había nada que
pudiera hacer por Inej, no sin delatarse y arruinar todo. Se agachó entre las hordas de
invitados y se quitó la conspicua capa de pelo de caballo, dejó que arrastrara detrás de
ella, luego dejó que se cayera y la pisoteara la multitud. Su disfraz aún giraba cabezas,
pero al menos no tenía que preocuparse porque un gigantesco copete rojo delatara su
localización.
Egmond, uno de los Santos que se decía tenía sangre fjerdana. Pero en Ravka, la gente
había empezado a reevaluar los milagros de los Santos. ¿Habían sido verdaderos
milagros o sencillamente el trabajo de Grisha talentosos? ¿Era este puente un regalo de
Djel? ¿Un producto antiguo de labor de esclavos? ¿O la Corte de Hielo se había
construido en un tiempo antes que los Grisha llegaran a ser vistos como monstruos por
los fjerdanos?
En el punto más alto del arco, obtuvo la primera vista real de la Isla Blanca y el
círculo interior. Desde la distancia, había visto que la isla estaba protegida por otra
muralla, pero desde este punto de vista ventajoso, vio que la muralla estaba construida
en forma de un leviatán, un gigantesco dragón de hielo que rodeaba la isla y se tragaba
su propia cola. Se estremeció. Lobos, dragones, ¿qué era lo siguiente? En las historias
ravkanas, los monstruos esperaban a ser despertados por la llamada de los héroes. Bueno,
pensó, nosotros ciertamente no somos héroes. Esperemos que éste se quede dormido.
El descenso del puente fue incluso más mareador, y Nina se sintió aliviada
cuando sus pies golpearon sólido mármol blanco una vez más. Cerezos blancos y
arbustos de sicómoro plateados delineaban el sendero de mármol, y la seguridad en este
lado del puente parecía decididamente más relajada. Los guardias que estaban en
posición de firmes, vestían elaborados uniformes blancos, acentuados con pelaje
plateado y lazos plateados, menos intimidantes. Pero Nina recordaba lo que Matthias
había dicho: «conforme más te internas a los círculos, la seguridad en realidad se
estrecha… tan solo se vuelve menos visible.» Observó a los invitados que subían con ella
las escaleras resbaladizas y atravesaban la abertura entre la cola del dragón y su boca.
¿Cuántos eran verdaderos invitados, nobles, artistas? ¿Y cuántos eran soldados fjerdanos
o drüskelle disfrazados?
Pasaron a través de un patio empedrado abierto y las puertas del palacio, para
entrar a un vestíbulo abovedado con varios pisos de altura. El palacio estaba hecho de
la misma piedra blanca y limpia, sin adornos, que las murallas de la Corte de Hielo, y el
lugar completo se sentía como si lo hubieran extraído de un glaciar. Nina no podía
determinar si eran nervios, imaginación, o si el lugar realmente estaba frío, pero la piel
se le puso de gallina, y tuvo que luchar para evitar que los dientes le castañearan.
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Entró en un inmenso salón de baile circular, lleno de gente que bailaba y bebía
bajo una manada resplandeciente de lobos tallados en hielo. Tenía que haber por lo
menos treinta esculturas masivas de bestias que corrían y saltaban, con los flancos
resbaladizos y brillantes bajo la luz plateada, con las mandíbulas abiertas; sus hocicos se
derretían lentamente y goteaban ocasionalmente sobre la multitud debajo. Música de
una orquesta invisible era apenas audible por encima del parloteo de las conversaciones.
Los de la realeza estaban demasiado bien protegidos para serle de utilidad, pero
cerca vio otro remolino de actividad alrededor de un grupo con atuendos militares. Si
alguien conocía la localización de Yul-Bayur en la isla, sería alguien con alto rango en
la milicia de Fjerda.
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Nina casi saltó cuando un hombre se paró a su lado. Vaya espía estaba hecha. Ni
siquiera lo había notado aproximarse.
Nina le disminuyó el ritmo del corazón, y él cayó como una roca, golpeándose
la cabeza en la barandilla. Despertaría en diez minutos con un dolor de cabeza y
posiblemente una concusión menor.
Nina podía sentir que los minutos pasaban. Era tiempo de hacer su oferta. Pilló
una copa de champán, y luego rodeó cuidadosamente el círculo. Cuando un soldado se
separó del grupo, ella dio un paso atrás, directamente en su camino. Él chocó con ella.
Era lo bastante ligero de pies para no golpearla realmente, pero ella soltó un grito agudo
y se arrojó al frente, derramando el champán. Instantáneamente, varios brazos fuertes
se estiraron para detener su caída.
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Y al primer intento, pensó Nina para sí. Olvídalo. Soy una espía excelente.
Las mejillas del pobre soldado estaban de un rojo brillante. —Mis disculpas,
señorita.
Nina controló un arqueo de ceja. A que sí. Pero primero necesito descubrir qué sabes.
Santos, no pierde el tiempo, ¿eh? Antes que Nina pudiera insistir en que estaba
perfectamente bien, pero que le gustaría dar un paseo por la terraza, una voz cálida dijo:
—De verdad, general Eklund, la mejor forma de ganarse la voluntad de una mujer no es
decirle que luce enferma.
El general hizo una mueca, su bigote se encrespó, pero entonces pareció alertarse.
Nina se giró, y el suelo pareció desplomarse bajo sus pies. No, pensó, con el
corazón titubeante de pánico. No puede ser. Él se ahogó. Se suponía que estuviera en el fondo
del océano.
L
a ropa de Jesper se encontraba cubierta de pequeñas astillas y virutas de acero.
Su uniforme robado estaba empapado de sudor, le dolían los brazos, y el dolor
de cabeza que se había enterrado en su sien izquierda se sentía como si fuese
a quedarse permanente allí. Durante casi una media hora, estuvo
concentrando en un solo eslabón de la cadena que iba desde el extremo izquierdo de la
manivela a una de las ranuras de la pared de piedra, usando su poder para debilitar el
metal mientras Wylan lo cortaba con las cizallas de la lavandería. Al principio fueron
cautelosos, preocupados de romper el eslabón y descomponer la puerta antes de que
fuese hora de levantarla, pero el acero era más fuerte de lo que cualquiera de ellos
esperaba, y su progreso era lento y frustrante. Cuando la campanada de los cuarenta y
cinco minutos sonó, el pánico de Jesper tomó el control.
Wylan apartó los rizos de su frente y le dirigió una rápida mirada. Jesper podía
ver la sangre en sus manos, donde se habían formado ampollas y luego se rompieron
mientras atacaba el eslabón. —¿De verdad amas tanto las armas?
—¿Qué?
—¿Qué te gusta?
—Si tan solo pudieras hablar con las chicas con ecuaciones.
Hubo un largo silencio, y luego, con los ojos fijos en la muesca que habían hecho
en el eslabón, Wylan dijo: —¿Solo chicas?
Jesper contuvo una sonrisa. —No. No solo chicas. —Realmente era una pena
que todos probablemente murieran esta noche. Entonces el Reloj Mayor comenzó a
sonar once campanadas. Sus ojos se encontraron con los de Wylan. Se les acababa el
tiempo.
Jesper se puso en pie, tratando de sacudirse algunos de los trozos de metal del
rostro y la camisa. ¿La cadena soportaría el tiempo suficiente? ¿Demasiado? Solo
tendrían que averiguarlo. —Ponte en posición.
Leigh Bardugo The Dregs
—Ese sentido del humor es cada vez más del Barril. Si sobrevivimos, voy a
enseñarte a maldecir. A mi señal —dijo Jesper—. Dejemos que la Corte de Hielo sepa
que los Indeseables han venido a llamar.
Contó hasta tres y empezaron a girar la manivela, igualando con cuidado el ritmo
del otro, con los ojos en el eslabón debilitado. Jesper esperaba algo de ruido atronador,
pero a excepción de algunos crujidos y ruidos metálicos, la maquinaria era silenciosa.
Tal vez no pasará nada, pensó Jesper. Tal vez Matthias mentía, o todas estas cosas del
Protocolo Negro son una mentira para evitar que la gente trate de abrir las puertas.
patio, y tendrían que dejar esa locura para defenderse. La puerta todavía serviría. Habían
fracasado.
Jesper y Wylan cayeron al suelo mientras la cadena se les escapaba entre las
manos, un extremo se desvaneció a través de la ranura, el otro hizo girar las agarraderas
de la manivela.
—¡Lo hicimos! —gritó Jesper por encima del estruendo de las campanas,
atrapado en algún lugar entre la emoción y el terror—. Yo te cubro. ¡Ocúpate de la
manivela!
Jesper cogió su rifle, se apoyó en una hendidura en la pared de piedra con vistas
al patio, y se preparó para que el infierno iniciara.
Leigh Bardugo The Dregs
El guardia más cercano a ellos recitó con aburrida voz monótona: —Los hombres
en el puesto de control están lidiando con otros invitados. Tan pronto como se
desocupen, los llevarán de regreso por la muralla circular y estarán detenidos en el puesto
de control hasta que aclaren su identificación.
Inej había oído variaciones de la misma conversación durante casi una hora.
Miró hacia el patio que daba a la puerta de la muralla circular de la embajada. Si iba a
hacer que este plan funcionará, tenía que ser inteligente, mantener la calma. Excepto
que este no era realmente el plan, y definitivamente no se sentía calmada. La certeza y
el optimismo que había sentido hace poco tiempo se evaporaron. Esperó mientras los
minutos pasaban, sus ojos escaneaban la multitud. Pero cuando el tañido de los cuarenta
y cinco minutos sonó, sabía que ya no podía esperar. Tenía que actuar ahora.
—Ya he tenido suficiente —dijo Inej voz alta—. Llévenos al puesto de control o
déjenos ir.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej salió al frente del grupo y dijo: —Todos estamos hartos de ese discurso.
Llévenos a la puerta y pónganse a trabajar.
—Yo sólo…
Luego otra voz resonó en la rotonda. —¡Detente! ¡Tú, dije que te detuvieras!
Inej olió su perfume, lirios, rico y cremoso, un denso olor dorado. Quería
vomitar. Heleen Van Houden, dueña y propietaria de la Colección, la Casa de Exóticas;
dónde el mundo era tuyo por un precio, atravesaba la multitud.
¿No había dicho que Tante Heleen adoraba hacer una gran entrada?
—Ella no es mi chica —dijo Heleen, sus ojos se entrecerraron con malicia. Inej
permaneció perfectamente inmóvil, pero ni siquiera ella podía desvanecerse sin ningún
lugar adónde ir—. Ese es el Espectro, la mano derecha de Kaz Brekker y una de las
criminales más notorias en Ketterdam.
Heleen agarró a Inej por los hombros y la sacudió. —¿Dónde está mi chica?
Inej miró los dedos clavándose en su carne. Por un breve segundo, todos los
horrores volvieron a ella, y realmente fue un espectro, un fantasma huyendo de un
cuerpo que solo le dio dolor. No. Un cuerpo que le dio fuerza. Un cuerpo que la llevó a
los tejados de Ketterdam, que le sirvió en la batalla, que la hizo subir seis pisos en la
oscuridad de una chimenea manchada de hollín.
Inej agarró la muñeca de Heleen y la retorció con fuerza hacia la derecha. Heleen
gritó, sus rodillas se desplomaron mientras los guardias se acercaban.
Inej jadeaba, con el corazón acelerado. Pude matarla, pensó. Sentí su pulso debajo
de mi palma. Debí matarla.
La risa de Heleen fue baja y rica en placer. —Te veré ahorcada. Y a Brekker,
también.
—El puente está cerrado —declaró alguien—. ¡Nadie más entrará o saldrá de la
isla esta noche! —Los furiosos invitados recurrieron a quien quisiera escucharlos,
exigiendo explicaciones.
Los guardias arrastraron a Inej a través del patio, más allá de los espectadores
boquiabiertos, y fuera de la puerta de la muralla circular mientras las campanas seguían
sonando. Ahora no se molestaron en usar dulzura o diplomacia.
—Te dije que llevarías mis sedas de nuevo, pequeño lince —gritó Heleen desde
el patio. La puerta ya bajaba, mientras los guardias la sellaban de acuerdo al Protocolo
Negro—. Colgarás de ellas ahora.
La puerta se cerró de golpe, pero Inej podría jurar que aun así oyó la risa de
Heleen.
Leigh Bardugo The Dregs
N
ina rezó porque su pánico no se mostrara. ¿Brum la reconoció? Él parecía
exactamente el mismo: largo cabello dorado tocado por gris en las sienes,
la mandíbula delgada marcada por una pulcra barba, el uniforme
drüskelle, negro y plata, la manga derecha adornada con la cabeza del lobo plateado.
Había pasado más de un año desde que lo había visto, pero nunca olvidaría esa cara o
el azul determinado de sus ojos.
La última vez que ella se había encontrado en la compañía de Jarl Brum, él había
estado pavoneándose para Matthias y sus hermanos drüskelle en la bodega de un barco.
Matthias. ¿Había visto a Brum, su antiguo mentor, vivo y hablando con Nina? ¿Estaba
observándolos en este momento? Resistió la urgencia de registrar la multitud por alguna
señal de él y Kaz.
Sin embargo, la bodega del barco había estado oscura, y ella había sido una entre
un grupo de prisioneros mugrientos y asustados. Ahora ella estaba limpia, perfumada.
Su cabello era de un color diferente; su piel estaba empolvada. De repente estuvo
agradecida por su absurdo disfraz. Brum era un hombre, después de todo. Con algo de
suerte, Inej tendría razón, y él solo vería a una kaelish pelirroja con un escote muy
pronunciado.
—Pensaba que las chicas kaelish con la Colección usaban la capa de yegua roja.
—Se dice que el castigo debe encajar con el crimen, pero yo siento que debería
cuadrar con el criminal. Si fueras mi prisionera, convertiría en mi cometido aprender lo
que te gusta y disgusta, y tus miedos, por supuesto.
—Es un lugar mágico —dijo Nina con efusividad. Si te gusta el hielo y más hielo.
Ella se preparó. Si él sabía quién era, entonces bien podría averiguarlo ahora. Y si no lo
sabía, bueno, aún necesitaba localizar a Bo Yul-Bayur, y que placer sería engañar al
legendario Jarl Brum para sacarle información.
—Ravka.
—Solo dices eso porque portas el símbolo del lobo. Esto significa que eres…
drüskelle, ¿sí? —preguntó ella, fingiendo luchar con la palabra fjerdana.
—Soy su comandante.
Nina abrió mucho los ojos. —Entonces debes haber vencido a muchos Grisha en
batalla.
—Hay poco honor en una pelea con tales criaturas. Preferiría enfrentar a mil
hombres honestos con espadas que a uno de esos engañosos brujos con poderes
antinaturales.
¿Y cuando tú llegas con tus rifles de repetición y tus tanques, cuando tiendes una trampa a
niños y pueblos indefensos, no deberíamos usar las armas que poseemos? Nina se mordió con
fuerza la parte interna de la mejilla.
Nina pudo ver que estaba debatiendo algo consigo mismo. Mejor orquestar una
retirada estratégica. Se encogió de hombros. —Pero tal vez esa no es tu área de
experiencia. —Ella miró sobre su hombro y atrapó la mirada de un joven noble en pálida
seda gris.
Quería vomitar. Tal vez te volveré impotente, pensó Nina sombríamente, mientras
él la llevaba fuera del salón de baile y a través de un bosque adosado de esculturas de
hielo, un lobo con un águila doble gritando en la mandíbula, una serpiente envuelta
alrededor de un oso.
Brum soltó una risita y le palmeó la mano de nuevo. —Somos una cultura de
guerreros.
Además, si Bo Yul-Bayur estaba en esta isla olvidada de los Santos, Brum era el
único que la llevaría a él. Los guardias en las puertas del salón los habían dejado pasar
con poco más que un levantamiento de ceja y una sonrisa maliciosa.
fresno sagrado, se dio cuenta Nina. Entonces debían estar en medio de la isla. El patio
estaba rodeado por ambos lados por columnatas arqueadas. Si los dibujos de Matthias y
Wylan habían sido correctos, el edificio directamente enfrente era la tesorería.
En lugar de llevarla a través del patio, Brum volteó a la izquierda hacia un camino
que rodeaba el costado de la columnata. Mientras lo hacía, Nina echó un vistazo a un
grupo de personas en abrigos negros con capuchas, que se movían hacia el árbol.
—Drüskelle.
—Esta es una ceremonia para que los jóvenes hermanos sean recibidos por los
mayores, no por capitanes y oficiales.
Nina se forzó a no rodar los ojos. Seguro, un manantial gigantesco y reverberante eligió
a algún tipo para cazar a gente inocente y asesinarla. Eso parece probable.
Djel dice que eres un fanático, borracho de tu propio poder. Regresa el próximo año.
—La gente olvida que esta es una noche sagrada —murmuró Brum—. Ellos
vienen al palacio a beber y bailar y fornicar.
—Puedo verlo —dijo él—. Disfruto la apariencia de una mujer que disfruta de sí
misma.
Yo disfrutaría ahogándote lentamente, pensó ella mientras le pasaba los dedos sobre
el brazo. Mirando a Brum, supo que no solo lo culpaba por las cosas que le había hecho
a su gente; también era lo que le había hecho a Matthias. Había tomado a un valiente y
triste muchacho y lo alimentó de odio. Había silenciado la conciencia de Matthias con
prejuicios, y la promesa de un llamado divino que, probablemente, no era nada más que
el viento moviéndose a través de las ramas de un árbol antiguo.
Alcanzaron el lado más lejano de la columnata. Con sobresalto, ella se dio cuenta
que Brum la había llevado deliberadamente alrededor del patio. Tal vez él no había
querido llevar a una prostituta a través de un espacio sagrado. Hipócrita.
—La tesorería.
—No creo que las chicas como tú necesiten cortejo. ¿No es ese el punto?
¿Era posible que Yul-Bayur estuviera en la tesorería? Kaz había dicho que estaría
en el lugar más seguro de la Corte de Hielo. Eso podría significar el palacio, pero
fácilmente también podría significar la tesorería. ¿Por qué no aquí? Era otra estructura
circular labrada en brillante piedra blanca, pero la tesorería no tenía ventanas, ni
decoración caprichosa o escamas de dragón. Se veía como una tumba. En vez de
guardias ordinarios, dos drüskelle mantenían la vigilancia junto a la pesada puerta.
Leigh Bardugo The Dregs
De repente, todo el peso de lo que estaba haciendo la golpeó. Estaba sola con uno
de los hombres más mortíferos en Fjerda, un hombre que con mucho gusto la torturaría
y asesinaría si supiera lo que realmente era. El plan había sido encontrar a alguien que
le diera información sobre la ubicación de Bo Yul-Bayur, no intimar con el drüskelle de
más alto rango en la Isla Blanca. Sus ojos recorrieron alrededor de los árboles y senderos,
el laberinto de setos contra el lado este de la tesorería, esperando ver alguna sombra
moverse, para saber que alguien estaba allí con ella y que no estaba completamente sola.
Kaz había jurado que podía sacarla de esta isla, pero el primer plan de Kaz se había
hecho pedazos… tal vez éste también lo haría.
La entrada abovedada recia era fría y desnuda, iluminada por la misma luz
penetrante de las celdas Grisha en el ala de la prisión. Sin luz de gas, ni velas. Nada que
manipularan los Impulsores o Infernos.
Laboratorio. La palabra formó un nudo frío por debajo de las costillas de Nina. —
¿Para qué?
—La tesorería ya era segura y estaba bien posicionada en la Isla Blanca, así que
fue una elección lógica para este tipo de instalaciones.
Leigh Bardugo The Dregs
Las palabras eran inocuas, pero ese nudo de miedo se apretó, un puño frío ahora,
presionando contra su pecho. Acopló sus pasos a los de Brum por el pasillo abovedado,
pasando lisas puertas blancas, cada una con una pequeña ventana de vidrio fijada en
ella.
—Aquí estamos —dijo Brum, deteniéndose frente a una puerta que se veía
idéntica a las otras.
Nina miró a través del cristal. La celda era igual que las que estaban en el nivel
superior de la prisión, pero el panel de observación estaba en el otro lado; un largo espejo
que ocupaba la mitad de la pared de enfrente. En el interior, vio a un chico en una kefta
azul desaliñada paseando inquieto, farfullando para sí mismo, arañándose los brazos.
Sus ojos estaban hundidos, su cabello mustio. Lucía igual que Nestor antes de morir.
Los Grisha no se enferman, pensó. Pero se trataba de un tipo diferente de enfermedad.
Brum se movió detrás de ella. Su aliento rozó su oreja cuando dijo: —Oh, créeme,
lo es.
La piel de Nina se erizó, pero se obligó a apoyarse en él un poco. —¿Por qué está
aquí?
—El futuro.
—Da señales de vida —se burló Brum, pero la chica no se movió. El dedo de
Brum se cernió sobre un botón de bronce incrustado junto a la ventana—. Si realmente
quieres un espectáculo, podría presionar este botón.
—¿Qué hace?
Nina creyó saber; el botón dosificaría a la chica con jurda parem de alguna
manera. Para el entretenimiento de Nina. Alejó a Brum. —Está bien.
—Cerca de treinta.
Brum se pavoneó, hinchando el pecho. —Por este camino, dirre —dijo usando la
palabra kaelish para dulzura.
Nina le guiñó un ojo y se pavoneó pasando a su lado. Había esperado una especie
de oficina o sala de descanso de los guardias. Pero no había ninguna mesa, ni catre. La
habitación estaba completamente desnuda… excepto por el desagüe en el centro del
piso.
Ella se dio la vuelta a tiempo para ver la puerta de la celda cerrarse de golpe.
—¡No! —gritó, mientras escarbaba con las manos sobre la superficie de la puerta.
No tenía manija.
Ella retrocedió.
Nina se congeló.
Leigh Bardugo The Dregs
—Chica inteligente. —Su sonrisa le erizó los vellos de los brazos. No voy a rogar,
se dijo a sí misma. Pero sabía que lo haría. Una vez que la droga estuviera en su sistema,
no sería capaz de evitarlo. Tomó una bocanada de aire limpio. Un gesto inútil, incluso
infantil, pero estaba decidida a retenerlo el mayor tiempo posible.
Entonces Brum hizo una pausa. —No. Esta venganza no es mía. Hay otra
persona a la que le debes mucho más. —Él desapareció de la ventana y un momento
después, la cara de Matthias llenó el cristal. Él le devolvió la mirada, con ojos duros.
—Pero dijiste…
—País antes que uno mismo, Zenik. Es algo que nunca has entendido.
—Quizá nunca sea drüskelle de nuevo —dijo—. Puede que viva siempre con la
acusación de “esclavista” alrededor de mi cuello, pero voy a encontrar otra manera de
servir a Fjerda. Y te veré dosificada con jurda parem. Te veré segar a tu propia especie y
rogar por la próxima dosis. Te veré traicionar a la gente que amas como me pediste que
traicionara a la mía.
—Matthias…
Desde algún lugar afuera, las campanas del Protocolo Negro comenzaron a
sonar.
Leigh Bardugo The Dregs
ONCE CAMPANADAS
Pero sí que resulté atraído, pensó Matthias. Y no fue solo por su belleza.
—Pero…
—Hemos combinado la jurda parem con un sedante que los hace más dóciles.
Seguimos trabajando en encontrar las proporciones adecuadas, pero lo lograremos.
Además, a partir de la segunda dosis la adicción los controla.
—No las he contado. —Brum rio—. Pero créeme, ella estará tan desesperada por
un poco más de jurda parem que no se atreverá a actuar contra notros. Es una
transformación extraordinaria. Creo que lo disfrutarás.
—Ha hecho todo lo que podía por replicar la droga, pero es un asunto
complicado. Algunos lotes funcionan, otros no son mejores que el polvo. Mientras
pueda ser de utilidad, vivirá. —Brum colocó su mano sobre el hombro de Matthias. Su
dura mirada se ablandó—. Apenas puedo creer que realmente estés aquí, vivo, de pie
delante de mí. Pensé que estabas muerto.
De alguna manera, ver esa respuesta en alguien más hizo a Matthias sentirse
avergonzado por la reacción hacia Nina.
—Tenía que hacerse —dijo él—, tenía que hacerla creer que estaba
comprometido con su causa.
—Eso es todo por ahora, Matthias. Ya estás a salvo y entre los tuyos. —Brum
frunció el ceño—. Algo te preocupa.
estaban agitados, paseándose. Otros tenían las caras aplastadas contra el cristal. Otros
simplemente estaban tumbados sobre el suelo.
—No pueden haber sabido nada acerca de la parem desde hace poco más de un
mes. ¿Cuánto tiempo llevan estas instalaciones aquí?
—Sigue siendo una sentencia a muerte, solo que algo más larga en la práctica.
Descubrimos hace mucho tiempo que los Grisha podían ser un recurso útil.
Un recurso. —Me dijo que iban a ser erradicados. Que eran una plaga para la
naturaleza.
—Pero ya han visto lo que la jurda parem puede hacer, lo que los Grisha pueden
hacer cuando están en sus garras.
—Un ejército está hecho de soldados. Estas criaturas nacieron para ser armas.
Nacieron para servir a los soldados de Djel. —Brum apretó su hombro—. Ah, Matthias,
cómo te he echado de menos. Tu fe ha sido siempre tan pura. Me alegra que estés reacio
a adoptar esta medida, pero ahora tenemos la oportunidad de dar un golpe mortal.
¿Sabes por qué los Grisha son tan difíciles de matar? Porque no son de este mundo. Pero
son muy buenos matándose entre ellos. Ellos lo llaman «atracción entre iguales». Espera
a ver todo lo que hemos logrado, las armas de sus Fabricadores nos han ayudado a
desarrollarnos.
—¿Puede una víbora quedarse quieta antes de atacar? ¿Puede un perro salvaje
lamer tu mano antes de lanzarse a tu cuello? Un Grisha puede ser capaz de actuar con
amabilidad, pero eso no cambia su verdadera naturaleza.
Matthias no sabía nada del padre de Yul-Bayur, pero había algo mucho más
importante que preguntar. —¿Él está seguro?
Brum asintió. —La bóveda principal fue convertida en un laboratorio para él.
—Tengo la llave maestra —dijo Brum llevándose la mano al disco que colgaba
de su cuello—. Y está vigilado día y noche. Y solo unos pocos selectos saben que está
aquí. Es tarde, y tengo que asegurarme que el Protocolo Negro ha sido abordado. Pero,
si quieres, puedo llevarte a que lo veas mañana. —Brum pasó su brazo alrededor de
Matthias—. Y mañana lidiaremos con tu regreso e integración.
Los colores drüskelle. Matthias los había portado con mucho orgullo. Y las cosas
que había sentido por Nina le habían causado mucha vergüenza. Aún estaba con él,
quizá lo estaría siempre; había pasado demasiados años lleno de odio para ahora
simplemente hacerlo desaparecer de la noche a la mañana. Pero ahora la vergüenza era
un eco, y todo lo que sentía eran remordimientos, por el tiempo que había desperdiciado,
por el dolor que había causado, y sí, incluso ahora, por lo que estaba a punto de hacer.
Se giró hacía Brum, el hombre que se había convertido en un padre y mentor para
él. Cuando había perdido a su familia, fue Brum el que le reclutó para los drüskelle.
Matthias había sido joven, estaba enfadado, y era completamente inútil. Pero había dado
lo que quedaba de su corazón roto a la causa. Una causa falsa. Una mentira. ¿Cuándo
lo había visto? ¿Cuando ayudó a Nina a enterrar a su amigo? ¿Cuando luchó a su lado?
¿O había sido mucho antes, cuando ella durmió en sus brazos la primera noche en el
hielo? ¿Cuando ella le salvó del naufragio?
Nina le había hecho daño, pero lo hizo para proteger a su gente. Le había herido,
pero había intentado todo lo que estuvo a su alcance para arreglar las cosas. Le había
demostrado de mil maneras que ella era honorable, fuerte, generosa y muy humana,
mucho más humana que cualquier que él hubiera conocido antes. Y si ella era así,
entonces los Grisha no eran malvados inherentemente. Ellos eran como cualquier otro,
Leigh Bardugo The Dregs
con el potencial para hacer grandes cosas, o para hacer mucho daño. Ignorar ese hecho
hubiera convertido a Matthias en el monstruo.
Retuvo a Brum apretándolo, en una sujeción que había aprendido en una de las
salas de entrenamiento de la fortaleza drüskelle, habitaciones que nunca volvería a ver.
Sostuvo a Brum mientras éste luchaba brevemente, hasta que su cuerpo quedó flácido.
—Señor.
—Ahora no.
—Señor.
Brum se detuvo. Su rostro mostró furia por haber sido detenido, luego confusión,
y luego una incredulidad asombrada.
—¿Matthias? —susurró.
—Por favor, señor —dijo Matthias apresuradamente—, tan solo deme unos
momentos para explicárselo. Hay una Grisha aquí esta noche con la intención de
asesinar a uno de sus prisioneros. Si viene conmigo puedo explicarle en qué consiste la
maquinación y como puede ser detenida.
—Habla —dijo él, y Matthias le contó la verdad. Una pequeña pincelada de ella:
su escape del naufragio, estar a punto de ahogarse, la falsa acusación de esclavista por
parte de Nina, su cautiverio en la Puerta del Infierno, y entonces la promesa del indulto.
Culpó de todo a Nina, y no dijo nada sobre Kaz y los demás. Cuando Brum le preguntó
si Nina estaba sola en su misión, él simplemente dijo que no lo sabía.
—Ella cree que estoy esperándola para acompañarla por el puente secreto. Me
separé de ella tan pronto como pude para buscarlo.
Una parte de él estaba asqueado con cómo habían salido esas mentiras tan
fácilmente de sus labios, pero no iba a dejar a Nina a merced de Brum.
Miró a Brum ahora, su boca ligeramente abierta mientras dormía. Una de las
cosas que más respetaba de su mentor era su inclemencia, su voluntad para hacer cosas
Leigh Bardugo The Dregs
duras por el bien de la causa. Pero Brum había disfrutado lo que estaba haciéndole a
esos Grisha, lo que tan alegremente hubiera hecho a Nina y Jesper. Quizá las cosas duras
nunca habían sido difíciles para Brum como sí lo habían sido para Matthias. No habían
sido un deber sagrado, realizado a regañadientes por el bien de Fjerda. Habían sido una
diversión.
Matthias tomó la llave maestra del cuello de Brum y lo empujó hasta una celda
vacía, apoyándolo en el muro en una posición sentada. Matthias odiaba tener que
dejarlo así, la barbilla apoyada en el pecho, las piernas extendidas frente a él, sin
dignidad. Odió la idea de la vergüenza que le traería, un guerrero traicionado por alguien
a quien le había dado su confianza y afecto. Él conocía bien aquel dolor.
Matthias presionó su frente una vez, brevemente, contra la de Brum. Sabía que
su mentor no podía escucharle, pero dijo las palabras de todas maneras.
—La vida que vive, el odio que siente, es veneno. No puedo seguir bebiéndolo.
Matthias cerró la puerta y se apresuró a recorrer el pasillo hacia Nina, hacia algo
más.
Leigh Bardugo The Dregs
ONCE CAMPANADAS
J
esper esperó en la ranura en la pared, el escondite de un francotirador, el lugar
perfecto para un chico como él. ¿Qué acabamos de hacer? Se preguntó. Pero su
sangre estaba viva, su rifle se encontraba en su hombro, el mundo tenía sentido
de nuevo.
Una mujer atravesó la pared, una figura de niebla brillante que se solidificó al
lado del desconocido. Llevaba el mismo uniforme militar.
—Los shu.
Los guardias gritaron y dejaron caer las armas. Una neblina roja se formó
alrededor de ellos. La neblina se tornó más densa mientras los guardias gritaban, su
carne parecía encogerse contra sus huesos.
—Es su sangre —dijo Jesper, con bilis en la garganta—. Por todos los Santos, los
Mareomotores están drenando su sangre. —Estaban siendo exprimidos hasta secarse.
La sangre formó piscinas flotantes en las formas vagas de los hombres, sombras
que flotaban en el aire, del rojo de los granates, y luego cayeron al suelo al mismo tiempo
que los guardias se derrumbaban, la piel fláccida colgaba de sus cuerpos disecados en
pliegues grotescos.
alzaban por encima de ellos. Levantaron las manos, y Jesper vio la más leve neblina roja
aparecer sobre él. Sería drenado. Sintió que su fuerza comenzaba a menguar. Miró a la
izquierda, pero el rifle se encontraba demasiado lejos.
En un instante, Jesper entendió. Esta era una pelea que no podía ganar con un
arma. No había tiempo para pensar, ni para dudar.
Ignoró el dolor que le rasgaba la piel y centró toda su atención en los trozos de
metal aferrados a su ropa, las virutas y partículas minúsculas del eslabón roto de la
cadena de la puerta. No era un buen Fabricador, pero ellos no esperaban que fuera un
Fabricador en absoluto. Extendió las manos, y trozos de metal volaron desde su
uniforme, una nube brillante que flotó en el aire por un breve segundo, luego se disparó
hacia los Mareomotores.
Jesper dejó caer las manos. Él y Wylan se alejaron de los cuerpos retorcidos de
los Mareomotores.
¿Estaban muriendo? ¿Acababa de matar a dos de los suyos? Jesper sólo quería
sobrevivir. Pensó de nuevo en el estandarte en la pared, todas esas tiras de color rojo,
azul y púrpura.
Leigh Bardugo The Dregs
—Ahora.
Jesper hizo que sus pies se movieran, obligándose a seguir a Wylan, escalando la
cuerda a la azotea. Se sentía mareado y aturdido. Los otros dependían de él, lo sabía.
Tenía que seguir adelante. Pero se sentía como si hubiera dejado una parte de sí mismo
en el patio debajo, algo que ni siquiera sabía que importaba, intangible como la niebla.
Leigh Bardugo The Dregs
Él enterró el rostro en su cabello. Ella sintió que movía los labios contra su oído
para decir: —Nunca quiero volver a verte así.
Nina tragó con fuerza. Recordaba esas palabras y lo que significaban realmente.
Me han hecho para protegerte. Solo muerto incumpliré este juramento. Era la promesa de los
drüskelle a Fjerda. Y ahora era la promesa de Matthias a ella.
Sabía que debería decir algo profundo, algo hermoso en respuesta. En su lugar,
dijo la verdad: —Si salimos de aquí vivos, voy a besarte hasta la inconsciencia.
Leigh Bardugo The Dregs
Una sonrisa agrietó su hermoso rostro. No podía esperar a ver de nuevo el azul
real de sus ojos.
Cuando Nina corrió por el pasillo tras Matthias, el tañido de las campanas del
Protocolo Negro le llenó los oídos. Si Brum sabía sobre ella, entonces las probabilidades
eran que los otros drüskelle también. Dudaba que pasara mucho tiempo antes que
vinieran a buscar a su comandante.
—Por favor dime que Kaz no ha vuelto a desaparecer —dijo mientras avanzaban
a toda velocidad por el corredor.
Matthias alzó una mano para que se detuvieran antes de girar en la siguiente
esquina. Se aproximaron lentamente. Cuando la rodearon, Nina se encargó rápidamente
del guardia en la puerta de la bóveda. Matthias recogió su rifle, luego la llave de Brum
estaba en la cerradura, y la entrada circular a la bóveda se estaba abriendo.
Nina levantó las manos, preparada para atacar. Esperaron, con los corazones
agitados, mientras la puerta se abría.
La habitación era tan blanca como las otras, pero difícilmente estaba desnuda.
Sus largas mesas estaban llenas de matraces dispuestos sobre flamas bajas azules,
aparatos de calentamiento y enfriamiento, viales de cristal llenos de polvos de diversos
tonos de naranja. Una pared estaba ocupada por una inmensa pizarra cubierta de
ecuaciones con tiza. La otra era toda de cajas de cristal con pequeñas puertas metálicas.
Contenían plantas de jurda en flor, y Nina imaginó que las cajas debían tener
Leigh Bardugo The Dregs
temperatura regulada. Había un camastro dispuesto contra la otra pared, sus mantas
delgadas estaban arrugadas, con papeles y libretas regadas por encima. Un chico shu
estaba sentado encima con las piernas cruzadas. Los miró fijamente, su cabello oscuro
le caía sobre la frente, y tenía una libreta sobre el regazo. No podía tener más de quince
años.
—No estamos aquí para lastimarte —le dijo Nina en shu—. ¿Dónde está Bo Yul-
Bayur?
Nina frunció el ceño. ¿La información de Van Eck había sido errónea? —
¿Entonces qué es todo esto?
El chico se llevó las rodillas hacia el pecho y las rodeó con los brazos. —Ya está
más allá del rescate. Mi padre murió cuando los fjerdanos intentaron evitar que los kerch
nos sacaran de Ahmrat Jen. —Su voz tembló—. Lo asesinaron en el fuego cruzado.
Mi padre. Nina tradujo para Matthias, mientras intentaba asimilar lo que eso
significaba.
Pero los fjerdanos habían mantenido vivo a su hijo por una razón. —Están
intentando hacer que recrees su fórmula —dijo ella.
Leigh Bardugo The Dregs
Cualquier parem que los fjerdanos hubieran estado utilizando en los Grisha debía
provenir del suministro original que Bo Yul-Bayur iba a llevar a los kerch.
Nina tragó. Había matado antes. Había matado esta noche, incluso, pero esto era
diferente. Este chico no estaba apuntándola con una pistola o intentando lastimarla.
Asesinarlo —y sería asesinato— también significaría traicionar a Inej, Kaz, Jesper y
Wylan. Gente que estaba arriesgando sus vidas, incluso ahora, por un premio que nunca
verían. Pero entonces pensó en Nestor caído sin vida en la nieve, en las celdas llenas de
Grisha perdidos en su propia miseria, todo debido a esta droga.
Levantó los brazos. —Lo siento —dijo—. Si tienes éxito, no habrá fin al
sufrimiento que desatarás.
La mirada del chico era firme, su barbilla estaba alzada obstinadamente, como si
supiera que este momento podría llegar. Lo correcto por hacer era obvio. Matar a este
chico rápidamente, sin dolor. Destruir el laboratorio y todo en su interior. Erradicar el
secreto de jurda parem. Si querías matar una enredadera, no solo la cortabas
continuamente. La arrancabas del suelo, de raíz. Y aun así, sus manos estaban
temblando. ¿No era así como los drüskelle pensaban? Destruir la amenaza, borrarla, sin
importar que la persona enfrente de ti fuera inocente.
Uno de nosotros. Un chico no mucho más joven que ella, atrapado en una guerra
que no había elegido por su cuenta. Un sobreviviente.
—Kuwei.
—Rápido —replicó. Con una mano cortó el aire, y las flamas debajo de uno de
los matraces se dispararon en un arco azul.
Kuwei asintió. —La jurda parem fue un error. Mi padre estaba intentando
encontrar una forma de ayudarme a ocultar mis poderes. Él era un Fabricador, un
Grisha, como yo.
Kuwei puso una serie de viales llenos de líquido sobre los quemadores. —Estoy
listo.
Demasiado tarde. Los guardias corrían hacia ellos desde la dirección del
laberinto. No quedaba más que correr. Pasaron a toda velocidad por la entrada de la
columnata, hacia el patio circular. Había drüskelle por todos lados; enfrente de ellos,
detrás de ellos. En cualquier momento los derribarían a disparos.
Todo era humo y caos. Nina se forzó a ponerse de rodillas, con los oídos
retumbando. Un lado de la tesorería había quedado reducido a escombros, el humo y
polvo fluía en el cielo nocturno.
—¡Sten! —gritaron dos guardias que se separaron de otro grupo que corría en
dirección a la tesorería—. ¿Cuál es su asunto aquí?
Leigh Bardugo The Dregs
—¡Tan solo estábamos disfrutando la fiesta! —exclamó Nina, dejando que todo
su cansancio y terror reales llenaran su voz—. Y entonces… entonces… —Era
vergonzosamente fácil dejar que las lágrimas fluyeran.
—Lo estaba.
Lars miró de Matthias a Nina. —Esta es la Cardio que Brum trajo a la tesorería.
—Entonces se percató de la presencia de Kuwei, y la comprensión lo golpeó—. Traidor
—espetó a Matthias.
Nina levantó la mano para inhibir el pulso de Lars, pero mientras lo hacía, captó
movimiento en las sombras a su derecha. Gritó cuando algo la golpeó. Cuando miró
hacia abajo, vio vueltas de cable cerrándose sobre ella, aplastándole los antebrazos
contra el cuerpo. No podía levantar las manos, no podía utilizar su poder. Matthias
gruñó, y Kuwei gritó, cuando los cables se lanzaron de la oscuridad, y se enredaron
alrededor de sus torsos, atándoles los brazos.
Hizo una señal en el aire. De las sombras de la columnata emergió una fila de
hombres y chicos: drüskelle, capuchas echadas sobre largo cabello dorado que
resplandecía sobre sus cuellos, vestidos de negro y plata, como criaturas nacidas de las
fisuras oscuras que dividían el hielo del norte. Se extendieron, rodeando a Nina,
Matthias y Kuwei.
Nina pensó en las celdas de prisión blancas, los desagües en los pisos. ¿Toda la
parem se había destruido con el laboratorio de Kuwei? ¿Cuánto tiempo le llevaría hacer
otro lote, y a qué la someterían antes de eso? Lanzó una última mirada desesperada
hacia la oscuridad, orando por alguna señal de Kaz. ¿Algo también lo había detenido?
¿Sencillamente los había abandonado allí? Ella debía ser una guerrera. Necesitaba
acorazarse contra lo que estaba por venir.
Uno de los drüskelle se adelantó, con lo que lucía como un látigo de mango largo
unido a los cables que los ataban, y se lo tendió a Lars.
Lars movió el dedo sobre uno de los cables, y Nina jadeó cuando unas pequeñas
púas afiladas se le enterraron en los brazos y torso. Los drüskelle rieron.
Lars dio al látigo un jalón fuerte, y los cables se contrajeron, forzando a Nina,
Matthias y Kuwei a trastabillar tras él en un torpe desfile.
—¿Aún oras a nuestro dios, Helvar? —preguntó Lars cuando pasaron junto al
árbol sagrado—. ¿Crees que Djel escucha los gimoteos de hombres que se rindieron a la
profanación de los Grisha? ¿Crees…?
Entonces sonó un grito animal y agudo. Le tomó un momento a Nina y los otros
darse cuenta que provenía de Lars. Abrió la boca y le brotó sangre hasta la barbilla y
sobre los brillantes botones de plata de su uniforme. Su mano liberó el látigo, y el drüskelle
encapuchado detrás de él se lanzó hacia delante para atraparlo.
Un agudo pop pop pop provino de la base del árbol sagrado. Nina reconoció el
sonido… lo había oído en el camino del norte antes de que emboscaran el vagón de
prisioneros, cuando derribaron el árbol. El fresno crujió y gimió. Sus antiguas raíces
empezaron a curvarse.
—¡Nej! —gritó uno de los drüskelle. Se quedaron boquiabiertos, mirando con ojos
como platos al árbol afectado—¡Nej! —retumbó otra voz.
El fresno empezó a inclinarse. Era demasiado grande para ser derribado tan solo
por concentrado de sal, pero mientras caía, un rugido sordo emergió del hoyo negro
debajo de él.
Allí era donde los drüskelle venían a escuchar la voz de su dios. Y ahora estaba
hablando.
—Esto va a escocer un poco —dijo el drüskelle que sostenía el látigo. Su voz era
ronca, familiar. Tenía las manos enguantadas—. Pero si vivimos, me agradecerán
después. —Su capucha se deslizó, y Kaz Brekker les devolvió la mirada. Los anonadados
drüskelle levantaron los rifles.
Leigh Bardugo The Dregs
—No revienten la lámina antes de golpear el fondo —indicó Kaz. Entonces sujetó
a Kuwei y se lanzó con él hacia la boca negra bajo las raíces del árbol.
Nina gritó cuando su cuerpo fue jalado hacia delante por los cables. Arañó las
rocas intentando encontrar una sujeción. Lo último que vio fue a Matthias cayendo al
hoyo a su lado. Escuchó disparos… y entonces estaba cayendo en la negrura, en el frío,
en la garganta de Djel, a la absoluta nada.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz había seguido a Nina y Brum a través de los terrenos de la tesorería. Entonces
se había escondido detrás de una escultura de hielo y se había concentrado en la
miserable tarea de regurgitar los paquetes de bombas de raíz de Wylan que se había
tragado antes de que emboscaran el vagón de la prisión. Tuvo que casi vomitarlos —
junto con una bolsa de bolitas de cloro y un conjunto extra de ganzúas que se obligó a
pasarse por el esófago en caso de emergencia— cada tercer hora para evitar digerirlos.
No fue placentero. Aprendió el truco de un mago de la Duela Oeste con un acto de tragar
fuego que había funcionado durante años, antes que el hombre se envenenara
accidentalmente al ingerir keroseno.
Indeseables. Antes, cuando hablaba de irse de Ketterdam, no le creía. Esta vez era
diferente.
Había estado oculto en las sombras de las columnatas occidentales cuando las
campanas del Protocolo Negro empezaron a sonar, las campanadas del Reloj Mayor
resonaban sobre la isla, agitando el aire. Las luces de las torres de guardia se encendieron
en una avalancha brillante. Los drüskelle que rodeaban el fresno dejaron sus rituales y
empezaron a gritar órdenes, y una ola de guardias bajó de las torres y se extendió por
toda la isla. Esperó, contando los minutos, pero todavía no había ninguna señal de Nina
o Matthias. Están en problemas, había pensado Kaz. O estabas completamente equivocado
sobre Matthias, y estás a punto de pagar por todas esas bromas de los árboles parlantes.
Tenía que entrar en la tesorería, pero necesitaría algún tipo de cobertura mientras
manipulaba esa cerradura inescrutable, y había muchos drüskelle por todas partes.
Entonces vio correr desde la tesorería a Nina y Matthias y a una persona que suponía
que era Bo Yul-Bayur. Estaba a punto de llamarlos cuando la explosión sucedió y todo
se fue al demonio.
El resto fue pura improvisación y dejó poco tiempo para explicaciones. Todo lo
que Kaz le había dicho a Matthias es que se reuniera con él junto al fresno cuando el
Protocolo Negro empezara a sonar. Había pensado que tendría tiempo para decirles que
activaran la lámina antes que cayeran por la oscuridad. Ahora solamente podía esperar
que no entraran en pánico y que su suerte lo estuviera esperando en algún lugar más
abajo.
La caída parecía increíblemente larga. Kaz esperaba que el chico shu al cual se
aferraba fuera un Bo Yul-Bayur sorprendentemente joven y no un desafortunado
prisionero que Nina y Matthias habían decidido liberar. Empujó el disco en la boca del
chico mientras caían, rompiéndolo con sus propios dedos.
Leigh Bardugo The Dregs
Movió el látigo, liberando todos los cables, y escuchó a los otros gritar cuando
las hebras se replegaron. Al menos no entrarían al agua atados. Kaz esperó tanto tiempo
como se atrevió para morder su propia lámina. Cuando golpeó el agua helada, temió que
su corazón se detuviese.
No estaba seguro de qué esperar, pero la fuerza del río era aterradora, fluía rápida
y fuerte como una avalancha. Incluso bajo el agua el ruido era ensordecedor, pero con
el miedo también vino una reivindicación vertiginosa. Había tenido razón.
La voz de Dios. Siempre había verdad en las leyendas. Kaz había pasado
demasiado tiempo construyendo su propio mito para saberlo bien. Se preguntaba de
dónde venía el agua que alimentaba el foso y las fuentes de la Corte de Hielo, por qué el
desfiladero del río era tan profundo y amplio. Tan pronto como Nina describió el ritual
de iniciación drüskelle lo supo: La fortaleza fjerdana no había sido construida alrededor
de un gran árbol, sino alrededor de un manantial. Djel, el manantial, que alimentaba los
mares y las lluvias, y las raíces del fresno sagrado.
El agua tenía voz. Era algo que cada rata de canal sabía, cualquiera que hubiera
dormido bajo un puente o resistido una tormenta de invierno en un barco volcado: el
agua podía hablar con la voz de un amante, un hermano perdido, incluso como un Dios.
Esa era la clave, y una vez que Kaz lo entendió, era como si alguien hubiera puesto un
plano perfecto sobre la Corte de Hielo y su funcionamiento. Si Kaz tenía razón, Djel los
escupiría al desfiladero. Suponiendo que no se ahogaran primero.
Y esa era una posibilidad muy real. La lámina proporcionaba suficiente aire solo
para diez minutos, tal vez doce si podían mantener la calma, lo que dudaba. Su propio
corazón martillaba, y sus pulmones ya se sentían apretados. Su cuerpo estaba
entumecido y adolorido por la temperatura del agua, y la oscuridad era impenetrable.
No había nada más que el sordo estruendo del agua y la horrible sensación de caída.
No había estado seguro de la velocidad del agua, pero sabía malditamente bien
que los números se aproximaban. Los números siempre habían sido sus aliados…
probabilidades, márgenes, el arte de la apuesta. Pero ahora tenía que confiar en algo
más. ¿A qué dios sirves? Le había preguntado Inej. A cualquiera que me conceda buena fortuna.
Leigh Bardugo The Dregs
Las personas afortunadas no terminaban dando tumbos a toda velocidad bajo un foso
de hielo en un territorio hostil.
¿Qué los estaría esperando cuando llegaran al desfiladero? ¿Quién los estaría
esperando? Jesper y Wylan habían logrado desencadenar el Protocolo Negro. ¿Pero
habían podido hacer el resto? ¿Vería a Inej en el otro lado?
Kaz cayó a través de la oscuridad. Estaba más frío de lo que nunca había estado.
Pensó en la mano de Inej en su mejilla. Su mente se había aturdido con la sensación, un
tumulto de confusión. Había sentido terror y asco y —en todo ese clamor— deseo, un
deseo que todavía permanecía, la esperanza de que lo tocara otra vez.
Cuando tenía catorce, Kaz había reunido un equipo para robar el banco que había
ayudado a Hertzoon a estafarlos a él y a Jordie. Su equipo se escapó con quince mil
kruge, pero él se había quebrado la pierna al descender por la azotea. El hueso no soldó
bien, y desde entonces cojeaba. Entonces encontró a un Fabricador y se hizo el bastón.
Se convirtió en una declaración. No había ninguna parte de él que no estuviera rota, que
no hubiera sanado mal, y no había ninguna parte de él que no fuera más fuerte por
haberse quebrado. El bastón se volvió una parte del mito que construyó. Nadie sabía
quién era. Nadie sabía de dónde venía. Se convirtió en Kaz Brekker, lisiado y estafador,
bastardo del Barril.
Los guantes eran su única concesión a la debilidad. Desde aquella noche entre
los cuerpos y la travesía a nado desde la Barcaza de la Parca, no había podido soportar
la sensación de piel contra piel. Le era insoportable, repugnante. Era la única parte de
su pasado que no podía transformar en algo peligroso.
el cuello de Bo Yul-Bayur con una mano. El chico shu era más pequeño que Kaz; ojalá
tuviera suficiente aire.
—No deberías hacerte amiga de los cuervos —le había dicho él.
Levantó la vista desde su escritorio para contestar, pero lo que había estado a
punto de decir se desvaneció de su lengua.
Por fin había salido el sol, e Inej tenía vuelta la cara hacia éste. Sus ojos estaban
cerrados, sus pestañas negras como combustible le abanicaban las mejillas. El viento del
puerto le levantó el oscuro cabello, y por un momento Kaz fue un niño de nuevo, seguro
de que había magia en este mundo.
que esto, se dijo a sí mismo. Mi voluntad es más grande. Pero podía escuchar a Jordie riendo.
No, hermanito. Nadie es más fuerte. Has engañado a la muerte demasiadas veces. La codicia puede
hacer tu voluntad, pero la muerte no obedece a ningún hombre.
Kaz casi se había ahogado esa noche en el puerto, pataleando con fuerza en la
oscuridad, flotando con el cadáver de Jordie. No había nada ni nadie que lo llevara
ahora. Trató de pensar en su hermano, en venganza, en Pekka Rollins atado a una silla
en la casa de Zelverstraat, con órdenes de embarque atascadas en la garganta mientras
Kaz lo obligaba a recordar el nombre de Jordie. Pero solo podía pensar en Inej. Ella
tenía que vivir. Tenía que haber escapado de la Corte de Hielo. Y si no lo había hecho,
entonces él tenía que vivir para rescatarla.
El dolor en los pulmones era insoportable. Necesitaba decirle… ¿qué? Que era
encantadora y valiente y mejor que cualquier cosa que se mereciera. Que él era retorcido,
deshonesto, malo, pero no tan destrozado como para no poder recomponerse en algo
parecido a un hombre para ella. Que sin quererlo, había empezado a apoyarse en ella, a
cuidarla, a necesitarla cerca. Tenía que agradecerle por su sombrero nuevo.
El agua presionó su pecho, exigiéndole que abriera los labios. No lo haré, juró.
Pero al final, Kaz abrió la boca, y el agua se precipitó.
Leigh Bardugo The Dregs
Parte 6
Ladrones Competentes
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E l corazón de Inej estaba acelerado contra sus costillas. En los columpios aéreos
había un momento en que te soltabas de uno y te estirabas al siguiente, cuando
te dabas cuenta de que habías cometido un error y ya no sentías la gravedad,
cuando simplemente comenzabas a caer.
Los guardias se movían demasiado rápido. Por segunda vez en la noche, Inej se
tropezó.
Pensó que podría ser capaz de ocuparse de ellos, a pesar de sus armas e incluso
sin tener sus cuchillos. Sus manos no estaban atadas, y ellos todavía creían tener en sus
manos a una prostituta en desgracia. Heleen la había llamado criminal, pero para ellos,
era solo una pequeña ladrona, vestida con retazos de seda púrpura.
El guardia con la nariz rota gimió desde el piso e intentó levantar su arma. Inej
le dio una fuerte patada en la cabeza.
No volvió a moverse.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper encendió una linterna y se fue a trabajar junto a Wylan. Solo entonces
pudo ver que ambos estaban cubiertos de hollín, de su viaje de regreso por el hueco del
incinerador de la prisión. También habían arrastrado con ellos dos sucios rollos de
cuerda. Mientras trabajaban, Inej atrancó las puertas colocadas en los arcos a cada lado
del corredor. Tenían solo unos minutos antes que llegara otra patrulla y descubriera una
puerta que no debería estar bloqueada.
Leigh Bardugo The Dregs
—Decir eso, en realidad, no me hace trabajar más rápido —se quejó Jesper
mientras se concentraba en las piedras—. Si las rompo, perderán su estructura
molecular. Hay que cortarlas, con cuidado, ensamblar los bordes en una única y perfecta
broca. No tengo el entrenamiento…
Ahora los guardias golpeaban la puerta. Al otro lado del recinto, Inej vio a unos
hombres asaltando el otro pasillo, apuntaban y disparaban. Pero no podían disparar muy
bien a través de dos paredes de cristal a prueba de balas.
Las puertas se sacudían ahora a ambos lados del pasillo. —¡Ya vienen! —dijo
Inej.
Jesper giró la manija más rápido mientras la broca zumbaba. Comenzó a moverla
en una línea curva, dibujando los comienzos de un círculo, luego una media luna. Más
rápido.
Jesper tomó los fusiles de los guardias caídos y los apuntó hacia la puerta.
En el vidrio, las dos líneas se unieron. La luna estaba llena. El círculo se soltó,
inclinándose hacia el interior. Ni había golpeado el suelo antes de que Inej retrocediera.
Luego corrió, sus pies ligeros, sus sedas como plumas. En ese momento, ellos no
le importaban. Había engañado a Heleen Van Houden. Había robado un pequeño
pedazo de ella, un símbolo tonto, pero que ella apreciaba. No era suficiente —nunca lo
sería— pero era un comienzo. Habría otras madamas y esclavistas para engañar. Sus
sedas eran plumas, y ella era libre.
Inej se concentró en ese círculo de vidrio —una luna, la ausencia de luna, una
puerta al futuro— y saltó. El agujero era apenas lo suficientemente grande para su
cuerpo, oyó el suave crujido mientras el borde de vidrio afilado rasgaba las sedas que le
colgaban. Arqueó el cuerpo y se estiró. Tendría una sola oportunidad de tomar la
lámpara de hierro que colgaba del techo del recinto. Era un salto imposible, una locura,
pero fue una vez más la hija de su padre, desligada de las reglas de la gravedad. Quedó
en el aire por un momento aterrador, y luego sus manos agarraron la base de la lámpara.
Leigh Bardugo The Dregs
A sus espaldas, oyó que la puerta del pasillo se abría de golpe, disparos. Contenlos,
Jesper. Gáname tiempo.
Se balanceó hacia atrás y hacia adelante, para tomar impulso. Una bala silbó
junto a ella. ¿Accidente? ¿O alguien había sobrepasado a Wylan y a Jesper para
dispararle por el agujero?
Cuando tuvo el suficiente impulso, se soltó. Golpeó la pared con fuerza. No hubo
nada grácil en el acto, pero sus manos se aferraron al borde de la cornisa de piedra donde
estaban exhibidas las hachas antiguas. A partir de ahí fue fácil: del alféizar a la viga y de
ahí a la cornisa inferior, y hacia abajo con un ruido sordo, cuando sus pies descalzos
alcanzaron el techo de un enorme tanque. Se deslizó dentro de la cúpula de metal en el
centro.
Giró una perilla y luego la siguiente, intentando encontrar los mandos correctos.
Finalmente, una de las armas rodó hacia arriba. Apretó el gatillo, y su cuerpo entero se
estremeció mientras las balas impactaban contra el cristal del recinto como si fuera
granizo, rebotando en todas las direcciones. Era la mejor advertencia que podía ofrecer
a Jesper y a Wylan.
A Inej solo le quedaba confiar en que podía hacer funcionar la enorme arma. Se
escurrió en la cabina del tanque. Hizo girar la única agarradera visible y la punta del
largo cañón se inclinó en su sitio. La palanca estaba allí, tal como Jesper había dicho
que estaría. Le dio un fuerte tirón. Se escuchó un pequeño y sorpresivo clic. Luego, por
un horrible momento, no sucedió nada. ¿Y si no está cargada? Pensó. Si Jesper tiene razón
con respecto a esta arma, entonces los fjerdanos serían idiotas por mantener tanta potencia de
disparo aquí tirada.
Se escuchó un ruido sordo de algún lugar del tanque. Escuchó algo rodar hacia
ella y tuvo la terrorífica idea de que lo había hecho mal. El mortero iba a bajar rodando
por ese largo cañón y explotaría sobre su regazo. En cambio, se escuchó un zumbido y
un chirrido similar al de metal contra metal. La enorme arma vibró. Una explosión agita
cráneos cortó el aire con un estallido de humo color gris oscuro.
Leigh Bardugo The Dregs
Dio vuelta al arma. Del otro lado de la pared de vidrio restante había hombres
que gritaban desde el pasillo. Mientras el cañón giraba en su dirección, se dispersaron.
—Si insistes.
—Oh, hola, cariño —dijo él, feliz. Tiró de otra palanca, y el carro blindado
pareció cobrar vida a su alrededor, eructando humo negro. ¿Qué clase de monstruo es este?
Se preguntó Inej.
Los disparos sonaban desde arriba. Aparentemente, Wylan había encontrado los
mandos.
Jesper giró el tanque, retrocediendo tanto como podía. Disparó el arma grande
una vez. El mortero destrozó el recinto de vidrio, marchó más allá del pasillo, e impactó
la muralla circular detrás.
—¿Listos? —llamó.
Inej escuchó un golpe seco y fuerte, el ruido sordo y metálico de los engranajes
al girar. El tanque rugía; el sonido era un trueno atrapado en un tambor de metal, que
clamaba por salir. Retrocedió sobre su rastro, luego salió disparado hacia adelante.
Cargaron hacia el frente, creando impulso, más y más rápido. El tanque se agitó…
debían estar fuera del recinto.
Inej escuchó un ruido similar a un gorjeo. Se enderezó y miró hacia arriba. Wylan
se reía.
Había salido del nicho de la cúpula y miraba hacia atrás, hacia la Corte de Hielo.
Cuando ella se le unió, vio el orificio de la muralla circular; una mancha oscura en toda
Leigh Bardugo The Dregs
esa piedra blanca, hombres que corrían a través de ella y disparaban inútilmente hacia
la polvorienta estela del tanque.
Wylan se apretó el estómago, aun bufando de la risa, y señaló hacia abajo. Detrás
de ellos había un estandarte, atrapado en los neumáticos del tanque. A pesar de las
manchas de barro y las quemaduras de la pólvora, Inej aún podía distinguir las palabras:
«STRYMAKTFJERDAN». Poderío fjerdano.
Leigh Bardugo The Dregs
Nina se arrastró sobre las rocas y se arrodilló al lado de ellos. —Déjame ayudar
antes de que le astilles el esternón. ¿Tiene pulso? —Le presionó los dedos contra la
garganta—. Está ahí, pero está desapareciendo. Abrámosle la camisa.
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Matthias ayudó a rasgar el uniforme drüskelle. Nina puso una mano en el pecho
pálido de Kaz, centrándose en su corazón y obligándolo a que se contrajera. Usó la otra
para cerrarle la nariz con un pellizco y abrirle la boca mientras trataba de insuflar aire
en sus pulmones. Los Corporalki más hábiles podían extraer el agua ellos mismos, pero
no tenía tiempo para preocuparse sobre su falta de entrenamiento.
Él se frotó la cara con las manos, con la tos húmeda aun sacudiéndole el pecho.
—Lo logramos —dijo con asombro—. Djel realiza milagros.
—En ocasiones.
Ella siguió moviéndose. La única otra opción era sentarse en una roca y esperar
el final. Un rumor comenzó a salir de algún lugar en dirección de la Corte de Hielo.
—Oh, Santos, por favor, que sea Jesper —suplicó mientras salían por encima del
borde del desfiladero y volvían a mirar el puente adornado con cintas y ramas de fresno
para Hringkälla.
Nina dejó escapar un grito victorioso mientras Matthias se quedaba mirando con
incredulidad. Cuando Nina miró a Kaz, no podía creer lo que veían sus ojos. —Santos,
Kaz, en realidad te ves feliz.
—No seas ridícula —espetó. Pero no había duda de ello. Kaz Brekker estaba
sonriendo como un idiota.
No fue sino hasta que Inej y Wylan estaban tronando sobre los caballetes del
puente que Nina pudo distinguir lo que estaban gritando: —¡Salgan del camino!
Saltaron del camino mientras el tanque rugía y los pasaba, y luego se detuvo con
un sonido estruendoso.
—Tenemos uno —dijo Matthias y luego señaló a la horda de metal y humo que
se dirigía hacia ellos—. Ellos tienen muchos más.
—Sí, pero ¿sabes lo que no tienen? —preguntó Kaz mientras Jesper giraba el arma
gigante del tanque—. Un puente.
Un chillido metálico subió de las entrañas blindadas del tanque. Entonces sonó
una explosión violenta que les sacudió los huesos. Nina escuchó un silbido agudo
mientras algo salía disparado por los aires y chocaba contra el puente. Los primeros dos
caballetes explotaron en llamas y chispas, y la madera cayó en el desfiladero de abajo.
La gran arma disparó de nuevo. Con un gemido, los caballetes se derrumbaron por
completo.
Ellos treparon sobre los laterales del tanque, aferrándose con uñas y dientes a
cualquier ranura o borde en el metal y luego siguieron rodando por la carretera hacia el
puerto a toda velocidad.
A medida que pasaban a toda velocidad las farolas de la calle, las personas salían
de sus casas para ver qué estaba pasando. Nina trató de imaginar lo que su grupo salvaje
debía parecerle a estos fjerdanos. ¿Qué es lo que veían mientras asomaban la cabeza por
la ventana y las puertas? Un grupo de chicos ululantes que se aferraban a un tanque
pintado con la bandera fjerdana y que iban a toda velocidad como una carroza loca que
se escapó de algún desfile; una chica vestida de seda púrpura y un chico con rizos rojizo
dorado que sobresalían por detrás de las armas; cuatro personas empapadas
sosteniéndose firme y desesperadamente a los laterales… un chico shu con uniforme
carcelario, dos drüskelle desaliñados y Nina, una chica medio desnuda en ropas hechas
jirones gritando a todo pulmón: —¡Tenemos un foso!
Leigh Bardugo The Dregs
Kuwei inclinó la cabeza hacia atrás, con el rostro brillante de alegría. —Puedo
oler el mar —dijo alegremente.
Nina también podía olerlo. El faro brillaba a lo lejos. Dos cuadras más y estarían
en el muelle y la libertad. Treinta millones de kruge. Con su parte y la de Matthias
podrían ir a cualquier lugar que quisieran, vivir cualquier vida que eligieran.
No tenía por qué haberse molestado. El tanque se sacudió con una parada, casi
arrojando a Nina de su asidero. El muelle estaba directamente delante de ellos, y más
allá del puerto, las banderas de un millar de barcos ondeaban en la brisa. Ya era tarde y
el muelle debería haber estado vacío. En cambio, estaba lleno de soldados, fila tras fila
de ellos con uniformes grises, doscientos soldados por lo menos y cada cañón de cada
arma apuntaba directamente hacia ellos.
Nina aún podía oír las campanas del Reloj Mayor. Miró por encima del hombro.
La Corte de Hielo se cernía sobre el puerto, encaramada en el acantilado como una
gaviota sombría de plumas erizadas, sus paredes de piedra blanca estaban iluminadas
desde abajo, brillando en el cielo nocturno.
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—Nunca había visto un Protocolo Negro en acción —gruñó Matthias—, tal vez
siempre tuvieron tropas estacionadas en el puerto. No lo sé.
Nina saltó cuando una voz resonó sobre la multitud. Habló primero en fjerdano,
luego en ravkano, luego en kerch y finalmente en shu. —Liberen al prisionero Kuwei
Yul-Bo. Depongan sus armas y aléjense del tanque.
Nina negó con la cabeza. —No importará. —¿Lo habían tenido aquí con
cualquiera de las tropas que estaban apostadas en los bajos fondos de Djerholm? ¿Por
qué no? Él era un arma más eficiente que cualquier cañón o tanque.
—Puedo ver el Ferolind —murmuró Inej. Señaló hacia los muelles, solo un poco
más lejos. Le tomó a Nina un momento, pero luego vio la bandera de Kerch y el alegre
banderín de la Bahía Haanraadt volando por debajo de ella. Estaban tan cerca.
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—¿Kaz? —gritó Jesper desde el interior del tanque—. Este sería un buen
momento para decir que lo viste venir.
Kaz miró hacia el mar de soldados. —No lo vi venir. —Negó con la cabeza—.
Me dijiste que algún día se me acabarían los trucos, Helvar. Parece que tenías razón. —
Las palabras eran para Matthias, pero sus ojos estaban puestos en Inej.
—Me he hartado del cautiverio —dijo ella—, no van a atraparme con vida.
Jesper resopló desde el interior del tanque. —Realmente tenemos que conseguirle
amigos más adecuados.
—Es mejor salir con los puños dando pelea que dejar que algún fjerdano me
ponga en una pica —dijo Kaz.
La voz resonó desde las filas fjerdanas una vez más. —Tienen hasta la cuenta de
diez para obedecer. Repito: Liberen al prisionero Kuwei Yul-Bo y entréguense. Diez...
—Lo entiendo —dijo ella. Pero los otros no entendían. No hasta que vieron a
Kuwei sacar una pequeña bolsa de cuero del bolsillo. El borde estaba manchado con un
polvo de color óxido.
—¡No! —gritó Matthias. Intentó agarrar la parem, pero Nina fue más rápida.
Leigh Bardugo The Dregs
—Seis...
—Nina, por favor —rogó Matthias. Había visto la misma angustia en su rostro
aquel día en Elling cuando pensó que ella lo había traicionado. En cierta forma, estaba
haciendo lo mismo ahora, lo estaba abandonando una vez más.
—Cinco...
La primera dosis era la más fuerte, ¿no era eso lo que había dicho? El subidón y
el poder nunca podrían repetirse. Estaría persiguiéndolos por el resto de su vida. O tal
vez sería más fuerte que la droga.
—Cuatro...
Ella tocó la mejilla de Matthias brevemente. —Si se ponen mal las cosas,
encuentra una forma de acabar con ello, Helvar. Confío en que harás lo correcto. —
Sonrió—. De nuevo.
—Tres...
Ella miró por encima de las líneas de soldados fjerdanos. Podía oír sus corazones
latir. Podía ver sus neuronas emitir, sentir sus impulsos formándose. Todo tenía sentido.
Sus cuerpos eran un mapa de células, un millar de ecuaciones que se resolvían cada
segundo, cada milésima de segundo, y solo ella sabía las respuestas.
D
os… uno.
— Matthias vio que las pupilas de Nina se dilataban. Separó los labios y lo
empujó al pasar a su lado, y bajó del tanque. El aire a su alrededor
parecía crujir, su piel brillaba como iluminada desde el interior por algo milagroso.
Como si hubiera tocado directamente una vena de Djel y ahora el poder del dios fluyera
a través de ella.
Fue por el Cardio inmediatamente. Nina giró la muñeca y los ojos del hombre le
explotaron en la cabeza. Se derrumbó sin un sonido. —Sé libre —dijo.
Nina se deslizó hacia los soldados. Matthias se movió para protegerla cuando vio
que alzaban los rifles. Ella levantó las manos. —Alto —dijo.
Se congelaron.
—Duerman —ordenó. Nina movió las manos en un arco, y los soldados cayeron
sin protesta, fila tras fila, tallos de trigo segados por una hoz invisible.
No había forma de alcanzar el puerto a menos que caminaran sobre los soldados.
Sin una palabra, empezaron a sortear el camino, el silencio roto solo por las lejanas
campanadas del Reloj Mayor. Matthias posó la mano sobre el brazo de Nina, y ella dejó
escapar un pequeño suspiro, y le permitió que la condujera.
Más allá del muelle, los embarcaderos estaban desiertos. Mientras los otros se
dirigían hacia el Ferolind, Matthias y Nina los seguían rezagados. Matthias alcanzó a ver
a Rotty aferrado al mástil, la mandíbula floja de miedo. Specht esperaba para desamarrar
el barco, y la expresión de su rostro era igualmente aterrorizada.
—¡Matthias!
Nina levantó las manos. —Por Matthias, les daré una oportunidad para que nos
dejen en paz.
Nina levantó una mano. Nada sucedió, y Matthias supo que lo que Brum decía
era la verdad.
Los drüskelle abrieron fuego sobre ella. La vio crisparse ante las balas que
impactaban su cuerpo, vio flores rojas de sangre aparecerle en el pecho, los senos, los
muslos desnudos. Pero no cayó. Tan pronto las balas le desgarraban el cuerpo, se curaba
a sí misma, y los casquillos caían inofensivos al muelle.
Los drüskelle miraron con la boca abierta a Nina. Ella se rio. —Se han
acostumbrado demasiado a los Grisha encerrados. Somos bastante dóciles en nuestras
jaulas.
—Hay otros medios —dijo Brum, sacando un látigo largo, como el que Larsh
había utilizado de su cinturón—. Tu poder no puede tocarnos, bruja, y nuestra causa es
verdadera.
—Yo no puedo tocarlos —dijo Nina, levantando las manos—. Pero puedo
alcanzarlos a ellos perfectamente.
Detrás de los drüskelle, los soldados fjerdanos que Nina había puesto a dormir se
levantaron, con los rostros en blanco. Uno arrancó el látigo de la mano de Brum, y los
otros retiraron las capuchas y máscaras de los rostros asustados de los drüskelle,
dejándolos indefensos.
Nina flexionó los dedos, y los drüskelle dejaron caer los rifles, y se llevaron las
manos a la cabeza, gritando de dolor.
—Por mi país —dijo—. Por mi gente. Por cada niño que han puesto en la pira.
Cosecha lo que sembraste, Jarl Brum.
gritos eran un coro. Claas, que se había emborrachado bastante con él en Avfalle. Giert,
que había entrenado a su lobo para que comiera de su mano. Eran monstruos, lo sabía,
pero también chicos, chicos como él… enseñados a odiar, a temer.
—Nina —dijo, con la mano aún presionada sobre la piel lisa de su pecho, donde
debería estar una herida de bala—. Nina, por favor.
Ella vaciló.
Nina dirigió su mirada a él. Sus ojos eran feroces, el profundo verde de los
bosques; las pupilas, pozos negros. El aire a su alrededor parecía resplandecer de poder,
como si estuviera iluminada por alguna llama secreta.
—Ellos te temen como yo alguna vez te temí —dijo—, como alguna vez tú me
temiste. Todos somos el monstruo de alguien, Nina.
Durante un largo momento, ella escrutó su rostro. Al fin, dejó caer los brazos, y
las filas de drüskelle se derrumbaron en el piso, gimoteando. Su mano se disparó una vez
más, y Brum gritó. Se llevó las manos a la cabeza, y la sangre le escurrió entre los dedos.
—Sí —dijo mientras subía a la goleta—. Tan solo estará muy calvo.
Specht gritó órdenes, y el Ferolind salió al puerto; cogió velocidad cuando las velas
se hincharon con el viento. Nadie de los muelles corrió a detenerlos. Ningún barco o
cañón disparó. No había nadie para dar la advertencia, para señalar el disparo de la
artillería. El Reloj Mayor repicó ignorado, mientras la goleta se desvanecía en el vasto
refugio negro del mar, dejando solo sufrimiento a su paso.
Leigh Bardugo The Dregs
H abían sido bendecidos con un viento fuerte. Inej sintió la ondulación en su pelo
y no pudo dejar de pensar en la tormenta que se avecinaba.
Kuwei sabía algo de kerch, pero Nina tenía que traducirle en ciertas partes. Lo
hizo distraídamente, con sus ojos relucientes viajando sobre todos y sobre todo.
—El subidón tendrá una duración de una hora, tal vez dos. Depende de cuánto
tiempo le tome a su cuerpo procesar una dosis de ese tamaño.
—¿Por qué no puedes purgarlo de tu cuerpo, como las balas? —le preguntó
Matthias a Nina desesperadamente.
—Ya lo has visto por ti mismo —respondió Matthias con amargura—, sabemos
lo que va a suceder.
—Sí.
—Tengo suficiente para mantenerte cómoda —dijo Kuwei—, pero si tomas una
segunda dosis, no hay esperanza. —Miró a Matthias—. Esta es su única oportunidad.
Es posible que su cuerpo purgue suficiente de forma natural para que no quede con la
adicción.
—¿Y si queda?
—No quiero oír nada más —dijo ella—, nada de esto va a cambiar lo que viene.
Inej buscó a Rotty y lo hizo desenterrar los abrigos de lana que ella y Nina habían
dejado atrás a favor del equipo para el frío cuando desembarcaron en la costa norte.
Encontró a Nina cerca de la proa, mirando hacia el mar.
—No te preocupes. No fueron esos pies silenciosos los que te delataron. Puedo
oír tu pulso, tu respiración.
Nina hundió la cara en el cuello del abrigo de lana y dijo: —Me gustaría que
pudieras ver lo que yo. Puedo oír cada cuerpo en este barco, la sangre corriendo por sus
venas. Puedo oír el cambio en la respiración de Kaz cuando te mira.
—Tú... ¿puedes?
Nina levantó una ceja, sin dejarse engañar. —Matthias teme por mí, pero su
corazón late a un ritmo constante, sin importar lo que esté sintiendo. Es tan fjerdano,
tan disciplinado.
—No creí que fueras a dejar vivir a esos hombres, allá en el puerto.
—No estoy segura de si fue la jugada correcta. Me convertiré en una historia más
de terror Grisha para que les cuenten a sus hijos.
Leigh Bardugo The Dregs
—No va a durar.
—Estoy aterrorizada.
—Vas a estar bien —dijo Inej—, sobrevivirás a esto. Y entonces vas a ser muy,
muy rica. Vas a cantar canciones de marineros y a beber cada noche en el cabaret de la
Duela Este, y manipularás a todo el mundo para que te dé ovaciones de pie después de
cada canción.
Tomó apenas dos segundos y el toque más suave de los dedos de Nina. La
picazón fue aguda, pero pasó rápidamente. Cuando aquel picor se desvaneció, la piel
del antebrazo de Inej era perfecta; casi demasiado suave y perfecta, como si fuera una
nueva parte de ella.
Inej tocó la piel suave. Todo ocurrió muy fácilmente. Si tan solo las heridas
pudieran ser borradas tan fácilmente.
Nina besó la mejilla de Inej. —Voy a buscar a Matthias antes que las cosas se
pongan feas.
Pero mientras se alejaba, Inej vio que Nina tenía otro motivo para irse. Kaz estaba
de pie en las sombras cerca del mástil. Traía puesto un abrigo pesado y estaba apoyado
en su bastón cabeza de cuervo; se veía casi como él mismo de nuevo. Los cuchillos de
Inej estarían esperándola en la bodega con sus otras pertenencias. Había extrañado sus
garras.
Kaz murmuró unas palabras hacia Nina y la Grisha se echó hacia atrás,
sorprendida. Inej no pudo distinguir el resto de lo que dijo, pero pudo notar que el
intercambio fue tenso, antes de que Nina hiciera un sonido exasperado y desapareciera
bajo cubierta.
El pragmático Kaz. ¿Por qué dejar que la empatía se metiera en el camino? Quizá
Nina agradeciera la distracción.
Inej se encogió de hombros. —¿Quién elige nuestros caminos? —Él no dijo nada,
y ella tuvo que sonreír—. ¿No hay réplicas mordaces? No te ríes de mis proverbios suli?
—Entonces casi me dan lástima los esclavistas —dijo Kaz—, no tienen idea de
lo que se les viene encima.
Un rubor complacido calentó sus mejillas. Pero ¿acaso Kaz no había creído
siempre que ella era peligrosa?
Inej equilibró los codos en la barandilla y apoyó la barbilla en las palmas de sus
manos. —Sin embargo, primero voy a ir a casa.
—¿A Ravka?
Asintió.
—Sí. —Solamente dos días antes, ella habría dejado todo así, respetando su
acuerdo tácito de andarse con mucho cuidado respecto al pasado de cada uno. Ahora,
dijo—: ¿No tienes a nadie más que tu hermano, Kaz? ¿Dónde están tus padres?
—Los chicos del Barril no tienen padres. Nacemos en el puerto y nos arrastramos
para salir de los canales.
Inej negó con la cabeza. Observó los movimientos y suspiros del mar, cada ola
una respiración. Apenas alcanzaba a distinguir el horizonte, que era la diferencia más
mínima entre el cielo oscuro y el mar aún más oscuro. Pensó en sus padres. Había estado
lejos de ellos durante casi tres años. ¿Cómo habrían cambiado? ¿Podría ser su hija de
nuevo? Tal vez no de inmediato, pero quería sentarse con su padre en las escalinatas del
carromato a comer de las frutas de los árboles. Quería ver el polvo de tiza de las manos
de su madre antes de preparar la cena. Quería los pastizales altos del sur y el vasto cielo
por encima de las montañas Sikurzoi. Algo que necesitaba la esperaba allí. ¿Qué
necesitaba Kaz?
—Estás a punto de ser rico, Kaz. ¿Qué vas a hacer cuando no haya más sangre
que derramar o más venganza que tomar?
—Más dinero, más caos, más cuentas que saldar. ¿Nunca has tenido otro sueño?
Ella miró su mano enguantada sosteniendo la suya. Todo en ella quería decir que
sí, pero no iba a conformarse con tan poco, no después de todo por lo que había pasado.
—¿Cuál sería el punto?
Entonces él la miró con los ojos feroces y la boca tensa. Era el rostro que portaba
cuando estaba luchando.
Tal vez fue porque estaba de espaldas a ella que finalmente pudo pronunciar las
palabras. —Te aceptaré sin armadura, Kaz Brekker. O no te aceptaré de ninguna forma.
Habla, le rogó en silencio. Dame una razón para quedarme. A pesar de su egoísmo
y su crueldad, Kaz seguía siendo el chico que la había salvado. Quería creer que también
valía la pena salvarlo.
Las velas crujieron. Las nubes se abrieron a la luna y luego se reunieron de nuevo
a su alrededor.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej dejó a Kaz con el aullido del viento y todavía faltando un largo rato para el
amanecer.
Leigh Bardugo The Dregs
L os dolores llegaron después del amanecer. Una hora más tarde, se sentía como
si sus huesos trataran de atravesar los lugares donde se unían sus articulaciones.
Yacía en la misma mesa donde sanó la herida de cuchillo de Inej. Sus sentidos
todavía estaban lo suficientemente agudos para poder oler el olor cobrizo de la sangre
de la chica suli debajo del limpiador que Rotty utilizó para eliminarlo de la madera. Olía
como Inej.
Matthias se sentó a su lado. Intentó cogerle la mano, pero el dolor era demasiado
grande. El roce de su piel en la de ella la hacía sentir en carne viva. Todo parecía mal.
Todo se sentía mal. Todo en lo que podía pensar era en el sabor dulce quemado de la
parem. Le picaba la garganta. Su piel se sentía como un enemigo.
—No quiero que me veas así —dijo ella, tratando de rodar de costado.
Ella negó con la cabeza. —Quiero... Quiero…. Santos, por qué hace tanto calor
aquí. —Entonces, a pesar del dolor, trató de incorporarse—. No me des otra dosis. Lo
Leigh Bardugo The Dregs
que diga, Matthias, no importa cuánto te lo ruegue. No quiero ser como Nestor, como
los Grisha en las celdas.
—Nina, Kuwei dijo que la abstinencia podría matarte. No voy a dejar que te
mueras.
Se dejó caer, y todo su cuerpo se rebeló. Sus ropas eran vidrio triturado. —
Hubiera matado a cada uno de los drüskelle.
—Todos cargamos nuestros pecados, Nina. Necesito que vivas para poder expiar
los míos.
—Matthias —dijo, pasándole los dedos por el casi rape de su cabello. Dolía. El
mundo dolía. Tocarlo dolía, pero aun así lo hizo. Podría no volver a hacerlo jamás—.
No lo lamento.
Él le tomó la mano y le besó los nudillos suavemente. Ella hizo una mueca, pero
cuando él trató de apartarse, ella se aferró con más fuerza.
—Bruja.
—Bárbaro.
El Ferolind se sentía como un barco fantasma. Matthias estaba aislado con Nina,
y había pedido la ayuda de Wylan para cuidarla. Incluso si a Wylan no le encantaba la
química, sabía más sobre tinturas y compuestos que cualquiera en el grupo, aparte de
Kuwei, y Matthias no podía entender la mitad de lo que Kuwei decía. Jesper no había
visto a Wylan desde que huyeron del puerto Djerholm, y debía admitir que extrañaba
tener al mercito alrededor para molestarlo.
Kuwei parecía bastante amigable, pero su kerch era basto y no parecía que le
agradara mucho hablar. A veces tan solo aparecía en la cubierta durante la noche y se
paraba silenciosamente junto a Jesper, mirando fijamente las olas. Era un poco
perturbador. Solo Inej deseaba hablar con alguien, y eso era porque parecía haber
desarrollado un incontenible interés en todas las cosas náuticas. Pasaba la mayor parte
de su tiempo con Specht y Rotty, aprendiendo nudos y cómo aparejar las velas.
Jesper siempre había sabido que existía una buena posibilidad de que no hicieran
en absoluto este viaje a casa, que terminarían en celdas en la Corte de Hielo o ensartados
en picas. Pero se había imaginado que si conseguían la tarea imposible de rescatar a Yul-
Bayur y llegaban al Ferolind, el viaje de vuelta a Ketterdam sería una fiesta. Beberían lo
Leigh Bardugo The Dregs
que sea que Specht hubiera metido de contrabando en el barco, se comerían los últimos
dulces de Nina, recordarían cada vez que estuvieron a punto de morir y cada pequeña
victoria. Pero nunca podría haber presagiado la forma en que estuvieron arrinconados
en el puerto, y ciertamente no podría haber imaginado lo que Nina había tenido que
hacer para sacarlos de allí.
Jesper se preocupaba por Nina, pero pensar en ella lo hacía sentir culpable.
Cuando abordaron la goleta y Kuwei les explicó sobre la parem, una diminuta voz en su
interior le dijo que él también debió ofrecerse a tomar la droga. Aunque era un
Fabricador sin entrenamiento, tal vez podría haber ayudado a sacar la parem del sistema
de Nina y liberarla. Pero esa era la voz de un héroe, y Jesper hacía mucho que había
dejado de pensar que tenía madera de héroe. Demonios, un héroe se habría prestado
voluntario para tomar la parem cuando se enfrentaron con los fjerdanos en el puerto.
Dejaron caer el ancla, y cuando cayó la noche, Jesper le preguntó a Kaz si podía
unirse a él y Rotty en el bote que remarían hasta el Quinto Puerto. No lo necesitaban,
pero Jesper estaba desesperado por distracción.
Kaz elevó una ceja. Estaba de vuelta en su elegante traje gris y negro, y la corbata
inmaculada. —¿Qué esperabas?
Pero se sentía diferente, incluso con el peso familiar de sus revólveres de mango
aperlado en las caderas y un rifle en la espalda. Seguía pensando en la mujer
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz dejó a Rotty y Jesper en el muelle mientras iba a buscar un recadero que le
llevara un mensaje a Van Eck. Jesper quiso ir con él, pero Kaz le dijo que se quedara
allí. Molesto, Jesper aprovechó la oportunidad para estirar las piernas, consciente de que
Rotty lo observaba. Tenía la sensación nítida de que Kaz le había dicho a Rotty que lo
mantuviera bajo vigilancia. ¿Pensaba Kaz que iba irse corriendo directamente al salón
de juego más cercano?
Miró hacia el cielo nublado. ¿Por qué no admitirlo? Estaba tentado. Se moría de
ganas por una partida de cartas. Tal vez realmente debería irse de Ketterdam. Una vez
que tuviera su dinero y sus deudas estuvieran saldadas, podría ir a cualquier lugar del
mundo. Incluso Ravka. Con suerte, Nina se recobraría, y cuando volviera a ser ella
misma, Jesper podría sentarse a charlar con ella y decidirlo. Sin comprometerse de
inmediato, pero al menos podría visitar, ¿no?
Media hora después, Kaz regresó con un mensaje que confirmaba que los
representantes del Consejo Mercante se reunirían con ellos en Vellgeluk al amanecer del
siguiente día.
—Mira eso —dijo Kaz, extendiendo el papel para que Jesper lo leyera. Bajo los
detalles de la reunión decía: Felicidades. Su país se lo agradece.
Las palabras dejaron una sensación extraña en el pecho de Jesper, pero se rio y
dijo: —Mientras mi país pague con efectivo. ¿El Consejo sabe que el científico está
muerto?
—Lo puse todo en mi nota a Van Eck —dijo Kaz—. Le dije que Bo Yul-Bayur
está muerto, pero su hijo está vivo y estaba trabajando en la jurda parem para los
fjerdanos.
—¿Regateó?
Leigh Bardugo The Dregs
Tenía sentido. Y cualquier discordia que existiera entre Wylan y su padre, Jesper
dudaba que Wylan deseara ventilarla enfrente de los Indeseables y Matthias.
—Un cielo obstinado —murmuró Inej, bizqueando hacia Vellgeluk. Tenía razón.
No había nubes en el horizonte, pero el aire se sentía denso de humedad, como si la
tormenta sencillamente rehusara a formarse.
Jesper escaneó la cubierta vacía. Había asumido que Wylan vendría a verlos
marcharse, pero no podían dejar a Nina a solas.
Jesper sabía que estaba siendo egoísta y estúpido, pero alguna parte mezquina de
él se preguntaba si Wylan se había mantenido deliberadamente alejado de él durante el
viaje de regreso. Tal vez ahora que el trabajo estaba completo y él estaba a punto de
recibir su parte del botín, Wylan estaba harto de juntarse con criminales.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Dónde está el otro bote de remos? —preguntó Jesper mientras él, Kaz,
Matthias, Inej y Kuwei remaban desde el Ferolind con Rotty.
Vellgeluk era tan plana que apenas era visible mientras remaban a través del agua.
La isla tenía menos de un kilómetro y medio de ancho, un trozo yermo de arena y roca
distinguida solo por la base destrozada de una vieja torre utilizada por el Consejo de
Mareas. Los contrabandistas la llamaban Vellgeluk, «buena suerte», debido a las
pinturas aún visibles alrededor de la base de lo que debía haber sido la torre de obelisco:
círculos dorados que representaban monedas, símbolos de favor de Ghezen, el dios de
la Industria y el Comercio. Jesper y Kaz habían venido antes a la isla para reunirse con
contrabandistas. Estaba lejos de los puertos de Ketterdam, muy apartado de las patrullas
de la vigilancia del puerto, sin edificios o cuevas ocultas desde las cuales atisbar y
emboscar. Un lugar ideal de encuentro para grupos recelosos.
Cuando su propio bote llegó a la costa, Jesper y los otros saltaron para jalarlo
sobre la arena. Jesper revisó sus revólveres y vio a Inej tocar brevemente con los dedos
cada uno de sus cuchillos, con los labios en movimiento. Matthias ajustó el rifle colgado
a su espalda y rodó sus enormes hombros. Kuwei lo observó todo en silencio.
—Así que así es como lucen treinta millones de kruge —dijo Kaz.
—¿Solo tú, Van Eck? —preguntó Kaz al hombre vestido de negro merc—. ¿El
resto del Consejo no se tomó la molestia?
Así que este era Jan Van Eck. Era más flaco que Wylan, y la línea del cabello
estaba más arriba, pero Jesper definitivamente podía ver el parecido.
—El Consejo sintió que yo era el mejor capacitado para esta tarea, ya que hemos
tenido tratos con anterioridad.
—Lindo alfiler —dijo Kaz con un vistazo al rubí unido a la corbata de Van Eck—
. Aunque no tan lindo como el otro.
Van Eck frunció los labios ligeramente. —El otro era una reliquia familiar. ¿Y
bien? —dijo al hombre shu junto a él.
El shu dijo: —Ese es Kuwei Yul-Bo. Ha pasado un año desde que lo vi. Es un
poco más alto ahora, pero es la viva imagen de su padre. —Dijo algo a Kuwei en shu e
hizo una corta inclinación.
Kuwei echó un vistazo a Kaz, entonces se inclinó en respuesta. Jesper podía ver
una capa de sudor en su frente.
Van Eck sonrió. —Confesaré que estoy sorprendido, señor Brekker. Sorprendido
pero encantado.
—Es bastante hablador cuando lo pones en el estado mental correcto —dijo Kaz,
y Jesper recordó la sangre en la camisa de Kaz en la prisión—. Dijo que lo contrataste y
a los Leones del Centavo para que también fueran por Yul-Bayur para el Consejo
Mercante.
Con una irritación de intranquilidad, Jesper se preguntó qué más podría haberle
contado Rollins a Kaz.
—Sabíamos que las probabilidades de que cualquier equipo tuviera éxito eran
pequeñas. Como apostador, espero que pueda entenderlo.
Pero Jesper nunca había pensado en Kaz como un apostador. Los apostadores
dejaban algo al azar.
Van Eck hizo un gesto a los guardias detrás de él. Levantaron el cofre y lo posaron
enfrente de Kaz. Él se agacho junto a éste y abrió la tapa. Incluso desde la distancia,
Jesper podía ver las pilas de billetes en el púrpura pálido de Kerch, con el blasón de los
tres peces voladores, fila tras fila de billetes, atados con bandas de papel selladas con
cera.
Jesper deseaba pasar las manos por encima de esas pilas gloriosas. Deseaba darse
un baño en ellas. —Creo que la boca se me acaba de hacer agua.
Kaz sacó una de las pilas y dejó que su pulgar enguantado lo hojeara, luego revisó
otra capa para asegurarse que Van Eck no hubiera intentado estafarlos.
Miró sobre su hombro e hizo un gesto a Kuwei para que avanzara. El chico cruzó
la corta distancia, y Van Eck le hizo gestos para que se pusiera a su lado, y le dio una
palmada en la espalda.
Kaz se levantó. —Bueno, Van Eck. Me gustaría decir que ha sido un placer, pero
no soy tan buen mentiroso. Nos marcharemos.
Van Eck dio un paso frente a Kuwei y dijo: —Me temo que no puedo permitir
eso, señor Brekker.
—Cuento varios justo enfrente de mí. Y no hay forma en que alguno de ustedes
salga de esta isla.
Van Eck sacó un silbato de su bolsillo y sopló una nota aguda. En el mismo
momento, sus sirvientes sacaron las armas y un viento salió de la nada… un vendaval
antinatural, aullante, que giró alrededor de la pequeña isla mientras el mar empezaba a
alzarse.
Los marineros junto al bote del bergantín levantaron los brazos, y las olas se
arremolinaron detrás de ellos.
—Guardaste parte del lote que Bo envió al Consejo —dijo Kaz, entrecerrando
los ojos oscuros.
Los Impulsores levantaron los brazos, y el viento emitió un grito alto y cortante.
Jesper alcanzó sus revólveres. ¿No había querido algo a qué disparar? Supongo que
este lugar es de buena suerte, pensó con una avalancha de anticipación. Parece que estoy a
punto de obtener mi deseo.
Leigh Bardugo The Dregs
― E l trato es el trato, Van Eck —dijo Kaz sobre los sonidos de la creciente
tormenta—. Si el Consejo Mercante no cumple su parte en este acuerdo,
nadie del Barril volverá a comerciar nunca con ninguno de ustedes. Su
palabra no tendrá valor.
—Ese sería un problema, señor Brekker, si el Consejo supiera algo sobre este
acuerdo.
—De hecho, así es. Jurda parem no es un secreto que pueda ser guardado o
reprimido o escondido en una cabaña en la frontera de Zemeni.
—Oh, todo pasará como lo predije, señor Brekker. Estoy contando con eso. Tan
pronto como el Consejo recibió el mensaje de Bo Yul-Bayur, empecé a comprar los
campos de jurda en Novyi Zem. Cuando la parem sea liberada en el mundo, cada país,
cada gobierno estará clamando por un suministro de parem para usar en sus Grisha.
—Sí —dijo Van Eck—. El caos vendrá, y yo seré su amo. Su amo muy rico.
Van Eck levantó una ceja. —¿Qué edad tienes niña? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? Las
naciones se alzan y caen. Los mercados se hacen y deshacen. Cuando el poder cambia,
alguien siempre sufre.
—El Consejo nunca escuchará de esto —dijo Van Eck—. ¿Por qué creen que elegí
escoria del Barril como mis campeones? Oh, ustedes son ingeniosos y mucho más
inteligentes que cualquier mercenario. Pero más importante, nadie los echará de menos.
Van Eck alzó la mano. Los Mareomotores movieron los brazos en círculos. Kaz
oyó un grito y se volvió para ver una espiral de agua que se cernía sobre Rotty. Golpeó
en el bote, rompiéndolo en pedazos mientras él se zambullía para cubrirse.
Leigh Bardugo The Dregs
—Señor Brekker, seguramente debe saber que hice que mi hijo empacara meses
atrás.
—Sé que le ha escrito a Wylan cada semana desde que se fue de su casa,
rogándole para que regrese. Esas no son las acciones de un hombre al que no le importa
su único hijo y heredero.
Van Eck empezó a reír… una risa cálida, casi jovial, pero sus bordes eran
irregulares y amargos.
el maldecirme con un imbécil por hijo. Wylan es un chico que nunca crecerá para ser un
hombre. Él es una desgracia para mi casa.
—Las cartas… —dijo Jesper, y Kaz pudo ver el enojo en su rostro—. No estabas
rogándole que regresara. Te estabas burlando.
Jesper estaba en lo correcto. Si estás leyendo esto, entonces sabes cuánto deseo tenerte
en casa. Cada carta había sido una bofetada en la cara para Wylan, una especie de broma
cruel.
Los Mareomotores no dudaron. Antes de que alguien pudiera tomar aliento para
protestar, dos enormes paredes de agua se alzaron y se dispararon hacia el Ferolind.
Aplastaron el barco entre ellas con un resonante retumbo, mandando los escombros a
volar.
—Él los mató —dijo Jesper, con el rostro contorsionado—. ¡Mató a Wylan y a
Nina!
Jesper miró de regreso hacia las olas meciéndose, hacia los trozos rotos del mástil
y la vela rasgada donde había un barco tan solo segundos antes.
—No… no entiendo.
—Confieso estar un poco sorprendido, también, señor Brekker —dijo Van Eck—
. ¿Sin lágrimas? ¿Sin protestas santurronas por su tripulación perdida? Lo criaron frío en
el Barril.
—Dígame, Van Eck. ¿Se resarcirá? Ghezen frunce el ceño ante los contratos
rotos.
Las fosas nasales de Van Eck se inflamaron. —¿Qué le ha dado al mundo, señor
Brekker? ¿Ha creado riqueza? ¿Prosperidad? No. Usted roba a hombres y mujeres
honestos y se sirve solo a usted mismo. Ghezen muestra su favor a aquellos que son
merecedores, a aquellos que construyen ciudades, no a las ratas que comen en sus
cimientos. Él me ha bendecido a mí y a mis negocios. Usted perecerá, y yo prosperaré.
Esa es la voluntad de Ghezen.
—Solo hay un problema, Van Eck. Necesitarás a Kuwei Yul-Bo para hacerlo.
—No generalmente.
—Porque él prefiere hacer trampa —dijo el chico, quien no era Kuwei Yul-Bo,
en un perfecto kerch sin acento.
Kaz suspiró. —Odio perder una apuesta. Verás, Van Eck, Wylan me apostó que
tú no tendrías reparo en acabar con su vida. Llámame sentimental, pero no creía que un
padre pudiera ser tan cruel.
Van Eck miró a Kuwei Yul-Bo… o al chico que él había creído que era Kuwei
Yul-Bo. Kaz lo vio luchar con la realidad de que la voz de Wylan proviniera de la boca
de Kuwei. Jesper parecía igual de incrédulo. Obtendría su explicación después de que
Kaz obtuviera su dinero.
No debía serlo. Nina había sido una Confeccionista pasable en el mejor caso…
pero bajo la influencia de jurda parem, bien, como Van Eck había dicho una vez: Cosas
que no deberían ser posibles, se vuelven posibles.
Una réplica casi perfecta de Kuwei Yul-Bo estaba parada frente a ellos, pero tenía
la voz de Wylan, sus gestos y; aunque Kaz podía ver el miedo y el dolor en sus ojos
dorados, la sorprendente valentía de Wylan, también.
Kaz había esperado que el chico se resistiese a la idea de ser confeccionado para
parecerse a Kuwei. Una transformación tan extrema estaba más allá del poder de
cualquier Grisha sin usar parem. —Podría ser permanente —Kaz le había advertido.
A Wylan no le había importado. —Necesito saber. De una vez por todas, necesito
saber qué es lo que mi padre realmente piensa de mí.
Y ahora lo sabía.
Van Eck se le quedó viendo a Wylan, buscando algún rastro de los rasgos de su
hijo. —No puede ser.
Wylan caminó hacia el lado de Kaz. —Tal vez puedas rezarle a Ghezen por
comprensión, Padre.
Wylan era un poco más alto que Kuwei, su cara un poco más redonda. Pero Kaz
los había visto uno lado al lado del otro, y el parecido era extraordinario. El trabajo de
Nina —realizado en el barco antes de que aquel primer extraordinario subidón hubiera
empezado a desvanecerse— era casi impecable.
La furia azotó los rasgos de Van Eck. —Indigno —dijo entre dientes a Wylan—
. Sabía que eras un tonto, ¿pero un traidor también?
—Un tonto habría estado esperando a ser destrozado en pedazos en ese barco. Y
en cuanto a lo de «traidor», me has llamado cosas peores tan solo en los últimos minutos.
—Solo piensa —le dijo Kaz a Van Eck—. ¿Qué tal si el Kuwei Yul-Bo real
hubiera estado en ese barco que acabas de convertir en palillos?
La voz de Van Eck estaba en calma, pero un sonrojo de furia le había cubierto el
cuello. —¿Dónde está Kuwei Yul-Bo?
—Permítenos marchar a salvo de esta isla con nuestro pago, y con mucho gusto
te diré.
—No hay forma de salir de esto, Brekker. Tu pequeña pandilla no es rival para
mis Grisha.
Leigh Bardugo The Dregs
Van Eck pareció considerarlo. Luego dio un paso atrás. —¡Guardias a mí! —
gritó—. ¡Maten a todos menos a Brekker!
Kaz lo supo al instante que cometió el error. Todos ellos habían sabido que podría
llegar a esto. Debió haber confiado en su equipo. Sus ojos debieron haberse quedado
enfocados en Van Eck. En su lugar, en ese momento de amenaza, cuando debía haber
pensado solo en la pelea, miró a Inej.
Y Van Eck lo vio. Sopló su silbato. —¡Dejen a los otros! Tomen el dinero y a la
chica.
Mantente firme, dijeron los instintos de Kaz. Van Eck tiene el dinero. Él es la clave.
Inej puede valerse por sí misma. Ella es un peón, no el premio. Pero ya estaba girándose,
corriendo para llegar a ella mientras los Grisha atacaban.
Kaz captó movimiento por el rabillo del ojo: un Impulsor iba a toda velocidad
hacia Inej.
—¡Jesper! —gritó.
El siguiente Impulsor era más inteligente. Bajó, deslizándose sobre las ruinas.
Jesper y Matthias abrieron fuego, pero tenían que encarar al sol para disparar y ni
siquiera Jesper podía apuntar a ciegas. El Impulsor embistió a Inej y aceleró hacia el
cielo con ella.
Leigh Bardugo The Dregs
El Grisha esquivó y se alejó del rango de disparo, con Inej agarrada en sus brazos.
No había nada que pudieran hacer excepto quedarse parados como tontos y ver
su figura hacerse más pequeña en el cielo; una luna distante, una estrella
desvaneciéndose, luego desaparecida.
—Tiene una semana para traerme al Kuwei real —gritó Van Eck—. U oirán los
gritos de esa chica hasta Fjerda. Y si eso no lo conmueve, haré saber que está albergando
al rehén más valioso del mundo. Cada pandilla, gobierno, contrabandista y espía estará
tras de usted y los Indeseables. No tendrá donde esconderse.
—Kaz, puedo hacer el disparo —dijo Jesper, con el rifle en el hombro—. Van
Eck todavía está al alcance.
El mar estaba plano; ninguna brisa soplaba, pero los Impulsores restantes de Van
Eck llenaron las velas del barco con un viento torrencial.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz observó al bergantín surgir a través del agua hacia Ketterdam, a la seguridad,
a una fortaleza construida con la impecable reputación de merca de Van Eck. Se sentía
como se sintió mirando las oscuras ventanas de la casa en Zelverstraat. Impotente una
vez más. Le había rezado al dios equivocado.
Kaz se maravilló de su propia estupidez. Más tonto que un pichón recién salido
del barco y buscando hacer fortuna en la Duela Este. Su más grande vulnerabilidad había
estado justo a su lado. Y ahora ella ya no estaba.
Jesper estaba mirando a Wylan, sus ojos recorrían el cabello negro, los ojos
dorados. —¿Por qué? —dijo al fin—. ¿Por qué hiciste esto?
—¿Nina te confeccionó?
Leigh Bardugo The Dregs
—No me escondía.
—Cada vez.
—Nina podría no ser capaz de cambiarte, lo sabes. No sin otra dosis de parem.
Podrías quedarte atascado así.
—¡No lo sé! —dijo Jesper enojado—. Tal vez me gustaba tu estúpida cara. —Se
giró hacia Matthias—. Tú sabías. Wylan sabía. Inej sabía. Todos menos yo.
—Tú fuiste el que nos vendió a Pekka Rollins. —Alzó un dedo acusador hacia
Jesper—. Tú eres la razón por la que fuimos emboscados cuando tratamos salir de
Ketterdam. Casi haces que nos maten a todos.
—Le dijiste a uno de los Leones del Centavo que saldrías de Kerch, pero que
ganarías mucho dinero, ¿no es así?
—Les dije que no le dijeran a nadie que se iban del país. Les advertí que
mantuvieran la boca cerrada.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz se giró hacia él. —¿Dejado qué? ¿Jugar algunas manos de Zarza de Tres
Hombres? ¿Hundirte aún más profundo con todos los jefes en el Barril lo suficientemente
estúpidos para extenderte crédito? Le dijiste a un miembro de la pandilla de Pekka que
estabas a punto de ser rico.
—No sabía que él iría con Pekka. O que Pekka sabía sobre la parem. Tan solo
intentaba ganarme algo de tiempo.
—Santos, Jesper, realmente no has aprendido nada con los Indeseables, ¿verdad?
Sigues siendo el chico tonto de granja que bajó del bote.
Jesper se abalanzó sobre él, y Kaz sintió una oleada de violencia vertiginosa.
Finalmente, una pelea que podía ganar. Pero Matthias se interpuso entre ellos,
manteniéndolos a ambos a raya con una mano enorme. —Paren. Paren esto.
Kaz no quería parar. Quería pegarles a todos hasta hacerlos sangrar y luego pelear
su camino a través del Barril.
—No hay siguiente —gruñó Kaz. Van Eck se encargaría de eso. No podían volver
al Tablón o pedir ayuda a Per Haskell y los otros Indeseables. Van Eck estaría vigilando,
esperando para abalanzarse. Convertiría el Barril, la casa de Kaz, su pequeño reino, en
un territorio hostil.
Kaz se alejó, tratando de despejar su cabeza. Él sabía que Jesper no se había dado
cuenta de lo que había puesto en movimiento, pero también sabía que no volvería a
confiar realmente en Jesper otra vez. Y tal vez había ocultado a Jesper lo de Wylan
porque quería castigarlo un poco.
Leigh Bardugo The Dregs
En unas pocas horas, cuando fallaran en hacer contacto, Specht iría por ellos
remando en el bote. Por ahora, no había nada más que el plano cielo gris y la roca muerta
de esta excusa de isla. Y la ausencia de Inej. Kaz quería golpear a alguien. Quería que
alguien lo golpeara.
Examinó lo que quedaba de su equipo. Rotty todavía rondaba cerca de los restos
del bote. Jesper estaba sentado con los codos en las rodillas, y la cabeza sobre las manos,
Wylan a su lado portando la cara de un casi-desconocido; Matthias estaba parado
mirando a través del agua en dirección a la Puerta del Infierno, como un centinela de
piedra. Si Kaz era su líder, entonces Inej había sido su piedra imán, los unía cuando
parecía más probable que se alejaran.
Kaz miró hacia el sur, hacia los puertos de Ketterdam. Los inicios de una idea
rayaban en la parte posterior de su cráneo, una picazón, el indicio más elemental. No
era un plan, pero podría ser el comienzo de uno. Podía ver la forma que tomaría:
imposible, absurdo, y requería una seria cantidad de dinero.
Kaz flexionó los dedos dentro de sus guantes. ¿Cómo sobrevivías en el Barril?
Cuando te quitaban todo, encontrabas la manera de hacer algo de la nada.
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—Voy a inventar un truco nuevo —dijo Kaz—. Uno que Van Eck nunca
olvidará. —Se volvió hacia los demás. Si pudiera ir tras Inej solo, lo haría, pero ni
siquiera él podría lograrlo—. Voy a necesitar al equipo correcto.
Jesper lo siguió, aun sin ver a Kaz a los ojos. —Por Inej —dijo en voz baja.
Inej había querido que Kaz se volviera alguien más, una mejor persona, un ladrón
más gentil. Pero ese chico no tenía lugar aquí. Ese chico terminó muriéndose de hambre
en un callejón. Terminó muerto. Ese chico no podía recuperarla.
Voy a obtener mi dinero, prometió Kaz. Y a recuperar a mi chica. Inej nunca podría
ser de él, no realmente, pero encontraría la forma de darle la libertad que le había
prometido hacía tanto tiempo.
Manos Sucias había llegado para asegurarse que se hiciera el trabajo rudo.
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P
ekka Rollins se metió un rollo de jurda en la mejilla y se reclinó en su silla para
supervisar el grupo maltrecho que Doughty había traído a su oficina. Rollins
vivía sobre el Palacio Esmeralda en un gran aposento de habitaciones, cada
centímetro de ellas cubierto de oro y terciopelo verde. Le encantaba lo
llamativo, en su ropa, sus amigos y sus mujeres.
El chico junto a ellos era shu, pero lucía demasiado joven para ser el científico
que todos habían estado tan desesperados por ponerle las manos encima. Además,
Brekker nunca traería semejante premio al Palacio Esmeralda. Y luego, por supuesto,
Rollins conocía a Jesper Fahey. El tirador de primera había acumulado una increíble
cantidad de deudas en casi cada salón de juego en la Duela Este. Su lengua suelta había
puesto a Rollins al tanto del conocimiento sobre que Brekker iba a enviar un equipo a
Fjerda. Un poco de excavar y un montón de sobornos habían proporcionado el dónde y
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También era algo bueno. Si no fuera por Kaz Brekker, Rollins aún estaría sentado
en una celda en esa maldita prisión fjerdana esperando otra ronda de tortura… o tal vez
mirando desde una pica en la cima de la muralla circular.
La expresión que pasó entonces sobre el rostro del chico había tomado a Rollins
por sorpresa. Era odio… puro, negro y que había pasado mucho tiempo hirviendo a
fuego lento. ¿Qué le he hecho alguna vez a esta pequeña inmundicia? Pero en segundos la
expresión había desaparecido y Rollins se preguntó si la había imaginado por completo.
Rollins notó los pies descalzos de Brekker y las ropas carcelarias, las manos
desprovistas de sus legendarios guantes negros… una afección ridícula. —No parece que
estés en posición de hacer favores a nadie, niño.
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—Voy a dejar esta puerta abierta. No eres lo bastante estúpido para ir tras Bo
Yul-Bayur sin un equipo que te respalde. Espera tu momento y sal.
—Te debo una, Brekker —había dicho Rollins, apenas creyendo su suerte,
mientras el chico salía de su celda.
Brekker lo había volteado a ver, sus ojos oscuros como cavernas. —No te
preocupes, Rollins. Pagarás.
—A los merca les gustan los impuestos que pagamos. Pasan por alto el ocasional
robo al banco o allanamiento de morada, pero esperan que nos quedemos aquí en el
Barril y los dejemos con sus negocios. Si vas a la guerra con Van Eck, todo eso cambia.
—¿Y quién va a decirles? ¿Una rata de canal del peor tugurio en el Barril? No te
engañes, Brekker. Corta por lo sano y vive para luchar otro día.
—Lucho cada día. ¿Me estás diciendo que tan solo te apartarás?
—Mira, si quieres dispararte en el pie… el pie bueno, estoy feliz de verte hacerlo.
Pero no voy a aliarme contigo. No contra un merc. Nadie lo hará. No estás intentando
una pequeña guerra entre pandillas, Brekker. Tendrás a la vigilancia, al ejército kerch y
su marina alineados contra ti. Quemarán el Tablón hasta los cimientos, con el anciano
adentro, y además recuperarán el Quinto Puerto.
—Y necesito dinero.
—Impactante. ¿Cuánto?
Rollins casi se ahogó de risa. —¿Algo más, Brekker? ¿La Esmeralda Lantsov?
¿Un dragón que cague arcoíris?
—¿Quieres que te dé doscientos mil kruge? ¿Y qué consigo a cambio de este gesto
generoso?
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Rollins volvió a recargarse y unió los dedos. —No es suficiente, sabes. No para
ir a la guerra con el Consejo Mercante.
—¿Este equipo? —dijo Rollins con un bufido—. No puedo creer que este
lamentable grupito fuera el que hizo una incursión exitosa en la Corte de Hielo.
—Créelo.
—No —dijo Brekker, su voz parte rasposa, parte gruñido—. Cuando vaya por
Van Eck, no solo tomaré lo que es mío. Extinguiré su vida, quemaré su nombre del libro
mayor. No quedará nada.
Pekka Rollins no podía contar las amenazas que había oído, los hombres que
había matado, o los hombres que había visto morir, pero aun así la mirada en los ojos
de Brekker envío un escalofrío reptando por su columna. Alguna cosa furiosa en este
chico rogaba por ser liberada, y Rollins no quería estar cerca cuando se soltara de la
correa.
Rollins entregó el dinero a Brekker, luego hizo que escribiera una orden de
transferencia de sus acciones en el Club Cuervo y la mina de oro que era el Quinto
Puerto. Cuando extendió la mano para el apretón que sellaría el trato, el agarre de
Brekker fue destroza nudillos.
—¿Debería?
—Aún no. —Esa cosa negra destelló detrás de los ojos de Brekker.
—El trato es el trato —dijo Rollins, ansioso por terminar con este extraño grupo.
Doughty gruñó su acuerdo, supervisando las acciones que tenían lugar en las
mesas de abajo: dados, cartas, la Rueda de Makker, fortunas ganadas y perdidas, y una
deliciosa rebanada de todo eso llegaba a Rollins.
Rollins alcanzó su reloj. Tenía que ser casi hora de que los repartidores de cartas
cambiaran de turno, y le gustaba supervisarlos él mismo.
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Rollins levantó la cadena de su reloj. Un nabo colgaba del aro donde su reloj
adornado de diamantes debería estar. —Ese pequeño bastardo… —Entonces le
sobrevino un pensamiento. Alcanzó su billetera. No estaba. Igual que el alfiler de su
corbata, un colgante de moneda kaelish que portaba para la suerte y las hebillas de oro
de sus zapatos. Rollins se preguntó si debería revisarse las amalgamas de los dientes.
Nadie superaba a Pekka Rollins. Nadie se atrevía. Pero Brekker lo hizo, y Rollins
se preguntó si eso era tan solo el inicio.
—Doughty —dijo—. Creo que sería mejor que digamos una oración por Jan Van
Eck.
—Es improbable, pero si no es cuidadoso, creo que ese merc podría caminar por
su propio pie directamente a la horca y dejar que Brekker apriete el nudo. —Rollins
suspiró—. Mejor esperemos que Van Eck mate a ese chico.
—¿Por qué?
Rollins enderezó el nudo de su corbata sin alfiler y se encaminó hacia el piso del
casino. El problema de Kaz Brekker podía esperar a ser resuelto otro día. Ahora mismo
había dinero por hacer.
Leigh Bardugo The Dregs
Crooked Kingdom
Septiembre 2016
Leigh Bardugo The Dregs
Agradecimientos
Moderadora de tg Moderadora de md
Azhreik Mae
Traductores
TG Nena Rathbone
Akonatec Niyara
AndreaMz Pamee
Andrés_S Pandita91
Azhreik Pily1
CarolinaOrtega Piopolis
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Guangugo Yann Mardy Bum
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