Está en la página 1de 18

Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico:

de la historia natural y la literatura de viajes a


las ciencias sociales

daylet domı́nguez
university of california, berkeley



E n las dos últimas décadas del siglo XIX, cuando ya los cuadros de costumbres
parecı́an agotados como modalidad narrativa en América Latina, proliferó
en Cuba y en Puerto Rico una serie de antologı́as costumbristas entre las que se
destacaban Tipos y costumbres de la isla de Cuba (1881), Tipos y caracteres puertorri-
queños (1882), Costumbres y tradiciones (1883), Varias cosas (1884) y Cosas de Puerto
Rico (1904).1 Las antologı́as aparecieron publicadas con importantes prólogos en
los cuales los letrados reflexionaban sobre la importancia del género. Antonio
Bachiller y Morales, por ejemplo, en Tipos y costumbres de la Isla de Cuba, presen-
taba los cuadros de costumbres como principio de progreso y paradigma
moderno de civilización a través del cual era posible conocer, diagnosticar y
prescribir el funcionamiento de la sociedad en formación. Manuel Fernández
Juncos, por su parte, en Cosas de Puerto Rico, establecı́a una jerarquı́a literaria en
la cual colocaba los cuadros de costumbres a la cabeza del dominio letrado:
“Una cosa es escribir cálamo currente una letrilla, un romance sin médula, ó un
ahuecado artı́culo de periódico, y otra es observar á un pueblo, condensar en
pocas lı́neas los rasgos más salientes de su fisonomı́a y de su carácter, y comu-
nicar á este trabajo la amenidad, viveza y armonı́a propias de toda obra literaria
que aspira á ser leı́da más de una vez” (4). La superioridad de los cuadros de
costumbres frente a otros géneros literarios consistı́a en ofrecer un método de
estudio de la población a través del ejercicio de la observación directa. Se tra-
taba, por tanto, de un proyecto epistemológico sobre las clases bajas y popu-
lares.2 El género proveı́a en ese sentido un instrumento analı́tico para estudiar
las prácticas, las tradiciones y los hábitos de la población al mismo tiempo que
se proponı́a educar entreteniendo. Los costumbristas utilizaban el espacio del

1
Agradezco a Estelle Tarica y a Francine Masiello la lectura generosa del ensayo. Gracias
por las observaciones y los comentarios que me hicieron repensar algunas de las cuestiones
fundamentales del trabajo.
2
Al utilizar el término epistemologı́a en relación a los cuadros de costumbres me refiero a
la voluntad de conocimiento, a la dimensión cognitiva y de saber que bordea al género.

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:38 PS PAGE 133


134  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
prólogo para reforzar el valor social del género y buscaban justificar la reapari-
ción de los cuadros de costumbres en la escena literaria caribeña de fin de siglo.3
¿Por qué proliferaron las antologı́as de cuadros de costumbres en las últimas
décadas del siglo XIX? ¿Por qué los letrados apostaron por su uso y defendieron
el género desde los prólogos de las antologı́as? Una primera respuesta radicarı́a
en la creciente importancia de la lectura en las sociedades decimonónicas,
basada en la emergencia de una amplia y variada red de lectores que no se
limitaba ya a las elites hegemónicas, sino que comenzaba a expandirse a las clases
obreras y artesanales. Con las reformas polı́ticas auspiciadas por la metrópolis a
partir de 1878, al final de la primera gesta independentista en Cuba (1868–78),
y con la disminución de la censura, tuvo lugar una especie de “boom” editorial
que facilitó la proliferación de antologı́as costumbristas. La expansión de la im-
prenta permitió conectar las diferentes regiones de las islas y posibilitó la crea-
ción de un incipiente mercado del libro y de un público lector a escala nacional
(Fornet 142).4 El cuadro de costumbres regresaba como uno de los modos de
socialización de la lectura más importantes en ese periodo.
Pero es posible aventurar una segunda respuesta. Los letrados promovieron el
uso del costumbrismo con el ánimo de extender el dominio de las letras a los
debates sobre raza e identidad nacional en un momento en el cual las ciencias
sociales comenzaban a cobrar protagonismo. En ese perı́odo se publicaron los
primeros estudios antropológicos y sociológicos en las dos islas, entre los que se
destacaban Antropologı́a y patologı́a comparadas de los negros esclavos (1876) de Henri
Dumont y El campesino puertorriqueño (1887) de Francisco del Valle Atiles, además
de fundarse La Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba (1877). La apuesta
por el costumbrismo por parte de los letrados revelaba la tensión que habı́a
comenzado a suscitarse entre el discurso cientı́fico y el literario, una especie de
disputa por la hegemonı́a discursiva del campo letrado que empezaba a frag-
mentarse y donde la literatura —entendida como “bellas letras”— comenzaba a
ceder su centralidad frente a las emergentes ciencias sociales. La facilidad del
costumbrismo para transitar entre el terreno literario y el cientı́fico garantizaba
el dominio del letrado en la incipiente esfera pública caribeña de finales del
siglo XIX. Esa doble condición resultó sumamente atractiva para los letrados,
quienes encontraron en el género una manera efectiva de contrarrestar la fuerza
que adquirı́an las incipientes ciencias sociales.
Mediante el cultivo de un género que compartı́a con los nuevos saberes una
genealogı́a heredada de la historia natural, los costumbristas intentaban
3
Esta no era la primera vez que se publicaban antologı́as o libros compuestos por cuadros
de costumbres en Cuba y Puerto Rico. Ya en 1847 habı́an salido a la luz Las habaneras pintadas
por sı́ mismas en miniatura y Colección de artı́culos satı́ricos y de costumbres, seguidos por El gı́baro
(1849) y Los cubanos pintados por sı́ mismos (1852). La existencia de estas colecciones es un
buen indicador de que los cuadros de costumbres circulaban ya de manera profusa en los
periódicos de las décadas anteriores.
4
Ambrosio Fornet señala que ya para la década del 80 el público lector no se restringı́a a
las elites más encumbradas de La Habana y Matanzas, sino que “estaba formado, sobre todo,
por el público de provincias —sin distinción de clases, e incluyendo el de ciertas zonas
rurales— y especialmente por el de la región oriental, que hacia 1860 podı́a considerarse la
zona más criolla del paı́s: el 85% de población era libre y en ella solo habı́a un 5% de
peninsulares” (142).

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:38 PS PAGE 134


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  135
reafirmar el lugar de lo que Ángel Rama denominó como la ciudad letrada. Ante
el prestigio creciente de las disciplinas cientı́ficas, los costumbristas legitimaban
el lugar de las letras como discurso autorizado para trazar las polı́ticas raciales
en el Caribe, a la vez que defendı́an el valor cı́vico, polı́tico y pedagógico de
la literatura. En ese sentido, los costumbristas se resistı́an a la autonomización
discursiva de los saberes que implicaba, por una parte, la centralidad de los
nuevos paradigmas cientı́ficos y, por otra, la construcción de un lugar de enun-
ciación especı́ficamente literario en el sentido estudiado por Julio Ramos (179–
205).
En este ensayo me interesa regresar a los cuadros de costumbres en Cuba y
Puerto Rico como una de las maneras de repensar las relaciones entre ciencia y
literatura en el siglo XIX. En sus más variadas representaciones, los cuadros
de costumbres articularon una modalidad discursiva que permitió organizar y
estructurar zonas del pensamiento del siglo XIX, desde el discurso artı́stico y
literario hasta el racial y el cientı́fico. En la larga genealogı́a que va de las ciencias
naturales a las ciencias sociales, los cuadros de costumbres funcionaron como
un espacio dominante para la circulación de los saberes durante esa centuria.
En un periodo donde las disciplinas cientı́ficas no habı́an alcanzado un grado
de especialización y autonomización discursiva e institucional, las prácticas cos-
tumbristas produjeron importantes saberes sobre la sociedad y se conectaron
con el auge de lo cientı́fico en la esfera polı́tica y pública. Esto fue posible debido
a las relaciones tropológicas y conceptuales que los cuadros de costumbres sostu-
vieron con la historia natural y la literatura de viajes. Este pacto de sentido enta-
blado con los paradigmas cientı́ficos dominantes del siglo XIX le confirió al
costumbrismo un trasfondo epistemológico que lo convertirı́a en un referente
central para la emergencia y consolidación de las ciencias sociales en Cuba y
Puerto Rico.5

Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico


A pesar del descuido que los cuadros de costumbres han sufrido dentro de los
estudios literarios y culturales latinoamericanos y caribeños, estos constituyeron
un género esencialmente moderno en estrecha relación con el auge de la bur-
guesı́a, la prensa, la secularización de la sociedad y la formación de una esfera
pública a cada lado del Atlántico (Escobar; Iarocci; Kirkpatrick).6 Uno de sus
5
Al utilizar el término “pacto de sentido”, sigo el trabajo de Gabriela Nouzeilles, quien en
Ficciones somáticas, estudia los pactos formales y sociales entre la novela naturalista y el
discurso médico.
6
José Escobar, Michael Iarocci y Susan Kirpatrick han estudiado los cuadros de costumbres
peninsulares. Escobar ha propuesto pensar el costumbrismo como parte de la literatura
moderna en la medida en que era “una práctica literaria que surgı́a de la transformación del
concepto de imitación que se opera[ba] en la estética del siglo XVIII de acuerdo con los
cambios sociales e ideológicos de carácter revolucionario de la época” (118). Iarocci, por su
parte, ha subrayado el lugar del costumbrismo dentro del proceso de secularización cultural
llevado a cabo en Europa durante el siglo XIX. Para Kirkpatrick, la importancia del costum-
brismo español se erigió sobre la base de la clasificación y sistematización de la clase media
española como objeto de estudio. Desde su perspectiva, el costumbrismo facilitó la transición
hacia una sociedad moderna y burguesa (31).

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:39 PS PAGE 135


136  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
mayores atractivos consistió en su capacidad para conectarse con diferentes tra-
diciones intelectuales, desde la novela hasta la literatura de viajes, la cultura
visual, la historia natural y las tempranas ciencias sociales. A partir de los cuadros
de costumbres es posible reorganizar el archivo del siglo XIX pasando por su
dimensión literaria, periodı́stica, visual y cientı́fica.
En primer lugar, el género apareció ligado a la formación de las literaturas
nacionales. Adquirió, en ese sentido, un valor fundacional dentro del conjunto
de códigos en boga para la constitución de los cánones literarios en el con-
tinente. Los textos fundadores de las literaturas cubana y puertorriqueña, por
ejemplo, están de una manera u otra conectados al cuadro de costumbres como
forma literaria. Francisco, la novela antiesclavista cubana de Anselmo Suárez y
Romero, escrita en 1839 y publicada en 1880, tuvo su punto de partida en la
elaboración del artı́culo costumbrista “Ingenio” (1839). El gı́baro (1849) de
Manuel A. Alonso, escrito desde la penı́nsula y destinado a convertirse en el
“fundador” de la literatura puertorriqueña, llegarı́a de la mano de los cuadros
de costumbres. En ese sentido, los cuadros de costumbres no solo fueron un
elemento central para el desarrollo de la novela como género en el siglo XIX
(Henrı́quez Ureña 280), sino además para la constitución de las literaturas
nacionales. La incorporación del costumbrismo posibilitó ensanchar el espacio
de la representación al incluir tipos, paisajes y geografı́as locales. El uso de la
retórica costumbrista buscaba en gran medida insertar lo local en un circuito
cosmopolita.
En segundo lugar, los cuadros de costumbres les proporcionaron a los letrados
decimonónicos un espacio para plantear por medio de la literatura la impor-
tancia de la escritura en el proyecto de imaginar la nación futura. Muchos de los
textos insistı́an en representar escenas de lectura, escritura y publicación
mediante las cuales se apelaba a la autoridad del letrado. Tres de los cuadros
recogidos en el El gı́baro están dedicados a abordar el estado de la literatura en
Puerto Rico. En “Escritores Puerto-riqueños”, Alonso se encarga de dibujar un
breve panorama literario resaltando la importancia del fallecido poeta Santiago
Vidarte (1828–48). En “Los sabios y los locos en mi cuarto” y “La linterna
mágica” la escritura se vuelve autorreferencial, por lo que se podrı́a decir que la
literatura “puertorriqueña” nace, narcisista, leyéndose a sı́ misma. Este último
cuadro, escogido además por Alonso para cerrar el libro, recrea varias escenas
en las cuales su propio texto, El gı́baro, se convierte en objeto de lectura de la
comunidad antillana. Frente al creciente interés, los costumbristas represen-
taron en sus textos los mecanismos y procedimientos que antecedı́an a la publi-
cación, confiriéndoles una referencialidad significativa y develando el proceso
que se ocultaba tras el ejercicio de lectura.
Tercero, los cuadros de costumbres desarrollaron una cultura visual impor-
tante, no solo porque muchos de los textos aparecieron acompañados de litogra-
fı́as, sino además porque la propia escritura intentaba emular los principios de
representación de la pintura realista. En muchas de las estampas, el costumbrista
se comparaba con el pintor, la página en blanco con el lienzo y la pluma con el
pincel. Las dos antologı́as costumbristas cubanas más importantes del siglo XIX,
Los cubanos pintados por sı́ mismos y Tipos y costumbres de la isla de Cuba, aparecieron
publicadas con litografı́as de Vı́ctor Patricio de Landaluze. En esas páginas, el

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:40 PS PAGE 136


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  137
cuerpo y el rostro se convierten en portadores de una serie de principios necesa-
rios para entender el funcionamiento de los individuos y sus respectivas tipo-
logı́as. En ese sentido, los cuadros de costumbres y sus litografı́as constituyeron
ficciones disciplinarias ligadas a un proyecto epistemológico sobre el cuerpo y a
la formación de ciudadanı́as futuras. El corpus visual que acompañó a los cua-
dros de costumbres formó un paradigma visual en la historia cultural cubana y
puso en escena las relaciones entre visión, conocimiento y poder.
En cuarto lugar, los cuadros de costumbres sostuvieron un animado diálogo
con los saberes dominantes del siglo XIX, desde la historia natural hasta la fisio-
nomı́a y la frenologı́a. Junto a los costumbristas españoles Ramón de Mesonero
Romanos (1803–82) y Mariano José Larra (1809–37) aparecieron en los cuadros
de costumbres Carl Linnaeus, Franz Joseph Gall y Johan Caspar Lavater, casi con
más prominencia que sus contrapartes literarias.7 En “El oficial de causas”, por
ejemplo, Manuel Costales le conferı́a a su tipo, perteneciente a la familia de los
letrados, la sabidurı́a fisionómica: “Y al oficial de causas, aguerrido, experimen-
tado, instruido en la ciencia de Lavater, no le sorprende saber lo que ya vio su
ojo perspicaz en el rostro del cliente agradecido” (206–07). Fernández Juncos,
por su parte, en el “El tahúr fiestero” invocaba a figuras como Linnaeus y al
naturalista puertorriqueño Agustı́n Stahl para comenzar su estudio sobre dicha
tipologı́a:

Entre los varios animales dañinos de que no hace mención el Dr.


Stahl en sus conferencias populares, debe figurar en primera lı́nea unos
que en este paı́s se designan con el nombre genérico de buscones.
Dichos animales pertenecen todos a la clase de los mamadores o
mamı́feros, están comprendidos en el orden de los bı́pedos y forman
parte de la especie clasificada por Linneo con el nombre de Homo
sapiens, si bien esta última palabra parece que está de sobra cuando
se trata de gentes por el estilo. (113–14)

El costumbrista no dudaba además en establecer su superioridad frente al


naturalista: lo que se escapaba a la mirada de la historia natural aparecı́a bajo el
dominio costumbrista. El lugar ambivalente de los cuadros de costumbres, entre
ciencia y literatura, le permitió al género intervenir a lo largo del siglo XIX en
importantes debates sobre raza, mestizaje y degeneración, entre otras cuestiones,
estableciendo una normativa social, una especie de hermenéutica sobre la pobla-
ción.
Como ha estudiado Jill Lane, el costumbrismo en América Latina alcanzó su
esplendor en la década de 1830, favorecido por un extenso movimiento cultural
que tenı́a como objetivo consolidar las nacientes comunidades nacionales y las
nuevas hegemonı́as polı́ticas de las clases criollas (24). Al igual que su variante
continental, el costumbrismo en el Caribe siguió una agenda nacionalista y anti-
colonial. Para las elites letradas cubanas y puertorriqueñas, los cuadros de

7
Si bien Linnaeus es considerado el padre de la historia natural moderna, Gall y Lavater
son respectivamente los fundadores de la frenologı́a y la fisionomı́a.

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:40 PS PAGE 137


138  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
costumbres constituyeron un espacio de representación para articular subjetivi-
dades locales y regionales sobre las cuales afirmar las diferencias étnicas entre
imperio y colonia. Los letrados se vieron atrapados en un doble circuito de
diferenciación. Por una parte, necesitaban distinguirse y reafirmarse frente a las
identidades peninsulares y, por otro lado, se sentı́an compelidos a realizar el
mismo ejercicio de singularización pero frente a las clases subalternas de las islas.
El costumbrismo, por tanto, se destacó por su capacidad de funcionar como una
tecnologı́a de descripción y clasificación para la construcción de las tipologı́as
raciales y sociales de los futuros proyectos nacionales.
En los años circundantes a la abolición de la esclavitud, entre 1873 y 1886, el
problema principal en Puerto Rico y Cuba consistió en cómo convertir a las
masas de antiguos esclavos en obreros y trabajadores asalariados, es decir, cómo
organizar la sociedad más allá de las dinámicas entre amo y esclavo, para enun-
ciarla en términos capitalistas y modernos. En Cuba, la población esclava estaba
constituida principalmente por africanos y sus descendientes, pero en Puerto
Rico las elites azucareras se habı́an visto forzadas a reglamentar el trabajo campe-
sino: se habı́a institucionalizado un régimen de trabajo obligatorio que no estaba
basado en un criterio racial. Dicho sistema de trabajo fue más común que el
trabajo esclavo y se extendió hasta la abolición definitiva de la esclavitud en
1873.8 Estas diferencias serán centrales para distinguir la orientación que domi-
nará en los cuadros de costumbres y en las tempranas ciencias sociales de las dos
islas. Mientras en Cuba el eje de atención recaerá en gran medida en las pobla-
ciones negras y mulatas, libres y esclavas, en Puerto Rico la mirada se desplazará
a las poblaciones campesinas o jı́baras, representadas en gran medida como
blancas. Por tanto, si el problema racial será fundamental en Cuba en los cua-
dros de costumbres y las ciencias sociales, en Puerto Rico estará dominada por
la noción de clases jornaleras.
En el proceso de la paulatina incorporación de los sectores negros, mulatos y
campesinos a la sociedad civil, la retórica costumbrista y las tempranas ciencias
sociales permitı́an reorganizar la sociedad. Como sostiene Lane, ante la desarti-
culación de la esclavitud como sistema social, reaparecieron y se consolidaron
nuevas formas de vigilancia y control como la antropologı́a (182). La tipologiza-
ción de la sociedad funcionó como un dispositivo de representación que insistı́a
en imponer un orden sobre el supuesto caos racial y social. Los cuadros de
costumbres incorporaron una gran variedad de tipologı́as y favorecieron la apari-
ción de una zona pública de reflexión sobre las poblaciones que constituı́an un
problema para el paradigma de la nación. Las prácticas costumbristas per-
mitieron colocar dentro del espacio de la representación a dichos segmentos de
la población al mismo tiempo que proveı́an herramientas epistemológicas para
pensarlos. El costumbrismo terminó corporalizando al “otro”, inscribiéndolo en
un sistema taxonómico con acceso a la lengua, al cuerpo y, en muchos casos, al
nombre propio. De esa manera, buscaba postular y organizar un orden social
que implicara una correspondencia entre individuo, sociedad y nación. Frente a

8
En 1849 el Capitán general Juan de la Pezuela estableció el Reglamento especial de
jornaleros, mediante el cual se obligaba a los campesinos sin tı́tulos de tierras y propiedad a
trabajar sistemáticamente para los hacendados.

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:41 PS PAGE 138


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  139
la visión de la nación como comunidad imaginada, construida sobre un espacio
homogéneo y horizontal (Anderson 4–7, 63), las prácticas costumbristas articu-
laron espacios donde la identidad se representaba como divergencia y dispa-
ridad (Bhabha 199–232). En ese sentido, el género se convirtió en un vehı́culo
fundamental para crear un imaginario moderno y nacional a lo largo del siglo
XIX en América latina y el Caribe. Desde su posición de observador, el costum-
brista definió las tipologı́as raciales que se convertirı́an en objeto de estudio para
la antropologı́a y la sociologı́a en Cuba y Puerto Rico, desde los negros curros
hasta el jı́baro, los ñáñigos y la mulata. La figura del costumbrista puede ser
leı́da como la genealogı́a del antropólogo. ¿Cómo alcanzó el costumbrismo esta
dimensión cientı́fica? ¿Cómo se constituyó como práctica capaz de convertir a la
población en materia de estudio?

Historia natural, literatura de viajes y cuadros de costumbres


Los cuadros de costumbres alcanzaron un trasfondo cientı́fico debido a las rela-
ciones tropológicas, discursivas y conceptuales que el género sostuvo con los
relatos de viajeros y la historia natural, muchas veces condensados en la figura
del viajero cientı́fico. Como ha señalado Christopher P. Iannini, la historia
natural fue imprescindible no solo para el desarrollo de la cultura cientı́fica,
sino también para la cultura literaria en las Américas. Su importancia radicó
tanto en la configuración de nuevas cartografı́as geográficas de la región como
en la constitución de importantes tradiciones literarias nacionales. En ese sen-
tido, la historia natural fue fundamental para la emergencia de una cultura
letrada y para la consolidación de la “República de las letras” a lo largo de las
Américas (3–6).
La impronta de la historia natural en las tradiciones letradas del siglo XIX no
se redujo a la incorporación de las descripciones de la flora y fauna dentro de la
narración, sino que se extendió al impulso clasificatorio del saber naturalista.
Los cuadros de costumbres se colocaron de una manera muy cercana a la his-
toria natural en la medida que compartieron el mismo principio clasificador.
Basada en gran medida en una relación recı́proca entre el cuerpo y el carácter,
la taxonomı́a naturalista convertı́a al exterior con sus signos visibles en el umbral
para trazar las polı́ticas de identidad de los diversos sectores de la población.
Este modelo de organización del conocimiento impactó no solo a gran parte del
campo del saber del siglo XIX y principios del XX (desde la fisionomı́a hasta
la frenologı́a y la antropologı́a fı́sica), sino que también funcionó como el eje
estructurador del costumbrismo. La retórica naturalista desbordó la economı́a
narrativa de los cuadros de costumbres.
En “El tabaquero”, publicado en Los cubanos pintados por sı́ mismos, el costum-
brista, llamado Salantis, utilizaba la historia natural como marco de autoridad
para construir su relato:

Entre los diversos tipos sociales esencialmente peculiares á la Reina


de las Antillas y revestidos de un carácter que en vano se procurarı́a
hallar semejante en el resto del mundo descuella gigante uno que en

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:41 PS PAGE 139


140  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
esencia y formas es invariable. Tipos hay que, como las plantas y los
animales, ofrecen variedades tan marcadas que darı́an lugar á graves
dudas al clasificarlos; pero el nuestro, como la palma indiana, destá-
case siempre original sobre cuantos le rodean y las costumbres del
mundo fuera de su cı́rculo de acción no se adhieren mas á él que
el bruñido acero al pulido mármol. No se crea por esto que el
tabaquero, que tal es el tipo que nos proponemos bosquejar, está
exento de todas las caracterı́sticas particularidades de la humana
raza. Como molécula integrante del conjunto de seres que la consti-
tuyen ofrécenos ese estraño cuadro de dolores y placeres, de adversi-
dades y dichas que el destino de cada cual se entretiene en pintar
hasta que la muerte todo lo borre de un solo golpe: pero su origina-
lidad en el de recorrer el camino común de la vida es incontestable.
(41)

Como se entrevé en la cita, el costumbrista partı́a de la idea de que el


tabaquero constituı́a un tipo social inherente a la Cuba del siglo XIX, que se
erigı́a en base a una correspondencia entre la esencia y la forma de dicha tipo-
logı́a. En el intento por explicar su validez como tipo, el letrado recurrı́a a las
plantas y animales, develando al costumbrismo como una extensión o com-
plemento de la historia natural. Uno de los momentos de mayor conexión entre
ambos registros es cuando el costumbrista plantea una identificación absoluta
entre el tabaquero y la palma indiana. A esto se le sumaba un lenguaje con
subido tono cientificista y la voluntad de organizar el cuadro de la cadena
humana.
Pero los propios letrados se encargaron de establecer las conexiones entre el
costumbrismo y la historia natural. En “Los curros del Manglar” (1848), el
cubano José Victoriano Betancourt (1813–75) comienza su cuadro de cos-
tumbres, dedicado al estudio de la tipologı́a curra, una de las más singulares
para el costumbrismo y para la futura antropologı́a, estableciendo una correla-
ción entre el naturalista y el costumbrista. Al inicio del texto, el narrador, un
escritor de cuadros de costumbres, se encuentra en el Jardı́n Botánico de La
Habana contemplando la variedad de palmas del local. El momento de contem-
plación naturalista es interrumpido por la llegada de un antiguo compañero de
estudios, quien le propone una visita al barrio del Manglar para estudiar las
costumbres de los negros curros.

Estaba sentado . . . dulcemente embelesado contemplando el magnı́-


fico panorama que ofrecı́an a mi vista las vı́rgenes y gallardas palmas
del Jardı́n Botánico . . . cuando vino hacia mi un antiguo compañero
de colegio. . . .
—No sabes cuánto me alegro de haberte encontrado; esta noche
vamos a correr una aventura, que, por su originalidad, te prestará
materia para un artı́culo. . . . [E]sta noche hay en la calle de . . . un
velorio de un parvulito, hijo del mulato Timoteo Pereyra, alias
Bilongo; ya tu sabes que él es curro del manglar; allı́ observarás las
costumbres de esta canalla, y al diario con el artı́culo. (263)

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:42 PS PAGE 140


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  141
Hay tres cuestiones interesantes en este pasaje: primero, la escena inicial del
texto se centra en el jardı́n botánico; segundo, el texto ficcionaliza la figura del
escritor de cuadros de costumbres; tercero, el ejercicio de observación constituye
la base de la escritura costumbrista. El narrador, un alter ego del autor llamado
Pepe, representa al escritor de cuadros de costumbres. Al colocarse en el espacio
del jardı́n botánico no hace más que enfatizar las conexiones entre la historia
natural y el costumbrismo. En ese sentido, el texto coloca los orı́genes del cos-
tumbrismo en la historia natural. En el desplazamiento que va del Jardı́n Botá-
nico al Manglar, reconocido en el cuadro de costumbres como el lugar
privilegiado del hampa de la Habana, se concentra la genealogı́a que va de la
historia natural al costumbrismo. Frente al jardı́n botánico, espacio del saber
naturalista por excelencia, el Manglar constituye para el costumbrista el labora-
torio de observación y de estudio.
Pero el narrador costumbrista no se detiene ahı́, sino que con el afán de legiti-
marse frente a la figura del naturalista establece una especie tensión entre ambos
saberes:

Las sociedades humanas tienen un carácter general, que sirve sólo


para clasificarlas, y colocarlas en el gran cuadro del mundo conocido:
bajo este aspecto están sometidas a la jurisdicción de los filósofos
naturalistas; pero como encierran además en sı́, o mejor dicho, se
componen de muchas clases, cada una de éstas tiene sus costumbres
propias, que forman sus caracteres peculiares, los cuales reunidos
vienen a constituir la verdadera fisonomı́a de la sociedad en
general. . . .
Nuestro pueblo ofrece un compuesto de razas, que son otros tantos
tipos originales, cuyo conjunto sólo puede compararse a un manto
de abigarrados colores mezclados al azar, donde la luz se modifica
según la dirección de sus rayos. La vida pública y privada de nuestra
sociedad presenta un fondo de costumbres opuestas entre sı́, que
por su singularidad hace más chocante la mixtura polı́tica de tan
heterogéneos elementos y brinda a cada paso abundante materia al
estudio observador. (261–62)

Si bien el naturalista, haciendo uso del cuadro como sistema de organización


del conocimiento por excelencia (Foucault, Las palabras y las cosas 257–63),
encerraba un saber taxonómico central para entender las dinámicas de las socie-
dades modernas en un contexto general, el costumbrista postulaba una relación
directa con su entorno social. El escritor de cuadros de costumbres se autorizaba
como representante de un saber local que lo ponı́a en ventaja con relación al
naturalista. En el Caribe la mezcla de diferentes “troncos étnicos” convertı́a a la
sociedad en un escenario singular, fuera del alcance de la epistemologı́a natura-
lista europea, y reivindicaba al costumbrista como el estudioso por excelencia de
dicho fenómeno. Ası́ como la tradición naturalista configuró un archivo narra-
tivo y visual a partir del cual la flora y la fauna del continente circuló a ambos
lados del Atlántico, los cuadros de costumbres modularon las taxonomı́as nece-
sarias para el estudio de las tipologı́as humanas. Si el siglo XIX se caracterizó

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:43 PS PAGE 141


142  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
por un fuerte interés en la clasificación, el costumbrista organizó un aparato
descriptivo para asentar las diferencias entre los grupos raciales y sociales que
formarı́an parte de la futura nación.
La consolidación de la historia natural coincidió, como ha señalado Nancy
Stepan, con el auge de la plantación y la esclavitud como institución social y
económica en el Caribe. Es durante ese periodo cuando la categorı́a de raza se
convierte en una forma de identificación cada vez más importante, tanto a nivel
individual como colectivo (Stepan xii), marcando el cambio de paradigma de lo
sanguı́neo a lo racial, corporal y biológico (Foucault, Historia de la sexualidad 88).
Desde finales del siglo XVIII, la historia natural se habı́a convertido en el labora-
torio cientı́fico a partir del cual se reformuló un conjunto de ideas sobre las razas
humanas en analogı́a con el mundo animal. Los naturalistas de este periodo
se encargaron de transformar el estudio de las “razas” humanas en objeto de
investigación sistemática. En ese sentido, la historia natural redefinió conceptos
claves como especie, variedad, degeneración, hibridación y reproducción, necesarios
para reflexionar sobre la idea de raza (Stepan xiii). Los principios de clasifica-
ción de la historia natural de finales del siglo XVIII se adaptaron al estudio de las
“razas” humanas y configuraron nuevos paradigmas de lectura de las poblaciones
coloniales y postcoloniales (Spurr 63).
Muchos de los principios sistematizados por la historia natural en ese perı́odo
se divulgaron bajo el formato de la literatura de viajes. El género de viajes se
habı́a legitimado en la arena cientı́fica internacional mediante un pacto de sen-
tido con la historia natural. Como ha señalado Juan Pimentel, la práctica viajera
se revalorizó como una actividad verosı́mil y fidedigna, capaz de producir conoci-
miento a partir del lenguaje y los métodos de las ciencias naturales: “los viajeros
se convirtieron en testigos fidedignos en base de apropiarse de las técnicas y
estrategias de representación caracterı́sticas de los practicantes de las nuevas
formas de conocimiento natural” (61). Muchos de los relatos de viajeros utili-
zaron la matriz narrativa naturalista para dar cuenta de las representaciones del
cuerpo y del paisaje en tanto ambas instancias se entendı́an como partes de una
misma entidad geográfica. Es decir, sus narraciones representaron a las pobla-
ciones caribeñas a partir de una lógica mimética con el espacio natural.
Dentro del repertorio de prácticas simbólicas disponibles en la arena literaria
del siglo XIX, los letrados favorecieron los cuadros de costumbres como el lugar
de diálogo con la tradición viajera, no solo por la popularidad alcanzada por la
literatura de viajes sino sobre todo por el estatuto cientı́fico que habı́a conse-
guido el género a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. La literatura de
viajes habı́a articulado mecanismos interpretativos claves para anudar fábulas de
identidad sobre las poblaciones y se habı́a convertido en un aparato conceptual
para la formulación del discurso racial moderno y sus formas biopolı́ticas. En
ese sentido, la tradición viajera en el Caribe hispánico insular, desde Alexander
von Humboldt hasta Fray Íñigo Abbad y Lasierra, Fredrika Bremer y Samuel
Hazard, marcó debates claves en la definición de los imaginarios raciales y cultu-
rales de las islas y proveyó visiones fundacionales de la geografı́a, el paisaje y
las poblaciones caribeñas (Pratt 111–41; González Echevarrı́a 100–10). En ese
sentido, la historia natural funcionó como especie de metarrelato donde se

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:43 PS PAGE 142


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  143
entrecruzaban diversas narrativas que iban desde la renovación de un imperia-
lismo discursivo hasta el cuestionamiento de la supuesta inferioridad geográfica
y biológica de la región.
El cruce entre literatura de viajes e historia natural fue tan intenso que, como
sostiene Mary L. Pratt, la consolidación de la historia natural como disciplina
moderna reorientó el paradigma narrativo de la literatura de viajes hacia el inte-
rior de los territorios en la segunda mitad del XVIII. Pero el intercambio entre
literatura de viajes e historia natural no estuvo dominado tan solo por la hege-
monı́a de la historia natural, sino que muchos viajeros naturalistas se valieron de
la popularidad del género con el objetivo de llegar a un público mayor y más
variado. Alexander von Humboldt, por ejemplo, justificaba el uso que hacı́a del
relato de viajes en su Viage a las regiones equinocciales del nuevo continente (1826)
(lii–liii) y en el Ensayo polı́tico sobre la isla de Cuba (1827) se reconocı́a como un
asiduo lector del género, exaltando el trasfondo epistemológico del mismo y
lamentándose incluso de que los naturalistas no siempre hubieran dado crédito
a las observaciones apuntadas por los navegantes, misioneros y otros viajeros
(Ensayo 224). Para Humboldt, los saberes que circulaban en los relatos de viajes
habı́an sido centrales para el desarrollo de las ciencias naturales.
Entre las premisas más atractivas de la historia natural y la literatura de viajes
que los costumbristas utilizaron se encontraba el modelo del viajero naturalista.
Muchos costumbristas se representaban en sus relatos como viajeros ya fuera
porque se desplazaban de la ciudad al campo, del centro a la periferia, o sim-
plemente porque regresaban a la tierra natal después de un periodo de ausencia
prolongado. Los costumbristas eran en gran medida viajeros dentro de sus pro-
pios territorios y, al igual que estos, erigieron sus prácticas en base a la impor-
tancia del ejercicio de observación. El viajero y el costumbrista establecieron
relaciones de contigüidad basadas en la constitución de un campo de visibilidad,
en la utilización de la mirada como forma de organización del conocimiento y
en el uso de la primera persona como dominio de autoridad. En ese sentido, el
viajero y el costumbrista en el Caribe formaron parte esencial de lo que Jonathan
Crary denominó el sujeto observador moderno (3–24).
Uno de los principios provenientes de la historia natural apropiado por los
costumbristas fue la teorı́a de la cadena humana para describir y organizar las
diferentes “razas” que integraban el conjunto social. Dicho paradigma defendı́a
la noción de continuidad y progresión en la escala natural desde los organismos
más simples hasta los vertebrados, siguiendo una organización espacial de las
especies de acuerdo a su grado de complejidad biológica. Betancourt lo
expresaba en los siguientes términos en su ya mencionado cuadro de cos-
tumbres: “Desde el verdugo hasta el sumo imperante, van las clases ocupando
en orden progresivo los distintos grados de la gran escala, y cada fracción de este
todo presenta diversa faz, bajo la cual debe ser estudiada” (261). El principio de
la cadena humana, central en las teorizaciones raciales del siglo XIX, se trasladó,
por un lado, al debate sobre las razas humanas y se convirtió en piedra angular
para el racismo cientı́fico del siglo XIX. Este principio también fue decisivo en
la configuración de las tipologı́as raciales (Chamberlin y Gilman ix). El costum-
brismo incorporó el modelo de la cadena humana como principio normativo de

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:44 PS PAGE 143


144  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
lo social. De modo similar al naturalista, el costumbrista organizaba los diversos
conjuntos de la población de acuerdo a una supuesta jerarquı́a social.
Los cuadros de costumbres asimilaron a través de su forma y contenido el
discurso tipológico de la historia natural. Constituı́an, por una parte, casos de
estudio y, por otra, encarnaban la mirada clı́nica de la ciencia. La estructura
espacializada del cuadro, a manera de vistas, se conectaba con una concepción
tipologizada de los cuerpos y los sujetos. La categorı́a se convirtió en el disposi-
tivo retórico central del costumbrismo y tuvo como función representar una
clase de individuo que compartı́a las mismas caracterı́sticas identitarias, una
especie de arquetipo dentro de una comunidad local, regional y nacional. Si en
un principio el discurso tipológico se empleó para designar la variedad de las
“razas” humanas, posteriormente se extendió a los sectores marginales como las
prostitutas, los enfermos mentales, los criminales y las poblaciones negras y
mulatas constituyéndolos en tipos degenerados dentro de la escala social.
El pacto de sentido con la historia natural y la literatura de viajes le confirió
un trasfondo “cientı́fico” al costumbrismo central en el siglo XIX caribeño. A
finales de la centuria, los cuadros de costumbres se convirtieron en un referente
fundamental para las ciencias sociales en Cuba y Puerto Rico. El costumbrismo
ofrecı́a no solo un modelo retórico y conceptual, sino además habı́a configurado
un concepto de cultura central para la imaginación y escritura antropológica y
sociológica.9 ¿Qué tipo de relaciones se establecieron entre el costumbrismo y
las incipientes ciencias sociales? ¿De qué manera la antropologı́a y la sociologı́a
comenzaron a ocupar el lugar antes destinado a la literatura? ¿Qué tensiones se
establecieron entre los letrados y los nuevos cientı́ficos sociales en el Caribe?

Cuadros de costumbres y ciencias sociales


Tanto Roberto González Echevarrı́a como Jill Lane han señalado las conexiones
entre el costumbrismo y la antropologı́a. En “Cervantes en Cecilia Valdés: realismo
y ciencias sociales”, González Echevarrı́a enfatiza, invirtiendo la hipótesis de Myth
and Archive, una genealogı́a que va del realismo literario a la criminologı́a, la
etnografı́a y la antropologı́a, y coloca los orı́genes de las ciencias sociales en el
realismo novelı́stico en tanto ambos discursos estudiaban los sectores marginales
de la sociedad.10 Lane, por su parte, plantea la importancia de las tradiciones
costumbristas para la formación de la etnografı́a en Cuba y propone el término
de “costumbrismo cientı́fico” para referirse a los primeros textos antropológicos
escritos en Cuba a finales del siglo XIX (21, 187–97).11
9
En Culture and Anomie: Ethnographic Imagination in the Nineteenth Century, Christopher
Herbert analiza las raı́ces decimonónicas del concepto antropológico de cultura desarrollado
a lo largo del siglo XX.
10
“En Cuba el costumbrismo fue también una etnografı́a en ciernes. Se trataba de la
descripción analı́tica, desde el punto de vista de los blancos, de las capas inferiores de la
sociedad: campesinos, negros esclavos y libres, curros, mulatas de rumbo, y ası́ sucesi-
vamente” (González Echevarrı́a, “Cervantes en Cecilia Valdés” 253).
11
Al estudiar La prostitución en la Ciudad de la Habana (1888) de Benjamı́n de Céspedes,
Lane apunta: “The discursive rendering of these ‘types’ places Céspedes’s text in genealo-
gical relation to costumbrismo as much or more than to European ethnography. Indeed, this
text might best be read as a form of ‘scientific costumbrismo,’ in which the narrative conven-

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:44 PS PAGE 144


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  145
Uno de los principios que las tempranas ciencias sociales compartieron con el
costumbrismo consistió en el estudio de las costumbres. Salvador Brau en “Las
clases jornaleras en Puerto Rico” (1882), Benjamı́n de Céspedes en La prostitu-
ción en la Ciudad de la Habana (1888) y Francisco Figueras en Cuba y su evolución
colonial (1907) apelaron a una de las máximas de la literatura costumbrista:
mejorar las costumbres de la sociedad como vı́a para regenerar los vicios y los
males sociales. Las emergentes ciencias sociales y el costumbrismo compartı́an
una misma voluntad pedagógica.
En Cuba, Figueras reconocı́a la importancia del estudio de las costumbres
para la antropologı́a:

Esa serie de actos de un mismo orden y en una misma dirección, que


la repetición convierte en hábito, y que el tiempo transforma en esos
modos generales de vivir, que reciben el nombre de costumbres,
constituyen un recurso de capital importancia para trazar la fiso-
nomı́a de un agregado social; y á él debe apelarse, mejor que á los
Códigos, y aun que á los mismos libros, cuando se quiere que el re-
trato resulte de un exacto parecido. (362)

Figueras reconocı́a la importancia de estudiar las costumbres por encima de


los saberes librescos. Además, y a pesar de que enmarcaba su libro desde la
antropologı́a, no habı́a mucha distinción entre sus argumentos y los utilizados
por los costumbristas cuando abordaban este tema. Entre las costumbres anali-
zadas, dedicaba algunos pasajes a una con fuerte tradición costumbrista: el baile.
Figueras recurrı́a a costumbristas como Buenaventura Pascual Ferrer (1772–
1851), quienes habı́an escrito con anterioridad sobre el tema, para pensar la
centralidad que el baile ocupaba dentro de las costumbres en Cuba. Brau, por
su parte, cuyo proyecto de autonomı́a polı́tica dependı́a de la modernización de
las clases jornaleras en Puerto Rico, se concentraba en tres vicios fundamentales:
el concubinato, el juego y la vagancia. En su ensayo, Brau reivindica a la clase
jornalera al proponer que los tres vicios no se limitaban a ese sector de la
sociedad, sino que eran comunes a las demás clases sociales de la isla y se
extendı́an también a la metrópolis.
Pero el intercambio entre costumbrismo y ciencias sociales no se limitaba al
estudio de las costumbres, sino que muchos de los textos costumbristas con-
tenı́an las claves en las cuales las poblaciones negras, mulatas y campesinas serı́an
leı́das y pensadas desde las futuras ciencias sociales. El gı́baro, por ejemplo, pro-
ponı́a un proyecto importante para la modernización de las masas campesinas
dentro de la tradición nacional puertorriqueña. En primer lugar, construı́a una
iconografı́a desracializada de la figura del campesino. La incorporación de la
colonia, marginal y periférica, dentro de una geopolı́tica moderna dependı́a de
un orden racialmente homogéneo y blanco. En segundo lugar, el texto costum-
brista resemantizaba el término jı́baro: de designar al campesino puertorriqueño

tions of costumbrista aesthetic were enlisted as the primary means through which to make
persuasive ostensibly ‘scientific’ claims about race, gender, and culture” (194).

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:45 PS PAGE 145


146  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
pasaba a connotar al sujeto criollo, llegando a ser una operación simbólica fun-
damental para el desarrollo del discurso de diferenciación nacional. El jı́baro,
como sugiere Francisco Scarano, se habı́a convertido en un tropo para las narra-
tivas de identidad en la medida que permitı́a elevar al campesino al estatuto de
ı́cono nacional (1400). Por último, el texto de Alonso respondı́a a algunos de los
estereotipos formulados por la tradición imperial viajera, desde los postulados
asociados a la degeneración climática hasta los vinculados con la desidia y la
pereza.
El gı́baro aparecerı́a reeditado nuevamente en 1882 y 1883 en medio del cre-
ciente auge de las antologı́as costumbristas y la aparición de los primeros textos
antropológicos y sociológicos en Puerto Rico. Las reediciones no respondı́an
solo al deseo de legitimarlo como el texto fundador de la literatura nacional,
sino que buscaban enfatizar el proyecto modernizador propuesto en sus páginas
e incluso señalar la centralidad de las letras a la hora de trazar las polı́ticas de
identidad racial y cultural. La edición de 1883 vendrı́a acompañada del prólogo
de Brau, quien reconocı́a el valor epistemológico de los cuadros de costumbres.
Que sea precisamente él, reconocido como uno de los fundadores de la socio-
logı́a en Puerto Rico, quien haya escrito el prólogo a la tercera edición no hace
más que revelar la importancia del costumbrismo para la constitución de las
ciencias sociales. Si, como sostiene Ileana M. Rodrı́guez-Silva, figuras como Brau
consolidaron desde la sociologı́a un campo discursivo centrado en las nociones
de las “clases trabajadoras”, la “armonı́a racial” y el “jı́baro dócil”, se debió básica-
mente a que estos presupuestos ya habı́an sido elaborados desde la cultura cos-
tumbrista por escritores como Manuel A. Alonso (30–55).
Al igual que Brau en Puerto Rico, Figueras, de Céspedes y Fernando Ortiz
eran asiduos lectores de la tradición costumbrista cubana. Los textos fundadores
de la antropologı́a utilizaron la economı́a narrativa del costumbrismo, su retó-
rica tipológica y el uso de sus estereotipos para intentar construir un dominio
discursivo y un lugar de enunciación diferenciado. Si nos detenemos, por
ejemplo, en las maneras en que Ortiz incorpora las tipologı́as de los negros
curros y los ñáñigos en su estudio Los negros curros, es posible trazar lı́neas de
continuidad entre un campo discursivo y otro. Como ha señalado Jossiana
Arroyo, el negro curro se transforma de delincuente a personaje carnavalesco
en la escritura antropológica de Ortiz (170), pero esta evolución ya habı́a aconte-
cido dentro de la cultura costumbrista. Si tomamos como punto de partida “Los
curros del Manglar” de Betancourt y lo comparamos con dos estampas poste-
riores, “El baile” (1865) de Luis Victoriano Betancourt y “Los negros curros”
(1881) de Carlos Noreña, es posible rastrear la transformación acaecida dentro
del interior de la tipologı́a. Mientras en la primera estampa el curro se lee en
clave delictiva, ya en las dos últimos su figura ha pasado a formar parte de las
tradiciones folclóricas de las clases dominantes blancas. En cambio, el ñáñigo
siguió figurando en clave delictiva al igual que habı́a sucedido en textos costum-
bristas como “El ñáñigo” (1881) de Enrique Fernández Carrillo. Incluso cuando
Ortiz lee en clave de contrapunto las tipologı́as del negro curro y del ñáñigo, no
hace más que insertarse dentro de los modos de construcción del sentido que
habı́an predominado en la tradición costumbrista. La lectura dialógica se con-
vierte en una estrategia discursiva para oponer la cultura curra a la ñáñiga en la
medida que el curro se define en oposición al ñáñigo.

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:45 PS PAGE 146


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  147
La antropologı́a y la sociologı́a construyeron gran parte de sus tradiciones y
saberes a partir de un trabajo cercano con los relatos costumbristas, pero una
vez institucionalizadas desautorizaron la validez de estos materiales. Una de las
estrategias en la consolidación de las nuevas prácticas consistió en establecer
jerarquı́as discursivas entre el costumbrismo y las incipientes ciencias sociales.
En su ya mencionado estudio, Ortiz contraponı́a el costumbrismo a la sociologı́a
y a la antropologı́a (1). Mientras el costumbrismo se asociaba con lo folklórico y
lo pintoresco, los nuevos saberes se validaban como la única hermenéutica capaz
de descifrar los “secretos” de la cultura afrocaribeña y campesina. A través de la
contraposición, los nuevos cientı́ficos sociales autorizaban su intervención en un
campo que habı́a sido dominado por el costumbrismo a lo largo del siglo XIX y
enfatizaban la autoridad de la nueva “ciencia” para el estudio de las tipologı́as
raciales. En el lento proceso de institucionalización, las ciencias sociales tendrı́an
que separarse y distinguirse de las tradiciones letradas que habı́an cumplido una
función similar. Al igual que las nuevas prácticas, los relatos de los costumbristas
ponı́an en escena el acto de nombrar, interpretar y representar a otra cultura.
Narraban la experiencia obtenida a través del ejercicio de la observación y fun-
daban sus relaciones discursivas a partir de las dinámicas entre lo enunciable y
lo visible, entre la observación y la escritura, entre el observador y el observado.
La definición de las ciencias sociales dependió de un proceso de individualiza-
ción discursiva basado en la formulación de una metodologı́a, en la configura-
ción de los objetos de estudio y en la creación de un aparato institucional propio.
Pero la tradición costumbrista habı́a definido con anterioridad los objetos de
estudio y muchos de los argumentos de la futura antropologı́a y sociologı́a. La
historia de la institucionalización de las ciencias sociales podrı́a ser narrada
como una disputa entre las técnicas, procedimientos y conceptos propios de los
relatos costumbristas y los métodos que estas disciplinas intentaron sistematizar
como suyos. Frente a esos otros géneros, las ciencias sociales se erigirı́an como
un nuevo modo de ver y representar al “otro” cuya eficacia radicaba en la auto-
ridad cientı́fica del observador. Ya James Clifford planteó, en The Predicament of
Culture, cómo la emergencia de los conceptos de “trabajo de campo” y “participa-
ción observativa” provocaron un quiebre insalvable entre una antropologı́a
académica y prácticas constituidas fuera del marco institucional por viajeros y
misioneros (26). A partir de la especialización y división del trabajo, el saber
antropológico producido desde instancias no académicas fue reinventado como
una proto-antropologı́a (Pels y Salemink 7). En Cuba y Puerto Rico, el costum-
brista se verı́a despojado en un proceso similar de sus saberes antropológicos.
A finales del siglo XIX, las ciencias se habı́an convertido en lenguaje autori-
zado para hablar sobre el cuerpo, la raza y la identidad. Este nuevo estatuto de
las ciencias amenazaba el lugar de las letras y del letrado, quien habı́a ocupado
con anterioridad ese espacio privilegiado. Ante la creciente autoridad de las
ciencias sociales como método de estudio y análisis de lo social, los letrados
apelaron a los cuadros de costumbres para contrarrestar el protagonismo que
comenzaban a adquirir la antropologı́a y la sociologı́a en Cuba y Puerto Rico a
finales del siglo XIX. Con la publicación de las antologı́as costumbristas y sus
importantes prólogos, el letrado se resistı́a a perder la centralidad que habı́a
gozado en la esfera pública. Si la fragmentación de la república de las letras y la

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:46 PS PAGE 147


148  Revista Hispánica Moderna 69.2 (2016)
subsiguiente especialización de los saberes replegaban al letrado hacia el interior
de lo social, con la recuperación de los cuadros de costumbres este se oponı́a a
la autonomización de la literatura. En ese sentido, las antologı́as costumbristas y
sus prólogos se convirtieron en una batalla por el control y el dominio de la
naciente esfera pública. Se trataba, sobre todo, de una lucha por mantener la
autoridad del letrado y de la literatura como bellas letras en el ámbito de lo
social.

obras citadas
Abbad y Lasierra, Iñigo. Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto
Rico. Centro de Investigaciones Históricas, 2002.
Alonso, Manuel Antonio. El gı́baro: cuadros de costumbres de la isla de Puerto Rico. Juan Olivares,
1849.
Anderson, Benedict. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism.
Verso, 2006.
Arroyo, Jossiana. Travestismos culturales: literatura y etnografı́a en Cuba y Brasil. Iberoamericana,
2003.
Bachiller y Morales, Antonio. Introducción. Tipos y costumbres de la isla de Cuba: Por los mejores
autores de este género, de Antonio Bachiller y Morales et al., ilustraciones de Vı́ctor Patricio
de Landaluze, Miguel de Villa, 1881, pp. 5–9.
Betancourt, José Victoriano. “Los curros del Manglar”. Costumbristas cubanos del siglo XIX,
editado por Salvador Bueno, Ayacucho, 1985, pp. 261–68.
Bhabha, Homi K. The Location of Culture. Routledge, 2009.
Brau, Salvador. Disquisiciones sociológicas, y otros ensayos. Puerto Rico UP, 1956.
Bremer, Fredrika. Cartas desde Cuba. Traducido por Matilde Goulard de Westberg, Arte y
Literatura, 1981.
Céspedes y Santa Cruz, Benjamı́n de. La prostitución en la ciudad de la Habana. Establecimiento
Tipográfico O’Reilly Número 9, 1888.
Chamberlin, J. Edward y Sander L. Gilman. Introducción. Degeneration: The Dark Side of
Progress, de J. Edward Chamberlin y Sander L. Gilman, Columbia UP, 1985, pp. IX–XIV.
Clifford, James. The Predicament of Culture: Twentieth-Century Ethnography, Literature, and Art.
Harvard UP, 1988.
Crary, Jonathan. Techniques of the Observer: On Vision and Modernity in the Nineteenth Century.
MIT UP, 1992.
Crespo y Borbón, Bartolomé José. Las habaneras pintadas por sı́ mismas: en miniatura. Imprenta
de Oliva, 1847.
Dumont, Henri. Antropologı́a y patologı́a comparada de los negros esclavos. Traducido por Israel
Castellano, Molina, 1922.
Escobar, José. “Costumbrismo: estado de la cuestión”. Romanticismo, no. 6, 1996, pp. 117–26.
Fernández Juncos, Manuel. Costumbres y tradiciones. Biblioteca de El Buscapié, 1883.
———. Galerı́a puertorriqueña: tipos y caracteres. Costumbres y tradiciones. Instituto de Cultura
Puertorriqueña, 1958.
———. Varias cosas: colección de artı́culos, narraciones, sátiras y juicios literarios. Tipografı́a de las
Bellas Letras, 1884.
Figueras, Francisco. Cuba y su evolución colonial. Imprenta Avisador Comercial, 1907.
Fornet, Ambrosio. El libro en Cuba: siglos XVIII y XIX. Letras Cubanas, 1994.
Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Traducido por Ulises Guiñazú, vol. 1, Siglo XXI,
1998.
———. Las palabras y las cosas. Traducido por Elsa Cecilia Frost, Siglo XXI, 2002.
González Echevarrı́a, Roberto. “Cervantes en Cecilia Valdés: realismo y ciencias sociales”.
Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, vol. 31, no. 2, invierno, 2007, pp. 267–83.
———. Myth and Archive: A Theory of Latin American Narrative. Cambridge UP, 1990.
Hazard, Samuel. Cuba with Pen and Pencil. Hartford Publishing, 1871.
Henrı́quez Ureña, Max. Panorama histórico de la literatura cubana. Vol. 1, Arte y literatura, 1978.

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:46 PS PAGE 148


domı́nguez, Cuadros de costumbres en Cuba y Puerto Rico  149
Herbert, Christopher. Culture and Anomie: Ethnographic Imagination in the Nineteenth Century.
Chicago UP, 1991.
Humboldt, Alexander von. Ensayo polı́tico sobre la isla de Cuba. 1827. Traducido por José López
de Bustamante, Fundación Fernando Ortiz, 1998.
Iannini, Christopher P. Fatal Revolutions: Natural History, West Indian Slavery, and the Routes of
American Literature. North Carolina UP, 2012.
Iarocci, Michael. “Romantic Prose, Journalism and Costumbrismo”. The Cambridge History of
Spanish Literature, editado por David Thatcher Gies, Cambridge UP, 2004, pp. 381–91.
Kirkpatrick, Susan. “The Ideology of Costumbrismo”. Ideologies and Literature vol. 2, no. 7,
1978, pp. 28–44.
Lane, Jill. Blackface Cuba, 1840–1895. Pennsylvania UP, 2005.
Nouzeilles, Gabriela. Ficciones somáticas: naturalismo, nacionalismo y polı́ticas médicas del cuerpo.
Beatriz Viterbo, 2000.
Pels, Peter y Oscar Salemink. Introducción. Colonial Subjects: Essays on the Practical History of
Anthropology, editado por Peter Pels y Oscar Salemink, Michigan UP, 2002, pp. 1–52.
Pimentel, Juan. Testigos del mundo: ciencia, literatura y viajes en la Ilustración. Marcial Pons, 2003.
Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. Routledge, 1992.
Ángel Rama. La ciudad letrada. 1984. Arca, 1998.
Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina: literatura y polı́tica en el siglo XIX.
Fondo de Cultura Económica, 1989.
Rodrı́guez-Silva, Ileana M. Silencing Race: Disentangling Blackness, Colonialism, and National
Identities in Puerto Rico. Palgrave Macmillan, 2012.
Salantis. “El tabaquero”. Los cubanos pintados por sı́ mismos. Ilustraciones de Vı́ctor Patricio de
Landaluze, grabados de José Robles, Barcina, 1852.
Scarano, Francisco Antonio. “The Jı́baro Masquerade and the Subaltern Politics of Creole
Identity Formation in Puerto Rico, 1745–1823”. American Historical Review, no. 101, 1996,
pp. 1398–431.
Stepan, Nancy Leys. The Idea of Race in Science: Great Britain, 1800–1960. Archon, 1982.
Spurr, David. The Rhetoric of Empire: Colonial Discourse in Journalism, Travel Writing, and Imperial
Administration. Duke UP, 1993.
Ortiz, Fernando. Los negros curros. Ciencias Sociales, 1986.
Valle Atiles, Francisco del. El campesino puertorriqueño: sus condiciones fı́sicas, intelectuales y
morales, causas que la determinan y medios para mejorarlas. Tipografı́a de J. González Font,
1887.

................. 18957$ $CH2 11-03-16 12:33:47 PS PAGE 149


Copyright of Revista Hispánica Moderna (0034-9593) is the property of University of
Pennsylvania Press and its content may not be copied or emailed to multiple sites or posted to
a listserv without the copyright holder's express written permission. However, users may
print, download, or email articles for individual use.

También podría gustarte