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El Arbitraje en Venezuela
El Arbitraje en Venezuela
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En el país existe discusión sobre la figura jurídica del arbitraje, en especial del arbitraje
internacional privado y entre este los referentes a inversiones o a materias donde esté
envuelto el interés público. Diversas demandas judiciales de nulidad e interpretación
de leyes relacionadas con el arbitraje han sido interpuestas y con frecuencia se dictan
conferencias o se realizan seminarios en los cuales se abordan dudas relacionadas con
el tema o se adoptan posiciones tendentes a crear opinión o doctrina al respecto.
Con el objeto de buscar claridad sobre este asunto, de mucha importancia jurídica,
económica y política para el país, se hace necesario analizar el concepto y caracteres
genéricos del arbitraje como figura jurídica y los de sus posibles especies, ya que no es
poco frecuente que en la práctica por razones económicas o por intereses de otra
naturaleza, se deformen las figuras jurídicas y que sin embargo se continúe hablando de
ellas como si se tratara de las verdaderas, lo que produce conclusiones erradas y efectos
dañosos de diversa naturaleza.
Un caso palmario de esto lo hemos tenido en el país con los llamados Contratos de
Servicio en materia petrolera, originariamente tomados del Contrato de Prestación de
Servicios del Código Civil (Libro Tercero, Titulo IX), al cual se le añadieron especiales
precisiones mediante el Art. 3º de la Ley de Hidrocarburos de 1943 (Reforma de
1967), pero que se fueron deformando mediante negociaciones que los fueron
empujando hacia la figura concesionaria, que en materia petrolera había sido
políticamente proscrita y que después lo fue también legalmente. No obstante, se
continuaba hablando de los contratos de servicio como si hubieran conservado su
verdadera naturaleza conceptual, lo cual produjo cuestionamientos, demandas y efectos
adversos al país, que ha obligado a un laborioso esfuerzo de corrección.
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Algo parecido pudiera estar sucediendo con el arbitraje, ante el cual el país ha tenido
una tradición de cautela en su uso procesal privado interno y una prevención grande en
cuanto a su aplicación internacional.
Así hasta nuestro anterior Código de Procedimiento Civil (CPC, 1916), no se le daba
carácter obligatorio al “pacto compromisorio”, es decir al pacto realizado para someter a
arbitraje un conflicto por venir. De manera que si el conflicto aparecía y una de las
partes se negaba a ratificar el pacto ante el Tribunal, no podía ser obligada a someterse
al arbitraje y la cláusula quedaba sin efecto.
Esa cautela, como se ve, se mantuvo durante largo tiempo frente a la cláusula
compromisoria de orden nacional y en cuanto al arbitraje internacional para resolver
asuntos públicos, más que cautela, hay en el país una sensación de temor, dadas las
duras experiencias históricas sufridas por la Nación, de tal manera que resulta negado
políticamente que a alguien se le ocurra actualmente sugerir, por ejemplo, el
sometimiento a arbitraje de uno de nuestros conflictos fronterizos.
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3. CORRIENTE LAUDATORIA
Una corriente laudatoria del arbitraje lo pone como el remedio para la desconfianza ante
los tribunales naturales, como una solución mejor que las negociaciones directas entre
partes para resolver los conflictos y como un incentivo casi indispensable para las
inversiones.
Se han dictado leyes nacionales que amplían la aplicación interna del arbitraje privado y
han proliferado tratados internacionales que lo han llevado mas allá de un modo de
resolver los litigios entre Estados o entre entes públicos y lo han puesto al servicio de
intereses comerciales, no solo entre particulares, sino de estos frente al Estado o sus
entes, muy especialmente en el llamado arbitraje de inversiones, objeto también de leyes
internas que en cierto modo asumen, impropiamente, funciones típicas de los tratados
internacionales.
Esta mezcla de propósitos, figuras e intereses es lo que debe ser clarificado, a fin de
asumir una racional posición jurídica ante el uso del arbitraje nacional e internacional.
4. LA CONFLICTUALIDAD SOCIAL
Como el aforismo de que “el derecho propio llega hasta el límite del ajeno”, no
funciona espontánea ni automáticamente, la ley debe establecer coercitivamente los
límites entre la heterogeneidad de derechos existentes en la sociedad. Pero la ley no
puede ni prever, ni evitar, ni solucionar, todos los conflictos sociales, ni acudiendo al
auxiliar administrativo de la reglamentación que puede solo aproximarse un poco mas a
la especificidad de los conflictos, pero que tampoco puede llegar a todos los intersticios
sociales donde se producen.
La ley, en procura de los anteriores propósitos, acude a la contratación a la cual dota con
su fuerza entre las partes, pero limitando a la voluntad de estas al ámbito de aquellas
cuestiones que no afecten el orden público, el cual deja reservado a la colectividad en su
conjunto, representada por el Estado, en preservación de valores indispensables para la
existencia ordenada del grupo social.
El arbitraje, como un medio alternativo de administrar justicia, forma parte del sistema
judicial trazado por el constituyente y queda por tanto sujeto a los principios allí
señalados. El primero de ellos es el que señala que la “facultad de administrar
justicia emana de los ciudadanos y ciudadanas” y de esa fuente tienen que derivar los
árbitros su potestad de decidir y no de ninguna otra de carácter económico, técnico,
científico, por importante que sea y debe por tanto la investidura de los árbitros
sujetarse a las formalidades señaladas por la ley. No puede perfeccionarse por el mero
acuerdo de las partes, ni convalidarse por la sola decisión de cámaras de comercio,
asociaciones profesionales o privadas relacionadas con el arbitraje. La aceptación de los
árbitros y la Constitución del tribunal arbitral debe hacerse ante el Tribunal natural
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competente (608 CPC) y una vez aceptado el cargo, el árbitro que se separe de él sin
causa legítima incurrirá en el delito de denegación de justicia (615 CPC).
Debe el procedimiento arbitral sujetarse también a la regla suprema del debido proceso
(257 CRBV) y por tanto ni aún en el caso de árbitros arbitradores pueden estos
abandonar o relajar la totalidad de las normas jurídicas, sustantivas y procesales, y una
vinculación indispensable con estas debe mantenerse para que las decisiones arbitrales
no lleguen a ser objeto del capricho o de la arbitrariedad, incompatibles con la equidad y
la justicia.
El arbitraje es una pieza del sistema judicial, tal como lo establece la Constitución, la
cual no acoge el arbitraje como un mecanismo autónomo o paralelo con propósito de
eludir, sustituir o evadir la jurisdicción pública so pretexto de ineficiencia, venalidad,
imparcialidad o cualquier otro vicio endilgado a los Tribunales naturales, ni para
sustraer del conocimiento público el control de determinadas materias por supuesta
necesidad del manejo confidencial de las mismas.
Ese procedimiento deriva su validez del mandato legal que lo crea y queda sujeto al
cumplimiento de la organización en él establecida.
Es un procedimiento que para que se active necesita del consentimiento de las partes,
pero este consentimiento tiene condicionamientos y limitaciones que no pueden ser
eludidos.
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Esa manifestación debe ser expresa, clara y precisa, porque tratándose de que las partes
han de abandonar, aunque sea parcial y temporalmente, la jurisdicción de sus jueces
naturales, no puede haber dudas ni ambigüedades al respecto, por lo que ese
consentimiento no puede ser tácito, ni presunto, ni deducido.
Así que no pueden los particulares en el arbitraje actuar libremente, con omisión de
formalidades, ni en cualquier materia ni con prescindencia de las autoridades judiciales,
a cuyo control quedan sujetos y de quienes dependen para la ejecución de los laudos.
El arbitraje esta sujeto a la ley y a la acción de los jueces naturales, quienes en ocasiones
actúan como jueces de alzada y en otras para dirimir incidencias que puedan surgir en el
procedimiento arbitral y éste no releva la acción de los jueces naturales sino
parcialmente, ya que mediante el arbitraje solo se decide la declaración del derecho,
bien actuando los árbitros conforme a las estrictas reglas jurídicas o como arbitradores
según su leal saber y entender.
Para que el laudo de los árbitros tenga la fuerza de la cosa juzgada debe ser consignado
ante el juez donde los árbitros fueron designados, quien lo publicará y es competente
para conocer de las acciones de nulidad sobre el mismo.
pueden decidir de buena fe y equitativamente con mayor facilidad que los jueces
naturales
7. EL ARBITRAJE INTERNACIONAL
El arbitraje internacional propio, es decir, aquel que se aplica para resolver conflictos
entre los entes de derecho internacional, es materia típica de los tratados, mediante los
cuales los Estados pueden coordinar sus soberanías.
El arbitraje internacional es una alternativa ante la fuerza o la guerra, tiene que ver con
la soberanía de los Estados, se regula por tratados o acuerdos conforme al derecho
internacional y goza de mayor autonomía que el arbitraje nacional.
respeto a los derechos humanos. Entre estos últimos el debido proceso (49 CRBV)
tiene relevante importancia en el ámbito del derecho adjetivo dentro del cual debe
desempeñarse el arbitraje.
El Art. 301(CRBV) dice: “El Estado se reserva el uso de la política comercial para
defender las actividades económicas de las empresas nacionales, públicas y privadas.
No se podrá otorgar a personas, empresas u organismos extranjeros regímenes más
beneficiosos que los establecidos para los nacionales. La inversión extranjera está sujeta
a las mismas condiciones que la inversión nacional”.
Por otra parte, dada la potencia de los capitales y la debilidad de muchos de los países
donde acuden, los primeros imponen a los segundos condiciones desiguales o
desventajosas. La regla de cláusulas a favor de los gobiernos en los contratos
administrativos, en la práctica se invierte a favor de los capitales foráneos. Pero estos no
se conforman con esa ventaja, sino que solicitan garantías que los protejan contra los
riesgos, incluso los normales de todo negocio, como los de no tener ganancias o de
perder. Piden convenios de estabilidad fiscal, de libre convertibilidad de la moneda, de
indemnizaciones que no solo restituyan el valor de sus inversiones netas o reales, sino
que cubra las ganancias esperadas o el lucro cesante, limitando por esta vía las
facultades soberanas de los estados de nacionalizar o expropiar o de alguna otra forma
restituir, cuando se haya desequilibrado, la ecuación económica de negociaciones o de
poner estas al servicio social. Y como coronación de todo ello aspiran un tratamiento de
personas de derecho internacional, que las haga inmunes ante las jurisdicciones
nacionales y que les de la unilateral ventaja de acudir a tribunales arbitrales externos, al
margen del control jurisdiccional de los estados, con aplicación de normas jurídicas
sustantivas y adjetivas ajenos al derecho de estos últimos.
9. CONCLUSIONES
Nos encontramos frente a tres normas que deben ser interpretadas armónicamente, en
búsqueda de la correcta posición constitucional frente a la figura jurídica del arbitraje:
Es este campo natural de los Tratados Internacionales, mediante los cuales los Estados
pueden coordinar sus soberanías, por la que están dotados de alto rango legal y
especiales formalidades de formación y promulgación, que los distinguen de las demás
leyes.
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