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Las esposas
Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado
por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo
paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de
enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante
esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios.
Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio; por lo
tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo debe funcionar. Dios le ha asignado un
cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o intentar substituirlos, es buscar el
fracaso matrimonial.
Esta posición no significa que la mujer sea inferior al varón, sino que se diseñó para la
protección de la mujer y para la armonía en el hogar. Dios no honra a quienes se aferran
a sus supuestos «derechos», sino a aquellos que eligen libremente obedecerle.
A. La belleza de la sumisión
La esposa fue creada para que fuera la ayuda idónea para su marido. Como tal, expresa
la belleza de la iglesia que está subordinada y sujeta a Cristo. Esta sumisión representa
para ella una gran ganancia, porque así está protegida.
a) A nivel físico. Esto se advierte por la mayor fragilidad de la mujer, que le impide
realizar ciertas labores prácticas.
b) A nivel emocional (psicológico). La mujer no fue diseñada para enfrentar los rigores
de la vida, para resolver las crisis familiares, y la toma de las grandes decisiones. De
hecho, puede hacerlo si se ve obligada a ello (porque no es asunto de capacidad), pero
no será sin consecuencias para su salud emocional.
B. Modelo
Existe una estrecha relación entre la iglesia local y la esposa. Si la iglesia local se sujeta
a Cristo, ello permitirá a las esposas tener un modelo que imitar; pero si no es así, las
esposas piadosas están llamadas a mostrar en su matrimonio lo que la iglesia local
debiera ser respecto a Cristo.
La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce muchas veces porque la
mujer, sea por sí misma o por mutuo acuerdo con el varón, toma el lugar del marido
como ‘cabeza’. Esto trae consigo una confusión de roles. Christenson dice: «Cuando el
esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa,
el hogar sufre las consecuencias».
En muchos casos, la ruptura del orden está influido por la «femini-zación» de la cultura,
en que la mujer ha ido intercambiando sus roles de igual a igual con el hombre e,
incluso, asumiendo el rol de él en la dirección del hogar.
a) Rencillas. Las rencillas son consecuencia del orgullo herido. Una mujer rebelde se
siente permanentemente tocada en su autoestima. Su reacción son las palabras y
actitudes violentas. Por casi cualquier motivo, ella provoca una disputa. Él, en un
comienzo, cede ante su esposa para evitar el choque, pero finalmente se cansa, y
responde. El hogar se transforma en un campo de batalla en que las palabras hirientes,
cual flechas, van y vienen buscando el blanco. «Gotera continua (son) las contiendas de
la mujer» (Prov. 19:13b). «Gotera continua en tiempo de lluvia y la mujer rencillosa,
son semejantes; pretender contenerla es como refrenar el viento, o sujetar el aceite con
la mano derecha» (Prov. 27:15-16). «Mejor es vivir en un rincón del terrado que con
mujer rencillosa en casa espaciosa» (Prov. 21:9 y 25:24). «Mejor es morar en tierra
desierta que con la mujer rencillosa e iracunda» (Prov. 21:19). En este ambiente, los
hijos son desdichados testigos de estas batallas de denuestos, y recibirán las
consecuencias.
c) Manipulación para obtener el control. Utilizando las rencillas, los desprecios, los
propios hijos, y otros muchos recursos, causará tal agobio en el marido, que él sólo
querrá la paz. Y el precio de esa paz puede ser el gobierno de la casa. Resultado: se
produce una inversión de los roles. El marido puede llegar a ser apenas uno más entre
los hijos. Así se ha instaurado el matriarcado. Ella está contenta, el marido, resignado,
pero ¿y el Señor?
6. Consecuencias mediatas
b) Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para su propio bien y el del
matrimonio. La esposa deberá ceder el control del hogar y ocupar el lugar de sumisión
y dependencia que Dios le prescribió. Eso podrá incomodarle en un comienzo, pero en
definitiva traerá descanso y paz a su corazón.
d) Aceptando que el marido que tiene no lo escogió ella, sino que se lo dio Dios.
Ciertamente, Dios no se ha equivocado al darle el marido que tiene.
Tomado de www.aguasvivas.cl