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16 a 18)
Las representaciones de las lecturas antiguas, y de sus diferencias tales cbmo las
revelan el trabajo de impresión, o en su finalidad normativa las puestas en escena
literarias, pictóricas o autobiográficas, constituyen datos esenciales para una
arqueología de las prácticas de lectura. Sin embargo, aunque éstas enuncian los
contrastes que están más presentes en el espíritu de los contemporáneos, no deben
ocultar otras divergencias, percibidas en formas menos claras. Por ejemplo, son
varias las prácticas que invierten los términos mismos de la oposición, a menudo
bosquejada, entre la lectura solitaria del foro burgués o aristocrático y las
lecturas en común de los auditorios populares. De hecho, leer en voz alta, para los
otros, sigue siendo uno de los cimientos de la sociabilidad de elite y, por el
contrario, lo impreso penetra en el corazón mismo de las intimidades populares,
fijando en los objetos modestos (que no todos son libros, sino más bien lo
contrario) la huella de un momento fuerte de la existencia, el recuerdo de una
emoción, el signo de una identidad. Contrariamente a la imaginería clásica,
producida en la misma era moderna, el pueblo no siempre está en plural y hay que
hallar en su secreta soledad las humildes prácticas de aquellos que recortaban las
imágenes de los libros ocasionales, coloreaban los grabados impresos y leían para
su único placer los libros azules.
Llevado a un terreno en particular. (la Francia de entre los siglos XVI YXVllI),
ligado a un problema específico (los efectos de la penetración de lo escrito
impreso en la cultura de la mayoría), procediendo por medio de estudios de casos,
el camino propuesto en esta introducción querría situar la historia de la lectura
en el corazón de una nueva forma de pensar y escribir la historia cultural. Dándole
por objeto centrallas formas y las prácticas, no abandona los principios de
interpre tación que dieron fuerza a la historia social de la cultura. [24] Su
propósito apunta, en primer lugar, a hacer surgir la constatación de las di-
ferencias más arraigadas desde el punto de vista social del estudio de los
dispositivos y de las apropiaciones. Más allá de los desgloses canónicos y fijos
que separan los enfoques constituyéndolos en disciplinas (la historia del líbro.Ja
crítica textual, la sociología cultural), la historia de la lectura dibuja un
territorio común donde cada uno, a partir de sus propias herencias y tradiciones,
construye el mismo objeto. De este encuentro depende sin lugar a duda una mejor
comprensión de las tensiones que atraviesan las sociedades del Antiguo Régimen y
tal vez, también, un conocimiento más lúcido de nuestras propias prácticas.
Ocio y sociabilidad:
la lectura en voz alta en
la Europa moderna
Tanto en estos textos, como en muchos otros, el comercio del libro tiene los mismos
rasgos: se aleja de la ciudad, del poder, de la multitud (la "prisa" dice Séneca,
la "urgencia" escribe Montaigne). En las representaciones y en las prácticas
sociales, el acto de lectura define una consciencia nueva de la individualidad y de
lo privado, construida fuera de la esfera de la autoridad pública y del poder
polftico, fuera también de los múltiples lazos que constituyen la vida social o
doméstica.
Sin embargo, leer en los siglos XVI YXVII no es siempre ni en todos lados un gesto
de una intimidad en reclusión. La lectura puede también crear un lazo social,
reunir alrededor de un libro, cimentar una relación de convivencia pero bajo la
condición de no ser ni solitario ni silencioso. En una época donde, por lo menos en
las elites, se generaliza una aptitud a la lectura que no exige ya la oralización
del texto lefdo para asegurar su comprensión, [4J la lectura en voz alta ya no es
una necesidad para el lector sino una práctica de sociabilidad, en circunstancias y
finalidades múltiples. Estas son aquellas que este ensayo querría identificar, a
partir de una primera compilación de textos o de imágenes.
En primer lugar, la lectura en voz alta hecha por un lector orali zador para una
asamblea de auditores reunidos a su alrededor, está dada por algunos textos de
ficción como un modo ordinario de su circu- lación. Como es el caso de La
Celestina, esta tragicomedia creada por Fernando de Rojas y publicada por primera
vez en Burgos en 1499.
En la edición de Toledo de 1500, el "corrector de impresión" agrega in fine un
poema de siete estrofas, que indica bajo el título: Dice el modo que se ha de tener
leyendo esta tragicomedia, cómo debe leerse el texto. El lector al cual está
dirigido, debe leer en voz alta, y los apartados entre dientes ("cumple que sepas
hablar entre dientes"), variar el tono (leerá
Esos eran los tres hombres con quienes pasaba mis ratos de ocio.
Después de haber razonado juntos los temas que se presentaban,
sin ninguna discusión agria ni ganas de lucirse en detrimento
unos de otros, uno de nosotros leía en voz alta algún buen libro,
del cual examinábamos los más bellos pasajes, para aprender a
vivir bien y a morir bien, según la moral, que era nuestro princi-
pal tema de estudio. Muchos disfrutaban escuchando nuestras
conferencias, que les eran útiles, según creo, puesto que nada se
decía que no estuviera relacionado con la virtud. Desde entonces,
nunca encontré una sociedad tan cómoda y tan razonable: ésta
duró los siete años que serví en el regimiento de Normandía. [10]
El tiempo del ocio militar conoce así diversos modos de lectura y de relación con
el libro que definen prácticas relacionadas y sociabilidades encartonadas: la
lectura individual alimenta el estudio y la meditación personales, la que se hace
en voz alta sugiere el comentario, la critica, el debate, y esas conferencias entre
amigos, frecuentes e informales, pueden atraer a otros oyentes, mudos, instruidos
por la escucha de los textos leídos o los argumentos intercambiados. Según
Henri de Campion, el libro, con el juego, es el pasatiempo corriente de los
oficiales de campaña y, como él, promete acuerdos que no son los de la soledad ni
de la multitud. Leído en voz alta, por uno u otro, significa y refuerza a la vez el
compromiso de amistad. Las pequeñas sociedades tan "cómodas" y "razonables" como la
descrita por Henri de Campion existen también en la ciudad. Entre los siglos 16 Y
17 , se constituyen las diversas formas de sociabilidad intelectual alrededor del
texto leído en voz alta y del libro hojeado y discutido: aquella del salón, aquella
mejor reglamentada de la academia, o aquella de la visita inopinada.
Sin embargo. de una a otra forma. sigue siendo una misma práctica. que puede ser
definida como la academia en todas sus variaciones: la lectura en voz alta y su
escucha.
Es también el alimento de la vida de salón. como veremos en dos representaciones.
La primera es literaria y paródica y ocupa las tres primeras escenas del Acto 111
de las Femmes Savantes. La lectura en voz alta de los poemas recientes define aquí
(de manera cómica) la sociabilidad letrada. La asamblea es ante todo un auditorio
("Demos rápido audiencia", declara Philaminte), impaciente por escuchar y co-mentar
el soneto y luego el epigrama de Tríssotín, y listo luego para escuchar los
"pequeños versos" de Vadius, La matriz de la escena está dada por dos prácticas que
suponen la lectura en voz alta: por un lado.
las lecturas realizadas por los mismos autores, estigmatizadas por Vadius,
inconsciente de su propio ridículo :
por otro lado. las lecturas del salón, como aquella donde Vadius escuchó el soneto
de Trissotin:
De una compañía parecida, Jean-Fran~ois de Troy dio. cincuenta años más tarde, una
representación pictórica y seria (colección Marchioness of Cholmondeley). En un
salón rococó. a las tres y media de la tarde según el péndulo. cinco mujeres y dos
hombres. cómodamente Instalados en Sillones muy bajos. con forma de poltrona.
escuchan la lectura que hace uno de ellos, con libro en mano. La compañra está
apartada del mundo por la puerta cerrada, por el biombo desplegado. se reune
alrededor de la palabra lectora. El título del cuadro indica cuál es ,el autor que
retiene la atención de esta forma y alimenta los pensamientos de cada uno, en ese
instante de lectura interrumpida y sorprendida: se trata de Moliere.
En ciertas ocasiones, leer en voz alta para los anfitriones de uno puede
considerarse como un presente que realiza el visitante. Laurent Dugas, un honés
notable, presidente de la Corte des Monnaies de la CIUdad. da testimonio de ello en
su correspondencia. En 1733, M. de la Font,. un hidalgo de la reina, recibió un
ejemplar con dedicatoria del nuevo libro de Voltaire. De inmediato va a visitar a
sus amigos Dugas:
Laurent Dugas escucha una segunda lectura del texto, unos días más tarde en la
Academia:
Deseoso de compartir su acuerdo, Dugas proyecta una tercera lectura del libro, en
compañía de su amigo Bottu de Saint-Fonds,que vive en Ville-franche-sur-Saóne, a
quien dirige su carta. Para ello, le pidió al señor de la Font que le prestara el
libro el dfa que Bottu visitaría Lyon. Y a este último, declaró:
Sin embargo, la lectura en voz alta no siempre se practica entre gente que se
conoce y se frecuenta. Con ocasión de un viaje, ella puede establecer un lazo
temporal entre compaf\eros de viaje. El 26 de mayo de 1668, Samuel Pepys regresa de
Cambridge a Londres con Tom, su joven servidor:
Nos levantamos a las 4; cuando estuvimos listos y comidos, nos llamaron al coche;
salimos alrededor de las 6. Habfa un hombre y dos mujeres en un grupo, gente
corriente,
y una dama sola no muy bella pero sf de excelente conversación.
Me agradó mucho charlar con ella y le hice leer en voz alta del libro que estaba
le-
yendo en el coche, que era las Meditaciones del Rey; y el muchacho y yo cantamos.
[17]
La lectura escuchada en forma colectiva (en este caso las meditaciones y plegarias
del rey Carlos Primero antes de su ejecución) cimenta, junto con la conversación y
el canto, una comunidad efímera, que permanece anónima y toma así más agradable la
convivencia forzada del viaje. Las iniciativas sociables de Pepys parecen producir
su Cenamos todos juntos y nos divertimos. [18]
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