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El valor de un rostro sonriente

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El valor de un rostro sonriente

En este apunte y ampliaremos lo que vimos en el apunte B sobre sonrisa

El valor de un rostro sonriente

Dr. Carlos Logatt Grabner

Desde nuestras primeras clases, expresamos que los homos sapiens sapiens,
somos seres sociales, por ello, desde que nacemos los rostros atraen nuestra
atención. A través de ellos podemos reconocer rápidamente a los conocidos,
detectar el estado emocional de las demás personas, percibir si lo que decimos o
hacemos es o no de su agrado y un largo etcétera. Todas estas son habilidades
fundamentales para una especie tan social como la nuestra.
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Tan importantes son los rostros que el cerebro humano posee áreas especializadas
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para la lectura de los mismos y además a través de las expresiones faciales nos
contagiamos nuestras emociones unos a otros.
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Para los científicos el modo en que el cerebro percibe un rostro y cómo se ve


afectado por la expresión de éste es de sumo interés, ya que hace al desarrollo de
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nuestras habilidades sociales.


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Entre los muchos trabajos que buscan dilucidar este tema se encuentra uno
realizado por el neurocientífico Olivier Pascalis en la Universidad de Sheffield,
Inglaterra. Pascalis, junto a su equipo, buscó observar si bebés y adultos tenían la
capacidad de identificar en fotografías a diferentes personas y monos.

En el caso de los pequeños, para su trabajo se basaron en una característica de


nuestro cerebro asociada con el reconocimiento visual, que es la de mantener por
más tiempo la atención y mirada en algo que resulta novedoso y, por el contrario,
menor en lo conocido.

En su primer estudio, presentaron a adultos y bebés de 9 meses fotos de personas


y de monos de Java. Tal como era de esperar reconocer rostros humanos les
resultaba sencillo, pero no pasaba lo mismo con los simios.

No conformes los investigadores sumaron a su experiencia un tercer grupo, en


este caso bebés de 6 meses, que a diferencia de los dos anteriores pudo distinguir
los rostros de los monos conocidos al igual que el de los humanos.

Para los especialistas esto se debe a que el sistema de reconocimiento facial es


muy flexible en sus inicios, pero a medida que pasa el tiempo el cerebro se va
especializando en los rostros con los que se relaciona. De esta manera, se pierde
la capacidad de reconocer los de una especie como, por ejemplo, los monos, con
los cuales no convivimos. También consideran que esto produce que nos resulte
difícil poder distinguir los rostros de personas de otras etnias con las cuales no
interactuamos cotidianamente haciendo que las percibamos similares entre sí.

Pero parecería que la capacidad de poder individualizar macacos es posible, y en


ello centraron su investigación la doctora Lisa Scott y su equipo de la Universidad
de Massachusetts, quienes a un grupo de padres de bebés de 6 meses les pidieron
que mostrarán durante un tiempo a los pequeños un libro con imágenes de
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monos. No obstante, antes se los dividió en grupos: el A debía mostrarlo


calladamente; el B, llamarlos monos y el C, darle a cada uno un nombre y volver a
repetirlo con cada muestra.
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Al encontrarse tres meses después pudieron observar que los del grupo C
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conseguían identificar los monos sin inconvenientes, llegando a la conclusión de


que la diferencia con el estudio anterior se debió a que los monos tenían nombres.
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Esto generó que el cerebro pusiera más atención en los detalles, mientras que en
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los otros casos se observaron más las generalidades.


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El área de reconocimiento facial se sitúa en las superficies ventromediales de los
lóbulos temporal y occipital, e involucra al giro occipital inferior, al giro fusiforme
medial y al surco temporal superior. Su lesión provoca Prosopagnosia, es decir la
incapacidad de reconocer caras.

No obstante, el reconocimiento de imágenes faciales además de estas áreas


requiere de la interconexión de distintas redes neuronales, ya que no solo se debe
desde reconocer que lo que se ve es un rostro, sino además si es de alguien
conocido, asociarlo a memorias emocionales, nombres, etc.

Con respecto a los nombres es común que luego de que nos presenten a alguien,
al poco tiempo olvidemos cómo se llama, pero increíblemente si nos encontramos
con esa persona meses después seremos capaces de recordar su cara, en dónde la
conocimos y, con mucha vergüenza, saludarla sin poder encontrar en nuestra
memoria su nombre.

Sin embargo, esto no debe preocuparnos ya que para el cerebro es sencillo


recordar rostros, algo que fue fundamental para nuestra supervivencia. Los
nombres nos cuestan más debido a que el lenguaje es una función más reciente y
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para que los relacionemos a una cara debemos además asociarlos a otras
características y eventos que exigen de un esfuerzo cognitivo mayor y que lleva
más tiempo de activación neuronal.
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Tanto nos atraen los rostros que por la década del 80 apareció en nuestra
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comunicación digital el empleo de emoticones, para expresar la emoción o el


estado de ánimo que sentimos. Los primeros no eran las imágenes actuales, sino
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un conjunto de signos como, por ejemplo: :-).


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Rápidamente pudimos aprender a relacionar la unión de estos signos con una cara
feliz, y un estudio realizado en el Laboratorio de Cognición y Cerebro de la Escuela
de Psicología de la Universidad Flinders en Adelaida, Australia, indicó que el
cerebro reacciona ante estas figuras de la misma manera que lo hace frente a un
rostro humano.

Los emoticones son muy usados, ya que suman a una comunicación sin rostro
diferentes niveles de expresión, contribuyendo a que la misma sea más cálida e,
incluso, permita al ser leído un mensaje, el tono emocional que desea trasmitir
quien lo envía.

Entre todos los rostros hay uno que despierta una intensa respuesta emocional de
ternura y placer: el de los bebés. Si bien al igual que otras caras son procesadas
por las áreas de la lectura de las mismas, activan fuertemente el circuito de
recompensa cerebral, tal como lo presentan los estudios del investigador Morten
Kringelbach de la Universidad de Oxford.

La dulce expresión de los pequeños genera un rápido y fuerte pico de actividad en


la corteza orbito frontal, implicada en el placer y relacionada con la detección de
estímulos gratificantes.

Muchas de las investigaciones científicas sugieren que nuestro cerebro es


enormemente eficaz en detectar una expresión en los rostros: la sonrisa. Ésta nos
advierte que quien está enfrente de nosotros es un “amigo”. Por esta razón, si
volvemos a pensar en términos de supervivencia, este mensaje no es para nada
menor.

De hecho, un trabajo realizado por la psicóloga Erin Heerey en la Universidad


Bangor, del Reino Unido, encontró que identificamos con mayor rapidez una
sonrisa verdadera que una de cortesía.
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En su investigación Heerey, aplicó dos sistemas de observación para presentar a


un grupo de voluntarios rostros con los dos tipos de sonrisas: genuina y social. En
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el primero, ellos debían pulsar un botón cuando detectaran una sonrisa y en el


otro aplicar sensores eléctricos en sus caras.
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El resultado del trabajo arrojó que todos interpretaron más rápidamente las
sonrisas verdaderas y que además ante las mismas los músculos de las bocas de
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los participantes reaccionaban imitando el gesto al activar las neuronas espejo.


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Giacomo Rozzollati ―el descubridor de estas neuronas― expresó que la
percepción de un rostro activa estructuras internas del sistema nervioso central
como las áreas sensitivas y motoras y por ello moldea los músculos faciales de
quien observa a otro.

Las sonrisas sociales surgen cuando las normas socioculturales nos dicen que
debemos ser corteses. Si bien no producen la misma respuesta que las genuinas,
sin lugar a dudas nos resultan agradables y por ello las usamos, y forman parte de
nuestra vida social como un mensaje de respeto y aceptación. En la sonrisa
genuina o de Duchenne, en honor al especialista francés que la identificó por
primera vez, se elevan las mejillas y se contrae un número de pequeños músculos
que se encuentran rodeando la cavidad orbital del ojo, lo que produce las
conocidas “patas de gallo”, algo que rara vez se consigue con la sonrisa social.

Los rostros sonrientes al activar el circuito de recompensa cerebral y liberar


dopamina producen que estos sean más fáciles de recordar, ya que también el
hipocampo ―un área relacionada con la memoria― presenta mayor actividad
antes los mismos, según estudios realizados en Centro de Neurociencias Cognitivas
de la Universidad de Duke.

Richard Davinson y Paul Ekman, dos especialistas en el estudio de las emociones,


descubrieron en una de sus investigaciones que la contracción voluntaria del
músculo orbital producía una importante actividad en el giro frontal medio, un área
que, según los investigadores, es uno de los asientos de las emociones positivas.
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Cuando esta zona se activa, la persona manifiesta signos evidentes de


sentimientos de entusiasmo, optimismo y alegría.
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En este punto del apunte, es interesante reflexionar sobre si en los espacios y con
las personas con quienes interactuamos abundan las sonrisas, y hasta
preguntarnos a nosotros mismos si vamos por la vida con una.

Podemos decirnos que a veces es muy difícil mantener un estado de ánimo


elevado con tantas exigencias y estresores, pero, como dice el neurólogo Antonio
Damasio, el mejor modo de contrarrestar emociones que nos perjudican es
teniendo otras positivas. Si bien todas las emociones son buenas, algunas de ellas
si se mantienen en el tiempo nos afectan negativamente, como, por ejemplo, el
estar enojados.

Pero volviendo a las sonrisas y emociones positivas, existen algunos tips (que ya
estamos poniendo en práctica) que pueden ayudarnos a llevar nuestro sistema
atencional hacia ellas.

Uno es anotar en un cuaderno durante el día cosas buenas que nos pasaron; al
principio puede ser difícil encontrarlas, pero a medida que hacemos esto, a
nuestro cerebro le resulta más sencillo descubrirlas y nos asombraremos de
cuántas cosas buenas nos suceden. Mirar estas anotaciones durante el día y
ampliarlas nos despertará siempre una verdadera sonrisa. De este modo, sin
darnos cuenta, iremos por la vida contagiándolas y descubriremos que ciertas
arruguitas alrededor de nuestros ojos son una bella muestra de que sonreímos a
menudo :).

Bibliografía:

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