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El laberinto de la política argentina

Juan Delgado 

Lucia Abelleira Castro 

21/11/2021
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Elecciones legislativas

El domingo 14 de noviembre se celebraron en Argentina las elecciones


legislativas de medio término en las cuales se renovaron parcialmente la
Cámara de Senadores y la Cámara de Diputados del Honorable Congreso de
la Nación Argentina. Se trató de las elecciones generales, luego de que el 12
de septiembre pasado se realizaran las elecciones PASO (Primarias, Abiertas,
Simultáneas y Obligatorias) donde los distintos espacios políticos debieron
dirimir quiénes encabezarían sus listas definitivas en las generales. “Celebrar”
es quizá una expresión protocolar, dada la compleja situación social,
económica y -como intentaremos presentar en este breve artículo- política en la
que se encuentra sumida la nación argentina. En rigor, se eligieron diputados
en los 24 distritos electorales y senadores en 8 de ellos. A partir de diciembre,
la nueva cámara baja se caracterizará por una mayor paridad entre las dos
principales fuerzas, la alianza Juntos y la coalición gobernante Frente de
Todos. La cámara alta, por su parte, tendrá la particularidad, por primera vez
en 38 años, de no contar con la mayoría automática en manos del peronismo
en sus distintas variantes.
Analistas de las más variadas vertientes político-partidarias suelen oscilar entre
dos extremos maliciosos a la hora de sus comentarios coyunturales: la
estrechez de miras atada a la entronización del dato duro estadístico
descontextualizado, por un lado, y la pura improvisación narrativa carente de
apoyo estadístico. Con humildad y cautela, intentaremos pararnos en el punto
medio entre ambos polos.

Para comenzar, una cifra: la elección del domingo fue la segunda con menor
participación electoral desde el retorno de la democracia en Argentina en 1983.
Solamente asistieron a los comicios el 71% de los ciudadanos presentes en el
padrón electoral. Un dato que agrega dramatismo: este nivel de ausentismo
solo se superó en las elecciones primarias de septiembre, donde la
participación fue solamente del 66%. Una comparación espeluznante es la que
arroja el guarismo de participación electoral de las presidenciales de hace solo
2 años, cuando cerca del 81% de los ciudadanos empadronados emitieron su
voto. Algunos señalan un dato real, aunque poco tranquilizador, que indica que
existe una tendencia de menor participación en las elecciones de medio
término que en las presidenciales. Serviría de consuelo si no fuera porque en
2017, aun concediendo esta advertencia, la participación alcanzó el 77,61%.

En septiembre los comentadores políticos habituales sostenían que la baja


participación se debía a la todavía muy compleja situación sanitaria producto
de la pandemia. Dos meses después, con las actividades sociales (deportivas,
nocturnas, gastronómicas, etc) prácticamente liberadas y colmadas de
asistentes, esa excusa sirve de poco. Hacia el final de este artículo
intentaremos buscar una posible lectura a esta realidad.

Los resultados: ni vencedores ni vencidos

El domingo por la noche, luego de que fueran cargados los primeros resultados
y las pantallas de televisión fueran decoradas con porcentajes sueltos y
periodistas desconcertados, nadie pudo proclamarse ganador con firmeza.
Sucede que el mapa electoral, si bien arroja una abrumadora victoria de la
alianza Juntos (ex Juntos por el Cambio, ex Cambiemos, y así podríamos
seguir y rastrear sus orígenes hasta 1976), es incapaz de dar una explicación
satisfactoria a los resultados. En un país con una concentración poblacional tan
marcada como la de Argentina, las elecciones nacionales suelen inclinarse
hacia un lado u otro en base a los resultados de los distritos más poblados:
principalmente la Provincia de Buenos Aires, seguida por la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. En otras palabras, 5 distritos
de un total de 24 pueden definir una elección.

La ¿derrota? del Frente de Todos

En ese contexto, dados los resultados de las elecciones primarias, el escrutinio


dominical fue una sorpresa para muchos. En septiembre, el gobierno había
afrontado una furibunda derrota en prácticamente todos los frentes y, por sobre
todos, el de la Provincia de Buenos Aires. Bastión histórico del peronismo, solo
brevemente arrebatado por el macrismo en el período 2015-2019, se había
reconstituido como centro de poder político de la coalición gobernante con la
aplastante victoria en las elecciones de 2019 que también sirvieron para
consolidar el triunfo a nivel nacional de la fórmula Fernández-Fernández. En
septiembre, la alianza Juntos irrumpió con una contundente victoria. Aquella
había estado marcada no tanto por un aumento en su caudal de votos sino por
una sangría en los apoyos a la alianza peronista.

El domingo pasado, sin embargo, pareció ser efectivo el plan efectuado desde
septiembre por el gobierno nacional de recuperar el terreno perdido. Lo hizo a
partir del fomento a la movilización de sus votantes ausentes en septiembre y
mediante la recomposición parcial de los ingresos reales de los argentinos. El
gobierno logró recortar la diferencia de 5% a menos de 2%, lo que significa que
cosechó cerca de 300 mil votos más con respecto a septiembre.

De la misma forma, aun con una derrota categórica en la Ciudad de Buenos


Aires (fortaleza macrista desde 2007 en adelante), la del domingo fue la mejor
elección de medio término del kirchnerismo en las últimas décadas, lo que le
permitió sumar legisladores en la asamblea local y fortalecer su capacidad de
negociación con el macrismo en la pésima gestión de la capital nacional.

En los otros tres distritos mencionados (Córdoba, Santa fe y Mendoza), el


peronismo sufrió un golpe duro, marcado por la abismal diferencia en favor de
la alianza macrista en Córdoba (donde el kirchnerismo apenas superó el 10%
de los votos) y dos también dolorosos “segundos puestos” en Santa Fe (donde
en 2019 había sido electo un gobernador miembro del Frente de Todos) y en
Mendoza, una esquiva provincia de tradición conservadora. Asimismo,
podemos agregar que el Frente de Todos perdió el terreno recuperado en 2019
en la provincia de Entre Ríos, donde esta vez se llevó el triunfo por gran
diferencia el candidato macrista.

En términos generales, el gobierno tiene poco que celebrar, ya que perdió más
de 2 millones de votos con respecto a las elecciones de 2019 (siempre con la
salvedad del brutal descenso de participación en comparación a aquella
elección), perdió su mayoría en la Cámara de Senadores y se ve francamente
complicado en la cámara de diputados donde hasta el momento había logrado
desempeñarse con relativa facilidad. Aun con todo, tiene a su favor la
importante remontada en Buenos Aires y haber mejorado su rendimiento en
prácticamente todos los distritos provinciales y municipales a nivel nacional con
respecto a septiembre.

La recomposición de la Alianza Juntos

La indiscutible victoria de la oposición en las elecciones del domingo fue


amargada por lo ocurrido en Buenos Aires y en la Capital Federal. En esta
última no solo por la “buena” elección del kirchnerismo sino por la mala
elección de María Eugenia Vidal, ex gobernadora de la Provincia de Buenos
Aires y hada madrina del macrismo aparentemente dialoguista. Asimismo, la
irrupción del candidato de ultraderecha (que será comentada a la brevedad)
Javier Milei significó un duro golpe para el macrismo, que deberá soportar una
Legislatura local con 5 representantes ultraliberales que sin duda
obstaculizarán (veremos de qué forma) sus planes de convertir a la Ciudad de
Buenos Aires en la usina de la especulación inmobiliaria y el cemento.

En cuanto al resto del país, Juntos puede festejar sus impactantes victorias en
los distritos más importantes y unos sorpresivos resultados que le darán una
mayor presencia en la Cámara de Senadores.
Lo que queda por ver de aquí en adelante es la manera en la que el macrismo
digerirá sus pujas internas. Luego de la humillación de 2019, la coalición sufre
de una acefalía latente puesto que Mauricio Macri sigue reconociéndose líder
del espacio mientras que su figura es cuestionada por derecha y por
ultraderecha a diario. Los resultados del domingo también tendrán su influencia
en la sucesión de Macri. El ala -múltiples comillas mediante- moderada liderada
por Horacio Rodríguez Larreta, actual alcalde de la Ciudad de Buenos Aires,
salió debilitada. Luego de conseguir que alfiles de su sector encabezaran las
listas en Buenos Aires y la Ciudad, los resultados de ambos distritos menguan
su capacidad de enfrentar al gobierno nacional en 2023. Los principales
beneficiarios de esta circunstancia son, por un lado, los representantes
“federales” del espacio, dirigentes en distritos de menor densidad poblacional
pero con mayor capacidad de articulación política, a saber: Gerardo Morales,
gobernador de Jujuy; Luis Juez, electo senador por Córdoba; Rogelio Frigerio,
ex ministro del Interior de Macri y recientemente electo diputado en Entre Ríos;
además del tándem mendocino Cobos-Cornejo. Por el otro, también debe
regodearse la ex ministra de Seguridad de Macri, Patricia Bullrich, quien en una
suerte de “renunciamiento martirizante” había cedido su lógico lugar en las
listas electorales de Capital Federal o Buenos Aires en manos del ala
moderada. Bullrich constituye el sector más radicalizado de la alianza macrista
y no ha dudado en coquetear con las fuerzas de la ultraderecha recientemente
conformadas, cuyos líderes -y votantes- tampoco pierden oportunidad para
reconocer su liderazgo e importancia.

¿Qué pasa con los extremos?

La elección, además de todo lo anterior, se diferencia de los comicios de los


últimos lustros por el crecimiento de la ultraderecha paleolibertaria, hacia el
extremo derecho, y de la izquierda trotskysta, hacia el extremo izquierdo.

Si sumamos las candidaturas de Javier Milei en la Ciudad de Buenos Aires y


las de José Luis Espert y Cynthia Hotton en la Provincia de Buenos Aires,
observamos que la ultraderecha cosechó casi un millón y medio de votos. Se
trata de espacios de reciente conformación que vienen a representar un
electorado flotante pero siempre presente en la historia política argentina. Con
el declive político del macrismo, afloraron a su derecha expresiones
previamente contenidas en su estructura y que recogen las insinuaciones
ultraliberales, antidemocráticas y aporofóbicas que el macrismo dejó colgando
en su período de gobierno. Sus candidatos, especialmente Espert y Milei,
llevan años como invitados estelares de la televisión propagando un discurso
netamente violento que intenta tensionar el debate político hacia posiciones
antiestatistas, antiderechos y antifeministas.

El progresismo intelectual ha encendido las alarmas a raíz del avance electoral


de estas fuerzas. Estos espacios parecen cosechar del carácter histriónico de
sus candidatos, la complaciente recepción que consiguen en los medios de
comunicación y, por sobre todo, del conservadurismo (cada vez menos)
subterráneo de una importante parte de la ciudadanía argentina, hastiada de la
pobreza, la inoperancia de la clase política y que no se siente reflejada en las
agendas identitarias en las que el progresismo suele refugiarse.

Contrario a muchos de los análisis que venimos escuchando y leyendo, estas


fuerzas no coinciden mecánicamente con los sectores de mayores ingresos y
tradiciones aristocráticas. De hecho, en la Ciudad de Buenos Aires, Javier Milei
(al igual que el kirchnerismo) obtuvo sus mejores resultados en la zona sur de
la capital, donde la desigualdad que caracteriza a la Ciudad se hace carne de
forma más desvergonzada. Es difícil hacer la misma lectura para el caso de
Espert. Candidato en la provincia, se enfrentó a un terreno donde las
posiciones más conservadoras suelen estar incorporadas a las fuerzas
tradicionales, merced a aparatos territoriales mucho más desarrollados e
identidades políticas tradicionalmente más fuertes que en la Ciudad.

Una parte del éxito electoral de estos espacios puede explicarse por su
discurso “antisistema”. Duela a quien le duela, luego de años de una izquierda
acomodaticia a los intereses del establishment económico (sea por correlación
de fuerzas, sea por incapacidad o sea por voluntad política) surtió efectos
devastadores como los del domingo. Es así que un personaje minúsculo como
Javier Milei, economista poco reputado, escritor de libros de dudosa validez
científica, orador deficiente, ex asesor de grupos económicos y espacios
políticos deudores de la última dictadura militar, puede presentarse como un
candidato “anticasta”.

En el caso de la izquierda trotskysta, los comicios significaron un resultado


histórico. Con respecto a 2019, obtuvieron alrededor de 900 mil votos más. A
su vez, lograron conseguir un escaño por la Ciudad de Buenos Aires luego de
20 años. Y como si esto fuera poco, dieron la sorpresa en la provincia de Jujuy,
lindera con Bolivia y de fuerte presencia de pueblos originarios, en la que el
Frente de Izquierda logró un escaño para Alejandro Vilca, obrero recolector de
residuos.

En tiempos de crisis como el nuestro, los extremos del espectro político suelen
beneficiarse. Pero sería injusto atribuir los buenos resultados de la izquierda
solo a aquella circunstancia. Más bien conviene resaltar el largo y paciente
trabajo de militancia de sus bases en los últimos años, además de una buena
campaña electoral. Su candidata en la Ciudad de Buenos Aires, Myriam
Bregman, fue la única capaz de enfrentar a Javier Milei en sus arrebatos
caprichosos contra el Estado y la “casta”. Quizás si el gobierno hubiera hecho
lo propio a nivel nacional contra el macrismo habría conseguido un mejor
resultado. Otro ejemplo igual de categórico para estos casos, aunque en Chile,
fue el de Gabriel Boric en el último debate presidencial frente al pinochettista
José Antonio Kast.

Aun con un bloque de 4 diputados a partir del 10 de diciembre, la esperanza


del crecimiento de la izquierda tiene corto alcance. No solo por las tendencias
polarizantes que seguramente actuarán de aquí hacia las presidenciales de
2023, sino porque la izquierda trotskysta se ha demostrado inflexible a la hora
de apoyar políticas de todo punto populares como el Impuesto a las Grandes
Fortunas aprobado el año pasado en Argentina. Entre el hiperrealismo
paralizante del gobierno y el infantilismo ultraizquierdista del Frente de
Izquierda, los únicos beneficiados son los grupos económicos y sus infames
abogados políticos.

¿Cómo se llegó aquí?

Como decíamos al inicio, nadie se pudo declarar vencedor de las últimas


elecciones. O mejor dicho, todos tienen algo que festejar. La ultraderecha
festeja su ingreso a la tan vilipendiada estructura política estatal; la izquierda
celebra su excelente elección y su grupo parlamentario de 4 diputados; la
oposición festeja no haber perdido votos con respecto a 2019; el gobierno se
contenta con no haber sido aplastado en su bastión y haber mejorado mucho
su performance desde septiembre.

Lo llamativo, como dijimos, fue la sangría de votos que sufrió el peronismo


unificado si se tiene en cuenta la elección de hace solo 2 años. Fueron 2
millones de votos que o bien no participaron de la elección o bien migraron a
otras fuerzas.

De todas formas sería reduccionista cualquier análisis que no tuviera en cuenta


de qué forma llegó el Frente de Todos al gobierno y qué sucedió en estos dos
años de mandato. Alberto Fernández alcanzó la presidencia con un
esperanzador triunfo sobre Mauricio Macri después de 4 años de destrucción
de la economía, pauperización extrema de la sociedad argentina y deterioro de
los derechos y garantías de todos los ciudadanos y ciudadanas del país.

Su programa: recomposición de los ingresos, negociación de la calamitosa


situación de deuda que el macrismo felizmente construyó a pasos agigantados
en solo un mandato, recuperación del tejido industrial y una serie de reformas
de carácter netamente progresista. Luego de 90 días de relativa tranquilidad y
con un macrismo en estado de shock, la desgracia de la Pandemia del COVID-
19 trastocó sus planes, como a todos los gobiernos del planeta.

La gestión sanitaria de la pandemia fue buena. Se evitó el colapso sanitario y el


plan de vacunación ha sido un éxito impresionante. Pero a todos los
oficialismos les ha sido dificultoso enfrentarse a una circunstancia en la que es
casi imposible evitar gran cantidad de muertes, de las que la oposición macrista
no dudó en apropiarse políticamente de forma mezquina.

Con una economía con dos crisis rutilantes en 6 años (la macrista y la
pandémica) y un gobierno desgastado políticamente por la mella constante de
la oposición política y mediática, los comicios no llegaban en el mejor
momento. Asimismo, una serie de traspiés políticos y simbólicos de la gestión
de Alberto Fernández y Cristina Kirchner contribuyó a su derrota: imágenes del
presidente violando las restricciones sanitarias (imagen pacientemente
guardada por la oposición para ser publicada antes de las elecciones), marchas
atrás en momentos claves de su gestión como la expropiación de la cerealera
Vincentín, entre otros.

Los datos económicos son contundentes y su peso simbólico es aún mayor


cuando responden a la gestión de un espacio político que llegó al poder
prometiendo la recomposición del nivel de vida de los y las trabajadoras. De los
aproximadamente 20 millones de trabajadores argentinos, solo 6 millones
corresponden a los empleos formales privados. Esto es: solo un tercio de los
trabajadores cuentan con la protección sindical (en un país con un movimiento
obrero organizado de impresionante fuerza) y derechos laborales como
indemnización por despido, vacaciones, aguinaldo, obra social, etc. Es la
misma cantidad neta de trabajadores formales que en 1975, cuando la
población era la mitad de la actual. Los otros dos tercios están compuestos por
7 millones de trabajadores informales (de la economía popular,
cuentapropistas, etc), 3,8 millones de empleados públicos de todas las
categorías (esta es una cifra que de todas formas esconde el gran nivel de
precarización que constituye el régimen de contratación estatal) y 3,7 millones
de trabajadores semi-formales.

Esto determina un altísimo nivel de desprotección de gran parte de las familias


trabajadoras frente a los vaivenes de una economía inestable como la
argentina. En 2020, producto del parate total de la producción impuesto por el
Covid-19, el Estado nacional respondió de forma rápida (aunque obviamente
insuficiente) para contener a estos sectores.

En 2021, sin embargo, la gestión económica encabezada por el Ministro de


Finanzas Martín Guzmán (también responsable de la negociación de la deuda
externa privada y con organismos multilaterales) decidió mantener un equilibrio
fiscal y una restricción del gasto social necesario por la dramática situación
social de gran parte de la población. Es así que en los tres primeros trimestres
de 2021 se registraron fuertes caídas reales en las erogaciones sociales como
Jubilaciones y Pensiones, Programas sociales varios, Asignaciones Familiares
y Prestaciones Sociales. Solo las Pensiones sociales no contributivas lograron
crecer (lo que incluye a la política social emblema del kirchnerismo: la
Asignación Universal por Hijo).

Entre 2017-2021, además, se registró una caída del 8% en la participación de


los salarios en el PBI, contracción solo superada por lo ocurrido a principios de
los 90’ en el gobierno de Carlos Menem.

El trasfondo de este escenario no es otro que la negociación que lleva el


Estado argentino con un viejo conocido de nuestro país: el Fondo Monetario
Internacional. Argentina es actualmente el mayor deudor del Fondo gracias al
préstamo de 57 mil millones de dólares -el más grande de la historia de la
institución- que la anterior dirección del organismo concedió al gobierno de
Macri como un intento desesperado de financiar su reelección en 2019. Se
trata de un acuerdo que viola los estatutos del propio FMI. Asimismo, por
mucho que el propio organismo se presente como una nueva institución,
alejada de las presiones económicas y políticas a sus países deudores para
impulsar reformas ortodoxas, la realidad marca una clara continuidad con la
peor de sus tradiciones.

Como si esto fuera poco, el economista y periodista Alejandro Bercovich, en su


programa de televisión “Brotes Verdes”, emitido por la señal de noticias C5N,
reveló que el gobierno cuenta con una encuesta cualitativa en la que se recoge
que un tercio del electorado argentino cree que la deuda con el FMI fue
contraída por esta administración.

Frente a esta situación, el gobierno se encuentra en una encrucijada. Por un


lado, buscar por medio de negociaciones un improbable acuerdo que contente
las exigencias del Fondo y no signifique una nueva pulverización de la
sociedad argentina y los intereses nacionales. Por el otro, recoger el guante
que el propio Frente de Todos planteó en la campaña de 2019 y presentarse
con una posición dura basada en la ilegalidad del acuerdo y, asimismo, en la
capacidad negociadora que paradójicamente otorga el hecho de ser el principal
deudor del organismo.

En esta, la madre de todas las batallas, no solo se juegan los destinos de una
generación argentina, sino los de la coalición peronista. Luego de los
atronadores resultados de las primarias, el ala liderada por Cristina Fernández
atribuyó la derrota a la falta de voluntad de profundizar el gasto social (según lo
contempla el presupuesto enviado por el mismo gobierno para el ejercicio fiscal
2021) merced a una cautela fiscal innecesaria. Eso dinamitó las bases de un
consenso frágil en el gobierno. La estructura del Poder Ejecutivo, no muy
cuidadosamente loteada a fines de 2019 para mantener el equilibrio entre sus
actores principales, sufrió modificaciones que no dejaron a ninguno conforme.

Comentario final

Como decíamos al inicio, la cifra de participación electoral no es un detalle


fácilmente atribuible a la situación sanitaria. En un país como el nuestro, donde
fue tan complejo conquistar la normalidad democrática, los altos niveles de
ausentismo dan cuenta de un proceso mucho más profundo. Téngase en
cuenta que en el año 2001, en medio de un estallido social cuya bandera era
“Que se vayan todos”, los niveles de participación eran más altos.

El año y medio de pandemia deja tras de sí una realidad cada vez menos
disimulable: la escisión casi completa entre clase política y sociedad argentina.
Dos décadas después del estallido popular del 2001, vemos una clase política
(en la que incluimos no solo a dirigentes y funcionarios, sino a empresarios y
dirigentes de la burocracia sindical) enquistada y presa de intrigas palaciegas.
En paralelo, la descomposición del tejido social argentino es preocupante. Las
cifras de pobreza, y dentro de esta las de pobreza infantil, los altos niveles de
informalidad en la economía y la crisis habitacional en ciudades grandes como
la Capital Federal son problemas constitutivos de Argentina y que parecen no
figurar dentro de las prioridades de la coalición gobernante. Hasta ahora, el
peronismo y su amplio entramado territorial ha logrado contener una expansión
del descontento social. Sin embargo, las tendencias de la economía argentina
no son tranquilizadoras, aún con índices de producción en diversos sectores
que están por encima de la catástrofe macrista.

El desafío para el campo popular, entonces, es fortalecer en el seno del Frente


de Todos, las posiciones más avanzadas que nos permitan salir por encima del
laberinto. Una fuerte negociación con el Fondo Monetario, una respuesta
decidida a las cifras de pobreza e informalidad mediante políticas innovadoras
como el Ingreso Ciudadano Universal -para lo cual sería necesaria una
discusión sobre la estructura tributaria nacional- y una consolidación de la
coalición de cara a 2023 son las únicas cartas con las que cuenta del gobierno
para hacer frente a su compleja situación.

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