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Juan Delgado
21/11/2021
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Elecciones legislativas
Para comenzar, una cifra: la elección del domingo fue la segunda con menor
participación electoral desde el retorno de la democracia en Argentina en 1983.
Solamente asistieron a los comicios el 71% de los ciudadanos presentes en el
padrón electoral. Un dato que agrega dramatismo: este nivel de ausentismo
solo se superó en las elecciones primarias de septiembre, donde la
participación fue solamente del 66%. Una comparación espeluznante es la que
arroja el guarismo de participación electoral de las presidenciales de hace solo
2 años, cuando cerca del 81% de los ciudadanos empadronados emitieron su
voto. Algunos señalan un dato real, aunque poco tranquilizador, que indica que
existe una tendencia de menor participación en las elecciones de medio
término que en las presidenciales. Serviría de consuelo si no fuera porque en
2017, aun concediendo esta advertencia, la participación alcanzó el 77,61%.
El domingo por la noche, luego de que fueran cargados los primeros resultados
y las pantallas de televisión fueran decoradas con porcentajes sueltos y
periodistas desconcertados, nadie pudo proclamarse ganador con firmeza.
Sucede que el mapa electoral, si bien arroja una abrumadora victoria de la
alianza Juntos (ex Juntos por el Cambio, ex Cambiemos, y así podríamos
seguir y rastrear sus orígenes hasta 1976), es incapaz de dar una explicación
satisfactoria a los resultados. En un país con una concentración poblacional tan
marcada como la de Argentina, las elecciones nacionales suelen inclinarse
hacia un lado u otro en base a los resultados de los distritos más poblados:
principalmente la Provincia de Buenos Aires, seguida por la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. En otras palabras, 5 distritos
de un total de 24 pueden definir una elección.
El domingo pasado, sin embargo, pareció ser efectivo el plan efectuado desde
septiembre por el gobierno nacional de recuperar el terreno perdido. Lo hizo a
partir del fomento a la movilización de sus votantes ausentes en septiembre y
mediante la recomposición parcial de los ingresos reales de los argentinos. El
gobierno logró recortar la diferencia de 5% a menos de 2%, lo que significa que
cosechó cerca de 300 mil votos más con respecto a septiembre.
En términos generales, el gobierno tiene poco que celebrar, ya que perdió más
de 2 millones de votos con respecto a las elecciones de 2019 (siempre con la
salvedad del brutal descenso de participación en comparación a aquella
elección), perdió su mayoría en la Cámara de Senadores y se ve francamente
complicado en la cámara de diputados donde hasta el momento había logrado
desempeñarse con relativa facilidad. Aun con todo, tiene a su favor la
importante remontada en Buenos Aires y haber mejorado su rendimiento en
prácticamente todos los distritos provinciales y municipales a nivel nacional con
respecto a septiembre.
En cuanto al resto del país, Juntos puede festejar sus impactantes victorias en
los distritos más importantes y unos sorpresivos resultados que le darán una
mayor presencia en la Cámara de Senadores.
Lo que queda por ver de aquí en adelante es la manera en la que el macrismo
digerirá sus pujas internas. Luego de la humillación de 2019, la coalición sufre
de una acefalía latente puesto que Mauricio Macri sigue reconociéndose líder
del espacio mientras que su figura es cuestionada por derecha y por
ultraderecha a diario. Los resultados del domingo también tendrán su influencia
en la sucesión de Macri. El ala -múltiples comillas mediante- moderada liderada
por Horacio Rodríguez Larreta, actual alcalde de la Ciudad de Buenos Aires,
salió debilitada. Luego de conseguir que alfiles de su sector encabezaran las
listas en Buenos Aires y la Ciudad, los resultados de ambos distritos menguan
su capacidad de enfrentar al gobierno nacional en 2023. Los principales
beneficiarios de esta circunstancia son, por un lado, los representantes
“federales” del espacio, dirigentes en distritos de menor densidad poblacional
pero con mayor capacidad de articulación política, a saber: Gerardo Morales,
gobernador de Jujuy; Luis Juez, electo senador por Córdoba; Rogelio Frigerio,
ex ministro del Interior de Macri y recientemente electo diputado en Entre Ríos;
además del tándem mendocino Cobos-Cornejo. Por el otro, también debe
regodearse la ex ministra de Seguridad de Macri, Patricia Bullrich, quien en una
suerte de “renunciamiento martirizante” había cedido su lógico lugar en las
listas electorales de Capital Federal o Buenos Aires en manos del ala
moderada. Bullrich constituye el sector más radicalizado de la alianza macrista
y no ha dudado en coquetear con las fuerzas de la ultraderecha recientemente
conformadas, cuyos líderes -y votantes- tampoco pierden oportunidad para
reconocer su liderazgo e importancia.
Una parte del éxito electoral de estos espacios puede explicarse por su
discurso “antisistema”. Duela a quien le duela, luego de años de una izquierda
acomodaticia a los intereses del establishment económico (sea por correlación
de fuerzas, sea por incapacidad o sea por voluntad política) surtió efectos
devastadores como los del domingo. Es así que un personaje minúsculo como
Javier Milei, economista poco reputado, escritor de libros de dudosa validez
científica, orador deficiente, ex asesor de grupos económicos y espacios
políticos deudores de la última dictadura militar, puede presentarse como un
candidato “anticasta”.
En tiempos de crisis como el nuestro, los extremos del espectro político suelen
beneficiarse. Pero sería injusto atribuir los buenos resultados de la izquierda
solo a aquella circunstancia. Más bien conviene resaltar el largo y paciente
trabajo de militancia de sus bases en los últimos años, además de una buena
campaña electoral. Su candidata en la Ciudad de Buenos Aires, Myriam
Bregman, fue la única capaz de enfrentar a Javier Milei en sus arrebatos
caprichosos contra el Estado y la “casta”. Quizás si el gobierno hubiera hecho
lo propio a nivel nacional contra el macrismo habría conseguido un mejor
resultado. Otro ejemplo igual de categórico para estos casos, aunque en Chile,
fue el de Gabriel Boric en el último debate presidencial frente al pinochettista
José Antonio Kast.
Con una economía con dos crisis rutilantes en 6 años (la macrista y la
pandémica) y un gobierno desgastado políticamente por la mella constante de
la oposición política y mediática, los comicios no llegaban en el mejor
momento. Asimismo, una serie de traspiés políticos y simbólicos de la gestión
de Alberto Fernández y Cristina Kirchner contribuyó a su derrota: imágenes del
presidente violando las restricciones sanitarias (imagen pacientemente
guardada por la oposición para ser publicada antes de las elecciones), marchas
atrás en momentos claves de su gestión como la expropiación de la cerealera
Vincentín, entre otros.
En esta, la madre de todas las batallas, no solo se juegan los destinos de una
generación argentina, sino los de la coalición peronista. Luego de los
atronadores resultados de las primarias, el ala liderada por Cristina Fernández
atribuyó la derrota a la falta de voluntad de profundizar el gasto social (según lo
contempla el presupuesto enviado por el mismo gobierno para el ejercicio fiscal
2021) merced a una cautela fiscal innecesaria. Eso dinamitó las bases de un
consenso frágil en el gobierno. La estructura del Poder Ejecutivo, no muy
cuidadosamente loteada a fines de 2019 para mantener el equilibrio entre sus
actores principales, sufrió modificaciones que no dejaron a ninguno conforme.
Comentario final
El año y medio de pandemia deja tras de sí una realidad cada vez menos
disimulable: la escisión casi completa entre clase política y sociedad argentina.
Dos décadas después del estallido popular del 2001, vemos una clase política
(en la que incluimos no solo a dirigentes y funcionarios, sino a empresarios y
dirigentes de la burocracia sindical) enquistada y presa de intrigas palaciegas.
En paralelo, la descomposición del tejido social argentino es preocupante. Las
cifras de pobreza, y dentro de esta las de pobreza infantil, los altos niveles de
informalidad en la economía y la crisis habitacional en ciudades grandes como
la Capital Federal son problemas constitutivos de Argentina y que parecen no
figurar dentro de las prioridades de la coalición gobernante. Hasta ahora, el
peronismo y su amplio entramado territorial ha logrado contener una expansión
del descontento social. Sin embargo, las tendencias de la economía argentina
no son tranquilizadoras, aún con índices de producción en diversos sectores
que están por encima de la catástrofe macrista.