Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Tesis de Grado
Director
VICTOR FLORIAN BOCANEGRA
2
CONTENIDO
pág.
INTRODUCCIÓN 4
4. UN ATEÍSMO LÓGICO 65
CONCLUSIONES 78
BIBLIOGRAFÍA 81
3
INTRODUCCIÓN
Todas las grandes filosofías hablan de Dios; un filósofo que se mantenga bastante
abierto para permitir que toda realidad sea realidad, no puede dejar pasar en
silencio el fenómeno de la religiosidad y la cuestión de si hay Dios. La filosofía
medieval se distinguió de modo inconfundible por mostrarse abierta a esta forma.
Como resultado, Dios estuvo precisamente en el centro de la vida y el
pensamiento de la época. La posición central de Dios en la vida y en el
pensamiento del hombre medieval significó considerarlo como fuente de toda
realidad y como destino final de la historia.
Sartre se encuentra precisamente entre los existencialistas ateos. Según él, hay
dos clases de existencialismo: el cristiano y el ateo; representantes del primero
serían Jaspers y Gabriel Marcel, mientras que a la segunda corriente
pertenecerían Heidegger y el mismo Sarte. Según esto, estima que el
existencialismo representado por él es un existencialismo ateo. Viendo las cosas
más de cerca se observa que entre este existencialismo y el ateísmo hay una
relación de mutuo condicionamiento: el existencialismo es en consecuencia del
ateísmo y también, en virtud de sus características, un camino hacia el rechazo
sartreano de Dios.
4
Sartre no cree que Dios exista. Él está convencido de que no puede haber un
Dios, si por “Dios” entendemos un Ser autoconsciente infinito. Sostiene que el
concepto de Dios es en sí mismo contradictorio, puesto que trata de unir dos
nociones, la del ser-en-sí y la del para-sí.
Para Sartre el existencialismo no es más que el esfuerzo por deducir todas las
consecuencias de una lógica concepción atea. Sin embargo, el existencialismo no
agota todo su caudal en la prueba de la no existencia de Dios, insistiendo,
además, en que aunque Dios existiera, nada cambiaría. Esto no quiere decir que
Sartre crea en Dios, sino simplemente, que el auténtico y verdadero problema es
que el hombre vuelva a encontrarse a sí mismo y se convenza de que nada ni
nadie puede salvarle sin más, ni siquiera una auténtica existencia de Dios.
No hay duda alguna que en el fondo de tal idea se encuentra Nietzsche, para
quien el hombre, por su entrega a Dios, se pierde a sí mismo y sólo vuelve a
ganarse o hallarse de nuevo cuando se aparta de Dios y se apoya únicamente en
sí. Para esta empresa no hay absolutamente nada que pueda ayudarle, ni siquiera
una prueba legítima y valedera de la existencia de Dios. El hombre no tiene más
opción que realizarse plenamente en su libertad. Consiguientemente, Sartre ve el
verdadero problema no en la existencia de Dios, sino en la libertad del hombre. Es
aquí donde aparece el aspecto anteriormente indicado: la libertad humana,
realizada coherentemente, lleva a la no existencia de Dios o al ateísmo.
5
En el presente trabajo se pretende identificar los presupuestos a partir de los
cuales Sartre fundamenta el problema de la existencia de Dios. En primer lugar se
abordará el tema del existencialismo, puesto que entre éste y el ateísmo se
establece una relación de mutuo condicionamiento. Nos acercaremos también a
los conceptos claves en el pensamiento de Sartre, a saber, el ser-en.sí y el ser-
para-sí, elementos que nos ayudarán a comprender de qué manera Dios es un ser
contradictorio y, por tanto, imposible. Enseguida, nos ocuparemos de la libertad y
la conciencia, para finalmente hacer referencia al ateísmo lógico. Para hablar en
términos estrictos, él tiene un solo argumento para rechazar a Dios: la libertad del
hombre. Es en ésta donde, según el filósofo francés, radica el verdadero
problema, pues el hombre no tiene más opción que realizarse plenamente en su
libertad.
6
1. EL PROBLEMA DE DIOS EN SARTRE
7
filosófica de comprenderlo. Claro que nuestra tarea aquí no es estudiar la
conciencia desde la psicología ni tampoco en la obra antes mencionada
La conciencia no hace parte del ser; es una nada, producto de un ser que crea la
nada o pensamiento que es el hombre. La conciencia anonadada del mundo está
situada en el espacio y en el tiempo. La filosofía sartreana existencialista, aborda
el estudio del hombre a través de las estructuras de la conciencia, de su
compromiso en el universo de la materialidad. En ella el hombre depende
absolutamente del mundo para existir y termina de desaparecer en él de la misma
manera en que surgió: sin razón. El hombre se define, pues, como un ser en
situación, como libertad en situación.
8
manifestación de la libertad. De ahí que libertad y la situación sean correlativas. El
hombre, en-sítuación actúa, en tanto libertad, sobre la situación misma y le impone
su libertad, al mismo tiempo que la situación actúa sobre la libertad, desviando o
transformando los fines primeros o metas proyectadas por el individuo para
cumplirlas en el mundo. La filosofía sartreana se preocupa del mundo, en tanto
que es materia, soporte de la libertad, reflejo del trabajo pasado del hombre y
estudia las situaciones concretas. La antropología del hombre es conciencia y
libertad que gracias a su larga evolución se ha hecho como de la tierra y expresa
su libertad a través de la acción sobre el mundo por medio de un cuerpo. Es la
praxis que le ha permitido sobrevivir en el mundo de la escasez. Por eso, el
hombre es libertad en situación. Cabe aclarar que sin conciencia el mundo no
existe, no existiría más que el en-sí y sin el mundo la conciencia no se podría
replantear, es decir, tener conciencia de ser conciencia.
9
identifica con el ser. Lo para sí se identifica con la nada. En consecuencia, el
hombre es la nada que busca afanosamente el ser, afán que de antemano está
condenado al fracaso, porque el en sí, es totalmente inaccesible al hombre. Por
eso el filósofo definirá al hombre como el Ser y la Nada, ya que el hombre no es
totalmente libre, sino necesariamente libre. Con una sola limitación a su voluntad:
no puede renunciar a ella y estará condenado a su libertad. En última instancia, lo
que el hombre pretende es convertirse en Dios lo cual sería la realización del
imposible metafísico del ser y el no-ser al mismo tiempo.
10
La característica del en-sí es fácil de definir; el ser es lo que es, no existe en él ni
la mínima partícula de ser, que no pertenezca totalmente a sí misma sin fracturas.
En el en-sí no hallamos ni la más pequeña alusión a la dualidad y,
consiguientemente, la negación o la nada es el ser en toda su plenitud, lo que
corresponde una comprensión infinita de ser. Para Sartre tiene vigencia el
principio de identidad, porque este ser es infinitamente idéntico a sí mismo: “A” es
igual a “A”.
Lo anterior afirma el primado ontológico del en-sí sobre el para-sí, cosa que no
excluye que el hombre posea una dignidad superior a la de una piedra o una
mesa. Dicho más claramente, el para-sí está ontológicamente subordinado al en-
sí, porque no es más que la pura aniquilación del en-sí, es como la laguna del ser,
en el seno del ser, o como la enfermedad más grave del ser que lleva a la
aniquilación.
1
A.A.V.V. El ateísmo contemporáneo. Madrid: Cristiandad, 1971, p. 296
11
seno del ser, pero que basta para provocar en el “en-sí” un vuelco total; y
este vuelco total es el mundo.2
El ser tiene que aparecerse en cada fenómeno como lo que hace posible así el
fenómeno con la existencia de la conciencia. El filósofo clarifica su presencia de
dos modos: en primer lugar lo llama prueba ontológica. El fenómeno del ser exige
la transfenomenalidad del ser. La conciencia no es sino presencia ante sí, es
existencia. Independientemente de que la conciencia exista o deje de existir, el ser
en-sí es un abstracto sin la conciencia, pero no su ser.
En segundo lugar, explica la presencia del ser a la conciencia, y para ello recurre a
fenómenos propiamente humanos. Nos dice que el ser se nos revela a través de
algún medio de acceso inmediato: el fastidio, la náusea; lo que implica
evidentemente la idea de cuerpo contingente. Es a través del fenómeno que se
nos revela la comprensión de lo que somos. El fenómeno es lo que nos manifiesta
y él se manifiesta a todos de alguna manera. El análisis de las implicaciones de la
transfenomenalidad es a posteriori, y a través de éste la conciencia capta al ser en
sí como encerrado en sí mismo, sin vacío ni fisuras como el ser que es lo que es.
Ser conciencia de algo es ser frente a una conciencia concreta y plena que no es
la singular contra el fondo del mundo. De tal manera, la conciencia es el vacío
total, puesto que el mundo entero está fuera de ella. La conciencia nada tiene de
sustancial, es pura apariencia, en el sentido en que no existe más que en la
medida en que se aparece a causa de esta identidad en la cual ella se da entre
apariencia y existencia.
Existe una diferencia entre el en-sí y el para-sí en el seno de una totalidad que
engloba tanto a la nada como al ser que se ha fundado en el para-sí para darse. El
para-sí es el acontecimiento absoluto que nos remite al esfuerzo de un en-sí para
fundarse; corresponde a una tentativa del ser para eliminar la contingencia de su
ser: destrucción descompresora del en-sí que tiene como resultado la anulación
2
Ibid., p. 296.
12
del en-sí por el para-sí, es la enfermedad del ser, manifestado por dos seres
distintos donde ya no es posible concebir su síntesis: el en-sí y el para-sí.
Tenemos que sujetarnos a comprobar que la conciencia se saca del ser sin causa,
sin fin ni razón y al negarlo crea un agujero del ser en el seno del ser, así
podemos decir que la conciencia es anterior a la nada, puesto que gracias a su
surgimiento aparece el no ser.
Hay una primacía ontológica del en-sí respecto al para-sí. El en-sí permanece
inmutable, es trascendente puesto que la conciencia carece de realidad. Fuera del
ser la trascendencia de éste es su soporte. La conciencia es conciencia de algo.
Esto significa que la trascendencia es estructura constitutiva de la conciencia, es
decir, la conciencia nace portada por un ser que no es ella. Y por eso se puede
afirmar que el en-sí es ontológicamente anterior al para-sí. El para-sí es causa de
su propia manera de ser. Su manera de ser, que es nada de ser, constituye la
esencia del para-sí, pues la esencia de su existencia no es una virtud fundida en el
13
eco de este existente, es la ley manifiesta que rige la sucesión de apariciones; es
decir, de los fenómenos.
El hombre, cuyo ser disminuido engendra, por una parte reducción del ser, se ve,
por otra, continuamente atraído por el ser en plenitud. Por eso se caracteriza por
la tendencia de cambiar su propio para-sí en un en-sí-para-sí y así coincidir con el
mundo como una totalidad del en-sí. Pero ésta es una empresa imposible,
esencialmente condenada al fracaso, porque el para-sí, no puede, por llevar en sí
mismo la nada, coincidir con el en-sí dado que este último excluye la nada. Por
eso, toda la lucha del hombre se presenta como una posición inútil o un
sufrimiento que no garantiza utilidad alguna.
Mientras los hombres crean que son las cosas las que les imponen la
misión de realizar el en-sí para-sí, estarán condenados a la
desesperación, puesto que descubren que todos sus esfuerzos están
evocados al fracaso; y en este aspecto no hay diferencia entre
embriagarse a solas o ser conductores de pueblos. 3
Este en-sí coincide con el ser que es causa de sí mismo y que las
religiones llaman Dios. Ciertamente hemos de admitir que toda la realidad
constituye siempre un esfuerzo único y gigantesco por alcanzar la
dignidad de la “causa de sí”, esfuerzo sin éxito porque todo tiene como
finalidad la realización de un Dios fracasado.4
3
Ibíd., p. 297.
4
Ibíd., p. 297.
14
se causa a sí mismo. Sartre dice que tal ser es imposible y que su concepto
entraña una contradicción. A la luz de la ontología habría que considerar a Dios
como el ser en-sí y como tal, es el ser pleno y no disminuido por la nada, pero al
mismo tiempo estaría privado de conciencia y de libertad y, por tanto, de la
“causa-de-sí” prerrogativas que esencialmente pertenecen a Dios. Tampoco
puede concebirse a Dios como un para-sí, porque de este modo incluiría
ciertamente conciencia y libertad, pero al mismo tiempo se le privaría del ser pleno
sin disminución, lo que también pertenece esencialmente a Dios. En consecuencia
la idea de Dios contiene el en-sí como idéntico al para-sí, es decir, su síntesis
ideal, siempre proclamada y anunciada, pero imposible. Puesto que la no
integración del en-sí y del para-sí repugna y se opone al ser total que lo unifica, y
la lucha por llegar a Dios acaba siempre en un fracaso.
El hombre es un ser para-sí que, como tal, busca ser un ser en-sí. Al preguntar por
el significado de su ser, el hombre busca una posibilidad en la que pueda prestar
su consentimiento definitivo a su ser como deseo natural o, más bien, busca una
causa que le sirva de apoyo para su ser hombre. Sin embargo, ese consentimiento
sería imposible en la medida en que se comprenda exclusivamente como
existiendo en el mundo. No obstante, el mundo invita al hombre a prestar este
consentimiento, pero la aceptación de la invitación del mundo es un sufrimiento
inútil ya que su existencia como proyecto no puede encontrar su fundamento en el
mundo ni tampoco puede alcanzar plenamente la felicidad.
Puesto que el hombre como mera existencia debe determinarse a sí mismo y con
anterioridad a esa autodeterminación, es indeterminación absoluta, resulta que no
existe una naturaleza humana previa y por esa razón el hombre no es definible, no
existiría el Dios que pudiera proyectarla o concebirla. Por lo tanto, dado que el
hombre se encuentra en medio de su libertad como existencia, sin determinación
de ningún género y no dotada de una esencia concreta, llega a la conclusión de
que Dios no lo ha creado y por tanto no existe.
15
Ahora bien, veamos por qué en Sartre se presenta un rechazo a lo esencial, a lo
trascendente o a Dios.
La libertad humana, tal cual la concibe Sartre, no puede tolerar la idea de que Dios
exista. La libertad como trascendencia llega a ser autonomía absoluta. Si
ocasionalmente él describe el carácter situado de la libertad, el valor de la
descripción está minado por su convicción de que el significado de la situación
está determinado por la subjetividad en forma enteramente autónoma. Su próximo
paso será la negación de toda dependencia del hombre con respecto a Dios. Dios
no es el rey de la humanidad, puesto que el hombre es libre.
La idea es clara: no hay Dios, porque el hombre es libre. ¿Por qué un Dios
verdadero debe destruir la libertad humana? Para justificar esta idea, Sartre se
apoya en la concepción clásica de Dios como creador. Dios crea de acuerdo a
determinada idea de la realidad que va a crear, de la misma manera en que un
artesano que fabrica un corta papel tiene primero una idea de ese corta papel. En
consecuencia Dios es un “artesano superior” y el resultado de su acto de creación
está prefijado en la idea de Dios. Y, ¿cuál es el resultado de este ser-fijado con
respecto al hombre?
5
SARTRE, Jean Paul. Las Moscas. Buenos Aires: Losada, 1958, p., 63 8-642.
16
como trascendencia, es la ejecución de este proyecto. Es el propio sujeto
el que controla esta ejecución. El hombre no es, sino que él mismo se
hace, Sartre cree que admitir un verdadero Dios equivale a concebir al
mismo hombre como cosa, como ser que “yace postrado” en sí mismo. Es
la negación del hombre como proyecto, como trascendencia, como
libertad.6
6
LUYPEN, W. La fenomenología es un humanismo. Buenos Aires: Carlos Lohlé, p. 303.
7
Ibíd., p. 304.
17
abierto a..., que caracteriza al hombre, inspira el reproche de los argumentos que
Sartre se permite manejar. ¿Por qué no se puede hablar de la dependencia del
hombre con respecto a Dios? Porque:
La causalidad de Dios sólo puede ser de naturaleza tal que su efecto sea
una cosa y no pueda hablarse de causalidad con relación al hombre como
libertad. Esta suposición es falsa, pero nadie se lo podrá explicar a Sartre
mientras conciba éste unívocamente la causalidad, mientras no vea el
significado especial de la causalidad del amor. El amor actúa, produce su
propio efecto, es creador, hace que el otro sea. Pero, ¿qué hace el amor
para que el otro sea? El amor, concebido como una tendencia activa
hacia el otro, hace que el otro sea un sujeto, es decir, un proyecto,
trascendencia, libertad. Sin embargo, Sartre no habla del estar abierto a...,
ni de la intencionalidad del amor e ignora la causalidad que a éste le es
propia. Como consecuencia, carece de términos para concebir la
creatividad mediante la cual Dios hace que el hombre sea libertad8 .
Del mismo modo no hay razón para rechazar a Dios como si el reconocimiento de
su ser privase al hombre bajo la mirada de Dios, de su libertad. Por supuesto,
desde el punto de vista de Sartre no queda otra posibilidad, porque para él la
mirada del otro sólo puede ser una mirada de odio. El odio asesina la subjetividad
del otro, de manera que el hombre tiene que rechazar a Dios si quiere salvar su
libertad. Sartre no conoce el amor, por consiguiente, no es capaz de comprender
que Dios también puede mirarme con amor, quitándome así mi libertad.
Nos quedan, pues, estos interrogantes: ¿es necesario que exista Dios? ¿Puede
no existir? En el siguiente capítulo veremos las posibles respuestas y
explicaciones.
8
Ibíd., p. 306.
18
2. DIOS COMO SER CONTINGENTE
Sartre afirma que Dios es un imposible, una contradicción, pues tendría que ser al
mismo tiempo un ser en-sí, pleno sólido, necesario y un ser para-sí, vacío,
confuso, desintegrado, es decir, nada. Dios sería, al mismo tiempo, el ser y la
nada, lo cual es contradictorio.
Dios como lo en-sí es el ente verdadero y pleno, pero no hay razón alguna para
que exista; pues no posee relación con los otros seres, por ello está fuera de la
temporalidad. Como no puede negar el devenir, afirma que en el ente es un
devenir rígido y predeterminado.
Por el contrario, Dios como para-sí, al no ser, se presenta como un vacío, como un
agujero en el ser. Cuando la conciencia advierte esta vacuidad no sólo en Dios,
sino también en el hombre, experimenta una vivencia existencial que se conoce
como la náusea. Esta contradicción entre el en-sí y el para-sí es irreductible.
19
La presencia del ser-en-sí se evidencia en primer lugar por medio de una prueba
ontológica. Es decir, cada fenómeno revela a la conciencia la presencia del en-sí,
y ésta no puede ocultar la presencia de un ser que sería su ser verdadero; por ello
el en-sí no desaparece cuando ningún fenómeno nos lo revela. De ahí que el
fenómeno de ser exige la transfenomenalidad del ser, si el ser no fuese
transfenomenalidad, entonces sería relativo a la conciencia y la conciencia podría
crear el ser del fenómeno. Ahora bien, ella no es sino presencia ante sí,
existencia. Es conciencia de algo, pero ella misma no es nada, pues no puede
producir al ser que la sustenta, pues del no-ser no puede salir el ser.
Independientemente de que la conciencia exista o deje de existir, el ser en-sí, en
cuanto ser, es siempre idéntico a sí mismo. El fenómeno del en-sí es un abstracto
sin la conciencia, pero no es su ser, sino que se muestra a través de la conciencia,
pero el ser en-sí es independiente de ella.
20
del ser develado a la conciencia es el fenómeno del ser, aquello que capturamos
en la experiencia diaria, lo que existe, por ejemplo: el ser de esta mesa es ser
mesa. Este fenómeno no es el ser sino que lo indica y lo exige.
Pues bien, aquí comienza Dios a hacerse presente en Sartre, pero como prejuicio
generalizado, cuando el hombre comienza a buscar ese ser que lo fundamenta.
“La clara visión del fenómeno de ser se ha visto a menudo oscurecida por un
prejuicio muy generalizado que se llama creacionismo, según la suposición de que
Dios ha dado el ser al mundo, este ser del existente o fenómeno; aquí el mundo
sería algo pasivo pues ha sido dado”9; pero una creación de la nada no explica el
surgimiento del ser, pues el ser que es concebido en una subjetividad divina
seguirá siendo un modo de ver intrasubjetivo y no habría representación de algo
objetivo en esa subjetividad; tampoco podría afectarse el deseo, o voluntad de
crear algo objetivo. Ahora bien, “si el ser del fenómeno súbitamente fuera de la
subjetividad no puede afirmarse como ser sino hacia y en contra de su creador, de
lo contrario se funde en él”.10 En palabras de Sartre:
Pero si Dios es el ser fenómeno, ¿cuál es el ser de Dios? El ser, si existe frente a
Dios, es su propio soporte y no conserva el menor vestigio de la creación divina,
es decir, aunque hubiese sido creado, el en-sí sería inexplicable por la creación,
porque asumiría de nuevo su ser mas allá de dicha creación. Esto conlleva a decir
que el ser Dios es increado, entonces, ¿se crea a sí mismo? No, puesto que
9
SARTRE, Jean Paul. El ser y la nada. Madrid: Magisterio, 1977, p. 33.
10
Ibíd., p. 33.
11
Ibíd., p. 34.
21
equivaldría a suponer que es anterior a sí. Por ello el ser no es su propia causa,
como en el caso de la conciencia. El ser es sí mismo, esto significa que no es
pasividad, ni actividad. Éstas son nociones humanas y designan conductas
humanas o instrumentos de ellas.
Pero debemos entender que el ser humano es activo y sus medios son pasivos.
Por el hecho de ser activos se deduce que es algo que ha sido, para sí, y sus
medios son pasivos, mas en relación con el ser, el ser humano no es un ser en-sí,
porque el ser no es activo ya que para que existan el fin y los medios es preciso
que haya ser, que éste sea. Tampoco es pasivo pues no se es pasivo sin antes
ser. De ahí que el ser esté más allá de la afirmación y de la negación. El afirmar es
siempre de algo y el acto afirmativo se distingue de la cosa afirmada.
12
Ibíd., p. 34.
13
Ídem.
22
Entremos ahora más en concreto a mostrar lo que es Dios, ser-en-sí: no tiene
secretos, es macizo. En cierto sentido se le puede designar como síntesis. Seria
sólo síntesis de sí mismo y como algo indisoluble. Él no se relaciona con lo que no
es él. “Está aislado del para-sí, ya que las transiciones, los procesos y todo cuanto
permite que el ser no sea aún lo que será y que es ya lo que no es, todo eso le es
negado por principio. Pues el ser es el ser del devenir y por eso está más allá del
devenir. Es lo que es, es decir, por sí mismo no podría siquiera no ser lo que no
es. Ya que no es negación, sino plena positividad”.14
El ser en-sí o Dios no conoce la alteridad, no se pone como otro distinto de otro
ser, no puede mantener relación alguna con lo otro, porque es indefinidamente el
mismo y se agota siéndolo. Escapa a la temporalidad y este escapar ya lo hace
contrario a la conciencia, ya que una conciencia puede tomar conciencia, de él,
pero en el caso de que él no siga siendo ya, pero esto sólo lo puede realizar
porque ella es temporal. Pero Dios como ser-en-sí nunca falta, sino que es y ahora
otros seres son (según la creencia).
En conclusión, Dios, según la filosofía sartreana del en-sí, es increado, sin razón
de ser, sin relación alguna con otro ser, está de más por toda la eternidad. Por eso
la conciencia no puede deducirlo de nada, ni de otro ser, ni de un posible, ni de
una ley necesaria. Tiene tres características que son las que forman el ser de los
fenómenos: Dios es, es en-sí y es lo que es.
14
Ibíd., p. 35.
23
2.2 DIOS: UN SER CONTRADICTORIO
Al estudiar el en-sí, hablamos que éste es el fundamento del para-sí. “Es a través
del para-sí que el en-sí se convierte en mundo y a su vez nos permite un estudio
del hombre a través de ciertas conductas privilegiadas del mismo”15. A diferencia
del en-sí –que es la sustancia, la conciencia se debe considerar como no
sustancial, en la medida de que es para-sí, búsqueda de sí, de su propio ser. “Sólo
su mantenimiento constante a distancia de sí, le confiere la translucidez, el poder
15
MARTÍNEZ CONTRERAS, Jorge. Sartre: La filosofía del hombre. México: Siglo XXI, 1980, p. 34.
24
de ser conciencia de lo que no es”16. Sabemos pues, que el para-sí es pura
intencionalidad lanzada al mundo, es un absoluto de existencia, sin el menor
rastro de esencia. Esto lo capta la conciencia, pero ella nada tiene de sustancial,
es pura apariencia en el sentido de que no existe. Sólo en la medida en que
aparece a causa de esta identidad, que en ella se da, entre apariencia y
existencia, puede ser considerada como lo absoluto.
Se comprenderá, entonces, que son las elecciones libres que la conciencia (de
Dios como para-sí) hace de sí misma, al situarse ante el ser (Dios como en-sí), las
que constituirán su esencia. La esencia de la conciencia surge como los rastros
dejados por sus elecciones en el mundo. Su esencia es existencia petrificada;
pues de esa condición de para-sí no podrá salir nunca. Pero como no obedece a
ningún condicionamiento exterior, la conciencia puede rehacer continuamente su
esencia. En este sentido debe entenderse la famosa frase que dice: “la existencia
precede a la esencia”.17 Es decir, aquí la existencia de Dios precedería a la
esencia de Dios. Como lo dirá Sartre:
16
SARTRE, Jean Paul. El ser y la nada. Op. cit., p. 34.
17
SARTRE, Jean Paul. El existencialismo es un humanismo. Barcelona: Orbis, 1985, p. 107.
25
presencia ante, implica dualidad, y por lo tanto, separación, por lo menos
virtual. La presencia del ser ante sí mismo implica un despegue con
respecto a sí. (…) La presencia ante sí, supone que en el ser se ha
deslizado una fisura impalpable. Si es presente a-sí, significa que no es
enteramente sí. La presencia es una degradación inmediata de la
coincidencia, ya que supone la separación.18
La nada no es fácil de encontrar, pues es siempre en otra parte. Por ello, Dios
como para-sí, está obligado a no existir jamás, sino en la forma de un en otra parte
18
SARTRE, Jean Paul. El ser y la nada. Op. cit., p. 107-108.
19
Ibíd., p. 111.
20
Ibíd., p. 112.
26
con respecto a sí mismo; a existir como un ser que se afecta perpetuamente de
una inconsistencia de ser. Esta inconsistencia no remite a otro ser, sino que es
perpetua remisión de sí a sí, del reflejo al reflejante y del reflejante al reflejo, como
enjuiciará Sartre:
La nada, es ese agujero de ser, esa caída del en-sí, hacia el sí, por la cual
se constituye el para-sí. La nada es la puesta en cuestión del ser por el
ser, es decir, justamente, la conciencia es para-sí. (…) Es un
acontecimiento absoluto que viene al ser por el ser y que, sin tener el ser
está perpetuamente sostenido por el ser. Al estar el ser en-sí aislado en
su ser por su total positividad, ningún ser puede producir ser y nada
puede llegar al ser, salvo la nada. La nada es la posibilidad propia del ser
y su única posibilidad. La nada, siendo nada de ser, no puede venir al ser
sino por el ser mismo. Pero viene al ser por un ser singular, que es la
realidad humana. Pero este ser se constituye como realidad humana en
tanto que no es sino el proyecto original de su propia nada.21
Ahora bien, el Dios para-sí es lo que no es. Es, en tanto que aparece en una
circunstancia que no ha elegido él. Es, en tanto que está arrojado en un “mundo”,
en una situación. Es en tanto que es pura contingencia, pues puede ser de otra
manera. Es, en tanto que hay en él algo cuyo fundamento no es él. Él se capta
como no siendo.
¿Qué es, entonces, lo que lo fundamenta? Un ser que posee en-sí la idea de
perfección, no puede ser su propio fundamento, pues se habría producido a sí
mismo conforme a esa idea. Es decir, un ser que fuera su propio fundamento, no
podría consentir el menor desnivel entre lo que él es y lo que concibe, pues se
produciría a sí mismo conforme a su comprensión de ser y no podría concebir sino
lo que él es.
21
Ibíd., p. 112-113.
27
En este caso, tomando a Dios como el origen del hombre, si Dios es el origen y
posee la idea de perfección se produciría a él mismo como hombre perfecto, como
en-sí, perfecto, pleno. Cosa que no sucede en la realidad existencial ya que el
hombre tiene imperfecciones.
Es decir, el para-sí capta su carencia de ser frente al ser, a través del pensamiento
y su contingencia; entonces, ¿qué es el hombre? Es lo que no es.
¿Cómo es que Dios como para-sí (en cuanto que es, no es su propio ser, en el
sentido de ser su propio fundamento) podría ser en tanto que Dios para-sí,
fundamento de su propia nada? Si el ser es el fundamento de la nada en tanto
ésta es negación de su propio ser, ello no significa que sea el propio fundamento
de su ser. Para fundar su propio ser, debería existir a distancia de sí, y ello
implicaría cierta nihilización del ser fundado, así como del ser fundante.
Recaeríamos en una dualidad que se muestra como unidad y volveríamos
inversamente al caos del para-sí. Estaríamos formando la idea de un ser que,
contingente en tanto que ser en-sí, sería fundamento de su propia nada.
Todo proceso de fundamentación de sí, es ruptura del ser idéntico del en-sí,
distanciamiento del ser con respecto a sí mismo y aparición de la presencia ante sí
como conciencia. Sólo haciéndose para sí el ser podría ser causa de sí. Así la
conciencia como nihilización del ser aparece, como una progresión hacia el ser
causa de sí mismo. Sólo que la progresión se detiene a consecuencia de la
insuficiencia del ser para-sí. La conciencia es un progreso por querer ser aquello
que le es imposible ser: “(…) De este modo, el ens causa sui, queda como fallido
como la indicación de una trascendencia imposible en vertical...”.22
22
Ibíd., p. 641.
28
Por otra parte, Dios como para-sí es efectivamente proyecto permanente de
fundarse a sí mismo, en tanto que es un perpetuo fracaso de ese proyecto. La
presencia ante sí con las diversas direcciones de su nihilización es el primer
surgimiento de ese proyecto. “Así, la ontología nos enseña: primero, que si el en-sí
habría de fundarse, no podría ni siquiera intentarlo, salvo haciéndose conciencia,
es decir, que el concepto de causa sui, lleva consigo el de presencia ante sí, es
decir, el de la comprensión nihilizadora del ser.
(...) Ciertamente, hemos podido llamar el para-sí una nada y declarar que
no hay fuera del en-sí nada sino un reflejo de esta nada que es polarizado
y definido por el en-sí en tanto que es precisamente la nada de éste en-sí.
Pero aquí, como en la filosofía griega, se plantea una cuestión, ¿a qué
llamaremos real, a qué atribuiremos el ser? Al en-sí puro o al en-sí
rodeado de esta envoltura de nada que hemos designado con el nombre
de para-sí. 24
23
Ibíd., p. 642.
24
Ibíd., p. 643.
29
Según lo anterior, establecemos que el en-sí no necesita del para-sí para ser, pero
por el hecho de que el para-sí busca con pasión un ser idéntico, permite que haya
un en-sí. Si tomamos la conciencia como algo aparte del en-sí se convierte en una
abstracción, pero sin la conciencia, el fenómeno del en-sí será una abstracción
pero su ser no lo será.
Si queremos hallar una respuesta tal que el en-sí y el para-sí formen una síntesis
donde el para-sí sea inseparable del en-sí, y el en-sí esté insolublemente ligado al
para-sí, tendríamos que concebir al en-sí existiendo a partir de la negación o
nihilización que lo hace tomar conciencia de él como en-sí. Con ello estaríamos
diciendo que el en-sí y el para-sí sólo serían, en la medida en que el ser sea
causa de sí mismo: “Si podemos plantear la cuestión de la síntesis entre para-sí y
en-sí, es debido a que nos definimos como algo a priori por una comprensión
preontológica del ser como causa propia o ens causa sui”.25
Este ser como causa propia de su ser es imposible, y su concepto, como hemos
visto, implica una contradicción. Por eso reitera Sartre:
Así pues, Dios como para-sí está sostenido por una perpetua contingencia, que él
retoma por su cuenta y se asimila sin poder suprimirla jamás. Esta contingencia
perpetuamente evanescente del en-sí, que infesta al para-sí y lo liga al ser en-sí
25
Ibíd., p. 643.
26
Ibíd., p. 645.
30
sin dejarse captar nunca, es lo que llamaremos facticidad del para-sí. Esta
facticidad es lo que permite decir que el en-sí es, que existe, aunque no podamos
nunca realizarlo y lo captamos siempre a través del para-sí.
Dios como para-sí remite claramente al esfuerzo que tiene que hacer un Dios
como en-sí para fundarse; corresponde a una tentativa del ser para eliminar la
contingencia de su ser. Pero esta tentativa termina en la negación del Dios en-sí,
porque el en-sí no puede fundarse sin introducir el sí o remisión reflexiva y
nihilizadora en la identidad absoluta de su ser y, por consiguiente, sin degradarse
en para-sí. Éste corresponde a una “desestructuración descomprensadora”, dirá
Sartre del en-sí, y el en-sí se nihiliza y se absorbe en su tentativa de fundarse
permaneciendo como un recuerdo de ser; en este caso, ser Dios en-sí.
27
Ibíd., p. 117.
28
Ibíd., p. 118.
31
(…) El para-sí sólo se funda a sí mismo a partir del en-sí y contra el en-sí.
La negación, nihilización, siendo negación del ser, es la vinculación
original entre el ser del para-sí y el ser del en-sí. El en-sí concreto está
enteramente en la conciencia pero como lo que ella misma se determina a
no ser. El hecho de esta presencia se convierte en la trascendencia
misma del para-sí. Pero esta nihilización es el origen de la trascendencia
concebida como vinculación del para-sí con el en-sí.29
Ahora bien, hay un tipo de negación, sostiene Sartre, que establece una relación
interna entre lo que se niega y aquello de lo cual se lo niega. De todas las
negaciones, la más importante es la carencia, que no pertenece al en-sí ya que él
es todo positividad. Esta carencia sólo aparece en el mundo con el surgimiento de
la realidad humana. Sólo en el mundo humano puede haber carencias.
Ahora bien, el para-sí y el en-sí, están reunidos por una relación sintética que no
es sino el propio para-sí. El para-sí no es sino la pura nihilización del en-sí, es
29
Ibíd., p. 119.
30
Ibíd., p. 120.
32
como un agujero de ser en el seno del ser. El para-sí, no es la nada en general,
sino una privación singular; se constituye en privacidad de este ser.
La única manera en que lo otro, puede existir como otro, es la de ser conciencia
de ser otro. Esta alteridad es negación interna y sólo una conciencia puede
constituirse como negación interna.
Y concluimos diciendo que Dios como, ser en-sí y ser para-sí a la vez es una
contradicción, algo ilógico o mejor aún, un imposible. Pero si el Dios para-sí
alcanzara alguna vez su sí, desaparecería la alteridad al igual que los posibles: el
conocimiento y el mundo y Dios sería, pues, ser en-sí y ser para-sí a la vez. Pero
esto no es lo que sucede en la existencia, ni lo que podrá darse jamás. De ahí
que, si Dios como ser en-sí no necesita ser un Dios para-sí, y si Dios para-sí
nunca podrá llegar a ser Dios en-sí, no tiene sentido que exista o no para el
hombre, será un ser innecesario.
Ahora bien, el acto de causación por el cual Dios es causa sui, es un acto
negador, como total reasunción de sí por sí mismo, por la exacta medida en que la
relación primera de necesidad es una reversión sobre sí, una reflexión. Y esta
necesidad original, a su vez, aparece sobre el fundamento de un ser contingente;
aquel, justamente que es, para ser causa de sí. Este ser contingente está en
33
posibilidad de…, y esta posibilidad puede ser considerada en dos aspectos. Se
puede hacer de ella una indicación subjetiva y en este caso es el testigo, la
humanidad, quien decide acerca de lo posible, en presencia del mundo: el ser
tiene su posibilidad fuera de sí, en la pura mirada que conjetura (emite juicios
probables) sus oportunidades de ser; claro que, la posibilidad bien puede sernos
dada antes de ser, pero es dada, a nosotros, y no es posibilidad de ese ser que
nos la da.
Por eso se dijo antes que el ser de la conciencia es ser-en-sí para negarse en el
para-sí y por ello permanece contingente y no puede ser dado por la conciencia
misma ni tampoco recibirlo de otros. Por tanto, si el ser es contingente se reasume
a sí mismo degradándose en para-sí. Para perderse en para-sí. El ser es y no
puede dejar de ser. Pero la posibilidad propia de ser, que se revela en los actos
negados, es ser fundamento de sí como conciencia por el acto sacrificial que lo
nihiliza, niega; el para-sí es el en-sí que se pierde como en-sí para fundarse como
conciencia. Si el ser en-sí no puede ser, ni su propio fundamento ni el de los
demás seres, el fundamento en general viene al mundo por medio del para-sí. No
34
sólo el para-sí, como en-sí negado, se funda a sí mismo, sino que con él aparece
el fundamento por primera vez, Dios.
35
venir del ser sino por la carencia; el en-sí no puede ser ocasión de carencia para
el en-sí. En otros términos, para que el ser sea carente, faltante o fallido, es
necesario que el ser se constituya en su propia carencia. Sólo un ser carente
puede trascender el ser hacia lo fallido. Dice Sartre: “La realidad humana es, ante
todo, su propia nada, lo que ella niega o nihiliza de sí como para-sí, no puede ser
sino el sí. Por ello el sentido de la realidad humana está constituido por el sí como
ser en sí fallido”.31 Por ello, la realidad humana no es lo que ella es.
La realidad humana surge como tal en presencia de su propia totalidad o sí, como
falta de esta totalidad. Y esta totalidad no puede ser dada por la naturaleza ya que
31
Ibíd., p. 122.
32
Ibíd., p. 123.
36
reúne en sí los caracteres incompatibles del en-sí y del para-sí. Ahora bien,
cuando esta totalidad de la cual, tanto el ser, como la ausencia absoluta de ser,
son hipostasiados como trascendencia allende al mundo, por un movimiento
anterior de la mediación, toma el nombre de Dios. Pero, Dios ¿no es a la vez, un
ser que es lo que es, en tanto que es todo positividad y el fundamento del mundo,
y un ser que no es lo que es, y que es lo que no es, en tanto que conciencia de sí
y fundamento necesario de sí? Acaso, no es esto contradictorio, o mejor,
imposible.
Decíamos antes que la realidad humana era una carencia, y, en tanto que para-sí,
le falta cierta coincidencia consigo mismo. Concretamente, cada para-sí particular
(individuo) está falto de cierta realidad particular y concreta (ser él mismo), cuya
unión lo transformaría en-sí. Lo faltante surge en el proceso de trascendencia,
37
hacia un ser completo: Dios; y se determina por un retorno hacia el existente
(individuo) a partir de lo fallido (lo que le falta para ser idéntico). Lo faltante así
definido es trascendente y complementario con respecto al existente. Es de la
misma naturaleza, es decir, lo que falta al para-sí para formarse como sí, es para-
sí. Pero no puede tratarse en modo alguno de un para-sí ajeno, es decir, de un
para-sí que yo no soy. Puesto que el ideal surgido es la coincidencia del sí, el
para-sí faltante es un para-sí que yo soy.
Yo soy para-sí faltante, en el modo de tener que ser el para-sí que no soy, para
identificarme a él en la unidad del sí. De este modo la relación trascendente
original del para-sí, esboza perpetuamente un proyecto de identificación del para-
sí con un para-sí ausente que él es y que le falta. Lo que se da como faltante
propio, de cada para-sí, y se define rigurosamente como faltante a ese para-sí
preciso, y a ningún otro, es el posible del para-sí. El posible surge sobre el fondo
de la negación del para-sí; como resultado de la descompresión de ser; es decir,
como una manera de ser, a distancia de sí, lo que es. De este modo, el para-sí no
puede aparecer sin estar infestado por un valor y proyectado hacia los posibles.
Sartre concibe a Dios, en primer lugar, como el artesano supremo, una especie de
“super homo faber”33, que en el acto de producir al hombre lo priva de toda
posibilidad de libertad y vuelve a todos los hombres unos objetos, ya que, al mirar,
u observar al hombre, con su mirada absoluta, lo tiene que objetivar. “Dios es un
33
LUYPEN, W. Op. cit., p. 56.
38
creador: un artesano superior y cuando crea algo sabe con precisión lo que crea.
El hombre es producido según técnicas y definiciones. El individuo realiza cierto
concepto que está en el entendimiento divino”34. Pero, también observamos en su
pensamiento que Dios es la identificación contradictoria del en-sí y del para-sí, y
en esta última caracterización, Dios, aparece como un imposible. Es cuando surge
la pregunta ¿cuál es, entonces, el ser de las cosas? Es nuestro acto de
conciencia, que se desarrolla como razón a lo largo de la temporalidad histórica. Al
privar a las cosas de su ser ha cortado la vía que conduce al conocimiento del
creador (Dios), pues éstas son el efecto propio de Dios.
En esta elección Sartre aconseja a favor del hombre y en contra de Dios para no
caer en la alienación, pues si el hombre no es su ser, estaría alienado,
determinado, condenado a obedecer eternamente, sería otro de sí. Pero, ¿el
hombre es otro de sí? Si el hombre es otro de sí, es porque se ha hecho otro, y,
por tanto, antes de ser es acción, por lo que puede pasar de sí a lo otro. Es éste
34
SARTE, Jean Paul. El existencialismo es humanismo. Op. cit., p. 58.
35
LUYPEN, W. Op. cit., p. 86-87.
39
un razonamiento inconcluyente, pues se afirma que el hombre es su acción,
partiendo de que él es su acción. Pero lo que sucede aquí, es que el hombre al
elegir la autonomía, la identidad total, termina en la nada, en la medida en que ello
es posible: en la nada relativa, en el fracaso del sentido de la vida humana. “Sartre
reduce el ser a una construcción del poder practico del individuo singular. Pero
esta aparente exaltación del hombre va a terminar en una situación de pesimismo
trágico, y en un nihilismo metafísico”.36
36
Ibíd. , p. 89.
37
Ibíd., p. 90.
40
surge en el mundo y luego se define (comienza primero por no ser nada). Será
después, y será como él se haya hecho. Tal como él se quiere y tal como él se
concibe a través de la existencia; es lo que el se hace. Es subjetividad. De ahí que
no haya naturaleza humana, pues no hay Dios para concebirla. “Sin un Dios el
hombre tendrá que hacer su proyecto, incluso ser su propio proyecto: Un proyecto
en el cual será lo que haya proyectado ser y no lo que quiere ser”.38
41
sentimiento. Cada sentimiento se construye con actos que se realizan; por eso no
puede consultarlos en ninguna moral para guiarse: “Si no puede ni siquiera
buscar en mí el estado auténtico que me empujará a actuar, (mucho menos) podré
pedir a una moral los conceptos que me permitirán actuar”.41
Tengamos en cuenta también, que para Sartre existir es vivir; existencia es vida y
esta vida es propia del hombre y no ha sido creada. Por ello, si los dioses existen
no tienen importancia y se convierten simplemente en dioses muertos, donde ya
no pueden hacer nada ni en favor ni en contra de la vida. “Es de manera toda
blanda el Dios de los muertos (…) Este monigote de madera es Júpiter, dios de la
muerte y de las moscas”.42
41
Ibíd., p. 72.
42
SARTRE, Jean Paul. Las Moscas. Op. cit., p. 20-21.
42
ojos clavados en mí, olvidan mirar en sí mismos. Si me olvidara un solo instante,
si los dejara apartar la mirada…”.43
En Sartre una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses
no pueden nada más contra ese hombre. Todo depende ya del individuo. Puede
Dios, ser Dios de todo pero no del hombre. “(…) Eres rey de los dioses…, el rey
de las piedras, y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el Dios
de los hombres”.44
43
Ibíd., p. 56.
44
Ibíd., p. 71.
45
Ibíd., p. 246.
43
3. CONCIENCIA Y LIBERTAD COMO NEGACIÓN DE DIOS
Ahora bien, ¿qué hacer cuando las posibilidades que se consideran no están
rigurosamente comprometidas por la acción? No le queda más remedio que
desinteresarme, porque ningún Dios, ningún designio puede adaptar el mundo y
sus posibles a la voluntad. Tal es la desesperación e incertidumbre del hombre
que ni siquiera le está permitido el confiar en otros hombres: “No puedo contar con
los hombres que no conozco fundándome en la voluntad humana, o en el interés
44
del hombre por el bien de las sociedades, dado que el hombre es libre y no hay
ninguna naturaleza humana en que pueda fundarse: tengo que limitarme a lo que
veo”. 46
Aunque el hombre para Sartre queda completamente, al quedar sin Dios esto no lo
exceptúa de la responsabilidad. Tal es la importancia de ésta que no sólo es
responsable de lo que él es, sino también, de los otros. ¿Por qué? El hombre al
elegirse, elige también a los otros: “(…) Eligiéndose, elijo al hombre”47, dice el
autor.
Nunca podremos elegir el mal ya que lo que elegimos es siempre lo bueno y nada
puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Lo que acontece es que unos
enmascaran sus angustias actuando de mala fe. Esto al creer que su obrar
únicamente los compromete a ellos y no a los otros. Claro está que este mismo
hecho de mentir implica un valor universal atribuido a la mentira. Pero en últimas
soy yo quien decide qué es bueno o qué es malo, y nadie fuera de mí, se dirige a
mí. De ello se concluye que “la angustia es la condición misma de su acción”.48
Algunos dirán que el individuo actúa o es movido por la pasión y al actuar por ella
no tendría ninguna responsabilidad en sus actos, pero se olvidan de que el
individuo es el responsable de su pasión. Él mismo es el que clasifica los signos
como los prefiere; al hablar de signos nos referimos a señales o guías que le
orienten. Es gracias a la responsabilidad que el hombre está condenado a cada
instante a inventarse a sí mismo.
Al desaparecer Dios del plano existencial, el hombre sólo queda con un proyecto;
no existe más que en la medida que se realiza; es el conjunto de sus actos, es
46
SARTRE, Jean Paul. El existencialismo es un humanismo. Op. cit., p. 77.
47
Ibíd., p. 63.
48
Ibíd., p. 66.
45
decir, no es más que su vida. Cualquiera que piense lo contrario a lo anterior es un
conformista y un excusista.
Nos queda ahora averiguar quién o qué es lo que muestra al hombre esa
responsabilidad.
3.2 LA CONCIENCIA
Sartre busca, a través del análisis de la conciencia, la aprehensión del mundo del
sujeto pero sobre todo descubrir los fundamentos ontológicos de la realidad.
Partimos aquí diciendo con Sartre que “toda conciencia es conciencia de algo.
Esto significa que no hay conciencia que no sea posición de un sujeto
trascendente, si se prefiere, que la conciencia no tiene contenido”.50 Al mismo
tiempo que es conciencia de algo, es consciente de la existencia que le separa de
ese algo. Si es conciencia de algo, no es ese algo. Es aquí donde se presenta la
negación de la identidad entre conciencia y algo constitutivo de la conciencia. El
ser está ahí, en su presencia irrefutable ante la conciencia. Ésta se acerca a él,
puesto que es conciencia de él; pero, al mismo tiempo, se reconoce como
distancia de él.
49
Ibíd., p. 91.
50
SARTE, Jean Paul. El ser y la nada. Op. cit., p. 21.
46
¿De qué distancia se trata? Lo único que se interpone entre el objeto del que es
conciencia y la conciencia es la negación, es decir, la nada.
Esta negación es tomada en Sartre como el fenómeno que se presenta como una
relación entre dos polos, el ser ya la conciencia; de los cuales la conciencia es en
relación con el otro, el ser, y se agota en esta relación.
El ser está ahí, con su presencia plena, en perfecta coherencia consigo mismo, es
en-sí, y carece de función alguna que le obligue a desplazarse de su ser en sí
mismo. Es plenitud ontológicamente plena.
Esto nos muestra algo importante: la conciencia encierra en sí una cierta carencia
de ser.
47
es ella misma. (…) Debe producirse como revelación revelada de un ser que no es
ella misma y que se da como ya existente cuando ella lo revela”.51
51
Ibíd., p. 31.
52
Ibíd., p. 127.
48
hay conciencia que no esté habitada por su valor y que la realidad humana, en su
sentido más amplio, abarca el para-sí y el valor”. 53 Cabe anotar aquí que lo
anterior es posible gracias, también, a otro elemento consustancial que es la
libertad; todo ello es posible porque la conciencia es libre.
Al no ser cosa entre las cosas, la conciencia encuentra que es totalmente libre. Es
libre porque, no siendo cosa, no se encuentra sometida a las leyes que rigen las
cosas.
53
Ibíd., p. 128.
49
es conciencia de él, pero no es conciencia de sí; por lo tanto, no es conciencia de
su libertad. Mientras la conciencia, el para-sí o el hombre, se encuentra
comprometido de esta manera con el mundo, la angustia no hace acto de
presencia: “(…) Pero mi conciencia inmediata de percibir no me permite ni juzgar,
ni querer, ni avergonzarme (…) Todo cuanto hay de intención en mi conciencia
actual está dirigido hacia el exterior, hacia el mundo”.54
En esta conciencia refleja es donde habita la angustia. “Al tener conciencia de que
soy consciente de tener conciencia de algo, me permite afirmar, no que ese algo
existe en-sí, sino que sí existe para mí. En este proceso la conciencia se dirige
hacia algo que no es ella, es decir, hacia la conciencia refleja”.55
Es esta conciencia la que me permite darme cuenta de que no soy, no soy el en-
sí; este darme cuenta me lleva a la conclusión de que poseo una conciencia de
54
Ibíd., p. 22.
55
Ibíd., p. 23.
50
algo. Pero también, soy consciente de que no pueden suplir jamás esa conciencia,
pues así sea consciente de mi conciencia de carencia reconozco que tengo que
salir de mí mismo para poder volver sobre mí mismo y captarme como carente de
algo. Este tener que salir para tomar conciencia de mi conciencia me induce a una
imperfección que no se daría si fuese en-sí: pleno, perfecto, lleno, sin vacíos.
Si no puedo ser un en-sí, ¿qué me queda? Vivir o existir como lo que soy, un para-
sí; libre de las determinaciones del en-sí. El poder definirme como libre es obra de
la conciencia misma que se capta como no cosa y como no sometida a las leyes
que rigen las cosas. Por ello, la conciencia no está determinada por la causalidad,
sino que está motivada en sus acciones.
3.3 LA LIBERTAD
Un hombre sin Dios queda libre para establecer valores. Esto porque sin libertad
no tienen sentido los valores, y sin establecimiento de valores no tiene la elección
de fines y posibilidades de los mismos. Es gracias a la conciencia como el hombre
se encuentra y como es totalmente libre. Es libre, porque no siendo cosa, no se
encuentra sometido a las leyes que rigen las cosas.
51
La libertad total, de la que habla Sartre, no tiene nada que ver de la libertad
absoluta de nuestra tradición. La libertad nos permite elegir, y en esta elección
somos totalmente libres; lo que no significa que nuestras posibilidades de elección
sean infinitas. El hombre nace en una situación, y esta situación heredada, define
las posibilidades reales de ejercer su libertad. Aún en una sociedad alienada, el
hombre sigue siendo libre de escoger; aunque pueda darse el caso de que, para
un obrero explotado, esta libertad se reduzca a elegir entre la vida y la muerte.
No hay más legislador para el hombre que él mismo; es decir, toda actitud humana
no puede emanar más que de una acción concertada, libre. “Esta libertad es la
que fundamenta el ser del individual y al igual que la conciencia se puede
considerar como absoluta”56, él es todo libertad y no hay diferencia entre un
hombre y otro.
La libertad humana tiene carácter dinámico; pero ¿cómo definir aquello que está
en todas partes, y al estar en todo, no está en ningún sitio en especial? No se
puede captar de ningún hombre libre más que el ser que ya no es, más que las
huellas que ha dejado en la superficie del mundo como marca de su libertad. Por
eso de un hombre no puedo decir lo que es; simplemente puedo medir lo que ha
sido. No hay relación de causa-efecto entre el pasado y el presente del hombre,
pues esto anularía la libertad; por eso las relaciones humanas son proyectos y no
consecuencias. Para que mi acción presente esté libre de toda determinación,
salvo la de mi propia libertad, es preciso que haya una ruptura radical entre mi
pasado y mi presente.
56
MARTÍNEZ, Contreras Jorge. Op. cit., p. 44.
52
nada. Muchos escritores han utilizado el tema de la pérdida de la memoria, pero
procurando, por diferentes razones novelísticas, permitir a sus héroes la
conservación de algunos recuerdos, aunque no sea más que el conocimiento del
lenguaje”.57
Esta libertad o esencia del hombre es siempre problemática, porque está siempre
por hacerse, de acuerdo con criterios personales y libres. Es lo que da sentido a
las acciones. ¿Cómo sabe el hombre que es libre? “Es en la angustia en donde el
hombre cobra conciencia de su libertad”.58 La angustia es la que no deja captar de
forma inmediata que el hombre es libre.”(…) se distingue del miedo en que ésta es
temor de los seres del mundo en tanto que angustia es angustia ante sí”.59 Y el
miedo surge cuando se capta a la “situación actuada sobre el hombre”60, es decir,
que está ligada a la idea de destrucción. Tomemos prestado un ejemplo para
aclarar lo anterior:
Por otra parte, la angustia surge cuando se contempla al hombre actuando sobre
la situación. Es el hombre el que modifica su mundo; por ello, la angustia es el
sentimiento de una libertad que elige sus actos fuera de todo constreñimiento
exterior. No hay ley absoluta (Dios) que pueda dictármelos. Por eso este
57
Ibíd., p. 45.
58
SARTRE, Jean Paul. El ser y la nada. Op. cit., p. 490.
59
Ibíd., p. 491.
60
Ibíd., p. 491.
61
MARTÍNEZ CONTRERAS, Jorge. Op. cit., p. 46.
53
sentimiento no lleva a dudar de mi actitud futura; a tener miedo de tener miedo;
miedo de no poder soportar pues desconozco mi “yo” futuro ¿Por qué? Porque
ante dos situaciones (la de hoy y la de mañana) puedo reaccionar diferente y sin
que la elección que hago hoy prejuzgue a la de mañana, ya que “no soy el que
seré”62, dice Sartre. Es ahí cuando la angustia se apodera de mí, pues, la
conducta decisiva saldrá de un “yo” que todavía no soy. De ahí que el que soy
depende en sí mismo del yo que aún no soy, en la misma medida en que el “yo”
que no soy aún, no depende del “yo” que soy. Es así que la angustia se me
presenta como ese “miedo” ante mi ser problemático. Ese ser libre que soy. Pero
hay algo más, es también, la captación de la nada que aparece cuando pongo a
un lado mi acción presente en el mundo, para buscar los motivos de mi conducta.
Me encuentro, entonces, que no hay motivos reales, sólo la nada que separa mi
pasado de mi porvenir y me testimonia la libertad.
Esta nada es semejante a la del individuo que siente vértigo cuando contempla el
vacío desde lo alto de un precipicio. Puede entregarse a ese vértigo o luchar
contra él, pero nada puede hacer frente a su existencia. De la misma manera el
hombre puede elegir libremente sus actos pero no puede elegir no ser libre: “(…)
estoy condenado a ser libre. Esto significa que no se puede encontrar más límites
para mi libertad que esta misma, o si se prefiere, que no estamos en libertad de
dejar ser libres”.63
62
SARTRE, Jean Paul. Op. cit., p. 491.
63
Ibíd., p. 490.
54
Para concluir esta breve explicación de la angustia diremos que el individuo es
angustia, ya que, para existir como libertad, debe distanciarse de todo lo que es
en-sí: el mundo, su pasado, sus elecciones anteriores, etc.; para condenarse a
vivir en función de valores, por siempre futuros, que darán significación humana al
universo.
Ahora bien, en el hombre libre ningún estado de hecho, cualquiera que sea,
económico, político, social o psicológico, es susceptible de motivar de por sí
mismo las acciones. Éstas son proyecciones del para-sí hacia algo que no es; y lo
que es no puede, en modo alguno, por sí mismo, determinar lo que no es. “Ningún
estado de hecho determina a la conciencia a captarlo como negatividad o como
carencia”.64 Es decir, cuando actuamos descubrimos en las cosas una carencia
de… (ser lo que deben ser).
Observemos que en toda acción hay una intención; debe tener un fin, a su vez, se
refiere a un motivo (o móvil), es decir, hacia mi pasado el cual me remite a un
presente como el surgimiento del acto. Es la acción la que decide acerca de sus
fines y sus móviles y se expresa como libertad; o mejor, la libertad se hace acción
y a través de ella es como la alcanzamos; ella organiza la acción con los motivos,
móviles, y fines que implica.
64
Ibíd., p. 461-462.
65
Ibíd., p. 465.
55
denominación misma, aquella que ya está allende el nombre que se le da a la
propiedad que se le reconoce.
66
Ibíd., p. 467.
56
La realidad humana no puede recibir sus fines, como hemos visto, ni de afuera ni
de una supuesta “naturaleza” interior. Ella los elige y, por esta elección misma, les
confiere una existencia trascendente como límite externo de su proyectos así,
pues, la posición de mis fines últimos caracteriza a mí ser y se identifica con el
originario brotar de la libertad que es mía. Este es el fundamento de los fines que
intentaré alcanzar.
Hemos mostrado que la libertad se identifica con el ser del para-sí; la realidad
humana es libre en la exacta medida en que ha de ser su propia nada. Ella ha de
ser esta nada, como hemos visto, pero en múltiples dimensiones. Veamos
brevemente:
67
Ibíd., p. 479.
57
que hubiera podido ser otra; es decir, el hombre es un proyecto y gracias a su
libertad puede modificarlo perpetuamente ya que estamos perpetuamente
comprometidos en nuestra elección, y somos perpetuamente conscientes de que
nosotros mismos podemos invertir bruscamente esa elección y cambiar
radicalmente, pues proyectamos el porvenir con nuestro propio ser y lo roemos
perpetuamente con nuestra libertad existencial comunicándonos a nosotros
mismos lo que somos por medio del porvenir, y sin dominio alguno sobre este
porvenir, que sigue siendo siempre posible sin pasar jamás a la categoría real.
Claro, que por ser libre y perpetuamente resumida por la libertad, mi elección tiene
por límite la libertad misma, está infestada por el instante. Cada vez que reasumo
mi proyecto evito que éste se petrifique o detenga en el tiempo como algo
concluido. Dice Sartre al respecto:
Hay algo importante para destacar: la elección de los fines, aunque totalmente
libre, no es necesaria ni aun frecuentemente realizada con alegría. Puedo elegir
en la resignación o en el malestar; puede ser una huida, puede realizarse en la
mala fe. Cada uno nos elegimos como queramos. Cualquiera que fuera nuestro
ser, es elección, y de nosotros depende en elegirnos como “grandes y nobles o
viles y humillados”.69
68
Ibíd., p. 493.
69
Ibíd., p. 497.
58
Si escogemos ser insignificantes, nos realizaremos como amargados, inferiores,
etc. El que se escoge como tal se constituye como tal, como medio para alcanzar
ciertos fines; lo mismo ocurre con el complejo de inferioridad, el cual surge como
una libre aprehensión de nuestro ser-para-otro. Este ser-para-otro como situación
acturará a título de motivo, pero para eso debe ser descubierto por un motivo, que
no es sino nuestro libre proyecto. Con la inferioridad nos elegimos hacernos
semejantes a una cosa, como existente, o para-sí en medio del mundo. Elegirnos
como inferiores significa asumir lo que ello implica: vivir con vergüenza, en la
cólera y en la amargura. Según esto, la realidad humana, reduce su ser a un
hacer; es decir no es primero para actuar después, sino que para ella ser es
actuar, y cesar de actuar es cesar de ser.
70
Ibíd., p. 502.
59
La realidad humana puede elegirse como le plazca, no puede no elegirse; ni
siquiera puede negarse a ser: el suicidio, en efecto, es elección y afirmación de
ser. Ella es un proyecto fundamental, el único; y no concierne a mis relaciones con
tal o cual objeto particular del mundo, sino a mi ser-en-el-mundo como totalidad, y
que ese proyecto pone como fin cierto tipo de relación con el ser, que el para-sí
quiere mantener. Este proyecto debe ser constantemente renovado. “(…) me elijo
perpetuamente y no puedo ser camas a título de habiendo-sido-elegido; de otro
modo, sería en la simple y pura existencia del en-sí”.71 Es ahí donde concebimos
la libertad como absurda, pues es libertad de elegir pero no libertad de no elegir,
pero no elegir es elegir. Resulta que la elección es fundamento del ser-elegido,
pero no fundamento del elegir.
71
Ibíd., p. 505.
72
Ibíd., p. 507.
60
No es pues, necesario un Dios que nos devele la adversidad de las cosas ni que
nos ayuda a superar esas adversidades. Pues la adversidad que la libertad nos
devela es lo existente, lejos de ser un peligro para ella, no hace sino permitirle
surgir como libertad. No hay un “para-sí libre sino en cuento comprometido en un
mundo resistente. Fuera de este compromiso, las acciones de libertad, determina
mi necesidad y pierden hasta su sentido”.73 Los límites que encontramos o que
creemos encontrar sólo son en virtud de lo dado trascendido o negado (nihilizado)
por la misma libertad.
Sin un Dios la libertad queda sin fundamento ¿Cómo es esto? El para-sí es libre,
pero no es su propio fundamento. Si ser libre significa ser fundamento de sí
mismo, sería necesario que la libertad decidiera acerca de su ser libre, no sólo que
fuera elección de un fin, sino de sí misma como libertad. Esto supo que tanto la
libertad de ser libre, como la de no serlo existieran antes de la libre elección de
una de las dos. Es decir, antes de la libre elección de la libertad. Esto en Sartre no
es posible, pues Sería caer juego del infinito donde cada libertad tiene necesidad
de otra que la elige.
Somos una libertad que elige pero no elegimos ser libres. Estamos condenados,
arrojados en la libertad y esta condena sólo surge cada vez que hago uso de la
libertad. Podemos escapar de lo dado, del hecho pero no del hecho de ser libres.
Esta es la facticidad de la libertad. La libertad se determina por su surgimiento
mismo como un hacer. No es algo indeterminado, pues esto equivale a darle el
valor de un en-sí.
73
Ibíd., p. 508.
61
medida en que vuelve sobre sí misma para iluminarlo, hace que ese ser que es
suyo aparezca en relación con el plenum del ser, es decir, existe en medio del
mundo”.74 De ahí que la facticidad de la libertad esté en que ella no es libre de no
existir.
El resultado de esta paradoja es: el hombre sin Dios es libre y ser libre significa
ser autónomo en sus elecciones.
74
Ibíd., p. 511.
75
Ibíd., p. 514.
62
Ahora bien, ¿quién le garantiza el fracaso o el éxito al proyecto humano? El
hombre al estar condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros todo el peso del
mundo, es responsable del mundo y de sí mismo. Ya que es por él por quien
existe un mundo y cualquiera que fuera la situación en que se encuentre, debe
asumirla, con su coeficiente de adversidad así sea insostenible. “Es pues,
insensato en pensar en quejarse, pues nada ajeno o extraño ha decidido lo que
sentimos, vivimos o somos. Esa responsabilidad absoluta no es, por lo demás,
aceptación; es simple reivindicación lógica de las consecuencias de nuestra
libertad”.76
76
Ibíd., p. 576.
77
Ibíd., p. 577.
63
Pero, ¿por qué soy responsable sino he podido nacer? Soy responsable salvo de
mi responsabilidad misma, pues no soy el fundamento de mi ser. Estoy arrojado
en el mundo, no en el sentido de quedarme abandonado y pasivo en un universo
inútil, sino en él. Sentido de que estoy solo y sin ayuda, en un mundo en el cual
soy enteramente responsable, sin poder, por más que quiera, dejar de ser
responsable, pues basta de esto último soy responsable. El hecho de haber
nacido no puede ser captado directamente y hasta es inconcebible, pues el hecho
de mi nacimiento nunca me aparece en bruto, sino siempre a través una
reconstrucción proyectiva de mi para-sí. Pero cada vez que me avergüenzo de la
vida o me alegro de ella elijo el haber nacido. No encuentro jamás sino mi
responsabilidad.
Por ello: “Estoy condenado a ser totalmente responsable de mí mismo. Soy el ser
que es como ser en cuyo ser está en cuestión su ser. Y este “es” de mi ser es a la
vez presente e imposible de captar”.78
78
Ibíd., p. 578.
64
4. UN ATEÍSMO LÓGICO
79
MOELLER, Charles. Literatura del siglo XX y Cristianismo. La fe en Jesucristo. Tomo II. Versión
española de José Pérez Riescos y Valentín García. 4ª ed. Madrid: Gredos, 1961. p. 69.
80
Ibíd., p. 70.
65
Podemos afirmar que el ateísmo del filósofo es manifestado con tanta naturalidad
y frialdad que descorteza parte por parte la existencia del hombre para lograr
imponer su punto de vista. No parece percatarse nunca de lo que puede pasar de
trágico, para ciertas almas, que pueden llegar a la pérdida de la fe en Dios. Claro
está, que desde siempre, el problema de Dios ha obsesionado al hombre
suscitando sus blasfemias, su fe o su desesperación. Lo que sucede es que Sartre
es un maestro de una indiferencia proclamada en tal materia.
81
Ibíd., p. 76-77.
66
utiliza, son impermeables a toda visión espiritualista del conocimiento y del
universo. El mundo del en-sí coincide consigo mismo, como un pleno, y, al mismo
tiempo, su ser existencial se escapa, pues la conciencia no puede nunca desvelar
de él más que perfiles fugases ya que no es capaz más que de recortar en el en-sí
sombras pero su ser no se deja aprehender por ella. “El ser del fenómeno es
postulado por el conocimiento; es una condición que hay que suponer para
hacerlo posible; pero, como la conciencia no puede aprehenderlo, queda privado
de todo valor en lo ontológico. Si nos es permitido, diremos que Sartre es en esto
idealista, pese a que en otras cuestiones pretende ser realista. 82
Se comprende ahora por qué la libertad sartreana no tiene nada que ver con la
que afirma la filosofía espiritualista. No sirve para nada; la conciencia, y nada más
que la conciencia, es la formuladora de los valores. Como el ser del fenómeno es
inaccesible y como el para-sí, al desligarse del en-sí, no encuentra sino el vacío,
no existe ningún valor objetivo real. No hay quehaceres dados ni tareas
preexistentes esperándonos; no existe imperativos inscritos en el cielo metafísico,
no hay postes indicadores a lo largo de la ruta humana. Asestada sobre los
perfiles sucesivos del fenómeno de ser, vacía de toda vida interior, la conciencia, o
la libertad, sólo puede proyectarse hacia delante en una serie de actos, de
compromisos, a los que está condenada que la obligan y que, sin embargo,
carecen de toda significación independiente del compromiso mismo.
82
La causa de esta mezcla de realismo e idealismo es que Sartre ha reducido la contemplación de las esencias
de Husserl a una fenomenología de lo sensible.
67
se apoyan en valores, se hurtan a la elección, se refugian en la moral de las
intenciones o se trasquilan diciéndose que el hombre es mejor que sus actos.
Vale acá detenernos un poco y tomar los argumentos de Moeller para explicar lo
anterior. Según el crítico,
68
La caída carnal es siempre una especie de vértigo, un dejarse ir con todo
el ser por la pendiente material del objeto deseado. La caída es deliciosa
de momento. En realidad, el hombre deviene algo meramente mecánico,
una máquina lanzada hacia adelante; deja de ser como dueño de sí.
83
Ibíd., p. 80-81.
84
Ibíd., p. 88.
69
fenómeno de ser, que se desvela a un conocimiento que se niega a superar la
sensibilidad y entonces, la razón está de parte de Sartre, pues no queda lugar sino
para la soledad, la angustia; o bien, las cosas, a través y allende su aparición, nos
sugiere una significación que la sobrepasa.
Observemos esto: si hay aparición del para-sí en el seno del en-sí, ello significa
que el en-sí, la realidad existente, contingente, obscenamente presente,
estúpidamente ahí, participa misteriosamente de una realidad objetiva, oculta que
aparece poco a poco y debe, finalmente, dar un sentido a la existencia. En otras
palabras, el surgimiento de la conciencia en el mundo es el hecho fundamental: si
se da es porque la conciencia es más que el mundo de lo existente y porque éste
participa de una realidad que lo supera. Sartre vislumbra, de algún modo, la
filosofía de la participación.
Sin duda, la participación supone que lo real es algo distinto y superior a sus
apariencias fenoménicas opacas. El error de Sartre consiste en rehusar, examinar
este mundo que se oculta detrás del en-sí y del para-sí. Lo que hay que afirmar es
la contingencia y la trascendencia, trascendencia en el seno de la contingencia,
70
eternidad en el seno de la temporalidad. La filosofía espiritualista no niega en
modo alguno la encarnación contingente de la conciencia; solamente añade que, a
través de ella, se entrevé la presencia de una trascendencia y, por ende, valores
objetivos, absolutos.
Para llegar estas verdades hay que superar el nivel de conocimiento sensible.
Cuando se ha visto la base imaginativa de concepto del en-sí en Sartre, uno se
pregunta si no tiene que habérselas con un prestidigitador.
Dice Sartre:
85
Ibíd., p. 91
71
Si la creación del mundo material no es una técnica, mucho menos todavía lo será
la del hombre: Dios crea al hombre libre. Le hace libre, crea la libertad en él. La
actividad de la creación no es un simple hacer del artesano, sino una
comunicación del ser, por amor; es don de sí; es voluntad de hacer que otros
seres participen del Ser. Cuando se trata del hombre, la creación significa el
designio de hacerle participar de la naturaleza divina, entre otras cosas, por medio
de la libertad. Cualquier aprendiz de filosofía sabe que tal es la idea tomista y
cristiana de la creación: si Sartre pretendía rechazarla debería haberla refutado
comenzando por distinguir entre la actividad técnica y la actividad creadora.
Las relaciones entre el hombre y Dios el filósofo muestra cómo el hombre en lugar
de asumir libremente lo que es, prefiere no encararse consigo mismo; encuentra
más cómodo exonerarse de su responsabilidad. Entonces se vuelve hacia Dios.
Se imagina una mirada que le mira. Dios es un ojo que le mira, bajo la fijeza de
esta mirada se siente una cosa, un objeto; bajo esta mirada se ve enteramente
72
identificado con su vicio, pues Dios dice que es un descarriado. Pero en el mismo
momento el hombre se ve liberado y exonerado de la responsabilidad de su vicio;
convertido en cosa bajo la mirada del otro Dios, deja de ser responsable de ser un
extraviado, como tampoco la mesa es responsable de ser una mesa bajo la
mirada del hombre.
Sartre diría, sin duda, que el arrepentimiento religioso es una ilusión biológica.
Pero la descripción fenomenológica de este sentimiento va en una dirección
diametralmente opuesta a lo que él pretende hacer de ella; carece de toda base
que le permita adivinar lo que es la vida religiosa auténtica; “dirías que nunca ha
leído un texto evangélico, un solo libro de mística; dirías que nunca ha oído el grito
del pecador que se vuelve hacia Dios y se siente responsable ante Él, al mismo
tiempo que misteriosamente confortado por Él”.86
Este ejemplo arroja una claridad brutal sobre la idea completamente imaginativa
que se hace Sartre de la creación: la experiencia del hombre no es más que la
concretización de una teoría filosófica que carece de valor. Si crear vale tanto
86
Ibíd. p. 93.
73
como fabricar, el hombre no tiene sino dejarse utilizar por su fabricante. Podría
expresarse bastante bien de la manera siguiente: o bien todo viene de Dios, y, en
ese caso nada viene del hombre. O bien, nada viene de Dios, y en ese caso, todo
viene del hombre. En esta segunda hipótesis, si el hombre tiene alguna dignidad,
algún sentido de libertad, y ello es necesario en nuestro tiempo de dictadura y de
conformismo democrático, se dirá que su dignidad humana comienza con la
muerte de Dios. He aquí por qué. Ya que Dios no existe ni puede existir, bajo pena
de poner en peligro la dignidad del hombre, el comportamiento religioso de los
cristianos parecerá a Sartre como forzosamente manchado de pasividad, de
cobardía, de conformismo, de espíritu de seriedad. Los cristianos, al igual que los
niños, si son lógicos con su fe, no pueden menos de ser farsantes.
¿Será preciso repetir que, si Dios crea, quiere que la sustancia sea activa y que
alcance su término? ¿Será necesario recordar que la realidad de Dios es
necesaria para fundar el sentido último de la libertad, pero que el mundo creado
tiene en sí mismo una cierta consistencia, que no es pura apariencia, juego de
ilusión, fantasmagoría determinada por un déspota invisible? ¿Es necesario
recordar que precisamente de esta su consistencia es de donde la criatura saca la
fuerza para revelarse hacia Dios? ¿Será preciso, en fin, volver sobre esta
evidencia elemental, que Dios nos pide que roguemos y trabajamos, ora et labora?
74
mismo: debe elegir continuamente y crear valores. Al contrario, de existir Dios, la
existencia de los valores objetivos dispensaría al hombre de la responsabilidad de
la elección. El hombre podría apoyarse en la cómoda almohada de las certezas
dadas; nunca jamás conocer la preocupación, que es la característica del hombre
libre.
Esta vigilancia se basa en la realidad de Dios que nos llama y del que nunca nos
sentimos más lejos que cuando intentamos acercarnos a él. Basta recordar la vida
de los Santos, sus angustias, sus noches de los sentidos y del espíritu, la nube
luminosa, que les rodea cuando se acercan a la unión divina.
75
evidentemente, que sus experiencias son ilusiones biológicas: se pretenderá
reducirlas a fenómenos de subconsciente y de inconsciente; pero si se es leal,
habrá por comenzar de describirlas tales cuales son y no como hace Sartre, por
basarlas en una caricatura:
Miremos que la base del sistema sartriano descansa en una opción a favor del
mundo del conocimiento sensible; a partir de ahí, es fácil mostrar que la idea de
Dios es contradictoria y que suprime toda libertad humana. Así, pues, lo que
parece primordial en su obra es el ateísmo. Cabe, sin embargo, preguntarse si ello
no es solo una apariencia y si, en el fondo, el motor secreto del sartrianismo no
será la opción por la libertad radical.
Lo que quiere decir el filósofo ateo es que, aun cuando Dios existiera, nada
cambiaría por ello: el hombre estaría obligado a elegir su camino, pues los valores,
aunque existieran, no son nunca lo suficientemente precisos como para
dispensarle de la opción; en último análisis, el que se compromete lo hace en una
soledad absoluta. Cualquier cristiano sabe, que en último análisis, él es el
responsable y que, por ejemplo, la fe en Dios no deviene totalmente verdadera,
más que en el acto mismo en cuya virtud se entrega a Dios: sólo entonces, en el
gesto mismo con que la acoge, le aparecen los motivos de credibilidad, que son
objetivos, con todo su valor probativo, mas ello no significa que Dios haya
hablado. Precisamente el hombre se vuelve a Dios porque presta oído a un
87
Ibíd., p. 96.
76
llamamiento divino, este llamamiento se convierte en certeza para él, cuando, al
acoger la gracia, el hombre la hace suya.
77
CONCLUSIONES
Sartre afirma que Dios es un imposible, una contradicción. Dios tendría que ser al
mismo tiempo un ser en-sí, pleno sólido, necesario y un ser para-sí, vacío,
confuso, desintegrado, es decir, nada. Dios sería al mismo tiempo el ser y la nada,
lo cual es contradictorio. Si Dios fuera lo en-sí, sería el ente verdadero y pleno,
pero no hay razón alguna para que exista, pues no posee relación con los otros
seres, por ello está fuera de la temporalidad. Como no puede negar el devenir,
afirma que en el ente es un devenir rígido y predeterminado.
Al estudiar el en-sí, hablamos que éste es el fundamento del para-sí. A través del
para-sí el en-sí se convierte en mundo y a su vez nos permite un estudio del
hombre por medio de ciertas conductas privilegiadas del mismo. Dios como para-
sí sería el ser que se determinaría a sí mismo a existir en tanto que no puede
convivir consigo mismo.
Dios como ser en-sí y ser para-sí a la vez es una contradicción, algo ilógico o
mejor aún, un imposible. Pero si el Dios para-sí alcanzara alguna vez su sí,
desaparecería la alteridad al igual que los posibles: el conocimiento y el mundo y
Dios sería, pues, ser en-sí y ser para-sí a la vez. Pero esto no es lo que sucede en
la existencia, ni lo que podrá darse jamás. De ahí que, si Dios como ser en-sí no
necesita ser un Dios para-sí, y si Dios para-sí nunca podrá llegar a ser Dios en-sí,
no tiene sentido que exista o no para el hombre, será un ser innecesario.
La libertad humana, tal como la concibe Sartre, no puede tolerar la idea de que
Dios exista. La libertad como trascendencia llega a ser autonomía absoluta. Si
ocasionalmente él describe el carácter situado de la libertad, el valor de la
descripción está minado por su convicción de que el significado de la situación
está determinado por la subjetividad en forma enteramente autónoma. Su próximo
78
paso es la negación de toda dependencia del hombre con respecto a Dios. Dios
no es el rey de la humanidad, puesto que el hombre es libre.
Un hombre sin Dios quedaría libre para establecer valores. Esto porque sin
libertad no tendrían sentido los valores, y sin establecimiento de valores no tendría
sentido la elección de fines y posibilidades de los mismos. Es gracias a la
conciencia como el hombre se encuentra y como es totalmente libre. Es libre,
porque no siendo cosa, no se encuentra sometido a las leyes que rigen las cosas.
79
La libertad total, de la que habla Sartre no tiene nada que ver con la libertad
absoluta de nuestra tradición. La libertad nos permite elegir, y en esta elección
somos totalmente libres; lo que no significa que nuestras posibilidades de elección
sean infinitas. El hombre nace en una situación, y esta situación heredada, define
las posibilidades reales de ejercer su libertad.
Dice Sartre que hay que rechazar a Dios porque su existencia descansa sobre el
prejuicio del creacionismo y representa a Dios como un artesano superior. Esta
concepción de la creación supone que el hombre no puede tener un átomo de
libertad, de iniciativa. Si se supone que Dios ha dado el ser al mundo, el ser
aparecerá siempre manchado con una cierta pasividad. Por otra parte, ninguna
subjetividad, aunque fuese divina, podría crear algo objetivo, sino solamente una
representación de la objetividad. Y aun cuando ello fuera posible, el ser creado no
podría afirmarse como ser más que frente y contra su creador: de lo contrario lo
creado, no sería más que un ser intrasubjetivo, fundido, mezclado a la subjetividad
divina, enteramente pasivo. Y como por hipótesis, hay que admitir la idea de una
creación continuada, lo creado perdería entonces toda independencia, toda
consistencia.
80
BIBLIOGRAFÍA
PINTOS, Juan y Luis. El ateísmo del último Sartre. Madrid: Razón y Fe, 1968.
81