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El talante fascista de Europa.

Sergio Rodríguez Gelfenstein

El pasado 16 de diciembre la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución “Lucha


contra la glorificación del nazismo, el neo nazismo y otras prácticas que contribuyen a
alimentar formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y
formas conexas de intolerancia”. La votación que debió haberse aprobado por
unanimidad contó con el voto favorable de 130 países mientras que solo Estados
Unidos y Ucrania lo hicieron en contra a la vez que 51 países, de ellos 40 de Europa, se
abstuvieron.

La pregunta que emerge es porque Europa, la región donde surgió y tuvo su epicentro
el conflicto desatado por el nazismo que produjo entre 50 y 60 millones de muertos (la
gran mayoría europeos) y una cantidad similar de desplazados, mantiene una actitud
dubitativa y complaciente respecto de un asunto que sigue rememorando los peores
horrores de la historia de la humanidad.

Se podría pensar que los gobiernos europeos siempre temerosos de la furia de


Estados Unidos, no lo acompañaron en el rechazo a la resolución, pero por un mero
cálculo político, tampoco se quieren ver al lado de Rusia, ni siquiera en un tema que es
aborrecido por la aplastante mayoría de los pueblos del planeta.

Hurgando en las profundidades y tratando de encontrar explicaciones, descubrí que lo


que ocurre en realidad es que la Unión Europea (UE) y Europa en general es un
continente secuestrado por la ultra derecha en el que la correlación de fuerzas
interna obliga a hacer concesiones al fascismo y aceptar sus veleidades. Así, hasta los
mal llamados partidos socialistas han aceptado –sin resistencia- y de alguna manera
con satisfacción, ponerse bajo el influjo derechista que marca la pauta de este
conglomerado.

En un interesante artículo publicado por el analista Eliseo Oliveras especialista en


temas europeos de El Periódico de Barcelona, publicado ese mismo 16 de diciembre
refiere que el funcionamiento de la UE se encuentra maniatado por dos países
gobernados por la extrema derecha: Polonia y Hungría. Oliveras opina que las medidas
tomadas por el conglomerado han llegado tarde, haciéndose de la vista gorda ante el
irrespeto “de los principios democráticos por parte de los gobiernos de Hungría y
Polonia” retasando “hasta más allá de 2022 la aplicación del nuevo reglamento que
condiciona la recepción de las ayudas europeas al respeto del Estado de derecho”.
Dicho de otra manera, el respeto al Estado de derecho puede esperar cuando lo más
importante es salvaguardar los intereses económicos

El analista español recuerda que “Hungría y Polonia ya tienen abierto un expediente


por violación grave de los principios democráticos […] Pero está paralizado en el
Consejo de la UE desde hace más de dos años por falta de voluntad política de los
demás gobiernos”.

Oliveras cita al historiador Timothy Garton Ash quien alertó sobre el grave peligro
que entraña para la UE aceptar en su interior regímenes antidemocráticos. Al
referirse a Hungría, los prestigiosos profesores de derecho Petra Bard y Laurent
Pech la catalogan como una “dictadura suave”. Tanto en Hungría como en Polonia se ha
limitado la libertad de presa y se han modificado las leyes electorales a favor de ls
gobiernos de turno. Así mismo, controlan las asociaciones de profesores, culturales y
académicas entre otras

Se ha llegado a un punto tal que la Comisión Europea se vio obligada el pasado 3 de


diciembre - de manera tardía- a acordar un ¡plan en defensa de la democracia!!!!!, por
la irrigación creciente de la ultra derecha al interior de Europa.

La situación es similar a la ocurrida previamente a la segunda guerra mundial cuando


Europa y Estados Unidos dejaron que el nazismo se extendiera hacia el este en la
esperanza que destruyera a la Unión Soviética. Después, no lo pudieron controlar. En
aquella ocasión la reacción también llegó demasiado tarde.

Los europeos deberían aprender de la historia en vez de mirar hacia otro lado cuando
el virus del fascismo los está carcomiendo. Estos elementos permiten entender la
mediocridad sustentada en la vacilación y el temor como método permanente de acción
política de Josep Borrell.

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