Está en la página 1de 1

Conversando con María y Carlos

Lo primero que haría sería escuchar atentamente sus posturas, y luego invitarlos a salir para
comer algo y dialogar al respecto. El argumento principal de mi postura sería que la
santificación es en realidad un proceso que es iniciado por Dios y llevado a cabo por el poder
del Espíritu Santo (Dios mismo) en el creyente, luego entonces, este inevitablemente
responderá en obediencia (práctica), esforzándose en guardar los mandamientos de Dios,
rechazando el pecado y por ende, santificándose más y más, teniendo como resultado final la
imagen de Cristo en su ser. En efecto, no sería bíblico decir que la santificación es o bien solo
intervención divina o solo esfuerzo humano. Del mismo modo, no es correcto afirmar que este
proceso involucra la unión del esfuerzo humano como del esfuerzo divino, haciendo cada
quien su parte. Véase:

Error: O solo A o solo B, pero no ambos

Error: A y B (a la vez)

Verdad: A entonces B (Fil. 2:12c-13)

Donde A: La obra transformadora (santificación) es un proceso 100% divino

B: La obra transformadora (santificación) es un proceso 100% humano.

¿Cómo es que Dios inicia y lleva a cabo esta obra en el poder del Espíritu Santo? Esta obra es
iniciada por Dios el momento que Él nos salva (Ef. 2:8-10). Una vez que somos salvos, el plan
de Dios es que “andemos en las buenas obras que Él de antemano preparó para andar en
ellas” (Ef. 2:10). De manera que ello marca el inicio de un proceso de santificación que es
llevado a cabo por el Espíritu Santo, esto es, el mismo Espíritu que estuvo en Cristo mientras
estuvo aquí en la Tierra (Ro. 8:1-2). De manera que ahora es requerido vivir la vida en el
Espíritu (Ro. 8:9-10).

¿Dónde encaja entonces el esfuerzo humano en este proceso? Justamente dado que ahora
estamos en unión con Cristo, y tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros, entonces, Dios
produce en nosotros el querer como el hacer, y en consecuencia, nuestra voluntad, mente,
aspiraciones, comportamientos empiezan a cambiar (Ro. 8:12-13). Esto se traduce en la
práctica en el uso de los medios de gracia (devocionales, cultos eclesiales, comunión de
creyentes, etc.) y la capacidad de dejar hábitos o patrones de conducta o pensamiento
pecaminosos por otros nuevos (en la imagen de Cristo). Y mientras más contemplamos a Cristo
y su evangelio, más gracia recibimos, y más y más somos transformados.

Como conclusión, les diría a María y a Carlos, lo que acabo de exponer no solo es bíblico, sino
también consolador y retador a la vez. Por un lado, me consuela saber que a pesar de mis
constantes fracasos en la búsqueda de la santidad, el Señor me sostendrá y me hará
perseverar. Y a la vez, me desafía a volver al campo de batalla, a intentarlo una vez más, pero
desde la “posición correcta”: en Cristo, bajo la guía del Espíritu.

También podría gustarte