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Estudios recientes demuestran que una brecha más profunda entre ricos y pobres causa un
aumento del desgaste corporal debido al estrés crónico.
Una de las consecuencias del auge de la pobreza es el deterioro de la salud, si bien los motivos no
son tan obvios como puede parecer. En efecto, pertenecer a un nivel socioeconómico (NSE) bajo
conlleva en EE.UU. un acceso más limitado a la asistencia sanitaria y vivir en entornos más
propensos a la enfermedad. Y puesto que los peldaños inferiores de la escala socioeconómica están
ahora más concurridos, el número de personas con problemas de salud ha aumentado. Pero no se
trata de un mero problema de mala salud para el pobre y de mejor salud para los demás. Desde Jeff
Bezos, director de Amazon, para abajo, cada peldaño que descendemos por la escala conlleva un
empeoramiento de la salud.
El vínculo entre la desigualdad socioeconómica y la mala salud va más allá del acceso a la
asistencia sanitaria y de convivir con más peligros. Menos de la mitad de los cambios de salud que
se suceden a lo largo de la escala del NSE se explican por riesgos como fumar, beber alcohol o
consumir comida rápida, o por factores beneficiosos como disponer de seguro médico o estar
abonado a un gimnasio. Los extensos Estudios Whitehall sobre riesgos en colectivos concretos,
dirigidos por el epidemiólogo Michael Marmot, lo demuestran a las claras. Además, esa escala, o
pirámide, existe en los países con asistencia sanitaria universal; si el acceso a la asistencia fuera
realmente el responsable, su universalidad haría desaparecer las diferencias de salud. Algo más,
bastante poderoso, debe ir aparejado con las desigualdades y ser capaz de causar enfermedades.