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Instituto de Expansión de la Consciencia Humana

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DEJARSE SENTIR LO QUE OCURRE


(artículo publicado en revista Uno Mismo Nº 175, Julio 2004)

Alejandro Celis H.

La habilidad de simplemente dejarnos sentir lo que sentimos -sobre cuya


importancia me extenderé más adelante- es algo que hemos desarrollado muy
poco en nuestra mal llamada educación y civilización occidental, y esto se debe a
que nuestra educación se basa en adaptarnos a un molde. Por mucho que se hable
de educación personalizada y del respeto a la individualidad, eso no se da salvo en
muy contados casos. Desde niños, se desalientan las manifestaciones muy
energéticas -gritos, carreras, juegos muy entusiastas o ruidosos-, no porque sean
insanas, sino porque molestan o incomodan a los adultos. Niños simplemente
inquietos, desconcentrados o desmotivados por lo que se enseña -o sea, que no se
comporten como robots- son inmediatamente escudriñados por alguna falla en su
sistema nervioso. También es claro que son muchas las vivencias que los adultos
no aceptan: emociones fuertes y sexualidad.

¿Cuál es la consecuencia de todo esto? Básicamente, aprendemos a desconfiar de


nuestro mundo interno, porque producto del condicionamiento hemos concluido
que nuestra espontaneidad puede meternos en problemas con los demás. Y
entonces, la apariencia y el disimulo son la orden del día.

Estrategias diversas

La represión es una estrategia con alto nivel de popularidad. Es lo más obvio y


aparentemente fácil, reforzado por el discurso religioso y el de las "buenas
costumbres": nos desconectamos de nuestra ira, pena, sentimentalismo, erotismo y
de todo aquello que sea mal visto por la sociedad de los adultos. En la adultez,
tenemos esto tan incorporado que lo hacemos prácticamente sin darnos cuenta,
contrayendo músculos -especialmente de pecho y abdomen- y reteniendo la
respiración. Esto se hace con grados variables de consciencia. A veces la vivencia
nos asusta conscientemente, y por lo tanto la evitamos de ese modo; pero por lo
general, aprendemos a hacer esto siendo muy pequeños, cuando los adultos se
disgustan con nosotros y nos asustan con su rechazo.

A consecuencia de la represión, nuestra expresión no será genuina, y estaremos,


por lo general, desconectados de nuestro sentir. Exteriormente, aparentaremos
estar "bien", con sonrisas plásticas -tipo marketing yanqui- e inhibiremos
rápidamente cualquier muestra de algo "inapropiado".

Otra forma de reaccionar -menos popular- es lanzar hacia afuera y de inmediato


cualquier cosa que se sienta, especialmente la ira. Si actuamos así, andaremos a
patadas con todo el mundo, y en general se nos considerará espontáneos y
auténticos, lo que en cierta medida es cierto: seremos más espontáneos que los
reprimidos, pero no estaremos mostrando nuestra verdadera esencia.

El espectáculo resultante incluye adultos que, en concreto, evitan sentir muchas de


las vivencias que experimentan. Hay muchos otros trucos para lograr esto.
Distraerse, por ejemplo, con actividad o estimulación incesante: la TV, el trabajo,
los amigos, los niños, los perros, lo que sea con tal de no tener un minuto de ocio
en el cual me vea enfrentado a lo que siento internamente. Insensibilizarse es
también un buen recurso: el tabaco, el alcohol y drogas más duras -especialmente
la cocaína y la pasta base- son fórmulas efectivas que nos alejan de vivencias
molestas y, a veces, hasta tienen el plus de mostrarnos exteriormente como
individuos "duros" y "cool". Otro recurso es el de animador de TV: mostrar lo que
se quiere mostrar, es decir, alegría, afabilidad, entusiasmo... todo plástico, pero en
un mundo en que la autenticidad no es la norma, nadie se inquieta demasiado.

Algunos intentos diferentes

En los 60, con el hippismo, la gestalt y toda la cultura de los grupos de encuentro,
toda esta hipocresía fue confrontada y se propusieron alternativas: exprésalo todo,
manifiesta tu ira, grítale al mundo que lo odias. Ház catarsis, aporrea cojines,
confronta a tus padres, sacude las estructuras, desafía al establishment. Haces pagar
al mundo por tu resentimiento. Más tarde llegó Osho Rajneesh con su meditación
dinámica -técnica utilísima si se la utiliza en la perspectiva correcta- y reforzó la
idea. Acumulas ira o lo que sea y después la descargas haciendo la meditación
dinámica. Fácil. La imagen es la de un gran recipiente lleno de emociones
reprimidas, que se vacía con la catarsis; producto de las vicisitudes de la vida
diaria, se vuelve a llenar, pero lo volvemos a vaciar con otra catarsis.

En el extremo de esta lógica, te vuelves un terrorista: todos pagarán caro por tu


dolor. Y "descargar" sí funciona... hasta cierto punto y por un tiempo. Cumple la
función de que nos demos cuenta de cuánto tenemos reprimido en nuestro interior,
que nos liberemos momentáneamente de toda esa basura y de que nos demos
cuenta de toda la energía de que disponemos y que hemos reprimido. En cierta
forma, recuperamos nuestro poder, nuestra fuerza. Sin embargo, -tal como ocurre
con las técnicas de relajación- esto es sólo un paliativo, a menos que aprendamos
más sobre nosotros mismos y logremos no actuar como máquinas. No enojarnos
con las mismas cosas, no apenarnos con las mismas situaciones, no reprimir
nuestros sentimientos como siempre lo hemos hecho. En síntesis, aprovechar la
energía liberada para cambiar más de fondo las cosas. Y con eso entramos al fondo
del asunto: ¿cómo cambian las cosas?

"Estar con"

Para empezar, la sugerencia que sigue es muy ajena a nuestra mentalidad


occidental, centrada en controlar y manipular todo, incluyéndonos a nosotros
mismos. Esto es la antítesis. Me refiero a acoger y dejarse sentir lo que está pasando en
nuestro interior, cualquier cosa que sea. Entonces, para empezar, hay que saber
conectarse con lo que está ocurriendo ahora en nuestro interior, habilidad que no
es menor si consideramos el grado de condicionamiento que tenemos. Partamos de
la base de que NO estamos conscientes de todo lo que ocurre allí; incluso, me
atrevería a decir que no estamos conscientes de la mayor parte. Nuestra
sensibilidad es, en verdad, magnífica y multicolor, y la idea es sobreponerse al
condicionamiento y lograr recuperarla.

Entonces, el primer paso es tener acceso a ese mundo. No nos preocupemos aún de
ser conscientes de todo, partamos por percibir aquello de lo que sí nos damos
cuenta. Y luego, sigue algo que nos puede resultar difícil: la idea es simplemente
dejarnos sentir eso, sin dejar que interfieran pensamientos, análisis, "por qués" y
otras intervenciones que solemos hacer. La idea es quedarse sintiendo la sensación
mientras evoluciona por sí sola, movimiento que por lo general es bastante rápido.
Simplemente, dejarnos sentir lo que estamos sintiendo ahora, nada más, y por el
tiempo que dure una sensación determinada. Simple, pero difícil por los motivos a
los que aludía antes. Y, también, difícil porque una de las consecuencias de nuestro
condicionamiento es que rara vez soltamos el control, prácticamente nunca nos
abandonamos a lo que sentimos, porque entonces nos sentimos vulnerables... y en
algún momento de la historia, con eso nos fue bastante mal.

Entonces, hemos aprendido a manipular nuestros sentimientos, a apreciar algunos


de ellos y a rechazar otros. Y a manejarlos: por ejemplo, en una determinada
situación esperamos reaccionar de determinada forma (llorar, sentirnos tristes,
alegrarnos, sentir compasión o lo que sea) y si eso no ocurre, sentimos que estamos
actuando de modo "anormal". Lo que estamos sintiendo es lo que estamos
sintiendo, no hay nada "anormal" en ello. Puede ser más o menos agradable, pero
es tu verdad, tu realidad de este momento. Tampoco podemos programarnos, por
tanto: la psicología mal comprendida nos hace creer que lo esperable es que
debamos "elaborar duelos", "trabajar la rabia", "conectarnos con nuestra pena", etc.
Y todo eso pueden ser simples boberías si las sensaciones que guardan relación con
eso no están, de hecho, allí presentes en este momento.

Imaginemos, por ejemplo, que nuestro terapeuta nos ha convencido de que


debemos "elaborar el duelo" ante cierta situación que vivimos en el pasado. Antes
de entregarle nuestro poder a este terapeuta -no todos ellos son necesariamente
buenos- preguntémonos internamente si esa sugerencia nos resuena, si toca una
fibra de realidad en nuestro interior. ¿Sentimos pena aún? ¿Sentimos ahora la
necesidad de conectarnos con eso? ¿O acaso la idea nos parece algo alambicada?

Y propongo esta reflexión porque parte de la sugerencia general que estoy


haciendo aquí es que dejemos de manipular lo que vivenciamos y nos dediquemos,
más bien, a descubrirlo. En agosto de 1981 tuve mi primer encuentro con Paul
Lowe, místico inglés que en ese taller me hizo una sugerencia de alcances
profundos: que durante esos dos días, le dijera que “sí” internamente a cada cosa
que sintiera. El experimento me abrió portones gigantescos respecto a las
posibilidades que podía tener para el propio desarrollo la aceptación de sí mismo y
de este momento. Seguí la instrucción al pie de la letra, y descubrí cosas muy
interesantes. Para empezar, y en retrospectiva, puedo decir que prácticamente
todas las veces que sentimos algo intenso, lo interferimos con la mente:
empezamos a cuestionarlo, a analizarlo, etc. En buenas cuentas, matamos esa
espontaneidad.

En segundo lugar, si nos atrevemos a abrir la compuerta de una emoción fuerte del
momento, la ola que se nos viene encima no parece corresponder a nuestras
expectativas. Cuando la emoción es intensa, lo que al menos yo he experimentado
es una oleada de energía que no concuerda con ninguna de las descripciones que
podamos tener para las emociones. Cuando se trata de una sensación más quieta
pero que nos produce cierto temor, lo primero que parece sentirse es un aumento
de ese temor -como si saltáramos al vacío-, y luego una breve sensación intensa
pero indefinida, y finalmente cierta quietud, en que todo parece apaciguarse sin
que podamos explicarnos cómo ocurrió.

Efectos

Lo que parece ocurrir con esto son varias cosas. La primera es que se recupera cierta
vitalidad cada vez. Parece haber bastante energía almacenada en cada uno de estos
"compartimientos" -por llamarlos así- que han sido reprimidos y que son así
liberados. Lo segundo -y que es bastante notorio- es una sensación de mayor
seguridad interna, similar a una sensación de ocupar más espacio. Tercero,
desaparece o al menos disminuye en gran medida el temor, la fobia y la evitación
de la emoción o sentimiento que acabamos de enfrentar. Cuarto, nuestra atención
deja de "distraerse" tanto con lo externo y se focaliza más hacia nuestro interior,
acentuando una sensación de hallarnos "en casa". Quinto, esta práctica reduce
considerablemente nuestras propias contradicciones internas -aprendemos a
aceptar la presencia de prácticamente cualquier sentimiento- y, paralelamente
-"como adentro es afuera"- nos vuelve menos prejuiciosos y juzgadores de la
conducta de los demás.

Tengo la imagen de los sentimientos y emociones reprimidas como energía


encerrada en cajas, la que con esto son liberadas y contribuyen al bienestar y
crecimiento de la persona. Mientras está encerrada, reprimida, se corrompe, no nos
deja ver la realidad con claridad y jibariza, por tanto, nuestro crecimiento. Esta
herramienta es tan potente que no veo que el cambio personal sea realmente
posible sin utilizarla.

“Estar con” no significa, en todo caso, someterse y ser pasivos ante la realidad
interna o externa. Significa no intentar negar o eliminar lo que está ocurriendo -en
reacciones emocionales o de conducta-, y también “estar con” lo que nos ocurre al
respecto. Por ejemplo, supongamos que los ladridos de los perros comúnmente nos
alteran e irritan. En este momento hay un perro ladrando: podemos gritarle, tirarle
agua o matarlo. Todo eso será intentar “negar” -borrar del mundo- lo que está
ocurriendo, irse en contra. Si hacemos eso, habrá consecuencias para el perro y
para nosotros. Si, por el contrario, permitimos internamente que el perro haga su
cosa -es decir, no nos afanamos por hacerlo desaparecer-, sin reaccionar más allá,
tiende a no producirse ni remotamente todo el desagrado que se produce cuando
nos oponemos.

Lo mismo ocurre, por ejemplo, en el ejemplo de los celos -emoción intensa que casi
nadie está dispuesto a dejarse sentir-. Cuando sentimos celos, la tentación
prácticamente inmediata -y, de hecho, lo que enseña toda la sociedad- es que lo
que se justifica hacer es actuar contra quien "los está generando" (rival o pareja)
para que deje de hacer lo que está haciendo o desaparezca, según sea el caso. Este
es, de hecho, un ejemplo sumamente ilustrativo de lo que solemos hacer
erróneamente. Para empezar, lo que sea que esté ocurriendo allá afuera -real o
imaginario- no nos está "generando" aquello que sentimos. Lo que sentimos está
en nosotros, y somos responsables de ello. Algo que ocurra allá afuera -y repito,
que puede ser real o imaginario- a lo más detona una emoción que ya está allí en
nosotros, y que por tanto no depende de lo que ocurra o no ocurra allá afuera, con
nuestros rivales potenciales y/o pareja.

Entonces, lo que verdaderamente produce una sanación no es batirnos a duelo con


nuestros rivales, castigar a nuestra pareja o cambiarla por otra -residuos todos del
tiempo de las cavernas- sino... dejarnos sentir lo que sea que estemos sintiendo. Y
doy fe que los celos pueden llegar a dejar de interferir en nuestra vida y que
podemos conocer el amor incondicional. Y éste es sólo un ejemplo de lo que es
posible si nos abrimos a sentir lo que sentimos...
El autor es psicólogo y Director del Instituto de Expansión de la Consciencia Humana,
www.transformacion.cl

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