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Alejandro Celis H.
Estrategias diversas
En los 60, con el hippismo, la gestalt y toda la cultura de los grupos de encuentro,
toda esta hipocresía fue confrontada y se propusieron alternativas: exprésalo todo,
manifiesta tu ira, grítale al mundo que lo odias. Ház catarsis, aporrea cojines,
confronta a tus padres, sacude las estructuras, desafía al establishment. Haces pagar
al mundo por tu resentimiento. Más tarde llegó Osho Rajneesh con su meditación
dinámica -técnica utilísima si se la utiliza en la perspectiva correcta- y reforzó la
idea. Acumulas ira o lo que sea y después la descargas haciendo la meditación
dinámica. Fácil. La imagen es la de un gran recipiente lleno de emociones
reprimidas, que se vacía con la catarsis; producto de las vicisitudes de la vida
diaria, se vuelve a llenar, pero lo volvemos a vaciar con otra catarsis.
"Estar con"
Entonces, el primer paso es tener acceso a ese mundo. No nos preocupemos aún de
ser conscientes de todo, partamos por percibir aquello de lo que sí nos damos
cuenta. Y luego, sigue algo que nos puede resultar difícil: la idea es simplemente
dejarnos sentir eso, sin dejar que interfieran pensamientos, análisis, "por qués" y
otras intervenciones que solemos hacer. La idea es quedarse sintiendo la sensación
mientras evoluciona por sí sola, movimiento que por lo general es bastante rápido.
Simplemente, dejarnos sentir lo que estamos sintiendo ahora, nada más, y por el
tiempo que dure una sensación determinada. Simple, pero difícil por los motivos a
los que aludía antes. Y, también, difícil porque una de las consecuencias de nuestro
condicionamiento es que rara vez soltamos el control, prácticamente nunca nos
abandonamos a lo que sentimos, porque entonces nos sentimos vulnerables... y en
algún momento de la historia, con eso nos fue bastante mal.
En segundo lugar, si nos atrevemos a abrir la compuerta de una emoción fuerte del
momento, la ola que se nos viene encima no parece corresponder a nuestras
expectativas. Cuando la emoción es intensa, lo que al menos yo he experimentado
es una oleada de energía que no concuerda con ninguna de las descripciones que
podamos tener para las emociones. Cuando se trata de una sensación más quieta
pero que nos produce cierto temor, lo primero que parece sentirse es un aumento
de ese temor -como si saltáramos al vacío-, y luego una breve sensación intensa
pero indefinida, y finalmente cierta quietud, en que todo parece apaciguarse sin
que podamos explicarnos cómo ocurrió.
Efectos
Lo que parece ocurrir con esto son varias cosas. La primera es que se recupera cierta
vitalidad cada vez. Parece haber bastante energía almacenada en cada uno de estos
"compartimientos" -por llamarlos así- que han sido reprimidos y que son así
liberados. Lo segundo -y que es bastante notorio- es una sensación de mayor
seguridad interna, similar a una sensación de ocupar más espacio. Tercero,
desaparece o al menos disminuye en gran medida el temor, la fobia y la evitación
de la emoción o sentimiento que acabamos de enfrentar. Cuarto, nuestra atención
deja de "distraerse" tanto con lo externo y se focaliza más hacia nuestro interior,
acentuando una sensación de hallarnos "en casa". Quinto, esta práctica reduce
considerablemente nuestras propias contradicciones internas -aprendemos a
aceptar la presencia de prácticamente cualquier sentimiento- y, paralelamente
-"como adentro es afuera"- nos vuelve menos prejuiciosos y juzgadores de la
conducta de los demás.
“Estar con” no significa, en todo caso, someterse y ser pasivos ante la realidad
interna o externa. Significa no intentar negar o eliminar lo que está ocurriendo -en
reacciones emocionales o de conducta-, y también “estar con” lo que nos ocurre al
respecto. Por ejemplo, supongamos que los ladridos de los perros comúnmente nos
alteran e irritan. En este momento hay un perro ladrando: podemos gritarle, tirarle
agua o matarlo. Todo eso será intentar “negar” -borrar del mundo- lo que está
ocurriendo, irse en contra. Si hacemos eso, habrá consecuencias para el perro y
para nosotros. Si, por el contrario, permitimos internamente que el perro haga su
cosa -es decir, no nos afanamos por hacerlo desaparecer-, sin reaccionar más allá,
tiende a no producirse ni remotamente todo el desagrado que se produce cuando
nos oponemos.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, en el ejemplo de los celos -emoción intensa que casi
nadie está dispuesto a dejarse sentir-. Cuando sentimos celos, la tentación
prácticamente inmediata -y, de hecho, lo que enseña toda la sociedad- es que lo
que se justifica hacer es actuar contra quien "los está generando" (rival o pareja)
para que deje de hacer lo que está haciendo o desaparezca, según sea el caso. Este
es, de hecho, un ejemplo sumamente ilustrativo de lo que solemos hacer
erróneamente. Para empezar, lo que sea que esté ocurriendo allá afuera -real o
imaginario- no nos está "generando" aquello que sentimos. Lo que sentimos está
en nosotros, y somos responsables de ello. Algo que ocurra allá afuera -y repito,
que puede ser real o imaginario- a lo más detona una emoción que ya está allí en
nosotros, y que por tanto no depende de lo que ocurra o no ocurra allá afuera, con
nuestros rivales potenciales y/o pareja.