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Nasio, J.D. Los Gritos Del Cuerpo. Psicosomática. 180p
Nasio, J.D. Los Gritos Del Cuerpo. Psicosomática. 180p
ISBN 978-950-12-4200-3
1. Psicoanálisis I. Título
p ed ició n , 1996
5 q reimpresión, 2008
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
ISBN 978-950-12-4200-3
INDICE
Introducción................................................................... 9
II
III
IV
VI
VII
VIII
8
INTRODUCCIÓN
9
Un cáncer de esófago, por ejemplo, constituye, tal vez, una afección
desconocida de ese mismo órgano mil años atrás. La ciencia no es sólo
experimentación, cálculo, ecuación, escritura; la ciencia es también
aparatos, instrumentos, productos, drogas, en una palabra, objetos
que estorban y violentan el cuerpo y cada cuerpo tiene una época
correlativa a la época de la ciencia. Piensen, por ejemplo, en los ri
ñones, en los ojos, en los pulmones artificiales, piensen en las voces
que inundan el espacio sonoro [...] Quiero decir que el cuerpo está
como estallado; este cuerpo no es el mismo que aquel de mil años
atrás. Nuestro cuerpo no es más el mismo, aunque tenga la misma
forma. Mi idea es que la lesión de órgano hoy, por lo menos para
determinadas circunstancias, no existía antes; son lesiones propias
de una determinada época.
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A.M.G.: Comenzaríamos entonces por el cuerpo en lu
gar de hacerlo por el psiquismo.
J.D.N.: Así es. Lacan decía -yo lo leo así- que las en
fermedades del cuerpo se modifican según la teoría con
la que se avanza para conocerlo y curarlo. Esa teoría
modifica la realidad de ese cuerpo. Desde ya que es la
teoría y también los instrumentos que la reflejan. Ésta
es una posición enteramente nominalista, o sea que el
nombre no sólo designa la cosa sino que cambia la cosa
designada.
A.M.G.: ¿Se trataría de una modificación del cuerpo
en sí mismo o de la visión del cuerpo?
J.D.N.: Esto es muy importante: no es un cambio sólo
en la visión. Es que el cambio de las visiones del cuerpo
ha modificado su realidad concreta, carnal, material.
Ciertas enfermedades de hoy, tomemos un ejemplo, el
cáncer de esófago, no existían en la época del Imperio
Romano. En ese tiempo no había cáncer de esófago. Éste
corresponde a una época en la que la teoría de la medi
cina -quizás a principios de este siglo- empieza a cono
cer el cuerpo en el nivel celular, tisular. Aparecen Ra
món y Cajal, Pasteur, etcétera.
A.M.G.: Surge un mundo celular y inicroscópico.
J.D .N .: Tal cual. Y esa teoría nueva del cuerpo hará,
casi como por arte de magia, que se creen las condicio
nes de una enfermedad celular, como por -ejemplo, el
cáncer.
A.M.G.: Seríamos nominalistas al punto de decir que
lo que no se nombraba no existía y a partir del momento
en que se nombra, existe.
J.D.N.: Exacto. Yo digo “como por arte de magia”. Este
“arte de magia” sería: existe el objeto, la cosa, y existe
el nombre de la cosa. Y el nombre cambia la cosa desig
nada. No sólo la hace existir sino que la cambia, la mo
difica en su realidad. Es decir que el símbolo es más
potente que lo real porque es capaz de modificar lo real.
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A.M.G.: Lo real existe por sí pero el símbolo es el que
opera sobre lo real.
J.D.N.: Opera y lo modifica. Ésta es una posición psi-
coanalítica y lacaniana. Pero, aclaremos: ¿por medio de
qué mecanismo lo simbólico, el nombre de una cosa es
apto o capaz de modificar la cosa que nombra? Allí es
necesaria la teoría de la representación. Conocer el cuer
po, nombrarlo, teorizarlo, producen una teoría interior
al sujeto. Es decir que la teoría médica, científica, veri-
ficable...
A.M .G.:... se torna conocimiento personal, individual,
subjetivo.
J.D.N.: Y se caricaturiza en el interior psíquico del
sujeto. Hablemos de histología. El nacimiento de la
histología tiene una cara caricatural, popular, casi gro
sera, falsa, imprecisa, vaga, que será la que surgirá en
la psique, en el yo del sujeto.
A.M.G.:Una deformación necesaria: la doxa como una
caricatura de la episteme.
J.D.N.:Y esto me hace acordar lo que dice Freud sobre
la representación de partes de cuerpo en la histeria.,
A.M. G.: Que él subraya como la caricatura de una obra
de arte, que sería la anatomía.
J.D.N.: Una caricatura de la anatomía. Existen dos
anatomías: una real y una psíquica. De la primera da
cuenta la ciencia de la época, la medicina, y la otra es la
que se va formando en la percepción interna del sujeto.
A.M.G.: Iríamos del rigor de la ciencia a la ficción.
J.D.N.: Totalmente: del rigor de la ciencia, que toma
el objeto exterior, a la ficción o a la caricatura, el fantas
ma, de ese objeto real. Y es subrayable que cada indivi
duo tendrá, así, su teoría psíquica del objeto-cuerpo, su
imagen psíquica del objeto que debe seguir una ley, una
serie de leyes respecto de la estructura-del yo, compuesto
por un gran conjunto de imágenes psíquicas de valor
afectivo para ese sujeto.
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A.M.G.: O sea un mundo constituido.
J.D.N.: Es un mundo constituido de modo caricatural
respecto de la imagen teórica y científica y, al mismo
tiempo, es un mundo ficticio, fantasmático y cargado de
afectividad. Hay que aclarar que esa imagen psíquica
refleja al objeto de forma parcial, en tanto que la imagen
científica trata de hacerlo lo mejor posible, de forma to
tal. La imagen psíquica no sólo no es fiel al objeto sino
que es parcial: sólo toma un detalle del objeto real.
A.M.G.: Produce un efecto deformante.
J.D.N .: Exacto. Y digo que será la imagen psíquica del
sujeto la que investida afectivamente crea modificacio
nes en el cuerpo del sujeto habitado por ella.
A.M.G.: ¿Qué niveles alcanza esa modificación, ana
tómica, fisiológica, funcional?
J.D .N .: Sería, sobre todo, una modificación de la diná
mica del cuerpo, de la energía que está funcionando.
Vuelvo a subrayar la idea de falla epistemosomática de
Lacan -que me parece una hipótesis esencial y revolu
cionaria-, pero allí hace falta un intermediario entre la
teoría científica y el cuerpo para que podamos entender
cómo ese cuerpo va a modificarse; y ese intermediario es
la imagen, la representación.
A.M.G.: Al modificarse el cuerpo a través de su repre
sentación hay un cambio en la economía libidinal.
J.D.N.: Pero, además, esa representación $s impres
cindible, como si el sufrimiento del cuerpo no pudiera
existir sino a condición de que el cuerpo fuera represen
tado.
A.M .G.: Un cuerpo que se da a conocer a partir de ese
sufrimiento, porque ese “esófago” sólo se toma en cuenta
en tanto perturba.
J.D.N .: No puede haber sufrimiento de un cuerpo que}
no sea de un cuerpo representado.
A.M.G.: ¿Estaríamos en condiciones de extender esa
falla epistemosomática a una “falla epistemopsíquica”?
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J.D .N .: Empezamos por el cuerpo para llegar a la in-
venciónde ese término que me había reservado para hoy:
epistemopsi^uico. O sea la teoría psicoanalítiea de la vida
anímica está cambiando esa misma vida.
A.M .G.:Y el hito simbólico de ese cambio sería Freud.
J.D.N.: Sería Freud. El psicoanálisis no sólo revela la
a sino que está cambiando el funcionamien-
S
ismo. Un ejemplo muy banal es que, desde
1psicoanálisis, los lapsus provocan sonrojo
lo deátacable, enormemente destacable que
lanálisis, es que todo acto humano no inten
cional tiene un sentido sexual. Esto es lo más impo
que dice el psicoanálisis, lo que debería figurar en el fron
tispicio del gran palacio psicoanalítico. Por allí tenemos
que entrar. Nos expresamos, decimos, comunicamos,
hablamos, pero hoy sabemos —todo hombre advertido
sabe- que no todo lo que decimos es lo que realmente
decimos y pensamos.
A.M .G.: También el profano reconocería el poder de la
sobredeterminación.
J.D.N.: Y eso está cambiando nuestra manera de
vivir, nuestra vida psíquica y ello a causa del psicoa
nálisis.
A.M. G.: Esto configura una cuestión fundamental por
que, en consecuencia, las manifestaciones de la patolo
gía tendrían que encontrar nuevas coartadas para ocul
tar sentidos ya develados.
J.D.N. : Exactamente. Y aquí se trata de un problema
de límites: modificar una cosa real es cambiar el lugar
de los límites. Cuando hablo de la no existencia del cán
cer de esófago en el Imperio Romano y de su existencia
en el siglo XX, me refiero a que los límites del cuerpo han
cambiado, están modificados.
A.M.G.: Lo importante es que a la ve;z que esos límites
se modifican se mantiene cierto equilibrio. La ciencia
avanza y elimina patologías y a la vez...
14
J.D.N.: ... aparecen otras.
A.M.G.: Y se mantiene un statu quo. ¿Pero no sería
esto francamente tanático porque la ciencia avanza, des
tituye patologías pero a la vez se crean nuevas formas
patológicas?
J.D.N.: Sí, pero hay también un equilibrio, algo del
orden de un sistema cerrado con un equilibrio interno.
A.M.G.: Entrópico.
J.D.N.: Y retornando a lo “epistemopsíquico”, habría
que pensar que el psicoanálisis no sólo ha revelado la
psique, no sólo ha creado un contexto o elementos psíqui
cos nuevos, sino que ha creado enfermedades psíquicas
nuevas. Pienso que la histeria de hoy no es la misma
histeria de la época de Charcot.
A.M.G.: ¿Sería estructuralmente diferente?
J.D.N .: Estructuralmente es distinta. Y quiero decir
que el fantasma h a cambiado.
A.M. G.:Por ejemplo, ¿han cambiado los grados de con
versión en el cuerpo?
J.D.N .: Se han modificado pero siguen existiendo re
ducciones de campo visual —más que cegueras histéri
cas—, parestesias —más que parálisis—. Lo que ocurre es
que en época de Pierre Janet o Charcot ésos eran casos '
princeps.
A.M.G.: ¿Y cuáles serían las nuevas vestiduras y
mascaradas, las diferentes caricaturas que va tomando
la histeria?
J.D.N.: Primero que nada, la forma clínica de la his
teria que vemos en análisis, que viene al consultorio, ya
es una forma disuelta, impregnada de la problemática
psicoanalítica. Otro elemento es que la vida sexual de la
histérica no es la misma. Y aquí tendríamos que diferen
ciar variedades de la histeria: la histeria depresiva, la
histeria en la que el sufrimiento está ligado a la vida
sexual y otra en la que el sufrimiento está ligado al cuer
po. Tres variedades: conversiva, erótica y depresiva o
15
melancólica. Y en esas tres variantes hay que tener en
cuenta que la histeria es una entidad clínica camaleónica,
que se adapta con extraordinario mimetismo al discur
so, la opinión, los colores, las formas del ambiente y las
palabras del decir ambiente. Hay dos factores que mo
difican la s patologías psíquicas: uno es la teoría de la
vida psíquica y otro el factor ambiental en el nivel de la
palabra, las formas, etcétera.
A.M.G.: ¿Qué es lo esperable, entonces, en este fin de
milenio, en este contexto de la posmodernidad, en térmi
no^ de patologías del psiquismo?
J.D.N.:/Pienso que van a cambiar. Como decía Kant,
que pablaba de “enfermedades del alma”. Pienso que esas
enferrhedades del alma de Kant eran diferentes en su
época, son diferentes hoy y van a ser diferentes en el
futuro.
16
I
17
todo, a la realidad psíquica que se realiza, se clausura,
se cierra con la aparición de una psoriasis. La realidad
es una creación que se cierra con la aparición, por ejem
plo, de la manifestación psicosomàtica. Queremos decir
que la formación de objeto a sería la creación de una
nueva realidad local, pero que ésta irá a cerrarse con la
aparición de aquella formación. Ello implica y comporta
la idea de que la realidad es una cuestión de límite^ de
borde, y agregaríámos que es una cuestión de nudo, no
en el sentido de un nudo borromeo sino de algo que se
cierra con un nudo.
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fracasa; recurre entonces a medios indirectos, interme
dios, para obtener aquella satisfacción. Por lo tanto, la
realidad primera es objeto primitivo, originario, mítico.
El segundo sentido de la palabra realidad es que es un
medio, o sea que el sujeto se sirve de la realidad para
obtener el placer. El tercer sentido de la palabra reali
dad es cuando Freud integra el concepto de la realidad
al sistema percepción-conciencia del yo. Y procediendo
así pensará todavía que la realidad está sometida al
principio del placer, porque el yo, como representante de
la realidad, serk a su vez investido por la libido. Ésas
son, por lo tanto, las tres acepciones freudianas de la
palabra realidad” con matices y cambios que más tarde
retomaremos.
Quisiera ahora agregar que la inclinación por la rea
lidad en Freud - y él mismo lo dice- es el desprecio por
la vida. Él dice: “Debo confesarlo - y me incomoda jfiacer-
lo: aconsejo a los analistas despreciar la realidad; no se
pregunten si un acontecimiento infantil, traumático, que
el paciente cuente, es verdadero o falso”.
Al comienzo, Freud pensó que eran acontecimientos
verdaderos; luego que eran falsos; después, que eran una
mezcla de verdadero y falso. Finalmente - y esto es lo que
me interesa- inventa. Del desprecio pasa a una inven
ción: el concepto de realidad psíquica. No se trata ya de
una realidad material, que él desprecia. A pesar de todo,
fija allí una especie de impasse-, de hecho, para él, la
realidad externa continúa existiendo. Y es como que dis
tinguirá realidad psíquica y realidad material.
Les leeré una cita de Freud que es muy bella y muy
clara. Se encuentra en uno de los textos que les aconsejo
leer este año: “Formulaciones sobre los dos principios del
funcionamiento mental”. No es éste un texto ordenado
sino compuesto de varios parágrafos numerados. Es
apasionante leerlo y he aquí lo que expresa en su última
parte:
19
Nunca se dejen llevar a introducir el patrón de la realidad en las
formaciones psíquicas reprimidas. Así se arriesgaría a subestimar
el valor de las fantasías en la formación de los síntomas, al invocar,
justamente, que no son realidades, o a hacer derivar de otro origen
un sentimiento de culpabilidad neurótica; porque no se puede pro
bar la existencia de un crimen realmente cometido. En otras pala
bras, no usen el patrón de la realidad para medir las fantasías
psíquicas.
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por deseo insatisfecho. No sólo tramado y envuelto por
el deseo - y esto es lo más difícil de pensar y aceptar—sino
que es, también, una realidad que es capaz de producir
efectos.
Es difícil aceptar que haya una fantasía de escena
primaria, y esta afirmación ya plantea un problema en
tanto Freud, como nosotros, va a sostener que no sólo
existe una fantasía de escena primaria sino que ella es
razón de un sufrimiento actual. Quiero decir que, para
Freud, la realidad psíquica era también una realidad
que provocaba efectos a pesar de no ser tangible, o sea
no material. En lo que concierne al mismo Freud, habría
muchas más cosas que decir, que dejo para la discusión,
por ejemplo, la cuestión del principio del placer-princi
pio de realidad o la concepción que él plantea al final de
su obra, en tanto la realidad externa es la proyección del
aparato psíquico, etcétera.
Dejando a Freud, vayamos a la cuestión de cómo se
piensa hoy la realidad. Hay un libro publicado reciente
mente, Diez años de psicoanálisis en USA -que es una
antología de los mejores artículos publicados en el Dia
rio de la Sociedad Psicoanalítica Norteamericana-, en el
cual hay un artículo de Roberto Varlenstein, ex presi
dente de esa sociedad, que se llama “El estudio psicoa-
nalítico de la realidad”. Pensé que iba a encontrar allí lo
que los norteamericanos decían sobre la realidad en 1980.
Es profundamente decepcionante en tanto perm ite
ironizar o criticarlos de alguna manera astuta. Para ese
autor, la realidad es psicosocial, externa y constituida
por el conjunto de fenómenos sociales actuales. Su pre
ocupación es que el psicoanálisis esté de acuerdo con las
modificaciones actuales de la sociedad, esto es, el femi
nismo, la importancia de la juventud, etcétera. Me hu
biera gustado haber leído un texto más consistente.
Parecería que hay uno —que él mismo critica consideran
do que su autor va muy lejos en relación con el concepto
21
de realidad como realidad interna-, de Lovald, titulado
“El yo y la realidad”, de 1951, pero no lo pude encontrar.
Después, variando el eje, decidí constatar qué dicen
los físicos actuales sobre la realidad. Se realizó un colo
quio sobre el tema “Las implicancias conceptuales de la
física cuántica”, publicado en la Revista de Física. Extra
je varias cuestiones, pero lo que me interesa hoy es,
primero, que para ellos la realidad no es lo tangible.
Segundo que, para que haya realidad - y es allí donde
está el talón de Aquiles, porque la realidad no es lo
tangible ni tampoco lo operatorio, o sea los medios pues
tos en acción para transformarla- es preciso que exista,
a pesar de todo, un acuerdo intersubjetivo. Textualmen
te: “Las dificultades conciernen al acuerdo intersubjeti
vo”. Uno de los participantes termina diciendo - y me
complace haber encontrado esta cita porque ello me
impulsa a decir que no hay un patrón de concepción de
la realidad a la cual sería preciso adherirse, que dehiera
seguirse y de ello surge que tenemos, al igual que los
físicos, el mismo problema, o sea que necesitamos defi
nir un concepto apropiado de realidad:
22
hiendo que hasta los físicos tienen dificultades en des
cubrir de qué se trata.
23
sa que lo que produce un efecto o es un significante o es
una imagen. Una imagen que, por más virtual y por más
pasiva que sea, es capaz de transformar un cuerpo, es
capaz de matar o de hacer nacer otro cuerpo. Quiero decir
que la reproducción sexual y, por lo tanto, el nacimiento
de un ser, comienza con una imagen. Se está en lo ima
ginario y se termina teniendo un hijo. Y todo esto está
unido, siempre va junto.
Estas dos determinaciones, simbólico e imaginario,
constituirán una especie de montaje que define la reali
dad. La realidad efectiva es, finalmente, como un montaje
de la dimensión imaginaria y de la dimensión simbólica.
Pero luego decimos: para que haya realidad es necesario
algo más que significantes e imágenes. Para que haya
realidad es preciso que los significantes hayan hecho daño,
hayan realmente realizado daños en el sujeto. Volvere
mos a la cuestión de la realidad como superficie.
No nos demoraremos en la dimensión imaginaria y
en la dimensión simbólica. Simplemente marcaremos
lo que parece ser la articulación clave para la deter
minación imaginaria y la articulación clave para la de
terminación simbólica.
24
Debemos decir que, para Lacan, este esquema R re
presenta las condiciones del perceptum. Éste era su len
guaje en aquella época. Diríamos que el esquema R es
el conjunto de las condiciones del objeto a. Y esto cons
tituye la relación clave en la dimensión imaginaria.
Deseo hacer dos observaciones: primero, que para lo
que decimos con respecto a la dimensión imaginaria en
Lacan hay dos referencias en Freud, ambas concernien
tes al yo. Una que piensa al yo definido por Freud como
cuerpo propio. Al respecto recordamos qu^ el cuerpo
propio es una expresión del vocabulario relativo a las
psicosis. Tausk, en su artículo sobre la máquina de in
fluir, dice que aquello que es proyectado por el sujeto
psicòtico es el cuerpo propio. Lacan, por lo tanto, se apoya
en la referencia al yo como cuerpo propio y, además, en
la referencia al yo como lugar de las identificaciones,
dejando de lado la tercera referencia de Freud, la tercera
concepción freudiana del yo, como sistema percepción-
conciencia. Lacan deja de lado esa tercera referencia y
se apoya en la primera para establecer la dimensión
imaginaria.
En relación con lo imaginario sólo destacaremos quq
el personaje principal del enredo en la escena imagina
ria no es la imagen ni tampoco el yo. En la dimensión
imaginaria el personaje principal es la libido. Toda vez
que se escucha hablar de lo imaginario se debe pensar
en la libido y no en la imagen. La imagen debe concebirse
tan sólo como un medio para que la libido circule. Y lo
decimos para destacar mejor que en lo imaginario no se
trata de espejo. Considero que la incorporación del espe
jo en la teoría de Lacan fue más perjudicial que útil, pues
a partir de allí se creyó que toda la cuestión sucedía en
el espejo. En lo imaginario, las imágenes se reflejan y se
refractan en el cuerpo, o sea lo más opaco que tenemos
frente a nosotros. Ni espejo ni ojos son necesarios: un
ciego vive absolutamente la dimensión imaginaria sin
25
necesidad de ellos. Basta sentirse visto y él lo siente.
Esto lo sabemos cuando nos aproximamos a él para
ayudarlo a cruzar la calle; lo extraordinario es que sien
te perfectamente nuestra presencia, no sólo el ruido sino
también que estamos ahí, y eso no le agrada. Lo imagi
nario se juega, fundamentalmente, en la dimensión de
las imágenes que no son las vistas o las reflejadas. Y la
relación entre uno y otra, entre el yo y la imagen, se
sustenta en la libido.
Lacan establece la relación entre esos tres términos
-e l yo, la imagen y la libido- a partir del estado, del
espejo, y en verdad que es en ese texto donde mejor se
ve cómo surge la libido: como el producto de la discordan
cia radical que hay entre el cuerpo fragmentado del niño
y la imagen unificadora. Es por la distancia que existe
entre un cuerpo disperso y una imagen global que apa
rece la libido. El mejor ejemplo para entender este pro
blema es la cuestión de la energía. En ese texto Lacan
define la libido como energía. Tomaremos un ejemplo
muy simple de la física: para que haya energía potencial
es necesario que se pueda transformar en electricidad
una distancia, una diferencia, una discordancia entre
dos planos: el plano donde está el agua y el plano donde
está el suelo. El agua caerá de modo regulado y así se
produce en la física básica lo que se llama “energía po
tencial”.
Se trata aquí de la misma cuestión: la diferencia se
produce entre dos planos: el yo como cuerpo fragmenta
do y la imagen como elemento unificador. La caída de la
libido surge como energía en tanto se establezca esa
discordancia, esa distancia, esa separación.
En el caso del estadio del espejo, la libido toma la forma
que todos conocemos: el júbilo del niño ante el espejo. En
cuanto existe esta separación entre la imagen y el cuer
po propio, la libido tiene un impulso constante como
aquella energía potencial de la física. Volveremos a este
26
tema a raíz de un teorema de la física -e l teorema de
Stocks—al cual se refiere Lacan para explicar cómo fun
ciona el carácter constante de la pulsión. Esto nos inte
resa para tratar las formaciones de objeto a, en particu
lar la formación psicosomática, pues allí nos encontra
remos con la cuestión del impulso no constante de la
libido.
Tenemos, entonces, un ternario imaginario, la prime
ra determinación imaginaria que se juega entre tres
términos: el yo, la imagen y la libido. Pero esa libido es
también un órgano, al que llamaremos “órgano fálico”,
que no es el pene sino la libido como órgano fálico. Esto
lo encontramos en el cuadro siguiente, donde ‘m’ es el yo
(moi), ‘i’ la imagen unificadora y 9 la libido.
27
fálico se ha de entender como teniendo una incidencia
retroactiva sobre todas las manifestaciones libidinales
del sujeto, a partir de los primeros momentos de su vida.
Así, ese júbilo, para el psicoanálisis, no es otra cosa que
una manifestación libidinal fálica. De allí que designe
mos a la libido con la letra cp minúscula. Tenemos, por
lo tanto, tres términos: ‘m’, el yo, cuerpo fragmentado del
niño; ‘i’ como imagen unificadora del estadio del espejo,
y cpcomo la libido surgida de la discordancia entre el yo
y la imagen.
28
cante de su deseo. Y que mire hacia otro lugar significa
que su deseo está marcado por el falo. Mirar hacia otro
lugar no significa que mire algo precisamente sino que
lo que importa es que su mirar, su deseo, se dirigen hacia
otro lugar, y que este deseo es significado por el falo.
Entonces, con respecto a la madre hay tres posiciones,
y es por ello que colocamos una recta desde M hacia la
letra P a lo cual podemos agregar O.
La madre, entonces, es el primer objeto simbólico, el
primer objeto como semejante y primer otro deseante, lo
cual significa que es un Otro que mira hacia el signifi
cante fálico. A partir de la madre como Otro, el trazo va
a ser marcado. Hay dos modos de concebirlo: uno es que
la madre en tanto Otro lleva, dentro de sí, el trazo que
permitirá al sujeto identificarse de forma simbólica, y no
imaginaria, o sea que se trata de una identificación con
el ideal del yo. El Otro, diríamos, está marcado por un
trazo con el cual me identifico. El segundo modo de decirlo
es que el ideal del yo es el trazo que se mantiene regular
a pesar de la repetición incesante de lo diferente en la
vida de un sujeto.
Siempre recurrimos al ejemplo dado por Freud, quien
dice que, finalmente, en todos los objetos de amor, idos
o perdidos en la vida de un ser, se encuentra algo en
común que se desplaza, y que es siempre lo mismo; hay
un trazo común y propio en todos los objetos. Es ese trazo
con el que el sujeto termina por identificarse, y también
existe algo que procede del yo (moi) que viene, a su vez,
a regular sus identificaciones imaginarias.
Por lo tanto, tenemos el ternario simbólico constituido
por M en sus tres posiciones referidas, con el trazo de
referencia de una identificación simbólica para el sujeto
que es I, y tendremos también ‘P\ significante del Nom
bre del Padre, tercer personaje, el más importante. Con
respecto a este elemento observaremos que su función es
mantener vivo el deseo de la madre o, si quieren, separar
29
a la madre del hijo o dar la posibilidad de que el deseo
de la madre sea significado, en tanto es él que lo va a
nombrar. Por lo tanto, el Nombre del Padre, ese signi
ficante, está fuera de lo simbólico pero asegura su con
sistencia. Está fuera del conjunto de la red significante
y a la vez la torna consistente. Es el significante excluido
que torna consistente al conjunto. Lo llamaríamos la ex-
sistencia: un significante ex-siste para hacer que los otros
consistan. Destacamos que este significante es tan ex
terno como la libido. Decíamos que la libido es el perso
naje principal del ternario imaginario. Ahora agrega
mos que el Nombre del Padre es el personaje principal
del ternario simbólico. Estos dos protagonistas son los
que sustentan, dan consistencia, a los dos ternarios y, al
mismo tiempo, son dos elementos excluidos.
En el esquema R pueden ser unidos por detrás.
¿Por qué subrayamos lo anterior? Explicamos antes
que la libido no sólo es fundamental en el ternario im a
ginario sino que también está excluida de él en tanto
no aparece en el espejo. Sustenta la relación del yo con
la imagen, pero no aparece en la imagen. La libido np
tiene imagen, no es especularizable. Y éste es el punto
al cual quería arribar: la realidad es el montaje de dos
dimensiones, de dos determinaciones: la imaginaria y
la simbólica. Esa franja de la realidad, en el esquema,
es un montaje de imágenes y significantes al cual po
dríamos dar una circularidad particular, un movimien
to que partiría de la imagen, i, que podríamos suponer
como la primera en el espacio del espejo en tanto im a
gen completa, hasta llegar a la constatación por parte
del sujeto de la madre como deseante. Luego, otro
movimiento: el ideal del yo viniendo a regular las iden
tificaciones imaginarias del yo (moi). En otras palabras,
podemos identificarnos con el otro semejante sin que
haya un referente externo, un Otro simbólico que regu
le esas identificaciones.
30
Tenemos, por lo tanto, el cuerpo del niño, el yo, cuer
po fragmentado dirigido a la imagen unificadora, im á
genes que se sucederán hasta llegar al Otro como Otro
deseante, aquel con el trazo que le permite establecer
identificaciones simbólicas sobre el término del ideal
del yo, y finalmente ese ideal del yo que regula las
relaciones del yo con la imagen. En otras palabras, la
franja de la realidad es la sucesión de identificaciones
imaginarias que van constantemente del yo a la im a
gen. El yo ve la imagen, la imagen transforma al yo, ese
yo transformado da otra imagen y así sucesivamente
hasta llegar a comprobar que la madre es un Otro que
desea.
Ahora que establecimos la naturaleza de esa franja de
la realidad, agregaríamos que ella no es consistente sino
en la medida en que hay una exclusión de la libido y del
31
ministro de “La carta robada”: basta que él posea la carta
en determinado momento para que ocupe el lugar que
ella determina. Concretamente, cuando el ministro tie
ne la carta en sus manos procede como una mujer, toma
una posición femenina. Es un ejemplo simple para mos
trar que un significante determina nuestro lugar.
32
lidad si no existe pérdida, si no hay residuo, si no hay
resto. Toda realidad comporta una cicatriz, y diríamos
que no se puede hablar de ella si no se hace referencia
a la cicatriz de una pérdida. Es por eso que decía que,
en el principio, en el límite de la realidad, ésta tiene
forma de nudo, no como agujero sino de algo que sería
la combinación de ambos, y a esta mezcla de nudo y
agujero, en anatomía se le da un nombre: ombligo. Para
hablar de realidad se necesitan ombligos; no hay rea
lidad sin ellos. Y es por eso que anticipo esta fórmula:
la realidad se define por el ombligo de lo Real, agregan
do un término no mencionado hasta ahora. Ese ombligo
viene, en determinados casos, a clausurar y poner lími
tes a la realidad; es, en cierto modo, local y casi refe-
rencial.
Pensemos ahora en los casos de los fenómenos psico-
somáticos; por ejemplo, cuando el ombligo se apodera
de toda la realidad. Es como si la clausura de la reali
dad y la pérdida no se refiriesen a algo local, relativo
a un orificio propio y natural del cuerpo, sino que toda
la realidad fuese um bilical, como si un ombligo la
englobara.
Freud, en el capítulo VII de La interpretación de los
sueños, habla de algo similar, de la misma imagen: la de
un tipo de hongo que llega a englobar la base que lo
sustenta. El ombligo al que nos referimos e& del mismo
tipo, y configura una “realidad superficie”, realidad
umbilical, o sea marcada por la pérdida de un objeto.
* **
Su pregunta toca, exactamente, una de las cuestiones
que intento tratar: ¿cuál es la diferencia entre un sínto
ma y lo que llamo “ombligo de lo Real”? Esta expresión
es una paráfrasis de la de Freud -ombligo del sueño-.
El síntoma resulta, necesaria y lógicamente, del hecho
de que un elemento significante remite a otro. Un sín-
33
toma es siempre, desde ese punto de vista, la producción
de un nuevo significante. Siempre, a pesar del hecho de
repetirse, es una metáfora, algo nuevo. En el caso del
objeto es necesario pensarlo como perdido. Pero también
como la punta de insatisfacción de la cual hablé hace un
momento.
* * *
34
sa de que el sistema de sucesión significante es consis
tente, o sea que el Nombre del Padre está ahí o, en otras
palabras, que el sistema de los significantes es consis
tente en tanto hay un significante fuera. En este caso
pueden tener dos variantes en relación con el objeto: o
el objeto cae cuando el significante es remitido a otro,
o el propio objeto es la caída del significante. La tercera
variante partiría del hecho de que no hay consistencia
del sistema significante, y es aquí donde colocamos las
formaciones del objeto a. El objeto no sólo cae sino que
domina en correlación con el hecho de que el sistema
significante no es ya consistente, o sea que no se remi
ten unos a los otros, no hay más significación ni equí
voco, en tanto que, por naturaleza, el significante es
siempre equívoco.
En el tercer caso, cuando falta el Nombre del Padre,
o sea en el caso de la forclusión, los significantes no se
remiten ya unos a otros, no existe más equívoco signifi
cante: hay un objeto y luego una llamada significante
que no obtiene respuesta del mismo tipo significante sino
una respuesta objeto.
Para retomar el caso de la alucinación -que ya hemos
tratado en otro tiempo- diremos que ésta es la respuesta
objeto a una llamada significante. Es porque el Nombre
del Padre -que daba consistencia al conjunto significan
te - está excluido, forcluido. Por ejemplo, en la transfe
rencia de Schreber con Fleschig, aquél no respondía por
medio de sueños, síntomas, en fin, significantes, sino por
medio de delirios y alucinaciones. En el lugar del signi
ficante está el delirio y ya no hay remisión de un signi
ficante a otro sino de un significante a un delirio o a una
úlcera o a una psoriasis.
Por ejemplo, para que aparezca una psoriasis es ne
cesaria una apelación significante que haga responder
al sujeto a través de una afección dérmica. Esa apelación
significante no es necesariamente una apelación de un
35
otro, de un tercero. Puede ser un sueño. En el caso de
Schreber, él piensa, al despertar, qué hermoso sería ser
una mujer durante el coito. Una apelación puede, per
fectamente, ser tanto una palabra que se le ocurre al
sujeto, como un sueño o un acto fallido.
La cuestión no está sólo en la apelación que es siempre
significante, sino en la respuesta que puede ya no remi
tir a nada sino quedar congelada, helada. Esta palabra,
“helada”, pertenece al vocabulario de Winnicott. El de
seo está helado, congelado, cristalizado, y es allí donde
la respuesta es otra, no significante. Lo que llamo “for
maciones de objeto a” son producciones psíquicas donde
no hay referencia significante.
* * *
36
trabajado hoy, comporta tres características: es local,
limitada por un ombligo y no tiene dentro ni fuera. Su
carácter local no impide que pueda tornarse global e
invadir toda la realidad del sujeto. Es por ello que hablé
de la imagen ombligo-hongo. Para retomar el ejemplo
dado de la psoriasis, ésta se torna toda la realidad del
sujeto que está, allí, en la psoriasis, vinculado a ese
fenómeno que aparece en su piel.
37
II
39
mina para nosotros; por ejemplo, si nos pregunta algo,
si protesta, si nos odia, todo ello determina nuestra po
sición. Pero no es sólo esto lo que define nuestra posición
como analistas sino también el conjunto de preconcep
tos, de presupuestos que constituyen el telón de fondo de
nuestra acción. En definitiva, si ustedes mismos estu
diaran sus preconceptos percibirían que están muy
embargados por sus diferentes tipos, que podríamos
ubicar como pares de opuestos. Por ejemplo, el precon
cepto según el cual hay hombres y mujeres; el de que
existe un paciente que es él y que yo soy el analista, uno
y el otro; el preconcepto según el cual el cuerpo es una
cosa y lo psíquico otra; el que indica que la realidad
material no es la misma que la realidad psíquica; el que
implica que hay un derecho y un revés, y así en más. En
definitiva: pienso que el trabajo teórico, a veces arduo,
abstracto y muy alejado de la experiencia, nos ayuda a
librarnos, en gran medida, de esos preconceptos o, por
lo menos, a adquirir otros más favorables para la expe
riencia del análisis.
Con estos preconceptos no podemos pensar bien cuál
es el lugar donde trabajamos, porque ese lugar está en
el límite, en la región del límite, en la zona fronteriza.
Sin embargo, no somos un control de aduana sino ope
rarios de la frontera.
Tanto para mí como para un autor que en seguida
citaré, la frontera es una zona muy ancha, no una línea
fina. A veces es tan ancha que abarca los terrenos que
pretende separar. Tenía ya esa idea cuando me enteré
de que un autor llamado Dulaure había publicado, alre
dedor de 1805, una serie de trabajos, y entre ellos un
libro, Las divinidades generatrices -citado por Freud en
“El tabú de la virginidad”-, que no logré encontrar. Quise
saber quién era ese autor y qué decía y hallé otro de sus
libros cuyo título es Los cultos que precedieron y condu
jeron a la idolatría y adoración de las figuras humanas,
40
sumamente rico en relación con este tema. Dulaure
estaba interesadísimo en la frontera; decía que todo
sucede en ella, que es el campo de combate entre ejér
citos enemigos, que allí están los muertos, que en la fron
tera se sepultan, que es el lugar donde se llevan a cabo
los cultos y hasta - y esto se inscribe perfectamente en
la lógica de lo que hoy desarrollaremos- que si allí hay
piedras es porque en su origen las montañas fueron
sagradas y en determinado momento, como los pueblos
no podían tener la montaña, transportaron sus piedras,
pedazos de montaña, y los instalaron en las fronteras
para señalar las murallas. Ésta es su hipótesis, un tanto
arriesgada pero pienso que valiosa.
Ése sería para él el origen de las murallas, o sea un
conjunto de representantes de la montaña sagrada.
Leamos lo que dice en relación con lo que ocurre en las
fronteras:
41
Lo comprenderíamos de este modo: el psicoanálisis es
la realidad en tanto límite, esa zona fronteriza entre el
sujeto y lo Real.
Hace un momento hablábamos de preconceptos; Freud
no escapó de uno de ellos -a l cual hicimos mención la
última vez- y quedó preso de él a lo largo de toda su obra.
Ese preconcepto fue pensar que hay un exterior y un
interior, un adentro y un afuera; y responde perfecta
mente al modelo de cámara negra, cuando se supone que
un individuo es una cámara negra agujereada por un
orificio que corresponde a los ojos. El interior es total
mente opuesto y diferente del exterior. Habría, enton
ces, entre lo interno y lo externo una superficie que sería
la piel. El postulado que sustenta este modelo de cámara
negra, esa idea de que hay un adentro y un afuera, es el
siguiente: sólo se puede conocer lo que está fuera de
nosotros a través de representaciones, y ellas no existen
fuera sino que sólo pueden estar en nuestra cabeza. Como
sólo se puede conocer el afuera a través de representa
ciones, éstas sólo pueden ser internas, pues su natura
leza y su consistencia son diferentes de las de ese afuera
que representan. Este postulado tiene una base profun
damente idealista, detrás del cual está Berkeley, quien,
con toda fuerza, sustenta que existe un adentro y un
afuera.
42
puede considerarse que se produce entre los objetos. A llí
no hay dentro-fuera.
Decía, empero, que Freud quedó cautivo de ese pre
concepto. El suponía dos mundos, reales y desconocidos.
Antes de olvidarlo, debemos tener en cuenta que para
Freud “real” y “realidad” son una sola cosa en tanto
cuestión de palabras, de vocabulario. No encontré nin
gún texto donde haga diferencia entre ambos términos.
Pero para Lacan esa diferencia es decisiva. Volvamos,
entonces, al modo como Freud habla de lo real. Para él
hay dos reales, y los dos son desconocidos. Uno es exter
no y el otro, psíquico, interno. Apoyándose en Kant, se
regocijaba al concluir que de los dos reales sólo el interno
tenía posibilidades de ser cognoscible. La cita exacta se
puede encontrar en “Lo inconsciente”.
Hay una doble observación realizada por Freud mis
mo al final de su vida, que modificará el preconcepto del
adentro y el afuera. La primera es que el aparato psíqui
co tiene una extensión en el espacio, y dirá, también en
la misma época, que el espacio es una proyección del
aparato psíquico. Por lo tanto, comienza a eliminar la
distancia.
Segunda observación, particularmente hecha en el
Esquema del psicoanálisis: el real interno es cognoscible,
más que el externo, pero no es aprehensible por medio
de conceptos, de palabras ni por una imagen. Ese real
interno es aprehensible por la experiencia del análisis.
En otras palabras: el real interno es aprehensible sólo
por lo real interno del analista.
Luego de plantearse el dispositivo analítico como mo
do de aprehender el real interno, nos encontramos con
un tipo de ida y vuelta entre lo real interno del analizan
te y lo real interno del analista -usando los términos
freudianos-, lo que hace que la frontera entre uno y otro
sea empujada, cuestionada, alcanzada.
Diríamos, al respecto, que Lacan conserva perfeeta-
43
mente esa idea. De hecho, para él, y para el trabajo que
estamos haciendo, hay algo semejante. Lo he dicho e
insisto en ello: el deseo del analista es el deseo del pa
ciente, se juntan en un solo y único punto. Imagino el
deseo del analizante como un triángulo, y el deseo del
analista como otro triángulo, ambos tocándose por sus
vértices, como una corbata de moño.
Para Lacan, el problema se ubica de un modo total
mente distinto. Primero, distingue Real y realidad; se
gundo, el límite no pasará entre lo interno y lo externo
ni entre dos instancias referidas al espacio ni al tiempo,
sino entre dos instancias que no tienen representación
adecuada en el espacio intuitivo, lo cual quiere decir que
es difícil que se tornen tangibles. Si me pidiesen que
demostrase dónde están esas dos instancias -o sea el
sujeto por un lado y lo Real por el otro- no podría darles
la más mínima prueba.
Decíamos, entonces, que en Lacan hay una diferencia
entre lo Real y la realidad, como también que el límite
nó pasa entre un adentro y un afuera sino entre el sujeto
y lo Real. Pero ése es un límite que muerde lo Real y que
muerde al sujeto. Es un límite que abarca los dos térmi
nos que separa. Y, para dar una explicación más precisa,
lo veríamos en el esquema R. Allí la realidad asimila
completamente al sujeto y muerde sólo un poco de la
playa de lo Real.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre lo Real y la rea
lidad? Entre las diversas respuestas posibles elegí ésta:
lo Real es lo que no cambia, lo que siempre queda igual.
Podemos morder la playa de lo Real, pero éste se
desplaza y queda intacto. Este Real, para los analistas
-insisto en esta diferencia porque pienso que hay un Real
para la ciencia, un Real para el análisis, un Real para
el amo y uno para la Universidad-, ese Real, para el
análisis es el sexo. Y cuando decimos “sexo” no se trata
de sexo genital ni de lo que es pregenital, pulsional, sino
44
de un sexo al cual no tenemos acceso, de un sexo que está
más allá de nuestro cuerpo, que no es sabido ni conocido,
inaprensible que, además, no somos capaces de tolerar
ni de conocer en tanto hablamos. Desde el momento en
que hablamos colocamos tantas intermediaciones entre
nosotros y ese sexo que no conseguimos ya aprehenderlo.
Por lo tanto, sexo, en ese sentido, como algo intangible,
significa goce. Este es el término que parece más adap
tado y adecuado.
Si la experiencia del análisis ocurre en el límite; si ese
límite es la realidad, y si esta realidad separa lo Real del
sujeto, no habrá Real en esa experiencia del análisis. Lo
Real en la experiencia del análisis se encuentra afuera.
Y lo que acabo de decir es redundante en tanto todo Real
siempre se encuentra afuera. Lo Real es, entonces, lo
te que siempre se encuentra afuera, lo que no cambia, lo
que permanece siempre igual.
Por el contrario, la realidad es mutable, pulsátil, se
abre y se cierra. La realidad es algo -insistiendo en el
punto de vista psicoanalítico- que se abre con una pa
labra, con un gesto, con una decisión, con un acto, y que
se cierra con algo que se pierde. La realidad cambia y,
a diferencia de lo Real, es local. Lo Real no es local; si no
fuese abusivo, diría que lo Real es del orden de lo global.
Por el contrario, la realidad es del orden de lo local y
luego explicitaremos qué se entiende por “local”. Ade
más, la realidad es consistente, o sea que es una trama
bien tejida de significantes e imágenes.
Cuando decimos “bien tejida” se plantea el problema
de las psicosis, de los pacientes psicosomáticos, de los
pasajes al acto, de las alucinaciones. No sostendremos la
hipótesis de que en las psicosis la realidad se pierde. En
las psicosis o en los pacientes psicosomáticos o, por ejem
plo, en el caso de una alucinación, la realidad cambia de
consistencia. No es que se pierda sino que es otra.
El trabajo que debemos hacer en los años venideros
45
tal vez sea pensar una teoría de las psicosis y colocar,
como en un rompecabezas, las diversas concepciones
sobre la consistencia diferente, nueva, que la realidad
tiene para un psicòtico. Y cuando digo “psicòtico” es
necesario distinguir esquizofrénico o paranoico de
parafrénico, por ejemplo.
Para considerar las cosas de un modo más particular,
más local, preguntémonos: ¿qué consistencia tiene la
realidad en el momento de un suicidio? No es que no
exista realidad. Ésta está allí, pero es otra. Quiero decir
que tiene otra consistencia y que se cierra de otro modo
que el de la realidad, tal como la venimos describiendo
hasta ahora, por ejemplo, con el esquema R.
Para explicarnos mejor: nos hemos detenido antes en
el concepto de realidad definido, en un primer tiempo
- y era la primera manera de concebirla-, como la super
posición de dos triángulos: el imaginario y el simbólico.
Dijimos que la realidad era el armazón de significantes
e imágenes, un armazón que se mantiene, que es consis
tente. Dibujemos en el cuadrángulo el campo sombreado.
46
ciendo que, de hecho, la realidad es una serie de identi
ficaciones que se suceden en el transcurso de la vida de
un sujeto. Serían todos los vaivenes entre el yo y la
imagen, y todas las modificaciones que se producirán a
partir de la primera imagen completa, del estadio del
espejo, hasta aquel lugar de la madre -M -, entendida en
tres sentidos, uno de los cuales -e l Otro que desea- parece
ser el más importante. Esto significaría que el yo se
identificará con una imagen completa, con imágenes
parciales, hasta encontrar al Otro como un Otro que
desea. Y podemos decir que la realidad, en la vida de
alguien, es la sucesión de encuentros identificadores y
de encuentros de deseo del Otro.
47
En una primera versión lo figuramos con la exclusión,
la eliminación de la libido -recuerden que dijimos que en
el triángulo imaginario compuesto por el yo, la imagen
del espejo y la libido, el personaje principal no era el yo
ni los ojos que miran ni la imagen en el espejo, pero sí
la libido que sustenta todo eso—. Ahora, este personaje
central, la libido, no aparece por estar excluida.
El segundo elemento excluido es el significante Nom
bre del Padre. Lo habíamos situado como el significante
SI que ex-siste al conjunto de los significantes S2. Ex-
siste significa que es exterior al conjunto pero que lo
hace depender de él.
¿Qué queremos decir? Que la realidad no es sólo pa
labras e imágenes, aunque éstas nos atraviesen y aqué
lla comporte, sobre todo, una dimensión pulsional. La
realidad se sitúa exactamente en lo más íntimo de la
relación -como decía Freud-, entre lo psíquico y lo orgá
nico. Éstos son términos de Freud que no usaré por cuen
ta propia, pero que marcan bien ese carácter íntimo que
querría que percibiesen.
Tomemos un ejemplo típico de la época de Freud: el
ataque histérico. ¿Qué es un ataque histérico? ¿Es fan
tasía? ¿Es realidad? El desmayo histérico es el ejemplo
de algo profundamente fantasmático, es fantasía incons
ciente y, al mismo tiempo, de hecho, hay un cuerpo en
el piso desmayado. Esto quiere decir que estamos delan
te de una fantasía inconsciente materializada en un
cuerpo que está tendido, inerte, en el piso.
La fantasía no es una imagen en la cabeza; es algo
material que se manifiesta por una actividad motora,
una parálisis, por algo en el cuerpo. La realidad es que
no fue sólo el significante lo que indujo a desmayarse a
la histérica, no son sólo las imágenes que sustentan su
identificación. La realidad, para la histérica, es más que
todo ese circo que gira en torno de ella, que ella misma
instala. La realidad para la histérica se sitúa allí donde
48
ella cae desmayada. Para hablar de realidad es preciso
esto.
Realidad y pulsión
49
saliendo progresivamente de la idea de que la realidad
es el exterior. Estamos diciendo que es “exterior en tanto
significantes e imágenes y al mismo tiempo la estamos
colocando en lo más íntimo del cuerpo del sujeto.
Singularidad y ombligo
50
no es nada más que un punto opaco, un racimo, un haz,
un nudo de pensamientos. Hay allí muchos de ellos,
entrelazados entre sí y —si entiendo bien— es el punto
más espeso del tejido. Esto es curioso, a pesar de todo,
ya que habitualmente se diría que un punto irrepresen-
table es un punto opaco y singular.
Una singularidad sería un punto irrepresentable en
torno al cual se gira. Para Freud es diferente. Él dice que
allí hay muchas cosas dentro, que es muy espeso y que
no sabemos desenlazarlo. Otra observación interesante
a propósito de esta frase: es desde ese punto de donde
surge el deseo del sueño; por lo tanto, está ligado a un
punto opaco, el punto umbilical del sueño.
¿Dónde estará ese punto en el corte que antes dibuja
mos? El corte se entiende claramente en tanto los dos
lazos dibujados, pero no se ve bien dónde está el punto
opaco. Ese punto opaco podría apenas representarse, de
modo grosero, por el entrecruzamiento de los dos lazos.
1 ero insistimos en decir que se trata de una primera
aproximación grosera, porque este doble lazo, desde el
punto de vista topològico, corresponde a un círculo. Es
como un elástico que diese vuelta para formar dos lazos,
mas no por ello sería necesario que las dos ramas de los
dos lazos se tocaran. Por lo tanto, no es una buena re
presentación del punto opaco. Lo retomaremos cuando
volvamos al esquema R.
Algunos participantes del seminario han mostrado
interés por el libro de Dulaure. Como a mí también me
entusiasmó haré dos referencias más a él. Una es anec
dótica: el texto fue editado en 1805 y habla de forclusión
al hablar de frontera. Dice que foris, forum, es lo exter
no, y que estas dos palabras derivan de fur, de la lengua
tudesca, fors en nuestra antigua lengua y en los dialec
tos meridionales o fors de la expresión for interieur -fuero
interior, conciencia-, etcétera. Llega a decir que forus,
for, significan ley, costumbre municipal, for, four, sedè
51
o extensión de una jurisdicción, de un territorio donde
son atados los cuerpos de los criminales condenados por
la justicia. Finalmente, toma las palabras forcluir, for-
clusión, o excluidos del territorio, de donde provienen
furbau -renegado- o tal vez fourbe -p illo - que tiene el
mismo origen. ¡Es curioso que esto ocurriera en 1805!
Después hay otra cita, no anecdótica, que sería una
representación mítica, completamente intuitiva de lo que
estamos diciendo, de manera tal vez un poco ardua,
hablando de doble lazo, de punto opaco de la realidad.
Ese doble lazo comporta un trazado y un punto opaco
que no se ve en el esquema que hicimos hace poco. Ese
punto opaco es, obviamente, el significante del Nombre
del Padre, o sea un significante externo. Aceptémoslo
por ahora y más tarde lo precisaremos mejor.
Existiría, por lo tanto, una relación entre el trazado
pulsional que viene a cortar algo del cuerpo y el Nombre
del Padre. Verán que más tarde podremos arribar a una
relación correlativa, proposicional, para entender algu
nos fenómenos a los que llamo “formaciones de objeto”.
Vayamos ahora a esa cita de Dulaure. Habla de Saturno
y dice:
52
pacientes, la realidad en cuestión no tiene interior ni
exterior. Y esto se verifica en todo momento.
La realidad es local, lo cual quiere decir que es variable:
se abre en determinados momentos y se cierra en otros.
Hasta diríamos que en algunos momentos no existe esa
realidad. Como si no estuviésemos en análisis. Pero, en
general, la realidad es absolutamente local.
Decía que la realidad es asimilada al corte y que este
corte es un trazado, que comporta un punto opaco y -diré
más—que éste regula el trazado. Se representa según la
versión freudiana como un trazado pulsional: mirar, ser
mirado, mirarse.
Proponemos, más adelante, otros tipos de corte no a
la manera de ese doble lazo, y que corresponderían a
ciertas formaciones o producciones psíquicas de algunos
momentos de la cura, como, por ejemplo, una lesión, una
acción inaudita —como un suicidio— o una alucinación.
Pienso que para ciertos episodios el corte no se produce
de la misma forma; en otras palabras, la realidad no
tiene la misma consistencia, o el corte no se traza con dos
lazos cerrados.
53
¿Qué es un plano proyectivo? Es un conjunto de pun
tos en el cual todas las rectas de la misma dirección, o
sea todas las paralelas, se van juntando para cortarse en
el infinito. En consecuencia, es un plano con una parti
cularidad que no tienen otros planos, por esas dos rectas
paralelas que se van a cortar en el infinito. De ello re
sulta que toda recta de este plano proyectivo es absolu
tamente particular, ya que si suponemos que tiene dos
extremos, éstos se encontrarán en un punto en el infinito
y se cortarán. Y de allí surge el término “proyectivo”. De
hecho, al ver dos barcos que se alejan podemos imaginar
que se van a encontrar en el infinito; en una perspectiva
vemos el punto de fuga de aquélla como si los dos barcos
que se alejan fueran a encontrarse en el horizonte.
Entonces, si consideramos un extremo de la recta lo
percibirán como cortándose en el infinito y el otro extre
mo también. Esto hace que ambas rectas de ese plano
proyectivo no sean rectas rigurosas como ya pueden
imaginar, sino círculos, líneas que se cierran. Y se cie
rran en un punto en el infinito.
Este plano no puede representarse tal como es, no
puede ser figurado. Quiero decir que no se puede dibu
jar lo que acabamos de describir: no se puede dibujar
una recta con un punto en el infinito. Esto significa que
el plano proyectivo es irrepresentable en tres dimensio
nes; en consecuencia, no se puede representar median
te un dibujo que pretendiese ilustrar esa supuesta re
presentación tridimensional. Para llevar a cabo esa re
presentación se procede por una serie de transforma
ciones, se hace una torsión y se llega a una figura irre
gular llamada cross-cap, que es una figura topològica
clásica.
El plano proyectivo también puede dibujarse -pero
esta vez de forma más grosera aún que el cross-cap- como
un cuadrado con vectores orientados todos en la misma
dirección.
54
Éste es sólo un esquema que muestra la importancia
de la orientación de los vectores en el mismo sentido. Es
el punto al cual quería llegar, el punto en el infinito donde
las rectas van a encontrarse, con el cual la misma recta
se va a encontrar como en un círculo cerrado, estando
representado -e l punto en el infinito- en este cuadrado
por dos puntos opuestos, por un desdoblamiento en dos
puntos exactamente opuestos, correspondiendo ambos al
punto en el infinito en el cual la recta se va a encontrar.
Llegamos ahora al plano proyectivo, al esquema R.
Considerarlo como un plano proyectivo significa que todos
los puntos de sus lados son opuestos y antípodas.
55
‘i’ se opone a T ; ‘m’ a ‘M’. Cuando decimos “se opone”,
estamos expresando que se trata del mismo punto, (p y
‘P’ son un único y mismo punto y ambos son elementos
excluidos, como ya lo hemos dicho: la libido está ex
cluida de lo imaginario y P, significante del Nombre
del Padre, está excluido de lo simbólico, lo que signi
fica -insistim os- que está fuera pero hace consistente
al conjunto.
Si unimos ‘i’ con ‘I’ y ‘m’ con ‘M’ transformamos esta
banda, ese campo de la realidad, en banda de Moebius:
plegando el cuadrángulo, imprimiéndole una torsión y
juntando los extremos, obtenemos una cinta de Moe
bius. Así, el esquema R deja de ser una cosa inerte y lo
animamos, lo ponemos en movimiento. Y poner en mo
vimiento significa dos cosas: primero, y sobre todo, que
cortamos ese esquema. Tomemos las tijeras y cortemos
el esquema siguiendo el trazado de esas dos líneas del
cuadrángulo de la realidad —de ‘m’ a ‘i’ y de ‘M a ‘I —.
Corto, pego los dos bordes, los dos lados, o sea ‘iM’ y
‘m i’, hago una torsión y los ligo para formar una banda
de Moebius. Hay por lo tanto, allí, dos cosas: corte y
torsión.
Tercero - y éste es el punto que me interesa-, todo lo
que es simbólico e imaginario se pierde, se va. En otras
palabras, si hacemos un corte del esquema R, como pla
no proyectivo, obtenemos una banda, un disco que es lo
que resta de lo simbólico y lo imaginario, y un agujero.
El objeto a es también un disco que se separa.
El interés de la banda de Moebius es que no tiene
interior ni exterior, derecho ni revés; es siempre la mis
ma superficie. Obtenemos, entonces, una banda. Des
pués queda el resto y de él hacemos un disco que puede
tener diferentes formas.
56
Ese disco corresponde exactamente al estatuto resi
dual del objeto. El objeto a es aquello que se separa una
vez que se hace el corte para constituir la banda de
Moebius. Por lo tanto, si hiciéramos ese doble lazo, re
sultarían, por un lado, una banda y, del otro lado, un
disco informe que encarna y presentifica al objeto a. Hay
una gran diferencia entre la banda y el disco, en tanto
la banda pertenece a las superficies unilaterales que
tienen un solo borde y carece de derecho y de revés,
mientras que el disco es bilateral, o sea que puede tener
un anverso y un reverso.
¿Cuál es el interés de todo esto? Ésta es una cuestión
muy importante. En efecto, cuando trabajamos estas
cosas estamos dentro del texto mismo de la construcción;
hay algo del orden del goce cuando se trabajan cuestio
nes de topología e insisto de manera bien precisa que
estamos ante una opción: o consideramos que trabajar
la topología es una sofisticación teórica, un capricho
teórico -existen personas que así lo consideran-, o lo
tomamos como una práctica que, de realizarla, daría otras
57
formas de preconceptos. Es a ese punto adonde quiero
llegar. Esto quiere decir que no se trata de excluir la
intuición sino de cambiarla. Pienso que si los analistas
no trabajan la topología de cualquier forma que sea, la
institución que tendrán nuestros hijos, dentro de veinte
o treinta años, no será la misma que ahora tenemos con
respecto al espacio. Hagan que un niño de tres años vea
la batalla de los planetas; es extraordinario cómo la visión
de los objetos que pasan por encima de nuestras cabezas
tiene una perspectiva totalmente nueva que nosotros no
conocemos. Creo que ese niño no tendrá, de aquí a veinte
años, la misma intuición que hoy tenemos nosotros, que
existen intuiciones que quedan enraizadas en nosotros
por mucho tiempo, por el único hecho, la única razón de
que nuestro cuerpo se liga al espacio a través de relacio
nes motoras y visuales. En tanto vivimos el espacio a
través de esas relaciones, habrá una consecuencia en el
nivel imaginario, en el nivel de las intuiciones imagina
rias. Diría que trabajar la topología es una posibilidad;
no hay certeza al respecto, es una apuesta. Tal vez ha
cerlo pueda procurar placer, hasta pueda hacer sufrir,
quizá para algunos constituya una ostentación, pero
considero que hacerlo hoy significa una posibilidad, un
desafío de que algo del orden de la intuición se modifique
en el analista, y que no quedemos más con la idea de que
él es él, yo soy yo, que el cuerpo es diferente de lo psí
quico, que la realidad que acontece ahí es diferente de
la realidad que pasa afuera, que hay un adelante y un
atrás, o que el tiempo es el tiempo del reloj, etcétera.
El hecho de haber trabajado el plano proyectivo -esto
es llegar a la idea de que una recta pueda cerrarse en un
punto en el infinito y transformarse en un círculo- im
plica un esfuerzo, una torsión. Para hablar en términos
lacanianos diremos que se debe hacer una torsión en el
semblante, pues el semblante se opone a ello, en tanto
está muy ligado a nuestro cuerpo, al falo imaginario, a
58
todo aquello que es relación fálica con respecto al espacio
desde el punto de vista motor y, sobre todo, desde el punto
de vista visual. Trabajar la topología es una posibilidad,
una apuesta, que tiende a provocar modificaciones de
ese semblante.
Pero ha de admitirse que hacer topología no es hacer
ciencia. No porque los analistas hagamos topología ten
dremos que pensar que hacemos ciencia. Si recurriése
mos a un topólogo para hablar de la topología que él hace,
si nos oyera hablar de la banda de Moebius, de cross-cap
o de plano proyectivo, ciertamente entendería, pero hace
mucho tiempo, en verdad, que él no trabaja con esas
figuras. Hace cálculos, escribe, todo lo basa en topología
algebraica. Lo que para nosotros es vanguardia, para los
topólogos es prehistórico. Todavía hay algo que esperar
de este trabajo.
Otra observación precisa en relación con la topología
y el psicoanálisis: ayer pregunté a una persona cómo era
posible que aceptásemos acordar con el concepto de in
consciente al revés y al derecho, que hiciésemos nuestro
ese concepto, que a veces trabajásemos seriamente, que
se dijese que el inconsciente está estructurado como un
lenguaje, etc., pero cuando se trata de figurarlo, de tener
una intuición sobre él, estemos tan lejos del punto con
ceptual al que se llegó. O sea que hemos aceptado el
término “inconsciente”, pero desde el punto de vista de
la representación estamos muy atrás. En otras palabras,
si ustedes tienen una idea de qué es el inconsciente, si
reconocen ese concepto, es necesario todavía aceptar que
no puede tener una representación lineal. Esto quiere
decir que la geometría euclidiana no corresponde, en
absoluto, a lo que es el proceso inconsciente.
Lo mismo ocurre con la pulsión. Si me preguntaran
qué imagen tengo de la pulsión, respondería que es lo
que acabamos de hacer: la pulsión trabaja en espiral,
perfora. El movimiento pulsional es un movimiento en
59
giros. Esto corresponde a una representación geométri
ca de la pulsión y también a una cuestión física de ella,
porque conlleva un movimiento pero también un impul
so constante. Allí nos encontramos con algo del orden de
la energía.
60
Si dijésemos que aquel disco que caía pudiese equipa
rarse a un paño sucio, ese paño bien sucio sería el repre
sentante más nítido del hecho de que hay goce. Los seres
hablantes no tienen otros representantes del goce -es
por lo menos a lo que nos lleva el psicoanálisis-. No hay
goce sino después que todo acabó, que todo se perdió. Y
el goce se refiere a pedazos de cosas locales y, por lo tanto,
el objeto a tiene que ver con lo local.
Lo retomaremos, pero quiero observar que si el objeto
a es todo lo que acabamos de decir, lo que resulta des
pués de un corte normal, nos preguntaríamos sobre el
estatuto del objeto a en el caso de una lesión llamada
psicosomática. En otras palabras, un eccema, un episo
dio asmático, jaquecas reiteradas, allí donde hay un
sufrimiento local, una perforación local, hay también
separaciones locales que suponemos tienen que ver con
el objeto a.
¿Cuáles son las condiciones propias de estas lesiones? ¿Cuá
les son las condiciones propias de la acción que significa un
pasaje al acto? ¿Habría también objeto a si todo el cuerpo
se tornara tal? ¿Cuáles son las condiciones diferentes
entre lo que estamos proponiendo y la fantasía de un
neurótico?
En tanto es el punto que trabajo actualmente, dire
mos más acerca de ello.
61
III
63
realidad es necesario que algo del cuerpo se pierda, se
separe. Otra condición es que haya un punto opaco ex
terior a esa realidad. Ésta es el equivalente de la fanta
sía, a tal punto que podríamos perfectamente decir que
la realidad, en psicoanálisis, es la fantasía. Además,
esta realidad debe ser colocada en el límite, o mejor,
ella es el límite. No vuelvo sobre esto que ya ha sido
tratado. Es el límite lo que significa que la realidad,
finalmente, siga el corte que pasa entre el sujeto y lo
Real. La forma clásica de este corte es el trayecto de la
pulsión, y ese trayecto tiene la forma de un doble lazo.
Recordemos lo que se dijo cuando dimos el ejemplo de la
pulsión escópica en tanto mirarse, mirar y ser mirado.
Lacan propone que en lugar de decir “mirarse, mirar
y ser mirado” podría decirse “mirarse es mirar el cuerpo,
mirar el miembro genital, mirar el sexo”. La pulsión
termina así: miramos, somos mirados y terminamos
mirando hacia nosotros mismos, miramos nuestro om
bligo. La trampa está en que cuando miramos nuestro
ombligo nos tornamos mirada, lo que quiere decir que
mirarse es equivalente a ser mirada.
Lacan propone la siguiente fórmula para señalarlo:
hacer-se. ¿Hacer-se qué? Hacer-se mirada, hacer-se voz,
hacer-se excremento, hacer-se seno, etcétera. Por lo tan
to, la realidad fantasmática es una realidad de hacer; es
el hacer, pero entendido como hacer-se. Insisto en este
‘hacer’ porque es allí donde se decidirá la cuestión de las
formaciones de objeto a.
64
/
proponemos caracterizarlo bajo tres aspectos: en rela
ción con el corte, en relación con el goce y en relación
con el deseo.
Con relación al corte, el objeto a es lo que se separa,
es el mirar en cuanto va afuera, es la voz en cuanto
agoniza, es el seno en tanto que se pierde, en tanto
destetado, y las heces en tanto caen. El objeto a en su
estatuto topològico implica que no puede hablarse de
objeto sin que haya un corte que lo separe.
Con relación al goce, debemos primero recordar que
hay tres, pero nos referiremos sólo a dos de ellos. Hay un
goce en tanto lo Real, del cual estamos separados, y,
además, hay goces locales, parciales. El objeto a, en
relación con el goce en tanto goce Real, en tanto goce
infinito, es una muestra. ¿Será algo más que una mues
tra? Ese disco que quedaba tras la separación es nnq
muestra de que se gozó. Alguien gozó y ese disco lleva
los restos de ese goce.
Pero lo que parece más importante es que el objeto a
en relación con el goce no tiene un estatuto topològico,
pero sí físico. La expresión que se me ocurre es “conden
sador de goce”. Imagino al objeto a como algo que regula
la relación que tenemos con un goce infinito. Entre el
goce infinito y yo están los restos. Estos restos regulan
la relación que tengo con ese goce otro.
Desde el punto de vista físico puede aplicarse la idea
de condensador, o sea la idea de algo que se carga pro
gresivamente, en ciertas condiciones, y en un determi
nado momento, súbitamente, se descarga. Hay una cues
tión de urgencia, de velocidad, de la que hablaremos
luego. Este sería el estatuto físico del objeto con rela
ción al goce. Además, el objeto en ese estatuto físico es
lo que resulta del hecho de que el flujo de la pulsión sea
constante tal como supone la teoría freudiana. Esto
quiere decir que cuando la pulsión interviene gracias a
su circuito, el flujo es constante alrededor del orificio de
65
la zona erógena. Por ejemplo, es un flujo constante al
rededor del ano. En física el teorema de Stocks habla
del flujo constante que hace una rotación. Por lo tanto,
hay tres referencias desde el punto físico con relación
al goce: como condensador, como resultante del flujo
constante de la pulsión y como testimonio, muestra, de
ese goce.
Luego tenemos el tercer estatuto del objeto como falta,
como agujero, con relación no al goce sino al deseo. ¿Qué
significa decir que el objeto a es un objeto que falta al
deseo? Quiere decir que cada vez que en la vida del
adulto interviene la pulsión, que algo se separa tenien
do que ver con la pulsión, con el objeto pulsional clásico,
con las especies que fácilmente reconocemos -e l seno,
la voz, la mirada, e tc - , cada vez que uno de esos objetos
se separa, se trata en verdad de una reactualización, de
una renovación de una falta primera. Ocurre que cada
vez que la voz se pierde volvemos a la primera falta, no
en el nivel cronológico sino a una especie de falta an
tecedente desde el punto de vista lógico. Esta falta es
por haber nacido mortal. Con la vida, el feto se encon
trará enfrentando también a la muerte, y esta falta es
la que se reactualizará cada vez que la pulsión esté en
juego. Es por ello que se dice que toda vez que una
pulsión parcial, local, está en juego, es la pulsión de
muerte la que se reactualiza.
Pero esta separación pulsional, local, actual, que re
nueva una falta primera, sólo se cumple con una condi
ción: que el sujeto encuentre el deseo del Otro. En otras
palabras, cuando el bebé es destetado se le recuerda que
nació mortal y que un día morirá. Pero este destete sólo
se puede hacercon la condición de que también haya una
madre deseante. Entonces tendríamos este circuito:
66
Hay una falta primera: el deseo del Otro. El sujeto
encuentra el deseo del Otro y se produce la falta de la
pulsión. La falta primera es: somos mortales; el deseo
del Otro se manifiesta también bajo la forma de un
agujero: la madre desea y está insatisfecha. Por ejemplo,
es en la medida en que el sujeto encuentra la insatisfac
ción de la madre que él podrá destetarse. El objeto a es
esta falta.
Esta cuestión que parece tan abstracta es difícil de
vivenciar con relación a la experiencia del análisis, pero
entra constantemente enjuego en ella, particularmen
te por el hecho de que si el analista no toma el lugar de
aquel que desea, no habrá medio para que el sujeto haga
su propia experiencia de presentarse con la falta. Si
ustedes me preguntaran dónde hay deseo en la expe
riencia de análisis, respondería que desde que en el inicio
hay deseo en el analista. Veremos, cuando hablemos de
las formaciones del objeto a en el nivel de las lesiones
de órgano —esto es de las afecciones psicosomáticas—,
que se planteará la cuestión de saber si hay allí deseo
del Otro.
Reiteramos los tres estatutos del objeto a: topològico,
físico y de falta. Pero este objeto precisa de tres condi
ciones para separarse y ocupar esos tres estatutos: una
real, una imaginaria y una simbólica.
67
La condición real es que haya en el cuerpo zonas eró-
genas, esto es orificios; se precisan bordes. Para hablar
de objeto a en el nivel del trabajo de la pulsión es preciso
hablar de las condiciones reales de los orificios, sea la
hendidura palpebrai, la laringe, el ano, la vagina o la
boca.
La segunda condición, imaginaria, cuenta, sobre todo,
en lo que dije respecto al seno y a las heces pero no con
relación a la voz y la mirada. La condición imaginaria es
el paisaje orogràfico del cuerpo, el relieve. Para ser se
parable es preciso que el objeto a presente una forma
recortable, que se pueda asir con la mano; un seno, un
pene y hasta las heces. Algo que se recorte, que tenga tal
pregnancia que haga la llamada a la mano, al tesoro,
para ser arrancado. En el cuerpo no hay tantas cosas asi,
pero esto cuenta particularmente para el seno y las heces.
Hay una tercera condición: la simbólica que ya desa
rrollé. Esa condición posibilitará el trayecto en el que un
objeto se recorta, sigue paso a paso la manera en la cual
fue recortado el pene. Quiero decir que la condición sim
bólica de la separación del objeto a es, finalmente, la
castración; es el trazo patrón, la medida de todo corte del
cuerpo, es el falo simbólico.
68
Partimos de la idea de que entre las formaciones del
objeto a existen aquellas para las cuales falta esta con
dición primera de un significante que se encuentra fue
ra. El significante está separado como elemento exter
no a la cadena; no vio la luz en lo simbólico. Se trata
aquí de aquello que definimos a nuestro modo como for-
clusión.
Distinguimos dos tipos de formaciones: las formacio
nes del inconsciente -donde el Nombre del Padre define
la consistencia- y las formaciones del objeto a, entre las
cuales habría dos subtipos: aquellas donde la condición
del Nombre del Padre se mantiene -la fantasía- y aque
llas donde la condición del Nombre del Padre no se
mantiene. He dado tres ejemplos: la alucinación, la le
sión de órgano y el pasaje al acto.
Decimos forclusión pero, en verdad, la expresión que
Lacan utiliza cuando da cuenta del caso psicosomático
es masificación del par significante SI y S2 con ausencia
de represión primordial. Esto quiere decir que en nues
tro caso el significante necesario para que la realidad se
mantenga -u n significante fuera- no está ahí. No hay
significante externo, no hay Nombre del Padre, no hay
significante que ex-sista para que la realidad consista.
Empero, aquellas formaciones del objeto a en las cua
les el Nombre del Padre no arribó, está excluido, donde
algo queda aglomerado en la cadena, estas formaciones
donde hay forclusión, también son realidades. Es por
ello que hemos iniciado este trabajo a partir de los temas
de Real y realidad, y querría que percibiesen que forma
ciones como un pasaje al acto, una alucinación o también
una afección psicosomática tienen una realidad que les
es propia, que es totalmente consistente pero que carece
de esa condición del significante externo. Por ello habla
remos de patología del límite, de patología de la fronte
ra. La cuestión que debemos plantear es saber cuál es la
posición del analista ante esas formaciones, ante esas
69
producciones psíquicas que sobrevienen en el curso de la
cura y que dicen respecto al hacer, a la acción, a la lesión,
a la alucinación.
Reconozco, entonces, tres formaciones del objeto a que
tienen como presupuesto la falta, la exclusión del Nom
bre del Padre; tres formaciones donde estaría como
mecanismo conductor la forclusión: la alucinación, el
pasaje al acto y la lesión de órgano. Podríamos también
llamarlas: realidad alucinatoria, realidad de órgano y
realidad de acción.
Hago una digresión para responder a una pregunta:
ofrecerse para ser visto es ofrecerse en tanto se trans
forma uno mismo en mirada, en tanto se transforma,
se identifica con el objeto en juego ahí, en la pulsión.
Toda fantasía es una fantasía perversa; no hay fanta
sía que no sea perversa. Lo que no significa que el sujeto
que fantasea sea, él mismo, perverso. En general, el
sujeto que fantasea es un neurótico que sueña con ser
perverso. La perversión en la fantasía consiste, sobre
todo, en tornarse el objeto que está en juego en la fan
tasía. La perversión es la identificación del sujeto con
el objeto enjuego. La fantasía es una acción. Si ustedes
hablaran de un caso y tuvieran que extraer de él la
fantasía en un determinado momento de la cura, sería
preciso un verbo. Pero este hacer, esta acción, acaba
siempre llevando al sujeto a identificarse con el objeto
en juego en la acción. Tomemos el famoso caso del
Hombre de los lobos. Él mira los lobos subidos al árbol.
Este sueño, entre paréntesis, es tomado por Lacan como
un ejemplo de fantasía -hago esta precisión porque en
otra oportunidad me preguntaron cómo entender el
hecho de que incluya el sueño en el conjunto de las
formaciones del objeto a, en tanto normalmente se di
ría que el sueño es una formación del inconsciente-. En
todo caso, es un ejemplo por el cual Lacan, para ilustrar
la fantasía, toma el sueño del Hombre de los lobos para
70
concluir que el objeto enjuego en la fantasía es el mirar;
el Hombre de los lobos es el propio mirar, es el m irar
único resultante de él mismo mirando los lobos y de los
lobos mirándolo. Entre él y los lobos se destaca un solo
y único mirar con el cual se identifica el sujeto. Es así
como se debe comprender el “hacer-se”, queremos decir
hacer-se objeto, hacer-se heces, hacer-se mirada, ha
cer-se voz, etcétera.
En el caso del suicidio, ¿qué podemos decir del sujeto?
¿Se hizo qué? En el caso de una lesión de órgano, ¿se hizo
qué? Un paciente está en análisis y después de dos años
comienza a decir que tiene un eccema en las manos;
después, este eccema se extiende al rostro; más tarde
viene con un apósito en la mano porque el eccema le
produjo una infección. El dermatólogo no sabe qué res-
ponder. Pregunta, ¿qué tipo de formación psíquica será
ésta? ¿Cuál es allí el lugar del sujeto? ¿Cuál es el lugar
del objeto? ¿Estamos frente a una fantasía? ¿Estamos
frente a una formación psíquica que no es fantasía? Y
además, ¿qué se debe decir y qué hacer como analista?
Es lo que planteé respecto del “hacer-se”. Pienso que este
hacer-se” es típico de la fantasía y que ahí se encuentra
el aspecto perverso, pero en las tres formaciones del objeto
a (pasaje al acto, alucinación y lesión de órgano) hay otra
cosa que este “hacer-se”, hay algo más que eso. Lo reto
maremos.
Tratemos de ponernos de acuerdo, ahora, con el voca
bulario para responder a otra pregunta: la pulsión de
muerte tiene dos formas. La pulsión de muerte en Freud
llevaba a lo inanimado. Con Lacan es exactamente lo
inverso: la pulsión de muerte implica la vida, lo más vital
que existe. Pulsión de muerte en Lacan, bajo su primera
figuración, significa que eso se repite, que no cesa de
repetirse, que no cesamos en tanto vivimos, de hablar,
de simbolizar y de repetir. Y a sea que repitamos creacio
nes o que repitamos síntomas. La pulsión de muerte es
71
lo que nunca se detiene. Diría que es lo que mejor se
puede definir como vida.
La segunda figuración de la pulsión de m uerte no
es sólo “eso no cesa de repetirse hasta la últim a gota”
-como se dice, “beber hasta la última gota”- , pues la
pulsión de muerte también tiene separaciones locales,
pérdidas parciales. Cada pérdida parcial es una reactua
lización de la pulsión de muerte. Esto, por el contrario,
es muy freudiano. Freud decía que la pulsión de muerte
se reducía al conjunto de las pulsiones parciales, repre
sentando cada pulsión parcial, por su parte, a la pulsión
de muerte. Podemos retomar esta figuración de otro
modo. En lugar de decir que cada pulsión parcial
reactualiza la pulsión de muerte, prefiero decir que cada
objeto que se separa reactualiza el hecho de que somos
seres sexuados y, al mismo tiempo, mortales. Pero no
somos sólo seres sexuados y mortales -tam bién lo son los
animales- sino que somos seres sexuados, mortales y
sabemos que lo somos. Cada vez que hay una separación
del cuerpo, alguna cosa de este orden se renueva.
El ejemplo más extraordinario para esclarecer do que
estamos diciendo es el suicidio. No nos apresuremos: hay
varios tipos de suicidio. Hablamos aquí del suicidio de
tipo delirante. Se cree que un suicidio se decide y existen
suicidios que no son en absoluto decididos. En estos casos
sólo existe algo para el sujeto que es salir del cuerpo, irse
afuera, dejar ese cuerpo. Diríamos que un suicidio puede
ser pensado, premeditado, como una vuelta brutal, vio
lenta, a aquella primera falta que se constituyó por el
hecho de que hemos nacido mortales, o sea que con la
vida allí está la muerte; tenemos la vida pero con ella
está la muerte; ambas van juntas. Es una figura que nos
sirve para marcar la presencia de la pulsión de muerte
cada vez que hay una separación. “Falta originaria” no
es exactamente la mejor forma de decirlo. Es por ello que
decíamos que no se trata de una primera falta cronoló
72
gica. Es una falta que sostiene, una falta de procedencia
lógica; es primera lógicamente. No se trata de un suici
dio por volver al útero.
En relación con esa falta, decíamos que para que ella
sea reactualizada en una separación parcial y actual del
cuerpo hay una condición necesaria: que haya alguien
junto a uno que desee. El caso típico es el del niño que
descubre que su madre está impotente, insatisfecha,
etcétera. Todo aquello que pueda ser dicho en relación
con el Otro deseante. Es en la medida en que el niño
descubre que el Otro desea que podrá a su vez desear
bajo la forma de un objeto que le retom ará como falta.
Falta originaria que no es la primera, falta del Otro en
tanto deseante y constitución de una nueva falta que es
la del deseo actual del sujeto. Lacan llama a esto “super
posición de dos faltas”: la del sujeto y la del Otro.
En la perspectiva que dimos hace un momento, con
sideramos el caso de las afecciones psicosomáticas, lo
que llamo “la realidad de órgano”. Preciso que nos esta
mos interesando por la realidad de órgano en la medida
en que nos parece ejemplar para ubicar el problema de
una nueva consistencia y no de una falta de consistencia.
Habitualmente, cuando se trata de psicosis o de dolen
cias psicosomáticas, surge inmediatamente la idea de
que hay un déficit, una falta, una disociación. Insisto
porque creo que se debe pensar a la inversa, tanto para
las psicosis como para las dolencias psicosomáticas.
Deben ser pensadas como algo creativo, como algo nuevo
que toma consistencia.
La segunda razón por la cual estas afecciones psico
somáticas nos interesan es el hecho de que, a pesar de
surgir como límite, como realidades límite de la expe
riencia analítica, aparecen con mucha más frecuencia de
lo que se cree. De paso respondemos así al reproche que
nos hace la Escuela Psicosomática de París, que nos acusa
de evitar hablar de afecciones psicosomáticas con el
73
pretexto de que psique y soma no pasan de ser un re
miendo. ¡Claro que es sólo un remiendo! Por eso es que
todos los autores, estén o no de acuerdo entre sí, concuer-
dan en decir que es una mala expresión.
Observaciones
74
circunstancias, no existía antes; son lesiones propias de
una determinada época.
Segunda observación: la dicotomía cartesiana de pen
samiento y extensión presupone un cuerpo duro y uni
ficado. Freud no escapó a esa dicotomía y el concepto de
conversión histérica es un ejemplo de ello. De hecho,
conversión quiere decir la conversión de una represen
tación en alguna cosa del cuerpo. Diría que el concepto
de conversión trae en sí el germen de la dicotomía
cartesiana cuerpo-alma, y la psicosomàtica clásica deri
va de esa dicotomía. ¿Cómo liberarnos de esa dicotomía,
cómo evitar la discusión sobre la cuestión de saber si es
el alma o el cuerpo lo que predomina, si es necesario
pensar la totalidad, etcétera? Nosotros tenemos otra po
sición, partimos nuevamente de la experiencia, parti
mos de aquello que vemos y oímos de nuestros pacientes,
y lo que oímos y vemos es primero, que el cuerpo no está
extendido en el espacio, que el cuerpo es una cosa que se
soporta, se sufre, se experimenta, se gasta, se desgasta.
El cuerpo es un lugar de goce. Goce quiere decir el máximo
de tensión, el máximo de gasto, el máximo de exigencia.
Goce significa dolor y desgaste. Ése es el cuerpo con que
nos tenemos que ver en el análisis. Un cuerpo que nos
aparece como que es y no es nuestro. “Mi” cuerpo es y no
es mío; es un cuerpo que es mío en la medida en que el
otro que está frente a mí remite hacia mí imágenes; allí
es mío. Pero el lugar donde el cuerpo no es mío es cuando
el cuerpo goza. Allí me es totalmente exterior. Es lo que
decíamos al hablar de libido como excluida del campo,
pero dando consistencia a la realidad. En otros térmi
nos, en lugar de hacer pasar el eje entre alma y cuerpo,
entre psique y cuerpo, hacemos pasar ese eje entre un
cuerpo que goza, o sea entre el goce y el lenguaje, entre
un goce maltratado por el lenguaje. El cuerpo es m altra
tado por el lenguaje tanto si éste toma la forma de un
aparato de televisión, como si este lenguaje toma la for
75
ma de un medicamento. Este cuerpo es maltratado por
lo simbólico, y los mejores representantes actuales de los
objetos que violentan y m altratan al cuerpo, que lo
marcan por medio de este goce, son los objetos de la
ciencia. Es la parte que molesta de la ciencia, como si los
progresos científicos se hubiesen enloquecido.
Tercera observación: desde el momento en que se tra
ta de goce, tal como lo concibe el psicoanálisis, estamos,
sin saberlo, en la dimensión ética. Esto es obvio con la
dolencia en general y con las somatizaciones en particu
lar. Ustedes me oyeron hablar, desde el inicio, de sepa
ración, de desapego, de pérdidas, de goce, de gasto; todo
eso no es defecto, no es negativo, no es agujero en menos;
todo eso, esos goces, los considero en el sentido de algo
productivo, en el sentido de falta, sí, pero de falta en
tanto lo que se destaca. Una lesión de órgano no es un
déficit o un defecto: es un engendramiento. Lacan mues
tra que la palabra “separación” viene de parir-se, crear
algo nuevo, engendrar. Algunas veces, este engendra
miento es monstruoso, ya sea que se trate de un delirio
o de una alucinación, pero siempre positivo, no negativo.
La teoría de Lacan no es una teoría de lo negativo. Es
mi manera de pensarla, de concebirla, de trabajarla. El
negativo que se encuentra en Lacan es excéntrico, y desde
que es un negativo excéntrico es productivo, es algo que
sale, que avanza, que deja rastro. Repito, una dolencia
no es siempre déficit o defecto.
Para explicarme mejor me sirvo del concepto de saber
a partir de un ejemplo: una mujer de cuarenta años a la
que acaba de descubrírsele una hipertensión esencial.
El médico declara que eso es frecuente en la mujer,
particularmente alrededor de los cuarenta años.
Se denomina “hipertensión esencial” porque se desco
noce su etiología. La hipertensión esencial, desde que se
trata de clasificar las dolencias psicosomáticas, es una
de las más clásicas, juntamente con el asma y la úlcera.
76
¿Qué es una dolencia psicosomàtica?
¿Qué es una lesión de órgano?
77
una lesión de órgano, pero la tomaré para preguntarme
si, con esto, ella sabe algo. Quiero decir: ¿será que esta
parálisis llega justo a tiempo? Respondería que sí. Es
una separación justo a tiempo, como si el cuerpo supie
se que precisaba, en aquel momento, vivir esa prueba.
Esto me recuerda a Nietzsche: “Sabemos lo que la con
ciencia puede, pero no sabemos en absoluto lo que puede
un cuerpo” o “hasta dónde puede ir un cuerpo”. Una
lesión de órgano es dolorosa y sufrida pero, fundamen
talmente, liberadora. Es como una situación eufórica,
casi como una oportunidad de aflojar la prisión de la
alienación significante, de tener que repetir, hasta la
última gota, como decía antes. Esta separación detiene,
es una detención. Cuando una dolencia nos lleva a la
inmovilidad, ¿no podemos decir que ella nos fuerza a
retornar a la matriz del cuerpo? Claro que no se trata
del útero, ni del vientre de la madre y sí de reactualizar
la primera falta que significa el hecho de haber nacido
mortal. La lesión de órgano es un retorno urgente a la
tierra, una reactualización urgente de la fuente inexis
tente -en tanto no fue verdadera, no existe- de nues
tras separaciones. Pero este retorno no pasa -como en
el caso de la fantasía- por la intermediación del deseo
del Otro, no pasa por los objetos que nos ligan a ese
deseo. Generalmente, el deseo del Otro toma en el sujeto
la figura habitual de pregunta: “¿por qué?” o “¿qué
quiere él de mí?”. Esas dos preguntas son dos formas,
simplemente formas, figuras, puede haber otras, de la
confrontación del sujeto con el deseo del Otro. Aquí, en
la lesión de órgano, o por lo menos en el desencadena
miento de una lesión, es como si no hubiese tiempo para
preguntarse por qué. La lesión, la acción —pienso en el
pasaje al acto- o la alucinación no responden al por
qué, aparecen como certezas de ser. Eso coincide muy
bien con el tipo de narrativa por la cual se caracterizan
los pacientes psicosomáticos. Se dice que quienes su
78
fren lesiones de órgano tienen una narrativa pobre en
metáforas, una narrativa donde no se interrogan, una
narrativa vacía.
Aquí se presenta una pregunta que me hago y les hago:
¿cuál es el lugar del deseo en la lesión de órgano? Lacan
decía que en los casos de afecciones psicosomáticas el
deseo estaba preservado. Nos preguntamos de qué modo
ese deseo lo está. De hecho, cuando hay deseo del Otro,
existe esa figura de las preguntas de las que hablé, pero
los objetos en juego son, fundamentalmente, la mirada
y la voz. Lacan distingue la mirada como el objeto de
deseo hacia el Otro y la voz como el objeto de deseo vi
niendo del Otro. Aquí, en el caso de la lesión de órgano,
¿cuál es el objeto enjuego? No es ni la voz ni la mirada.
Es como si el deseo estuviese preservado, pero también
como si estuviese llevando más lejos, muy lejos, la barre
ra contra el goce.
La fantasía es una barrera contra el goce; es allí donde
entran en juego la mirada, la voz, las heces, el ano.
Pero aquí ya no estamos en el nivel de la fantasía
porque se trata de un pasaje al acto. En un pasaje al acto,
en una lesión de órgano, en una alucinación, el deseo
está ahí, pero lleva más lejos, todavía, la barrera contra
el goce. Es como si el sujeto gozase de otra manera, con
otros objetos, no con las especies típicas que acabamos
de describir y que forman parte de todas las fantasías de
los neuróticos.
Nos hacemos, entonces, las siguientes preguntas:
primero, ¿con relación a qué objetos entra en juego el
deseo del Otro en el caso de una lesión de órgano? ¿Cuá
les son los objetos en juego?
Segunda pregunta: si hay un deseo del Otro siempre
hay una manifestación de él bajo la forma de una llama
da. ¿Cuál es el tipo de llamada que hace que un sujeto
se descubra un día con un eccema en la mano? ¿Será una
llamada del analista? ¿Una mala intervención? ¿Una
79
llamada que el sujeto olvidó en otro momento de su vida
y que reaparece allí en ciertas condiciones, en una co
yuntura particular? Quiero decir: ¿cuál es ese tipo de
llamada que hace que el sujeto no sea llevado a fanta
sear o a hacer un síntoma y sí a hacer un pasaje al acto,
una alucinación o una lesión de órgano?
Respuestas a preguntas
80
la pulsión que enumeré recientemente, sino que, al
encontrarse otra aproximación al cuerpo, se requiere que
no sean necesariamente esos objetos de la pulsión. En
otras palabras, el deseo llevó más lejos la barrera del
goce. Entonces, tendríamos tres instancias: el síntoma
—planteamos el ejemplo del acto fallido, que aunque no
sea totalmente un síntoma, es un ejemplo de formación
del inconsciente—, la fantasía —teniendo en cuenta en
ella la afánisis del sujeto- y, finalmente, las tres forma
ciones del objeto a: la lesión, la alucinación y la acción,
en las cuales el sujeto no tiene la misma relación con el
objeto que en el caso de la fantasía. El síntoma es pri
mero un decir, la fantasía es un hacer y el pasaje al acto
es una acción.
Alguien de entre ustedes cita la frase de Lacan: “El
acto quita a la angustia lo que ésta tiene de certeza” y
a ella sigue otra que les recuerdo: “La angustia es lo que
no engaña”. Pero hay un acto que quita esa certeza de
la angustia y entonces el que no engaña es el acto. Esto
está perfectamente de acuerdo con mi modo de pensar,
con la diferencia de que no uso la palabra “acto”. Prefiero
resguardar esa palabra que me parece muy adecuada,
sobre la cual he trabajado mucho, que he utilizado mucho
y que representa un cierto privilegio. Prefiero, como decía,
preservar esa palabra “acto”, extrañamente, para un
dicho. Para mí el mejor ejemplo de un acto ,es un decir
bien dicho, en el momento cierto, cuando es preciso; buen
ejemplo de ello es la interpretación. Diría que, por el
contrario, se trata en aquella frase de la acción: ésta
quita a la angustia lo que tiene de certeza. Tomamos
aquí la acción en el sentido de un actuar. Diríamos que
el análisis podría definirse como el lugar donde los pro
cedimientos, donde el actuar, están en suspenso. Lo que
no quiere decir que no haya hechos del orden del actuar.
Pero la regla fundamental lleva a que se aplique el “aquí
no se actúa”. Lo que no impide, algunas veces, ver al
81
paciente actuar; este procedimiento no es negativo ni
criticable ni peyorativo. Queremos decir que no debe
afirmarse a ultranza que los acting-out sean algo perju
dicial para el análisis. Existen siempre en las curas.
* * *
* * *
82
lo Real de un llamado del Otro hecho cuando se era niño?”
“¿Los analistas podemos perfectamente hacer esa hipó
tesis?”. Diríamos que tal vez sí. Pero el punto de partida
al cual me apego es, sobre todo, en qué intervenimos en
la transferencia. Sería la primera respuesta que me
daría. La segunda sería, por ejemplo, hablar de la acción
de la angustia. O sea, ¿hubo o no angustia en el lugar del
desencadenamiento? Esto nos remite a la cuestión del
deseo del Otro. Resta por ver, y ésta es la cuestión final,
cuál es la forma que toma ese Otro, por qué medio hace
la llamada. No es una llamada propia de la fantasía.
Supongamos una fantasía en la cual está en juego el
mirar: la llam ada fundamental del Otro es que él está
mirando. En el caso de una lesión de este tipo no hay
un tercero que esté mirando. Es esto lo que constituye
el problema: no hay un Otro que se haga el llamado bajo
la forma de un m irar, o bajo la forma de un murmu
llo, de un pensam iento, el murmullo de una voz. No
es una voz, no es un m irar, no es algo necesariam ente
anal —aunque podamos hacer interpretaciones, como se
hacen en ciertas concepciones, diciendo que, por ejem
plo, el origen de una úlcera es oral, etc.-. No creo que una
úlcera tenga origen oral, pero sí creo que no tiene nada
que ver con la pulsión oral. Si vemos los textos clásicos
sobre las dolencias psicosomáticas, pensadas y trabaja
das por psicoanalistas, veremos que todos hacen refe
rencia a la madre, a la pulsión oral, etcétera. No tengo
aún respuesta precisa para dar; aquélla no me satisface.
En otras palabras, por ahora preferiría que nos quedá
semos con estas preguntas: ¿cuáles son los objetos que
no son pulsionales? y ¿cuál es el tipo de llamada que el
Otro formula?
83
IV
85
bajo que ya hicimos para decir que lo que nos interesa
es la realidad, pero una realidad en la cual la lesión de
órgano es el elemento caído y se inscribe como el ombligo
propio de esa realidad. El ombligo designando el punto
por el cual la realidad se liga a lo Real. Pensarlo de ese
modo es lo contrario de decir que, por ejemplo, en la hi
pertensión se encuentra una lesión arterial, o sea un
desplazamiento de materia orgánica. Diríamos que lo
Real es mordido y que la mordedura constituye, ella
misma, la realidad.
Utilizar el término “realidad” tiene otra ventaja -aquí
retornamos a las observaciones preliminares que hici
mos antes-, porque si uso el término realidad lo incluyo
o lo torno equivalente a la realidad del análisis.
En otras palabras: la lesión de órgano es la separación
o la caída de la realidad en cuanto es caída y separación
dentro del análisis.
En las cuatro observaciones preliminares que hicimos
anteriormente había una que decía: nos interesamos por
las lesiones de órgano sólo en la medida en que ellas se
presentan en el marco de la transferencia analítica*
Necesitamos este preámbulo para mantener un eje, sin
el cual nos perderíamos, enmarañados en la cuestión
psicosomática. La hipertensión nos interesa en el lugar
donde la escucho, donde el paciente nos habla.
Digámoslo de otro modo: ¿qué dijimos hasta ahora
sobre la realidad? Que ella es unívoca, local y siempre
nueva. Esto es, renovada por clímax, se abre con un
significante y se cierra con la caída de un objeto. Ahora
bien, ésta es la realidad psicoanalítica, que se desarrolla
en el marco del análisis. Necesitamos, por lo tanto, es
pecificar esa realidad donde la caída no es un mirar o
una voz enjuego en la experiencia del análisis, no es un
regalo en el sentido del objeto anal, sino una lesión de
órgano.
Nos interesa destacar en qué difiere la consistencia de
86
«
87
denegación, etcétera. En otros términos, hablar de la
forclusión como mecanismo local es un modo de decir que
la realidad que abordamos y la realidad de la lesión de
órgano son realidades locales.
Esa persona hipertensa desde hace año y medio, por
ejemplo y sin motivo aparente, ve con espanto que le
diagnostican una hipertensión importante cuyo origen
no puede determinar. Ésta es una realidad local que no
impide que haya otras realidades, neuróticas, perver
sas, etcétera.
La forclusión del Nombre del Padre significa - y es otra
manera de decirlo- que en el caos de la realidad-lesión
de órgano no hay significante excéntrico a la cadena en
el punto singular, opaco, alrededor del cual se ordenaría
la nueva realidad. Este significante, que no es excéntri
co, en este caso está amalgamado, solidificado en la
cadena. Es la expresión que ya trabajamos como masi-
ficación del par S1-S2.
Se nos plantean dos cuestiones importantes y difíciles.
La primera es: ¿cómo se traduce clínicamente esa forclu
sión determinante de una lesión de órgano? Con dos hechos
clínicos. En primer lugar, si tenemos presente lo dicho
acerca del padre y el Nombre del Padre se entenderá que
el primer hecho clínico, fácilmente observable en la expe
riencia, es que para esta lesión de órgano la genealogía
del paciente no asciende ni desciende conforme a las ra
mificaciones del árbol de la filiación significante. Quere
mos decir que no hay filiación según los encadenamientos
significantes. La filiación circula en el nivel de las lesio
nes orgánicas. En una palabra: la filiación del Nombre del
Padre se torna filiación de objeto.
Retomemos el caso de la hipertensión. Esa persona no
sólo habló del hecho de que su madre también era
hipertensa desde la misma edad que ella sino que tam
bién lo que atrajo mi atención fue que había sido criada
durante toda su juventud por la abuela paterna a quien
88
ella vio, en una escena horrible, casi morir a causa de un
espasmo de glotis. Es como si entre la visión de esa
horrible escena y la hipertensión hubiese un vínculo que
pudiese ser comprendido, a primera vista, como una
relación de espasmo a espasmo. Por lo tanto, el primer
hecho clínico es una filiación de objeto que sustituye a
la filiación del Nombre del Padre.
E l llamado
89
El ejemplo más claro de una pura enunciación es un
grito, y particularmente un grito de dolor, un pedido de
socorro, una inyunción, o sea una orden precisa, formal,
perentoria, una intimación, condensada en una o dos
palabras, o más aún, emisiones de sonido entrecortadas,
inéditas, ruidos extraños o inquietantes, frases que se
repiten, sin sujeto. Hace poco, una madre completamen
te neurótica decía haber percibido que en el transcurso
de un día repitió veinte veces a su hijo “¡Apresúrate!”.
Eso es para mí una enunciación tipo inyunción. El sujeto
no está allí y esa frase no está destinada a ser oída.
Freud pensaba que la fantasía se constituye, precisa
mente, con cosas oídas y el sueño, con cosas vistas. Di
ríamos que nuestro caso es algo del mismo orden, salvo
que esas cosas oídas o vistas no son elementos recorta
dos sino macizos y extraños. Lacan les da el nombre de
holofrases, frases condensadas.
En el Seminario I expresa: “Hay frases, expresiones,
que no pueden ser descompuestas y que dicen respecto
a una situación en su conjunto. Son las holofrases”.
Agregaríamos que estas holofrases están ligadas a las
necesidades, al cuerpo; es por ello que dimos el ejemplo
del grito, del pedido de socorro. Es preciso que haya una
relación nítidamente establecida con una necesidad.
Pero para hablar de los llamados que pueden provocar
lesiones de órgano, no basta con hablar de llamados
macizos, condensados, de sonidos e imágenes. No basta
decir que intimidan o amenazan. Es preciso decir, sobre
todo, que son llamados fascinantes, capaces de pasmar
y paralizar al sujeto. El ejemplo más conocido de esto es
la parálisis ante los ojos penetrantes de Medusa.
También podemos ilustrarlo desde la etología: hay
mariposas capaces de asustar y paralizar a los predado
res, abriendo las alas sobre las cuales se dibujan mag
níficos y fascinantes ocelos, o sea formas de pequeños
ojos.
90
Roger Caillois, en su libro Medusa y Compañía, des
cribe de m anera m agnífica uno de esos fenómenos
miméticos. Los ocelos no fascinan tanto por su semejan
za con los ojos sino por su forma de círculos concéntricos
atrapantes. El insecto no fascina al predador porque
tenga ojos como la lechuza, sino que paraliza con esas
formas de círculos concéntricos de colores contrastados.
Se trata, por lo tanto, en su opinión, de una estructura.
Es la estructura del círculo la que es capaz de ejercer una
acción sobre el organismo del otro.
Esto nos posibilita remitirnos al texto lacaniano del
estadio del espejo, que considero muy importante por
su riqueza para entender el fenómeno de las lesiones
orgánicas. Se observa en ese texto que el estadio del
espejo es el lugar de un drama que consiste en que hay
un impulso que va desde la insuficiencia orgánica del
niño prematuro hasta la imagen anticipadora. Eso lo
sabemos. Pero al estudiar bien ese texto y pensar en
pensar las lesiones de órgano nos preguntamos: ¿por
qué no lo inverso, por qué no decir que este impulso
es de doble sentido y que una imagen anticipadora,
pasando más allá de las posibilidades receptivas del
sujeto, puede provocar una insuficiencia orgánica, sea
una parálisis, una incoordinación motora, una lesión
ulcerosa o una hipertensión? En este punto nos que
damos en la conocida tesis de que las dolencias psi-
cosomáticas son un daño en el nivel del narcisismo. Pero
ésta me parece una afirmación demasiado general que
propongo detallar mejor. No cualquier imagen opera; es
necesaria una imagen maciza, anticipadora, y esto no
quiere decir que el sujeto tenga que ser un niño pequeño.
Esa imagen también puede ser anticipadora para el
adulto.
Resumiendo: el llamado macizo, fascinante, mezcla de
sonidos e imágenes, introduce una lesión de órgano que
tiene su misma consistencia.
91
Se dijo que para la represión neurótica, el llamado
es simbólico así como el retorno, y que para la repre
sión del Nombre del Padre, pensando en la alucina
ción, el llamado es simbólico y el retorno Real. Hoy
diríamos que, considerando de cerca sus caracterís
ticas de macizo, fascinante y anticipador, este llam a
do tiene la misma consistencia que la lesión. Quere
mos decir que el llamado y el retorno tienen ambos
una consistencia no simbólica ni real sino fantasmá-
tica. Volveremos sobre esto; ahora respondo a una
pregunta que plantea, precisam ente, el siguiente
problema: antes pensaba que el llamado era o una pa
labra, o el síntoma de alguien, o el nombre de alguien,
y que con este llamado, bajo esa forma, se provocaba un
retorno de otra consistencia. No vuelvo a la palabra
“consistencia”; es preciso entenderla, pensarla en el
nudo borromeo. Lo que ahora me parece importante es
ver que, frente a una lesión de órgano, no sólo se deben
buscar esos tres tipos de llamados eminentemente sim
bólicos, sino también otro. Habrá lesión de órgano siem
pre que se trate del mismo linaje. Doy aun una mayor
precisión: no se trata de encontrar la misma dolencia,
se trata de fantasías.
De las tres cosas que acabamos de decir de los llama
dos eminentemente simbólicos, fantasmáticos, absolu
tamente idénticos en el retorno, es el último tipo de lla
mados el más importante.
En el ejemplo de la mujer hipertensa, lo más signifi
cativo no es que su madre haya sido hipertensa sino
percibir aquella escena en el curso de la cual la abuela
gritaba que se atragantaba. Esta escena y aquellos gri
tos tienen más que ver con su hipertensión que la dolen
cia de la madre.
92
La elección de órgano y la lesión
objeto de la pulsión
93
condición y el impulso no parece ser constante; por el
contrario, parece estar más de acuerdo con los cambios
de ritmo biológico.
No sólo se plantea la cuestión de saber si la lesión es
un objeto. Existe también el problema del dolor, pues éste
es un objeto, un tipo de objeto a. Pero es un tipo de objeto
cuya fuente no es un órgano orificial sino un tejido.
Para retornar a la cuestión de la lesión como objeto,
sería necesario inventar una especie de gramática de la
lesión y, tal vez, para cada una de las lesiones haya un
verbo que se pueda transformar para ver si esa lesión
responde a la condición con la cual caracterizamos el
objeto de la pulsión. Ésta es una idea para ser conside
rada y experimentada.
¿Cómo responde Freud a la pregunta acerca de la
elección de órgano? Sólo se interesa por la cuestión de la
lesión de órgano al hablar de la histeria. En principio,
los textos de Freud que se refieren a la psicosomàtica son
limitados y pobres. Para dar cuenta de la elección de
órgano, propone que puede haber un incremento eròge
no de un órgano que ya estaba a disposición de las pul
siones sexuales hasta tornarse un órgano genital. El
ejemplo típico que da es el del ojo en la ceguera histérica,
donde el órgano sufre tales modificaciones humorales,
que la estasis o la inflamación recuerdan las de un ór
gano genital en estado de excitación. Estamos allí ante
un órgano que ya es, en sí, la fuente de un objeto pulsio-
nal bien definido: el mirar.
La cuestión se plantea para los órganos que no están
habitualmente a disposición de las pulsiones sexuales.
Freud postula, pensando todavía en la histeria, la expre
sión “zona histerógena”, atipica o artificial, para dar
cuenta de lugares del cuerpo, sean o no órganos, que se
encuentran erotizados. Da como ejemplo, entre muchos
otros, el dolor de los muslos de Elizabeth von R. Hace
una interpretación en la cual no nos detendremos y define
94
ese dolor en los muslos como el ejemplo típico de una
zona histerógena artificial. En Freud es constante la idea
de que estas zonas histerógenas artificiales son creadas
por exacerbación, por intensificación, por una exagera
ción de la libido. Eso llevó a algunos hasta a hablar de
exceso de libido, expresión con la cual no concuerdo.
¿Cómo sale Lacan de esta cuestión? Hace dos obser
vaciones que pueden guiarnos. Por una parte propone,
en el Seminario II, concebir los fenómenos de erogeni-
zación de un órgano inédito, como un sincretismo, una
no diferenciación entre la fuente de la pulsión y el objeto.
Dice que se trata, entonces, en estos casos, de autoero-
tismo: el objeto y la fuente son idénticos. Luego adopta
otra posición. Diríamos que desdramatiza la cuestión.
Nos propone que las otras zonas que no son erógenas
pulsionalmente definidas, que se reconocen como tales
y que Freud había llamado “artificiales”, son lugares
desexualizados, pero también sometidos al deseo. Y nos
preguntamos por qué no.
De esta respuesta de Lacan podemos extraer un coro
lario importante: si decimos que la zona erógena está
sometida al deseo pero desexualizada, podemos pensar
de inmediato que ella está sometida al deseo del analis
ta. Sería un modo de decir que poco importa que la zona
o el órgano sean o no sexuales, pero que a partir del
momento en que esta lesión se plantea -lo mismo si fuese
un órgano inédito, artificial- dentro del análisis, ella está
consecuentemente sometida al deseo del analista.
Toda la cuestión se plantea así: ¿hay llamado, hay
retorno, y qué hacemos como analistas? ¿Cómo debe
recibir el analista la lesión de órgano? Vemos cómo se
produce, intentamos recorrer sus circuitos, pero queda
la pregunta acerca de saber cómo recibirla.
Daremos a las cuestiones que planteamos hace un
momento dos respuestas totalmente provisorias pero que
después podrán ser reintroducidas. Primero una respues
95
ta abstracta pero que tal vez nos haga pensar: cuando
tenemos un órgano existen obligaciones para con él, por
ejemplo, se lo debe usar. Si me pidiesen que definiera un
órgano, respondería que es la parte del cuerpo que nos
embaraza y para la cual no hay otra solución que hacerla
trabajar. ¿Por qué no pensar que lo que está de más, en
exceso, es el órgano y que es preciso encontrarle una
función, aunque ésta no sea en absoluto necesaria y hasta
pueda ser nociva? Lo que propongo es cambiar los tér
minos de ese sistema de regulación entre libido y órgano,
y en lugar de decir, como haría Freud, que hay un exceso
de libido en un órgano que debe ser drenado, expresar
lo inverso: que hay un exceso de órgano que exige libido.
Por detrás de esta proposición que les hago está la cues
tión del condensador, el concepto de condensador en el
electromagnetismo.
La segunda respuesta con respecto a la elección de
órgano retoma aquello que dijimos antes a propósito del
llamado y el retorno. Afirmamos que es un desplaza
miento, una transmisión fantasmática de un cuerpo a
otro dentro de un mismo linaje. Esto quiere decir que el
objeto extraído del cuerpo de un sujeto se desplaza y se
injerta en el cuerpo de otro. Empero, enunciar las cosas
de este modo es erróneo, porque nos hace pensar el cuerpo
como una entidad individual. Digamos mejor que la le
sión de órgano es el objeto único que cierra la realidad
de un entre-dos pulsional.
96
dentro de uno familia del mismo género o de una misma
especie. Roger Caillois y Lucien Chopar toman el ejem
plo de una mariposa hembra que adopta la misma for
ma, el mismo color y el mismo comportamiento que otra
mariposa hembra que pertenece a otro género de la
misma especie, engañando así a las mariposas machos
y hasta a los científicos que intentaban estudiarlas.
Roger Caillois describe tres tipos de mimetismo: el
disfraz, el camuflaje y la intimidación. Con respecto al
disfraz, que es el caso que acabamos de comentar, dice
-lo que me parece muy importante para lo nuestro- que
se trata de toda una transformación del cuerpo del ani
mal. Con respecto a esta transformación nos podemos
preguntar, finalmente, para qué sirve. Aparentemente,
para nada.
Hay un gran debate entre las personas que trabajan
este problema; algunas afirman que el mimetismo tiene
utilidad en la lucha por la vida, en la selección natural o
hasta para espantar a los predadores, etcétera.
Segunda observación: la filiación del Nombre del Padre
se transforma en filiación de objeto a. Esto quiere decir
que, en el lugar del Padre, aparece la lesión y, si trans
formamos los términos, si pensamos en la confusión que
habría entre el Padre y la lesión, o sea entre el signifi
cante del Nombre del Padre y el objeto a, ello nos remite
a aquella confusión que habría entre el ideal del yo y el
objeto a que define al fenómeno hipnótico. En efecto,
Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo, des
cribe y analiza la hipnosis como una amalgama entre el
ideal del yo y el objeto de la pulsión. En el caso que estoy
comentando, decir que la filiación del Nombre del Padre
se transforma en filiación de órgano, en filiación de objeto,
tiene una razón y una resonancia comunes con la cues
tión de la hipnosis.
En fin, la relación Padre-lesión recuerda la hipótesis
de Pankow. Gisella Pankow escribió dos textos sobre
97
psicosomàtica. La hipótesis es la sigílente: habría en los
pacientes psicosomáticos una correspondencia entre
zonas de destrucción en la imagen del cuerpo y zonas de
destrucción en la estructura familiar. Pienso que para
ella la imagen del cuerpo no es sólo imaginaria sino
también simbólica. Se aproxima más a nuestro concepto
de realidad efectiva -imágenes y palabras- que a la mera
imagen del cuerpo como habitualmente la entendemos.
Ella habla de zonas de destrucción de la imagen del
cuerpo, lo que podríamos traducir por zonas de destruc
ción de la realidad. Habría, por lo tanto, una correspon
dencia entre los agujeros de la realidad y la falta del
Nombre del Padre, o sea los agujeros en la estructura
familiar.
Al decir que hay un desplazamiento, una errancia, un
injerto del objeto dentro de la misma descendencia,
evidentemente estamos marcando un cuadro simbólico
en el cual transita este desplazamiento.
Cuando hablamos de descendencia queremos decir
que, para ciertas ramificaciones, el Nombre del Padre se
mantiene. Hacemos el siguiente esquema: un sujeto,,en
términos pulsionales, es un conjunto de realidades que
lo componen. Hay una multiplicidad de realidades, una
maraña de realidades, como también de pulsiones; o sea
que, para tal actividad, tal ejercicio pulsional, hay una
masificación del significante o, si quieren, una forclu-
sión. Pero el paciente reconoce que su madre es su madre
y conoce muy bien su historia. No es el caso del paciente
esquizofrénico con quien es necesario hacer todo un tra
bajo sobre su ascendencia, haciéndolo retroceder en su
historia y rehaciéndola con él. En la lesión de órgano, el
mapa genealógico está perfectamente establecido; em
pero, ha habido algo del orden de un llamado de tipo
fantasmático en el origen de esa lesión que considera
mos de la misma naturaleza.
Respondo a una pregunta: la fórmula que empleamos
98
fue que el deseo lleva lo más lejos posible la barrera contra
el goce. Decir, por ejemplo, que la dolencia psicosomática
o la lesión de órgano es Real, es falso. No hay en toda la
realidad de un sujeto ningún Real al cual tenga acceso.
Cada vez que se toca lo Real, éste cambia. El Real tocado
se torna realidad y lo Real se desplaza. Por lo tanto, una
lesión de órgano no es Real, es una realidad; una reali
dad singular, local, propia, pero, a pesar de todo, una
realidad.
Si trocamos el término Real por el término goce, goce
del Otro, goce infinito, nunca alcanzamos el nivel de este
goce. En el nivel del goce infinito pienso, sobre todo, en
el problema de la sublimación, del éxtasis. Pero dejemos
eso de lado y quedémonos en la lesión de órgano. La lesión
de órgano es la barrera más lejana en la cual un deseo
puede ser defensa contra el goce. Pero no es el goce in
finito, es aún y siempre un goce local, totalmente dife
rente del goce local que se encuentra en una fantasía
perversa, por ejemplo, o en una actuación perversa.
Es la misma diferencia que existe entre el acting-out
y el pasaje al acto. El acting-out dice respecto al mostrar.
Para explicarlo, Lacan usa la metáfora del teatro: en el
acting-out el sujeto sube al escenario, se muestra y así
transforma a los espectadores y también a sí mismo en
objetos. En el pasaje al acto, el sujeto sube al escenario,
pero el escenario quema, el teatro está en llamas o, es
más si ustedes quieren, un caballo verdadero atraviesa
el escenario o Molière muere en escena, escupiendo
sangre verdadera. El pasaje al acto es sangre verdadera,
son llamas verdaderas. O, para retomar el ejemplo de
Lacan: el sujeto sube al escenario y cae en el foso del
apuntador. En el otro caso, el sujeto sube al escenario y
se muestra. Quiero decir que en la conversión histérica
y para la lesión de órgano, estamos presenciando algo
que tiene que ver con el mostrar. Es una cuestión sim
bólica, pero sobre todo está hecha para ser mostrada. En
99
tanto que en el pasaje al acto se atraviesa el escenario,
el mismo se escinde, no hay más teatro. En la lesión eso
quema, también, de verdad.
Es por ello que el acting-out corresponde más a la
articulación de la fantasía, y el pasaje al acto a una
articulación que se le asemeja pero que no es la de la
fantasía. Distinguimos tres instancias: el síntoma, la
fantasía y las formaciones del objeto a. El síntoma se
define por el hecho de ser tanto un signo como un signi
ficante, un significante que remite a otro. La fantasía,
por el hecho de que el sujeto se identifica con el objeto
del cual se separa. Y las formaciones de objeto a -una
acción, una lesión o una alucinación-, por el hecho de
que el sujeto no se separa de la misma manera de este
objeto como en el caso de la fantasía; el corte no es el
mismo. En el caso de la acción, la alucinación o la lesión,
aún más que con la fantasía, sitúo las cosas, mínima
mente, entre dos cuerpos, entre dos sujetos. Quiero decir
que pienso que estas tres instancias psíquicas son el
retorno, en un sujeto, del deseo en otro, y que el corte no
es el mismo que en el caso de la fantasía.
La posición del sujeto, por lo tanto, no es la misma en
el síntoma, en la fantasía o en las formaciones del objeto
a. El sujeto, en el síntoma, se divide entre ser este sín
toma y, al mismo tiempo, el sujeto por llegar a ser en
todos los síntomas que se van a repetir. El sujeto en la
fantasía se eclipsa, se esconde detrás del objeto, se iden
tifica con el objeto del cual se separa y se esconde. El
ejemplo más extraordinario de esto es la vergüenza, el
pudor. En el caso de las formaciones de objeto a, el sujeto
no está borrado ni eclipsado, es un sujeto atrincherado
en la lesión, es el sujeto-lesión. La posición del sujeto es
totalmente inédita, es otra, como en el caso de la alucina
ción, donde lo que importa es que el objeto que el sujeto
alucina, la voz que él oye, es una voz que le está dirigida;
no se trata tanto de una falsa percepción como del hecho
100
de que el objeto no lo mira sino a él. Es en este tipo de
amalgama, de identidad entre el sujeto y el objeto que
le concierne sólo a él, que está lo propio de las formacio
nes de objeto a.
Hay una pregunta acerca de la relación entre tres
enunciados: el deseo del analista, el deseo que lleva lo
más lejos posible la barrera contra el goce y la cues
tión del exceso de órgano. Yo resumo las tres en una
misma pregunta, que tam bién les hago a ustedes:
¿cómo, en tanto analistas, recibir la lesión de órgano?
¿Esto es, recibir aquellas formaciones en las cuales el
sujeto es el sujeto del Ello, el sujeto del silencio de las
pulsiones, el sujeto del retorno?
La frase “donde ello era, yo debo advenir” implica el
circuito que va del llamado al retorno. Es como si esta
frase debiese ser traducida por “donde había un sujeto
puro, el sujeto de las pulsiones, el sujeto sin ningún
elemento que venga a designarlo, ahí yo debo advenir”.
El destino es retornar al lugar del sujeto del Ello. Es un
poco lo que pretendía decir cuando hablamos de separa
ción y de la pulsión de muerte. Toda separación es un
modo de poner en juego la pulsión de muerte, pero la
separación de un órgano lesionado parecería llevar al
sujeto a su punto de partida, “donde Ello era”, que no es
un verdadero punto de partida. En otras palabras, ado
lecer de un órgano es una manera de apresurarse a
cumplir el destino. “Donde Ello era, Yo debo advenir” pero
de prisa, y “de prisa” significa “con urgencia”, y con urgen
cia significa “con enojo”. ¿Cómo?, con el cuerpo. Es un poco
esto lo que debemos entender en tanto analistas cuando
alguien dice: “El médico me diagnosticó una hipertensión”.
Se trata de alguien que se apresura por volver.
¿Cuál es el lugar del analista? ¿Qué es, para él, inter
venir? Es cambiar la barrera, o sea dar un nombre a la
lesión y así remitirla hacia otra cosa. Ésta es la primera
de las intervenciones de un analista tanto en el sentido
101
cronológico como en el de importancia, ante una afección
de órgano. Darle un nombre significa amoldarla, otor
garle una historia, por ejemplo, restituirla en una des
cendencia. Hacer que la barrera no sea más una lesión
y sí un nombre. Eso sólo se hace a condición de que
tengamos deseos y no angustia.
¿Qué es el deseo del analista? Hay mil respuestas a
esta pregunta. Hoy sólo daré una: el que se manifiesta
por el hecho de que el analista es alguien que dice de tal
modo que ese decir no es ni demanda -en el sentido de
obstruir un agujero, de tener una función paterna con
relación al sujeto, de mostrarse preocupado por él- ni
tampoco callarse totalmente. El deseo del analista se da
ahí, en esa franja tan fina, tan estrecha, que va entre no
decir una demanda y no callar sino nombrar.
Hay una pregunta que se refiere a la diferencia entre
interpretación y holofrase: una interpretación, al con
trario de una holofrase, es una palabra cortada que
remite a otra. Quiero decir que la interpretación abre
cadenas mientras la holofrase cierra o, en todo caso,
provoca retornos que se cierran sobre sí mismos. ,
La primera descripción analítica de una dolencia psi-
cosomática sería que es una lesión que no remite a nada,
que se cierra sobre sí misma. La interpretación es exac
tamente lo opuesto; ella no puede nombrar, puede inter
pretar la fantasía. La interpretación es algo que remite
a otro significante. Sólo es interpretación después que
ha provocado la repetición de una palabra en el paciente.
102
V
103
Tres veces no es mucho. Se trata de saber cómo esas
afecciones se sitúan en relación con los dos ejes funda
mentales que dirigen el análisis: el eje del inconsciente
y el eje del goce del cuerpo. De reconocer en qué me
dida esas lesiones de órgano pueden ser consideradas
fracasos ligados a lo sexual y a lo inconsciente o, si
ustedes quieren, como fracaso propio de un ser sexuado
que sufre por el hecho de que es también un ser que
habla. Si estamos hoy aquí es porque pensamos que esas
afecciones dependen del campo del análisis pero ésta es
una hipótesis que es necesario verificar. Y creo que el
hecho de reflexionar sobre las afecciones psicosomáti-
cas podría, tal vez, modificar los propios ejes del campo
freudiano.
El interés que tenemos por esas manifestaciones psi-
cosomáticas no se debe sólo a lo que ocurre en la clínica,
sino también a una preocupación teórica.
El pasaje al acto, la alucinación y la lesión de órgano
dependen de una misma lógica que llamo “formación de
objeto a”. En los tres casos, el cuerpo obra de un modo
diferente, ya sea que se trate de un síntoma o de una
fantasía, y el goce surge de modo diferente, el sujeto sufre
de otra forma y las leyes de lo simbólico obedecen a otra
lógica.
Las formaciones de objeto a se equiparan a un desbor
de de goce, un goce en más; de ahí el nombre de “forma
ciones de objeto a”. Las formaciones psicosomáticas sólo
nos interesan en el marco de la experiencia del análisis,
un camino que nos sirve para no extraviarnos.
104
Comienzo con una anécdota. En los años ’70, en una
sesión de Grupo Balint, un médico que participaba en él
desde el inicio y a quien todo el mundo estimaba, un
buen profesional, toma la palabra para decirnos que
dejará de asistir al grupo, pero que antes quiere presen
tar su última observación. Nos cuenta la siguiente his
toria: estaba en el consultorio de un médico, perito de
una compañía de seguros, donde tenía que someterse a
un examen para garantizar un préstamo que había te
nido que pedir, situación que lo enojaba mucho. Nos
cuenta que no esconde nada al perito. Y pensamos en los
hechos de su vida que suponemos conocer. En realidad,
lo que no esconde al médico y sí nos había escondido a
nosotros es que sufría de psoriasis desde hacía diez años
y que durante ese tiempo esa afección creció y se desa
rrolló. Percibe entonces que el perito está muy interesa
do pues, además de perito, en sus horas de ocio hacía
algo de dermatología. El perito le pregunta qué hacía él
por su psoriasis. Responde que no mucho, que usa poma
das cuando los clientes que tienen psoriasis le dicen que
son eficaces. El médico-perito se asombra y le señala que
no es eso lo que se debe hacer en un caso de psoriasis y
que debería saber que hay cosas interesantísimas para
tratarla, como por ejemplo, el licor de Fouler, que aun
que sea un remedio peligroso -es ácido arsénico- bien
manejado es realmente eficaz. Y continúa diciendo que
“hay un factor psíquico muy importante en la psoriasis”,
a lo que nuestro amigo responde que en m ateria de
psiquismo conoce algo, ya que hace diez años que está en
un Grupo Balint y varios que hace psicoterapia. Esto
cambia radicalmente la situación y hace que el médico-
perito se torne el consultante y nuestro amigo el consul
tado. Pasa al consultorio, se quita la ropa y se somete al
examen. Vestido de nuevo, al volver al gabinete ve al
perito redactar una receta que le da, diciéndole: “No es
mi papel, pero no lo puedo evitar: le receto licor de Fouler”.
105
Nuestro amigo comenta que tomó la receta sin hacer
demasiado caso y la dejó en un bolsillo donde quedó
durante largo tiempo. De vez en cuando la encontraba
y sólo hacía poco que la había tirado a la basura, bastan
te descolorida. Pero ocurrió que desde entonces no tuvo
más psoriasis. Por lo tanto, terminaba su participación
en el Grupo Balint.
Les propongo que recuerden esta historia y también
esa presencia cierta del licor de Fouler, ese veneno. Creo
que puede ilustrar, sin duda, muchas cosas de las que
hablaremos hoy.
Dicho esto, muestro el color -parafraseando el juego
de naipes- evitando blanquearlo, como dirían los derma
tólogos que intentan calmar una psoriasis con una po
mada.
Para mí, la psicosomàtica en cuanto define una cate
goría particular de dolencias, categoría que encontraría
una definición positiva de sí misma en su naturaleza o
en su etiología, tal como una dolencia infecciosa o de
carencia, no existe. Claro, la psoriasis existe, pero decir
que se trata de una dolencia psicosomàtica no es sino
una manera ilusoria y criticable de hablar, a no ser que
se considere que la única definición viable del psiquismo
humano es el vínculo donde una realidad -sea cual fue
re, una lesión de órgano, por ejemplo— se da para ser
reconocida. Toda dolencia reconocida, que se produce
para que sea reconocida, es psicosomàtica. La única
cuestión que cuenta es saber en qué medida el psiquismo
que reconoce es el del doliente o el de sus prójimos, el del
médico o el del analista.
En realidad, tal como se utiliza el vocablo “psicosomà
tica” es para mí una máscara, y detrás de ella encuentro
dos cosas en particular: un sector muy limitado de pa
tologías, correspondiente a enfermedades dejadas de lado
o dolencias que, al menos temporariamente, sólo pueden
definirse de forma negativa, esto es, más por lo que no
106
son que por lo que son. Ni eso ni aquello; entonces la
psicosomàtica tiene su posibilidad. Después se perfila,
detrás de esa máscara, una gran tentación: proseguir en
ese limitado sector con el mismo discurso milenario que
trata las relaciones entre el cuerpo y el alma. No es preciso
ser un gran sabio para reconocer que, cuando se trata de
este discurso, el pensamiento obsesivo de la muerte nunca
está muy lejos. Pero para que tuviese alguna credibili
dad en la medicina contemporánea era mejor, en lugar
de alma, hablar de aparato psíquico, intentando articu
lar allí una teoría que no tornase tan incompatible el
lugar de las oraciones donde se plantean tradicionalmen
te las cuestiones del alma y el laboratorio donde en
Occidente, hasta nuestros días -digamos desde el Rena
cimiento hasta Einstein— nacía el primer estado del
pensamiento científico, del cual proviene, en nuestro
mundo moderno —y es de notar su mayor florecimiento-
la medicina tanto como las ciencias de la vida.
Es así como la teoría psicoanalítica -reconocida por
Freud como una especie de teoría del alm a- se encon
tró anexada, agregada a la etiología de las dolencias
somáticas, tornándose en enésimo capítulo, el de los
factores psíquicos, que el propio Freud se negó a ha
cer. Ni el término “psicosomàtico” ni el de “somatiza-
ción” forman verdaderamente parte del vocabulario
freudiano. El cuerpo allí no interviene sino para, en el
fondo, fundar pulsiones y ser el teatro de las conver
siones histéricas.
Para entender la importancia de lo que digo no es del
alma que hay que partir sino del cuerpo. Pues fue él, en
primer lugar, el que cambió en nosotros en los tiempos
modernos, otorgando la idea de órgano en el sentido de
instrumento para un trabajo, con un fantástico suple
mento de carga en relación con otro órgano, el primero,
que es el instrumento de música: el órgano de la voz, si
ustedes quieren.
107
En el tiempo de Freud e s t e cambio capital no era
realmente prematuro; todavía existía toda la fuerza,
todo el impacto del estado naciente que hizo que el
cuerpo se tornase aquello que es hoy para nosotros.
Fue en la medida en que, insidiosamente, el cuerpo se
tornó sinónimo de aquello que designa el moderno
concepto de “organismo” -inicios del siglo XX-, o sea
la idea de una máquina viva, en la cual cada elemento
constituye una entidad en sí, un poco como las diver
sas piezas de un motor que nosotros, los hombres,
comenzamos a construir.
Sin entrar en todos los detalles de esa sutil sustitu
ción, limitémonos hoy a decir que es totalmente insepa
rable de un pensamiento normativo y de la búsqueda de
las causas, pensamientos éstos cargados de consecuen
cias en relación con nuestro tema.
Una afección llamada psicosomàtica, en la medida en
que está acompañada por una lesión de órgano, trae algo
de la anatomopatología, por ejemplo la psoriasis, que no
puede ser considerada normal. Desde que hay, por lo
tanto, una anomalía somática, es normal que se la haga
corresponder con una anomalía del alma. A partir de la
idea de anomalía del alma se hace el nudo del círculo
vicioso de la psicosomàtica, en el cual todos estamos hoy,
más o menos, encerrados.
En lo que es nuestro tema -la s formaciones psicoso-
máticas y su relación con el psicoanálisis- creo que
debemos intentar entender por qué Freud, verdadera
mente, no cayó en este círculo vicioso. Es, sin duda,
porque estaba lo suficientemente maduro como para
entender que el pensamiento dualista, donde estaba
situado y del cual no se podía desprender, no le permitía
poner de pie un proceso psicosomàtico que pudiese sus
tentarse en un discurso teórico serio. Y esto es, en efecto,
exactamente lo que le falta al discurso psicosomàtico
contemporáneo. i
108
Por lo tanto, lo preliminar era salir del dualismo, lo que
Groddeck hacía tan sólo por intuición, y es lo que explica
por qué Freud le tenía tanto respeto. Pero después de
Freud y Groddeck, y el relativo fracaso de la segunda tópica
-que me atrevería a calificar de “groddeckiana” si se con
sidera que caminaba en un sentido más unitario que la
p rim era- transcurrieron años sin que el dualismo
caricatural fuese discutido. De un lado el alma, que entró
en el campo de la ciencia con el nombre de “aparato
psíquico”, y del otro el organismo, de naturaleza pura
mente animal, cuyo funcionamiento supuestam ente
está programado por necesidades genéticas o pertur
bado por un accidente que afecta esas normas, y todo
ello correspondiendo a un dualismo conceptual. Dos
lugares de profesionales absolutamente distintos: por
un lado, los verdaderos médicos, puros especialistas
del cuerpo, veterinarios, y del otro, los “psi”, especia
listas del alma, encargados de hacer admisible a los
hombres la dualidad estructural de su ser. Centauro
o sirena, a elegir.
Es en el seno de esta situación de dualismo coagulado
donde la medicina psicosomática funcionó muy rápida
mente con un montaje imaginario, cuya razón profunda
-en mi opinión- fue la conservación del pensamiento re
ligioso dualista, como una herencia de tiempos anterio
res. Un alma y un cuerpo separados por puntos de pa
saje, separados por una frontera, y en los puntos de pasaje
una estricta regulación, custodiada por los psicosomáti-
cos, a quienes sólo osaban burlar los contrabandistas
curanderos. Pero hoy, en 1983, encuentro conveniente
reconocer que más de medio siglo después de la segunda
tópica, el dualismo está terminado, tanto del lado del
público como de los más diversos médicos.
La frontera que acabo de evocar se torna cada vez más
porosa, menos vigilada y, sobre todo, menos lineal; es
una frontera en extensión, que de línea se transforma en
109
superficie y hasta toma volumen, y en este fenómeno de
extensión parece, cada vez más, que las dolencias psico-
somáticas llamadas “clásicas” sólo tuvieran un papel de
vanguardia, comparado al de la varilla de cristal que
provoca la cristalización acelerada de una solución sali
na sobresaturada.
Es así como disminuye el campo de los estados mór
bidos para los cuales los conceptos de la medicina cien
tífica objetiva continúan conservando plenamente su ca
rácter operatorio, incomprobable y exclusivo, el mismo
que tenían hasta hace poco tiempo.
Como corolario, del lado de los “psi” se torna cada vez
más imposible no encarar la hipótesis de que en la trans
ferencia hay un proceso en acción que no deja de tener
relación o parentesco con aquellos que operan en la in
timidad más profunda de las células, de los tejidos, de
los tumores, de los sistemas biológicos. ¿Quién sabe si
no se llega a incluir allí hasta la propia genética? Al fin
de cuentas, los psicoanalistas y los médicos necesita
rán mucho tiempo para admitir en sus áreas lo que los
físicos ya han admitido en la suya, o sea una cierta
equivalencia o correspondencia entre la m ateria, la
materia m aterial -p ara nosotros las estructuras orgá
n ica s-y los procesos energéticos, relaciónales, ligados
a la realidad.
Para nosotros, analistas, y especialmente para aque
llos que pasaron por la Escuela Freudiana de París, eso
podría traducirse como que en una cura psicoanalítica el
Sujeto supuesto Saber funciona - y no sería yo quien di
jese lo contrario-, pero más allá de eso está la presencia
de lo Real.
En todo caso, fue el conocimiento oscuro -que a través
de mi propia trayectoria obtuve muy temprano- de la
efectividad de las relaciones entre esos dos registros,
relaciones tan energéticamente ligadas por el conformis
mo mental relativo a un cierto estadio de la ciencia, lo
110
que me aproximó a la enseñanza de Lacan. Fue así como
oí hablar de lo real al lado del orden de lo simbólico y de
lo imaginario. Y, en efecto, creo que se puede reconocer
hoy que la insistencia creciente sobre lo Real, hecha por
el entorno de Lacan, lanzó algo esencial. Es necesario
decirlo.
La salida furtiva del dualismo freudiano se tornó
posible, tanto en el nivel conceptual como en el de la
práctica, por afirmaciones consecuentes a la naturaleza
del objeto a. Son ellas, en efecto, las que permiten dar
cuenta de una realidad cada vez menos comprobable, a
saber: que no es el objeto en su realidad biológica, por
más incomprobable o eficiente que sea, el que desde el
punto de vista de la vida de los humanos ocupa el lugar
dominante y sí, realmente, su representación, llevada
tan lejos como se pueda, en los límites mismos de lo
irrepresentable y lo indecible. Y eso, tanto en lo que dice
respecto del objeto para curar —recordemos la presencia
del licor de Fouler- como del objeto que es dado para ser
reconocido en todas las dolencias, en todas las lesiones
de órgano.
Digo que una lesión de órgano es un objeto. Está claro
que cuando esa lesión se transforma en lo que está en
juego en un psicoanálisis, habiendo o no preexistido, es
realmente -creo- esta primacía de la representación y
del objeto sobre la cosa lo que se debe entender, sin
mayores precisiones, como lo que Lacan anunciaba cuan
do prefería la unión epistemosomática a la unión psico-
somática. Afirmación que tendrá su pleno efecto si ha
cemos entrar el Real lacaniano en nuestro modo de
pensar.
¿Uno de los medios más directos para conseguirlo no
será reflexionar más sobre lo que hoy nos ocupa? Las
realidades orgánicas, la manera como ellas interfieren
con la problemática del sujeto, la realidad orgánica del
cuerpo están, desde los primeros años de vida, en el
111
primerísimo plano de las interrogaciones del ser huma
no, resintiendo en su cuerpo, ya sufriendo, ya gozando.
No es por nada que una de las primeras teorías del niño
es sobre el sexo, porque la interrogación sobre el sexo es
una de las primeras formas de cuestionarse acerca de lo
Real.
Antes de no seguir, haré un corto paréntesis sobre la
cuestión de lo Real en general. Lo Real lacaniano, que
es sólo un aspecto particular para uso de los psicoana
listas -ustedes saben que lo Real interesa a mucha gen
te, en especial a los físicos, basta con leer algunos de los
libros que acaban de aparecer-, lo Real no es del orden
de las diversas realidades, endógenas o exógenas, en las
cuales nos movemos. Lo Real es lo que subtiende nues
tras preguntas sobre esas realidades, y así las empuja
mos hacia su forma última, una forma última como la de
Sísifo, un empujar más lejos, sabiendo que las respues
tas que resultarán de ello nunca pasarán de ser transi
toriamente verdaderas.
Se puede decir que lo Real está hecho de todas las
realidades, suma de cuestiones que tienen que ser nue
vamente empujadas más lejos; cuestiones que el hombre
se plantea sobre dicha realidad, intentando siempre
determinar -como se dice- lo que realmente sucede. Pero
el desequilibrio que allí introducen las ciencias tiende
todavía a hacerlo esperar y sufrir, o sea en los dos sen
tidos del término. La prevalencia del “¿quién soy yo?”
tiende, en efecto, a reprimir algo en lo simbólico, ligado
a la identidad del individuo. Estoy convencido de que
muchas lesiones de órgano corresponden a la vuelta de
ese reprimido en lo Real que, de cierto modo, los
“umbilica”. Y tal vez podamos decir lo mismo de ciertos
estados psicóticos que algunos reconocen como equiva
lentes de lesiones. Y tal vez lo sean; aún no lo sabemos.
Sí sabemos reinventar, para uso de nuestro tiempo,
un estatuto que restaura, en el dominio de la identidad
112
del sujeto, la preeminencia del orden simbólico, que se
revela capaz de tener peso ante una temible trampa: de
un lado las identificaciones gregarias y del otro la
cosificación biológica de la carne de nuestros cuerpos.
Doble objetivo que debe ser trabajado, en mi opinión,
como el propio objeto del psicoanálisis.
113
El problema es, justamente, pasar del narcisismo pri
mario al secundario a través del espejo. Los fenómenos
psicosomáticos escapan a las construcciones neuróticas,
y esto es muy importante. No tienen nada que ver con
las conversaciones histéricas, tienen que ver con lo Real.
Son un pedazo de Real. No son un síntoma en el sentido
analítico del término. En mi opinión, esos fenómenos se
sitúan en la frontera entre lo Real y lo Imaginario, en el
nivel del goce del Otro. Tal vez se trate de una efracción
de lo Imaginario en lo Real, lo contrario de la angustia.
Esto se presenta en la escritura de Joyce o de Samuel
Beckett, escritura que viene a paliar la forclusión de uno
de los Nombres del Padre.
Ustedes saben que hay varios Nombres del Padre, y
tal vez uno de ellos sería el imaginario. Joyce y Beckett
tenían dolencias psicosomáticas cuando cesaban de es
cribir. Nos podríamos preguntar, en el plano de esas
dolencias, si no habría allí un tipo de escritura especial,
una forma de equivalente que plantearía o la una o las
otras. El propio Lacan dice: “El objeto a puede ser ase
mejado a una letra, una letra que habría retornado al
cuerpo del sujeto bajo la forma de una inscripción par
ticular”. Se podría decir que se trata de una perversión
especial. No en el sentido de Freud y sí como lo dice
Lacan, de una versión nueva del Nombre del Padre.
Entonces el plus de goce no existiría. Eso sucede porque
hay colisión entre S I y S2. No par del goce, con emer
gencia del objeto a, causa del deseo; de allí la dificultad
de la transferencia. ¿Cómo queremos que la transferen
cia pueda instituirse en cuanto no se está en posición,
o sea sin síntoma? ¿Será un sinthome en el sentido de
que habla Lacan? O sea, el cuarto elemento del nudo
borromeo en el nudo de cuatro. Yo no lo creo porque,
como en la fobia, en la psicosomàtica se trata de suplir
una carencia de uno de los Nombres del Padre. Me
gustaría decir que hay algo que sustituiría al significan
114
te indecible SC^), que justamente encarna la distancia
entre SI y S2.
Hablaré ahora de tres cosas para alimentar la discusión.
Una: no hay afánisis del sujeto. Ustedes saben que un
significante representa al sujeto para otro significante.
¿Qué es, entonces, lo que pasa aquí? S I representa al
sujeto para otro significante, el vel de la alienación no
funcionó. En mi opinión, este significante que se impone
no está forcluido ni reprimido. Para Lacan, la alienación
está inextricablemente ligada al proceso de separación,
que se efectúa por la metáfora paterna, proceso del cual
resulta la emergencia del objeto causa del deseo. El sujeto
está representado por un significante, pero no para otro
significante; en este caso ello no funciona como un sig
nificante.
Tomemos el ejemplo de Freud de los dos fonemas fort
y da en el cual vemos encarnarse el propio mecanismo
de la alienación. No hay fort sin da, sin dasein, para
apelar al ser-ahí heideggeriano. El sujeto se ejercita en
este juego fundamental de la alienación con el carretel.
Pero no hay dasein con el fort. Entonces, para entender
que no hay emergencia del objeto a, tomemos un ejemplo
del libro de Zorn, el de ese joven de Zurich que murió de
cáncer, Marte.
En una palabra de la madre tenemos una metáfora de la
alienación; una de las palabras preferidas de la madre es
“o.. .o”. Ejemplo: “Partiré el próximo lunes a las 10.30 hacia
Zurich, o me quedaré en casa”. Como dice el propio Zom,
cuando se habla mucho de “o.. .o”, las palabras pierden todo
su peso, todo su sentido. La lengua se descompone.
En una masa informe de partículas desprovistas de
significación, nada es sólido y todo se torna irreal. En las
palabras de la madre no hay intervalo posible para que
llegue un significante y represente al sujeto para otro
significante. Hay un mecanismo de exclusión, de aboli
ción. Entonces, si el deseo del hombre es el deseo del
115
Otro, aquí el deseo del hombre no puede constituirse. No
hay aparición de la falta significada por el primer par de
significantes en el intervalo que los une.
Pero es allí donde surge la dificultad: es allí donde en
SI y S2 -lo cual es dificilísimo de entender-, como dice
Lacan, el eslabón del deseo está presente a pesar de todo.
Una necesidad volverá a interesar la función del deseo,
que es lo que Zom expresa en su libro. Continuemos con
las palabras de la madre: “Partiré hacia Zurich, o...o”;
ella dice esta vez: “A la noche habrá fideos o una ensa
lada con salchichas”. En este ejemplo vemos que una
necesidad, alimentar, está interesada en la función del
deseo. Observemos también que la perversión materna
parece significar como equivalentes dos significantes:
fideos o ensalada con salchichas. Lacan indica que el
sujeto encuentra normalmente la vía del vel de la alie
nación por el proceso de separación, es decir del pasaje,
en tanto se habla del proceso de separación en la clínica.
Se percibe en la dinámica de las afecciones que, en ge
neral, se encuentra una separación que se hace en la
infancia, una separación real. Después hay un segundo
turno donde esta separación retorna y eso será, desde el
punto de vista significante, equivalente de la primera,
o sea el significante de la separación en lo Real. Por la
separación, el sujeto constituye el punto débil del par
primitivo de la articulación significante en cuanto esen
cia alienante.
Entonces, la falta que yace entre S I y S2, constituida
por los deseos desconocidos de la madre -en este caso,
para Zorn la madre no m anifiesta ningún deseo-
recubrirá la falta constituida por la familia.
Lo que podemos decir de los fenómenos psicosomáti-
cos es que la ausencia de afánisis engendrará una inte
rrupción en el proceso de separación. Es difícil de enten
der, porque hay dos tiempos y de forma simultánea están
unidos. Se forma un esbozo de aquello que explicaría
116
este enigma de la holofrase de S I y S2. Hay, por lo tanto,
una apertura en el campo del Otro. Hay algo congelado,
helado, como dice Lacan.
Segunda cuestión. Nasio ha hablado del mimetismo.
Haré algunas observaciones al respecto. La localiza
ción de los fenómenos psicosomáticos es un problema
también difícil de entender. Pero en numerosos casos,
las localizaciones anatómicas alcanzadas remiten, en
un encadenamiento mimético aún no resuelto, al cuer
po de un miembro de la fam ilia o al cónyuge. La zona
corporal manejada por la lesión llama, invoca, a otro
cuerpo que presenta en el mismo lugar una m arca
observable. A veces, la zona del cuerpo del otro no
presenta nada visible, pero aprehendemos en el discur
so del paciente que esa parte del cuerpo del otro podría
haber sido m utilada o extraída. Lo que parece funda
mental es que este mimetismo, cuando algo puede ser
localizado, sobre todo en las dolencias de la piel, aun
que también es válido para otros órganos, casi nunca
está en espejo. Una lesión directa en un paciente rem i
te a otra lesión directa en otro miembro de la fam ilia,
por ejemplo, izquierda-izquierda. Tenemos a llí algo
previo al estadio del espejo, o sea anterior a los seis
meses.
La inscripción corporal reproduce, definitivamente, la
historia del cuerpo del otro y, con frecuencia, notable
mente en las dolencias de la piel -por ejemplo, psoriasis-
existe un polimimetismo: el sujeto se hace el represen
tante orgánico de la historia de los cuerpos de su linaje,
en eco con la inscripción aberrante de los significantes
de su filiación, decía Nasio.
No hay más filiación de los Nombres del Padre y sí
filiación por sí misma. Entonces el órgano alcanzado por
los fenómenos psicosomáticos funciona como un órgano
robado a otro e intenta gozar como si perteneciera a aquel
otro. Es un injerto imaginario cuya implantación forza
117
da crea lesiones que expresan la imposibilidad de pene
trar, en el goce, el cuerpo de otro.
Se fuerza de esta manera la entrada en el goce del
cuerpo del otro, como si debiera existir el Otro de Otro.
Ver, respirar, digerir, con el ojo, los pulmones, el tubo
digestivo de su pariente, provocan una patología de los
órganos en cuestión. El sujeto afectado por una pertur
bación psicosomática funciona, por lo tanto, con un pe
dazo de cuerpo de otro; es, evidentemente, un injerto de
órgano imaginario.
La experiencia clínica prueba que el objeto de la mí
mica es, con frecuencia, una persona de la cual el sujeto,
justamente, fue separado en la infancia -clínica de la
separación-. Esta persona muchas veces es un abuelo o
una abuela. El sujeto será forzado a transformarse en un
emparentado. El fenotipo trazado por la lesión, bajo la
forma de escritura de la carne, lo identificará a esa per
sona. Se podría decir que, en el límite, el sujeto psicoso-
mático se presenta con su dolencia orgánica, que tradu
cirá una nueva filiación con sus ascendientes, y creo que
se puede ir más lejos. Los fenómenos psicosomáticos da?
rían, en negativo, la solución para las estructuras ele
mentales de parentesco que aún no conocemos bien.
No es por nada que existen poquísimas dolencias
psicosomáticas en las regiones o los pueblos que no fue
ron contaminados por la cultura europea o biologizados.
Tercera cuestión: pude poner en evidencia, en el trans
curso de curas analíticas, que en esas afecciones había
cuatro órdenes de significantes particulares que inter
venían en esos fenómenos. Primer orden: significantes
datables, en el sentido de fecha.
Se pueden subrayar, en ciertos sujetos, las cifras de
los sucesos de su vida como un punto de fijación de lo
Real por las cifras sobre su propio cuerpo, lo que signi
fica que NO se adolece en cualquier fecha. Por ejemplo,
estudié casos de colitis en adultos con Noelle Korjemme,
118
y percibimos que la explosión del fenómeno en el adulto
se producía cuando la niña amada por el sujeto alcanza
ba una edad idéntica a la del paciente cuando ocurrió su
primera separación.
No puedo dar todos los ejemplos, pero es notable que
existe una numeración particular que remite a un episo
dio particular de uno de los miembros de la familia, como
si fuese necesario retomar la historia, otra historia.
En los casos de leucemia infantil, el proceso maligno
se desencadena en el momento en que otro niño de la
familia alcanza la edad del padre en un episodio muy
preciso y particular de su historia. Si ustedes quieren,
esa cifra remite a algo temporal en la historia de la
familia. Por ejemplo, en un neoplasma de seno algo es
indicado por un guarismo, que remite en prácticamente
el 90 % de los casos verificados.
Se puede, en un neoplasma de seno, calcular el prin
cipio del tumor y, al hacerlo, se encuentra algo unido al
nacimiento del padre. No se trata de càbala. De todo ello
se da cuenta en la situación clínica.
Nos objetarán que la marcación de estos significantes,
en el momento de la eclosión de los fenómenos psicosomá-
ticos, no tiene nada de específico y que es posible encon
trar siempre, en la secuencia de los sucesos familiares,
una numeración particular que se podría referir a ellos.
Pero no olvidemos que esos guarismos están’integrados
en una constelación de otros significantes, igualmente
implicados en la eclosión del fenómeno psicosomàtico. Es
por la cristalización de estos significantes que el sujeto
sufrirá en determinado momento de su historia.
Hay un suceso estructural que sólo se explica por la
coherencia interna de los vínculos privilegiados, que
conservan entre sí los diferentes parámetros responsa
bles por la emergencia del fenómeno psicosomàtico. El
cuerpo responde con un efecto de “sólo después” a una
toma particular de estos parámetros.
119
Hay algo que se ejerce sobre un significante particu
lar. Es el nombre propio. Hay, pues, una degradación,
una desacralización del nombre propio, una devaluación
de éste en una lectura corriente que va a desmarcar al
sujeto. Pensemos en el efecto perturbador y desagrada
ble que surge en cada uno de nosotros cuando se equi
vocan con nuestro apellido. El nombre también tendrá
su importancia.
En muchos casos, el apellido y el nombre harán eco a
significantes de lugares, designados en el desencadena
miento de los fenómenos psicosomáticos. Así, les daré un
ejemplo tonto: “el señor Delpuente va a atravesar el
puente”, poco antes del desencadenamiento de una le
sión orgánica. Trasposición del espacio de su apellido.
Observemos que, en otra lengua, por ejemplo en in
glés, la resonancia es diferente: “Mister Delpuente walks
across the bridge”. No funciona.
También diría que en los fenómenos alérgicos, en las
alergias clásicas, el nombre alérgico es muchas veces
metafórico del apellido del sujeto. Esto es extremada
mente frecuente. Está claro que se necesita un tiempo
prolongado de cura para poder señalarlo, pero es bastan
te sorprendente. Sucede que el nombre propio contiene
en parte un llamado al órgano correspondiente. Obser
ven el nombre Joyce: allí tenemos “oy”, los ojos, fantasías
alrededor del órgano.
El tercer orden de significantes me parece muy impor
tante. Es que hay ciertos significantes que atravesarán al
sujeto, y que son inyunciones, significantes injertados, que
dicen respecto a una mujer, si se trata de un hombre; a un
hombre, si se trata de una mujer. ¿Esto significa que allí
estamos en presencia de la pregunta: soy hombre o mujer?
Muchas veces se ha exigido al sujeto que sea de un sexo
biológico opuesto al de su nacimiento. A esta demanda de
producir un nuevo sexo, el sujeto responde por el goce de
un órgano, autoerotismo tomado en el sentido de sufrimien
120
to que pone a disposición de otro, sin saberlo. Tenemos allí
una forma de transexualismo particular. El órgano afecta
do funciona, como si fuese necesario estar en la fantasía del
sexo del otro. Esto es muy frecuente.
En último lugar, el cuarto orden de significantes: las
holofrases particulares que se encuentran en el discurso de
estos pacientes. En una palabra se encuentra toda una frase.
Podemos señalarlas en las entrevistas preliminares, cuan
do se pregunta al sujeto la explicación natural de su dolen
cia. No se le pregunta lo que dice su médico, sino por qué
tiene esa afección, y en la explicación, ingenua o atormen
tada, él producirá significantes holofraseados.
Los encontramos también en la segunda etapa de la
cura -como dice Lacan-, en ciertos sueños que se torna
rán insistentes, frecuentes, durante años; el deseo del
analista es allí muy importante.
Estos sueños son particulares, pues se acercan por su
ombligo a holofrases particulares que lo rodean. El om
bligo es lo más próximo a aquello que en el lenguaje se
engancha a lo Real.
El cuerpo en psicoanálisis
121
y alma. En psicoanálisis tenemos otra manera de pensar
el cuerpo.
Para nosotros, el cuerpo no es carnal. El cuerpo es un
cuerpo que pasea, un cuerpo estallado, que nos es ex
terior. El cuerpo, para el psicoanálisis, en relación con
lo psíquico, es el que el sujeto lleva en sus brazos.
Tenemos que aceptar esta imagen. Y a este cuerpo lo
perdemos y lo recuperamos. Es un cuerpo del “entre
dós”, del intervalo. Y es necesario hacer un gran esfuerzo
para habituarse a la idea de que el cuerpo del paciente
acostado no es ése que se encuentra en el diván. El cuerpo
del paciente acostado se encuentra entre el sillón y el
diván. Si ustedes ya consiguieron hacer estallar ese
cuerpo, nosotros haremos estallar esta entidad alma-
psique, haciéndola salir de los límites de una entidad
individual, como la noción de inconsciente. Esto si con
seguimos lograr que, finalmente, el inconsciente no sea
el de alguien. El inconsciente es una cadena. Pero alerta:
eso no es el inconsciente colectivo. El inconsciente se da,
estrictamente, en una transferencia de dos. El incons
ciente, en tanto condena, pasa por encima de las cabezas
de los sujetos presentes. Y me detengo aquí con este
trabajo de desmontaje.
Si logramos desmontar la noción de cuerpo en sí; si
hacemos perder a la noción de psique esa idea de masa
psíquica, nos encontraremos con una idea diferente de
la relación del cuerpo con el alma.
Si este cuerpo es un objeto y esta cadena está formada
por elementos discretos, no se trata ya de hablar bajo la
norma de un dualismo.
Primera observación sobre este aspecto que Pierre
Benoit desarrolló y que existe en la obra de Freud. La
dualidad existe en Freud.
Segundo aspecto: Benoit insiste sobre la cuestión de
lo Real. En determinado momento, en efecto, encontré
que para poder pensar las lesiones de órgano -como la
122
hipertensión de aquel paciente que aparece en el trans
curso de la cu ra- había que reflexionar en estos térmi
nos: “En el espasmo de las arterias hay algo de lo Real”.
¿Se puede decir que es algo de lo Real? Hoy prefiero no
afirmar más qué es algo de lo Real. En otro momento,
en otras ocasiones, en otro contexto, eso me habría sa
tisfecho. Hoy prefiero decir: “Es un Real que fue mor
dido; es un borde”. Algo de lo real es una playa mordida
pero no es estrictamente algo de lo Real. Dejó de ser
algo de lo Real. Estamos en el nivel de una realidad,
claro que perfectamente singular, empero, realidad a
pesar de todo.
Hago entonces la diferencia entre Real y realidad y,
a partir de ahí, pienso desde el punto de vista teórico
y encuentro que es importante definir con precisión
nuestros términos cuando se trata de abordar estas
difíciles cuestiones psicosomáticas -prefiero decir que
esta lesión de órgano es un objeto, como lo señalaba
Benoit, pero no es necesariamente algo de lo Real. Es
algo del objeto que viene a cerrar cierta realidad. Lo
Real, en ese momento, se desplaza una vez más. Lo
Real se desplaza cada vez que se intenta atraparlo.
Ustedes le arrancan un trozo de su playa y lo Real se
desplaza un espacio más.
Estas son las dos observaciones que quería hacer en
relación con la intervención de Benoit. Me gustaría
abordar ahora lo que dijo Guir. Insisto en que quisiera
lanzar la discusión.
Deben haber registrado la cantidad de datos que nos
trajo, datos para ser pensados, verificados, reflexiona
dos. Tengo la sensación de poseer un archivo para ve
rificar en cada punto, ver si en el trabajo y en las ex
periencias con pacientes psicosomáticos eso se confir
ma o no.
123
La holofrase. La función del analista
124
Hablamos de una situación pura. Seguramente Guir
tiene cosas para decir y ser pensadas frente a estas si
tuaciones. Pero el analista ante un paciente que sufre
una parálisis en la mitad del rostro está en el centro del
fuego. No sabe nada. Es eso lo que se puede llam ar
“solidificación de la masa”. Es el no remitir. “Masifica-
ción del significante” quiere decir que un significante no
remite a otro significante. Y eso lo vemos clínicamente:
una lesión no remite a otra.
Llegamos al punto que quería abordar y que es la
cuestión del analista, su posición de analista. Se recae
sobre el punto central, que es la necesidad de nombrar
esas formaciones. Me explico: esto no quiere decir que el
analista ponga un nombre. Él no dirá “Eso se refiere a
su abuelo” —es verdad que puede suceder, pero en la
transferencia no es el punto importante-. Dar un nom
bre a la lesión es hacer que el paciente pueda retomar
una palabra de algo compacto, decir para que el otro
diga, el otro nombre. Vayamos más allá; no se trata de
que el paciente encuentre una nueva teoría, pero sí que
encuentre un nuevo síntoma en lugar de la lesión. ¿Es
esperar mucho? ¡Es esperar demasiado! Esa masifica-
ción no puede desbloquearse de un día para el otro.
Finalmente, esa lesión de órgano en el transcurso de
un análisis es totalmente diferente de una lesión de
órgano en un consultorio médico. Por esta razón es que,
en la cura, el paciente es invitado a nombrar la lesión,
a simbolizarla. Fue por eso que les comenté al comienzo
que sólo hablamos de la lesión de órgano en el transcurso
de una cura.
Una palabra más sobre la función del analista. Nom
brar sí, pero el analista sabe la palabra que falta. Él
representa las palabras que faltan. Su simple presencia
brinda las condiciones para que el paciente nombre su
lesión.
¿Cómo articular lo que acabo de decir sobre la palabra
125
que falta y el deseo del analista del cual Guir hablaba
hace poco? Es por el hecho de la válvula de presión, por
el hecho de que existe el habla. Se podría pensar que la
lesión de órgano en el transcurso de una cura se reduce
a una conversión histérica. Lo que quisiera afirmar es
que hace falta que la lesión se torne palabra a pesar de
que ella está dentro de una relación con el deseo de
alguien que, a su vez, constantemente, representa un
llamado.
126
Pierre Benoit: Me sorprende la apertura de Nasio
cuando habla de psicosomàtica. Se habla de dolencia en
el curso de una cura. ¿Y el cáncer de Freud en relación
con su cura?
Si pudiésemos abandonar el dualismo que subtiende
a la psicosomàtica podríamos hablar de la transferencia,
de lesión de òrgano en una cura, que preexista o aparez
ca durante la cura y de cómo se articula con la transfe
rencia. Eso me parece fundamental.
Del mismo modo podríamos volver a lo que se dijo hace
poco, insistiendo sobre el hecho de que existen durante
la cura. Hay un enclave en el cuerpo -artrosis de rodilla,
cartilaginosis-, ¿por qué una psoriasis a los ochenta años
y no antes? Hay un problema epistemológico. Es una
cuestión de pesquisa.
Admito que existen afecciones llamadas clásicas. Pero
son emisarias de un cambio que se está produciendo más
allá del psicoanálisis, en el mundo donde estamos, en la
medicina, sobre el concepto de dolencias. Y es sólo así
como se puede entender lo que significa “epistemoso-
mática”, o sea una relación que existe entre lo que se
habla, se articula, se analiza de los fenómenos de la vida,
con las dolencias que sobrevienen en tal o cual ocasión.
Los pacientes nos hablan de lesiones de órganos en los
análisis. Las personas dicen “tengo cáncer”. Para que la
transferencia exista, no debe ser considerada una trans
ferencia médica para curar el síntoma. No se debe ha
blar más de psicosomàtica. Y al decir “lesión de órgano”
en la práctica analítica se deben vincular y entender las
cosas de la misma manera que hacen puente, vínculo,
con lo que se dice en otras áreas.
No es sólo en el psicoanálisis que se habla de lesión de
órgano. Si se entiende esto se comprenderá lo que Lacan
decía cuando hablaba de epistemosomática. Con respec
to a un cáncer de esófago, por ejemplo, no se trataba de
la misma lesión de hoy, cuando aún no se sabía, o se
127
comenzaba a saber, que existía el esófago. No se trataba
de la misma dolencia. Hoy tenemos el psicoanálisis y los
esófagos, y se debe saber localizar las cosas, pero sin
aislarlas. La psicosomàtica es una recuperación del
psicoanálisis hecha por los médicos, y es por eso que no
podemos hablar más de psicosomàtica.
128
como Freud, y él lo traspasó. Es la fantasía. ¿Será ver
dadero o falso? Poco importa, pero él toma en cuenta la
fantasía de seducción. ¿Cuál es el mecanismo desenca
denante? ¿Cuál es el trauma? Y también el traum a es
sospechoso, se debe desconfiar de él.
No me decido, pero subrayo la dificultad del trabajo.
129
VI
131
único acontecimiento de donde son extraídos los dos
principios fundamentales del psicoanálisis: el del incons
ciente estructurado como un lenguaje y el del goce como
lugar de lo Real.
La transferencia analítica es
homeomorfa al inconsciente
132
L a re n u n c ia a l goce: e l d eseo
133
rrera contra ese gozar absoluto. Es la gran diferencia
entre goce y deseo. El deseo se debe situar entre el sujeto
y el goce -goce con el primer sentido de goce absoluto-.
Empero, la escala no es infinita y el deseo se contenta
finalmente con pocas cosas: con significantes -que son
las formaciones del inconsciente-, con el objeto, y de allí
resultan lo que propongo llamar “formaciones de objeto”.
/ Inconsciente
FORMACIONES
Nombre del Padre
Objeto-
Forcluslón del Nombre
del Padre
134
E statu to s d e l o b jeto
135
ceso, como algo destacado. Si utilizásemos el vocabulario
de Freud, por ejemplo el del “Proyecto”, habríamos dicho
que cuando el trauma es seguido por una inhibición de
la descarga motora, queda a la deriva un exceso de
energía. Esta noción de exceso de energía es, si ustedes
quieren, una figura freudiana del objeto.
136
E l esp acio : la v ía d el re to rn o
137
desde fuera, de lo Real en dirección al sujeto, sería per
cibido por éste como el agujero de una alucinación nega
tiva, o sea alucinando que no está ahí el objeto que sí
está.
Al respecto tengo un ejemplo que me parece muy cla
ro: se trata de un sueño relatado en la primera página
de un libro que se llama La aventura inmóvil, de Monelle
Arnodas. Se refiere a una mujer paralítica desde hacía
veinte años, a raíz de un accidente de motocicleta su
frido con su marido. Ello ocurrió después de su casa
miento. Es, por lo tanto, la historia de alguien que tiene
que vivir a pesar de su parálisis. Hay, en particular,
algo muy importante que es el nacimiento de sus dos
hijos. El primero nace muerto y luego ella tiene otros
dos. Cuenta el sueño siguiente -que para mí sirve
perfectamente de ejemplo para lo que quiero decir-:
“Soñé que empujaba el sillón sobre el cual estoy senta
da desde hace años. Era para mí inconfesable. Simón
[el marido] estaba allí, era una presencia virtual”. Este
es un muy buen ejemplo para comprender que el goce
de esta mujer es parcial y ligado al andar. Es un gpce
de andar y no un placer, como aquel que podemos tener
al caminar por una montaña. Este goce de andar está
dado por el hecho de que ella sueña hacerlo. Es un goce
parcial que se refiere tan sólo al andar, relacionado con
sus pies y sus piernas. Dicho de otro modo, si no sabe
mos lo que es el goce de andar, esta mujer lo sabe por
que es paralítica, como si se necesitara sufrir de pará
lisis en las piernas para ver retornar, bajo la forma de
un sueño, o sea desde afuera, el goce parcial del andar.
El objeto aparece siempre de este modo, bajo la forma
de un sueño, de una fantasía, de un pasaje al acto, de
un acting-out. El objeto nunca está en el interior del
sujeto. Reaparece siempre desde afuera, con diferentes
formas clínicas, y son éstas las que denomino “forma
ciones de objeto”.
138
Llamo “formaciones de objeto” no a las causadas por
el objeto -que sería el caso, justamente, de las formacio
nes del inconsciente— sino a las formas que utiliza este
goce parcial, que retorna al sujeto como viniendo de lo
Real. El término mismo “formación” busca establecer una
invariante que nos perm ita correlacionar diferentes
entidades clínicas como la fantasía, el acting-out, el pa
saje al acto, la lesión de órgano o hasta la alucinación.
Este es un conjunto de formaciones cuya operación sub
yacente es el retorno de ese objeto que no existe sino
afuera, excéntrico al sujeto. Y si es que hay una ley —que
quedaría por establecer—, caracterizaría este retorno
como una cristalización de palabras e imágenes que en
vuelven al objeto, tal como está recubierto un quiste.
Es cierto que Lacan ya nos propuso una articulación
escrita para dar cuenta de la fantasía, pero prefiero
hablar de formaciones de objeto a fin de acentuar en su
operación constitutiva no la separación sino el retorno
del objeto, con el fin de distinguir dos vías posibles.
Dos grupos de formaciones serían entonces especifica
dos según que la vía de retorno sea típica, y tendremos
la identificación fantasmática, en la que el sujeto acoge
al objeto transformándose en él o llevando el deseo más
lejos todavía de su límite contra el goce, esto es satisfa
ciéndose de otra forma que con significantes -síntom a-
o fantasías. Y así el objeto reaparecería en lo Real, pero
insertado en el cuerpo de un otro con la forma de una
alucinación, de una acción —pasaje al acto- o de una lesión
de órgano. Uno desea, pero es el otro el que alucina o
sufre. Uno está tomado en el deseo parricida, pero es el
otro el que mata. Parafraseando el dicho lacaniano,
adelantaré que el deseo forcluido en uno es realizado por
el otro. Digo deseo forcluido porque aquí la filiación que
falta no es más aquella del significante del Nombre del
Padre, sino la del objeto errando.
En el ejemplo que Freud analiza en su bello texto
139
“Dostoiesvski y el parricidio”, Iván desea hacer desapa
recer al viejo Karamazov, pero es Smerdiakow quien
comete el crimen. Lo que se destaca en ese texto es cómo
podemos seguir, paso a paso, no sin tensión, el despla
zamiento cada vez más lejos del límite contra el goce
absoluto. Freud hizo uso de tres célebres figuras -Edipo,
Hamlet y los hermanos Karamazov-, cada una reencon
trando, sin saberlo, su deseo en la realización cada vez
más distanciada de una acción: Edipo desea y realiza él
mismo su deseo de matar a su padre; Hamlet también
lo desea, pero es un extraño quien comete el asesinato
y, en fin, los Karamazov son tomados por el mismo de
seo, pero es el hijo adoptivo quien lo perpetra. Cada uno
ve retornar, como viniendo de afuera y bajo la forma de
un acto criminal, la parte de goce local y sustitutiva del
deseo parricida. El objeto retorna al sujeto bajo la som
bra o la máscara de un asesinato cometido por otro. Freud
toma sus ejemplos de la literatura pero esos desplaza
mientos se verifican en nuestra experiencia. Cuando el
paciente desea, es el analista quien sueña o, ¿por qué
no?, hasta alucina.
En “Construcciones en el análisis”, Freud no es reti
cente para reconocer que las intervenciones del analista
hacen alucinar al paciente. El no dice que lo inverso sea
verdadero, pero ¿por qué excluirlo? Hay otro texto al cual
nos remitiríamos para esta cuestión que es “Análisis
terminable e interminable”, en particular, el capítulo III.
De hecho, cuando digo que uno desea y el otro alucina,
estamos ante una transmisión del orden de la fantasía
y no del significante.
Un profano se preguntaría, quizá, si allí habría brujería.
Recordemos el modo como Freud califica la metapsicolo-
gía. Preocupado en cómo se domeña la pulsión, escribe:
“Ante esta dificultad es necesario llamar a la bruja -a
saber-, la bruja metapsicología”. Sin la especulación me-
tapsicológica y sin la teorización -yo diría casi fantas-
140
m ática- no se avanzará siquiera un paso. Desdichada
mente, las informaciones de la bruja no serán esta vez
muy claras ni muy detalladas.
Ahora, antes de intentar caracterizar mejor las for
maciones de objeto y de distinguirlas de las formaciones
del inconsciente, me gustaría detenerme un instante para
dar una primera conclusión relativa al problema del
espacio de la experiencia analítica.
Dos observaciones se imponen. Primero, utilicé el
término “afuera”, o en mi definición de las formaciones
de objeto, la expresión “viniendo de lo Real”. Con el
operador “retorno”, se plantea el problema de este “afue
ra” y uno puede interrogarse sobre el lugar de donde
proviene este retorno. Freud mismo tuvo que reconocer
que para el sueño, la fantasía u otras formaciones clíni
cas, la frontera dentro/fuera -p ara él, el sistema percep
ción-conciencia- estaba desconstruida, y llamó entonces
a estos retornos “efracciones narcisistas”, como si pen
sara en una patología de frontera. Claro, la frontera está
enferma en tanto se persista en conservarla y quedar
prisionero -como Freud- de la antinomia dentro/fuera.
No pienso que sea preciso mantenerla entre el adentro
y el afuera. Cuando les decía “viniendo de lo Real” no se
trataba de una trasposición de la palabra “afuera” por
la palabra “Real”.
Lo Real, el goce intangible, no es un afuera disfra
zado; es otra cosa que un afuera. Les propongo no
im aginar más lo Real como una extensión imposible
o un horizonte intangible, sino proceder a una reduc
ción de ese Real -com o se reduciría una cab eza-,
considerarlo como el conjunto de los puntos al infinito
reunidos en una recta: la recta de los puntos al infini
to del plano proyectivo. Utilizando la figura topològica
del cross-cap, imaginar ese Real como una ranura por
donde se entra o se sale, sin jam ás, de hecho, salir o
entrar.
141
Afirmar que el objeto retoma de lo Real equivale a decir
que el trayecto de corte que destaca pasó al menos dos
veces a través de la estrecha y enorme puerta de lo Real.
Segunda observación. Si retomamos lo que adelantaba
al iniciar nuestra intervención concerniente al inconscien
te, colocándolo entre el sillón y el diván o considerándolo
como una cadena significante en la cual se inscribirán,
indistintamente, analista y analizante, y si agregamos
que, tratándose del objeto, no hay sino errancia, una
errancia que atraviesa sin obstáculo los límites naturales
del cuerpo de los partenaires presentes, y si, en fin, jun
tamos esos elementos, significante y objeto, en un plano
exterior a los sujetos que viene a cortar la cura en ciertos
momentos -lo que llamamos “acontecimiento analítico”-,
llegamos a la siguiente conclusión: tanto el analista con
una interpretación, como el paciente con un síntoma, una
fantasía o una alucinación, ponen en acto, sin saberlo, “un
aparato psíquico con proyección espacial”, diría Freud. El
dominio de lo psíquico no debe ser limitado a algún lugar
dentro del individuo -como se dice- y el mundo de afuera.
La experiencia del análisis, cuando de ella efectivamente
se trata, no es nada más que engendrar una psique “afue
ra” que, al modo de una cabeza psíquica, envolvería sin
discriminaciones a analista y paciente.
Volvamos a las formaciones de objeto en las cuales
habíamos distinguido dos especies: aquellas donde el
retomo del objeto constituye una identificación fantas-
mática, y aquellas donde el objeto, en su retomo, se im
planta, se injerta en el cuerpo del otro bajo la forma de
una lesión, de una acción o de una alucinación. El opera
dor “retomo” nos sirvió de invariante, pero no es suficien
te. Así fui conducido a referirme a la consistencia de la red
significante, y a pensar en un segundo operador, o sea el
del corte. Existirían, entonces, dos especies de formacio
nes de objeto: aquellas que se hacen con consistencia de
la red significante, teniendo como prototipo la fantasía o
142
el acting-out, y las formaciones de objeto, donde hay una
falta del Nombre del Padre, que tienen como prototipo el
pasaje al acto, las lesiones de órgano y la alucinación.
En el primer grupo de formaciones, el corte cerrado es
trazado pasando por el punto al infinito que determina
la consistencia de la red significante.
En el segundo grupo, hay una falta o forclusión de este
punto exterior, y el corte tiene otro trayecto, que todavía
para mí se ha de determinar mejor. En todo caso, pre
fiero mantener la hipótesis de que la forclusión del
Nombre del Padre es el mecanismo específico de aque
llas tres formaciones con la condición, claro, de lim itarla
estrictamente a una falta local.
Hablar de forclusión no implica, de ningún modo, y a
mi entender, hablar de psicosis. O, si lo prefieren, no
implica la frontera neurosis-psicosis; es por eso que antes
hablé de muchas realidades, cada una con su consisten
cia propia. Esto nos hace comprender que alguien pueda
padecer, por ejemplo, una hipertensión arterial —esto
tiene que ver con una realidad donde falta el Nombre del
Padre, es decir que hay forclusión para esa realidad- y
no por ello pueda decirse que el sujeto está loco.
Que alguien haga una alucinación implica una reali
dad en la cual la consistencia comporta una falta del
Nombre del Padre, esto es una consistencia enteramen
te particular, donde la cadena comporta una incoheren
cia por el hecho de que no hay Nombre del Padre, que no
hay significante exterior. Es allí donde reside el interés
en utilizar el término “realidad”: para poder trabajar con
fenómenos locales, necesitamos hablar no de una reali
dad global, sino de una multiplicidad de realidades.
143
lista, primero a través de una observación y luego por la
vía de una pregunta. La observación es la siguiente: a
diferencia de las formaciones del inconsciente, las de
objeto, con excepción tal vez de las fantasmáticas, son
formaciones terminales. Ellas no resultan ni forman parte
de ninguna combinatoria. Un síntoma, por el contrario,
está no sólo formado por desplazamientos y sustitucio
nes significantes, sino que se tornará, en tanto produci
do, en un nuevo eslabón entre otros en la red significan
te, constitutivo de otro futuro síntoma. El hecho de que
las formaciones del inconsciente resulten de una combi
natoria y tengan que ser tomadas en el proceso forma-
dor de otras, las torna accesibles a la introducción de
nuevos eslabones, esto es a la interpretación del ana
lista.
Lo que especifica las formaciones del inconsciente es
el modo de operar con ellas. Son descifrables, en tanto
las formaciones del objeto no lo son; son signos y se las
trata como tales, sustituyéndolas unas por otras.
Descifrar no quiere decir develar el sentido oculto sino
permutar un signo por otro, introducir una nueva cifra
y componer una nueva secuencia de signos. Insisto,
descifrar no es construir ni reconstruir una historia, sino
hacer historia, participar de ella sin saberlo.
Se ve que la intervención del analista, frecuente y
determinante con un síntoma, lo mismo posible con la
fantasía, se verifica difícil, en verdad imposible, con un
pasaje al acto suicida, por ejemplo. En este caso el ana
lista queda al margen. El objeto, bajo la forma de una
acción intempestiva, no se inscribe en ninguna relación
significante. No es cuestión de descifrar; es preciso vol
ver al comienzo, a un comienzo ficticio, a una cuestión
infantil, a la primera de todas: “¿por qué?”. Se trata de
convertir el silencio de las pulsiones en un enigma: plan
tear una cuestión que haga signo.
Para terminar, les dejo mi última interrogación: si
144
retomamos la tesis bastante conocida de Lacan, ya tra
tada en otro lugar, según la cual el lugar del analista es
el del objeto a y que, en general, la experiencia del aná
lisis es dominada por ese objeto, de ello resultaría que
las formaciones tal vez más relacionadas con el hecho
pulsional, tal vez las más límite de nuestra experiencia,
están estructuradas como esa misma experiencia. ¿Qué
sucede? Por un lado, afirmamos que el psicoanálisis se
desarrolla en el campo de la palabra y del lenguaje, pero
por otro, concluimos que es una experiencia de goce,
figura excesiva de la pulsión. En resumen: una forma
ción de objeto.
* * *
145
en el lugar del objeto sino confrontado con él. Si nos
quedamos con esta idea de las formaciones del objeto,
llegamos a hacer todavía un pequeño cuarto de vuelta
para decir que sustentar que el analista está confronta
do con el lugar del objeto equivale a decir que, en ciertos
momentos de la cura, retorna al paciente bajo la forma
de una alucinación. Esto, para mí, tiene un valor clínico
muy importante. Cuando aquel paciente me preguntaba
“¿Quién es usted?”, lo hacía con el acento de estar cap
turado por la pregunta. Me digo si el “usted”, del cual él
hablaba, no es casi del orden de la alucinación. Esto se
comprende por la vía de las formaciones de objeto, esto
es siguiendo la idea de que el analista no es un agujero,
tampoco un agujero excéntrico, sino que retorna al su
jeto desde afuera bajo la forma de una alucinación. Sien
do así, insisto en que no hago más qüe plantear el pro
blema; aún no puedo ir más lejos.
Una de las mayores dificultades del analista frente a
las afecciones psicosomáticas, para recoger esa forma
ción de objeto a que es una enfermedad psicosomática,
viene del hecho de que el objeto retorna al sujeto en otro
lugar, como si el lugar del analista le fuera sustraído.
Surge una pregunta en relación con el objeto transi-
cional de Winnicott. Supongamos que ese objeto sea el
chupete. Podría decirse, en una primera aproximación,
que la relación del bebé con el chupete es una fantasía,
pues, a mi entender, la fantasía no es un imaginario
interno desarrollándose en la cabeza; no es un devaneo
sino algo que se da en una acción, en un espacio tridi
mensional. Pegarle a un chupete es un buen ejemplo de
fantasía. Ahora, desde ese punto de vista, se podría decir
que el chupete es el retorno del objeto bajo la forma de
un chupete.
El objeto transicional de Winnicott constituiría, en
tonces, un ejemplo de lo que sería un objeto que retoma
al sujeto bajo la forma de chupete, dedo, etcétera.
146
VII
147
Les recuerdo, en dos palabras, cómo concibe Freud el
narcisismo. La mayor parte de ustedes lo sabe, aunque
lo que no se sabe bien, de modo general, es situar sus
diferentes fases y etapas. Dos casos, el de Schreber y el
de una mujer con neurosis obsesiva, enseñaron a Freud
cómo pensar el narcisismo o, en todo caso, cómo pensar
las diferentes fases del desenvolvimiento libidinal.
La primera fase es autoerótica en la cual las pulsiones
parciales están separadas -no intrincadas como sucede
con el sujeto neurótico- y cada una procura satisfacción
sobre el cuerpo propio. Me parece importante observar
que este término, “autoerotismo”, implica la satisfacción
autoerótica.
Hay otra fase, la última, que debo mencionar ahora,
donde todas las pulsiones están concentradas sobre una
elección de objeto, o sea sobre un partenaire sexual. Lo
importante es que en esta fase todas las pulsiones ac
túan, operan, se ejercen sobre el objeto, bajo la égida del
falo o, como diría Freud, de los órganos genitales.
En este punto, las cosas se complican porque, a causa
de Schreber, Freud inserta una nueva fase entre las dos
que acabo de mencionar, y la llama “estadio narcisista”
-no fase-, caracterizado por el hecho de que fue realiza
da la elección de objeto. Todas las pulsiones parciales
están concentradas en un objeto exterior, extraño, pero
al mismo tiempo ellas retornarán sobre el yo, se ejercen
sobre el yo, que se torna el primer objeto sexual. Es por
eso que cada vez que se oye la palabra “narcisismo” se
debe agregar “posterior”, o sea secundario. No hay sino
narcisismo secundario -luego hablaremos del primario-,
que es el narcisismo clínico por excelencia. Algo muy
importante en relación con la teoría lacaniana es que
este narcisismo secundario se constituye bajo el dominio
del falo, esto es de una elección que ya fue hecha sobre
un objeto sexuado, o para hablar en nuestros términos,
el significante fálico recubre la operación narcisista.
148
Finalmente, la cuarta etapa. En 1913, Freud estudia
el caso de una mujer estéril, obsesiva, pero que en el
inicio no lo era. Freud se sorprende al constatar que esta
mujer manifiesta síntomas obsesivos muy nítidos, muy
claros, de tendencia sádico-anal, después del regreso de
su marido de un viaje. Plantea entonces otra hipótesis,
según la cual se debe agregar todavía otro estadio, antes
de la fase final, que no es secundario, pero donde las
pulsiones se ejercen sobre un objeto que exige la égida
fálica, sin que se trate de objetos genitales. Para resu
mir: tenemos una primera fase autoerótica; una última,
en la cual se hace una elección de objeto genital; una
segunda, cronológicamente posterior, que es el narcisis
mo en el caso de la paranoia y, finalmente, una fase en
la cual las pulsiones se ejercen sobre una elección de
objeto pregenital. Sugiero la lectura, al respecto, de un
pequeño texto de Freud, poco leído, que explica bien esto,
mejor que la Introducción al narcisismo: “La disposición
a la neurosis obsesiva -u n a contribución al problema de
la elección de neurosis”.
En lo que nos interesa, que es la lesión de órgano,
querría indicarles la manera como Lacan, en un texto
antiguo de alrededor de 1950, trata la hipertensión ar
terial maligna, para aplicar su esquema de la matriz del
estadio del espejo. El estadio del espejo es la traducción
de la teoría del narcisismo de Freud, con la diferencia de
que Lacan inventa un elemento decisivo, un artificio muy
importante que, en mi opinión, provocó muchos proble
mas en nuestras instituciones y, al mismo tiempo, pre
senta una ventaja notable: el espejo. En lugar de afirmar
que hay una elección de objeto, se quita la palabra “ob
jeto” y se coloca un “espejo”, se quita elpartenaire sexual
y se coloca el espejo. Esto significa que, para Lacan, la
cuestión se plantea entre un yo y un espejo o, con más
precisión, entre un pequeño cuerpo prematuro, que no se
sostiene muy bien -e l niño- y una imagen ideal que podrá
149
aprehender. La más importante característica del esta
dio del espejo es que se trata de un drama que se desa
rrolla entre un cuerpo prematuro y una imagen total
idealizante que lo traspasa, pero que el niño sabrá apre
hender. El cuerpo no estará a la altura de esa imagen,
pero “él” sabrá aprehenderla libidinalmente.
Les dije al comenzar nuestro trabajo que, en el trián
gulo imaginario, entre el yo y la imagen, el personaje
principal no es ni la imagen ni el yo y sí la libido. Es el
elemento fundamental de lo imaginario. Se debe pensar
la libido como una energía de tipo potencial, o sea que
surge, que se desenvuelve cuando hay una distancia. El
ejemplo más claro de energía potencial es el de la cata
rata. Baste con que haya dos niveles, y aun otras contra
dicciones, para que la energía surja. En el caso que nos
ocupa, los dos niveles sobre el cuerpo prematuro y una
imagen idealizante.
Dos textos de Lacan hablan sobre el estadio del espejo:
uno, de 1936 y otro, de 1948. En un texto muy importan
te sobre la agresividad Lacan hace trabajar de modo
clínico el estadio del espejo; les recomiendo especialmen
te para pensar la cuestión psicosomática y entender qué
es la lesión de órgano, la lectura de “El estadio del espe
jo” y “La agresividad en psicoanálisis”. Lacan hace dos
aplicaciones clínicas de esto: una, para la psicosis y otra,
para la lesión de órgano y, en particular, para la hiper
tensión arterial.
Con respecto a las psicosis, reúne un conjunto muy
extenso y diverso de formas diferentes, de conductas del
paranoico, que van desde el sentimiento de persecución,
resentimiento, gestos agresivos, actos nocivos, envenena
miento, etc., hasta llegar al suicidio. No se trata de una
serie de organizaciones típicas de la paranoia en particu
lar, pues él las había estudiado para su tesis de la para
noia de autopunición. Formula la hipótesis de que todas
esas formas hablan de un estancamiento (stagnation)
150
formal, una fijación formal de la distancia entre el yo y la
imagen.
No lo aplica sólo a la paranoia; también intenta hacer
lo con la hipertensión arterial maligna. Hay dos formas:
una roja y una blanca. Esta última es letal, y aparece en
las jóvenes grávidas. Lacan dice que se reconoce que este
estancamiento formal del yo en la relación con la imagen
se produce en determinados momentos de la vida. Sos
tiene la idea de una evolución temporal; llama a estos
momentos “de crisis” y describe cuatro: a los dos, ocho,
dieciocho y treinta y cinco años. En cada una de esas
crisis hay una cristalización, una fijación de la distancia
entre el yo y la imagen, bajo una forma agresiva. Según
él, se trata de la del andamio sobre el cual se sustenta la
agresión. Observo, entre paréntesis, que cuando trabaje
mos el pasaje al acto retomaremos a esta cuestión de la
agresión considerada como un estancamiento formal entre
el yo y la imagen, con la diferencia de que Lacan considera
-acercándose a la posición clásica de los analistas de esa
época entre los cuales se encuentra Alexander- que en la
hipertensión arterial hay inhibición de la agresión a la
cual sustituye la lesión arterial. Propone, entonces, hacer
curvas sinusoidales para mostrar lo que se produciría en
varios momentos, en el transcurso de la vida.
El llamado
151
Prefiero pensarlo como un llamado fantasmático, como,
por ejemplo, un grito de dolor. Di el ejemplo de esa mujer
que vio, cuando era niña, a su abuela casi morir atra
gantada por un espasmo de glotis, y por una especie de
transitivismo, le provocó un espasmo en sus arterias.
Esta forma de llamado bien podría considerarse el tiem
po del trauma.
Vayamos a la cuestión, precisamente, del tiempo. Decir
que este llamado es anticipador -o sea que está más allá
de las condiciones de acogimiento físicas y psíquicas del
niño- no basta para caracterizar las especificidades
propias del trauma que puede determinar una lesión de
órgano.
Freud se inclinaba a presentar como típico de la na
turaleza humana el hecho de que el yo siempre está más
allá de sus elecciones de objeto, o mejor, que sus eleccio
nes están siempre a contratiempo con el yo, siempre hay
una distancia. Y Lacan no propugna nada más que eso:
la distancia de la cual acabo de hablar entre el yo y la
imagen es exactamente del mismo orden. En lugar de
ser traumática, es una distancia que fundamenta toda
la estructura psíquica y no sólo en el nivel imaginario
donde ella es condición necesaria para pensar los fenó
menos de la paranoia o, por ejemplo, de la lesión de
órgano. En efecto, esta distancia explica fundamental
mente y da lugar a la castración: ¿Y qué es la castración
sino el hecho de que el niño no está capacitado para
tolerar el deseo del Otro? Esto quiere decir que, para
nosotros, no es posible tolerar el deseo del Otro. El niño
no tiene un órgano o una cabeza suficiente para respon
der al deseo de la madre. Él no puede, es impotente y
simboliza, pone significantes en ese lugar. Eso es la
castración: colocar palabras en el lugar de un órgano
incapaz de responder al deseo del Otro. No fornica con
la madre pero dice: “Yo te amo”. Amar es una manera
extrema de simbolizar, inventar una solución, una sali
152
da para la impotencia, para la impasse. Este esquema,
el significante nacido de la impasse, es constante, per
manente en toda la teoría lacaniana, y diría que también
en la freudiana.
En otros términos, la castración es el hecho de simbo
lizar cada vez que el cuerpo no responde. El mayor ejem
plo de esta simbolización es el falo: en el lugar del órgano
peniano está el significante fálico. El proceso de simbo
lización del falo se aplica como un molde a todos los
objetos que tienen que ver con el cuerpo; la castración es
el engaño allí donde no se puede hacer.
En otras palabras, caracterizar el llam ado como
anticipador no basta para especificar el traum a propio
de la lesión de órgano. Es una pregunta que le hice a
René Thom, a quien le explicaba esta cuestión. La res
puesta está extraída de Más allá del principio del placer.
No renuncio a la idea de que el llamado es macizo, fas
cinante y anticipador, pero agrego que llega al sujeto sin
que esté preparado para recibirlo, o sea sin que haya
angustia.
La definición que da Freud de un impacto traum áti
co, sin angustia, al que él llama pavor, es la del senti
miento que un peligro despierta en un sujeto no prepa
rado. Se podría pensar, si tomamos los tres tiempos de
Lacan -e l instante de ver, el tiempo para comprender
y el momento de concluir-, que no hubo instapte de ver.
Tenemos la impresión de que se produce pavor en el
nivel de un órgano local del cuerpo del niño, del hígado,
del cuello, de los cabellos, etcétera. Esto quiere decir
que el impacto del llamado provoca pavor orgánico.
Más tarde descubrí que Margaret Mahler también
habla de “pavor orgánico”. Pienso que ella también tomó
como fuente este texto de Freud, porque si él no habla
de las lesiones de órgano psicosomáticas, constata em
pero lo que llama “neurosis actuales” y describe tres de
ellas: la hipocondría, la neurosis de angustia y las neu
153
rosis traumáticas. Si seguimos la clasificación de Freud,
pueden ubicar en las psiconeurosis a la histeria, la fobia,
la neurosis obsesiva y la paranoia. Freud, en su época,
llamaba a la paranoia “neurosis narcisista”.
Las neurosis actuales se caracterizan por el hecho
- y eso me hizo pensar en la lesión de órgano- de que se
trata de síntomas que aparecen inmediatamente des
pués del impacto traumático, esto quiere decir que son
síntomas donde el pavor está inmediatamente presente
y el mismo síntoma aparece de inmediato. Esto introdu
ce una cuestión: esta neurosis es provocada por un sín
toma inmediato como si el peso de la realidad fuese
excesivo. Pero se trata todavía del vocabulario freudia-
no. En cuanto a nosotros, diríamos que nos interesan las
neurosis actuales no por el hecho de la aparición inme
diata del síntoma de modo transparente y visible, sino
porque el impacto que provocan esas neurosis es el pa
vor, o sea un impacto sin angustia.
154
1. trauma (x) 2. hecho ocasional
3.
lesión
155
el trauma, o sea el llamado que da lugar al retorno de
la lesión de órgano, no es significante sino fantasmático.
De hecho, desde que el trauma en algún momento se
relata en la vida como un elemento antiguo, es significan
te. Lo que no impide que intentemos descubrir su propia
consistencia. Retomo el ejemplo del sueño que discutía
mos el otro día. En aquella oportunidad nos preguntába
mos si el sueño es siempre un relato; a partir del momento
en que alguien dice “Yo soñé”, cuenta, y así marca al sueño
como un significante, lo torna elemento en una cadena.
Seré más preciso: el acontecimiento ocasional despertará
el trauma originario y entonces aparecerá la lesión.
El trauma es sospechoso porque nuestra posición ini
cial es mirar la lesión. Pienso que “inicial” no es un tér
mino bueno para los analistas, pero sucede que no tene
mos más que la lesión; el resto es totalmente una recons
trucción nuestra.
En el caso preciso de un paciente no sólo la reconstruc
ción sino la misma concepción del trauma y la idea de
que sea despertado por un acontecimiento son metapsi-
cológicas o, si ustedes prefieren, teoría freudiana.
No sólo el trauma es sospechoso desde el punto de vista
del tiempo, sino también desde el punto de vista de quien
lo experimentó. Cuando en el transcurso de un análisis
aparece un trauma, no sabría decir si fue experimentado
por el analista o por el analizante. La madre o el niño:
no sé quién experimentó el trauma. Si ustedes concuer-
dan con lo que digo, a propósito de la formación de objeto,
comprenderán que el trauma, como el objeto, se da “en
tre-dos”.
Veamos ahora lo que me gustaría corregir en relación
con el llamado traumático. Vuelvo a la cuestión del re
tomo, esto es la cuestión del objeto y del sujeto.
Retomemos la cuestión del estadio del espejo y corri
jamos luego una idea que forma parte de malentendidos
de la teoría, de la lectura de ese tema. Cuando se lee el
156
texto sobre estadio del espejo se destaca la cuestión del
júbilo del niño ante el espejo, ante su imagen. Ese júbilo
es de la libido y, para nosotros, también del objeto; es
una forma que adopta el objeto. Pero, si retomamos la
idea del transitivismo, parece importante decir que el
júbilo del niño no es por su imagen, sino que debería ser
el júbilo del otro, o sea el júbilo de la imagen. Es la imagen
la que debería regocijarse por ser total, y no el niño. En
otros términos, cuando se piensa en el estadio del espejo
se debería decir que estamos frente al júbilo de la
especularidad en el otro y a la insuficiencia del yo en el
niño. El otro se muestra completo, pero soy yo quien se
regocija. Y si seguimos el transitivismo de Wallon, tal
como él lo estudió, es el niño quien cae y otro quien llora,
el niño se cae pero es otro quien sufre el dolor en su
cuerpo.
Éste es, exactamente, el transitivismo, ya no imagina
rio sino simbólico, que se da entre los seres hablantes.
Uno esboza el gesto inicial de una acción que será
reconducida y completada por el gesto de otro. Én cierto
modo se podría decir que, en lugar de estar alienado por
el campo del Otro como batería significante, se está
cercado por una red no percibida de actos posibles esbo
zados, que comienzan en nosotros y son concluidos por
otro. Es, ¿por qué no?, un modo de definir la red que
significa el campo del Otro. A este movimiento de retor
no, de transitivismo imaginario en los niños, Lacan lo
saca del orden imaginario y lo lleva hasta el nivel del
orden simbólico, inspirándose en el automatismo men
tal de Clérambault. Es lo que dice la famosa frase: “El
emisor recibe su propio mensaje de forma invertida”. Si
la trasponemos a lo que estamos tratando, quedaría: “El
emisor recibe su propio mensaje no más con la forma de
un mensaje, sino transformado en una lesión orgánica
en el otro”.
En términos freudianos diremos que hay una relación
157
entre paranoia y lesión de órgano, con una diferencia
esencial, pero en los dos casos reconocemos una forclu-
sión del Nombre del Padre. Lacan dice, en un texto del
Seminario “...o peor”, que la forclusión es siempre for-
clusión de un decir. Puede ser ese decir, tal vez el gesto
que no me vuelve del Otro, tal vez el instante de ver que
faltó en el impacto traumático, tal vez el Nombre del
Padre, esto es, algún significante relativo a la filiación
del sujeto. Lo que importa es que hay forclusión en los
dos casos, y que en ambos la forclusión del Nombre del
Padre no separa, no permite separar, el goce del objeto
del cuerpo entero. No vuelvo a la distinción entre goce
del Otro y plus de goce. Forclusión del Nombre del Padre
quiere decir que no hay distancia entre el goce local
relativo al objeto y el goce del Otro. En términos más
freudianos, hablar de forclusión del Nombre del Padre
y ver que el goce no está ya normativizado por el falo,
significa que es a eso a lo que Freud llama “retiro de la
libido hacia el yo”.
En otros términos, la lesión de órgano es el retiro de
la libido hacia el yo con un estancamiento formal. Dicho
de otro modo, este retorno de la libido hacia el yo implica
una identificación del objeto -libid o- con el yo, lo que nos
lleva a pensar que el sujeto de la lesión es el “sujeto-
lesión”. En este caso, el exceso de goce y el yo constituyen
una única formación, una lesión local. Es así como com
prendería la lesión de órgano en tanto que es autoeró-
tica. ¿Por qué autoerótica? Porque habría una identidad
entre la fuente y el objeto, o entre el yo-cuerpo-fuente y
el objeto de satisfacción local y autoerótica.
Se me acaba de señalar que no se comprende bien
dónde situar, en la concepción freudiana, o sea en el
cuadro de la teoría del narcisismo, la lesión de órgano.
Si respondo a esa pregunta lo hago al mismo tiempo a
la cuestión del sujeto de la lesión. Primero -ta l como
antes describí los cuatro momentos del desarrollo libidi-
158
nal y situé el narcisismo secundario luego del autoero-
tismo y antes de las dos fases de la elección de objeto,
una pregenital y otra genital-, concibo la lesión de órga
no como comprendida en una etapa autoerótica, esto es
en esa etapa en la cual la pulsión parcial obtiene placer
del propio cuerpo, lo que equivale a decir que la fuente
de la pulsión es idéntica a su objeto. La fuente de la
pulsión es el yo; en los dos vectores generales que se dan
entre el yo-cuerpo y el objeto, es el yo-cuerpo el que
constituye la fuente. Ahora, el yo es la fuente y es el
objeto. Allí está la diferencia con la paranoia, en la cual
el yo es también fuente y objeto, pero todo el yo es una
fuente, esto es, un retomo hacia el yo, tomado globalmen
te; en la lesión de órgano es una toma local, parcial, de
limitada. Esto es el autoerotismo, y es así como pienso que
se puede situar el autoerotismo de la lesión de órgano.
159
bertad consiste en el hecho de que el loco y el enfermo
psicosomàtico no tienen que alienarse en un destino por
venir, no tienen que seguir, esperar, apagarse en una
cadena, en una historia, en una repetición. No se apagan,
no se produce afánisis: ellos son. Soy donde no pienso,
ellos son ahí. Uno es, en la lesión, compacto, local, parcial;
el otro también, pero diferente, porque es allí, con el goce
de Dios en el caso de la paranoia, donde domina el goce
del Otro. En los dos casos hay forclusión del Nombre del
Padre; por lo tanto, no hay significante fálico que regule
el goce. A partir de ese momento, el goce se encuentra a
la deriva, salvo que en el caso de la paranoia domina el
goce del Otro, y en el caso de la lesión de órgano, domina
un goce local, que llamaría autoerótico, parcial. El sujeto
no hace sino seguir, porque él es el efecto de la experiencia
de un goce autoerótico o de un goce del Otro. En ambos
casos hay yo, “yo soy”, fuerte, intenso, hay una convicción,
una certeza de ser. El sujeto de la lesión de órgano es un
“yo soy la lesión”, y el otro, un “yo soy el goce”.
Ese es el problema con los pacientes que sufren una
lesión de órgano y con los locos. Lo difícil con este último
es que no demanda porque tiene consigo su objeto. Lacan
dice, en alguna parte, que tiene el objeto en el bolsillo,
y entonces no precisa demandar: es esto lo que angustia.
Lo que angustia con ciertos pacientes graves o con los
que tienen una lesión es que no nos llaman, no contamos
para nada, ya es mucho que estemos allí para escuchar
los, pero aunque nos hablen, no se dirigen a nosotros y
es esto lo que angustia. Este objeto que ellos poseen en
sí es lo que nosotros llamamos, hace un momento, el
“retiro de la libido hacia el yo”, esto es la incorporación
del objeto. Incorporar el objeto no quiere decir sólo que
se lo posea sino también que se incorpora la libido que
investía al otro, lo cual también implica que el otro ha
sido devorado. Dicho de otro modo, cuando un paciente
tiene una lesión no es sólo que no nos llama porque tiene
160
su objeto, sino que este objeto somos nosotros. Quiero
decir que la lesión de órgano no es nada más que el
resultado de un objeto incorporado que somos nosotros.
Es por eso que decía que la hipertensión de mi paciente
me robó el lugar de analista. ¿Por cuánto tiempo? No lo
sé, pero ella me lo robó. La dominancia del objeto no está
en el lugar del analista sino inscrita en el cuerpo. De
este modo, para las formaciones de objeto -lesiones de
órgano, pasajes al acto, alucinaciones- será necesario
permutar la fórmula SOa por aSO, o sea colocar la “a” en
el lugar dominante, aun si no lo es del todo, ya que el
losange es equivalente de un lado y del otro.
Por lo tanto, el sujeto de la lesión de órgano no es el
sujeto dividido del inconsciente ni el sujeto que se equi
voca; es allí donde se equivoca cuando surge el sujeto del
inconsciente. Este es el efecto del lenguaje cuando hay
un error, cuando el sujeto dice sin saber lo que dice.
El sujeto de la fantasía es el que se tornó objeto, cierto,
pero que se esconde bajo la sombra del objeto, pues, en
el caso de la fantasía, el objeto tiene una sombra, el
imaginario está ahí.
El sujeto de la lesión no es el sujeto dividido ni el sujeto
escondido tras la sombra del objeto: es la propia lesión
sin imagen. No hay imagen virtual en el caso de la lesión
de órgano. Tomemos por caso una perturbación en la
visión; por ejemplo, un espasmo reactivo permanente. El
sujeto de este ojo doliente no es el de la fantasía de mirar
la escena primaria en la cual él mismo se confunde con
el mirar. El sujeto de la lesión de órgano no es el sujeto-
mirar sino el sujeto-espasmo. Este es el problema; no
estamos ya más en las especies habituales de los objetos
pulsionales, mirada, voz, etcétera. Por lo tanto, a la pre
gunta “¿En qué estadio sitúa usted la lesión de órgano?”,
respondo que es situable en el autoerotismo o en el nar
cisismo primario.
Hace poco decía que cuando se habla de narcisismo
161
se trata siempre de narcisismo secundario, porque el
narcisismo primario es una ficción y esta idea de auto-
erotismo también lo es. El narcisismo secundario pue
de ser pensado igualmente para las neurosis. El para
digma del problema es la paranoia, pero ello no impide
que observemos el narcisismo secundario en el caso de
la histeria en la cual el yo es el primer objeto sexual,
tal como en el caso de la paranoia. Para el resto, la cosa
cambia completamente: hay un retiro libidinal hacia el
yo en el caso de la histeria como en el de la paranoia,
con la diferencia de que en la primera se trata de su
misión al significante fálico -e s el falo lo que im porta-
, en tanto que en el caso de la paranoia hay forclusión
del falo.
* * *
162
atrapa al sujeto sin que éste tenga la más mínima pre
paración posible para percibirlo.
Ésta no es, claro, la teoría de Lacan. Él sostiene, sobre
todo, la teoría de la angustia desarrollada en Inhibición,
síntoma y angustia, donde la angustia es una señal que
llama a la fantasía. Habría tres tiempos: deseo intolera
ble del Otro, angustia y fantasía.
Hay un pequeño texto muy antiguo de Freud, de 1898,
donde señala que el sujeto puede no percibirse. Segura
mente se está en un nivel muy ambiguo, ya que se dice
por un lado que hay pavor, y señala por otro que el sujeto
no se percibe. Me gustaría agregar algo -comprendiendo
la dificultad que representa el modo como presento las
cosas-: afirmo, resalto, que no se debe hacer de ello una
realidad, esto es que es preciso pensarlo, trabajarlo sin
intentar representarlo en un escenario. Al igual que
Freud él hacía metapsicología y al mismo tiempo nos
hace sentir en sus escritos que al menos estuvo durante
una época en la pesquisa de hechos traumáticos. Fue así
como llegó a la concepción de la realidad psíquica, que
es para él la comprobación final de que el hecho de que
hayan o no existido los acontecimientos traumáticos no
tiene ninguna importancia; poco importa si son verda
deros o falsos.
Vayamos a un punto oscuro que surge de una pregun
ta y en todos aquellos que se ponen a trabajar en esta
cuestión. Di una indicación diciendo que es preciso cam
biar de orientación: en lugar de pensar que hay un ex
ceso de libido que elige un órgano, pensar en una
hipertelia, o sea, en la hipertrofia de un órgano que lla
ma a la libido. Sólo puedo darles esta indicación que está
muy ligada a la idea de considerar el trauma como un
pavor orgánico.
No respondí a la hipótesis de René Thom, a quien hablé
del pavor orgánico. Él sostenía que los fenómenos de la
piel, ya que ella se constituye de hecho al mismo tiempo
163
que el cerebro -e s su concepción y es así como él trabaja
hoy la anorexia m ental-, deberían ser pensados en tér
minos de embriología, o sea en referencia a la constitu
ción biológica del feto.
Respondo a otra cuestión: se puede hablar de herencia,
de filiación de órgano como lo hice cuando hablé de mi
paciente que sufría hipertensión, donde el punto común
era el espasmo; pero se puede pensar también en series
complementarias. No estoy dando una versión completa
de la cosa. Lo que Freud habría hecho sería hablar de
series complementarias, de constitución, de herencia y
también de los hechos ocasionales y de una filiación.
Se me pregunta cómo situar la agresividad en relación
con el esquema trauma-hecho ocasional-lesión.
La referencia que hice a la agresividad es particular
mente de Lacan. Su tesis es que la cristalización, la fi
jación de esta distancia entre el yo y la imagen toma la
forma de agresividad, que a su vez se manifiesta en
diferentes series de entidades clínicas, que tienen que
ver con la paranoia, por ejemplo. Detrás del resentimien
to, la persecución, el suicidio, el pasaje al acto, los rece
los, él encuentra la agresividad en la base, como el pa
radigma mismo del estancamiento formal de la distan
cia entre el yo y la imagen. En este texto, Lacan propone
pensar que el pasaje al acto resuelve el delirio del para
noico; busca referencia en su tesis sobre la paranoia de
autopunición, y concluye que el delirio paranoico cesa
con un acto inmotivado, involuntario y explosivo. Por lo
tanto, para él, la agresividad no es sólo una de las pa
siones posibles, sino que constituye el paradigma mismo
del estancamiento formal.
Ahora querría volver a la ética del problema, al abor
daje ético de la cuestión. Es un tema extremadamente
difícil por dos razones. Primero, porque eso angustia
cuando se es analista. Me relataban el otro día el caso
de un analista muy experimentado y considerado de
164
París: una de sus pacientes le comunica que le diagnos
ticaron tuberculosis. El analista le dice que le parece
imposible y la envía a un especialista amigo. Este con
firma la dolencia. ¿Qué hace entonces el analista? Se
angustia, como nos habríamos angustiado nosotros,
experimentados o no. Interrumpe, entonces, el análisis,
y propone a su paciente que retorne cuando esté curada.
Ella volvió, sí, pero casi un año después. Doy este ejem
plo porque amplía la cuestión, en tanto la tuberculosis
es una dolencia bastante grave y porque la angustia es
muy manifiesta en el analista, y es lo que acontece cada
vez que aparece un problema somático en un paciente.
Es, por lo tanto, una cuestión muy difícil, porque en la
práctica misma este hecho es muy frecuente, y al mismo
tiempo, escapa; es del orden de límite del análisis.
En relación con el tema general, desde el punto de
vista teórico de Freud no tenemos casi nada. Lo que aquí
decimos son las únicas cosas que Freud nos ha dejado
como pistas: la cuestión del narcisismo, de las neurosis
actuales y de la paraexcitación, sólo eso. En Lacan tene
mos algo más: el concepto de objeto pensado como goce
parcial. Encuentro que esto nos puede permitir ir más
adelante, porque el concepto de objeto nos da la idea de
que el cuerpo no es una entidad entera sobre la cual
vendría a abrirse una parte de él. El concepto de objeto
nos da la idea de un cuerpo que pasea, y este cuerpo
puede ser, propiamente él, la lesión. Es el punto de vista
general.
Veamos ahora las cosas de manera más precisa y toda
la cuestión ya planteada y abordada. Planteé una cues
tión previa desde el primer día. Precisé entonces que
trataríamos el asunto sólo en el marco del análisis, por
que de otra forma se caía en la concepción de la medicina
psicosomática, con la cual nada tenemos que ver. La
cuestión es precisamente ésta: primero, una lesión de
órgano, cuando es hablada, entra en el campo simbólico
165
aun cuando el sujeto tenga el objeto en su bolsillo. De
cualquier modo, el hecho simple de que el analista esté
ahí y el paciente hable, la hace entrar en la dimensión
simbólica en tanto la relata; a partir de ahí se clasifica,
se hace eslabón de una cadena. Esto no impide que haya
algo inanalizable. Pero no basta decir que lo inanaliza
ble es lo Real; ésta es una proposición que hubiera hecho
antes. Empero, al trabajar las formaciones de objeto llego
a decir que lo Real no es lo inanalizable. Lo inanalizable
es una formación en el límite, entre lo Real y el sujeto.
Una lesión de órgano forma parte de la realidad, es
realidad no Real. Prefiero no cerrar la cuestión diciendo
que es Real, y así lo dejo como un agujero opaco, para
intentar delimitarlo, cercar sus bordes.
Quiero agregar algo para terminar: cuando viene un
paciente con una lesión de órgano, no me siento respon
sable. Cada vez más diría que funciono de otra manera,
escucho de otro modo y tengo la sensación de que es como
si se redujese a ser su arteria. Quiero decir que esta lesión
de órgano es la transferencia, bajo la forma compacta de
una lesión en el cuerpo. Es eso lo difícil de teorizar. No
es sólo que la transferencia haya dado lugar a ello: cuan
do se produce es la transferencia. Es así como entiendo **
que Lacan haya colocado en el lugar dominante del dis
curso analítico la posición del objeto. No es ya el silencio
del analista y sí el silencio del cuerpo doliente, enfermo.
Tal vez haya sucedido algo en la transferencia para que
se llegue a eso; de todos modos es como si la transferen
cia hubiera cambiado de registro.
166
Vili
167
que sería el de la forclusión del Nombre del Padre, com
prendido como una forclusión local, esto es sin excluir
otras realidades en el sujeto. A llí reside el interés en
haber utilizado, al comienzo, la distinción entre reali
dad y Real, la cual ahora nos es útil para trabajar lo
local, lo parcial.
Les recuerdo que no considero la forclusión como el
rechazo de un significante de lo simbólico que reaparece
ría en lo Real. Me parece más adecuado encararla des
de el ángulo de la falta de un significante exterior a la
cadena, es decir exterior a la realidad del sujeto. ¿Por
qué? Porque, para mí, lo simbólico no es sólo una red de
unidades discretas ligadas entre sí sino que es necesario
también agregarle - y es el punto clave- un elemento
fuera de la cadena para permitir que el conjunto se
sustente. Es una hipótesis general de la teoría lacaniana
que un conjunto no se sustenta, no es consistente, sino
a condición de que un elemento ex-sista. La forclusión
es, por lo tanto, la falta de ese elemento exterior.
Para abordar la cuestión nos servimos de los axiomas
de Peano y del concepto del sucesor; si consideramos ese
significante exterior a la cadena como el elemento que
ocupa el lugar del sucesor, se debe ver la cadena en
movimiento y el elemento exterior como aquel que espe
ra para encadenarse. Por lo tanto, forclusión local impli
ca la falta de ese elemento exterior, la falta de ese lugar
del sucesor.
Habíamos abordado tam bién la cuestión desde el
ángulo de lo que Lacan llama “masificación del par sig
nificante S1/S2”. Si tomamos la cadena -S 2 - y el sig
nificante en el exterior de la cadena - S I - , estos dos
elementos se encontrarían compactados, no más dividi
dos ni alejados uno del otro sino como solidificados. Se
plantea, entonces, una cuestión: si el sistema de red
simbólica está roto, esto es si falta un elemento en el
exterior de la cadena, ¿qué pasa con el sujeto, cuál es su
168
lugar, cuál es su posición en la lesión de órgano? Deje
mos esta cuestión para el final.
Una palabra más: esta forclusión del Nombre del Padre
nos lleva, en el caso de un paciente que sufre una afec
ción psicosomática, a concluir que no hay filiación del
Nombre del Padre y que en el lugar de esa filiación es
posible proponer una filiación de órgano, una filiación de
objeto a, y nosotros hablamos de errancia de objeto den
tro de una misma descendencia. Es allí donde vemos esa
fórmula, que en el momento nos ronda y que aún no
llegamos a trabajar en el nivel de nuestra experiencia
clínica: “uno desea y el otro alucina; uno desea y el otro
cae enfermo; uno desea y el otro hace un pasaje al acto”.
“Uno y otro” pueden aludir tanto al analizante y el ana
lista, como a la madre y el niño, a una mujer y su suegra
(como uno de mis casos clínicos). Era eso lo que tenemos
. para el campo simbólico.
169
logia, esto es preguntarse qué tipo de dinámica y de to
pología embriológicas permitiría pensar esta cuestión de
una boca que se besa a sí misma. Está claro que en el
embrión no hay una boca constituida, pero es de los textos
sobre la relación entre topología y embriología que se
desprende que sí debe de haber fenómenos semejantes a
aquellos de los cuales intento dar una imagen o un sopor
te intuitivo. No vuelvo sobre lo que dijimos esta última
vez en tanto el modo de situar el autoerotismo. Quisiera
plantear en este momento una cuestión fundamental: ¿qué
relación existe entre el mecanismo de forclusión y el
autoerotismo, sabiendo que se trata de dos dimensiones
completamente heterogéneas?
Algo más sobre el autoerotismo, porque esta expre
sión exige una observación. Se podría decir que en toda
satisfacción el otro no interviene. Me explico: o defini
mos el autoerotismo como hicimos hace poco, como que
el objeto y la fuente de la pulsión son una sola y misma
cosa, o lo definimos como una satisfacción que excluye
al otro. Si tomamos este segundo aspecto, se tom a muy
problemático, ya que toda satisfacción de deseo es una
satisfacción parcial, sustitutiva, local y evidentemente
autoerótica. Un síntoma implica una satisfacción au-
toerótica. ¿Por qué? Porque en la concepción de Freud
“aloerótico” comporta el objeto -e l otro- y “autoerótico”
implica una ruptura con el objeto, una separación del otro.
Pero con Lacan, en el lugar del semejante colocamos un
espejo, una imagen, y la cuestión del otro se toma enton
ces un enigma, una incógnita llamada objeto. El objeto a
es la incógnita de quién es el otro. No es tan simple dis
tinguir una satisfacción autoerótica de otra aloerótica.
Para responder a esta relación entre forclusión y
narcisismo, esto es entre forclusión y autoerotismo, me
gustaría referirme a dos citas de Freud. Ambas se en
cuentran en “Nacimiento del psicoanálisis”.
La primera destaca una cuestión interesante que no
170
había percibido: la forclusión, mecanismo evidentemen
te simbólico, en tanto se trata de la falta de ese signifi
cante exterior -podría decir que es un mecanismo en el
dominio de lo simbólico- comporta la misma energía, la
misma fuerza, la misma tenacidad -dice Freud- que el
amor por el delirio. Un paranoico emplea tanta fuerza
para rechazar -en el sentido de la forclusión- la repre
sentación irreconciliable, como para aferrarse narcisís-
ticamente a su delirio. El problema de la tenacidad queda,
entonces, como cuestión por trabajar.
En todos estos casos esa tenacidad con la cual el sujeto
se prende a su idea delirante es igual a aquella que
desarrolla para expulsar de su yo cualquiera otra idea
intolerable. Estos enfermos aman su delirio como se
aman a sí mismos. Allí reside todo el secreto.
Por lo tanto, la primera relación es de tenacidad en la
forclusión y en el apego narcisista, que se ve claramente
en términos de estancamiento formal del yo -recorde
mos que ésta es una expresión de Lacan para definir la
agresividad y de la cual nos servimos para decir que la
lesión de órgano es una variante de ese estancamiento
formal, de la relación del yo con su imagen, un estanca
miento de la libido.
La segunda cita es más precisa y plantea dos tipos de
problema: el problema del sujeto y el del goce. Se trata
de una carta a Fliess del 9 de diciembre de 1899:
171
Éste es el sentido preciso de lo que queremos expre
sar. Luego hay una frase muy bella que no comprendo
bien y la dejo en suspenso para trabajarla:
172
El esquema R comprende un triángulo imaginario
limitado por el falo, la imagen y el yo, y un triángulo
simbólico limitado por el Nombre del Padre, el ideal del
yo y M, que podría ser la madre, pero es preciso compren
der que, desde el punto de vista simbólico, es considera
da como un significante que Lacan denomina “primor
dial”. Entre los dos triángulos se encuentra la banda de
la realidad, que es un perpetuo ida y vuelta, una cons
titución constante entre el yo y su imagen, la madre y
el ideal del yo. Hicimos ya la aproximación topològica
que implica esta banda; vimos qué es una banda de
Moebius.
La forclusión del Nombre del Padre concierne a P.
Tomaremos el esquema I de Lacan, con modificaciones
que le realicé pensando en nuestro problema de la enfer
medad psicosomàtica. Lacan construyó el esquema al
ocuparse de la paranoia de Schreber.
El esquema está compuesto por una diagonal y dos
semiparalelas. La letra P se coloca como si la punta del
triángulo del esquema R estuviese adentro. La forclu
sión del Nombre del Padre provoca, por lo tanto, un
cambio de consistencia de la realidad. Ella no es más,
como en el esquema R, un campo cuadrangular. Toma
otra forma. Por lo tanto, el triángulo simbólico se
adentra del mismo modo que el triángulo imaginario.
Todo esto tiene para Lacan un valor ilustrativo, intui
tivo, para representar el estado terminal de la estruc
tura del sujeto en los fenómenos psicóticos de Schreber.
Notarán que para utilizar este esquema y referirlo a
nuestro propósito, he sustituido M e i , por SI y S2.
173
Abrimos un paréntesis. Freud nos dice que en la
paranoia se produce una perturbación de la identifi
cación del sujeto, del yo; éste se escinde en varias
personas -agregaría que en el sentido de Freud-, y que
estas personas corresponden a una especie de satisfac
ción autoerótica. No se trata ya de decir que existen el
yo y el objeto sexual ni que después de haber amado al
objeto la libido retorna al yo, tesis que él construirá en
1911, justamente a propósito de Schreber. Ahora se tra
ta del retorno de la libido y de un yo parcelado, como si
hubiese varios yoes. Freud dice que el yo se escinde en
varias personas, que hay un estallido en varias perso
nas. En nuestros términos diríamos que ocurre un esta
llido del sujeto.
174
Objeto
175
y es propio de él que sea uno, que mantenga el carácter
unario del elemento que siempre está en el exterior de
la cadena. Si ustedes quieren, una de las variantes del
elemento que está en el exterior de la cadena es el trazo
unario. Decir “trazo unario”, decir “ideal del yo”, decir
“uno” o “S I” son diferentes modos de nombrar un mismo
elemento según diversos ángulos, variadas avenidas
conceptuales por las cuales lo abordamos. Por lo tanto,
como el ideal del yo tiene por naturaleza el lugar del uno,
pensé que sería compatible con el SI, y quedó el otro
lugar, ‘M’, para colocar S2.
Las dos curvas dibujadas por Lacan están construidas
de un lado'y del otro de una recta diagonal, que es una
asíntota; no tocan nunca la recta a no ser en el infinito:
son hipérboles. En el principio, el esquema se construyó
del siguiente modo:
176
no debe ser pensada como la relación entre el yo deliran
te y el dios divino en Schreber, sino como la realidad
propia de la lesión en la cual la forclusión implica la
predominancia de la libido.
Resumamos para que las cosas no queden dispersas:
quisiera adelantar que la problemática de la lesión de
órgano implica, a su vez, dos nuevos problemas diferen
tes: uno en el nivel de lo simbólico; otro, en el nivel de
lo imaginario. Lo que se refiere a lo simbólico es una
forclusión del Nombre del Padre, o bien una solidi
ficación, una masificación de los dos significantes, SI
y S2, y todas las consecuencias que esto acarrea para
el sujeto. Todavía no hemos hecho mención del sujeto,
pero eventualmente hablaremos de él. Esta masifica
ción de los dos significantes se debe a la forclusión del
Nombre del Padre.
La segunda dimensión, imaginaria, debe comprender
se como un fenómeno de autoerotismo, o sea la libido que
retorna sobre el yo, pero de una manera parcial y plural;
secundariamente, hay una exacerbación de la libido que
hace que no esté excluida sino que, por el contrario,
capture al yo y la imagen. En lugar de estar excluida,
como en el triángulo imaginario, la libido toma la delan
tera, absorbe, amontona, une al yo y la imagen. La lesión
sería, por lo tanto, una acumulación de libido. Sobre este
punto existe una contradicción con algo que había dicho
antes, en tanto esa idea acerca de la relación que la li
bido establece entre el yo y la imagen es una posición
muy freudiana. En otra ocasión propuse algo diferente:
en lugar de pensar que hay una sobrecarga libidinal sobre
un órgano, ¿por qué no pensar que un órgano está exa
cerbado y atrae la libido?
Ustedes recordarán que habíamos situado los cuatro
tiempos del desarrollo libidinal. Tomé voluntariamente
el vocabulario freudiano. En una cita de 1899, Freud
dice que la paranoia tiende a deshacer completamente
177
las identificaciones, y que la libido retorna de tal modo
que el yo se aferra a una pluralidad de personas cono
cidas en la infancia, lo que hace que el yo se escinda en
varias personas.
1899
autoerotismo
1911
Yo ---------------------------------» O
narcisismo secundario Objeto sexual - otro
178
la referencia al texto de 1911 que se evoca y no es la
misma cita que leimos antes. Existe, por lo tanto, una
diferencia en la concepción de Freud de la retracción de
la libido hacia el yo, en la paranoia. Por nuestro interés
en la lesión de órgano, prefiero quedarme con la idea de
que hay una retracción de la libido hacia yoes parcela
dos. Pienso que la lesión de órgano es una retroacción
hacia un yo escindido; esto corresponde bien a la idea de
Freud de un yo corporal, un yo cuerpo-propio.
Pero hay una cuestión en la histeria: ¿qué diferencia
hay entre la neurosis histérica y la paranoia, ya que en
estos dos casos la libido se dirige hacia el yo y lo torna
el primer objeto sexual? La diferencia que encontré es
que, en el caso de la histeria, esto no se hace sin inter
mediación de la imagen del otro, en tanto que en el caso
de la paranoia se produce sin imagen virtual.
179
libido hacia el yo implica que el objeto sexual es una
imagen i’ (a), y además está el hecho de que, en la imagen
que el otro me dé, haya un agujero (-9). Este agujero
quiere decir que la libido no se ve, es decir según la
expresión de Abraham, “Se ama al otro con la exclusión
de los genitales o los genitales con la exclusión del otro”.
De todos modos, hay una separación de la imagen del
otro, ya sea por más o por un agujero. Este agujero,
menos o más 9, es la imagen del otro, y corresponde a
lo que Lacan llam a el “ágalma”, que no es el objeto a
sino la versión im aginaria del falo en la imagen del
otro. Esto es muy importante para la histérica en tanto
ella ve sin ver. E lla m ira al otro, pero son los genitales
lo que ella mira; ve los genitales pero es al otro a quien
mira. Hay siempre un contraste entre la imagen del
otro y 9.
Siguiendo esta hipótesis, diré que en la paranoia la
imagen i’(a) y -9 están abolidos. Dicho de otro modo, el
otro no cuenta más, la imagen del otro no es ya un ele
mento intermediario en la relación libidinal del yo con
sigo mismo.
En la histeria, el yo se ama mediante la imagen del
otro. En la paranoia, el yo ama sin la intermediación de
la imagen del otro y de -9; es a esto a lo que se denominó
“absorción de la libido”. Pienso que esta absorción, esta
desaparición de la imagen del otro, como el agujero -9,
se debe al hecho de que el otro no cuenta más como
imagen, que es conducido completamente por la relación
libidinal exacerbada del yo consigo mismo. Es lo que
quería decir colocando 9 dentro del esquema. Dicho de
otra forma: en el esquema R, 9está excluido en la extre
midad del triángulo, presente pero excluido, y éste es el
soporte de la relación del yo con T .
En el caso de la paranoia, y pienso que también en la
lesión de órgano, no está excluido; por el contrario, está
en primer plano y absorbe también la imagen del otro.
180
Agregaría que es exactamente el caso del pasaje al acto
y la alucinación. O sea, y allí generalizo, que en el caso
del pasaje al acto, de la alucinación y de la lesión psico-
somática hay una ausencia de imagen virtual del otro y,
correlativamente, de la impotencia del otro -<p. En efecto,
clásicamente, en Freud, el objeto es sexual; en Lacan, el
objeto es un espejo. Cuando retiramos i’(a) + (menos (p),
queda entonces ‘a’. En una variante de la misma cues
tión podría decirse que la libido es tal que toma, captura,
la imagen del otro y de menos phi (-<p) y es entonces cuan
do el objeto viene a ocupar completamente el lugar de
esa imagen del otro.
Aclaro ante una pregunta: traduje yoes escindidos por
sujetos escindidos. En efecto, retorno a la hipótesis del
sujeto del inconsciente. Éste es un sujeto barrado entre
un significante que lo representa y los otros en los cuales
se disuelve.
S2 (en afánisis)
181
* O *
borrado tras el objeto
cercenado alucinación
pasaje al acto
lesión de órgano
182
I
Goce suplementario
I
Goce del Otro
l
plus de gozar
l
lesión del órgano
l Esquizofrenia
autoerotismo
183
mediante la imagen virtual del otro más la sombra en
esta imagen. La histérica, por lo tanto, ama su yo como
su primer objeto sexual: el yo de la histérica es su órgano
sexual. Es por ello que Lacan, en el discurso histérico,
pone el sujeto en el lugar dominante, lo que traduzco, a
mi modo, diciendo que el sujeto corresponde al yo.
En la paranoia hay asimismo un retorno hacia el yo,
que es también tomado como objeto sexual, pero sin
imagen virtual intermediaria. Por lo tanto: retorno de la
libido sobre el yo sin mediación del imaginario virtual.
En la esquizofrenia es la misma cosa, pero con plura
lidad de yoes parciales, lo que quiere decir que interpre
to la cita dé Freud de hace poco como propia de la esqui
zofrenia, preferentemente. En tanto que en la paranoia
el yo queda, a pesar de todo, tomado como objeto único.
Pienso que, para Freud, el amor del objeto como amor del
yo era megalomanía. En fin, la lesión de órgano, donde
el retorno se hace hacia un yo compacto y también sin
imagen y sin -9. La diferencia con la paranoia es que el
retorno no se hace sobre todo el yo, sino sobre un yo
parcelado, sobre una parte del yo, pero en un nivel com
pacto.
HISTERIA (Y o f
: i ' (a) + ( - 9)
objeto sexual
PARANOIA :
(Yo)
V _'
*
objeto sexual
1 t i I I |J 1 *
ESQUIZOFRENIA
Yo
LESIÓN C k * :
Yo
184
Verán que citamos preferentemente a Freud. Queda
pendiente ver todo esto en Lacan, utilizando el cogito
cartesiano; Lacan tiene una teoría del cogito que será
muy útil para delimitar la comprensión de la lesión de
órgano, la posición del sujeto en la lesión de órgano. Resta
otra cuestión para trabajar, que es el retorno del objeto.
Finalmente, lo que hicimos fue aplicar la tesis general
según la cual la lesión de órgano es una forma del retor
no del objeto a.
***
185