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Competitividad internacional y educación en los países de América Latina y

el Caribe José Pablo Arellano Marín

Resumen

El artículo realiza un recorrido respecto de los logros y avances de las políticas


educativas implementadas en la región, asociándolas fundamentalmente con la
formación profesional de la fuerza de trabajo, bajo el consensuado supuesto de
que «la educación es al mismo tiempo la semilla y la flor del desarrollo
económico». En este sentido, Arellano concluye que, pese a los esfuerzos
realizados y sus consecuentes logros parciales, la fuerza de trabajo de la región
está aún muy por debajo de los estándares, no sólo de los países desarrollados
sino también de economías como las de Europa Oriental y Asia Oriental.

El autor reconoce también la necesidad de concretar la cobertura universal para la


educación media, pero su proyección para el cumplimiento de esta meta no deja
de ser pesimista al señalar que, a su consecución a mediados del siglo que recién
se inicia, ésta apenas estaría acercándose, aumentando más la brecha con las
naciones europeas referidas.

Pero quizá el aspecto que más resalta del artículo de Arellano es la importancia
sustantiva que da tanto a la formación y perfeccionamiento docente como a la
evaluación de los estudiantes. Desde esa perspectiva, Arellano destaca la
necesidad de retroalimentar el sistema formativo de los estudiantes a través de los
resultados obtenidos en evaluaciones cuidadosamente pensadas para tal fin.*1

Extraído de :
1.- Arellano Marín, J. P. (2002). Competitividad internacional y educación en los países de América Latina
y el Caribe. Revista Iberoamericana De Educación, 30, 63-104. https://doi.org/10.35362/rie300942

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ANTHONY, Giddens. (2000). España: Editorial Tauros. 120 Pp. Un mundo
desbocado.
Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Es interesante constatar como la
realidad hace añicos los discursos teóricos de algunos autores, como es el caso del
director de la London School of Economics, Anthony Giddens. Este autor comienza su
obra, Un mundo desbocado…, afirmando, categóricamente que el mundo cosmopolita
abraza y acepta la diversidad cultural. Dice: «El campo de batalla del siglo XXI
enfrentará al fundamentalismo con la tolerancia cosmopolita… La tolerancia de la
diversidad cultural y la democracia están estrechamente ligadas» (pp.16-17). Ahora
resulta, que la guerra del siglo XXI es contra el fundamentalismo. Y no se trata siquiera de
una guerra fría, sino de un despliegue bélico real y mortífero en proporciones
insospechadas, pero no estamos solamente ante una reedición de la intolerancia, peor
aún, hemos entrado en un franco proceso involutivo de la propia Democracia, de la
libertad en todo su significado, en nombre de una seguridad nacional y continental que
pretende legitimar desafueros autoritarios y hasta oscuros intereses económicos y
políticos. La obra en cuestión está dividida en cinco capítulos: Globalización, Riesgo,
Tradición, Familia y Democracia. La Globalización, según la entiende Giddens, es una
especie de paraíso terrenal anticipado. Con argumentos casi escatológicos, el autor
concluye que ya no existen enemigos, ni razones para tenerlos. El fin de la Guerra Fría, la
caída del Muro de Berlín, han generado una camaradería geopolítica planetaria
inesperada. En este sentido, explica que las intervenciones que hacen las Grandes
Potencias en otras naciones son de estricto carácter ético, más no ejercicios de alguna
forma de imperialismo, ya que en definitiva, estamos en un mundo sin fronteras, donde lo
nacional adquiere un sentido muy distinto, y que de no ser así, se estaría en peligro de
perecer. «Las naciones—escribe Giddens—han de repensar sus identidades ahora que
las formas más antiguas de geopolítica se vuelven obsoletas» (p.30). La idea de
soberanía nacional, la propia concepción de nación y más aún, de sus instituciones,
deben evolucionar frente a la nueva realidad, ya que hoy, las naciones no enfrentan
enemigos o peligros tradicionales, sino riegos relacionados directamente a su bienestar y
desarrollo económico y cultural. La idea de Riesgo adquiere dimensiones loables que van
a redefinir el perfil de las naciones y, que por supuesto, determinarán la importancia de
una nación en las relaciones planetarias. El riesgo es parte intrínseca del capital, lo
legitima, lo ennoblece como creación humana, y lo condiciona como la base fundamental
del progreso social. Giddens afirma que se trata de una cualidad exclusivamente
moderna, que niega las ataduras de las culturas tradicionales. «El riesgo se refiere a
peligros que se analizan activamente en relación a posibilidades futuras. Sólo alcanza uso
extendido en una sociedad orientada hacia el futuro… La idea de riesgo supone una
sociedad que trata activamente de romper con su pasado, la característica fundamental,
en efecto, de la civilización industrial moderna» (p. 35). Es, pues, el riesgo, el “motor de la
historia”, materializado en la fuerza del Capital. El avance inexorable de la Globalización,
explica Giddens, parece enfrentarse a la idea de la Tradición, el tercero de los puntos
estudiados. Sin embargo, aclara el autor, la tradición es creación de la modernidad (¿?), y
resuelve la coyuntura abriendo dos caminos paralelos: «Los individuos pueden seguir
tradiciones y costumbres, pero las tradiciones no son una cualidad del comportamiento
individual en el sentido en el que lo son los hábitos» (p. 54). En todo caso, los efectos de
la globalización se dirigen más específicamente a los hábitos, por lo cual se posibilita la
coexistencia, al menos teóricamente. Pero la realidad es tan apabullante que el autor
termina aceptando, con disimulo y a regañadientes, que la globalización sí incide en el
mantenimiento de las tradiciones, pero afirma rápidamente que: «Estas son necesarias, y
perdurarán siempre, porque dan continuidad y forma de vida» (p. 57). Este tercer punto
es, quizás, el más confuso del texto, pero evidencia el devaneo teórico de Giddens para
justificar la realidad que vienen 134 / espacio abierto, vol. 11, no. 1 recensiones
construyendo los países dominantes, y a los cuales parece rendirse intelectualmente. El
cuarto aspecto desarrollado es la Familia. Intenta esclarecer de qué manera la
democracia, hecha cotidianidad en el proceso histórico, como algo ordinario en las
múltiples relaciones entre los hombres, termina transformando al núcleo mismo de esa
interacción: la familia, que según explica el autor, ha evolucionado de su forma tradicional
(desigualdad de sexos y sometimiento absoluto de los hijos) a una forma “estándar” que
concluye definiendo como democrática (derechos similares para ambos sexos y respeto a
las diferencias con los hijos): «La igualdad sexual no es sólo un principio nuclear de la
democracia, es también relevante para la felicidad y realización personal…» (p. 78). Este
es el escenario más importante para la globalización, ya que es el centro de la fuerza de
la sociedad misma y, al contrario de lo que se piensa, la familia es, aún, centro de
grandes debates y preocupaciones de todo tipo. El quinto y último de los puntos
esbozados por Anthony Giddens es la Democracia. Aquí el autor no se arriesga, prefiere
la superficialidad. Asume la democracia como un simple ejercicio ciudadano: elecciones,
partidos políticos, libertad de expresión, etc. No habla con claridad, no desenmascara la
práctica del poder. Y ante las críticas y la apatía que las sociedades vienen demostrando
a la convocatoria electoral, propone la romántica idea de democratizar la democracia, es
decir, la profundización de la democracia (p. 88). Frente a esta propuesta, la realidad ha
antepuesto lo contrario. Los acontecimientos del 11 de septiembre en los Estados Unidos
han provocado la legitimación y posterior legalidad de una serie de restricciones a las
libertades ciudadanas que antes eran paradigmáticas de la democracia norteamericana.
Esto es importante resaltarlo porque no se trata sólo del fortalecimiento de un estado
“autoritario” estadounidense, sino de un cambio brusco y radical en la mentalidad de esa
sociedad. Pero, en definitiva, el Giddens de esta obra difiere mucho del Giddens incisivo
de Política, Sociología y Teoría Social (1997) que afirmaba, sin remordimiento, que el
poder estaba conectado, por su naturaleza, con la explotación, y que esta realidad es
incuestionable (p. 224).*2

Extraido de

2.- Olivar, Norberto José Reseña de "Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en
nuestras vidas" de Anthony Giddens Espacio Abierto, vol. 11, núm. 1, enero-marzo, 2002
Universidad del Zulia Maracaibo, Venezuela

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El Político y el Científico (Max Weber)
Resumen

La Política como vocación

¿Qué entendemos por política? Cualquier género de actividad directiva humana.


Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección
de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado.
Todo estado está fundado en la violencia, dijo Trotsky, pero la violencia no es el
único medio de que el Estado se vale pero sí es su medio específico.

La Política significará, pues, la aspiración a participar o a influir en la distribución


del poder entre los distintos Estados, o dentro de un mismo Estado, entre los
distintos grupos de hombres que lo comparten. Quien hace política espira al
poder; al poder como medio para consecución de otros fines (idealistas o
egoístas) o al poder <<por el poder>>.

El estado es una dominación de hombres sobre hombres. Los fundamentos de la


legitimidad de una denominación son:

1º) La costumbre.

2º) La autoridad de la gracia personal (carisma).

3º) Legitimidad basada en la <<legalidad>>.

En el segundo punto es donde situamos a los políticos por vocación.

El estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional que


ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física
legítima como medio de dominación y que, a este fin, ha reunido todos los medios
materiales en manos de su dirigente y ha expropiado a todos los funcionarios
estamentales que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos
con sus propias jerarquías supremas.

Hay dos formas de hacer de la política una profesión: o se vive <<para>> la


política o se vive <<de>> la política. La oposición no es en absoluto excluyente.
Por el contrario, generalmente se hacen las dos cosas. La transformación de la
política en una empresa, determinó la división de los funcionarios públicos en dos
categorías bien distintas aunque no tajantes:

A) Funcionarios profesionales.

B) Funcionarios políticos: que pueden ser trasladados o destituidos a placer y a


quienes está atribuido el cuidado de la administración interna en general.

El auténtico funcionario no debe hacer política, sino limitarse a <<administrar>>,


sobre todo imparcialmente.

El funcionario descarga la responsabilidad sobre la autoridad superior.

Mientras que el periodista como tipo de político profesional tiene ya un pasado


apreciable, la figura de funcionario de partido se ha desarrollado en los últimos
tiempos.

Puede decirse que son tres las cualidades decisivamente importantes para el
político:

1º) Pasión.

2º) Sentido de la responsabilidad.

3º) Mesura.

Pasión en el sentido de entrega apasionada a una causa. La pasión no convierte a


un hombre en político sino está al servicio de una <<causa>>. Responsabilidad
para que esa <<causa>> guíe su acción.

Mesura para saber guardar la distancia con los hombres y con las cosas.

Por eso el político tiene que vencer cada día y cada hora su mayor enemigo: la
vanidad.

En último término, no hay más que dos pecados mortales en el terreno de la


política:

1º) La ausencia de finalidades objetivas.

2º) La falta de responsabilidad.

La vanidad es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los
dos a la vez.

El medio decisivo de la política es la violencia y es posible medir la intensidad de


la tensión que desde el punto de vista ético existe entre medios y fines. La
singularidad de todos los problemas éticos de la política está determinada sola y
exclusivamente por su medio específico, la violencia legítima en manos de las
asociaciones humanas.
La ciencia como vocación

Toda persona que se crea llamado a la profesión académica debe tener


conciencia clara de que la tarea que le aguarda tiene una doble vertiente: no le
bastará con estar cualificado como sabio, sino que ha de estarlo también como
profesor y estas dos cualidades no se implican recíprocamente ni muchísimo
menos.

En la actualidad la situación interior de la vocación científica está condicionada, en


primer lugar, por el hecho de que la ciencia ha entrado en un estadio de
especialización antes desconocido y en el que se va a mantener para siempre.

En el campo de la ciencia sólo tiene <<personalidad>> quién está pura y


simplemente al servicio de una causa.

El trabajo científico está sometido a un destino que lo distingue profundamente del


trabajo artístico. El trabajo científico está inmerso en la corriente del progreso,
mientras que en el terreno del arte, por el contrario, no cabe hablar de progreso en
este sentido.

Todo <<logro>> en este sentido implica nuevas <<cuestiones>> y ha de ser


superado y ha de envejecer.

Entonces ¿Cuál es el sentido de la Ciencia?

En primer lugar: la ciencia proporciona conocimientos sobre la técnica que sirve


para dominar la vida.

En segundo lugar: la ciencia proporciona métodos para pensar, instrumentos y


disciplina para hacerlo.

En tercer lugar: claridad, la ciencia puede hacer en aras de la claridad (aportación


que marca también sus límites), que tal postura práctica deriva lógica y
honradamente, según su propio sentido, de tal visión del mundo, pero no de tales
otras.

Link de la obra de Weber

http://www.politicascti.net/index.php?
option=com_docman&task=doc_view&gid=43&Itemid=51&lang=es

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