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Sexo y amor - 2
• Por ser creaturas, por recibir el ser como don, somos contingentes, es decir, bien
estamos, pero podríamos no haber estado. Nuestra existencia es un regalo y la
recibimos del Creador, el Ser a quien le compete ser-en-sí y que no lo recibió de nadie.
Como decíamos en el texto anterior, el Creador del Universo dejó una huella infinita
en nuestra alma, porque de Él venimos, a la manera que alguien deja una huella en la
arena. Él es infinito, infinita es su huella en nosotros. Y esa huella imprime como una
tendencia, algo que nos llama desesperadamente a volver a Él, a descansar y reposar
en Él. No solo después de la muerte, desde ahora. Nuestro deseo de Dios es tan
intenso que es imposible deshacernos de Él. Podré llenar mi vacío con basura pero
nunca podré eludir la demanda de llenarlo. Puedo elegir una mala forma de ser feliz
pero nunca ser indiferente a la felicidad. El deseo de felicidad está inscrito como una
ley en el corazón, es decir, así funciona el hombre como así funciona el sistema solar
que gira en torno al sol.
• Pero veamos ahora desde otra óptica. El Universo surgió de la nada (ex nihilo), esto
significa que Dios hizo todo sin utilizar nada previo, nada había antes que Dios y todo
comenzó a ser por el solo poder de su Palabra creadora. Dios nos llamó a ser pero,
como dijimos arriba, bien podríamos no existir. Es un absurdo pensar que estábamos
en algún lado antes, no estábamos en ningún lado. Entonces, decimos que venimos de
la nada y, de alguna forma misteriosa, podemos decir que a la nada podemos “volver”.
Claro que la nada no existe, no hay tal cosa, sería una contradicción. Pero podemos
entender esto como que además de tender a la felicidad y al bien, tendemos también al
vacío, al sin-sentido, a la infelicidad y la oscuridad. Repetimos, no existe como tal el vacío
o el no-ser, pero existe ser de espaldas a Dios y de espaldas a la felicidad. Es una
misteriosa realidad. Somos capaces de elegir la vida o la muerte, la salvación o la
condena, la felicidad o la infelicidad, Dios o el vacío oscuro y triste.
Es cierto que, desde el pecado original, el hombre conserva la bondad de su naturaleza,
pero ésta ahora está inclinada al mal. Pero no es ese el punto. Incluso antes de que hubiera
pecado, cuando el ser humano vivía en justicia original, también su ser se inclinaba a Dios y a
la nada. Es el misterio de la libertad. Antes del pecado, el hombre tenía sus pasiones, su
cuerpo, sus afectos y todo su ser, ordenado según su razón y la razón según Dios. No había
contradicciones ni tironeos interiores en esto. Pero, aún así, el hombre siempre tuvo libertad
y esa libertad implica elegir entre dos abismos: la vida, la felicidad; y la muerte, la oscuridad.
Las citas latinas tienen una particularidad, son más escuetas y fáciles de grabar. Además
son más precisas y transmiten en menos palabras algo muy condensado. Por eso, te dejamos
otra cita con un significado muy hermoso y que servirá de pie para lo que viene a
continuación. Dice el Sal. 42. 7: “Abýsus abýsum ínvocat”, esto es “El abismo llama (reclama,
pide) al abismo”, es decir, un abismo reclama que exista otro abismo. Esta misteriosa frase
del salmo puede entenderse mejor si vemos cómo la recoge un Himno de vísperas de la
Solemnidad del Sagrado Corazón:
¡Qué maravilla! Hay dos abismos, el del Amor y el de la muerte. Lo que existe es el Amor,
la muerte es cuando rechazamos el Amor y le damos la espalda. Pero cuando rechazo algo
infinito, también infinita será la tristeza de haberlo rechazado. Del mismo tamaño del don y
del regalo, será el hueco que dejará rechazar ese don.
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Hay otra forma de entenderlo: El abismo de la muerte y el dolor, reclama, grita por que
haya un abismo de Amor que responda y sacie, que seque las lágrimas y nos llene de paz. Ahí
la comparación es otra. Ya no podemos decir que el dolor y la muerte sean iguales que el
Amor, porque sabemos que la Vida ha triunfado; pero lo importante es entender esta idea de
que una cosa reclama la otra. Por último, una última interpretación.
Ese abismo de muerte, de sin sentido, esa nada a la que tendemos, en realidad está
presente ya en mi vida de alguna forma: Yo soy capaz de elegir volver a la nada o ir corriendo
a abrazar al todo, a Dios. Yo soy un abismo infinito, un deseo infinito de felicidad, que reclama
otro Abismo eterno, algo que sacie mi sed de verdad, de amor y belleza. Yo soy un abismo
que reclama otro abismo, un abismo de muerte que reclama un abismo de vida. Mi propio ser
que vino de la nada, reclama a Aquel que me dio el existir.
animales, muestra que ese deseo no es algo menor y que refleja una tendencia a ser feliz que
mueve todos mis actos, de mi cuerpo y de mi alma. Pero yo puedo elegir orientar ese deseo
según lo que realmente me hará feliz o puedo perderme como un tonto buscando lo que
tengo al alcance de mi mano, la fuente del Amor verdadero.
Quizás todo esto pueda parecer un poco técnico o muy abstracto, pero no lo es. Entender
esto ayuda a que reconozcamos en nuestra propia persona esa tendencia irrefrenable al
Amor y a que tomemos conciencia de que debo responder a eso con la Verdad y no con la
apariencia, pues solo la Verdad me saciará. Recordemos que aquí se trata de descubrir cada
vez más el valor de un tesoro que ya nos ha sido dado. Una última imagen puede servirnos
para terminar de abrazar lo que se nos propone vivir: Vimos en el texto anterior que fuimos
creados por Amor, por el Amor perfecto que es Dios Uno y Trino, Señor Nuestro. Pero hay
algo que debemos profundizar.
¿Cómo fue creado el ser humano? La Escritura utiliza muchas imágenes, usaremos la
siguiente: Fuimos formados del barro, moldeados por las manos de Dios. Es decir, Dios, como
un alfarero que termina con detalle su obra, nos moldeó y nos pensó con detenimiento.
Todos los recovecos del ser humano, de su cuerpo y de su alma, fueron pensados
magníficamente por el Creador. Aún mi sexualidad física y mis afectos fueron pensados con
inmensa maestría. La complementariedad de los sexos se manifiesta en la misma distinción
biológica de varón y mujer. ¡Dios todo lo hizo bien! Nuestro misma atracción por la belleza
nos manifiesta cómo nuestro corazón busca lo bueno, bello y verdadero. Fuimos
hermosamente creados y somos una obra magnífica, un misterio único e irrepetible, cada ser
humano, sin excepción.
¿Y qué hizo Dios para infundirle vida a ese ser de barro? Sopló sobre Él. Si yo soplo sobre
algo, estoy dejando algo de mí, el aire que proviene de mis pulmones es algo mío que pongo
fuera. Dios no tiene pulmones, pero tiene un Espíritu, el Espíritu Santo. Dios sopló su aliento
divino, su aliento de vida sobre el ser humano. Entonces, no es un mero soplo inerme, es
como que compartió parte de su vida con nosotros, nos dio el ser, nos dio un alma inmortal
(inteligencia y voluntad) que es imagen de su vida divina. ¿Se entiende la maravilla? ¡Dios nos
dio “algo” de sí! ¡Nos dio su Espíritu!
¿Y qué es ese Espíritu? Es Amor. Ya lo explicamos. El Amor consumado de Dios, el Amor
del Padre y del Hijo, la Tercera Persona de la Santístima Trinidad. Es decir, Dios sopló sobre el
hombre y le dio vida por el Amor. Nuestro ser viene del Amor y, por tanto, hacia el Amor
tendemos. Un abismo de necesidad de amor que experimentamos en nosotros, reclama
entonces un Abismo de Amor infinito que lo sacie.
¡Soy hecho por Amor y para amar! Vengo del barro y al barro volveré, es la ley de la vida.
Pero también vengo del Amor y a Él debo volver, eso también es la ley de la vida, a la que sin
embargo puedo dar la espalda.
Todo se trata del Amor, así seré feliz, solo así podré vivir feliz siempre y no solo un
momento. Sólo así comprenderé la sabiduría y el misterio escondido detrás del dolor y de la
misma muerte. Solo en el Amor encontraré la plenitud de mi ser, alma y cuerpo, que me
realizará como varón, como mujer. Estamos llamados al amor.
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Deo omnis Gloria
Ave, Maria Purissima!