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FRANCISCO SABATINI
IV. DIRECCIONES PARA EL FUTURO
A. INTRODUCCION
Las ciudades contemporáneas están amenazadas por problemas de
diversa naturaleza que se agudizan en todas ellas independientemente,
del nivel de desarrollo de los respectivos países. Aumentan la congestión,
la ineficiencia de los sistemas urbanos y los problemas ambientales y de
calidad de vida; la pobreza se vive cada vez más como exclusión, adqui-
riendo la fisonomía territorial de los ghettos y se generaliza la sensación
de inseguridad ciudadana.
Este capítulo tiene como propósito discutir los “temas de futuro” que
deberá enfrentar la gestión urbana de nivel local en las ciudades latinoa-
mericanas, con especial énfasis en las intermedias.
Otra razón para dar especial atención a las externalidades y los con-
flictos es su carácter local. Las externalidades y los conflictos involucran
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De tal forma, los temas claves para el futuro de la nueva gestión urbana
que capturarán nuestro interés son la descentralización, la participación y la
planificación -esta última como anticipación y como acción comprehensiva
o global sobre los territorios. De hecho, mientras la descentralización apa-
rece unánimemente como la principal “idea fuerza” de la nueva gestión
urbana (Galilea,1994; Jordán,1997; CEPAL-CNUAH,1991;
Simioni,1996), la planificación y la participación son dos áreas que los mis-
mos municipios participantes en el Proyecto GUCI han distinguido como
claves para superar el viejo estilo de hacer las cosas y construir un nuevo
enfoque de planificación y gestión urbana (Simioni, 1996: 23 y 24).
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Sobre las relaciones entre plan maestro y plan estratégico, ver Borja (1997).
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Sin embargo, hay una inquietud más profunda que permanece. La inercia
de la vieja forma de conceptualizar y actuar sobre el desarrollo urbano
desde el aparato público muestra una fuerza insospechada, siendo un rasgo
generalizado a nivel internacional (Devas y Rakodi,1993). Más adelante
argumentaremos que ese estilo de actuación y de acción funcionaria en el
campo del desarrollo urbano obedece no tan sólo a una inercia profesional
sino que también al hecho de tratarse de una lógica que ha sido funcional
a los intereses inmobiliarios de agentes con poder y, en particular, a los
intereses ligados a la segregación social del espacio urbano.
De hecho, hay gente que cree que esa es una tendencia ineluctable,
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Por otra parte, el predominio de los intereses de las empresas en las
negociaciones y los partnerships ha significado que la acción de los go-
biernos locales encaminada a contrarrestar los impactos ambientales y
sociales del desarrollo urbano haya sido dificultada. Por ejemplo, aquellos
gobiernos locales ingleses que, por su posibilidad de acceder a fondos
estatales, no necesitaron atraer negocios inmobiliarios ni residentes de
altos ingresos para financiarse durante los años ochenta, pudieron hacer
más respecto de dichos impactos que los que se vieron compelidos a rea-
lizar ese esfuerzo de atracción (Fainstein, 1994:7).
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Esta lógica está discutida con cierto detalle en Sabatini (1990).
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No parece posible explicar esa continuidad tan sólo como una cues-
tión de inercia cultural y profesional -es la explicación que dan Devas y
Rakodi (1993). Hay algunas “funcionalidades” que la vieja planificación
urbana está cumpliendo y que debemos dilucidar si queremos tener éxito
en nuestra empresa en favor de la planificación urbana estratégica.
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Una interesante y clásica argumentación en favor de la mezcla de actividades y grupos en los barrios es la de Jane
Jacobs (1961).
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¿Qué puede hacer la gestión urbana local para enfrentar estos podero-
sos y multifacéticos intereses por la segregación social del espacio? Una
toma de posiciones en torno a este complicado tema parece indispensa-
ble. ¿En qué sentido es buena y en qué sentido mala la segregación social
en las ciudades? ¿Puede alentarse lo primero y desalentarse lo segundo?
¿Cómo enfrentar los efectos indirectos de mayor escala que produce la
repetición en el nivel micro-espacial de actos de segregación?
Otro tema de futuro se refiere a los usos mixtos del suelo. Éstos per-
mitirían evitar o aliviar muchos problemas urbanos, como la congestión,
la contaminación del aire, la ineficiencia económica de las ciudades y los
problemas relativos a la falta de integración social. ¿Qué factibilidad téc-
nica y política existe para promover los usos mixtos del suelo? ¿Qué pue-
de hacerse desde la planificación urbana estratégica de nivel local para
estimular tanto la innovación tecnológica como los valores de integra-
ción social, ambos factores claves para posibilitar la convivencia en el
espacio de actividades y grupos diversos?
resuelta sobre qué es una ciudad intermedia; y (ii) ¿Qué hacer con las
ciudades “sin” desarrollo?
Por otra parte, es posible ensayar allí nuevos estilos de gestión urbana
para no repetir los pobres y paradójicos resultados de la planificación
urbana en las grandes ciudades. En particular, las ciudades intermedias
presentan la ventaja de estar comprendidas usualmente en un solo muni-
cipio, por lo que tienen un gobierno de la ciudad. Disponen de lo que
llamaremos gobierno local-global. En cambio, las ciudades grandes pre- 147
sentan por lo general una atomización de municipios y gobiernos locales,
tengan o no gobiernos metropolitanos (globales).
Mientras los esfuerzos por definir ciudad han debido tener en mente a
la no-ciudad, esto es, a las estructuras espaciales menores, los esfuerzos
por definir la clase intermedia de las ciudades han debido preocuparse por
marcar diferencias en relación con las ciudades mayores. Ambos esfuerzos
parecen enfrentar dificultades insuperables en términos conceptuales. Sin
embargo, el segundo es aún más difícil que el primero ya que requiere
distinguir entre dos clases de ciudades cuando para éstas, las ciudades a
secas, no se ha logrado una definición teórica clara. Al final, los límites
han sido marcados arbitrariamente -por ejemplo, los que marcan los cen-
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sos entre entidades urbanas y rurales o los que deciden los estudiosos para
determinar, en el caso de cada país, qué rango de tamaños define a las
ciudades “de porte medio”.
Se oye decir por algunas voces disidentes que el Estado que necesitan
hoy los países y sus economías, para competir en el escenario de la
globalización, es pequeño pero no débil, sino que fuerte. La doctrina
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neoliberal imperante promueve, en cambio, su jibarización y debilita-
miento. ¿Qué quiere decir esa combinación de pequeño tamaño y forta-
leza para el caso del gobierno de ciudades intercomunales? ¿Qué
implicancias tendría ese enfoque para la gestión de nivel local? Es más,
¿cómo podría esta última colaborar con la recuperación de un sentido de
gobierno global urbano?
Pero también debemos decir que de alguna forma, tal vez más implí-
cita que declarada, aspiramos a que la nueva gestión urbana pueda ayu-
dar a superar los problemas de las grandes ciudades y no sólo a superar y
prevenir los de las ciudades intermedias. Finalmente, lo que interesa en
el presente proyecto es ayudar a fundar un nuevo estilo de gestión urbana
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Pero ¿cómo podríamos entregar luces para gobernar las ciudades ma-
yores, si nuestra experiencia estará marcada por la decisión de habernos
retrotraído a las ciudades intermedias porque no tienen la complejidad de
las grandes?
La idea de que es posible obtener “orden a partir del caos” está vincu-
lada con la irreversibilidad y con nuestra participación en la construc-
ción de esa realidad. Sea lo que sea lo que llamamos realidad, dicen Ilya
Prigogine, Premio Nobel de Química, e Isabelle Stengers, ella se nos re-
vela sólo a través de la activa construcción en que participamos (Prigogine
y Stengers,1984:293).
El caos que nos parece tan generalizado en las grandes ciudades no es,
en rigor, el reino de lo indeterminado. Esa es la percepción vulgar. Lo
que predomina es más bien el caos en un sentido intelectual y político de
complejidad, difícil de entender y de gestionar. En las ciudades tiene
lugar una gran concentración de fuerzas, mecanismos y relaciones. Byrne
discute la complejidad “caótica” de las ciudades y enfatiza las posibilida-
des que encierra esa complejidad, lo mismo que sus restricciones, con-
cluyendo que la gente puede construir su futuro, aunque no en las cir-
cunstancias de su elección (Byrne, 1997:55).
De tal forma, las oportunidades que brinda el caos para una gestión
urbana local son más claras en las ciudades grandes, porque la compleji-
dad y los conflictos son mayores; y esa experiencia pueden aprovecharla
las ciudades intermedias con “sentido de futuro”. El hecho de tener un
solo gobierno local no otorga necesariamente a las ciudades intermedias 155
una ventaja especial en términos de mayor cercanía a los ciudadanos y
mayor posibilidad de hacer cosas. Los gobiernos locales tienen una ex-
pectante posición para acoger los intereses de los ciudadanos y organizar
formas participativas de gestión. Pero eso puede ser mayor en las grandes
ciudades porque en torno a la complejidad y los conflictos ambientales
emergen espacios de discusión y de acción y nuevas formas de participa-
ción ciudadana y de acción municipal. Reconoceremos esas oportunida-
des como “descentralización política de hecho” en el sub-capítulo que
trata sobre descentralización.
Por otra parte, no todos los sectores o áreas de una ciudad proveen
iguales oportunidades para los negocios inmobiliarios.
La idea de que los lugares y ciudades “con” y “sin” desarrollo son inde-
pendientes entre si, fuera de restar relevancia a la nueva gestión urbana
concentrada en los primeros, caería en antiguas versiones “dualistas” so-
bre la realidad del desarrollo económico latinoamericano que los maci-
zos hechos de la globalización parecen desmentir.
Más adelante veremos hasta qué punto los problemas que aquejan a
las zonas pobres de nuestras ciudades se originan en buena medida en las
zonas “ricas” y en cómo el desarrollo de éstas es apoyado por el Estado
desde la planificación urbana.
En todo caso, la gestión urbana de futuro será aquella que logre “en-
ganchar” a la mayor cantidad de lugares a las dinámicas existentes de
desarrollo urbano, contribuyendo a superar los problemas sociales, de
eficiencia y ambientales que aquejan o amenazan a las ciudades.
Las preguntas claves son: ¿De qué depende que una u otra dinámica
predomine? y ¿Puede hacerse algo desde la gestión pública para influir en
esa combinación de fuerzas?
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En Sabatini (1997a) se describen estos cambios para el caso de Santiago —Chile es el país que primero liberalizó los
mercados urbanos— y se entregan antecedentes sobre parecidas tendencias en otras ciudades latinoamericanas.
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En suma, los desafíos de futuro que los lugares y ciudades “sin” desa-
rrollo plantean a la nueva gestión urbana pueden resumirse en los si-
guientes dos:
D. DESCENTRALIZACIÓN, PARTICIPACIÓN
Y PERSPECTIVAS DE LA NUEVA GESTIÓN URBANA
Una vez que hemos relativizado la importancia de diferenciar ciudades
intermedias de mayores, cuando hablamos de las perspectivas futuras de la
nueva gestión urbana en las primeras, y después de insistir en la necesidad
de reconocer y de promover las articulaciones entre lugares “con” y “sin”
desarrollo, pasaremos a discutir los temas cruciales de la descentralización
y la participación, también desde una perspectiva de futuro.
Las tres primeras motivaciones nombradas que han estado detrás de las
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mos a una dominación acrecentada del tiempo sobre el espacio, del movi-
miento y el cambio sobre la permanencia y las costumbres (Harvey, 1995;
Sabatini, 1991 y 1997g). Estamos viviendo en medio de una vasta coli-
sión entre un espacio económico revitalizado y los espacios vitales de la
gente, que son penetrados, trastocados y muchas veces deteriorados. El
medio ambiente, en general, y los barrios urbanos, en particular, forman
parte de estos espacios vitales agredidos.
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“Es claro que, por una parte, la población se encuentra preparada para habitar con niveles inferiores a los clásicos y,
por otra, que los recursos para dotar a toda la población con elevados estándares no existen. Esto sugiere el examen
crítico de los patrones recurrentes de programación y diseño de soluciones tratando de adaptarlos a las características
de cada lugar” (CEPAL/CNUAH,1991:16).
IV. DIRECCIONES PARA EL FUTURO
Otro hecho que avala la idea que estamos frente a un nuevo tipo de
ciudadano es lo que podríamos llamar la paradoja de la democracia. Al
mismo tiempo que cunde el escepticismo y la desconfianza con la políti-
ca oficial o formal y que aumenta el abstencionismo electoral, los ciuda-
danos latinoamericanos parecen dispuestos a defender la democracia po-
lítica (uno de los nuevos valores “globales”). Es más, en tiempos recientes
la democracia fue defendida en las calles contra hechos de corrupción o
ante riesgos de movimientos no democráticos en países de la región.
Cada proyecto implica un cambio en los usos del suelo. Por medio del
acondicionamiento físico de los terrenos, unas actividades urbanas reem-
plazan a otras o aquellos terrenos son incorporados al uso urbano.
• Dimensión económica.
• Dimensión político-distributiva.
Los efectos de eficiencia tienen que ver con el hecho que los responsa-
bles de los proyectos urbanos -inmobiliarios u obras públicas- no sean
enfrentados con todos los costos que ellos tienen o producen. Los efectos
sobre la equidad se relacionan con el perjuicio que las externalidades
provocan en personas y actividades cercanas a los proyectos que no se
benefician de éstos o no participan en sus ganancias económicas.
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Una hipótesis muy difundida en el mundo y originada en los países desarrollados afirma que la calidad de vida llega
a ser una aspiración sólo después que la gente alcanza un cierto nivel de vida. Los pobres, por tener esa aspiración y
por su búsqueda de la sobrevivencia, serían agentes del deterioro ambiental. Sin embargo, el ecologismo practicado
por los pobres en muchas partes del mundo en desarrollo, aún a costa de las oportunidades de progreso material que
los proyectos podrían ofrecerles, debe llevar a rechazar esta hipótesis (Martínez Alier, 1995; Sabatini, 1997d).
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estos conflictos no tengan una salida negociada sino que diversas modalida-
des de imposición de los intereses dominantes, económicos o de política
pública, que están detrás de los proyectos. Sin embargo, la situación está
cambiando. Hay un número creciente de conflictos que están llevando a la
paralización de proyectos, a la modificación de su diseño o de su localiza-
ción y, en algunos casos, a la formación de mesas de negociación.
Estos conflictos son, sin lugar a dudas, un tema de futuro. Debe con-
siderarse que son, en buena medida, inevitables, porque las externalidades
ambientales que los originan son, en lo referido a su distribución,
inherentemente conflictivas. Es difícil cuantificarlas, identificar sus cau-
sas y responsables y precisar quiénes se benefician y perjudican con su
distribución (Guimaraes, 1991).
Por esta vía puede esperarse que cada uno de estos conflictos desembo-
que en discusiones bastante más de fondo sobre “el tipo de ciudad que
queremos” y sobre la calidad y pertinencia de las políticas urbanas vigentes. 181
Sin embargo, hemos entrevisto que los conflictos pueden ser porta-
dores de oportunidades y no sólo de amenazas. Asimismo, podemos dar-
nos cuenta que la nueva participación parece indisolublemente ligada a
estos conflictos, por su carácter predominantemente reactiva, orientada
a la defensa de la calidad de vida, “tematizada” y puntual.
Esta es, de hecho, una de las facetas positivas de los conflictos ambien-
tales locales. Pueden ayudar a proyectar la participación de los ciudada-
nos hacia temas y controversias de fondo sobre el desarrollo urbano, se-
gún hemos visto. ¿Cómo canalizar adecuadamente estas energías de par-
ticipación y discusión de temas sustantivos sin quedar atrapados en las
menudencias de los conflictos?
Sin embargo, esos mismos ciudadanos que nos resultaban tan esen-
cialmente pasivos -donde la pasividad parecía afincada en la cultura- son
capaces de desplegar una gran energía y sofisticadas formas de participa-
ción frente a un conflicto ambiental.
¿Qué hacer, en este caso, para que los ciudadanos participen en el diseño
de soluciones a problemas tan complejos como el de la congestión? Clara-
mente, no se puede descansar en la producción “automática” de participa-
ción. Entonces, los “programas de participación” de las autoridades -con el
apoyo de ONGs, centros de estudio y otras organizaciones dedicadas a ela-
borar propuestas de solución- tienen una primera responsabilidad.
para que éstos “se den cuenta de que las soluciones decididas por las
autoridades son las mejores porque han sido diseñadas por expertos”.
¿Qué puede hacer la gestión urbana local para canalizar estos conflic-
tos y la participación asociada a ellos, hacia salidas democráticas negocia-
das, evitando excesos de conflictividad y caos y, además, aprovechar las
discusiones de fondo que estos conflictos suscitan?
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Esta sección está basada en Sabatini (1998).
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Como se ve, es un poder de facto que puede sobrepasar con creces los
poderes formalmente otorgados por leyes y políticas de descentralización.
En eso consiste, precisamente, la “descentralización política de hecho”.
Quizás la más obvia de ellas es que mientras más poder tengan los
ciudadanos frente a los intereses económicos y políticos extra-locales,
más neto será ese efecto de descentralización política.
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Tales cambios valóricos van dando lugar a nuevos códigos morales. Si
hoy es posible para una empresa buscar localizaciones alternativas para
sus proyectos, donde no se le hagan tantas exigencias ambientales o de
contribución a objetivos colectivos, ese campo se le está cerrando más o
menos rápidamente. Especialmente, en el caso de los proyectos de inver-
sión que tienen un horizonte de tiempo que excede el corto plazo, los
inversionistas deberán anticipar en sus decisiones presentes el probable
fortalecimiento de estos “espacios políticos homogéneos”, que nadie duda
en pronosticar. Sin embargo, los proyectos inmobiliarios, por lo general,
de corto o mediano plazo para el inversionista (aunque sus externalidades
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En Douglass y Friedmann (1998) se incluyen interesantes trabajos que dan cuenta de estos procesos de ascenso
de la sociedad civil en el mundo. En Sabatini (1998) se hace ese análisis para el caso de los conflictos ambientales
de nivel local.
IV. DIRECCIONES PARA EL FUTURO
se dejen sentir por largo tiempo), permiten una mayor libertad frente a
este futuro emergente. Por lo mismo, el esfuerzo de la ciudadanía y las
autoridades locales por “globalizar” sus conflictos debe ser mayor.
Y una vez que una de esas exigencias se haya traducido en una ley o en
una norma legal, entonces se habrá consolidado un “espacio político ho-
mogéneo”. La relocalización de los proyectos de inversión para escapar a
exigencias ambientales y sociales que aparecen como desmedidas se irá
volviendo una posibilidad cada vez más difícil.
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Incluso, el reciente (marzo 1998) y polémico “Acuerdo Multilateral sobre Inversiones”, impulsado por las naciones
desarrolladas y grandes capitales, como intento por nivelar ( y controlar) las reglas y exigencias que los gobiernos
hacen a los inversionistas, es parte de esta creación de “espacios políticos homogéneos”. A pesar de ser resistido por
los ambientalistas —o quizás por eso— finalmente deberá incorporar un trabajo de nivelación de las reglas ambien-
tales. Fracasó el intento de imponerlo tras las bambalinas en reuniones cerradas en París en días recientes (marzo
1998). Hoy se ha abierto una discusión que involucra a los gobiernos, sus grupos opositores y la sociedad civil
internacional, y de allí tendrá que salir el consenso que lo haga posible.
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194 Por cierto, la politización de los espacios locales como manera de re-
solver el dilema entre competitividad y autonomía plantea muchas du-
das y presenta facetas controversiales.
Es usual que los vecinos que parten por resistir los impactos negativos
de un proyecto sobre su entorno, incorporen pronto en su discurso la
discusión sobre el tipo de ciudad que esos proyectos comportan, y que
esa evolución sea ayudada por la vinculación con otros grupos que en-
frentan problemas similares en otros barrios, ciudades o países. Sin em-
bargo, el rol que el Estado debe jugar en esta forma de “globalización” de
los conflictos locales es insustituible, como destacamos antes. El punto
culmine de la politización del espacio local es la formación de nuevas
leyes y políticas públicas, al igual que la creación de la institucionalidad
para aplicarlas, todas funciones privativas del Estado.
La idea de politizar los espacios locales también parte por asumir que
los conflictos ambientales son inevitables, lo que puede ser claro y acepta-
do en términos generales, pero controvertible en términos prácticos. De
hecho, hay muchos conflictos ambientales que podrían ser evitados con
una adecuada información. Se trata de aquellos que se originan por una
combinación de celo ciudadano, conciencia ambiental y mala información.
Pero hay también quienes están levantando sus voces para señalar la
necesidad de rescatar la esencia del sentido de planificar las ciudades. En
medio de sus graves problemas ambientales, sociales y de eficiencia, se va
fortaleciendo la convicción de que es necesario que las autoridades res-
ponsables del tema puedan prever los problemas futuros y de que tengan
una perspectiva territorial holística o integrada de cada ciudad o región
urbana. Así, está por definirse el papel que jugarán en los estilos emer-
gentes de gestión pública urbana estos dos elementos centrales de la idea
original de la planificación: la anticipación del futuro y la visión
comprehensiva de la realidad.
Aún más, en cierto sentido, sólo existe lo local, y lo global pasa a ser una
ilusión. La ciudad parece estar diluyéndose. Pierde su forma tradicional y
estalla su silueta en mil pedazos. ¿Existe todavía la ciudad? ¿O vivimos en
espacios urbanizados globales, que tienden territorialmente a abarcar vas-
tas regiones nodales y, en el extremo, al planeta? Quién más, sino el Estado,
debe hacerse cargo de recuperar una visión holística de las ciudades, sea
como sea que éstas se definan, y de hacer pesar esa realidad global en las
decisiones y proyectos urbanos que se piensan y deciden localmente.
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• Nuestra esencia física como organismos, que ocupamos, mono-
polizándolo, un espacio o lugar. Lo mismo puede decirse de las
edificaciones y equipamientos a través de los cuales realizamos
nuestras actividades urbanas.
Pero la separación dista de ser tan sólo negativa. Tiene aspectos posi-
tivos para la constitución de grupos e identidades sociales, como hemos
señalado. En lo referente a las externalidades, ocurre otro tanto. De he-
cho, separar a través de la zonificación ha sido la esencia de la solución a
muchos problemas urbanos derivados de externalidades.
En último término, la pobreza que se logró excluir a nivel local como una
externalidad negativa se vuelve contra los habitantes de esos mismos barrios y
áreas en la forma, por ejemplo, de inseguridad en toda la ciudad. Y la reacción
serán las gated communities, o condominios cerrados, el nuevo modelo de
desarrollo residencial que avanza aceleradamente en muchas ciudades occi-
dentales, incluidas las latinoamericanas.10 Los condominios cerrados defien-
10
Para el caso las ciudades de los Estados Unidos, donde el fenómeno se encuentra masificado, ver Blakely y Snyder
(1997).
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Este es un argumento que desarrolla extensamente Jacobs (1961).
12
Como señala Rueda (1994), la falta de diversidad propia de la zona funcional homogénea de la planificación
urbana moderna produce pobreza en materia de intercambios de información.
IV. DIRECCIONES PARA EL FUTURO
Debe señalarse que los usos mixtos pueden definirse de distintas ma-
neras y que no son excluyentes con la zonificación. Más que la “mezcla
total”, que puede resultar impracticable e inconveniente, como hemos
señalado antes, lo importante es reducir la escala de la segregación de
actividades y grupos sociales. Y el manejo delicado de dicha escala y del
diseño urbano micro-espacial, son dos campos de trabajo prioritarios para
el futuro planificador urbano de nivel local. A través de ellos, las
externalidades y los conflictos asociados a ellas pueden prevenirse en al-
guna medida.
La gravedad que cobran los problemas cuando alcanzan una cierta esca-
la es, tal vez, la principal enseñanza que las grandes metrópolis pueden
hacerle a las ciudades intermedias. En el campo ambiental, uno de los
lemas fundamentales es la prevención -pollution prevention pays, reza el
lema en inglés. Resulta socialmente rentable invertir hoy en esa prevención
ambiental, para evitar los problemas futuros que la inacción nos depararía.
Lo mismo podría decirse de otros problemas urbanos globales, como los
de pobreza y desintegración social o como los de transporte y congestión.
Sin embargo, los procesos de cambio que están exhibiendo las ciuda-
des, tanto como sus resultados morfológicos y funcionales, presentan
una extraordinaria similitud entre ciudades de distintos países, niveles de
desarrollo, sistemas políticos y cultura (LILP,1995). Ello podría deberse
a la homogeneización de las pautas de consumo urbanas (o patrones cul-
turales de urbanización); pero también al hecho que en general las gran-
des ciudades realizaron desde los años 60 similares programas de obras
públicas urbanas, especialmente carreteras radiales y orbitales, nuevos
aeropuertos y sistemas de transporte masivo. La influencia de estas obras
sobre la forma urbana en el mediano y largo plazo parece un hecho evi-
dente (LILP,1995), y muy posiblemente ayude a explicar las similitudes
IV. DIRECCIONES PARA EL FUTURO
Tal vez haya que considerar los dos aspectos simultáneamente. En todo
caso, al mirarlos como manifestaciones de energía, los cambios en marcha
pueden entregar pistas sobre espacios de libertad, sobre espacios de inde-
terminación que es posible aprovechar desde los gobiernos locales.
13
En los Estados Unidos se observa una creciente presión ciudadana por contar con programas de “espacios abiertos”
(Tibbetts,1998), como producto de demandas por medio ambiente y calidad de vida.
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IV. DIRECCIONES PARA EL FUTURO
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