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América Latina en los años veinte


Entre los estados de América Latina, algunos, en particular la mayoría de los de América Central y del
Caribe, participaron en la Primera Guerra Mundial al lado de los aliados después de la intervención de
Estados Unidos, mientras que otros, como Argentina, Paraguay, Venezuela y Chile, mantuvieron durante
todo el conflicto una postura de neutralidad más o menos favorable hacia uno u otro de los contendientes.
Muchas veces estas posturas solamente fueron simbólicas.
La economía de estos estados resultó ampliamente afectada y el proceso de expansión se ha comenzado en las
décadas anteriores resultado muy estimulado. Los estados en guerra necesitaban más que nunca los productos
agrícolas y las materias primas de las que América Latina era tradicionalmente exportadora. Las exportaciones
registraron en el curso de la guerra un constante incremento y lo mismo hicieron las importaciones de
productos acabados, en particular desde Estados Unidos. Quedaron así disponibles enormes recursos y resultó
estimulada la reorientación de inversiones hacia el sector industrial y la construcción de infraestructuras y
obras de urbanización. Estás iniciativas atrajo un notable flujo de créditos y capitales desde el extranjero, en
particular desde Estados Unidos. Inglaterra, que antes de la guerra había sido el mayor proveedor de capitales,
vio así como la posición de privilegio que hasta entonces había mantenido se erosionada gradualmente.
Esta prosperidad económica era frágil basada en la exportación de productos agrícolas y de materias
primas y por tanto caracterizada por un alto grado de dependencia de la curva de la coyuntura de los
precios en el mercado internacional.  
Los años 20 fueron para América Latina no sólo años de relativa prosperidad económica ,sino también de
relativa estabilidad política. En algunos países del subcontinente de la estabilidad fue asegurada por formas e
instrumentos tradicionales como la dictadura militar, los del caudillismo más o menos populista, o finalmente,
podían ser los mecanismos experimentados con los que las oligarquías tradicionales solían ejercer su control
sobre la vida pública a espaldas de instituciones democráticas más o menos aparentes. En Argentina, la
victoria de la unión radical en las elecciones de 1916 marcó el principio de un periodo de normalidad
constitucional dominado por la figura de Hipólito Yrigoyen. 
Una década de relativa estabilidad política constituía un lapso de tiempo suficiente y representaba una
ocasión difícilmente repetible para emprender y desarrollar una política de modernización del sistema y de
reformas sociales. 
En México la constitución de 1917 surgida de la Revolución representó un marco de referencia en el que bajo
las presidencias de Obregón (1920-24) y Calles (1924-28), los persistentes contrastes sociales pudieron
encontrar su composición. Dicha constitución previa, en efecto, de la separación del Estado y de la Iglesia, un
objetivo histórico de los movimientos liberales y progresistas mexicanos, y la introducción de medidas de
legislación social que incluían la jornada laboral de ocho horas la institución del salario mínimo garantizado y
el reconocimiento de la personalidad jurídica de los sindicatos. 
En Argentina y Uruguay la introducción del sufragio universal masculino, en 1912 y 1917 respectivamente, y
el consiguiente ascenso al poder de los partidos políticos representativos de las clases urbanas y emergentes
hizo posible una dialéctica política que ya no se limitaba a los contrastes de intereses y a los personalismos
internos de las oligarquías tradicionales e imprimió un mayor dinamismo a la vida política. En ambos países,
así, se introdujo la jornada laboral de 8 horas se reconoció el derecho de huelga y se promovieron una serie de
medidas dirigidas a introducir un sistema de prevención y asistencia. El Partido Socialista Argentino fundado
en 1896, reunió bajo la guía de Juan B. Justo un líder dotado de una fuerte personalidad un apoyo electoral no
despreciable, aunque circunscrito a las áreas urbanas. Los partidos de izquierdas carecían del soporte de una
fuerte organización sindical. Hasta 1929, cuando tras varios intentos fallidos se constituyó la Confederación
General de los Trabajadores (CGT), el movimiento sindical argentino continuó dividido entre dos
organizaciones rivales, la Fora, de tendencia anarquista, y la UGT, socialista. A falta de un arraigo real en
movimiento no fue capaz de controlar la oleada de huelgas que, también en Argentina, caracterizó a la primera

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posguerra. El ejemplo más conocido es el de la <<semana trágica>> de Buenos Aires en 1919, un intento de
insurrección reprimido de forma sangrienta.
En cambio, demostró mayor efectividad del movimiento estudiantil, que se inició en Argentina y se extendió
posteriormente otros países. Los estudiantes reclaman una reforma de la universidad dominada por los
hombres y los modelos culturales de la oligarquía. 

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