Está en la página 1de 30

La Formación Ética de Niños y

Jóvenes
a través de la Literatura y el
Cine
Por Mª Ángeles Almacellas Bernadó
Dra. En Filosofía y Ciencias de la Educación
Licenciada en Filología Hispánica
Profesora de la Escuela de Pensamiento y Creatividad
angeles01@bbvnet.com
(conferencia en el I Congresso Latino de Filosofia da
Educação, Rio de Janeiro, 11-7-2000)

Una de las mayores urgencias de nuestra sociedad es la


formación ética de niños y jóvenes, la renovación moral
de aquellos que van a ser los protagonistas y los
responsables de la andadura de la humanidad y los
destinos del mundo en el siglo XXI. Ahora bien, la
transmisión de los valores ya no puede hacerse, como
antaño, por vía informativa, apoyada en el criterio de
autoridad del educador. Actualmente los jóvenes sólo
aceptan aquello que ellos mismos descubren y
comprueban. Cualquier enseñanza que no les llegue
mediante una pedagogía de la experiencia la sienten
como un atentado a su libertad y, por consiguiente, la
rechazan de inmediato.

El camino de la educación ética de niños y jóvenes no


es, pues, “enseñarles” valores ni mostrarles las normas
morales que precisan para alcanzar su madurez
humana. Los educadores debemos ser guías para
ayudarles a que ellos mismos descubran en qué
consiste una vida fecunda y valiosa y cuáles son las
leyes de su desarrollo como personas; que sean
capaces de discernir qué actitudes los van a orientar
hacia su plenitud y cuáles, por el contrario, los
acabarán agostando.

Para una tarea de tal envergadura y responsabilidad,


debemos, ante todo, determinar con precisión qué es lo
fundamental para alcanzar el pleno desarrollo de la
persona humana y qué aspectos hay que tratar a fondo
para educar de forma sólida y persuasiva a lo largo del
proceso de maduración humana[1].

La palabra clave de esta pedagogía de la experiencia es


“descubrir”.

I - El desarrollo humano, vivido a través de


diversos descubrimientos

1. Descubrir los modos diversos de realidad:


“objetos” y “ámbitos”.

Es esencial para la madurez humana saber distinguir el


modo de realidad que presentan los distintos seres de
nuestro entorno. A nuestro alrededor tenemos
realidades que no tienen poder de iniciativa, como una
piedra, una prenda de abrigo, un utensilio, etc. Las
denominamos “cosas” u “objetos”. Por objeto se
entiende en la filosofía actual toda realidad que es
mensurable, asible, pesable, situable en el espacio y
tiempo, sometible a análisis científico... Estas
realidades están frente al hombre y pueden ser
analizadas por él sin comprometer su propio ser. Un
objeto nos es siempre distinto, externo y ajeno. No
podemos asimilarlo como propio.

Sin embargo, existen también otras realidades que son,


en un aspecto, delimitables, manipulables,
mensurables, pesables, dominables, y, en otro, no. Por
ejemplo, una persona. Ocupa un lugar en el espacio,
puedo medir lo que abarca de alto y de ancho, pesarla,
tocarla, empujarla, levantarla. Presenta los caracteres
de objeto. Pero no se reduce a lo que veo, toco, oigo,
mido... Yo no puedo delimitar lo que abarca en diversos
aspectos –el familiar, el ético, el profesional, el
religioso, el afectivo... El ser humano constituye todo
un ámbito de realidad, que, en cuanto tal, no tiene las
cualidades de un objeto, pero es igualmente real.

Esta condición de ámbito no la presentan sólo los seres


humanos. También la ostentan muchas realidades de
nuestro alrededor. Cojo en mis manos un ejemplar de
la Biblia. Está expresada en un material concreto, el
papel. Como libro, puedo tocarlo, verlo, pesarlo y hasta
rasgarlo. Es un objeto. Pero, como obra –fruto de un
proceso creativo-, supera inmensamente la condición
de objeto. Es fuente de posibilidades y origen de
iniciativas: de lectura silenciosa y reflexiva, de
configuración sonora y verbal, de evocación, de
escucha... Constituye también todo un ámbito.

La distinción aquilatada de los diversos modos de


realidad, objetos o ámbitos, nos lleva a hacer un
segundo descubrimiento.

2. Los distintos modos de realidad piden actitudes


adecuadas.

El reconocimiento de la condición ambital de ciertas


realidades encierra una extraordinaria importancia
pedagógica, pues sólo los ámbitos pueden encontrarse
entre sí, los objetos no. Y el ser humano vive como tal,
se desarrolla y perfecciona creando encuentros. Por
eso, si vemos todo borrosamente y no distinguimos
unas realidades de otras, empobrecemos
peligrosamente nuestra existencia, pues con meros
objetos no podemos encontrarnos. Lo decisivo en la
vida es no rebajar los ámbitos a condición de objetos,
sino más bien elevar todo lo posible los objetos a
condición de ámbitos para poder tener experiencias de
encuentro, que son las que llevan al hombre a su
realización personal. Lo contrario es el reduccionismo,
que consiste en rebajar los ámbitos al nivel 1, el de los
meros objetos.

Cuando yo considero a una persona sólo como un


posible comprador de una mercancía que a mí me
reporta beneficios, sin importarme otra cosa que mis
ganancias, estoy “reduciendo” a esa persona a “medio
para mis fines” y no le otorgo el respeto que exige su
dignidad. Las relaciones en el nivel 1 son egoístas e
implican “manipulación”, que supone el intento de
ejercer una forma de dominio sobre los demás,
mermando o anulando para ello su derecho a la
libertad. Un bolígrafo, yo lo utilizo para escribir, y está
bien así porque no es más que un objeto. Pero si utilizo
la partitura musical de un gran compositor para
encender el fuego, o un violín Stradivarius para
alimentar la lumbre, no sólo estoy ejerciendo sobre
ellos un devastador reduccionismo, sino que me
degrado también a mí mismo y me alejo
irremisiblemente del camino de la madurez humana. En
el nivel 1 no es posible el encuentro y, por tanto, no
me desarrollo como persona.

La sociedad actual organiza campañas antidroga y


grandes programas de prevención de adicciones y de
enfermedades de transmisión sexual. Pero,
paradójicamente, de todos los modos posibles fomenta
el hedonismo, el apego a los beneficios inmediatos y el
utilitarismo. Estimula le permanencia en el nivel 1
mientras intenta prevenir las nefastas consecuencias de
no elevarse de nivel. La contradicción es manifiesta y,
en consecuencia, no cabe esperar más que el fracaso, y
la crisis de valores que estamos padeciendo.

Sin embargo, cuando un joven descubre que la


auténtica libertad y su realización personal sólo pueden
darse en el nivel 2, el de la creatividad, da un paso de
gigante en su madurez humana. El camino para
forjarse plenamente como persona y llegar a ser
auténticamente feliz es, ante todo, hacer justicia a cada
realidad. Esto implica una actitud de respeto, ofrecerle
con generosidad las propias posibilidades y aceptar
agradecidamente las que ella nos otorga; supone
capacidad de asombro y admiración, y participación
esforzada.

Ahora comprendemos la gran importancia pedagógica


de cultivar en niños y jóvenes la sensibilidad para
elevar la mirada por encima del nivel 1 y sobrecogerse
ante lo grandioso, lo bello y lo bueno; aquello que nos
ofrece posibilidades de desarrollo personal pero que
también nos pide nuestra colaboración. Este
intercambio fecundo de posibilidades constituye
propiamente el “encuentro”. Y hoy nos dice la biología,
la antropología, la filosofía, que el hombre es un ser de
encuentro, que vive y se desarrolla como persona
creando experiencias de encuentro. Un proceso
educativo que lleve a la formación integral es aquel que
conduce a elevarse al nivel 2 de creatividad.

Cuando se conocen los distintos modos de realidad y


las actitudes que reclaman cada uno de ellos, se realiza
otro descubrimiento de enorme importancia.

3. Hay que integrar ambos niveles

Dos amigos se encuentran después de un largo tiempo


de ausencia. Se sonríen al tiempo que se estrechan la
mano. En el nivel 1, la sonrisa es un gesto de los
músculos de la cara, se entreabre la boca y las
comisuras de los labios se inclinan hacia arriba. Pero en
el nivel 2, la sonrisa es la expresión de toda la persona
que se alegra a la vista del amigo. Y lo mismo sucede
con la mano: en el nivel 1, una parte del cuerpo de uno
choca contra el otro, como sucede miles de veces en un
transporte público abarrotado de gente. Pero en el nivel
2, en la mano es toda la persona la que sale al
encuentro del amigo para acogerlo. La mano tiene una
dimensión de “objeto” porque es medible, ocupa un
lugar en el espacio, es dominable, etc., pero en otro
sentido es una fuente de posibilidades por cuanto en
ella puede expresarse toda la persona. En los dos
fenómenos expresivos, la sonrisa y el saludo con la
mano, se integran ambos modos de realidad y dan
lugar a un conjunto de sentido. Si prestáramos
atención sólo a una de las dimensiones, por ejemplo a
la belleza física de la sonrisa, el gesto quedaría vacío de
sentido y, por tanto, constituiría una insensatez.

Hay que ejercitar con los niños y jóvenes el saber en


cada momento en qué nivel se están moviendo y
percibir los distintos modos de realidad que integra
cada acción humana. Esto les dará luz para comprender
el valor y rango de sus acciones y les supondrá un
extraordinario enriquecimiento de su personalidad.

Cuando se advierte con nitidez que nuestra vida


constituye un entramado de realidades, actitudes y
acciones que presentan un modo de ser diferente, se
comprende la fecundidad de conjugar ambos niveles de
realidad sin prescindir de ninguno de ellos, y se llega
espontáneamente a otro descubrimiento.

4. Las experiencias reversibles sólo son posibles


en el nivel 2, no en el 1.

Dos personas vamos corriendo y en una esquina


topamos de frente. Hemos tenido un contacto físico
intenso, pero sin ningún valor humano. Tengo un lápiz,
lo empujo y se desplaza. La experiencia es lineal, sigue
el esquema acción-pasión. En ambos ejemplos nos
estamos moviendo en el nivel 1. Pero las mismas dos
personas iniciamos un diálogo, ella me da su opinión
sobre un tema, yo le ofrezco la mía, y juntas buscamos
la verdad en común. Es una experiencia reversible,
ninguna domina ni manipula a la otra, nos respetamos
y nos enriquecemos mutuamente.

Recuerde usted un poema que le impresione


especialmente, memorícelo y recítelo en voz alta.
Repítalo una y otra vez, despacio, escuchando
atentamente; déjese interpelar por su sentido interno,
cambie el ritmo de la declamación hasta sentir que su
voz se ajusta totalmente al poema. A medida que se va
esforzando por darle su expresión perfecta, profundiza
en toda la riqueza que contiene. El mismo poema
“configura” su modo de declamar, pues le “pide” y le
indica el modo adecuado para avanzar por su
significado hasta descubrir el sentido profundo que
encierra, le ilumina para que le llegue a dar su cuerpo
expresivo adecuado. Pero también usted está
configurando el poema. Eran unos trazos de escritura
sobre un papel, mas con su actitud creativa, su voz y
sus sentimientos, vibran de nuevo aquellas mismas
sensaciones que le dieron vida en la pluma de su autor.
Realiza una lectura “genética”: profundiza hasta el
punto de origen del poema para hacerlo de nuevo
surgir a la vida. Usted, lector, está actuando sobre el
poema y, al mismo tiempo, se está dejando llevar por
el cauce que le marca la misma obra. Es una
experiencia reversible: acoge las posibilidades que le
brinda el poema al tiempo que le otorga las suyas
propias y, de alguna manera, le da vida. Nadie domina
a nadie. Usted es autónomo, libre y creativo siendo, al
mismo tiempo, fiel a la verdad de la obra. En toda
experiencia reversible se funda un ámbito de
participación y colaboración, en total respeto a la
libertad. El esquema que vertebra el encuentro es
apelación-respuesta. Este doble ofrecimiento y
aceptación constituye un entreveramiento de ámbitos.

A medida que ganamos madurez en la vida, realizamos


menos experiencias lineales y más experiencias
reversibles. Aunque éstas se producen de modo
especialmente cualificado en la interrelación de dos
personas, un hombre puede también entreverar su
ámbito de realidad y cuanto implica con todos los seres
que presentan condición de ámbito, le ofrecen
posibilidades para actuar con sentido y recibir las que él
mismo les ofrezca. Ahora bien, el encuentro será tanto
más elevado y fecundo cuanto más ricos sean los
ámbitos que entran en relación de presencia para
comprometerse entre sí, colaborar y participar.

El encuentro acontece cuando el hombre abandona el


afán de dominar realidades, reducidas a objetos, y se
consagra a colaborar con ellas, consideradas como
ámbitos. Contrariamente a las experiencias lineales,
que van del sujeto que manda al objeto que obedece
pasivamente, las experiencias reversibles implican
creatividad, y son, por tanto, de una gran fecundidad
para la persona.

Llegados a este punto, realizamos varios importantes


descubrimientos del mayor interés: el del encuentro,
las virtudes, los vicios, los valores y el ideal.

5. El encuentro es el núcleo del proceso


formativo.

En el encuentro no se pierde la identidad personal,


puesto que nadie domina a nadie y la relación es de
compromiso, participación y colaboración. Más aún, a
medida que el ser humano crea formas valiosas de
unidad, ve incrementada su identidad. Entregado a esta
forma de participación activa, hace la experiencia viva
de su carácter dialógico. El hombre es un ser-de-
encuentro, se realiza y se desarrolla como persona
fundando toda suerte de encuentros, sobre todo
personales. Al crear modos valiosos de unidad, el
hombre entra en estado de plenitud, adquiere su talla
de ser humano, se torna verdadero y auténtico, llega a
ser lo que está llamado a ser. Esta llamada a ser
persona en plenitud fundando toda suerte de
encuentros constituye la auténtica vocación del hombre
y llevarla a cabo es su misión en la vida. El encuentro
así entendido es el ideal de la vida humana, y, por
tanto, se convierte en el núcleo o centro de la
formación humana. Centro dinámico, porque constituye
el impulso del desarrollo personal del ser humano.

Una relación de encuentro no se da automáticamente


como fruto de la mera vecindad. Debe ser creada
esforzadamente, mediante el cumplimiento de ciertas
exigencias ineludibles: Generosidad y apertura de
espíritu, equilibrio entre fusión y alejamiento, respeto,
coraje, disponibilidad, veracidad y confianza,
agradecimiento, paciencia, capacidad de asombro y
sobrecogimiento, comprensión y simpatía, ternura,
amabilidad, cordialidad, fidelidad... Estas exigencias
constituyen los valores.

Los valores no hacen referencia sólo a cualidades de


preferibilidad, bondad, atractivo, sino a esas ideas que
marcan al hombre una orientación fecunda para su
vida. Todo lo que contribuye a realizar la vocación del
hombre y cumplir su misión en la vida encierra un
valor. Vistos así, los valores son fuentes de
posibilidades para actuar con pleno sentido.

Cuando un hombre asume los valores y los realiza en


su vida, los convierte en virtudes. Éstas son, pues, los
valores asumidos por nosotros, y suponen una forma
de conducta que capacita para fundar verdaderas
relaciones de encuentro. Lo contrario son los vicios,
que dificultan o imposibilitan la creación de encuentros.
De ahí que el ser humano, para desarrollarse como tal
y llegar a ser persona en plenitud, debe ejercitar las
virtudes y evitar los vicios.

Al fundar relaciones de encuentro, experimentamos los


frutos de éste: nos da energía, alegría, entusiasmo,
felicidad, paz y amparo. Con ello, nuestra existencia
humana se colma de sentido y descubrimos que crear
encuentros –modos elevados de unidad- constituye el
valor supremo, es decir el ideal de la vida, el que
inspira e ilumina todos los demás y los sostiene como
una clave de bóveda.

6. El ideal ajustado a nuestro ser es el de la


unidad

El ideal de nuestra vida no es una mera idea; es una


idea motriz, que nos impulsa a vivir con intensidad.
Encarna el valor más alto que deseamos lograr, el que
ensambla a todos los demás, los ordena y les da
sentido. Por eso, dinamiza nuestra actividad. Los
valores apelan al hombre, piden ser realizados, siempre
con vistas al ideal auténtico, el que se ajusta al ser del
hombre, que es el ideal de la unidad.

Si tiendo a ver las realidades de mi entorno en todas


sus dimensiones, objetiva y ambital, y adopto la actitud
adecuada respondiendo a la apelación de los valores,
cumplo las exigencias del encuentro y practico las
virtudes. Esta actitud de entrega al ideal auténtico de la
unidad me eleva a lo mejor de mí mismo, me sitúa en
vías de plenitud. Mi vida se dinamiza y adquiere vigor,
pues el encuentro es fuente de energía, decisión,
sentido, belleza y luz. Pero si, por el contrario, adopto
una actitud de egoísmo, me dejo llevar por mi deseo de
dominar y poseer, y reduzco las realidades a meros
objetos para mi propio provecho, amenguo al máximo
mi capacidad de fundar modos de unidad con las
realidades circundantes, y me destruyo como persona.

Esta disyuntiva en la que debemos forzosamente elegir,


nos lleva a un nuevo e importantísimo descubrimiento:
los procesos de fascinación o vértigo y de éxtasis o
encuentro.

7. La articulación de los procesos de vértigo y


éxtasis.

El encuentro es el núcleo de la formación humana, y,


por tanto, es de primordial importancia descubrir qué
actitudes nos orientan hacia el ideal de la unidad y qué
otras nos alejan de él.

a) Experiencias de vértigo o fascinación.

Si un hombre adopta en la vida una actitud egoísta,


tiende a tomar los seres que le rodean como medios
para sus fines. Cuando se encuentra con una realidad
que le ofrece satisfacciones inmediatas, se deja fascinar
por la ambición de dominarla y poseerla. Al obtener las
ganancias deseadas, le invade la euforia, una intensa
exaltación interior, pues siente que va a alcanzar una
inmediata y gratificante plenitud personal. Pero esta
euforia febril poco tarda en convertirse en tremenda
decepción cuando comprueba que posee esa realidad,
pero no puede encontrarse con ella por no cumplir las
exigencias del encuentro. Al darse cuenta de ello,
siente una profunda tristeza.

Cuando este proceso se repite una y otra vez, se da


cuenta de que está bloqueado, no se desarrolla como
persona, y, como crecer es ley de vida, se ve
enfrentado a una exigencia de su propio ser. Su actitud
egoísta le repliega sobre sí mismo en un sombrío
aislamiento que le vacía de cuanto es necesario para
llevar una vida auténticamente personal. Al asomarse a
esa oquedad interior, siente una especie de vértigo
espiritual: es la angustia, la sensación de vaciamiento
total y de soledad radical. El hombre angustiado se
siente inseguro, flotando sobre la nada. Esta
inseguridad lo lanza a la búsqueda agitada de
sensaciones que lo liberen de su angustia. Pero no
tarda en comprobar que su angustia es irreversible,
porque ha cegado todas las puertas hacia la plenitud
personal. Siente entonces asfixia espiritual, la amarga
desesperación de verse anulado como persona. Se
entrega entonces a un frenesí destructor para buscar
una última ilusión de afirmación y fuerza.

El hombre de vértigo busca la felicidad en la entrega al


halago inmediato, y se encamina irremisiblemente
hacia su propia destrucción física o moral. El proceso de
vértigo o fascinación no exige nada al principio,
promete ganancias sin fin y acaba quitándolo todo.

b) Experiencias de éxtasis o de encuentro

Si, en vez de egoísta, el hombre es generoso, no se


entrega pasivamente al halago del dominio y a la
satisfacción de sus apetencias y deseos más bajos e
inmediatos. Respeta las realidades de su entorno, les
ofrece sus posibilidades y acepta las que ellas le
otorgan. Al responder generosamente a las realidades
que lo apelan, se enriquece, desarrolla su modo de ser,
y esto le produce alegría. Cuando se vincula a una
realidad muy valiosa que le ofrece grandes
posibilidades para elevarse a lo mejor de sí mismo, la
alegría adquiere un grado máximo que se llama
entusiasmo. Esta elevación a un plano superior de
desarrollo personal constituye el “éxtasis”, del griego
“ec-stasis”, ‘salir de sí’.

Al adoptar como ideal en la vida el fundar modos


elevados de unidad con las realidades circundantes, el
hombre gana libertad interior, la capacidad de ejercer
el señorío sobre las propias pulsiones internas y elegir
en cada momento con vistas a la realización del ideal,
no a la satisfacción de las apetencias inmediatas. La
libertad auténtica exige un proceso esforzado, pero
finalmente es fuente de una profunda felicidad, porque
el hombre cobra conciencia de estar en vías de
plenitud, de estar realizando su propia vocación y
misión en la vida. El ideal del aislamiento egoísta
bloquea al hombre y lo destruye. Por el contrario, el
ideal de la entrega oblativa lo eleva a su cota más alta
de perfección. Al acercarse a la plena realización de su
ser, el hombre se siente inundado de felicidad, y,
consiguientemente, de sentimientos de paz, amparo,
júbilo festivo.

II - La experiencia literaria y la cinematográfica


clarifican los descubrimientos antedichos

Es decisivo para la formación de niños y jóvenes que


realicen los descubrimientos que acabamos de reseñar.
Si se los describimos de la forma indicada, sobre el
telón de fondo de su experiencia diaria, ellos pueden
revivirlos de alguna forma y hacerse una idea vivaz de
su proceso de desarrollo personal.

Esta idea se clarifica e intensifica si les enseñamos a


ampliar su experiencia personal mediante la lectura
atenta de obras literarias de calidad y la contemplación
penetrante de obras cinematográficas especialmente
valiosas.

1. Ética, literatura y cine

La Ética estudia las actitudes que conducen al hombre


a su desarrollo personal o bien a su destrucción. Las
obras literarias o cinematográficas de calidad describen
ambos procesos de forma concreta. Distraen al lector o
al espectador porque le permiten inmergirse en la
trama de otras vidas, a menudo apasionantes. Pero
bajo la trama de hechos que constituyen el argumento,
se despliega todo un tejido de “ámbitos de vida”,
enlazados entre sí en una lógica interna, que puede ser
constructiva o destructiva. Descubrir esta lógica tiene
un gran poder formativo porque nos permite discernir
el carácter y las consecuencias de ciertas actitudes. El
análisis de grandes obras de la literatura y el cine
puede arrojarnos torrentes de luz sobre lo que es
nuestra realidad personal y lo que hemos de hacer para
llevarla a plenitud.

Para penetrar en el tema profundo de la obra, tenemos


que verla por dentro, como si fuéramos el mismo autor
que la va creando. Este análisis “genético” es el que
propone el “Método lúdico-ambital”[2]. Vistas a la luz
de este modo de lectura, las obras no quedan limitadas
a la narración de una historia ajena a nosotros, sino
que nos descubren formas de orientar la existencia, y
el desarrollo lógico de los procesos humanos básicos.
Constituyen toda una lección de sabiduría y, por tanto,
encierran un enorme valor formativo[3].

2. La obra literaria y cinematográfica

El hombre es corpóreo-espiritual y, por tanto, se


mueve inevitablemente en distintos niveles a la vez, el
psicológico-afectivo, el espiritual creativo, el fisiológico,
etc. Supone un enorme interés para la madurez de la
persona advertir en qué plano se está uno moviendo en
cada momento. Al acercarse a la obra contemplándola
como un campo de juego que les invita a la
participación, los alumnos descubren que las realidades
objetivas no son las únicas, sino que hay otras formas
superiores de realidad, las ambitales, con las que es
posible establecer relaciones de encuentro; aprenden a
diferenciar los distintos niveles de realidad, los objetos
y los ámbitos, y las diversas actitudes ante ellos: la de
manejo de objetos y la de creatividad. Para ser
creativo, debe uno estar abierto a las realidades del
entorno y entreverar las propias posibilidades de juego
asumiendo las posibilidades que le ofrece, a su vez,
cada una de esas realidades.

En el delicioso cuento de Charles Perrault El gato con


botas[4], el protagonista de la historia le quiere
demostrar a su amo que la verdadera riqueza no
estriba en la posesión de muchos bienes, sino en
elevarse de nivel, en adoptar una actitud creativa para
fecundar así las realidades de nuestro entorno. Le pide
unas botas para andar, porque no se limita a actuar
como podría esperarse de un gato (sería el nivel
meramente biológico, no creativo), sino que va a “ir
más lejos”, se va a abrir a la novedad, desplegando
toda su inteligencia para favorecer a su amo (se eleva
de nivel al adoptar una actitud creativa). La creatividad
implica contemplar las realidades del entorno no como
objetos dotados de una utilidad inmediata sino como
ámbitos, es decir, como fuentes de posibilidades. Ser
creativo supone apertura y disponibilidad para ofrecer
las propias posibilidades y receptividad para aceptar las
que otorgan las realidades del entorno. Las botas son el
símbolo de su apertura y disponibilidad, mientras el
saco que se cuelga al hombro simboliza la receptividad.
Finalmente consigue que su amo se instale
definitivamente en el nivel de la creatividad (llega a lo
más alto: ser yerno del Rey), despliegue todas sus
facultades (enamora a la hermosa princesa) y alcance
así la felicidad.

3. El realismo de las obras literarias y


cinematográficas

Una obra[5] es la plasmación de los acontecimientos y


las realidades nucleares que vertebran la vida humana
y le dan sentido o la despojan de él. Podemos
inmergirnos en la obra de forma activa, participar y
dialogar con ella, recrearla en cierto modo porque no es
un mero objeto, producto de una actividad fabril, sino
que ostenta un rango superior, es una realidad ambital.
Es el lugar vivo del encuentro del autor con la realidad,
que se ofrece como una invitación al lector-espectador
a penetrar comprometidamente en el campo de
juego[6] que constituye, y que le brinda posibilidades
de comprender algún aspecto importante de la vida. Es
una ficción en el sentido de que los hechos que narra y
los personajes que aparecen no se dan en la vida real,
pero al mismo tiempo es plenamente realista por
cuanto presenta y relaciona, en su lógica interna,
experiencias y procesos humanos básicos. El realismo
de una obra de calidad no se basa en una mera
mímesis o reproducción de la realidad cotidiana, la
descripción de hechos concretos que hayan sucedido
entre personas históricamente reales. Supone que en
su interior palpitan y se afanan seres humanos
entregados al oficio de vivir, con sus encuentros y sus
desencuentros, sus valores y sus contravalores, sus
grandezas y sus miserias. La imaginación creadora no
opera con lo irreal, sino con lo ambital.

La película de Roger Ford Babe, el cerdito valiente,


basada en la obra de Dick King-Smith es un cuento
infantil cuyos personajes principales son animales, pero
encierra una profunda lección sobre la importancia
decisiva de adoptar en la vida una actitud creativa y
fundar vínculos valiosos con las realidades
circundantes. Babe, el simpático cerdito, se forja a sí
mismo en un proceso exigente, esforzado y duro,
siempre en actitud de encuentro generoso y
comprometido, y acaba alcanzado su plenitud. Pero si
nos elevamos al nivel ambital, vemos que Babe no
puede entenderse sólo como un ser individual, sino que
alude al modo cómo el hombre alcanza su plenitud
como ser humano: Fundando modos elevados de
unidad, ofreciendo a otros sus posibilidades para actuar
con sentido y recibiendo las que se le otorgan, adquiere
su talla de ser humano y se torna verdadero y
auténtico.

4. El lector-espectador

Para captar la esencia de una obra en toda su riqueza,


el lector debe acercarse a ella en actitud abierta y
generosa, mirarla no como un objeto sino como un
ámbito de realidad con el que es posible participar de
manera creativa y fundar un campo de juego común.
Tiene que asumir activamente las posibilidades que le
brinda la narración para descubrir el tema profundo que
encierra, y dejarse interpelar por las experiencias
humanas que allí aparecen. El tema nuclear de una
obra lo constituyen el tejido de ámbitos que se van
creando y destruyendo a lo largo de una experiencia
vital, y la lógica interna que los articula.

El lector entra en ese campo de juego que es la obra y


se encuentra dialógicamente con aquella misma
realidad con la que se encontró el autor, y rehace así
las experiencias básicas que encierra. Los personajes
vivos y humanos pueden estar “retocados”, estilizados,
exagerados o caricaturizados por el artista que los
plasmó en el papel o en el celuloide, según su forma
peculiar de verlos y encontrarse con ellos. Lo
importante es captar su profunda humanidad. Collodi y,
más tarde, Walt Disney ahondaron en el drama de la
responsabilidad y el protagonismo de un niño en su
propio proceso de desarrollo como persona, y surgió el
entrañable muñeco de madera. Pinocho no es una
figura sin hondura, sino que, bajo su aspecto de
marioneta, se desarrolla, en su lógica interna, todo un
proceso de vértigo, primero, y un proceso de éxtasis
después[7].

Cada obra de calidad brinda al lector-espectador una


posibilidad de encuentro si éste rechaza la objetivación
reduccionista y se acerca a ella dignificándola,
elevándola a la condición de ámbito. La obra deja
entonces de ser un objeto externo, extraño, pasivo,
cerrado e inerte, para convertirse en algo muy íntimo
que le va "pidiendo" su aportación para salir a luz. En el
campo de juego común en que participan obra y lector,
nadie posee a nadie, nadie anula a nadie, sino al
contrario: el lector pone toda su habilidad, su
sensibilidad, su capacidad creativa para configurar una
obra ya previamente llena de vida.

Al adoptar una actitud creativa y abrirse a una forma


relacional de contemplar la obra, ésta se le revela como
la plasmación de experiencias humanas básicas y ve
cómo su propio perfil de ser humano palpita en la obra,
se va encontrando consigo mismo. Dumbo, el elefante
orejudo que da nombre a la película de Walt Disney, es
tratado sin respeto de dos modos distintos. Primero,
porque los “pre-juicios” sobre cómo debería ser un
cachorro de elefante hacen que se le desprecie por ser
distinto. Y después, porque se le reduce a objeto para
un número de circo, sin ninguna consideración a sus
sentimientos ni a su rango personal. Un pequeño ratón
le ofrece su amistad. No lo trata como a un objeto sino
que lo estima como un ámbito digno de respeto, lo
acoge generosamente, se solidariza con su situación y
lo ayuda a adoptar una actitud creativa y recuperar la
confianza en sí mismo.

Cuando analizan la ingenua historia de Dumbo con el


método lúdico-ambital, los niños descubren que la
relación de encuentro supone que dos o más ámbitos
se esfuerzan solidaria, activa y creativamente en una
misma tarea, y que ese entreveramiento de ámbitos
tiene unas exigencias de respeto, confianza,
generosidad, porque debe llevarse a cabo desde la
libertad. Esto les lleva a asumir su propia
responsabilidad de estar atentos a las realidades de su
alrededor y tratarlas según su rango y dignidad,
respetándolas siempre y colaborando con ellas.

El alumno debe hacerse cargo de toda la riqueza que


pueden encerrar unas sencillas frases y captar el valor
profundo de las cosas y sucesos que acontecen en la
narración. A medida que va siendo capaz de penetrar
en la forma y el significado de los textos y se eleva al
nivel del sentido, aprehende realidades que tal vez le
eran desconocidas o le habían pasado inadvertidas
anteriormente; aprende a ajustar su pensamiento, a
pensar con rigor, y, consecuentemente, crece también
en él la capacidad de expresarse con rigor. Volar tiene
siempre el significado de desplazarse en el aire. Pero
en la fábula Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, se
le añade un sentido de gran riqueza: simboliza el
esfuerzo personal por superar las limitaciones de la
actitud objetivista, y la búsqueda de la plenitud
personal:

"Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la


Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría
Juan por las tardes, en la playa-, y el vuelo de alta
precisión es un paso hacia la expresión de nuestra
verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo
cuanto nos limite. Esta es la causa de todas estas
prácticas a alta y baja velocidad, de estas
acrobacias..."[8].

La lección de ética que se desprende es de suma


importancia: ser capaz de comprender aquilatadamente
evita ser manipulado, garantiza la propia libertad y
abre inauditas posibilidades de realización personal[9].

5. Normas de trabajo

La aplicación del análisis de obras y el consiguiente


debate en el aula exigen unas normas comunes de
elaboración ya que la manera de avanzar juntos es
estar situados en un mismo plano. El alumno debe
adaptarse a dichas normas con una actitud activa y
creativa. Éstas se convierten entonces en el medio en
el que pueden encontrarse la obra y cada intérprete y
enriquecerse mutuamente todos los miembros del
grupo. Las normas de trabajo no condicionan ni
reducen las posibilidades de nadie, sino que
constituyen propiamente el cauce por el que el lector-
espectador se mueve con total libertad, pone en
ejercicio toda su energía creativa y alcanza una forma
elevada de unidad con la obra literaria.

Cuando el joven comprende que seguir las normas de


trabajo no sólo no ha cercenado su libertad de juicio,
sino que la ha hecho posible, aprecia todo el valor de
su propia actividad creativa en el cumplimiento de las
normas. Ha descubierto por sí mismo que cualquier
norma es buena y auténtica si encierra un valor, es
decir, si le ofrece posibilidades de juego creador. De lo
contrario, si no tiene carácter ambital, significará una
imposición por afán de dominio. La distinción entre
unas y otras es de suma importancia. En un sentido
para ser capaz de moverse con fecunda creatividad
entre las primeras, y en otro para ser celosos de su
auténtica libertad y no dejarse manipular.

En Juan Salvador Gaviota, la Gaviota Mayor, con el


peso de la ley, pretende coartar la libertad y el afán de
ser creativas de las gaviotas. Pero Juan las insta a
ganar la suprema libertad del vuelo, frente a la
sumisión a la ley del conformismo alicorto:

«La única Ley verdadera es aquella que conduce a la


libertad -dijo Juan-. No hay otra»[10].

6. Las leyes del desarrollo humano

El hombre es un ser-en-relación, y, por tanto, el


“encuentro” es el supremo ideal que otorga sentido a la
vida del ser humano[11]. El encuentro sólo es posible
entre realidades que presentan una vertiente objetiva y
otra ambital. Para poder tener una experiencia de
encuentro con una de estas realidades hay que
contemplarlas en su conjunto, distinguiendo y al mismo
tiempo integrando ambos niveles, valorando la función
de cada uno de ellos en el conjunto y la superioridad de
unos sobre otros.

La primera tarea que exige el método lúdico-ambital de


análisis es fomentar en el alumno la capacidad de
distinguir los diferentes niveles de realidad, reconocer
los diversos sentidos que puede presentar un texto,
calibrar su importancia y captar su mutua relación;
debe darse cuenta de que el valor simbólico brota de
un entreveramiento de ámbitos, que se da,
consiguientemente, en un nivel ambital y no objetivo.

Es esencial para la formación humana que se cultive la


capacidad de ir más allá de lo inmediato, de lo objetivo,
la capacidad de profundizar para descubrir que el
primer valor que se percibe remite a valores todavía
más altos que hay que alcanzar. Porque si uno se
queda en la primera vertiente, es decir, en la objetiva,
ahoga el sentido de la existencia del hombre y aboca a
las experiencias de vértigo. Nada más importante que
comprender bien el proceso de las experiencias
humanas básicas, las de vértigo o fascinación y las de
éxtasis o encuentro.

7. Clarificación de los procesos humanos básicos

a) Proceso de fascinación o vértigo

El hombre de vértigo ve las realidades de su entorno


como “objetos” para satisfacer sus propios deseos, y,
consecuentemente, es incapaz de responder a las
apelaciones de las realidades ambitales, fundar campos
de juego y tener encuentros. Encerrado en sí mismo,
en una soledad absoluta, carente de sentido porque no
se desarrolla como persona, llega a perder su propia
identidad. Al anular el encuentro, el vértigo le
enceguece para los valores. Es cierto que en un
principio le produce exaltación, porque al comienzo el
vértigo lo promete todo, aunque en realidad no sólo no
da nada sino que lo quita todo. El hombre fascinado
puede incluso sentirse seguro, por dominado o por
dominador, pero como en realidad es incapaz de
establecer ningún modo valioso de unidad, se va
quedando en vacío, desvalido, y le va invadiendo un
sentimiento de tristeza. Para evitar ese desamparo se
lanza desesperadamente en pos de más realidades
fascinantes. Pero eso no hace más que alejarlo más y
más de cualquier posibilidad de encuentro, y la tristeza
se va convirtiendo en angustia, hasta desbordarse en la
desesperación. El que se entrega al vértigo acaba
ahogado en el absurdo que supone renunciar a
cualquier relación de encuentro. La consecuencia final
es la destrucción, la suya propia y la de su entorno.

En la película Pinocho[12], cuando el muñeco de


madera va camino de la escuela para iniciar el proceso
de su formación, se deja fascinar por la falsa promesa
de grandes ganancias inmediatas y corre tras el zorro
Juan y Gedeón. En el teatro de Romboli, en una imagen
plástica de la esclavitud en que ha caído creyendo
caminar hacia la libertad, aparecen junto a él otras
marionetas movidas por hilos entre los cuales se
envuelve el pobre Pinocho mientras sigue cantando
“Soy libre y soy feliz”.

Pinocho es liberado, pero no tarda en caer de nuevo en


las redes del tentador, y se dirige con su compañero
Polilla a la “isla de los juegos”, en la que “no se
estudia”, “todo es de balde”, “puedes hacer lo que
quieres”, “nadie te dice nada”, “hay mucha comida y
mucha bebida”... El proceso de vértigo está
perfectamente expresado en la frase de Pinocho
“Portarse mal es divertido” y en las figuras negras y
siniestras que cierran con llave las lúgubres puertas y
van a preparar las jaulas, en tanto que la feria aparece
silenciosa y vacía. Mientras tanto, Pinocho sigue
haciendo todo lo contrario de lo que lo desarrollaría
como persona. Fumar y beber son el símbolo de cómo
Pinocho –en el nivel espiritual- se está encaminando
hacia la destrucción, que queda reflejada en los niños
convertidos en burros. Le preguntan a uno de ellos
cómo se llama y contesta con un rebuzno. Se ha
despersonalizado totalmente, ha sido destruido.

Entregarse a un proceso de vértigo se paga a un precio


muy alto (“Silencio, se han divertido los niños, ahora
que paguen”), implica ir deformándose como persona,
avanzar por el camino contrario del que le llevaría a su
desarrollo, a la plenitud y, por tanto, a la felicidad.

b) Proceso de éxtasis o encuentro

Por el contrario, el éxtasis es, en principio, muy


exigente, pues supone el olvido de los propios intereses
egoístas de obtener ganancias inmediatas de realidades
y acontecimientos. Exige mucho pero, a diferencia del
vértigo que no da nada, el éxtasis lo da todo al final. El
proceso de éxtasis tiene lugar cuando un hombre
sensible a los valores es atraído por una realidad que le
ofrece posibilidades de juego creador, y adopta ante
ella una actitud de apertura y colaboración. El éxtasis
fomenta las relaciones de encuentro, es fuente de luz
para captar los grandes valores y confiere al hombre
identidad personal, en cuanto lo orienta hacia la meta
valiosa que es su pleno desarrollo.

En el cuento de Mme Leprince de Beaumont, La Bella y


la Bestia[13], el monstruo actúa como un amigo de
verdad y busca generosamente el bien de la amada aun
a costa de su propia desgracia. Su disposición hace
posible el encuentro con la Bella. El encuentro lleva
todo a su plenitud. Al patentizarse la verdad de una
realidad, surgen sus cualidades y resplandece su
belleza profunda. Creando formas de encuentro, el
hombre se desarrolla como persona, y esto le produce
alegría; al sentir que se eleva a lo mejor de sí mismo,
le invade el entusiasmo, que hace brotar en él un
sentimiento de optimismo ante la vida, de felicidad
interior y júbilo festivo. Del encuentro brota siempre la
fiesta:

«Apenas hubo pronunciado estas palabras cuando vio


el castillo refulgente de luces. Se oía música y se veían
fuegos artificiales, como si se estuviera celebrando una
gran fiesta; se volvió hacia la Bestia de terrible
aspecto, y cuál no sería su sorpresa al ver que había
desaparecido. A sus pies vio un príncipe más hermoso
que la luz del sol, que le daba las gracias por haber
acabado con su encantamiento»[14].

Si el proceso de vértigo estaba jalonado por


sentimientos de tristeza, angustia, desesperación y
destrucción, el de éxtasis lleva al hombre a su
perfeccionamiento espiritual y llena su vida de ilusión.

8. La riqueza de los valores

Los procesos de vértigo y de éxtasis han quedado ya


bien comprendidos por el alumno: las fuerzas
instintivas han tirado de Pinocho y de su amigo Polilla,
les han hecho ver un espejismo de ganancias o de
placeres, y finalmente los han anulado. Por el contrario,
Juan Salvador Gaviota ha sabido salir de sí para
realizarse, ha sido dueño de sí mismo, libre para
elevarse hacia lo valioso, incluso al precio de un gran
sacrificio como el de entregar la propia vida; no se ha
quedado en lo objetivo inmediato -la comida y la
seguridad-, sino que ha creído en la existencia de un
valor más elevado –la libertad fecunda-, y,
comprometiéndose con él, lo ha encontrado.

El rango de cada valor se mide por su eficacia para


conducir al hombre a su realización personal. El que
opta por esa meta de plenitud humana, acepta los
valores desde la fe y la generosidad, es decir, en
actitud de encuentro; ve cómo dichos valores se le
revelan en un campo común de juego, cómo le invitan
a acogerlos con desprendimiento y a darles vida en
acciones concretas de su propia vida. Acoge el valor
como un don, con confianza y agradecimiento, y
colabora con él generosa y esforzadamente. Es una
relación dialógica: los valores promocionan al hombre,
lo conducen a su meta, suscitándole al mismo tiempo
su participación en ellos. Los valores no se imponen a
sí mismos sino que ofrecen posibilidades de realización
personal a quien se muestra creativo. Cuando Pinocho
se entera de que su padre está en el fondo del mar,
dentro del vientre de la ballena Monstruo, sale
corriendo para intentar salvarlo a pesar de los peligros
que puedan acecharle. Esta disposición generosa
encamina a Pinocho por la vía del éxtasis o la
creatividad. Al llegar a la orilla, Pinocho aparece
ahogado sobre la arena. Pero en realidad quien ha
muerto es el títere sin personalidad que se dejaba
manipular y reducir al nivel de los meros objetos. Su
proceso de formación ha terminado, ya no es un
muñeco de madera ni tiene deformaciones, sino que es
«un niño de verdad». A su alrededor todo es paz y
felicidad.

El valor, lo valioso, es por principio deseable, y lo


auténticamente deseable para el hombre es la realidad
que mejor promocione sus posibilidades humanas, que
lo haga más plenamente hombre. Por eso es de suma
importancia que lo que se desea sea analizado a la luz
de ese valor último y excelso, para no lanzarse
vertiginosamente a la búsqueda de lo apetecible sin
una visión totalizadora de la realidad en sus vertientes
objetiva y ambital. A través de la delicada y
hermosísima historia de La Bella y la Bestia, su autora,
Mme Leprince de Beaumont, muestra que lo realmente
valioso, aquello que nos da la felicidad, no son los
objetos que poseemos, sino los valores que alcanzamos
elevándonos al nivel de la creatividad y abriéndonos a
la experiencia del encuentro. De lo contrario, si nos
quedamos en la primera figura chata que nos invita a
poseerla nos encaminamos hacia nuestra propia
destrucción.

Los ejemplos vivos que el intérprete-lector ha seguido


desde su génesis le han demostrado que las
experiencias de vértigo alejan al hombre de los valores
y lo arrojan al vacío, mientras que las experiencias de
éxtasis son modos de encontrarse con los valores que
llevan al hombre a su pleno desarrollo como ser
humano. Los valores no son ya para él realidades
extrañas y ajenas, sino apelaciones llenas de
sugerencias de grandes posibilidades, a las que merece
la pena responder comprometidamente.

Conclusión

El niño tiene en sí mismo la capacidad de pensar, y a


nosotros nos corresponde enseñarle a “pensar bien”,
ayudarle a ajustar su mente a cada tipo de realidades y
acontecimientos. Orientarle para que aprenda a
distinguir, con tanto rigor como naturalidad, 1) unas
realidades de otras -objetos o ámbitos-, 2) el distinto
rango de los planos de realidad correspondientes a los
meros objetos y a los ámbitos, 3) las actitudes
adecuadas a cada modo de realidad; 4) las diferentes
formas de unión que puede crear con los objetos –
unión de mera vecindad física- y con los ámbitos –
unión de entreveramiento propia de las experiencias
reversibles-. Con ello aprende a reflexionar, a no
quedarse en la primera impresión u opinión y mirar las
realidades en su mutua vinculación.

Mediante la reflexión descubre los procesos básicos del


desarrollo humano y conoce qué actitudes lo agostan
como persona y cuáles, por el contrario, lo llevan a
plenitud. Este descubrimiento le facilita elementos de
juicio suficientes para elaborar sus propios juicios de
forma coherente y bien fundamentada antes de
formarse una opinión, adoptar una actitud y tomar una
decisión. Esto significa que, de forma totalmente
natural y espontánea, aprende a jerarquizar los valores
con la fuerza que le brinda el ideal que le mueve y le
atrae.

No es necesario que una obra contenga valores o


criterios morales para que sea éticamente provechosa
para el educando, siempre que sea de calidad y él haya
aprendido a interpretarla: los alumnos “entran” en la
historia y la piensan, la reviven empatizando con los
personajes, entienden su lógica interna, buscan
alternativas, y esa experiencia de vida les da luz para
comprender su propia realidad. Si enseñamos a los
niños y jóvenes a leer la honda vida humana que
encierran las obras, les enseñamos al mismo tiempo a
interpretar la vida en general, y, por consiguiente, a
reflexionar sobre sus propios conflictos vivenciales.

Cada obra será una nueva experiencia de vida, una


nueva exigencia de interpretación y elaboración de
juicios de valor. De este modo, el “método lúdico-
ambital” de análisis que propone la Escuela de
Pensamiento y Creatividad no queda limitado a una
actividad que solamente pueda realizarse en una etapa
concreta; se convierte en un valioso recurso
pedagógico para todos los niveles de la escolarización
con sólo elegir las obras literarias o cinematográficas
adecuadas.

A través de los análisis realizados con el método lúdico-


ambital, el joven intérprete se hace cargo de lo que
implica esa realidad dinámica que es la persona
humana y realiza dos descubrimientos decisivos para
su formación integral:

1. Aprende lo que significa pensar con rigor y conceder


a la propia inteligencia las tres condiciones que la
llevan a madurez: largo alcance, amplitud y
profundidad[15]. Estas condiciones no se consiguen
con técnicas de adiestramiento de la mente, sino que
exigen poner la mente en tensión, para ver más allá de
lo inmediato, considerar varios aspectos de la realidad
al mismo tiempo, y ahondar en la articulación profunda
de las experiencias[16]. Las tres dimensiones de la
inteligencia suponen el ejercicio de un pensamiento
riguroso y la voluntad de vivir de forma creativa.

Largo alcance

Debemos ejercitar la capacidad de superar las


apariencias, penetrar en cada una de las realidades y
captar su sentido profundo. Esto supone hacer justicia
a cada realidad, no violentarla, y reconocer en cada
instante en que nivel de realidad nos estamos
moviendo.

La mera ausencia de trabas puede parecer a primera


vista la forma óptima de libertad, pero una inteligencia
de largo alcance penetra más allá de la apariencia y se
percata enseguida de que la libertad de maniobra es
una primera forma, muy sencilla y pobre de libertad. La
auténtica libertad consiste en elegir única y
exclusivamente aquellas posibilidades que colaboren a
alcanzar el ideal ajustado a mi ser persona, es decir,
que mis potencias y posibilidades se orienten a la
consecución de la “figura de hombre” que estoy
llamado a realizar.

Amplitud

Para comprender el rango y el valor de nuestras


acciones, debemos contemplarlas en el contexto
concreto en que están inmersas. Le relación sexual
íntima, por ejemplo, es vehículo expresivo del amor
entre dos personas. Pero si se la desgaja de éste, se la
vacía de sentido; se la rebaja de rango, del nivel 2 de
la creatividad se la reduce al nivel 1 de la mera
búsqueda de gratificaciones personales[17].

Profundidad

Una inteligencia penetrante supone conocer a fondo el


lenguaje de la vida creativa, tener una idea clara de la
plenitud de sentido de cada término, la densidad de
contenido que le corresponde, su verdadero poder
expresivo.

Al oír una palabra, como libertad, hay que entenderla


en relación con todos los términos vinculados a ella:
creatividad, valores, sentido de la vida, obligación,
normas, cauce...

Una mente rígida, sin capacidad de profundizar, se


quedará encapsulada en cada concepto. Por el
contrario, aquel que vive creativamente es capaz de
penetrar en el sentido del lenguaje creativo, que exige
tensión de mente y estilo relacional de pensar. Pero la
flexibilidad de mente no es innata y aprender a pensar
con rigor y vivir de forma creativa exige la ayuda de un
método adecuado, que implica tanto el análisis teórico
como la entrega a actividades creativas.

2. El intérprete-lector descubre también la posibilidad


de que todas las personas sean creativas. Con ello se
revaloriza la vida cotidiana, incluso la más sencilla, y se
redime a multitud de personas de graves frustraciones
causadas por lo que llama Viktor Frankl el “vacío
existencial”[18].

[1] Alfonso López Quintás, Inteligencia creativa. El descubrimiento


personal de los valores, BAC, Madrid, 1999.
[2] El calificativo de lúdico-ambital responde al hecho de que el
método supone un entreveramiento de ámbitos en un campo de
juego común.
[3] Alfonso López Quintás, Literatura y formación humana, San
Pablo, Madrid, 1997
----,Cómo formarse en ética a través de la literatura, Rialp, Madrid,
1994
[4] La memoria de los cuentos, Espasa, Madrid, 1998, págs. 294-
298.
[5] En adelante, con la palabra “obra” haremos referencia a “obra
literaria” y a “obra cinematográfica” indistintamente.
[6] Por “juego” entendemos el hecho de encauzar nuestra
capacidad creadora bajo unas determinadas normas fundando
nuevos modos de realidad, como pueden ser las relaciones de
convivencia, las jugadas de un deporte, etc. Cada juego es en sí
mismo fuente de luz, y se realiza a la luz que él mismo desprende.
Un claro ejemplo lo tenemos en una confrontación deportiva entre
dos equipos: se considera buena jugada aquella que está dotada de
sentido, es decir, aquella que conduce a la meta deportiva, a
obtener un tanto. El hombre crea “campos de juego” no sólo con
los demás seres humanos, sino con todas las realidades que
presenten carácter de ámbito y que, por tanto, le ofrecen
posibilidades de encuentro. Para el tema de “El juego y su poder
formativo”, véase Alfonso López Quintás, El encuentro y la plenitud
de la vida espiritual, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1990, pp.
153-191.
[7] Para un estudio pormenorizado de los procesos de vértigo y
éxtasis, véase A.L.Q., Inteligencia creativa, BAC, Madrid, 1999, pp.
317-398.
[8] Cf. Richard Bach, Juan Salvador Gaviota, Pomaire, Barcelona,
1972, p. 76.
[9] Para el tema de la manipulación, véase A. López Quintás, La
revolución oculta, PPC, Madrid, 1998.
[10] O. cit. p. 83.
[11] Cf. Alfonso López Quintás, Inteligencia creativa, BAC, Madrid,
1999.
[12] Versión cinematográfica de la obra de Carlo Collodi Las
aventuras de Pinocho, Alianza editorial, Madrid, 1995.
[13] La memoria de los cuentos, Espasa, Madrid, 1998, págs. 305-
316.
[14] O. cit. 316.
[15] Cf. A. López Quintás, El espíritu de Europa, Unión Editorial,
Madrid, 2000, pp. 196-236.
[16] Cf. A. López Quintás, El espíritu de Europa, Unión Editorial,
Madrid, 2000, pág. 217.
[17] Para el tema del amor personal, véase A. López Quintás, El
amor humano. Su sentido y su alcance. Edibesa, Madrid, 41992.
[18] Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Linn, Piper, Munich
71989, p. 141.

También podría gustarte